Seguidores

1º LIBRO - Realidad y Ficción





8.
Planes de rescate

Esa aburrida tarde de domingo, Nakuru se encontraba de relax haciendo uno de sus hobbies, tallar esculturas en piedra maciza.

Ella y su padre vivían en una urbanización de modestos pero modernos apartamentos adosados que rodeaban un gran patio interior con jardines. Las viviendas no eran muy grandes porque estaban pensadas para uno o dos individuos, y Nakuru era de esas personas que vivía con mayor paz mental en una casa donde el espacio fuera el justo y el necesario. A su iris le ponían nervioso los espacios sobrantes no aprovechados debidamente.

Aun así, no eran viviendas baratas, aunque ella se lo podía permitir gracias al dinero que ganaba en la Asociación a cambio de su duro pero ejemplar trabajo combatiendo contra el crimen y el terrorismo, además del sueldo del trabajo de su padre.

La mayor ventaja de aquella urbanización era que las viviendas –que se situaban todas en la primera planta–, tenían debajo, en la planta baja, su propio garaje, el cual tenía la misma extensión que la vivienda de arriba, por lo que podía servir de garaje, de trastero e incluso de estudio, todo a la vez. Los apartamentos eran básicamente de dos plantas, arriba la vivienda y abajo un gran espacio reservado para cualquier otra cosa. Varios de los vecinos de allí lo usaban para talleres.

Este espacio Nakuru lo tenía muy bien aprovechado. Ella misma lo había reformado con sus tabiques, ladrillos, yesos y demás usando su iris Suna, teniendo, por un lado, un garaje para el coche de su padre con trastero, por otro lado un estudio que Nakuru usaba para sus inquietudes de iris como la escultura o el entrenamiento de artes marciales y armas –estando hechas las paredes y techos con material insonorizado–, y por último una habitación más recóndita y asegurada donde guardaba su propio arsenal de armas.

Ahora ella estaba en el estudio, un espacio amplio, luminoso, de paredes y techo blancos, con una zona diseñada para el ejercicio con el suelo hecho de tatami, y otra zona donde tenía una colección de diferentes tipos de enormes rocas, y grandes vasijas de cerámica colmadas de arenas de diferentes colores y composición.

Muy concentrada, con su ojo izquierdo brillando de su luz naranja, caminaba alrededor de una escultura de mármol color crema a medio terminar. Era la figura de la mujer más bella que Nakuru había podido imaginar, con largos cabellos ondulados, mechones al viento, y vistiendo supuestamente con ligeros velos que flotaban a su alrededor.

Nakuru movía las manos con delicadeza cerca de las superficies, y a la orden de su poder de iris, en el mármol surgían surcos, pequeños cortes o raspaduras como por arte de magia. Esculpir con el iris requería un nivel de concentración muy elevado especialmente en rocas tan quebradizas como el mármol, por lo que era una muy buena forma de entrenar el control milimétrico que el iris podía ejercer sobre su elemento. Tenía bastante mérito, porque la mujer hasta tenía cabellos muy finos, como hilos, separados del resto, lo cual era físicamente imposible de hacer para un escultor humano.

—Oh… Hm… —oyó de repente la voz de su padre detrás de ella, rompiendo su concentración, y lo encontró en la puerta del estudio mirando con una mueca examinadora la escultura—. Un poco pequeños, los pechos. ¿No?

—¡Papá! —protestó ella, un poco sonrojada—. ¡Estaba concentrada! ¡Y no critiques los pechos pequeños! ¡A algunas personas nos gustan los pechos pequeños!

—Bueno, claramente yo no soy una de esas personas —sonrió felizmente—. Algo que se puede adivinar fácilmente viendo las fotos de tu madre.

—¡Papá!

—Tengo un gusto exquisito con las mujeres.

—Yo también lo tengo —le espetó Nakuru—. Y porque sea diferente al tuyo, no quiere decir que sea un mal gusto.

—Hahhh… cómo te añoro, Eleanor… —siguió diciendo él, suspirando apasionadamente con la mirada perdida en el techo—. ¿Por qué no haces una escultura de ella algún día? Has empezado con este hobby hace un par de años y parece que ya lo dominas increíblemente bien.

—Por enésima vez, papá, todas las esculturas que hago las pulverizo al terminarlas para reutilizar la arena en otros proyectos o cosas útiles. No podemos acumular esculturas aquí. Tenemos espacio, pero no tanto.

—Podría ser terapéutico para tu iris —insistió él, sin borrar la sonrisa.

—Mmm… —Nakuru se puso pensativa.

—Y no hace falta hacer una grande. Con una pequeña escultura que pueda poner en mi escritorio… Es como si pusiera una foto o un retrato de ella. Mi cumpleaños es el mes que viene, por cierto.

—Vaaale, está bien, está bien. Haré una pequeña escultura de mamá.

—Pero no le hagas los pechos pequeños. No sería fiel a la realidad.

—¿Sólo te preocupa que haga bien sus pechos? ¿No te da vergüenza?

—Sí, sólo me preocupa esa parte en la que pareces flojear un poco. Porque en lo que respecta a la mejor parte de ella, sé que la tallarás a la perfección. Esos ojos… esa mirada única de ella… que podía penetrar en tu alma y descubrir todo de ti… —volvió a quedarse absorto mirando al techo—. Si no tallas esa divina y letal mirada suya, no será ella.

—Ya. Sé muy bien cómo hacerla —sonrió Nakuru también.

Se le escapó un tono nostálgico, recordando igual que su padre esa parte de su madre que, no era sólo la mirada de sus ojos, era lo que esta denotaba, lo que transmitía. Eleanor Vardalos tuvo una extraordinaria trayectoria profesional como detective en Grecia, participando en casos incluso en los países de alrededor. Pero una profesión así también trae peligros. Y para huir de ellos, se tuvo que ir a vivir a varios países, cada vez más lejos, hasta acabar en la otra punta del planeta, Japón, donde conoció a Kamui Kinomoto, un hombre que también… era algo peculiar.

Se podría decir que Eleanor no sólo había sido su esposa, sino también su mentora. Además, se conocieron cuando ella tenía 35 años y él era un chico de 21. Kamui siempre tuvo una habilidad natural para hablar con la gente, agradarla, atraerla, encandilarla… Ya desde pequeño tenía la particularidad de poseer un rostro ligeramente femenino. Eso, junto a su labia y encanto natural, le habían convertido en un hombre muy eficaz para su profesión actual.

Él siempre decía que trabajaba de barman en un hotel de lujo de la ciudad. Y eso era verdad, en parte. Más que un hotel, era un establecimiento de lujo privado al que sólo personas ricas y poderosas de Japón y otros países se podían permitir ir. Y él se dedicaba a darles a esas personas diferentes servicios que solían solicitarle, ya fuera simplemente servirles copas o cócteles, ya fuera bailar con ellos cuando estaban contentos y ebrios, o ya fuera sentarse con esos hombres o mujeres poderosos para agradarles con su compañía, su labia y su bello rostro.

Había quienes le pagaban sólo por ir de acompañante, sólo por “estar al lado”, por poder “exhibirlo” ante los demás, porque Kamui ya era desde hace años conocido y respetado por su capacidad de mantener conversaciones cultas e interesantes y por su imagen. Ya sólo por tener a un hombre guapo al lado con carisma, algunos ricos y ricas ya presumían de ello ante otros ricos y ricas.

Kamui ahora tenía 39 años y seguía pareciendo casi un veinteañero. Tenía el pelo castaño oscuro y algo largo, por debajo de los hombros, que llevaba de muchas maneras según la ocasión: suelto, con coleta, con media coleta, moño… y sus ojos color café de largas pestañas los llevaba ligeramente pintados de negro. Iba bien afeitado, y tenía una tez blanca y lisa como la porcelana además de labios ligeramente rosados, algo que Nakuru había heredado de él. Con un atractivo así y siempre bien vestido con trajes elegantes, algunos de los clientes llevaban años apodándolo con el término en inglés de pretty boy. Y lo solicitaban como tal: “Quisiera contratar a Pretty Boy para que me acompañe durante la cena con mis socios, pues quiero causarles buena impresión con su compañía”.

No había que olvidar los gajes de este tipo de oficio. Como sería de esperar, más de una vez Kamui había tenido que sufrir algún que otro acoso, tanto sexual como obsesivo, y tanto de parte de viejos verdes como de señoras con manos largas. Pero él siempre lo había solucionado con una admirable diplomacia, sin jamás perder su encanto. Además, su jefa, la dueña de este hotel reservado para las altas esferas, era una mujer muy inteligente y sabía proteger muy bien a sus empleados. De hecho, en su trabajo, Kamui podía soportar que alguno de esos ricachones y ricachonas le acariciaran el rostro o lo cogieran de la mano, esas cosas no le importaban en absoluto, él era de por sí un hombre cariñoso. Pero no toleraba más allá de eso.

Por supuesto, Kamui tenía otros motivos y objetivos a la hora de dedicarse a esta extraña profesión. Nunca se trató del dinero, ni de la reputación ni de codearse con gente poderosa. Siempre se trató de hacer justicia. El tipo de justicia que la policía no podía cumplir fácilmente precisamente debido al poder de ocultamiento, soborno o amenazas que tenían estas personas de la alta sociedad. El tipo de justicia que también realizaban los iris. Pero Kamui no necesitaba ser un iris para hacer este tipo de justicia clandestina.

Eleanor le enseñó todo lo que sabía, para saber cómo comportarse, cómo hablar con una persona, cómo encandilarla con el fin de sonsacarle información, o secretos, o confesiones, de la manera más sutil, sin que nunca sospecharan de él. Y él, con esta información, resolvía casos de abusos, extorsión y otros delitos que este tipo de gente poderosa solía cometer a menudo saliendo impunes. La mayoría de las veces, Kamui era contratado por particulares que le pedían investigar asuntos privados, como espiar información empresarial o infidelidades, y otras veces la policía le pedía ayuda para indagar en los asuntos turbios de algunos de estos viejos ricos, como actividades en el mercado negro o tráfico de cosas ilegales.

—Oye, ¿por qué estás todavía ahí mirándome? Márchate ya, que vas a llegar tarde al trabajo —le dijo Nakuru, volviendo a ponerse frente a su escultura—. Como siempre. Tu jefa es demasiado buena contigo, no abuses de su bondad.

—Es que me estaba preguntando si esta escultura que estás haciendo ahora… ¿no se parece bastante a tu nueva novia?

—¡Iih! —Nakuru dio un respingo y se le puso toda la cara roja, pero siguió dándole la espalda a su padre.

—Ay… Mi vergonzosa Nak… —dijo Kamui con un tono tierno.

—¿¡Cómo sabes…!? ¿¡Desde cuándo sabes…!?

—Me ofendes con esas preguntas, cielo —sonrió con aire socarrón—. ¿Me la vas a presentar algún día? ¿Vas a traerla aquí a cenar alguna vez? Si le hago de cena mi famoso ramen de miso casero ya verás que al día siguiente te pide matrimonio.

—¡Papá!

—¿Qué? A Cleven y a Raven les chifla mi ramen casero —se encogió de hombros—. Sobre todo a Cleven, que tiene el estómago más infinito que conozco.

—¡Son las seis menos cuarto!

—Vaaale, ya me voy, ya me voy. Pero me falta algo.

Nakuru recordó. Se fue hasta él y los dos se abrazaron con fuerza. Esto era algo que habían acordado hace muchos años, cuando Nakuru aún era pequeña, pero había empezado a trabajar en la KRS como iris. Ambos se dedicaban a unos trabajos que controlaban bien, pero seguían siendo peligrosos, demasiado importantes para ellos como para dejarlos, y desde que murió Eleanor era una norma entre Kamui y Nakuru siempre despedirse con un abrazo antes de irse a trabajar él o antes de irse a una misión ella. Aunque, teniendo en cuenta que la KRS llevaba mucho tiempo sin recibir misiones de gran calibre, Kamui vivía algo más tranquilo.

Después de un rato, cuando Nakuru ya terminó su escultura, sonó su móvil. Mientras apagaba las luces del estudio y subía de regreso a casa por unas escaleras, cogió la llamada.

—¿Qué hay, Raven?

—“Hola, Nak. Oye, mira, que estoy llamando todo el rato a Cleven al móvil y me lo cuelga siempre. ¿Tú sabes dónde está? ¿Tenía hoy algo importante que hacer?”

—No, que yo sepa —contestó extrañada.

—“¿Y si la llamamos a su casa?”

—No, no. Si Cleven cuelga tus llamadas aposta es que no puede hablar, así que llamándola a su casa tampoco conseguiríamos nada.

—“Entonces nada” —suspiró Raven con fastidio—. “Mañana en el insti ya nos contará lo que pasa, y más le vale, estaba empezando a preocuparme. A lo mejor está con Kaoru.”

—A lo mejor —se encogió de hombros, validando esa posibilidad—. Así que mejor no la molestamos.

—“Bueno, ¿qué? ¿Te vienes a dar una vuelta? ¡Me aburro en casa, tía! ¿Puedes?”

En ese momento, Nakuru oyó un ruido seco en el salón, como algo pequeño chocando contra el cristal. Se quedó algo extrañada.

—“¿Nakuru? ¿Puedes, o no?”

—Pues...

Pero volvió a oírse ese ruido y, esta vez, miró hacia la ventana del salón, que daba a la calle exterior. Vio lo que parecía ser una piedrita golpeando el cristal, y otra más, así que fue rápidamente a asomarse para ver qué demonios pasaba.

—“Nak” —se impacientó Raven.

—Sí, sí, en principio si pued... —fue a contestar, pero entonces, ¡CRAS!, un pedrusco del tamaño de un pomelo atravesó el cristal de la ventana y Nakuru se dio un susto de muerte—. ¡Uaaah…!

—“¿Qué pasa?”

Nakuru se asomó por la ventana rota y reconoció a la persona que estaba parada en mitad de la acera, que la miraba seriamente

—Ay… Eh… ¡No! —exclamó Nakuru de pronto, sobresaltando a Raven—. Digo… Lo siento, Raven, no voy a poder quedar hoy. Me ha surgido un recado muy importante.

—“Ooh, ¡qué pena! Bueno…” —dijo Raven con desilusión—. “Entonces otro día será. Nos vemos mañana en clase.”

—Sí, nos vemos mañana, Rav.

Nada más colgar la llamada, se asomó por la ventana a la calle.

—¿¡Por qué has hecho eso!? —le preguntó al chico de abajo.

—Porque te he estado llamando al móvil y comunicaba.

—¡Apenas llevaba treinta segundos hablando con una amiga, ¿y por eso has venido hasta aquí a la velocidad de la luz para llamar mi atención a pedradas?!

—Tengo prisa.

—¡Joder, Raijin, qué impaciente eres!

Nakuru, refunfuñando, volvió al interior de la casa y, con un simple movimiento de sus manos, dominó con su iris los cristales rotos, que volvieron a unirse y a recomponer la ventana, dejándola como nueva. Acto seguido, se fue a poner las botas negras de suela gruesa que solía llevar con su estilo punk y salió a la calle. Se reunió con el rubio que la esperaba ahí junto a un árbol.

—Bueno, cuánto tiempo, Guardián —saludó Nakuru, más calmada—. ¿Cuál es esa urgencia por la que has visto necesario lanzar una roca contra mi ventana? ¿Alguna bella dama en apuros?

—Ya quisieras. Pero sí, tenemos trabajo —contestó él sin más, emprendiendo la marcha—. Es algo importante.

—Jo, nunca nos toca salvar a una chica guapa —lamentó Nakuru—. Aun así, ya era hora de hacer algo. Mi iris está aburrido. ¿De qué se trata? ¿Adónde vamos?

—A la cafetería de Yako, ya os lo explicaré allí —contestó el rubio.

Estaban un poco lejos de su destino, pero no aminoraron la marcha. Nakuru ya estaba acostumbrada a estas cosas, y estaba contenta de que volviesen a tener alguna misión que hacer.

A medio camino, bordeando el Parque Yoyogi, Nakuru vio a lo lejos al mismísimo Drasik. Estaba flirteando con una chica que le sonaba del instituto, ella apoyada sinuosamente contra el murillo de piedra, sonriendo, y él frente a ella a una corta distancia, con una mano apoyada en el murillo y con la otra acariciando la barbilla de la chica mientras le hablaba. Nakuru negó con la cabeza, esa escena ya la había visto muchas veces, por lo que no le sorprendió. Drasik se pasaba la vida ligando con chicas por toda la ciudad. Miró a Raijin, y se preguntó si se habría percatado de aquello, a medida que se acercaban más a la parejita.

—¿También va a participar Drasik? —le preguntó Nakuru a su acompañante.

—Qué remedio —contestó Raijin y, justo al pasar al lado de Drasik, el cual no los había visto, lo agarró de la oreja y lo arrastró consigo y con Nakuru, sin parar la marcha.

—¡Aah! ¡No, nooo! —gimió Drasik al ver que se alejaba de la chica con la que estaba ligando, la cual se había quedado perpleja ante aquello—. ¡Tranqui, preciosa, volveré! ¡Llámame! ¡Llámameee!

Su voz se perdió cuando los tres doblaron la esquina de la calle bordeando el murillo del parque, y la pobre chica se quedó ahí plantada. Raijin soltó la oreja de Drasik con brusquedad, sin detenerse, y este los siguió, rabioso.

—¡Estaba a punto de caer en el bote, a punto! —protestó, poniéndose delante de Nakuru y del otro, caminando marcha atrás—. ¡La tenía babeando con mi encanto argentino! ¡Esta me la pagaréis! ¿¡Qué pasa ahora!?

—Volvemos al trabajo —contestó Nakuru—. Así que tranquilízate, que desde ahora estamos de servicio.

—¡Oh, sí! —celebró Drasik, apretando los puños y olvidando su enfado al instante, y miró rápidamente al rubio—. ¡Raijin, no me digas que nuestro cliente es esa chica con la que estabas comiendo hoy en el Fridays!

—¿Qué chica? —se sorprendió Nakuru.

Raijin dio un viraje brusco en una fracción de segundo, agarrando el cuello del abrigo de Drasik. Le clavó una mirada fiera.

—Una sola palabra más de eso y te electrocuto —le dijo de tal manera que a Drasik se le heló la sangre por un momento.

—Entendido... tranquilo... —murmuró, sonriendo con simpleza.

Nakuru se quedó turbada, sin entender nada. Pero al ver que su superior emprendía la marcha, Drasik y ella lo siguieron por detrás, silenciosos como una tumba por un rato.

—Si Raijin llega a convertirse en médico algún día, juro que jamás haré algo que me obligue a ir a un hospital —le susurró Drasik a su amiga.

—A no ser que ese algo te lo haga él —sonrió ella.

—Ay... —suspiró—. Tanto tiempo trabajando junto a Raijin y no conseguimos llevarnos bien.

—Será culpa tuya —opinó Nakuru—. Ya sabes… Por esa pequeña manía que tienes de no acatar órdenes.

—Tú no has sido su compañero durante años, a ti te suelen emparejar con Yako en las batallas —masculló.

—Ya sabes que nos emparejamos por la buena combinación de nuestros elementos, Drasik. De toda la vida han juntado la electricidad con el agua y por eso te ponen con Raijin.

—Sí, juntos somos efectivos, pero a los que son como Raijin no les gusta los que son como yo. Ya sabes, la electricidad quiere ir por libre, pero si toca el agua, sólo puede ir donde el agua le diga. Raijin odia dirigir su electricidad por donde yo ponga el agua.

—Por cierto, ¿quién era esa chica con la que estabas? —peguntó la joven, intentando disimular su curiosidad.

El muchacho fue a contestar, pero se mordió la lengua. Miró a Nakuru con cara recelosa.

—Eh, oye. Que tú ya tienes novia, Nak, así que no tengas morro. Pero era superguapa, ¿eh?

—Pues sí. Aunque Álex está mejor.

—¿Álex es tu novia? ¿La española? —preguntó, y Nakuru le asintió con la cabeza—. Ya sé quién es, pero no me acuerdo de cómo era… Me la presentas, ¿no?

—¡Ja! Ni lo sueñes.

Los tres llegaron al Ya-Koffee, su lugar de reuniones. No había mucha gente, pero en cuanto empezase a anochecer volvería a estar abarrotado. Sólo estaban Sam y Yako atendiendo el lugar, pues MJ y Kain se habían ido al acabar su turno, y además no había mucho que hacer, por eso Sam y Yako se encontraban charlando tranquilamente sentados en los taburetes de la barra. No obstante, al ver a los tres recién llegados, se pusieron en pie de un salto. Si Raijin venía con Nakuru y con Drasik, sólo podía significar una cosa.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Yako a su mejor amigo, preocupado.

Por un momento, se preguntó si es que le había pasado algo malo a esa chica llamada Cleven con quien su amigo se había ido durante la mañana, pero leyendo más atentamente el tipo de mirada muy reflexiva que tenía Raijin, supo que se trataba de algo más importante. Nakuru ignoraba totalmente que su mejor amiga había estado en la cafetería y había conocido a Yako, a Sam y a Raijin esa misma mañana, igual que ellos ignoraban que esa pelirroja era amiga de Nakuru.

—Cuanto antes empecemos, mejor —dijo Raijin, yéndose a sentar a una de las mesas del fondo, lejos de donde estaban los clientes.

Los otros cuatro lo siguieron y se sentaron todos alrededor de la mesa. Yako, Nakuru, Drasik y Sam esperaron a que Raijin se pusiera cómodo, porque el rubio parecía realmente agotado, lo cual se notó mucho cuando se sentó en la silla, resopló como si llevara días sin sentarse y se frotó los ojos un momento, y comenzó a hablar.

—Iré al grano. Se trata de Kyo.

—¡Lo sabía! —saltó Drasik, y le dirigió una mirada de reproche a Nakuru—. Un resfriado, ¿eh?

—Vale, ¿yo qué sabía? —masculló ella, molesta.

—Ssh —les mandó silencio Yako.

—Esta es la situación —continuó Raijin—. La MRS anda tras él, más bien tras nuestro pergamino. Kyo es quien lo salvaguardaba, y al parecer la MRS ha descubierto que es él quien lo tiene, lo cual no me explico. Pero ahora lo importante es darle ventaja a Kyo. No se sabe dónde está, sólo sé que no está en Tokio y que la MRS lo sigue buscando.

—Entonces sigue a salvo —musitó Nakuru, aliviada.

—No por mucho tiempo —dijo Raijin—. Kyo no puede comunicarse con nosotros, sabe que no puede correr ese riesgo, por lo que deduzco que lo que pretende es ganar tiempo y planear algo para librarse él solo de la MRS. Sin embargo, no le va a ser fácil.

—¿Crees que irá a poner a salvo el pergamino en algún lugar? —preguntó Yako.

—Los lugares más seguros para esconder un pergamino del Monte Zou son nuestras casas —le recordó Sam.

—Me he pasado el día pensando —prosiguió Raijin, ignorando la mirada de incredulidad que le lanzó Drasik, recordando que lo había visto comiendo con esa chica de su clase llamada Cleven—. Lo que hay que hacer es comunicarnos con Kyo para que nos explique qué está haciendo y cuáles son sus planes. Depende de lo que esté tramando para ver de qué forma podemos echarle un cable.

—¿Y cómo nos comunicaremos con él? —preguntó Drasik.

—Ahí interviene Sam —contestó el rubio, mirando al encapuchado, y este le asintió, comprendiendo—. Debemos evitar a toda costa que la MRS alcance a Kyo allá donde esté. Si están todos los miembros de la MRS, serían nueve contra uno. La cosa es retenerlos mientras Kyo escape con el pergamino.

—Entonces, si vamos nosotros, seremos cinco contra nueve —intervino Drasik—. Estamos en desventaja. ¿Qué hay del viejo Lao? ¿Y del Líder?

—Drasik, no tenemos Líder desde hace siete años, por si no lo recuerdas —replicó Yako.

—¿Pero va a seguir quedándose de brazos cruzados, entonces? —insistió—. El pergamino que posee cada RS pertenece al Líder. Sé que ya no lo necesita porque ya aprendió su Técnica, pero sigue siendo suyo.

—Ya no, ahora es nuestro porque él se fue de nuestra RS —dijo Nakuru—. Aunque no tengamos permiso para usar su Técnica, tenemos la obligación de cuidar del pergamino, es propiedad de nuestra RS.

—Aun así, al Líder no le cuesta nada participar un poco en esto, podría al menos dar señales de vida y venir a saludarnos —rezongó Drasik, cruzándose de brazos.

—Drasik, sé que lo echas mucho de menos, pero él dejó muy claro hace siete años que abandonaba la KRS —contestó Nakuru—. Sólo quedamos nosotros cinco activos, además del viejo Lao... y Kyo.

—Lao no debe interferir en esto —intervino Raijin—. Los del Gobierno, nuestro otro inconveniente, podrían seguir teniéndolo en la lista de sospechosos, a pesar de que hayan pasado muchos años sin que el ministro Takeshi Nonomiya haya vuelto a hacer alguna actividad de caza. Lao no puede arriesgarse a participar en una misión en la que está involucrada una RS enemiga. Eso sí, cuenta con nosotros, ya que se trata de su nieto.

—Espera un momento... —dijo Yako, entornando los ojos—. ¿Y si no le está siguiendo toda la MRS? ¿Y si se han dividido para buscarlo?

Nadie contestó, no habían caído en esa posibilidad.

—Eso debe de saberlo Kyo —afirmó entonces Nakuru—. Se lo preguntaremos en cuanto contactemos con él, cuántos le persiguen.

—¿No estáis sacando conclusiones muy rápido? —interrumpió Drasik de nuevo, y todos le miraron con cansancio—. ¿Y si ya han atrapado a Kyo? Cada uno de nosotros podemos saber al instante si está sufriendo grandes daños a través de nuestros tatuajes, pero, ¿y el pergamino? ¿Cómo podemos saber que no está ya en manos de la MRS? Nadie puede sentir la “energía” que emite uno de esos pergaminos.

—¿Cómo que no? —saltó Nakuru—. ¿Acaso has olvidado que Yako es algo más que un iris?

—No lo es, Yako es un desertor de los de su extraña especie —replicó Drasik.

—No quiero que volváis a mencionar ese tema —se incomodó Yako—. Aun así puedo hacerlo. Tranquilos. El pergamino sigue en manos de Kyo, seguro. El código del Sello sigue intacto.

—En caso de que la MRS esté dispersa en más de un lugar buscando a Kyo, eso cambia las cosas —continuó Raijin, que había estado pensando en las preguntas anteriores de Yako, mientras se toqueteaba el piercing de la ceja, cosa que solía hacer cuando cavilaba.

Los demás lo miraron, y reflexionaron. Pasaron gran parte de la tarde sacando conclusiones. Debían decidirse por tomar una de ellas y comenzar a actuar. Pero estaban tan perdidos que hasta que no empezó a anochecer, no se decidieron.

El local ya se había llenado por completo, lo que preocupó a Yako. Menos mal que contaba con cuatro empleados más, además de Kain y MJ, que venían a trabajar en ese turno de la tarde, pues Kain y MJ ya no iban a volver en ese día; y cuando entraron, Yako les tuvo que pedir que se encargasen ellos de todo hasta que Sam y él acabasen un asunto importante.

—Bien, haremos esto —dijo entonces Raijin, mirando a cada uno de ellos—. Sam, contacta con Kyo y en cuanto sepas algo háznoslo saber de inmediato. Mientras tanto, Nakuru y Drasik, quiero que vuestro tiempo libre lo dediquéis a recorrer la ciudad, mirando en cada calle, cada subterráneo, cada rincón, a ver si encontráis a cualquier miembro de la MRS andando por ahí. ¿Tenéis sus caras?

—Ja, me acuerdo muy bien de ellos —rio Nakuru, recordando viejos tiempos.

—Oye, ¿por qué tienes que ser tú el que dé órdenes? —gruñó Drasik, mirando al rubio con recelo—. Que yo sepa nadie te nombró el nuevo Líder, y además, Yako es mayor que tú, debería ser él qui...

No acabó la frase, porque Sam se ofreció voluntario para taparle la boca con un manotazo.

—¡Ay!

—Pero no quiero que llaméis mucho la atención —prosiguió Raijin como si no le hubiesen interrumpido, mirando a Nakuru—. Tomáoslo con calma, sigue habiendo agentes del Gobierno paseando de vez en cuando por las calles, disfrazados como gente normal, deseando darnos caza en cuanto nos descubran. Tened en cuenta que cualquier persona puede ser un agente, por lo que no llaméis la atención. Y eso va por ti, escandaloso de los cojones —señaló a Drasik.

—Que te jodan, don Sonrisas —le espetó este—. Oye, sin contar contigo porque naciste así, yo soy el iris más temprano del mundo. Seguía llevando pañales cuando me convertí, ¿por qué no me tomas en serio como a los demás, que se convirtieron a edades más tardías? —preguntó señalando a los demás.

—Porque de todos nosotros eres el que conserva más esencia de su antigua parte humana, el que más se deja llevar por sus emociones. ¡Eres impulsivo, no te controlas! ¡Por eso! —le respondió Raijin, alterándose.

—¡Llevo haciendo misiones desde que tengo 4 años! ¡Seré impulsivo, pero tengo más experiencia que Sam o Nakuru! —insistió Drasik.

—¡Escucha, pelmazo! —se hartó Raijin.

—Chicos —les interrumpió Yako de repente, con su aire risueño y tranquilo de siempre—. Vuestras peleas alteran vuestros iris. Y vuestros iris alterados emiten una energía chirriante en mi mente. —Tuvo que apoyar la cabeza en las manos y frotarse las sienes, notando lo que otros no podían notar.

Sólo con decir eso, Raijin y Drasik dejaron de discutir al instante, sabiendo lo que significaba. Drasik se puso a mirar a otro lado, refunfuñando.

—Entonces, cuando divisemos a algún miembros de la MRS, ¿le damos caza? —preguntó Nakuru.

—Sí —contestó Raijin.

—¿Estás loco? —se sorprendió Yako, mirando a su amigo—. ¿Los vas a obligar a que se enfrenten?

—A ver si me explico —suspiró el rubio con impaciencia, volviendo a mirar a Nakuru—. Cuando vayáis a inspeccionar la ciudad para lo que os he dicho, debéis ocultaros la cara lo mejor posible. Camuflaros como podáis, porque será mejor que el miembro de la MRS con el que os encontréis no os reconozca ni delate que la KRS está en movimiento. Cuando veáis a alguno, arregláosla para dirigirle a un lugar donde no haya nadie. Provocadle, si es necesario, y cuento con que os enfrentéis a ellos sólo para descubrir cuál es su iris. Solamente para eso —repitió—. En cuanto lo sepáis os largáis y nos informáis.

—Ah, ya entiendo —saltó Drasik—. Esto es para saber cuáles son los otros posibles iris que estén persiguiendo a Kyo y tener en cuenta a qué elementos nos enfrentaremos cuando vayamos a ayudarle.

—Si es verdad que la MRS se ha separado para su búsqueda —añadió Nakuru.

—Por ahora, esto es todo —concluyó Raijin.

—¿Y yo qué hago? —preguntó Yako, exagerando una cara tristona—. Te has olvidado de mí.

—Tú y yo ya pasaremos a la acción cuando vayamos a ayudar a Kyo allá donde esté. Sam, es tu turno, en cuanto puedas. Y vosotros dos —miró a Drasik y a Nakuru—, os digo lo mismo. Ya sabéis qué hacer.

Seguidamente se puso de pie y los otros cuatro vieron que se marchaba sin más.

—Eh, ¿a dónde vas? —le preguntó Drasik.

—A informar a Lao de la situación, debe saberlo —contestó mientras se dirigía a la puerta, sin volverse—. Y que esto quede entre nosotros, ni una palabra a nadie más hasta que sepamos quién nos ha espiado. Alguien cercano ha delatado a Kyo y podría ser alguien de nuestros aliados con problemas de lealtad.

Una vez que Raijin se fue, los demás también se pusieron en movimiento.

—Bueno, supongo que he de dejarte libre lo que te queda de turno —dijo Yako, mirando a Sam.

Este se puso en pie, quitándose el delantal reglamentario y dejándolo sobre la mesa.

—No me lo descuentes de la paga —le dijo como respuesta, y salió a la calle, perdiéndose de vista.

—Yako, ¿me traes un refresco de naranja y un sándwich de salmón? —le dijo Drasik, que de repente se había puesto a mirar la carta del menú, tan tranquilo.

—¡No puedes hablar en serio, Dras! —se enfadó Nakuru.

—¿Qué pasa? Trabajo mejor con el estómago lleno.

—Ayyy… Vamos, “hermanitos”, id a cumplir vuestra parte, no hay tiempo que perder —suspiró Yako pacientemente, apoyando la barbilla en una mano—. Cuando hayamos zanjado con éxito este embrollo con la MRS y Kyo esté de vuelta, ya os invitaré a los tres a una de mis mejores hamburguesas.

—Yako, eres demasiado bueno —le sonrió Nakuru, mientras agarraba a Drasik de un brazo y lo obligaba a moverse de una vez, pese a las quejas de este por quedarse con hambre.

Yako se quedó solo. Lo único que podía hacer en ese momento era volver al trabajo mientras el resto de sus compañeros zanjaban sus primeras tareas, así que se puso a ello. Se levantó de la silla con pereza y se dirigió a la barra, pero entonces se topó con dos niños pequeñitos que acababan de entrar por la puerta.

—¡Anda, mis mellizos favoritos! —sonrió, agachándose junto a ellos—. ¿Otra vez os han aparcado aquí?

—Es que la señora Agatha dijo que tenía que irse a su casa porque iba a venir un fontanero a arreglarle una tubería y que llegaba tarde y que no podía hacerle esperar en la puerta de su casa y se ha tenido que ir con prisa —contestó Clover del tirón, como si lo estuviese leyendo en un cartel.

—¿La señora Agatha os ha dicho que me digáis todo eso? —rio Yako.

—Sí —gruñó Daisuke; parecía impaciente.

—Creo que a Agatha se le están acabando las buenas excusas para decir que le ha surgido un recado importante en alguna otra parte del planeta —suspiró Yako en voz baja.

—Dijo que te dijéramos que te encargases de nosotros hasta que nos viniesen a recoger —le dijo Daisuke, mirándolo fijamente—. Así que venga, saca los pasteles.

—A sus órdenes, señor —contestó Yako poniendo una postura de soldado, risueño, y cogió a cada uno con un brazo y se los llevó a la sección de pastelería.

—Es que papá no está en casa aún —le explicó Clover—. Hemos pasado un finde muy díver con los abuelitos, pero nos han traído a nuestra casa muy pronto hoy, y papá aún no estaba en casa, así que papá aún debe de estar ocupado, porque trabaja mucho, ¡incluso los fines de semana!

—Vuestro papá trabaja mucho para sacaros adelante, ¿eh? —admiró Yako, sentando a cada uno en un taburete.

—Sí, es muy bueno —sonrió Clover con dulzura, mientras su hermano empezaba a engullir un trozo de tarta que le había puesto Yako en un plato.

—Sí, debe de serlo, como para poder soportar a este feroz devorapasteles… —rio, revolviéndole el pelo a Daisuke.

—Yo le dije a Agatha que podía dejarnos solitos en casa hasta que papá viniera, porque ya no somos bebés, somos más mayores —continuó Clover, metiéndose un trozo de fresa en la boca—. Pero ella dijo: “¡No, impensable que unos niños de 5 añitos estén solitos en una casa!” Entonces nos ha traído aquí, porque ella siempre dice que no hay lugar más seguro que esta cafetería.

—¡Y no os engaña! —se rio Yako de nuevo—. Nadie bajo mi cuidado podría jamás estar en peligro. Las personas malas tienen la entrada prohibida en mi local, ¿sabéis?

—Pero Yako —dijo Daisuke—. ¿Qué pasaría si una persona mala se colase por la puerta sin que te des cuenta?

De una forma muy sutil y fugaz, los ojos dorados de Yako desprendieron un pequeño destello sobrehumano. De hecho, pareció hacerse el silencio absoluto y congelarse el aire durante una fracción de segundo. El rostro de Yako emitió algo escalofriante por un instante. Hasta que de repente, volvió a aparecer su habitual sonrisa dulce en los labios.

—Oh, pues lo olería enseguida. ¿No sabéis que yo huelo a una mala persona a distancia? Entonces, agarraría mi escoba y lo sacaría de aquí dándole escobazos en el trasero.

—¡Hahahah…! —se rieron los niños al imaginarlo.

Ciertamente, si una mala persona entrara en la cafetería, no importaba si era un agresor, o un violador, o un pedófilo, o un mafioso, ni lo mucho que lo ocultara bajo un aspecto aseado y bien vestido. Su vida correría inminente peligro si Yako detectaba su hedor a mala energía. Era el único tipo de humanos con los que Yako abandonaba toda su amabilidad.

—Bueno, tengo que trabajar, así que os pido por favor que no arméis mucho escándalo como el de la última vez, ¿vale? Si vais a jugar con los demás niños, nada de romper cosas.

—Vaaale —contestaron los dos al unísono.


* * * *


Sam estaba en el Parque Yoyogi, de pie entre los árboles y rodeado de suma oscuridad, donde la luz de las farolas no podía llegar. No había nadie. Sólo se oía el susurro del viento pasando por entre las ramas de los árboles. Miró hacia el cielo, y se puso las manos alrededor de la boca como altavoz. Cuando su ojo izquierdo desprendió una luz verde oscuro, comenzó a emitir un silbido agudo hacia las sombras de los alrededores, entonando una extraña melodía.

Después de unos minutos, el silencio se vio roto por un estruendoso ruido del batir de docenas de alas, y pareció que el parque se estremeció por un momento. Una contundente bandada de pequeños pájaros negros había salido de entre las negruras del bosquecillo provocando un sonoro bullicio que cesó a los pocos segundos, cuando estos se perdieron de vista en el cielo de la noche. Todo volvió a la tranquilidad, como si no hubiese pasado nada.

Sam permaneció mirando la lejanía, en silencio, y entonces se marchó.


* * * *


Neuval anduvo de un lado a otro del salón, cruzándose de brazos, descruzándolos. Se paró, pero volvió a dar vueltas. Suspiraba constantemente, nervioso. Y miraba el teléfono cada dos por tres. Hana y Yenkis, sentados en el sofá, lo miraban sin decir nada. A medida que fue pasando el día, Neuval ya se había empezado a dar cuenta de que algo pasaba con Cleven.

—Puede que esté en casa de alguna de sus amigas —opinó Hana.

—Ya he llamado a la casa de su amiga Raven —negó Neuval, sin poder estarse quieto—. No saben nada de ella, y en casa de Nakuru no cogen el teléfono, ya que Kamui trabaja por las noches. Y encima el móvil de Cleven desvía mis llamadas.

No dijo más, pero saltaba a la vista que estaba pensando en todo tipo de posibilidades acerca de qué podría estar haciendo su hija.

—Ya sabes que los domingos los suele pasar fuera de casa —comentó Hana, intentando tranquilizarlo—. Habrá ido de compras, o quedado con alguien.

En ese momento, Neuval y Yenkis cruzaron una breve mirada, y por una fracción de segundo se les pasó por la mente la imagen de Kaoru. Pero descartaron esa posibilidad. Cleven podía ser irresponsable e insensata, pero no idiota. Ni Neuval ni Yenkis creyeron ni por asomo que Cleven hubiese vuelto a quedar con él, después de que ella misma lo hubiese descubierto engañándola. En eso, ambos la conocían bien, y sabían que Cleven no daba segundas oportunidades a nadie que hubiera osado ponerle la mano encima o engañarla. Al menos, eso Neuval se lo había enseñado bien desde pequeña.

—Volverá, tarde o temprano, no le des tantas vueltas. Tal vez esté en alguna fiesta, o en la discoteca, o haya quedado con otras amigas diferentes —dijo Hana, poniéndose en pie, y le acarició con cariño la mejilla—. Todos hemos tenido 16 años.

—Eso es lo que más me intranquiliza, Hana —murmuró él, para que Yenkis no los oyera, y agarró sus manos—. Ni tú ni yo podemos decir que hayamos sido un buen ejemplo con 16 años.

—Ella no tiene los problemas que yo tuve, ni los que tú tuviste. Ella ha tenido una vida fuera de peligros y traumas gracias a ti. Si se ha ido, es solamente porque se ha enfadado, no porque quiera hacer algo terrible. Neu, no te preocupes tanto, no ha pasado ni un día. Sé paciente —le dio un beso en la mejilla y salió del salón.

—Ni siquiera ha dejado una nota o algo… —continuó diciéndose Neuval, preocupado, hablando con las paredes—. No se ha sabido nada de ella en todo el día. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Y si...? ¿Y si alguien se la ha llevado? Hay gente peligrosa, por todos lados, cualquiera podría…

—Venga, papá —le sonrió Yenkis—. No dramatices, Cleven ya sabe cuidarse solita.

Esta vez Neuval se detuvo y clavó la mirada en Yenkis, serio. Acto seguido, se agachó frente a él, observándolo fijamente, analizándolo meticulosamente.

Où est-elle? —preguntó. (= ¿Dónde está?)

—¿Y yo qué voy a saber? —se rio Yenkis, encogiéndose de hombros—. Es mi hermana mayor, ¿crees que ella me cuenta los planes que va a hacer cuando sale? Venga ya, como si fueran asunto mío.

Yenkis sintió un escalofrío, su padre seguía con sus ojos plateados estáticos sobre los suyos, penetrantes, escudriñando su mirada. El niño pensó que es como si pudiera leer de verdad la mente.

—Mientes muy mal —murmuró Neuval.

Su hijo lo miró con sorpresa. Había procurado parecer lo más inocente posible, y sin embargo su padre podía ver realmente dentro de su mente. ¿Cómo lo hacía? Siempre sabía cuándo alguien mentía y cuándo no. No se atrevió a decir nada y desvió la vista, incómodo.

—¿Por qué no esperas a mañana? —murmuró, encogiéndose de hombros otra vez.

—Se ganará el castigo de su vida como mañana no aparezca —aseveró Neuval, saliendo del salón para tomar un poco el aire en el jardín.


* * * *


Cleven se desplomó sobre la cama de su habitación del hotel. Junto a ella estaba la guía telefónica. Sin embargo, ahí se quedó, contemplando el techo, donde aparecía y desaparecía la imagen de la cara de Raijin. Qué chico tan tremendo, pensaba, tan fuera de lo común, o al menos tan distinto a cualquier persona que hubiese conocido antes. No podía dejar de pensar en él. Pese a haber pasado gran parte del día con él, seguía siendo un completo desconocido, y más que eso, un misterio.

¿Por qué era de aquella forma? Las personas necesitan relacionarse con los demás para sobrevivir, pero Raijin parecía ser la excepción, tan ajeno al mundo... Es como si este le hubiese dado la espalda, y por eso él le daba la espalda a él.

«¿Qué puede haberle pasado en la vida, como para cargar con tanta apatía?» se preguntaba. «La verdad es que… me recuerda un poco a mí… después de que mamá muriera. Esa mirada cansada, ese vacío en mi mente, esa indiferencia por todo… no sentir nada… Yo también padecí esas cosas durante unos años. Pero Yenkis ha sido mi mayor motivo para salir de ese estado y mejorar. Y Nakuru. Si Raijin también ha sufrido una pérdida importante como yo, él también tiene a alguien que se preocupa por él y lo quiere. No hay más que ver cómo Yako se comportaba con él esta mañana, para él es como un hermano. Aun así, el vacío de Raijin parece todavía pesar demasiado… Ojalá pudiera ayudarlo a sentirse mejor».

Se tumbó de lado sobre la cama. No sabía qué hacer, es decir, no podía dejar de darle vueltas a eso y concentrarse en hacer lo que debería hacer, que era llamar a su tío. Pero no tenía opción, era el momento de coger el teléfono y seguir los pasos de su plan principal.

Tenía que serenarse. Se sentó sobre la cama y dio un largo resoplido para intentar evaporar los nervios. Cogió el grueso libro que contenía los miles de teléfonos de los ciudadanos de la zona centro de Tokio y lo puso sobre sus piernas. Comenzó a buscar “Saehara”, el apellido de su madre, por lo tanto, de su tío también, deslizando el dedo por encima de cientos de eses con las que comenzaban incontables apellidos. Tardó un largo rato, pasando páginas. La noche se iba cerrando cada vez más hasta que, por fin, lo encontró.

—Saehara, Brey —murmuró, y empezó a latirle el corazón con fuerza—. ¡Aquí está! ¡Aquí!

No cabía duda. Había docenas de “Saehara”, pero solamente uno que se llamaba “Brey”, pues no era un nombre nada común. Enseguida cogió el teléfono inalámbrico de la mesilla de noche y preparó el dedo pulgar para marcar, pero no hizo más. Se quedó inmóvil. Su mano no la obedecía. Se dio cuenta de que estaba muerta de los nervios; se dio cuenta por primera vez de lo que iba a hacer en ese momento.

Su tío. ¿Quién era su tío? Ella no lo había visto en la vida, que supiera. Era un hombre desconocido, por muy familiar suyo que fuese. Hablar con un familiar que no fuese padre o hermano, era la primera vez. Para un tío que tenía, y no sabía absolutamente nada de él... ¿Qué le iba a decir? “¿Hola, soy tu sobrina Cleventine Vernoux, la hija de tu hermana, y me preguntaba si no te importa que me vaya a vivir contigo?”

Volvió a colgar el aparato y suspiró. Estaba confusa. ¿Qué pasará entonces, si le decía eso? «A lo mejor él tampoco me conoce de nada o no sabe ni que existo» pensó, empezando a preocuparse. «¿Sería conveniente interferir así en su vida, tan de repente? Puede que tenga una familia, esposa e hijos, un trabajo digno, una vida normal... ¿Y voy a ir yo, así de pronto, a decirle esto?».

Se mordió el labio, y miró de un lado a otro, intrigada. No podía perder la oportunidad, después de haber llegado hasta ahí. Y entonces se acordó de una frase que su padre solía decir a veces: “no lo sabrás hasta que no lo intentes”. ¡Vaya, hombre! Para algo que decía ese torpe y debía tener razón.

Cambió de postura sobre la cama, arrodillándose sobre el colchón y sacudió las manos como si con eso pudiese hacer que la tensión saliera de la punta de los dedos. Tenía la mirada clavada en el aparato, seria, desafiante. Lo volvió a descolgar, ya no había marcha atrás y, señalando el número de teléfono en la página para no perderlo de vista, lo marcó. Número por número, cada vez le temblaban más las manos.

Ya está. Esperó, notando los latidos de su corazón en el pecho, y sonó el primer pitido. Respiró profundamente, una y otra vez. «Ya está, no pasa nada, sólo voy a hablar con una persona, una persona que es de la familia» se decía, mientras seguían sonando los pitidos. «Tenemos lazos de sangre, es hermano de mamá, tiene que ser una buena persona... Seguro que es simpático, y que no se va a enfadar, y que tendrá ganas de conocerme… y con suerte, me dejará vivir con él…».

—“El número que ha marcado no respon-...”

—¡Aagh! —rugió Cleven a las cuatro paredes y colgó el auricular con violencia.

Había saltado el contestador. No estaba en casa. Tanta comedura de coco y su tío no estaba en casa, o bien estaba dormido ya. ¿Pero tan pronto? Da igual. No tenía más remedio que volver a intentarlo mañana.

«A lo mejor trabaja mañana temprano y se acuesta pronto. O habrá salido a cenar por ahí con su familia. O también es que está trabajando ahora y no vuelve hasta tarde...» caviló, tumbándose sobre la cama, abatida. Su tío podía estar haciendo cualquier cosa, como la mayor parte de la gente de la ciudad. De todas maneras, decidió llamar al día siguiente a una hora diferente, a ver si lo pillaba.

Tranquilidad, ahora debía calmarse. No había pasado nada. Aún hay tiempo, se decía. Su padre ya debía de haberse puesto hecho una furia al ver que no volvía a casa a esas horas. Pues nada, él también tenía que esperar a ver qué pasaba. Cleven se imaginó que su padre llamaría a sus amigas, de lo que no conseguiría nada, y si las cosas se ponían más inquietantes para él, llamaría a la policía. A ella no le importaba esa cuestión, confiaba en que mañana ya conseguiría contactar con su tío. Y entonces, todo arreglado.









8.
Planes de rescate

Esa aburrida tarde de domingo, Nakuru se encontraba de relax haciendo uno de sus hobbies, tallar esculturas en piedra maciza.

Ella y su padre vivían en una urbanización de modestos pero modernos apartamentos adosados que rodeaban un gran patio interior con jardines. Las viviendas no eran muy grandes porque estaban pensadas para uno o dos individuos, y Nakuru era de esas personas que vivía con mayor paz mental en una casa donde el espacio fuera el justo y el necesario. A su iris le ponían nervioso los espacios sobrantes no aprovechados debidamente.

Aun así, no eran viviendas baratas, aunque ella se lo podía permitir gracias al dinero que ganaba en la Asociación a cambio de su duro pero ejemplar trabajo combatiendo contra el crimen y el terrorismo, además del sueldo del trabajo de su padre.

La mayor ventaja de aquella urbanización era que las viviendas –que se situaban todas en la primera planta–, tenían debajo, en la planta baja, su propio garaje, el cual tenía la misma extensión que la vivienda de arriba, por lo que podía servir de garaje, de trastero e incluso de estudio, todo a la vez. Los apartamentos eran básicamente de dos plantas, arriba la vivienda y abajo un gran espacio reservado para cualquier otra cosa. Varios de los vecinos de allí lo usaban para talleres.

Este espacio Nakuru lo tenía muy bien aprovechado. Ella misma lo había reformado con sus tabiques, ladrillos, yesos y demás usando su iris Suna, teniendo, por un lado, un garaje para el coche de su padre con trastero, por otro lado un estudio que Nakuru usaba para sus inquietudes de iris como la escultura o el entrenamiento de artes marciales y armas –estando hechas las paredes y techos con material insonorizado–, y por último una habitación más recóndita y asegurada donde guardaba su propio arsenal de armas.

Ahora ella estaba en el estudio, un espacio amplio, luminoso, de paredes y techo blancos, con una zona diseñada para el ejercicio con el suelo hecho de tatami, y otra zona donde tenía una colección de diferentes tipos de enormes rocas, y grandes vasijas de cerámica colmadas de arenas de diferentes colores y composición.

Muy concentrada, con su ojo izquierdo brillando de su luz naranja, caminaba alrededor de una escultura de mármol color crema a medio terminar. Era la figura de la mujer más bella que Nakuru había podido imaginar, con largos cabellos ondulados, mechones al viento, y vistiendo supuestamente con ligeros velos que flotaban a su alrededor.

Nakuru movía las manos con delicadeza cerca de las superficies, y a la orden de su poder de iris, en el mármol surgían surcos, pequeños cortes o raspaduras como por arte de magia. Esculpir con el iris requería un nivel de concentración muy elevado especialmente en rocas tan quebradizas como el mármol, por lo que era una muy buena forma de entrenar el control milimétrico que el iris podía ejercer sobre su elemento. Tenía bastante mérito, porque la mujer hasta tenía cabellos muy finos, como hilos, separados del resto, lo cual era físicamente imposible de hacer para un escultor humano.

—Oh… Hm… —oyó de repente la voz de su padre detrás de ella, rompiendo su concentración, y lo encontró en la puerta del estudio mirando con una mueca examinadora la escultura—. Un poco pequeños, los pechos. ¿No?

—¡Papá! —protestó ella, un poco sonrojada—. ¡Estaba concentrada! ¡Y no critiques los pechos pequeños! ¡A algunas personas nos gustan los pechos pequeños!

—Bueno, claramente yo no soy una de esas personas —sonrió felizmente—. Algo que se puede adivinar fácilmente viendo las fotos de tu madre.

—¡Papá!

—Tengo un gusto exquisito con las mujeres.

—Yo también lo tengo —le espetó Nakuru—. Y porque sea diferente al tuyo, no quiere decir que sea un mal gusto.

—Hahhh… cómo te añoro, Eleanor… —siguió diciendo él, suspirando apasionadamente con la mirada perdida en el techo—. ¿Por qué no haces una escultura de ella algún día? Has empezado con este hobby hace un par de años y parece que ya lo dominas increíblemente bien.

—Por enésima vez, papá, todas las esculturas que hago las pulverizo al terminarlas para reutilizar la arena en otros proyectos o cosas útiles. No podemos acumular esculturas aquí. Tenemos espacio, pero no tanto.

—Podría ser terapéutico para tu iris —insistió él, sin borrar la sonrisa.

—Mmm… —Nakuru se puso pensativa.

—Y no hace falta hacer una grande. Con una pequeña escultura que pueda poner en mi escritorio… Es como si pusiera una foto o un retrato de ella. Mi cumpleaños es el mes que viene, por cierto.

—Vaaale, está bien, está bien. Haré una pequeña escultura de mamá.

—Pero no le hagas los pechos pequeños. No sería fiel a la realidad.

—¿Sólo te preocupa que haga bien sus pechos? ¿No te da vergüenza?

—Sí, sólo me preocupa esa parte en la que pareces flojear un poco. Porque en lo que respecta a la mejor parte de ella, sé que la tallarás a la perfección. Esos ojos… esa mirada única de ella… que podía penetrar en tu alma y descubrir todo de ti… —volvió a quedarse absorto mirando al techo—. Si no tallas esa divina y letal mirada suya, no será ella.

—Ya. Sé muy bien cómo hacerla —sonrió Nakuru también.

Se le escapó un tono nostálgico, recordando igual que su padre esa parte de su madre que, no era sólo la mirada de sus ojos, era lo que esta denotaba, lo que transmitía. Eleanor Vardalos tuvo una extraordinaria trayectoria profesional como detective en Grecia, participando en casos incluso en los países de alrededor. Pero una profesión así también trae peligros. Y para huir de ellos, se tuvo que ir a vivir a varios países, cada vez más lejos, hasta acabar en la otra punta del planeta, Japón, donde conoció a Kamui Kinomoto, un hombre que también… era algo peculiar.

Se podría decir que Eleanor no sólo había sido su esposa, sino también su mentora. Además, se conocieron cuando ella tenía 35 años y él era un chico de 21. Kamui siempre tuvo una habilidad natural para hablar con la gente, agradarla, atraerla, encandilarla… Ya desde pequeño tenía la particularidad de poseer un rostro ligeramente femenino. Eso, junto a su labia y encanto natural, le habían convertido en un hombre muy eficaz para su profesión actual.

Él siempre decía que trabajaba de barman en un hotel de lujo de la ciudad. Y eso era verdad, en parte. Más que un hotel, era un establecimiento de lujo privado al que sólo personas ricas y poderosas de Japón y otros países se podían permitir ir. Y él se dedicaba a darles a esas personas diferentes servicios que solían solicitarle, ya fuera simplemente servirles copas o cócteles, ya fuera bailar con ellos cuando estaban contentos y ebrios, o ya fuera sentarse con esos hombres o mujeres poderosos para agradarles con su compañía, su labia y su bello rostro.

Había quienes le pagaban sólo por ir de acompañante, sólo por “estar al lado”, por poder “exhibirlo” ante los demás, porque Kamui ya era desde hace años conocido y respetado por su capacidad de mantener conversaciones cultas e interesantes y por su imagen. Ya sólo por tener a un hombre guapo al lado con carisma, algunos ricos y ricas ya presumían de ello ante otros ricos y ricas.

Kamui ahora tenía 39 años y seguía pareciendo casi un veinteañero. Tenía el pelo castaño oscuro y algo largo, por debajo de los hombros, que llevaba de muchas maneras según la ocasión: suelto, con coleta, con media coleta, moño… y sus ojos color café de largas pestañas los llevaba ligeramente pintados de negro. Iba bien afeitado, y tenía una tez blanca y lisa como la porcelana además de labios ligeramente rosados, algo que Nakuru había heredado de él. Con un atractivo así y siempre bien vestido con trajes elegantes, algunos de los clientes llevaban años apodándolo con el término en inglés de pretty boy. Y lo solicitaban como tal: “Quisiera contratar a Pretty Boy para que me acompañe durante la cena con mis socios, pues quiero causarles buena impresión con su compañía”.

No había que olvidar los gajes de este tipo de oficio. Como sería de esperar, más de una vez Kamui había tenido que sufrir algún que otro acoso, tanto sexual como obsesivo, y tanto de parte de viejos verdes como de señoras con manos largas. Pero él siempre lo había solucionado con una admirable diplomacia, sin jamás perder su encanto. Además, su jefa, la dueña de este hotel reservado para las altas esferas, era una mujer muy inteligente y sabía proteger muy bien a sus empleados. De hecho, en su trabajo, Kamui podía soportar que alguno de esos ricachones y ricachonas le acariciaran el rostro o lo cogieran de la mano, esas cosas no le importaban en absoluto, él era de por sí un hombre cariñoso. Pero no toleraba más allá de eso.

Por supuesto, Kamui tenía otros motivos y objetivos a la hora de dedicarse a esta extraña profesión. Nunca se trató del dinero, ni de la reputación ni de codearse con gente poderosa. Siempre se trató de hacer justicia. El tipo de justicia que la policía no podía cumplir fácilmente precisamente debido al poder de ocultamiento, soborno o amenazas que tenían estas personas de la alta sociedad. El tipo de justicia que también realizaban los iris. Pero Kamui no necesitaba ser un iris para hacer este tipo de justicia clandestina.

Eleanor le enseñó todo lo que sabía, para saber cómo comportarse, cómo hablar con una persona, cómo encandilarla con el fin de sonsacarle información, o secretos, o confesiones, de la manera más sutil, sin que nunca sospecharan de él. Y él, con esta información, resolvía casos de abusos, extorsión y otros delitos que este tipo de gente poderosa solía cometer a menudo saliendo impunes. La mayoría de las veces, Kamui era contratado por particulares que le pedían investigar asuntos privados, como espiar información empresarial o infidelidades, y otras veces la policía le pedía ayuda para indagar en los asuntos turbios de algunos de estos viejos ricos, como actividades en el mercado negro o tráfico de cosas ilegales.

—Oye, ¿por qué estás todavía ahí mirándome? Márchate ya, que vas a llegar tarde al trabajo —le dijo Nakuru, volviendo a ponerse frente a su escultura—. Como siempre. Tu jefa es demasiado buena contigo, no abuses de su bondad.

—Es que me estaba preguntando si esta escultura que estás haciendo ahora… ¿no se parece bastante a tu nueva novia?

—¡Iih! —Nakuru dio un respingo y se le puso toda la cara roja, pero siguió dándole la espalda a su padre.

—Ay… Mi vergonzosa Nak… —dijo Kamui con un tono tierno.

—¿¡Cómo sabes…!? ¿¡Desde cuándo sabes…!?

—Me ofendes con esas preguntas, cielo —sonrió con aire socarrón—. ¿Me la vas a presentar algún día? ¿Vas a traerla aquí a cenar alguna vez? Si le hago de cena mi famoso ramen de miso casero ya verás que al día siguiente te pide matrimonio.

—¡Papá!

—¿Qué? A Cleven y a Raven les chifla mi ramen casero —se encogió de hombros—. Sobre todo a Cleven, que tiene el estómago más infinito que conozco.

—¡Son las seis menos cuarto!

—Vaaale, ya me voy, ya me voy. Pero me falta algo.

Nakuru recordó. Se fue hasta él y los dos se abrazaron con fuerza. Esto era algo que habían acordado hace muchos años, cuando Nakuru aún era pequeña, pero había empezado a trabajar en la KRS como iris. Ambos se dedicaban a unos trabajos que controlaban bien, pero seguían siendo peligrosos, demasiado importantes para ellos como para dejarlos, y desde que murió Eleanor era una norma entre Kamui y Nakuru siempre despedirse con un abrazo antes de irse a trabajar él o antes de irse a una misión ella. Aunque, teniendo en cuenta que la KRS llevaba mucho tiempo sin recibir misiones de gran calibre, Kamui vivía algo más tranquilo.

Después de un rato, cuando Nakuru ya terminó su escultura, sonó su móvil. Mientras apagaba las luces del estudio y subía de regreso a casa por unas escaleras, cogió la llamada.

—¿Qué hay, Raven?

—“Hola, Nak. Oye, mira, que estoy llamando todo el rato a Cleven al móvil y me lo cuelga siempre. ¿Tú sabes dónde está? ¿Tenía hoy algo importante que hacer?”

—No, que yo sepa —contestó extrañada.

—“¿Y si la llamamos a su casa?”

—No, no. Si Cleven cuelga tus llamadas aposta es que no puede hablar, así que llamándola a su casa tampoco conseguiríamos nada.

—“Entonces nada” —suspiró Raven con fastidio—. “Mañana en el insti ya nos contará lo que pasa, y más le vale, estaba empezando a preocuparme. A lo mejor está con Kaoru.”

—A lo mejor —se encogió de hombros, validando esa posibilidad—. Así que mejor no la molestamos.

—“Bueno, ¿qué? ¿Te vienes a dar una vuelta? ¡Me aburro en casa, tía! ¿Puedes?”

En ese momento, Nakuru oyó un ruido seco en el salón, como algo pequeño chocando contra el cristal. Se quedó algo extrañada.

—“¿Nakuru? ¿Puedes, o no?”

—Pues...

Pero volvió a oírse ese ruido y, esta vez, miró hacia la ventana del salón, que daba a la calle exterior. Vio lo que parecía ser una piedrita golpeando el cristal, y otra más, así que fue rápidamente a asomarse para ver qué demonios pasaba.

—“Nak” —se impacientó Raven.

—Sí, sí, en principio si pued... —fue a contestar, pero entonces, ¡CRAS!, un pedrusco del tamaño de un pomelo atravesó el cristal de la ventana y Nakuru se dio un susto de muerte—. ¡Uaaah…!

—“¿Qué pasa?”

Nakuru se asomó por la ventana rota y reconoció a la persona que estaba parada en mitad de la acera, que la miraba seriamente

—Ay… Eh… ¡No! —exclamó Nakuru de pronto, sobresaltando a Raven—. Digo… Lo siento, Raven, no voy a poder quedar hoy. Me ha surgido un recado muy importante.

—“Ooh, ¡qué pena! Bueno…” —dijo Raven con desilusión—. “Entonces otro día será. Nos vemos mañana en clase.”

—Sí, nos vemos mañana, Rav.

Nada más colgar la llamada, se asomó por la ventana a la calle.

—¿¡Por qué has hecho eso!? —le preguntó al chico de abajo.

—Porque te he estado llamando al móvil y comunicaba.

—¡Apenas llevaba treinta segundos hablando con una amiga, ¿y por eso has venido hasta aquí a la velocidad de la luz para llamar mi atención a pedradas?!

—Tengo prisa.

—¡Joder, Raijin, qué impaciente eres!

Nakuru, refunfuñando, volvió al interior de la casa y, con un simple movimiento de sus manos, dominó con su iris los cristales rotos, que volvieron a unirse y a recomponer la ventana, dejándola como nueva. Acto seguido, se fue a poner las botas negras de suela gruesa que solía llevar con su estilo punk y salió a la calle. Se reunió con el rubio que la esperaba ahí junto a un árbol.

—Bueno, cuánto tiempo, Guardián —saludó Nakuru, más calmada—. ¿Cuál es esa urgencia por la que has visto necesario lanzar una roca contra mi ventana? ¿Alguna bella dama en apuros?

—Ya quisieras. Pero sí, tenemos trabajo —contestó él sin más, emprendiendo la marcha—. Es algo importante.

—Jo, nunca nos toca salvar a una chica guapa —lamentó Nakuru—. Aun así, ya era hora de hacer algo. Mi iris está aburrido. ¿De qué se trata? ¿Adónde vamos?

—A la cafetería de Yako, ya os lo explicaré allí —contestó el rubio.

Estaban un poco lejos de su destino, pero no aminoraron la marcha. Nakuru ya estaba acostumbrada a estas cosas, y estaba contenta de que volviesen a tener alguna misión que hacer.

A medio camino, bordeando el Parque Yoyogi, Nakuru vio a lo lejos al mismísimo Drasik. Estaba flirteando con una chica que le sonaba del instituto, ella apoyada sinuosamente contra el murillo de piedra, sonriendo, y él frente a ella a una corta distancia, con una mano apoyada en el murillo y con la otra acariciando la barbilla de la chica mientras le hablaba. Nakuru negó con la cabeza, esa escena ya la había visto muchas veces, por lo que no le sorprendió. Drasik se pasaba la vida ligando con chicas por toda la ciudad. Miró a Raijin, y se preguntó si se habría percatado de aquello, a medida que se acercaban más a la parejita.

—¿También va a participar Drasik? —le preguntó Nakuru a su acompañante.

—Qué remedio —contestó Raijin y, justo al pasar al lado de Drasik, el cual no los había visto, lo agarró de la oreja y lo arrastró consigo y con Nakuru, sin parar la marcha.

—¡Aah! ¡No, nooo! —gimió Drasik al ver que se alejaba de la chica con la que estaba ligando, la cual se había quedado perpleja ante aquello—. ¡Tranqui, preciosa, volveré! ¡Llámame! ¡Llámameee!

Su voz se perdió cuando los tres doblaron la esquina de la calle bordeando el murillo del parque, y la pobre chica se quedó ahí plantada. Raijin soltó la oreja de Drasik con brusquedad, sin detenerse, y este los siguió, rabioso.

—¡Estaba a punto de caer en el bote, a punto! —protestó, poniéndose delante de Nakuru y del otro, caminando marcha atrás—. ¡La tenía babeando con mi encanto argentino! ¡Esta me la pagaréis! ¿¡Qué pasa ahora!?

—Volvemos al trabajo —contestó Nakuru—. Así que tranquilízate, que desde ahora estamos de servicio.

—¡Oh, sí! —celebró Drasik, apretando los puños y olvidando su enfado al instante, y miró rápidamente al rubio—. ¡Raijin, no me digas que nuestro cliente es esa chica con la que estabas comiendo hoy en el Fridays!

—¿Qué chica? —se sorprendió Nakuru.

Raijin dio un viraje brusco en una fracción de segundo, agarrando el cuello del abrigo de Drasik. Le clavó una mirada fiera.

—Una sola palabra más de eso y te electrocuto —le dijo de tal manera que a Drasik se le heló la sangre por un momento.

—Entendido... tranquilo... —murmuró, sonriendo con simpleza.

Nakuru se quedó turbada, sin entender nada. Pero al ver que su superior emprendía la marcha, Drasik y ella lo siguieron por detrás, silenciosos como una tumba por un rato.

—Si Raijin llega a convertirse en médico algún día, juro que jamás haré algo que me obligue a ir a un hospital —le susurró Drasik a su amiga.

—A no ser que ese algo te lo haga él —sonrió ella.

—Ay... —suspiró—. Tanto tiempo trabajando junto a Raijin y no conseguimos llevarnos bien.

—Será culpa tuya —opinó Nakuru—. Ya sabes… Por esa pequeña manía que tienes de no acatar órdenes.

—Tú no has sido su compañero durante años, a ti te suelen emparejar con Yako en las batallas —masculló.

—Ya sabes que nos emparejamos por la buena combinación de nuestros elementos, Drasik. De toda la vida han juntado la electricidad con el agua y por eso te ponen con Raijin.

—Sí, juntos somos efectivos, pero a los que son como Raijin no les gusta los que son como yo. Ya sabes, la electricidad quiere ir por libre, pero si toca el agua, sólo puede ir donde el agua le diga. Raijin odia dirigir su electricidad por donde yo ponga el agua.

—Por cierto, ¿quién era esa chica con la que estabas? —peguntó la joven, intentando disimular su curiosidad.

El muchacho fue a contestar, pero se mordió la lengua. Miró a Nakuru con cara recelosa.

—Eh, oye. Que tú ya tienes novia, Nak, así que no tengas morro. Pero era superguapa, ¿eh?

—Pues sí. Aunque Álex está mejor.

—¿Álex es tu novia? ¿La española? —preguntó, y Nakuru le asintió con la cabeza—. Ya sé quién es, pero no me acuerdo de cómo era… Me la presentas, ¿no?

—¡Ja! Ni lo sueñes.

Los tres llegaron al Ya-Koffee, su lugar de reuniones. No había mucha gente, pero en cuanto empezase a anochecer volvería a estar abarrotado. Sólo estaban Sam y Yako atendiendo el lugar, pues MJ y Kain se habían ido al acabar su turno, y además no había mucho que hacer, por eso Sam y Yako se encontraban charlando tranquilamente sentados en los taburetes de la barra. No obstante, al ver a los tres recién llegados, se pusieron en pie de un salto. Si Raijin venía con Nakuru y con Drasik, sólo podía significar una cosa.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Yako a su mejor amigo, preocupado.

Por un momento, se preguntó si es que le había pasado algo malo a esa chica llamada Cleven con quien su amigo se había ido durante la mañana, pero leyendo más atentamente el tipo de mirada muy reflexiva que tenía Raijin, supo que se trataba de algo más importante. Nakuru ignoraba totalmente que su mejor amiga había estado en la cafetería y había conocido a Yako, a Sam y a Raijin esa misma mañana, igual que ellos ignoraban que esa pelirroja era amiga de Nakuru.

—Cuanto antes empecemos, mejor —dijo Raijin, yéndose a sentar a una de las mesas del fondo, lejos de donde estaban los clientes.

Los otros cuatro lo siguieron y se sentaron todos alrededor de la mesa. Yako, Nakuru, Drasik y Sam esperaron a que Raijin se pusiera cómodo, porque el rubio parecía realmente agotado, lo cual se notó mucho cuando se sentó en la silla, resopló como si llevara días sin sentarse y se frotó los ojos un momento, y comenzó a hablar.

—Iré al grano. Se trata de Kyo.

—¡Lo sabía! —saltó Drasik, y le dirigió una mirada de reproche a Nakuru—. Un resfriado, ¿eh?

—Vale, ¿yo qué sabía? —masculló ella, molesta.

—Ssh —les mandó silencio Yako.

—Esta es la situación —continuó Raijin—. La MRS anda tras él, más bien tras nuestro pergamino. Kyo es quien lo salvaguardaba, y al parecer la MRS ha descubierto que es él quien lo tiene, lo cual no me explico. Pero ahora lo importante es darle ventaja a Kyo. No se sabe dónde está, sólo sé que no está en Tokio y que la MRS lo sigue buscando.

—Entonces sigue a salvo —musitó Nakuru, aliviada.

—No por mucho tiempo —dijo Raijin—. Kyo no puede comunicarse con nosotros, sabe que no puede correr ese riesgo, por lo que deduzco que lo que pretende es ganar tiempo y planear algo para librarse él solo de la MRS. Sin embargo, no le va a ser fácil.

—¿Crees que irá a poner a salvo el pergamino en algún lugar? —preguntó Yako.

—Los lugares más seguros para esconder un pergamino del Monte Zou son nuestras casas —le recordó Sam.

—Me he pasado el día pensando —prosiguió Raijin, ignorando la mirada de incredulidad que le lanzó Drasik, recordando que lo había visto comiendo con esa chica de su clase llamada Cleven—. Lo que hay que hacer es comunicarnos con Kyo para que nos explique qué está haciendo y cuáles son sus planes. Depende de lo que esté tramando para ver de qué forma podemos echarle un cable.

—¿Y cómo nos comunicaremos con él? —preguntó Drasik.

—Ahí interviene Sam —contestó el rubio, mirando al encapuchado, y este le asintió, comprendiendo—. Debemos evitar a toda costa que la MRS alcance a Kyo allá donde esté. Si están todos los miembros de la MRS, serían nueve contra uno. La cosa es retenerlos mientras Kyo escape con el pergamino.

—Entonces, si vamos nosotros, seremos cinco contra nueve —intervino Drasik—. Estamos en desventaja. ¿Qué hay del viejo Lao? ¿Y del Líder?

—Drasik, no tenemos Líder desde hace siete años, por si no lo recuerdas —replicó Yako.

—¿Pero va a seguir quedándose de brazos cruzados, entonces? —insistió—. El pergamino que posee cada RS pertenece al Líder. Sé que ya no lo necesita porque ya aprendió su Técnica, pero sigue siendo suyo.

—Ya no, ahora es nuestro porque él se fue de nuestra RS —dijo Nakuru—. Aunque no tengamos permiso para usar su Técnica, tenemos la obligación de cuidar del pergamino, es propiedad de nuestra RS.

—Aun así, al Líder no le cuesta nada participar un poco en esto, podría al menos dar señales de vida y venir a saludarnos —rezongó Drasik, cruzándose de brazos.

—Drasik, sé que lo echas mucho de menos, pero él dejó muy claro hace siete años que abandonaba la KRS —contestó Nakuru—. Sólo quedamos nosotros cinco activos, además del viejo Lao... y Kyo.

—Lao no debe interferir en esto —intervino Raijin—. Los del Gobierno, nuestro otro inconveniente, podrían seguir teniéndolo en la lista de sospechosos, a pesar de que hayan pasado muchos años sin que el ministro Takeshi Nonomiya haya vuelto a hacer alguna actividad de caza. Lao no puede arriesgarse a participar en una misión en la que está involucrada una RS enemiga. Eso sí, cuenta con nosotros, ya que se trata de su nieto.

—Espera un momento... —dijo Yako, entornando los ojos—. ¿Y si no le está siguiendo toda la MRS? ¿Y si se han dividido para buscarlo?

Nadie contestó, no habían caído en esa posibilidad.

—Eso debe de saberlo Kyo —afirmó entonces Nakuru—. Se lo preguntaremos en cuanto contactemos con él, cuántos le persiguen.

—¿No estáis sacando conclusiones muy rápido? —interrumpió Drasik de nuevo, y todos le miraron con cansancio—. ¿Y si ya han atrapado a Kyo? Cada uno de nosotros podemos saber al instante si está sufriendo grandes daños a través de nuestros tatuajes, pero, ¿y el pergamino? ¿Cómo podemos saber que no está ya en manos de la MRS? Nadie puede sentir la “energía” que emite uno de esos pergaminos.

—¿Cómo que no? —saltó Nakuru—. ¿Acaso has olvidado que Yako es algo más que un iris?

—No lo es, Yako es un desertor de los de su extraña especie —replicó Drasik.

—No quiero que volváis a mencionar ese tema —se incomodó Yako—. Aun así puedo hacerlo. Tranquilos. El pergamino sigue en manos de Kyo, seguro. El código del Sello sigue intacto.

—En caso de que la MRS esté dispersa en más de un lugar buscando a Kyo, eso cambia las cosas —continuó Raijin, que había estado pensando en las preguntas anteriores de Yako, mientras se toqueteaba el piercing de la ceja, cosa que solía hacer cuando cavilaba.

Los demás lo miraron, y reflexionaron. Pasaron gran parte de la tarde sacando conclusiones. Debían decidirse por tomar una de ellas y comenzar a actuar. Pero estaban tan perdidos que hasta que no empezó a anochecer, no se decidieron.

El local ya se había llenado por completo, lo que preocupó a Yako. Menos mal que contaba con cuatro empleados más, además de Kain y MJ, que venían a trabajar en ese turno de la tarde, pues Kain y MJ ya no iban a volver en ese día; y cuando entraron, Yako les tuvo que pedir que se encargasen ellos de todo hasta que Sam y él acabasen un asunto importante.

—Bien, haremos esto —dijo entonces Raijin, mirando a cada uno de ellos—. Sam, contacta con Kyo y en cuanto sepas algo háznoslo saber de inmediato. Mientras tanto, Nakuru y Drasik, quiero que vuestro tiempo libre lo dediquéis a recorrer la ciudad, mirando en cada calle, cada subterráneo, cada rincón, a ver si encontráis a cualquier miembro de la MRS andando por ahí. ¿Tenéis sus caras?

—Ja, me acuerdo muy bien de ellos —rio Nakuru, recordando viejos tiempos.

—Oye, ¿por qué tienes que ser tú el que dé órdenes? —gruñó Drasik, mirando al rubio con recelo—. Que yo sepa nadie te nombró el nuevo Líder, y además, Yako es mayor que tú, debería ser él qui...

No acabó la frase, porque Sam se ofreció voluntario para taparle la boca con un manotazo.

—¡Ay!

—Pero no quiero que llaméis mucho la atención —prosiguió Raijin como si no le hubiesen interrumpido, mirando a Nakuru—. Tomáoslo con calma, sigue habiendo agentes del Gobierno paseando de vez en cuando por las calles, disfrazados como gente normal, deseando darnos caza en cuanto nos descubran. Tened en cuenta que cualquier persona puede ser un agente, por lo que no llaméis la atención. Y eso va por ti, escandaloso de los cojones —señaló a Drasik.

—Que te jodan, don Sonrisas —le espetó este—. Oye, sin contar contigo porque naciste así, yo soy el iris más temprano del mundo. Seguía llevando pañales cuando me convertí, ¿por qué no me tomas en serio como a los demás, que se convirtieron a edades más tardías? —preguntó señalando a los demás.

—Porque de todos nosotros eres el que conserva más esencia de su antigua parte humana, el que más se deja llevar por sus emociones. ¡Eres impulsivo, no te controlas! ¡Por eso! —le respondió Raijin, alterándose.

—¡Llevo haciendo misiones desde que tengo 4 años! ¡Seré impulsivo, pero tengo más experiencia que Sam o Nakuru! —insistió Drasik.

—¡Escucha, pelmazo! —se hartó Raijin.

—Chicos —les interrumpió Yako de repente, con su aire risueño y tranquilo de siempre—. Vuestras peleas alteran vuestros iris. Y vuestros iris alterados emiten una energía chirriante en mi mente. —Tuvo que apoyar la cabeza en las manos y frotarse las sienes, notando lo que otros no podían notar.

Sólo con decir eso, Raijin y Drasik dejaron de discutir al instante, sabiendo lo que significaba. Drasik se puso a mirar a otro lado, refunfuñando.

—Entonces, cuando divisemos a algún miembros de la MRS, ¿le damos caza? —preguntó Nakuru.

—Sí —contestó Raijin.

—¿Estás loco? —se sorprendió Yako, mirando a su amigo—. ¿Los vas a obligar a que se enfrenten?

—A ver si me explico —suspiró el rubio con impaciencia, volviendo a mirar a Nakuru—. Cuando vayáis a inspeccionar la ciudad para lo que os he dicho, debéis ocultaros la cara lo mejor posible. Camuflaros como podáis, porque será mejor que el miembro de la MRS con el que os encontréis no os reconozca ni delate que la KRS está en movimiento. Cuando veáis a alguno, arregláosla para dirigirle a un lugar donde no haya nadie. Provocadle, si es necesario, y cuento con que os enfrentéis a ellos sólo para descubrir cuál es su iris. Solamente para eso —repitió—. En cuanto lo sepáis os largáis y nos informáis.

—Ah, ya entiendo —saltó Drasik—. Esto es para saber cuáles son los otros posibles iris que estén persiguiendo a Kyo y tener en cuenta a qué elementos nos enfrentaremos cuando vayamos a ayudarle.

—Si es verdad que la MRS se ha separado para su búsqueda —añadió Nakuru.

—Por ahora, esto es todo —concluyó Raijin.

—¿Y yo qué hago? —preguntó Yako, exagerando una cara tristona—. Te has olvidado de mí.

—Tú y yo ya pasaremos a la acción cuando vayamos a ayudar a Kyo allá donde esté. Sam, es tu turno, en cuanto puedas. Y vosotros dos —miró a Drasik y a Nakuru—, os digo lo mismo. Ya sabéis qué hacer.

Seguidamente se puso de pie y los otros cuatro vieron que se marchaba sin más.

—Eh, ¿a dónde vas? —le preguntó Drasik.

—A informar a Lao de la situación, debe saberlo —contestó mientras se dirigía a la puerta, sin volverse—. Y que esto quede entre nosotros, ni una palabra a nadie más hasta que sepamos quién nos ha espiado. Alguien cercano ha delatado a Kyo y podría ser alguien de nuestros aliados con problemas de lealtad.

Una vez que Raijin se fue, los demás también se pusieron en movimiento.

—Bueno, supongo que he de dejarte libre lo que te queda de turno —dijo Yako, mirando a Sam.

Este se puso en pie, quitándose el delantal reglamentario y dejándolo sobre la mesa.

—No me lo descuentes de la paga —le dijo como respuesta, y salió a la calle, perdiéndose de vista.

—Yako, ¿me traes un refresco de naranja y un sándwich de salmón? —le dijo Drasik, que de repente se había puesto a mirar la carta del menú, tan tranquilo.

—¡No puedes hablar en serio, Dras! —se enfadó Nakuru.

—¿Qué pasa? Trabajo mejor con el estómago lleno.

—Ayyy… Vamos, “hermanitos”, id a cumplir vuestra parte, no hay tiempo que perder —suspiró Yako pacientemente, apoyando la barbilla en una mano—. Cuando hayamos zanjado con éxito este embrollo con la MRS y Kyo esté de vuelta, ya os invitaré a los tres a una de mis mejores hamburguesas.

—Yako, eres demasiado bueno —le sonrió Nakuru, mientras agarraba a Drasik de un brazo y lo obligaba a moverse de una vez, pese a las quejas de este por quedarse con hambre.

Yako se quedó solo. Lo único que podía hacer en ese momento era volver al trabajo mientras el resto de sus compañeros zanjaban sus primeras tareas, así que se puso a ello. Se levantó de la silla con pereza y se dirigió a la barra, pero entonces se topó con dos niños pequeñitos que acababan de entrar por la puerta.

—¡Anda, mis mellizos favoritos! —sonrió, agachándose junto a ellos—. ¿Otra vez os han aparcado aquí?

—Es que la señora Agatha dijo que tenía que irse a su casa porque iba a venir un fontanero a arreglarle una tubería y que llegaba tarde y que no podía hacerle esperar en la puerta de su casa y se ha tenido que ir con prisa —contestó Clover del tirón, como si lo estuviese leyendo en un cartel.

—¿La señora Agatha os ha dicho que me digáis todo eso? —rio Yako.

—Sí —gruñó Daisuke; parecía impaciente.

—Creo que a Agatha se le están acabando las buenas excusas para decir que le ha surgido un recado importante en alguna otra parte del planeta —suspiró Yako en voz baja.

—Dijo que te dijéramos que te encargases de nosotros hasta que nos viniesen a recoger —le dijo Daisuke, mirándolo fijamente—. Así que venga, saca los pasteles.

—A sus órdenes, señor —contestó Yako poniendo una postura de soldado, risueño, y cogió a cada uno con un brazo y se los llevó a la sección de pastelería.

—Es que papá no está en casa aún —le explicó Clover—. Hemos pasado un finde muy díver con los abuelitos, pero nos han traído a nuestra casa muy pronto hoy, y papá aún no estaba en casa, así que papá aún debe de estar ocupado, porque trabaja mucho, ¡incluso los fines de semana!

—Vuestro papá trabaja mucho para sacaros adelante, ¿eh? —admiró Yako, sentando a cada uno en un taburete.

—Sí, es muy bueno —sonrió Clover con dulzura, mientras su hermano empezaba a engullir un trozo de tarta que le había puesto Yako en un plato.

—Sí, debe de serlo, como para poder soportar a este feroz devorapasteles… —rio, revolviéndole el pelo a Daisuke.

—Yo le dije a Agatha que podía dejarnos solitos en casa hasta que papá viniera, porque ya no somos bebés, somos más mayores —continuó Clover, metiéndose un trozo de fresa en la boca—. Pero ella dijo: “¡No, impensable que unos niños de 5 añitos estén solitos en una casa!” Entonces nos ha traído aquí, porque ella siempre dice que no hay lugar más seguro que esta cafetería.

—¡Y no os engaña! —se rio Yako de nuevo—. Nadie bajo mi cuidado podría jamás estar en peligro. Las personas malas tienen la entrada prohibida en mi local, ¿sabéis?

—Pero Yako —dijo Daisuke—. ¿Qué pasaría si una persona mala se colase por la puerta sin que te des cuenta?

De una forma muy sutil y fugaz, los ojos dorados de Yako desprendieron un pequeño destello sobrehumano. De hecho, pareció hacerse el silencio absoluto y congelarse el aire durante una fracción de segundo. El rostro de Yako emitió algo escalofriante por un instante. Hasta que de repente, volvió a aparecer su habitual sonrisa dulce en los labios.

—Oh, pues lo olería enseguida. ¿No sabéis que yo huelo a una mala persona a distancia? Entonces, agarraría mi escoba y lo sacaría de aquí dándole escobazos en el trasero.

—¡Hahahah…! —se rieron los niños al imaginarlo.

Ciertamente, si una mala persona entrara en la cafetería, no importaba si era un agresor, o un violador, o un pedófilo, o un mafioso, ni lo mucho que lo ocultara bajo un aspecto aseado y bien vestido. Su vida correría inminente peligro si Yako detectaba su hedor a mala energía. Era el único tipo de humanos con los que Yako abandonaba toda su amabilidad.

—Bueno, tengo que trabajar, así que os pido por favor que no arméis mucho escándalo como el de la última vez, ¿vale? Si vais a jugar con los demás niños, nada de romper cosas.

—Vaaale —contestaron los dos al unísono.


* * * *


Sam estaba en el Parque Yoyogi, de pie entre los árboles y rodeado de suma oscuridad, donde la luz de las farolas no podía llegar. No había nadie. Sólo se oía el susurro del viento pasando por entre las ramas de los árboles. Miró hacia el cielo, y se puso las manos alrededor de la boca como altavoz. Cuando su ojo izquierdo desprendió una luz verde oscuro, comenzó a emitir un silbido agudo hacia las sombras de los alrededores, entonando una extraña melodía.

Después de unos minutos, el silencio se vio roto por un estruendoso ruido del batir de docenas de alas, y pareció que el parque se estremeció por un momento. Una contundente bandada de pequeños pájaros negros había salido de entre las negruras del bosquecillo provocando un sonoro bullicio que cesó a los pocos segundos, cuando estos se perdieron de vista en el cielo de la noche. Todo volvió a la tranquilidad, como si no hubiese pasado nada.

Sam permaneció mirando la lejanía, en silencio, y entonces se marchó.


* * * *


Neuval anduvo de un lado a otro del salón, cruzándose de brazos, descruzándolos. Se paró, pero volvió a dar vueltas. Suspiraba constantemente, nervioso. Y miraba el teléfono cada dos por tres. Hana y Yenkis, sentados en el sofá, lo miraban sin decir nada. A medida que fue pasando el día, Neuval ya se había empezado a dar cuenta de que algo pasaba con Cleven.

—Puede que esté en casa de alguna de sus amigas —opinó Hana.

—Ya he llamado a la casa de su amiga Raven —negó Neuval, sin poder estarse quieto—. No saben nada de ella, y en casa de Nakuru no cogen el teléfono, ya que Kamui trabaja por las noches. Y encima el móvil de Cleven desvía mis llamadas.

No dijo más, pero saltaba a la vista que estaba pensando en todo tipo de posibilidades acerca de qué podría estar haciendo su hija.

—Ya sabes que los domingos los suele pasar fuera de casa —comentó Hana, intentando tranquilizarlo—. Habrá ido de compras, o quedado con alguien.

En ese momento, Neuval y Yenkis cruzaron una breve mirada, y por una fracción de segundo se les pasó por la mente la imagen de Kaoru. Pero descartaron esa posibilidad. Cleven podía ser irresponsable e insensata, pero no idiota. Ni Neuval ni Yenkis creyeron ni por asomo que Cleven hubiese vuelto a quedar con él, después de que ella misma lo hubiese descubierto engañándola. En eso, ambos la conocían bien, y sabían que Cleven no daba segundas oportunidades a nadie que hubiera osado ponerle la mano encima o engañarla. Al menos, eso Neuval se lo había enseñado bien desde pequeña.

—Volverá, tarde o temprano, no le des tantas vueltas. Tal vez esté en alguna fiesta, o en la discoteca, o haya quedado con otras amigas diferentes —dijo Hana, poniéndose en pie, y le acarició con cariño la mejilla—. Todos hemos tenido 16 años.

—Eso es lo que más me intranquiliza, Hana —murmuró él, para que Yenkis no los oyera, y agarró sus manos—. Ni tú ni yo podemos decir que hayamos sido un buen ejemplo con 16 años.

—Ella no tiene los problemas que yo tuve, ni los que tú tuviste. Ella ha tenido una vida fuera de peligros y traumas gracias a ti. Si se ha ido, es solamente porque se ha enfadado, no porque quiera hacer algo terrible. Neu, no te preocupes tanto, no ha pasado ni un día. Sé paciente —le dio un beso en la mejilla y salió del salón.

—Ni siquiera ha dejado una nota o algo… —continuó diciéndose Neuval, preocupado, hablando con las paredes—. No se ha sabido nada de ella en todo el día. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Y si...? ¿Y si alguien se la ha llevado? Hay gente peligrosa, por todos lados, cualquiera podría…

—Venga, papá —le sonrió Yenkis—. No dramatices, Cleven ya sabe cuidarse solita.

Esta vez Neuval se detuvo y clavó la mirada en Yenkis, serio. Acto seguido, se agachó frente a él, observándolo fijamente, analizándolo meticulosamente.

Où est-elle? —preguntó. (= ¿Dónde está?)

—¿Y yo qué voy a saber? —se rio Yenkis, encogiéndose de hombros—. Es mi hermana mayor, ¿crees que ella me cuenta los planes que va a hacer cuando sale? Venga ya, como si fueran asunto mío.

Yenkis sintió un escalofrío, su padre seguía con sus ojos plateados estáticos sobre los suyos, penetrantes, escudriñando su mirada. El niño pensó que es como si pudiera leer de verdad la mente.

—Mientes muy mal —murmuró Neuval.

Su hijo lo miró con sorpresa. Había procurado parecer lo más inocente posible, y sin embargo su padre podía ver realmente dentro de su mente. ¿Cómo lo hacía? Siempre sabía cuándo alguien mentía y cuándo no. No se atrevió a decir nada y desvió la vista, incómodo.

—¿Por qué no esperas a mañana? —murmuró, encogiéndose de hombros otra vez.

—Se ganará el castigo de su vida como mañana no aparezca —aseveró Neuval, saliendo del salón para tomar un poco el aire en el jardín.


* * * *


Cleven se desplomó sobre la cama de su habitación del hotel. Junto a ella estaba la guía telefónica. Sin embargo, ahí se quedó, contemplando el techo, donde aparecía y desaparecía la imagen de la cara de Raijin. Qué chico tan tremendo, pensaba, tan fuera de lo común, o al menos tan distinto a cualquier persona que hubiese conocido antes. No podía dejar de pensar en él. Pese a haber pasado gran parte del día con él, seguía siendo un completo desconocido, y más que eso, un misterio.

¿Por qué era de aquella forma? Las personas necesitan relacionarse con los demás para sobrevivir, pero Raijin parecía ser la excepción, tan ajeno al mundo... Es como si este le hubiese dado la espalda, y por eso él le daba la espalda a él.

«¿Qué puede haberle pasado en la vida, como para cargar con tanta apatía?» se preguntaba. «La verdad es que… me recuerda un poco a mí… después de que mamá muriera. Esa mirada cansada, ese vacío en mi mente, esa indiferencia por todo… no sentir nada… Yo también padecí esas cosas durante unos años. Pero Yenkis ha sido mi mayor motivo para salir de ese estado y mejorar. Y Nakuru. Si Raijin también ha sufrido una pérdida importante como yo, él también tiene a alguien que se preocupa por él y lo quiere. No hay más que ver cómo Yako se comportaba con él esta mañana, para él es como un hermano. Aun así, el vacío de Raijin parece todavía pesar demasiado… Ojalá pudiera ayudarlo a sentirse mejor».

Se tumbó de lado sobre la cama. No sabía qué hacer, es decir, no podía dejar de darle vueltas a eso y concentrarse en hacer lo que debería hacer, que era llamar a su tío. Pero no tenía opción, era el momento de coger el teléfono y seguir los pasos de su plan principal.

Tenía que serenarse. Se sentó sobre la cama y dio un largo resoplido para intentar evaporar los nervios. Cogió el grueso libro que contenía los miles de teléfonos de los ciudadanos de la zona centro de Tokio y lo puso sobre sus piernas. Comenzó a buscar “Saehara”, el apellido de su madre, por lo tanto, de su tío también, deslizando el dedo por encima de cientos de eses con las que comenzaban incontables apellidos. Tardó un largo rato, pasando páginas. La noche se iba cerrando cada vez más hasta que, por fin, lo encontró.

—Saehara, Brey —murmuró, y empezó a latirle el corazón con fuerza—. ¡Aquí está! ¡Aquí!

No cabía duda. Había docenas de “Saehara”, pero solamente uno que se llamaba “Brey”, pues no era un nombre nada común. Enseguida cogió el teléfono inalámbrico de la mesilla de noche y preparó el dedo pulgar para marcar, pero no hizo más. Se quedó inmóvil. Su mano no la obedecía. Se dio cuenta de que estaba muerta de los nervios; se dio cuenta por primera vez de lo que iba a hacer en ese momento.

Su tío. ¿Quién era su tío? Ella no lo había visto en la vida, que supiera. Era un hombre desconocido, por muy familiar suyo que fuese. Hablar con un familiar que no fuese padre o hermano, era la primera vez. Para un tío que tenía, y no sabía absolutamente nada de él... ¿Qué le iba a decir? “¿Hola, soy tu sobrina Cleventine Vernoux, la hija de tu hermana, y me preguntaba si no te importa que me vaya a vivir contigo?”

Volvió a colgar el aparato y suspiró. Estaba confusa. ¿Qué pasará entonces, si le decía eso? «A lo mejor él tampoco me conoce de nada o no sabe ni que existo» pensó, empezando a preocuparse. «¿Sería conveniente interferir así en su vida, tan de repente? Puede que tenga una familia, esposa e hijos, un trabajo digno, una vida normal... ¿Y voy a ir yo, así de pronto, a decirle esto?».

Se mordió el labio, y miró de un lado a otro, intrigada. No podía perder la oportunidad, después de haber llegado hasta ahí. Y entonces se acordó de una frase que su padre solía decir a veces: “no lo sabrás hasta que no lo intentes”. ¡Vaya, hombre! Para algo que decía ese torpe y debía tener razón.

Cambió de postura sobre la cama, arrodillándose sobre el colchón y sacudió las manos como si con eso pudiese hacer que la tensión saliera de la punta de los dedos. Tenía la mirada clavada en el aparato, seria, desafiante. Lo volvió a descolgar, ya no había marcha atrás y, señalando el número de teléfono en la página para no perderlo de vista, lo marcó. Número por número, cada vez le temblaban más las manos.

Ya está. Esperó, notando los latidos de su corazón en el pecho, y sonó el primer pitido. Respiró profundamente, una y otra vez. «Ya está, no pasa nada, sólo voy a hablar con una persona, una persona que es de la familia» se decía, mientras seguían sonando los pitidos. «Tenemos lazos de sangre, es hermano de mamá, tiene que ser una buena persona... Seguro que es simpático, y que no se va a enfadar, y que tendrá ganas de conocerme… y con suerte, me dejará vivir con él…».

—“El número que ha marcado no respon-...”

—¡Aagh! —rugió Cleven a las cuatro paredes y colgó el auricular con violencia.

Había saltado el contestador. No estaba en casa. Tanta comedura de coco y su tío no estaba en casa, o bien estaba dormido ya. ¿Pero tan pronto? Da igual. No tenía más remedio que volver a intentarlo mañana.

«A lo mejor trabaja mañana temprano y se acuesta pronto. O habrá salido a cenar por ahí con su familia. O también es que está trabajando ahora y no vuelve hasta tarde...» caviló, tumbándose sobre la cama, abatida. Su tío podía estar haciendo cualquier cosa, como la mayor parte de la gente de la ciudad. De todas maneras, decidió llamar al día siguiente a una hora diferente, a ver si lo pillaba.

Tranquilidad, ahora debía calmarse. No había pasado nada. Aún hay tiempo, se decía. Su padre ya debía de haberse puesto hecho una furia al ver que no volvía a casa a esas horas. Pues nada, él también tenía que esperar a ver qué pasaba. Cleven se imaginó que su padre llamaría a sus amigas, de lo que no conseguiría nada, y si las cosas se ponían más inquietantes para él, llamaría a la policía. A ella no le importaba esa cuestión, confiaba en que mañana ya conseguiría contactar con su tío. Y entonces, todo arreglado.





Comentarios