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1º LIBRO - Realidad y Ficción





15.
El nuevo Ichi

—Chico... ¡Chico! ¡Despierta! ¡Hey!

Kyo abrió los ojos poco a poco al fin, aunque no quería, pero la voz de aquella niña se le estaba clavando en los oídos. Lo primero que vio fue a la chica que le estaba meneando el hombro. Como cada vez que se despertaba a su cerebro le costaba arrancar, tardó un poco en reconocerla, y entonces se acordó.

Después de haber estado caminando por toda la ciudad, había llegado a las afueras de Yokohama y se había alojado en un pequeño y humilde bar para pasar la noche. El dueño, que era buena persona, había aceptado su estancia allí durante la noche. No iba mucha gente a ese sitio, sólo era un bar de carretera, pero bien acogedor. Lo llevaba un hombre con su hija de diez años, y habían sido muy amables con él.

Se incorporó lenta y costosamente sobre el asiento donde se quedó dormido, y se sintió abatido. Tanto estrés no era bueno, desde luego. Había estado todo el día anterior esquivando a sus perseguidores, y había conseguido contar a cuatro de ellos. Se convenció de que sólo eran esos cuatro los que estaban en Yokohama, por lo que los otros cinco debían de estar en otra parte, quedando claro que se habían dividido para buscarlo.

Pese a que se escondía de ellos, podían seguir su rastro, por lo que habían estado yendo muy pegados a él. No le sorprendería que esos cuatro miembros anduviesen cerca de allí, así que no debía perder mucho el tiempo. Pensaba guiarlos a un extenso campo donde no hubiese edificios ni gente, deshabitado, más allá de las afueras de camino a Tokio, que estaba al lado de Yokohama. Para ello, estaba siguiendo la autovía que llevaba a la capital, de poco más de 15 kilómetros.

Además, había estado alerta con respecto a aquellos extraños pájaros negros que habían estado sobrevolándolo allá a donde iba, vigilándolo, y supo que Sam estaba actualmente al corriente de sus movimientos y que se lo habrá estado informando a los demás. Se preguntó qué iban a hacer sus compañeros.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó la chica, dándole golpecitos en la cabeza.

—Ah... —se sobresaltó, esbozando una sonrisa—. Perdona, ¿decías algo?

—Que si quieres desayunar —sonrió a su vez.

—Mm... No, gracias, no tengo hambre. Aunque un chocolate caliente...

—¡Enseguida! —saltó, dándole un susto al joven, y se fue velozmente a la cocina tras la barra del bar.

Kyo observó a su alrededor. El local no era muy grande, pero era alargado y muy luminoso, pues uno de sus laterales entero era una larga cristalera continua. Él estaba en una de las mesas del lugar junto a las ventanas, y era el único que había allí además de un hombre vestido con un peto y con gorra, leyendo un periódico mientras tomaba un té, en la mesa del fondo. Era un granjero normal y corriente, por lo demás, todo estaba tranquilo. Debían de ser las ocho o así, y a través de la ventana podía ver los coches pasando por la autovía. Todo lo demás era un descampado y más allá había unos almacenes.

Quizá una de las razones por las que Kyo se seguía sintiendo tan decaído era por el ambiente. La mañana estaba gris, con niebla, hacía frío y humedad. Para los iris como él, ese clima era lo peor, y le afectaba físicamente.

De pronto se llevó la mano al pecho. Suspiró aliviado al sentir los dos rollos de pergamino en el bolsillo interior, y la pistola en el otro bolsillo. Todo estaba asegurado.

—Aquí tienes, un chocolate calentito —dijo la chica al acercarse a él con una taza, y se la dejó en la mesa—. Ten cuidado, ahora mismo está muy caliente, deja que se temple un poquito, no te vayas a quemar la lengua.

—Ah, tranquila —sonrió—. Muchas gracias.

—Chico, ¿has dormido bien? —le preguntó el dueño del lugar amablemente al mismo tiempo que se dirigía a otra puerta tras la barra que daba al almacén.

—Sí —contestó.

—¿Cuándo te vas? ¿Te quedas durante la mañana?

—No, me iré en breves.

El hombre le sonrió y se perdió de vista, y su hija fue con él a ayudarlo. Kyo miró la taza humeante, olía muy bien. Realmente estaba muy caliente, recién hecho, y a cualquier otra persona le quemaría la lengua si tomara un sorbo ahora. Pero no a él. Para él, ese chocolate estaba templado. El granjero estaba de espaldas a él, por lo que cogió tranquilamente la taza de chocolate y, con sólo tocarla, al poco rato el líquido empezó a hervir ligeramente. Mientras se lo bebía poco a poco, divisó por la ventana que estaba junto a su mesa a la bandada de pájaros negros volando en círculos por la zona, pero no tardó en desperdigarse y perderse de vista otra vez.

Se preguntó cuáles serían los elementos de las cuatro personas que le seguían de cerca.

En una RS, lo normal era que hubiera un iris de cada elemento, siendo nueve en total: el elemento Viento o Fuu dominaba en realidad la materia gaseosa, cualquier gas, por lo que eran inmunes la hora de respirar gases tóxicos, y podían manipular el aire, derribar, mover, elevar o hacer flotar en él todo tipo de cosas, incluso crear tornados, mediante soplidos o sacudidas de las manos, o con una simple orden mental para los más expertos; también, controlar la presión atmosférica, incluso las ondas de sonido propagadas por el aire. Los Fuu eran los iris más ágiles.

El Agua o Sui, que incluía el hielo y todo líquido que contuviese agua, podía generarla de su propio cuerpo desde las manos o la boca o manipular la de cualquier otra fuente, contando con sus estados fríos y sólidos como la nieve o el hielo. Los Sui eran los segundos más ágiles después de los Fuu.

La Arena o Suna podía dominar todo lo relacionado con ella, desde los minerales y las piedras o el hormigón del que estaban hechas las infraestructuras o el suelo, hasta el cristal y el vidrio. Los Suna de mayor nivel podían adquirir la habilidad de dominar los metales.

El Fuego o Ka podía manipular el mismo, incluidas las explosiones y la temperatura a la que lo emitían, por lo que podían controlar qué quemaban y qué no; podían generarlo desde el propio calor de sus cuerpos, controlarlo con las manos o soplándolo por la boca. En la KRS siempre hubo dos iris con este mismo elemento, cosa que no es usual. Antes eran el viejo Lao y su nieto Yousuke, pero como este último murió el año pasado, ahora eran Lao y su otro nieto, Kyosuke. Los Ka eran los iris con mayor fuerza física.

El Animal o Dobutsu, además de poder comunicarse con cualquier animal o insecto, permitía el control sobre su propio ADN, la biología animal, las células de su cuerpo, pudiendo modificar la configuración genética de estas y así adoptar rasgos propios de un animal, como escamas, pelaje, plumas, ojos modificados, colmillos, garras, aletas, branquias… Pero hasta ahora nunca ha habido nadie que haya conseguido llegar a la transformación completa, siempre adoptaban rasgos o miembros parciales. Eran los segundos más fuertes después de los Ka.

La Planta o Shokubutsu, igual que el anterior, dominaba la biología vegetal, pero, al contrario que el anterior, podía hacerlo tanto sobre otras plantas como en su propio ADN. Por tanto, podían tanto dominar la vida, el crecimiento o movimiento de otras plantas como modificar sus propias células y convertirlas en células vegetales, de modo que podían generar en sus cuerpos atributos como espinas, madera, sustancias o esporas. Con la inmensa presencia de organismos vegetales bajo tierra, podían incluso provocar un terremoto en tierra fértil.

La Electricidad o Den permitía generar la misma a partir de las células nerviosas que recorrían todo el cuerpo, cargar los electrones de cualquier ambiente aumentando la electricidad estática, pudiendo invocar rayos, relámpagos, campos electromagnéticos, y estos iris eran los seres más veloces del mundo.

La Radiación o Hosha dominaba energías como la térmica, la lumínica, la gamma, la ultravioleta, la nuclear e incluso las ondas de radio electromagnéticas. Con esto podían crear efectos secundarios, como modificar el clima, y eran los segundos más veloces después de los Den, pero también peligrosos si no tenían cuidado con las energías radiactivas.

Luego, estaba la Oscuridad o Yami. Se decía que dominaban las sombras y la oscuridad, pero como pasaba con el Viento, esos eran términos inexactos. Lo que dominaban era el vacío, la antimateria, como si fuera una fuerza energética que hacía desaparecer todo lo demás. Podían crear la oscuridad mediante campos de vacío, eliminando la materia lumínica, así como crear la nada absoluta, eliminando cada partícula de luz, aire o polvo de un lugar u objeto. Era un elemento complicado, ya que existían rumores de que, debido a la naturaleza o “personalidad” propia de este poder –pues los iris tenían personalidades o comportamientos propios de su elemento–, el iris Yami padecía una peligrosa tendencia al aislamiento y a la soledad, y este camino era todo lo contrario de lo que representaba ser un iris. Por eso, los iris de la Oscuridad eran más propensos a desarrollar la enfermedad del majin, que conducía a un iris, mediante grados, a convertirse en su opuesto.


Existía otro tipo de dominio, solo que no se trataba de un elemento natural, sino de una ley divina: el espacio-tiempo. En realidad, eran dos leyes divinas, pero trabajaban juntas. Para acortarlo, lo llaman el don del Tiempo, o don taimu en lenguaje de los dioses adaptado. Ni humanos, ni iris, ni siquiera los poderosísimos Zou, poseían este poder. Solamente había un tipo de criatura capaz de manipular el espacio y el tiempo, y solamente existían dos en el mundo: Agatha y Denzel. Se les llamaba taimu y ambos trabajaban también al servicio de la Asociación desde hacía algunos siglos.

Los taimu podían detener, acelerar y decelerar el tiempo, viajar a diferentes épocas y teletransportarse a cualquier lugar. Por ello, era un poder sin igual y temido por todos, ya que el taimu podía detener el tiempo en cualquier momento y hacer lo que se le antojase a su alrededor; era imposible vencerlo. Pero, por esta razón, estos dos taimu estaban bajo la vigilancia y supervisión de Alvion Zou, o del Zou que gobernase la Asociación en cada época. Al igual que los iris y los Zou, los taimu tampoco eran humanos, y estaban en la categoría de demonios, por su origen natural del Yin.

Una importante característica de este don era que se nacía con él por herencia genética, no se obtenía de otra forma. Al menos, es lo que se sabía por la única prueba existente hasta ahora: Denzel. Agatha fue creada por los dioses allá por el siglo XIII, no era una persona o un ser natural, pero funcionaba como uno. Desde su fase de bebé, creció y se crio en Inglaterra bajo el cuidado de una madre adoptiva. De adulta, pudo gestar descendencia humana, y tras varias generaciones y siglos, solamente un descendiente nació con su mismo don. Denzel sí era hijo de humanos, solo que heredó el poder de Agatha y su biología distinta, y esto hacía que él no fuera humano. Destacaban dos rasgos biológicos en los taimu: nacían ciegos, con ojos diferentes, y podían vivir varios siglos, teniendo un crecimiento y un envejecimiento del cuerpo diez veces más lento que el de los humanos. Por eso, se estimaba que podrían vivir aproximadamente hasta los 800 u 850 años.

La principal misión de Agatha y Denzel en la Asociación era recoger a los iris recién convertidos en cualquier parte del mundo después de que Alvion captase su nacimiento, y traerlos al Monte Zou mediante teletransporte para ser entrenados. Sin embargo, Denzel era, además, el segundo al mando de la Asociación desde que conoció al hijo del fundador hace tres siglos y medio, pues Denzel aportó grandes mejoras, entre ellas, sus Técnicas Espaciotemporales, que eran poderes extra que los iris, con su mente superior y con mayores habilidades energéticas, eran capaces de aprender siguiendo las directrices escritas en sus pergaminos y protegidas por un Sello especial.

Técnicas que creó Denzel podían ser la telepatía, poder borrar la memoria, poder hacerse invisible, poder atravesar muros, poder localizar cosas a distancia con la mente... Por norma general, cada RS sólo podía poseer un pergamino, una Técnica, y sólo el Líder podía aprenderla y efectuarla. Por ello, por ejemplo, el ex-Líder de la KRS, aparte de ser un iris Fuu, tenía la habilidad de leer la mente y borrar la memoria, era la Técnica que le asignaron.

La MRS tenía otro de los pergaminos, pero sólo ellos sabían cuál era su Técnica, y como tenían fama de ser una RS ansiosa por hacerse más poderosa, la posesión de un segundo pergamino robándoselo a otra para que su Líder tuviese dos técnicas era una forma. Eso iba contra las normas. Pero las RS a veces se peleaban entre sí como los hermanos de una familia numerosa que buscaban destacar por encima de los demás, y Alvion Zou, como el padre de esta enorme familia, lo dejaba pasar mientras no quebrantasen las normas más importantes. De no ser así, había castigos o sanciones para reformar la conducta.

Por tanto, aquel iris que quebrantase una norma grave que perjudicase a otros iris o miembros de la Asociación o a humanos inocentes, sería juzgado por el propio Alvion y sus monjes de mayor rango y condenado a cumplir una pena. Si quebrantara una norma menor que perjudicase a humanos inocentes, intercederían sólo los monjes y se harían cargo. Y si quebrantara una norma menor que perjudicase a otros iris, como era esta situación de Kyo y la MRS, normalmente se dejaba que los propios iris implicados lo solucionasen solitos, pero, si escalaba a algo más serio, los monjes intervendrían.


—Buenos días —oyó la voz de la niña de antes, despertando a Kyo de sus pensamientos.

El joven giró la cabeza y vio a esta limpiando con un paño la barra, sonriendo al recién llegado. Kyo se dio cuenta de que el granjero ya se había marchado, por lo que era el único cliente además del que acababa de entrar por la puerta. No podía verlo en ese momento, porque había un macetero cuya enorme planta le tapaba la vista, pero tampoco es que le importase mucho, de modo que siguió mirando por la ventana.

—¿Qué desea? —preguntó la niña al desconocido, dejando el paño sobre la barra.

Hubo un momento de silencio.

—¿Está tu padre, pequeña? —preguntó entonces el hombre, apoyando los codos sobre la barra y sonriéndole dulcemente. Su voz era igual de dulce y bonita.

Kyo sintió de repente un escalofrío que le puso la piel de gallina, pero no supo por qué.

—Sí, ahora lo llamo —contestó la chica, y Kyo vio que esta se metía por la puerta que daba al almacén.

El sitio quedó reinado por un silencio sepulcral, incluso incómodo. Sólo estaban ahí Kyo y ese hombre, y como al muchacho le picó la curiosidad, aprovechó para desplazarse con disimulo un poco más allá en el asiento para verlo. Se quedó paralizado por un momento, pues el hombre ya estaba mirando hacia él, y le estaba sonriendo. Ahí quieto, apoyado de costado en la barra, con una extraña calma.

Kyo apartó la vista al instante y volvió a moverse sobre su asiento para quedar de nuevo tras la planta. Le latía el corazón con rapidez, porque juraría que conocía a ese hombre de algo. Debía de tener veintitantos años. Tenía un cabello rubio de largas rastas bien cuidadas, recogidas en una coleta, y unos amigables ojos verdes. Su nariz era recta y afilada, así como su barbilla bien afeitada. Tenía un aspecto bien aseado, y vestía con ropa casual pero elegante, pantalón negro, zapatos de cordón, camisa blanca y una chaqueta de tela larga color gris oscuro.

Al poco rato apareció el dueño del bar. Su hija se había quedado en el almacén para continuar con su limpieza por él. Kyo no volvió a mirar hacia allá, pero sí que tenía la oreja puesta.

—Buenos días, ¿en qué puedo servirle, joven? —le preguntó amablemente el hombre tras la barra, acercándose a él.

—Vengo a recoger un paquete del señor Edogawa —contestó él con un tono de voz muy cortés.

—Oh, sí, ayer me dijo que lo guardara y que alguien lo recogería hoy —comentó el dueño—. Por seguridad, espero que no le importe, pero necesito que me dé su nombre, joven.

—Claro, faltaría más. Soy Izan.

—Correcto —asintió el dueño, y sacó de un armario cerrado con llave de detrás de la barra un pequeño paquete, una caja pequeña de madera sin mucho misterio—. Aquí tiene.

—Muchas gracias.

—Oiga... —titubeó el dueño—. Espero que no sea algo ilegal el contenido de esa caja. Yo... no querría tener problemas. El señor Edogawa siempre suele dejar aquí un pedido que al día siguiente viene a recoger alguien, y por mí encantado de guardarlo mientras tanto, pero... no sé qué es lo que entrega, y...

—Oh, no se preocupe —lo tranquilizó, llevándose una mano al pecho como gesto afectivo—. No es nada que le vaya a traer problemas a usted ni a su hija, se lo prometo.

—¿Qué es? ¿Puedo verlo? —apareció la hija del dueño de repente junto a su padre, sentándose sobre la barra y contemplando con curiosidad la caja de madera.

—Kairi, no seas maleducada —le reprochó su padre—. No es asunto nuestro.

—No importa —terció el joven de las rastas, y alzó la caja a la altura de los ojos de la niña, dedicándole su dulce sonrisa—. No es nada en especial, es que va a ser el cumpleaños de una amiga mía y quería regalarle esto. Le gustan este tipo de cosas.

Entonces abrió la caja con una pequeña llave y comenzó a desprender una bonita melodía. El interior era de terciopelo negro, y dentro había una bola de cristal sobre una base de madera, con purpurina disuelta en el líquido y con un castillo en miniatura sumergido. El joven la sacó y se la tendió a la chica.

—¡Qué bonito! —exclamó maravillada, agitando la bola.

El joven miró, pues, al dueño, y este le dirigió un gesto de agradecimiento.

—Bueno, si me disculpa, he de seguir limpiando el almacén.

—Por supuesto —contestó el rubio amablemente.

—Kairi, no entretengas mucho a este joven, pórtate bien —le dijo su padre antes de perderse de vista.

—¿Te gusta? Se llama “domo de nieve” —le preguntó el joven a la muchacha, posando una mano sobre su pelo.

—¡Sí! —sonrió, contemplando el interior de la bola.

Kyo no se encontraba bien en ese momento. En el mismo instante en que el joven había dicho su nombre, la primera reacción de Kyo fue tratar de escapar de allí lo más rápido posible. Pero antes de poder levantarse del asiento, su cuerpo dejó de responderle. Su corazón se había detenido durante unos cuantos segundos, se le había congelado la sangre. Le costaba mucho respirar, le faltaba el aire. Se miró las manos, y vio que le vibraban incesantemente. Todo su cuerpo temblaba y se le nublaba la vista intermitentemente.

Nunca se había sentido así, no sabía qué le estaba pasando, pero se ahogaba. Era como si le estuviera consumiendo un vacío... Completamente pálido, dirigió su mirada hacia el hombre. No debía hacerlo, pero no podía evitarlo, y de nuevo se encontró con sus ojos verdes, y su dulce sonrisa. Otra vez lo miraba a él. Ya no pudo apartar la vista, estaba en shock al confirmar que era él.

El joven llamado Izan volvió la vista hacia la niña, la cual seguía jugando con la bola, riendo. Kyo vio cómo la mano que Izan tenía sobre la cabeza de Kairi comenzaba a deslizarse lentamente hacia su rostro. Vio cómo sus dedos empezaban a arquearse, y, finalmente, contempló cómo la agarraba de la cara con una fuerza brutal.

La niña chilló con todas sus fuerzas, y a Kyo se le cortó la respiración, horrorizado.

La bola de cristal cayó al suelo haciéndose añicos. La chica seguía chillando, mientras empezaban a asomar ríos de sangre por debajo de la mano de Izan, cayendo por el cuello y pecho de la muchacha. Inesperadamente, de una sacudida, Izan le arrancó la cabeza de cuajo, la sangre salpicó los alrededores y el cuerpo mutilado de la chica cayó al suelo, inerte.

Entonces, Kyo parpadeó.

—¡Jaja, toma, espero que le guste a tu amiga! —sonrió Kairi, devolviéndole la bola al joven.

—Yo también —rio él, guardando la bola en su caja—. Es un bonito regalo.

—¡Sí!

No fue real. No pudo ser real. Kyo se desplomó sobre el sofá en el que estaba sentado, temblando, con la mirada vacía, intentando respirar por su vida. En su mente se repetía la escena en la que Izan le arrancaba la cabeza a la muchacha, una y otra vez, inevitablemente. Había sido una alucinación, pero pareció tan real…

—Bueno, me voy —declaró el joven, acariciando el pelo de Kairi—. Que tengas un buen día, bonita.

—¡Igualmente! —sonrió alegremente, despidiéndose con la mano—. ¡Vuelve otro día!

Kyo consiguió obtener suficiente oxígeno en el cerebro como para levantarse y salir a toda mecha por la puerta trasera del bar, dando tumbos y chocándose con todo lo que había por medio, hasta que al salir al descampado donde había unos contenedores y un par de camiones, devolvió. Casi sintió que se le iba el hígado por la boca, y clavó las rodillas en el suelo, apoyando las manos sobre la tierra. Intentó respirar hondo, pero no podía.

Tenía la vista clavada en el suelo. Y no tardó en aparecer una sombra ahí, una sombra especialmente opaca proyectada en el suelo. Levantó la mirada y se le encogieron las pupilas al instante. El joven de antes estaba ahí, delante de él. Le sonreía. Se inclinó hacia él y le tendió una mano.

—¿Estás bien?

Kyo apartó su mano de una sacudida y se arrastró por el suelo lo más lejos de él que pudo, hasta chocar con uno de los contenedores. A partir de ahí no se atrevió a moverse, y no apartó la vista de él.

—Qué gracioso —rio Izan simpáticamente, volviendo a erguirse y echándose las rastas a un lado—. ¿Te ayudo? No tienes buen aspecto.

Kyo sintió cómo su temblor aumentaba, y sudaba frío.

—Ichi… —masculló—. Sigues vivo… todos estos años…

—Yaaa, me he perdido por ahí durante demasiado tiempo, ¿verdad? —se rascó la nuca inocentemente, fingiendo unas disculpas—. No llamo… No escribo… Han sido unas vacaciones muy largas. Pensé que ya era hora de dejar de holgazanear por el mundo y volver al trabajo.

—¿Trabajo? —repitió Kyo, todavía respirando con dificultad—. ¿En… la Asociación?

—¿Qué? ¡Oh, no, por Dios! —se rio con ganas—. Dimití por una razón. Horario continuo, jefe explotador, clientes desagradecidos… No, no, por favor, yo ya pasé de eso, hahah… Ahora tengo un nuevo proyecto —dijo con una sonrisa más sádica y un tono más áspero, y Kyo notó cómo sus ojos verdes se le clavaban en los suyos—. Oye, ¿seguro que no quieres que te ayude…?

—¡No te acerques a mí! —le gritó, sacudiendo un brazo, y lanzó una llamarada de fuego de advertencia.

—¿Por qué tanta hostilidad hacia un viejo conocido? Vamos, no seas así —dijo felizmente—. Tu abuelo y mi padre eran mejores amigos. Deberíamos llevarnos bien.

—¡Intentas engañarme! Dicen por ahí que…

—¿Qué? —le interrumpió, sonriendo—. ¿Que me largué porque tenía la enfermedad del iris? ¿Que me he vuelto malvado, oscuro y todas esas cosas? ¿Corren rumores de que he llegado a la última y peor fase de la enfermedad, y ahora soy una persona completamente distinta y más poderosa? Veo que habéis estado sacando numerosas conjeturas después de que me fuera, ¿tanto me echáis de menos?

—Acaban de dejar de ser conjeturas —Kyo apretó los dientes—. Por lo que veo, todo es totalmente cierto. Ya no eres quien eras con nosotros. Tú ya no eres Ichi.

—Bueno. Es cierto que siempre fui Ichi para vosotros. Ichi es todo lo que yo era antes. Pero ya no soy el de antes. Ahora soy Izan.

—¿¡Cómo has podido dejar que te pasara…!? Te has convertido en tu extremo opuesto, ¡un arki!

—Qué extraño, lo dices como si no fuera lo mejor que me ha pasado en la vida. Hahah… La única diferencia que hay entre un arki y un iris es que un arki es más inteligente y lógico, Kyo —se encogió de hombros—. Un momento, eres Kyosuke, ¿verdad? A juzgar por el tatuaje que tienes en el lado derecho del cuello, no eres Yousuke, que lo tenía en el lado izquierdo. Y es el tatuaje de la KRS, lo que quiere decir que tú también te has convertido en iris oficial. Debo adivinar que entonces Yousuke ha muerto, lo viste, te convertiste, y ahora ocupas su lugar. Él quería vengar la muerte de vuestro padre, no pudo, y ahora tú tienes que vengar la muerte de tu hermano. Menuda lástima, You me caía bien, era un magnífico compañero…

—¿¡Qué sabes de eso!? —saltó Kyo—. ¡Has estado desaparecido todos estos años!

—Oí por ahí que fueron los miembros terroristas de Bin-Bak los que mataron a You el año pasado. Los mismos que mataron a vuestro padre hace diez años a pesar de que él era un simple humano. Y los mismos cabrones que mataron a mis padres hace dieciséis años. Válgame el cielo… Sin duda esos humanos terroristas no son moco de pavo —se rascó la barbilla.

—¿Por qué has vuelto? —se hartó Kyo, llevándose una mano a la cabeza, que le dolía a rabiar—. ¿Dónde has estado todos estos años? ¿Qué es lo que tramas? Joder, ¿qué me has hecho? —agonizó, viendo que aún le temblaban las manos.

—Vaya —suspiró, chasqueando la lengua—. Quizá me he pasado un poco haciéndote ver esa alucinación. ¿No te ha gustado? Es una de mis nuevas habilidades. No tengo nada en contra de esa niña, de verdad —sonrió, y luego miró el reloj de su muñeca—. Oh, se me hace tarde. Bueno, saluda a los demás de mi parte, ¿vale? Da svidanya!

Despidiéndose con la mano y dando un paso atrás, Izan desapareció. Su cuerpo se convirtió en un remolino de sombras, en humo negro, y se esfumó en el aire.

Kyo siguió ahí paralizado, su cuerpo no le respondía. Lo que más le dejaba perplejo, era lo de la alucinación. ¿Cómo lo había hecho? Era algo imposible, esa habilidad no existía, esa técnica, que él supiera, no la había creado Denzel como todas las demás. ¿Izan tenía el poder de manipular la mente? Kyo sentía que aún lo tenía en la cabeza. Estaba completamente decidido. En cuanto pudiese, iría a hablar con el ex-Líder sobre lo que había pasado, no porque quisiese hacerlo, sino porque debía hacerlo. Tenía que decírselo a toda costa. Izan había vuelto.


* * * *


Un poco antes del mediodía, en la habitación de un hotel de Tokio, se oían continuos golpecitos en la puerta que la fueron despertando poco a poco, hasta por completo. Cleven se desperezó entre el edredón, frunciendo el ceño con extrañeza. Pensó que tal vez sería un botones o el servicio de limpieza, así que, medio dormida, fue a abrir la puerta de la habitación.

Se encontró con un chico joven que a primera vista lo identificó con el idiota de su clase, Drasik, pero, incrédula, se frotó los ojos y después los abrió bien. No, no era él, menos mal, se dijo. Era un chico normal, abrigado con gorro de lana y una ancha chaqueta vaquera. Sujetaba en una mano una bolsa de plástico que tenía varios bultos en su interior, y estaba mascando un regaliz rojo, colgando de su boca. Con la forma de mirar fijamente a Cleven, ahí quieto y con el regaliz en la boca, recordaba a un hámster realmente gracioso.

—¿Eh? —consiguió pronunciar Cleven, entornando los ojos con confusión.

El chico se quitó el regaliz de la boca.

—¿Comida turca? —preguntó.

—No, qué va... —contestó—. No la he pedido.

El chico frunció los labios con sorpresa, y sacó un papelito del bolsillo de su pantalón.

¡Ay, mierda! —exclamó de tal manera que Cleven pegó un brinco del susto—. ¡Sabía que lo escribió al revés! Le tengo dicho al compa que marque una base bajo el número…

Cleven se quedó en el sitio, no entendía el idioma en el que se puso a hablar de repente.

—Eh… ¿Estás bien? —le preguntó.

—Aha… —sonrió de pronto—. Disculpá las molestias. ¿Vos… podés decirme por qué lado queda la habitación 89? Es que lo leí al revés por error en el papel, y pensé que debía ir a esta habitación, la 68. Perdón de nuevo.

—Es por esa dirección —contestó Cleven, señalándole a la izquierda—. Y no te preocupes, no ha sido molestia, de hecho, me has hecho un favor despertándome ahora.

—Uf… Me alegra oírlo. Muy amable, muchas gracias —se inclinó educadamente, y se marchó para allá.

La joven permaneció unos segundos en la puerta, recapacitando. Qué chico más simpático y educado, pensó, pero ¿por qué le sonaba tanto? Tenía un parecido facial demasiado notable con Drasik.

Volvió a meterse en la habitación para vestirse y salir a comer fuera. A pesar de haber dormido bastantes horas, se encontraba cansada y con dolor de cabeza. Eso le pasaba por beber. Aunque hubieran sido dos copas. Tenía planeado ir después de comer a la dirección que consiguió en el instituto y comprobar si su tío aún vivía ahí.

Mientras se aseaba en el baño, fue recordando lo que vivió la noche anterior. Lo primero, la parte de Raijin. Seguía sintiéndose incómoda con lo que le dijo, así que decidió no darle más vueltas. Lo segundo, cuando vio a Lex y a Riku. No se lo esperó, desde luego.

La última vez que vio a Lex fue en la fiesta de Hatsumode, después de Fin de Año, hace un par de semanas. Por mucho que su padre y su hermano mayor no se hablaran, Lex al menos venía a ver a sus hermanos en Fin de Año y en otras festividades que solían ser familiares.

En el pasado Hatsumode, como muchas otras familias que seguían la tradición, fueron todos a hacer la primera visita del año al templo y pedir deseos, suerte y prosperidad para el nuevo año. Todos vistieron con kimonos, y Cleven llevaba el de su madre. Estuvieron el día de paseo por los recintos del templo, ella, su padre, Hana, Yenkis y Lex, que también había traído consigo a su novia Riku y a los padres de esta.

Cleven y su hermano pequeño estuvieron todo el tiempo armando alboroto con Lex, dándole la lata, pidiéndole que los invitase a un refresco, que los llevase a las atracciones del festival, etcétera, mientras Riku se quedaba con sus padres y con Hana y Neuval, hablando tranquilamente, visitando las exposiciones. Lex y su padre se ignoraban completamente, y aunque esto debería ser un poco incómodo para el resto, el hecho de haber sido así durante tanto tiempo ya los había acostumbrado.

Después, el último día, iban a la cena de la empresa de Neuval, donde iban todos los gerentes de la multinacional con sus familias. Todos procedían de varios países, en los que Neuval tenía distribuidas sus empresas. Ahí Cleven se dedicaba a jugar con Yenkis y los demás niños que había, para evitar el aburrimiento más que nada, e incluso el mismísimo viejo Lao se les unía y se ponía a jugar con ellos al pilla-pilla, dando el espectáculo y avergonzando a Neuval, como siempre.

Cleven se acordaba de ese viejo que siempre iba con su padre, se partía de risa con él y al mismo tiempo se preguntaba qué hacía un hombre así de simpático con su padre, que no pegaban ni con cola. Mientras tanto, Neuval y Hana entablaban conversaciones amistosas con los demás miembros de la empresa, y Lex se quedaba a solas con Riku, pasando el tiempo.

Y, como todos los años, no había ni un solo gerente que no se acercase a Neuval para decirle lo asombroso que era su hijo mayor, diciéndole cosas como: “Llegará muy lejos, este Lex, ¡y su chica es muy bella!”, o “Qué pena que no siguiera tus pasos, pero es un joven muy prometedor en su trabajo”, o “Debes de estar orgullosísimo, Lex es un médico excepcional”. Era cierto que Lex siempre había sido increíblemente listo, aplicado, responsable, atlético, con una media muy alta en todos sus estudios, e incluso se graduó en Medicina con especialización en Neurología en tiempo récord. Así que Lex era neurólogo. El chico perfecto. El hijo, el alumno, el ciudadano perfecto.

Y a todos estos comentarios, Neuval siempre respondía con monosílabos, forzando una sonrisa que ocultaba su pesadumbre, asintiendo a todo lo que decían. Cleven creía que su padre no pensaba igual que sus compañeros de trabajo, porque solía cambiar de tema enseguida, como si no le importara. Pero la verdad era que el sentimiento de culpa en Neuval era tan grande que era incapaz de hablar sobre Lex con otras personas.

Al final de la cena, llegaba el momento en que Neuval tenía que decir su obligado discurso de motivación de todos los años sobre la esperanza que ponía en la multinacional para el nuevo año, ya que él era el máximo director y creador de esta multinacional. Cleven nunca entendió por qué en esta parte de la velada, varios hombres y mujeres, empleados de la empresa, lloraban en silencio o con disimulo. Ella pensaba que esos adultos estaban un poco locos. Sin embargo, eran lágrimas de largas y trágicas historias que habían podido dejar atrás gracias a Neuval, lágrimas del más inmenso sentimiento de gratitud por él. Porque muchas de esas personas que estaban ahí, no sólo habían sido contratadas para un empleo, habían sido salvadas de anteriores vidas terribles o miserables.

Mientras Cleven se lavaba los dientes, se acordó de otra cosa de aquella cena que la dejó un tanto intrigada. Había una mujer mayor, que llevaba su largo cabello blanco recogido en un alto moño con unos preciosos palillos, del que luego le caían unos mechones por la espalda y, a juzgar por el estilo de vestido que llevaba, Cleven dedujo que era china. Esa mujer se acercó en un momento a su padre para hablarle a solas, junto a la mesa de los canapés. Como Cleven estaba cerca de ellos y le picó su famosa curiosidad, los espió, escondiéndose al otro lado de la mesa, y oyó una extraña conversación:


«—Neuval. No estaba segura de contártelo, pero… verás, estuve varios días en París por asuntos trabajo, hace un mes.

Él la miró enseguida con intranquilidad.

—Por favor, no me digas que has husmeado…

—Lo siento, no pude evitarlo —dijo ella—. Necesitaba averiguarlo. Ya se han cumplido los 35 años, Neuval, sabes que debíamos estar al tanto de esta fecha. Es por tu seguridad.

—A estas alturas, es su seguridad la que peligraría ahora —masculló Neuval con un deje áspero—. ¿Y bien? ¿Lo has…? —carraspeó un poco para recuperar la firmeza en su voz, pues le tembló un poco—. ¿Llegaste a verlo?

—Sí. Desde la distancia. Fui cuidadosa.

Cleven, sin entender nada, vio cómo su padre suspiraba nervioso.

—¿Cómo lo viste?

—Viejo —contestó la mujer—. Delgado… alicaído… Parecía de lo más inofensivo mientras salía de la cárcel.

—¿Lo seguiste? ¿A dónde fue?

—Cogió un taxi. Se fue directamente al barrio de Ferraille.

—Oh... —murmuró Neuval, agachando la cabeza—. Regresó a casa…

—No pude ver mucho más. No parecía haber nada fuera de lo normal. Supongo que ahora disfrutará de la libertad en los años que le quedan.

Cleven se asomó en ese momento un poco y vio la cara llena de odio que tenía su padre, vio cómo apretaba los puños dentro de los bolsillos del pantalón.

—Debería haber muerto en la cárcel.

—Neuval —le sonrió la mujer china, tomándolo suavemente de las mejillas para mirarlo a los ojos—. No digas eso. Ya ha cumplido con su condena y ahora le toca morir solo.

—¿Solo? —se sorprendió.

—Sí. Lilian no estaba por ningún lado. Quizás lo haya abandonado, o quizás se haya marchado a otra parte. No se sabe nada de ella. Así que Jean ahora está solo.

—¿Ella sigue viva? —preguntó amargamente.

—No se sabe. Pero ya está. No hay más, Neuval. Ahora, olvidemos este asunto. Disfruta de esta noche, ¿de acuerdo?

Cleven vio que su padre asentía con un suspiro. Después, aquella mujer mayor le dio un tierno beso en la frente, y ambos se volvieron a adentrar en el ambiente. Permaneció ahí agachada un momento, preguntándose de quiénes estaban hablando, y quién era esa mujer mayor que tanta confianza tenía con su padre. Esa forma de besar a Neuval en la frente, parecía un beso maternal; o eso, o es que le tenía mucho cariño. Se le ocurrió preguntar por esto último a su hermano mayor, por lo que se levantó y se fue a donde estaba Lex.

—¿Esa mujer? —preguntó su hermano—. Pues... es Ming Jie Lao, la exmujer del señor Lao, el viejo que siempre anda con papá. A pesar de estar divorciados, el viejo Lao viene cada año con ella.»


A Cleven le llamaba la atención la relación que tenía su padre con aquella mujer mayor. Tal vez sería tan amiga de él como lo era el viejo Lao, nada más, pensó.

Ya preparada, cuando se metió en el ascensor, se topó ahí dentro con el chico de antes. Se lo pensó un momento antes de entrar, pero al ver que este sonrió como saludo, le devolvió la sonrisa y se metió. Ambos esperaron en silencio, sin mirarse, actitud propia de dos desconocidos. Entonces a Cleven se le cruzó un rayo luminoso por la mente. «¡Lao, ese viejo que se apellida Lao!» pensó, «¡Ah, de eso me sonaba el apellido de ese chico de mi clase, Kyosuke! ¿¡Es su hijo!? No, es demasiado joven…».

—¡Claro, ese viejo es su abuelo! —exclamó a los cuatro vientos, de modo que el chico que iba a su lado se pegó contra la pared del ascensor del susto que se dio—. ¡O sea que ese chico es el nieto del viejo que trabaja con mi padre! ¿¡No!? —preguntó a nadie en especial, pero mirando al chico.

—Si… si vos lo decís… —titubeó aturdido.

Cleven puso una mueca avergonzada, mirando al frente firmemente.

—Uy... perdona —murmuró.

Se vieron envueltos en otro momento de silencio, mientras el ascensor llegaba a la planta baja. Al abrirse las puertas, ella fue a salir la primera, pero de pronto sonó un estruendoso rugido que los dejó paralizados a los dos. La cara de Cleven se volvió tan roja como su pelo. Se agarró el estómago. Sin embargo, vio que de repente el chico le tendió un papel, mientras salían del ascensor. Ella, confusa, lo cogió y lo miró.

«Hey, ¡este es el restaurante Kebab que Raijin me enseñó el otro día!» pensó, observando el folleto del local. «Se paró delante y en silencio, como hizo con los demás sitios de interés mientras me guiaba por las calles. Si Raijin me señaló este sitio, es que a él le parece un buen sitio. Además, está a dos calles del hotel. Puede estar bien. Tenía planeado ir a la cafetería de Yako, pero… la verdad es que me da cosa la posibilidad de encontrarme con Raijin allí, después de lo de anoche…».

Luego pensó que el chico del ascensor había sido muy perspicaz al darle el folleto del restaurante tras escuchar los rugidos de su estómago.

—¡Oye! —lo alcanzó a la salida del hotel, y el chico se paró.

—Oh… Si no te convence, podés darme el folleto de regreso —dijo el chico con tono de disculpa—. Es que tengo la obligación de repartirlos cuando pueda…

—No, de hecho, me gustaría ir ahora a comer a este sitio —le sonrió—. Ahora mismo estoy bastante pelada, y veo que aquí los precios son muy bajos y los platos grandes.

—¡Ah, sí! Pero que eso no te engañe —sonrió el chico también, y se fueron caminando juntos por la calle—. La comida es de calidad, te lo aseguro. ¿Querés que te indique dónde…?

—Sé dónde está el lugar. ¿Tú vas para allá ahora? Si no te importa que te acompañe… Sería raro ponernos a caminar ahora por la misma acera ignorándonos.

—Hahah… Claro que no me importa, por favor. Además, seguro que la jefa me da un plus por traer conmigo a una cliente en persona.

—Si la veo, le hablaré bien de ti y de tu servicio, tranquilo.

—¡Mirá que sos amable! —se rio el chico.

Tras escasos minutos, llegaron al lugar. Era un local no muy grande, pero bien acogedor. Las paredes estaban decoradas con algunas telas de colores, y las sillas eran más bien bancos y banquetas de madera. Estaba lleno de gente de todo tipo, había buen ambiente. Cleven sonrió, fue buena idea ir allí.

—Disculpame, voy a anotar el pedido entregado y enseguida te llevo a una mesa —le dijo el chico, yéndose hacia la barra.

—Vale —asintió, y permaneció en la puerta sola, esperando y aprovechando para echar un vistazo.

No sabía en qué mesa iba a sentarse, porque todo estaba lleno. Observó a todas esas personas riendo y hablando sin parar, de modo que había una de ellas que destacaba notablemente, porque no reía, ni sonreía… ni parecía estar vivo.

—No me fastidies... —musitó Cleven, boquiabierta.

En una pequeña mesa del fondo, ahí estaba sentado, el único rubio del lugar. Tenía la cabeza tumbada sobre los brazos encima de la mesa, con los ojos cerrados y un vaso de cerveza casi vacío reposando al lado. Parecía estar durmiendo, y con esa imagen, Cleven casi se derrite. Pero sacudió la cabeza para espabilarse y se lo quedó mirando fijamente, pensativa.

—Esto está muy lleno —apareció el chico de antes a su lado—. Si vos querés esperar un poco, estoy seguro de que en diez minutos…

—No importa —terció la joven—. Me sentaré allí —le señaló la mesa del fondo.

—¿Allá? ¿Con ese? ¿Estás segura? —se sorprendió—. Te aviso que ese chico está hoy de mal humor.

—No, si ya lo conozco.

—Oh…

—¿Tú también lo conoces?

—Sí, Raijin y yo vamos a la misma facultad de Medicina. Además, vivimos puerta con puerta. Es mi vecino.

Cuando el chico le indicó que pasase sin problema, ella se dirigió allí. Se sentó en el taburete de enfrente con cautela, por lo que Raijin no se enteró. La joven se quedó observándolo con mariposas en el estómago como una buena acosadora. Dormido parecía un verdadero ángel. No pudo evitarlo, casi fue sin pensarlo, le apartó un mechón de pelo de los ojos con sutileza… y de pronto Raijin se irguió, pegando un brinco del susto. Cleven apartó la mano de golpe al sentir un calambre, también con susto. Raijin se la quedó mirando con cara adormilada y sorprendida a la vez. Ella le sonrió, un poco nerviosa, y finalmente el rubio dio un fuerte suspiro.

—Joder… —musitó mientras se frotaba los ojos—. Me estoy empezando a plantear si denunciarte por acoso o no...

—¡Oye! —protestó Cleven.

—Me sigues a todas partes —dijo, clavándole unos ojos recelosos—. ¿Por qué no me dejas en paz?

—Estoy aquí por pura casualidad, te lo juro. Y no había más mesas libres donde sentarme.

—¿Libres? —se mosqueó Raijin, y clavó un dedo en la mesa—. ¿Soy transparente o qué?

Cleven le sacó la lengua con burla como respuesta, y en ese momento apareció el chico de antes con una libreta en la mano.

—Hola, Rai, buena compañía, ¿eh? —le dijo con sorna al rubio.

—Eliam, ¿la has sentado tú aquí? —gruñó.

—No, ella quiso —contestó, y Raijin miró a otro lado, pasivo, dando otro suspiro—. Bueno, ¿qué vas a tomar?

—Lo que sea que no sobrepase los 600 yenes —respondió Cleven—. No llevo más encima. Me fío de ti.

—¿Lo que sea? Está bien —sonrió, y apuntó algo en la libreta—. No te defraudaré.

Raijin miraba a uno y a otro, con una mueca confusa.

—¿Qué es esta confianza? ¿Os conocíais?

—Hahah, qué va, nos acabamos de conocer —se rio Eliam—. Fui a entregar un pedido al hotel de aquí cerca. Una confusión con el número y coincidir en el ascensor fueron los responsables.

—Y me alegro, ya que últimamente cuesta encontrar gente simpática que te trata bien —se rio Cleven también.

Raijin supo de sobra que aquello fue una indirecta directa contra él. Le lanzó a Cleven una mirada enfurruñada.

—¿Sabes lo que cuesta encontrar últimamente también? Espacio y privacidad —respondió de vuelta.

Eliam los estuvo observando muy quieto, moviendo sólo los ojos, notando a distancia la tensión que había entre esos dos. Pero más que incomodarle, le resultó interesante, porque era raro ver a Raijin respondiendo a comentarios provocativos, cayendo en ese tipo de juegos infantiles y expresándose como un humano.

—Si quieres espacio, puedes irte —le espetó Cleven—. Parece que ya has terminado de consumir, ahora sólo estás ocupando una silla que podría ocupar otro consumidor.

—Yo de aquí no me muevo —refunfuñó Raijin—. Jones, tráeme otra cerveza.

—Marchando.

—¿Eh? —saltó Cleven, mirando al chico—. ¿Jones? ¿¡Te apellidas Jones!? Ay, madre, te pareces tanto a… ¿Tú no serás por casualidad… un familiar de Drasik Jones?

—¿De qué conoces a Drasik? —preguntaron Eliam y Raijin a la vez, lo que la sorprendió mucho.

—Eh… estamos en la misma clase del instituto —contestó, mirando un momento a Raijin, sin entender por qué él también había preguntado.

—No te acerques mucho a él —volvieron a decir los dos al unísono, tan seriamente que la joven se sobresaltó.

—No, si eso lo tengo muy claro... Pero ¿por qué...?

—Mi hermano tiene ese maldito imán para las chicas lindas —le explicó Eliam—. Es capaz de conquistarlas y entonces ellas no tienen escapatoria, en serio, mejor no te acerques a él. ¿Te hizo algo molesto ya?

—No, pero va por ese camino —masculló entre dientes, entendiendo ya a qué se refería—. ¿Tú también conoces a Drasik, Raijin?

—Evidentemente —contestó Eliam—. Si yo soy vecino de él, Drasik también.

—Ah, claro —cayó.

Eliam se marchó con el pedido y Raijin y ella se quedaron solos otra vez, sentados en la misma mesa, uno frente al otro. Entonces habló Cleven.

—¿Cómo es que estabas durmiendo aquí? No es muy usual algo así en un restaurante.

—Porque tengo sueño —gruñó, mirando a otra parte.

—No, claro, supongo —dijo con ironía—. ¿Volviste a casa tarde ayer? Seguro que sí.

—No. No tengo mucho tiempo para dormir.

Cleven bajó la mirada, sin saber qué más decir. Al menos, ya había conseguido hacer que hablara con ella, y eso era un paso muy importante, lo que la hizo bastante feliz. Tal vez ya se había acostumbrado a ella y a sus interrogatorios. Estuvieron un rato en silencio, pero estaba segura de que él todavía no había olvidado las rudas palabras que ella le dirigió anoche. Estaba un poco arrepentida, y no podía permanecer así mucho tiempo.

—Oye… —empezó—. Siento lo que te dije anoche, me pasé un poco.

—Déjalo —la cortó, y entonces la miró a los ojos brevemente—. No tienes que disculparte.

Cleven se sorprendió un poco por lo que acababa de decir. ¿Que no tenía que disculparse? ¿Significaba eso que Raijin había aceptado lo que le dijo anoche? No se lo esperaba para nada. ¿De verdad podría haber una pizca de debilidad en él? Cleven no podía verlo, pero la barrera de hielo que cubría el corazón del rubio ya se había empezado a resquebrajar.

—Bueno… ¿Qué haces aquí? —le preguntó ella para cambiar de tema—. Creía que estarías en la cafetería de Yako.

—No —murmuró amargamente.

La joven no supo por qué, pero intuía que Yako y él estaban enfadados el uno con el otro. «¿Qué habrá pasado?» se preguntó con asombro.

—¿Yako está enfadado contigo? —quiso saber.

—No.

—Entonces tú con él.

—¡No! —saltó molesto—. Es que no me apetece verlo ahora, ¿vale? No te metas donde no te llaman.

Cleven suspiró cansada.

—Vale, perdona. Yo sólo… Es que me preocupo.

Raijin la miró en ese momento, en silencio, mientras ella miraba a otro sitio. La estuvo observando sin que ella se diese cuenta durante un buen rato, de una manera bastante intensa. Sólo cuando llegó Eliam con el plato de Cleven y su cerveza, apartó enseguida la vista de ella con disimulo. Cleven le dio las gracias a Eliam y este volvió a irse, y miró su kebab con ojos brillantes. Raijin vio de reojo cómo la joven se frotaba las manos y comenzaba a engullir la comida, idéntica a un híbrido mitad pato mitad cerdo, con lo que pudo confirmar que esa chica era una auténtica criatura de circo.

—Raijin, dimem... —comentó Cleven con la boca llena—. ¿Qué vaff a haffer luego? —tragó la comida y levantó una mano con vehemencia—. No es que pretenda seguirte ni nada de eso —le aseguró—. Es simple curiosidad.

El rubio apoyó la cabeza en una mano y miró hacia otro lado. A Cleven le sorprendió descubrir en él una expresión bastante más apaciguada.

—Voy al cementerio —contestó.

Iba a darle otro bocado al kebab, pero Cleven se detuvo y se lo quedó mirando, algo incómoda. Fue a decir algo, pero se abstuvo. Adivinó que tal vez iría a visitar a algún ser querido fallecido, y se dio cuenta de que nunca se habría imaginado algo así por parte de él. Ya sabía que Raijin lamentaba esas pérdidas, expresando su apatía hacia el mundo. Y, aun así, visitaba a sus seres queridos. Había gente que no lo hacía, por olvidar el pasado, pero él no.

Cleven carraspeó un poco y miró a otra parte, sin decir nada, y continuó comiendo tranquilamente. Vio por el rabillo del ojo que Raijin la estaba observando, y se puso algo nerviosa, ruborizándose. Le extrañaba mucho que la estuviese mirando de aquella manera, tan seria y detenidamente. «¿Qué le pasa ahora?» se preguntó, «¿Tengo la cara manchada de salsa? Seguro». Fue a limpiarse con la servilleta, apurada, pero se quedó congelada cuando Raijin le hizo una pregunta inesperada.

—¿Vienes conmigo?









15.
El nuevo Ichi

—Chico... ¡Chico! ¡Despierta! ¡Hey!

Kyo abrió los ojos poco a poco al fin, aunque no quería, pero la voz de aquella niña se le estaba clavando en los oídos. Lo primero que vio fue a la chica que le estaba meneando el hombro. Como cada vez que se despertaba a su cerebro le costaba arrancar, tardó un poco en reconocerla, y entonces se acordó.

Después de haber estado caminando por toda la ciudad, había llegado a las afueras de Yokohama y se había alojado en un pequeño y humilde bar para pasar la noche. El dueño, que era buena persona, había aceptado su estancia allí durante la noche. No iba mucha gente a ese sitio, sólo era un bar de carretera, pero bien acogedor. Lo llevaba un hombre con su hija de diez años, y habían sido muy amables con él.

Se incorporó lenta y costosamente sobre el asiento donde se quedó dormido, y se sintió abatido. Tanto estrés no era bueno, desde luego. Había estado todo el día anterior esquivando a sus perseguidores, y había conseguido contar a cuatro de ellos. Se convenció de que sólo eran esos cuatro los que estaban en Yokohama, por lo que los otros cinco debían de estar en otra parte, quedando claro que se habían dividido para buscarlo.

Pese a que se escondía de ellos, podían seguir su rastro, por lo que habían estado yendo muy pegados a él. No le sorprendería que esos cuatro miembros anduviesen cerca de allí, así que no debía perder mucho el tiempo. Pensaba guiarlos a un extenso campo donde no hubiese edificios ni gente, deshabitado, más allá de las afueras de camino a Tokio, que estaba al lado de Yokohama. Para ello, estaba siguiendo la autovía que llevaba a la capital, de poco más de 15 kilómetros.

Además, había estado alerta con respecto a aquellos extraños pájaros negros que habían estado sobrevolándolo allá a donde iba, vigilándolo, y supo que Sam estaba actualmente al corriente de sus movimientos y que se lo habrá estado informando a los demás. Se preguntó qué iban a hacer sus compañeros.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó la chica, dándole golpecitos en la cabeza.

—Ah... —se sobresaltó, esbozando una sonrisa—. Perdona, ¿decías algo?

—Que si quieres desayunar —sonrió a su vez.

—Mm... No, gracias, no tengo hambre. Aunque un chocolate caliente...

—¡Enseguida! —saltó, dándole un susto al joven, y se fue velozmente a la cocina tras la barra del bar.

Kyo observó a su alrededor. El local no era muy grande, pero era alargado y muy luminoso, pues uno de sus laterales entero era una larga cristalera continua. Él estaba en una de las mesas del lugar junto a las ventanas, y era el único que había allí además de un hombre vestido con un peto y con gorra, leyendo un periódico mientras tomaba un té, en la mesa del fondo. Era un granjero normal y corriente, por lo demás, todo estaba tranquilo. Debían de ser las ocho o así, y a través de la ventana podía ver los coches pasando por la autovía. Todo lo demás era un descampado y más allá había unos almacenes.

Quizá una de las razones por las que Kyo se seguía sintiendo tan decaído era por el ambiente. La mañana estaba gris, con niebla, hacía frío y humedad. Para los iris como él, ese clima era lo peor, y le afectaba físicamente.

De pronto se llevó la mano al pecho. Suspiró aliviado al sentir los dos rollos de pergamino en el bolsillo interior, y la pistola en el otro bolsillo. Todo estaba asegurado.

—Aquí tienes, un chocolate calentito —dijo la chica al acercarse a él con una taza, y se la dejó en la mesa—. Ten cuidado, ahora mismo está muy caliente, deja que se temple un poquito, no te vayas a quemar la lengua.

—Ah, tranquila —sonrió—. Muchas gracias.

—Chico, ¿has dormido bien? —le preguntó el dueño del lugar amablemente al mismo tiempo que se dirigía a otra puerta tras la barra que daba al almacén.

—Sí —contestó.

—¿Cuándo te vas? ¿Te quedas durante la mañana?

—No, me iré en breves.

El hombre le sonrió y se perdió de vista, y su hija fue con él a ayudarlo. Kyo miró la taza humeante, olía muy bien. Realmente estaba muy caliente, recién hecho, y a cualquier otra persona le quemaría la lengua si tomara un sorbo ahora. Pero no a él. Para él, ese chocolate estaba templado. El granjero estaba de espaldas a él, por lo que cogió tranquilamente la taza de chocolate y, con sólo tocarla, al poco rato el líquido empezó a hervir ligeramente. Mientras se lo bebía poco a poco, divisó por la ventana que estaba junto a su mesa a la bandada de pájaros negros volando en círculos por la zona, pero no tardó en desperdigarse y perderse de vista otra vez.

Se preguntó cuáles serían los elementos de las cuatro personas que le seguían de cerca.

En una RS, lo normal era que hubiera un iris de cada elemento, siendo nueve en total: el elemento Viento o Fuu dominaba en realidad la materia gaseosa, cualquier gas, por lo que eran inmunes la hora de respirar gases tóxicos, y podían manipular el aire, derribar, mover, elevar o hacer flotar en él todo tipo de cosas, incluso crear tornados, mediante soplidos o sacudidas de las manos, o con una simple orden mental para los más expertos; también, controlar la presión atmosférica, incluso las ondas de sonido propagadas por el aire. Los Fuu eran los iris más ágiles.

El Agua o Sui, que incluía el hielo y todo líquido que contuviese agua, podía generarla de su propio cuerpo desde las manos o la boca o manipular la de cualquier otra fuente, contando con sus estados fríos y sólidos como la nieve o el hielo. Los Sui eran los segundos más ágiles después de los Fuu.

La Arena o Suna podía dominar todo lo relacionado con ella, desde los minerales y las piedras o el hormigón del que estaban hechas las infraestructuras o el suelo, hasta el cristal y el vidrio. Los Suna de mayor nivel podían adquirir la habilidad de dominar los metales.

El Fuego o Ka podía manipular el mismo, incluidas las explosiones y la temperatura a la que lo emitían, por lo que podían controlar qué quemaban y qué no; podían generarlo desde el propio calor de sus cuerpos, controlarlo con las manos o soplándolo por la boca. En la KRS siempre hubo dos iris con este mismo elemento, cosa que no es usual. Antes eran el viejo Lao y su nieto Yousuke, pero como este último murió el año pasado, ahora eran Lao y su otro nieto, Kyosuke. Los Ka eran los iris con mayor fuerza física.

El Animal o Dobutsu, además de poder comunicarse con cualquier animal o insecto, permitía el control sobre su propio ADN, la biología animal, las células de su cuerpo, pudiendo modificar la configuración genética de estas y así adoptar rasgos propios de un animal, como escamas, pelaje, plumas, ojos modificados, colmillos, garras, aletas, branquias… Pero hasta ahora nunca ha habido nadie que haya conseguido llegar a la transformación completa, siempre adoptaban rasgos o miembros parciales. Eran los segundos más fuertes después de los Ka.

La Planta o Shokubutsu, igual que el anterior, dominaba la biología vegetal, pero, al contrario que el anterior, podía hacerlo tanto sobre otras plantas como en su propio ADN. Por tanto, podían tanto dominar la vida, el crecimiento o movimiento de otras plantas como modificar sus propias células y convertirlas en células vegetales, de modo que podían generar en sus cuerpos atributos como espinas, madera, sustancias o esporas. Con la inmensa presencia de organismos vegetales bajo tierra, podían incluso provocar un terremoto en tierra fértil.

La Electricidad o Den permitía generar la misma a partir de las células nerviosas que recorrían todo el cuerpo, cargar los electrones de cualquier ambiente aumentando la electricidad estática, pudiendo invocar rayos, relámpagos, campos electromagnéticos, y estos iris eran los seres más veloces del mundo.

La Radiación o Hosha dominaba energías como la térmica, la lumínica, la gamma, la ultravioleta, la nuclear e incluso las ondas de radio electromagnéticas. Con esto podían crear efectos secundarios, como modificar el clima, y eran los segundos más veloces después de los Den, pero también peligrosos si no tenían cuidado con las energías radiactivas.

Luego, estaba la Oscuridad o Yami. Se decía que dominaban las sombras y la oscuridad, pero como pasaba con el Viento, esos eran términos inexactos. Lo que dominaban era el vacío, la antimateria, como si fuera una fuerza energética que hacía desaparecer todo lo demás. Podían crear la oscuridad mediante campos de vacío, eliminando la materia lumínica, así como crear la nada absoluta, eliminando cada partícula de luz, aire o polvo de un lugar u objeto. Era un elemento complicado, ya que existían rumores de que, debido a la naturaleza o “personalidad” propia de este poder –pues los iris tenían personalidades o comportamientos propios de su elemento–, el iris Yami padecía una peligrosa tendencia al aislamiento y a la soledad, y este camino era todo lo contrario de lo que representaba ser un iris. Por eso, los iris de la Oscuridad eran más propensos a desarrollar la enfermedad del majin, que conducía a un iris, mediante grados, a convertirse en su opuesto.


Existía otro tipo de dominio, solo que no se trataba de un elemento natural, sino de una ley divina: el espacio-tiempo. En realidad, eran dos leyes divinas, pero trabajaban juntas. Para acortarlo, lo llaman el don del Tiempo, o don taimu en lenguaje de los dioses adaptado. Ni humanos, ni iris, ni siquiera los poderosísimos Zou, poseían este poder. Solamente había un tipo de criatura capaz de manipular el espacio y el tiempo, y solamente existían dos en el mundo: Agatha y Denzel. Se les llamaba taimu y ambos trabajaban también al servicio de la Asociación desde hacía algunos siglos.

Los taimu podían detener, acelerar y decelerar el tiempo, viajar a diferentes épocas y teletransportarse a cualquier lugar. Por ello, era un poder sin igual y temido por todos, ya que el taimu podía detener el tiempo en cualquier momento y hacer lo que se le antojase a su alrededor; era imposible vencerlo. Pero, por esta razón, estos dos taimu estaban bajo la vigilancia y supervisión de Alvion Zou, o del Zou que gobernase la Asociación en cada época. Al igual que los iris y los Zou, los taimu tampoco eran humanos, y estaban en la categoría de demonios, por su origen natural del Yin.

Una importante característica de este don era que se nacía con él por herencia genética, no se obtenía de otra forma. Al menos, es lo que se sabía por la única prueba existente hasta ahora: Denzel. Agatha fue creada por los dioses allá por el siglo XIII, no era una persona o un ser natural, pero funcionaba como uno. Desde su fase de bebé, creció y se crio en Inglaterra bajo el cuidado de una madre adoptiva. De adulta, pudo gestar descendencia humana, y tras varias generaciones y siglos, solamente un descendiente nació con su mismo don. Denzel sí era hijo de humanos, solo que heredó el poder de Agatha y su biología distinta, y esto hacía que él no fuera humano. Destacaban dos rasgos biológicos en los taimu: nacían ciegos, con ojos diferentes, y podían vivir varios siglos, teniendo un crecimiento y un envejecimiento del cuerpo diez veces más lento que el de los humanos. Por eso, se estimaba que podrían vivir aproximadamente hasta los 800 u 850 años.

La principal misión de Agatha y Denzel en la Asociación era recoger a los iris recién convertidos en cualquier parte del mundo después de que Alvion captase su nacimiento, y traerlos al Monte Zou mediante teletransporte para ser entrenados. Sin embargo, Denzel era, además, el segundo al mando de la Asociación desde que conoció al hijo del fundador hace tres siglos y medio, pues Denzel aportó grandes mejoras, entre ellas, sus Técnicas Espaciotemporales, que eran poderes extra que los iris, con su mente superior y con mayores habilidades energéticas, eran capaces de aprender siguiendo las directrices escritas en sus pergaminos y protegidas por un Sello especial.

Técnicas que creó Denzel podían ser la telepatía, poder borrar la memoria, poder hacerse invisible, poder atravesar muros, poder localizar cosas a distancia con la mente... Por norma general, cada RS sólo podía poseer un pergamino, una Técnica, y sólo el Líder podía aprenderla y efectuarla. Por ello, por ejemplo, el ex-Líder de la KRS, aparte de ser un iris Fuu, tenía la habilidad de leer la mente y borrar la memoria, era la Técnica que le asignaron.

La MRS tenía otro de los pergaminos, pero sólo ellos sabían cuál era su Técnica, y como tenían fama de ser una RS ansiosa por hacerse más poderosa, la posesión de un segundo pergamino robándoselo a otra para que su Líder tuviese dos técnicas era una forma. Eso iba contra las normas. Pero las RS a veces se peleaban entre sí como los hermanos de una familia numerosa que buscaban destacar por encima de los demás, y Alvion Zou, como el padre de esta enorme familia, lo dejaba pasar mientras no quebrantasen las normas más importantes. De no ser así, había castigos o sanciones para reformar la conducta.

Por tanto, aquel iris que quebrantase una norma grave que perjudicase a otros iris o miembros de la Asociación o a humanos inocentes, sería juzgado por el propio Alvion y sus monjes de mayor rango y condenado a cumplir una pena. Si quebrantara una norma menor que perjudicase a humanos inocentes, intercederían sólo los monjes y se harían cargo. Y si quebrantara una norma menor que perjudicase a otros iris, como era esta situación de Kyo y la MRS, normalmente se dejaba que los propios iris implicados lo solucionasen solitos, pero, si escalaba a algo más serio, los monjes intervendrían.


—Buenos días —oyó la voz de la niña de antes, despertando a Kyo de sus pensamientos.

El joven giró la cabeza y vio a esta limpiando con un paño la barra, sonriendo al recién llegado. Kyo se dio cuenta de que el granjero ya se había marchado, por lo que era el único cliente además del que acababa de entrar por la puerta. No podía verlo en ese momento, porque había un macetero cuya enorme planta le tapaba la vista, pero tampoco es que le importase mucho, de modo que siguió mirando por la ventana.

—¿Qué desea? —preguntó la niña al desconocido, dejando el paño sobre la barra.

Hubo un momento de silencio.

—¿Está tu padre, pequeña? —preguntó entonces el hombre, apoyando los codos sobre la barra y sonriéndole dulcemente. Su voz era igual de dulce y bonita.

Kyo sintió de repente un escalofrío que le puso la piel de gallina, pero no supo por qué.

—Sí, ahora lo llamo —contestó la chica, y Kyo vio que esta se metía por la puerta que daba al almacén.

El sitio quedó reinado por un silencio sepulcral, incluso incómodo. Sólo estaban ahí Kyo y ese hombre, y como al muchacho le picó la curiosidad, aprovechó para desplazarse con disimulo un poco más allá en el asiento para verlo. Se quedó paralizado por un momento, pues el hombre ya estaba mirando hacia él, y le estaba sonriendo. Ahí quieto, apoyado de costado en la barra, con una extraña calma.

Kyo apartó la vista al instante y volvió a moverse sobre su asiento para quedar de nuevo tras la planta. Le latía el corazón con rapidez, porque juraría que conocía a ese hombre de algo. Debía de tener veintitantos años. Tenía un cabello rubio de largas rastas bien cuidadas, recogidas en una coleta, y unos amigables ojos verdes. Su nariz era recta y afilada, así como su barbilla bien afeitada. Tenía un aspecto bien aseado, y vestía con ropa casual pero elegante, pantalón negro, zapatos de cordón, camisa blanca y una chaqueta de tela larga color gris oscuro.

Al poco rato apareció el dueño del bar. Su hija se había quedado en el almacén para continuar con su limpieza por él. Kyo no volvió a mirar hacia allá, pero sí que tenía la oreja puesta.

—Buenos días, ¿en qué puedo servirle, joven? —le preguntó amablemente el hombre tras la barra, acercándose a él.

—Vengo a recoger un paquete del señor Edogawa —contestó él con un tono de voz muy cortés.

—Oh, sí, ayer me dijo que lo guardara y que alguien lo recogería hoy —comentó el dueño—. Por seguridad, espero que no le importe, pero necesito que me dé su nombre, joven.

—Claro, faltaría más. Soy Izan.

—Correcto —asintió el dueño, y sacó de un armario cerrado con llave de detrás de la barra un pequeño paquete, una caja pequeña de madera sin mucho misterio—. Aquí tiene.

—Muchas gracias.

—Oiga... —titubeó el dueño—. Espero que no sea algo ilegal el contenido de esa caja. Yo... no querría tener problemas. El señor Edogawa siempre suele dejar aquí un pedido que al día siguiente viene a recoger alguien, y por mí encantado de guardarlo mientras tanto, pero... no sé qué es lo que entrega, y...

—Oh, no se preocupe —lo tranquilizó, llevándose una mano al pecho como gesto afectivo—. No es nada que le vaya a traer problemas a usted ni a su hija, se lo prometo.

—¿Qué es? ¿Puedo verlo? —apareció la hija del dueño de repente junto a su padre, sentándose sobre la barra y contemplando con curiosidad la caja de madera.

—Kairi, no seas maleducada —le reprochó su padre—. No es asunto nuestro.

—No importa —terció el joven de las rastas, y alzó la caja a la altura de los ojos de la niña, dedicándole su dulce sonrisa—. No es nada en especial, es que va a ser el cumpleaños de una amiga mía y quería regalarle esto. Le gustan este tipo de cosas.

Entonces abrió la caja con una pequeña llave y comenzó a desprender una bonita melodía. El interior era de terciopelo negro, y dentro había una bola de cristal sobre una base de madera, con purpurina disuelta en el líquido y con un castillo en miniatura sumergido. El joven la sacó y se la tendió a la chica.

—¡Qué bonito! —exclamó maravillada, agitando la bola.

El joven miró, pues, al dueño, y este le dirigió un gesto de agradecimiento.

—Bueno, si me disculpa, he de seguir limpiando el almacén.

—Por supuesto —contestó el rubio amablemente.

—Kairi, no entretengas mucho a este joven, pórtate bien —le dijo su padre antes de perderse de vista.

—¿Te gusta? Se llama “domo de nieve” —le preguntó el joven a la muchacha, posando una mano sobre su pelo.

—¡Sí! —sonrió, contemplando el interior de la bola.

Kyo no se encontraba bien en ese momento. En el mismo instante en que el joven había dicho su nombre, la primera reacción de Kyo fue tratar de escapar de allí lo más rápido posible. Pero antes de poder levantarse del asiento, su cuerpo dejó de responderle. Su corazón se había detenido durante unos cuantos segundos, se le había congelado la sangre. Le costaba mucho respirar, le faltaba el aire. Se miró las manos, y vio que le vibraban incesantemente. Todo su cuerpo temblaba y se le nublaba la vista intermitentemente.

Nunca se había sentido así, no sabía qué le estaba pasando, pero se ahogaba. Era como si le estuviera consumiendo un vacío... Completamente pálido, dirigió su mirada hacia el hombre. No debía hacerlo, pero no podía evitarlo, y de nuevo se encontró con sus ojos verdes, y su dulce sonrisa. Otra vez lo miraba a él. Ya no pudo apartar la vista, estaba en shock al confirmar que era él.

El joven llamado Izan volvió la vista hacia la niña, la cual seguía jugando con la bola, riendo. Kyo vio cómo la mano que Izan tenía sobre la cabeza de Kairi comenzaba a deslizarse lentamente hacia su rostro. Vio cómo sus dedos empezaban a arquearse, y, finalmente, contempló cómo la agarraba de la cara con una fuerza brutal.

La niña chilló con todas sus fuerzas, y a Kyo se le cortó la respiración, horrorizado.

La bola de cristal cayó al suelo haciéndose añicos. La chica seguía chillando, mientras empezaban a asomar ríos de sangre por debajo de la mano de Izan, cayendo por el cuello y pecho de la muchacha. Inesperadamente, de una sacudida, Izan le arrancó la cabeza de cuajo, la sangre salpicó los alrededores y el cuerpo mutilado de la chica cayó al suelo, inerte.

Entonces, Kyo parpadeó.

—¡Jaja, toma, espero que le guste a tu amiga! —sonrió Kairi, devolviéndole la bola al joven.

—Yo también —rio él, guardando la bola en su caja—. Es un bonito regalo.

—¡Sí!

No fue real. No pudo ser real. Kyo se desplomó sobre el sofá en el que estaba sentado, temblando, con la mirada vacía, intentando respirar por su vida. En su mente se repetía la escena en la que Izan le arrancaba la cabeza a la muchacha, una y otra vez, inevitablemente. Había sido una alucinación, pero pareció tan real…

—Bueno, me voy —declaró el joven, acariciando el pelo de Kairi—. Que tengas un buen día, bonita.

—¡Igualmente! —sonrió alegremente, despidiéndose con la mano—. ¡Vuelve otro día!

Kyo consiguió obtener suficiente oxígeno en el cerebro como para levantarse y salir a toda mecha por la puerta trasera del bar, dando tumbos y chocándose con todo lo que había por medio, hasta que al salir al descampado donde había unos contenedores y un par de camiones, devolvió. Casi sintió que se le iba el hígado por la boca, y clavó las rodillas en el suelo, apoyando las manos sobre la tierra. Intentó respirar hondo, pero no podía.

Tenía la vista clavada en el suelo. Y no tardó en aparecer una sombra ahí, una sombra especialmente opaca proyectada en el suelo. Levantó la mirada y se le encogieron las pupilas al instante. El joven de antes estaba ahí, delante de él. Le sonreía. Se inclinó hacia él y le tendió una mano.

—¿Estás bien?

Kyo apartó su mano de una sacudida y se arrastró por el suelo lo más lejos de él que pudo, hasta chocar con uno de los contenedores. A partir de ahí no se atrevió a moverse, y no apartó la vista de él.

—Qué gracioso —rio Izan simpáticamente, volviendo a erguirse y echándose las rastas a un lado—. ¿Te ayudo? No tienes buen aspecto.

Kyo sintió cómo su temblor aumentaba, y sudaba frío.

—Ichi… —masculló—. Sigues vivo… todos estos años…

—Yaaa, me he perdido por ahí durante demasiado tiempo, ¿verdad? —se rascó la nuca inocentemente, fingiendo unas disculpas—. No llamo… No escribo… Han sido unas vacaciones muy largas. Pensé que ya era hora de dejar de holgazanear por el mundo y volver al trabajo.

—¿Trabajo? —repitió Kyo, todavía respirando con dificultad—. ¿En… la Asociación?

—¿Qué? ¡Oh, no, por Dios! —se rio con ganas—. Dimití por una razón. Horario continuo, jefe explotador, clientes desagradecidos… No, no, por favor, yo ya pasé de eso, hahah… Ahora tengo un nuevo proyecto —dijo con una sonrisa más sádica y un tono más áspero, y Kyo notó cómo sus ojos verdes se le clavaban en los suyos—. Oye, ¿seguro que no quieres que te ayude…?

—¡No te acerques a mí! —le gritó, sacudiendo un brazo, y lanzó una llamarada de fuego de advertencia.

—¿Por qué tanta hostilidad hacia un viejo conocido? Vamos, no seas así —dijo felizmente—. Tu abuelo y mi padre eran mejores amigos. Deberíamos llevarnos bien.

—¡Intentas engañarme! Dicen por ahí que…

—¿Qué? —le interrumpió, sonriendo—. ¿Que me largué porque tenía la enfermedad del iris? ¿Que me he vuelto malvado, oscuro y todas esas cosas? ¿Corren rumores de que he llegado a la última y peor fase de la enfermedad, y ahora soy una persona completamente distinta y más poderosa? Veo que habéis estado sacando numerosas conjeturas después de que me fuera, ¿tanto me echáis de menos?

—Acaban de dejar de ser conjeturas —Kyo apretó los dientes—. Por lo que veo, todo es totalmente cierto. Ya no eres quien eras con nosotros. Tú ya no eres Ichi.

—Bueno. Es cierto que siempre fui Ichi para vosotros. Ichi es todo lo que yo era antes. Pero ya no soy el de antes. Ahora soy Izan.

—¿¡Cómo has podido dejar que te pasara…!? Te has convertido en tu extremo opuesto, ¡un arki!

—Qué extraño, lo dices como si no fuera lo mejor que me ha pasado en la vida. Hahah… La única diferencia que hay entre un arki y un iris es que un arki es más inteligente y lógico, Kyo —se encogió de hombros—. Un momento, eres Kyosuke, ¿verdad? A juzgar por el tatuaje que tienes en el lado derecho del cuello, no eres Yousuke, que lo tenía en el lado izquierdo. Y es el tatuaje de la KRS, lo que quiere decir que tú también te has convertido en iris oficial. Debo adivinar que entonces Yousuke ha muerto, lo viste, te convertiste, y ahora ocupas su lugar. Él quería vengar la muerte de vuestro padre, no pudo, y ahora tú tienes que vengar la muerte de tu hermano. Menuda lástima, You me caía bien, era un magnífico compañero…

—¿¡Qué sabes de eso!? —saltó Kyo—. ¡Has estado desaparecido todos estos años!

—Oí por ahí que fueron los miembros terroristas de Bin-Bak los que mataron a You el año pasado. Los mismos que mataron a vuestro padre hace diez años a pesar de que él era un simple humano. Y los mismos cabrones que mataron a mis padres hace dieciséis años. Válgame el cielo… Sin duda esos humanos terroristas no son moco de pavo —se rascó la barbilla.

—¿Por qué has vuelto? —se hartó Kyo, llevándose una mano a la cabeza, que le dolía a rabiar—. ¿Dónde has estado todos estos años? ¿Qué es lo que tramas? Joder, ¿qué me has hecho? —agonizó, viendo que aún le temblaban las manos.

—Vaya —suspiró, chasqueando la lengua—. Quizá me he pasado un poco haciéndote ver esa alucinación. ¿No te ha gustado? Es una de mis nuevas habilidades. No tengo nada en contra de esa niña, de verdad —sonrió, y luego miró el reloj de su muñeca—. Oh, se me hace tarde. Bueno, saluda a los demás de mi parte, ¿vale? Da svidanya!

Despidiéndose con la mano y dando un paso atrás, Izan desapareció. Su cuerpo se convirtió en un remolino de sombras, en humo negro, y se esfumó en el aire.

Kyo siguió ahí paralizado, su cuerpo no le respondía. Lo que más le dejaba perplejo, era lo de la alucinación. ¿Cómo lo había hecho? Era algo imposible, esa habilidad no existía, esa técnica, que él supiera, no la había creado Denzel como todas las demás. ¿Izan tenía el poder de manipular la mente? Kyo sentía que aún lo tenía en la cabeza. Estaba completamente decidido. En cuanto pudiese, iría a hablar con el ex-Líder sobre lo que había pasado, no porque quisiese hacerlo, sino porque debía hacerlo. Tenía que decírselo a toda costa. Izan había vuelto.


* * * *


Un poco antes del mediodía, en la habitación de un hotel de Tokio, se oían continuos golpecitos en la puerta que la fueron despertando poco a poco, hasta por completo. Cleven se desperezó entre el edredón, frunciendo el ceño con extrañeza. Pensó que tal vez sería un botones o el servicio de limpieza, así que, medio dormida, fue a abrir la puerta de la habitación.

Se encontró con un chico joven que a primera vista lo identificó con el idiota de su clase, Drasik, pero, incrédula, se frotó los ojos y después los abrió bien. No, no era él, menos mal, se dijo. Era un chico normal, abrigado con gorro de lana y una ancha chaqueta vaquera. Sujetaba en una mano una bolsa de plástico que tenía varios bultos en su interior, y estaba mascando un regaliz rojo, colgando de su boca. Con la forma de mirar fijamente a Cleven, ahí quieto y con el regaliz en la boca, recordaba a un hámster realmente gracioso.

—¿Eh? —consiguió pronunciar Cleven, entornando los ojos con confusión.

El chico se quitó el regaliz de la boca.

—¿Comida turca? —preguntó.

—No, qué va... —contestó—. No la he pedido.

El chico frunció los labios con sorpresa, y sacó un papelito del bolsillo de su pantalón.

¡Ay, mierda! —exclamó de tal manera que Cleven pegó un brinco del susto—. ¡Sabía que lo escribió al revés! Le tengo dicho al compa que marque una base bajo el número…

Cleven se quedó en el sitio, no entendía el idioma en el que se puso a hablar de repente.

—Eh… ¿Estás bien? —le preguntó.

—Aha… —sonrió de pronto—. Disculpá las molestias. ¿Vos… podés decirme por qué lado queda la habitación 89? Es que lo leí al revés por error en el papel, y pensé que debía ir a esta habitación, la 68. Perdón de nuevo.

—Es por esa dirección —contestó Cleven, señalándole a la izquierda—. Y no te preocupes, no ha sido molestia, de hecho, me has hecho un favor despertándome ahora.

—Uf… Me alegra oírlo. Muy amable, muchas gracias —se inclinó educadamente, y se marchó para allá.

La joven permaneció unos segundos en la puerta, recapacitando. Qué chico más simpático y educado, pensó, pero ¿por qué le sonaba tanto? Tenía un parecido facial demasiado notable con Drasik.

Volvió a meterse en la habitación para vestirse y salir a comer fuera. A pesar de haber dormido bastantes horas, se encontraba cansada y con dolor de cabeza. Eso le pasaba por beber. Aunque hubieran sido dos copas. Tenía planeado ir después de comer a la dirección que consiguió en el instituto y comprobar si su tío aún vivía ahí.

Mientras se aseaba en el baño, fue recordando lo que vivió la noche anterior. Lo primero, la parte de Raijin. Seguía sintiéndose incómoda con lo que le dijo, así que decidió no darle más vueltas. Lo segundo, cuando vio a Lex y a Riku. No se lo esperó, desde luego.

La última vez que vio a Lex fue en la fiesta de Hatsumode, después de Fin de Año, hace un par de semanas. Por mucho que su padre y su hermano mayor no se hablaran, Lex al menos venía a ver a sus hermanos en Fin de Año y en otras festividades que solían ser familiares.

En el pasado Hatsumode, como muchas otras familias que seguían la tradición, fueron todos a hacer la primera visita del año al templo y pedir deseos, suerte y prosperidad para el nuevo año. Todos vistieron con kimonos, y Cleven llevaba el de su madre. Estuvieron el día de paseo por los recintos del templo, ella, su padre, Hana, Yenkis y Lex, que también había traído consigo a su novia Riku y a los padres de esta.

Cleven y su hermano pequeño estuvieron todo el tiempo armando alboroto con Lex, dándole la lata, pidiéndole que los invitase a un refresco, que los llevase a las atracciones del festival, etcétera, mientras Riku se quedaba con sus padres y con Hana y Neuval, hablando tranquilamente, visitando las exposiciones. Lex y su padre se ignoraban completamente, y aunque esto debería ser un poco incómodo para el resto, el hecho de haber sido así durante tanto tiempo ya los había acostumbrado.

Después, el último día, iban a la cena de la empresa de Neuval, donde iban todos los gerentes de la multinacional con sus familias. Todos procedían de varios países, en los que Neuval tenía distribuidas sus empresas. Ahí Cleven se dedicaba a jugar con Yenkis y los demás niños que había, para evitar el aburrimiento más que nada, e incluso el mismísimo viejo Lao se les unía y se ponía a jugar con ellos al pilla-pilla, dando el espectáculo y avergonzando a Neuval, como siempre.

Cleven se acordaba de ese viejo que siempre iba con su padre, se partía de risa con él y al mismo tiempo se preguntaba qué hacía un hombre así de simpático con su padre, que no pegaban ni con cola. Mientras tanto, Neuval y Hana entablaban conversaciones amistosas con los demás miembros de la empresa, y Lex se quedaba a solas con Riku, pasando el tiempo.

Y, como todos los años, no había ni un solo gerente que no se acercase a Neuval para decirle lo asombroso que era su hijo mayor, diciéndole cosas como: “Llegará muy lejos, este Lex, ¡y su chica es muy bella!”, o “Qué pena que no siguiera tus pasos, pero es un joven muy prometedor en su trabajo”, o “Debes de estar orgullosísimo, Lex es un médico excepcional”. Era cierto que Lex siempre había sido increíblemente listo, aplicado, responsable, atlético, con una media muy alta en todos sus estudios, e incluso se graduó en Medicina con especialización en Neurología en tiempo récord. Así que Lex era neurólogo. El chico perfecto. El hijo, el alumno, el ciudadano perfecto.

Y a todos estos comentarios, Neuval siempre respondía con monosílabos, forzando una sonrisa que ocultaba su pesadumbre, asintiendo a todo lo que decían. Cleven creía que su padre no pensaba igual que sus compañeros de trabajo, porque solía cambiar de tema enseguida, como si no le importara. Pero la verdad era que el sentimiento de culpa en Neuval era tan grande que era incapaz de hablar sobre Lex con otras personas.

Al final de la cena, llegaba el momento en que Neuval tenía que decir su obligado discurso de motivación de todos los años sobre la esperanza que ponía en la multinacional para el nuevo año, ya que él era el máximo director y creador de esta multinacional. Cleven nunca entendió por qué en esta parte de la velada, varios hombres y mujeres, empleados de la empresa, lloraban en silencio o con disimulo. Ella pensaba que esos adultos estaban un poco locos. Sin embargo, eran lágrimas de largas y trágicas historias que habían podido dejar atrás gracias a Neuval, lágrimas del más inmenso sentimiento de gratitud por él. Porque muchas de esas personas que estaban ahí, no sólo habían sido contratadas para un empleo, habían sido salvadas de anteriores vidas terribles o miserables.

Mientras Cleven se lavaba los dientes, se acordó de otra cosa de aquella cena que la dejó un tanto intrigada. Había una mujer mayor, que llevaba su largo cabello blanco recogido en un alto moño con unos preciosos palillos, del que luego le caían unos mechones por la espalda y, a juzgar por el estilo de vestido que llevaba, Cleven dedujo que era china. Esa mujer se acercó en un momento a su padre para hablarle a solas, junto a la mesa de los canapés. Como Cleven estaba cerca de ellos y le picó su famosa curiosidad, los espió, escondiéndose al otro lado de la mesa, y oyó una extraña conversación:


«—Neuval. No estaba segura de contártelo, pero… verás, estuve varios días en París por asuntos trabajo, hace un mes.

Él la miró enseguida con intranquilidad.

—Por favor, no me digas que has husmeado…

—Lo siento, no pude evitarlo —dijo ella—. Necesitaba averiguarlo. Ya se han cumplido los 35 años, Neuval, sabes que debíamos estar al tanto de esta fecha. Es por tu seguridad.

—A estas alturas, es su seguridad la que peligraría ahora —masculló Neuval con un deje áspero—. ¿Y bien? ¿Lo has…? —carraspeó un poco para recuperar la firmeza en su voz, pues le tembló un poco—. ¿Llegaste a verlo?

—Sí. Desde la distancia. Fui cuidadosa.

Cleven, sin entender nada, vio cómo su padre suspiraba nervioso.

—¿Cómo lo viste?

—Viejo —contestó la mujer—. Delgado… alicaído… Parecía de lo más inofensivo mientras salía de la cárcel.

—¿Lo seguiste? ¿A dónde fue?

—Cogió un taxi. Se fue directamente al barrio de Ferraille.

—Oh... —murmuró Neuval, agachando la cabeza—. Regresó a casa…

—No pude ver mucho más. No parecía haber nada fuera de lo normal. Supongo que ahora disfrutará de la libertad en los años que le quedan.

Cleven se asomó en ese momento un poco y vio la cara llena de odio que tenía su padre, vio cómo apretaba los puños dentro de los bolsillos del pantalón.

—Debería haber muerto en la cárcel.

—Neuval —le sonrió la mujer china, tomándolo suavemente de las mejillas para mirarlo a los ojos—. No digas eso. Ya ha cumplido con su condena y ahora le toca morir solo.

—¿Solo? —se sorprendió.

—Sí. Lilian no estaba por ningún lado. Quizás lo haya abandonado, o quizás se haya marchado a otra parte. No se sabe nada de ella. Así que Jean ahora está solo.

—¿Ella sigue viva? —preguntó amargamente.

—No se sabe. Pero ya está. No hay más, Neuval. Ahora, olvidemos este asunto. Disfruta de esta noche, ¿de acuerdo?

Cleven vio que su padre asentía con un suspiro. Después, aquella mujer mayor le dio un tierno beso en la frente, y ambos se volvieron a adentrar en el ambiente. Permaneció ahí agachada un momento, preguntándose de quiénes estaban hablando, y quién era esa mujer mayor que tanta confianza tenía con su padre. Esa forma de besar a Neuval en la frente, parecía un beso maternal; o eso, o es que le tenía mucho cariño. Se le ocurrió preguntar por esto último a su hermano mayor, por lo que se levantó y se fue a donde estaba Lex.

—¿Esa mujer? —preguntó su hermano—. Pues... es Ming Jie Lao, la exmujer del señor Lao, el viejo que siempre anda con papá. A pesar de estar divorciados, el viejo Lao viene cada año con ella.»


A Cleven le llamaba la atención la relación que tenía su padre con aquella mujer mayor. Tal vez sería tan amiga de él como lo era el viejo Lao, nada más, pensó.

Ya preparada, cuando se metió en el ascensor, se topó ahí dentro con el chico de antes. Se lo pensó un momento antes de entrar, pero al ver que este sonrió como saludo, le devolvió la sonrisa y se metió. Ambos esperaron en silencio, sin mirarse, actitud propia de dos desconocidos. Entonces a Cleven se le cruzó un rayo luminoso por la mente. «¡Lao, ese viejo que se apellida Lao!» pensó, «¡Ah, de eso me sonaba el apellido de ese chico de mi clase, Kyosuke! ¿¡Es su hijo!? No, es demasiado joven…».

—¡Claro, ese viejo es su abuelo! —exclamó a los cuatro vientos, de modo que el chico que iba a su lado se pegó contra la pared del ascensor del susto que se dio—. ¡O sea que ese chico es el nieto del viejo que trabaja con mi padre! ¿¡No!? —preguntó a nadie en especial, pero mirando al chico.

—Si… si vos lo decís… —titubeó aturdido.

Cleven puso una mueca avergonzada, mirando al frente firmemente.

—Uy... perdona —murmuró.

Se vieron envueltos en otro momento de silencio, mientras el ascensor llegaba a la planta baja. Al abrirse las puertas, ella fue a salir la primera, pero de pronto sonó un estruendoso rugido que los dejó paralizados a los dos. La cara de Cleven se volvió tan roja como su pelo. Se agarró el estómago. Sin embargo, vio que de repente el chico le tendió un papel, mientras salían del ascensor. Ella, confusa, lo cogió y lo miró.

«Hey, ¡este es el restaurante Kebab que Raijin me enseñó el otro día!» pensó, observando el folleto del local. «Se paró delante y en silencio, como hizo con los demás sitios de interés mientras me guiaba por las calles. Si Raijin me señaló este sitio, es que a él le parece un buen sitio. Además, está a dos calles del hotel. Puede estar bien. Tenía planeado ir a la cafetería de Yako, pero… la verdad es que me da cosa la posibilidad de encontrarme con Raijin allí, después de lo de anoche…».

Luego pensó que el chico del ascensor había sido muy perspicaz al darle el folleto del restaurante tras escuchar los rugidos de su estómago.

—¡Oye! —lo alcanzó a la salida del hotel, y el chico se paró.

—Oh… Si no te convence, podés darme el folleto de regreso —dijo el chico con tono de disculpa—. Es que tengo la obligación de repartirlos cuando pueda…

—No, de hecho, me gustaría ir ahora a comer a este sitio —le sonrió—. Ahora mismo estoy bastante pelada, y veo que aquí los precios son muy bajos y los platos grandes.

—¡Ah, sí! Pero que eso no te engañe —sonrió el chico también, y se fueron caminando juntos por la calle—. La comida es de calidad, te lo aseguro. ¿Querés que te indique dónde…?

—Sé dónde está el lugar. ¿Tú vas para allá ahora? Si no te importa que te acompañe… Sería raro ponernos a caminar ahora por la misma acera ignorándonos.

—Hahah… Claro que no me importa, por favor. Además, seguro que la jefa me da un plus por traer conmigo a una cliente en persona.

—Si la veo, le hablaré bien de ti y de tu servicio, tranquilo.

—¡Mirá que sos amable! —se rio el chico.

Tras escasos minutos, llegaron al lugar. Era un local no muy grande, pero bien acogedor. Las paredes estaban decoradas con algunas telas de colores, y las sillas eran más bien bancos y banquetas de madera. Estaba lleno de gente de todo tipo, había buen ambiente. Cleven sonrió, fue buena idea ir allí.

—Disculpame, voy a anotar el pedido entregado y enseguida te llevo a una mesa —le dijo el chico, yéndose hacia la barra.

—Vale —asintió, y permaneció en la puerta sola, esperando y aprovechando para echar un vistazo.

No sabía en qué mesa iba a sentarse, porque todo estaba lleno. Observó a todas esas personas riendo y hablando sin parar, de modo que había una de ellas que destacaba notablemente, porque no reía, ni sonreía… ni parecía estar vivo.

—No me fastidies... —musitó Cleven, boquiabierta.

En una pequeña mesa del fondo, ahí estaba sentado, el único rubio del lugar. Tenía la cabeza tumbada sobre los brazos encima de la mesa, con los ojos cerrados y un vaso de cerveza casi vacío reposando al lado. Parecía estar durmiendo, y con esa imagen, Cleven casi se derrite. Pero sacudió la cabeza para espabilarse y se lo quedó mirando fijamente, pensativa.

—Esto está muy lleno —apareció el chico de antes a su lado—. Si vos querés esperar un poco, estoy seguro de que en diez minutos…

—No importa —terció la joven—. Me sentaré allí —le señaló la mesa del fondo.

—¿Allá? ¿Con ese? ¿Estás segura? —se sorprendió—. Te aviso que ese chico está hoy de mal humor.

—No, si ya lo conozco.

—Oh…

—¿Tú también lo conoces?

—Sí, Raijin y yo vamos a la misma facultad de Medicina. Además, vivimos puerta con puerta. Es mi vecino.

Cuando el chico le indicó que pasase sin problema, ella se dirigió allí. Se sentó en el taburete de enfrente con cautela, por lo que Raijin no se enteró. La joven se quedó observándolo con mariposas en el estómago como una buena acosadora. Dormido parecía un verdadero ángel. No pudo evitarlo, casi fue sin pensarlo, le apartó un mechón de pelo de los ojos con sutileza… y de pronto Raijin se irguió, pegando un brinco del susto. Cleven apartó la mano de golpe al sentir un calambre, también con susto. Raijin se la quedó mirando con cara adormilada y sorprendida a la vez. Ella le sonrió, un poco nerviosa, y finalmente el rubio dio un fuerte suspiro.

—Joder… —musitó mientras se frotaba los ojos—. Me estoy empezando a plantear si denunciarte por acoso o no...

—¡Oye! —protestó Cleven.

—Me sigues a todas partes —dijo, clavándole unos ojos recelosos—. ¿Por qué no me dejas en paz?

—Estoy aquí por pura casualidad, te lo juro. Y no había más mesas libres donde sentarme.

—¿Libres? —se mosqueó Raijin, y clavó un dedo en la mesa—. ¿Soy transparente o qué?

Cleven le sacó la lengua con burla como respuesta, y en ese momento apareció el chico de antes con una libreta en la mano.

—Hola, Rai, buena compañía, ¿eh? —le dijo con sorna al rubio.

—Eliam, ¿la has sentado tú aquí? —gruñó.

—No, ella quiso —contestó, y Raijin miró a otro lado, pasivo, dando otro suspiro—. Bueno, ¿qué vas a tomar?

—Lo que sea que no sobrepase los 600 yenes —respondió Cleven—. No llevo más encima. Me fío de ti.

—¿Lo que sea? Está bien —sonrió, y apuntó algo en la libreta—. No te defraudaré.

Raijin miraba a uno y a otro, con una mueca confusa.

—¿Qué es esta confianza? ¿Os conocíais?

—Hahah, qué va, nos acabamos de conocer —se rio Eliam—. Fui a entregar un pedido al hotel de aquí cerca. Una confusión con el número y coincidir en el ascensor fueron los responsables.

—Y me alegro, ya que últimamente cuesta encontrar gente simpática que te trata bien —se rio Cleven también.

Raijin supo de sobra que aquello fue una indirecta directa contra él. Le lanzó a Cleven una mirada enfurruñada.

—¿Sabes lo que cuesta encontrar últimamente también? Espacio y privacidad —respondió de vuelta.

Eliam los estuvo observando muy quieto, moviendo sólo los ojos, notando a distancia la tensión que había entre esos dos. Pero más que incomodarle, le resultó interesante, porque era raro ver a Raijin respondiendo a comentarios provocativos, cayendo en ese tipo de juegos infantiles y expresándose como un humano.

—Si quieres espacio, puedes irte —le espetó Cleven—. Parece que ya has terminado de consumir, ahora sólo estás ocupando una silla que podría ocupar otro consumidor.

—Yo de aquí no me muevo —refunfuñó Raijin—. Jones, tráeme otra cerveza.

—Marchando.

—¿Eh? —saltó Cleven, mirando al chico—. ¿Jones? ¿¡Te apellidas Jones!? Ay, madre, te pareces tanto a… ¿Tú no serás por casualidad… un familiar de Drasik Jones?

—¿De qué conoces a Drasik? —preguntaron Eliam y Raijin a la vez, lo que la sorprendió mucho.

—Eh… estamos en la misma clase del instituto —contestó, mirando un momento a Raijin, sin entender por qué él también había preguntado.

—No te acerques mucho a él —volvieron a decir los dos al unísono, tan seriamente que la joven se sobresaltó.

—No, si eso lo tengo muy claro... Pero ¿por qué...?

—Mi hermano tiene ese maldito imán para las chicas lindas —le explicó Eliam—. Es capaz de conquistarlas y entonces ellas no tienen escapatoria, en serio, mejor no te acerques a él. ¿Te hizo algo molesto ya?

—No, pero va por ese camino —masculló entre dientes, entendiendo ya a qué se refería—. ¿Tú también conoces a Drasik, Raijin?

—Evidentemente —contestó Eliam—. Si yo soy vecino de él, Drasik también.

—Ah, claro —cayó.

Eliam se marchó con el pedido y Raijin y ella se quedaron solos otra vez, sentados en la misma mesa, uno frente al otro. Entonces habló Cleven.

—¿Cómo es que estabas durmiendo aquí? No es muy usual algo así en un restaurante.

—Porque tengo sueño —gruñó, mirando a otra parte.

—No, claro, supongo —dijo con ironía—. ¿Volviste a casa tarde ayer? Seguro que sí.

—No. No tengo mucho tiempo para dormir.

Cleven bajó la mirada, sin saber qué más decir. Al menos, ya había conseguido hacer que hablara con ella, y eso era un paso muy importante, lo que la hizo bastante feliz. Tal vez ya se había acostumbrado a ella y a sus interrogatorios. Estuvieron un rato en silencio, pero estaba segura de que él todavía no había olvidado las rudas palabras que ella le dirigió anoche. Estaba un poco arrepentida, y no podía permanecer así mucho tiempo.

—Oye… —empezó—. Siento lo que te dije anoche, me pasé un poco.

—Déjalo —la cortó, y entonces la miró a los ojos brevemente—. No tienes que disculparte.

Cleven se sorprendió un poco por lo que acababa de decir. ¿Que no tenía que disculparse? ¿Significaba eso que Raijin había aceptado lo que le dijo anoche? No se lo esperaba para nada. ¿De verdad podría haber una pizca de debilidad en él? Cleven no podía verlo, pero la barrera de hielo que cubría el corazón del rubio ya se había empezado a resquebrajar.

—Bueno… ¿Qué haces aquí? —le preguntó ella para cambiar de tema—. Creía que estarías en la cafetería de Yako.

—No —murmuró amargamente.

La joven no supo por qué, pero intuía que Yako y él estaban enfadados el uno con el otro. «¿Qué habrá pasado?» se preguntó con asombro.

—¿Yako está enfadado contigo? —quiso saber.

—No.

—Entonces tú con él.

—¡No! —saltó molesto—. Es que no me apetece verlo ahora, ¿vale? No te metas donde no te llaman.

Cleven suspiró cansada.

—Vale, perdona. Yo sólo… Es que me preocupo.

Raijin la miró en ese momento, en silencio, mientras ella miraba a otro sitio. La estuvo observando sin que ella se diese cuenta durante un buen rato, de una manera bastante intensa. Sólo cuando llegó Eliam con el plato de Cleven y su cerveza, apartó enseguida la vista de ella con disimulo. Cleven le dio las gracias a Eliam y este volvió a irse, y miró su kebab con ojos brillantes. Raijin vio de reojo cómo la joven se frotaba las manos y comenzaba a engullir la comida, idéntica a un híbrido mitad pato mitad cerdo, con lo que pudo confirmar que esa chica era una auténtica criatura de circo.

—Raijin, dimem... —comentó Cleven con la boca llena—. ¿Qué vaff a haffer luego? —tragó la comida y levantó una mano con vehemencia—. No es que pretenda seguirte ni nada de eso —le aseguró—. Es simple curiosidad.

El rubio apoyó la cabeza en una mano y miró hacia otro lado. A Cleven le sorprendió descubrir en él una expresión bastante más apaciguada.

—Voy al cementerio —contestó.

Iba a darle otro bocado al kebab, pero Cleven se detuvo y se lo quedó mirando, algo incómoda. Fue a decir algo, pero se abstuvo. Adivinó que tal vez iría a visitar a algún ser querido fallecido, y se dio cuenta de que nunca se habría imaginado algo así por parte de él. Ya sabía que Raijin lamentaba esas pérdidas, expresando su apatía hacia el mundo. Y, aun así, visitaba a sus seres queridos. Había gente que no lo hacía, por olvidar el pasado, pero él no.

Cleven carraspeó un poco y miró a otra parte, sin decir nada, y continuó comiendo tranquilamente. Vio por el rabillo del ojo que Raijin la estaba observando, y se puso algo nerviosa, ruborizándose. Le extrañaba mucho que la estuviese mirando de aquella manera, tan seria y detenidamente. «¿Qué le pasa ahora?» se preguntó, «¿Tengo la cara manchada de salsa? Seguro». Fue a limpiarse con la servilleta, apurada, pero se quedó congelada cuando Raijin le hizo una pregunta inesperada.

—¿Vienes conmigo?





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