1º LIBRO - Realidad y Ficción
—¡Kis, espera!
Yenkis se paró en mitad de la acera y dio media vuelta, entonces vio a Evie corriendo calle arriba, jadeando como un perro. Cuando llegó hasta él se desplomó sobre el suelo y recuperó el aliento. Yenkis sonrió.
—¿Cuánto hace que llevas persiguiéndome?
—Heh... Unos cinco minutos. Es que estaba en el parque del oeste y te vi desde lo lejos salir de la tienda del barrio y dije: “¡anda, Kis, voy a saludarlo!” Pero caminabas demasiado deprisa...
—Evie, pero si haces deporte todos los días.
—Estoy resfriada, y congestionada. Tengo el cuerpo débil desde ayer. Ya sabes cómo es cuando estás acatarrado —suspiró, y sacó un pañuelo para sonarse la nariz.
Yenkis puso una mueca un poco contenida, pues no estaba seguro de si debía aclararle a Evie que él no tenía ni idea de cómo era estar resfriado. Yenkis nunca en su vida había estado enfermo. Y él mismo sospechaba que la razón podía estar relacionada con el hecho de que uno de sus ojos brillase con una extraña luz blanca sobrenatural. Él empezó a darse cuenta apenas tres años atrás de que no era como los demás niños, ni como las demás personas, de que había nacido con algo raro o diferente, y de que era lo mismo que tenía su padre, fuera lo que fuese.
Y su propio padre ya le explicó una serie de indicaciones para evitar que alguien viese la luz de su ojo. Le dijo que ese brillo solamente se notaba en la oscuridad y que debía acostumbrarse a guiñar el ojo para ocultarlo cuando estuviese en lugares oscuros o en penumbra. De todas formas, el brillo de la luz en el ojo izquierdo de Yenkis siempre fue sutil, más débil que el que solían emitir los ojos de los demás iris oficiales ya entrenados.
—¿Vas a casa? ¿Qué hacías por el parque? —preguntó el chico.
—Dar una vuelta, nada más —contestó alegremente, recogiéndose un mechón de pelo tras la oreja—. Veo que tú vienes de compras, ¿eh?
La chica miró la bolsa de plástico que Yenkis sujetaba en la mano, donde llevaba un buen puñado de chocolatinas y un par de refrescos.
—Provisiones. Toca noche de chocolate.
Ella respondió con otra de sus sonrisas. Yenkis vio que tenía la cara muy roja, suponiendo que era a causa de la gran carrera que se había dado, o de estar enferma. Entonces el niño negó con una sonrisa de paciencia, se quitó la bufanda y la ató al cuello de Evie.
—Ahora sé por qué te resfrías tan a menudo, siempre sales desabrigada incluso si fuera está nevando.
—Ah... sí, bueno... soy muy despistada con eso —musitó ella con vergüenza.
Ambos niños emprendieron la marcha calle arriba, Yenkis comiéndose un regaliz tranquilamente, observando su alrededor, e Evie junto a él, mirando a otra parte, agarrando tímidamente uno de los extremos de la bufanda que su amigo le había puesto. Iban por las calles de la enorme urbanización de lujosos chalets de las afueras de Tokio, donde vivía Cleven hasta hace poco. El lugar estaba silencioso, como siempre, apenas había personas caminando por allí, mayoritariamente viejos que sacaban a pasear a sus perros.
—Kis... —lo llamó Evie tras doblar una esquina, y el chico volvió la cabeza hacia ella—. Quería decirte que me ha gustado mucho la nueva canción que has compuesto, la que tocamos ayer.
—Ah, gracias —sonrió alegremente—. Y dime, ¿qué te parece el nuevo miembro?
—¿Daiya Miwa? Pues... es muy bueno —afirmó—. Aunque algo callado.
—Sí, no suele hablar mucho —asintió, volviendo a mirar al frente—. Lo he admitido, en parte, porque al tener 14 años puede atraer más público femenino —sonrió con sorna, volviendo la vista hacia ella de nuevo—. ¿Te gusta?
—¿Eh? —se sorprendió—. ¡No! No... A mí los chicos mayores no... Bueno, es que...
—Tranqui, estaba bromeando —se rio—. En fin, los demás del grupo parece que han hecho buenas migas con Daiya. Es... un chico muy interesante —murmuró, entornado los ojos con suspicacia, e Evie lo miró interrogante.
Evie era una chica normal y corriente a simple vista. Era compañera de clase de Yenkis y vivía en la casa de al lado. Tenía el cabello del color de las castañas y largo, que solía llevar recogido en una coleta alta, con mechones rebeldes. Sus ojos eran de un marrón verdoso y siempre vestía con un estilo deportivo. Ciertamente, era muy deportista. Ella tocaba la batería en el grupo de Yenkis, mientras este se encargaba de la guitarra y la voz, y Daiya era el nuevo bajista y otra chica tocaba el teclado. Evie llevaba tocando la batería desde que tenía 3 años y su mentor no era un cualquiera, era un viejo baterista famoso de Estados Unidos que vivía actualmente en Tokio y daba clase de percusión a niños, pero a ella le daba clases privadas y de mayor nivel, por lo que Evie con 12 años era una baterista muy cerca del título de profesional.
Su otra pasión era el baloncesto y jugaba en el equipo del colegio también desde pequeña. La verdad es que Evie tenía unos bíceps increíbles. Sin embargo, era un imán para los catarros, por lo que Yenkis y los otros chicos de su grupo de amigos estaban acostumbrados a estar encima de ella constantemente con el tema de abrigarse bien del frío o de tomarse el jarabe. Para sus amigos ya era normal el gesto de prestarle a Evie una bufanda cuando hacía frío y ese tipo de cosas, y para ella también había sido una costumbre, solo que ya, a esta edad, una chica empezaba a interpretar esos gestos desde otro punto de vista.
Su amigo Yenkis era quien más le hacía estos gestos y quien más cuidaba de ella. Nadie de sus amigos ni ninguna otra persona se había dado cuenta, tal vez fuese porque aún eran muy niños o porque consideraban a Evie como a una colega más, pero la cosa es que Evie estaba colada por Yenkis desde hacía meses, y nadie lo sabía, porque ella lo ocultaba a toda costa. Toda la confianza que había desarrollado siendo amiga de él y de los otros chicos tanto tiempo parecía haberse esfumado en los últimos meses, pues la actitud de ella había cambiado un poco a la hora de hablar o estar con ellos, sobre todo con Yenkis. Donde antes había seguridad y espontaneidad, ahora había nervios y timidez. Los otros aún no lo percibían, lo mucho que cambiaba la actitud de una amiga cuando se enamoraba de un chico del grupo. Cada vez que Yenkis estaba presente, Evie se sentía patosa, se le iba la cabeza a las nubes, tenía más miedo a la hora de decir algo o hacer algo, se preocupaba de su aspecto más que antes...
Ya había anochecido. Cuando pararon frente a la verja de hierro del jardín de la casa de Yenkis, Evie se quitó la bufanda y se la devolvió al chico.
—Gracias —sonrió—. Bueno... —dio un paso atrás en ademán de dirigirse a su casa, que estaba al lado.
—Hey, espera —la detuvo él mientras abría la puerta con las llaves—. Si no tienes nada que hacer, ¿qué tal si vemos una peli en mi casa?
—¿Eh? ¿En tu casa...? —titubeó, poniéndose roja otra vez, disimulando la vergüenza—. Mm... ¿Quién hay?
—Pues está Hana... y Misae —dijo mirando hacia arriba, pensativo—. No sé si mi padre habrá vuelto de dondequiera que haya ido... —musitó con duda, pero la miró de nuevo con una gran sonrisa y alzando la bolsa a la altura de sus ojos—. Tengo mucho chocolate, ¿qué tal?
—Eh... es que, bueno... yo... —se puso nerviosa, mirando a un lado y otro, jugueteando con los dedos de sus manos.
—Jeje... Pero ¿qué te pasa, Evie? Estás rara.
La chica forzó una sonrisa nerviosa, se sintió muy estúpida. ¿Cuántas tardes habrá pasado jugando con Yenkis en su casa? Incontables. Entonces, ¿por qué se ponía así? ¿Por qué le tenía que dar vergüenza algo que había hecho miles de veces? El amor lo cambia todo, y de eso se dio cuenta, pero por nada en el mundo quería que Yenkis lo supiese, así que decidió no empezar a dar indirectas involuntarias, tenía que actuar como siempre.
—Heh, vale, colega —contestó con toda la naturalidad que pudo fingir, dándole un leve puñetazo amistoso en el hombro y todo.
Yenkis se la quedó mirando un momento, perplejo, pero volvió a reír.
—Estás rara —repitió, abriendo la verja—. Anda, vamos, será mejor que comas chocolate cuanto antes.
Cuando Yenkis pasó por delante, Evie pegó una silenciosa patada al suelo con rabia, maldiciendo lo estúpida que se veía, y siguió a su amigo por detrás cruzando el ya oscuro jardín. Yenkis vio que el coche de su padre seguía ausente frente a la puerta del garaje, lo que quería decir que todavía no había llegado, y eso le mosqueó bastante. El de Hana sí estaba, pero no le sorprendió. Antes de subir las escaleras del porche, se volvió hacia su amiga.
—Puedes quedarte a cenar también, si quieres. Mi hermana no está en casa, por lo que esto se ha convertido en un sitio demasiado aburrido.
—Vale —se encogió de hombros, parándose frente a él y metiéndose las manos en los bolsillos.
Yenkis asintió con la cabeza, contento, y fue a dar media vuelta de nuevo, pero algo le llamó la atención. Su amiga lo estaba observando de una manera muy seria y reservada.
—¿Qué ocurre? —preguntó extrañado.
Evie apartó la mirada un momento, pensativa, y luego volvió a mirarlo.
—Kis —murmuró—. Mm... Tu ojo...
Nada más oír eso, a Yenkis se le puso la piel de gallina y, apurado, abrió la palma de su mano cerca de su ojo izquierdo para ver que, en efecto, se reflejaba en ella esa familiar luz blanca.
—Ah... —casi consiguió pronunciar, sobresaltado, tapándose el ojo con la mano por completo, y miró a su amiga con gran apuro—. De... Debe de estar dándome de reflejo la luz de una farola...
—No hace falta que inventes una excusa. No es la primera vez que la veo, Kis.
—¿Ah, no? —dijo más sorprendido aún, y ella negó con la cabeza.
—Supongo que nadie más que yo se ha dado cuenta —comentó tímida—. He visto que a veces te brilla ese ojo, cuando tú tampoco pareces darte cuenta. Pero no te preocupes —sonrió levemente—. No sé por qué será, pero a mí no me importa. Me parece muy bonita.
—Eh... —titubeó nervioso, sin destaparse el ojo todavía—. ¿No vas a preguntarme... por qué me pasa esto?
—Bueno, no voy a decir que no me da curiosidad, pero... Si no quieres contármelo no pasa nada. Te digo que no me importa, no voy a pensar que eres un monstruo ni nada por el estilo —casi rio.
Yenkis bajó la mirada, algo reprimido, destapándose el ojo pero manteniéndolo guiñado.
—No se lo digas a nadie —le pidió con timidez.
—Tranquilo.
Al menos le alivió verla sonreír con naturalidad. «¿Brilla a veces?» se preguntó preocupado. «¿Incluso si no estoy en un ambiente oscuro? No suelo estar con ella en lugares con poca luz. ¿Quiere esto decir que también brilla de día? Papá no me advirtió de nada de esto...». Esta cuestión lo dejó realmente intrigado. Él no se había dado cuenta hasta ahora, y se preguntó desde cuándo le pasaba esto nuevo. En todo caso, significaba que debía andar con el doble de cuidado.
—Kis, ¿qué pasa con la peli? —preguntó Evie de pronto, despertándolo de sus pensamientos.
El chico la miró un momento en silencio, algo inquieto, pero acabó calmándose. Esbozó una gentil sonrisa.
—Gracias, Evie.
—¡Ay, venga, que se hace tarde y no me dejarán quedarme a cenar! —protestó ella, empujándolo escaleras arriba.
* * * *
Seguían siendo como las ocho de la tarde. El cielo ya estaba oscuro, ya que los días de invierno eran más cortos, y la ciudad estaba en ese momento viviendo una gran nevada acompañada por un gélido viento. Por eso, Cleven cerró los ojos con alivio cuando entró en la cálida cafetería de Yako, parándose al lado de la puerta para quitarse el gorro y los guantes, mientras Raijin y Sam pasaban al interior directamente. La joven observó cómo ambos buscaban rápidamente a Yako por el lugar, y se preguntó qué pasaba. No sabía qué estarían tramando ahora Raijin y sus amigos.
Cuando Sam apareció en el cementerio antes, los tres se fueron enseguida del lugar, y los dos chicos no habían dicho palabra alguna de lo que ocurría en todo el camino, así que Cleven no entendía nada. De todas maneras, sólo quería descansar un poco y tomar algo caliente antes que nada, por lo que se fue a sentar a la barra, donde estaba MJ sirviendo a los clientes y Kain al lado arreglando la cafetera con malos humos.
—Si no se te hubiese caído el pendiente en el moledor... —se quejaba Kain.
—Calla, fuiste tú quien le dio al botón cuando te dije que se me había caído una cosa dentro —replicó MJ.
—Me da igual, tendrías que hacer esto tú y no yo —gruñó—. Yo debería estar ahora haciendo los preparativos de mi boda.
—¡Hey! ¿Te casas? —preguntó Cleven cuando se sentó en el taburete, dejando el gorro y los guantes sobre la barra.
MJ y Kain alzaron la vista para mirarla con sorpresa.
—Anda, la chica de Raijin —sonrió MJ—. ¿Qué tal te va con él?
—¿Eh? No... —se apuró—. Si él y yo no tenemos nada... —miró un momento a otra parte, nerviosa, y decidió cambiar al tema de antes—. Enhorabuena, Kain.
—Gracias, guapa —sonrió él, dejando su nefasto arreglo de la cafetera para otro momento—. Por fin alguien amable —añadió, clavándole la mirada a la chica que tenía al lado, la cual le respondió con un bufido.
—¿Cuándo te casas? —preguntó Cleven.
—Dentro de dos meses —contestó con tono orgulloso, poniendo los brazos en jarra e hinchando el pecho, pareciendo aún más robusto de lo que era—. Heh, sabía que conseguiría tener una vida completa antes de cumplir los 30, para lo cual me faltan tres años, y mientras estos mocosos seguirán estudiando y trabajando en una cafetería, jojojo...
—Aún te falta madurar, bobo —se burló MJ y luego se acercó a Cleven al otro lado de la barra—. Bueno, ¿qué te pongo?
—Un café, porfi —contestó, frotándose las manos para calentarlas rápidamente.
—Pues tendrá que ser instantáneo, sin la cafetera.
—No importa.
—En fin —suspiró MJ mientras cogía una taza y el bote de café—. Raijin y Sam han entrado contigo, ¿no? ¿Qué se proponen? Se han esfumado.
—Creo que han ido a buscar a Yako.
—Hm... —murmuró Kain, pensativo, al mismo tiempo que le servía un refresco a una mujer que se sentaba al lado de Cleven—. Ya habrán vuelto a las andadas.
—¿Qué quieres decir? —se extrañó Cleven, cogiendo su taza de café ya preparado.
—Sam, Raijin y Yako, esos tres chavales andan de vez en cuando con asuntos de lo más misteriosos —le explicó—. ¿No lo sabes? Ellos no son gente corriente.
—¿Cómo?
De repente MJ le dio un pisotón al hombre para que cerrase la boca, simulando que iba hacia la cocina, y Kain reprimió un grito de dolor y permaneció con los labios sellados, sin decir nada más. Sin embargo, Cleven, aunque no le dio más vueltas, se quedó con la intriga de lo que acababa de escuchar, y giró la cabeza para ver cómo Raijin y Sam se reunían con Yako en una mesa en un rincón del fondo.
«¿Pero qué demonios traman?» se preguntó, entornando los ojos con recelo. No obstante, sus pensamientos se esfumaron cuando vio a los mellizos sentados en los taburetes de la sección de pastelería, comiendo un dulce tras otro.
Clover y Daisuke, cuando vieron a Yako, Sam y Raijin sentarse en una mesa cerca de ellos, no tardaron en bajarse de los taburetes y correr hacia donde estaban, pegando saltos y exclamaciones.
—¡Mañana queremos ir al zoo, mañana queremos ir al zoo! —gritaban, corriendo alrededor de la mesa—. ¡Mariko nos ha dicho que ella va a ir con sus abuelos! ¡Nosotros también queremos ir al zoo!
—Hey, calma, calma —los detuvo Yako, risueño, sentando a Clover sobre su regazo—. Dai, Clover, ahora no podemos estar con vosotros, tenemos que hablar de algo importante.
—¡Jo, nunca podemos estar con vosotros! —protestó el niño con malas pulgas, subiéndose al sofá donde estaba Raijin y apoyando bruscamente las manos sobre la mesa.
—Baja de ahí, mocoso —le ordenó Raijin cansinamente, pero cuando fue a cogerlo, Daisuke le intentó dar un mordisco en la mano—. ¡Ah! —saltó.
—No quiero —replicó el niño, sacándole la lengua con burla y se puso de pie encima de la mesa—. ¡Quiero ir al zoo!
—¡No vas a ir a ningún sitio, criajo! —exclamó Raijin, lanzándole chispas por la mirada.
De pronto Clover se unió a su hermano y, desde el regazo de Yako, también se subió a la mesa.
—¡Al zoo, al zoo! —gritaron ambos, logrando montar el escándalo.
Cuando Raijin vio que la gente de otras mesas miraba molesta hacia ellos y que Yako se estaba preocupando por el bienestar y tranquilidad de su clientela pero era incapaz de decirles nada a los niños, se le hinchó la vena de la frente.
—Radi vsego svyatogo, ¡basta ya! —ordenó Raijin con severidad, poniéndose en pie de un salto—. ¡Bajad ahora mismo de la mesa! ¡Sam, echa una mano!
Sam alzó la cabeza, aburrido, y viendo que su Guardián no era capaz de coger a los pequeños porque corría peligro de recibir mordiscos, decidió ayudarlo.
—Coge al mocoso —le dijo Raijin, mientras conseguía atrapar a Clover, la cual empezó a patalear para librarse de él—. ¡Mishka, estate quieta!
Mientras tanto, MJ, Kain y Cleven observaban la escena atentamente desde la barra. «Raijin a veces suelta palabras raras que no entiendo, ¿será que a veces mezcla idiomas al hablar?» pensaba Cleven con su incesante curiosidad por cualquier detalle del adonis rubio. «Yo hago lo mismo con el francés a veces».
—Ay, me encantan esos dos revolucionarios —comentó Kain, disfrutando el jaleo de los mellizos en la distancia—. Yo quiero tener unos iguales con mi prometida.
—No sabes lo que dices, Kain, los niños no deberían comportarse así —dijo MJ.
—Son niños... —replicó él, muy despacio, para dejarlo bien claro—... de 5 años... que se pasan horas encerrados en una cafetería donde no pueden correr y desfogarse a gusto... porque su padre está taaaan ocupado que ni siquiera los puede sacar al parque. Ya sabes. Un espacio abierto, con más niños, aire libre...
—¿Qué? ¿El padre de Clover y Daisuke nunca está con ellos? —se sorprendió y se preocupó Cleven al oírlo.
—Que no, que no le hagas caso —contestó MJ, echando a Kain a un lado—. Por supuesto que está con ellos, todos los días del año, a todas horas, pero como cualquier padre o madre, a veces se tienen varios días seguidos de mucho trabajo y no pueden permitirse pasar horas y horas en un parque con sus hijos todos los días. Clover y Daisuke están perfectamente atendidos y cuidados por su padre, sus abuelos, la anciana Agatha... incluso nosotros en la cafetería. Lo que pasa es que tienen una energía inagotable y una mente constantemente inquieta. Son buenos niños, pero como suele pasar con todos los niños, a veces tienen rabietas o caprichos como este —suspiró pacientemente mientras señalaba con un gesto aquel jaleo.
Cuando Sam consiguió atrapar a Daisuke con un solo brazo, el niño también pataleó con rabia, pero con Sam era completamente inútil oponer resistencia, y él y Raijin se dirigieron a la barra, donde estaban MJ y Kain, por lo que Cleven se puso en pie de un salto, preocupada por los dos pequeños.
—Hala, yo ya no quiero tener nada que ver con esto —masculló Sam, dejando a Daisuke en el suelo junto a la barra, y volvió con Yako rápidamente a la mesa del fondo.
—Te lo ruego, MJ —le dijo sin más Raijin a la chica tras la barra, mientras cogía a ambos niños del brazo para evitar que se escapasen. Su tono casi sonó desesperado o suplicante, algo que extrañó mucho a Cleven.
—Estate tranquilo, ¿de acuerdo? —le respondió MJ en voz baja, inclinándose hacia él para que Cleven no los oyese—. Que no te estalle la cabeza. Tú procura centrarte en resolver el rescate de tu compañero ahora. Siéntalos en un taburete, que les voy a poner dibujos animados en la tele.
—No me va a estallar la cabeza, ¿de qué hablas? —susurró.
—Mira, Raijin, Yako no te lo dice porque sabe que no te gusta oírlo, pero llevamos un tiempo muy preocupados por ti, porque últimamente estás cada vez más estresado y...
—¡No quiero ver los dibujos, yo quiero ir a la calle! —interrumpió Clover con sus quejas, intentando soltarse de Raijin.
—¡Quita, déjame, yo tampoco quiero ver dibus! —dijo Daisuke también, tirando de la mano del rubio.
—¡He dicho que basta! —estalló Raijin como un trueno repentino, cumpliendo la predicción de MJ—. ¡No estoy de humor! ¡Os ganaréis un azote!
—¡Eje! —intervino Cleven al oír las palabras que encendieron su alerta roja, poniéndose entre los niños y el rubio con las manos en alto—. ¡Ni de coña les vas a poner una mano encima, Raijin! ¡No te pases!
—¿Qué estás haciendo? —siseó, entornando los ojos con fiereza.
—¿¡Cómo que qué estoy haciendo!? —saltó incrédula—. ¡Pero bueno! ¡Qué estás haciendo tú! ¡Me importa un carajo que no te gusten los niños, y que en esta cafetería seas tú el encargado de poner orden con todo aquel que cause alboroto porque Yako es tu amigo del alma, pero no voy a permitir que la tomes con estos dos niños! —le amenazó, agachándose junto a los mellizos y rodeándolos con brazos protectores.
—A ver, pelirroja, creo que no entiendes lo que pasa... —gruñó, perdiendo la paciencia.
—¡Venga, ya están quitecitos y callados! ¿Por qué no vuelves con Yako y dejas en paz de una vez a Clover y a Daisuke? No eres quién para amenazarles, ¿sabes? Si el padre de Clover y Daisuke se entera de que un crío malhumorado como tú molesta a sus hijos, seguro que te dará una paliza, así que ten cuidado.
A partir de ahí Raijin se la quedó mirando con una cara indescifrable, entre “¿qué demonios me estás contando?” y “¿la mato o no la mato?”, al mismo tiempo que le surgían diminutas corrientes eléctricas por las puntas del cabello y Kain y MJ observaban en tensión cómo esos dos empezaban a discutir con toda la confianza y el descaro del mundo, como si se conocieran de hace años, y sólo habían pasado tres días.
Justo en ese instante, en la calle, en la acera opuesta de donde estaba la cafetería, Nakuru y Drasik se encaminaban hacia allí. Nakuru iba con un grueso abrigo, las manos bien metidas en los bolsillos e intentando esconder el rostro en la bufanda, pretendiendo resguardarse del frío y de la nevada que estaba cayendo. Drasik, por el contrario, iba en manga corta, tan campante, con la cabeza bien alta y dejándose mojar por los copos. Cuando fueron a cruzar la carretera, Nakuru le lanzó una mirada disgustada.
—Drasik, en serio, es sólo verte y me da más frío. ¿La gente no te para a preguntarte cómo puedes ir así a 6 grados bajo cero?
—Sí, algún que otro me ha preguntado si estoy loco —sonrió Drasik alegremente—. ¿Pero qué voy a decirles, que soy un ser inhumano que domina el agua y el hielo y que el frío me da la vida? Tú cuando vas a la playa te pegas un chapuzón en la arena, retozando en ella superfeliz, ¿la gente no te mira raro?
—Sí, eso es verdad —reconoció Nakuru. Pero cuando miró al interior del local por las cristaleras antes de entrar, le dio un vuelco el corazón—. ¡Ahí va! —exclamó, parando en seco y parando también a Drasik, dándole tal empujón que casi lo tiró al suelo.
—¡Oye!
—¡Cleven está ahí dentro! —gritó al borde del pánico.
—¿¡En serio!? —se exaltó el chico de sopetón y corrió a meterse en la cafetería dando saltos—. ¡Princesaaa!
—¡No! —Nakuru lo agarró de la sudadera y lo estampó contra la pared del edificio, de manera que nadie de la cafetería podía verlos—. ¡Escucha! Se supone que vamos a darle la última información a Raijin. Si Cleven se entera de mi relación con vosotros, se va a mosquear mucho, porque soy su mejor amiga de toda la vida, y de esto no tiene ni idea, ¡y no debe saberlo!
—¿Qué más da que lo sepa? —preguntó Drasik, frotándose la nuca por el golpe que se había dado—. Así podré demostrarle lo que puedo hacer y caerá rendida a mis pies.
—¡Drasik, deja ya de perseguir a Cleven, jamás podrás estar con ella!
Eso lo había soltado de un modo bastante tajante, y enseguida se dio cuenta de que no debería haberlo dicho. Drasik miró a Nakuru con el ceño fruncido.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué no puedo estar con ella?
La punk se mordió el labio inferior. Era verdad, a Drasik le habían borrado ciertos recuerdos de su memoria por una razón muy sólida. Nakuru tenía la obligación de ocultar muchas cosas, ya que ella conservaba todos sus recuerdos comunes con los que tuvo Drasik. Tenía que cambiar de tema a la fuerza.
—Mira, vamos a hacer una cosa. Vas a entrar ahí tú primero como quien no quiere la cosa. Cuando lo hagas, ni se te ocurra acercarte a Cleven, así que hazles una señal a Raijin y a los otros para que salgan y hablen con nosotros, sin que Cleven sospeche nada. Créeme, es muy curiosa y suele sospechar a la mínima. ¿De acuerdo? Yo esperaré aquí. Estando Cleven ahí dentro, no podemos hablar. Sospechará, estoy segura.
—Vale, vale —suspiró impaciente—. Ya voy.
Drasik entró en la cafetería y la joven se quedó fuera, esperando, asomándose con cautela para vigilar a su amigo. Pero se dio cuenta de un detalle, como solía ser propio de los iris todo el tiempo. Esa última respuesta de Drasik había sonado muy diferente, con un tono que no coincidía con el buen humor que había mostrado un minuto antes. Entonces supo lo que pasaba. Drasik estaba muy molesto en ese momento, aunque lo disimulaba. Sabía que no debería haberle dicho una cosa así sobre Cleven. Nakuru era consciente de que él no era tonto y que sabía cuándo la gente le ocultaba cosas importantes. Drasik sabía que Nakuru le omitía algo sobre aquella chica de ojos verdes desde que se fijó en ella el otro día. Sin embargo, él no insistía en preguntar.
Bajó la mirada. Nakuru no estaba contenta con lo que estaban haciendo con Drasik. Cuando el Líder le borró aquellos recuerdos, todo fue bien, pero al paso de los años era de esperar que empezase a sospechar. Él ya notaba que hicieron algo con él cuando era pequeño, notaba que sus compañeros se lo ocultaban, no obstante, no servía de nada que lo ocultasen. El joven sabía que, por mucho que preguntase, jamás descubriría nada.
Nakuru se preguntaba cuánto tiempo podría vivir Drasik con ese misterio en su cabeza. Por muy idiota, pesado y ruidoso que fuese, en el fondo no estaba contento, y era muy típico de él disimularlo con su actitud payasa de siempre, porque tenía la mala costumbre de pensar que sentirse mal o triste era algo que los demás veían como una debilidad o como una molestia. Y Drasik desde pequeño se moría por demostrarle a todo el mundo todo el tiempo que él era muy fuerte, que no tenía problemas, que no era una carga. Nakuru ya se había dado cuenta de que él llevaba años sintiéndose un poco apartado del grupo, desde que se exilió el Líder. Realmente era muy duro sospechar que los compañeros de uno, con los que se llevaba años trabajando codo con codo, le ocultaban cosas. Era injusto. Y Drasik aparentaba no importarle.
Igual pasaba con Cleven. Nakuru se sentía peor por su mejor amiga, odiaba tener que esconderle cosas, pero era por su propio bien, igual que con Drasik.
—¿Y ahora a dónde van? —preguntó Cleven cuando vio que Yako y Sam se levantaban de la mesa del fondo y se dirigían a la salida.
Raijin, al oírla, también giró la cabeza y se dio cuenta de que Drasik estaba en la puerta, a pesar de que llevaba la capucha de su sudadera puesta y no se le veía la cara. Entendió que debía de haberles hecho una señal a Yako y a Sam mientras él discutía con Cleven. La joven, por su parte, se percató de ese chico de la puerta y se preguntó quién sería.
—Tú, ocúpate de estos dos —le ordenó Raijin, señalando a los dos niños.
—¡Pues claro que me ocupo de ellos! —exclamó Cleven—. Eres un crío inmaduro, Raijin. No volveré a dejar que te acerques a ellos otra vez para asustarlos, maltrata-niños.
—¡No los maltrato! —saltó ofendido.
—Raijin, tranquilo —intervino MJ con paciencia—. Te están llamado Yako y Sam, será mejor que vayas.
El rubio asintió, más calmado, y le lanzó una última chispa de crispación a la pelirroja antes de reunirse con los otros en la puerta y salir de la cafetería.
—¡Nuestra salvadora! —proclamó la pequeña Clover, alzando las manos hacia ella, y Cleven la cogió en brazos y la estrujó.
—¡Ven con el tito Kain! —exclamó el robusto hombre, cogiendo a Daisuke—. ¿Quieres otro pastelito?
—¡Sí! —contestó el niño alzando los puños.
—Kain, no deberíamos atiborrarlos con tantos dulces cada vez que están aquí —le reprochó MJ—. Su padre nos echará la bronca.
—Beh... Mientras no se entere... Supongo que la anciana Agatha no tardará en venir para llevárselos.
—MJ, ¿qué se traen esos entre manos? —le preguntó Cleven.
—Pues... ni idea, chica —se encogió de hombros con disimulo—. Déjalos, mejor no saberlo.
Cleven asintió con la cabeza, aunque seguía con la curiosidad. Al fin y al cabo, apenas conocía a Yako, a Raijin y a Sam, al igual que a MJ y a Kain, por lo que no debería meterse en sus asuntos. Bueno, tenía a Clover y a Daisuke a su cargo, le era suficiente entretenimiento.
—¿Y bien? —preguntó Raijin cuando todos se reunieron en la calle—. ¿Por qué no hablar dentro?
—Porque ahí está mi mejor amiga, que es humana, y no es conveniente que me vea con vosotros —contestó Nakuru.
—¡Ah! ¿Es tu mejor amiga? —sonrió Yako—. Qué coincidencia. La conocí antes de ayer en un autobús. Es encantadora.
—Lo sé —sonrió también, pero dio un sobresalto cuando Raijin la cogió de la barbilla y le levantó un poco la cabeza—. ¿Qué...?
—¿Cómo te has hecho eso? —preguntó el rubio, analizando el corte que tenía bajo la mandíbula, y Yako se apresuró a mirar también, preocupado.
—Ha sido el elemento Viento de la MRS —les contó Drasik, apoyándose tranquilamente contra la pared del edificio—. La ha cortado con el viento, pero no hay más daños que ese.
—¿Habéis estado hoy buscando más elementos? —preguntó Yako, mientras Raijin sacaba un pañuelo del bolsillo y le limpiaba la herida a Nakuru.
—Ayer descubrimos al elemento Radiación y al de Electricidad —comentó Nakuru, apretando de vez en cuando los dientes al notar el escozor de la herida.
—¿Cómo os fue entonces? —quiso saber Yako.
—Pues verás, tuvimos problemas, pero al final el viejo Lao nos salvó el pellejo... —le explicó Drasik.
Mientras el chico les contaba a Sam y a Yako la batallita del día anterior, Nakuru miró fijamente a Raijin, con el ceño fruncido, mientras este le ponía una tirita en la herida que había sacado de uno de los bolsillos de sus pantalones.
—Mira el señor médico —sonrió la joven—. ¿Siempre llevas tiritas encima?
—No me queda más remedio —contestó el rubio—. No te muevas.
—Oye... Raijin —titubeó—. Esa chica, mi amiga... ¿La conoces?
—¿La pesada? Sí, desde anteayer, como Yako. Dice que se está emancipando.
—Ahm... ¿Eres tú aquel que se ofreció a hacerle un pequeño recorrido por Shibuya?
—¿Te ha dicho esa pelmaza que yo me ofrecí a ayudarla con su capricho humano innecesario?
—Te forzó Yako —adivinó Nakuru enseguida.
—Pues como siempre —rezongó Raijin.
—¿Pero no hay nada de ella... que te llame la atención? —Nakuru quería averiguar algo muy importante, pero debía tener cuidado con las palabras.
—¿Aparte de su asquerosa manera de engullir la comida? No.
Nakuru lo miró aún más tensa. «De acuerdo... Esto lo confirma. Veo que mi memoria es la única de por aquí que no ha sido retocada» pensó.
—Bueno, ¿y hoy habéis descubierto más? —preguntó Yako cuando Drasik terminó la historia, mirando a Nakuru.
—Hoy nos hemos enfrentado al Viento, a la Oscuridad y a la Arena —le respondió esta, tocándose la herida ya curada—. No sé si habrá más, pero no hemos podido hacer nada más por hoy.
—Sólo son esos los elementos que están en Tokio —intervino Sam.
—¿Estás seguro, Sammy? —preguntó Yako.
—Las últimas noticias que me han dado los cuervos fueron que Kyo estaba de camino a Tokio, siguiendo la autopista. Va a detenerse en el Templo Tsukino, donde al parecer piensa hacer el engaño a sus perseguidores. También dijo que había contado a cuatro de la MRS, y que no había visto más a lo largo del día.
—Cuatro... Le persiguen cuatro iris en Yokohama —murmuró Raijin, pensativo, toqueteándose el pendiente de la ceja—. Coincide. Entonces quiere decir que hay cinco de la MRS en Tokio, y tal como ha dicho Nakuru, son la Radiación, la Electricidad, la Oscuridad, el Viento y la Arena, por lo que esos cuatro que andan detrás de Kyo deben de ser Fuego, Animal, Agua y Planta.
—Ya lo tenemos —celebró Yako.
—¿Y ahora qué? —preguntó Drasik.
—Yako, Sam y yo partiremos ahora mismo hacia el Templo Tsukino, que está a unos 15 kilómetros de Tokio —dijo Raijin—. Vosotros dos —miró a Drasik y a Nakuru—, quiero que vayáis enseguida a la Torre de Tokio, allí está esperando el Líder de la SRS a que demos la señal. Decidle que se pongan en movimiento cuanto antes siguiendo los planes que Kiyomaro les contó, y cuáles son los elementos que están en Tokio. Luego os mantenéis al margen.
—¿¡Qué!? —saltó Drasik—. ¿Al margen? ¡Yo también quiero luchar!
—Ni hablar —replicó Raijin—. Ya habéis cumplido con lo vuestro, no haréis nada más.
—¡Venga ya! —se enfadó—. ¡Si el Líder estuviese aquí, no nos dejaría tirados en lo más interesante!
—El Líder no está aquí, Sui-chan —saltó Raijin—. ¡Y no volverá! ¡Olvídate de él de una maldita vez! ¿¡Quieres!?
—¡Estoy harto de seguir tus órdenes! —le espetó Drasik—. ¡Se supone que Lao es el Segundo al mando, se supone que ahora él sería como el Líder, no tú! ¡Sólo porque Nakuru y yo somos los más jóvenes, no quiere decir que seamos una carga!
—¡No puedo permitirme el lujo de confiar en que salgáis sanos y salvos de todas las misiones! ¡Y además, Lao está muy fichado por el Gobierno, no puede correr el riesgo de que lo descubran hasta que se calmen!
—¡Deja de darte esos aires, no te soporto! —estalló Drasik, agarrándose de los pelos—. ¡Sólo porque no te caigo bien pasas de mí como la mierda, no me dejas hacer nada y a los demás sí! ¡A Nakuru le dejas hacer más cosas que a mí! ¡Claro, como tú naciste siendo iris, te crees mejor que nadie!
—¡Me estás empezando tocar mucho los cojones tú hoy! —gruñó Raijin, alzando un poco las manos y, arqueando los dedos, generó amenazantes cargas eléctricas. Drasik le contagió el enfado muy deprisa.
—¡Atrévete! —le desafió Drasik, poniéndose en guardia, e hizo que el agua del charco que estaba pisando se elevase por el aire en forma de columnas, la cuales convirtió en pequeñas y afiladas lanzas de hielo.
—¡Ya está bien! —intervino Yako, sujetando a Raijin, y Nakuru hizo lo mismo con Drasik.
—¡Kyo está en peligro! ¿¡Recordáis!? —exclamó Nakuru.
Ambos chicos permanecieron en tensión, mirándose con rabia, diciéndose de todo a través de los ojos, hasta que Drasik relajó los músculos y se soltó de Nakuru con brusquedad. Le lanzó otra mirada fría a Raijin y, dando media vuelta, dio un enorme salto que lo llevó a perderse a lo alto de los edificios, indicando que abandonaba. Los cuatro que quedaban ahí guardaron un rato de incómodo silencio.
—Dale un poco de cuartelillo, Raijin —le pidió Nakuru entonces.
—¿Cuartelillo? —repitió incrédulo—. ¡No para de quejarse! Una y otra vez con el mismo tema.
—¡Tienes que entenderlo, Raijin! Se siente muy triste por la marcha de nuestro Líder, aun después de siete años no quiere aceptarlo. Y sé que ninguno de vosotros tampoco —miró fijamente a los tres—. Ni yo tampoco. Pero a Drasik le cuesta más dominar esa tristeza. ¿Por qué no le das una oportunidad y le dejas participar en luchas más serias, Raijin? Quizá sea por eso por lo que no se contiene, porque no le dejas desahogarse en misiones más serias.
—¡Que no, Nakuru! —objetó Raijin, harto—. Deja ya de defenderlo, ¡tiene que madurar! Sé que Drasik es un buen iris, y lo sé mejor que ninguno de vosotros. Si no le dejo participar en estas cosas es porque todavía no quiere reconocer que tiene majin, ¡y no hace nada por intentar curárselo! No es sólo porque pueda peligrar la misión, sino a sí mismo también, y no puedo dejarle que vaya por ahí a encargarse de asuntos más serios con un majin que ha elegido ignorar. Participar en estas luchas no hará más que empeorarlo. Que primero se encargue de controlar su majin, y luego le dejaré hacer todo lo que quiera. Drasik se empeña en creer que sólo quiero joderle, pero el acto de joder a alguien por sentimientos personales es algo completamente irracional. Sabéis que yo no tengo sentimientos personales, todo lo que hago y digo es por una razón de lógica conforme al cumplimiento de mi deber. Tengo que cuidar de cada uno de vosotros y organizaros atendiendo a los problemas particulares y a las capacidades disponibles que tengáis. ¿Entendido?
Nakuru entendió al instante cada palabra que decía, y llevaba la razón, como siempre. Acabó asintiendo con la cabeza, resignada.
—Vámonos —masculló Raijin, emprendiendo la marcha calle arriba.
—Ahm... Nakuru, ve tú a la Torre de Tokio, ¿vale? —le dijo Yako, siguiendo rápidamente a su amigo para no perderlo de vista.
—Ten cuidado —añadió Sam, marchándose con ellos.
—Lo mismo os digo, "hermanos" —asintió Nakuru, suspirando.
Nada más desaparecer los tres calle arriba, Nakuru dio media vuelta para seguir el camino contrario hacia la Torre de Tokio. Estaba bastante lejos de donde se encontraba en ese momento, tenía que darse prisa, pero nada más dar el primer paso, alguien la llamó.
—¡Hey, Nak! —exclamó Cleven con gran sorpresa, que acababa de salir por la puerta de la cafetería—. ¿Qué haces por aquí? —sonrió.
Nakuru se quedó un momento paralizada, de espaldas a ella, y lo primero que hizo fue ocultar la tirita de su cara tras la bufanda. Se dio la vuelta lentamente y la miró con una sonrisa forzada.
—Ah... Cleven... Hola.
—Tía, qué sorpresa verte por aquí —celebró entusiasmada, cogiéndola de las manos, y miró en derredor—. Vaya, ¿a dónde habrán ido estos?
—¿Quiénes?
—Las personas que os dije que conocí el día que me fui de casa —sonrió aún más—. Verás, esa es la cafetería de Yako, el chico que conocí en el autobús. Estaban aquí hace un momento, pero veo que se han vuelto a escapar a saber dónde... —masculló con recelo—. Qué pena, me hubiese gustado presentártelos.
—Esto... Cleven... —titubeó, notando cómo el tiempo seguía corriendo.
—Ah, sobre todo me hubiese gustado presentarte a Raijin —la miró intensamente, apretando sus manos entre las suyas.
Nakuru se olvidó por un momento del asunto de la Torre de Tokio y miró a su amiga con muchos nervios. «Madre mía, ¡qué entuerto! ¡Y yo en el medio!» pensó.
—Ese... ehm... Cleven, sobre ese Raijin del que nos hablaste a Raven y a mí tan apasionadamente... ehm... ¿Qué sabes de él?
—Por ahora, poca cosa, la verdad. Pero poco a poco se va soltando, es muy terco. Pero me gusta tanto... No sabes cómo deseo que haya algo entre nosotros dos.
«Ay, Dios, ay, Dios, ay, Dios...» pensó Nakuru de nuevo, empezando a sudar a 6 grados bajo cero. «No sabe lo que dice... Como se entere de esto el ex-Líder, se va a armar la gorda. No, no sólo eso, ¡me va a matar! Soy yo la responsable de Cleven, mi deber es mantenerla alejada de estas personas, de los asuntos iris. Y es que también conoce a Yako y a Sam, esto no pinta bien... Desde que la conozco, sé de sobra lo mucho que sospecha de las cosas a la mínima. Mierda. ¿Qué hago? ¿Debo seguir dejando que Cleven continúe esta relación esporádica con ellos? ¿O debo hacer algo para que no vuelva a ver a Yako y a los demás nunca más? ¿Cómo haría algo así sin que ella se dé cuenta de que pasa algo muy grande delante de sus narices? Me parece que ya es tarde para disuadirla...».
Empezó a morderse el labio inferior, cada vez más preocupada, mientras su amiga seguía hablando de Raijin sin parar. «¿Se lo digo? ¿He de decírselo?» se preguntaba. «No. No debo. ¿Y si se lo digo al ex-Líder? Tendría que hacerlo antes de que Cleven entre en la boca del lobo del todo. ¿Pero cuándo? El ex-Líder debe saber dónde está Cleven lo primero de todo, seguro que debe de estar buscándola, y lo más importante, con qué personas anda últimamente. A este paso Cleven nos descubrirá a todos».
—¡Oye! ¿¡Qué clase de empanamiento mental es ese!? —saltó Cleven, zarandeándola de los hombros—. ¡Y esa cara apocalíptica que tienes me está empezando a mosquear!
—Ah, perdona —reaccionó, y acto seguido la cogió de las manos y la miró fijamente—. Cleven, lo siento, tengo que irme.
—¿Otra vez? ¿A dónde?
«Una cosa es segura» se decidió Nakuru, «Ahora mismo tengo que zanjar mi misión y dirigirme a la Torre de Tokio y avisar a Pipi cuanto antes de que se ponga en marcha con sus chicos. Ahora lo que importa es Kyo».
—¡Lo siento, tengo prisa! —le dijo Nakuru, echando a correr calle abajo.
—Nakuru... —musitó con sorpresa, quedándose sola en la calle.
Ayer en el instituto también hizo lo mismo. «Bueno» pensó Cleven, entornando los ojos con escama. «Ya sé que no es asunto mío lo que hagan Yako y Raijin, pero ahora que me he convencido de que mi mejor amiga me oculta cosas y se comporta igual que esos dos... Ya es hora de que descubra qué está pasando aquí».
—Hey, pelirroja, échame una mano con esos tres —apareció MJ asomada en la puerta de la cafetería, señalándole con el dedo a los mellizos que estaban montando escándalo con Kain incluido.
—Sí... —suspiró la joven, adentrándose de nuevo en el lugar.
—¡Kis, espera!
Yenkis se paró en mitad de la acera y dio media vuelta, entonces vio a Evie corriendo calle arriba, jadeando como un perro. Cuando llegó hasta él se desplomó sobre el suelo y recuperó el aliento. Yenkis sonrió.
—¿Cuánto hace que llevas persiguiéndome?
—Heh... Unos cinco minutos. Es que estaba en el parque del oeste y te vi desde lo lejos salir de la tienda del barrio y dije: “¡anda, Kis, voy a saludarlo!” Pero caminabas demasiado deprisa...
—Evie, pero si haces deporte todos los días.
—Estoy resfriada, y congestionada. Tengo el cuerpo débil desde ayer. Ya sabes cómo es cuando estás acatarrado —suspiró, y sacó un pañuelo para sonarse la nariz.
Yenkis puso una mueca un poco contenida, pues no estaba seguro de si debía aclararle a Evie que él no tenía ni idea de cómo era estar resfriado. Yenkis nunca en su vida había estado enfermo. Y él mismo sospechaba que la razón podía estar relacionada con el hecho de que uno de sus ojos brillase con una extraña luz blanca sobrenatural. Él empezó a darse cuenta apenas tres años atrás de que no era como los demás niños, ni como las demás personas, de que había nacido con algo raro o diferente, y de que era lo mismo que tenía su padre, fuera lo que fuese.
Y su propio padre ya le explicó una serie de indicaciones para evitar que alguien viese la luz de su ojo. Le dijo que ese brillo solamente se notaba en la oscuridad y que debía acostumbrarse a guiñar el ojo para ocultarlo cuando estuviese en lugares oscuros o en penumbra. De todas formas, el brillo de la luz en el ojo izquierdo de Yenkis siempre fue sutil, más débil que el que solían emitir los ojos de los demás iris oficiales ya entrenados.
—¿Vas a casa? ¿Qué hacías por el parque? —preguntó el chico.
—Dar una vuelta, nada más —contestó alegremente, recogiéndose un mechón de pelo tras la oreja—. Veo que tú vienes de compras, ¿eh?
La chica miró la bolsa de plástico que Yenkis sujetaba en la mano, donde llevaba un buen puñado de chocolatinas y un par de refrescos.
—Provisiones. Toca noche de chocolate.
Ella respondió con otra de sus sonrisas. Yenkis vio que tenía la cara muy roja, suponiendo que era a causa de la gran carrera que se había dado, o de estar enferma. Entonces el niño negó con una sonrisa de paciencia, se quitó la bufanda y la ató al cuello de Evie.
—Ahora sé por qué te resfrías tan a menudo, siempre sales desabrigada incluso si fuera está nevando.
—Ah... sí, bueno... soy muy despistada con eso —musitó ella con vergüenza.
Ambos niños emprendieron la marcha calle arriba, Yenkis comiéndose un regaliz tranquilamente, observando su alrededor, e Evie junto a él, mirando a otra parte, agarrando tímidamente uno de los extremos de la bufanda que su amigo le había puesto. Iban por las calles de la enorme urbanización de lujosos chalets de las afueras de Tokio, donde vivía Cleven hasta hace poco. El lugar estaba silencioso, como siempre, apenas había personas caminando por allí, mayoritariamente viejos que sacaban a pasear a sus perros.
—Kis... —lo llamó Evie tras doblar una esquina, y el chico volvió la cabeza hacia ella—. Quería decirte que me ha gustado mucho la nueva canción que has compuesto, la que tocamos ayer.
—Ah, gracias —sonrió alegremente—. Y dime, ¿qué te parece el nuevo miembro?
—¿Daiya Miwa? Pues... es muy bueno —afirmó—. Aunque algo callado.
—Sí, no suele hablar mucho —asintió, volviendo a mirar al frente—. Lo he admitido, en parte, porque al tener 14 años puede atraer más público femenino —sonrió con sorna, volviendo la vista hacia ella de nuevo—. ¿Te gusta?
—¿Eh? —se sorprendió—. ¡No! No... A mí los chicos mayores no... Bueno, es que...
—Tranqui, estaba bromeando —se rio—. En fin, los demás del grupo parece que han hecho buenas migas con Daiya. Es... un chico muy interesante —murmuró, entornado los ojos con suspicacia, e Evie lo miró interrogante.
Evie era una chica normal y corriente a simple vista. Era compañera de clase de Yenkis y vivía en la casa de al lado. Tenía el cabello del color de las castañas y largo, que solía llevar recogido en una coleta alta, con mechones rebeldes. Sus ojos eran de un marrón verdoso y siempre vestía con un estilo deportivo. Ciertamente, era muy deportista. Ella tocaba la batería en el grupo de Yenkis, mientras este se encargaba de la guitarra y la voz, y Daiya era el nuevo bajista y otra chica tocaba el teclado. Evie llevaba tocando la batería desde que tenía 3 años y su mentor no era un cualquiera, era un viejo baterista famoso de Estados Unidos que vivía actualmente en Tokio y daba clase de percusión a niños, pero a ella le daba clases privadas y de mayor nivel, por lo que Evie con 12 años era una baterista muy cerca del título de profesional.
Su otra pasión era el baloncesto y jugaba en el equipo del colegio también desde pequeña. La verdad es que Evie tenía unos bíceps increíbles. Sin embargo, era un imán para los catarros, por lo que Yenkis y los otros chicos de su grupo de amigos estaban acostumbrados a estar encima de ella constantemente con el tema de abrigarse bien del frío o de tomarse el jarabe. Para sus amigos ya era normal el gesto de prestarle a Evie una bufanda cuando hacía frío y ese tipo de cosas, y para ella también había sido una costumbre, solo que ya, a esta edad, una chica empezaba a interpretar esos gestos desde otro punto de vista.
Su amigo Yenkis era quien más le hacía estos gestos y quien más cuidaba de ella. Nadie de sus amigos ni ninguna otra persona se había dado cuenta, tal vez fuese porque aún eran muy niños o porque consideraban a Evie como a una colega más, pero la cosa es que Evie estaba colada por Yenkis desde hacía meses, y nadie lo sabía, porque ella lo ocultaba a toda costa. Toda la confianza que había desarrollado siendo amiga de él y de los otros chicos tanto tiempo parecía haberse esfumado en los últimos meses, pues la actitud de ella había cambiado un poco a la hora de hablar o estar con ellos, sobre todo con Yenkis. Donde antes había seguridad y espontaneidad, ahora había nervios y timidez. Los otros aún no lo percibían, lo mucho que cambiaba la actitud de una amiga cuando se enamoraba de un chico del grupo. Cada vez que Yenkis estaba presente, Evie se sentía patosa, se le iba la cabeza a las nubes, tenía más miedo a la hora de decir algo o hacer algo, se preocupaba de su aspecto más que antes...
Ya había anochecido. Cuando pararon frente a la verja de hierro del jardín de la casa de Yenkis, Evie se quitó la bufanda y se la devolvió al chico.
—Gracias —sonrió—. Bueno... —dio un paso atrás en ademán de dirigirse a su casa, que estaba al lado.
—Hey, espera —la detuvo él mientras abría la puerta con las llaves—. Si no tienes nada que hacer, ¿qué tal si vemos una peli en mi casa?
—¿Eh? ¿En tu casa...? —titubeó, poniéndose roja otra vez, disimulando la vergüenza—. Mm... ¿Quién hay?
—Pues está Hana... y Misae —dijo mirando hacia arriba, pensativo—. No sé si mi padre habrá vuelto de dondequiera que haya ido... —musitó con duda, pero la miró de nuevo con una gran sonrisa y alzando la bolsa a la altura de sus ojos—. Tengo mucho chocolate, ¿qué tal?
—Eh... es que, bueno... yo... —se puso nerviosa, mirando a un lado y otro, jugueteando con los dedos de sus manos.
—Jeje... Pero ¿qué te pasa, Evie? Estás rara.
La chica forzó una sonrisa nerviosa, se sintió muy estúpida. ¿Cuántas tardes habrá pasado jugando con Yenkis en su casa? Incontables. Entonces, ¿por qué se ponía así? ¿Por qué le tenía que dar vergüenza algo que había hecho miles de veces? El amor lo cambia todo, y de eso se dio cuenta, pero por nada en el mundo quería que Yenkis lo supiese, así que decidió no empezar a dar indirectas involuntarias, tenía que actuar como siempre.
—Heh, vale, colega —contestó con toda la naturalidad que pudo fingir, dándole un leve puñetazo amistoso en el hombro y todo.
Yenkis se la quedó mirando un momento, perplejo, pero volvió a reír.
—Estás rara —repitió, abriendo la verja—. Anda, vamos, será mejor que comas chocolate cuanto antes.
Cuando Yenkis pasó por delante, Evie pegó una silenciosa patada al suelo con rabia, maldiciendo lo estúpida que se veía, y siguió a su amigo por detrás cruzando el ya oscuro jardín. Yenkis vio que el coche de su padre seguía ausente frente a la puerta del garaje, lo que quería decir que todavía no había llegado, y eso le mosqueó bastante. El de Hana sí estaba, pero no le sorprendió. Antes de subir las escaleras del porche, se volvió hacia su amiga.
—Puedes quedarte a cenar también, si quieres. Mi hermana no está en casa, por lo que esto se ha convertido en un sitio demasiado aburrido.
—Vale —se encogió de hombros, parándose frente a él y metiéndose las manos en los bolsillos.
Yenkis asintió con la cabeza, contento, y fue a dar media vuelta de nuevo, pero algo le llamó la atención. Su amiga lo estaba observando de una manera muy seria y reservada.
—¿Qué ocurre? —preguntó extrañado.
Evie apartó la mirada un momento, pensativa, y luego volvió a mirarlo.
—Kis —murmuró—. Mm... Tu ojo...
Nada más oír eso, a Yenkis se le puso la piel de gallina y, apurado, abrió la palma de su mano cerca de su ojo izquierdo para ver que, en efecto, se reflejaba en ella esa familiar luz blanca.
—Ah... —casi consiguió pronunciar, sobresaltado, tapándose el ojo con la mano por completo, y miró a su amiga con gran apuro—. De... Debe de estar dándome de reflejo la luz de una farola...
—No hace falta que inventes una excusa. No es la primera vez que la veo, Kis.
—¿Ah, no? —dijo más sorprendido aún, y ella negó con la cabeza.
—Supongo que nadie más que yo se ha dado cuenta —comentó tímida—. He visto que a veces te brilla ese ojo, cuando tú tampoco pareces darte cuenta. Pero no te preocupes —sonrió levemente—. No sé por qué será, pero a mí no me importa. Me parece muy bonita.
—Eh... —titubeó nervioso, sin destaparse el ojo todavía—. ¿No vas a preguntarme... por qué me pasa esto?
—Bueno, no voy a decir que no me da curiosidad, pero... Si no quieres contármelo no pasa nada. Te digo que no me importa, no voy a pensar que eres un monstruo ni nada por el estilo —casi rio.
Yenkis bajó la mirada, algo reprimido, destapándose el ojo pero manteniéndolo guiñado.
—No se lo digas a nadie —le pidió con timidez.
—Tranquilo.
Al menos le alivió verla sonreír con naturalidad. «¿Brilla a veces?» se preguntó preocupado. «¿Incluso si no estoy en un ambiente oscuro? No suelo estar con ella en lugares con poca luz. ¿Quiere esto decir que también brilla de día? Papá no me advirtió de nada de esto...». Esta cuestión lo dejó realmente intrigado. Él no se había dado cuenta hasta ahora, y se preguntó desde cuándo le pasaba esto nuevo. En todo caso, significaba que debía andar con el doble de cuidado.
—Kis, ¿qué pasa con la peli? —preguntó Evie de pronto, despertándolo de sus pensamientos.
El chico la miró un momento en silencio, algo inquieto, pero acabó calmándose. Esbozó una gentil sonrisa.
—Gracias, Evie.
—¡Ay, venga, que se hace tarde y no me dejarán quedarme a cenar! —protestó ella, empujándolo escaleras arriba.
* * * *
Seguían siendo como las ocho de la tarde. El cielo ya estaba oscuro, ya que los días de invierno eran más cortos, y la ciudad estaba en ese momento viviendo una gran nevada acompañada por un gélido viento. Por eso, Cleven cerró los ojos con alivio cuando entró en la cálida cafetería de Yako, parándose al lado de la puerta para quitarse el gorro y los guantes, mientras Raijin y Sam pasaban al interior directamente. La joven observó cómo ambos buscaban rápidamente a Yako por el lugar, y se preguntó qué pasaba. No sabía qué estarían tramando ahora Raijin y sus amigos.
Cuando Sam apareció en el cementerio antes, los tres se fueron enseguida del lugar, y los dos chicos no habían dicho palabra alguna de lo que ocurría en todo el camino, así que Cleven no entendía nada. De todas maneras, sólo quería descansar un poco y tomar algo caliente antes que nada, por lo que se fue a sentar a la barra, donde estaba MJ sirviendo a los clientes y Kain al lado arreglando la cafetera con malos humos.
—Si no se te hubiese caído el pendiente en el moledor... —se quejaba Kain.
—Calla, fuiste tú quien le dio al botón cuando te dije que se me había caído una cosa dentro —replicó MJ.
—Me da igual, tendrías que hacer esto tú y no yo —gruñó—. Yo debería estar ahora haciendo los preparativos de mi boda.
—¡Hey! ¿Te casas? —preguntó Cleven cuando se sentó en el taburete, dejando el gorro y los guantes sobre la barra.
MJ y Kain alzaron la vista para mirarla con sorpresa.
—Anda, la chica de Raijin —sonrió MJ—. ¿Qué tal te va con él?
—¿Eh? No... —se apuró—. Si él y yo no tenemos nada... —miró un momento a otra parte, nerviosa, y decidió cambiar al tema de antes—. Enhorabuena, Kain.
—Gracias, guapa —sonrió él, dejando su nefasto arreglo de la cafetera para otro momento—. Por fin alguien amable —añadió, clavándole la mirada a la chica que tenía al lado, la cual le respondió con un bufido.
—¿Cuándo te casas? —preguntó Cleven.
—Dentro de dos meses —contestó con tono orgulloso, poniendo los brazos en jarra e hinchando el pecho, pareciendo aún más robusto de lo que era—. Heh, sabía que conseguiría tener una vida completa antes de cumplir los 30, para lo cual me faltan tres años, y mientras estos mocosos seguirán estudiando y trabajando en una cafetería, jojojo...
—Aún te falta madurar, bobo —se burló MJ y luego se acercó a Cleven al otro lado de la barra—. Bueno, ¿qué te pongo?
—Un café, porfi —contestó, frotándose las manos para calentarlas rápidamente.
—Pues tendrá que ser instantáneo, sin la cafetera.
—No importa.
—En fin —suspiró MJ mientras cogía una taza y el bote de café—. Raijin y Sam han entrado contigo, ¿no? ¿Qué se proponen? Se han esfumado.
—Creo que han ido a buscar a Yako.
—Hm... —murmuró Kain, pensativo, al mismo tiempo que le servía un refresco a una mujer que se sentaba al lado de Cleven—. Ya habrán vuelto a las andadas.
—¿Qué quieres decir? —se extrañó Cleven, cogiendo su taza de café ya preparado.
—Sam, Raijin y Yako, esos tres chavales andan de vez en cuando con asuntos de lo más misteriosos —le explicó—. ¿No lo sabes? Ellos no son gente corriente.
—¿Cómo?
De repente MJ le dio un pisotón al hombre para que cerrase la boca, simulando que iba hacia la cocina, y Kain reprimió un grito de dolor y permaneció con los labios sellados, sin decir nada más. Sin embargo, Cleven, aunque no le dio más vueltas, se quedó con la intriga de lo que acababa de escuchar, y giró la cabeza para ver cómo Raijin y Sam se reunían con Yako en una mesa en un rincón del fondo.
«¿Pero qué demonios traman?» se preguntó, entornando los ojos con recelo. No obstante, sus pensamientos se esfumaron cuando vio a los mellizos sentados en los taburetes de la sección de pastelería, comiendo un dulce tras otro.
Clover y Daisuke, cuando vieron a Yako, Sam y Raijin sentarse en una mesa cerca de ellos, no tardaron en bajarse de los taburetes y correr hacia donde estaban, pegando saltos y exclamaciones.
—¡Mañana queremos ir al zoo, mañana queremos ir al zoo! —gritaban, corriendo alrededor de la mesa—. ¡Mariko nos ha dicho que ella va a ir con sus abuelos! ¡Nosotros también queremos ir al zoo!
—Hey, calma, calma —los detuvo Yako, risueño, sentando a Clover sobre su regazo—. Dai, Clover, ahora no podemos estar con vosotros, tenemos que hablar de algo importante.
—¡Jo, nunca podemos estar con vosotros! —protestó el niño con malas pulgas, subiéndose al sofá donde estaba Raijin y apoyando bruscamente las manos sobre la mesa.
—Baja de ahí, mocoso —le ordenó Raijin cansinamente, pero cuando fue a cogerlo, Daisuke le intentó dar un mordisco en la mano—. ¡Ah! —saltó.
—No quiero —replicó el niño, sacándole la lengua con burla y se puso de pie encima de la mesa—. ¡Quiero ir al zoo!
—¡No vas a ir a ningún sitio, criajo! —exclamó Raijin, lanzándole chispas por la mirada.
De pronto Clover se unió a su hermano y, desde el regazo de Yako, también se subió a la mesa.
—¡Al zoo, al zoo! —gritaron ambos, logrando montar el escándalo.
Cuando Raijin vio que la gente de otras mesas miraba molesta hacia ellos y que Yako se estaba preocupando por el bienestar y tranquilidad de su clientela pero era incapaz de decirles nada a los niños, se le hinchó la vena de la frente.
—Radi vsego svyatogo, ¡basta ya! —ordenó Raijin con severidad, poniéndose en pie de un salto—. ¡Bajad ahora mismo de la mesa! ¡Sam, echa una mano!
Sam alzó la cabeza, aburrido, y viendo que su Guardián no era capaz de coger a los pequeños porque corría peligro de recibir mordiscos, decidió ayudarlo.
—Coge al mocoso —le dijo Raijin, mientras conseguía atrapar a Clover, la cual empezó a patalear para librarse de él—. ¡Mishka, estate quieta!
Mientras tanto, MJ, Kain y Cleven observaban la escena atentamente desde la barra. «Raijin a veces suelta palabras raras que no entiendo, ¿será que a veces mezcla idiomas al hablar?» pensaba Cleven con su incesante curiosidad por cualquier detalle del adonis rubio. «Yo hago lo mismo con el francés a veces».
—Ay, me encantan esos dos revolucionarios —comentó Kain, disfrutando el jaleo de los mellizos en la distancia—. Yo quiero tener unos iguales con mi prometida.
—No sabes lo que dices, Kain, los niños no deberían comportarse así —dijo MJ.
—Son niños... —replicó él, muy despacio, para dejarlo bien claro—... de 5 años... que se pasan horas encerrados en una cafetería donde no pueden correr y desfogarse a gusto... porque su padre está taaaan ocupado que ni siquiera los puede sacar al parque. Ya sabes. Un espacio abierto, con más niños, aire libre...
—¿Qué? ¿El padre de Clover y Daisuke nunca está con ellos? —se sorprendió y se preocupó Cleven al oírlo.
—Que no, que no le hagas caso —contestó MJ, echando a Kain a un lado—. Por supuesto que está con ellos, todos los días del año, a todas horas, pero como cualquier padre o madre, a veces se tienen varios días seguidos de mucho trabajo y no pueden permitirse pasar horas y horas en un parque con sus hijos todos los días. Clover y Daisuke están perfectamente atendidos y cuidados por su padre, sus abuelos, la anciana Agatha... incluso nosotros en la cafetería. Lo que pasa es que tienen una energía inagotable y una mente constantemente inquieta. Son buenos niños, pero como suele pasar con todos los niños, a veces tienen rabietas o caprichos como este —suspiró pacientemente mientras señalaba con un gesto aquel jaleo.
Cuando Sam consiguió atrapar a Daisuke con un solo brazo, el niño también pataleó con rabia, pero con Sam era completamente inútil oponer resistencia, y él y Raijin se dirigieron a la barra, donde estaban MJ y Kain, por lo que Cleven se puso en pie de un salto, preocupada por los dos pequeños.
—Hala, yo ya no quiero tener nada que ver con esto —masculló Sam, dejando a Daisuke en el suelo junto a la barra, y volvió con Yako rápidamente a la mesa del fondo.
—Te lo ruego, MJ —le dijo sin más Raijin a la chica tras la barra, mientras cogía a ambos niños del brazo para evitar que se escapasen. Su tono casi sonó desesperado o suplicante, algo que extrañó mucho a Cleven.
—Estate tranquilo, ¿de acuerdo? —le respondió MJ en voz baja, inclinándose hacia él para que Cleven no los oyese—. Que no te estalle la cabeza. Tú procura centrarte en resolver el rescate de tu compañero ahora. Siéntalos en un taburete, que les voy a poner dibujos animados en la tele.
—No me va a estallar la cabeza, ¿de qué hablas? —susurró.
—Mira, Raijin, Yako no te lo dice porque sabe que no te gusta oírlo, pero llevamos un tiempo muy preocupados por ti, porque últimamente estás cada vez más estresado y...
—¡No quiero ver los dibujos, yo quiero ir a la calle! —interrumpió Clover con sus quejas, intentando soltarse de Raijin.
—¡Quita, déjame, yo tampoco quiero ver dibus! —dijo Daisuke también, tirando de la mano del rubio.
—¡He dicho que basta! —estalló Raijin como un trueno repentino, cumpliendo la predicción de MJ—. ¡No estoy de humor! ¡Os ganaréis un azote!
—¡Eje! —intervino Cleven al oír las palabras que encendieron su alerta roja, poniéndose entre los niños y el rubio con las manos en alto—. ¡Ni de coña les vas a poner una mano encima, Raijin! ¡No te pases!
—¿Qué estás haciendo? —siseó, entornando los ojos con fiereza.
—¿¡Cómo que qué estoy haciendo!? —saltó incrédula—. ¡Pero bueno! ¡Qué estás haciendo tú! ¡Me importa un carajo que no te gusten los niños, y que en esta cafetería seas tú el encargado de poner orden con todo aquel que cause alboroto porque Yako es tu amigo del alma, pero no voy a permitir que la tomes con estos dos niños! —le amenazó, agachándose junto a los mellizos y rodeándolos con brazos protectores.
—A ver, pelirroja, creo que no entiendes lo que pasa... —gruñó, perdiendo la paciencia.
—¡Venga, ya están quitecitos y callados! ¿Por qué no vuelves con Yako y dejas en paz de una vez a Clover y a Daisuke? No eres quién para amenazarles, ¿sabes? Si el padre de Clover y Daisuke se entera de que un crío malhumorado como tú molesta a sus hijos, seguro que te dará una paliza, así que ten cuidado.
A partir de ahí Raijin se la quedó mirando con una cara indescifrable, entre “¿qué demonios me estás contando?” y “¿la mato o no la mato?”, al mismo tiempo que le surgían diminutas corrientes eléctricas por las puntas del cabello y Kain y MJ observaban en tensión cómo esos dos empezaban a discutir con toda la confianza y el descaro del mundo, como si se conocieran de hace años, y sólo habían pasado tres días.
Justo en ese instante, en la calle, en la acera opuesta de donde estaba la cafetería, Nakuru y Drasik se encaminaban hacia allí. Nakuru iba con un grueso abrigo, las manos bien metidas en los bolsillos e intentando esconder el rostro en la bufanda, pretendiendo resguardarse del frío y de la nevada que estaba cayendo. Drasik, por el contrario, iba en manga corta, tan campante, con la cabeza bien alta y dejándose mojar por los copos. Cuando fueron a cruzar la carretera, Nakuru le lanzó una mirada disgustada.
—Drasik, en serio, es sólo verte y me da más frío. ¿La gente no te para a preguntarte cómo puedes ir así a 6 grados bajo cero?
—Sí, algún que otro me ha preguntado si estoy loco —sonrió Drasik alegremente—. ¿Pero qué voy a decirles, que soy un ser inhumano que domina el agua y el hielo y que el frío me da la vida? Tú cuando vas a la playa te pegas un chapuzón en la arena, retozando en ella superfeliz, ¿la gente no te mira raro?
—Sí, eso es verdad —reconoció Nakuru. Pero cuando miró al interior del local por las cristaleras antes de entrar, le dio un vuelco el corazón—. ¡Ahí va! —exclamó, parando en seco y parando también a Drasik, dándole tal empujón que casi lo tiró al suelo.
—¡Oye!
—¡Cleven está ahí dentro! —gritó al borde del pánico.
—¿¡En serio!? —se exaltó el chico de sopetón y corrió a meterse en la cafetería dando saltos—. ¡Princesaaa!
—¡No! —Nakuru lo agarró de la sudadera y lo estampó contra la pared del edificio, de manera que nadie de la cafetería podía verlos—. ¡Escucha! Se supone que vamos a darle la última información a Raijin. Si Cleven se entera de mi relación con vosotros, se va a mosquear mucho, porque soy su mejor amiga de toda la vida, y de esto no tiene ni idea, ¡y no debe saberlo!
—¿Qué más da que lo sepa? —preguntó Drasik, frotándose la nuca por el golpe que se había dado—. Así podré demostrarle lo que puedo hacer y caerá rendida a mis pies.
—¡Drasik, deja ya de perseguir a Cleven, jamás podrás estar con ella!
Eso lo había soltado de un modo bastante tajante, y enseguida se dio cuenta de que no debería haberlo dicho. Drasik miró a Nakuru con el ceño fruncido.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué no puedo estar con ella?
La punk se mordió el labio inferior. Era verdad, a Drasik le habían borrado ciertos recuerdos de su memoria por una razón muy sólida. Nakuru tenía la obligación de ocultar muchas cosas, ya que ella conservaba todos sus recuerdos comunes con los que tuvo Drasik. Tenía que cambiar de tema a la fuerza.
—Mira, vamos a hacer una cosa. Vas a entrar ahí tú primero como quien no quiere la cosa. Cuando lo hagas, ni se te ocurra acercarte a Cleven, así que hazles una señal a Raijin y a los otros para que salgan y hablen con nosotros, sin que Cleven sospeche nada. Créeme, es muy curiosa y suele sospechar a la mínima. ¿De acuerdo? Yo esperaré aquí. Estando Cleven ahí dentro, no podemos hablar. Sospechará, estoy segura.
—Vale, vale —suspiró impaciente—. Ya voy.
Drasik entró en la cafetería y la joven se quedó fuera, esperando, asomándose con cautela para vigilar a su amigo. Pero se dio cuenta de un detalle, como solía ser propio de los iris todo el tiempo. Esa última respuesta de Drasik había sonado muy diferente, con un tono que no coincidía con el buen humor que había mostrado un minuto antes. Entonces supo lo que pasaba. Drasik estaba muy molesto en ese momento, aunque lo disimulaba. Sabía que no debería haberle dicho una cosa así sobre Cleven. Nakuru era consciente de que él no era tonto y que sabía cuándo la gente le ocultaba cosas importantes. Drasik sabía que Nakuru le omitía algo sobre aquella chica de ojos verdes desde que se fijó en ella el otro día. Sin embargo, él no insistía en preguntar.
Bajó la mirada. Nakuru no estaba contenta con lo que estaban haciendo con Drasik. Cuando el Líder le borró aquellos recuerdos, todo fue bien, pero al paso de los años era de esperar que empezase a sospechar. Él ya notaba que hicieron algo con él cuando era pequeño, notaba que sus compañeros se lo ocultaban, no obstante, no servía de nada que lo ocultasen. El joven sabía que, por mucho que preguntase, jamás descubriría nada.
Nakuru se preguntaba cuánto tiempo podría vivir Drasik con ese misterio en su cabeza. Por muy idiota, pesado y ruidoso que fuese, en el fondo no estaba contento, y era muy típico de él disimularlo con su actitud payasa de siempre, porque tenía la mala costumbre de pensar que sentirse mal o triste era algo que los demás veían como una debilidad o como una molestia. Y Drasik desde pequeño se moría por demostrarle a todo el mundo todo el tiempo que él era muy fuerte, que no tenía problemas, que no era una carga. Nakuru ya se había dado cuenta de que él llevaba años sintiéndose un poco apartado del grupo, desde que se exilió el Líder. Realmente era muy duro sospechar que los compañeros de uno, con los que se llevaba años trabajando codo con codo, le ocultaban cosas. Era injusto. Y Drasik aparentaba no importarle.
Igual pasaba con Cleven. Nakuru se sentía peor por su mejor amiga, odiaba tener que esconderle cosas, pero era por su propio bien, igual que con Drasik.
—¿Y ahora a dónde van? —preguntó Cleven cuando vio que Yako y Sam se levantaban de la mesa del fondo y se dirigían a la salida.
Raijin, al oírla, también giró la cabeza y se dio cuenta de que Drasik estaba en la puerta, a pesar de que llevaba la capucha de su sudadera puesta y no se le veía la cara. Entendió que debía de haberles hecho una señal a Yako y a Sam mientras él discutía con Cleven. La joven, por su parte, se percató de ese chico de la puerta y se preguntó quién sería.
—Tú, ocúpate de estos dos —le ordenó Raijin, señalando a los dos niños.
—¡Pues claro que me ocupo de ellos! —exclamó Cleven—. Eres un crío inmaduro, Raijin. No volveré a dejar que te acerques a ellos otra vez para asustarlos, maltrata-niños.
—¡No los maltrato! —saltó ofendido.
—Raijin, tranquilo —intervino MJ con paciencia—. Te están llamado Yako y Sam, será mejor que vayas.
El rubio asintió, más calmado, y le lanzó una última chispa de crispación a la pelirroja antes de reunirse con los otros en la puerta y salir de la cafetería.
—¡Nuestra salvadora! —proclamó la pequeña Clover, alzando las manos hacia ella, y Cleven la cogió en brazos y la estrujó.
—¡Ven con el tito Kain! —exclamó el robusto hombre, cogiendo a Daisuke—. ¿Quieres otro pastelito?
—¡Sí! —contestó el niño alzando los puños.
—Kain, no deberíamos atiborrarlos con tantos dulces cada vez que están aquí —le reprochó MJ—. Su padre nos echará la bronca.
—Beh... Mientras no se entere... Supongo que la anciana Agatha no tardará en venir para llevárselos.
—MJ, ¿qué se traen esos entre manos? —le preguntó Cleven.
—Pues... ni idea, chica —se encogió de hombros con disimulo—. Déjalos, mejor no saberlo.
Cleven asintió con la cabeza, aunque seguía con la curiosidad. Al fin y al cabo, apenas conocía a Yako, a Raijin y a Sam, al igual que a MJ y a Kain, por lo que no debería meterse en sus asuntos. Bueno, tenía a Clover y a Daisuke a su cargo, le era suficiente entretenimiento.
—¿Y bien? —preguntó Raijin cuando todos se reunieron en la calle—. ¿Por qué no hablar dentro?
—Porque ahí está mi mejor amiga, que es humana, y no es conveniente que me vea con vosotros —contestó Nakuru.
—¡Ah! ¿Es tu mejor amiga? —sonrió Yako—. Qué coincidencia. La conocí antes de ayer en un autobús. Es encantadora.
—Lo sé —sonrió también, pero dio un sobresalto cuando Raijin la cogió de la barbilla y le levantó un poco la cabeza—. ¿Qué...?
—¿Cómo te has hecho eso? —preguntó el rubio, analizando el corte que tenía bajo la mandíbula, y Yako se apresuró a mirar también, preocupado.
—Ha sido el elemento Viento de la MRS —les contó Drasik, apoyándose tranquilamente contra la pared del edificio—. La ha cortado con el viento, pero no hay más daños que ese.
—¿Habéis estado hoy buscando más elementos? —preguntó Yako, mientras Raijin sacaba un pañuelo del bolsillo y le limpiaba la herida a Nakuru.
—Ayer descubrimos al elemento Radiación y al de Electricidad —comentó Nakuru, apretando de vez en cuando los dientes al notar el escozor de la herida.
—¿Cómo os fue entonces? —quiso saber Yako.
—Pues verás, tuvimos problemas, pero al final el viejo Lao nos salvó el pellejo... —le explicó Drasik.
Mientras el chico les contaba a Sam y a Yako la batallita del día anterior, Nakuru miró fijamente a Raijin, con el ceño fruncido, mientras este le ponía una tirita en la herida que había sacado de uno de los bolsillos de sus pantalones.
—Mira el señor médico —sonrió la joven—. ¿Siempre llevas tiritas encima?
—No me queda más remedio —contestó el rubio—. No te muevas.
—Oye... Raijin —titubeó—. Esa chica, mi amiga... ¿La conoces?
—¿La pesada? Sí, desde anteayer, como Yako. Dice que se está emancipando.
—Ahm... ¿Eres tú aquel que se ofreció a hacerle un pequeño recorrido por Shibuya?
—¿Te ha dicho esa pelmaza que yo me ofrecí a ayudarla con su capricho humano innecesario?
—Te forzó Yako —adivinó Nakuru enseguida.
—Pues como siempre —rezongó Raijin.
—¿Pero no hay nada de ella... que te llame la atención? —Nakuru quería averiguar algo muy importante, pero debía tener cuidado con las palabras.
—¿Aparte de su asquerosa manera de engullir la comida? No.
Nakuru lo miró aún más tensa. «De acuerdo... Esto lo confirma. Veo que mi memoria es la única de por aquí que no ha sido retocada» pensó.
—Bueno, ¿y hoy habéis descubierto más? —preguntó Yako cuando Drasik terminó la historia, mirando a Nakuru.
—Hoy nos hemos enfrentado al Viento, a la Oscuridad y a la Arena —le respondió esta, tocándose la herida ya curada—. No sé si habrá más, pero no hemos podido hacer nada más por hoy.
—Sólo son esos los elementos que están en Tokio —intervino Sam.
—¿Estás seguro, Sammy? —preguntó Yako.
—Las últimas noticias que me han dado los cuervos fueron que Kyo estaba de camino a Tokio, siguiendo la autopista. Va a detenerse en el Templo Tsukino, donde al parecer piensa hacer el engaño a sus perseguidores. También dijo que había contado a cuatro de la MRS, y que no había visto más a lo largo del día.
—Cuatro... Le persiguen cuatro iris en Yokohama —murmuró Raijin, pensativo, toqueteándose el pendiente de la ceja—. Coincide. Entonces quiere decir que hay cinco de la MRS en Tokio, y tal como ha dicho Nakuru, son la Radiación, la Electricidad, la Oscuridad, el Viento y la Arena, por lo que esos cuatro que andan detrás de Kyo deben de ser Fuego, Animal, Agua y Planta.
—Ya lo tenemos —celebró Yako.
—¿Y ahora qué? —preguntó Drasik.
—Yako, Sam y yo partiremos ahora mismo hacia el Templo Tsukino, que está a unos 15 kilómetros de Tokio —dijo Raijin—. Vosotros dos —miró a Drasik y a Nakuru—, quiero que vayáis enseguida a la Torre de Tokio, allí está esperando el Líder de la SRS a que demos la señal. Decidle que se pongan en movimiento cuanto antes siguiendo los planes que Kiyomaro les contó, y cuáles son los elementos que están en Tokio. Luego os mantenéis al margen.
—¿¡Qué!? —saltó Drasik—. ¿Al margen? ¡Yo también quiero luchar!
—Ni hablar —replicó Raijin—. Ya habéis cumplido con lo vuestro, no haréis nada más.
—¡Venga ya! —se enfadó—. ¡Si el Líder estuviese aquí, no nos dejaría tirados en lo más interesante!
—El Líder no está aquí, Sui-chan —saltó Raijin—. ¡Y no volverá! ¡Olvídate de él de una maldita vez! ¿¡Quieres!?
—¡Estoy harto de seguir tus órdenes! —le espetó Drasik—. ¡Se supone que Lao es el Segundo al mando, se supone que ahora él sería como el Líder, no tú! ¡Sólo porque Nakuru y yo somos los más jóvenes, no quiere decir que seamos una carga!
—¡No puedo permitirme el lujo de confiar en que salgáis sanos y salvos de todas las misiones! ¡Y además, Lao está muy fichado por el Gobierno, no puede correr el riesgo de que lo descubran hasta que se calmen!
—¡Deja de darte esos aires, no te soporto! —estalló Drasik, agarrándose de los pelos—. ¡Sólo porque no te caigo bien pasas de mí como la mierda, no me dejas hacer nada y a los demás sí! ¡A Nakuru le dejas hacer más cosas que a mí! ¡Claro, como tú naciste siendo iris, te crees mejor que nadie!
—¡Me estás empezando tocar mucho los cojones tú hoy! —gruñó Raijin, alzando un poco las manos y, arqueando los dedos, generó amenazantes cargas eléctricas. Drasik le contagió el enfado muy deprisa.
—¡Atrévete! —le desafió Drasik, poniéndose en guardia, e hizo que el agua del charco que estaba pisando se elevase por el aire en forma de columnas, la cuales convirtió en pequeñas y afiladas lanzas de hielo.
—¡Ya está bien! —intervino Yako, sujetando a Raijin, y Nakuru hizo lo mismo con Drasik.
—¡Kyo está en peligro! ¿¡Recordáis!? —exclamó Nakuru.
Ambos chicos permanecieron en tensión, mirándose con rabia, diciéndose de todo a través de los ojos, hasta que Drasik relajó los músculos y se soltó de Nakuru con brusquedad. Le lanzó otra mirada fría a Raijin y, dando media vuelta, dio un enorme salto que lo llevó a perderse a lo alto de los edificios, indicando que abandonaba. Los cuatro que quedaban ahí guardaron un rato de incómodo silencio.
—Dale un poco de cuartelillo, Raijin —le pidió Nakuru entonces.
—¿Cuartelillo? —repitió incrédulo—. ¡No para de quejarse! Una y otra vez con el mismo tema.
—¡Tienes que entenderlo, Raijin! Se siente muy triste por la marcha de nuestro Líder, aun después de siete años no quiere aceptarlo. Y sé que ninguno de vosotros tampoco —miró fijamente a los tres—. Ni yo tampoco. Pero a Drasik le cuesta más dominar esa tristeza. ¿Por qué no le das una oportunidad y le dejas participar en luchas más serias, Raijin? Quizá sea por eso por lo que no se contiene, porque no le dejas desahogarse en misiones más serias.
—¡Que no, Nakuru! —objetó Raijin, harto—. Deja ya de defenderlo, ¡tiene que madurar! Sé que Drasik es un buen iris, y lo sé mejor que ninguno de vosotros. Si no le dejo participar en estas cosas es porque todavía no quiere reconocer que tiene majin, ¡y no hace nada por intentar curárselo! No es sólo porque pueda peligrar la misión, sino a sí mismo también, y no puedo dejarle que vaya por ahí a encargarse de asuntos más serios con un majin que ha elegido ignorar. Participar en estas luchas no hará más que empeorarlo. Que primero se encargue de controlar su majin, y luego le dejaré hacer todo lo que quiera. Drasik se empeña en creer que sólo quiero joderle, pero el acto de joder a alguien por sentimientos personales es algo completamente irracional. Sabéis que yo no tengo sentimientos personales, todo lo que hago y digo es por una razón de lógica conforme al cumplimiento de mi deber. Tengo que cuidar de cada uno de vosotros y organizaros atendiendo a los problemas particulares y a las capacidades disponibles que tengáis. ¿Entendido?
Nakuru entendió al instante cada palabra que decía, y llevaba la razón, como siempre. Acabó asintiendo con la cabeza, resignada.
—Vámonos —masculló Raijin, emprendiendo la marcha calle arriba.
—Ahm... Nakuru, ve tú a la Torre de Tokio, ¿vale? —le dijo Yako, siguiendo rápidamente a su amigo para no perderlo de vista.
—Ten cuidado —añadió Sam, marchándose con ellos.
—Lo mismo os digo, "hermanos" —asintió Nakuru, suspirando.
Nada más desaparecer los tres calle arriba, Nakuru dio media vuelta para seguir el camino contrario hacia la Torre de Tokio. Estaba bastante lejos de donde se encontraba en ese momento, tenía que darse prisa, pero nada más dar el primer paso, alguien la llamó.
—¡Hey, Nak! —exclamó Cleven con gran sorpresa, que acababa de salir por la puerta de la cafetería—. ¿Qué haces por aquí? —sonrió.
Nakuru se quedó un momento paralizada, de espaldas a ella, y lo primero que hizo fue ocultar la tirita de su cara tras la bufanda. Se dio la vuelta lentamente y la miró con una sonrisa forzada.
—Ah... Cleven... Hola.
—Tía, qué sorpresa verte por aquí —celebró entusiasmada, cogiéndola de las manos, y miró en derredor—. Vaya, ¿a dónde habrán ido estos?
—¿Quiénes?
—Las personas que os dije que conocí el día que me fui de casa —sonrió aún más—. Verás, esa es la cafetería de Yako, el chico que conocí en el autobús. Estaban aquí hace un momento, pero veo que se han vuelto a escapar a saber dónde... —masculló con recelo—. Qué pena, me hubiese gustado presentártelos.
—Esto... Cleven... —titubeó, notando cómo el tiempo seguía corriendo.
—Ah, sobre todo me hubiese gustado presentarte a Raijin —la miró intensamente, apretando sus manos entre las suyas.
Nakuru se olvidó por un momento del asunto de la Torre de Tokio y miró a su amiga con muchos nervios. «Madre mía, ¡qué entuerto! ¡Y yo en el medio!» pensó.
—Ese... ehm... Cleven, sobre ese Raijin del que nos hablaste a Raven y a mí tan apasionadamente... ehm... ¿Qué sabes de él?
—Por ahora, poca cosa, la verdad. Pero poco a poco se va soltando, es muy terco. Pero me gusta tanto... No sabes cómo deseo que haya algo entre nosotros dos.
«Ay, Dios, ay, Dios, ay, Dios...» pensó Nakuru de nuevo, empezando a sudar a 6 grados bajo cero. «No sabe lo que dice... Como se entere de esto el ex-Líder, se va a armar la gorda. No, no sólo eso, ¡me va a matar! Soy yo la responsable de Cleven, mi deber es mantenerla alejada de estas personas, de los asuntos iris. Y es que también conoce a Yako y a Sam, esto no pinta bien... Desde que la conozco, sé de sobra lo mucho que sospecha de las cosas a la mínima. Mierda. ¿Qué hago? ¿Debo seguir dejando que Cleven continúe esta relación esporádica con ellos? ¿O debo hacer algo para que no vuelva a ver a Yako y a los demás nunca más? ¿Cómo haría algo así sin que ella se dé cuenta de que pasa algo muy grande delante de sus narices? Me parece que ya es tarde para disuadirla...».
Empezó a morderse el labio inferior, cada vez más preocupada, mientras su amiga seguía hablando de Raijin sin parar. «¿Se lo digo? ¿He de decírselo?» se preguntaba. «No. No debo. ¿Y si se lo digo al ex-Líder? Tendría que hacerlo antes de que Cleven entre en la boca del lobo del todo. ¿Pero cuándo? El ex-Líder debe saber dónde está Cleven lo primero de todo, seguro que debe de estar buscándola, y lo más importante, con qué personas anda últimamente. A este paso Cleven nos descubrirá a todos».
—¡Oye! ¿¡Qué clase de empanamiento mental es ese!? —saltó Cleven, zarandeándola de los hombros—. ¡Y esa cara apocalíptica que tienes me está empezando a mosquear!
—Ah, perdona —reaccionó, y acto seguido la cogió de las manos y la miró fijamente—. Cleven, lo siento, tengo que irme.
—¿Otra vez? ¿A dónde?
«Una cosa es segura» se decidió Nakuru, «Ahora mismo tengo que zanjar mi misión y dirigirme a la Torre de Tokio y avisar a Pipi cuanto antes de que se ponga en marcha con sus chicos. Ahora lo que importa es Kyo».
—¡Lo siento, tengo prisa! —le dijo Nakuru, echando a correr calle abajo.
—Nakuru... —musitó con sorpresa, quedándose sola en la calle.
Ayer en el instituto también hizo lo mismo. «Bueno» pensó Cleven, entornando los ojos con escama. «Ya sé que no es asunto mío lo que hagan Yako y Raijin, pero ahora que me he convencido de que mi mejor amiga me oculta cosas y se comporta igual que esos dos... Ya es hora de que descubra qué está pasando aquí».
—Hey, pelirroja, échame una mano con esos tres —apareció MJ asomada en la puerta de la cafetería, señalándole con el dedo a los mellizos que estaban montando escándalo con Kain incluido.
—Sí... —suspiró la joven, adentrándose de nuevo en el lugar.
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