1º LIBRO - Realidad y Ficción
Como Cleven ya tenía experiencia en esto de meterse donde no la llamaban y en donde no debía, para ella ir hacia la sala de Secretaría cruzando los pasillos como una ninja era pan comido. En esta parte del edificio era donde estaban los despachos de los profesores, las salas de reunión y demás estancias donde sólo los adultos o empleados del centro tenían acceso, por lo que tenía bastante mérito cruzar esos pasillos sin ser detectada. Aunque corría con la ventaja de que, al ser la hora del café, prácticamente la mayoría de profesores y del personal no estaban por ahí ahora.
Tampoco el personal de Secretaría. En una sala grande con un par de mostradores, tras los cuales había varias mesas con ordenadores, tan sólo había una persona que se había quedado, por así decirlo, haciendo guardia. Era un hombre mayor, sentado en su mesa frente a su ordenador jugando al solitario con un vaso de café en la mano. Estaba tras el mostrador de la derecha, así que Cleven se coló tras el mostrador de la izquierda gateando por el suelo.
Como había visto muchas películas, le dio por hacer una voltereta, poniendo su mejor cara de espía, y rodó hasta llegar a una de las mesas con ordenador. Echó un rápido vistazo alrededor antes de sentarse ahí y empezar a teclear. Tenía vía libre. Hurgando un poco en las carpetas y bases de datos, logró encontrar el buscador programado para encontrar los registros de los alumnos mediante el nombre y el apellido. Cleven tecleó los de su tío.
No supo por qué, mantuvo el dedo quieto sobre la tecla de enter unos segundos, dubitativa. Estaba un poco nerviosa. No porque estuviese infringiendo las normas, sino por la emoción de hallar algo nuevo sobre él. «Veamos si de verdad estuviste aquí». Le dio a la tecla. Y apareció una ficha con datos básicos de Brey Saehara.
A Cleven se le escapó un respingo de alegría. Se tapó la boca enseguida, pues había sonado alto. Por si acaso, apagó la pantalla del ordenador de nuevo, y se escondió debajo de la mesa. Como esperaba, a los pocos segundos el viejo que estaba en la otra zona de Secretaría se había levantado de su sitio y Cleven lo vio asomándose sobre el mostrador de esta zona, con cara extrañada y algo sospechosa. Pero, al no ver a nadie ni nada fuera de lo normal, volvió a marcharse a su lugar.
Cleven volvió a sentarse frente al ordenador y reactivó la pantalla. Fue un poco decepcionante que no se mostrara ninguna fotografía de él, pero esto ella ya lo esperaba, ya que sabía que las fichas donde venían todos los datos y el expediente completo de los alumnos los guardaban en otra base de datos bajo contraseña. Obviamente, el Tomonari se tomaba en serio la seguridad sobre la información más importante de sus alumnos, tanto actuales como antiguos. Lo único que estaba disponible para el personal del centro sin contraseña era la escasa información básica.
Buscó directamente lo que le interesaba, pues no podía perder ni un segundo. «¡Oh! Esta calle… ¡está en el distrito de Minato! ¡No está muy lejos de aquí! ¡Sólo a unas pocas paradas de metro! Así que aquí es donde supuestamente vivía durante sus estudios aquí en el Tomonari. No constan más direcciones. ¿Entonces vivió en el mismo sitio desde la primaria hasta que acabó el instituto? ¿Será en esta dirección donde vivían los abuelos antes de fallecer? Espero que sigas viviendo ahí, tío Brey, porque voy a visitarte ahí en cuanto pueda» se dijo con una sonrisa entusiasmada mientras apuntaba en su móvil la dirección.
Con la misma destreza con la que había venido, Cleven se marchó de allí, sin olvidarse de hacer otra voltereta ninja por el suelo hasta llegar a la puerta de Secretaría sin que el viejo de antes pudiera verla.
Cruzó los pasillos de regreso a la puerta trasera de salida. Sin embargo, nada más abrirla y dar dos pasos fuera, tuvo que lanzarse de cabeza detrás de un arbusto que estaba junto al muro. El mismo profesor de antes, el que Sam había ahuyentado, volvía a andar por ahí haciendo su incansable vigilancia por si encontraba a alumnos escondidos por esas zonas solitarias del recinto. No sería la primera vez, algunos alumnos se escondían por esos rincones detrás del edificio para fumar o para besuquearse.
«¡Mierdaaa!» gritó Cleven para sus adentros, sudando a mares, pues aunque no la hubiese visto de milagro salir por la puerta, iba a verla indudablemente en pocos segundos detrás de ese pequeño arbusto en cuanto pasase caminando por ahí. «¿Qué hago? ¿¡Qué hago!? ¡Hazte la muerta! ¡No! ¿¡Pero qué dices!? ¡Eso será peor!».
—¡Profesor! —se oyó una voz por la zona.
El viejo Ishiguro se detuvo, justo cuando iba a sobrepasar el arbusto de Cleven, y miró confuso a su alrededor.
—¡Profesor, hay unos chicos fumando en los lavabos! —volvió a exclamar esa voz.
—¿¡Quién me habla, dónde estás!? —preguntó el viejo—. ¡Seas quien seas, no puedes estar por aquí, muchacho! Será posible… —gruñó, regresando sobre sus pasos—. Seguro que son los mismos chicos de siempre… fumando allá donde creen que no los encontraré… ¡hm! Se van a enterar…
El viejo se alejó hasta doblar la esquina del edificio. Cleven salió de su escondite, con una cara muy mosqueada, pues la voz que había oído le resultaba demasiado familiar. Vio unos arbustos de más allá, entre los árboles, junto a la valla metálica que separaba el Tomonari de educación inferior con el de educación superior, agitándose un poco. Algo desconfiada, Cleven caminó hacia ellos. Apartó las hojas y se encontró con un niño de ojos plateados con las manos puestas bajo la barbilla como si fuera un gato.
—¡Miau! —exclamó, saltando sobre Cleven, abrazándola.
—¡Ahahaha…! —se rio ella—. ¡Yenkis, mi salvavidas, una vez más! —lo apretujó entre sus brazos—. ¿Pero se puede saber qué haces aquí? ¿Cómo has cruzado la valla?
—¿No lo sabes? Hace años que existe un agujero en la valla, ahí detrás de aquellas plantas. Te vi a lo lejos desde mi recinto yéndote a esta parte trasera del instituto, y te vi metiéndote por esa puerta. Obviamente estabas haciendo algo prohibido, por eso me he colado aquí, por si tenía que ayudarte para que no te pillase ningún profe.
—Tan astuto como siempre, Yen, eres increíble.
—¿Cómo has estado, Cleven? ¿Qué tal ayer? ¿Has encontrado al tío?
—No, pero estoy siguiendo algunas pistas. Por ahora no puedo contarte más porque no quiero meterte demasiado en esto. Pero te puedo decir que ¡ayer conocí a gente muy guay!
—¿Sí? ¿Qué gente, dónde?
—En una cafetería muy chula cerca del Parque Yoyogi. El dueño me invitó a desayunar, superamable, ¡y también he conocido al chico más guapo del mundo!
—Agh… —bufó Yenkis, menos interesado en esa parte.
—Ayer fue un día de lo más interesante. Creo que estoy haciendo progresos.
—¿Con lo de buscar al tío, o con lo del chico guapo?
—Lo del chico guapo se volvió un poco imposible, que digamos… Pero no me voy a rendir tan fácilmente con él. Me refiero, más bien… a que estoy sintiendo por primera vez que estoy tomando las riendas de mi vida. Irme de casa es lo mejor que he hecho.
En ese momento vio en su hermano, a pesar de que seguía sonriendo contento, que su mirada se volvía algo apesadumbrada.
—Excepto por el hecho de que te voy a echar de menos todos los días que no esté en casa —añadió Cleven, volviendo a abrazarlo.
—Yo también te echaré de menos si ya no vives más en casa. Pero no te preocupes. Si eso significa que serás más feliz, quiero que estés donde más feliz seas. Con la condición de que me visites a menudo.
—¡Por supuesto! Eres el mejor hermano pequeño del mundo —lo apretujó muy fuerte.
—Erkg… —casi se ahogó.
—Dime, ¿qué tal con papá y Hana? ¿Ayer se enfadaron al no recibir noticias mías en todo el día? ¿O les dio igual?
—¡Oh, no! Sí que se enfadaron. Bueno, se enfadó papá. Hana también estaba preocupada, pero parecía más comprensiva y solamente trataba de tranquilizar a papá. Pero sí, papá estaba hecho una furia, se puso de los nervios. Cree que te has ido para uno o dos días solamente para darle un escarmiento, y que volverás hoy a casa “cuando se te pase el enfado y la rabieta”, según dijo.
—Ya… Como si un simple enfado fuera el simple motivo de mi huida —farfulló Cleven con malas pulgas, cruzándose de brazos—. De verdad que papá no me conoce. Menudo palo se va a tragar cuando vea que hoy tampoco regreso a casa.
—Cleven, yo sé que te has ido porque llevas ya muchos años aguantando muchas cosas… pero… —la agarró de una mano—… no quiero que te metas en problemas graves con papá. No quiero que te pelees con él de por vida, y que no le hables nunca más… como hizo Lex.
—Yen —sonrió tranquila—. No te preocupes por eso. Ni Lex ni yo odiamos a papá ni nada de eso. Es solo que… se hace difícil vivir con él y con su excesivo control y con su… distante forma de entender lo que nos pasa. Seguramente, lo que va a hacer que mi relación con papá se vuelva mejor es que vivamos separados.
—¿Y si no consigues encontrar al tío? ¿Y si no consigues quedarte a vivir con él? ¿Volverás a casa y ya no te hablarás más con papá?
Cleven se percató de que su hermano estaba especialmente preocupado por este tema. No era sólo su temor de que ella volviera a casa a vivir continuamente infeliz y enfadada con su padre, sino también su temor de que su padre tuviera que lidiar con ese tipo de relación con ella.
A Yenkis siempre le habían preocupado los sentimientos de todas las personas. Cuando otros se peleaban, podía ponerse a favor de uno y en contra del otro, pero siempre mostraba una gran empatía por ambas partes. Yenkis odiaba los conflictos, pero respetaba los asuntos y los motivos de los demás, y sólo quería que al final, después de la pelea, se llegase a una resolución que significara el bienestar de las dos partes.
—Pues… en ese caso… tendría que volver a casa y… —titubeó Cleven, pensativa, y luego suspiró—. No lo sé, Yen. Ya veremos lo que pasa. Se pensará en ello cuando llegue el momento. Pero ya verás que todo va a salir bien —le revolvió sus cabellos de color castaño claro.
El niño volvió a sonreír, más conforme.
—¡Tú, Vernoux! —se oyó exclamar a alguien desde la lejanía.
Ambos hermanos se volvieron con sobresalto, viendo cómo una mujer de piel oscura y pelo trenzado se acercaba hacia la valla desde el recinto de la escuela primaria. Cleven comprendió que se dirigía al niño, con una cara que echaba chispas.
—¿Quién es? —preguntó Cleven.
—Ahí va, es Klaus —rio Yenkis—. Es una profesora de infantil que suele hacer vigilancia en los recreos. Ya me tiene fichado desde el año pasado, además de a unos mellizos que son nuevos este año.
—¿Por qué te tiene fichado? —se mosqueó su hermana, mirándolo con reproche.
—¡Deja de saltarte las normas! ¿¡Cómo has entrado ahí!? —le riñó la mujer, pegándose a la valla—. Venga, vuelve aquí ahora mismo, el recreo está a punto de acabarse.
—¡Voooy! —Yenkis se despidió de su hermana y volvió a colarse por el agujero de la valla de regreso al recinto del otro edificio.
—¡Clover y Daisuke! ¿¡De dónde habéis sacado eso!? —exclamó la profesora de infantil mientras se alejaba corriendo por el patio—. ¿¡Habéis vuelto a entrar en el despacho de la directora...!?
Cleven, al oír sus nombres, se acercó más a la valla para verlos mejor. En efecto, eran los famosos mellizos que conoció la otra vez y que encontró de nuevo ayer en un parque mientras caminaba con Raijin. Los dos niños huyeron de la pobre Klaus, que, aunque se tomaba su deber muy en serio y con mucha vocación, se la veía agotada de tanto estar corriendo detrás de los niños procurando que no se hicieran daño o que no estuviesen en lugares que no debían. Clover y Daisuke iban soltando gritos y diciendo: “¡Roger, Roger, nos han localizado, el objetivo está en peligro!”.
Cleven no podía evitar reírse, por esa escena y esa imaginación tan infantil pero tan adorable. Esos dos niños, no sabía aún por qué, le entrañaban una sensación tierna y cercana. Era extraño, porque era similar a lo que sentía con Yenkis, un profundo cariño forjado durante años. Pero a estos mellizos apenas los conocía de unos pocos minutos en total.
—Cof… —se oyó una modesta tos detrás de ella.
—¡Ahhh! —Cleven dio el respingo de su vida, porque sonó como un hombre, y lo primero que pensó fue que el profesor Ishiguro al final la había pillado y estaba justo detrás de ella a punto de leerle sus derechos, antes de mandarla a detención.
«¡Hazte la muerta!» pensó otra vez para sí misma. Sin embargo, cuando giró la cabeza con miedo, descubrió que se trataba de Denzel, con su inconfundible cabello negro y corto y sus tres mechones de canas pese a su joven edad. Y sus gafas de sol, siempre puestas.
—¡Uff! ¡Menudo susto me has dado, Denzel! ¡Creía que era Ishiguro u otro profesor responsable y estricto!
—Auch… —se ofendió—. Oye, que yo me muestre un poquito más cercano y comprensivo con los alumnos no significa que yo no sea un profesor igual de respetable que los demás. —Cleven contuvo la respiración, en tensión—. Pero no, no te voy a castigar por estar aquí en la zona restringida mirando simplemente el paisaje. Ni que esto fuera Auschwitz. —Cleven torció una mueca, sin entender—. ¡Madre mía, Cleven! ¿¡Atiendes en mis clases de Historia!? —se ofendió más.
Cleven se lo quedó mirando con cara de pato, sin saber qué responder.
—Ay, en fin, da igual —suspiró Denzel, y le tendió un folio doblado—. Te estaba buscando. Se me olvidó darte esta circular que les entregué antes a tus compañeros. Como esta mañana llegaste tarde…
—Ah, gracias. ¿De qué es?
—Una reunión de padres y alumnos, de presentación del curso, la semana que viene. De los padres puede venir uno solo, pero en el caso de que tu padre no pueda ese día, su pareja también puede ir en su lugar, siempre que se trate de alguien que sea legalmente responsable de ti, o autorizado por tu padre.
—Ah… genial… —masculló Cleven entre dientes, mirando el papel, preguntándose cómo iba transcurrir ese día de la reunión si se había fugado de casa y no iba a tener contacto con su padre.
—Dime… ¿qué tal van las cosas por casa? —le preguntó Denzel de repente. Lo hizo con un tono natural, sutil, pues de las dos o tres veces que había tenido que charlar a solas con Cleven por su mal comienzo en ese curso, sabía más o menos cómo era su vida familiar, ya que también era su trabajo como tutor.
—Mmm… Bueno, van bien… Normal… —titubeó ella, procurando sonar lo más creíble posible—. Como siempre.
Denzel la observó fijamente durante unos segundos, serio. Esto la puso nerviosa, porque era como si él, ahora, de repente, sospechase o notase algo.
Fue un extraño momento de silencio, muy extraño. Cleven lo observó de vuelta, pues había algo en Denzel que la inquietaba. Pero no ahora, sino también de las otras veces que había estado con él. No sabía por qué, pero en realidad Denzel nunca le pareció una persona normal. Desprendía un aura rara, como de otro mundo, y tenía la sensación de que su origen venía de esos ojos que siempre mantenía ocultos tras las gafas de sol. Tenía un deseo enorme de descubrir qué había tras ellas, qué clase de ojos y de mirada tendría. Por alguna razón, por un brevísimo instante, tuvo la ligera sensación de que en realidad conoció a Denzel hace muchos años.
—¿Vernoux? —la llamó desde el mundo de los vivos—. ¿Te pasa algo?
Cleven sacudió levemente la cabeza, despertando de uno de sus trances, al mismo tiempo que esa sensación tan extraña que acababa de tener se evaporaba de su mente.
—Ah, no —sonrió—. No es nada. Bueno, eh… gracias —levantó el papel brevemente—. Me voy ya a mi siguiente clase, el recreo ya casi se ha acabado.
—Claro. Hasta otra —asintió Denzel, risueño.
La joven se marchó del lugar mientras se guardaba el papel en el bolsillo de la camisa. Denzel la siguió con la mirada hasta que se perdió de vista, y suspiró. «¿Qué estás tramando ahora, Cleven?» pensó. «¿Has vuelto con esas manías tuyas de la infancia, de hacer cosas extrañas en secreto? Hmm…».
* * * *
Hana estaba sentada en una butaca del despacho de Neuval, con una taza de café en las manos. Neuval, en cambio, no paraba, ordenando papeles, buscando archivos en su ordenador, apuntando cosas, levantándose cada dos por tres de su silla para ir a revisar los informes predispuestos sobre una mesa junto a una estantería llena de libros y carpetas.
Hana lo observaba con detenimiento. Neuval tenía una cara de no haber pegado ojo en toda la noche y parecía un zombie nervioso. Por eso, ella en verdad estaba atenta, esperando a que metiera la pata. Y así fue. Hana vio que cogía uno de los dos montones de folios que había sobre su mesa para meterlos en la trituradora de papeles, y era el montón equivocado.
—¡Neuval, detente! —saltó como el rayo, haciéndole un placaje para evitar la destrucción de aquellos archivos en el último momento.
Por desgracia, estos papeles se desperdigaron por los aires, cubriendo la mitad de la amplia sala. Surgió un momento de silencio. Hana estaba abrazada a él, mientras que Neuval se había quedado con los brazos en alto y con una cara de infarto, hasta que el último folio se posó suavemente sobre el suelo.
—¡Pero bueno! ¿¡Se puede saber qué te pasa!? —estalló la mujer, era de esperar—. ¡Casi destruyes los archivos que contienen los prototipos! ¡Aún no están digitalizados! ¡Mira que eres torpe!
—¿Ein? —murmuró Neuval, despertando, y observó el estropicio—. Había tiempo de sobra hasta que apretase el botón, no hacía falta que te abalanzases de esa manera contra mí… jugadora de rugby…
Hana entornó los ojos con mosqueo. La verdad es que había sido bastante bruta, pero precisamente la auténtica Hana era así, solo que delante de la gente tenía que fingir ser más educada. Cuando una persona tenía un cierto origen, y uno del que no se enorgullecía, pues le costaba un poco desprenderse de ciertos rasgos una vez había entrado en una vida mejor y más decente. Lo que descubrió es que Neuval le estaba sonriendo en este instante, y era por esto. Era una sonrisa cálida.
Hana se sonrojó con vergüenza, sin borrar esa cara malhumorada, y se soltó de él enseguida para recobrar la compostura. Por su parte, Neuval recuperó su expresión taciturna mientras se recolocaba bien la corbata, y se puso a recoger las hojas en silencio. La mujer se agachó frente a él, pero no para ayudarlo exactamente. Le agarró una mano antes de que cogiese un folio, y él levantó la vista hacia ella con sobresalto.
—¿Qué es lo que te ocurre? —le preguntó seria.
Neuval miró hacia otro lado, dubitativo.
—Es… nada.
—Neuval.
—Es… es que Cleven todavía no ha dado señales. Ni siquiera sé dónde ha pasado la noche.
—Los dos estamos preocupados por eso desde ayer, pero sé que desde esta mañana tienes otra preocupación en la cabeza —le dijo, obligándolo a sostener la mirada—. No puedes ocultarme eso.
Neuval suspiró, cerrando los ojos un momento.
—Es solo que... siento que estoy perdiendo a Cleven del todo —lamentó. Hana relajó los músculos de su cara, adoptando la misma expresión apesadumbrada—. Ya he perdido a Lex, yo tuve la culpa de eso, y no soportaría perder ahora a Cleven.
—Neu, tú no tuviste la culpa sobre lo de Lex —lo calmó, apretándole más la mano—. No sé de qué discutisteis exactamente hace siete años, nunca me lo has contado. Pero estoy segura de que él no tenía una razón lo suficientemente sólida como para irse así de casa y no hablarte más.
—Yo no estoy muy seguro de eso... —murmuró para sí.
—Le dije a Misae que, si Cleven volvía hoy a casa mientras ella estaba cocinando y nosotros estamos trabajando, nos lo comunicase enseguida.
—Pero todavía no ha llamado. ¿Y si hoy Cleven ha ido al instituto? No sé si pasarme por ahí ahora y averiguarlo.
—No es mala idea —le sonrió—. Neu, yo me encargaré de tu papeleo entonces. Y le diré a Lao que te sustituya en la próxima reunión.
Los dos se miraron, y se sonrieron. Desde que estaban juntos, hace tres años, el apoyo mutuo era lo que había sostenido sus vidas desmoronadas hasta ahora. Hana volvió a ruborizarse.
—Te sientes mal en parte porque crees estar defraudando a Katya, ¿verdad? —le preguntó ella.
Neuval no contestó, pero era una respuesta afirmativa para Hana.
—No te preocupes, estoy segura de que Katya comprendería tu situación. No es fácil, Neuval, yo lo sé, y lo sabría Katya si te viera ahora. Lo estás haciendo lo mejor posible. Sé que no debe de ser nada fácil cuidar de tres hijos tú solo y al mismo tiempo ser responsable de miles de personas en todo el mundo que constituyen la gran familia de esta empresa. Por eso, yo quiero hacer lo que esté en mi mano para ayudarte. Tú me salvaste la vida y deseo devolverte el favor con todas mis fuerzas. Escucha, Neuval. Cleven es inmadura y rebelde, pero todos hemos sido así a esa edad.
—Tú sobre todo, que eras una delincuente callejera —sonrió Neuval.
—Sssh, no digas eso en un lugar como este —musitó apurada—. Pero Cleven es una buena persona, Neu. Es una chica muy lista y buena, pero como todos, tiene que aprender poco a poco, entender este mundo tan complicado, y es normal a su edad empezar a querer hacerlo por su cuenta. No es tu culpa, es la naturaleza, así es como funciona la vida. Se crece cometiendo errores. Pero no temas, no le pasará nada malo, porque a pesar de todo, ella tiene bien aprendido cómo tener cuidado, de tantas veces que se lo has repetido. Por mucho que a ella le molestaran tus sermones, en el fondo ella te escuchaba. Sé que la quieres más que a nada. Ella lo sabrá algún día.
Neuval apoyó las rodillas en el suelo y abrazó a Hana con fuerza, agradecido por sus palabras. Ella se puso roja del todo, aunque intentó disimularlo.
—Será mejor que vaya ahora mismo al instituto de Cleven —declaró Neuval, haciendo ademán de levantarse, pero Hana lo detuvo antes que nada, cogiéndolo del brazo, y lo acercó para sí.
Lo besó con cariño, sorprendiendo a Neuval por un breve instante, hasta que él cedió al beso. Hana sabía de sobra que jamás sería correspondida. Sabía de sobra que para Neuval, Katya era, es, y seguirá siendo el amor de su vida para siempre. Pero se sentía afortunada por poder estar con alguien como él, aunque fuera una relación de cariño y no de amor. Eso era más que suficiente para Hana.
De pronto se oyó un estruendo por todo el despacho. Alguien había abierto la puerta de par en par, de manera que casi se rompieron las paredes. Tanto Neuval como Hana se quedaron de piedra del susto, dirigiendo la mirada hacia el viejo Lao, que estaba todavía ahí jadeando como un perro. Lao, al verlos arrodillados en el suelo y bastante pegaditos, dejó de respirar un momento, abriendo los ojos con sorpresa. A continuación, sacó su móvil del bolsillo del traje gris que llevaba puesto y les hizo una foto.
—¡Kei Lian Lao! —saltó Neuval al respecto—. ¡Dame ese móvil ahora mismo!
—¡Ni de coña, jefe! ¿Sabes lo que puedo ganar cuando circule esta foto tan bonita de vosotros dos por los ordenadores de la empresa? —rio socarronamente.
Neuval fue a por él con la furia de un tigre, pero el grito de una mujer les puso a todos la piel de gallina.
—¡Liaaaan!
—Ay... —sollozó Lao, temblando, y corrió a esconderse tras la enorme mesa de su jefe—. ¡Yo no estoy aquí! ¡Por si preguntan!
Tanto Hana como Neuval se quedaron estupefactos, y entonces vieron aparecer a una mujer en la puerta que jadeaba y tenía la cara roja. Era morena, de cabello largo y algo ondulado, vestida con un elegante traje de trabajo de pantalones, blusa y chaqueta marrón.
—¿Suzu? —brincó Neuval, mirando el reloj de su muñeca—. ¿Qué haces en Tokio? ¿A estas horas no trabajas en tu oficina de Yokohama?
—¡Neuval! ¡Dime ahora mismo dónde está tu maldito padre adoptivo!
—¡Suzu, por favor! —se apuró este, yendo a cerrar la puerta del despacho rápidamente—. ¡Que aquí nadie debe saber nuestra relación familiar, ya lo sabes!
—¡Da igual! ¡Dime dónde está, que lo voy a matar! —vociferó la mujer, echando chispas por los ojos—. ¡Está otra vez ocultándome información!
—¡Ah! —Neuval comprendió enseguida—. Está debajo de mi mesa —contestó.
—¡Traidor! —exclamó el viejo Lao con furia, saliendo de su escondite descubierto.
—Lao, en serio, eres un tipo enorme y musculoso, es imposible que te escondas tras un escritorio. Eres más grande que el escritorio —le dijo Neuval, indiferente.
—¡Tú! ¡Dichoso suegro, no te me escapes! —rugió Suzu, corriendo hacia Lao con intenciones asesinas.
—¡Esta traición te la guardo, jefe! —le amenazó Lao a Neuval mientras esquivaba a la mujer y escapaba por la puerta.
—¡Lian! ¡Liaaan! —gritó Suzu, saliendo a por su presa—. ¡Kei Lian, vuelve aquí...!
Hana y Neuval se miraron, sin salir de su asombro por lo que acababa de ocurrir. Sólo cuando varios de los empleados de la empresa empezaron a asomar la cabeza para ver qué había pasado, Neuval cerró la puerta del despacho rápidamente.
—Ay, Dios, ¿por qué Lao siempre tiene que armar alboroto en la empresa? —se lamentaba Neuval—. A este paso arruinará mi reputación... y descubrirán que somos una familia de locos.
—Vaya, llevo mucho tiempo sin ver a esa mujer —comentó Hana—. Como vive en otra ciudad... No recuerdo bien, era la esposa de tu difunto hermanastro, ¿verdad?
—Sí, Suzu era la mujer de Sai. Es mi cuñada. La conozco desde la adolescencia, y a través de ella conocí a Katya, eran amigas —le recordó, y vio que Hana se quedaba pensativa—. No te preocupes, Suzu siempre tiene razones para matar a Lao, pero al final no lo hace. Lao tiene un don para sacar de quicio a Suzu, ya sabes, contigo también lo hace.
—Ay... —suspiró Hana, molesta—. Esta semana ya me ha hecho rabiar dos veces. No entiendo cómo has podido vivir tanto tiempo con ese majara. Aunque Lao siempre dice que tú estás mucho más loco que él.
—¿Eso dice...? —masculló Neuval entre dientes, sonriendo nervioso—. No le creas una palabra. En fin, me voy.
Neuval cogió su chaqueta y las llaves del coche, y Hana comprendió que ya se iba hacia el instituto. Sin perder tiempo, se despidió de ella y se marchó.
* * * *
Los hombres y mujeres de toda la empresa, tanto los que andaban por los pasillos como los que estaban en sus despachos o en sus respectivos departamentos, dirigían sus miradas de asombro hacia el viejo Lao y hacia Suzu a medida que pasaban corriendo cerca de ellos, armando escándalo. Los que tenían la cabeza asomada hacia los pasillos desde la puerta de sus despachos preguntaban a otros qué estaba pasando, desconcertados, y recibían como respuesta un encogimiento de hombros.
—¡Vicepresidente! —exclamó un joven empleado al toparse con el viejo en uno de los pasillos, sobresaltado—. ¿Qué ocurre?
—La Yakuza viene a por mí... —contestó Lao, pasando de largo a toda mecha.
El empleado se quedó perplejo, pero al ver que se trataba de una mujer la que perseguía a Lao, puso los ojos en blanco, decidiendo pasar del tema. Casi todos los empleados ya estaban acostumbrados a ver al viejo Lao correteando por los pasillos de vez en cuando perseguido por alguien furioso.
Suzu dobló una esquina y se adentró en una zona de pasillos silenciosos, justo a tiempo para ver cómo una puerta del fondo, la del despacho de su suegro, se cerraba de golpe. Se dirigió allí de inmediato y aporreó la puerta.
—¡Kei Lian, basta de juegos! ¡Sabes por qué he venido! ¡Sabes que no me iré hasta que no me respondas a las preguntas!
—¡No quiero que me hagas esas preguntas! —replicó Lao al otro lado de la puerta.
—¡Kei Lian, por Dios...! —comenzó a sollozar—. ¡Hablo en serio, estoy muy preocupada!
Hubo un momento de silencio, roto de vez en cuando por los sollozos de Suzu, cada vez más fuertes. La mujer dejó de aporrear y cerró los ojos, abatida, apoyándose contra la puerta.
—Yo también hablo en serio —dijo entonces Lao, con un tono más apaciguado—. No quiero que me hagas esas preguntas. No otra vez. Por favor.
—Kei Lian... No voy a poder soportar esta situación de nuevo —lloró la mujer, tapándose la cara con las manos—. Por favor... Dime dónde está mi hijo. ¿Dónde está Kyo? Como le pase algo... Dios, sería el colmo...
Lao, bloqueando la puerta con la espalda apoyada contra ella, se quedó mirando al vacío con una cara seria y apesadumbrada, escuchando los llantos al otro lado de la puerta.
—Ese es un tema en el que no tienes autoridad para involucrarte, aunque seas su madre. Es por tu seguridad.
—¡Solamente quiero saber dónde está, sólo eso! ¡Sé que no puedo involucrarme! Pero necesito saber que Kyo está bien —suplicó Suzu, sin poder contenerse—. Necesito saberlo...
—Kyo está bien —le aseguró el viejo, bajando la mirada.
Hubo otro momento de silencio, en el que Suzu aprovechó para intentar calmarse.
—Lian... No quiero perder a otro hijo, ¿me oyes? —le dijo con cierto tono desafiante—. ¿Por qué tuvieron que convertirse en lo mismo que tú? ¿Por qué les tocó a ellos, a mis dos niños? Deseaba una vida normal para ellos...
—Suzu... Nosotros no elegimos convertirnos en iris. Simplemente, ocurre.
—Pero sí elegís vivir obsesionados por cumplir una venganza sin sentido.
—¿Venganza sin sentido? —repitió Lao, apretando los dientes—. La venganza es la razón por la que existimos.
—¡De eso nada! —negó Suzu, volviendo a enfrentarse a la puerta—. ¡El sentido de vuestra existencia es la de proteger a los buenos humanos de los malos! La venganza sólo es un asunto personal. Un asunto personal que podéis dejar atrás junto al odio, pero los iris abrazáis ese odio y esa rabia porque creéis que la necesitáis para ser más eficaces protegiendo al mundo. Y por eso os metéis en la boca del lobo, y por eso uno de mis hijos ha muerto.
—Yousuke murió por intentar vengar a su padre, eligió ese camino porque era su deber como iris y su deseo como todo buen chico valiente que quiere a su familia. Yo también quería vengar a Sai. Yousuke tenía derecho a vengar la muerte de su padre y yo la de mi hijo.
—No, Kei Lian. Mi marido, tu hijo, nunca fue iris, y aun así murió a manos de unos criminales, los cuales eran enemigos tuyos por el hecho de que eras iris. Yousuke lo presenció y con ello se convirtió en un iris. Tú ya decidiste que te harías cargo de la venganza de Sai a pesar de que tu iris no nació de su muerte, y cuando You vino y dijo que esa venganza le correspondía a él, tú no le frenaste, te fuiste con él, de nuevo, contra los mismos asesinos. Y You jamás volvió de esa misión. Y entonces se repitió la desgracia. Kyosuke tuvo que presenciar la muerte de su hermano y sufrir su mismo destino convirtiéndose en otro iris, hace tan sólo un año. Ahora Kyo quiere vengar la muerte de You y la de su padre, ¡acaba de convertirse en iris oficial de la Asociación y ha elegido llevar este mismo camino de lucha y venganza! ¡Y eso es porque sigue tu ejemplo!
—¡No sigue mi ejemplo, Suzu! ¡Ser iris ya arrastra ese deseo dentro, todos los iris del mundo llevamos dentro el instinto de vengarnos! Tú no lo entiendes, tú eres humana, no entiendes que los iris necesitamos la venganza para prevenir la enfermedad del majin, es la cura de aquello que nos puede convertir en monstruos.
—Eres tú quien no lo entiende, Kei Lian —sollozó de nuevo—. Tú ya has olvidado lo que es ser humano. Te convertiste en iris cuando sólo tenías 10 años y ya no recuerdas lo que es ser humano, lo que es vivir una vida normal sin arriesgarla constantemente. No quiero que a Kyo le pase lo mismo, si es que logra sobrevivir más años que su hermano y que su padre. Hemos perdido a muchos seres queridos, Lian —se tapó la cara con más sollozos.
Hubo un rato de silencio, a ambos lados de la puerta. El viejo Lao tenía una expresión triste en los ojos.
—He perdido mucho —murmuró Suzu—. Mi marido... mi hijo... incluso mi mejor amiga. Katya era como una hermana para mí, la echo tanto de menos...
—Yo también la echo de menos, Suzu —dijo Lao con pesar—. Yo quería a Katya tanto como te quiero a ti, y haré lo posible por que no sufras más, te lo prometo, pero pon un poco de fe, por favor... Confía en Kyo. Él será mucho más fuerte. Te juro que a él lo protegeré mejor. Jamás le pasará nada. Pero debes aceptar que él ya ha elegido quién quiere ser y qué quiere hacer. No podemos negarle la libertad de elegir su propia vida. Él podrá entenderme mejor y hacerme más caso cuando le diga cuándo ser prudente. Yo también sé lo que es perder un hermano gemelo. Sabré cómo guiar a Kyo en su camino de iris.
Al otro lado, Suzu no dijo nada. Pero Lao la oyó tranquilizándose. Finalmente, el viejo abrió la puerta, y Suzu lo abrazó directamente, por lo que él hizo lo mismo.
—Lo siento, Lian —sollozó, cerrando los ojos.
—Yo también, querida —frotó su espalda—. Sé fuerte. Sigues siendo de mi familia, una Lao. Te prometo que te mantendré informada sobre el estado de Kyo. No pasará nada, solamente está metido en un problema estúpido con una RS llena de iris estúpidos. Ya sabes que aunque algunos iris nos enfrentemos, siempre es por motivos de tener más poder en la Asociación, pero todos seguimos siendo una fraternidad y no podemos matarnos entre nosotros. Lo sacaremos de ahí enseguida, Raijin, Yako y los otros muchachos están en ello.
—De acuerdo —asintió, secándose los ojos y separándose de él—. De acuerdo, eso espero. Por favor, no le cuentes al tonto de Neuval lo que ha pasado aquí ahora. No quiero darle más razones para que se entristezca, lleva ya siete años con esa terrible depresión por la muerte de Katya y no quiero que empeore. Ese tonto ha sufrido ya demasiado, espero que lo estés cuidando bien.
—No te preocupes, Neuval ahora está mucho mejor que hace cuatro años.
—¿No has vuelto a descubrirle enganchado a las drogas o a otros vicios?
—No.
—Bien —asintió de nuevo, secándose la nariz—. Eso está bien. Creo que esa Hana de verdad le está influyendo bien, es buena chica. No la hagas rabiar mucho, ¿vale? No sé por qué tienes ese afán por sacar de quicio a las parejas de tus hijos.
—Con lo divertido que es... —se defendió Lao—. Katya y tú aprendisteis demasiado rápido a contraatacarme. Hana aún es una novata en esta familia y tiene que acostumbrarse a mis bromas como requisito de integración —sonrió, bromeando.
—O a lo que queda de nuestra familia —repuso Suzu, con una pequeña sonrisa apenada—. Tengo que volver a Yokohama enseguida. No te preocupes, ya me encargo yo de informar a tu exmujer de que Kyo está bien.
—¿Ming Jie también se ha enterado de este revuelo? —rezongó—. Ella sí que vendrá a matarme. Aunque eso no estaría tan mal, así al menos tiene una excusa para verme y hablarme... —añadió en murmullos, mirando al techo, mientras se sonrojaba como un niño pequeño.
—Ya me ocupo yo de llamarla y de contarle esto. Por favor, tú ve a visitar a Mei Ling y a tranquilizarla, ella también está preocupada por su hermano y nadie le informa de nada. Mejor que le informe su propio abuelo.
—De acuerdo —suspiró resignado—. Mei Ling también querrá matarme —añadió entre dientes—. Todas las Lao quieren matarme...
* * * *
En el apartamento de Xaviero Massimiliano, Kyo salió del cuarto de baño arreglado y preparado después de haberse dado una ducha. Se puso de nuevo el uniforme del instituto, el mismo con el que comenzó a huir de sus perseguidores, a pesar de que estaba lleno de roturas y raspones, pero había intentado quitarle un poco el polvo.
Ya se había recuperado de sus heridas y del agotamiento acumulado después de haber estado tanto tiempo corriendo de una ciudad a otra. Ahora se dirigía hacia el salón, donde hubo despertado el día anterior, en el cual había unos ventanales desde los que podían verse las calles del exterior perfectamente. Él se asomaba cada dos por tres, pues estaba seguro de que algún miembro de la MRS aparecería por allí para buscar su rastro. Le había costado perderlos de vista antes de llegar a la casa de Xaviero, pero lo peor estaba por llegar.
Todas las veces anteriores que había echado un vistazo al exterior no había visto nada fuera de lo normal, por lo que acabó sintiéndose más calmado. Cuando corrió la cortina, no esperó ver ninguna anomalía… hasta que la captó con el rabillo del ojo. Había un hombre larguirucho con sudadera negra y la capucha puesta que caminaba entre la gente como uno más, a diferencia de que movía los ojos de un lado a otro con una expresión fría, atento a todo movimiento y ruido de su alrededor.
Era un hombre de marcados rasgos faciales, con gruesas cejas y una pequeña cicatriz en un labio, lo que sinceramente lo hacía más feo. No debía de tener más de cuarenta años. Ese era el Segundo de a bordo de la MRS, un Sui, un iris del agua.
Kyo se percató de él justo cuando los ojos del hombre se posaron en su ventana. Dio un rápido viraje sobre sus talones y se apartó de la ventana, con el corazón latiéndole con fuerza, pegándose a la pared. El hombre, por su parte, sólo había visto cómo las cortinas volvían a cerrarse en esa ventana. No había visto a nadie, pero siguió ahí, desconfiado.
Kyo, conteniendo la respiración, se subió un poco la camisa del uniforme del instituto y agarró la pistola que tenía metida en una funda sujeta a los pantalones. «¿Me ha visto?» se preguntó nervioso.
Esperó un rato, quieto, sin sacar el arma. Después se puso de cuclillas a la altura del alféizar de la ventana y asomó media cabeza, apartando la cortina discretamente. El hombre seguía ahí, aunque ya no miraba a su ventana. Estaba echando un vistazo a las demás, por si las moscas, pero enseguida volvió a emprender la marcha, aparentemente conforme. Kyo lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista. «¿Qué elemento será él?» se preguntó, memorizando el rostro del hombre.
De repente oyó un crujido de madera a sus espaldas, e instintivamente se dio la vuelta como el rayo, sacando la pistola y apuntando a la primera entre las cejas de Xaviero, el cual se quedó tieso en el sitio, levantando las manos levemente.
—Te exaltas con facilidad, ragazzo —le sonrió.
—Lo siento —se apuró Kyo, volviendo a guardarse el arma y se sentó en una de las butacas, pegando un largo suspiro para calmar sus nervios.
—¿Era una 9 milímetros? —le preguntó interesado, señalando el arma, y Kyo se la mostró—. ¡Ah, no! Una 8 milímetros —la cogió para observarla—. ¡De categoría B! Una Rosveller CG-9, qué maravilla... Hace años dejamos de fabricarlas en la empresa Hoteitsuba.
—Está obsoleta, pero me gusta —sonrió Kyo.
—¿Cuál de mis dos jefes te la ha dado? ¿Neuval? —preguntó, devolviéndole la pistola.
—No, me la dio mi abuelo, él diseñó este modelo. ¿Sabe usted mucho de armas, además de programación?
—¿Bromeas? Yo estuve hace varios años trabajando en la fabricación de este tipo de armas. Todas las armas que tenéis vosotros han sido exclusivamente diseñadas y creadas por Neuval y por tu abuelo, como todos los demás aparatos que has visto en mi sala especial, pero yo aporté algunas ideas de diseño en algunos modelos.
—¿Ya no lo hace?
—No tengo tanto tiempo como antes —sonrió un poco apesadumbrado—. Desde que murió Katya y… ya sabes… Neuval se quedó destrozado… me ha necesitado durante estos últimos años más que nunca, para ayudarlo a mantener Hoteitsuba protegida de los cientos de ciberataques que recibe cada año de los criminales, de la competencia, de algunos listillos del Gobierno… Proteger Hoteitsuba es ahora mi mayor prioridad. Es de vital importancia. No sólo para Neuval y tu abuelo, sino también para la Asociación. Y para miles de humanos.
—¿Miles de humanos?
—¿Tú no sabías… que casi la mitad de los miles de empleados que tiene Hoteitsuba antes eran personas necesitadas? Vagabundos, delincuentes con problemas de adicción, gente en situación de pobreza, exclusión, discriminación… Neuval lleva veinte años dando acogida, formación gratuita y trabajo a todas las personas necesitadas con las que se ha ido encontrando por la calle. Por eso, muchas personas, y familias, dependen de que Hoteitsuba siga a flote.
—Es cierto. Ya había oído eso de mi abuelo —sonrió.
—Bueno. Ven. Ya casi está —le informó el hombre, haciéndole un gesto para que lo siguiera por el pasillo hasta una de las habitaciones de la casa.
Era una habitación oscura, únicamente iluminada por las pantallas de los numerosos ordenadores que había adheridos a las paredes, junto con numerosas máquinas y extraños aparatos de última tecnología, los cuales era muy difícil adivinar para qué servían.
—Kyosuke —lo llamó Xaviero, que se había sentado en su silla frente a una gran pantalla, donde había una imagen del pergamino que Kyo había traído con él y varios esquemas y acotaciones a su alrededor.
El chico se puso tras él, apoyándose sobre el respaldo de la silla del pelirrojo y observando con expectación la máquina que tenían al lado de la mesa. Era la misma idea que la de la impresora 3D, pero tenía el aspecto de una caja de cristal de tamaño de un acuario de peces, y la base era una tabla hecha de un extraño material negro con finos filamentos que a veces brillaban sutilmente como ondas. No había inyectores. Los objetos se iban formando sobre la superficie de esa tabla negra. Los filamentos conducían la materia prima a nivel molecular y la confeccionaban siguiendo la misma estructura del objeto original.
El Replicador, cuando escaneaba el objeto original de manera visual, física y química, le indicaba al usuario de qué materia o materias estaba compuesto, y le sugería utilizar algunas más básicas para hacer la réplica del objeto. Xaviero, para reproducir el pergamino, solamente había necesitado echar en el tanque de mezclas algunas hojas de papel normal, un poco de serrín de pino, un poco de cera y algunas tintas. Sólo eso bastó para que el Replicador creara otro pergamino con el mismo exacto aspecto y prácticamente con una textura que difícilmente se distinguía del pergamino real.
—Genial —sonrió Kyo, cogiendo la réplica cuando la máquina terminó de hacerla, admirándola a la altura de sus ojos.
Xaviero también sonrió.
—Tu abuelo se lo pasaba en grande con esta cosa —le contó—. La usaba incluso para algunos caprichos. Llegó a excederse un poco, por lo que Neuval tuvo que pedirme que la guardara conmigo, fuera del alcance de tu abuelo. Qué tiempos aquellos… Es una lástima que ya nada sea como antes —añadió nostálgico—. Por desgracia, ya no te queda tiempo para seguir oyendo viejas historias de tiempos mejores, debes irte cuanto antes.
Kyo frunció el ceño.
—Estabas discretamente asomado a la ventana cuando entré en el salón antes —le aclaró Xaviero—, y con la pistola preparada, por lo que deduzco que has divisado a uno de tus perseguidores.
—Ah, sí... Pero se fue.
—Por experiencia propia —continuó el pelirrojo mientras se ponía en pie y salía de la habitación—. No te confíes, no creas que ese al que has visto ha hecho la vista gorda, pronto avisará a los compañeros que tenga en Yokohama y volverán por aquí.
Kyo hizo caso. Xaviero podía ser un humano, pero sin duda tenía una vasta experiencia en el comportamiento de espionaje de los iris. Se aseguró de guardar bien ambos pergaminos, uno en su mochila y el otro dentro de su abrigo y siguió al hombre de vuelta al salón. Xaviero se asomó por uno de los ventanales con cuidado para echar un vistazo.
—Dime, Kyosuke. ¿Estás tú solo en esto?
—¿Cómo dice?
—¿Estás tú solo en este plan del engaño o te están ayudando también tus compañeros?
—En principio estoy solo, pero estoy seguro de que mis compañeros ya se han percatado de la situación. No me extrañaría que ya se hayan puesto en movimiento para echarme una mano. Todavía no puedo comunicarme con ellos, por lo que no sé si sabrán muy bien lo que hacer. No saben dónde estoy.
—No creas —sonrió—. Ayer por la noche, cuando estábamos cenando en el comedor, vi a un curioso pájaro posarse en la ventana. Estuvo ahí unos segundos, observándonos, y después se fue. Tú no te diste cuenta.
—¿Un pájaro? Ya entiendo —murmuró—. Entonces a estas horas Sammy ya debe de saber mi paradero gracias a sus mensajeros. Se lo habrá comunicado a los demás.
Cuando el chico se abrochó el abrigo hasta arriba y se cubrió la cabeza bajo la capucha, se dirigió al hombre para despedirse.
—Bueno...
Justo antes de que pudiera pronunciar la segunda palabra, sonó el pitido del contestador automático que había sobre una mesilla junto a uno de los sofás, sobresaltándolos a los dos. A continuación, una robótica voz femenina dijo: “Tiene un nuevo mensaje”, y el aparato dio otro pitido.
—“¡Tú, cabronazo!” —exclamó la voz de una mujer—. “¡Deja de ignorar mis llamadas! ¡Tenemos que arreglar los papeles con el abogado dentro de nada y encima te veo paseando por las calles con esa fulana tan tranquilo! ¡Síii... te he visto, te he visto con ella! ¡Compórtate como un hombre y da la cara, que estoy harta de encargarme yo siempre de los papeles! ¡Idiota!”
Acto seguido se oyó el ruido de cómo colgaba el teléfono de mala gana y dominó el silencio por todo el salón. Kyo se había quedado quieto donde estaba, mirando el contestador sin parpadear y con un nudo en la garganta, estupefacto. Xaviero, por su parte, seguía mirando por la ventana de espaldas a Kyo, aunque en el reflejo se le podía ver una mueca rara con dientes apretados. Se volvió hacia el muchacho con una sonrisilla nerviosa.
—Ignora lo que has oído.
—¿Se está divorciando? —preguntó Kyo al respecto, sorprendido.
—Estoy en ello.
—Vaya, lo siento mucho —dijo apenado.
Xaviero quedó incrédulo tras oírle decir eso, y de pronto empezó a reírse con ganas. Ahora fue Kyo quien puso una mueca extraña, sin entender por qué se estaba riendo.
—Aaay... —suspiró el hombre, acercándose a él, al mismo tiempo que se secaba las lágrimas de la risa y le ponía una mano en el hombro—. Eres un buen chico, Kyosuke.
Varios minutos después, Kyo ya había salido del piso de Xaviero después de haberle agradecido sinceramente su ayuda. Adentrándose en las calles, anduvo por las zonas donde más gente había para camuflarse, atento a todo movimiento o ruido de su alrededor. Ahora sólo tenía que dirigirse a un lugar donde no hubiese absolutamente nadie, lejos de posibles testigos y ponerse al descubierto de sus perseguidores llegado el momento.
En el mejor de los casos, engañaría a los miembros de la MRS para que cogieran la réplica y confió en que se marcharían conformes una vez tuviesen su falso objetivo en su poder. Esperó no tener que luchar, y si ese fuera el caso, confió, pues, en que sus compañeros llegasen en el momento oportuno para unirse a la lucha.
Como Cleven ya tenía experiencia en esto de meterse donde no la llamaban y en donde no debía, para ella ir hacia la sala de Secretaría cruzando los pasillos como una ninja era pan comido. En esta parte del edificio era donde estaban los despachos de los profesores, las salas de reunión y demás estancias donde sólo los adultos o empleados del centro tenían acceso, por lo que tenía bastante mérito cruzar esos pasillos sin ser detectada. Aunque corría con la ventaja de que, al ser la hora del café, prácticamente la mayoría de profesores y del personal no estaban por ahí ahora.
Tampoco el personal de Secretaría. En una sala grande con un par de mostradores, tras los cuales había varias mesas con ordenadores, tan sólo había una persona que se había quedado, por así decirlo, haciendo guardia. Era un hombre mayor, sentado en su mesa frente a su ordenador jugando al solitario con un vaso de café en la mano. Estaba tras el mostrador de la derecha, así que Cleven se coló tras el mostrador de la izquierda gateando por el suelo.
Como había visto muchas películas, le dio por hacer una voltereta, poniendo su mejor cara de espía, y rodó hasta llegar a una de las mesas con ordenador. Echó un rápido vistazo alrededor antes de sentarse ahí y empezar a teclear. Tenía vía libre. Hurgando un poco en las carpetas y bases de datos, logró encontrar el buscador programado para encontrar los registros de los alumnos mediante el nombre y el apellido. Cleven tecleó los de su tío.
No supo por qué, mantuvo el dedo quieto sobre la tecla de enter unos segundos, dubitativa. Estaba un poco nerviosa. No porque estuviese infringiendo las normas, sino por la emoción de hallar algo nuevo sobre él. «Veamos si de verdad estuviste aquí». Le dio a la tecla. Y apareció una ficha con datos básicos de Brey Saehara.
A Cleven se le escapó un respingo de alegría. Se tapó la boca enseguida, pues había sonado alto. Por si acaso, apagó la pantalla del ordenador de nuevo, y se escondió debajo de la mesa. Como esperaba, a los pocos segundos el viejo que estaba en la otra zona de Secretaría se había levantado de su sitio y Cleven lo vio asomándose sobre el mostrador de esta zona, con cara extrañada y algo sospechosa. Pero, al no ver a nadie ni nada fuera de lo normal, volvió a marcharse a su lugar.
Cleven volvió a sentarse frente al ordenador y reactivó la pantalla. Fue un poco decepcionante que no se mostrara ninguna fotografía de él, pero esto ella ya lo esperaba, ya que sabía que las fichas donde venían todos los datos y el expediente completo de los alumnos los guardaban en otra base de datos bajo contraseña. Obviamente, el Tomonari se tomaba en serio la seguridad sobre la información más importante de sus alumnos, tanto actuales como antiguos. Lo único que estaba disponible para el personal del centro sin contraseña era la escasa información básica.
Buscó directamente lo que le interesaba, pues no podía perder ni un segundo. «¡Oh! Esta calle… ¡está en el distrito de Minato! ¡No está muy lejos de aquí! ¡Sólo a unas pocas paradas de metro! Así que aquí es donde supuestamente vivía durante sus estudios aquí en el Tomonari. No constan más direcciones. ¿Entonces vivió en el mismo sitio desde la primaria hasta que acabó el instituto? ¿Será en esta dirección donde vivían los abuelos antes de fallecer? Espero que sigas viviendo ahí, tío Brey, porque voy a visitarte ahí en cuanto pueda» se dijo con una sonrisa entusiasmada mientras apuntaba en su móvil la dirección.
Con la misma destreza con la que había venido, Cleven se marchó de allí, sin olvidarse de hacer otra voltereta ninja por el suelo hasta llegar a la puerta de Secretaría sin que el viejo de antes pudiera verla.
Cruzó los pasillos de regreso a la puerta trasera de salida. Sin embargo, nada más abrirla y dar dos pasos fuera, tuvo que lanzarse de cabeza detrás de un arbusto que estaba junto al muro. El mismo profesor de antes, el que Sam había ahuyentado, volvía a andar por ahí haciendo su incansable vigilancia por si encontraba a alumnos escondidos por esas zonas solitarias del recinto. No sería la primera vez, algunos alumnos se escondían por esos rincones detrás del edificio para fumar o para besuquearse.
«¡Mierdaaa!» gritó Cleven para sus adentros, sudando a mares, pues aunque no la hubiese visto de milagro salir por la puerta, iba a verla indudablemente en pocos segundos detrás de ese pequeño arbusto en cuanto pasase caminando por ahí. «¿Qué hago? ¿¡Qué hago!? ¡Hazte la muerta! ¡No! ¿¡Pero qué dices!? ¡Eso será peor!».
—¡Profesor! —se oyó una voz por la zona.
El viejo Ishiguro se detuvo, justo cuando iba a sobrepasar el arbusto de Cleven, y miró confuso a su alrededor.
—¡Profesor, hay unos chicos fumando en los lavabos! —volvió a exclamar esa voz.
—¿¡Quién me habla, dónde estás!? —preguntó el viejo—. ¡Seas quien seas, no puedes estar por aquí, muchacho! Será posible… —gruñó, regresando sobre sus pasos—. Seguro que son los mismos chicos de siempre… fumando allá donde creen que no los encontraré… ¡hm! Se van a enterar…
El viejo se alejó hasta doblar la esquina del edificio. Cleven salió de su escondite, con una cara muy mosqueada, pues la voz que había oído le resultaba demasiado familiar. Vio unos arbustos de más allá, entre los árboles, junto a la valla metálica que separaba el Tomonari de educación inferior con el de educación superior, agitándose un poco. Algo desconfiada, Cleven caminó hacia ellos. Apartó las hojas y se encontró con un niño de ojos plateados con las manos puestas bajo la barbilla como si fuera un gato.
—¡Miau! —exclamó, saltando sobre Cleven, abrazándola.
—¡Ahahaha…! —se rio ella—. ¡Yenkis, mi salvavidas, una vez más! —lo apretujó entre sus brazos—. ¿Pero se puede saber qué haces aquí? ¿Cómo has cruzado la valla?
—¿No lo sabes? Hace años que existe un agujero en la valla, ahí detrás de aquellas plantas. Te vi a lo lejos desde mi recinto yéndote a esta parte trasera del instituto, y te vi metiéndote por esa puerta. Obviamente estabas haciendo algo prohibido, por eso me he colado aquí, por si tenía que ayudarte para que no te pillase ningún profe.
—Tan astuto como siempre, Yen, eres increíble.
—¿Cómo has estado, Cleven? ¿Qué tal ayer? ¿Has encontrado al tío?
—No, pero estoy siguiendo algunas pistas. Por ahora no puedo contarte más porque no quiero meterte demasiado en esto. Pero te puedo decir que ¡ayer conocí a gente muy guay!
—¿Sí? ¿Qué gente, dónde?
—En una cafetería muy chula cerca del Parque Yoyogi. El dueño me invitó a desayunar, superamable, ¡y también he conocido al chico más guapo del mundo!
—Agh… —bufó Yenkis, menos interesado en esa parte.
—Ayer fue un día de lo más interesante. Creo que estoy haciendo progresos.
—¿Con lo de buscar al tío, o con lo del chico guapo?
—Lo del chico guapo se volvió un poco imposible, que digamos… Pero no me voy a rendir tan fácilmente con él. Me refiero, más bien… a que estoy sintiendo por primera vez que estoy tomando las riendas de mi vida. Irme de casa es lo mejor que he hecho.
En ese momento vio en su hermano, a pesar de que seguía sonriendo contento, que su mirada se volvía algo apesadumbrada.
—Excepto por el hecho de que te voy a echar de menos todos los días que no esté en casa —añadió Cleven, volviendo a abrazarlo.
—Yo también te echaré de menos si ya no vives más en casa. Pero no te preocupes. Si eso significa que serás más feliz, quiero que estés donde más feliz seas. Con la condición de que me visites a menudo.
—¡Por supuesto! Eres el mejor hermano pequeño del mundo —lo apretujó muy fuerte.
—Erkg… —casi se ahogó.
—Dime, ¿qué tal con papá y Hana? ¿Ayer se enfadaron al no recibir noticias mías en todo el día? ¿O les dio igual?
—¡Oh, no! Sí que se enfadaron. Bueno, se enfadó papá. Hana también estaba preocupada, pero parecía más comprensiva y solamente trataba de tranquilizar a papá. Pero sí, papá estaba hecho una furia, se puso de los nervios. Cree que te has ido para uno o dos días solamente para darle un escarmiento, y que volverás hoy a casa “cuando se te pase el enfado y la rabieta”, según dijo.
—Ya… Como si un simple enfado fuera el simple motivo de mi huida —farfulló Cleven con malas pulgas, cruzándose de brazos—. De verdad que papá no me conoce. Menudo palo se va a tragar cuando vea que hoy tampoco regreso a casa.
—Cleven, yo sé que te has ido porque llevas ya muchos años aguantando muchas cosas… pero… —la agarró de una mano—… no quiero que te metas en problemas graves con papá. No quiero que te pelees con él de por vida, y que no le hables nunca más… como hizo Lex.
—Yen —sonrió tranquila—. No te preocupes por eso. Ni Lex ni yo odiamos a papá ni nada de eso. Es solo que… se hace difícil vivir con él y con su excesivo control y con su… distante forma de entender lo que nos pasa. Seguramente, lo que va a hacer que mi relación con papá se vuelva mejor es que vivamos separados.
—¿Y si no consigues encontrar al tío? ¿Y si no consigues quedarte a vivir con él? ¿Volverás a casa y ya no te hablarás más con papá?
Cleven se percató de que su hermano estaba especialmente preocupado por este tema. No era sólo su temor de que ella volviera a casa a vivir continuamente infeliz y enfadada con su padre, sino también su temor de que su padre tuviera que lidiar con ese tipo de relación con ella.
A Yenkis siempre le habían preocupado los sentimientos de todas las personas. Cuando otros se peleaban, podía ponerse a favor de uno y en contra del otro, pero siempre mostraba una gran empatía por ambas partes. Yenkis odiaba los conflictos, pero respetaba los asuntos y los motivos de los demás, y sólo quería que al final, después de la pelea, se llegase a una resolución que significara el bienestar de las dos partes.
—Pues… en ese caso… tendría que volver a casa y… —titubeó Cleven, pensativa, y luego suspiró—. No lo sé, Yen. Ya veremos lo que pasa. Se pensará en ello cuando llegue el momento. Pero ya verás que todo va a salir bien —le revolvió sus cabellos de color castaño claro.
El niño volvió a sonreír, más conforme.
—¡Tú, Vernoux! —se oyó exclamar a alguien desde la lejanía.
Ambos hermanos se volvieron con sobresalto, viendo cómo una mujer de piel oscura y pelo trenzado se acercaba hacia la valla desde el recinto de la escuela primaria. Cleven comprendió que se dirigía al niño, con una cara que echaba chispas.
—¿Quién es? —preguntó Cleven.
—Ahí va, es Klaus —rio Yenkis—. Es una profesora de infantil que suele hacer vigilancia en los recreos. Ya me tiene fichado desde el año pasado, además de a unos mellizos que son nuevos este año.
—¿Por qué te tiene fichado? —se mosqueó su hermana, mirándolo con reproche.
—¡Deja de saltarte las normas! ¿¡Cómo has entrado ahí!? —le riñó la mujer, pegándose a la valla—. Venga, vuelve aquí ahora mismo, el recreo está a punto de acabarse.
—¡Voooy! —Yenkis se despidió de su hermana y volvió a colarse por el agujero de la valla de regreso al recinto del otro edificio.
—¡Clover y Daisuke! ¿¡De dónde habéis sacado eso!? —exclamó la profesora de infantil mientras se alejaba corriendo por el patio—. ¿¡Habéis vuelto a entrar en el despacho de la directora...!?
Cleven, al oír sus nombres, se acercó más a la valla para verlos mejor. En efecto, eran los famosos mellizos que conoció la otra vez y que encontró de nuevo ayer en un parque mientras caminaba con Raijin. Los dos niños huyeron de la pobre Klaus, que, aunque se tomaba su deber muy en serio y con mucha vocación, se la veía agotada de tanto estar corriendo detrás de los niños procurando que no se hicieran daño o que no estuviesen en lugares que no debían. Clover y Daisuke iban soltando gritos y diciendo: “¡Roger, Roger, nos han localizado, el objetivo está en peligro!”.
Cleven no podía evitar reírse, por esa escena y esa imaginación tan infantil pero tan adorable. Esos dos niños, no sabía aún por qué, le entrañaban una sensación tierna y cercana. Era extraño, porque era similar a lo que sentía con Yenkis, un profundo cariño forjado durante años. Pero a estos mellizos apenas los conocía de unos pocos minutos en total.
—Cof… —se oyó una modesta tos detrás de ella.
—¡Ahhh! —Cleven dio el respingo de su vida, porque sonó como un hombre, y lo primero que pensó fue que el profesor Ishiguro al final la había pillado y estaba justo detrás de ella a punto de leerle sus derechos, antes de mandarla a detención.
«¡Hazte la muerta!» pensó otra vez para sí misma. Sin embargo, cuando giró la cabeza con miedo, descubrió que se trataba de Denzel, con su inconfundible cabello negro y corto y sus tres mechones de canas pese a su joven edad. Y sus gafas de sol, siempre puestas.
—¡Uff! ¡Menudo susto me has dado, Denzel! ¡Creía que era Ishiguro u otro profesor responsable y estricto!
—Auch… —se ofendió—. Oye, que yo me muestre un poquito más cercano y comprensivo con los alumnos no significa que yo no sea un profesor igual de respetable que los demás. —Cleven contuvo la respiración, en tensión—. Pero no, no te voy a castigar por estar aquí en la zona restringida mirando simplemente el paisaje. Ni que esto fuera Auschwitz. —Cleven torció una mueca, sin entender—. ¡Madre mía, Cleven! ¿¡Atiendes en mis clases de Historia!? —se ofendió más.
Cleven se lo quedó mirando con cara de pato, sin saber qué responder.
—Ay, en fin, da igual —suspiró Denzel, y le tendió un folio doblado—. Te estaba buscando. Se me olvidó darte esta circular que les entregué antes a tus compañeros. Como esta mañana llegaste tarde…
—Ah, gracias. ¿De qué es?
—Una reunión de padres y alumnos, de presentación del curso, la semana que viene. De los padres puede venir uno solo, pero en el caso de que tu padre no pueda ese día, su pareja también puede ir en su lugar, siempre que se trate de alguien que sea legalmente responsable de ti, o autorizado por tu padre.
—Ah… genial… —masculló Cleven entre dientes, mirando el papel, preguntándose cómo iba transcurrir ese día de la reunión si se había fugado de casa y no iba a tener contacto con su padre.
—Dime… ¿qué tal van las cosas por casa? —le preguntó Denzel de repente. Lo hizo con un tono natural, sutil, pues de las dos o tres veces que había tenido que charlar a solas con Cleven por su mal comienzo en ese curso, sabía más o menos cómo era su vida familiar, ya que también era su trabajo como tutor.
—Mmm… Bueno, van bien… Normal… —titubeó ella, procurando sonar lo más creíble posible—. Como siempre.
Denzel la observó fijamente durante unos segundos, serio. Esto la puso nerviosa, porque era como si él, ahora, de repente, sospechase o notase algo.
Fue un extraño momento de silencio, muy extraño. Cleven lo observó de vuelta, pues había algo en Denzel que la inquietaba. Pero no ahora, sino también de las otras veces que había estado con él. No sabía por qué, pero en realidad Denzel nunca le pareció una persona normal. Desprendía un aura rara, como de otro mundo, y tenía la sensación de que su origen venía de esos ojos que siempre mantenía ocultos tras las gafas de sol. Tenía un deseo enorme de descubrir qué había tras ellas, qué clase de ojos y de mirada tendría. Por alguna razón, por un brevísimo instante, tuvo la ligera sensación de que en realidad conoció a Denzel hace muchos años.
—¿Vernoux? —la llamó desde el mundo de los vivos—. ¿Te pasa algo?
Cleven sacudió levemente la cabeza, despertando de uno de sus trances, al mismo tiempo que esa sensación tan extraña que acababa de tener se evaporaba de su mente.
—Ah, no —sonrió—. No es nada. Bueno, eh… gracias —levantó el papel brevemente—. Me voy ya a mi siguiente clase, el recreo ya casi se ha acabado.
—Claro. Hasta otra —asintió Denzel, risueño.
La joven se marchó del lugar mientras se guardaba el papel en el bolsillo de la camisa. Denzel la siguió con la mirada hasta que se perdió de vista, y suspiró. «¿Qué estás tramando ahora, Cleven?» pensó. «¿Has vuelto con esas manías tuyas de la infancia, de hacer cosas extrañas en secreto? Hmm…».
* * * *
Hana estaba sentada en una butaca del despacho de Neuval, con una taza de café en las manos. Neuval, en cambio, no paraba, ordenando papeles, buscando archivos en su ordenador, apuntando cosas, levantándose cada dos por tres de su silla para ir a revisar los informes predispuestos sobre una mesa junto a una estantería llena de libros y carpetas.
Hana lo observaba con detenimiento. Neuval tenía una cara de no haber pegado ojo en toda la noche y parecía un zombie nervioso. Por eso, ella en verdad estaba atenta, esperando a que metiera la pata. Y así fue. Hana vio que cogía uno de los dos montones de folios que había sobre su mesa para meterlos en la trituradora de papeles, y era el montón equivocado.
—¡Neuval, detente! —saltó como el rayo, haciéndole un placaje para evitar la destrucción de aquellos archivos en el último momento.
Por desgracia, estos papeles se desperdigaron por los aires, cubriendo la mitad de la amplia sala. Surgió un momento de silencio. Hana estaba abrazada a él, mientras que Neuval se había quedado con los brazos en alto y con una cara de infarto, hasta que el último folio se posó suavemente sobre el suelo.
—¡Pero bueno! ¿¡Se puede saber qué te pasa!? —estalló la mujer, era de esperar—. ¡Casi destruyes los archivos que contienen los prototipos! ¡Aún no están digitalizados! ¡Mira que eres torpe!
—¿Ein? —murmuró Neuval, despertando, y observó el estropicio—. Había tiempo de sobra hasta que apretase el botón, no hacía falta que te abalanzases de esa manera contra mí… jugadora de rugby…
Hana entornó los ojos con mosqueo. La verdad es que había sido bastante bruta, pero precisamente la auténtica Hana era así, solo que delante de la gente tenía que fingir ser más educada. Cuando una persona tenía un cierto origen, y uno del que no se enorgullecía, pues le costaba un poco desprenderse de ciertos rasgos una vez había entrado en una vida mejor y más decente. Lo que descubrió es que Neuval le estaba sonriendo en este instante, y era por esto. Era una sonrisa cálida.
Hana se sonrojó con vergüenza, sin borrar esa cara malhumorada, y se soltó de él enseguida para recobrar la compostura. Por su parte, Neuval recuperó su expresión taciturna mientras se recolocaba bien la corbata, y se puso a recoger las hojas en silencio. La mujer se agachó frente a él, pero no para ayudarlo exactamente. Le agarró una mano antes de que cogiese un folio, y él levantó la vista hacia ella con sobresalto.
—¿Qué es lo que te ocurre? —le preguntó seria.
Neuval miró hacia otro lado, dubitativo.
—Es… nada.
—Neuval.
—Es… es que Cleven todavía no ha dado señales. Ni siquiera sé dónde ha pasado la noche.
—Los dos estamos preocupados por eso desde ayer, pero sé que desde esta mañana tienes otra preocupación en la cabeza —le dijo, obligándolo a sostener la mirada—. No puedes ocultarme eso.
Neuval suspiró, cerrando los ojos un momento.
—Es solo que... siento que estoy perdiendo a Cleven del todo —lamentó. Hana relajó los músculos de su cara, adoptando la misma expresión apesadumbrada—. Ya he perdido a Lex, yo tuve la culpa de eso, y no soportaría perder ahora a Cleven.
—Neu, tú no tuviste la culpa sobre lo de Lex —lo calmó, apretándole más la mano—. No sé de qué discutisteis exactamente hace siete años, nunca me lo has contado. Pero estoy segura de que él no tenía una razón lo suficientemente sólida como para irse así de casa y no hablarte más.
—Yo no estoy muy seguro de eso... —murmuró para sí.
—Le dije a Misae que, si Cleven volvía hoy a casa mientras ella estaba cocinando y nosotros estamos trabajando, nos lo comunicase enseguida.
—Pero todavía no ha llamado. ¿Y si hoy Cleven ha ido al instituto? No sé si pasarme por ahí ahora y averiguarlo.
—No es mala idea —le sonrió—. Neu, yo me encargaré de tu papeleo entonces. Y le diré a Lao que te sustituya en la próxima reunión.
Los dos se miraron, y se sonrieron. Desde que estaban juntos, hace tres años, el apoyo mutuo era lo que había sostenido sus vidas desmoronadas hasta ahora. Hana volvió a ruborizarse.
—Te sientes mal en parte porque crees estar defraudando a Katya, ¿verdad? —le preguntó ella.
Neuval no contestó, pero era una respuesta afirmativa para Hana.
—No te preocupes, estoy segura de que Katya comprendería tu situación. No es fácil, Neuval, yo lo sé, y lo sabría Katya si te viera ahora. Lo estás haciendo lo mejor posible. Sé que no debe de ser nada fácil cuidar de tres hijos tú solo y al mismo tiempo ser responsable de miles de personas en todo el mundo que constituyen la gran familia de esta empresa. Por eso, yo quiero hacer lo que esté en mi mano para ayudarte. Tú me salvaste la vida y deseo devolverte el favor con todas mis fuerzas. Escucha, Neuval. Cleven es inmadura y rebelde, pero todos hemos sido así a esa edad.
—Tú sobre todo, que eras una delincuente callejera —sonrió Neuval.
—Sssh, no digas eso en un lugar como este —musitó apurada—. Pero Cleven es una buena persona, Neu. Es una chica muy lista y buena, pero como todos, tiene que aprender poco a poco, entender este mundo tan complicado, y es normal a su edad empezar a querer hacerlo por su cuenta. No es tu culpa, es la naturaleza, así es como funciona la vida. Se crece cometiendo errores. Pero no temas, no le pasará nada malo, porque a pesar de todo, ella tiene bien aprendido cómo tener cuidado, de tantas veces que se lo has repetido. Por mucho que a ella le molestaran tus sermones, en el fondo ella te escuchaba. Sé que la quieres más que a nada. Ella lo sabrá algún día.
Neuval apoyó las rodillas en el suelo y abrazó a Hana con fuerza, agradecido por sus palabras. Ella se puso roja del todo, aunque intentó disimularlo.
—Será mejor que vaya ahora mismo al instituto de Cleven —declaró Neuval, haciendo ademán de levantarse, pero Hana lo detuvo antes que nada, cogiéndolo del brazo, y lo acercó para sí.
Lo besó con cariño, sorprendiendo a Neuval por un breve instante, hasta que él cedió al beso. Hana sabía de sobra que jamás sería correspondida. Sabía de sobra que para Neuval, Katya era, es, y seguirá siendo el amor de su vida para siempre. Pero se sentía afortunada por poder estar con alguien como él, aunque fuera una relación de cariño y no de amor. Eso era más que suficiente para Hana.
De pronto se oyó un estruendo por todo el despacho. Alguien había abierto la puerta de par en par, de manera que casi se rompieron las paredes. Tanto Neuval como Hana se quedaron de piedra del susto, dirigiendo la mirada hacia el viejo Lao, que estaba todavía ahí jadeando como un perro. Lao, al verlos arrodillados en el suelo y bastante pegaditos, dejó de respirar un momento, abriendo los ojos con sorpresa. A continuación, sacó su móvil del bolsillo del traje gris que llevaba puesto y les hizo una foto.
—¡Kei Lian Lao! —saltó Neuval al respecto—. ¡Dame ese móvil ahora mismo!
—¡Ni de coña, jefe! ¿Sabes lo que puedo ganar cuando circule esta foto tan bonita de vosotros dos por los ordenadores de la empresa? —rio socarronamente.
Neuval fue a por él con la furia de un tigre, pero el grito de una mujer les puso a todos la piel de gallina.
—¡Liaaaan!
—Ay... —sollozó Lao, temblando, y corrió a esconderse tras la enorme mesa de su jefe—. ¡Yo no estoy aquí! ¡Por si preguntan!
Tanto Hana como Neuval se quedaron estupefactos, y entonces vieron aparecer a una mujer en la puerta que jadeaba y tenía la cara roja. Era morena, de cabello largo y algo ondulado, vestida con un elegante traje de trabajo de pantalones, blusa y chaqueta marrón.
—¿Suzu? —brincó Neuval, mirando el reloj de su muñeca—. ¿Qué haces en Tokio? ¿A estas horas no trabajas en tu oficina de Yokohama?
—¡Neuval! ¡Dime ahora mismo dónde está tu maldito padre adoptivo!
—¡Suzu, por favor! —se apuró este, yendo a cerrar la puerta del despacho rápidamente—. ¡Que aquí nadie debe saber nuestra relación familiar, ya lo sabes!
—¡Da igual! ¡Dime dónde está, que lo voy a matar! —vociferó la mujer, echando chispas por los ojos—. ¡Está otra vez ocultándome información!
—¡Ah! —Neuval comprendió enseguida—. Está debajo de mi mesa —contestó.
—¡Traidor! —exclamó el viejo Lao con furia, saliendo de su escondite descubierto.
—Lao, en serio, eres un tipo enorme y musculoso, es imposible que te escondas tras un escritorio. Eres más grande que el escritorio —le dijo Neuval, indiferente.
—¡Tú! ¡Dichoso suegro, no te me escapes! —rugió Suzu, corriendo hacia Lao con intenciones asesinas.
—¡Esta traición te la guardo, jefe! —le amenazó Lao a Neuval mientras esquivaba a la mujer y escapaba por la puerta.
—¡Lian! ¡Liaaan! —gritó Suzu, saliendo a por su presa—. ¡Kei Lian, vuelve aquí...!
Hana y Neuval se miraron, sin salir de su asombro por lo que acababa de ocurrir. Sólo cuando varios de los empleados de la empresa empezaron a asomar la cabeza para ver qué había pasado, Neuval cerró la puerta del despacho rápidamente.
—Ay, Dios, ¿por qué Lao siempre tiene que armar alboroto en la empresa? —se lamentaba Neuval—. A este paso arruinará mi reputación... y descubrirán que somos una familia de locos.
—Vaya, llevo mucho tiempo sin ver a esa mujer —comentó Hana—. Como vive en otra ciudad... No recuerdo bien, era la esposa de tu difunto hermanastro, ¿verdad?
—Sí, Suzu era la mujer de Sai. Es mi cuñada. La conozco desde la adolescencia, y a través de ella conocí a Katya, eran amigas —le recordó, y vio que Hana se quedaba pensativa—. No te preocupes, Suzu siempre tiene razones para matar a Lao, pero al final no lo hace. Lao tiene un don para sacar de quicio a Suzu, ya sabes, contigo también lo hace.
—Ay... —suspiró Hana, molesta—. Esta semana ya me ha hecho rabiar dos veces. No entiendo cómo has podido vivir tanto tiempo con ese majara. Aunque Lao siempre dice que tú estás mucho más loco que él.
—¿Eso dice...? —masculló Neuval entre dientes, sonriendo nervioso—. No le creas una palabra. En fin, me voy.
Neuval cogió su chaqueta y las llaves del coche, y Hana comprendió que ya se iba hacia el instituto. Sin perder tiempo, se despidió de ella y se marchó.
* * * *
Los hombres y mujeres de toda la empresa, tanto los que andaban por los pasillos como los que estaban en sus despachos o en sus respectivos departamentos, dirigían sus miradas de asombro hacia el viejo Lao y hacia Suzu a medida que pasaban corriendo cerca de ellos, armando escándalo. Los que tenían la cabeza asomada hacia los pasillos desde la puerta de sus despachos preguntaban a otros qué estaba pasando, desconcertados, y recibían como respuesta un encogimiento de hombros.
—¡Vicepresidente! —exclamó un joven empleado al toparse con el viejo en uno de los pasillos, sobresaltado—. ¿Qué ocurre?
—La Yakuza viene a por mí... —contestó Lao, pasando de largo a toda mecha.
El empleado se quedó perplejo, pero al ver que se trataba de una mujer la que perseguía a Lao, puso los ojos en blanco, decidiendo pasar del tema. Casi todos los empleados ya estaban acostumbrados a ver al viejo Lao correteando por los pasillos de vez en cuando perseguido por alguien furioso.
Suzu dobló una esquina y se adentró en una zona de pasillos silenciosos, justo a tiempo para ver cómo una puerta del fondo, la del despacho de su suegro, se cerraba de golpe. Se dirigió allí de inmediato y aporreó la puerta.
—¡Kei Lian, basta de juegos! ¡Sabes por qué he venido! ¡Sabes que no me iré hasta que no me respondas a las preguntas!
—¡No quiero que me hagas esas preguntas! —replicó Lao al otro lado de la puerta.
—¡Kei Lian, por Dios...! —comenzó a sollozar—. ¡Hablo en serio, estoy muy preocupada!
Hubo un momento de silencio, roto de vez en cuando por los sollozos de Suzu, cada vez más fuertes. La mujer dejó de aporrear y cerró los ojos, abatida, apoyándose contra la puerta.
—Yo también hablo en serio —dijo entonces Lao, con un tono más apaciguado—. No quiero que me hagas esas preguntas. No otra vez. Por favor.
—Kei Lian... No voy a poder soportar esta situación de nuevo —lloró la mujer, tapándose la cara con las manos—. Por favor... Dime dónde está mi hijo. ¿Dónde está Kyo? Como le pase algo... Dios, sería el colmo...
Lao, bloqueando la puerta con la espalda apoyada contra ella, se quedó mirando al vacío con una cara seria y apesadumbrada, escuchando los llantos al otro lado de la puerta.
—Ese es un tema en el que no tienes autoridad para involucrarte, aunque seas su madre. Es por tu seguridad.
—¡Solamente quiero saber dónde está, sólo eso! ¡Sé que no puedo involucrarme! Pero necesito saber que Kyo está bien —suplicó Suzu, sin poder contenerse—. Necesito saberlo...
—Kyo está bien —le aseguró el viejo, bajando la mirada.
Hubo otro momento de silencio, en el que Suzu aprovechó para intentar calmarse.
—Lian... No quiero perder a otro hijo, ¿me oyes? —le dijo con cierto tono desafiante—. ¿Por qué tuvieron que convertirse en lo mismo que tú? ¿Por qué les tocó a ellos, a mis dos niños? Deseaba una vida normal para ellos...
—Suzu... Nosotros no elegimos convertirnos en iris. Simplemente, ocurre.
—Pero sí elegís vivir obsesionados por cumplir una venganza sin sentido.
—¿Venganza sin sentido? —repitió Lao, apretando los dientes—. La venganza es la razón por la que existimos.
—¡De eso nada! —negó Suzu, volviendo a enfrentarse a la puerta—. ¡El sentido de vuestra existencia es la de proteger a los buenos humanos de los malos! La venganza sólo es un asunto personal. Un asunto personal que podéis dejar atrás junto al odio, pero los iris abrazáis ese odio y esa rabia porque creéis que la necesitáis para ser más eficaces protegiendo al mundo. Y por eso os metéis en la boca del lobo, y por eso uno de mis hijos ha muerto.
—Yousuke murió por intentar vengar a su padre, eligió ese camino porque era su deber como iris y su deseo como todo buen chico valiente que quiere a su familia. Yo también quería vengar a Sai. Yousuke tenía derecho a vengar la muerte de su padre y yo la de mi hijo.
—No, Kei Lian. Mi marido, tu hijo, nunca fue iris, y aun así murió a manos de unos criminales, los cuales eran enemigos tuyos por el hecho de que eras iris. Yousuke lo presenció y con ello se convirtió en un iris. Tú ya decidiste que te harías cargo de la venganza de Sai a pesar de que tu iris no nació de su muerte, y cuando You vino y dijo que esa venganza le correspondía a él, tú no le frenaste, te fuiste con él, de nuevo, contra los mismos asesinos. Y You jamás volvió de esa misión. Y entonces se repitió la desgracia. Kyosuke tuvo que presenciar la muerte de su hermano y sufrir su mismo destino convirtiéndose en otro iris, hace tan sólo un año. Ahora Kyo quiere vengar la muerte de You y la de su padre, ¡acaba de convertirse en iris oficial de la Asociación y ha elegido llevar este mismo camino de lucha y venganza! ¡Y eso es porque sigue tu ejemplo!
—¡No sigue mi ejemplo, Suzu! ¡Ser iris ya arrastra ese deseo dentro, todos los iris del mundo llevamos dentro el instinto de vengarnos! Tú no lo entiendes, tú eres humana, no entiendes que los iris necesitamos la venganza para prevenir la enfermedad del majin, es la cura de aquello que nos puede convertir en monstruos.
—Eres tú quien no lo entiende, Kei Lian —sollozó de nuevo—. Tú ya has olvidado lo que es ser humano. Te convertiste en iris cuando sólo tenías 10 años y ya no recuerdas lo que es ser humano, lo que es vivir una vida normal sin arriesgarla constantemente. No quiero que a Kyo le pase lo mismo, si es que logra sobrevivir más años que su hermano y que su padre. Hemos perdido a muchos seres queridos, Lian —se tapó la cara con más sollozos.
Hubo un rato de silencio, a ambos lados de la puerta. El viejo Lao tenía una expresión triste en los ojos.
—He perdido mucho —murmuró Suzu—. Mi marido... mi hijo... incluso mi mejor amiga. Katya era como una hermana para mí, la echo tanto de menos...
—Yo también la echo de menos, Suzu —dijo Lao con pesar—. Yo quería a Katya tanto como te quiero a ti, y haré lo posible por que no sufras más, te lo prometo, pero pon un poco de fe, por favor... Confía en Kyo. Él será mucho más fuerte. Te juro que a él lo protegeré mejor. Jamás le pasará nada. Pero debes aceptar que él ya ha elegido quién quiere ser y qué quiere hacer. No podemos negarle la libertad de elegir su propia vida. Él podrá entenderme mejor y hacerme más caso cuando le diga cuándo ser prudente. Yo también sé lo que es perder un hermano gemelo. Sabré cómo guiar a Kyo en su camino de iris.
Al otro lado, Suzu no dijo nada. Pero Lao la oyó tranquilizándose. Finalmente, el viejo abrió la puerta, y Suzu lo abrazó directamente, por lo que él hizo lo mismo.
—Lo siento, Lian —sollozó, cerrando los ojos.
—Yo también, querida —frotó su espalda—. Sé fuerte. Sigues siendo de mi familia, una Lao. Te prometo que te mantendré informada sobre el estado de Kyo. No pasará nada, solamente está metido en un problema estúpido con una RS llena de iris estúpidos. Ya sabes que aunque algunos iris nos enfrentemos, siempre es por motivos de tener más poder en la Asociación, pero todos seguimos siendo una fraternidad y no podemos matarnos entre nosotros. Lo sacaremos de ahí enseguida, Raijin, Yako y los otros muchachos están en ello.
—De acuerdo —asintió, secándose los ojos y separándose de él—. De acuerdo, eso espero. Por favor, no le cuentes al tonto de Neuval lo que ha pasado aquí ahora. No quiero darle más razones para que se entristezca, lleva ya siete años con esa terrible depresión por la muerte de Katya y no quiero que empeore. Ese tonto ha sufrido ya demasiado, espero que lo estés cuidando bien.
—No te preocupes, Neuval ahora está mucho mejor que hace cuatro años.
—¿No has vuelto a descubrirle enganchado a las drogas o a otros vicios?
—No.
—Bien —asintió de nuevo, secándose la nariz—. Eso está bien. Creo que esa Hana de verdad le está influyendo bien, es buena chica. No la hagas rabiar mucho, ¿vale? No sé por qué tienes ese afán por sacar de quicio a las parejas de tus hijos.
—Con lo divertido que es... —se defendió Lao—. Katya y tú aprendisteis demasiado rápido a contraatacarme. Hana aún es una novata en esta familia y tiene que acostumbrarse a mis bromas como requisito de integración —sonrió, bromeando.
—O a lo que queda de nuestra familia —repuso Suzu, con una pequeña sonrisa apenada—. Tengo que volver a Yokohama enseguida. No te preocupes, ya me encargo yo de informar a tu exmujer de que Kyo está bien.
—¿Ming Jie también se ha enterado de este revuelo? —rezongó—. Ella sí que vendrá a matarme. Aunque eso no estaría tan mal, así al menos tiene una excusa para verme y hablarme... —añadió en murmullos, mirando al techo, mientras se sonrojaba como un niño pequeño.
—Ya me ocupo yo de llamarla y de contarle esto. Por favor, tú ve a visitar a Mei Ling y a tranquilizarla, ella también está preocupada por su hermano y nadie le informa de nada. Mejor que le informe su propio abuelo.
—De acuerdo —suspiró resignado—. Mei Ling también querrá matarme —añadió entre dientes—. Todas las Lao quieren matarme...
* * * *
En el apartamento de Xaviero Massimiliano, Kyo salió del cuarto de baño arreglado y preparado después de haberse dado una ducha. Se puso de nuevo el uniforme del instituto, el mismo con el que comenzó a huir de sus perseguidores, a pesar de que estaba lleno de roturas y raspones, pero había intentado quitarle un poco el polvo.
Ya se había recuperado de sus heridas y del agotamiento acumulado después de haber estado tanto tiempo corriendo de una ciudad a otra. Ahora se dirigía hacia el salón, donde hubo despertado el día anterior, en el cual había unos ventanales desde los que podían verse las calles del exterior perfectamente. Él se asomaba cada dos por tres, pues estaba seguro de que algún miembro de la MRS aparecería por allí para buscar su rastro. Le había costado perderlos de vista antes de llegar a la casa de Xaviero, pero lo peor estaba por llegar.
Todas las veces anteriores que había echado un vistazo al exterior no había visto nada fuera de lo normal, por lo que acabó sintiéndose más calmado. Cuando corrió la cortina, no esperó ver ninguna anomalía… hasta que la captó con el rabillo del ojo. Había un hombre larguirucho con sudadera negra y la capucha puesta que caminaba entre la gente como uno más, a diferencia de que movía los ojos de un lado a otro con una expresión fría, atento a todo movimiento y ruido de su alrededor.
Era un hombre de marcados rasgos faciales, con gruesas cejas y una pequeña cicatriz en un labio, lo que sinceramente lo hacía más feo. No debía de tener más de cuarenta años. Ese era el Segundo de a bordo de la MRS, un Sui, un iris del agua.
Kyo se percató de él justo cuando los ojos del hombre se posaron en su ventana. Dio un rápido viraje sobre sus talones y se apartó de la ventana, con el corazón latiéndole con fuerza, pegándose a la pared. El hombre, por su parte, sólo había visto cómo las cortinas volvían a cerrarse en esa ventana. No había visto a nadie, pero siguió ahí, desconfiado.
Kyo, conteniendo la respiración, se subió un poco la camisa del uniforme del instituto y agarró la pistola que tenía metida en una funda sujeta a los pantalones. «¿Me ha visto?» se preguntó nervioso.
Esperó un rato, quieto, sin sacar el arma. Después se puso de cuclillas a la altura del alféizar de la ventana y asomó media cabeza, apartando la cortina discretamente. El hombre seguía ahí, aunque ya no miraba a su ventana. Estaba echando un vistazo a las demás, por si las moscas, pero enseguida volvió a emprender la marcha, aparentemente conforme. Kyo lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista. «¿Qué elemento será él?» se preguntó, memorizando el rostro del hombre.
De repente oyó un crujido de madera a sus espaldas, e instintivamente se dio la vuelta como el rayo, sacando la pistola y apuntando a la primera entre las cejas de Xaviero, el cual se quedó tieso en el sitio, levantando las manos levemente.
—Te exaltas con facilidad, ragazzo —le sonrió.
—Lo siento —se apuró Kyo, volviendo a guardarse el arma y se sentó en una de las butacas, pegando un largo suspiro para calmar sus nervios.
—¿Era una 9 milímetros? —le preguntó interesado, señalando el arma, y Kyo se la mostró—. ¡Ah, no! Una 8 milímetros —la cogió para observarla—. ¡De categoría B! Una Rosveller CG-9, qué maravilla... Hace años dejamos de fabricarlas en la empresa Hoteitsuba.
—Está obsoleta, pero me gusta —sonrió Kyo.
—¿Cuál de mis dos jefes te la ha dado? ¿Neuval? —preguntó, devolviéndole la pistola.
—No, me la dio mi abuelo, él diseñó este modelo. ¿Sabe usted mucho de armas, además de programación?
—¿Bromeas? Yo estuve hace varios años trabajando en la fabricación de este tipo de armas. Todas las armas que tenéis vosotros han sido exclusivamente diseñadas y creadas por Neuval y por tu abuelo, como todos los demás aparatos que has visto en mi sala especial, pero yo aporté algunas ideas de diseño en algunos modelos.
—¿Ya no lo hace?
—No tengo tanto tiempo como antes —sonrió un poco apesadumbrado—. Desde que murió Katya y… ya sabes… Neuval se quedó destrozado… me ha necesitado durante estos últimos años más que nunca, para ayudarlo a mantener Hoteitsuba protegida de los cientos de ciberataques que recibe cada año de los criminales, de la competencia, de algunos listillos del Gobierno… Proteger Hoteitsuba es ahora mi mayor prioridad. Es de vital importancia. No sólo para Neuval y tu abuelo, sino también para la Asociación. Y para miles de humanos.
—¿Miles de humanos?
—¿Tú no sabías… que casi la mitad de los miles de empleados que tiene Hoteitsuba antes eran personas necesitadas? Vagabundos, delincuentes con problemas de adicción, gente en situación de pobreza, exclusión, discriminación… Neuval lleva veinte años dando acogida, formación gratuita y trabajo a todas las personas necesitadas con las que se ha ido encontrando por la calle. Por eso, muchas personas, y familias, dependen de que Hoteitsuba siga a flote.
—Es cierto. Ya había oído eso de mi abuelo —sonrió.
—Bueno. Ven. Ya casi está —le informó el hombre, haciéndole un gesto para que lo siguiera por el pasillo hasta una de las habitaciones de la casa.
Era una habitación oscura, únicamente iluminada por las pantallas de los numerosos ordenadores que había adheridos a las paredes, junto con numerosas máquinas y extraños aparatos de última tecnología, los cuales era muy difícil adivinar para qué servían.
—Kyosuke —lo llamó Xaviero, que se había sentado en su silla frente a una gran pantalla, donde había una imagen del pergamino que Kyo había traído con él y varios esquemas y acotaciones a su alrededor.
El chico se puso tras él, apoyándose sobre el respaldo de la silla del pelirrojo y observando con expectación la máquina que tenían al lado de la mesa. Era la misma idea que la de la impresora 3D, pero tenía el aspecto de una caja de cristal de tamaño de un acuario de peces, y la base era una tabla hecha de un extraño material negro con finos filamentos que a veces brillaban sutilmente como ondas. No había inyectores. Los objetos se iban formando sobre la superficie de esa tabla negra. Los filamentos conducían la materia prima a nivel molecular y la confeccionaban siguiendo la misma estructura del objeto original.
El Replicador, cuando escaneaba el objeto original de manera visual, física y química, le indicaba al usuario de qué materia o materias estaba compuesto, y le sugería utilizar algunas más básicas para hacer la réplica del objeto. Xaviero, para reproducir el pergamino, solamente había necesitado echar en el tanque de mezclas algunas hojas de papel normal, un poco de serrín de pino, un poco de cera y algunas tintas. Sólo eso bastó para que el Replicador creara otro pergamino con el mismo exacto aspecto y prácticamente con una textura que difícilmente se distinguía del pergamino real.
—Genial —sonrió Kyo, cogiendo la réplica cuando la máquina terminó de hacerla, admirándola a la altura de sus ojos.
Xaviero también sonrió.
—Tu abuelo se lo pasaba en grande con esta cosa —le contó—. La usaba incluso para algunos caprichos. Llegó a excederse un poco, por lo que Neuval tuvo que pedirme que la guardara conmigo, fuera del alcance de tu abuelo. Qué tiempos aquellos… Es una lástima que ya nada sea como antes —añadió nostálgico—. Por desgracia, ya no te queda tiempo para seguir oyendo viejas historias de tiempos mejores, debes irte cuanto antes.
Kyo frunció el ceño.
—Estabas discretamente asomado a la ventana cuando entré en el salón antes —le aclaró Xaviero—, y con la pistola preparada, por lo que deduzco que has divisado a uno de tus perseguidores.
—Ah, sí... Pero se fue.
—Por experiencia propia —continuó el pelirrojo mientras se ponía en pie y salía de la habitación—. No te confíes, no creas que ese al que has visto ha hecho la vista gorda, pronto avisará a los compañeros que tenga en Yokohama y volverán por aquí.
Kyo hizo caso. Xaviero podía ser un humano, pero sin duda tenía una vasta experiencia en el comportamiento de espionaje de los iris. Se aseguró de guardar bien ambos pergaminos, uno en su mochila y el otro dentro de su abrigo y siguió al hombre de vuelta al salón. Xaviero se asomó por uno de los ventanales con cuidado para echar un vistazo.
—Dime, Kyosuke. ¿Estás tú solo en esto?
—¿Cómo dice?
—¿Estás tú solo en este plan del engaño o te están ayudando también tus compañeros?
—En principio estoy solo, pero estoy seguro de que mis compañeros ya se han percatado de la situación. No me extrañaría que ya se hayan puesto en movimiento para echarme una mano. Todavía no puedo comunicarme con ellos, por lo que no sé si sabrán muy bien lo que hacer. No saben dónde estoy.
—No creas —sonrió—. Ayer por la noche, cuando estábamos cenando en el comedor, vi a un curioso pájaro posarse en la ventana. Estuvo ahí unos segundos, observándonos, y después se fue. Tú no te diste cuenta.
—¿Un pájaro? Ya entiendo —murmuró—. Entonces a estas horas Sammy ya debe de saber mi paradero gracias a sus mensajeros. Se lo habrá comunicado a los demás.
Cuando el chico se abrochó el abrigo hasta arriba y se cubrió la cabeza bajo la capucha, se dirigió al hombre para despedirse.
—Bueno...
Justo antes de que pudiera pronunciar la segunda palabra, sonó el pitido del contestador automático que había sobre una mesilla junto a uno de los sofás, sobresaltándolos a los dos. A continuación, una robótica voz femenina dijo: “Tiene un nuevo mensaje”, y el aparato dio otro pitido.
—“¡Tú, cabronazo!” —exclamó la voz de una mujer—. “¡Deja de ignorar mis llamadas! ¡Tenemos que arreglar los papeles con el abogado dentro de nada y encima te veo paseando por las calles con esa fulana tan tranquilo! ¡Síii... te he visto, te he visto con ella! ¡Compórtate como un hombre y da la cara, que estoy harta de encargarme yo siempre de los papeles! ¡Idiota!”
Acto seguido se oyó el ruido de cómo colgaba el teléfono de mala gana y dominó el silencio por todo el salón. Kyo se había quedado quieto donde estaba, mirando el contestador sin parpadear y con un nudo en la garganta, estupefacto. Xaviero, por su parte, seguía mirando por la ventana de espaldas a Kyo, aunque en el reflejo se le podía ver una mueca rara con dientes apretados. Se volvió hacia el muchacho con una sonrisilla nerviosa.
—Ignora lo que has oído.
—¿Se está divorciando? —preguntó Kyo al respecto, sorprendido.
—Estoy en ello.
—Vaya, lo siento mucho —dijo apenado.
Xaviero quedó incrédulo tras oírle decir eso, y de pronto empezó a reírse con ganas. Ahora fue Kyo quien puso una mueca extraña, sin entender por qué se estaba riendo.
—Aaay... —suspiró el hombre, acercándose a él, al mismo tiempo que se secaba las lágrimas de la risa y le ponía una mano en el hombro—. Eres un buen chico, Kyosuke.
Varios minutos después, Kyo ya había salido del piso de Xaviero después de haberle agradecido sinceramente su ayuda. Adentrándose en las calles, anduvo por las zonas donde más gente había para camuflarse, atento a todo movimiento o ruido de su alrededor. Ahora sólo tenía que dirigirse a un lugar donde no hubiese absolutamente nadie, lejos de posibles testigos y ponerse al descubierto de sus perseguidores llegado el momento.
En el mejor de los casos, engañaría a los miembros de la MRS para que cogieran la réplica y confió en que se marcharían conformes una vez tuviesen su falso objetivo en su poder. Esperó no tener que luchar, y si ese fuera el caso, confió, pues, en que sus compañeros llegasen en el momento oportuno para unirse a la lucha.
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