Seguidores

1º LIBRO - Realidad y Ficción





13.
Siguiendo la pista

Drasik y Nakuru estaban caminando por las calles de la ciudad en busca de algún miembro de la MRS. Eran aproximadamente las once de la noche, y como eran días festivos, había bastante gente por las calles yendo a lugares de ocio después de un duro lunes.

El tiempo corría, y Kyo cada vez debía de estar más cerca de hacer su engaño, en algún lugar y en algún momento de su camino de vuelta desde Yokohama a Tokio. Por eso había varios miembros de la MRS en Yokohama, y otros tantos en Tokio, para cortarle el paso a Kyo de frente, en caso de que lograra huir de quienes lo perseguían por detrás.

No sólo la KRS disponía de la capacidad de Sam de usar animales, en este caso aves, como rastreadores que podían encontrar a alguien con mayor facilidad e ir y venir de una ciudad a otra volando en pocos minutos. La MRS también tenía a un iris Animal entre sus miembros y también estaba usando aves para seguir la pista de Kyo en unas ciudades tan inmensas. Y no sólo eso, la MRS contaba además con la eficaz ayuda de sus almaati, humanos que tenían contratados en su RS como cooperadores, algo que todas las RS tenían. Excepto la KRS, que se quedó sin ellos cuando se exilió el Líder. Podían, por ejemplo, averiguar si había mucha actividad policial, o tráfico, en ciertas carreteras, zonas y calles, y así podían dar por sentado que Kyo no iba a regresar por ninguno de esos caminos o zonas, descartándolas, por lo que los iris de la MRS que estaban en Tokio estaban merodeando por las vías que Kyo tenía más probabilidades de tomar para entrar de regreso a Tokio si lograba huir de los otros.

Si Kyo conseguía llevar el pergamino hasta su casa, la MRS perdía. Podían ser RS enemigas, rivales, pelearse entre ellas, pero todas cumplían las mismas estrictas reglas de competencia, y una de ellas es que los iris de RS enemigas tenían absolutamente prohibido atacar a otro iris en su casa, sobre todo si vivían con familiares humanos, que eran intocables. Por eso, la única oportunidad que la MRS tuvo de capturar a Kyo fue cuando lo localizaron en el metro, el mismo día en que le habían confiado el pergamino para salvaguardarlo, antes de que llegara a su casa con él. Tampoco los iris de una RS podían usar a sus cooperadores para enfrentarse a iris de otra RS, ya que los únicos humanos a los que los iris podían ponerle la mano encima eran los malos humanos y criminales.

Nakuru y Drasik, que ya tenían detrás varios años de servicio, tenían todos estos detalles en cuenta, por lo que sabían a qué zonas ir para hallar con más probabilidad a alguno de sus oponentes. Ayer ya peinaron una zona, la menos probable, y efectivamente en ella no encontraron a ninguno. Así que les quedaban dos zonas probables. No tenían la ayuda de nadie más, estaban solos los dos con esta tarea de buscar a sus enemigos por los barrios del sur, pero corrían con la ventaja de que estos no sabían que ellos los estaban buscando, así que no es que esos iris de la MRS fuesen a estar escondidos.

—Vale, fijo que uno o algunos deben de estar por este barrio —dijo Drasik, deteniéndose en medio de una acera—, pero ¿cómo vamos a averiguarlo? Hoy tenemos que dar con alguno definitivamente. Kyo estará a punto de marcharse de la casa de Xavi si no lo ha hecho ya, y el plasta de Raijin necesita la información de los elementos entre hoy y mañana. Y ya estamos a contrarreloj.

—Tenemos que hacer esto con prudencia, Dras —respondió Nakuru—. Recorremos las calles siguiendo una ruta ordenada hasta que veamos a algún miembro de la MRS. Por supuesto, tenemos que sospechar de cualquier persona que vaya encapuchada o con la cara tapada con cualquier prenda…

—Aaaagh… —Drasik soltó una especie de quejido, mirando hacia el cielo—. Típica actitud de “soldado ejemplar”, que encima es peor en los Suna.

—¡Oye! —protestó Nakuru.

—Te quiero, “hermana”, pero a veces tu forma de pensar de Suna es como la de un enorme pedrusco cuadrado.

—¿Te refieres a que tengo una forma de pensar fuerte y estable? —sonrió con sorna, cruzándose de brazos.

 —Más bien aburrida e invariable. ¿Sabes qué le pasa al agua cuando se estanca?

—¿Que se está quieta y deja de molestar?

—No. Peor. Que se vuelve sucia y maloliente.

—¿Te vas a volver sucio y maloliente ahora?

—Acabaré así si seguimos llevando esto a tu manera. Y si algo has podido aprender de los Sui de tantos años que has vivido conmigo, ya debes de saber lo mucho que aborrecemos la suciedad. No vas a encontrar un cuerpo más limpio que el de un Sui —se señaló a sí mismo de arriba abajo varias veces—. Lo mismo pasa con nuestra mente, necesitamos fluir, avanzar…

—Creo que también tiene mucho que ver con tu condición sensible.

—Eh, sin faltar —refunfuñó el chico, levantando un dedo—. Los iris ejemplares como tú podríais aprender muchas cosas de los iris sensibles como yo.

—¿En qué te basas?

—En que nuestro propio Líder es uno de los iris más sensibles del mundo y aun así es el más poderoso de la Asociación.

—Ya, Drasik, pero recuerda que Neuval ha acabado sufriendo muchos problemas a lo largo de toda su vida debido a su condición sensible.

—Pero al menos terminaba el trabajo y cumplía las misiones con éxito. Sé que esto no entra dentro de la gran racionalidad de los iris ejemplares como tú, Lao, Sam o Kyo, y mucho menos dentro de la hipermegarracionalidad de Raijin, pero a veces hay que cagarla deliberadamente en algo para lograr el objetivo principal en el menor tiempo posible.

Nakuru respiró hondo y dejó salir un largo suspiro por la nariz. Drasik podía ser a veces un payaso escandaloso e infantil, pero también podía llegar a ser muy persuasivo.

—¿Qué propones?

—Que se descubran ellos mismos —sonrió Drasik.

—¿Cómo?

—Los de la MRS pueden ser unos grandes capullos —dijo mientras echaba a caminar calle abajo—. Pero siguen siendo iris.

Nakuru frunció el ceño y lo siguió por detrás. Mientras se metían por un callejón estrecho, Drasik se fue cubriendo la cabeza con la capucha, tapándose media cara hasta la nariz con una braga de nieve y sacando una pistola de debajo de su sudadera. Para cuando Nakuru quiso darse cuenta, nada más salir del callejón a una calle de comercio más transitada, empezó a disparar al aire.

—¡Arriba las manos, esto es un atraco!

—¡¡Sui-chaaan!! —le gritó Nakuru con los pelos de punta, alarmada, y se apresuró a ponerse la capucha también para ocultarse.

La gente de la calle empezó a gritar y a correr por todos lados.

—¡Eso es! ¡Os voy a robar a todos! —seguía el chico caminando entre ellos, y disparó de nuevo al aire—. ¡Soy un sucio criminal! ¡Mis padres no me daban suficientes abrazos!

—¡Te has vuelto loco! —Nakuru iba detrás de él, apurada.

—Tranqui, son balas de fogueo —le susurró Drasik, y se asomó al interior de una pequeña tienda de ropa—. ¡Atención, soy malvado y vengo a robaros! ¡Dadme todo vuestro dinero! ¡Que estoy muy loco!

Nakuru no se podía creer lo mal que interpretaba Drasik el papel de un humano criminal. Y aun así, los pocos clientes que había en la tienda gritaron con miedo y empezaron a sacar sus billeteras y cosas de valor para dárselas a Drasik.

—Ostras, si lo están haciendo de verdad… —se sorprendió el chico—. ¿Así de fácil se lo ponen los humanos inocentes a los criminales? No me extraña que los iris seamos tan imprescindibles en este mundo.

—¡Ahora mismo eres el peor iris, estás traumatizando a mucha gente! —le rugió Nakuru en voz baja, enfadada.

—¿Qui-qui-quiere también nuestros móviles, señor? —le preguntó tembloroso un chico endeble con gafas, tendiéndole su billetera y su teléfono.

—¿Qué cojones…? ¡No! —se enfadó Drasik—. ¿Qué pasa contigo, horchata en vena? Dije “dinero”, ¿y te me acercas voluntariamente para preguntarme si también me das tu móvil? ¿También vas a ofrecerme tu casa, tu vida o a tu madre? ¡Ten un poco de dignidad, pelotudo! ¡Eso de intentar hacerte el fiel servidor del atracador para ganarte su aprecio o su favor nunca funciona! “Mire qué bien me porto, así no me mata”. ¡Error! ¡Pedazo de forro! ¡Así sólo consigues que se aproveche de ti el triple y sales perdiendo más que si hubieses cerrado la boca y conservado un poco de dignidad! ¡Concha de la lora! ¡Humanos como tú nos hacen el trabajo más difícil…!

Nakuru se masajeaba el entrecejo, el resto de los clientes estaban muy confusos viendo al supuesto atracador echándole la bronca a ese pobre muchacho como si fuera su madre y no sabían qué hacer. Nakuru al final optó por agarrar a su compañero de los hombros y sacarlo de la tienda de nuevo a las calles, donde seguía habiendo gente alarmada.

¿¡Que no te llega agua al tanque!? ¡Repelotudísimo…! —seguía gritándole Drasik al otro chico, a pesar de que este ya no se enteraba de nada porque estaba vociferando en otro idioma.

—¡Sui-chan, céntrate! —le dijo Nakuru—. Ahora que has creado el caos en esta calle, ¿quién esperas que llegue primero, la poli o la MRS?

—¡Hah! —se rio, le dio unas palmadas entusiasmadas en el brazo y le señaló al final de la calle—. ¿Desde cuándo la poli llega antes que los iris?

Nakuru entonces se fijó donde señalaba, y entre el alboroto vio a un hombre, tapado con gorro, bufanda y gafas de sol a pesar de ser de noche, viniendo directamente hacia ellos a zancadas, intentando no chocarse con la gente, que huía de allí en dirección contraria.

—Hostia… —murmuró Nakuru, perpleja.

—¡Corre, Suna, correee…! —Drasik salió pitando felizmente, podría decirse que se lo estaba pasando en grande.

Nakuru se separó de él, huyendo por la callejuela de al lado antes de que el otro tipo la viera, el cual solamente tenía a Drasik por objetivo, pues era la única persona encapuchada y con pistola del lugar y saltaba a la vista que parecía el criminal que había disparado hace unos minutos al aire.

Drasik corrió unos metros más calle arriba y se desvió por una pequeña vía cortada por obras, saltando una valla que cercaba el perímetro de un edificio en construcción, a esas horas vacío y apenas iluminado por unos focos lejanos. Miró atrás para ver si el otro tipo lo había seguido, pero este de pronto aterrizó desde las alturas justo detrás de él, directamente abalanzándose hacia él. Pero Drasik tenía buenos reflejos y una gran agilidad, y lo esquivó dando una voltereta hacia atrás.

—Dame el arma, escoria —le ordenó el tipo, que debía de tener treinta y tantos, y era un poco bajito, pero tenía una ancha espalda.

—Relaja, pibe, es de fogueo —sonrió Drasik, manteniendo el ojo izquierdo guiñado para que esa penumbra no revelara el color de la luz de su ojo a su oponente.

—¿Te cachondeas de mí? Tenía que aparecer un crío jugando a gánster con una pistola de juguete justo cuando estoy ocupado con otra cosa…

—Nadie te ha pedido perseguirme.

—Limpiar el mundo de rufianes como tú es mi puto deber, criajo. Vamos, dame el arma para que pueda seguir con mis asuntos. Si vuelves a amenazar o a atacar a gente inocente te juro que te derrito la piel —fue dando pasos hacia él, con la mano extendida.

«¿Derretir la piel?» pensó Drasik, «¿Qué tipo de iris diría algo así? ¿Un Ka? No sé… Cuando el fuego quema la piel, ¿la derrite? O a lo mejor es un Hosha, y se refiere a su energía radiactiva… ¿Y si sólo ha usado ese verbo al azar para sonar desagradable? Agh… Tengo que hacer que me revele su elemento de alguna forma, pero sin que sepa el mío, ni que soy de la KRS».

—¡Bugh! —exclamó Drasik al recibir el placaje del otro, por haber bajado la guardia de tanto quedarse pensando.

Aplastado por él contra el suelo, Drasik intentó aprovechar ese instante para quitarle las gafas de sol de la cara, pero se dio cuenta de que él también quiso aprovechar ese momento para quitarle la pistola de la mano. Empezaron a forcejear, rodando por el suelo.

—¡No me jodas, niñato! —protestó el otro—. ¿¡Incluso en esta situación te pones a intentar robarme las gafas!?

—Usas una marca muy cara y muy cool —contestó Drasik, haciendo fuerza contra sus brazos—. Y eres demasiado feo para lucirlas… ¡Hazles un favor a todas las mujeres de este país y cédemelas a mí!

—¿¡Así que todo aquel alboroto en la tienda de ropa era para robar accesorios de moda para ligar con chicas!? ¡Te juro que los delincuentes juveniles de hoy en día me ponéis enfermo!

—¡Es una maldición con la que sólo los hombres guapos tenemos que cargar! ¡No podemos ponernos cualquier baratija! —dramatizó Drasik—. ¡Tú no lo entenderías, eres afortunado!

—¿Pero qué coño está pasando…? —murmuró el otro con sorpresa, sin entender por qué le estaba costando tanto contrarrestar la fuerza de alguien a quien él creía un simple delincuente humano—. Esto no es normal… ¡Tú no eres…! ¡Ugh!

Drasik por fin se lo quitó de encima, dándole una patada en el estómago tan fuerte que el otro salió despedido a varios metros de distancia hasta chocar con uno de los pilares de hormigón de la estructura del nuevo edificio, y cayó al suelo, levantando una nube de polvo. Drasik se puso en pie y en guardia. Su oponente no tardó en reponerse, ileso, pero se quedó muy quieto mirándolo, con una cara muy inexpresiva.

—Qué —le espetó Drasik.

De repente, el otro se giró y echó a andar sin más, marchándose.

—¡Oye! ¿¡Pero a dónde vas!? —se ofendió Drasik, y dio un gran salto, aterrizando delante de él, a una distancia prudente.

—A dejar de perder mi tiempo. Aparta.

—¡Soy un sucio criminal! ¡No puedes dejarme plantado!

—Oye, mira… —le dijo el otro, con gestos tajantes—. Lamento mucho la falta de ácido fólico que tenía tu madre antes de parirte o el golpetazo en la cabeza que te diste de niño mientras te metías crayones por la nariz, pero esta bromita se pasa de estúpida.

—¡Eh! Se supone que aterrorizar a humanos inocentes no es ninguna broma. Incluso si es con balas de fogueo.

—Claramente, debes de ser un iris enfermo de majin en mitad de uno de sus brotes buscando pelea por diversión —farfulló el hombre—. Pero eso ya es problema de tu Líder o de Alvion. Yo me largo.

Obviamente, el iris de la MRS ignoraba el verdadero plan de su adversario y solamente estaba especulando el motivo por el que un iris desconocido lo estaba atacando, pero, aunque no debería en absoluto, Drasik se tomó su comentario de forma demasiado personal. Una rabia inesperada brotó de la nada y le nubló la mente durante unos pocos segundos. Por eso, el muchacho agarró la pesada máquina mezcladora de cemento que tenía al lado con una mano y se la lanzó.

—¡Yo no estoy enfermo de nada! —le espetó.

El otro hombre derribó la mezcladora de 120 kilos a un lado con un simple manotazo y se mostró indiferente.

—A lo mejor te viene bien que alguien te baje los humos —dijo mientras se arremangaba los brazos.

Sin embargo, justo cuando dio el primer paso para encararse con Drasik, dio un resbalón y se cayó de culo, soltando un gemido dolorido, pues no cayó sobre un terreno arenoso, sino sobre una dura y fría placa de hielo. Antes, en algún momento mientras hablaban, Drasik había estado dirigiendo agua bajo los pies de su adversario sin que se diera cuenta, formando un charco que después congeló.

En la caída, al hombre se le cayeron las gafas de sol, y cuando se incorporó y miró perplejo a Drasik, se pudo al fin vislumbrar la luz de color azul oscuro que emitía su ojo izquierdo.

—¡Ajá! ¡Eres un Hosha! —celebró Drasik, orgulloso de su pequeña jugarreta, pero luego, pensándolo bien, se le fue borrando la sonrisa, sobre todo al ver la cara furiosa que se le estaba poniendo al otro—. Mierda, eres un Hosha…

El hombre apretó los puños con fuerza y se le iluminaron de un rojo incandescente. Drasik le lanzó una barra de acero que encontró por el suelo, pero la barra se derritió en un segundo a medio metro antes de alcanzarlo. Esto al menos le sirvió al chico para saber que la distancia de seguridad para que su adversario no lo calcinase estaba en el medio metro. Tocarlo en ese estado era impensable. Por eso, Drasik se puso a huir despavorido de él, saltando hacia el edificio en construcción, que todavía era un esqueleto de pilares, columnas y vigas.

Drasik contaba con una agilidad sublime, pero el otro contaba con más velocidad. Se movían entre las estructuras de metal y hormigón a toda velocidad, hasta que volvieron a aterrizar en el suelo y Drasik se escondió detrás de una apisonadora entre varios montones de arena y grava.

—¡Criajo! —oyó que el otro lo llamaba unos metros más allá—. Alguien te está mandando mensajes sin parar preguntando dónde te has metido.

—O… ¡Oye! —se enfadó Drasik—. ¡No interceptes mis mensajes, cabrón, eso es privado!

Esa era una de las razones por las que usar móviles u otros aparatos como las radios para comunicarse cuando se estaba teniendo un enfrentamiento contra otra RS era desaconsejable. Los Hosha, que dominaban las energías radiantes, podían percibir las señales electromagnéticas o de radio que fluían por su entorno. En una ciudad, la cantidad de estas señales era abismal y continua. Los Hosha de nivel bajo no podían percibir una en concreto sin marearse. Pero este de aquí era uno de nivel medio, y estaba más acostumbrado.

A los pocos segundos de eso, Nakuru, que acababa de posarse en lo alto de una viga del edificio en construcción, por fin encontró a Drasik allá abajo, escondido tras la apisonadora, y al otro miembro de la MRS merodeando cerca. «Mierda… ¡Lo sabía!» resopló la chica con fastidio. «Ha terminado en medio de una pelea, ¡como siempre!».

—Con suerte, será alguien de tu RS que te venga a recoger y a darte un escarmiento por la cagada de tu majin —siguió el Hosha picando al muchacho.

Oír aquello volvió a molestar a Drasik sobremanera. Rabioso, enganchó las manos en la base de la apisonadora, con intención de levantarla, pero los Sui como él no alcanzaban a tener tanta fuerza como para levantar diez toneladas, como mucho solamente tres.

—¡Te he dicho… —hizo más fuerza, y terminó, al menos, volcando la pesada máquina—… que no estoy enfermo!

El otro apareció subido sobre el enorme vehículo volcado, mirándolo desde ahí arriba con una sonrisa condescendiente.

—Tranquilo, chaval. No eres el único aquí con esa carga. La diferencia es que, o bien yo lo disimulo mejor, o bien tú tienes más grados que yo.

El Hosha saltó hacia él más rápido de lo que Drasik pudo reaccionar, pero en medio del salto recibió el impacto repentino de un torbellino de arena, que lo empujó lejos de Drasik. Este miró sorprendido por todas partes, hasta encontrar allá en la cima del edificio la silueta negra de Nakuru, con el brillo de la luz naranja de su ojo.

—¡Muy buena, Suna-chan! —le dijo felizmente, pero desde ahí podía oír los dientes de su amiga rechinando—. Uy, ya está cabreada conmigo…

Con el poder de su iris, Nakuru removió las arenas del terreno y enterró a su adversario hasta la barbilla, volviendo a endurecer la tierra a su alrededor para aprisionarlo e inmovilizarlo.

—Mier… da… —gruñó el Hosha, haciendo esfuerzos por salir del suelo.

No podía hacer nada, porque no tenía la fuerza suficiente para contrarrestar la presión de la tierra. Lo único que podía hacer era usar su energía radiante para calentar la arena lo suficiente para convertirla en vidrio líquido, del cual le sería más fácil salir –aunque acabaría con la ropa chamuscada y él desnudo–. Pero para eso necesitaría bastante tiempo.

Mientras Drasik se reía de él, a Nakuru le mosqueaba algo. «No me cuadra que ese miembro de la MRS estuviera solo» pensó. «Si la mitad de la MRS está esperando a acorralar a Kyo en su regreso, o lo hacen en grupo o en parejas. Antes de que Drasik armara el escándalo, ese tipo debía de estar al menos con uno de sus…».

—¿De qué va esto? —una voz femenina a sus espaldas la sobresaltó.

Nakuru se giró de golpe, y en esa oscuridad vio la silueta negra de una mujer, vestida de negro y con la capucha de su chaqueta ocultando su cara. No se veía ninguna luz en ella. Igual que estaba haciendo Nakuru, la otra estaba manteniendo su ojo izquierdo guiñado para no revelar su luz y con ella su elemento así de primeras.

—¿Con qué propósito nos estáis atacando, mocosos? —preguntó la mujer—. ¿De qué RS sois?

Nakuru procuró no decir ni una palabra. Cuantos menos detalles diera de sí misma, mejor. Pero lo tenía crudo, porque estaba de cuclillas justo en el extremo de la viga, y la otra iris estaba agachada también de cuclillas en la mitad, impidiéndole el paso para huir por el edificio, por lo que Nakuru estaba en el borde del precipicio. Tenía que actuar rápido, porque estaba percibiendo claramente que esa mujer estaba preparada para atacarla.

Las dos se quedaron muy quietas, en tensión. Después de unos segundos, Nakuru hizo su intento de esquivarla saltando por encima de ella, pero la otra fue extremadamente veloz y le lanzó un rayo con su puño que sonó como un trueno. Nakuru recibió el impacto, aunque se protegió con el brazo en el último momento, y cayó del edificio 60 metros hasta el suelo, creando un pequeño cráter.

—Ay… —musitó.

—¡Suna! —gritó Drasik con horror, corriendo hasta ella, pensando que se había matado, y se arrodilló a su lado—. ¡Dios mío! ¡Dime algo! ¿¡Estás bien!?

—Sí, joder, no grites tanto —protestó ella, y se incorporó con un poco de dificultad, con el brazo derecho encogido contra su pecho—. Parece que hemos encontrado al Hosha y a la Den de la MRS.

—¿Qué te pasa en el brazo? —señaló Drasik, observando con sorpresa que bajo la manga de su chaqueta, la mano reflejaba un poco la luz lejana de los focos, como si estuviera muy pulida.

—He frenado el rayo con mi brazo, pero como consecuencia parte de él se me ha convertido en vidrio. No te preocupes, volverá a la normalidad en unos minutos, pero mientras tanto no puedo mover el brazo y sobre todo no puedo dejar que se me parta.

Una ventaja con la que corrían los Suna, es que, al igual que la arena o la piedra, eran personas literalmente duras y resistentes, tanto como para sobrevivir grandes colisiones, golpes o caídas de mucha altura. Además, eran inmunes a la electricidad, si bien podían sufrir las consecuencias de sus impactos.

—No temas, yo te protegeré, Suna-chan —le dijo Drasik, ayudándola a ponerse en pie.

—¡Eres tú quien nos ha metido en este lío! —gruñó ella.

—¡Pero fíjate! ¡Ya hemos descubierto dos elementos, y sólo ha pasado media hora! —sonrió él.

Nakuru abrió la boca para replicar de nuevo, pero de pronto les cayó un estruendoso rayo a un metro de sus espaldas, haciéndoles saltar por los aires.

—¡Uaah…!

La otra iris aterrizó ahí mismo, generando descargas amenazantes por todo su cuerpo. Como ya había revelado su elemento, no había necesidad de seguir guiñando su ojo, por lo que dejó ver su luz amarilla bajo la sombra de la capucha.

—Si esto es un desafío de poder, he de avisaros que me gusta darlo todo —sonrió, dejando claras sus intenciones de freírlos a rayos hasta dejarlos fuera de juego.

—¡Denjin-san! ¡Sácame de aquí, joder! —le dijo su compañero Hosha, todavía enterrado en el suelo un poco más allá.

—Tú sigue descansando ahí. Yo me encargo de estos dos críos.

—¡Ja! —carcajeó Drasik, y se puso en postura de ataque—. Ven cuando quieras, mina, tengo manoplas de sobra para reparti-… ¡uay!

Nakuru lo había agarrado del cuello de su sudadera y lo obligó a echar a correr y huir del lugar a toda mecha.

—¡Jooo, Nak! —berreó como un niño pequeño, corriendo junto a ella por las calles de la ciudad.

—¿¡Por qué te cuesta tanto entender que “descubrir sus elementos sin llegar al enfrentamiento” significa “descubrir sus elementos sin llegar al enfrentamiento”!?

—¡Porque las órdenes de Raijin me dan urticaria!

—¡Madre mía, Drasik! ¡Cada vez te pareces más a Fuujin a niveles alarmantes!

—¡Oh! —la miró sorprendido, y se le formó una cara enormemente conmovida y halagada—. Ay, gracias.

—¡No era un halago!

Al mirar atrás, sin dejar de correr, vieron a la mujer de la MRS persiguiéndolos de cerca, y, de hecho, no parecía estar esforzándose mucho. Más bien, parecía disfrutar.

—Oh, no… está jugando con nosotros —se temió Drasik.

—¿A qué te refieres?

—¿No lo oíste? Ese Hosha, su compañero, hace un momento la llamó Denjin-san. Así que no es una Den-chan. Si esa tipa es una Denjin-san, significa que puede moverse casi a la velocidad de la luz y alcanzarnos literalmente en medio segundo… Pero no lo hace.

—Mierda, nos va a joder en cuanto le apetezca —masculló la chica con fastidio—. En cualquier caso, no podemos estar así, llamando la atención de la gente de la calle. Vayamos por encima de los edificios.

Ambos se metieron enseguida por un callejón vacío, para saltar desde ahí hasta lo alto de los edificios sin ser vistos. Sin embargo, nada más llegar a la azotea, la Den de la MRS apareció de repente delante de ellos, cortándoles el paso. Lo primero que hizo Drasik fue poner a Nakuru detrás de él, sabiendo que tenía el brazo en un estado delicado, y le hizo frente a la otra, la cual se reía con burla.


* * * *


Cleven entró en su habitación del hotel y se dejó caer sobre la cama, dando un bostezo de aburrimiento. No sabía qué hacer. Mañana no había clase y la noche aún era joven. Echó un vistazo a su móvil. Ya había acumulado 33 llamadas de su padre desde ayer hasta hoy. Hace unas horas había dejado de insistir. «Qué raro» pensó Cleven, «Conociendo a papá, todavía me seguiría llamando al móvil por lo menos dos veces cada hora. Se habrá cansado. Pero mejor que papá no me llame más, que no voy a responder».

Ladeó la cabeza y observó durante un rato el teléfono de la mesilla de noche. Justo al lado estaba la guía abierta en la página donde estaba el supuesto número de su tío. Dio un suspiro y cogió el teléfono para volver a llamar. Tras unos segundos, oyó de nuevo la voz del contestador, y colgó. «Pero bueno, ¿es que este hombre nunca está en casa?» se preguntó molesta. «¿Será que trabaja a estas horas? A este paso no daré con él en la vida. ¿Y no podría haber alguien más en su casa para coger el teléfono? Hmm... ¿Vivirá solo, pues?».

 Estuvo un rato dándole vueltas a esas hipótesis, hasta que se cansó y decidió volver a salir para dar una vuelta. «De todas formas, voy a ir mañana a la dirección que conseguí en el instituto. Con suerte, podré verlo en persona».

Tras media hora caminando por las calles en mitad de la noche y de la gente, optó por llamar a Nakuru, ya que Raven ya debía de estar volando a San Francisco. Se detuvo a sentarse en un banco a la luz de una farola y sacó el móvil. Llamó a su amiga, pero no obtuvo respuesta. Se quedó varios minutos esperando, distrayéndose con las cosas de la calle. Volvió a llamarla. No contestaba. Le escribió un mensaje. Esperó otros quince minutos.

Cleven acabó por guardar el móvil y desistir. «Jo, pero ¿qué estará haciendo Nakuru?» pensó. «No creo que esté tan ocupada como para no responder». Se levantó del banco y siguió caminando durante un rato. Llegó a una de las zonas de la ciudad donde había más ocio nocturno, bastante lejos de su hotel. Veía a la gente entrando y saliendo de los locales y de los pubs, y sintió una envidia tremenda. Deseó ser mayor de edad para poder entrar en algún sitio de esos, pero hasta los 20 le quedaban cuatro años.

Siguió caminando por la acera. La calle en la que estaba era muy larga, y toda llena de locales y discotecas. Se oían mezclas de música provenientes de los distintos lugares además de las voces que emitían los paseantes en pandilla. Cleven nunca se había sentido tan sola.

Echó un último vistazo en derredor y, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo, optó por dar media vuelta y...

—¡Hey! —exclamó de pronto, entornando los ojos hacia lo lejos—. ¡Son ellos!

Vio un poco más allá, entre la gente que caminaba por la calle, a Yako y a Raijin. Estaban en la puerta de un local que, por la pinta de su gran cartel de neón, debía de ser enorme, lujoso y muy popular, ya que había mucha gente entrando allí. Yako y Raijin, a la puerta de este sitio, estaban hablando con el guardia de seguridad, que era un hombre el doble de grande que una persona normal, musculoso y calvo, con unas gafas de sol puestas y aire poco amistoso.

 «¿Por qué llevarán gafas de sol si es de noche?» pensó la joven, pero sacudió la cabeza para volver al tema importante. «¿Qué hacen allí esos dos?». Se acercó más a ellos con cautela, escondiéndose tras el tronco de un árbol de la acera y se quedó observando, ya que a esa distancia y con el barullo que había no podía oírlos bien. «Parecen tener problemas». Por si acaso, ya que tenía el móvil a mano, comenzó a grabarlos en vídeo.

—Venga, señor, déjelo entrar —le pedía simpáticamente Yako al guardia.

—He dicho que no —terció el hombre severamente, mientras desenganchaba un momento la cadena de la puerta para dejar pasar dentro del local a una pareja—. Tú sí puedes entrar, pero tu amigo no —miró a Raijin con autoridad—. Es menor de edad. Algunos locales se reservan el derecho de prolongar la edad mínima para beber alcohol a partir de los 21 años. ¿Sabes cuántos jóvenes vienen a estos locales recién cumplidos los 20 como si de repente tuvieran libertad para excederse y desmadrarse y mostrar un comportamiento absolutamente inaceptable?

—Mi amigo cumple 21 dentro de tres meses nada más —insistía Yako, y agarró a Raijin de los hombros y juntó su cara con la de él para dar pena, mirando con ojos suplicantes al guardia—. Ni siquiera vamos a consumir alcohol…

—¿¡Y para qué venís a este local entonces!? —se impacientó el guardia.

—Para… —Yako cuidó las palabras—… ¿beber refrescos?

Yob tvoyu mat’, Yako, ¡que nos dejas sin misión! —le reprimió Raijin a su amigo en voz baja.

—¡Sabes lo que me cuesta mentir!

El guardia los estaba mirando con una mueca claramente desaprobatoria, pensando que tenía a dos niños ingenuos delante.

—Largaos… de… aquí.

Yako dio un suspiro, rindiéndose, y miró a su amigo para ver qué hacían ahora. Raijin no le había quitado la vista de encima al guardia, analizándolo como él bien sabía hacer, hasta que cerró los ojos y también suspiró.

—Adiós a las deportivas nuevas que quería comprarme... —farfulló, sacando de su bolsillo la billetera y le tendió al guardia un taquito de billetes de yenes.

El guardia los miró con aire indiferente, pero no engañaba a nadie, porque a los pocos segundos miró a un lado y a otro con disimulo, cogió el dinero en un abrir y cerrar de ojos y se lo guardó bien guardado. Acto seguido, desenganchó la cadena y les indicó que pasaran.

—Qué faena —le sonrió Yako a su amigo cuando entraron—. ¿Ese era tu sueldo?

—Tendré que hacer horas extra en el almacén —contestó amargamente.

Cleven entendió lo que había pasado a la perfección. «Qué bien se maneja Míster Universo. ¿Tantas ganas tiene de ir a bailar a la disco?» se dijo, negando con la cabeza con una sonrisa, «Ay, Cleven, no seas tonta. Si Raijin baila, tú construyes naves espaciales». Lo había decidido, ella también iba a entrar ahí. Anduvo hasta donde estaba el guardia, y mientras este dejaba pasar a otro grupo de personas, leyó el nombre del local escrito sobre el portón con letras luminosas.

—Gesshoku —murmuró.

Cuando vio que el guardia estaba solo de nuevo, dibujó una sonrisa inocente en su cara y se plantó frente a él. Él se la quedó mirando con una ceja levantada, sin borrar su expresión ruda.

—¿Qué quieres? —le preguntó con recelo—. ¿No deberías estar ya en la cama?

—Quiero entrar.

—¡Jojo! —carcajeó lo más sarcástico que pudo—. No lo creo.

—Pero al rubio lo has dejado pasar. Y no cumple la edad legal para este local.

—¿Has estado espiando? —se sorprendió.

—Si a él lo has dejado pasar, a mí también, ¿no?

—Lárgate de aquí, criaja.

—Aay... —suspiró la joven, se puso a ver el vídeo que había grabado con su móvil, poniéndose intencionadamente cerca del guardia para que él también viera bien la pantalla—. Bueno, pues nada, iré a ver si encuentro alguna comisaría de policía por aquí...

Cuando dio el primer paso para marcharse, el guardia ya la había cogido del hombro.

—Ni se te ocurra —dijo entre dientes, empezando a ponerse nervioso.

—¿Por qué no? Tengo derecho a no guardar silencio —sonrió ella angelicalmente.

El tipo le lanzó una mirada furtiva, sin soltarla del hombro, mordiéndose el labio. Cleven esperó a que se lo pensase bien.

—Borra ese vídeo y te dejo pasar.

—Este vídeo es mi garantía de entrar —objetó ella—. Si lo borro, ya no tendré nada para que me dejes pasar.

—¡Vale! Te dejo pasar —gruñó el guardia—. Pero estarás media hora.

—Una hora.

—Y cuando salgas, borras el vídeo delante de mí.

—No enseñar el vídeo a nadie a cambio de entrar. Borrar el vídeo cuando salga de aquí a cambio de algo más —le sonrió ella, tendiéndole la mano.

—¿Qué quieres?

—Tal vez unos cuantos papeles me sellen la boca…

—¿¡Estás loca!? ¿¡Pretendes que encima te pague!?

—¿Cuánto vale que conserves tu trabajo?

El hombre soltó otro gruñido y se le hinchó una larga vena desde el cuello hasta su frente. Le dio a Cleven un par de billetes. Ella los cogió, los miró pensativa y volvió la vista a él.

—Con esto mis manos no tienen ni para desbloquear mi pantalla.

Con otro gruñido más fiero, le dio unos cuantos billetes más. Cleven permaneció con la mano tendida otro rato, y el guardia acabó sacando todo el dinero que había conseguido con el soborno de Raijin.

—¡Ya está, no tengo más! —exclamó rabioso, desenganchando de nuevo la cadena—. Te juro que como crees problemas ahí dentro, te pases de la hora o dejes que te descubran, mi nuevo trabajo será perseguirte hasta robarte todo tu dinero. ¡Y ahora desaparece de mi vista!

Cleven soltó una risotada de triunfo y se adentró en el local. Lo primero que hizo fue buscar a Raijin con la mirada. Se fue adentrando entre la masa de gente, luces, música y ruido. No se le volvería a escapar.


* * * *


—¿Freíros o… un paro cardiaco? Os doy a elegir —les dijo la mujer de la MRS.

—¿No sería una cosa consecuencia de la otra? —preguntó Drasik inocentemente, y Nakuru le dio un golpe en el brazo—. Ay.

En un último intento, ambos saltaron de la azotea, de regreso al callejón. Sin embargo, antes de poder llegar a la salida, la otra iris apareció delante en un parpadeo. Los dos se mantuvieron quietos, sin saber qué hacer, sin poder escapar por ningún lado. Fueran por donde fuesen, ella acabaría por alcanzarlos otra vez. Su elemento era por norma más letal y veloz que el de ellos. A decir verdad, una ciudad era el terreno idóneo para los iris Suna, del tipo que era Nakuru; había arena, piedra, cemento y cristal por doquier, Nakuru podría derrumbar todos los edificios de la ciudad con un movimiento de sus manos sobre su oponente. Sin embargo, su oponente corría con la ventaja de ser un iris Den de nivel medio, el cual, aparte de poder moverse a la velocidad de la luz, la potencia de sus rayos podía hacer añicos la roca más grande.

Drasik, por su parte, podía tener la capacidad de desviar las descargas eléctricas porque su agua era una perfecta conductora, pero demasiada carga podía evaporarla. El cuerpo de cada iris funcionaba igual que su elemento, por eso una descarga eléctrica podía hacer más daño al cuerpo de Drasik que al de Nakuru. El fuego temía al agua y el agua temía al fuego; el viento avivaba al fuego, la arena anulaba a la electricidad, el agua ahogaba al viento, etcétera. Los iris, como personas, sentían o se comportaban como su elemento de una manera determinada frente a otros.

Pese a todo, Nakuru y Drasik tenían la orden de no entrar en un enfrentamiento, su misión era averiguar la localización de cada elemento de los enemigos y marcharse. A lo sumo no les quedaba otra que defenderse, pero como se ha dicho, contra una Den de nivel medio lo tenían imposible.

—Se terminó el tiempo, me habéis hartado —gruñó la mujer, alzando las manos sobre su cabeza.

«Ya está, se acabó» pensó Nakuru, viéndolo todo perdido cuando la otra comenzó a remover los electrones del aire, generando pequeñas cargas eléctricas cada vez más intensas, con su ojo izquierdo brillando de aquella luz amarilla en mitad de la oscuridad del callejón.

—¡Morded el polvo!

Nakuru cerró los ojos al ver lo que se les venía encima. Sintió que su mente se quedaba en blanco por un instante, pero después sintió, para su asombro, cómo Drasik la abrazó para protegerla, tan fuerte que le cortaba la respiración. Seguidamente, se oyó un estruendo que los hizo retumbar, pero ninguno recibió el ataque que esperaban. No obstante, permanecieron con los ojos cerrados fuertemente, abrazados, paralizados. Ambos notaron la onda expansiva que causó una explosión que casi los tiró al suelo; después, una ráfaga de viento ardiente y, por último, humo, mucho humo metiéndose en sus pulmones.

Entreabrieron los ojos para ver qué había pasado, tosiendo, pero se vieron obligados a volver a cerrarlos por culpa de la humareda. Drasik guio a ciegas a su compañera hacia alguna vía de escape, sabiendo que tarde o temprano caerían ahogados. Pero debido a las prisas, tuvo que arrastrarla a empujones, ya que ella parecía haber recibido un mayor impacto en los tímpanos y estaba aturdida.

Inesperadamente, alguien agarró el cuello de la chaqueta de Drasik y lo empujó rápidamente fuera de la humareda, llevando a Nakuru consigo. La mano que sujetaba a Drasik lo apartó de sopetón de la muchacha una vez fuera de la humareda, y lo lanzó a un lado.

—¡Uagh! —exclamó Drasik al impactar contra la calzada, derrapando el trasero hasta chocar con un coche, y ahí se quedó—. ¿¡Pero qué...!?

Al levantar la mirada, se quedó perplejo ante la repentina y oportuna aparición del viejo Lao, el cual tenía a Nakuru sujeta en brazos, medio inconsciente.

—¿¡Kajin-san!? —chilló Drasik con voz afónica, y tosió varias veces mientras se ponía en pie con dificultad, apoyándose contra el capó del coche—. ¡Cogf, cuagf, agh...! ¿¡Pero... qué... cogf... haces tú aquí!?

—Pasaba por aquí... y os he visto un poco en apuros.

—Un poco —farfulló Drasik, recuperando el aliento, y le clavó la mirada—. ¡No tenías por qué haberme lanzado contra el suelo, Kajin-san!

—¡Lo he hecho para espabilarte, estabas zarandeando a tu compañera! —le espetó el viejo seriamente—. Creía que el Líder te dejó bien claro que no perdieras el control de ti mismo. ¡Compórtate como un iris, dueño de tus emociones!

—¡Estaba perfectamente! —replicó—. ¡Estaba protegiendo a Nak y sacándonos a ambos de la humareda, no estaba peleándome con nadie, así que no estaba perdiendo el...!

Se calló al ver que Nakuru volvía en sí y abría los ojos, algo mareada. Lo primero que vio la chica fueron unos viejos ojos negros mirándola con una sonrisa tranquila, y un rostro familiar con barba corta y pelo blanco.

—Buenos días, jovencita —le dijo Lao con voz cantarina.

—Madre mía, Lao… —agonizó Nakuru, tosiendo un poco mientras él la dejaba de nuevo con los pies en el suelo—. No podías haber moderado un poco las explosiones…

—Discúlpame, querida, tenías un relámpago yendo directo a tu espalda, me temo que el estruendo te ha tocado de cerca. ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy bien —Nakuru se miró su brazo derecho y lo movió un poco con cuidado. Ya no lo tenía cristalizado, volvía a ser de carne y hueso—. Menos mal que has aparecido. ¿Dónde está esa loca? —gruñó, mirando a su alrededor.

El viejo Lao giró la cabeza hacia atrás, dándole una tranquila calada a su cigarrillo para ver a aquella mujer tendida en el suelo, inconsciente y con sus ropas medio chamuscadas, mientras se despejaba la humareda por completo. Nakuru y Drasik se quedaron perplejos.

—Kajin-san, te has pasado un poco —comentó el chico.

—¿Bromeas? Esa es Paola, la única mujer de la MRS, porque congeniaba a la perfección con la rudeza de sus otros miembros. A esa le encanta el hardcore, no sé si me entiendes. En fin. Decidme, ¿cómo va el caso? —preguntó entonces con una cara preocupada.

—Tranquilo, Lao, seguimos en ello —contestó Nakuru, sabiendo a lo que se refería—. Pronto zanjaremos esto y Kyo volverá sano y salvo, puedes confiar en nosotros.

—Claro, como ahora —dijo con ironía.

—No volverá a pasar —dijo Drasik, cerrando el puño muy convencido—. Por cierto, la próxima vez que vayas a descargar una oleada de fuego, ¡avísame! Sabes que el fuego es letal para mí. Y este calor me achicharra —se puso a abanicarse con la mano, ya que el ambiente se había vuelto caluroso con el ataque de Lao.

—Pfff, blandengue —se burló Lao.

—Ah, ¿sí? —Drasik infló los mofletes, indicando que iba a escupirle un chorro de agua.

—¡No! ¡Vale! —saltó Lao con miedo, alzando las manos—. No me mojes, que me duele.

Drasik desinfló los mofletes, y se fue refunfuñando hacia un cúmulo de nieve amontonado unos metros más allá para zambullirse en él y recuperar el frío natural de su cuerpo. Los iris Sui como él, en contraposición a los iris Ka como Lao, necesitaban el frío. Por eso, cuando estaban en invierno como ahora y a menos 5 grados y todo el mundo iba abrigado hasta las cejas, Drasik bien podía ir en manga corta.

—En fin, Lao, ¿qué haces por aquí? —quiso saber Nakuru—. Además, creía que habías dejado de fumar.

—Querida —carcajeó el viejo, pasando de largo y marchándose calle arriba—, lo he dejado sesenta veces.

—¿A dónde vas? —preguntó Drasik, que seguía retozando en la gélida nieve como un gato en una cálida alfombra.

—Hasta otra, chicos —se despidió el viejo, alzando una mano, y se perdió de vista.

Ambos notaron un matiz amargo en su voz, y se había ido con un aire alicaído. Les sorprendió, porque esa actitud no era propia de Lao.

—¿Seguirá preocupado por Kyo? —dijo Nakuru.

—Claro que está preocupado por él —contestó su amigo, volviendo con ella con la ropa empapada y escarchada—. Pero ya sabe que lo traeremos de vuelta, que esta misión es fácil. Así que debe de estar preocupado por algo más. O alguien más.

—¿Cómo lo sabes?

—Lao sólo fuma cuando algo le anda preocupando demasiado, cuando algo no va nada, nada bien —le explicó Drasik—. Me parece que está buscando a alguien y no es Kyo.

—Bueno, sea lo que sea, es un asunto que parece querer mantener en privado —suspiró—. Me voy a casa, Drasik, continuamos mañana. Ya tenemos dos elementos localizados, mañana haremos la última búsqueda e informamos a Raijin. Estoy agotada.

—¡Eh! ¿Y qué hacemos con esa? —preguntó, señalando a la mujer tendida en el suelo de la calzada—. ¿La dejamos ahí hecha una barbacoa?

—Ya la vendrán a recoger.

Al final de la calle, una alta figura aguardaba entre las sombras, apoyada de brazos cruzados tras una columna de un portal. Desde ahí, si bien no había podido alcanzar a oír su conversación, lo había contemplado todo. Observó con ojos suspicaces cómo los dos jóvenes encapuchados de allá se marchaban calle arriba. Era un hombre joven, de pelo castaño y corto, bien afeitado y ojos azules y afilados. Vestía ahora con traje y corbata porque no estaba de servicio, pero el resto del día llevaba el uniforme propio del jefe de la Policía Nacional. El compañero que tenía al lado sí llevaba el uniforme de policía y tenía un aire más endeble e inseguro, típico de un novato.

—Señor, ¿esos eran...? —preguntó con un ligero tartamudeo, pues era la primera vez que veía algo así.

—Los monstruos que viven entre los humanos —terminó la frase con desdén—. Iris.

—¿Qué va a hacer, señor? Con lo que acaba de ocurrir allá.

El hombre de ojos afilados lo miró detenidamente.

—No eres el primero al que traigo a ver una escena de estas, agente. Desde hace meses llevo a novatos como tú a presenciar este secreto que a veces se deja ver por nuestra ciudad. Descarto a los policías veteranos porque ya son leales a mi padre, pero vosotros los nuevos ahora estáis bajo mi ala. Estoy reuniendo a un grupo de agentes leales para mostraros el secreto de la existencia de los iris y trabajéis conmigo en un futuro próximo.

—Mis compañeros ya me dijeron algo al respecto. Es un honor que haya confiado en mí también. No podía creer los rumores hasta que usted me ha mostrado esto ahora. ¿Qué sabe usted de ellos?

—Llevo años investigándolos —le explicó—. Pero nunca he podido escudriñar a fondo los sucesos provocados por ellos, por culpa de mi padre, que siempre me ha querido mantener lejos de este caso —masculló, mientras daba media vuelta y se alejaba de la zona.

—Espere, jefe —se sorprendió—. ¿Qué hacemos con esa mujer? Deberíamos llamar a una ambulancia.

—Por mí que se pudra ahí. Sus camaradas no tardarán en llegar para llevársela.

Su subordinado lo siguió por detrás, observándolo con asombro tras detectar el gran desprecio que mostraba su jefe por aquellas personas.

—¿Entonces no tenemos suficiente información sobre ellos, señor? Al menos, a la que podamos acceder, si su padre ha recopilado durante años…

—Él nunca me ha permitido meterme en el caso de los iris y nunca lo hará. Él lleva con La Caza desde los años 70. Formó su propio grupo de caza con otros pocos políticos y policías del mundo, y siempre fue un grupo secreto y cerrado en el que nadie podía entrar así como así. Estuvo décadas intentando descubrir más cosas sobre esos monstruos, intentando cazar a alguno, averiguar la ubicación de su sede, pero jamás logró estas dos cosas. Lo que sí ha logrado es bastante información. Pero hace unos años mi padre dejó este caso en el abandono. Como si se hubiese rendido... —gruñó entre dientes—. Ahora es viejo, débil... Cuando declare su jubilación dentro de unos días, yo me convertiré entonces en el nuevo ministro de Interior. Y todo lo que él empezó, lo terminaré yo.

—¿Está seguro de que le cederá su puesto a usted?

El jefe de policía se detuvo en seco y le lanzó una mirada temible.

—Lo hará —aseveró—. Debe ser así. Mi padre no supo cómo llevar el caso de los iris al éxito, pero yo sé cómo hacerlo. Y por fin tendré el control del Ministerio, de todos los cuerpos policiales del país. Entonces yo moveré los hilos, y cazaré a todos esos monstruos que se hacen llamar iris, uno por uno. Acabaré con ellos, y disolveré todas sus organizaciones. Ya han jugado mucho tiempo con el Gobierno, y dentro de poco seremos nosotros los que movamos ficha —concluyó, y volvió a emprender la marcha a paso rápido, atento a cada movimiento de su alrededor por si veía alguna otra anomalía fuera del orden.

—Perdone mi atrevimiento, pero ¿por qué ese afán de acabar con esa gente? ¿De verdad suponen una amenaza para nosotros los humanos normales? No parece que hagan daño a…

—Debes pensar en ello a largo plazo —le corrigió—. El daño que están haciendo al mundo es sutil. Gradual. Su existencia es una silenciosa invasión, sus actividades son un discreto dominio mundial. Son monstruos, evoluciones antinaturales que han estado alterando el correcto orden del mundo durante años con sus actos y sus poderes. Sobre todo... hay uno que me interesa dar caza más que a los demás. He leído todos los casos de estas organizaciones recopilados por mi padre y su grupo de cazadores, y en la gran mayoría de ellos sale su nombre, más bien, su apodo. Nadie del Gobierno ha conseguido dar con una mísera pista suya jamás. Es un hombre muy ágil, letal e intocable. En los informes he visto que los de su calaña lo califican como el iris más poderoso del mundo.

—¿El cabeza de todas esas organizaciones?

—No. Se sabe que es el Líder de una de ellas, nada más, pero es el más poderoso. Algún día lo atraparé. No obstante, hay algo que me llama la atención desde hace tiempo. En los informes de los últimos siete años, su nombre dejó de aparecer, lo que me hizo pensar que tal vez haya muerto, o que haya dejado esa vida. Pese a eso, descubriré quién es ese hombre al que todos temen y a la vez respetan.

—¿Y… cuál es su nombre, es decir, su apodo?

El hombre se volvió hacia él y le clavó una mirada fría.

—Lo llaman Fuujin. Como el Dios del Viento.

Su compañero se quedó contemplándolo en silencio, sintiendo escalofríos. No sabía si era por el miedo que le infundía la descripción que acababa de escuchar sobre el dueño de ese apodo, o porque su jefe lo pronunciaba como si se tratase de un demonio.

Inesperadamente, se escuchó un extraño ruido. Venía de la radio que el jefe llevaba sujeta al cinturón. Se la acercó a los labios y apretó el botón.

—Aquí Hatori Nonomiya —dijo, y soltó el botón.

Tras otro ruido extraño se oyó la voz de una mujer.

—"Señor Nonomiya, hay un nuevo caso anómalo. Pero este supera a todos los que hemos visto en años. En la calle Zankoku de la zona este de la ciudad... Un... asesinato múltiple en un callejón..."

—¿Quiénes son las víctimas?

—"Eh... lo siento, señor, es imposible saberlo..." —Se oyó otro ruido extraño y unas voces lejanas de los compañeros de la mujer, pero esta prosiguió—. "Sus cuerpos... han sido descuartizados."

—¿Cómo de descuartizados?

—"Pues... parece una carnicería" —dijo con voz temblorosa—. "Señor, esto es horrible. La sangre y los restos llegan como a un perímetro de cuarenta metros. Es como si los hubiesen metido en una trituradora... o explotado con una bomba... Una masacre de películas de terror. Mis compañeros y yo estamos en la escena, esperando a autorizar a los médicos forenses."

—Sí, dejadlos pasar, que recojan pruebas, todas las posibles, y que traten de identificar a las víctimas. ¿Algún testigo?

—"Una señora asegura haber visto al causante, pero su testimonio es un tanto… disparatado."

—No importa lo absurdo que suene. ¿Qué ha dicho la testigo?

—"Estaba tirando la basura en la calle cuando oyó unos gritos en un callejón lejano. Desde la lejanía, desde el otro lado de la calle, asegura que cuando se hizo el silencio, vio, palabras textuales, 'una fiera del inframundo hecha de sombras con una luz blanca en uno de sus ojos'. Supuestamente lo vio salir del callejón y esfumarse volando en dos segundos hacia el cielo."

—¿Has dicho "volando"?

Por un instante, a Hatori se le cortó la respiración. Había llegado. El día. El momento. Justo ahora, cuando estaba hablándole de él a su subordinado. Era la primera y más fiel evidencia de que Fuujin seguía ahí. «No puede ser otro. No puede» pensó el jefe de la Policía, con una intensa emoción recorriéndole las venas, pero procurando mostrarse por fuera tan serio y sosegado como siempre. «Muchos iris tienen la luz blanca del Viento pero sólo uno de ellos ha mostrado la capacidad de volar. Dudo que sea otro iris de ese elemento que haya aprendido también esa capacidad. Una masacre así… tiene que ser obra de Fuujin. Ha vuelto a dar señales de vida después de tantos años… Ha sido él, estoy seguro».

—Decidles a los forenses que cotejen las pruebas de ADN con todas las muestras que haya en el registro de criminales reincidentes. Si resultara que al menos una o dos víctimas coinciden con criminales con antecedentes… —Hatori hizo una pausa, vio que su subordinado lo miraba con expectación—… es probable que el resto de fallecidos también lo fueran. Y que, por tanto, los ha matado un iris. Uno muy especial.

—"Entendido, señor."

—De todas maneras, iré para allá ahora mismo. Quiero ver eso con mis propios ojos.


* * * *


¿Buscando a alguien? Claro que estaba buscando a alguien. En toda la tarde, Lao no había dejado de recibir llamadas al móvil por parte de Hana, diciéndole que no sabía nada de Neuval, que este no volvía a casa, que no respondía a las llamadas... Y por ello, Lao había estado toda la tarde recorriendo la ciudad para buscarlo, pero ni una pista, ni un rastro...

Neuval estaba desaparecido y, por supuesto, Lao no iba a volver a su casa hasta encontrarlo. Estuvo dándole vueltas al asunto, y se temió que hubiese vuelto a ocurrir un nuevo incidente, que se hubiese vuelto a repetir. Realmente se lo temió.









13.
Siguiendo la pista

Drasik y Nakuru estaban caminando por las calles de la ciudad en busca de algún miembro de la MRS. Eran aproximadamente las once de la noche, y como eran días festivos, había bastante gente por las calles yendo a lugares de ocio después de un duro lunes.

El tiempo corría, y Kyo cada vez debía de estar más cerca de hacer su engaño, en algún lugar y en algún momento de su camino de vuelta desde Yokohama a Tokio. Por eso había varios miembros de la MRS en Yokohama, y otros tantos en Tokio, para cortarle el paso a Kyo de frente, en caso de que lograra huir de quienes lo perseguían por detrás.

No sólo la KRS disponía de la capacidad de Sam de usar animales, en este caso aves, como rastreadores que podían encontrar a alguien con mayor facilidad e ir y venir de una ciudad a otra volando en pocos minutos. La MRS también tenía a un iris Animal entre sus miembros y también estaba usando aves para seguir la pista de Kyo en unas ciudades tan inmensas. Y no sólo eso, la MRS contaba además con la eficaz ayuda de sus almaati, humanos que tenían contratados en su RS como cooperadores, algo que todas las RS tenían. Excepto la KRS, que se quedó sin ellos cuando se exilió el Líder. Podían, por ejemplo, averiguar si había mucha actividad policial, o tráfico, en ciertas carreteras, zonas y calles, y así podían dar por sentado que Kyo no iba a regresar por ninguno de esos caminos o zonas, descartándolas, por lo que los iris de la MRS que estaban en Tokio estaban merodeando por las vías que Kyo tenía más probabilidades de tomar para entrar de regreso a Tokio si lograba huir de los otros.

Si Kyo conseguía llevar el pergamino hasta su casa, la MRS perdía. Podían ser RS enemigas, rivales, pelearse entre ellas, pero todas cumplían las mismas estrictas reglas de competencia, y una de ellas es que los iris de RS enemigas tenían absolutamente prohibido atacar a otro iris en su casa, sobre todo si vivían con familiares humanos, que eran intocables. Por eso, la única oportunidad que la MRS tuvo de capturar a Kyo fue cuando lo localizaron en el metro, el mismo día en que le habían confiado el pergamino para salvaguardarlo, antes de que llegara a su casa con él. Tampoco los iris de una RS podían usar a sus cooperadores para enfrentarse a iris de otra RS, ya que los únicos humanos a los que los iris podían ponerle la mano encima eran los malos humanos y criminales.

Nakuru y Drasik, que ya tenían detrás varios años de servicio, tenían todos estos detalles en cuenta, por lo que sabían a qué zonas ir para hallar con más probabilidad a alguno de sus oponentes. Ayer ya peinaron una zona, la menos probable, y efectivamente en ella no encontraron a ninguno. Así que les quedaban dos zonas probables. No tenían la ayuda de nadie más, estaban solos los dos con esta tarea de buscar a sus enemigos por los barrios del sur, pero corrían con la ventaja de que estos no sabían que ellos los estaban buscando, así que no es que esos iris de la MRS fuesen a estar escondidos.

—Vale, fijo que uno o algunos deben de estar por este barrio —dijo Drasik, deteniéndose en medio de una acera—, pero ¿cómo vamos a averiguarlo? Hoy tenemos que dar con alguno definitivamente. Kyo estará a punto de marcharse de la casa de Xavi si no lo ha hecho ya, y el plasta de Raijin necesita la información de los elementos entre hoy y mañana. Y ya estamos a contrarreloj.

—Tenemos que hacer esto con prudencia, Dras —respondió Nakuru—. Recorremos las calles siguiendo una ruta ordenada hasta que veamos a algún miembro de la MRS. Por supuesto, tenemos que sospechar de cualquier persona que vaya encapuchada o con la cara tapada con cualquier prenda…

—Aaaagh… —Drasik soltó una especie de quejido, mirando hacia el cielo—. Típica actitud de “soldado ejemplar”, que encima es peor en los Suna.

—¡Oye! —protestó Nakuru.

—Te quiero, “hermana”, pero a veces tu forma de pensar de Suna es como la de un enorme pedrusco cuadrado.

—¿Te refieres a que tengo una forma de pensar fuerte y estable? —sonrió con sorna, cruzándose de brazos.

 —Más bien aburrida e invariable. ¿Sabes qué le pasa al agua cuando se estanca?

—¿Que se está quieta y deja de molestar?

—No. Peor. Que se vuelve sucia y maloliente.

—¿Te vas a volver sucio y maloliente ahora?

—Acabaré así si seguimos llevando esto a tu manera. Y si algo has podido aprender de los Sui de tantos años que has vivido conmigo, ya debes de saber lo mucho que aborrecemos la suciedad. No vas a encontrar un cuerpo más limpio que el de un Sui —se señaló a sí mismo de arriba abajo varias veces—. Lo mismo pasa con nuestra mente, necesitamos fluir, avanzar…

—Creo que también tiene mucho que ver con tu condición sensible.

—Eh, sin faltar —refunfuñó el chico, levantando un dedo—. Los iris ejemplares como tú podríais aprender muchas cosas de los iris sensibles como yo.

—¿En qué te basas?

—En que nuestro propio Líder es uno de los iris más sensibles del mundo y aun así es el más poderoso de la Asociación.

—Ya, Drasik, pero recuerda que Neuval ha acabado sufriendo muchos problemas a lo largo de toda su vida debido a su condición sensible.

—Pero al menos terminaba el trabajo y cumplía las misiones con éxito. Sé que esto no entra dentro de la gran racionalidad de los iris ejemplares como tú, Lao, Sam o Kyo, y mucho menos dentro de la hipermegarracionalidad de Raijin, pero a veces hay que cagarla deliberadamente en algo para lograr el objetivo principal en el menor tiempo posible.

Nakuru respiró hondo y dejó salir un largo suspiro por la nariz. Drasik podía ser a veces un payaso escandaloso e infantil, pero también podía llegar a ser muy persuasivo.

—¿Qué propones?

—Que se descubran ellos mismos —sonrió Drasik.

—¿Cómo?

—Los de la MRS pueden ser unos grandes capullos —dijo mientras echaba a caminar calle abajo—. Pero siguen siendo iris.

Nakuru frunció el ceño y lo siguió por detrás. Mientras se metían por un callejón estrecho, Drasik se fue cubriendo la cabeza con la capucha, tapándose media cara hasta la nariz con una braga de nieve y sacando una pistola de debajo de su sudadera. Para cuando Nakuru quiso darse cuenta, nada más salir del callejón a una calle de comercio más transitada, empezó a disparar al aire.

—¡Arriba las manos, esto es un atraco!

—¡¡Sui-chaaan!! —le gritó Nakuru con los pelos de punta, alarmada, y se apresuró a ponerse la capucha también para ocultarse.

La gente de la calle empezó a gritar y a correr por todos lados.

—¡Eso es! ¡Os voy a robar a todos! —seguía el chico caminando entre ellos, y disparó de nuevo al aire—. ¡Soy un sucio criminal! ¡Mis padres no me daban suficientes abrazos!

—¡Te has vuelto loco! —Nakuru iba detrás de él, apurada.

—Tranqui, son balas de fogueo —le susurró Drasik, y se asomó al interior de una pequeña tienda de ropa—. ¡Atención, soy malvado y vengo a robaros! ¡Dadme todo vuestro dinero! ¡Que estoy muy loco!

Nakuru no se podía creer lo mal que interpretaba Drasik el papel de un humano criminal. Y aun así, los pocos clientes que había en la tienda gritaron con miedo y empezaron a sacar sus billeteras y cosas de valor para dárselas a Drasik.

—Ostras, si lo están haciendo de verdad… —se sorprendió el chico—. ¿Así de fácil se lo ponen los humanos inocentes a los criminales? No me extraña que los iris seamos tan imprescindibles en este mundo.

—¡Ahora mismo eres el peor iris, estás traumatizando a mucha gente! —le rugió Nakuru en voz baja, enfadada.

—¿Qui-qui-quiere también nuestros móviles, señor? —le preguntó tembloroso un chico endeble con gafas, tendiéndole su billetera y su teléfono.

—¿Qué cojones…? ¡No! —se enfadó Drasik—. ¿Qué pasa contigo, horchata en vena? Dije “dinero”, ¿y te me acercas voluntariamente para preguntarme si también me das tu móvil? ¿También vas a ofrecerme tu casa, tu vida o a tu madre? ¡Ten un poco de dignidad, pelotudo! ¡Eso de intentar hacerte el fiel servidor del atracador para ganarte su aprecio o su favor nunca funciona! “Mire qué bien me porto, así no me mata”. ¡Error! ¡Pedazo de forro! ¡Así sólo consigues que se aproveche de ti el triple y sales perdiendo más que si hubieses cerrado la boca y conservado un poco de dignidad! ¡Concha de la lora! ¡Humanos como tú nos hacen el trabajo más difícil…!

Nakuru se masajeaba el entrecejo, el resto de los clientes estaban muy confusos viendo al supuesto atracador echándole la bronca a ese pobre muchacho como si fuera su madre y no sabían qué hacer. Nakuru al final optó por agarrar a su compañero de los hombros y sacarlo de la tienda de nuevo a las calles, donde seguía habiendo gente alarmada.

¿¡Que no te llega agua al tanque!? ¡Repelotudísimo…! —seguía gritándole Drasik al otro chico, a pesar de que este ya no se enteraba de nada porque estaba vociferando en otro idioma.

—¡Sui-chan, céntrate! —le dijo Nakuru—. Ahora que has creado el caos en esta calle, ¿quién esperas que llegue primero, la poli o la MRS?

—¡Hah! —se rio, le dio unas palmadas entusiasmadas en el brazo y le señaló al final de la calle—. ¿Desde cuándo la poli llega antes que los iris?

Nakuru entonces se fijó donde señalaba, y entre el alboroto vio a un hombre, tapado con gorro, bufanda y gafas de sol a pesar de ser de noche, viniendo directamente hacia ellos a zancadas, intentando no chocarse con la gente, que huía de allí en dirección contraria.

—Hostia… —murmuró Nakuru, perpleja.

—¡Corre, Suna, correee…! —Drasik salió pitando felizmente, podría decirse que se lo estaba pasando en grande.

Nakuru se separó de él, huyendo por la callejuela de al lado antes de que el otro tipo la viera, el cual solamente tenía a Drasik por objetivo, pues era la única persona encapuchada y con pistola del lugar y saltaba a la vista que parecía el criminal que había disparado hace unos minutos al aire.

Drasik corrió unos metros más calle arriba y se desvió por una pequeña vía cortada por obras, saltando una valla que cercaba el perímetro de un edificio en construcción, a esas horas vacío y apenas iluminado por unos focos lejanos. Miró atrás para ver si el otro tipo lo había seguido, pero este de pronto aterrizó desde las alturas justo detrás de él, directamente abalanzándose hacia él. Pero Drasik tenía buenos reflejos y una gran agilidad, y lo esquivó dando una voltereta hacia atrás.

—Dame el arma, escoria —le ordenó el tipo, que debía de tener treinta y tantos, y era un poco bajito, pero tenía una ancha espalda.

—Relaja, pibe, es de fogueo —sonrió Drasik, manteniendo el ojo izquierdo guiñado para que esa penumbra no revelara el color de la luz de su ojo a su oponente.

—¿Te cachondeas de mí? Tenía que aparecer un crío jugando a gánster con una pistola de juguete justo cuando estoy ocupado con otra cosa…

—Nadie te ha pedido perseguirme.

—Limpiar el mundo de rufianes como tú es mi puto deber, criajo. Vamos, dame el arma para que pueda seguir con mis asuntos. Si vuelves a amenazar o a atacar a gente inocente te juro que te derrito la piel —fue dando pasos hacia él, con la mano extendida.

«¿Derretir la piel?» pensó Drasik, «¿Qué tipo de iris diría algo así? ¿Un Ka? No sé… Cuando el fuego quema la piel, ¿la derrite? O a lo mejor es un Hosha, y se refiere a su energía radiactiva… ¿Y si sólo ha usado ese verbo al azar para sonar desagradable? Agh… Tengo que hacer que me revele su elemento de alguna forma, pero sin que sepa el mío, ni que soy de la KRS».

—¡Bugh! —exclamó Drasik al recibir el placaje del otro, por haber bajado la guardia de tanto quedarse pensando.

Aplastado por él contra el suelo, Drasik intentó aprovechar ese instante para quitarle las gafas de sol de la cara, pero se dio cuenta de que él también quiso aprovechar ese momento para quitarle la pistola de la mano. Empezaron a forcejear, rodando por el suelo.

—¡No me jodas, niñato! —protestó el otro—. ¿¡Incluso en esta situación te pones a intentar robarme las gafas!?

—Usas una marca muy cara y muy cool —contestó Drasik, haciendo fuerza contra sus brazos—. Y eres demasiado feo para lucirlas… ¡Hazles un favor a todas las mujeres de este país y cédemelas a mí!

—¿¡Así que todo aquel alboroto en la tienda de ropa era para robar accesorios de moda para ligar con chicas!? ¡Te juro que los delincuentes juveniles de hoy en día me ponéis enfermo!

—¡Es una maldición con la que sólo los hombres guapos tenemos que cargar! ¡No podemos ponernos cualquier baratija! —dramatizó Drasik—. ¡Tú no lo entenderías, eres afortunado!

—¿Pero qué coño está pasando…? —murmuró el otro con sorpresa, sin entender por qué le estaba costando tanto contrarrestar la fuerza de alguien a quien él creía un simple delincuente humano—. Esto no es normal… ¡Tú no eres…! ¡Ugh!

Drasik por fin se lo quitó de encima, dándole una patada en el estómago tan fuerte que el otro salió despedido a varios metros de distancia hasta chocar con uno de los pilares de hormigón de la estructura del nuevo edificio, y cayó al suelo, levantando una nube de polvo. Drasik se puso en pie y en guardia. Su oponente no tardó en reponerse, ileso, pero se quedó muy quieto mirándolo, con una cara muy inexpresiva.

—Qué —le espetó Drasik.

De repente, el otro se giró y echó a andar sin más, marchándose.

—¡Oye! ¿¡Pero a dónde vas!? —se ofendió Drasik, y dio un gran salto, aterrizando delante de él, a una distancia prudente.

—A dejar de perder mi tiempo. Aparta.

—¡Soy un sucio criminal! ¡No puedes dejarme plantado!

—Oye, mira… —le dijo el otro, con gestos tajantes—. Lamento mucho la falta de ácido fólico que tenía tu madre antes de parirte o el golpetazo en la cabeza que te diste de niño mientras te metías crayones por la nariz, pero esta bromita se pasa de estúpida.

—¡Eh! Se supone que aterrorizar a humanos inocentes no es ninguna broma. Incluso si es con balas de fogueo.

—Claramente, debes de ser un iris enfermo de majin en mitad de uno de sus brotes buscando pelea por diversión —farfulló el hombre—. Pero eso ya es problema de tu Líder o de Alvion. Yo me largo.

Obviamente, el iris de la MRS ignoraba el verdadero plan de su adversario y solamente estaba especulando el motivo por el que un iris desconocido lo estaba atacando, pero, aunque no debería en absoluto, Drasik se tomó su comentario de forma demasiado personal. Una rabia inesperada brotó de la nada y le nubló la mente durante unos pocos segundos. Por eso, el muchacho agarró la pesada máquina mezcladora de cemento que tenía al lado con una mano y se la lanzó.

—¡Yo no estoy enfermo de nada! —le espetó.

El otro hombre derribó la mezcladora de 120 kilos a un lado con un simple manotazo y se mostró indiferente.

—A lo mejor te viene bien que alguien te baje los humos —dijo mientras se arremangaba los brazos.

Sin embargo, justo cuando dio el primer paso para encararse con Drasik, dio un resbalón y se cayó de culo, soltando un gemido dolorido, pues no cayó sobre un terreno arenoso, sino sobre una dura y fría placa de hielo. Antes, en algún momento mientras hablaban, Drasik había estado dirigiendo agua bajo los pies de su adversario sin que se diera cuenta, formando un charco que después congeló.

En la caída, al hombre se le cayeron las gafas de sol, y cuando se incorporó y miró perplejo a Drasik, se pudo al fin vislumbrar la luz de color azul oscuro que emitía su ojo izquierdo.

—¡Ajá! ¡Eres un Hosha! —celebró Drasik, orgulloso de su pequeña jugarreta, pero luego, pensándolo bien, se le fue borrando la sonrisa, sobre todo al ver la cara furiosa que se le estaba poniendo al otro—. Mierda, eres un Hosha…

El hombre apretó los puños con fuerza y se le iluminaron de un rojo incandescente. Drasik le lanzó una barra de acero que encontró por el suelo, pero la barra se derritió en un segundo a medio metro antes de alcanzarlo. Esto al menos le sirvió al chico para saber que la distancia de seguridad para que su adversario no lo calcinase estaba en el medio metro. Tocarlo en ese estado era impensable. Por eso, Drasik se puso a huir despavorido de él, saltando hacia el edificio en construcción, que todavía era un esqueleto de pilares, columnas y vigas.

Drasik contaba con una agilidad sublime, pero el otro contaba con más velocidad. Se movían entre las estructuras de metal y hormigón a toda velocidad, hasta que volvieron a aterrizar en el suelo y Drasik se escondió detrás de una apisonadora entre varios montones de arena y grava.

—¡Criajo! —oyó que el otro lo llamaba unos metros más allá—. Alguien te está mandando mensajes sin parar preguntando dónde te has metido.

—O… ¡Oye! —se enfadó Drasik—. ¡No interceptes mis mensajes, cabrón, eso es privado!

Esa era una de las razones por las que usar móviles u otros aparatos como las radios para comunicarse cuando se estaba teniendo un enfrentamiento contra otra RS era desaconsejable. Los Hosha, que dominaban las energías radiantes, podían percibir las señales electromagnéticas o de radio que fluían por su entorno. En una ciudad, la cantidad de estas señales era abismal y continua. Los Hosha de nivel bajo no podían percibir una en concreto sin marearse. Pero este de aquí era uno de nivel medio, y estaba más acostumbrado.

A los pocos segundos de eso, Nakuru, que acababa de posarse en lo alto de una viga del edificio en construcción, por fin encontró a Drasik allá abajo, escondido tras la apisonadora, y al otro miembro de la MRS merodeando cerca. «Mierda… ¡Lo sabía!» resopló la chica con fastidio. «Ha terminado en medio de una pelea, ¡como siempre!».

—Con suerte, será alguien de tu RS que te venga a recoger y a darte un escarmiento por la cagada de tu majin —siguió el Hosha picando al muchacho.

Oír aquello volvió a molestar a Drasik sobremanera. Rabioso, enganchó las manos en la base de la apisonadora, con intención de levantarla, pero los Sui como él no alcanzaban a tener tanta fuerza como para levantar diez toneladas, como mucho solamente tres.

—¡Te he dicho… —hizo más fuerza, y terminó, al menos, volcando la pesada máquina—… que no estoy enfermo!

El otro apareció subido sobre el enorme vehículo volcado, mirándolo desde ahí arriba con una sonrisa condescendiente.

—Tranquilo, chaval. No eres el único aquí con esa carga. La diferencia es que, o bien yo lo disimulo mejor, o bien tú tienes más grados que yo.

El Hosha saltó hacia él más rápido de lo que Drasik pudo reaccionar, pero en medio del salto recibió el impacto repentino de un torbellino de arena, que lo empujó lejos de Drasik. Este miró sorprendido por todas partes, hasta encontrar allá en la cima del edificio la silueta negra de Nakuru, con el brillo de la luz naranja de su ojo.

—¡Muy buena, Suna-chan! —le dijo felizmente, pero desde ahí podía oír los dientes de su amiga rechinando—. Uy, ya está cabreada conmigo…

Con el poder de su iris, Nakuru removió las arenas del terreno y enterró a su adversario hasta la barbilla, volviendo a endurecer la tierra a su alrededor para aprisionarlo e inmovilizarlo.

—Mier… da… —gruñó el Hosha, haciendo esfuerzos por salir del suelo.

No podía hacer nada, porque no tenía la fuerza suficiente para contrarrestar la presión de la tierra. Lo único que podía hacer era usar su energía radiante para calentar la arena lo suficiente para convertirla en vidrio líquido, del cual le sería más fácil salir –aunque acabaría con la ropa chamuscada y él desnudo–. Pero para eso necesitaría bastante tiempo.

Mientras Drasik se reía de él, a Nakuru le mosqueaba algo. «No me cuadra que ese miembro de la MRS estuviera solo» pensó. «Si la mitad de la MRS está esperando a acorralar a Kyo en su regreso, o lo hacen en grupo o en parejas. Antes de que Drasik armara el escándalo, ese tipo debía de estar al menos con uno de sus…».

—¿De qué va esto? —una voz femenina a sus espaldas la sobresaltó.

Nakuru se giró de golpe, y en esa oscuridad vio la silueta negra de una mujer, vestida de negro y con la capucha de su chaqueta ocultando su cara. No se veía ninguna luz en ella. Igual que estaba haciendo Nakuru, la otra estaba manteniendo su ojo izquierdo guiñado para no revelar su luz y con ella su elemento así de primeras.

—¿Con qué propósito nos estáis atacando, mocosos? —preguntó la mujer—. ¿De qué RS sois?

Nakuru procuró no decir ni una palabra. Cuantos menos detalles diera de sí misma, mejor. Pero lo tenía crudo, porque estaba de cuclillas justo en el extremo de la viga, y la otra iris estaba agachada también de cuclillas en la mitad, impidiéndole el paso para huir por el edificio, por lo que Nakuru estaba en el borde del precipicio. Tenía que actuar rápido, porque estaba percibiendo claramente que esa mujer estaba preparada para atacarla.

Las dos se quedaron muy quietas, en tensión. Después de unos segundos, Nakuru hizo su intento de esquivarla saltando por encima de ella, pero la otra fue extremadamente veloz y le lanzó un rayo con su puño que sonó como un trueno. Nakuru recibió el impacto, aunque se protegió con el brazo en el último momento, y cayó del edificio 60 metros hasta el suelo, creando un pequeño cráter.

—Ay… —musitó.

—¡Suna! —gritó Drasik con horror, corriendo hasta ella, pensando que se había matado, y se arrodilló a su lado—. ¡Dios mío! ¡Dime algo! ¿¡Estás bien!?

—Sí, joder, no grites tanto —protestó ella, y se incorporó con un poco de dificultad, con el brazo derecho encogido contra su pecho—. Parece que hemos encontrado al Hosha y a la Den de la MRS.

—¿Qué te pasa en el brazo? —señaló Drasik, observando con sorpresa que bajo la manga de su chaqueta, la mano reflejaba un poco la luz lejana de los focos, como si estuviera muy pulida.

—He frenado el rayo con mi brazo, pero como consecuencia parte de él se me ha convertido en vidrio. No te preocupes, volverá a la normalidad en unos minutos, pero mientras tanto no puedo mover el brazo y sobre todo no puedo dejar que se me parta.

Una ventaja con la que corrían los Suna, es que, al igual que la arena o la piedra, eran personas literalmente duras y resistentes, tanto como para sobrevivir grandes colisiones, golpes o caídas de mucha altura. Además, eran inmunes a la electricidad, si bien podían sufrir las consecuencias de sus impactos.

—No temas, yo te protegeré, Suna-chan —le dijo Drasik, ayudándola a ponerse en pie.

—¡Eres tú quien nos ha metido en este lío! —gruñó ella.

—¡Pero fíjate! ¡Ya hemos descubierto dos elementos, y sólo ha pasado media hora! —sonrió él.

Nakuru abrió la boca para replicar de nuevo, pero de pronto les cayó un estruendoso rayo a un metro de sus espaldas, haciéndoles saltar por los aires.

—¡Uaah…!

La otra iris aterrizó ahí mismo, generando descargas amenazantes por todo su cuerpo. Como ya había revelado su elemento, no había necesidad de seguir guiñando su ojo, por lo que dejó ver su luz amarilla bajo la sombra de la capucha.

—Si esto es un desafío de poder, he de avisaros que me gusta darlo todo —sonrió, dejando claras sus intenciones de freírlos a rayos hasta dejarlos fuera de juego.

—¡Denjin-san! ¡Sácame de aquí, joder! —le dijo su compañero Hosha, todavía enterrado en el suelo un poco más allá.

—Tú sigue descansando ahí. Yo me encargo de estos dos críos.

—¡Ja! —carcajeó Drasik, y se puso en postura de ataque—. Ven cuando quieras, mina, tengo manoplas de sobra para reparti-… ¡uay!

Nakuru lo había agarrado del cuello de su sudadera y lo obligó a echar a correr y huir del lugar a toda mecha.

—¡Jooo, Nak! —berreó como un niño pequeño, corriendo junto a ella por las calles de la ciudad.

—¿¡Por qué te cuesta tanto entender que “descubrir sus elementos sin llegar al enfrentamiento” significa “descubrir sus elementos sin llegar al enfrentamiento”!?

—¡Porque las órdenes de Raijin me dan urticaria!

—¡Madre mía, Drasik! ¡Cada vez te pareces más a Fuujin a niveles alarmantes!

—¡Oh! —la miró sorprendido, y se le formó una cara enormemente conmovida y halagada—. Ay, gracias.

—¡No era un halago!

Al mirar atrás, sin dejar de correr, vieron a la mujer de la MRS persiguiéndolos de cerca, y, de hecho, no parecía estar esforzándose mucho. Más bien, parecía disfrutar.

—Oh, no… está jugando con nosotros —se temió Drasik.

—¿A qué te refieres?

—¿No lo oíste? Ese Hosha, su compañero, hace un momento la llamó Denjin-san. Así que no es una Den-chan. Si esa tipa es una Denjin-san, significa que puede moverse casi a la velocidad de la luz y alcanzarnos literalmente en medio segundo… Pero no lo hace.

—Mierda, nos va a joder en cuanto le apetezca —masculló la chica con fastidio—. En cualquier caso, no podemos estar así, llamando la atención de la gente de la calle. Vayamos por encima de los edificios.

Ambos se metieron enseguida por un callejón vacío, para saltar desde ahí hasta lo alto de los edificios sin ser vistos. Sin embargo, nada más llegar a la azotea, la Den de la MRS apareció de repente delante de ellos, cortándoles el paso. Lo primero que hizo Drasik fue poner a Nakuru detrás de él, sabiendo que tenía el brazo en un estado delicado, y le hizo frente a la otra, la cual se reía con burla.


* * * *


Cleven entró en su habitación del hotel y se dejó caer sobre la cama, dando un bostezo de aburrimiento. No sabía qué hacer. Mañana no había clase y la noche aún era joven. Echó un vistazo a su móvil. Ya había acumulado 33 llamadas de su padre desde ayer hasta hoy. Hace unas horas había dejado de insistir. «Qué raro» pensó Cleven, «Conociendo a papá, todavía me seguiría llamando al móvil por lo menos dos veces cada hora. Se habrá cansado. Pero mejor que papá no me llame más, que no voy a responder».

Ladeó la cabeza y observó durante un rato el teléfono de la mesilla de noche. Justo al lado estaba la guía abierta en la página donde estaba el supuesto número de su tío. Dio un suspiro y cogió el teléfono para volver a llamar. Tras unos segundos, oyó de nuevo la voz del contestador, y colgó. «Pero bueno, ¿es que este hombre nunca está en casa?» se preguntó molesta. «¿Será que trabaja a estas horas? A este paso no daré con él en la vida. ¿Y no podría haber alguien más en su casa para coger el teléfono? Hmm... ¿Vivirá solo, pues?».

 Estuvo un rato dándole vueltas a esas hipótesis, hasta que se cansó y decidió volver a salir para dar una vuelta. «De todas formas, voy a ir mañana a la dirección que conseguí en el instituto. Con suerte, podré verlo en persona».

Tras media hora caminando por las calles en mitad de la noche y de la gente, optó por llamar a Nakuru, ya que Raven ya debía de estar volando a San Francisco. Se detuvo a sentarse en un banco a la luz de una farola y sacó el móvil. Llamó a su amiga, pero no obtuvo respuesta. Se quedó varios minutos esperando, distrayéndose con las cosas de la calle. Volvió a llamarla. No contestaba. Le escribió un mensaje. Esperó otros quince minutos.

Cleven acabó por guardar el móvil y desistir. «Jo, pero ¿qué estará haciendo Nakuru?» pensó. «No creo que esté tan ocupada como para no responder». Se levantó del banco y siguió caminando durante un rato. Llegó a una de las zonas de la ciudad donde había más ocio nocturno, bastante lejos de su hotel. Veía a la gente entrando y saliendo de los locales y de los pubs, y sintió una envidia tremenda. Deseó ser mayor de edad para poder entrar en algún sitio de esos, pero hasta los 20 le quedaban cuatro años.

Siguió caminando por la acera. La calle en la que estaba era muy larga, y toda llena de locales y discotecas. Se oían mezclas de música provenientes de los distintos lugares además de las voces que emitían los paseantes en pandilla. Cleven nunca se había sentido tan sola.

Echó un último vistazo en derredor y, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo, optó por dar media vuelta y...

—¡Hey! —exclamó de pronto, entornando los ojos hacia lo lejos—. ¡Son ellos!

Vio un poco más allá, entre la gente que caminaba por la calle, a Yako y a Raijin. Estaban en la puerta de un local que, por la pinta de su gran cartel de neón, debía de ser enorme, lujoso y muy popular, ya que había mucha gente entrando allí. Yako y Raijin, a la puerta de este sitio, estaban hablando con el guardia de seguridad, que era un hombre el doble de grande que una persona normal, musculoso y calvo, con unas gafas de sol puestas y aire poco amistoso.

 «¿Por qué llevarán gafas de sol si es de noche?» pensó la joven, pero sacudió la cabeza para volver al tema importante. «¿Qué hacen allí esos dos?». Se acercó más a ellos con cautela, escondiéndose tras el tronco de un árbol de la acera y se quedó observando, ya que a esa distancia y con el barullo que había no podía oírlos bien. «Parecen tener problemas». Por si acaso, ya que tenía el móvil a mano, comenzó a grabarlos en vídeo.

—Venga, señor, déjelo entrar —le pedía simpáticamente Yako al guardia.

—He dicho que no —terció el hombre severamente, mientras desenganchaba un momento la cadena de la puerta para dejar pasar dentro del local a una pareja—. Tú sí puedes entrar, pero tu amigo no —miró a Raijin con autoridad—. Es menor de edad. Algunos locales se reservan el derecho de prolongar la edad mínima para beber alcohol a partir de los 21 años. ¿Sabes cuántos jóvenes vienen a estos locales recién cumplidos los 20 como si de repente tuvieran libertad para excederse y desmadrarse y mostrar un comportamiento absolutamente inaceptable?

—Mi amigo cumple 21 dentro de tres meses nada más —insistía Yako, y agarró a Raijin de los hombros y juntó su cara con la de él para dar pena, mirando con ojos suplicantes al guardia—. Ni siquiera vamos a consumir alcohol…

—¿¡Y para qué venís a este local entonces!? —se impacientó el guardia.

—Para… —Yako cuidó las palabras—… ¿beber refrescos?

Yob tvoyu mat’, Yako, ¡que nos dejas sin misión! —le reprimió Raijin a su amigo en voz baja.

—¡Sabes lo que me cuesta mentir!

El guardia los estaba mirando con una mueca claramente desaprobatoria, pensando que tenía a dos niños ingenuos delante.

—Largaos… de… aquí.

Yako dio un suspiro, rindiéndose, y miró a su amigo para ver qué hacían ahora. Raijin no le había quitado la vista de encima al guardia, analizándolo como él bien sabía hacer, hasta que cerró los ojos y también suspiró.

—Adiós a las deportivas nuevas que quería comprarme... —farfulló, sacando de su bolsillo la billetera y le tendió al guardia un taquito de billetes de yenes.

El guardia los miró con aire indiferente, pero no engañaba a nadie, porque a los pocos segundos miró a un lado y a otro con disimulo, cogió el dinero en un abrir y cerrar de ojos y se lo guardó bien guardado. Acto seguido, desenganchó la cadena y les indicó que pasaran.

—Qué faena —le sonrió Yako a su amigo cuando entraron—. ¿Ese era tu sueldo?

—Tendré que hacer horas extra en el almacén —contestó amargamente.

Cleven entendió lo que había pasado a la perfección. «Qué bien se maneja Míster Universo. ¿Tantas ganas tiene de ir a bailar a la disco?» se dijo, negando con la cabeza con una sonrisa, «Ay, Cleven, no seas tonta. Si Raijin baila, tú construyes naves espaciales». Lo había decidido, ella también iba a entrar ahí. Anduvo hasta donde estaba el guardia, y mientras este dejaba pasar a otro grupo de personas, leyó el nombre del local escrito sobre el portón con letras luminosas.

—Gesshoku —murmuró.

Cuando vio que el guardia estaba solo de nuevo, dibujó una sonrisa inocente en su cara y se plantó frente a él. Él se la quedó mirando con una ceja levantada, sin borrar su expresión ruda.

—¿Qué quieres? —le preguntó con recelo—. ¿No deberías estar ya en la cama?

—Quiero entrar.

—¡Jojo! —carcajeó lo más sarcástico que pudo—. No lo creo.

—Pero al rubio lo has dejado pasar. Y no cumple la edad legal para este local.

—¿Has estado espiando? —se sorprendió.

—Si a él lo has dejado pasar, a mí también, ¿no?

—Lárgate de aquí, criaja.

—Aay... —suspiró la joven, se puso a ver el vídeo que había grabado con su móvil, poniéndose intencionadamente cerca del guardia para que él también viera bien la pantalla—. Bueno, pues nada, iré a ver si encuentro alguna comisaría de policía por aquí...

Cuando dio el primer paso para marcharse, el guardia ya la había cogido del hombro.

—Ni se te ocurra —dijo entre dientes, empezando a ponerse nervioso.

—¿Por qué no? Tengo derecho a no guardar silencio —sonrió ella angelicalmente.

El tipo le lanzó una mirada furtiva, sin soltarla del hombro, mordiéndose el labio. Cleven esperó a que se lo pensase bien.

—Borra ese vídeo y te dejo pasar.

—Este vídeo es mi garantía de entrar —objetó ella—. Si lo borro, ya no tendré nada para que me dejes pasar.

—¡Vale! Te dejo pasar —gruñó el guardia—. Pero estarás media hora.

—Una hora.

—Y cuando salgas, borras el vídeo delante de mí.

—No enseñar el vídeo a nadie a cambio de entrar. Borrar el vídeo cuando salga de aquí a cambio de algo más —le sonrió ella, tendiéndole la mano.

—¿Qué quieres?

—Tal vez unos cuantos papeles me sellen la boca…

—¿¡Estás loca!? ¿¡Pretendes que encima te pague!?

—¿Cuánto vale que conserves tu trabajo?

El hombre soltó otro gruñido y se le hinchó una larga vena desde el cuello hasta su frente. Le dio a Cleven un par de billetes. Ella los cogió, los miró pensativa y volvió la vista a él.

—Con esto mis manos no tienen ni para desbloquear mi pantalla.

Con otro gruñido más fiero, le dio unos cuantos billetes más. Cleven permaneció con la mano tendida otro rato, y el guardia acabó sacando todo el dinero que había conseguido con el soborno de Raijin.

—¡Ya está, no tengo más! —exclamó rabioso, desenganchando de nuevo la cadena—. Te juro que como crees problemas ahí dentro, te pases de la hora o dejes que te descubran, mi nuevo trabajo será perseguirte hasta robarte todo tu dinero. ¡Y ahora desaparece de mi vista!

Cleven soltó una risotada de triunfo y se adentró en el local. Lo primero que hizo fue buscar a Raijin con la mirada. Se fue adentrando entre la masa de gente, luces, música y ruido. No se le volvería a escapar.


* * * *


—¿Freíros o… un paro cardiaco? Os doy a elegir —les dijo la mujer de la MRS.

—¿No sería una cosa consecuencia de la otra? —preguntó Drasik inocentemente, y Nakuru le dio un golpe en el brazo—. Ay.

En un último intento, ambos saltaron de la azotea, de regreso al callejón. Sin embargo, antes de poder llegar a la salida, la otra iris apareció delante en un parpadeo. Los dos se mantuvieron quietos, sin saber qué hacer, sin poder escapar por ningún lado. Fueran por donde fuesen, ella acabaría por alcanzarlos otra vez. Su elemento era por norma más letal y veloz que el de ellos. A decir verdad, una ciudad era el terreno idóneo para los iris Suna, del tipo que era Nakuru; había arena, piedra, cemento y cristal por doquier, Nakuru podría derrumbar todos los edificios de la ciudad con un movimiento de sus manos sobre su oponente. Sin embargo, su oponente corría con la ventaja de ser un iris Den de nivel medio, el cual, aparte de poder moverse a la velocidad de la luz, la potencia de sus rayos podía hacer añicos la roca más grande.

Drasik, por su parte, podía tener la capacidad de desviar las descargas eléctricas porque su agua era una perfecta conductora, pero demasiada carga podía evaporarla. El cuerpo de cada iris funcionaba igual que su elemento, por eso una descarga eléctrica podía hacer más daño al cuerpo de Drasik que al de Nakuru. El fuego temía al agua y el agua temía al fuego; el viento avivaba al fuego, la arena anulaba a la electricidad, el agua ahogaba al viento, etcétera. Los iris, como personas, sentían o se comportaban como su elemento de una manera determinada frente a otros.

Pese a todo, Nakuru y Drasik tenían la orden de no entrar en un enfrentamiento, su misión era averiguar la localización de cada elemento de los enemigos y marcharse. A lo sumo no les quedaba otra que defenderse, pero como se ha dicho, contra una Den de nivel medio lo tenían imposible.

—Se terminó el tiempo, me habéis hartado —gruñó la mujer, alzando las manos sobre su cabeza.

«Ya está, se acabó» pensó Nakuru, viéndolo todo perdido cuando la otra comenzó a remover los electrones del aire, generando pequeñas cargas eléctricas cada vez más intensas, con su ojo izquierdo brillando de aquella luz amarilla en mitad de la oscuridad del callejón.

—¡Morded el polvo!

Nakuru cerró los ojos al ver lo que se les venía encima. Sintió que su mente se quedaba en blanco por un instante, pero después sintió, para su asombro, cómo Drasik la abrazó para protegerla, tan fuerte que le cortaba la respiración. Seguidamente, se oyó un estruendo que los hizo retumbar, pero ninguno recibió el ataque que esperaban. No obstante, permanecieron con los ojos cerrados fuertemente, abrazados, paralizados. Ambos notaron la onda expansiva que causó una explosión que casi los tiró al suelo; después, una ráfaga de viento ardiente y, por último, humo, mucho humo metiéndose en sus pulmones.

Entreabrieron los ojos para ver qué había pasado, tosiendo, pero se vieron obligados a volver a cerrarlos por culpa de la humareda. Drasik guio a ciegas a su compañera hacia alguna vía de escape, sabiendo que tarde o temprano caerían ahogados. Pero debido a las prisas, tuvo que arrastrarla a empujones, ya que ella parecía haber recibido un mayor impacto en los tímpanos y estaba aturdida.

Inesperadamente, alguien agarró el cuello de la chaqueta de Drasik y lo empujó rápidamente fuera de la humareda, llevando a Nakuru consigo. La mano que sujetaba a Drasik lo apartó de sopetón de la muchacha una vez fuera de la humareda, y lo lanzó a un lado.

—¡Uagh! —exclamó Drasik al impactar contra la calzada, derrapando el trasero hasta chocar con un coche, y ahí se quedó—. ¿¡Pero qué...!?

Al levantar la mirada, se quedó perplejo ante la repentina y oportuna aparición del viejo Lao, el cual tenía a Nakuru sujeta en brazos, medio inconsciente.

—¿¡Kajin-san!? —chilló Drasik con voz afónica, y tosió varias veces mientras se ponía en pie con dificultad, apoyándose contra el capó del coche—. ¡Cogf, cuagf, agh...! ¿¡Pero... qué... cogf... haces tú aquí!?

—Pasaba por aquí... y os he visto un poco en apuros.

—Un poco —farfulló Drasik, recuperando el aliento, y le clavó la mirada—. ¡No tenías por qué haberme lanzado contra el suelo, Kajin-san!

—¡Lo he hecho para espabilarte, estabas zarandeando a tu compañera! —le espetó el viejo seriamente—. Creía que el Líder te dejó bien claro que no perdieras el control de ti mismo. ¡Compórtate como un iris, dueño de tus emociones!

—¡Estaba perfectamente! —replicó—. ¡Estaba protegiendo a Nak y sacándonos a ambos de la humareda, no estaba peleándome con nadie, así que no estaba perdiendo el...!

Se calló al ver que Nakuru volvía en sí y abría los ojos, algo mareada. Lo primero que vio la chica fueron unos viejos ojos negros mirándola con una sonrisa tranquila, y un rostro familiar con barba corta y pelo blanco.

—Buenos días, jovencita —le dijo Lao con voz cantarina.

—Madre mía, Lao… —agonizó Nakuru, tosiendo un poco mientras él la dejaba de nuevo con los pies en el suelo—. No podías haber moderado un poco las explosiones…

—Discúlpame, querida, tenías un relámpago yendo directo a tu espalda, me temo que el estruendo te ha tocado de cerca. ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy bien —Nakuru se miró su brazo derecho y lo movió un poco con cuidado. Ya no lo tenía cristalizado, volvía a ser de carne y hueso—. Menos mal que has aparecido. ¿Dónde está esa loca? —gruñó, mirando a su alrededor.

El viejo Lao giró la cabeza hacia atrás, dándole una tranquila calada a su cigarrillo para ver a aquella mujer tendida en el suelo, inconsciente y con sus ropas medio chamuscadas, mientras se despejaba la humareda por completo. Nakuru y Drasik se quedaron perplejos.

—Kajin-san, te has pasado un poco —comentó el chico.

—¿Bromeas? Esa es Paola, la única mujer de la MRS, porque congeniaba a la perfección con la rudeza de sus otros miembros. A esa le encanta el hardcore, no sé si me entiendes. En fin. Decidme, ¿cómo va el caso? —preguntó entonces con una cara preocupada.

—Tranquilo, Lao, seguimos en ello —contestó Nakuru, sabiendo a lo que se refería—. Pronto zanjaremos esto y Kyo volverá sano y salvo, puedes confiar en nosotros.

—Claro, como ahora —dijo con ironía.

—No volverá a pasar —dijo Drasik, cerrando el puño muy convencido—. Por cierto, la próxima vez que vayas a descargar una oleada de fuego, ¡avísame! Sabes que el fuego es letal para mí. Y este calor me achicharra —se puso a abanicarse con la mano, ya que el ambiente se había vuelto caluroso con el ataque de Lao.

—Pfff, blandengue —se burló Lao.

—Ah, ¿sí? —Drasik infló los mofletes, indicando que iba a escupirle un chorro de agua.

—¡No! ¡Vale! —saltó Lao con miedo, alzando las manos—. No me mojes, que me duele.

Drasik desinfló los mofletes, y se fue refunfuñando hacia un cúmulo de nieve amontonado unos metros más allá para zambullirse en él y recuperar el frío natural de su cuerpo. Los iris Sui como él, en contraposición a los iris Ka como Lao, necesitaban el frío. Por eso, cuando estaban en invierno como ahora y a menos 5 grados y todo el mundo iba abrigado hasta las cejas, Drasik bien podía ir en manga corta.

—En fin, Lao, ¿qué haces por aquí? —quiso saber Nakuru—. Además, creía que habías dejado de fumar.

—Querida —carcajeó el viejo, pasando de largo y marchándose calle arriba—, lo he dejado sesenta veces.

—¿A dónde vas? —preguntó Drasik, que seguía retozando en la gélida nieve como un gato en una cálida alfombra.

—Hasta otra, chicos —se despidió el viejo, alzando una mano, y se perdió de vista.

Ambos notaron un matiz amargo en su voz, y se había ido con un aire alicaído. Les sorprendió, porque esa actitud no era propia de Lao.

—¿Seguirá preocupado por Kyo? —dijo Nakuru.

—Claro que está preocupado por él —contestó su amigo, volviendo con ella con la ropa empapada y escarchada—. Pero ya sabe que lo traeremos de vuelta, que esta misión es fácil. Así que debe de estar preocupado por algo más. O alguien más.

—¿Cómo lo sabes?

—Lao sólo fuma cuando algo le anda preocupando demasiado, cuando algo no va nada, nada bien —le explicó Drasik—. Me parece que está buscando a alguien y no es Kyo.

—Bueno, sea lo que sea, es un asunto que parece querer mantener en privado —suspiró—. Me voy a casa, Drasik, continuamos mañana. Ya tenemos dos elementos localizados, mañana haremos la última búsqueda e informamos a Raijin. Estoy agotada.

—¡Eh! ¿Y qué hacemos con esa? —preguntó, señalando a la mujer tendida en el suelo de la calzada—. ¿La dejamos ahí hecha una barbacoa?

—Ya la vendrán a recoger.

Al final de la calle, una alta figura aguardaba entre las sombras, apoyada de brazos cruzados tras una columna de un portal. Desde ahí, si bien no había podido alcanzar a oír su conversación, lo había contemplado todo. Observó con ojos suspicaces cómo los dos jóvenes encapuchados de allá se marchaban calle arriba. Era un hombre joven, de pelo castaño y corto, bien afeitado y ojos azules y afilados. Vestía ahora con traje y corbata porque no estaba de servicio, pero el resto del día llevaba el uniforme propio del jefe de la Policía Nacional. El compañero que tenía al lado sí llevaba el uniforme de policía y tenía un aire más endeble e inseguro, típico de un novato.

—Señor, ¿esos eran...? —preguntó con un ligero tartamudeo, pues era la primera vez que veía algo así.

—Los monstruos que viven entre los humanos —terminó la frase con desdén—. Iris.

—¿Qué va a hacer, señor? Con lo que acaba de ocurrir allá.

El hombre de ojos afilados lo miró detenidamente.

—No eres el primero al que traigo a ver una escena de estas, agente. Desde hace meses llevo a novatos como tú a presenciar este secreto que a veces se deja ver por nuestra ciudad. Descarto a los policías veteranos porque ya son leales a mi padre, pero vosotros los nuevos ahora estáis bajo mi ala. Estoy reuniendo a un grupo de agentes leales para mostraros el secreto de la existencia de los iris y trabajéis conmigo en un futuro próximo.

—Mis compañeros ya me dijeron algo al respecto. Es un honor que haya confiado en mí también. No podía creer los rumores hasta que usted me ha mostrado esto ahora. ¿Qué sabe usted de ellos?

—Llevo años investigándolos —le explicó—. Pero nunca he podido escudriñar a fondo los sucesos provocados por ellos, por culpa de mi padre, que siempre me ha querido mantener lejos de este caso —masculló, mientras daba media vuelta y se alejaba de la zona.

—Espere, jefe —se sorprendió—. ¿Qué hacemos con esa mujer? Deberíamos llamar a una ambulancia.

—Por mí que se pudra ahí. Sus camaradas no tardarán en llegar para llevársela.

Su subordinado lo siguió por detrás, observándolo con asombro tras detectar el gran desprecio que mostraba su jefe por aquellas personas.

—¿Entonces no tenemos suficiente información sobre ellos, señor? Al menos, a la que podamos acceder, si su padre ha recopilado durante años…

—Él nunca me ha permitido meterme en el caso de los iris y nunca lo hará. Él lleva con La Caza desde los años 70. Formó su propio grupo de caza con otros pocos políticos y policías del mundo, y siempre fue un grupo secreto y cerrado en el que nadie podía entrar así como así. Estuvo décadas intentando descubrir más cosas sobre esos monstruos, intentando cazar a alguno, averiguar la ubicación de su sede, pero jamás logró estas dos cosas. Lo que sí ha logrado es bastante información. Pero hace unos años mi padre dejó este caso en el abandono. Como si se hubiese rendido... —gruñó entre dientes—. Ahora es viejo, débil... Cuando declare su jubilación dentro de unos días, yo me convertiré entonces en el nuevo ministro de Interior. Y todo lo que él empezó, lo terminaré yo.

—¿Está seguro de que le cederá su puesto a usted?

El jefe de policía se detuvo en seco y le lanzó una mirada temible.

—Lo hará —aseveró—. Debe ser así. Mi padre no supo cómo llevar el caso de los iris al éxito, pero yo sé cómo hacerlo. Y por fin tendré el control del Ministerio, de todos los cuerpos policiales del país. Entonces yo moveré los hilos, y cazaré a todos esos monstruos que se hacen llamar iris, uno por uno. Acabaré con ellos, y disolveré todas sus organizaciones. Ya han jugado mucho tiempo con el Gobierno, y dentro de poco seremos nosotros los que movamos ficha —concluyó, y volvió a emprender la marcha a paso rápido, atento a cada movimiento de su alrededor por si veía alguna otra anomalía fuera del orden.

—Perdone mi atrevimiento, pero ¿por qué ese afán de acabar con esa gente? ¿De verdad suponen una amenaza para nosotros los humanos normales? No parece que hagan daño a…

—Debes pensar en ello a largo plazo —le corrigió—. El daño que están haciendo al mundo es sutil. Gradual. Su existencia es una silenciosa invasión, sus actividades son un discreto dominio mundial. Son monstruos, evoluciones antinaturales que han estado alterando el correcto orden del mundo durante años con sus actos y sus poderes. Sobre todo... hay uno que me interesa dar caza más que a los demás. He leído todos los casos de estas organizaciones recopilados por mi padre y su grupo de cazadores, y en la gran mayoría de ellos sale su nombre, más bien, su apodo. Nadie del Gobierno ha conseguido dar con una mísera pista suya jamás. Es un hombre muy ágil, letal e intocable. En los informes he visto que los de su calaña lo califican como el iris más poderoso del mundo.

—¿El cabeza de todas esas organizaciones?

—No. Se sabe que es el Líder de una de ellas, nada más, pero es el más poderoso. Algún día lo atraparé. No obstante, hay algo que me llama la atención desde hace tiempo. En los informes de los últimos siete años, su nombre dejó de aparecer, lo que me hizo pensar que tal vez haya muerto, o que haya dejado esa vida. Pese a eso, descubriré quién es ese hombre al que todos temen y a la vez respetan.

—¿Y… cuál es su nombre, es decir, su apodo?

El hombre se volvió hacia él y le clavó una mirada fría.

—Lo llaman Fuujin. Como el Dios del Viento.

Su compañero se quedó contemplándolo en silencio, sintiendo escalofríos. No sabía si era por el miedo que le infundía la descripción que acababa de escuchar sobre el dueño de ese apodo, o porque su jefe lo pronunciaba como si se tratase de un demonio.

Inesperadamente, se escuchó un extraño ruido. Venía de la radio que el jefe llevaba sujeta al cinturón. Se la acercó a los labios y apretó el botón.

—Aquí Hatori Nonomiya —dijo, y soltó el botón.

Tras otro ruido extraño se oyó la voz de una mujer.

—"Señor Nonomiya, hay un nuevo caso anómalo. Pero este supera a todos los que hemos visto en años. En la calle Zankoku de la zona este de la ciudad... Un... asesinato múltiple en un callejón..."

—¿Quiénes son las víctimas?

—"Eh... lo siento, señor, es imposible saberlo..." —Se oyó otro ruido extraño y unas voces lejanas de los compañeros de la mujer, pero esta prosiguió—. "Sus cuerpos... han sido descuartizados."

—¿Cómo de descuartizados?

—"Pues... parece una carnicería" —dijo con voz temblorosa—. "Señor, esto es horrible. La sangre y los restos llegan como a un perímetro de cuarenta metros. Es como si los hubiesen metido en una trituradora... o explotado con una bomba... Una masacre de películas de terror. Mis compañeros y yo estamos en la escena, esperando a autorizar a los médicos forenses."

—Sí, dejadlos pasar, que recojan pruebas, todas las posibles, y que traten de identificar a las víctimas. ¿Algún testigo?

—"Una señora asegura haber visto al causante, pero su testimonio es un tanto… disparatado."

—No importa lo absurdo que suene. ¿Qué ha dicho la testigo?

—"Estaba tirando la basura en la calle cuando oyó unos gritos en un callejón lejano. Desde la lejanía, desde el otro lado de la calle, asegura que cuando se hizo el silencio, vio, palabras textuales, 'una fiera del inframundo hecha de sombras con una luz blanca en uno de sus ojos'. Supuestamente lo vio salir del callejón y esfumarse volando en dos segundos hacia el cielo."

—¿Has dicho "volando"?

Por un instante, a Hatori se le cortó la respiración. Había llegado. El día. El momento. Justo ahora, cuando estaba hablándole de él a su subordinado. Era la primera y más fiel evidencia de que Fuujin seguía ahí. «No puede ser otro. No puede» pensó el jefe de la Policía, con una intensa emoción recorriéndole las venas, pero procurando mostrarse por fuera tan serio y sosegado como siempre. «Muchos iris tienen la luz blanca del Viento pero sólo uno de ellos ha mostrado la capacidad de volar. Dudo que sea otro iris de ese elemento que haya aprendido también esa capacidad. Una masacre así… tiene que ser obra de Fuujin. Ha vuelto a dar señales de vida después de tantos años… Ha sido él, estoy seguro».

—Decidles a los forenses que cotejen las pruebas de ADN con todas las muestras que haya en el registro de criminales reincidentes. Si resultara que al menos una o dos víctimas coinciden con criminales con antecedentes… —Hatori hizo una pausa, vio que su subordinado lo miraba con expectación—… es probable que el resto de fallecidos también lo fueran. Y que, por tanto, los ha matado un iris. Uno muy especial.

—"Entendido, señor."

—De todas maneras, iré para allá ahora mismo. Quiero ver eso con mis propios ojos.


* * * *


¿Buscando a alguien? Claro que estaba buscando a alguien. En toda la tarde, Lao no había dejado de recibir llamadas al móvil por parte de Hana, diciéndole que no sabía nada de Neuval, que este no volvía a casa, que no respondía a las llamadas... Y por ello, Lao había estado toda la tarde recorriendo la ciudad para buscarlo, pero ni una pista, ni un rastro...

Neuval estaba desaparecido y, por supuesto, Lao no iba a volver a su casa hasta encontrarlo. Estuvo dándole vueltas al asunto, y se temió que hubiese vuelto a ocurrir un nuevo incidente, que se hubiese vuelto a repetir. Realmente se lo temió.





Comentarios