1º LIBRO - Realidad y Ficción
Cleven volvió a mirar la puerta de entrada, a unos metros tras ella, y luego al interior del local. Así, repetidas veces. Jamás en la vida había podido imaginar que existiese un lugar así en su ciudad. Era el local más grande que había visto, y por ello pensó que, si se adentraba un paso más, se perdería.
Cuando estuvo segura, se integró entre la masa de gente, en pos de buscar a Raijin y a Yako. La mayor parte de la gente iba ya bebida. A Cleven se le clavaban sus risotadas y sus gritos en los oídos, junto con la música pop que estaban emitiendo en ese momento.
El local estaba constituido por una sala central de baile enorme, al bajar unas escaleras desde la entrada. En un lado estaban instaladas las máquinas de mezclas, que abarcaban un gran perímetro, con tres DJ pinchando en ese momento y bailando también al ritmo de su música, y a sus espaldas se proyectaban imágenes variadas y luces móviles de colores. Al otro lado, subiendo unos escalones desde la abarrotada pista de baile y recorriendo una larga pared circular, estaba la barra del bar, con sus tres camareros guapos y sus tres camareras guapas sirviendo copas sin descanso. Finalmente, había una zona muy amplia de butacas y mesas para sentarse y descansar, decorado con plantas y modernas lámparas de luces suaves que oscilaban como ondas en el agua. Y esto era la primera planta.
Cleven optó por salir de la pista de baile, harta de los accidentales empujones que recibía, y subió a donde estaba el bar para ver mejor desde allí. Había demasiada gente, por desgracia, y pensó que en la vida encontraría a esos dos. Suspiró y se cruzó de brazos, pensando qué podría hacer.
Ese momento fue óptimo para que una vocecita maliciosa resurgiera una vez más en su cabeza. «¿Qué? ¿Te vas a quedar así toda la noche?» le dijo, «¡Estás en una disco de adultos! Estando dentro, te has convertido oficialmente en una mayor de edad. ¡Y mira lo que tienes detrás!». Cleven giró sobre sus talones para echar un vistazo, y se encontró con la estupenda barra del bar, con todas sus botellas con líquidos de colores...
Sus pies se movieron automáticamente hasta la barra. Una camarera se acercó a ella y, ya que la música estaba muy alta, le hizo un simple gesto interrogativo con la cabeza.
—¡Sí! —gritó Cleven para que la oyese, inclinándose hacia ella—. ¡Póngame un Kozou con doble de Everling y un culín de Sadorokovski! ¡Pero el Everling número 17, no el 16! ¡Y que el Kozou esté frío! ¡Luego agite la mezcla tres veces, ni una más ni una menos! ¡Y la rodajita de lima, por supuesto!
La camarera se la quedó mirando un momento sin poder reaccionar, asimilando el pedido y, tras comprenderlo, asintió con la cabeza y fue a prepararlo. Sí... Cleven sabía mucho de estas cosas.
Mientras esperaba, apoyando espalda y codos perezosamente sobre la barra, siguió buscando con la mirada a Yako y a Raijin, pero a los pocos segundos vio que se le acercaban dos tipos con un paso sinuoso, sonriéndole estúpidamente. Cuando se posaron como dos felinos frente a ella, la joven entornó los ojos con fiereza.
—Hola, pelirroja, ¿de dónde eres? ¿Hablas mi idioma? —dijo el de la derecha, inclinándose un poco hacia Cleven y observándola desde todos los ángulos como un buitre.
—Disculpa, ahora estoy ocupada, y me gustaría estar sola —le dijo mientras movía la cabeza de un lado a otro para poder seguir buscando, pero ellos seguían en todo el medio.
—¡Hablas muy bien japonés! —le dijo el otro—. ¿Cómo es eso?
Cleven pensó que, si satisfacía las preguntas de curiosidad de esos dos, la dejarían en paz.
—Soy japonesa. Pero no he venido aquí para socializar, así que, por favor, si me dejáis sola para continuar mis asuntos…
—¡No me lo creo! —se rio uno—. Con ese color de pelo y esos ojazos… ¡Aaah! ¡Seguro que eres medio japonesa y medio otra cosa!
—¿Por qué no te vienes con nosotros a la zona íntima? —la invitó el otro.
No parecían entender lo que Cleven les estaba diciendo, y quizá fuera porque iban algo ebrios, o quizá porque estaban acostumbrados al juego de insistir y a tener éxito con eso. Por ahora, sólo estaban molestando, pero no haciendo daño. Cleven tampoco quería ser grosera o violenta con ellos porque ella únicamente lo era cuando los demás habían sido groseros o violentos con ella primero.
La verdad es que esto era algo que siempre le repitió su padre desde pequeña. Había maneras de reaccionar a las cosas, y siempre era importante saber identificar qué te estaba haciendo alguien exactamente y cuál era la reacción más justa y proporcional ante ello. Que estos dos tipos la estuvieran molestando con preguntas, aunque algunas fueran insinuaciones inapropiadas, no era razón para soltarles una patada o un espray de pimienta, esa sería una reacción desproporcionada.
Ahora, si empezaban a acercarse demasiado, a invadir el espacio y a entablar contacto físico sin permiso después de que ella hubiese dicho claramente que no estaba interesada, Cleven tendría que defenderse con algo más que las palabras educadas. Apartarse y mostrarse enfadada era lo justo en esto. Luego, si ellos insistían una tercera vez y la agarraban, eso ya era una agresión, y ahí es cuando era justo responder con otra agresión.
No era la primera vez que Cleven tenía esta situación delante, y a pesar de lo mucho que se quejara de su padre, seguía al pie de la letra sus consejos cuando se trataba de cómo comportarse con la gente en diferentes situaciones de manera justa. Sabía que esto, con estos dos tipos, iba a seguir escalando hasta que ellos comenzaran a cometer un error. Y Cleven no tenía tiempo para ello, ¡tenía que buscar a su adorado Raijin! Así que, decidió usar una táctica que su padre también le recomendó de pequeña para cortar de raíz el interés de esos dos hombres en ella: “conviértete en algo desagradable para ellos. De este modo, ellos ya no serán tu problema; tú te convertirás en el problema de ellos, y la decisión de dejarte en paz la tomarán ellos mismos. Así, se evita un conflicto innecesario”.
—¡Oye, mejor pensado…! —exclamó Cleven, y se agarró al brazo de uno de ellos como un pulpo, y lo miró a la cara con ojos muy abiertos de loca—. ¡Casémonos ya mismo! ¡Tú y yo! ¡Déjame embarazada, lo estoy deseando, tengamos un bebé! ¡Y me pagarás toda la manutención, y todo lo que yo quiera! ¡Te drenaré toda tu sangre, tu vida y tu cuenta bancaria, y como te quejes una sola vez, pediré el divorcio y me iré con tu amigo! —miró al otro—. De verdad, no te ofendas, pero ser la segunda opción no es nada malo. De hecho… tú pareces tener más dinero. ¡Decidido, me caso contigo primero! ¡Quiero tus bebés!
Los dos tipos se habían quedado con unas muecas horripiladas.
—¡Madre mía, madre mía…! —exclamó uno.
—¡Corre! ¡Por tu padre, corre! —exclamó el otro.
Y así, ambos huyeron de Cleven en un segundo y medio. Ella sonrió triunfante, volviendo a apoyarse en la barra.
—¡Disculpa! —oyó la voz de la camarera a sus espaldas.
—¡Sí! —exclamó Cleven volviéndose como el rayo, y cogió con ganas la copa que la camarera le dejó en la barra, tomando un sorbo por la pajita directamente—. Mmm, cómo sube esto.
Con su vaso en mano, dio media vuelta y se dirigió, rodeando la pista de baile, hacia la zona de las butacas. No era para sentarse, sino para cambiar su ángulo de vista. Fue cuando se percató de unas escaleras de caracol que subían a otra planta. Pasó la zona de las butacas, donde había mucha gente charlando y divirtiéndose, y subió las escaleras. Al llegar a la segunda planta, se detuvo allí mismo para analizar el lugar.
—Guau... —murmuró, sorbiendo por la pajita de su copa—. C’est énorme.
La segunda planta era como un jardín botánico, pero no con tantas plantas. Estaba cubierto por un techo abovedado de cristal, por el que se podía ver las estrellas, y estaba dividido en zonas para sentarse, zonas ajardinadas y por supuesto otra barra de bar. La música sonaba a menos volumen allí arriba, por lo que era un lugar esencial para relajarse y hablar tranquilamente. Había gente sentada por todas partes con sus copas y amigos.
Se adentró, pues, hacia el centro, donde había una fuente grande que desprendía chorros de agua de colores a causa de las luces que había sumergidas, y allí se sentó, en el bordillo, observando. Recorrió con la mirada cada una de las mesas, analizando a la gente. Ni rastro del rubio, ni de Yako, ni de problemas…
Por un rato, Cleven se quedó como en trance. Con una inmensa paz por dentro. Quizá fuera por el alcohol, pero también por otra cosa. Francamente, Sam podía tener más razón de la que creía cuando le dijo que era una chica muy observadora. La verdad es que Cleven había estado ignorando muchas cosas de su entorno en los últimos años, pero era porque tenía una nube negra encima, pesando sobre ella, ensombreciendo su interés por cualquier cosa, obligándola a mirar siempre hacia abajo y seguir con la rutina. Era lo normal para una niña que había perdido a su madre y volcado todo su mundo.
Sin embargo, ahora que se había quitado de encima parte de esa nube al aventurarse a huir de casa y probar y arriesgarse con este plan para romper la rutina, había comenzado a levantar la vista del suelo y a mirar un poco más lo que había alrededor.
Y se sintió como una costumbre familiar que había añorado con fuerza, como algo que solía hacer de pequeña y que siempre formó parte de su manera de ser. Ponerse en medio de un lugar lleno de gente, estar en el centro y observar a todas las personas en silencio, prestando atención a todo, su aspecto, sus gestos, su forma de hablar, sus movimientos, la expresión de sus caras… Pero ¿por qué solía hacer eso? ¿Porque era una cotilla? Cleven había olvidado el motivo.
De hecho, ¿por qué ayer exactamente se había empeñado tanto en acercarse a Raijin nada más verlo en la cafetería y en intentar descubrir cosas y más cosas sobre él? Ese día ella estaba triste porque el día anterior había descubierto que Kaoru era un imbécil, y estaba enfadada con su padre, y con todo, y harta de muchas cosas, y sólo quería buscar a su tío. Se podría decir que, en realidad, no estaba de humor para ponerse a ligar con alguien.
Puede ser que una parte de ella, la parte más humana, simple y superficial de ella, se hubiese acercado a Raijin porque era un chico muy guapo y se había encaprichado con él por eso, porque era guapo y ya. Pero en realidad, y esto ella no lo sabía, era porque otra parte de ella, más antigua y profunda, no sólo vio a un chico con cara seria y calmada sentarse en aquella mesa de la cafetería; vio, detectó, percibió muchas más cosas detrás de esa seriedad y calma. Dolor, nostalgia, luto, problemas, estrés, cansancio…
Al final de su “cita”, Raijin se enfadó un poco con ella porque estuvo haciendo preguntas personales y comentarios un tanto impertinentes y privados. Tal vez, Cleven se comportó con él de la misma forma que los dos tipos de hace un rato se habían comportado con ella. Y de eso ella se dio cuenta. Molestó a Raijin como esos dos tipos de antes la molestaron a ella en la barra. Pero también, ella fue sincera, al explicarle a Raijin que el motivo de su insistencia por saber cosas personales de él era porque sentía la necesidad de ayudarlo, con cualquiera que fuese el problema que estuviese sufriendo.
Quizás fuera por eso que Cleven observaba tanto a la gente cuando era pequeña, y en este momento también, ahora que se había quitado parte de esa nube negra de encima. Quizás fuera por eso que tenía la manía de ser una metomentodo. Quería ayudar. Detectar problemas y arreglarlos. Recuperar esa costumbre de su infancia que ella había olvidado.
Cleven se acabó la copa y fue a dejarla en la barra. Pero nada más levantarse, se dio de bruces con alguien que justo pasaba delante de ella, y perdió el equilibrio, y se habría zambullido derecha a la fuente de no ser porque ese alguien la agarró del brazo instintivamente a tiempo. El vaso se le había resbalado de las manos y fue a estrellarse al suelo, pero Cleven estaba con los cinco sentidos clavados en Raijin, pasmada.
—La vache... —murmuró en francés.
Raijin, que seguía sujetándola del brazo, la miraba más pasmado que ella.
—¿¡Q... qué demonios haces tú aquí!? —exclamó, soltándola.
—Te he seguido —contestó ella, mostrándole su más encantadora sonrisa.
«¿“Te he seguido”?» se repitió a sí misma, «Pero ¿¡qué estás diciendo, so tonta!? ¿¡No podrías haberle dicho otra cosa como “pasaba por aquí” o “nada, disfrutando una noche de ocio”!? ¡Seré idiota!».
Raijin permaneció con una ceja arqueada, analizando aquella respuesta, tras lo cual puso una cara de enorme recelo.
—¿Cómo has entrado, pipiola? —le preguntó, realmente mosqueado—. ¡Si eres una cría!
—¡Eh! —saltó Cleven, apuntándole con el dedo—. ¡Mira quién fue a hablar, señor “soborno”!
—¡Baja la voz! —se sobresaltó, mirando a su alrededor.
Cleven se extrañó al verlo nervioso por primera vez desde que lo conoció, observando rápidamente cada rincón del lugar.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, pensando que había algún asesino persiguiéndolo.
Raijin no respondió, pero de pronto pegó un brinco, se puso en tensión y se fue pitando de allí, dejándola ahí sola. Cleven, sin comprender, dirigió la mirada hacia el mismo lugar donde Raijin la tenía hace unos segundos.
—¡Le…! ¡Ahhh! —dio el mayor respingo de su vida al ver allí a alguien muy, muy familiar y, con los pelos de punta, dio un paso adelante, luego hacia atrás y luego hacia los lados. No tenía ni idea de por dónde huir, sólo era cuestión de segundos que el joven que había allí en la barra con su novia la viese.
Y ya está. Cuando aquel joven dirigió su mirada hacia donde estaba ella, Cleven se tiró a la fuente sin pensarlo dos veces. El hombre que estaba en la barra poco le faltó para verla. Sólo se quedó un poco chocado, pues le había parecido ver a alguien junto a la fuente y ahora no estaba. La chica que reposaba entre sus brazos observó a su novio con extrañeza.
—¿Lex? ¿Te pasa algo? —le preguntó.
—Mmno... —respondió lentamente, reflexivo, y miró a la mujer con el ceño fruncido—. Me había parecido ver a mi hermana.
«¡Lex y Riku!» pensó Cleven, «¡Mierda, Lex está aquí! Si me ve aquí me mata».
—¡Jaja! —rio la mujer con ganas—. ¡Sí, claro! ¿Cleventine aquí? Ay... —suspiró mientras le quitaba las gafas a Lex—. Deberías trabajar menos, cariño, te estás volviendo paranoico. No irás a trabajar estos días festivos, ¿verdad?
—¿Bromeas? —sonrió mientras la besaba en el cuello—. Tengo un montón de consultas que atender esta semana... y diagnósticos que hacer a un montón de pacientes...
—Vamos, relájate —le susurró sensualmente, serpenteando hacia su cara, y los dos empezaron a besarse—. Examíname a mí.
«Ay, Dios, qué vergüenza…» pensó Cleven, procurando mirar a otra parte. «Mi hermano haciéndose mimitos con Riku es lo último que quiero estar viendo». Se dirigió al otro lado de la fuente con discreción y salió de ella a gatas, chorreando agua por todas partes y poniendo el suelo perdido. Y gateando se fue directa a las mesas de más allá donde se había camuflado Raijin, unas mesas acopladas a la pared con dos sillones a cada lado cada una. Fue observada con gran sorpresa por la gente, aunque a ella le daba igual. Más importante era que su hermano mayor no la viese allí, pues se metería en un buen lío.
Trepó hasta el asiento, sentándose enfrente de Raijin, el cual se la quedó mirando perplejamente.
—¿Qué haces? —preguntó fríamente.
—Es que no quiero que me vea ese hombre de allí —le explicó, señalándole a Lex.
—¿De qué lo conoces? —se extrañó Raijin.
—Ah, no importa. ¿Y tú? ¿De quién huías?
Raijin permaneció en un frío silencio unos momentos, hasta que desvió la mirada y se arrimó más a la pared para camuflarse más.
—De la mujer que está con él.
—¿Por qué? ¿La conoces? —se sorprendió ella esta vez.
—Es que trabaja en… —dijo, pero se calló y miró a Cleven con fiereza—. ¿Y a ti qué coño te importa? ¿Por qué no te largas, pelmaza?
—Oblígame —le sonrió, apoyando la cabeza en una mano—. Raijin.
—Que no me llames así —gruñó.
—Pues dime tu verdadero nombre. Y yo te diré el mío.
—Que te pires.
—¿Dónde está Yako? —preguntó ella tranquilamente—. ¿No estaba contigo?
Y él no contestó, para variar. Raijin se desplomó contra el respaldo, cansado, maldiciendo el día en que aceptó hacerle de guía por la ciudad. Cleven no preguntó nada más, con estar ahí sentada frente a él le era suficiente, y aprovechó el momento.
Raijin, por otra parte, estaba esperando a que apareciera Yako. Los dos se habían dividido para buscar a Kiyomaro, pero por desgracia Raijin había descubierto que Riku –la novia de Lex– estaba allí, y por nada del mundo deseó que lo viera. ¿Por qué? Riku conocía a Raijin y él a ella, pero no por asuntos amorosos, sino por temas laborales. Así que no se atrevió a salir de donde estaba. El lugar donde estaba sentado era el único válido para esconderse de Riku, y ahora estaba atrapado con la pelmaza de Cleven.
Cleven lo observó con curiosidad, viendo cómo el rubio cerraba los ojos, tan abatido que hasta le pareció que se le iba el alma por la boca. No le preguntó qué le pasaba, pues supo de antemano que no le iba a responder. Pero eso no significaba que no estuviese muerta de curiosidad, tenía unas ganas de saber más cosas sobre él... Pero, ¿por dónde empezaría preguntando esta vez? Si algo tenía claro, es que no iba permitir que Raijin siguiera comportándose así de frío con ella. ¿Qué podría hacer?
—Oye, ¿hasta cuándo piensas quedarte ahí? —refunfuñó Raijin, cruzándose de brazos.
—¿Por qué? —sonrió ella tranquilamente.
—Porque quiero que te largues. Quiero que me dejes solo.
Cleven se lo quedó mirando un momento, sin borrar su tierna sonrisa.
—¿Te gusta estar solo? ¿Cómo puede ser eso? A nadie le gusta estar solo.
—Me he pasado la vida solo, así que me la suda.
—¿Y qué pasa con Yako y los otros amigos que tienes?
—No me refería a eso.
—¿Es que no tienes seres queridos? A familiares, me refiero —dijo, empezando a creer que por fin había conseguido comenzar una conversación.
Raijin se quedó en silencio. Por un breve instante desvió la mirada hacia Lex. Después la desvió a otro sitio.
—Ya no... —murmuró.
Cleven se sorprendió al oír esa contestación. «Ya no...» repitió la joven en su cabeza, «¿Quiere decir eso que ya no tiene familia alguna? ¿Por qué?». Al menos, le alegraba ver que Raijin estaba contestando a sus preguntas, raro en él, por lo que pensó que de alguna manera ya estaba cogiendo confianza con ella, aunque fuera mínima.
Se lo veía otra vez molesto por su presencia y, sin embargo, Cleven podía intuir que en el fondo no le importaba tanto que estuviese ahí con él. «Este chico es un misterio. Cuesta entenderle» se dijo, «Repudia a la gente con la que no tiene confianza suficiente, es como si tratara de evitar que alguien desconocido sepa demasiado sobre él. Cuando alguien está tan a la defensiva de su privacidad, es porque tiene algo importante que ocultar, o que proteger… ¿Qué puede ser? Me muero por saberlo».
—¿Es por eso por lo que estás triste todo el tiempo, Raijin? —preguntó entonces.
—No estoy triste —objetó, mientras se encendía un cigarrillo—. ¿Dónde me ves tú cara de triste?
—No me engañas, Raijin —murmuró ella, mirándolo fijamente con las mejillas algo coloradas—. Vas siempre con ese aire indiferente y esa actitud fría que espanta a todo el mundo, pero no me engañas. En parte eres así para ocultarle al mundo tu tristeza y mostrarte como alguien fuerte. ¿Verdad?
—No me vengas con sandeces, pesada —musitó, y Cleven pudo ver en su rostro que lo había pillado, aunque este lo intentase disimular.
—Te observé en la cafetería antes. Y pensé en el día que pasamos ayer. Eres muy extraño. A pesar de tu actitud distante con los demás, pareces alguien dispuesto a ayudar a quien te necesita aunque no tengas ganas, pero rechazas que alguien te ayude a ti.
—¿Porque no necesito ninguna ayuda, tal vez? —preguntó con sarcasmo, dando una calada a su cigarro y mirando hacia otro lado.
—Una voz dentro de ti la pide a gritos.
Raijin giró la cabeza hacia ella, esta vez mirándola perplejo, igual que ayer cuando ella hizo un comentario impertinente similar.
—Para de hacer eso —le advirtió él.
—¿Hacer el qué? —preguntó confusa.
—Esos comentarios tuyos se pasan de rosca. No somos familia, no somos amigos, así que deja de tomarte tantas confianzas conmigo.
—¿Por qué no podemos ser amigos? —protestó ella.
—Porque no quiero. No quiero más amigos, ya tengo los que tengo y no quiero más.
—Creo que es porque tienes miedo.
—¿Estás drogada?
—¿Qué tiene de malo para ti tenerme como amiga?
—¿Serías capaz jurarme que ese es tu único objetivo conmigo sin mentirme?
Cleven esta vez no dijo nada. Miró a un lado, vergonzosa.
—Ya… —asintió Raijin con la cabeza—. No eres la primera que se me acerca con intenciones ocultas fingiendo amabilidad. Tú no quieres ayudarme. Sólo quieres lo mismo que las demás. Eres igual que ellas.
—¡Eso no es verdad! —se impuso Cleven dando un manotazo a la mesa, y Raijin se sobresaltó un poco—. Te digo la pura verdad cuando te digo que quiero ayudarte y que puedes contar conmigo si tienes problemas o preocupaciones. ¡Mira mis ojos y dime que miento sobre eso!
—¿Y qué pasará cuando descubras que, en definitiva, no tienes ni jamás tendrás ninguna posibilidad conmigo? ¿Seguirías igual de interesada en ayudarme con mis problemas?
Cleven se tomó un rato para contestar a eso, pero no apartó una mirada firme de sus ojos.
—Sí. Seguiría interesada en ayudarte. Porque me gustas, me caes bien y me sacas de quicio al mismo tiempo, y me hiciste un enorme favor ayer a pesar de que no tenías ganas, y eso ya es algo que voy a valorar siempre. Estaría dispuesta a ayudarte o a hacer algo que necesitases de mí, incluso aunque tuviera la certeza de que no recibiré de ti nada a cambio. Haría lo mismo por Yako, porque también fue bueno conmigo. Me gusta relacionarme así con la gente, ¿vale?
Raijin se quedó callado unos segundos, mirándola con cara incrédula.
—¡Nos conocimos ayer! ¡Durante apenas cinco horas!
—Suficiente para mí —aseveró Cleven.
—Yey Bogu… —farfulló el chico, frotándose los párpados con agotamiento, con el cigarrillo a medio consumir entre sus dedos—. Escucha. Tú no sabes nada. No entiendes nada. Así que para ya esa actitud insolente conmigo. Tengo paciencia, pero no es ilimitada.
Cleven negó con la cabeza y se levantó del asiento. Y se fue. Y por increíble que fuese, Raijin la observó con sorpresa mientras se alejaba. No se lo esperó. Es más, es muy posible que incluso una diminuta parte de él se sintiera contrariada de que ella se hubiese marchado. Pero él y su coraza de hielo no lo iban a reconocer.
Continuó observando a Cleven allá a lo lejos, y vio que ella, tras echar un vistazo hacia la barra desde detrás de la fuente para asegurarse de que las dos personas de las que huían ya se habían ido de allí, se fue a dicho lugar. No se había marchado, sólo había ido a pedir bebidas. Al poco rato, Cleven regresó con dos copas en la mano, se sentó de nuevo frente a él y le dio una. Y reinó entre ellos un momento de silencio, en el cual Raijin, otra vez sorprendido por lo que había hecho Cleven, aprovechó para estudiar su comportamiento que tan raro le había parecido. «De todos los humanos... esta es la más rara» pensó el chico, analizando sin parar cada gesto que hacía Cleven.
—Si no quieres bebértela, no lo hagas —le dijo ella, tomando un sorbo de la suya.
El rubio arqueó una ceja con recelo, sin comprender muy bien qué estaba pasando. Y la verdad era que Cleven también estaba estudiándolo, a ver qué hacía tras haberle invitado a una copa, cómo reaccionaría. Era una pequeña prueba para llegar a conocerlo un poco más. Así pasaron unos minutos, los dos callados, el uno frente al otro, estudiándose mutuamente sin que el otro lo supiera.
Finalmente, Cleven vio que Raijin daba un suspiro de desasosiego y, como con cierto fastidio, aceptó la copa. Por ello, ella sonrió para sí.
—Yo también perdí a un ser muy querido —comentó entonces Cleven, dejando la copa en la mesa—. Pero no por ello voy a pasarme la vida lamentándome.
—¿Sólo a uno? —preguntó él, levantando una mirada fría—. Mira, no hace falta que te compadezcas de mí. He vivido y visto las peores cosas del mundo, así que no intentes comparar tu vida con la mía.
—No lo hago —replicó con calma mientras jugueteaba con una planta situada al lado de su asiento—. Perder a uno, o perder a varios seres queridos... ¿Qué más da, Raijin? Ambas cosas siguen siendo igual de horribles, te afectan, te marcan para siempre, y para ambas sólo existe una solución. Sólo hay un camino para seguir adelante, y miles para echarse abajo. Hay que estar ciego o ser muy tonto como para no elegir el camino correcto.
—¿Qué quieres decir?
—¡Que eres un cobarde! —exclamó, clavándole la mirada.
—¿Qué has dicho? —gruñó.
—Que eres un cobarde, pobre de ilusiones, un insensato —le espetó con seriedad, dando con el puño en la mesa—. Un amargado que no es capaz de darse más oportunidades a sí mismo ni a los demás.
—¡Ya le he dado demasiadas oportunidades a la vida, más de las que se merece!
—¡Eso no es verdad! —saltó con enfado—. Que me digas eso teniendo 90 años y a punto de palmarla, vale, se acabó todo, pero ¡mírate! Sólo tienes 20 años, tienes décadas por delante, y si te has rendido tan pronto es que no eres más que un cagueta y un estúpido. ¿Crees haberlo vivido todo? Nadie, absolutamente nadie puede decir eso siendo tan joven.
—No tienes ni idea de lo que hablas.
—Tengo la misma que tú. Te dedicas a alejarte de todo y de todos, a repeler toda novedad y toda oportunidad que se te acerca. ¡Yo también he estado años haciendo eso! A mí esa actitud me parece de cobardes, ¡y yo he decidido dejar de serlo! Pero tú… —negó con la cabeza desaprobadoramente—. La gente no se merece que la trates así cuando quieren acercarse a ti con buenas intenciones, a ofrecerte algo, a traerte una novedad en la vida.
—¡Escúchame, pesada! ¡No tengo por qué estar oyendo tus sermones filosóficos! ¡Me da igual lo que pienses de mí!
—¡He ahí una prueba de tu cobardía! —exclamó ella, apuntándole con el dedo—. Quizá no sea tu verdadera intención, pero la gente se ofende cuando la ignoras, la gente se siente mal cuando intenta acercarse a ti y tú los echas de una patada. ¡Tienes todo el derecho del mundo a rechazar mi ayuda, mi amistad o unas albóndigas de pulpo, pero hay mejores maneras de hacerlo! No tuviste por qué ser así conmigo cuando estuvimos paseando por las calles el otro día. ¡No te hice nada para que me despreciaras de esa manera, no me lo merecía! ¡Elegiste hacerme ese favor pero me hiciste sentir culpable todo el tiempo por habértelo pedido! Ni siquiera una palabra amable, o gesto, o un adiós cuando nos separamos. ¡No se puede ser así con la gente!
—¡Cumplí con lo que querías! ¡Enseñarte el distrito de Shibuya, y nada más! ¡Eso era lo que querías, no pediste nada más, ningún extra! ¿No decías que no te importaba no recibir nada más de mí? ¿Y ahora te quejas porque no te di un abrazo, una sonrisa o un piropo?
—Raijin, ¡hablas como si relacionarte con la gente se tratara de un trabajo, con deberes concretos que cumplir a rajatabla y pautas fijas de comportamiento!
—A lo mejor es así como a mí me gusta relacionarme con la gente.
—Creo que es así como estás acostumbrado a relacionarte, pero no es ni por asomo el modo en que te gusta hacerlo. Lo haces así por lo que dije antes, porque tienes miedo, no sé a qué exactamente, pero es miedo sin duda, el mismo que yo he estado teniendo durante los últimos años y trataba de convencerme a mí misma de que era simple falta de interés. ¡Para arreglar un problema, lo primero es admitir que tienes uno!
—¡Te estás pasando! —la apuntó con un dedo severo.
—¿Y por qué sigues aquí escuchándome?
—¡Porque quiero dejarte claro que quiero que me dejes en paz y que pares de meterte en mi vida y opinar sobre mí sin tener ni idea de nada!
—¡Opino sobre lo que veo y sé! ¡Y opino que fuiste muy grosero ayer conmigo! ¡Y que ese comportamiento es perjudicial para ti el primero!
—¿¡Y eso por qué!?
—¡Porque así no se puede vivir, porque así alejas a todos y te quedas solo! ¡Nadie quiere estar solo, y por mucho que me lances tus miraditas cargadas de frialdad, sé que a ti en el fondo te aterra estar solo! ¡Pero por alguna razón sientes que debes estarlo, y seguro que es una razón irracional! —contestó ella con voz tan alta y clara que toda la gente de alrededor se la quedó mirando. Cleven respiró varias veces, tan enfadada que se había olvidado de parpadear.
Raijin permaneció en silencio, contemplándola con cara de muy pocos amigos. ¿Él? ¿En serio, él? ¿Que él hacía algo por una razón irracional? ¡Blasfemia! Raijin era el ser contrario a la irracionalidad por excelencia, todo lo que hacía y decía era lógico y racional, siempre.
Pero... claro. Raijin funcionaba de otra manera. Él no sentía de forma natural, se contagiaba de los sentimientos de los demás, y lo hacía sin querer, o quizá una parte de él lo hacía queriendo. Porque, efectivamente, le aterraba estar solo, e intentaba comprender a todos esos seres tan llenos de sentimientos que lo rodeaban dejándose contagiar. Pero por mucho que llegara a sentir algo, no conseguía comprenderlo, ese sentimiento era un intruso, no era suyo, su mente no lograba asimilarlo. Y por ello, a veces acababa haciendo daño a la gente con su forma de pensar. Por ello, alejaba a la gente de él. Pensaba que era mejor para él y para los demás. Sólo conseguía entenderse, si acaso, con sus compañeros iris, que, aunque podían sentir por sí mismos como los humanos, al menos se asemejaban más a él a la hora de pensar en las cosas de manera racional.
—Créeme si te digo que así te estás pudriendo —le dijo Cleven, levantándose del asiento—. Es como si te estuvieras suicidando lentamente, y de la manera más estúpida. ¿Es eso lo que buscas?
Reinó otro momento de silencio, Raijin y Cleven clavándose una mirada desafiante el uno al otro, observados con curiosidad por las personas de su alrededor. De pronto, Cleven cerró los ojos y se llevó una mano a la cabeza, con cara de no encontrarse bien.
—Estoy mareada... —musitó.
El rubio siguió sin decir nada, hasta que Cleven volvió a abrir los ojos, sacó el dinero que había conseguido del guardia de la puerta y lo dejó de un manotazo sobre la mesa, delante de Raijin.
—Esto es tuyo. De tu soborno al guardia —le dijo, y Raijin la miró patidifuso, preguntándose cómo demonios había conseguido que el guardia devolviera ese dinero—. Así te compenso por todas las molestias que te he causado.
Y tras eso, Cleven se marchó, sin más. Se alejó de él, frotándose los ojos por el mareo del alcohol que se le había subido a la cabeza. Cumplió con su parte con el guardia, borrando delante de él aquel vídeo que lo comprometía como habían acordado. Y nada más salir a la calle, ya se sintió arrepentida. Arrepentida de haberle dicho todas esas cosas a ese chico que tanto le gustaba, arrepentida de cómo le había hablado.
Su corazón ya le estaba ordenando que volviese allí otra vez y suplicase perdón, pero su cabeza fría contradecía a su corazón lo suficiente como para no hacerlo. Ya está, lo hecho, hecho está, no hay vuelta atrás, ni falta que hacía. Lo sabía, sabía que había hecho lo que tenía que hacer.
No obstante, de camino hacia el hotel, con nieve cayendo a su alrededor, con el frío de la noche envolviéndola junto con las luces de las farolas, seguía sintiéndose algo mal por dentro, y no era por el alcohol. Sin embargo, al poco rato pensó: «Seguro que no ha servido de nada decirle eso. Seguro que todo le da igual. Todo. Es como si no sintiera nada». Y eso le daba bastante rabia.
* * * *
Yako estaba haciendo lo posible por pasar entre la masa de gente de la pista de baile de la zona VIP, que no paraba de dar saltos y moverse de aquí para allá, mientras buscaba a Kiyomaro, mirando por todas partes. Pensó que había más posibilidades de encontrarlo en esta zona más privada de la discoteca porque era donde solían estar los ricos, tanto legales como ilegales, tanto empresarios como traficantes, y Kiyomaro era el lacayo por excelencia de este tipo de gente.
Era el único tipo de lugar de la ciudad donde se mezclaban los humanos buenos y los malos como si no pasara nada. Más que nada, porque los primeros solían ignorar que los segundos estaban entre ellos. Sobre todo, donde delincuentes y mafiosos de la Yakuza disfrutaban de su ocio y de sus negocios al mismo tiempo con total libertad, sin policías, impunes. Discotecas así donde se movía mucho dinero eran un lugar seguro para actividades criminales. Se supone que era trabajo de la policía investigar este tipo de actividades y este tipo de lugares y cazar a los criminales, pero, aunque sí lo lograban en otros sitios y otras situaciones, siempre quedaba algún lugar donde el tren de los negocios turbios seguía en marcha. Entonces, aquí era donde los iris trabajaban, en aquello donde la policía humana común no podía llegar o que no podía resolver adecuadamente.
Yako y los demás iris de Tokio ya tenían este lugar fichado, sabían qué mafiosos y traficantes se guarecían aquí y lo que hacían en la clandestinidad, drogas y prostitución básicamente. Sin embargo, era trabajo de Alvion, el jefe de la Asociación, investigar primero los primeros datos y posibilidades de actuar al respecto, y así elaborar una misión con un objetivo concreto, y era decisión de él a qué RS encomendarle esta misión. Por eso, Yako y sus compañeros de la KRS no podían hacer nada contra la actividad criminal que se cocía en el Gesshoku ahora, porque Alvion seguramente le iba a encargar eso a otra RS algún día, así que no era asunto ni de Raijin ni de Yako ocuparse ahora de eso, por mucho que a Yako se le estuvieran revolviendo las tripas en este momento, estando bajo el mismo techo que humanos despreciables y no hacer nada al respecto.
Apestaba a energía Yin por toda la zona. Ahí debía de haber casi un centenar de humanos malos. Yako se estaba mareando por ese olor. Pero no era un olor real, del que se captaba con la nariz; era una forma de interpretarlo, porque los seres como Yako percibían la energía Yin similar a olfatearlo, pero, en lugar de con la nariz, lo sentían con la mente.
«Debería haberle dejado a Raijin esta zona» pensó. Se paró ahí en mitad para descansar un poco, mirando por encima de las cabezas de la gente, agobiado. Repentinamente, notó que alguien le daba una palmada en el trasero, y miró sobresaltado a la mujer que estaba tras él.
—Hola, guapo —le sonrió esta—. ¿Vienes solo?
—Ehm… —sonrió Yako, nervioso, pero otra mujer le sorprendió por la espalda.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Yo… —titubeó, viéndose rodeado.
—Hmm… —murmuró la recién aparecida, analizando a Yako—. ¿Eres coreano?
—Pues…
—No, Kazumi —le dijo la otra—. Seguro que es chino.
—Oh, sí —asintió la segunda, deslizando sus manos por el torso del joven—. Es bien mono. Aunque… —entornó los ojos—. Tiene algo occidental…
—Disculpen, señoras, pero tengo que… —intentó excusarse Yako.
—¡Ajá! —exclamó una—. Reconocería ese acento en cualquier parte, por muy pequeño que sea. Oye, guapo, ¿eres italiano?
—No, yo... —titubeó Yako—. Bueno… Soy medio italiano. Pero oigan, tengo que irme a….
—Oh, nunca he probado a un ítalo-chino —caviló la mujer con interés—. ¿Qué tienes, 20, 21 años? Eres un niño todavía, qué ricura... —le acarició la barbilla con el dedo.
—Yo lo he visto antes —protestó la otra, apartando a su compañera y abrazando a Yako.
—Socorro... —musitó el joven, intentando divisar una vía de escape.
—No seas tímido —le susurró la que le abrazaba, mientras la otra intentaba hacerse hueco.
—Baila conmigo —le pidió la tal Kazumi, tirándole de un brazo.
—¡No, bailará conmigo! —saltó la otra, tirando de su otro brazo.
—Raijin… —sollozó Yako, viéndose a sí mismo salir del Gesshoku partido por la mitad.
—Chicas, chicas —apareció de pronto un hombre bajito de entre la gente, abriéndose paso con brusquedad, y cogió a cada una de cada brazo con la misma brusquedad—. Os he dicho que no os alejaseis, Ojisan os quería ver en el despacho hace cinco minutos para daros el nuevo itinerario. ¡Ganaos el sueldo!
Yako se quedó algo aliviado de no seguir apresado entre esas acosadoras, pero al reconocer al hombre que tiraba de ellas mientras se alejaban, reaccionó. Era un personaje menudo, con un pelo negro, sucio y despeinado. Su cara brillaba con las luces, y su expresión recordaba al de un pequeño leprechaun, o a un duendecillo, nervioso e inquieto, y bien feo. Era digno de llamarse vasallo de un pez gordo.
Yako siguió a ese hombre y a las chicas hasta que salieron de la pista de baile y se adentraron en un pequeño pasillo, donde al fondo había una puerta iluminada con una luz roja, y las dos chicas se metieron por ella. El menudo hombrecillo se dio la vuelta para regresar hacia la pista de baile, pero nada más salir del pequeño pasillo, se dio de bruces con Yako. Soltó un juramento y fue a insultarlo, pero tuvo que levantar mucho la cabeza hasta poder ver su rostro. En ese momento, Yako estaba a contraluz y parecía una silueta negra con dos ojos escalofriantes que emitían un leve brillo dorado, y el hombrecillo se estremeció por un momento.
—A… aparta de mi camino, mocoso —le gruñó sin embargo, manteniendo la distancia.
Yako dio un paso y dejó ver su rostro en una zona un poco más iluminada, mostrándole al otro su sonrisa más simpática.
—¿Qué es esa forma de tratar a las mujeres? —preguntó Yako con su habitual tono suave.
—Jiji… Mira, chaval, si quieres una tendrás que pagar por ella —le dijo, impaciente, frotándose las manos con nerviosismo—. Pero esas dos son intocables, propiedad de alguien más importante que tú, larguirucho. Jiji, sabré yo cómo tratarlas. Y ahora aparta —pasó de largo, empujándolo a un lado.
—Kiyomaro… —lo llamó con calma, y este se paró y lo observó con sorpresa.
—¿De qué conoces mi nombre? ¿Te conozco? —entornó los ojos, tratando de visualizar mejor a Yako, a pesar de que había poca luz y focos moviéndose por todos lados.
—Tengo un trabajito para ti.
—Hmm… Oh, ya entiendo. Eres uno de esos estúpidos iris engreídos. ¡Pues ahora no tengo tiempo!
—Que yo sepa, estás al servicio de los iris, antes que al servicio de cualquier otro. ¿Recuerdas?
—¿Ah, sí? —gruñó, apartándose de él y caminando por los flancos de la pista de baile, más despejados de gente, y Yako lo siguió tranquilamente—. ¿Y cuánto me ofreces?
—Nada. Lo vas a tener que hacer sin nada a cambio.
—Jiji, ¿me estás tomando el pelo, chico? —se rio; pero en ese momento, al pararse bajo un foco más brillante, Kiyomaro se fijó mejor en Yako, especialmente en sus ojos—. Espera un momento —dio un paso atrás—. Mierda, tú eres ese… el famoso Yako… Agh, lo que me faltaba —masculló.
—Oh… ¿Famoso por qué? —sonrió Yako.
—Porque tú no eres un iris, solamente te haces pasar por uno, todo el mundo lo sabe. Igual que te haces pasar por un humano ahí en ese bar tuyo. ¿Qué demonios hace aquí un ser supremo como tú mezclándose con los iris y con los humanos, con los seres inferiores?
—No me hago pasar por iris, lo soy, ahora soy parte de ellos y necesitamos tu colaboración, así que, por favor, accede.
—No pienso aceptar nada que tú me pidas. Acepto el trabajo que me piden los iris si me pagan y el de los humanos. Pero tú y tu especie de ojos dorados me ponéis de los nervios.
—¿Cómo que mi “especie”? —repitió molesto.
—Déjame en paz, criatura extraña —siguió caminando.
—Soy tan persona como los humanos y los iris, no me llames criatura —se enfadó Yako.
—Pero es lo que eres, oh, gran Señor Yako.
—Déjalo ya. Deserté. Soy un iris de verdad, normal y corriente, desde que tengo 4 años. Presencié una tragedia y me convertí como los demás se convirtieron. Y como tal, cumplo con el trabajo de la Asociación.
Kiyomaro se detuvo un momento y lo miró de arriba abajo, socarrón.
—Santo cielo, tu abuelo debe de odiarte mucho por eso.
—No es asunto tuyo —masculló Yako.
Ambos se adentraron en un patio muy amplio, al aire libre, adoquinado y con una enorme fuente con luces de colores en el centro. Apenas estaba iluminado por unas luces naranjas situadas en las paredes que limitaban el patio, y había unas cuantas parejas en el lugar, sentadas en los bancos. Allí la música seguía sonando fuertemente, y el joven vio cómo Kiyomaro buscaba con sus movimientos nerviosos a alguien por la zona, seguramente a otra empleada.
—Es tu obligación cumplir cada vez que se te pida, Kiyomaro —insistió Yako, empezando a perder un poco la paciencia—. Por eso te dejamos pulular por aquí a tus anchas, en lugar de meterte en un calabozo… o de matarte. Así que no te hagas de rogar.
—Hah… —el hombrecillo se giró hacia él—. Debes de estar padeciendo un gran sufrimiento ahora mismo, conteniendo con todas tus fuerzas tu feroz deseo de matarme arrancándome la cabeza. He oído que tu especie siente repulsión inmediata por aquellos que estamos muy lejos de ser angelitos. ¿Me equivoco? —le sonrió arrogante.
Sin embargo, se le borró la sonrisa cuando Yako, suavemente, le posó una mano en el hombro de forma amigable, y le devolvió una sonrisa dulce.
—No. No te equivocas. Todo lo que dices es cierto.
Kiyomaro sintió de repente un temblor en las piernas. Quizá se estaba pasando de listo intentando ofender o provocar a Yako con esos comentarios. Pero es que la natural amabilidad de Yako y su eterna sonrisa cándida le hacía confiarse.
—Sólo te equivocas en lo de mi deseo de arrancarte la cabeza —añadió Yako dócilmente—. Prefiero destriparte, miserable humano.
Kiyomaro tragó saliva. Por un segundo temió por su vida de manera auténtica.
—N… ¡Ya, claro! Pero tienes prohibido hacerlo si no tienes el permiso de tu abuelo, así que deja de hacerte el duro, ¡no puedes hacerme nada!
—Bueno. Eso también es verdad —Yako quitó la mano de su hombro, sin dejar de mostrarse risueño—. Mi compañero y yo necesitamos que nos hagas un favor ahora mismo. Yo soy muy blando, debo admitirlo. No quisiera llamar a mi amigo para que te convenza él, pues él no es tan blando como yo.
—¿Así que vas de ese palo? ¡Jaja! No puedes matarme sin permiso pero tampoco eres capaz de convencerme porque “eres blando”. ¡Vaya un disparate!
—Es que si dejo de ser blando contigo, tú dejas de vivir, básicamente —le explicó Yako—. No sé tratar a gente como tú mediante un término medio.
—¿Y de verdad pretendes trabajar y actuar como un iris? No me extraña que desertaras, tu abuelo debió de mandarte a esta parte del mundo de una patada —se burló, volviendo con su búsqueda—. Vaya una vergüenza para los de tu especie, no sirves ni para eso ni para ser iris. Puede que nacieras con una parte humana, mocoso, y que te hayas convertido en iris al ver morir a alguien importante, ¡pobrecito!, pero no puedes huir de la verdad tal y como insistes tanto en hacer, y la verdad es que no puedes dejar de ser lo que realmente eres sólo porque no te gusta, la maldita criatura más poderosa del mundo. Y aquí estás, un monstruo disfrazado de simpático iris por la noche, y de humano camarero por el día. Hah... ¿Dónde estará esa estúpida...? —siguió buscando a otra de las chicas.
—Kiyomaro, acepta de una vez.
—¡Yo no hago nada gratis! —exclamó con enfado.
Kiyomaro volvió a entrar en el local, y Yako hizo lo mismo, optando por recurrir a Raijin. Al pasar por la puerta vio que el hombrecillo se había parado cerca de la puerta y se había puesto a hablar con una chica que, a juzgar por su vestimenta, debía de ser otra chica de compañía, y le estaba echando la bronca.
Yako pasó de largo y se encaminó hacia las escaleras que daban al segundo piso, pensando que Raijin debía de estar ahí, ya que no lo había visto en la primera planta. Le sorprendió ver que el rubio estaba bajando ya las escaleras, con una aura de lo más irritada. Se acercó a él, pero Raijin pasó de largo a zancadas y le tuvo que seguir por detrás.
—Lo he encontrado —le informó Yako, intentado seguir su paso—. Está en la puerta de allí, pero no ha querido ni escuchar los planes que tenemos para él.
—Ya —gruñó Raijin, yendo directamente a por el hombrecillo.
—Hey, ¿qué te pasa? —le preguntó con sorpresa—. Te veo más cabreado de lo normal. ¿Quién te ha contagiado el enfado? ¿Ha pasado algo?
Raijin no contestó, y, sin parar la marcha, cogió a Kiyomaro del cuello de la chaqueta y lo arrastró literalmente por el suelo hacia el patio de fuera.
—¿¡Pero qué…!? —exclamó el hombrecillo.
—Raijin, espera, usa las palabras —le pidió Yako, apurado, viéndolo venir.
Pero el rubio ni le escuchó, se fue derechito a la fuente y metió la cabeza de Kiyomaro en el agua de lleno. Las parejas de alrededor se sobresaltaron con esto y observaron la situación con susto, mientras el hombrecillo pataleaba, intentado sacar la cabeza del agua.
—No teníamos que llamar la atención así… —suspiró Yako.
Raijin, de un tirón, sacó la cabeza de Kiyomaro a la superficie y se sentó en el bordillo, sin soltarlo.
—¿Vas a escuchar ahora? —le preguntó Raijin con fiereza.
—Que te jodan, mocoso… —escupió, recuperando el aliento.
Y Raijin volvió a zambullirlo en la fuente, haciendo fuerza para que el hombre no pudiese moverse. Tras unos segundos, volvió a sacarlo, y Kiyomaro tosió como un descosido.
—¿Y ahora? —preguntó de nuevo.
—¡Esto está mal! ¡Está prohibido, lo tenéis prohibido! —gritaba histérico—. ¡No podéis matarme!
—No te estoy matando, te estoy dando un baño, que te hace falta —dijo Raijin, sumergiéndolo de nuevo.
Seguidamente, sacó un cigarrillo con la mano que tenía libre y se lo encendió pacientemente, mientras el hombre hacía ruido bajo el agua y pataleaba. Yako vio que esta vez estaba tardando en sacarlo, y tuvo que reaccionar.
—Raijin, no te pases.
—Sé lo que hago, Shokubutsu-chan —replicó él, dándole una calada a su cigarrillo.
—No sé por qué estás tan cabreado, pero te estás dejando dominar por ese enfado. Eso es lo contrario de ser iris —le reprochó—. Este no eres tú.
—¿Este gusano ha sido un cabrón contigo, te ha dicho algo desagradable? —le preguntó el rubio—. Apuesto a que sí.
De pronto Yako agarró a Raijin del otro brazo y lo obligó a sacar a Kiyomaro del agua, que estaba a poco de ahogarse. En ese momento, Yako miraba a su amigo con una expresión muy severa.
—Estás dando síntomas de majin.
Esas palabras sorprendieron a Raijin y le hicieron volver a la realidad. Tenía razón. Estaba perdiendo el control, comportándose según el enfado, y no según la razón. Y eso en él, sobre todo en él, era de lo más improbable, porque Raijin era un iris puro, un iris perfecto, que solamente tenía el defecto del contagio a veces. Para esto Yako sí que no era indulgente ni blando. Por la salud y el bienestar de su amigo, haría cualquier cosa.
Aun así, cuando esto sucedía, a Raijin le daba rabia, especialmente cuando Yako tenía que llamarle la atención. Viniendo de él, le afectaba más que con cualquier otra persona.
—¡Aarf, agh, aah...! —gemía el pobre hombrecillo, respirando por su vida—. ¡Está bien, está bien! ¡Agh! ¡Haré lo que queráis!
El rubio lo soltó y dejó que recuperara el aliento. Miró a su amigo.
—Al menos así es más rápido.
—No vuelvas a hacerlo —le reprendió Yako.
Raijin desvió la mirada, molesto, pero no dijo nada. Su iris, como el de Drasik y el de muchos otros, padecía la enfermedad del majin. Una enfermedad que afectaba al iris impidiéndole a veces dominar sus emociones. Los iris como Drasik que la tenían, la tenían por conservar todavía una fuerte parte humana junto a su parte iris. Pero Raijin la tenía por culpa del contagio de sentimientos que le transmitían los demás, un defecto que sólo él tenía.
Lo que él y Yako no sabían es que el enfado que Raijin sentía ahora era genuino, y no contagiado. Pocas personas eran capaces de hacer que Raijin sintiera emociones de verdad por sí mismo, y solían ser aquellas personas que más le importaban, como Yako. ¿Pero Cleven? Cleven había conseguido cabrearlo con lo de antes, ¿significaba eso que ella tenía la misma capacidad que Yako? ¿Hacerle sentir una emoción natural? Eso significaba que las cosas que Cleven le había dicho le habían importado bastante, y le habían afectado hondo. Sin apenas conocerlo, ella había sido capaz de ver muchas cosas de su interior, algo que normalmente la gente conseguía tras pasar años conociendo a otra persona. Ella sólo había estado con él un par de días y le había destapado una gran verdad de sí mismo. Raijin no podía dejar de pensar en ello.
Cleven volvió a mirar la puerta de entrada, a unos metros tras ella, y luego al interior del local. Así, repetidas veces. Jamás en la vida había podido imaginar que existiese un lugar así en su ciudad. Era el local más grande que había visto, y por ello pensó que, si se adentraba un paso más, se perdería.
Cuando estuvo segura, se integró entre la masa de gente, en pos de buscar a Raijin y a Yako. La mayor parte de la gente iba ya bebida. A Cleven se le clavaban sus risotadas y sus gritos en los oídos, junto con la música pop que estaban emitiendo en ese momento.
El local estaba constituido por una sala central de baile enorme, al bajar unas escaleras desde la entrada. En un lado estaban instaladas las máquinas de mezclas, que abarcaban un gran perímetro, con tres DJ pinchando en ese momento y bailando también al ritmo de su música, y a sus espaldas se proyectaban imágenes variadas y luces móviles de colores. Al otro lado, subiendo unos escalones desde la abarrotada pista de baile y recorriendo una larga pared circular, estaba la barra del bar, con sus tres camareros guapos y sus tres camareras guapas sirviendo copas sin descanso. Finalmente, había una zona muy amplia de butacas y mesas para sentarse y descansar, decorado con plantas y modernas lámparas de luces suaves que oscilaban como ondas en el agua. Y esto era la primera planta.
Cleven optó por salir de la pista de baile, harta de los accidentales empujones que recibía, y subió a donde estaba el bar para ver mejor desde allí. Había demasiada gente, por desgracia, y pensó que en la vida encontraría a esos dos. Suspiró y se cruzó de brazos, pensando qué podría hacer.
Ese momento fue óptimo para que una vocecita maliciosa resurgiera una vez más en su cabeza. «¿Qué? ¿Te vas a quedar así toda la noche?» le dijo, «¡Estás en una disco de adultos! Estando dentro, te has convertido oficialmente en una mayor de edad. ¡Y mira lo que tienes detrás!». Cleven giró sobre sus talones para echar un vistazo, y se encontró con la estupenda barra del bar, con todas sus botellas con líquidos de colores...
Sus pies se movieron automáticamente hasta la barra. Una camarera se acercó a ella y, ya que la música estaba muy alta, le hizo un simple gesto interrogativo con la cabeza.
—¡Sí! —gritó Cleven para que la oyese, inclinándose hacia ella—. ¡Póngame un Kozou con doble de Everling y un culín de Sadorokovski! ¡Pero el Everling número 17, no el 16! ¡Y que el Kozou esté frío! ¡Luego agite la mezcla tres veces, ni una más ni una menos! ¡Y la rodajita de lima, por supuesto!
La camarera se la quedó mirando un momento sin poder reaccionar, asimilando el pedido y, tras comprenderlo, asintió con la cabeza y fue a prepararlo. Sí... Cleven sabía mucho de estas cosas.
Mientras esperaba, apoyando espalda y codos perezosamente sobre la barra, siguió buscando con la mirada a Yako y a Raijin, pero a los pocos segundos vio que se le acercaban dos tipos con un paso sinuoso, sonriéndole estúpidamente. Cuando se posaron como dos felinos frente a ella, la joven entornó los ojos con fiereza.
—Hola, pelirroja, ¿de dónde eres? ¿Hablas mi idioma? —dijo el de la derecha, inclinándose un poco hacia Cleven y observándola desde todos los ángulos como un buitre.
—Disculpa, ahora estoy ocupada, y me gustaría estar sola —le dijo mientras movía la cabeza de un lado a otro para poder seguir buscando, pero ellos seguían en todo el medio.
—¡Hablas muy bien japonés! —le dijo el otro—. ¿Cómo es eso?
Cleven pensó que, si satisfacía las preguntas de curiosidad de esos dos, la dejarían en paz.
—Soy japonesa. Pero no he venido aquí para socializar, así que, por favor, si me dejáis sola para continuar mis asuntos…
—¡No me lo creo! —se rio uno—. Con ese color de pelo y esos ojazos… ¡Aaah! ¡Seguro que eres medio japonesa y medio otra cosa!
—¿Por qué no te vienes con nosotros a la zona íntima? —la invitó el otro.
No parecían entender lo que Cleven les estaba diciendo, y quizá fuera porque iban algo ebrios, o quizá porque estaban acostumbrados al juego de insistir y a tener éxito con eso. Por ahora, sólo estaban molestando, pero no haciendo daño. Cleven tampoco quería ser grosera o violenta con ellos porque ella únicamente lo era cuando los demás habían sido groseros o violentos con ella primero.
La verdad es que esto era algo que siempre le repitió su padre desde pequeña. Había maneras de reaccionar a las cosas, y siempre era importante saber identificar qué te estaba haciendo alguien exactamente y cuál era la reacción más justa y proporcional ante ello. Que estos dos tipos la estuvieran molestando con preguntas, aunque algunas fueran insinuaciones inapropiadas, no era razón para soltarles una patada o un espray de pimienta, esa sería una reacción desproporcionada.
Ahora, si empezaban a acercarse demasiado, a invadir el espacio y a entablar contacto físico sin permiso después de que ella hubiese dicho claramente que no estaba interesada, Cleven tendría que defenderse con algo más que las palabras educadas. Apartarse y mostrarse enfadada era lo justo en esto. Luego, si ellos insistían una tercera vez y la agarraban, eso ya era una agresión, y ahí es cuando era justo responder con otra agresión.
No era la primera vez que Cleven tenía esta situación delante, y a pesar de lo mucho que se quejara de su padre, seguía al pie de la letra sus consejos cuando se trataba de cómo comportarse con la gente en diferentes situaciones de manera justa. Sabía que esto, con estos dos tipos, iba a seguir escalando hasta que ellos comenzaran a cometer un error. Y Cleven no tenía tiempo para ello, ¡tenía que buscar a su adorado Raijin! Así que, decidió usar una táctica que su padre también le recomendó de pequeña para cortar de raíz el interés de esos dos hombres en ella: “conviértete en algo desagradable para ellos. De este modo, ellos ya no serán tu problema; tú te convertirás en el problema de ellos, y la decisión de dejarte en paz la tomarán ellos mismos. Así, se evita un conflicto innecesario”.
—¡Oye, mejor pensado…! —exclamó Cleven, y se agarró al brazo de uno de ellos como un pulpo, y lo miró a la cara con ojos muy abiertos de loca—. ¡Casémonos ya mismo! ¡Tú y yo! ¡Déjame embarazada, lo estoy deseando, tengamos un bebé! ¡Y me pagarás toda la manutención, y todo lo que yo quiera! ¡Te drenaré toda tu sangre, tu vida y tu cuenta bancaria, y como te quejes una sola vez, pediré el divorcio y me iré con tu amigo! —miró al otro—. De verdad, no te ofendas, pero ser la segunda opción no es nada malo. De hecho… tú pareces tener más dinero. ¡Decidido, me caso contigo primero! ¡Quiero tus bebés!
Los dos tipos se habían quedado con unas muecas horripiladas.
—¡Madre mía, madre mía…! —exclamó uno.
—¡Corre! ¡Por tu padre, corre! —exclamó el otro.
Y así, ambos huyeron de Cleven en un segundo y medio. Ella sonrió triunfante, volviendo a apoyarse en la barra.
—¡Disculpa! —oyó la voz de la camarera a sus espaldas.
—¡Sí! —exclamó Cleven volviéndose como el rayo, y cogió con ganas la copa que la camarera le dejó en la barra, tomando un sorbo por la pajita directamente—. Mmm, cómo sube esto.
Con su vaso en mano, dio media vuelta y se dirigió, rodeando la pista de baile, hacia la zona de las butacas. No era para sentarse, sino para cambiar su ángulo de vista. Fue cuando se percató de unas escaleras de caracol que subían a otra planta. Pasó la zona de las butacas, donde había mucha gente charlando y divirtiéndose, y subió las escaleras. Al llegar a la segunda planta, se detuvo allí mismo para analizar el lugar.
—Guau... —murmuró, sorbiendo por la pajita de su copa—. C’est énorme.
La segunda planta era como un jardín botánico, pero no con tantas plantas. Estaba cubierto por un techo abovedado de cristal, por el que se podía ver las estrellas, y estaba dividido en zonas para sentarse, zonas ajardinadas y por supuesto otra barra de bar. La música sonaba a menos volumen allí arriba, por lo que era un lugar esencial para relajarse y hablar tranquilamente. Había gente sentada por todas partes con sus copas y amigos.
Se adentró, pues, hacia el centro, donde había una fuente grande que desprendía chorros de agua de colores a causa de las luces que había sumergidas, y allí se sentó, en el bordillo, observando. Recorrió con la mirada cada una de las mesas, analizando a la gente. Ni rastro del rubio, ni de Yako, ni de problemas…
Por un rato, Cleven se quedó como en trance. Con una inmensa paz por dentro. Quizá fuera por el alcohol, pero también por otra cosa. Francamente, Sam podía tener más razón de la que creía cuando le dijo que era una chica muy observadora. La verdad es que Cleven había estado ignorando muchas cosas de su entorno en los últimos años, pero era porque tenía una nube negra encima, pesando sobre ella, ensombreciendo su interés por cualquier cosa, obligándola a mirar siempre hacia abajo y seguir con la rutina. Era lo normal para una niña que había perdido a su madre y volcado todo su mundo.
Sin embargo, ahora que se había quitado de encima parte de esa nube al aventurarse a huir de casa y probar y arriesgarse con este plan para romper la rutina, había comenzado a levantar la vista del suelo y a mirar un poco más lo que había alrededor.
Y se sintió como una costumbre familiar que había añorado con fuerza, como algo que solía hacer de pequeña y que siempre formó parte de su manera de ser. Ponerse en medio de un lugar lleno de gente, estar en el centro y observar a todas las personas en silencio, prestando atención a todo, su aspecto, sus gestos, su forma de hablar, sus movimientos, la expresión de sus caras… Pero ¿por qué solía hacer eso? ¿Porque era una cotilla? Cleven había olvidado el motivo.
De hecho, ¿por qué ayer exactamente se había empeñado tanto en acercarse a Raijin nada más verlo en la cafetería y en intentar descubrir cosas y más cosas sobre él? Ese día ella estaba triste porque el día anterior había descubierto que Kaoru era un imbécil, y estaba enfadada con su padre, y con todo, y harta de muchas cosas, y sólo quería buscar a su tío. Se podría decir que, en realidad, no estaba de humor para ponerse a ligar con alguien.
Puede ser que una parte de ella, la parte más humana, simple y superficial de ella, se hubiese acercado a Raijin porque era un chico muy guapo y se había encaprichado con él por eso, porque era guapo y ya. Pero en realidad, y esto ella no lo sabía, era porque otra parte de ella, más antigua y profunda, no sólo vio a un chico con cara seria y calmada sentarse en aquella mesa de la cafetería; vio, detectó, percibió muchas más cosas detrás de esa seriedad y calma. Dolor, nostalgia, luto, problemas, estrés, cansancio…
Al final de su “cita”, Raijin se enfadó un poco con ella porque estuvo haciendo preguntas personales y comentarios un tanto impertinentes y privados. Tal vez, Cleven se comportó con él de la misma forma que los dos tipos de hace un rato se habían comportado con ella. Y de eso ella se dio cuenta. Molestó a Raijin como esos dos tipos de antes la molestaron a ella en la barra. Pero también, ella fue sincera, al explicarle a Raijin que el motivo de su insistencia por saber cosas personales de él era porque sentía la necesidad de ayudarlo, con cualquiera que fuese el problema que estuviese sufriendo.
Quizás fuera por eso que Cleven observaba tanto a la gente cuando era pequeña, y en este momento también, ahora que se había quitado parte de esa nube negra de encima. Quizás fuera por eso que tenía la manía de ser una metomentodo. Quería ayudar. Detectar problemas y arreglarlos. Recuperar esa costumbre de su infancia que ella había olvidado.
Cleven se acabó la copa y fue a dejarla en la barra. Pero nada más levantarse, se dio de bruces con alguien que justo pasaba delante de ella, y perdió el equilibrio, y se habría zambullido derecha a la fuente de no ser porque ese alguien la agarró del brazo instintivamente a tiempo. El vaso se le había resbalado de las manos y fue a estrellarse al suelo, pero Cleven estaba con los cinco sentidos clavados en Raijin, pasmada.
—La vache... —murmuró en francés.
Raijin, que seguía sujetándola del brazo, la miraba más pasmado que ella.
—¿¡Q... qué demonios haces tú aquí!? —exclamó, soltándola.
—Te he seguido —contestó ella, mostrándole su más encantadora sonrisa.
«¿“Te he seguido”?» se repitió a sí misma, «Pero ¿¡qué estás diciendo, so tonta!? ¿¡No podrías haberle dicho otra cosa como “pasaba por aquí” o “nada, disfrutando una noche de ocio”!? ¡Seré idiota!».
Raijin permaneció con una ceja arqueada, analizando aquella respuesta, tras lo cual puso una cara de enorme recelo.
—¿Cómo has entrado, pipiola? —le preguntó, realmente mosqueado—. ¡Si eres una cría!
—¡Eh! —saltó Cleven, apuntándole con el dedo—. ¡Mira quién fue a hablar, señor “soborno”!
—¡Baja la voz! —se sobresaltó, mirando a su alrededor.
Cleven se extrañó al verlo nervioso por primera vez desde que lo conoció, observando rápidamente cada rincón del lugar.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, pensando que había algún asesino persiguiéndolo.
Raijin no respondió, pero de pronto pegó un brinco, se puso en tensión y se fue pitando de allí, dejándola ahí sola. Cleven, sin comprender, dirigió la mirada hacia el mismo lugar donde Raijin la tenía hace unos segundos.
—¡Le…! ¡Ahhh! —dio el mayor respingo de su vida al ver allí a alguien muy, muy familiar y, con los pelos de punta, dio un paso adelante, luego hacia atrás y luego hacia los lados. No tenía ni idea de por dónde huir, sólo era cuestión de segundos que el joven que había allí en la barra con su novia la viese.
Y ya está. Cuando aquel joven dirigió su mirada hacia donde estaba ella, Cleven se tiró a la fuente sin pensarlo dos veces. El hombre que estaba en la barra poco le faltó para verla. Sólo se quedó un poco chocado, pues le había parecido ver a alguien junto a la fuente y ahora no estaba. La chica que reposaba entre sus brazos observó a su novio con extrañeza.
—¿Lex? ¿Te pasa algo? —le preguntó.
—Mmno... —respondió lentamente, reflexivo, y miró a la mujer con el ceño fruncido—. Me había parecido ver a mi hermana.
«¡Lex y Riku!» pensó Cleven, «¡Mierda, Lex está aquí! Si me ve aquí me mata».
—¡Jaja! —rio la mujer con ganas—. ¡Sí, claro! ¿Cleventine aquí? Ay... —suspiró mientras le quitaba las gafas a Lex—. Deberías trabajar menos, cariño, te estás volviendo paranoico. No irás a trabajar estos días festivos, ¿verdad?
—¿Bromeas? —sonrió mientras la besaba en el cuello—. Tengo un montón de consultas que atender esta semana... y diagnósticos que hacer a un montón de pacientes...
—Vamos, relájate —le susurró sensualmente, serpenteando hacia su cara, y los dos empezaron a besarse—. Examíname a mí.
«Ay, Dios, qué vergüenza…» pensó Cleven, procurando mirar a otra parte. «Mi hermano haciéndose mimitos con Riku es lo último que quiero estar viendo». Se dirigió al otro lado de la fuente con discreción y salió de ella a gatas, chorreando agua por todas partes y poniendo el suelo perdido. Y gateando se fue directa a las mesas de más allá donde se había camuflado Raijin, unas mesas acopladas a la pared con dos sillones a cada lado cada una. Fue observada con gran sorpresa por la gente, aunque a ella le daba igual. Más importante era que su hermano mayor no la viese allí, pues se metería en un buen lío.
Trepó hasta el asiento, sentándose enfrente de Raijin, el cual se la quedó mirando perplejamente.
—¿Qué haces? —preguntó fríamente.
—Es que no quiero que me vea ese hombre de allí —le explicó, señalándole a Lex.
—¿De qué lo conoces? —se extrañó Raijin.
—Ah, no importa. ¿Y tú? ¿De quién huías?
Raijin permaneció en un frío silencio unos momentos, hasta que desvió la mirada y se arrimó más a la pared para camuflarse más.
—De la mujer que está con él.
—¿Por qué? ¿La conoces? —se sorprendió ella esta vez.
—Es que trabaja en… —dijo, pero se calló y miró a Cleven con fiereza—. ¿Y a ti qué coño te importa? ¿Por qué no te largas, pelmaza?
—Oblígame —le sonrió, apoyando la cabeza en una mano—. Raijin.
—Que no me llames así —gruñó.
—Pues dime tu verdadero nombre. Y yo te diré el mío.
—Que te pires.
—¿Dónde está Yako? —preguntó ella tranquilamente—. ¿No estaba contigo?
Y él no contestó, para variar. Raijin se desplomó contra el respaldo, cansado, maldiciendo el día en que aceptó hacerle de guía por la ciudad. Cleven no preguntó nada más, con estar ahí sentada frente a él le era suficiente, y aprovechó el momento.
Raijin, por otra parte, estaba esperando a que apareciera Yako. Los dos se habían dividido para buscar a Kiyomaro, pero por desgracia Raijin había descubierto que Riku –la novia de Lex– estaba allí, y por nada del mundo deseó que lo viera. ¿Por qué? Riku conocía a Raijin y él a ella, pero no por asuntos amorosos, sino por temas laborales. Así que no se atrevió a salir de donde estaba. El lugar donde estaba sentado era el único válido para esconderse de Riku, y ahora estaba atrapado con la pelmaza de Cleven.
Cleven lo observó con curiosidad, viendo cómo el rubio cerraba los ojos, tan abatido que hasta le pareció que se le iba el alma por la boca. No le preguntó qué le pasaba, pues supo de antemano que no le iba a responder. Pero eso no significaba que no estuviese muerta de curiosidad, tenía unas ganas de saber más cosas sobre él... Pero, ¿por dónde empezaría preguntando esta vez? Si algo tenía claro, es que no iba permitir que Raijin siguiera comportándose así de frío con ella. ¿Qué podría hacer?
—Oye, ¿hasta cuándo piensas quedarte ahí? —refunfuñó Raijin, cruzándose de brazos.
—¿Por qué? —sonrió ella tranquilamente.
—Porque quiero que te largues. Quiero que me dejes solo.
Cleven se lo quedó mirando un momento, sin borrar su tierna sonrisa.
—¿Te gusta estar solo? ¿Cómo puede ser eso? A nadie le gusta estar solo.
—Me he pasado la vida solo, así que me la suda.
—¿Y qué pasa con Yako y los otros amigos que tienes?
—No me refería a eso.
—¿Es que no tienes seres queridos? A familiares, me refiero —dijo, empezando a creer que por fin había conseguido comenzar una conversación.
Raijin se quedó en silencio. Por un breve instante desvió la mirada hacia Lex. Después la desvió a otro sitio.
—Ya no... —murmuró.
Cleven se sorprendió al oír esa contestación. «Ya no...» repitió la joven en su cabeza, «¿Quiere decir eso que ya no tiene familia alguna? ¿Por qué?». Al menos, le alegraba ver que Raijin estaba contestando a sus preguntas, raro en él, por lo que pensó que de alguna manera ya estaba cogiendo confianza con ella, aunque fuera mínima.
Se lo veía otra vez molesto por su presencia y, sin embargo, Cleven podía intuir que en el fondo no le importaba tanto que estuviese ahí con él. «Este chico es un misterio. Cuesta entenderle» se dijo, «Repudia a la gente con la que no tiene confianza suficiente, es como si tratara de evitar que alguien desconocido sepa demasiado sobre él. Cuando alguien está tan a la defensiva de su privacidad, es porque tiene algo importante que ocultar, o que proteger… ¿Qué puede ser? Me muero por saberlo».
—¿Es por eso por lo que estás triste todo el tiempo, Raijin? —preguntó entonces.
—No estoy triste —objetó, mientras se encendía un cigarrillo—. ¿Dónde me ves tú cara de triste?
—No me engañas, Raijin —murmuró ella, mirándolo fijamente con las mejillas algo coloradas—. Vas siempre con ese aire indiferente y esa actitud fría que espanta a todo el mundo, pero no me engañas. En parte eres así para ocultarle al mundo tu tristeza y mostrarte como alguien fuerte. ¿Verdad?
—No me vengas con sandeces, pesada —musitó, y Cleven pudo ver en su rostro que lo había pillado, aunque este lo intentase disimular.
—Te observé en la cafetería antes. Y pensé en el día que pasamos ayer. Eres muy extraño. A pesar de tu actitud distante con los demás, pareces alguien dispuesto a ayudar a quien te necesita aunque no tengas ganas, pero rechazas que alguien te ayude a ti.
—¿Porque no necesito ninguna ayuda, tal vez? —preguntó con sarcasmo, dando una calada a su cigarro y mirando hacia otro lado.
—Una voz dentro de ti la pide a gritos.
Raijin giró la cabeza hacia ella, esta vez mirándola perplejo, igual que ayer cuando ella hizo un comentario impertinente similar.
—Para de hacer eso —le advirtió él.
—¿Hacer el qué? —preguntó confusa.
—Esos comentarios tuyos se pasan de rosca. No somos familia, no somos amigos, así que deja de tomarte tantas confianzas conmigo.
—¿Por qué no podemos ser amigos? —protestó ella.
—Porque no quiero. No quiero más amigos, ya tengo los que tengo y no quiero más.
—Creo que es porque tienes miedo.
—¿Estás drogada?
—¿Qué tiene de malo para ti tenerme como amiga?
—¿Serías capaz jurarme que ese es tu único objetivo conmigo sin mentirme?
Cleven esta vez no dijo nada. Miró a un lado, vergonzosa.
—Ya… —asintió Raijin con la cabeza—. No eres la primera que se me acerca con intenciones ocultas fingiendo amabilidad. Tú no quieres ayudarme. Sólo quieres lo mismo que las demás. Eres igual que ellas.
—¡Eso no es verdad! —se impuso Cleven dando un manotazo a la mesa, y Raijin se sobresaltó un poco—. Te digo la pura verdad cuando te digo que quiero ayudarte y que puedes contar conmigo si tienes problemas o preocupaciones. ¡Mira mis ojos y dime que miento sobre eso!
—¿Y qué pasará cuando descubras que, en definitiva, no tienes ni jamás tendrás ninguna posibilidad conmigo? ¿Seguirías igual de interesada en ayudarme con mis problemas?
Cleven se tomó un rato para contestar a eso, pero no apartó una mirada firme de sus ojos.
—Sí. Seguiría interesada en ayudarte. Porque me gustas, me caes bien y me sacas de quicio al mismo tiempo, y me hiciste un enorme favor ayer a pesar de que no tenías ganas, y eso ya es algo que voy a valorar siempre. Estaría dispuesta a ayudarte o a hacer algo que necesitases de mí, incluso aunque tuviera la certeza de que no recibiré de ti nada a cambio. Haría lo mismo por Yako, porque también fue bueno conmigo. Me gusta relacionarme así con la gente, ¿vale?
Raijin se quedó callado unos segundos, mirándola con cara incrédula.
—¡Nos conocimos ayer! ¡Durante apenas cinco horas!
—Suficiente para mí —aseveró Cleven.
—Yey Bogu… —farfulló el chico, frotándose los párpados con agotamiento, con el cigarrillo a medio consumir entre sus dedos—. Escucha. Tú no sabes nada. No entiendes nada. Así que para ya esa actitud insolente conmigo. Tengo paciencia, pero no es ilimitada.
Cleven negó con la cabeza y se levantó del asiento. Y se fue. Y por increíble que fuese, Raijin la observó con sorpresa mientras se alejaba. No se lo esperó. Es más, es muy posible que incluso una diminuta parte de él se sintiera contrariada de que ella se hubiese marchado. Pero él y su coraza de hielo no lo iban a reconocer.
Continuó observando a Cleven allá a lo lejos, y vio que ella, tras echar un vistazo hacia la barra desde detrás de la fuente para asegurarse de que las dos personas de las que huían ya se habían ido de allí, se fue a dicho lugar. No se había marchado, sólo había ido a pedir bebidas. Al poco rato, Cleven regresó con dos copas en la mano, se sentó de nuevo frente a él y le dio una. Y reinó entre ellos un momento de silencio, en el cual Raijin, otra vez sorprendido por lo que había hecho Cleven, aprovechó para estudiar su comportamiento que tan raro le había parecido. «De todos los humanos... esta es la más rara» pensó el chico, analizando sin parar cada gesto que hacía Cleven.
—Si no quieres bebértela, no lo hagas —le dijo ella, tomando un sorbo de la suya.
El rubio arqueó una ceja con recelo, sin comprender muy bien qué estaba pasando. Y la verdad era que Cleven también estaba estudiándolo, a ver qué hacía tras haberle invitado a una copa, cómo reaccionaría. Era una pequeña prueba para llegar a conocerlo un poco más. Así pasaron unos minutos, los dos callados, el uno frente al otro, estudiándose mutuamente sin que el otro lo supiera.
Finalmente, Cleven vio que Raijin daba un suspiro de desasosiego y, como con cierto fastidio, aceptó la copa. Por ello, ella sonrió para sí.
—Yo también perdí a un ser muy querido —comentó entonces Cleven, dejando la copa en la mesa—. Pero no por ello voy a pasarme la vida lamentándome.
—¿Sólo a uno? —preguntó él, levantando una mirada fría—. Mira, no hace falta que te compadezcas de mí. He vivido y visto las peores cosas del mundo, así que no intentes comparar tu vida con la mía.
—No lo hago —replicó con calma mientras jugueteaba con una planta situada al lado de su asiento—. Perder a uno, o perder a varios seres queridos... ¿Qué más da, Raijin? Ambas cosas siguen siendo igual de horribles, te afectan, te marcan para siempre, y para ambas sólo existe una solución. Sólo hay un camino para seguir adelante, y miles para echarse abajo. Hay que estar ciego o ser muy tonto como para no elegir el camino correcto.
—¿Qué quieres decir?
—¡Que eres un cobarde! —exclamó, clavándole la mirada.
—¿Qué has dicho? —gruñó.
—Que eres un cobarde, pobre de ilusiones, un insensato —le espetó con seriedad, dando con el puño en la mesa—. Un amargado que no es capaz de darse más oportunidades a sí mismo ni a los demás.
—¡Ya le he dado demasiadas oportunidades a la vida, más de las que se merece!
—¡Eso no es verdad! —saltó con enfado—. Que me digas eso teniendo 90 años y a punto de palmarla, vale, se acabó todo, pero ¡mírate! Sólo tienes 20 años, tienes décadas por delante, y si te has rendido tan pronto es que no eres más que un cagueta y un estúpido. ¿Crees haberlo vivido todo? Nadie, absolutamente nadie puede decir eso siendo tan joven.
—No tienes ni idea de lo que hablas.
—Tengo la misma que tú. Te dedicas a alejarte de todo y de todos, a repeler toda novedad y toda oportunidad que se te acerca. ¡Yo también he estado años haciendo eso! A mí esa actitud me parece de cobardes, ¡y yo he decidido dejar de serlo! Pero tú… —negó con la cabeza desaprobadoramente—. La gente no se merece que la trates así cuando quieren acercarse a ti con buenas intenciones, a ofrecerte algo, a traerte una novedad en la vida.
—¡Escúchame, pesada! ¡No tengo por qué estar oyendo tus sermones filosóficos! ¡Me da igual lo que pienses de mí!
—¡He ahí una prueba de tu cobardía! —exclamó ella, apuntándole con el dedo—. Quizá no sea tu verdadera intención, pero la gente se ofende cuando la ignoras, la gente se siente mal cuando intenta acercarse a ti y tú los echas de una patada. ¡Tienes todo el derecho del mundo a rechazar mi ayuda, mi amistad o unas albóndigas de pulpo, pero hay mejores maneras de hacerlo! No tuviste por qué ser así conmigo cuando estuvimos paseando por las calles el otro día. ¡No te hice nada para que me despreciaras de esa manera, no me lo merecía! ¡Elegiste hacerme ese favor pero me hiciste sentir culpable todo el tiempo por habértelo pedido! Ni siquiera una palabra amable, o gesto, o un adiós cuando nos separamos. ¡No se puede ser así con la gente!
—¡Cumplí con lo que querías! ¡Enseñarte el distrito de Shibuya, y nada más! ¡Eso era lo que querías, no pediste nada más, ningún extra! ¿No decías que no te importaba no recibir nada más de mí? ¿Y ahora te quejas porque no te di un abrazo, una sonrisa o un piropo?
—Raijin, ¡hablas como si relacionarte con la gente se tratara de un trabajo, con deberes concretos que cumplir a rajatabla y pautas fijas de comportamiento!
—A lo mejor es así como a mí me gusta relacionarme con la gente.
—Creo que es así como estás acostumbrado a relacionarte, pero no es ni por asomo el modo en que te gusta hacerlo. Lo haces así por lo que dije antes, porque tienes miedo, no sé a qué exactamente, pero es miedo sin duda, el mismo que yo he estado teniendo durante los últimos años y trataba de convencerme a mí misma de que era simple falta de interés. ¡Para arreglar un problema, lo primero es admitir que tienes uno!
—¡Te estás pasando! —la apuntó con un dedo severo.
—¿Y por qué sigues aquí escuchándome?
—¡Porque quiero dejarte claro que quiero que me dejes en paz y que pares de meterte en mi vida y opinar sobre mí sin tener ni idea de nada!
—¡Opino sobre lo que veo y sé! ¡Y opino que fuiste muy grosero ayer conmigo! ¡Y que ese comportamiento es perjudicial para ti el primero!
—¿¡Y eso por qué!?
—¡Porque así no se puede vivir, porque así alejas a todos y te quedas solo! ¡Nadie quiere estar solo, y por mucho que me lances tus miraditas cargadas de frialdad, sé que a ti en el fondo te aterra estar solo! ¡Pero por alguna razón sientes que debes estarlo, y seguro que es una razón irracional! —contestó ella con voz tan alta y clara que toda la gente de alrededor se la quedó mirando. Cleven respiró varias veces, tan enfadada que se había olvidado de parpadear.
Raijin permaneció en silencio, contemplándola con cara de muy pocos amigos. ¿Él? ¿En serio, él? ¿Que él hacía algo por una razón irracional? ¡Blasfemia! Raijin era el ser contrario a la irracionalidad por excelencia, todo lo que hacía y decía era lógico y racional, siempre.
Pero... claro. Raijin funcionaba de otra manera. Él no sentía de forma natural, se contagiaba de los sentimientos de los demás, y lo hacía sin querer, o quizá una parte de él lo hacía queriendo. Porque, efectivamente, le aterraba estar solo, e intentaba comprender a todos esos seres tan llenos de sentimientos que lo rodeaban dejándose contagiar. Pero por mucho que llegara a sentir algo, no conseguía comprenderlo, ese sentimiento era un intruso, no era suyo, su mente no lograba asimilarlo. Y por ello, a veces acababa haciendo daño a la gente con su forma de pensar. Por ello, alejaba a la gente de él. Pensaba que era mejor para él y para los demás. Sólo conseguía entenderse, si acaso, con sus compañeros iris, que, aunque podían sentir por sí mismos como los humanos, al menos se asemejaban más a él a la hora de pensar en las cosas de manera racional.
—Créeme si te digo que así te estás pudriendo —le dijo Cleven, levantándose del asiento—. Es como si te estuvieras suicidando lentamente, y de la manera más estúpida. ¿Es eso lo que buscas?
Reinó otro momento de silencio, Raijin y Cleven clavándose una mirada desafiante el uno al otro, observados con curiosidad por las personas de su alrededor. De pronto, Cleven cerró los ojos y se llevó una mano a la cabeza, con cara de no encontrarse bien.
—Estoy mareada... —musitó.
El rubio siguió sin decir nada, hasta que Cleven volvió a abrir los ojos, sacó el dinero que había conseguido del guardia de la puerta y lo dejó de un manotazo sobre la mesa, delante de Raijin.
—Esto es tuyo. De tu soborno al guardia —le dijo, y Raijin la miró patidifuso, preguntándose cómo demonios había conseguido que el guardia devolviera ese dinero—. Así te compenso por todas las molestias que te he causado.
Y tras eso, Cleven se marchó, sin más. Se alejó de él, frotándose los ojos por el mareo del alcohol que se le había subido a la cabeza. Cumplió con su parte con el guardia, borrando delante de él aquel vídeo que lo comprometía como habían acordado. Y nada más salir a la calle, ya se sintió arrepentida. Arrepentida de haberle dicho todas esas cosas a ese chico que tanto le gustaba, arrepentida de cómo le había hablado.
Su corazón ya le estaba ordenando que volviese allí otra vez y suplicase perdón, pero su cabeza fría contradecía a su corazón lo suficiente como para no hacerlo. Ya está, lo hecho, hecho está, no hay vuelta atrás, ni falta que hacía. Lo sabía, sabía que había hecho lo que tenía que hacer.
No obstante, de camino hacia el hotel, con nieve cayendo a su alrededor, con el frío de la noche envolviéndola junto con las luces de las farolas, seguía sintiéndose algo mal por dentro, y no era por el alcohol. Sin embargo, al poco rato pensó: «Seguro que no ha servido de nada decirle eso. Seguro que todo le da igual. Todo. Es como si no sintiera nada». Y eso le daba bastante rabia.
* * * *
Yako estaba haciendo lo posible por pasar entre la masa de gente de la pista de baile de la zona VIP, que no paraba de dar saltos y moverse de aquí para allá, mientras buscaba a Kiyomaro, mirando por todas partes. Pensó que había más posibilidades de encontrarlo en esta zona más privada de la discoteca porque era donde solían estar los ricos, tanto legales como ilegales, tanto empresarios como traficantes, y Kiyomaro era el lacayo por excelencia de este tipo de gente.
Era el único tipo de lugar de la ciudad donde se mezclaban los humanos buenos y los malos como si no pasara nada. Más que nada, porque los primeros solían ignorar que los segundos estaban entre ellos. Sobre todo, donde delincuentes y mafiosos de la Yakuza disfrutaban de su ocio y de sus negocios al mismo tiempo con total libertad, sin policías, impunes. Discotecas así donde se movía mucho dinero eran un lugar seguro para actividades criminales. Se supone que era trabajo de la policía investigar este tipo de actividades y este tipo de lugares y cazar a los criminales, pero, aunque sí lo lograban en otros sitios y otras situaciones, siempre quedaba algún lugar donde el tren de los negocios turbios seguía en marcha. Entonces, aquí era donde los iris trabajaban, en aquello donde la policía humana común no podía llegar o que no podía resolver adecuadamente.
Yako y los demás iris de Tokio ya tenían este lugar fichado, sabían qué mafiosos y traficantes se guarecían aquí y lo que hacían en la clandestinidad, drogas y prostitución básicamente. Sin embargo, era trabajo de Alvion, el jefe de la Asociación, investigar primero los primeros datos y posibilidades de actuar al respecto, y así elaborar una misión con un objetivo concreto, y era decisión de él a qué RS encomendarle esta misión. Por eso, Yako y sus compañeros de la KRS no podían hacer nada contra la actividad criminal que se cocía en el Gesshoku ahora, porque Alvion seguramente le iba a encargar eso a otra RS algún día, así que no era asunto ni de Raijin ni de Yako ocuparse ahora de eso, por mucho que a Yako se le estuvieran revolviendo las tripas en este momento, estando bajo el mismo techo que humanos despreciables y no hacer nada al respecto.
Apestaba a energía Yin por toda la zona. Ahí debía de haber casi un centenar de humanos malos. Yako se estaba mareando por ese olor. Pero no era un olor real, del que se captaba con la nariz; era una forma de interpretarlo, porque los seres como Yako percibían la energía Yin similar a olfatearlo, pero, en lugar de con la nariz, lo sentían con la mente.
«Debería haberle dejado a Raijin esta zona» pensó. Se paró ahí en mitad para descansar un poco, mirando por encima de las cabezas de la gente, agobiado. Repentinamente, notó que alguien le daba una palmada en el trasero, y miró sobresaltado a la mujer que estaba tras él.
—Hola, guapo —le sonrió esta—. ¿Vienes solo?
—Ehm… —sonrió Yako, nervioso, pero otra mujer le sorprendió por la espalda.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Yo… —titubeó, viéndose rodeado.
—Hmm… —murmuró la recién aparecida, analizando a Yako—. ¿Eres coreano?
—Pues…
—No, Kazumi —le dijo la otra—. Seguro que es chino.
—Oh, sí —asintió la segunda, deslizando sus manos por el torso del joven—. Es bien mono. Aunque… —entornó los ojos—. Tiene algo occidental…
—Disculpen, señoras, pero tengo que… —intentó excusarse Yako.
—¡Ajá! —exclamó una—. Reconocería ese acento en cualquier parte, por muy pequeño que sea. Oye, guapo, ¿eres italiano?
—No, yo... —titubeó Yako—. Bueno… Soy medio italiano. Pero oigan, tengo que irme a….
—Oh, nunca he probado a un ítalo-chino —caviló la mujer con interés—. ¿Qué tienes, 20, 21 años? Eres un niño todavía, qué ricura... —le acarició la barbilla con el dedo.
—Yo lo he visto antes —protestó la otra, apartando a su compañera y abrazando a Yako.
—Socorro... —musitó el joven, intentando divisar una vía de escape.
—No seas tímido —le susurró la que le abrazaba, mientras la otra intentaba hacerse hueco.
—Baila conmigo —le pidió la tal Kazumi, tirándole de un brazo.
—¡No, bailará conmigo! —saltó la otra, tirando de su otro brazo.
—Raijin… —sollozó Yako, viéndose a sí mismo salir del Gesshoku partido por la mitad.
—Chicas, chicas —apareció de pronto un hombre bajito de entre la gente, abriéndose paso con brusquedad, y cogió a cada una de cada brazo con la misma brusquedad—. Os he dicho que no os alejaseis, Ojisan os quería ver en el despacho hace cinco minutos para daros el nuevo itinerario. ¡Ganaos el sueldo!
Yako se quedó algo aliviado de no seguir apresado entre esas acosadoras, pero al reconocer al hombre que tiraba de ellas mientras se alejaban, reaccionó. Era un personaje menudo, con un pelo negro, sucio y despeinado. Su cara brillaba con las luces, y su expresión recordaba al de un pequeño leprechaun, o a un duendecillo, nervioso e inquieto, y bien feo. Era digno de llamarse vasallo de un pez gordo.
Yako siguió a ese hombre y a las chicas hasta que salieron de la pista de baile y se adentraron en un pequeño pasillo, donde al fondo había una puerta iluminada con una luz roja, y las dos chicas se metieron por ella. El menudo hombrecillo se dio la vuelta para regresar hacia la pista de baile, pero nada más salir del pequeño pasillo, se dio de bruces con Yako. Soltó un juramento y fue a insultarlo, pero tuvo que levantar mucho la cabeza hasta poder ver su rostro. En ese momento, Yako estaba a contraluz y parecía una silueta negra con dos ojos escalofriantes que emitían un leve brillo dorado, y el hombrecillo se estremeció por un momento.
—A… aparta de mi camino, mocoso —le gruñó sin embargo, manteniendo la distancia.
Yako dio un paso y dejó ver su rostro en una zona un poco más iluminada, mostrándole al otro su sonrisa más simpática.
—¿Qué es esa forma de tratar a las mujeres? —preguntó Yako con su habitual tono suave.
—Jiji… Mira, chaval, si quieres una tendrás que pagar por ella —le dijo, impaciente, frotándose las manos con nerviosismo—. Pero esas dos son intocables, propiedad de alguien más importante que tú, larguirucho. Jiji, sabré yo cómo tratarlas. Y ahora aparta —pasó de largo, empujándolo a un lado.
—Kiyomaro… —lo llamó con calma, y este se paró y lo observó con sorpresa.
—¿De qué conoces mi nombre? ¿Te conozco? —entornó los ojos, tratando de visualizar mejor a Yako, a pesar de que había poca luz y focos moviéndose por todos lados.
—Tengo un trabajito para ti.
—Hmm… Oh, ya entiendo. Eres uno de esos estúpidos iris engreídos. ¡Pues ahora no tengo tiempo!
—Que yo sepa, estás al servicio de los iris, antes que al servicio de cualquier otro. ¿Recuerdas?
—¿Ah, sí? —gruñó, apartándose de él y caminando por los flancos de la pista de baile, más despejados de gente, y Yako lo siguió tranquilamente—. ¿Y cuánto me ofreces?
—Nada. Lo vas a tener que hacer sin nada a cambio.
—Jiji, ¿me estás tomando el pelo, chico? —se rio; pero en ese momento, al pararse bajo un foco más brillante, Kiyomaro se fijó mejor en Yako, especialmente en sus ojos—. Espera un momento —dio un paso atrás—. Mierda, tú eres ese… el famoso Yako… Agh, lo que me faltaba —masculló.
—Oh… ¿Famoso por qué? —sonrió Yako.
—Porque tú no eres un iris, solamente te haces pasar por uno, todo el mundo lo sabe. Igual que te haces pasar por un humano ahí en ese bar tuyo. ¿Qué demonios hace aquí un ser supremo como tú mezclándose con los iris y con los humanos, con los seres inferiores?
—No me hago pasar por iris, lo soy, ahora soy parte de ellos y necesitamos tu colaboración, así que, por favor, accede.
—No pienso aceptar nada que tú me pidas. Acepto el trabajo que me piden los iris si me pagan y el de los humanos. Pero tú y tu especie de ojos dorados me ponéis de los nervios.
—¿Cómo que mi “especie”? —repitió molesto.
—Déjame en paz, criatura extraña —siguió caminando.
—Soy tan persona como los humanos y los iris, no me llames criatura —se enfadó Yako.
—Pero es lo que eres, oh, gran Señor Yako.
—Déjalo ya. Deserté. Soy un iris de verdad, normal y corriente, desde que tengo 4 años. Presencié una tragedia y me convertí como los demás se convirtieron. Y como tal, cumplo con el trabajo de la Asociación.
Kiyomaro se detuvo un momento y lo miró de arriba abajo, socarrón.
—Santo cielo, tu abuelo debe de odiarte mucho por eso.
—No es asunto tuyo —masculló Yako.
Ambos se adentraron en un patio muy amplio, al aire libre, adoquinado y con una enorme fuente con luces de colores en el centro. Apenas estaba iluminado por unas luces naranjas situadas en las paredes que limitaban el patio, y había unas cuantas parejas en el lugar, sentadas en los bancos. Allí la música seguía sonando fuertemente, y el joven vio cómo Kiyomaro buscaba con sus movimientos nerviosos a alguien por la zona, seguramente a otra empleada.
—Es tu obligación cumplir cada vez que se te pida, Kiyomaro —insistió Yako, empezando a perder un poco la paciencia—. Por eso te dejamos pulular por aquí a tus anchas, en lugar de meterte en un calabozo… o de matarte. Así que no te hagas de rogar.
—Hah… —el hombrecillo se giró hacia él—. Debes de estar padeciendo un gran sufrimiento ahora mismo, conteniendo con todas tus fuerzas tu feroz deseo de matarme arrancándome la cabeza. He oído que tu especie siente repulsión inmediata por aquellos que estamos muy lejos de ser angelitos. ¿Me equivoco? —le sonrió arrogante.
Sin embargo, se le borró la sonrisa cuando Yako, suavemente, le posó una mano en el hombro de forma amigable, y le devolvió una sonrisa dulce.
—No. No te equivocas. Todo lo que dices es cierto.
Kiyomaro sintió de repente un temblor en las piernas. Quizá se estaba pasando de listo intentando ofender o provocar a Yako con esos comentarios. Pero es que la natural amabilidad de Yako y su eterna sonrisa cándida le hacía confiarse.
—Sólo te equivocas en lo de mi deseo de arrancarte la cabeza —añadió Yako dócilmente—. Prefiero destriparte, miserable humano.
Kiyomaro tragó saliva. Por un segundo temió por su vida de manera auténtica.
—N… ¡Ya, claro! Pero tienes prohibido hacerlo si no tienes el permiso de tu abuelo, así que deja de hacerte el duro, ¡no puedes hacerme nada!
—Bueno. Eso también es verdad —Yako quitó la mano de su hombro, sin dejar de mostrarse risueño—. Mi compañero y yo necesitamos que nos hagas un favor ahora mismo. Yo soy muy blando, debo admitirlo. No quisiera llamar a mi amigo para que te convenza él, pues él no es tan blando como yo.
—¿Así que vas de ese palo? ¡Jaja! No puedes matarme sin permiso pero tampoco eres capaz de convencerme porque “eres blando”. ¡Vaya un disparate!
—Es que si dejo de ser blando contigo, tú dejas de vivir, básicamente —le explicó Yako—. No sé tratar a gente como tú mediante un término medio.
—¿Y de verdad pretendes trabajar y actuar como un iris? No me extraña que desertaras, tu abuelo debió de mandarte a esta parte del mundo de una patada —se burló, volviendo con su búsqueda—. Vaya una vergüenza para los de tu especie, no sirves ni para eso ni para ser iris. Puede que nacieras con una parte humana, mocoso, y que te hayas convertido en iris al ver morir a alguien importante, ¡pobrecito!, pero no puedes huir de la verdad tal y como insistes tanto en hacer, y la verdad es que no puedes dejar de ser lo que realmente eres sólo porque no te gusta, la maldita criatura más poderosa del mundo. Y aquí estás, un monstruo disfrazado de simpático iris por la noche, y de humano camarero por el día. Hah... ¿Dónde estará esa estúpida...? —siguió buscando a otra de las chicas.
—Kiyomaro, acepta de una vez.
—¡Yo no hago nada gratis! —exclamó con enfado.
Kiyomaro volvió a entrar en el local, y Yako hizo lo mismo, optando por recurrir a Raijin. Al pasar por la puerta vio que el hombrecillo se había parado cerca de la puerta y se había puesto a hablar con una chica que, a juzgar por su vestimenta, debía de ser otra chica de compañía, y le estaba echando la bronca.
Yako pasó de largo y se encaminó hacia las escaleras que daban al segundo piso, pensando que Raijin debía de estar ahí, ya que no lo había visto en la primera planta. Le sorprendió ver que el rubio estaba bajando ya las escaleras, con una aura de lo más irritada. Se acercó a él, pero Raijin pasó de largo a zancadas y le tuvo que seguir por detrás.
—Lo he encontrado —le informó Yako, intentado seguir su paso—. Está en la puerta de allí, pero no ha querido ni escuchar los planes que tenemos para él.
—Ya —gruñó Raijin, yendo directamente a por el hombrecillo.
—Hey, ¿qué te pasa? —le preguntó con sorpresa—. Te veo más cabreado de lo normal. ¿Quién te ha contagiado el enfado? ¿Ha pasado algo?
Raijin no contestó, y, sin parar la marcha, cogió a Kiyomaro del cuello de la chaqueta y lo arrastró literalmente por el suelo hacia el patio de fuera.
—¿¡Pero qué…!? —exclamó el hombrecillo.
—Raijin, espera, usa las palabras —le pidió Yako, apurado, viéndolo venir.
Pero el rubio ni le escuchó, se fue derechito a la fuente y metió la cabeza de Kiyomaro en el agua de lleno. Las parejas de alrededor se sobresaltaron con esto y observaron la situación con susto, mientras el hombrecillo pataleaba, intentado sacar la cabeza del agua.
—No teníamos que llamar la atención así… —suspiró Yako.
Raijin, de un tirón, sacó la cabeza de Kiyomaro a la superficie y se sentó en el bordillo, sin soltarlo.
—¿Vas a escuchar ahora? —le preguntó Raijin con fiereza.
—Que te jodan, mocoso… —escupió, recuperando el aliento.
Y Raijin volvió a zambullirlo en la fuente, haciendo fuerza para que el hombre no pudiese moverse. Tras unos segundos, volvió a sacarlo, y Kiyomaro tosió como un descosido.
—¿Y ahora? —preguntó de nuevo.
—¡Esto está mal! ¡Está prohibido, lo tenéis prohibido! —gritaba histérico—. ¡No podéis matarme!
—No te estoy matando, te estoy dando un baño, que te hace falta —dijo Raijin, sumergiéndolo de nuevo.
Seguidamente, sacó un cigarrillo con la mano que tenía libre y se lo encendió pacientemente, mientras el hombre hacía ruido bajo el agua y pataleaba. Yako vio que esta vez estaba tardando en sacarlo, y tuvo que reaccionar.
—Raijin, no te pases.
—Sé lo que hago, Shokubutsu-chan —replicó él, dándole una calada a su cigarrillo.
—No sé por qué estás tan cabreado, pero te estás dejando dominar por ese enfado. Eso es lo contrario de ser iris —le reprochó—. Este no eres tú.
—¿Este gusano ha sido un cabrón contigo, te ha dicho algo desagradable? —le preguntó el rubio—. Apuesto a que sí.
De pronto Yako agarró a Raijin del otro brazo y lo obligó a sacar a Kiyomaro del agua, que estaba a poco de ahogarse. En ese momento, Yako miraba a su amigo con una expresión muy severa.
—Estás dando síntomas de majin.
Esas palabras sorprendieron a Raijin y le hicieron volver a la realidad. Tenía razón. Estaba perdiendo el control, comportándose según el enfado, y no según la razón. Y eso en él, sobre todo en él, era de lo más improbable, porque Raijin era un iris puro, un iris perfecto, que solamente tenía el defecto del contagio a veces. Para esto Yako sí que no era indulgente ni blando. Por la salud y el bienestar de su amigo, haría cualquier cosa.
Aun así, cuando esto sucedía, a Raijin le daba rabia, especialmente cuando Yako tenía que llamarle la atención. Viniendo de él, le afectaba más que con cualquier otra persona.
—¡Aarf, agh, aah...! —gemía el pobre hombrecillo, respirando por su vida—. ¡Está bien, está bien! ¡Agh! ¡Haré lo que queráis!
El rubio lo soltó y dejó que recuperara el aliento. Miró a su amigo.
—Al menos así es más rápido.
—No vuelvas a hacerlo —le reprendió Yako.
Raijin desvió la mirada, molesto, pero no dijo nada. Su iris, como el de Drasik y el de muchos otros, padecía la enfermedad del majin. Una enfermedad que afectaba al iris impidiéndole a veces dominar sus emociones. Los iris como Drasik que la tenían, la tenían por conservar todavía una fuerte parte humana junto a su parte iris. Pero Raijin la tenía por culpa del contagio de sentimientos que le transmitían los demás, un defecto que sólo él tenía.
Lo que él y Yako no sabían es que el enfado que Raijin sentía ahora era genuino, y no contagiado. Pocas personas eran capaces de hacer que Raijin sintiera emociones de verdad por sí mismo, y solían ser aquellas personas que más le importaban, como Yako. ¿Pero Cleven? Cleven había conseguido cabrearlo con lo de antes, ¿significaba eso que ella tenía la misma capacidad que Yako? ¿Hacerle sentir una emoción natural? Eso significaba que las cosas que Cleven le había dicho le habían importado bastante, y le habían afectado hondo. Sin apenas conocerlo, ella había sido capaz de ver muchas cosas de su interior, algo que normalmente la gente conseguía tras pasar años conociendo a otra persona. Ella sólo había estado con él un par de días y le había destapado una gran verdad de sí mismo. Raijin no podía dejar de pensar en ello.
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