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1º LIBRO - Realidad y Ficción





12.
A trabajar

Drasik iba de regreso a su casa, montado sobre su monopatín y con un chupa-chups en la boca. Iba sorteando a peatones y coches con gran destreza, fluía entre los obstáculos de la calle como una corriente de agua. Con sus pelos de loco ondeando con el viento, atraía las miradas de las chicas, y él respondía con un guiño y una sonrisilla que las volvía locas.

Al cruzar un paso de cebra, se adentró por un atajo que solía coger, una larga callejuela estrecha que al final estaba cortada por una valla metálica de unos siete metros. Saltar incluso una valla de veinte metros no era ningún reto para un iris. El suelo de la zona estaba hecho un asco, con basura desperdigada por fuera de unos contenedores que allí había, aunque él la esquivaba con agilidad sobre su monopatín.

Al poco rato, divisó a un par de personas que venían en dirección contraria desde el fondo de la callejuela, lo que le resultó muy raro, pues en esa zona no solía pasar nadie. Entornó los ojos para ver quiénes eran. Al reconocer a uno de ellos, de la sorpresa perdió el equilibrio y se estampó contra uno de los contenedores. Ignorando el dolor del golpetazo, lo primero que se le ocurrió fue meterse dentro del contenedor con el monopatín y allí se quedó, escondido y rodeado de mierda, esperando a que pasasen esas dos personas de largo.

Eran dos chicos, uno un poco mayor que el otro, pero ambos llevaban el uniforme del Tomonari, igual que Drasik. A medida que se acercaban, caminando a paso lento y tranquilo, oyó que estaban conversando, por lo que abrió levemente la tapa del contenedor y asomó los ojos con discreción para observar.

—¿Y cuánto te han pagado? —le preguntó el chico más joven al otro.

—Cincuenta mil yenes —contestó.

—¿Sólo? —se sorprendió.

—Daiya, ¿sabes lo fácil que ha sido averiguar que ese novato de Kyo salvaguardaba el pergamino que buscaban? Vamos, tío, que llevo años siendo iris, casi podría haberlo hecho con los ojos cerrados. ¡Ja! La KRS creía que sería difícil descubrirlo si lo ponían al cargo de uno de los suyos recién llegado del Monte Zou, que nadie sospecharía del novato, pero no se me pasó por alto.

—¿Y qué? ¿La MRS ya está en movimiento?

—Nada más comunicárselo se pusieron en marcha. Ese Kyo se va a enterar de lo que es estar en este trabajo empezando desde abajo. Seguramente habrá creído que como su abuelo es el famoso veterano, él iba a estar muy cómodo en sus primeros días de iris. Me gustaría estar presente cuando la MRS lo capture y lo asuste. Ese novato… —repitió con una sonrisa burlona—. He oído que tiene el mismo elemento que tú.

—Sí, pero aunque ese tío sea dos años mayor que yo, no me llega a la suela de los zapatos —sonrió Daiya.

Mientras los dos se reían, Drasik se había quedado con la boca abierta de par en par.

—Por cierto, Kaoru, ¿sabe nuestra Líder algo de esto? —quiso saber Daiya.

—No, desde luego que no, así que más te vale tener la boca bien cerrada —dijo con cierto tono de amenaza—. Ya sabes que la Líder mantiene un estrecho hilo de alianza con la KRS, paso de que me reproche lo que he hecho, yo sólo quería la pasta. Bueno, ¿qué haces esta tarde? No hay reunión, ¿no?

—Hoy no. Pero yo he quedado con un chaval de mi colegio que me ha admitido en su grupo de música, vamos a tocar. Es el hermano pequeño de esa piba con la que sales, se llama Cleventine, ¿no?

—Esa tonta me ha humillado delante de mucha gente —gruñó con desdén, mirando al frente con rabia—. Se va a enterar...

—Tienes un gusto muy raro para elegir a tus novias humanas —sonrió con sorna.

—Cállate.

Los dos se perdieron de vista al salir del callejón y reinó el silencio en toda la zona. Drasik ahora estaba a punto de darle un síncope. «¿Ese hijo de perra de Kaoru era el novio de la princesa?» se dijo, incrédulo y hecho polvo, preguntándose cómo su querida Cleven podía haber salido con semejante tipo. Sacudió la cabeza para evaporar esos pensamientos, ahora había algo más importante.

No podía creerse que Kaoru, un miembro de la ARS, aliada de la KRS, fuese quien delató a la MRS quién tenía el pergamino. Conocía a ese Kaoru desde hacía años, alguna vez su RS y la suya habían trabajado juntas en una misión, y desde luego, Drasik le cogió un odio increíble a Kaoru nada más verlo, lo aborrecía, más que nada porque Kaoru poseía el mismo elemento que él y se daba aires de ser más fuerte que él. Era su rival oficial. «Te vas a enterar por lo que le has hecho a Kyo» pensó con furia.

Salió del contenedor y siguió su camino hacia su casa, esta vez dándose prisa. Al llegar al final del callejón, ante la valla de siete metros, se paró y miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie mirando. Se impulsó con las piernas y dio un salto enorme, pasando por encima de la valla como si nada.

Al llegar a su calle, se adentró en su portal y subió por las escaleras a toda velocidad hasta el quinto piso. El edificio era muy lujoso, las viviendas eran amplias y tenían dos plantas. En el rellano del quinto, además de las escaleras, disponían de dos ascensores; había plantas decorativas, y las cuatro puertas que daban a las cuatro viviendas de ese piso se identificaban con las letras A, B, C y D. Como el rellano era rectangular, la puerta A estaba casi enfrente de la B, en los lados largos, y las puertas C y D enfrentadas a mayor distancia, en los lados cortos, siendo la D donde vivía Drasik.

Se fue directo a la puerta con la letra B y llamó al timbre varias veces. Tras un minuto sin respuesta, miró su reloj y se preguntó cómo es que a esa hora Raijin todavía no había vuelto de la universidad. Sabía cuándo volvía, pues la mayoría de las veces venía con su hermano mayor, que también estudiaba Medicina en su universidad.

Miró a un lado y a otro, sin saber qué hacer. Podría esperar o ir él mismo a buscar a Raijin, pero no. Tenía su orgullo, y como Raijin le caía gordo, desechó la segunda opción.

—¡Drasik!

El chico se dio un pequeño susto y se giró. Vio a una mujer joven de veintipocos años saliendo por la puerta C, acercándose a él con cara preocupada. Mei Ling Lao era una chica bastante bella, con un larguísimo pelo negro que se mecía en el aire a su paso, como un velo de jade negro brillante, y unos grandes ojos de un color negro azabache –heredados de su abuelo–. Aunque a simple vista parecía delgada y delicada, en realidad tenía unos buenos hombros, y unos buenos bíceps, solamente visibles cuando los apretaba.

—¡Mei Ling! ¿Qué tal? —le sonrió Drasik tan contento.

—¿Sabes algo de mi hermano? —le preguntó directamente, cogiéndolo de los hombros.

—Sí, tu abuelo se lo contó a Raijin y Raijin a nosotros. Anoche nos pusimos en marcha, y acabo de enterarme de que Kyo está en Yokohama sano y salvo. Ahora iba a comunicárselo a...

—Sui-chan, no hables tanto —irrumpió una fría voz en el rellano, y ambos supieron enseguida de quién se trataba—. Se te oye desde abajo.

Vieron a Raijin acabando de subir por las escaleras, acompañado de otro chico casi de su misma edad, algo más bajito, con sus mochilas al hombro. Este chico se llamaba Eliam Jones, y tenía casi la misma cara que Drasik, solo que Eliam tenía el cabello castaño, normal, hacia abajo, y los ojos avellana.

—Mei Ling, no puedes hacer preguntas sobre estos temas —le dijo Raijin a la mujer al reunirse con ellos.

—Hah... —suspiró ella, asintiendo con la cabeza—. Ya lo sé, lo siento. ¿Estás tú al mando de esto? —le preguntó, y Raijin asintió—. Por favor, cuidad de Kyo, esta vida es nueva para él... y no quiero que acabe como Yousuke.

—Mei, tranqui —le sonrió Eliam para animarla—. Vos dejalo en manos del gran Raijin. Veníte a tomar un café a mi casa. Eh… ¿Qué es ese olor? —preguntó de repente, olfateando el aire.

Mei Ling también olfateó y se tapó la nariz, asqueada, mientras Raijin se limitaba a darse la vuelta, dándole la espalda a Drasik. Eliam miró a su hermano menor.

—Olés a mierda, Drasik —le declaró.

—Oye, no tenía más remedio que meterme en un contenedor, estaba espiando —le espetó molesto—. Vete de una vez a casa. Aquí los iris tenemos asuntos importantes que tratar —dijo con tono petulante, cruzándose de brazos.

Eliam negó con la cabeza con desaprobación y se llevó a Mei Ling a su casa, con el único propósito de dejar a solas a Drasik y al rubio para que pudiesen hablar de sus cosas confidenciales. Aunque antes de entrar, Eliam se volvió hacia Drasik.

—¿Vos cenás en casa? Porque yo no regreso del trabajo hasta tarde.

—Tranquilo, voy a estar por ahí —le respondió Drasik, haciéndole gestos con la mano para que se fuese ya, y su hermano le lanzó una mirada de advertencia que Drasik conocía bien, sabiendo que le estaba pidiendo que tuviese cuidado.

El hermano mayor de Drasik tenía 19 años. Iba un curso por debajo de Raijin en la carrera de Medicina, solo que él estudiaba la especialización de Virología, por lo que él y Raijin se llevaban bien. De hecho, todo el mundo se llevaba bien con Eliam. Era una persona siempre simpática, generosa con todos, de trato suave y con mucha paciencia, la cual demostraba continuamente con el loco de su hermano. Cuando hablaba, llamaba la atención su acento rioplatense, que conservaba a pesar de haber vivido casi toda su vida en Japón.

Cuando Drasik tenía apenas 1 año y su hermano 4, su madre, de origen argentino, y su padre, estadounidense, se divorciaron. Pero no fue uno de esos divorcios en que los padres se habían peleado y no podían ni verse, sino uno que había ocurrido por la simple razón de que padre y madre querían seguir distintos caminos. Aunque, en realidad, Drasik llevaba años sospechando que hubo otro motivo más importante, probablemente relacionado con la seguridad de la familia. Pero ya nunca lo sabría.

Lo que sí sabía, es que sus padres siempre se habían llevado bien. Eliam se quedó con su madre y con su abuela en Buenos Aires, mientras que Drasik se quedó con su padre en Nueva York. Pero como su padre era marine y con muchos contactos, tenían facilidad para viajar cuando quisieran, y solían visitar a su madre, a su abuela y a Eliam en Argentina a menudo, para que los hermanos se vieran y todo eso.

Sin embargo, esta vida duró un par de años y medio, porque cuando Drasik tenía 3 y Eliam 6, una noche en que la familia estaba pasando un fin de semana juntos en Buenos Aires, sus padres fueron asesinados, una tragedia horrible que sólo Drasik presenció en persona y acabó convirtiéndolo en iris.

Fue ahí cuando su corta vida cambió radicalmente. Tras ser llevado al Monte Zou para ser tratado y cumplir su año de entrenamiento, ciertas circunstancias llevaron a Drasik a vivir a Tokio desde entonces hasta ahora. Su hermano se fue con él porque no quiso separarse de él. Aun así, ambos chicos solían ir cada año a visitar a su abuela a Buenos Aires durante las vacaciones de verano o de Navidad, y Drasik también solía ir a veces a Nueva York para cuidar de la casa de su padre, que todavía conservaba.

Una vez solos en el rellano, Raijin fue sacando las llaves de su puerta, la B, para entrar. Drasik, pese a que su superior guardaba silencio, sabía que estaba esperando a que hablase.

—Sam ha dicho que Kyo ha estado en la casa de Massimiliano —empezó a decirle—. Y que ha usado el Replicador, según hemos deducido, para hacer una copia falsa del pergamino y tender una trampa a la MRS.

—¿Sigue Sam en contacto? —preguntó mientras abría la puerta.

—Sí, sigue esperando nuevas noticias de sus mensajeros… ¡hala! —exclamó de pronto al ver el interior de la casa de Raijin.

Este expresaba la misma sorpresa a su manera, con cara seria pero paralizado en el sitio, contemplando el gran desorden que había.

—Ellos otra vez… —masculló Raijin, cerrando los ojos, pero volvió la vista hacia el chico—. ¿Algo más?

—¿Has considerado lo que te he dicho? ¿Que Kyo ha hecho una réplica del pergamino? —le dijo con extrañeza por su tranquila actitud.

—Sí.

—Vale, pues acabo de descubrir que Kaoru, el de la ARS, ¡es el espía que la MRS ha usado para delatar a Kyo! —le dijo como si fuese la noticia bomba.

—Muy bien, vuelve a tu trabajo con Nakuru.

—¿¡Pero me has escuchado!? —saltó con incredulidad.

—¡Que sí, pesado! ¡Lárgate! —le gruñó, entrando en su casa y cerrando la puerta tras él.

Drasik reprimió un grito de desahogo y las ganas de darle una patada a la puerta, pues Raijin lo sacaba de quicio a la mínima. Pese a lo poco interesado que se había mostrado Raijin con la información, Drasik era consciente de que la cabeza del rubio ya estaba maquinando los siguientes pasos del plan. Calmó sus nervios y volvió a lo suyo sin perder tiempo, preguntándose qué haría ahora el simpático de Raijin mientras él y Nakuru pasaban la tarde inspeccionando la ciudad.


* * * *


En esa fría tarde noche del lunes, Cleven decidió pasar un rato en su cafetería favorita de la ciudad. Al entrar, sintió un ambiente cálido que la reconfortó del frío y, antes de irse a sentar a una mesa, echó un vistazo a ver si encontraba a Yako. Lo divisó tras la barra de la sección de pastelería, atendiendo a un grupo de chicas que no debían tener más de catorce años. Le resultó divertida la escena, mientras Yako les preguntaba qué querían, estas apenas lo escuchaban, pues estaban demasiado absortas con él, por lo que al parecer Yako llevaba ya rato intentado servirles los pedidos con paciencia. Era una persona tan amable...

Se sentó, pues, en la barra del bar y esperó a que alguien la atendiese. Vio a MJ un poco más allá, detrás de la misma barra, limpiando unos vasos con muy mala uva, y se dio cuenta de que estaba mirando con recelo hacia el otro lado del local, donde estaban las jovencitas tonteando con Yako. A Cleven se le pasó por la cabeza en una fracción de segundo que tal vez MJ estaba celosa, pero conociéndola como la conocía hasta ahora, no lo veía muy posible, ella tan firme y seria, con su carácter fuerte...

Inesperadamente, se dio cuenta de que Sam estaba frente a ella, apoyado sobre la barra, muy cerca de ella. La joven se lo quedó mirando con un repentino nudo en la garganta. Otra vez, esa aura rara que desprendía, la inquietaba. Volvía a llevar puesta la capucha y la braga de nieve que le ocultaba el rostro, y como no sabía si Sam la estaba mirando o no, se puso nerviosa, preguntándose si debía hacer algo o decir algo, o marcharse del lugar…

—¿No tienes casa o qué? —preguntó Sam entonces.

—Eh... —titubeó—. Sí... bueno... estoy en un hotel, y tal... ¿Por qué?

—No sé, como no pides nada, he pensado que tal vez pretendes convertir este sitio en un lugar donde vivir.

Cleven se lo volvió a quedar mirando, sin decir nada. No tenía ni idea de si debía considerar esa respuesta con un tono borde o si se trataba de un simple comentario. Era casi como si a Sam le molestase que ella estuviese ahí sin pedir nada. Como Sam era capaz de hacer dudar así a la gente, haciendo que esta no supiese cómo interpretar una de sus frases, era calificado como el “chico raro”. Pero Cleven ya lo había conocido un poco aquella mañana, y por ello no se intimidó lo más mínimo.

—Quiero un batido de chocolate extra —le ordenó severamente, pero con una sonrisa.

Pudo oír una risa proveniente de Sam justo antes de que este fuese a preparar el batido, por lo que supo que el chico se alegraba de verla otra vez por allí. Tras un minuto volvió y le sirvió el pedido: un enorme vaso de batido de chocolate cubierto de nata y bañado de chocolate líquido. Cleven miró el vaso y luego a Sam.

—Quiero una guinda —le ordenó.

Sam se despegó de la barra de nuevo, se metió en la cocina y volvió con la guinda cogida por el tallo con dos dedos y se la puso sobre la nata con exagerada cortesía y delicadeza. Después volvió a apoyarse en la barra frente a ella.

—Falta la pajita —le dijo.

Y Sam movió el brazo para coger una pajita en un bote que había detrás de la barra, en un estante a su lado, se la puso y se quedó ahí plantado tal cual.

—¿Contento? —le sonrió Cleven mientras daba un trago.

Supo que Sam le dedicó una sonrisa tras la braga de nieve.

—Haces muy bien tu trabajo de camarero —le dijo ella.

—Y tú has mejorado tu trabajo de clienta —dijo él—. Pidiendo las cosas de forma directa y clara. Por fin.

«Ya sabía yo…» pensó Cleven, riéndose. «Ya lo voy conociendo mejor». Sam empezó a quitarse todas sus prendas de abrigo, y los guantes, mientras miraba el termostato que había en la pared junto a la cafetera. Cleven volvió a quedarse en trance observando su exótico aspecto. Le parecía un chico muy cool.

—¿Por qué te has descubierto? —le preguntó.

—Puedo soportar esta temperatura, hemos arreglado la calefacción.

—Yako me comentó que vives en Tokio ya desde pequeño. ¿Aun así no te has acostumbrado a este clima en invierno?

—M, hm —asintió.

—¿Les pasa lo mismo a tus padres?

Sam le lanzó una breve mirada inexpresiva, mientras se recogía el pelo con una ancha diadema negra que le cubrió la frente y parte de la cabeza, haciendo que los largos mechones le cayesen por la espalda.

—A mi padre tampoco le gusta el frío —contestó—. Con respecto a mi madre, ella murió hace ya años.

—Oh… —se sorprendió—. Vaya, lo siento mucho. Mi madre también murió, hace unos años.

Sam soltó una especie de murmullo de comprensión, apoyando la cabeza en una mano mientras observaba serenamente cómo MJ conversaba con Yako al otro lado de la barra, reprochándole que no les siguiese la corriente a las jovencitas con hormonas en acción y que sirviese los pedidos sin perder el tiempo.

—Está celosa —comentó Sam para sí.

Cleven supo que se refería a MJ, y sonrió divertida al ver que el chico pensaba igual que ella. Descubrió entonces que Sam, a pesar de aparentar ser un chico distraído, serio y poco hablador, era bastante sociable y muy observador, incluso llegó a pensar que cariñoso. «No es un tío tan raro» se dijo a sí misma. «¡Un momento! ¡Eso ya lo dije antes! ¡Y luego resultó ser un tío raro! Ah, ya... Un chico a veces raro y a veces no, lo que le hace más raro».

Cleven estuvo un rato espiando disimuladamente con Sam el comportamiento tan entretenido que mostraban Yako y MJ el uno con el otro, mientras disfrutaba de su batido de chocolate extra, hasta que oyó que alguien entraba en el local y se giró para ver.

Sam pegó un brinco del susto que se llevó, cuando vio dos chorros de batido de chocolate saliendo a presión por la nariz de Cleven. Yako, que en ese momento pasaba por su lado, la vio ahí tosiendo y dejando el vaso sobre la barra, a punto de darle un telele.

—¿Estás bien? —preguntó Yako, posándole una mano en la espalda.

Cleven levantó la cabeza tras aclararse la garganta y miró a Yako con una gran sonrisa y con dos ríos de batido saliéndole por la nariz.

—¡Dios! ¿¡Cómo has hecho eso!? —exclamó Yako, estupefacto.

—Anda, la pelmaza —dijo Raijin, apareciendo junto a ellos, pues era quien había entrado en el local produciendo esa reacción en Cleven.

Ella se quedó mirándolo como hipnotizada, sonrojada y sorprendida, con toda la cara manchada, de lo que al parecer todavía no se había dado cuenta. Como estaba soñando con sólo ver su rostro tallado por ángeles, no decía palabra ni hacía movimiento alguno. Sam, Yako y Raijin la observaron un rato, intentando convencerse a sí mismos de que esa chica era una persona normal y corriente, y no una criatura de circo. Yako fue el primero en reaccionar, mirando a su amigo.

—¿Qué nuevas traes? —le preguntó tan risueño.

—Vengo a proponerte un plan para esta noche —dijo Raijin, serio—. ¿Te ha contado Sam lo de Kyo?

—Sí —afirmó Yako.

—Pues ven, tú y yo ya tenemos trabajo —le dijo, llevándolo a una mesa apartada para hablar, y se volvió para mirar a Sam mientras se alejaba de la barra.

Este le asintió con la cabeza, indicándole que seguía esperando noticias por parte de sus mensajeros. Cleven, por otra parte, seguía ahí sentada en el taburete, sin quitarle el ojo de encima a Raijin, sin enterarse de nada de lo que decían. «Ahí está...» se dijo en un suspiro, «Sabía que volvería a verlo. Esta cafetería es nuestro punto de encuentro... ay...».

Ni siquiera se acordó de lo borde que Raijin había sido el día anterior cuando se separaron, ya no le importaba aquello. Cleven era así, así que lo que le dijo Denzel aquella tarde sobre que no fuese tan impulsiva a la hora de conocer a alguien, le entró por un oído y le salió por otro. ¿Por qué no ser impulsiva con Raijin? Cleven estaba segura de que no era como Kaoru.

Había una contrariedad entre las personas que eran como Kaoru y las que eran como Raijin. Personas como Kaoru siempre se mostraban encantadoras por fuera, como demasiado perfectas, y siempre asegurando a los demás que podían confiar en él, contar con él, siempre disponible, siempre convenciendo a la gente con facilidad. Y personas como Raijin… bueno, no había muchos como él, pero su comportamiento siempre era crudamente honesto. Pero la cruda honestidad tampoco debía confundirse con ser una persona mala o peligrosa.

Kaoru usaba esa máscara de excesivo encanto para conseguir cosas de los demás, era lo que se conocía como una “persona interesada”, de sus propios intereses, claro, los intereses de los demás no le importaban. Cleven caía en sus palabras amables y halagos de forma que cuando Kaoru le pedía lo que él quería, “vamos a comer aquí, vamos a quedar a esta hora que me viene bien, bésame aquí y ahora, haz esto, haz lo otro”, ella accedía a todo, porque se sentía como en deuda con él por recibir su encanto y sus halagos. Por eso, personas como Kaoru sí que eran peligrosas. Raijin, en cambio, usaba su honesto desinterés por los caprichos, las mentiras o las estupideces de los demás porque él no tenía tiempo para absurdeces ni deseo de conseguir nada de los demás, sólo tenía interés para cosas importantes. Y, aun así, había accedido al tonto capricho de esa pelirroja de ayudarla a conocer la zona de la ciudad, por muy malhumorado que hubiese estado todo el tiempo.

Por tanto, no todos los que parecían buenos y maravillosos por fuera tenían buenas intenciones por dentro, ni todos los que eran más serios, fríos o antipáticos carecían de buen corazón. Kaoru le había pedido muchas cosas a Cleven, mientras que Raijin no le había pedido nada, es más, hasta había rechazado dos o tres veces lo que Cleven voluntariamente le había ofrecido, como el takoyaki que compró o la invitación a comer.

Se podría decir que Yako era un tipo de persona igual que Kaoru por tener en común con él ese comportamiento extremadamente amable y atento con los demás. La diferencia era que Yako se mostraba por fuera igual a como era por dentro. Su simpatía y disposición hacia los demás eran genuinas, pues en ningún momento Yako usaba su encanto para pedir nada a los demás. Él sólo daba. Nunca pedía. Y si pedía algo, eran cosas normales, sencillas, lógicas, sin dejar de pensar en el bienestar del otro. Este era el principal rasgo para diferenciar a una falsa persona encantadora de una auténtica persona encantadora.

Cleven tenía tanta curiosidad por Raijin que no iba a rendirse, era la primera vez que conocía a un tipo con esa forma de ser, y le atraía. ¿Curiosidad, atracción, un simple capricho? Podría ser un poco de cada cosa.

Vio a Raijin y a Yako sentarse en una mesa alejada, y se preguntó de qué iban a hablar. Su persistente manía de meterse donde no la llamaban estaba haciendo un poco de presión en ella. Tenía ganas de acercarse a aquella mesa a escondidas para escucharlos hablar.

Sin embargo, en ese momento volvió a abrirse la puerta del local, trayendo un viento helado del exterior hasta que se cerró de nuevo. Cleven se giró para mirar y por poco vuelve a echar batido por la nariz. Habían entrado nada más y nada menos que los famosos mellizos del barrio, que iban vestidos con sus pequeños uniformes del colegio, acompañados por una anciana y su bastón. «Hm... Entonces es verdad que estos dos vienen por aquí a menudo» pensó la joven.

—Agatha —oyó que Sam la llamaba desde la barra.

La anciana, con sus ojos siempre cerrados, se acercó entonces con los dos niños hacia él, poniéndose junto a Cleven.

—Hola, Samuel, querido —lo saludó—. Os dejo aquí a estos dos, que yo tengo que hacer recados, tengo prisa. ¿Está bien?

—Sin problema, como siempre.

Cleven siguió a la anciana con la mirada y la vio andar palpando el suelo con el bastón, luego la puerta con la mano hasta que agarró el pomo y se fue. «¡Oh! ¿Es ciega?».

—¡Señora chica mayor! —la sorprendió Clover.

Bajó la cabeza para mirarla. «Qué pequeñita es...» babeó, y al ver que la niña alzaba los brazos hacia ella pegando saltitos, comprendió que quería que la cogiese, y lo hizo al instante.

—Clover, ¿cómo te va? —le preguntó, apretujándola entre sus brazos como si fuese un oso de peluche.

—Oye, tú —intervino Daisuke, dándole tirones en el jersey y Cleven le clavó una mirada de mosqueo—. Esto es muy raro, siempre nos encontramos contigo.

—¿Y qué? —replicó con cara de pocos amigos.

—No tenemos dinero, que lo sepas —contestó con la misma cara.

—¿¡Me ves cara de choriza o qué!? —saltó ella, lanzándole chispas.

Pero Daisuke ni se inmutó, la miró con su cara de “me caes gorda” que siempre le mostraba a todo el mundo, hasta que trepó por el taburete de al lado y se sentó.

—Sam, quiero pasteles, ya —le ordenó el niño.

Sam lo observó sin hacer nada durante unos segundos, totalmente indiferente.

—Pues ve a pedírselos a Kain —contestó entonces.

Cleven se sintió algo incómoda al verlos ahí, mirándose el uno al otro en silencio, sin hacer nada. «¿Qué hacen?» se preguntó. Finalmente, el niño se bajó del taburete y se fue hacia la sección de pastelería, donde estaba Kain. Entonces Cleven miró a Sam, el cual estaba preparando algo detrás de la barra, hasta que sacó un plato con un pastelito y se lo tendió a Clover.

—¡Gracias! —sonrió la pequeña felizmente, dando saltitos sobre el regazo de Cleven.

—Esto... —musitó Cleven, confusa—. Conoces a estos dos, ¿no?

—Claro, vienen por aquí casi siempre —contestó Sam.

—Deduzco que a juzgar por lo que acabas de hacer, Dai no te cae bien y lo has mandado lejos aposta, y en cambio Clover te cae bien y ya le tenías un pastelito preparado.

—Deduces bien —se encogió de hombros, pasivo—. Me gusta cuando los clientes piden las cosas de forma clara y directa. Pero siempre que sea con respeto. A Daisuke le falta aprender un poco de eso.

Cleven se rio. Observó cómo el grandullón de Kain cogía en brazos a Daisuke y jugaba con él. El niño parecía estar encantado. «Dai es un niño muy gruñón, además de bruto, bruto como Kain. Por eso se llevan bien» caviló, mientras se terminaba lo que le quedaba de batido y le acariciaba el pelo a Clover, que estaba disfrutando con su pastel. «Y Clover es más simpática y dulce. Me pregunto qué tipo de personitas serán en realidad, si de esas que se muestran por fuera como son por dentro, o de esas que se muestran por fuera de una forma y por dentro son de otra diferente. Hmm… ¿Cómo serán sus padres?».

—Oye, Sam —lo llamó—. Dime, ¿estos niños están siempre con esa anciana?

—Casi siempre. Cuando nadie puede hacerse cargo de ellos nos los aparcan aquí hasta que se los llevan a casa.

—Nuestro papá es un hombre muy bueno —intervino Clover con la boca llena, mirando a Cleven tan contenta—. Trabaja mucho últimamente y por eso Agatha tiene que encargarse de nosotros cuando papá no puede. Yo le quiero mucho. ¿Tú quieres a tu papá?

—Ehe… mm… —titubeó Cleven; esa pregunta la había pillado por sorpresa, y pasó de responder.

Pensó, pues, en cómo debía de ser el padre de los mellizos. Se lo imaginó como un buen hombre responsable. Debía de ser muy paciente y quererlos mucho. Se preguntó entonces por qué su padre no podría haber hecho igual con ella y sus hermanos, en vez de acoplar a Hana en sus vidas. Para Cleven, Hana sobraba. ¿Para qué la necesitaban? Pero claro, Cleven no sabía que en realidad era Hana quien los necesitaba a ellos.

De repente Clover saltó de sus rodillas después de haberse comido su pastel y se fue a reunirse con su hermano rápidamente, para luego ir con él hacia donde estaban Yako y Raijin. Al acercarse a la mesa donde estaban sentados, vio que Yako los saludaba alegremente y les revolvía el pelo con cariño. Raijin, por el contrario, los miraba con su frialdad de siempre, en silencio.

Cleven se acordó entonces de que a Raijin no le gustaban los niños pequeños, por lo que no le sorprendió ver que a los pocos segundos Raijin les hacía un gesto con la mano, indicándoles que se fueran y dejasen de molestar. «Qué chico, mira que tratar así a los niños pequeños…» pensó la joven con desaprobación, «Los mellizos sólo querían saludar a Yako y va el otro y los echa».

Vio que Clover obedecía a la orden de Raijin y se iba con Kain, y Daisuke, por otra parte, siguió ahí, cruzándose de brazos y diciéndole algo a Raijin con malas pulgas. «Eso, Dai, plántale cara, se lo merece» pensó Cleven, que ya era consciente de que Daisuke era un niño capaz de replicar a cualquier persona. Vio que Raijin se inclinaba hacia el niño con la misma cara de malas pulgas, seguramente amenazándole para que se fuese, mientras Yako hacía gestos para tranquilizar a su amigo. Finalmente, Daisuke le sacó la lengua a Raijin y volvió con Kain y su hermana.

—Me saca de quicio la manera en que Raijin trata a los niños —comentó Cleven—. Ayer se nos acercó uno a la mesa mientras comíamos, y no hizo otra cosa que asustarlo.

—Alguien tiene que poner orden. Y Yako es muy blando —le explicó Sam tranquilamente, que seguía con la cabeza apoyada en un brazo sobre la barra, a su lado—. Esos mellizos han creado ya varios alborotos por aquí. Como no pueden salir a la calle hasta que los recojan, si se aburren se dedican a molestar a los clientes o a jugar, corriendo entre las mesas y armando escándalo. A Kain esto le importa un pito, de hecho le divierte. MJ pasa de hacer de niñera, al igual que yo. Y Yako les consiente demasiado, no tiene el carácter necesario para enfadarse con ellos. Afortunadamente, Raijin también viene mucho por aquí, y cuando los mellizos están liándola en el local, él es el único que les para los pies y les regaña, como debe ser.

—¿Por qué? ¿Acaso Raijin se ha autoproclamado policía del buen comportamiento del Ya-Koffee?

—Algo así. Aparte de eso, también es su responsabilidad, al fin y al cabo.

—Que él se responsabilice de poner orden aquí con los niños que se portan mal no significa que sea su responsabilidad. Seguro que solamente lo hace porque Yako es su mejor amigo y lo ayuda a que este local no albergue problemas —farfulló de mala gana, pero luego le cambió la cara—. Aunque debo decir que preocuparse así por su amigo lo hace más atractivo.

—Eres una chica muy observadora —le dijo con cierta curiosidad.

—Tú también eres muy observador.

—Es entretenido, ¿no crees?

—Para cuando estás una tarde tranquila tomando algo en una cafetería, está bien para pasar el tiempo.

Mientras tanto, en aquella mesa del rincón del local, Yako estaba frotándose la barbilla con una cara muy reflexiva, y Raijin esperaba tranquilamente, jugueteando con un cigarrillo sin encender entre los dedos.

—A ver si he entendido —dijo Yako, apoyando los codos sobre la mesa y mirando a su mejor amigo fijamente—. Kyo todavía no ha sido capturado por la MRS, y ha hecho una réplica del pergamino para tenderles una trampa temporal porque sabe que acabarán alcanzándolo en algún momento. Pretende hacerse encontrar y hacer que se lleven la réplica para que le dejen en paz de una vez y él pueda escapar con el verdadero sin problemas, ¿no?

—Kyo sabe perfectamente que una vez la MRS tenga la réplica, no tardará mucho en darse cuenta de que es falso y volverán por él —dijo Raijin—. Kyo sólo ha hecho ese plan para obtener mucha ventaja y poder escapar de ellos, para tener tiempo de volver aquí y poner a salvo el pergamino, escondiéndolo lejos de él.

—Entonces... Vale —dijo, serio, repasando los pasos—. Drasik y Nakuru nos informan de cuáles son los miembros de la MRS que andan por Tokio, para así saber nosotros cuáles son los que andan cerca de Kyo por Yokohama y tener en cuenta a quiénes nos enfrentaremos exactamente cuando vayamos a por Kyo allí. Según tú, los miembros que siguen de cerca a Kyo, es decir, los que caerán en su trampa, avisarán a sus compañeros que estén en Tokio para reunirse todos juntitos y celebrar que tienen el pergamino. Después descubrirán que Kyo les ha timado e irán a por él de nuevo, esta vez la MRS entera. Y lo que tú quieres es evitar que los miembros que estén en Tokio acudan al aviso de sus compañeros de Yokohama, evitar que se reúnan, y así sean menor número, ¿no?

—Sí.

—Entonces... —respiró hondo, asimilando los pasos—. Quieres pedir ayuda a nuestra aliada SRS para que se encargue de que los miembros de la MRS que estén en Tokio no vayan a reunirse con los que están en Yokohama. Para entonces estos ya han descubierto que el pergamino que tienen es falso, y ahí intervenimos nosotros. Mientras Kyo escapa, nosotros vamos a Yokohama y nos enfrentamos con estos miembros de la MRS. Si ganamos, ya no seguirán persiguiendo el pergamino y todos en paz.

—La SRS luchará contra los miembros de la MRS que estén en Tokio para que no se reúnan con sus compañeros de Yokohama —repitió Raijin—, de los cuales nos encargamos nosotros. Sólo iremos Sam, tú y yo a luchar. Drasik y Nakuru ya tienen suficiente con lo que les he mandado. No sé cuántos serán nuestros oponentes en Yokohama, pero como se trata de la MRS, creo que nosotros tres seremos suficientes. Además, siendo tú un iris muy especial, les superamos con creces y ellos lo saben.

—Beh... —bufó Yako, apoyando la barbilla en una mano—. A mí nadie me tiene miedo, Raijin. Todos saben que soy un ser de pura naturaleza buena de nacimiento, hasta procuro no pisar las hormigas cuando ando por la calle. Es instintivo.

—Sí, pero todos saben que los de tu especie, si se enfadan, pueden hacer volar por los aires todo este planeta chasqueando los dedos.

—¿Por qué querría yo destruir este planeta? Se supone que existo para protegerlo.

—Ya, pero tú ya decidiste que querías ser iris y no lo que en realidad eres, te convertiste por el mismo motivo que los demás. Por tanto, no pasa nada por que te enfades de vez en cuando, Yako. Sé que es muy difícil hacerte enfadar, pero a veces parece que te reprimes.

—Para ti es fácil decirlo, Raijin. Naciste directamente iris. Eres el único de este mundo que no nació humano y el único que carece de una parte humana. Yo al menos tengo parte humana. Tú no puedes generar sentimientos por ti mismo. Sólo sientes cuando alguien te contagia. La verdad, prefiero reprimirme. Por el bien de todos los habitantes de este mundo, es mejor que alguien como yo no se cabree de verdad —sonrió—. Bueno —cambió de tema—. Parece fácil, esta misión.

—Está chupada —asintió el rubio.

—Vale —suspiró, guardando bien en la cabeza el plan—. Y ahora lo que tenemos que hacer es decirle a la SRS que nos eche una mano. Pero no sabemos dónde anda, hace tanto tiempo que no tenemos contacto con ella...

—Por eso te digo que vayamos esta noche al Gesshoku, la discoteca esa tan grande cerca del puerto, porque allí suele ir Kiyomaro.

—¿Quién era ese? —frunció el ceño.

—Es un exdelincuente reinsertado hace un par de años, ¿recuerdas? El que estaba envuelto en asuntos de drogas. Ahora está bajo la vigilancia de los iris y hace trabajos para nosotros. Es el tipo que las RS suelen usar de mensajero directo cuando nuestros dispositivos de comunicación podrían estar comprometidos. Kiyomaro siempre está al tanto de dónde encontrar a una RS en la ciudad, por eso quiero dar con él y decirle que vaya a buscar a la SRS y contarle el plan.

—¿Crees que la SRS aceptará tu petición? ¿Cuánto le vas a ofrecer?

—30 mil yenes por cabeza.

—Qué poco… —opinó Yako.

—Eh, que tampoco estamos para tirar cohetes —protestó Raijin—. Ya no tenemos tantas misiones importantes como cuando teníamos a nuestro Líder y a nuestros otros compañeros. —Hizo una pausa, se quedó un rato mirando a otro lado, como si estuviera pensando en ello. Yako casi pudo ver un brillo triste en sus ojos—. Así que la Asociación ya no nos paga tanto como antes. Pero tú y yo sabemos bien que la SRS haría cualquier cosa por nosotros sin nada a cambio, y viceversa.

—Tienes razón, después de todo es la RS que lideraban tus padres, y los que hay en ella ahora siempre han sido casi como nuestros hermanos. Lástima que nuestra actual situación en la KRS nos haya traído menos trabajo y con ello nos ha hecho distanciarnos más... —resopló con pesar.

—Suerte que siempre podemos contar con ellos. Aceptarán este trabajo, seguro.

—Vale. ¿Y a Kiyomaro? ¿No le vas a pagar por el servicio?

—Ese tarado me debe dinero desde hace tiempo, no pienso soltarle nada.

—¿Y si no acepta el cargo?

—Yo me encargaré de que acepte —dijo con una mirada severa—. Como es un tipo muy escurridizo y el Gesshoku es muy grande, quiero que vengas a ayudarme a encontrarlo.

—Claro —sonrió Yako.

—Pues vamos —se levantó del asiento y se puso el abrigo, y Yako lo imitó.

Yako le hizo una seña a Sam para indicarle que se iba y que se encargase con MJ y Kain del local, y el africano le asintió. Después le dedicó una alegre sonrisa a Cleven, la cual se la devolvió y se despidió de él con la mano. «¿Adónde irán esos dos?» se preguntó la joven, entornando los ojos.

Raijin fue por delante, pasando entre las mesas para dirigirse a la salida, pero de pronto se tropezó con la silla que Clover estaba arrastrando en ese momento por todo el local. Al parecer estaba jugando al pilla-pilla con su hermano, que también estaba arrastrando una silla por todo el lugar, sobresaltando a los clientes de alrededor. Raijin chasqueó la lengua con fastidio.

—Mocosa, deja esa silla ahora mismo —le dijo a la pequeña con enfado—. ¡Y tú igual, mocoso! —le dijo a Daisuke.

Como ninguno de los dos niños hizo caso del rubio, Raijin no se quedó conforme y fue a por ellos. Yako, mientras tanto, esperó pacientemente en la puerta; era lo mismo de cada día, estaba acostumbrado.

—¡Dejad esas sillas! ¡Estáis molestando! —les gritó Raijin.

—¡No quiero! —refunfuñó Daisuke de mala gana.

—¡No me contestes, svarlivyy! —lo agarró de un brazo para apartarlo de la silla y luego hizo lo mismo con Clover—. ¡Parad ahora mismo u os ganaréis un castigo!

Cleven ya había oído suficiente y, saltando del taburete, corrió hacia donde estaban y separó a los dos niños de Raijin, y se encaró con él.

—¡Déjalos!

—¿¡De qué vas tú, pipiola!? —replicó Raijin, con la vena hinchada en la frente—. ¡No te metas!

—¿Crees que esta es manera de tratar a unos niños? ¿¡Quién te crees que eres para decirles que les vas a dar un castigo!?

—¡Se merecen algo peor, créeme! ¡La última vez casi incendian el local!

—¡No es asunto tuyo lo que hagan estos dos niños, idiota! ¡El castigo se lo tendría que dar su padre, no tú, que no pintas nada con ellos! ¡Déjalos en paz o te denuncio!

—¿¡Que me qué!? —rugió Raijin con una mueca tan ojiplática que hasta era graciosa.

Los dos ya habían llamado la atención de toda la gente que había en el local. MJ se acercó a Yako un momento, sin dejar de observar esa pelea con gran curiosidad.

—Yako, ¿está pasando lo que creo que está pasando?

—¿Que Raijin está manifestando un claro sentimiento de enfado porque esa chica se lo está contagiando? Sí.

—Jajaja... O sea, que él está enfadado porque ella está enfadada —se rio MJ—. Qué persona más rara es ese chico. Pero creía que Raijin solía contagiarse de los sentimientos de otros con tanta facilidad sólo cuando se trata de personas que tienen alguna importancia para él.

Yako se encogió de hombros. Pero cuando vio que la pelea de esos estaba disgustando demasiado a los clientes, se acercó a Raijin por detrás y le puso suavemente una mano en el hombro.

—Rai, tenemos trabajito, ¿recuerdas? —le dijo con voz cantarina.

Raijin le lanzó a Cleven una última mirada desafiante y se marchó con Yako del lugar. Cleven suspiró victoriosa mientras la gente volvía con lo suyo. Sam apareció a su lado.

—Qué odioso es —masculló Cleven—. Tranquilos, pequeñines, ese chico tan malo no volverá a molestaros por hoy.

—Pues menos mal, es un aguafiestas —refunfuñó Daisuke.

—Señora chica mayor... —murmuró Clover tímidamente—. No deberías haberle gritado.

—¿Cómo que no? —se sorprendió la joven, agachándose junto a ella—. ¿Es que no has visto lo malo que es?

—Pero es que... —titubeó—. Él no tiene malas intenciones...

—¡Oh, Dios mío! —sollozó Cleven, apretujando entre sus brazos a los dos niños—. ¡Os ha lavado el cerebro! ¡No tenéis por qué ocultar vuestro miedo hacia ese chico! ¡Tranquilos, él ya no está aquí, no puede oíros! ¡Oh, pobres niños, le tienen tanto miedo a Raijin que no se atreven a reconocer su maldad! Debéis de estar tan asustados... ¡Yo os protegeré de él, estad tranquilos! ¡Por Dios, qué tío tan vil, tan malo, tan insensible...! ¡Pobres niños...!

Los dos pequeños miraron a Sam, que estaba aguardando detrás de la chica, con una cara de extrema confusión. No comprendían por qué Cleven estaba diciendo eso. Sam selló sus labios con el dedo índice para indicarles que no dijeran nada y le siguiesen la corriente a la joven, porque como lo tenían prohibido, no podían aclararle cierta cosa a Cleven con respecto a Raijin. Así que ambos se encogieron de hombros y le dieron palmaditas en la espalda a Cleven para consolarla, aún sin entender por qué lloraba tan escandalosamente.









12.
A trabajar

Drasik iba de regreso a su casa, montado sobre su monopatín y con un chupa-chups en la boca. Iba sorteando a peatones y coches con gran destreza, fluía entre los obstáculos de la calle como una corriente de agua. Con sus pelos de loco ondeando con el viento, atraía las miradas de las chicas, y él respondía con un guiño y una sonrisilla que las volvía locas.

Al cruzar un paso de cebra, se adentró por un atajo que solía coger, una larga callejuela estrecha que al final estaba cortada por una valla metálica de unos siete metros. Saltar incluso una valla de veinte metros no era ningún reto para un iris. El suelo de la zona estaba hecho un asco, con basura desperdigada por fuera de unos contenedores que allí había, aunque él la esquivaba con agilidad sobre su monopatín.

Al poco rato, divisó a un par de personas que venían en dirección contraria desde el fondo de la callejuela, lo que le resultó muy raro, pues en esa zona no solía pasar nadie. Entornó los ojos para ver quiénes eran. Al reconocer a uno de ellos, de la sorpresa perdió el equilibrio y se estampó contra uno de los contenedores. Ignorando el dolor del golpetazo, lo primero que se le ocurrió fue meterse dentro del contenedor con el monopatín y allí se quedó, escondido y rodeado de mierda, esperando a que pasasen esas dos personas de largo.

Eran dos chicos, uno un poco mayor que el otro, pero ambos llevaban el uniforme del Tomonari, igual que Drasik. A medida que se acercaban, caminando a paso lento y tranquilo, oyó que estaban conversando, por lo que abrió levemente la tapa del contenedor y asomó los ojos con discreción para observar.

—¿Y cuánto te han pagado? —le preguntó el chico más joven al otro.

—Cincuenta mil yenes —contestó.

—¿Sólo? —se sorprendió.

—Daiya, ¿sabes lo fácil que ha sido averiguar que ese novato de Kyo salvaguardaba el pergamino que buscaban? Vamos, tío, que llevo años siendo iris, casi podría haberlo hecho con los ojos cerrados. ¡Ja! La KRS creía que sería difícil descubrirlo si lo ponían al cargo de uno de los suyos recién llegado del Monte Zou, que nadie sospecharía del novato, pero no se me pasó por alto.

—¿Y qué? ¿La MRS ya está en movimiento?

—Nada más comunicárselo se pusieron en marcha. Ese Kyo se va a enterar de lo que es estar en este trabajo empezando desde abajo. Seguramente habrá creído que como su abuelo es el famoso veterano, él iba a estar muy cómodo en sus primeros días de iris. Me gustaría estar presente cuando la MRS lo capture y lo asuste. Ese novato… —repitió con una sonrisa burlona—. He oído que tiene el mismo elemento que tú.

—Sí, pero aunque ese tío sea dos años mayor que yo, no me llega a la suela de los zapatos —sonrió Daiya.

Mientras los dos se reían, Drasik se había quedado con la boca abierta de par en par.

—Por cierto, Kaoru, ¿sabe nuestra Líder algo de esto? —quiso saber Daiya.

—No, desde luego que no, así que más te vale tener la boca bien cerrada —dijo con cierto tono de amenaza—. Ya sabes que la Líder mantiene un estrecho hilo de alianza con la KRS, paso de que me reproche lo que he hecho, yo sólo quería la pasta. Bueno, ¿qué haces esta tarde? No hay reunión, ¿no?

—Hoy no. Pero yo he quedado con un chaval de mi colegio que me ha admitido en su grupo de música, vamos a tocar. Es el hermano pequeño de esa piba con la que sales, se llama Cleventine, ¿no?

—Esa tonta me ha humillado delante de mucha gente —gruñó con desdén, mirando al frente con rabia—. Se va a enterar...

—Tienes un gusto muy raro para elegir a tus novias humanas —sonrió con sorna.

—Cállate.

Los dos se perdieron de vista al salir del callejón y reinó el silencio en toda la zona. Drasik ahora estaba a punto de darle un síncope. «¿Ese hijo de perra de Kaoru era el novio de la princesa?» se dijo, incrédulo y hecho polvo, preguntándose cómo su querida Cleven podía haber salido con semejante tipo. Sacudió la cabeza para evaporar esos pensamientos, ahora había algo más importante.

No podía creerse que Kaoru, un miembro de la ARS, aliada de la KRS, fuese quien delató a la MRS quién tenía el pergamino. Conocía a ese Kaoru desde hacía años, alguna vez su RS y la suya habían trabajado juntas en una misión, y desde luego, Drasik le cogió un odio increíble a Kaoru nada más verlo, lo aborrecía, más que nada porque Kaoru poseía el mismo elemento que él y se daba aires de ser más fuerte que él. Era su rival oficial. «Te vas a enterar por lo que le has hecho a Kyo» pensó con furia.

Salió del contenedor y siguió su camino hacia su casa, esta vez dándose prisa. Al llegar al final del callejón, ante la valla de siete metros, se paró y miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie mirando. Se impulsó con las piernas y dio un salto enorme, pasando por encima de la valla como si nada.

Al llegar a su calle, se adentró en su portal y subió por las escaleras a toda velocidad hasta el quinto piso. El edificio era muy lujoso, las viviendas eran amplias y tenían dos plantas. En el rellano del quinto, además de las escaleras, disponían de dos ascensores; había plantas decorativas, y las cuatro puertas que daban a las cuatro viviendas de ese piso se identificaban con las letras A, B, C y D. Como el rellano era rectangular, la puerta A estaba casi enfrente de la B, en los lados largos, y las puertas C y D enfrentadas a mayor distancia, en los lados cortos, siendo la D donde vivía Drasik.

Se fue directo a la puerta con la letra B y llamó al timbre varias veces. Tras un minuto sin respuesta, miró su reloj y se preguntó cómo es que a esa hora Raijin todavía no había vuelto de la universidad. Sabía cuándo volvía, pues la mayoría de las veces venía con su hermano mayor, que también estudiaba Medicina en su universidad.

Miró a un lado y a otro, sin saber qué hacer. Podría esperar o ir él mismo a buscar a Raijin, pero no. Tenía su orgullo, y como Raijin le caía gordo, desechó la segunda opción.

—¡Drasik!

El chico se dio un pequeño susto y se giró. Vio a una mujer joven de veintipocos años saliendo por la puerta C, acercándose a él con cara preocupada. Mei Ling Lao era una chica bastante bella, con un larguísimo pelo negro que se mecía en el aire a su paso, como un velo de jade negro brillante, y unos grandes ojos de un color negro azabache –heredados de su abuelo–. Aunque a simple vista parecía delgada y delicada, en realidad tenía unos buenos hombros, y unos buenos bíceps, solamente visibles cuando los apretaba.

—¡Mei Ling! ¿Qué tal? —le sonrió Drasik tan contento.

—¿Sabes algo de mi hermano? —le preguntó directamente, cogiéndolo de los hombros.

—Sí, tu abuelo se lo contó a Raijin y Raijin a nosotros. Anoche nos pusimos en marcha, y acabo de enterarme de que Kyo está en Yokohama sano y salvo. Ahora iba a comunicárselo a...

—Sui-chan, no hables tanto —irrumpió una fría voz en el rellano, y ambos supieron enseguida de quién se trataba—. Se te oye desde abajo.

Vieron a Raijin acabando de subir por las escaleras, acompañado de otro chico casi de su misma edad, algo más bajito, con sus mochilas al hombro. Este chico se llamaba Eliam Jones, y tenía casi la misma cara que Drasik, solo que Eliam tenía el cabello castaño, normal, hacia abajo, y los ojos avellana.

—Mei Ling, no puedes hacer preguntas sobre estos temas —le dijo Raijin a la mujer al reunirse con ellos.

—Hah... —suspiró ella, asintiendo con la cabeza—. Ya lo sé, lo siento. ¿Estás tú al mando de esto? —le preguntó, y Raijin asintió—. Por favor, cuidad de Kyo, esta vida es nueva para él... y no quiero que acabe como Yousuke.

—Mei, tranqui —le sonrió Eliam para animarla—. Vos dejalo en manos del gran Raijin. Veníte a tomar un café a mi casa. Eh… ¿Qué es ese olor? —preguntó de repente, olfateando el aire.

Mei Ling también olfateó y se tapó la nariz, asqueada, mientras Raijin se limitaba a darse la vuelta, dándole la espalda a Drasik. Eliam miró a su hermano menor.

—Olés a mierda, Drasik —le declaró.

—Oye, no tenía más remedio que meterme en un contenedor, estaba espiando —le espetó molesto—. Vete de una vez a casa. Aquí los iris tenemos asuntos importantes que tratar —dijo con tono petulante, cruzándose de brazos.

Eliam negó con la cabeza con desaprobación y se llevó a Mei Ling a su casa, con el único propósito de dejar a solas a Drasik y al rubio para que pudiesen hablar de sus cosas confidenciales. Aunque antes de entrar, Eliam se volvió hacia Drasik.

—¿Vos cenás en casa? Porque yo no regreso del trabajo hasta tarde.

—Tranquilo, voy a estar por ahí —le respondió Drasik, haciéndole gestos con la mano para que se fuese ya, y su hermano le lanzó una mirada de advertencia que Drasik conocía bien, sabiendo que le estaba pidiendo que tuviese cuidado.

El hermano mayor de Drasik tenía 19 años. Iba un curso por debajo de Raijin en la carrera de Medicina, solo que él estudiaba la especialización de Virología, por lo que él y Raijin se llevaban bien. De hecho, todo el mundo se llevaba bien con Eliam. Era una persona siempre simpática, generosa con todos, de trato suave y con mucha paciencia, la cual demostraba continuamente con el loco de su hermano. Cuando hablaba, llamaba la atención su acento rioplatense, que conservaba a pesar de haber vivido casi toda su vida en Japón.

Cuando Drasik tenía apenas 1 año y su hermano 4, su madre, de origen argentino, y su padre, estadounidense, se divorciaron. Pero no fue uno de esos divorcios en que los padres se habían peleado y no podían ni verse, sino uno que había ocurrido por la simple razón de que padre y madre querían seguir distintos caminos. Aunque, en realidad, Drasik llevaba años sospechando que hubo otro motivo más importante, probablemente relacionado con la seguridad de la familia. Pero ya nunca lo sabría.

Lo que sí sabía, es que sus padres siempre se habían llevado bien. Eliam se quedó con su madre y con su abuela en Buenos Aires, mientras que Drasik se quedó con su padre en Nueva York. Pero como su padre era marine y con muchos contactos, tenían facilidad para viajar cuando quisieran, y solían visitar a su madre, a su abuela y a Eliam en Argentina a menudo, para que los hermanos se vieran y todo eso.

Sin embargo, esta vida duró un par de años y medio, porque cuando Drasik tenía 3 y Eliam 6, una noche en que la familia estaba pasando un fin de semana juntos en Buenos Aires, sus padres fueron asesinados, una tragedia horrible que sólo Drasik presenció en persona y acabó convirtiéndolo en iris.

Fue ahí cuando su corta vida cambió radicalmente. Tras ser llevado al Monte Zou para ser tratado y cumplir su año de entrenamiento, ciertas circunstancias llevaron a Drasik a vivir a Tokio desde entonces hasta ahora. Su hermano se fue con él porque no quiso separarse de él. Aun así, ambos chicos solían ir cada año a visitar a su abuela a Buenos Aires durante las vacaciones de verano o de Navidad, y Drasik también solía ir a veces a Nueva York para cuidar de la casa de su padre, que todavía conservaba.

Una vez solos en el rellano, Raijin fue sacando las llaves de su puerta, la B, para entrar. Drasik, pese a que su superior guardaba silencio, sabía que estaba esperando a que hablase.

—Sam ha dicho que Kyo ha estado en la casa de Massimiliano —empezó a decirle—. Y que ha usado el Replicador, según hemos deducido, para hacer una copia falsa del pergamino y tender una trampa a la MRS.

—¿Sigue Sam en contacto? —preguntó mientras abría la puerta.

—Sí, sigue esperando nuevas noticias de sus mensajeros… ¡hala! —exclamó de pronto al ver el interior de la casa de Raijin.

Este expresaba la misma sorpresa a su manera, con cara seria pero paralizado en el sitio, contemplando el gran desorden que había.

—Ellos otra vez… —masculló Raijin, cerrando los ojos, pero volvió la vista hacia el chico—. ¿Algo más?

—¿Has considerado lo que te he dicho? ¿Que Kyo ha hecho una réplica del pergamino? —le dijo con extrañeza por su tranquila actitud.

—Sí.

—Vale, pues acabo de descubrir que Kaoru, el de la ARS, ¡es el espía que la MRS ha usado para delatar a Kyo! —le dijo como si fuese la noticia bomba.

—Muy bien, vuelve a tu trabajo con Nakuru.

—¿¡Pero me has escuchado!? —saltó con incredulidad.

—¡Que sí, pesado! ¡Lárgate! —le gruñó, entrando en su casa y cerrando la puerta tras él.

Drasik reprimió un grito de desahogo y las ganas de darle una patada a la puerta, pues Raijin lo sacaba de quicio a la mínima. Pese a lo poco interesado que se había mostrado Raijin con la información, Drasik era consciente de que la cabeza del rubio ya estaba maquinando los siguientes pasos del plan. Calmó sus nervios y volvió a lo suyo sin perder tiempo, preguntándose qué haría ahora el simpático de Raijin mientras él y Nakuru pasaban la tarde inspeccionando la ciudad.


* * * *


En esa fría tarde noche del lunes, Cleven decidió pasar un rato en su cafetería favorita de la ciudad. Al entrar, sintió un ambiente cálido que la reconfortó del frío y, antes de irse a sentar a una mesa, echó un vistazo a ver si encontraba a Yako. Lo divisó tras la barra de la sección de pastelería, atendiendo a un grupo de chicas que no debían tener más de catorce años. Le resultó divertida la escena, mientras Yako les preguntaba qué querían, estas apenas lo escuchaban, pues estaban demasiado absortas con él, por lo que al parecer Yako llevaba ya rato intentado servirles los pedidos con paciencia. Era una persona tan amable...

Se sentó, pues, en la barra del bar y esperó a que alguien la atendiese. Vio a MJ un poco más allá, detrás de la misma barra, limpiando unos vasos con muy mala uva, y se dio cuenta de que estaba mirando con recelo hacia el otro lado del local, donde estaban las jovencitas tonteando con Yako. A Cleven se le pasó por la cabeza en una fracción de segundo que tal vez MJ estaba celosa, pero conociéndola como la conocía hasta ahora, no lo veía muy posible, ella tan firme y seria, con su carácter fuerte...

Inesperadamente, se dio cuenta de que Sam estaba frente a ella, apoyado sobre la barra, muy cerca de ella. La joven se lo quedó mirando con un repentino nudo en la garganta. Otra vez, esa aura rara que desprendía, la inquietaba. Volvía a llevar puesta la capucha y la braga de nieve que le ocultaba el rostro, y como no sabía si Sam la estaba mirando o no, se puso nerviosa, preguntándose si debía hacer algo o decir algo, o marcharse del lugar…

—¿No tienes casa o qué? —preguntó Sam entonces.

—Eh... —titubeó—. Sí... bueno... estoy en un hotel, y tal... ¿Por qué?

—No sé, como no pides nada, he pensado que tal vez pretendes convertir este sitio en un lugar donde vivir.

Cleven se lo volvió a quedar mirando, sin decir nada. No tenía ni idea de si debía considerar esa respuesta con un tono borde o si se trataba de un simple comentario. Era casi como si a Sam le molestase que ella estuviese ahí sin pedir nada. Como Sam era capaz de hacer dudar así a la gente, haciendo que esta no supiese cómo interpretar una de sus frases, era calificado como el “chico raro”. Pero Cleven ya lo había conocido un poco aquella mañana, y por ello no se intimidó lo más mínimo.

—Quiero un batido de chocolate extra —le ordenó severamente, pero con una sonrisa.

Pudo oír una risa proveniente de Sam justo antes de que este fuese a preparar el batido, por lo que supo que el chico se alegraba de verla otra vez por allí. Tras un minuto volvió y le sirvió el pedido: un enorme vaso de batido de chocolate cubierto de nata y bañado de chocolate líquido. Cleven miró el vaso y luego a Sam.

—Quiero una guinda —le ordenó.

Sam se despegó de la barra de nuevo, se metió en la cocina y volvió con la guinda cogida por el tallo con dos dedos y se la puso sobre la nata con exagerada cortesía y delicadeza. Después volvió a apoyarse en la barra frente a ella.

—Falta la pajita —le dijo.

Y Sam movió el brazo para coger una pajita en un bote que había detrás de la barra, en un estante a su lado, se la puso y se quedó ahí plantado tal cual.

—¿Contento? —le sonrió Cleven mientras daba un trago.

Supo que Sam le dedicó una sonrisa tras la braga de nieve.

—Haces muy bien tu trabajo de camarero —le dijo ella.

—Y tú has mejorado tu trabajo de clienta —dijo él—. Pidiendo las cosas de forma directa y clara. Por fin.

«Ya sabía yo…» pensó Cleven, riéndose. «Ya lo voy conociendo mejor». Sam empezó a quitarse todas sus prendas de abrigo, y los guantes, mientras miraba el termostato que había en la pared junto a la cafetera. Cleven volvió a quedarse en trance observando su exótico aspecto. Le parecía un chico muy cool.

—¿Por qué te has descubierto? —le preguntó.

—Puedo soportar esta temperatura, hemos arreglado la calefacción.

—Yako me comentó que vives en Tokio ya desde pequeño. ¿Aun así no te has acostumbrado a este clima en invierno?

—M, hm —asintió.

—¿Les pasa lo mismo a tus padres?

Sam le lanzó una breve mirada inexpresiva, mientras se recogía el pelo con una ancha diadema negra que le cubrió la frente y parte de la cabeza, haciendo que los largos mechones le cayesen por la espalda.

—A mi padre tampoco le gusta el frío —contestó—. Con respecto a mi madre, ella murió hace ya años.

—Oh… —se sorprendió—. Vaya, lo siento mucho. Mi madre también murió, hace unos años.

Sam soltó una especie de murmullo de comprensión, apoyando la cabeza en una mano mientras observaba serenamente cómo MJ conversaba con Yako al otro lado de la barra, reprochándole que no les siguiese la corriente a las jovencitas con hormonas en acción y que sirviese los pedidos sin perder el tiempo.

—Está celosa —comentó Sam para sí.

Cleven supo que se refería a MJ, y sonrió divertida al ver que el chico pensaba igual que ella. Descubrió entonces que Sam, a pesar de aparentar ser un chico distraído, serio y poco hablador, era bastante sociable y muy observador, incluso llegó a pensar que cariñoso. «No es un tío tan raro» se dijo a sí misma. «¡Un momento! ¡Eso ya lo dije antes! ¡Y luego resultó ser un tío raro! Ah, ya... Un chico a veces raro y a veces no, lo que le hace más raro».

Cleven estuvo un rato espiando disimuladamente con Sam el comportamiento tan entretenido que mostraban Yako y MJ el uno con el otro, mientras disfrutaba de su batido de chocolate extra, hasta que oyó que alguien entraba en el local y se giró para ver.

Sam pegó un brinco del susto que se llevó, cuando vio dos chorros de batido de chocolate saliendo a presión por la nariz de Cleven. Yako, que en ese momento pasaba por su lado, la vio ahí tosiendo y dejando el vaso sobre la barra, a punto de darle un telele.

—¿Estás bien? —preguntó Yako, posándole una mano en la espalda.

Cleven levantó la cabeza tras aclararse la garganta y miró a Yako con una gran sonrisa y con dos ríos de batido saliéndole por la nariz.

—¡Dios! ¿¡Cómo has hecho eso!? —exclamó Yako, estupefacto.

—Anda, la pelmaza —dijo Raijin, apareciendo junto a ellos, pues era quien había entrado en el local produciendo esa reacción en Cleven.

Ella se quedó mirándolo como hipnotizada, sonrojada y sorprendida, con toda la cara manchada, de lo que al parecer todavía no se había dado cuenta. Como estaba soñando con sólo ver su rostro tallado por ángeles, no decía palabra ni hacía movimiento alguno. Sam, Yako y Raijin la observaron un rato, intentando convencerse a sí mismos de que esa chica era una persona normal y corriente, y no una criatura de circo. Yako fue el primero en reaccionar, mirando a su amigo.

—¿Qué nuevas traes? —le preguntó tan risueño.

—Vengo a proponerte un plan para esta noche —dijo Raijin, serio—. ¿Te ha contado Sam lo de Kyo?

—Sí —afirmó Yako.

—Pues ven, tú y yo ya tenemos trabajo —le dijo, llevándolo a una mesa apartada para hablar, y se volvió para mirar a Sam mientras se alejaba de la barra.

Este le asintió con la cabeza, indicándole que seguía esperando noticias por parte de sus mensajeros. Cleven, por otra parte, seguía ahí sentada en el taburete, sin quitarle el ojo de encima a Raijin, sin enterarse de nada de lo que decían. «Ahí está...» se dijo en un suspiro, «Sabía que volvería a verlo. Esta cafetería es nuestro punto de encuentro... ay...».

Ni siquiera se acordó de lo borde que Raijin había sido el día anterior cuando se separaron, ya no le importaba aquello. Cleven era así, así que lo que le dijo Denzel aquella tarde sobre que no fuese tan impulsiva a la hora de conocer a alguien, le entró por un oído y le salió por otro. ¿Por qué no ser impulsiva con Raijin? Cleven estaba segura de que no era como Kaoru.

Había una contrariedad entre las personas que eran como Kaoru y las que eran como Raijin. Personas como Kaoru siempre se mostraban encantadoras por fuera, como demasiado perfectas, y siempre asegurando a los demás que podían confiar en él, contar con él, siempre disponible, siempre convenciendo a la gente con facilidad. Y personas como Raijin… bueno, no había muchos como él, pero su comportamiento siempre era crudamente honesto. Pero la cruda honestidad tampoco debía confundirse con ser una persona mala o peligrosa.

Kaoru usaba esa máscara de excesivo encanto para conseguir cosas de los demás, era lo que se conocía como una “persona interesada”, de sus propios intereses, claro, los intereses de los demás no le importaban. Cleven caía en sus palabras amables y halagos de forma que cuando Kaoru le pedía lo que él quería, “vamos a comer aquí, vamos a quedar a esta hora que me viene bien, bésame aquí y ahora, haz esto, haz lo otro”, ella accedía a todo, porque se sentía como en deuda con él por recibir su encanto y sus halagos. Por eso, personas como Kaoru sí que eran peligrosas. Raijin, en cambio, usaba su honesto desinterés por los caprichos, las mentiras o las estupideces de los demás porque él no tenía tiempo para absurdeces ni deseo de conseguir nada de los demás, sólo tenía interés para cosas importantes. Y, aun así, había accedido al tonto capricho de esa pelirroja de ayudarla a conocer la zona de la ciudad, por muy malhumorado que hubiese estado todo el tiempo.

Por tanto, no todos los que parecían buenos y maravillosos por fuera tenían buenas intenciones por dentro, ni todos los que eran más serios, fríos o antipáticos carecían de buen corazón. Kaoru le había pedido muchas cosas a Cleven, mientras que Raijin no le había pedido nada, es más, hasta había rechazado dos o tres veces lo que Cleven voluntariamente le había ofrecido, como el takoyaki que compró o la invitación a comer.

Se podría decir que Yako era un tipo de persona igual que Kaoru por tener en común con él ese comportamiento extremadamente amable y atento con los demás. La diferencia era que Yako se mostraba por fuera igual a como era por dentro. Su simpatía y disposición hacia los demás eran genuinas, pues en ningún momento Yako usaba su encanto para pedir nada a los demás. Él sólo daba. Nunca pedía. Y si pedía algo, eran cosas normales, sencillas, lógicas, sin dejar de pensar en el bienestar del otro. Este era el principal rasgo para diferenciar a una falsa persona encantadora de una auténtica persona encantadora.

Cleven tenía tanta curiosidad por Raijin que no iba a rendirse, era la primera vez que conocía a un tipo con esa forma de ser, y le atraía. ¿Curiosidad, atracción, un simple capricho? Podría ser un poco de cada cosa.

Vio a Raijin y a Yako sentarse en una mesa alejada, y se preguntó de qué iban a hablar. Su persistente manía de meterse donde no la llamaban estaba haciendo un poco de presión en ella. Tenía ganas de acercarse a aquella mesa a escondidas para escucharlos hablar.

Sin embargo, en ese momento volvió a abrirse la puerta del local, trayendo un viento helado del exterior hasta que se cerró de nuevo. Cleven se giró para mirar y por poco vuelve a echar batido por la nariz. Habían entrado nada más y nada menos que los famosos mellizos del barrio, que iban vestidos con sus pequeños uniformes del colegio, acompañados por una anciana y su bastón. «Hm... Entonces es verdad que estos dos vienen por aquí a menudo» pensó la joven.

—Agatha —oyó que Sam la llamaba desde la barra.

La anciana, con sus ojos siempre cerrados, se acercó entonces con los dos niños hacia él, poniéndose junto a Cleven.

—Hola, Samuel, querido —lo saludó—. Os dejo aquí a estos dos, que yo tengo que hacer recados, tengo prisa. ¿Está bien?

—Sin problema, como siempre.

Cleven siguió a la anciana con la mirada y la vio andar palpando el suelo con el bastón, luego la puerta con la mano hasta que agarró el pomo y se fue. «¡Oh! ¿Es ciega?».

—¡Señora chica mayor! —la sorprendió Clover.

Bajó la cabeza para mirarla. «Qué pequeñita es...» babeó, y al ver que la niña alzaba los brazos hacia ella pegando saltitos, comprendió que quería que la cogiese, y lo hizo al instante.

—Clover, ¿cómo te va? —le preguntó, apretujándola entre sus brazos como si fuese un oso de peluche.

—Oye, tú —intervino Daisuke, dándole tirones en el jersey y Cleven le clavó una mirada de mosqueo—. Esto es muy raro, siempre nos encontramos contigo.

—¿Y qué? —replicó con cara de pocos amigos.

—No tenemos dinero, que lo sepas —contestó con la misma cara.

—¿¡Me ves cara de choriza o qué!? —saltó ella, lanzándole chispas.

Pero Daisuke ni se inmutó, la miró con su cara de “me caes gorda” que siempre le mostraba a todo el mundo, hasta que trepó por el taburete de al lado y se sentó.

—Sam, quiero pasteles, ya —le ordenó el niño.

Sam lo observó sin hacer nada durante unos segundos, totalmente indiferente.

—Pues ve a pedírselos a Kain —contestó entonces.

Cleven se sintió algo incómoda al verlos ahí, mirándose el uno al otro en silencio, sin hacer nada. «¿Qué hacen?» se preguntó. Finalmente, el niño se bajó del taburete y se fue hacia la sección de pastelería, donde estaba Kain. Entonces Cleven miró a Sam, el cual estaba preparando algo detrás de la barra, hasta que sacó un plato con un pastelito y se lo tendió a Clover.

—¡Gracias! —sonrió la pequeña felizmente, dando saltitos sobre el regazo de Cleven.

—Esto... —musitó Cleven, confusa—. Conoces a estos dos, ¿no?

—Claro, vienen por aquí casi siempre —contestó Sam.

—Deduzco que a juzgar por lo que acabas de hacer, Dai no te cae bien y lo has mandado lejos aposta, y en cambio Clover te cae bien y ya le tenías un pastelito preparado.

—Deduces bien —se encogió de hombros, pasivo—. Me gusta cuando los clientes piden las cosas de forma clara y directa. Pero siempre que sea con respeto. A Daisuke le falta aprender un poco de eso.

Cleven se rio. Observó cómo el grandullón de Kain cogía en brazos a Daisuke y jugaba con él. El niño parecía estar encantado. «Dai es un niño muy gruñón, además de bruto, bruto como Kain. Por eso se llevan bien» caviló, mientras se terminaba lo que le quedaba de batido y le acariciaba el pelo a Clover, que estaba disfrutando con su pastel. «Y Clover es más simpática y dulce. Me pregunto qué tipo de personitas serán en realidad, si de esas que se muestran por fuera como son por dentro, o de esas que se muestran por fuera de una forma y por dentro son de otra diferente. Hmm… ¿Cómo serán sus padres?».

—Oye, Sam —lo llamó—. Dime, ¿estos niños están siempre con esa anciana?

—Casi siempre. Cuando nadie puede hacerse cargo de ellos nos los aparcan aquí hasta que se los llevan a casa.

—Nuestro papá es un hombre muy bueno —intervino Clover con la boca llena, mirando a Cleven tan contenta—. Trabaja mucho últimamente y por eso Agatha tiene que encargarse de nosotros cuando papá no puede. Yo le quiero mucho. ¿Tú quieres a tu papá?

—Ehe… mm… —titubeó Cleven; esa pregunta la había pillado por sorpresa, y pasó de responder.

Pensó, pues, en cómo debía de ser el padre de los mellizos. Se lo imaginó como un buen hombre responsable. Debía de ser muy paciente y quererlos mucho. Se preguntó entonces por qué su padre no podría haber hecho igual con ella y sus hermanos, en vez de acoplar a Hana en sus vidas. Para Cleven, Hana sobraba. ¿Para qué la necesitaban? Pero claro, Cleven no sabía que en realidad era Hana quien los necesitaba a ellos.

De repente Clover saltó de sus rodillas después de haberse comido su pastel y se fue a reunirse con su hermano rápidamente, para luego ir con él hacia donde estaban Yako y Raijin. Al acercarse a la mesa donde estaban sentados, vio que Yako los saludaba alegremente y les revolvía el pelo con cariño. Raijin, por el contrario, los miraba con su frialdad de siempre, en silencio.

Cleven se acordó entonces de que a Raijin no le gustaban los niños pequeños, por lo que no le sorprendió ver que a los pocos segundos Raijin les hacía un gesto con la mano, indicándoles que se fueran y dejasen de molestar. «Qué chico, mira que tratar así a los niños pequeños…» pensó la joven con desaprobación, «Los mellizos sólo querían saludar a Yako y va el otro y los echa».

Vio que Clover obedecía a la orden de Raijin y se iba con Kain, y Daisuke, por otra parte, siguió ahí, cruzándose de brazos y diciéndole algo a Raijin con malas pulgas. «Eso, Dai, plántale cara, se lo merece» pensó Cleven, que ya era consciente de que Daisuke era un niño capaz de replicar a cualquier persona. Vio que Raijin se inclinaba hacia el niño con la misma cara de malas pulgas, seguramente amenazándole para que se fuese, mientras Yako hacía gestos para tranquilizar a su amigo. Finalmente, Daisuke le sacó la lengua a Raijin y volvió con Kain y su hermana.

—Me saca de quicio la manera en que Raijin trata a los niños —comentó Cleven—. Ayer se nos acercó uno a la mesa mientras comíamos, y no hizo otra cosa que asustarlo.

—Alguien tiene que poner orden. Y Yako es muy blando —le explicó Sam tranquilamente, que seguía con la cabeza apoyada en un brazo sobre la barra, a su lado—. Esos mellizos han creado ya varios alborotos por aquí. Como no pueden salir a la calle hasta que los recojan, si se aburren se dedican a molestar a los clientes o a jugar, corriendo entre las mesas y armando escándalo. A Kain esto le importa un pito, de hecho le divierte. MJ pasa de hacer de niñera, al igual que yo. Y Yako les consiente demasiado, no tiene el carácter necesario para enfadarse con ellos. Afortunadamente, Raijin también viene mucho por aquí, y cuando los mellizos están liándola en el local, él es el único que les para los pies y les regaña, como debe ser.

—¿Por qué? ¿Acaso Raijin se ha autoproclamado policía del buen comportamiento del Ya-Koffee?

—Algo así. Aparte de eso, también es su responsabilidad, al fin y al cabo.

—Que él se responsabilice de poner orden aquí con los niños que se portan mal no significa que sea su responsabilidad. Seguro que solamente lo hace porque Yako es su mejor amigo y lo ayuda a que este local no albergue problemas —farfulló de mala gana, pero luego le cambió la cara—. Aunque debo decir que preocuparse así por su amigo lo hace más atractivo.

—Eres una chica muy observadora —le dijo con cierta curiosidad.

—Tú también eres muy observador.

—Es entretenido, ¿no crees?

—Para cuando estás una tarde tranquila tomando algo en una cafetería, está bien para pasar el tiempo.

Mientras tanto, en aquella mesa del rincón del local, Yako estaba frotándose la barbilla con una cara muy reflexiva, y Raijin esperaba tranquilamente, jugueteando con un cigarrillo sin encender entre los dedos.

—A ver si he entendido —dijo Yako, apoyando los codos sobre la mesa y mirando a su mejor amigo fijamente—. Kyo todavía no ha sido capturado por la MRS, y ha hecho una réplica del pergamino para tenderles una trampa temporal porque sabe que acabarán alcanzándolo en algún momento. Pretende hacerse encontrar y hacer que se lleven la réplica para que le dejen en paz de una vez y él pueda escapar con el verdadero sin problemas, ¿no?

—Kyo sabe perfectamente que una vez la MRS tenga la réplica, no tardará mucho en darse cuenta de que es falso y volverán por él —dijo Raijin—. Kyo sólo ha hecho ese plan para obtener mucha ventaja y poder escapar de ellos, para tener tiempo de volver aquí y poner a salvo el pergamino, escondiéndolo lejos de él.

—Entonces... Vale —dijo, serio, repasando los pasos—. Drasik y Nakuru nos informan de cuáles son los miembros de la MRS que andan por Tokio, para así saber nosotros cuáles son los que andan cerca de Kyo por Yokohama y tener en cuenta a quiénes nos enfrentaremos exactamente cuando vayamos a por Kyo allí. Según tú, los miembros que siguen de cerca a Kyo, es decir, los que caerán en su trampa, avisarán a sus compañeros que estén en Tokio para reunirse todos juntitos y celebrar que tienen el pergamino. Después descubrirán que Kyo les ha timado e irán a por él de nuevo, esta vez la MRS entera. Y lo que tú quieres es evitar que los miembros que estén en Tokio acudan al aviso de sus compañeros de Yokohama, evitar que se reúnan, y así sean menor número, ¿no?

—Sí.

—Entonces... —respiró hondo, asimilando los pasos—. Quieres pedir ayuda a nuestra aliada SRS para que se encargue de que los miembros de la MRS que estén en Tokio no vayan a reunirse con los que están en Yokohama. Para entonces estos ya han descubierto que el pergamino que tienen es falso, y ahí intervenimos nosotros. Mientras Kyo escapa, nosotros vamos a Yokohama y nos enfrentamos con estos miembros de la MRS. Si ganamos, ya no seguirán persiguiendo el pergamino y todos en paz.

—La SRS luchará contra los miembros de la MRS que estén en Tokio para que no se reúnan con sus compañeros de Yokohama —repitió Raijin—, de los cuales nos encargamos nosotros. Sólo iremos Sam, tú y yo a luchar. Drasik y Nakuru ya tienen suficiente con lo que les he mandado. No sé cuántos serán nuestros oponentes en Yokohama, pero como se trata de la MRS, creo que nosotros tres seremos suficientes. Además, siendo tú un iris muy especial, les superamos con creces y ellos lo saben.

—Beh... —bufó Yako, apoyando la barbilla en una mano—. A mí nadie me tiene miedo, Raijin. Todos saben que soy un ser de pura naturaleza buena de nacimiento, hasta procuro no pisar las hormigas cuando ando por la calle. Es instintivo.

—Sí, pero todos saben que los de tu especie, si se enfadan, pueden hacer volar por los aires todo este planeta chasqueando los dedos.

—¿Por qué querría yo destruir este planeta? Se supone que existo para protegerlo.

—Ya, pero tú ya decidiste que querías ser iris y no lo que en realidad eres, te convertiste por el mismo motivo que los demás. Por tanto, no pasa nada por que te enfades de vez en cuando, Yako. Sé que es muy difícil hacerte enfadar, pero a veces parece que te reprimes.

—Para ti es fácil decirlo, Raijin. Naciste directamente iris. Eres el único de este mundo que no nació humano y el único que carece de una parte humana. Yo al menos tengo parte humana. Tú no puedes generar sentimientos por ti mismo. Sólo sientes cuando alguien te contagia. La verdad, prefiero reprimirme. Por el bien de todos los habitantes de este mundo, es mejor que alguien como yo no se cabree de verdad —sonrió—. Bueno —cambió de tema—. Parece fácil, esta misión.

—Está chupada —asintió el rubio.

—Vale —suspiró, guardando bien en la cabeza el plan—. Y ahora lo que tenemos que hacer es decirle a la SRS que nos eche una mano. Pero no sabemos dónde anda, hace tanto tiempo que no tenemos contacto con ella...

—Por eso te digo que vayamos esta noche al Gesshoku, la discoteca esa tan grande cerca del puerto, porque allí suele ir Kiyomaro.

—¿Quién era ese? —frunció el ceño.

—Es un exdelincuente reinsertado hace un par de años, ¿recuerdas? El que estaba envuelto en asuntos de drogas. Ahora está bajo la vigilancia de los iris y hace trabajos para nosotros. Es el tipo que las RS suelen usar de mensajero directo cuando nuestros dispositivos de comunicación podrían estar comprometidos. Kiyomaro siempre está al tanto de dónde encontrar a una RS en la ciudad, por eso quiero dar con él y decirle que vaya a buscar a la SRS y contarle el plan.

—¿Crees que la SRS aceptará tu petición? ¿Cuánto le vas a ofrecer?

—30 mil yenes por cabeza.

—Qué poco… —opinó Yako.

—Eh, que tampoco estamos para tirar cohetes —protestó Raijin—. Ya no tenemos tantas misiones importantes como cuando teníamos a nuestro Líder y a nuestros otros compañeros. —Hizo una pausa, se quedó un rato mirando a otro lado, como si estuviera pensando en ello. Yako casi pudo ver un brillo triste en sus ojos—. Así que la Asociación ya no nos paga tanto como antes. Pero tú y yo sabemos bien que la SRS haría cualquier cosa por nosotros sin nada a cambio, y viceversa.

—Tienes razón, después de todo es la RS que lideraban tus padres, y los que hay en ella ahora siempre han sido casi como nuestros hermanos. Lástima que nuestra actual situación en la KRS nos haya traído menos trabajo y con ello nos ha hecho distanciarnos más... —resopló con pesar.

—Suerte que siempre podemos contar con ellos. Aceptarán este trabajo, seguro.

—Vale. ¿Y a Kiyomaro? ¿No le vas a pagar por el servicio?

—Ese tarado me debe dinero desde hace tiempo, no pienso soltarle nada.

—¿Y si no acepta el cargo?

—Yo me encargaré de que acepte —dijo con una mirada severa—. Como es un tipo muy escurridizo y el Gesshoku es muy grande, quiero que vengas a ayudarme a encontrarlo.

—Claro —sonrió Yako.

—Pues vamos —se levantó del asiento y se puso el abrigo, y Yako lo imitó.

Yako le hizo una seña a Sam para indicarle que se iba y que se encargase con MJ y Kain del local, y el africano le asintió. Después le dedicó una alegre sonrisa a Cleven, la cual se la devolvió y se despidió de él con la mano. «¿Adónde irán esos dos?» se preguntó la joven, entornando los ojos.

Raijin fue por delante, pasando entre las mesas para dirigirse a la salida, pero de pronto se tropezó con la silla que Clover estaba arrastrando en ese momento por todo el local. Al parecer estaba jugando al pilla-pilla con su hermano, que también estaba arrastrando una silla por todo el lugar, sobresaltando a los clientes de alrededor. Raijin chasqueó la lengua con fastidio.

—Mocosa, deja esa silla ahora mismo —le dijo a la pequeña con enfado—. ¡Y tú igual, mocoso! —le dijo a Daisuke.

Como ninguno de los dos niños hizo caso del rubio, Raijin no se quedó conforme y fue a por ellos. Yako, mientras tanto, esperó pacientemente en la puerta; era lo mismo de cada día, estaba acostumbrado.

—¡Dejad esas sillas! ¡Estáis molestando! —les gritó Raijin.

—¡No quiero! —refunfuñó Daisuke de mala gana.

—¡No me contestes, svarlivyy! —lo agarró de un brazo para apartarlo de la silla y luego hizo lo mismo con Clover—. ¡Parad ahora mismo u os ganaréis un castigo!

Cleven ya había oído suficiente y, saltando del taburete, corrió hacia donde estaban y separó a los dos niños de Raijin, y se encaró con él.

—¡Déjalos!

—¿¡De qué vas tú, pipiola!? —replicó Raijin, con la vena hinchada en la frente—. ¡No te metas!

—¿Crees que esta es manera de tratar a unos niños? ¿¡Quién te crees que eres para decirles que les vas a dar un castigo!?

—¡Se merecen algo peor, créeme! ¡La última vez casi incendian el local!

—¡No es asunto tuyo lo que hagan estos dos niños, idiota! ¡El castigo se lo tendría que dar su padre, no tú, que no pintas nada con ellos! ¡Déjalos en paz o te denuncio!

—¿¡Que me qué!? —rugió Raijin con una mueca tan ojiplática que hasta era graciosa.

Los dos ya habían llamado la atención de toda la gente que había en el local. MJ se acercó a Yako un momento, sin dejar de observar esa pelea con gran curiosidad.

—Yako, ¿está pasando lo que creo que está pasando?

—¿Que Raijin está manifestando un claro sentimiento de enfado porque esa chica se lo está contagiando? Sí.

—Jajaja... O sea, que él está enfadado porque ella está enfadada —se rio MJ—. Qué persona más rara es ese chico. Pero creía que Raijin solía contagiarse de los sentimientos de otros con tanta facilidad sólo cuando se trata de personas que tienen alguna importancia para él.

Yako se encogió de hombros. Pero cuando vio que la pelea de esos estaba disgustando demasiado a los clientes, se acercó a Raijin por detrás y le puso suavemente una mano en el hombro.

—Rai, tenemos trabajito, ¿recuerdas? —le dijo con voz cantarina.

Raijin le lanzó a Cleven una última mirada desafiante y se marchó con Yako del lugar. Cleven suspiró victoriosa mientras la gente volvía con lo suyo. Sam apareció a su lado.

—Qué odioso es —masculló Cleven—. Tranquilos, pequeñines, ese chico tan malo no volverá a molestaros por hoy.

—Pues menos mal, es un aguafiestas —refunfuñó Daisuke.

—Señora chica mayor... —murmuró Clover tímidamente—. No deberías haberle gritado.

—¿Cómo que no? —se sorprendió la joven, agachándose junto a ella—. ¿Es que no has visto lo malo que es?

—Pero es que... —titubeó—. Él no tiene malas intenciones...

—¡Oh, Dios mío! —sollozó Cleven, apretujando entre sus brazos a los dos niños—. ¡Os ha lavado el cerebro! ¡No tenéis por qué ocultar vuestro miedo hacia ese chico! ¡Tranquilos, él ya no está aquí, no puede oíros! ¡Oh, pobres niños, le tienen tanto miedo a Raijin que no se atreven a reconocer su maldad! Debéis de estar tan asustados... ¡Yo os protegeré de él, estad tranquilos! ¡Por Dios, qué tío tan vil, tan malo, tan insensible...! ¡Pobres niños...!

Los dos pequeños miraron a Sam, que estaba aguardando detrás de la chica, con una cara de extrema confusión. No comprendían por qué Cleven estaba diciendo eso. Sam selló sus labios con el dedo índice para indicarles que no dijeran nada y le siguiesen la corriente a la joven, porque como lo tenían prohibido, no podían aclararle cierta cosa a Cleven con respecto a Raijin. Así que ambos se encogieron de hombros y le dieron palmaditas en la espalda a Cleven para consolarla, aún sin entender por qué lloraba tan escandalosamente.





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