1º LIBRO - Realidad y Ficción
Cleven se dio un buen susto cuando se miró al espejo a la mañana siguiente. Ella tenía naturalmente un pelo muy voluminoso, abundante, con grandes ondulaciones y corto hasta los hombros, y ahora parecía una cara rodeada de un puñado de algas rojas.
Era como si hubiese metido los dedos en el enchufe. No lo entendía. Cierto era que muchas veces soñaba cosas como que corría, saltaba, hacía piruetas… Casi siempre soñaba que iba a una entrega de premios para actores de cine, ya sean los Óscar en Hollywood, los César en París, en todos lados. E iba luchando y corriendo entre una batalla campal de fans armada con pistolas, abriéndose paso y sujetando una libreta y un bolígrafo entre los dientes, hasta que hacía el salto del león cavernario sobre cualquier actor guapo que viese. Se aferraba a él y le amenazaba con las armas para que le firmase el mejor autógrafo con dedicatoria que pudiera imaginar.
Lo que Cleven no sabía es que con estos sueños daba gritos o hablaba mientras dormía, y que su padre se levantaba de su cama, alarmado, corriendo a ver qué estaba pasando. Y cuando descubría que ella simplemente estaba soñando, se quedaba un rato mirándola, perturbado, preguntándose a veces si debería llamar a algún cura. Después, Neuval se volvía a su cuarto, pero ya no podía pegar ojo.
—Hoti, pon mi lista 2 de música —dijo Cleven cuando entró en el cuarto de baño y se puso frente al espejo para lavarse los dientes. Empezó a cepillarse, pero no sonó ninguna música—. Hoti, mi lista 2 de música —repitió, con espuma en la boca, pero tras unos segundos, no hubo respuesta—. ¿Hoti? —tocó varias veces una zona del espejo, a un lado, que tenía otro tipo de superficie digitalizada, pero no ocurrió nada.
Extrañada, Cleven terminó de lavarse los dientes. Mientras se peinaba, se preguntó por qué casi siempre soñaba con esas cosas. No hacía falta que fuese una entrega de premios o un concierto, la mayoría de las veces se encontraba en algún tipo de batalla campal, armada, y mostrando una agilidad que ella se sorprendía de sí misma. Siempre armada, siempre corriendo, siempre hacia un objetivo.
Pese a ser un sueño, normal o estrafalario, a ella le resultaba una escena y una sensación muy familiar. Pero no sabía de qué. En esos sueños sentía que hacía cosas que conocía, cosas que ella sabía hacer en realidad; cosas que alguna vez formaron parte de ella. No lo entendía, porque ella, que supiera, jamás había cogido un arma y, sin embargo, en el sueño sabía manejarlas, incluso clasificarlas, desmontarlas y montarlas.
Justo cuando salió del cuarto de baño al pasillo, se chocó con lo que ella creyó una roca, pero al alzar la vista, cambió de idea al pensar que sus mañanas eran malas. Era su padre, que justo pasaba por el pasillo. Se quedó ahí parado tras chocar con ella, pero su cara era de auténtico zombie. Normalmente, Neuval no era persona hasta que no se tomaba su taza de té con azúcar –aunque, más bien, era su taza de azúcar con té–. Pero ahora mismo lucía de lo más agotado y desorientado, más que nunca en años.
A pesar de sus ojeras y cara de atontamiento, él ya estaba aseado, arreglado e impecable, como siempre, con su cabello castaño claro bien peinado, barba perfilada, traje gris elegante con corbata de seda azul y desprendiendo esa imagen de millonario acomodado.
Cleven lamentó descubrir que al parecer estaban los dos solos. Hoy Hana se había ido más temprano a trabajar y Yenkis también al colegio. Se dio cuenta de que él estaba ahí parado porque estaba esperando a que ella se moviese primero. Ella lo hizo, se fue hacia su cuarto sin decir nada, para ir a coger su mochila. Por su parte, Neuval se dirigió a bajar las escaleras. Una vez más, evitó mirar el conjunto de fotografías que colgaban de la pared junto a las escaleras. En algunas de ellas, aparecía Katya, la madre de Cleven. En otras, aparecía su hermano mayor, Lex. Y otras habían sido descolgadas y habían dejado un hueco vacío, para esconder viejos secretos.
Cuando Cleven bajó y se metió en la cocina para desayunar, nada más cruzar la puerta volvió a chocarse con su padre, que justo iba a salir, con su cara adormilada. Pero llevaba su té en una mano, y con el choque, la taza se le cayó. Sin embargo, en los dos segundos en que Cleven cerró los ojos, tanto la taza como el líquido del té fueron empujados de nuevo hacia arriba por un golpe de viento y la taza regresó intacta a la mano de Neuval con su té dentro.
—¡Ay! —protestó Cleven con susto, apartándose de él—. Qué silencioso eres, caray… —refunfuñó.
Neuval cerró los ojos y dejó salir por la nariz un largo suspiro de paciencia. Esperó a que ella volviera a quitarse del medio y se fue a sentar en la mesa del comedor con su té.
Cleven se dio cuenta de que su padre estaba distinto hoy. No solía estar tan callado, ni ignorarla tanto. Tampoco era como si tuviera un problema con ella. Más bien, era como si estuviera más cansado que nunca, y no tenía ganas ni de abrir la boca, sólo para sorber su té.
—Hoti, mi capuchino —dijo Cleven en la cocina, mientras sacaba unas galletas de un armario. No obstante, una vez más, miró hacia la moderna cafetera tecnológica sobre una de las encimeras, y esta no le hizo ni caso—. Hoti, ¿me preparas mi capuchino habitual, por favor? —probó a preguntarlo más educadamente, mirando hacia el techo, pero la cafetera seguía apagada—. Hoti, dos tostadas —lo intentó de nuevo, pero la moderna tostadora, con su propio dispensador de pan, no hizo nada—. Hoti, peux-tu préparer mon cappuccino? —hizo un último intento, hablando en francés, pensando que quizá había cambiado su configuración a ese idioma.
Cleven ya estaba mosqueada, y refunfuñando más, se puso a prepararse su capuchino y sus tostadas manualmente. Cuando se fue al comedor y se sentó con su desayuno, miró a su padre.
—¿Se puede saber qué le pasa a Hoti? ¿Se ha roto o qué? ¡No me hace ningún caso!
Neuval se tomó su tiempo para dar un calmado sorbo a su taza de té, el cual tenía 13 cucharadas de azúcar y estaba algo pastoso.
—Hoti no te entiende.
—¿Cómo que no me entiende? Le he hablado claramente. En japonés y francés.
—Hoti se ha vuelto angloparlante.
—¿¡Qué dices!? —se horrorizó Cleven—. Papá, ¡no! ¿Le has cambiado el idioma a inglés? ¿¡Por qué!?
—Si quieres los cómodos servicios de mi inteligencia artificial, tendrás que pedírselos en inglés. Así lo practicas. Y dejas de suspender esta materia.
—¿¡Qué!? ¡Pero…! —brincó disgustada, y se restregó las manos por la cara con exasperación—. No es justo, ya hablo dos idiomas perfectamente, ¿por qué tengo que aprender un tercero?
—Tú elegiste el Inglés como materia opcional hace un año, a cambio de la de Matemáticas Avanzadas.
—¡Pero…!
—Si eliges algo, atente a las consecuencias y hazte responsable. No más quejas, o vuelvo a cambiar el idioma.
—¡Pero papá…!
—Hoti —pronunció Neuval—. Krpaya, nepalí bhasa parivartana garnuhos.
—“Bhasa parivartana bha'eko cha” —contestó una voz femenina a su alrededor.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Cleven, confusa.
—Nepalí.
—¿¡Ahora le has cambiado el idioma a nepalí!? —se horrorizó, pero frunció el ceño un momento—. Espera, ¿tú sabes hablar nepalí? —preguntó sorprendida, pero sacudió la cabeza y volvió al tema—. Papá, no seas así, ¡no tengo ni idea de nepalí! ¡No me quites a Hoti!
—¿Quieres que vuelva a ponerla en inglés?
—¡Sí! ¡Digo…! ¡No! Agh… —resopló agotada—. ¿Por qué tienes que ser siempre tan fastidioso?
—Es como si me acabaras de leer la mente —sorbió su té de nuevo con calma.
Cleven se quedó muda ante esa respuesta. Su padre siempre era muy perspicaz hablando. Las discusiones con él eran como desafiar al sol, intentando mirarlo durante más de cinco segundos sin parpadear. O sea, imposible.
—¿Por qué Hoti le ha hecho caso a tu orden en nepalí si estaba configurada para entender órdenes en inglés? —masculló Cleven, poniéndose a comer su desayuno con desgana.
—A mí me obedece siempre. Es la única de mis creaciones que lo hace, al parecer.
—Ah, así que eso es lo que te gustaría, ¿no?, que yo también sea una máquina a tus órdenes.
—Así tendríamos algo en común —replicó Neuval—. Ya que yo soy tu máquina de dinero, de comida, de ropa, de lujos, de viajes… de una vida llena de comodidades.
Cleven se hartó. Se levantó de su silla y fue a llevar su plato a la cocina.
—Es por esto que nunca hablamos de nada —le espetó ella desde la cocina—. En ningún mundo sería posible tener algo en común contigo. Quizá lo único es haber tenido una vida acomodada, porque seguro que tú has vivido rodeado de lujo desde que naciste, todo era fácil y perfecto a tu alrededor.
Neuval estaba de espaldas, en su silla, pero la escuchaba en silencio, mirando a la pared de enfrente con ojos vacíos, desgastados, carentes ya de fuerzas. No podía culpar a Cleven por creer que su vida había sido un camino de rosas, cuando en realidad había sido un infierno.
Era culpa de él mismo por no contarle nada, por ocultárselo todo. Por haberle borrado la memoria.
Normal que Cleven no hubiera tenido más remedio que figurarse por sí misma qué clase de persona era su padre, de dónde venía y qué tipo de vida había llevado, basándose en lo poco que ella podía observar de él. Para Cleven, su padre era un hombre que no tenía hermanos, que quizá tenía padres y que, de ser así, debían de seguir viviendo en París, en la mansión de lujo donde probablemente su padre se había criado. Un hijo único, de una familia adinerada, que se mudó al extranjero para estudiar y para trabajar y para tener éxito, que se casó con una japonesa, que tuvo tres hijos con ella, y que eso era todo para él. Su importantísima y millonaria empresa, y una familia con hijos que debían ser perfectos, ejemplares, disciplinados, controlados.
Cleven se preguntaba por qué su padre nunca había tenido una mínima decencia de hablarles a ella y a sus hermanos sobre sus abuelos paternos. ¿Estaban vivos acaso? ¿De verdad seguirían viviendo en París? ¿Por qué no había contacto alguno con ellos? Nada. Cleven jamás había oído de su padre una sola palabra sobre su familia de origen. O sobre su pasado.
Otra cosa que Cleven había especulado a base de observación es que su padre era un poco miedica. Si iba por la calle y había cerca algún maleante o algún delincuente causando problemas, él se ponía nervioso, se cambiaba de acera, se alejaba. Cleven pensaba que debía de horrorizarle la idea de que alguien le robase su caro reloj, o su billetera, o le hiciera un rasguño a su elegante traje. Y esto le daba una mezcla entre lástima y vergüenza.
Sólo era un triste viudo. Aburrido, amargado, distante… distante como ahora, cuando su hija intentaba decirle algo, hablarle, conectar con él por una vez. Neuval no lo hacía aposta, él era alguien que siempre había tenido oído para todos, siempre. Pero la depresión lo hacía cada vez más difícil.
Ella seguía hablando. Sin dejar de mirar la pared, sin parpadear siquiera, Neuval se bebió su último trago de té casi sin darse cuenta.
—Si esta es tu forma de machacarme por lo que te dije ayer sobre mamá y Hana —apareció Cleven junto a la mesa del comedor, recogiendo su mochila para marcharse—, iba a disculparme por ello. Pero ya no importa.
De repente su padre la miró fijamente. Se levantó de la silla, y Cleven se estremeció un poco. Su mirada era tan severa que el aire del comedor se volvió extrañamente frío. Sus ojos lo hacían más escalofriante aún, pues eran de un gris tan claro que parecían casi blancos.
—No paras de decir cosas desagradables sobre Hana. Una persona que no ha hecho más que ayudarnos. Que lleva tres años intentando acercarse a ti, llevarse bien contigo, y mostrando el más ejemplar de los respetos por tu madre… ¿Y dices que no importa?
Cleven apretó los labios con rabia. No se atrevió a replicarle en ese momento. Pero Neuval tenía que lidiar con el inevitable hecho de que ella había heredado su misma implacable tozudez.
—¿Por qué tú sí puedes hablar mal de mi novio y yo no de Hana? Él no te ha hecho nada, ¡ni lo conoces!
—Haz lo que quieras con ese chico —se hartó Neuval, volviendo a sentarse en la silla y mirando a la pared de enfrente—. Luego no digas que no te lo advertí.
Cleven dio media vuelta, enfadada, y se dirigió a la puerta de la entrada para marcharse. Después de ponerse los zapatos y abrir la puerta, giró la cabeza y miró a su padre una vez más.
—¿Por qué eres así? —le preguntó con voz rabiosa y afligida.
Tras eso, la joven cerró la puerta y se marchó.
Neuval se quedó solo, en la mesa del comedor. Seguía mirando a la pared. No tenía muebles ni cuadros, era una pared vacía. Quizá por eso no podía dejar de mirarla. Era como mirar su propio interior. Tomó un sorbo de su taza, pero recordó que ya se había terminado el té hace un rato. «¿Por qué eres así?» se le repitió esa pregunta en su cabeza. Cleven no le había hecho ninguna pregunta que él no se hubiese dicho a sí mismo millones de veces durante toda su vida. Recordó las últimas palabras que el viejo Lao le dijo anoche.
Todo se estaba volviendo insoportablemente pesado. Lo sentía en los hombros. Una tonelada más al final de cada semana, cada mes, cada año que pasaba.
—Katya…
Pronunció ese nombre en voz alta sin querer. A veces la llamaba por accidente. Lo hacía cuando más perdido se sentía. Pero, una vez más, sólo obtuvo silencio.
* * * *
—... esto ocurrió entre los años 1802 y 1804. Y entonces, el emperador envió a sus tropas como refuerzo para el ejército de Kowloon después de haber recibido la noticia gracias a los mensajeros que colaboraron de Hong Kong —explicaba Denzel, gesticulando con las manos, de pie tras su mesa, y todos los ojos de sus alumnos apuntaban hacia él sin pestañear—. Todo estaba previsto, preparado, los enemigos iban a adentrarse por el noroeste tras sus victorias en los pequeños pueblos a los pies del Himalaya. Llegarían en tres días, y todo el ejército de Kowloon estaba preparado junto con las tropas del emperador.
»Sin embargo, lo que no sabían era que los enemigos habían preparado una trampa, una emboscada repentina. Cuando se estaban encargando de los pueblecitos del Himalaya, habían mandado a la mitad a que se adelantase y llegar al puerto de Shalan, pasando desapercibidos ante los ojos de cualquier espía enemigo. ¿Qué pasó? Pues que todos habían calculado, tras enterarse dos días después de la victoria de los enemigos en el Himalaya, que llegarían a Kowloon en tres días, sin ser conscientes de que varias de sus tropas se habían adelantado para entrar por el noreste en barco y ya estaban ahí, esperando a que llegasen sus compañeros y atacar desde los dos lados, acorralando toda la ciudad sin dejar escapatoria.
—Con esa estrategia seguro que ganaron y arrasaron Kowloon, qué bestias —rio un chico.
—No, qué va —sonrió Denzel, mirándole mientras se recolocaba las gafas de sol sobre la nariz—. Hubo un espía guerrero de las tropas del emperador que no subestimó a esos bárbaros, y se aventuró a aprovechar el último día que quedaba antes de la batalla que se acercaba para echar un vistazo a las fronteras de la ciudad. Pilló a las tropas del noreste tan tranquilos preparándose para la batalla...
—Un momento —interrumpió Raven, confusa, dejando de pintarse las uñas a escondidas—. ¿Cómo pudo ese espía recorrer todas las fronteras de Kowloon en un solo día?
—Mm, creo que eso ya es un misterio —rio el profesor.
—¿Y no le descubrieron? —preguntó otra alumna, incrédula.
—Esta historia me resulta familiar —susurró un chico de ojos azules y pelos de loco a Nakuru, que se sentaba a su lado.
—Ssh... —le mandó callar ella.
—No —contestó Denzel—. Ese espía era muy bueno en su trabajo. Informó a sus aliados a tiempo para que preparasen las tropas hacia el noreste, para sorprender a los enemigos que estaban allí como estos iban a hacer con ellos antes. Los bárbaros perdieron la batalla, a finales del siglo XVIII. Y los altos rangos del ejército aprendieron la lección de la subestimación —concluyó.
—Bueno, ¿y cómo se llamaba ese espía tan espléndido? —quiso saber el chico con pelos de loco que se sentaba junto a Nakuru, interesado, y los demás volvieron la vista hacia el profesor, atentos.
Denzel carraspeó un poco, rascándose la nuca, dubitativo.
—Creo que... No lo recuerdo.
En ese momento sonó el timbre indicando el final de la clase, y Denzel recogió sus cosas aprisa para llegar a tiempo a su siguiente clase. Los alumnos comenzaron a hablar entre ellos de sus cosas, como siempre hacían en los cambios de clase.
—Qué mentiroso es Denzel —rio el chico de los pelos de loco con ganas, dirigiéndose a Nakuru—, vaya morro que tiene.
—¿A qué te refieres, Drasik? —suspiró Nakuru mientras metía su libro en la cajonera.
—¿Que no recuerda el nombre de ese espía guerrero? —dijo este, sonriendo con sarcasmo—. Está clarísimo, te apuesto lo que quieras a que ese espía era él, y no dice el nombre para no delatarse. En el año 1802, Denzel ya estaba viviendo en China. Y lo de recorrer todo Kowloon en un día no es ningún misterio, conociéndole... Hmpf, de verdad, no me acostumbro a ver a Denzel trabajando de profesor de instituto, es como ver a Da Vinci dando clases en una guardería…
—¡Ssh! —saltó Nakuru, nerviosa, clavándole la mirada—. Que te puede oír alguien.
—¡Si está todo el mundo hablando! —rio Drasik.
—Da igual, no hables de eso delante de tanta gente. Acabarás siendo tú el que delate el origen de Denzel —le reprochó—. Al empezar el curso, nos pidió máxima discreción, ya lo sabes.
—Vale, vale, no te pongas así.
Cleven se levantó de su sitio, pasando entre sus compañeros, y se dirigió hacia Nakuru. Drasik, medio tumbado en su silla y cruzado de brazos, inclinó la cabeza al notar la presencia de Cleven al lado y se la quedó mirando analizadoramente, con una sonrisilla pícara.
—Nakuru, quedamos en el recreo en la zona de los bancos —le informó Cleven, mirando de reojo a ese chico que no le quitaba la vista de encima—. Como tienes reunión con los del periódico, nos encontrarás a Raven y a mí allí.
—Vale —asintió Nakuru.
Cleven fue a marcharse, pero al ver que Drasik seguía mirándola, no fue capaz de moverse, la estaba poniendo nerviosa, y le lanzó una chispa que llevaba escrito “¿Qué estás mirando, capullo?”.
—Hola, princesa —le sonrió el chico, vacilón—. ¿Qué haces luego?
—Lanzar dardos, dagas y escupitajos a una diana con tu foto —le soltó con tanto desprecio que las palabras se clavaron en el alma del muchacho, odiaba que la llamaran con ese tipo de apelativos femeninos.
Cleven dio media vuelta y se alejó de ellos, mientras Drasik soltaba un silbido parecido a que se hace al chupar un limón.
—Qué fiera... —sonrió con interés.
—Olvídate, Drasik, tiene novio y no lo iba a dejar por alguien como tú —le espetó Nakuru con paciencia.
—No puedo creer que no me haya fijado en ella en todos estos años —dijo, ignorando a Nakuru con descaro, buscando con la mirada a Cleven de nuevo—. Siempre ha estado en tu clase, ¿no? Qué bien que me hayan puesto este año en la misma que vosotras.
—Sí, genial —asintió Nakuru con sarcasmo.
—¿Es tu mejor amiga? ¿Cómo se llama?
Nakuru se lo pensó tres veces antes de responder.
—Cleventine.
—¿Y su apellido? —se extrañó, esta vez mirando a Nakuru, pero esta se mordió los labios y miró hacia otro lado, no podía contestarle—. Cleventine... —murmuró Drasik, pensativo—. Me suena mucho, ¿no la conoceré de algo?
—¡No! —saltó Nakuru de pronto, nerviosa, sobresaltando a Drasik considerablemente, y consciente de la reacción que había tenido se esforzó por mantenerse en calma—. No... No la conoces de nada.
—Nakuru, ¿qué te pasa? —preguntó frunciendo el ceño—. Parece que me ocultas algo.
—No, no te oculto nada, tío, olvídalo.
Drasik fue a decir algo, pero en ese momento entró el siguiente profesor y mandó orden de inmediato. El muchacho contempló a Nakuru por un momento, confuso y serio, sospechando que realmente esa chica, a la que conocía desde la infancia, le intentaba ocultar algo importante relacionado con la tal Cleventine.
* * * *
Llegó la hora del recreo. En los pasillos se formó tal masa de gente que era difícil no recibir algún empujón. Nakuru, al salir del aula, se fue por otro pasillo para reunirse con sus compañeros del periódico del instituto.
Mientras, Cleven y Raven salieron afuera y se dirigieron a la zona, casi siempre solitaria, de los bancos rodeados de árboles, donde estaba la valla que limitaba el recinto del instituto con el del colegio. Se podían ver a niños pequeños jugando a lo lejos, ya sea al fútbol, baloncesto o al balón prisionero, ensuciando sus uniformes. Podían oírse sus gritos de euforia, tan contentos, tan felices con tener una pelota... Cleven los observó con envidia, añorando sus años de la infancia, donde todo era más fácil. Aunque, mejor pensado, no recordaba muy bien su infancia.
Raven se desplomó sobre uno de los bancos, casi pegado a la valla, dando un suspiro de relajación y disfrutando de la brisa fresca. Cleven se percató de que no tenía la misma cara que todos los días, su sonrisa era más pequeña.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó, apoyándose de espaldas contra la valla—. Hoy te he notado un poco rara, Raven. Parece como si tuvieras la cabeza en otra parte.
La californiana la miró un momento, le sorprendía que Cleven se hubiera percatado, a pesar de que Raven sabía fingir muy bien estar contenta o despreocupada. Pero luego volvió la vista al frente, serena.
—Estaba pensando en Sarah.
—Ahm… ¿Quién es Sarah? —quiso saber Cleven.
—Mi hermana mayor —se encogió de hombros, restándole importancia; sin embargo, como Cleven seguía mirándola expectante, supo que quería saber más detalles—. ¿Nunca te he hablado de Sarah? —Cleven negó con la cabeza, curiosa—. Bueno, verás… Lo cierto es que… me enteré hace poco más de un año, cuando mis padres me lo contaron. Resulta... que yo tenía otro hermano, mayor que Sarah, pero vivía en otra parte desde que yo era pequeña y murió cuando mi hermana tenía unos 12 años y yo 5. Al parecer Sarah lo adoraba. Mis padres me explicaron que mi hermana, desde la muerte de Dawson, cambió radicalmente su forma de ser.
—Oh, no… ¿Fue muy grave? —se preocupó Cleven.
—Ella nunca lloraba. Desde aquel entonces, ella se marchó varios años. Mis padres me dijeron que vino aquí a Japón a estudiar. Al principio, venía a visitarnos a San Francisco a menudo, en vacaciones o algunos fines de semana. Pero ella había cambiado. Apenas hablaba con mis padres. Ni conmigo. Por alguna razón, parecía que mis padres lo comprendían totalmente y lo único que hacían era apoyarla en todo lo posible. Pero… yo… Bueno —subió los pies sobre el banco y se abrazó las rodillas—. Me molestaba. Cada vez más. Intentaba acercarme a ella, llamar su atención. Ella simplemente parecía estar en otra parte dentro de su mente. Y la que yo creía una hermana, era en realidad una extraña.
—Siento oír eso, Rav —lamentó Cleven.
—No importa. Hace tiempo que dejó de importarme. Porque tengo unos padres estupendos, y unas amigas magníficas —la miró con una sonrisa, y Cleven también sonrió—. Es solo que… —volvió a apoyarse en sus rodillas, suspirando—… de vez en cuando no puedo evitar pensar en Sarah. Dejamos de tener contacto con ella hace algunos años. Y de repente, lo primero que supimos de ella fue el año pasado. Se había convertido en agente del FBI, trabajando aquí, en una agencia de colaboración internacional de Tokio.
—¿Del FBI? —se asombró—. ¿Pero qué edad tiene Sarah ahora?
—23 años. Para convertirse en agente del FBI, debió de pasar al menos 3 años estudiando y preparándose en Estados Unidos. Y nosotros, mis padres y yo, viviendo allí en California, no teníamos ni idea. Y en algún momento, cuando ya terminó su formación, Sarah regresó aquí a Tokio. —Hizo una pausa, con la mirada vacía apuntando al suelo arenoso—. ¿Sabes? Entiendo que perder a un ser querido tuerza tu mundo entero y pueda llegar a cambiarte. Pero… si sabes lo doloroso que es perder a un hermano… ¿por qué no aprecias tener todavía una hermana viva?
—Hmm… —murmuró Cleven con pesar, quedándose un rato reflexiva—. Siempre ha sido algo complejo, el modo en que funciona nuestra mente y nuestras emociones. Y cada persona reacciona, gestiona o padece sus emociones de manera distinta. Quizá es que tu hermana no se atrevía a tener una relación cercana contigo… porque temía que, si te pasaba algo, siendo este mundo tan imprevisible y peligroso, volvería a sufrir lo mismo que con Dawson por segunda vez. No digo que esté bien ni lo justifico, claro. Tan sólo… analizo una razón… para comprender a Sarah.
Raven se quedó en completo silencio. Observaba a Cleven fijamente, porque sus palabras fueron más inteligentes de las que esperaba de ella. Tras un año conociéndola, había visto en Cleven una chica muy sencilla, cuyo mundo a sus 16 años giraba en torno a los estudios, los chicos, las fiestas y poca cosa más. Pero empezaba a ver que Cleven era por dentro más de lo que mostraba por fuera.
—Supongo que yo también lo comprendo, en el fondo —dijo Raven finalmente—. Perder a alguien tan querido debe de ser horrible.
—Sí... —murmuró Cleven con media sonrisa triste.
—Lo siento, no quería...
—No te preocupes. Yo echo muchísimo de menos a mi madre, lo pasé muy mal, pero comprendí que no me merecía la pena vivir lamentando su muerte. Por eso le dedico mi vida, por eso pretendo ser feliz, por ella y por mí. Es… mi manera de reaccionar a su muerte. Es la que funciona para mí.
Pasó otro rato de silencio. Pero esta vez Raven volvía a tener su sonrisa en la cara.
—¿Y tú qué tal con tu hermano, Cleven? —quiso saber Raven.
—¿Mm? ¿Con Yenkis? Pues muy bien, aunque a veces sea un enano listillo, yo realmente lo adoro…
—No, tonta —se rio—. Me refiero a tu hermano mayor. ¿Vas a visitarlo alguna vez?
—Ah. Sí, alguna que otra vez. Pero Lex casi siempre está tan ocupado con su trabajo... Apenas lo veo. Ya lleva siete años viviendo fuera de casa, la verdad es que lo echo de menos. Pero ya es mayor, ya tiene su vida y a su novia...
—Oh, ¿sigue con la misma novia después de tantos años? Me extraña que no tenga una fila de chicas tras él, Lex es tan guapo, tan serio, y alto... Estoy deseando ponerme enferma algún día para que él me cure —Raven empezó a babear otra vez—. Me alegro de que te lleves bien con tus hermanos, se nota que os queréis y os apoyáis entre los tres —murmuró, desviando la mirada a otra parte con pesadumbre.
—Rav, no te preocupes por tu hermana —la tranquilizó Cleven—. Lo importante es que esté bien, y que viva la vida que quiera si con eso es feliz. Algún día ella echará de menos a su familia y querrá volver a teneros al lado, tal vez necesite más tiempo del que ha tenido para recuperarse.
—Sí, espero que tengas razón. Gracias, Cleven. No sé cómo lo haces, ¡pero siempre haces que los demás se sientan mejor! —exclamó alegre, recuperando su ánimo de siempre.
¡Pum!
—¡Uagh! —exclamó Cleven cuando notó que algo le había golpeado en la cabeza, que la tenía apoyada contra la valla; se quedó en blanco por un momento y cayó al suelo, aturdida.
—¡Cleven! —saltó Raven, socorriéndola.
La joven se incorporó un poco en el suelo frotándose la nuca dolorida y miró hacia el otro lado de la valla, reconociendo al instante al chaval que se acercaba corriendo con cara preocupada.
—¡Lo siento mucho, es culpa mía! —dijo el niño, pegándose a la valla y observando a su víctima—. ¡Ah, si eres tú! —masculló con indiferencia—. Bueno, entonces da igual.
—¡Enano! —gruñó Cleven, apretando los dientes—. ¡Como te pille...!
—C’était une plaisanterie! Ne te fâches pas! —rio, cogiendo su balón—. Perdóname, ha sido sin querer. Hasta luego.
Yenkis le dedicó una de sus encantadoras sonrisas a Raven y se marchó hacia el campo de fútbol donde sus compañeros le esperaban.
—Tu hermano tan monísimo como siempre —comentó Raven, ayudando a Cleven a levantarse.
—Menos cuando no apunta —masculló, frotándose aún la cabeza—. ¿A ti te parece mono que me reviente la cabeza?
—Ese puede invocar al Diablo y seguir siendo el chaval más divino. Qué pena que no tenga unos añitos más, jujuju…
—Raven —se sorprendió, mirándola como si estuviese loca.
—Créeme —insistió, solemne, levantando la palma de la mano—. Teniendo en cuenta que tu hermano es como una fotocopia de tu padre... Tu padre ya es un claro spoiler de cómo será Yenkis de mayor. ¡El mundo está doblemente bendecido!
—Rav, ¿qué dices? Tienes una visión muy distorsionada de mi padre.
—Cleventine —la miró fijamente a los ojos y le puso una mano en el hombro—. Amiga querida. Deja que te explique. Tú estás acostumbrada a verlo desde que naciste y tienes una relación un poco chunga con él y por eso estás cegata. Pero debo informarte, por parte de todas las mujeres que conozco que han llegado a ver una imagen de tu padre por internet o en alguna revista de tecnología, que todas estamos de acuerdo en que tu padre es un semidiós fuera de este mundo.
Cleven se la quedó mirando con una mueca retorcida del más terrible disgusto.
—Qué... pedazo... de hombre... —suspiró Raven hacia el cielo, fantaseando.
—O paras, o me traes un cubo para que pueda vomitar.
—Agh, qué poco entiendes. Si te llevaras mejor con él, seguro que acabarías reconociendo lo divino que es y los escalofríos que dan sus ojos de plata...
—No tengo ningún interés en ver a mi padre de esa forma, me lleve bien con él o no. Puedo reconocer que mis hermanos son muy guapos, pero no voy a decir algo así del muermo de mi padr-...
¡Pum! Otra vez, algo le golpeó la cabeza, aunque con menos fuerza que en la otra ocasión, y esta vez, la pelota que le había dado había caído en su lado de la valla.
—¡Bueno, ya está bien! ¿¡Es que mi cabeza tiene forma de portería!? —estalló Cleven, cogiendo la pelota de mala gana con la vena hinchada de la sien; alzó la vista, esperando volver a encontrarse con su hermano.
Pero no venía nadie, no veía a nadie. Notó que Raven le tiró de la manga. Cleven la miró, extrañada, y la descubrió con los ojos abiertos como platos, con la boca entreabierta y le señaló hacia abajo con el dedo al otro lado de la valla. Cleven observó hacia donde apuntaba, bajando la cabeza, y vio a una niña pequeña.
Se quedó tan atontada como Raven. Era una niña como de otro mundo, pensó. Tenía el pelo negro y voluminoso, recogido en dos trenzas bajas a cada lado. Su cara era redondita, de piel muy clara, lisa y suave, como de porcelana, donde destacaban dos grandes y preciosos ojos verdes, idénticos a los de Cleven. Su nariz, sus labios, sus rasgos... parecía una muñeca de verdad.
—Hablando de monadas... —murmuró Raven a media voz, sin poder quitarle la vista de encima a la pequeña, embelesada, y Cleven asintió con la cabeza, dándole toda la razón.
—Le ruego que me perdone, señora chica mayor —dijo la niña con una voz tan dulce como la miel, inclinándose hacia adelante con las manos cogidas por delante y los ojos cerrados—. ¿Se ha hecho usted pupa?
—Eh... —murmuró Cleven, empezando a reaccionar, y sacudió levemente la cabeza—. No... Tranquila, no ha pasado nada.
—Menos mal —rio la pequeña, incorporándose con una gran sonrisa de ensueño en la cara.
—¡Clover! ¿Has encontrado la pelota? —preguntó un niño que acababa de aparecer junto a la pequeña, y se percató de las dos jóvenes al otro lado de la valla.
Vio que Cleven tenía la pelota y frunció el entrecejo con cara de pocos amigos.
—Cleptómana, devuélvenos la bola —le gruñó.
Pero ni Cleven ni Raven le oyeron la grosería. Se habían vuelto a quedar en trance. Aquel niño recién aparecido debía de ser de la misma edad que la otra, pues tenían la misma estatura y tamaño. A pesar del mal genio que había mostrado y de tener una mueca de desconfianza, con el entrecejo y los labios fruncidos que hasta parecía gracioso, era tan muñeco como la niña que tenía a su lado, y casi idénticos, tanto de cuerpo como de cara, solo que él tenía el pelo muy rubio, que con la luz del sol parecía de oro, y despeinado. Sus ojos también eran diferentes, de color azul oscuro. Y la última diferencia con respecto a la niña era que tenía el uniforme hecho una pena con manchas de barro por todas partes.
—Qué cositas, tía… —dijo Raven, en la inopia.
—Oye, culo gordo, ¿no me has oído? —protestó el niño.
Esa frase fue más que suficiente para despertar a Cleven del trance más profundo. «¿Culo gordo?» se le hinchó no una, sino las dos venas de las sienes, y rechinó los dientes, hecha una furia.
—¡Repite eso, niñato! —le gritó, alzando el puño amenazadoramente—. ¿A quién llamas culo gordo?
—¡A ti! ¡Cómprate un audífono! —replicó el niño sacándole la lengua con burla—. ¡La pelota, la pelota, que se acaba el recreo! —exclamó con impaciencia, señalando lo que Cleven llevaba bajo el brazo.
—¿Ah, sí? ¡Pues te has quedado sin ella, chaval!
—Cleven... —intentó tranquilizarla Raven mientras aumentaba el alto voltaje entre las miradas de los dos.
—Daisuke, no seas así —le regañó la preciosa niñita al otro con enfado—. Pídele perdón.
—¡Ni hablar! —replicó este—. Y no empieces a actuar como una niña buena y educada, no estamos delante del asustante social.
—Asistente social —le corrigió con paciencia.
Raven se agachó a la altura de los dos niños y les sonrió con curiosidad.
—Sois muy parecidos —les dijo—. ¿Por casualidad no seréis hermanos?
—Mellizos —contestaron al instante y al mismo tiempo.
—¿Qué edad tenéis? —preguntó Cleven, aún mirando al niño con recelo.
—Tenemos 5 años —volvieron a decir al mismo tiempo, levantando a la vez la palma de la mano para mostrar sus cinco deditos.
—¿Y cómo os llamáis? —quiso saber Raven.
—Clover —contestó la niña.
—Daisuke —dijo su hermano.
—Debéis decir también el apellido cuando os presentéis —terció Cleven, mostrándole descaradamente a Daisuke que el balón seguía en su poder.
—Princesa, ¿por qué no les das la pelota de una vez? —se oyó una voz masculina sobre ellos.
Los cuatro alzaron la cabeza, sobresaltados, y vieron a un chico despatarrado sobre una de las altas ramas del árbol que había junto a ellos. Era él, el que tenía pelos de loco, de color castaño con reflejos rojizos y dorados. Y sus ojos eran hipnotizantes, de un azul claro con franjas amarillentas alrededor de sus pupilas. Cleven entrecerró una mirada fría al reconocerlo. Raven se puso en pie y lo observó con curiosidad, recordando que se trataba de uno de su clase que se sentaba junto a Nakuru.
—¡Drasik! ¡Drasik! —vociferaron los mellizos con sus voces agudas, saltando de alegría.
Drasik les sonrió, divertido, mientras saltaba de la rama al suelo con sorprendente destreza, y Cleven tardó en darse cuenta de que había aterrizado a su lado y de que el balón ya no estaba en sus manos. Se quedó pasmada.
—Anda, tomad —dijo el muchacho, lanzando el balón por encima de la valla y Daisuke lo cogió al vuelo, victorioso y sacándole la lengua a Cleven, mientras Drasik se agachaba para estar a la altura de los dos niños—. Tenéis que disculpar a mi novia, es muy materialista.
—¿Qué has dicho? —preguntó Cleven lentamente y entre dientes, conteniéndose—. ¿Tu qué?
—Mala persona —le dijo Drasik, volviendo la cabeza hacia ella, sonriéndole con burla—. Mira que querer robarle a unos niños su fuente de diversión...
Cleven tragó saliva, había sonado muy acusador, y se sintió muy molesta.
—Perdona, pero es que ese niño me ha llamado “culo gordo”, ¿sabes?
—¿Que te ha llamado qué...? ¿Será posible? —Drasik chasqueó la lengua y miró al niño con reproche—. Me cachis, Daisuke, sabes que mentir está mal, pero a veces es necesario hacerlo cuando estás tratando con una chica. La próxima vez no la llames con un apelativo tan certero y será buena contigo.
Daisuke asintió seriamente, obediente y atento, como si Drasik fuese su respetado maestro personal para aprender a ligar. Raven les dio la espalda al grupo para contener la risa mientras Cleven, con un aura de fuego a su alrededor, fue a estrangular al chico con pelos de loco. Pero apareció, oportunamente, Nakuru junto a ellos. Había acabado su reunión y se los quedó mirando a todos con gran confusión.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, pero antes de que alguien pudiera contestar, se fijó en los dos niños del otro lado de la valla con mucho asombro; para sorpresa de todos, Nakuru cogió el brazo de Drasik y lo arrastró a cierta distancia de donde estaban los demás—. Drasik, ¿por casualidad esos dos niños no serán los hijos de...?
—En efecto, camarada —contestó antes de que acabara la pregunta—. Hace apenas unos días que han empezado el colegio, ya tienen 5 años. ¿A que son una monada?
—Pues sí, la verdad es que... —murmuró Nakuru, pero enseguida sacudió la cabeza y fijó la vista en Drasik—. Oye, ¿qué estás haciendo aquí? Saltan a la vista tus intenciones, Drasik, no te acerques a Cleven y déjame estar con mis amigas a solas. No molestes, anda.
—Jooo... —se quejó con tono infantil, al mismo tiempo que Nakuru lo empujaba con esfuerzo para que se fuera—. Qué bordeee... —Miró hacia atrás por última vez, con su sonrisilla de siempre—. ¡Princesa, no te enfades con Daisuke, no es su culpa haber heredado el humor de su padre! —le gritó a Cleven, a medida que Nakuru lo alejaba de la zona.
Cleven le hizo un corte de manga bien claro antes de perderlo de vista, sin tener ni idea de lo que hablaba y sin importarle lo más mínimo. Nakuru dejó de empujarlo cuando doblaron la esquina del edificio para abandonarlo ahí cual perro molesto y poder irse tranquilamente con sus amigas. Pero cuando fue a dar media vuelta, Drasik la detuvo, agarrando su brazo.
—¿Qué...? —fue a protestar, pero se sorprendió al verlo de repente muy serio.
—Kyosuke no ha venido hoy a clase, Nakuru.
—Estará enfermo, resfriado, ¿yo qué sé? —se encogió de hombros, sin darle importancia, soltándose de él.
—Ja, ¿se larga un año entero al Monte Zou y nada más volver pilla un resfriado? No lo creo, Nakuru. Recuerda que “nosotros” somos inmunes a las enfermedades.
—No te preocupes por él, Drasik. Además, no es de tu incumbencia. Sólo quieres a Kyo para retarle a luchar, como haces siempre. Con lo bien que os llevabais de pequeños y ahora lo conviertes en un rival —suspiró, dando por fin media vuelta y marchándose hacia donde estaban sus amigas.
—Un resfriado... —murmuró Drasik para sí con ironía, y se fue de la zona, reflexivo.
Nakuru vio que Cleven y Raven seguían donde antes, esperándola. Más bien, sólo la esperaba Raven, porque Cleven estaba en mitad de una competición con Daisuke para ver quién sacaba la lengua con más descaro, mientras Clover botaba la pelota. Apenas quedaba tiempo para que terminase el recreo.
—¿Tú conoces a ese chico? ¿Desde cuándo? —le preguntó Raven a Nakuru, y Cleven alzó la mirada con curiosidad.
—Sí, bueno... —titubeó Nakuru—. Desde hace unos cuantos años. Drasik estaba en mi clase en primaria.
—¿Y de qué conoce él a este par de ángeles? —intervino Cleven—. Parece que lo adoran, no lo entiendo.
—Creo que viven en el mismo edificio, son sus vecinos. Bueno, el caso es que sólo es un amigo de por ahí, no le deis importancia.
—Descuida —gruñó Cleven, poniéndose en pie—. Es insoportable, lo odio.
—A mí me parece muy gracioso —opinó Raven.
—Habla el japonés con el mismo acento que Raven —le comentó Cleven a Nakuru, ignorando lo que había dicho su amiga—. ¿No será extranjero?
—¿Tan raro suena mi acento? —se ofendió Raven, pero nadie la escuchaba.
—Sí, Drasik también es de Estados Unidos —declaró Nakuru, mirando esta vez a la afroamericana, la cual se había sorprendido.
—¿De San Francisco, como yo? —quiso saber, interesada.
—No, neoyorquino, pero también es medio argentino —contestó Nakuru—. Aunque vive aquí en Japón desde que era muy pequeño, con su hermano mayor.
—Ja —rio Cleven—. Seguro que sus padres le han mandado a estudiar aquí, deben de estar la mar de a gusto viviendo en Nueva York sin ese petardo.
—No, Cleven —le sonrió Nakuru con pesadumbre—. Desde los 3 años de edad... Drasik es huérfano de padres.
Sus dos amigas se quedaron con una cara muda, se les hizo un nudo en la garganta, sobre todo a Cleven, que desvió la mirada hacia otro lado, sin saber qué decir.
—¡Bueno, qué! —prorrumpió Daisuke, recordándole a las tres de golpe que él y su hermana aún seguían ahí—. ¡Haced algo, que me aburro! ¡Malabares, yo qué sé!
—¡Oye, tú! ¡No somos tus bufones reales! —estalló Cleven de nuevo, y entabló una nueva discusión con el niño, mientras Raven y Nakuru suspiraron con cansancio, poniendo los ojos en blanco.
La pequeña Clover contemplaba a Cleven de pie e inmóvil, de alguna manera ajena a todos los que estaban ahí, con una expresión en los ojos llena de curiosidad. Y de un presentimiento. «Tengo una sensación rara» pensó la pequeña, «¿Esta chica mayor es de mi familia?».
Cleven se dio un buen susto cuando se miró al espejo a la mañana siguiente. Ella tenía naturalmente un pelo muy voluminoso, abundante, con grandes ondulaciones y corto hasta los hombros, y ahora parecía una cara rodeada de un puñado de algas rojas.
Era como si hubiese metido los dedos en el enchufe. No lo entendía. Cierto era que muchas veces soñaba cosas como que corría, saltaba, hacía piruetas… Casi siempre soñaba que iba a una entrega de premios para actores de cine, ya sean los Óscar en Hollywood, los César en París, en todos lados. E iba luchando y corriendo entre una batalla campal de fans armada con pistolas, abriéndose paso y sujetando una libreta y un bolígrafo entre los dientes, hasta que hacía el salto del león cavernario sobre cualquier actor guapo que viese. Se aferraba a él y le amenazaba con las armas para que le firmase el mejor autógrafo con dedicatoria que pudiera imaginar.
Lo que Cleven no sabía es que con estos sueños daba gritos o hablaba mientras dormía, y que su padre se levantaba de su cama, alarmado, corriendo a ver qué estaba pasando. Y cuando descubría que ella simplemente estaba soñando, se quedaba un rato mirándola, perturbado, preguntándose a veces si debería llamar a algún cura. Después, Neuval se volvía a su cuarto, pero ya no podía pegar ojo.
—Hoti, pon mi lista 2 de música —dijo Cleven cuando entró en el cuarto de baño y se puso frente al espejo para lavarse los dientes. Empezó a cepillarse, pero no sonó ninguna música—. Hoti, mi lista 2 de música —repitió, con espuma en la boca, pero tras unos segundos, no hubo respuesta—. ¿Hoti? —tocó varias veces una zona del espejo, a un lado, que tenía otro tipo de superficie digitalizada, pero no ocurrió nada.
Extrañada, Cleven terminó de lavarse los dientes. Mientras se peinaba, se preguntó por qué casi siempre soñaba con esas cosas. No hacía falta que fuese una entrega de premios o un concierto, la mayoría de las veces se encontraba en algún tipo de batalla campal, armada, y mostrando una agilidad que ella se sorprendía de sí misma. Siempre armada, siempre corriendo, siempre hacia un objetivo.
Pese a ser un sueño, normal o estrafalario, a ella le resultaba una escena y una sensación muy familiar. Pero no sabía de qué. En esos sueños sentía que hacía cosas que conocía, cosas que ella sabía hacer en realidad; cosas que alguna vez formaron parte de ella. No lo entendía, porque ella, que supiera, jamás había cogido un arma y, sin embargo, en el sueño sabía manejarlas, incluso clasificarlas, desmontarlas y montarlas.
Justo cuando salió del cuarto de baño al pasillo, se chocó con lo que ella creyó una roca, pero al alzar la vista, cambió de idea al pensar que sus mañanas eran malas. Era su padre, que justo pasaba por el pasillo. Se quedó ahí parado tras chocar con ella, pero su cara era de auténtico zombie. Normalmente, Neuval no era persona hasta que no se tomaba su taza de té con azúcar –aunque, más bien, era su taza de azúcar con té–. Pero ahora mismo lucía de lo más agotado y desorientado, más que nunca en años.
A pesar de sus ojeras y cara de atontamiento, él ya estaba aseado, arreglado e impecable, como siempre, con su cabello castaño claro bien peinado, barba perfilada, traje gris elegante con corbata de seda azul y desprendiendo esa imagen de millonario acomodado.
Cleven lamentó descubrir que al parecer estaban los dos solos. Hoy Hana se había ido más temprano a trabajar y Yenkis también al colegio. Se dio cuenta de que él estaba ahí parado porque estaba esperando a que ella se moviese primero. Ella lo hizo, se fue hacia su cuarto sin decir nada, para ir a coger su mochila. Por su parte, Neuval se dirigió a bajar las escaleras. Una vez más, evitó mirar el conjunto de fotografías que colgaban de la pared junto a las escaleras. En algunas de ellas, aparecía Katya, la madre de Cleven. En otras, aparecía su hermano mayor, Lex. Y otras habían sido descolgadas y habían dejado un hueco vacío, para esconder viejos secretos.
Cuando Cleven bajó y se metió en la cocina para desayunar, nada más cruzar la puerta volvió a chocarse con su padre, que justo iba a salir, con su cara adormilada. Pero llevaba su té en una mano, y con el choque, la taza se le cayó. Sin embargo, en los dos segundos en que Cleven cerró los ojos, tanto la taza como el líquido del té fueron empujados de nuevo hacia arriba por un golpe de viento y la taza regresó intacta a la mano de Neuval con su té dentro.
—¡Ay! —protestó Cleven con susto, apartándose de él—. Qué silencioso eres, caray… —refunfuñó.
Neuval cerró los ojos y dejó salir por la nariz un largo suspiro de paciencia. Esperó a que ella volviera a quitarse del medio y se fue a sentar en la mesa del comedor con su té.
Cleven se dio cuenta de que su padre estaba distinto hoy. No solía estar tan callado, ni ignorarla tanto. Tampoco era como si tuviera un problema con ella. Más bien, era como si estuviera más cansado que nunca, y no tenía ganas ni de abrir la boca, sólo para sorber su té.
—Hoti, mi capuchino —dijo Cleven en la cocina, mientras sacaba unas galletas de un armario. No obstante, una vez más, miró hacia la moderna cafetera tecnológica sobre una de las encimeras, y esta no le hizo ni caso—. Hoti, ¿me preparas mi capuchino habitual, por favor? —probó a preguntarlo más educadamente, mirando hacia el techo, pero la cafetera seguía apagada—. Hoti, dos tostadas —lo intentó de nuevo, pero la moderna tostadora, con su propio dispensador de pan, no hizo nada—. Hoti, peux-tu préparer mon cappuccino? —hizo un último intento, hablando en francés, pensando que quizá había cambiado su configuración a ese idioma.
Cleven ya estaba mosqueada, y refunfuñando más, se puso a prepararse su capuchino y sus tostadas manualmente. Cuando se fue al comedor y se sentó con su desayuno, miró a su padre.
—¿Se puede saber qué le pasa a Hoti? ¿Se ha roto o qué? ¡No me hace ningún caso!
Neuval se tomó su tiempo para dar un calmado sorbo a su taza de té, el cual tenía 13 cucharadas de azúcar y estaba algo pastoso.
—Hoti no te entiende.
—¿Cómo que no me entiende? Le he hablado claramente. En japonés y francés.
—Hoti se ha vuelto angloparlante.
—¿¡Qué dices!? —se horrorizó Cleven—. Papá, ¡no! ¿Le has cambiado el idioma a inglés? ¿¡Por qué!?
—Si quieres los cómodos servicios de mi inteligencia artificial, tendrás que pedírselos en inglés. Así lo practicas. Y dejas de suspender esta materia.
—¿¡Qué!? ¡Pero…! —brincó disgustada, y se restregó las manos por la cara con exasperación—. No es justo, ya hablo dos idiomas perfectamente, ¿por qué tengo que aprender un tercero?
—Tú elegiste el Inglés como materia opcional hace un año, a cambio de la de Matemáticas Avanzadas.
—¡Pero…!
—Si eliges algo, atente a las consecuencias y hazte responsable. No más quejas, o vuelvo a cambiar el idioma.
—¡Pero papá…!
—Hoti —pronunció Neuval—. Krpaya, nepalí bhasa parivartana garnuhos.
—“Bhasa parivartana bha'eko cha” —contestó una voz femenina a su alrededor.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Cleven, confusa.
—Nepalí.
—¿¡Ahora le has cambiado el idioma a nepalí!? —se horrorizó, pero frunció el ceño un momento—. Espera, ¿tú sabes hablar nepalí? —preguntó sorprendida, pero sacudió la cabeza y volvió al tema—. Papá, no seas así, ¡no tengo ni idea de nepalí! ¡No me quites a Hoti!
—¿Quieres que vuelva a ponerla en inglés?
—¡Sí! ¡Digo…! ¡No! Agh… —resopló agotada—. ¿Por qué tienes que ser siempre tan fastidioso?
—Es como si me acabaras de leer la mente —sorbió su té de nuevo con calma.
Cleven se quedó muda ante esa respuesta. Su padre siempre era muy perspicaz hablando. Las discusiones con él eran como desafiar al sol, intentando mirarlo durante más de cinco segundos sin parpadear. O sea, imposible.
—¿Por qué Hoti le ha hecho caso a tu orden en nepalí si estaba configurada para entender órdenes en inglés? —masculló Cleven, poniéndose a comer su desayuno con desgana.
—A mí me obedece siempre. Es la única de mis creaciones que lo hace, al parecer.
—Ah, así que eso es lo que te gustaría, ¿no?, que yo también sea una máquina a tus órdenes.
—Así tendríamos algo en común —replicó Neuval—. Ya que yo soy tu máquina de dinero, de comida, de ropa, de lujos, de viajes… de una vida llena de comodidades.
Cleven se hartó. Se levantó de su silla y fue a llevar su plato a la cocina.
—Es por esto que nunca hablamos de nada —le espetó ella desde la cocina—. En ningún mundo sería posible tener algo en común contigo. Quizá lo único es haber tenido una vida acomodada, porque seguro que tú has vivido rodeado de lujo desde que naciste, todo era fácil y perfecto a tu alrededor.
Neuval estaba de espaldas, en su silla, pero la escuchaba en silencio, mirando a la pared de enfrente con ojos vacíos, desgastados, carentes ya de fuerzas. No podía culpar a Cleven por creer que su vida había sido un camino de rosas, cuando en realidad había sido un infierno.
Era culpa de él mismo por no contarle nada, por ocultárselo todo. Por haberle borrado la memoria.
Normal que Cleven no hubiera tenido más remedio que figurarse por sí misma qué clase de persona era su padre, de dónde venía y qué tipo de vida había llevado, basándose en lo poco que ella podía observar de él. Para Cleven, su padre era un hombre que no tenía hermanos, que quizá tenía padres y que, de ser así, debían de seguir viviendo en París, en la mansión de lujo donde probablemente su padre se había criado. Un hijo único, de una familia adinerada, que se mudó al extranjero para estudiar y para trabajar y para tener éxito, que se casó con una japonesa, que tuvo tres hijos con ella, y que eso era todo para él. Su importantísima y millonaria empresa, y una familia con hijos que debían ser perfectos, ejemplares, disciplinados, controlados.
Cleven se preguntaba por qué su padre nunca había tenido una mínima decencia de hablarles a ella y a sus hermanos sobre sus abuelos paternos. ¿Estaban vivos acaso? ¿De verdad seguirían viviendo en París? ¿Por qué no había contacto alguno con ellos? Nada. Cleven jamás había oído de su padre una sola palabra sobre su familia de origen. O sobre su pasado.
Otra cosa que Cleven había especulado a base de observación es que su padre era un poco miedica. Si iba por la calle y había cerca algún maleante o algún delincuente causando problemas, él se ponía nervioso, se cambiaba de acera, se alejaba. Cleven pensaba que debía de horrorizarle la idea de que alguien le robase su caro reloj, o su billetera, o le hiciera un rasguño a su elegante traje. Y esto le daba una mezcla entre lástima y vergüenza.
Sólo era un triste viudo. Aburrido, amargado, distante… distante como ahora, cuando su hija intentaba decirle algo, hablarle, conectar con él por una vez. Neuval no lo hacía aposta, él era alguien que siempre había tenido oído para todos, siempre. Pero la depresión lo hacía cada vez más difícil.
Ella seguía hablando. Sin dejar de mirar la pared, sin parpadear siquiera, Neuval se bebió su último trago de té casi sin darse cuenta.
—Si esta es tu forma de machacarme por lo que te dije ayer sobre mamá y Hana —apareció Cleven junto a la mesa del comedor, recogiendo su mochila para marcharse—, iba a disculparme por ello. Pero ya no importa.
De repente su padre la miró fijamente. Se levantó de la silla, y Cleven se estremeció un poco. Su mirada era tan severa que el aire del comedor se volvió extrañamente frío. Sus ojos lo hacían más escalofriante aún, pues eran de un gris tan claro que parecían casi blancos.
—No paras de decir cosas desagradables sobre Hana. Una persona que no ha hecho más que ayudarnos. Que lleva tres años intentando acercarse a ti, llevarse bien contigo, y mostrando el más ejemplar de los respetos por tu madre… ¿Y dices que no importa?
Cleven apretó los labios con rabia. No se atrevió a replicarle en ese momento. Pero Neuval tenía que lidiar con el inevitable hecho de que ella había heredado su misma implacable tozudez.
—¿Por qué tú sí puedes hablar mal de mi novio y yo no de Hana? Él no te ha hecho nada, ¡ni lo conoces!
—Haz lo que quieras con ese chico —se hartó Neuval, volviendo a sentarse en la silla y mirando a la pared de enfrente—. Luego no digas que no te lo advertí.
Cleven dio media vuelta, enfadada, y se dirigió a la puerta de la entrada para marcharse. Después de ponerse los zapatos y abrir la puerta, giró la cabeza y miró a su padre una vez más.
—¿Por qué eres así? —le preguntó con voz rabiosa y afligida.
Tras eso, la joven cerró la puerta y se marchó.
Neuval se quedó solo, en la mesa del comedor. Seguía mirando a la pared. No tenía muebles ni cuadros, era una pared vacía. Quizá por eso no podía dejar de mirarla. Era como mirar su propio interior. Tomó un sorbo de su taza, pero recordó que ya se había terminado el té hace un rato. «¿Por qué eres así?» se le repitió esa pregunta en su cabeza. Cleven no le había hecho ninguna pregunta que él no se hubiese dicho a sí mismo millones de veces durante toda su vida. Recordó las últimas palabras que el viejo Lao le dijo anoche.
Todo se estaba volviendo insoportablemente pesado. Lo sentía en los hombros. Una tonelada más al final de cada semana, cada mes, cada año que pasaba.
—Katya…
Pronunció ese nombre en voz alta sin querer. A veces la llamaba por accidente. Lo hacía cuando más perdido se sentía. Pero, una vez más, sólo obtuvo silencio.
* * * *
—... esto ocurrió entre los años 1802 y 1804. Y entonces, el emperador envió a sus tropas como refuerzo para el ejército de Kowloon después de haber recibido la noticia gracias a los mensajeros que colaboraron de Hong Kong —explicaba Denzel, gesticulando con las manos, de pie tras su mesa, y todos los ojos de sus alumnos apuntaban hacia él sin pestañear—. Todo estaba previsto, preparado, los enemigos iban a adentrarse por el noroeste tras sus victorias en los pequeños pueblos a los pies del Himalaya. Llegarían en tres días, y todo el ejército de Kowloon estaba preparado junto con las tropas del emperador.
»Sin embargo, lo que no sabían era que los enemigos habían preparado una trampa, una emboscada repentina. Cuando se estaban encargando de los pueblecitos del Himalaya, habían mandado a la mitad a que se adelantase y llegar al puerto de Shalan, pasando desapercibidos ante los ojos de cualquier espía enemigo. ¿Qué pasó? Pues que todos habían calculado, tras enterarse dos días después de la victoria de los enemigos en el Himalaya, que llegarían a Kowloon en tres días, sin ser conscientes de que varias de sus tropas se habían adelantado para entrar por el noreste en barco y ya estaban ahí, esperando a que llegasen sus compañeros y atacar desde los dos lados, acorralando toda la ciudad sin dejar escapatoria.
—Con esa estrategia seguro que ganaron y arrasaron Kowloon, qué bestias —rio un chico.
—No, qué va —sonrió Denzel, mirándole mientras se recolocaba las gafas de sol sobre la nariz—. Hubo un espía guerrero de las tropas del emperador que no subestimó a esos bárbaros, y se aventuró a aprovechar el último día que quedaba antes de la batalla que se acercaba para echar un vistazo a las fronteras de la ciudad. Pilló a las tropas del noreste tan tranquilos preparándose para la batalla...
—Un momento —interrumpió Raven, confusa, dejando de pintarse las uñas a escondidas—. ¿Cómo pudo ese espía recorrer todas las fronteras de Kowloon en un solo día?
—Mm, creo que eso ya es un misterio —rio el profesor.
—¿Y no le descubrieron? —preguntó otra alumna, incrédula.
—Esta historia me resulta familiar —susurró un chico de ojos azules y pelos de loco a Nakuru, que se sentaba a su lado.
—Ssh... —le mandó callar ella.
—No —contestó Denzel—. Ese espía era muy bueno en su trabajo. Informó a sus aliados a tiempo para que preparasen las tropas hacia el noreste, para sorprender a los enemigos que estaban allí como estos iban a hacer con ellos antes. Los bárbaros perdieron la batalla, a finales del siglo XVIII. Y los altos rangos del ejército aprendieron la lección de la subestimación —concluyó.
—Bueno, ¿y cómo se llamaba ese espía tan espléndido? —quiso saber el chico con pelos de loco que se sentaba junto a Nakuru, interesado, y los demás volvieron la vista hacia el profesor, atentos.
Denzel carraspeó un poco, rascándose la nuca, dubitativo.
—Creo que... No lo recuerdo.
En ese momento sonó el timbre indicando el final de la clase, y Denzel recogió sus cosas aprisa para llegar a tiempo a su siguiente clase. Los alumnos comenzaron a hablar entre ellos de sus cosas, como siempre hacían en los cambios de clase.
—Qué mentiroso es Denzel —rio el chico de los pelos de loco con ganas, dirigiéndose a Nakuru—, vaya morro que tiene.
—¿A qué te refieres, Drasik? —suspiró Nakuru mientras metía su libro en la cajonera.
—¿Que no recuerda el nombre de ese espía guerrero? —dijo este, sonriendo con sarcasmo—. Está clarísimo, te apuesto lo que quieras a que ese espía era él, y no dice el nombre para no delatarse. En el año 1802, Denzel ya estaba viviendo en China. Y lo de recorrer todo Kowloon en un día no es ningún misterio, conociéndole... Hmpf, de verdad, no me acostumbro a ver a Denzel trabajando de profesor de instituto, es como ver a Da Vinci dando clases en una guardería…
—¡Ssh! —saltó Nakuru, nerviosa, clavándole la mirada—. Que te puede oír alguien.
—¡Si está todo el mundo hablando! —rio Drasik.
—Da igual, no hables de eso delante de tanta gente. Acabarás siendo tú el que delate el origen de Denzel —le reprochó—. Al empezar el curso, nos pidió máxima discreción, ya lo sabes.
—Vale, vale, no te pongas así.
Cleven se levantó de su sitio, pasando entre sus compañeros, y se dirigió hacia Nakuru. Drasik, medio tumbado en su silla y cruzado de brazos, inclinó la cabeza al notar la presencia de Cleven al lado y se la quedó mirando analizadoramente, con una sonrisilla pícara.
—Nakuru, quedamos en el recreo en la zona de los bancos —le informó Cleven, mirando de reojo a ese chico que no le quitaba la vista de encima—. Como tienes reunión con los del periódico, nos encontrarás a Raven y a mí allí.
—Vale —asintió Nakuru.
Cleven fue a marcharse, pero al ver que Drasik seguía mirándola, no fue capaz de moverse, la estaba poniendo nerviosa, y le lanzó una chispa que llevaba escrito “¿Qué estás mirando, capullo?”.
—Hola, princesa —le sonrió el chico, vacilón—. ¿Qué haces luego?
—Lanzar dardos, dagas y escupitajos a una diana con tu foto —le soltó con tanto desprecio que las palabras se clavaron en el alma del muchacho, odiaba que la llamaran con ese tipo de apelativos femeninos.
Cleven dio media vuelta y se alejó de ellos, mientras Drasik soltaba un silbido parecido a que se hace al chupar un limón.
—Qué fiera... —sonrió con interés.
—Olvídate, Drasik, tiene novio y no lo iba a dejar por alguien como tú —le espetó Nakuru con paciencia.
—No puedo creer que no me haya fijado en ella en todos estos años —dijo, ignorando a Nakuru con descaro, buscando con la mirada a Cleven de nuevo—. Siempre ha estado en tu clase, ¿no? Qué bien que me hayan puesto este año en la misma que vosotras.
—Sí, genial —asintió Nakuru con sarcasmo.
—¿Es tu mejor amiga? ¿Cómo se llama?
Nakuru se lo pensó tres veces antes de responder.
—Cleventine.
—¿Y su apellido? —se extrañó, esta vez mirando a Nakuru, pero esta se mordió los labios y miró hacia otro lado, no podía contestarle—. Cleventine... —murmuró Drasik, pensativo—. Me suena mucho, ¿no la conoceré de algo?
—¡No! —saltó Nakuru de pronto, nerviosa, sobresaltando a Drasik considerablemente, y consciente de la reacción que había tenido se esforzó por mantenerse en calma—. No... No la conoces de nada.
—Nakuru, ¿qué te pasa? —preguntó frunciendo el ceño—. Parece que me ocultas algo.
—No, no te oculto nada, tío, olvídalo.
Drasik fue a decir algo, pero en ese momento entró el siguiente profesor y mandó orden de inmediato. El muchacho contempló a Nakuru por un momento, confuso y serio, sospechando que realmente esa chica, a la que conocía desde la infancia, le intentaba ocultar algo importante relacionado con la tal Cleventine.
* * * *
Llegó la hora del recreo. En los pasillos se formó tal masa de gente que era difícil no recibir algún empujón. Nakuru, al salir del aula, se fue por otro pasillo para reunirse con sus compañeros del periódico del instituto.
Mientras, Cleven y Raven salieron afuera y se dirigieron a la zona, casi siempre solitaria, de los bancos rodeados de árboles, donde estaba la valla que limitaba el recinto del instituto con el del colegio. Se podían ver a niños pequeños jugando a lo lejos, ya sea al fútbol, baloncesto o al balón prisionero, ensuciando sus uniformes. Podían oírse sus gritos de euforia, tan contentos, tan felices con tener una pelota... Cleven los observó con envidia, añorando sus años de la infancia, donde todo era más fácil. Aunque, mejor pensado, no recordaba muy bien su infancia.
Raven se desplomó sobre uno de los bancos, casi pegado a la valla, dando un suspiro de relajación y disfrutando de la brisa fresca. Cleven se percató de que no tenía la misma cara que todos los días, su sonrisa era más pequeña.
—¿Te ocurre algo? —le preguntó, apoyándose de espaldas contra la valla—. Hoy te he notado un poco rara, Raven. Parece como si tuvieras la cabeza en otra parte.
La californiana la miró un momento, le sorprendía que Cleven se hubiera percatado, a pesar de que Raven sabía fingir muy bien estar contenta o despreocupada. Pero luego volvió la vista al frente, serena.
—Estaba pensando en Sarah.
—Ahm… ¿Quién es Sarah? —quiso saber Cleven.
—Mi hermana mayor —se encogió de hombros, restándole importancia; sin embargo, como Cleven seguía mirándola expectante, supo que quería saber más detalles—. ¿Nunca te he hablado de Sarah? —Cleven negó con la cabeza, curiosa—. Bueno, verás… Lo cierto es que… me enteré hace poco más de un año, cuando mis padres me lo contaron. Resulta... que yo tenía otro hermano, mayor que Sarah, pero vivía en otra parte desde que yo era pequeña y murió cuando mi hermana tenía unos 12 años y yo 5. Al parecer Sarah lo adoraba. Mis padres me explicaron que mi hermana, desde la muerte de Dawson, cambió radicalmente su forma de ser.
—Oh, no… ¿Fue muy grave? —se preocupó Cleven.
—Ella nunca lloraba. Desde aquel entonces, ella se marchó varios años. Mis padres me dijeron que vino aquí a Japón a estudiar. Al principio, venía a visitarnos a San Francisco a menudo, en vacaciones o algunos fines de semana. Pero ella había cambiado. Apenas hablaba con mis padres. Ni conmigo. Por alguna razón, parecía que mis padres lo comprendían totalmente y lo único que hacían era apoyarla en todo lo posible. Pero… yo… Bueno —subió los pies sobre el banco y se abrazó las rodillas—. Me molestaba. Cada vez más. Intentaba acercarme a ella, llamar su atención. Ella simplemente parecía estar en otra parte dentro de su mente. Y la que yo creía una hermana, era en realidad una extraña.
—Siento oír eso, Rav —lamentó Cleven.
—No importa. Hace tiempo que dejó de importarme. Porque tengo unos padres estupendos, y unas amigas magníficas —la miró con una sonrisa, y Cleven también sonrió—. Es solo que… —volvió a apoyarse en sus rodillas, suspirando—… de vez en cuando no puedo evitar pensar en Sarah. Dejamos de tener contacto con ella hace algunos años. Y de repente, lo primero que supimos de ella fue el año pasado. Se había convertido en agente del FBI, trabajando aquí, en una agencia de colaboración internacional de Tokio.
—¿Del FBI? —se asombró—. ¿Pero qué edad tiene Sarah ahora?
—23 años. Para convertirse en agente del FBI, debió de pasar al menos 3 años estudiando y preparándose en Estados Unidos. Y nosotros, mis padres y yo, viviendo allí en California, no teníamos ni idea. Y en algún momento, cuando ya terminó su formación, Sarah regresó aquí a Tokio. —Hizo una pausa, con la mirada vacía apuntando al suelo arenoso—. ¿Sabes? Entiendo que perder a un ser querido tuerza tu mundo entero y pueda llegar a cambiarte. Pero… si sabes lo doloroso que es perder a un hermano… ¿por qué no aprecias tener todavía una hermana viva?
—Hmm… —murmuró Cleven con pesar, quedándose un rato reflexiva—. Siempre ha sido algo complejo, el modo en que funciona nuestra mente y nuestras emociones. Y cada persona reacciona, gestiona o padece sus emociones de manera distinta. Quizá es que tu hermana no se atrevía a tener una relación cercana contigo… porque temía que, si te pasaba algo, siendo este mundo tan imprevisible y peligroso, volvería a sufrir lo mismo que con Dawson por segunda vez. No digo que esté bien ni lo justifico, claro. Tan sólo… analizo una razón… para comprender a Sarah.
Raven se quedó en completo silencio. Observaba a Cleven fijamente, porque sus palabras fueron más inteligentes de las que esperaba de ella. Tras un año conociéndola, había visto en Cleven una chica muy sencilla, cuyo mundo a sus 16 años giraba en torno a los estudios, los chicos, las fiestas y poca cosa más. Pero empezaba a ver que Cleven era por dentro más de lo que mostraba por fuera.
—Supongo que yo también lo comprendo, en el fondo —dijo Raven finalmente—. Perder a alguien tan querido debe de ser horrible.
—Sí... —murmuró Cleven con media sonrisa triste.
—Lo siento, no quería...
—No te preocupes. Yo echo muchísimo de menos a mi madre, lo pasé muy mal, pero comprendí que no me merecía la pena vivir lamentando su muerte. Por eso le dedico mi vida, por eso pretendo ser feliz, por ella y por mí. Es… mi manera de reaccionar a su muerte. Es la que funciona para mí.
Pasó otro rato de silencio. Pero esta vez Raven volvía a tener su sonrisa en la cara.
—¿Y tú qué tal con tu hermano, Cleven? —quiso saber Raven.
—¿Mm? ¿Con Yenkis? Pues muy bien, aunque a veces sea un enano listillo, yo realmente lo adoro…
—No, tonta —se rio—. Me refiero a tu hermano mayor. ¿Vas a visitarlo alguna vez?
—Ah. Sí, alguna que otra vez. Pero Lex casi siempre está tan ocupado con su trabajo... Apenas lo veo. Ya lleva siete años viviendo fuera de casa, la verdad es que lo echo de menos. Pero ya es mayor, ya tiene su vida y a su novia...
—Oh, ¿sigue con la misma novia después de tantos años? Me extraña que no tenga una fila de chicas tras él, Lex es tan guapo, tan serio, y alto... Estoy deseando ponerme enferma algún día para que él me cure —Raven empezó a babear otra vez—. Me alegro de que te lleves bien con tus hermanos, se nota que os queréis y os apoyáis entre los tres —murmuró, desviando la mirada a otra parte con pesadumbre.
—Rav, no te preocupes por tu hermana —la tranquilizó Cleven—. Lo importante es que esté bien, y que viva la vida que quiera si con eso es feliz. Algún día ella echará de menos a su familia y querrá volver a teneros al lado, tal vez necesite más tiempo del que ha tenido para recuperarse.
—Sí, espero que tengas razón. Gracias, Cleven. No sé cómo lo haces, ¡pero siempre haces que los demás se sientan mejor! —exclamó alegre, recuperando su ánimo de siempre.
¡Pum!
—¡Uagh! —exclamó Cleven cuando notó que algo le había golpeado en la cabeza, que la tenía apoyada contra la valla; se quedó en blanco por un momento y cayó al suelo, aturdida.
—¡Cleven! —saltó Raven, socorriéndola.
La joven se incorporó un poco en el suelo frotándose la nuca dolorida y miró hacia el otro lado de la valla, reconociendo al instante al chaval que se acercaba corriendo con cara preocupada.
—¡Lo siento mucho, es culpa mía! —dijo el niño, pegándose a la valla y observando a su víctima—. ¡Ah, si eres tú! —masculló con indiferencia—. Bueno, entonces da igual.
—¡Enano! —gruñó Cleven, apretando los dientes—. ¡Como te pille...!
—C’était une plaisanterie! Ne te fâches pas! —rio, cogiendo su balón—. Perdóname, ha sido sin querer. Hasta luego.
Yenkis le dedicó una de sus encantadoras sonrisas a Raven y se marchó hacia el campo de fútbol donde sus compañeros le esperaban.
—Tu hermano tan monísimo como siempre —comentó Raven, ayudando a Cleven a levantarse.
—Menos cuando no apunta —masculló, frotándose aún la cabeza—. ¿A ti te parece mono que me reviente la cabeza?
—Ese puede invocar al Diablo y seguir siendo el chaval más divino. Qué pena que no tenga unos añitos más, jujuju…
—Raven —se sorprendió, mirándola como si estuviese loca.
—Créeme —insistió, solemne, levantando la palma de la mano—. Teniendo en cuenta que tu hermano es como una fotocopia de tu padre... Tu padre ya es un claro spoiler de cómo será Yenkis de mayor. ¡El mundo está doblemente bendecido!
—Rav, ¿qué dices? Tienes una visión muy distorsionada de mi padre.
—Cleventine —la miró fijamente a los ojos y le puso una mano en el hombro—. Amiga querida. Deja que te explique. Tú estás acostumbrada a verlo desde que naciste y tienes una relación un poco chunga con él y por eso estás cegata. Pero debo informarte, por parte de todas las mujeres que conozco que han llegado a ver una imagen de tu padre por internet o en alguna revista de tecnología, que todas estamos de acuerdo en que tu padre es un semidiós fuera de este mundo.
Cleven se la quedó mirando con una mueca retorcida del más terrible disgusto.
—Qué... pedazo... de hombre... —suspiró Raven hacia el cielo, fantaseando.
—O paras, o me traes un cubo para que pueda vomitar.
—Agh, qué poco entiendes. Si te llevaras mejor con él, seguro que acabarías reconociendo lo divino que es y los escalofríos que dan sus ojos de plata...
—No tengo ningún interés en ver a mi padre de esa forma, me lleve bien con él o no. Puedo reconocer que mis hermanos son muy guapos, pero no voy a decir algo así del muermo de mi padr-...
¡Pum! Otra vez, algo le golpeó la cabeza, aunque con menos fuerza que en la otra ocasión, y esta vez, la pelota que le había dado había caído en su lado de la valla.
—¡Bueno, ya está bien! ¿¡Es que mi cabeza tiene forma de portería!? —estalló Cleven, cogiendo la pelota de mala gana con la vena hinchada de la sien; alzó la vista, esperando volver a encontrarse con su hermano.
Pero no venía nadie, no veía a nadie. Notó que Raven le tiró de la manga. Cleven la miró, extrañada, y la descubrió con los ojos abiertos como platos, con la boca entreabierta y le señaló hacia abajo con el dedo al otro lado de la valla. Cleven observó hacia donde apuntaba, bajando la cabeza, y vio a una niña pequeña.
Se quedó tan atontada como Raven. Era una niña como de otro mundo, pensó. Tenía el pelo negro y voluminoso, recogido en dos trenzas bajas a cada lado. Su cara era redondita, de piel muy clara, lisa y suave, como de porcelana, donde destacaban dos grandes y preciosos ojos verdes, idénticos a los de Cleven. Su nariz, sus labios, sus rasgos... parecía una muñeca de verdad.
—Hablando de monadas... —murmuró Raven a media voz, sin poder quitarle la vista de encima a la pequeña, embelesada, y Cleven asintió con la cabeza, dándole toda la razón.
—Le ruego que me perdone, señora chica mayor —dijo la niña con una voz tan dulce como la miel, inclinándose hacia adelante con las manos cogidas por delante y los ojos cerrados—. ¿Se ha hecho usted pupa?
—Eh... —murmuró Cleven, empezando a reaccionar, y sacudió levemente la cabeza—. No... Tranquila, no ha pasado nada.
—Menos mal —rio la pequeña, incorporándose con una gran sonrisa de ensueño en la cara.
—¡Clover! ¿Has encontrado la pelota? —preguntó un niño que acababa de aparecer junto a la pequeña, y se percató de las dos jóvenes al otro lado de la valla.
Vio que Cleven tenía la pelota y frunció el entrecejo con cara de pocos amigos.
—Cleptómana, devuélvenos la bola —le gruñó.
Pero ni Cleven ni Raven le oyeron la grosería. Se habían vuelto a quedar en trance. Aquel niño recién aparecido debía de ser de la misma edad que la otra, pues tenían la misma estatura y tamaño. A pesar del mal genio que había mostrado y de tener una mueca de desconfianza, con el entrecejo y los labios fruncidos que hasta parecía gracioso, era tan muñeco como la niña que tenía a su lado, y casi idénticos, tanto de cuerpo como de cara, solo que él tenía el pelo muy rubio, que con la luz del sol parecía de oro, y despeinado. Sus ojos también eran diferentes, de color azul oscuro. Y la última diferencia con respecto a la niña era que tenía el uniforme hecho una pena con manchas de barro por todas partes.
—Qué cositas, tía… —dijo Raven, en la inopia.
—Oye, culo gordo, ¿no me has oído? —protestó el niño.
Esa frase fue más que suficiente para despertar a Cleven del trance más profundo. «¿Culo gordo?» se le hinchó no una, sino las dos venas de las sienes, y rechinó los dientes, hecha una furia.
—¡Repite eso, niñato! —le gritó, alzando el puño amenazadoramente—. ¿A quién llamas culo gordo?
—¡A ti! ¡Cómprate un audífono! —replicó el niño sacándole la lengua con burla—. ¡La pelota, la pelota, que se acaba el recreo! —exclamó con impaciencia, señalando lo que Cleven llevaba bajo el brazo.
—¿Ah, sí? ¡Pues te has quedado sin ella, chaval!
—Cleven... —intentó tranquilizarla Raven mientras aumentaba el alto voltaje entre las miradas de los dos.
—Daisuke, no seas así —le regañó la preciosa niñita al otro con enfado—. Pídele perdón.
—¡Ni hablar! —replicó este—. Y no empieces a actuar como una niña buena y educada, no estamos delante del asustante social.
—Asistente social —le corrigió con paciencia.
Raven se agachó a la altura de los dos niños y les sonrió con curiosidad.
—Sois muy parecidos —les dijo—. ¿Por casualidad no seréis hermanos?
—Mellizos —contestaron al instante y al mismo tiempo.
—¿Qué edad tenéis? —preguntó Cleven, aún mirando al niño con recelo.
—Tenemos 5 años —volvieron a decir al mismo tiempo, levantando a la vez la palma de la mano para mostrar sus cinco deditos.
—¿Y cómo os llamáis? —quiso saber Raven.
—Clover —contestó la niña.
—Daisuke —dijo su hermano.
—Debéis decir también el apellido cuando os presentéis —terció Cleven, mostrándole descaradamente a Daisuke que el balón seguía en su poder.
—Princesa, ¿por qué no les das la pelota de una vez? —se oyó una voz masculina sobre ellos.
Los cuatro alzaron la cabeza, sobresaltados, y vieron a un chico despatarrado sobre una de las altas ramas del árbol que había junto a ellos. Era él, el que tenía pelos de loco, de color castaño con reflejos rojizos y dorados. Y sus ojos eran hipnotizantes, de un azul claro con franjas amarillentas alrededor de sus pupilas. Cleven entrecerró una mirada fría al reconocerlo. Raven se puso en pie y lo observó con curiosidad, recordando que se trataba de uno de su clase que se sentaba junto a Nakuru.
—¡Drasik! ¡Drasik! —vociferaron los mellizos con sus voces agudas, saltando de alegría.
Drasik les sonrió, divertido, mientras saltaba de la rama al suelo con sorprendente destreza, y Cleven tardó en darse cuenta de que había aterrizado a su lado y de que el balón ya no estaba en sus manos. Se quedó pasmada.
—Anda, tomad —dijo el muchacho, lanzando el balón por encima de la valla y Daisuke lo cogió al vuelo, victorioso y sacándole la lengua a Cleven, mientras Drasik se agachaba para estar a la altura de los dos niños—. Tenéis que disculpar a mi novia, es muy materialista.
—¿Qué has dicho? —preguntó Cleven lentamente y entre dientes, conteniéndose—. ¿Tu qué?
—Mala persona —le dijo Drasik, volviendo la cabeza hacia ella, sonriéndole con burla—. Mira que querer robarle a unos niños su fuente de diversión...
Cleven tragó saliva, había sonado muy acusador, y se sintió muy molesta.
—Perdona, pero es que ese niño me ha llamado “culo gordo”, ¿sabes?
—¿Que te ha llamado qué...? ¿Será posible? —Drasik chasqueó la lengua y miró al niño con reproche—. Me cachis, Daisuke, sabes que mentir está mal, pero a veces es necesario hacerlo cuando estás tratando con una chica. La próxima vez no la llames con un apelativo tan certero y será buena contigo.
Daisuke asintió seriamente, obediente y atento, como si Drasik fuese su respetado maestro personal para aprender a ligar. Raven les dio la espalda al grupo para contener la risa mientras Cleven, con un aura de fuego a su alrededor, fue a estrangular al chico con pelos de loco. Pero apareció, oportunamente, Nakuru junto a ellos. Había acabado su reunión y se los quedó mirando a todos con gran confusión.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, pero antes de que alguien pudiera contestar, se fijó en los dos niños del otro lado de la valla con mucho asombro; para sorpresa de todos, Nakuru cogió el brazo de Drasik y lo arrastró a cierta distancia de donde estaban los demás—. Drasik, ¿por casualidad esos dos niños no serán los hijos de...?
—En efecto, camarada —contestó antes de que acabara la pregunta—. Hace apenas unos días que han empezado el colegio, ya tienen 5 años. ¿A que son una monada?
—Pues sí, la verdad es que... —murmuró Nakuru, pero enseguida sacudió la cabeza y fijó la vista en Drasik—. Oye, ¿qué estás haciendo aquí? Saltan a la vista tus intenciones, Drasik, no te acerques a Cleven y déjame estar con mis amigas a solas. No molestes, anda.
—Jooo... —se quejó con tono infantil, al mismo tiempo que Nakuru lo empujaba con esfuerzo para que se fuera—. Qué bordeee... —Miró hacia atrás por última vez, con su sonrisilla de siempre—. ¡Princesa, no te enfades con Daisuke, no es su culpa haber heredado el humor de su padre! —le gritó a Cleven, a medida que Nakuru lo alejaba de la zona.
Cleven le hizo un corte de manga bien claro antes de perderlo de vista, sin tener ni idea de lo que hablaba y sin importarle lo más mínimo. Nakuru dejó de empujarlo cuando doblaron la esquina del edificio para abandonarlo ahí cual perro molesto y poder irse tranquilamente con sus amigas. Pero cuando fue a dar media vuelta, Drasik la detuvo, agarrando su brazo.
—¿Qué...? —fue a protestar, pero se sorprendió al verlo de repente muy serio.
—Kyosuke no ha venido hoy a clase, Nakuru.
—Estará enfermo, resfriado, ¿yo qué sé? —se encogió de hombros, sin darle importancia, soltándose de él.
—Ja, ¿se larga un año entero al Monte Zou y nada más volver pilla un resfriado? No lo creo, Nakuru. Recuerda que “nosotros” somos inmunes a las enfermedades.
—No te preocupes por él, Drasik. Además, no es de tu incumbencia. Sólo quieres a Kyo para retarle a luchar, como haces siempre. Con lo bien que os llevabais de pequeños y ahora lo conviertes en un rival —suspiró, dando por fin media vuelta y marchándose hacia donde estaban sus amigas.
—Un resfriado... —murmuró Drasik para sí con ironía, y se fue de la zona, reflexivo.
Nakuru vio que Cleven y Raven seguían donde antes, esperándola. Más bien, sólo la esperaba Raven, porque Cleven estaba en mitad de una competición con Daisuke para ver quién sacaba la lengua con más descaro, mientras Clover botaba la pelota. Apenas quedaba tiempo para que terminase el recreo.
—¿Tú conoces a ese chico? ¿Desde cuándo? —le preguntó Raven a Nakuru, y Cleven alzó la mirada con curiosidad.
—Sí, bueno... —titubeó Nakuru—. Desde hace unos cuantos años. Drasik estaba en mi clase en primaria.
—¿Y de qué conoce él a este par de ángeles? —intervino Cleven—. Parece que lo adoran, no lo entiendo.
—Creo que viven en el mismo edificio, son sus vecinos. Bueno, el caso es que sólo es un amigo de por ahí, no le deis importancia.
—Descuida —gruñó Cleven, poniéndose en pie—. Es insoportable, lo odio.
—A mí me parece muy gracioso —opinó Raven.
—Habla el japonés con el mismo acento que Raven —le comentó Cleven a Nakuru, ignorando lo que había dicho su amiga—. ¿No será extranjero?
—¿Tan raro suena mi acento? —se ofendió Raven, pero nadie la escuchaba.
—Sí, Drasik también es de Estados Unidos —declaró Nakuru, mirando esta vez a la afroamericana, la cual se había sorprendido.
—¿De San Francisco, como yo? —quiso saber, interesada.
—No, neoyorquino, pero también es medio argentino —contestó Nakuru—. Aunque vive aquí en Japón desde que era muy pequeño, con su hermano mayor.
—Ja —rio Cleven—. Seguro que sus padres le han mandado a estudiar aquí, deben de estar la mar de a gusto viviendo en Nueva York sin ese petardo.
—No, Cleven —le sonrió Nakuru con pesadumbre—. Desde los 3 años de edad... Drasik es huérfano de padres.
Sus dos amigas se quedaron con una cara muda, se les hizo un nudo en la garganta, sobre todo a Cleven, que desvió la mirada hacia otro lado, sin saber qué decir.
—¡Bueno, qué! —prorrumpió Daisuke, recordándole a las tres de golpe que él y su hermana aún seguían ahí—. ¡Haced algo, que me aburro! ¡Malabares, yo qué sé!
—¡Oye, tú! ¡No somos tus bufones reales! —estalló Cleven de nuevo, y entabló una nueva discusión con el niño, mientras Raven y Nakuru suspiraron con cansancio, poniendo los ojos en blanco.
La pequeña Clover contemplaba a Cleven de pie e inmóvil, de alguna manera ajena a todos los que estaban ahí, con una expresión en los ojos llena de curiosidad. Y de un presentimiento. «Tengo una sensación rara» pensó la pequeña, «¿Esta chica mayor es de mi familia?».
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