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1º LIBRO - Realidad y Ficción





19.
El Señor de los Iris

—Venga, a la cama, niños —les ordenó Agatha.

Los mellizos estaban sentados en el sofá del salón de la casa de la anciana, con los pijamas puestos, viendo la tele. A Agatha le sorprendió que ninguno protestó, pues apagaron la tele y se quedaron en silencio.

—¿Qué os pasa?

—¿Por qué hoy dormimos aquí? —preguntó Daisuke.

—Yo quiero dormir con papá —declaró Clover con pena.

—Ay... —suspiró—. Ya sabéis que cuando vuestro padre no aparece es porque tiene un trabajo importante que hacer. Vamos, no os preocupéis, mañana lo veréis. A la cama.

Clover y Daisuke se miraron un momento, y después a Agatha, con una gran expresión de enfado.

—No queremos —dijeron a dúo.

—Mecachis... —resopló la anciana.

Puso los brazos en jarra, cansada. Por mucho que les obligara, si ellos se negaban, jamás conseguiría acostarlos, pues se volverían a levantar de sus camas cuando bajase la guardia, como muchas veces había pasado cuando ambos tenían que dormir en su casa. Antes de que pudiera intentar de nuevo decirles que se fuesen a dormir, sonó el timbre de la casa inesperadamente.

—Ah, ¿quién es? —se sorprendieron los niños, poniéndose en guardia—. ¡Un ladrón!

—Sí, un ladrón que llama al timbre. Calma, quedaos ahí —los tranquilizó la anciana, yendo hacia la entrada con los ojos cerrados como de costumbre—. ¿Quién será a estas horas? —refunfuñó mientras abría la puerta, y se encontró con alguien familiar, oliéndolo—. Ah, ¿por qué no me sorprende? —sonrió con sorna.

—Hey —saludó el que estaba en la entrada pasivamente.

—Vaya, vaya, el señorito Brey Saehara que tan ocupado estaba, ¿qué demonios haces aquí? ¿Zanjaste tu trabajo antes de lo previsto? —le dijo Agatha.

—No, ya quisiera —aseguró, con aire agotado, pasando al interior—. He venido a coger algo antes que nada. ¿Te queda galabria?

—¿Has consumido ya toda la que tú tenías? —se sorprendió la anciana—. Brey, de verdad, no sé hasta qué punto es bueno consumir tanta...

—Es una planta creada por los Zou. Es imposible que sea mala. Es una hierba inofensiva y eficaz para mantenerse despierto, mejor que la cafeína, y como comprenderás, la necesito para esta noche.

—Todo en esta vida en exceso es malo —pronunció Agatha como si fuera un lema que había repetido mil veces—. Será mejor que la cafeína, pero no es más barata que la cafeína, Brey. Tarda en producirse y no abunda. ¿Por qué no te da tu amigo?

—Tampoco le queda. No te lo pediría si no fuera importante. Quiero zanjar esta noche mismo lo que debo hacer, entonces podré descansar y dormir y rela-...

—¡Aaah! ¡Es papá, es papááá...! —interrumpieron los mellizos, corriendo desde el salón hasta la entrada al haber escuchado su voz desde allí.

—... -jarme —terminó Brey la palabra con los hombros tan alicaídos que parecían dislocados.

—¡Has vuelto, has vueltooo! —exclamaron los niños, agarrándose a sus piernas—. ¿Vienes a dormir? ¿Volvemos a casa?

—Sssh, vais a despertar a todo el mundo —los detuvo Brey, cogiendo a cada uno de un brazo, y los llevó a sentarse en el sofá del salón—. ¿Por qué no estáis durmiendo?

—No quieren —respondió la anciana, acercándose a ellos a paso lento—. Estoy de sus huelguitas hasta el moño. Anda, ya iré yo a traerte las cápsulas.

Agatha se fue hacia la cocina, dejando al hombre con los dos niños.

—¿Cuándo vais a empezar a obedecer? —les riñó—. Queréis ser niños mayores pero todavía os comportáis como bebés. Ya está bien de tonterías. Vamos.

Brey sujetó a cada uno bajo un brazo y se dirigió al piso de arriba.

—¡Pero papá, no tenemos sueño! —se quejaron, agarrándolo del abrigo y dando tirones—. ¡Llévanos contigo!

Él los metió en la habitación de invitados, donde había una cama bastante grande, con una lamparita encendida en la mesilla de noche. Fue a dejarlos sobre la cama, pero se aferraron a su cuello con fuerza como dos monos.

—Ay... Venga, no seáis pesados, que me tengo que ir —dijo, logrando soltarse de ellos.

—Siempre te tienes que ir —se enfadó Daisuke—. Hace mucho que no juegas con nosotros.

—Es verdad —corroboró Clover, cruzándose de brazos—. Sabemos que es tu época de estar muy ocupado, pero esta vez tienes incluso menos tiempo que las otras veces. ¿Es que ya no nos quieres?

—¿Tienes que hacer esa pregunta dramática siempre que quieres hacerme sentir culpable? —refunfuñó Brey—. No es justo.

Los dos niños se lo quedaron mirando con cara de pocos amigos, en silencio. Brey acabó por dar un suspiro de desasosiego, y los metió en la cama. Al arroparles con el edredón, se tumbó un poco sobre ellos.

—Aguantad un poco más —les susurró con calma, con cierta pesadumbre—. Tengo menos tiempo que otras veces porque se me han juntado varios temas a la vez. Ya mañana habré terminado el tema que me tiene más ocupado, y tendré algo más de tiempo.

—¿De verdad? —preguntó el niño.

—Sí —asintió con cariño, acariciándole el pelo—. Dormíos ya, mañana os veo, ¿vale?

Brey revolvió el pelo de cada uno como despedida. Ambos niños no dijeron nada más, pero estaban conformes. Sonrieron a su padre cuando se separó de ellos, y pronto les invadió el sueño. Brey apagó la luz, salió de la habitación y bajó las escaleras de vuelta al salón, donde la anciana lo esperaba con un botecito en la mano.

—Si no fuera por ti... —le agradeció Brey, cogiendo el bote—. No sé en qué siglo la vas a diñar, Agatha, pero te mereces el cielo.

—Hm, hm... —soltó una risa suave.

—¿Qué?

—Es curioso, tu hermana Katya solía decirme esas mismas palabras cada vez que la ayudaba con algo.

—No me extraña. No has hecho otra cosa en tu vida que ayudar a los demás.

—No toda mi vida. Solamente desde que abandoné el bando del mal y cambié mi naturaleza oscura. De todas formas, ¿qué lugar hay en el cielo para una criatura artificial y sin alma? —suspiró con melancolía, mientras le abría la puerta—. El fin de este cuerpo será mi fin absoluto.

—No sé de qué modo te fabricaron los dioses, Ata, pero sinceramente dudo que la persona más anciana de la historia, que ha caminado por este mundo siete siglos y medio y ha producido en él más bien que mal, no se haya ganado un alma con creces —dijo Brey, saliendo por la puerta, y se paró fuera para abrocharse bien el abrigo.

Vio que la anciana se quedó callada con una leve sonrisa en los labios.

—Ese es un bonito pensamiento, niño. Suerte con el trabajo.

Brey asintió y se marchó de allí.

Tal vez, si la vida no fuera tan caprichosa y no disfrazara los sucesos de falsas casualidades, Cleven podría haber descubierto a estas alturas que el tío Brey al que andaba buscando, que seguía siendo el principal motivo de haberse fugado de casa, estaba más cerca de lo que creía. Tal vez, si Cleven supiera al menos que el apellido de Clover y Daisuke era Saehara, podría saber que esos dos niños con los que se había encariñado eran los hijos de su tío. Sin embargo, la vida podía ser aún más perra, porque esta falsa casualidad sólo formaba parte de otra mucho mayor.


* * * *


Cleven apagó la luz y se tapó con el edredón hasta arriba, pero no cerró los ojos, se quedó mirando al techo. No tenía sueño y enseguida la cabeza se le llenó de pensamientos.

Recapacitó sobre todo lo que le había ocurrido desde que se fue de casa. Ya empezaba a extrañarle que su padre no diera señales de vida. Desde un principio estuvo convencida de que uno o dos días después de su fuga Hana y él ya habrían llamado a la policía, sin embargo, todo parecía apuntar a que no era así, a estas alturas ya se habría enterado, o bien la policía ya habría dado con ella, pues tampoco es que se hubiera ido al otro lado del planeta. Había recibido, el primer día, un mensaje de una llamada perdida del móvil de su padre, lo que no era de extrañar, pero no recibió más que esa.

«Si de verdad estuviera preocupado por mí, habría llamado más veces a mi móvil» pensó. No obstante, se imaginó que su padre, al ver que Cleven había restringido las llamadas desde su móvil, había entendido que no servía de nada llamar más.

Se sentía extraña, notaba como si todo hubiera cambiado. Hace nada estaba viviendo en su casa con la rutina de siempre, y ahora estaba en un hotel, escondiéndose de su familia, con planes de encontrar a un tío suyo al que ni siquiera conocía y del que todavía no conseguía saber nada, relacionándose con una estupenda gente nueva... Sí, algo desubicada se sentía, era algo nuevo para ella, pero por supuesto no se iba a rendir. Sus ansias de conocer a su tío Brey, hermano de su madre... era familia al fin y al cabo.

En ese momento, se imaginó a su padre metido en su despacho, trabajando como siempre, diciendo con respecto a ella un “ya volverá, cuando vea que se le agota el dinero”, sin estar preocupado lo más mínimo por ella.

De repente, le llamó la atención un detalle. El dinero. Cuando salió de casa, había cogido la mitad de lo que tenía, que era bastante, pero con lo del hotel, las veces que había ido a comer fuera y demás, se le estaba acabando, eso era cierto. Si no se daba prisa en localizar a su tío, no iba a tener más remedio que volver a casa. Eso la desanimó mucho. Ya había vuelto a llamarlo por teléfono antes de acostarse, a pesar de que ya sospechaba que a esas horas no iba a estar, pues las veces anteriores había llamado a esas mismas horas. Por ello, decidió levantarse pronto y llamar por la mañana.

«Alguien tiene que haber en esa casa para cogerme el teléfono, digo yo» se mosqueó. Pegó un suspiro de incomodidad y cambió de postura, dándole un golpe a la almohada para ahuecarla, y se quedó observando la luna desde la ventana de la habitación. «¿Y si es un número que él ya no usa? No sé, la guía está actualizada de este año... ¿Y si está en un viaje largo fuera de la ciudad? Bah... Una cosa es segura. Mañana, sin falta, tengo que ir a la dirección que conseguí en el instituto. Acompañar hoy a Raijin al cementerio ha sido genial, me ha contado por fin cosas de sí mismo... caray... Pero no debo olvidar mi principal objetivo, que es encontrar al tío Brey y conocerlo».

Se preguntó entonces qué estarían haciendo ahora Yako, Raijin y Sam. Algo le decía que no estaban en sus casas, durmiendo, después de haberlos visto salir con tanto misterio de la cafetería.

También pensó en Nakuru, eso sí que la inquietaba. Decidió, la próxima vez que la viera, hablar con ella. Su mejor amiga y esos tres se comportaban de manera muy parecida, desapareciendo en momentos extraños, a veces dando motivos que más bien parecían excusas. ¿Sería casualidad? Estuvo cavilando un buen rato, hasta que sin darse cuenta se quedó dormida, y soñó con su madre y con Raijin.


* * * *


Yako, Raijin y Sam se encontraban recorriendo la extensa ruta Bayshore, una kilométrica autopista que recorría toda la bahía de Tokio y sus islas artificiales mediante puentes, y conectaba Tokio con las costas de las prefecturas vecinas, como la de Yokohama, más al sur.

En un determinado momento, tuvieron que bajarse al comienzo de un puente cuando llegaron a una de las islas artificiales y ocultarse un par de minutos bajo la estructura, porque pasaron varios coches de policía por ahí con las sirenas, probablemente yendo a atender un accidente grande o algún otro problema humano, pero siempre era crucial para los iris dejarse ver lo menos posible por las autoridades. Para ellos, el "por si acaso" era un dogma. Estaban ahora mismo debajo del comienzo de ese tramo de puente, en una pendiente de tierra y rodeados de arbustos y a oscuras, y sólo se oían los vehículos pasando por encima de ellos. Entonces llegó uno de los cuervos de Sam, posándose sobre su hombro, comunicándole a su manera animal las últimas noticias de Kyo, y al parecer su compañero estaba a media hora para llegar al Templo Tsukino.

Poniéndose en marcha, los tres iris fueron a subir la pendiente, cubierta de una maleza molesta que dificultaba un poco el paso. Raijin fue en cabeza, apartándola con las manos, después Yako y luego Sam, el cual parecía agobiarse con tanta rama, hasta que en un momento dado apartó una planta de su camino con demasiada fuerza, pues esta se partió haciendo un gran ruido seco. Tras eso, Sam se quedó inmóvil, y miró hacia delante, donde, como esperaba, Yako también se paró en seco y volvió la cabeza hacia él.

—¿Qué ha sido eso?

—Nada —contestó Sam, haciéndose el tonto.

—¿Has matado a esa pobre Aucuba japonica? —saltó Yako con sorpresa.

—¿La qué?

—¡El laurel moteado!

—Hahh... —suspiró el africano—. Vamos, no te pongas tan dramático sólo porque haya partido una ramita.

—Casi he podido oír el grito de dolor de ese pobre arbusto —se lamentó Yako, poniendo efectivamente un tono exageradamente dramático.

—Venga ya —protestó Sam, siguiendo el camino a la cima—. Puedes hacer que esa cuba-como-se-llame crezca de nuevo perfectamente. Tú y tus plantitas...

—En fin —suspiró Yako, siguiéndolo por detrás—, mientras no marques tu territorio en ellas...

—¿Por quién me tomas? —se ofendió.

—Moved el culo, por favor —les dijo Raijin pacientemente, esperándolos ya en la acera peatonal del puente.

Una vez juntos, los tres fueron cruzando el puente por la acera lateral, flanqueada por una barandilla de gruesos barrotes blancos. A su derecha, numerosos coches pasaban rápidos por los tres carriles en la misma dirección que ellos, y más allá estaban los otros tres carriles que iban en dirección opuesta. Tras unos pocos minutos, ya estaban por la mitad del puente. Frente a ellos aún había un largo camino de farolas, cemento y vigas. Todavía había tiempo hasta que Kyo llegase al templo e hiciera el engaño a sus perseguidores.

Yako desvió la mirada del frente y se inclinó un poco para mirar hacia abajo, donde sólo había una inmensa superficie de aguas oscuras del mar que se perdía en la lejanía con las luces que adornaban las costas. Fue a seguir al frente, pero volvió a mirar al mar, esta vez parándose de sopetón y agarrándose a la barandilla, con los ojos bien abiertos de la sorpresa.

—¡Hey! —exclamó.

Raijin y Sam se pararon al verlo ahí y observaron hacia la misma dirección.

—¿Pero este chaval es tonto o qué? —masculló Raijin.

Un poco más allá, divisaron a una persona que estaba caminando lentamente sobre las aguas, a punto de pasar por debajo del puente. Era Drasik, que al parecer se había puesto a dar un paseo sobre el mar. Al menos iba con el ojo izquierdo guiñado, para que su luz azul no llamase la atención. El chico no tardó en percatarse de ellos, levantando la mirada y deteniéndose antes de pasar por debajo del puente. Estaba serio, y no dijo nada.

—¿Qué coño haces? —le preguntó Raijin de mala gana—. ¡Te puede ver alguien!

—¿De dónde vienes, Drasik? —preguntó Yako, risueño—. ¿Dónde has estado?

No obstante, el chico permaneció en silencio, con una expresión en los ojos bastante malhumorada, que apuntaban hacia Raijin. Seguía enfadado con él.

—¡Sal de ahí, idiota! ¡Vas a conseguir que te descubran! —le reprimió el rubio.

Vieron a Drasik dar un largo suspiro de cansancio, cerrando los ojos, e inesperadamente se sumergió en las oscuras profundidades del agua, sin dejar ni rastro. Raijin soltó un gruñido de desaprobación.

—Debe de ser divertido poder esconderse del mundo en un lugar como ese —opinó Sam, apoyando la cabeza en una mano sobre la barandilla—, sin preocuparse por morir ahogado.

—Sammy, tal vez te hubiese gustado adoptar el iris del elemento Agua —comentó Yako.

—No, estoy contento con el mío —discrepó, encogiéndose de hombros—. Puedo generar branquias en mi cuello.

—Fuf... Drasik ya debe de estar a kilómetros de aquí —supuso Yako—. Tienes que ver cómo se desplaza por el agua.

—¿Queréis dejar de perder el tiempo? —intervino Raijin, con la venita hinchada en la sien, y siguió caminando.

—Oye, no estarás cabreado ahora con lo de Drasik, ¿verdad? —le preguntó Yako con apuro, siguiéndolo por detrás—. Te confieso que no me gusta nada ir contigo cabreado, estando rodeados de toneladas de metal conductor.

—¿Qué insinúas? —se mosqueó Raijin.

—Aquella vez, en el aparcamiento de tu facultad, cuando ese chico tan subnormal de tu clase te pinchó una rueda de tu coche por pura envidia por haberle superado en su récord académico —le recordó—. Te enfadaste tanto y te contagiaste tanto de su rabia que tu electromagnetismo hizo que los demás coches casi se estamparan contra el chico. Menos mal que Denzel se ofreció para borrarle la memoria, después de echarte la bronca mundial.

—¿De verdad pasó eso? —preguntó Sam, tan sereno como siempre—. A ver si nos va a caer una viga en la cabeza...

—Eh, basta ya —terció Raijin, volviéndose hacia ellos y miró a Yako—. No soy tan idiota como para perder el control en un momento como este.

—Yo no he dicho eso —se excusó Yako—. ¿Por qué te pones así?

Raijin no dijo nada, sólo se mordió la lengua y miró a otra parte, incómodo. Yako entornó los ojos, reflexivo.

—Ah... No estarás molesto por lo de ayer, cuando tuve que frenarte porque estuviste a punto de ahogar a Kiyomaro en la fuente del Gesshoku, ¿verdad?

—No iba a matarlo. Sé reconocer cuánto puede durar sin respirar un humano de su tamaño, edad y estado de salud deplorable por su pulso en estado de pánico.

—Raijin, sé que me enfadé por ello en aquel momento, pero ya lo he olvidado —le sonrió—. Sé que no querías hacerle nada, eres un ser de pura naturaleza buena como yo, pero reconoce que estabas teniendo un diminuto brote de majin y estabas dejándote llevar por él. Todavía no me has contado por qué te contagiaste de tanto enfado en aquel momento, ¿qué estuviste haciendo antes de encontrarte conmigo y Kiyomaro?

El rubio no respondió. Por nada en el mundo quería decirle a nadie, ni siquiera a Yako, que se encontró con la propia Cleven allí en esa discoteca la noche anterior, y sobre la conversación tan tensa que tuvo con ella, porque todavía seguía pensando en sus molestas palabras y no lograba quitárselas de la cabeza.

—¿Has estado preocupado hasta ahora por cómo me puse ayer? —preguntó Yako.

Raijin frunció los labios, un poco avergonzado. Una vez más, fue capaz de generar un sentimiento propio y natural, lo que sólo le pasaba con las personas que más le importaban.

—Hm... —sonrió Yako otra vez, sabiendo de sobra que así era—. Venga, olvídalo, sabes que no voy a darte de lado por una tontería así. Somos amigos desde que éramos bebés, hombre.

El rubio cerró un momento los ojos dando un suspiro, pero más tranquilo. Se sentía mejor.

—Qué escena tan bonita —irrumpió Sam—. ¿Seguimos?

—Venga, que nos queda mucho por hacer —apremió Yako, pasando un brazo por los hombros de Raijin y volvieron a emprender la marcha.

—Espero que los de la MRS no nos lo pongan muy fácil —comentó Raijin, llevándose un cigarrillo a los labios y sacando el mechero del bolsillo.

—Y que lo digas —rio Yako—. Llevamos demasiado tiempo sin hacer nada.

—Oye, ¿y eso? —preguntó Sam de repente, señalándoles al frente.

Los tres vieron una lujosa limusina negra parándose al lado de la acera, a pocos metros de ellos, obligando a los coches que iban detrás a cambiarse de carril. Cuando vieron salir de ella a dos enormes hombres vestidos con traje negro, uno de etnia caucásica y el otro africana, y seguidamente a un anciano muy peculiar, se llevaron una tremenda sorpresa.

Ese anciano vestía con un impresionante traje de telas de color negro y verde oscuro, mezclando un estilo coreano antiguo con persa que, pese a parecer un atuendo de épocas pasadas, era muy elegante. Junto a su porte, su altura y su mirada imponente, desprendía una grandeza sin igual. Tenía unas pronunciadas entradas en la frente, pero le caía por espalda y hombros una larga melena blanca, decorada con un par de sutiles trenzas en un lado y algunos abalorios, y tenía una barba y un bigote cortos, también canos. Su rostro era bastante viejo, normal para alguien que tenía 110 años de edad, aunque aparentaba 80. Aunque tuviera unos párpados algo caídos y arrugados, su mirada se sostenía firme y atenta. Sus ojos eran de color ámbar, idénticos a los de Yako, y expresaba una seriedad a través de ellos que congelaba la sangre.

Más pálidos se pusieron los chicos al ver que el anciano se acercaba a ellos, seguido de sus dos guardianes humanos.

—Tira el cigarro, tira el cigarro... —le susurró Yako, apurado, contagiándole a Raijin los nervios de tal manera que sus manos temblaron, y tanto el mechero como el cigarro se le resbalaron y cayeron de la barandilla al agua.

—¿Es Alvion y parece cabreado, o estoy teniendo una pesadilla? —murmuró Sam, paralizado.

Nadie tuvo tiempo de contestar, pues cuando el anciano se detuvo frente a ellos, estos se arrodillaron inmediatamente ante él como saludo de máximo respeto, sin levantar la mirada, conteniendo la respiración. «¿Qué está haciendo aquí?» se preguntó Raijin, atónito. Ahí estaba, Alvion Zou, el ser más poderoso del mundo en la actualidad, aquel que por ser del linaje Zou tenía la capacidad de dominar todos los elementos existentes y a los tres millones de iris del planeta. No era exactamente humano, ni tampoco era un iris; era de una especie totalmente distinta, un Zou. El Señor de los Iris.

Pasaron unos segundos de tenso silencio, hasta que el anciano habló, con una voz prominente y autoritaria, capaz de espantar a todo bicho viviente.

—Podéis levantaros.

Yako cruzó una mirada con Raijin y con Sam, y los tres obedecieron. Volvieron a erguirse, poniéndose rectos y en silencio.

—Denjin-sama... —dijo el anciano, mirando a Raijin, llamándolo por su apodo iris oficial.

—Mi Señor —contestó él, firme y serio.

—Dobutsujin-san... —continuó, mirando a Sam.

—Mi Señor —contestó él de la misma manera.

—Y... —vaciló el anciano, entornando los ojos hacia el que quedaba—. Yako.

—Abue... ah, digo... mi Señor —tartamudeó, sin levantar la vista del suelo, nervioso.

—Ya decía yo que detectaba vuestros iris por aquí cerca —prosiguió Alvion—. Pero es un lugar inusual. ¿A qué se debe?

—Nos dirigimos a Yokohama para proteger el pergamino de nuestra RS de manos enemigas, mi Señor —respondió Raijin, ya que era el superior de los otros dos—. Ka-chan nos espera allí.

—Oh, sí... Mis monjes ya me han contado este asunto —dijo, meciéndose la barba—. Otra vez, una RS peleándose con otra, esta vez porque una quiere quitarle su pergamino a la otra y aprender una nueva Técnica de Denzel. Hm... Como niños —negó con la cabeza, y miró a Yako—. Seguramente esto no habría pasado si el pergamino hubiese estado a tu cargo desde un principio.

—Ahm... —titubeó Yako, nervioso—. Con el debido respeto... De ser así, yo sería un blanco fijo, Señor. Los enemigos saben quién soy, y para ellos sería fácil adivinar en manos de quién de nosotros se pondría a cargo el pergamino. Así irían a por él, sabiendo quién lo tiene.

—No se atreverían a robar el pergamino de tus manos, Yako, si tuviesen motivos para no enfrentarse a ti —impugnó con tal severidad que a Yako se le clavó en el alma—. Si de verdad aceptases quién eres, la sangre que corre por tus venas y de dónde procedes, ningún otro iris jamás se acercaría a ti a faltarte al respeto. Pero la gente que te rodea te sigue confundiendo con un peón más de esta asociación igual a los demás, porque tú lo quisiste así. No eres un iris, Yako. Por mucho que te disguste, eres un Señor de los Iris, que sólo domina un simple elemento a sus 21 años.

—La única diferencia que hay entre usted y yo es que yo presencié con mis ojos la muerte de mi padre y por eso una parte de mí adquirió el trastorno del iris —le contestó Yako, de una forma tan directa e inesperada que Raijin y Sam se lo quedaron mirando con la boca abierta, y muy nerviosos.

Pero es que Yako llevaba casi 20 años escuchando los mismos reproches una y otra vez. Solo que esta era la primera vez que no se quedó callado. Por eso Raijin y Sam estaban incrédulos.

—Si usted también hubiese visto morir a mi padre, también se hubiese convertido en iris como yo —añadió Yako seriamente, aunque no dejó de mostrar una postura firme y respetuosa, con las manos cogidas por detrás—. Y así entendería, por una vez, cómo me siento.

Raijin podía ser la persona más racional y poco emocional del mundo, pero en ese momento estaba sudando de la tensión, igual que Sam, porque nadie, absolutamente nadie en la faz de la Tierra le hablaba a Alvion con la más mínima impertinencia. Excepto Neuval, que era un caso especial. Por un momento, Raijin y Sam se temieron que las palabras de Yako hubiesen enfurecido al anciano. El temperamento de Alvion era aterrador cuando se trataba del respeto, las normas y el orden. No obstante, el anciano simplemente miraba a Yako en silencio, y parpadeó una vez suavemente. Inspiró aire por la nariz, muy hondo, y contempló la lejanía mientras echaba el aire serenamente. Sólo Raijin se dio cuenta de que Alvion acababa de exhalar una enorme cantidad de enojo para no crear una escena familiar terrorífica.

—¿Alguno de vosotros sabe dónde se encuentra el insufrible, irritante e insoportable Fuujin-sama en este momento? —preguntó con naturalidad.

Esta vez los tres chicos levantaron la vista con sorpresa, y se miraron con perplejidad.

—No, Señor —contestaron Raijin y Sam—. ¿Por qué preguntáis por él? —quiso saber Raijin—. Ya lleva siete años exiliado.

—¿Exiliado? —repitió Alvion incrédulo—. Parece mentira, Raijin, tú conoces a Neuval lo suficientemente bien para saber que ese anarquista chiflado ha nacido única y exclusivamente para hincharme las narices.

Yako y Sam tuvieron que hacer un esfuerzo sobrehumano para reprimir una sonrisa y mirar para otro lado con disimulo.

—Dios, ¿qué ha hecho Neuval esta vez? —suspiró Raijin—. ¿Destruir otra ciudad? ¿Provocar el caos en otro país?

—No te preocupes, muchacho. Puedes seguir cumpliendo con tu impecable trabajo en la KRS tranquilamente. Al igual que tus admirables padres, eres un iris que sabe muy bien cómo y dónde usar su máximo potencial. Ojalá otros pudieran seguir tu ejemplo en ese sentido —concluyó, lanzándole una última mirada seria a Yako.

El anciano dio media vuelta. Así sin más, regresó hacia la limusina poniendo punto y final, seguido de sus dos guardianes. Yako, Raijin y Sam vieron cómo el vehículo arrancaba y pasaba por su lado, hasta perderse de vista.

—No me gusta cuando Alvion viene en persona a buscar a Fuujin —comentó Sam, dando media vuelta para seguir andando—. Espero que no haya tenido problemas graves...

—Normalmente, Fuujin no es quien los tiene, es quien los causa. De todas formas, ya no es asunto nuestro —desdeñó Raijin, caminando a su lado, pero se paró de nuevo al percatarse de que Yako seguía ahí quieto—. Hey, vamos.

—Ah, sí... —saltó, reuniéndose con ellos y continuaron su camino.

Raijin y Sam lo observaron de reojo. El propio Yako parecía no darse cuenta, pero tenía una cara inundada de tristeza, caminando con la mirada vacía en el suelo y en silencio. Lo de los reproches que Alvion solía hacerle a Yako no era nada nuevo para ellos. Las pocas veces que este se encontraba con su abuelo, él siempre dejaba caer esos comentarios sobre quién era o quién debía ser. Normalmente, Yako siempre reaccionaba de la misma manera, quedándose callado y guardando respeto. Pero lo que ni Raijin, ni Sam ni los demás sabían, era que Yako solamente se quedaba callado cuando ellos u otros iris estaban delante, porque no quería crear una escena familiar y exponer ante los demás sus problemas personales con su abuelo. Eso daría muy mala imagen de ellos, lo cual sería comprensible, teniendo en cuenta que eran seres supremos y uno de ellos dominaba medio mundo con la actividad de la Asociación.

Sin embargo, esta vez, Yako pareció hacer una excepción, quizá porque solamente estaban Sam y Raijin y con ellos tenía plena confianza, o quizá porque después de 20 años se le estaba agotando la paciencia de tener que escuchar siempre lo mismo.

—Yako... —lo llamó Raijin.

—Qué vergüenza... —dijo este de repente, parándose un momento, y se tapó la cara con las manos. Sam y el otro rubio lo miraron con un interrogante—. Perdonadme, Sam, Raijin. No debería haber abierto la boca. No deberíais haber presenciado algo así.

—¿Te estás disculpando por haber defendido tu postura por primera vez ante Alvion? —le dijo Sam, incrédulo.

—Por haberlo hecho por primera vez delante de vosotros —le corrigió—. Da muy mala imagen. Estas cosas se hacen en privado.

—Si él te saca el tema delante de nosotros, ¿por qué no puedes tú también?

—Os he visto vuestras caras de incomodidad a la legua. No debe de ser agradable para vosotros que alguien le hable mal a Alvion, o le contradiga o le haga sentir mal. Si en algo se diferencian todos los demás iris de mí, es en lo que sentimos por él. Vuestra gratitud por Alvion es infinita. En mi caso, es todo lo contrario.

—Yako —lo llamó Raijin una vez más, acercándose a él—. Si viéramos u oyéramos a cualquier otro iris hablarle mal a Alvion o intentando hacerle daño, obviamente nos cabrearía y saltaríamos en defensa de Alvion. Pero si se trata de ti, es algo totalmente distinto. Ambos sufristeis una misma tragedia injusta, a ti te tocó la peor parte, y a él también le jodió muchas cosas. Tomasteis las decisiones que necesitabais tomar cada uno en ese momento caótico y no coincidisteis. Tú tienes tus razones para estar molesto o enfadado con él. Pero el resto de los iris del mundo, no.

Yako se quedó callado un momento, mirando a Sam y a Raijin a los ojos. Después suspiró taciturno.

—No sé ni cómo podéis seguir mirándome a la cara... Todos los iris del mundo deberíais estar furiosos conmigo y odiarm-...

¡PAM! Raijin le pegó un manotazo a Yako en toda la cara y este se dio de bruces contra el suelo. Se incorporó un poco, con la mano en la mejilla, mirando perplejo a su amigo.

—Quería hacerlo yo —le dijo Sam a Raijin, observando a Yako con la misma expresión severa.

—Yo soy más rápido.

—¡Desalmados! —sollozó Yako con una de sus caras de exagerada pena y ojos llorosos.

—¿Contento? Ahora sí que nos has cabreado de verdad, ¡por decir estupideces! —le reprimió Raijin.

—¡Questo è più che passare il segno, Raijin, casi me vuelves la cabeza del revés! —gruñó Yako, poniéndose en pie, con la mitad de la cara roja.

—¿¡No se supone que eres el tipo de ser más inteligente del planeta!? ¡Pues deja de repetir la misma sandez cada vez que hablamos de este tema!

Yako se quedó mirando a Raijin perplejo otra vez. De verdad parecía muy afectado, y no de manera artificial ni por contagio, sino de forma genuina y natural. Cuando se trataba de las personas que Raijin más quería, su capacidad de sentir funcionaba como la de cualquier humano o iris común, y esto Yako ya lo sabía, pero no sabía que le molestase tanto cuando mencionaba lo culpable que se sentía y que debería merecerse el odio de los demás iris. A Sam tampoco le gustaba que Yako dijera cosas así, pero a Raijin le dolía más porque era su más íntimo amigo, casi como un hermano de toda la vida.

Al final, Yako le sonrió a su amigo con inocencia, moviendo las manos como gesto de rendición, pero no dijo nada. Raijin se conformó, y los tres volvieron a emprender la marcha. Yako comprendía que ellos pensasen así porque eran buenos amigos que se preocupaban por él y lo apoyaban en cualquier cosa. Pero la cruda verdad es que el sentimiento de culpabilidad con el que Yako llevaba cargando toda su vida tenía una irrefutable razón de ser. Él había desertado de un linaje que era el único que podía mantener la Asociación viva. Y mantener la Asociación viva no sólo se trataba de mandar misiones a los iris del mundo para que luchasen contra el crimen, las injusticias o el mal y salvasen a miles de humanos cada día; se trataba de salvar también a los propios iris, a todo aquel humano que se convertía en ello tras presenciar una tragedia.

Si no fuera por los Zou, los iris serían personas enloquecidas, furiosas y descontroladas destruyendo todo a su paso por el mundo, con tanto dolor físico y emocional que la única manera de sentirse mejor era suicidándose. Pero era mucho mejor la otra manera: someterse al tratamiento de los Zou, que curaban el trastorno, devolvían la calma, la cordura y un objetivo en la vida, y entrenaban a los iris para que pudieran cumplir con él, por el que merecía la pena seguir viviendo.

Y todo eso, que existía desde hace cuatro siglos... se desmoronaría y desaparecía cuando Alvion falleciese. Porque el único Zou que había después de él, era Yako. Se supone que los Zou podían llegar a vivir perfectamente hasta los 110 años. Alvion ya había cumplido 110, y seguía aguantando todo lo que podía, mientras Yako siguiera negándose a coger las riendas. Pero también, había que entender a Yako. Era el único Zou que se había convertido en iris, que había sufrido el trastorno, y eso era nuevo, inexplorado. No se le podía culpar por pedirle a Alvion un poco de empatía.

Mientras caminaban, Yako se dio cuenta de que Sam le lanzaba de vez en cuando miradas de reojillo. Cada vez que Yako lo veía, él disimulaba rápidamente mirando a otro lado. Esto era algo que Sam siempre hacía. Desde pequeño, ya había presenciado al menos media docena de veces estos breves y tensos encuentros entre Yako y Alvion. Siempre se quedaba callado guardando respeto mientras oía a Alvion insistir una y otra vez con el tema y a Yako respondiendo obedientemente o no respondiendo nada.

Muchas veces, Alvion le hablaba a Yako en otros idiomas, en coreano, en árabe, en italiano o en alemán, para que las personas que estaban cerca no entendieran y no supieran nada. Pero delante de los miembros de la KRS como Sam y Raijin, hablaba en un idioma que ellos también entendían, y Yako ya sospechaba que esto el anciano lo hacía a propósito para que, precisamente, sus compañeros le comentasen el tema después, le hablaran sobre ello. Yako pensaba que Alvion pensaba que quizás así sus amigos conseguirían decirle algo que le hiciera cambiar de opinión.

Con Raijin no funcionaba, porque Raijin, aunque era 100 % leal a Alvion, era un 101 % leal a Yako y jamás le hacía hablar del tema si le incomodaba lo más mínimo. Pero Sam... otra vez le estaba lanzando esas miradas contenidas como cuando era pequeño. Yako sabía perfectamente lo que significaban. Sam se moría de curiosidad por este tema, le había intrigado desde siempre, pero jamás se había atrevido a preguntarle a Yako directamente, no sólo porque sabía que era un tema delicado, sino también porque Sam era un chico que difícilmente se metía en los asuntos de los demás y era muy respetuoso con el territorio privado de cada persona. La verdad, esto le enternecía a Yako. Quizás en el pasado lo habría ignorado porque realmente no quería hablar de ello, pero ahora Yako no sentía tanta inseguridad como antes y pensó que podría aliviar al pobre Sam de su eterna curiosidad.

—Sammy. ¿Tal vez me quieres preguntar algo?

—¿Yo? No —respondió el ugandés enseguida, mirando a otro lado.

—¿Estás seguro?

—No sé qué quieres que te pregunte. No sé de qué hablas.

—Si tienes alguna curiosidad sobre algo...

—No es asunto mío —dijo rápidamente otra vez.

—De hecho, lo es.

—¿Eh?

—Todo lo que concierne a los Zou, concierne a los iris.

—No es bueno meterse en los asuntos personales de los jefes.

—Pero si yo no soy tu Señor.

—Eres mi jefe en la cafetería, ¿no?

—Creo que por encima de eso soy tu amigo y tu "hermano mayor" desde hace algo más de una década. ¿No crees? —apuntó Yako, arqueando una ceja.

Sam se sonrojó un poco, mirando al suelo. Raijin, que caminaba un poco más delante, soltó una bocanada de humo de su cigarrillo con un suspiro.

—Te está dando vía libre, Sam, pregúntale de una vez lo que llevas años preguntándote —le dijo el rubio.

—¿Cómo sabes...? —brincó Sam, pero luego pensó que después de tantos años ya había sido muy evidente con sus miraditas, y además, cosas así saltaban a la vista para iris expertos—. Hmm... Bueno... Yo es que simplemente... nada más me preguntaba...

—Por qué deserté —terminó Yako la frase.

—¿Cómo sabes...? —brincó Sam otra vez.

—Es la maldita pregunta que se hacen todos los iris del mundo, por favor... —se rio.

—Oh... claro —cayó en la cuenta Sam—. Vale, pero... Sé por qué... pero no sé por qué exactamente. Es decir... Sí, te convertiste en iris a los 3 años. Perdiste a la persona que más querías, tu padre. Entonces pensé: "quizá es que quiso huir, alejarse de ese recuerdo, y el mejor modo de hacerlo era alejarse del propio Monte Zou y de todo lo que tuviera que ver con su familia, su abuelo, su posición, su deber...". Pero luego no me cuadraba una cosa. Si lo que más ansía un iris es dar con el asesino o asesinos de su ser querido y darle muerte y cumplir la venganza... ¿No tenías muchísimas más posibilidades de lograrlo quedándote en el Monte Zou, con toda la fuente de información global que allí se maneja, y convirtiéndote en un Señor, con acceso a todas las cosas, con dominio del mundo entero, con control sobre millones de iris...?

Yako se quedó callado largos segundos tras escuchar esa pregunta. Raijin miró de reojo a su amigo. Tenía curiosidad por su respuesta, y parecía que Yako se la estaba pensando a fondo, mirando hacia el cielo.

—Mmm... nop.

Sam y Raijin se pararon de golpe al mismo tiempo, clavándole una mirada incrédula y pasmada.

—¿¡Qué!? —gritaron los dos rubios.

—A ver... —sonrió Yako con inocencia, haciendo gestos apaciguadores—. Lo que dices puede ser lo más lógico, Sam, sin duda. Pero... no en mi caso.

—¿Por qué no en tu caso? —insistió el africano.

—Ah... —recordó Raijin, pues era algo que Yako ya le había contado en el pasado—. Es por esa loca teoría.

—¿Qué teoría? —preguntó Sam.

—Ninguna —contestó Yako—. Porque no es una teoría. Es un hecho. Que a Raijin le cuesta mucho aceptar, porque como ha nacido iris y su mente es puramente racional, no puede abrir la mente a esta posibilidad, y a pesar de eso, le sigo queriendo con toda mi alma —abrazó a Raijin con exagerado drama, y el rubio se puso a refunfuñar con vergüenza, intentando ignorarlo.

—Yako —lo llamó Sam, con tono ya cansado, buscando una respuesta.

—Lo que quiera o quien quiera que matase a mi padre aquella noche dentro del propio Templo Zou, no era de este mundo —le explicó Yako finalmente.

—¿Qué? —se quedó desconcertado—. ¿Cómo que no era de este mundo? ¿De cuál sino iba a ser? Sólo existe este mundo.

—Existen tres —le corrigió Yako.

—Pero en las otras dos dimensiones sólo están los dioses y los espíritus de los muertos. ¿Insinúas que quien mató a tu padre era un espíritu? ¿O un dios?

—Imposible —impugnó Raijin—. Los dioses tienen absoluta incapacidad de quitarle la vida a alguien. Además de absoluta carencia de motivo, ya que los dioses son seres equilibristas y carecen de emociones o motivos personales. Y que haya sido un espíritu es aún más imposible. No hay prácticamente nada ni nadie que sea capaz de matar a un mismísimo Zou, y encima dentro de su propio templo.

—Aayy... —suspiró Yako largamente.

—¿Quién o qué pudo ser sino? —se intrigó Sam—. No hay más opciones.

—Esa es la gran pregunta que atormenta a Yako y a Alvion y a toda la Asociación desde hace 18 años —dijo Raijin.

—¿No se baraja alguna teoría? —quiso saber Sam.

—Denzel aboga por la teoría de un arki —respondió el rubio.

—¿En serio? Pero un arki es como nosotros, sigue siendo un ser sumamente inferior y más débil que un Zou.

—Podría haber engañado a Yeilang de algún modo, hacerle confiar... —indagó Raijin.

—¿¡Cómo puede existir alguien capaz de engañar a un Zou!? —refutó Sam—. Si son los seres más inteligentes de este mundo, especialmente expertos en la mente, las emociones y el comportamiento humano...

—¡Ajem! —carraspeó Yako, interrumpiéndolos.

Los otros dos se callaron, dándose cuenta de que se habían olvidado de que estaba ahí entre ellos.

—Hay una respuesta lógica para todas esas preguntas que os carcomen —les dijo Yako con tono sencillo.

—¿¡Cuál!? —brincaron.

—¡Que no era una criatura de este mundo! —exclamó de repente, volviendo a defender su creencia, y Raijin y Sam se asustaron un poco por ese ímpetu.

—Espera, ¿por qué dices "criatura"? —se dio cuenta Sam.

—Mira —el tono de Yako empezó a sonar alterado, e hizo un gesto tajante con la mano—. Yo sé lo que vi. La puerta de aquella sala estaba medio cerrada, yo me asomé por la rendija, oí a mi padre conversando con alguien. Alguien había justo delante de él, pero yo no podía verlo desde ese ángulo desde la puerta. Estaban hablando, y... —le tembló un poco la voz—... y apareció una garra. Blanca. Una mano de piel blanca como la nieve. Con largas y afiladas garras... con las que atravesó a mi padre. Y se esfumó.

Sam y Raijin se quedaron en completo silencio. Sobre todo Sam, que hasta ahora no había oído la versión completa de Yako. Y entonces, se percató de algo. Ese podía ser perfectamente todo el motivo de la deserción de Yako. Ahí estaba la razón. Porque, si de verdad Yako estaba en lo cierto sobre su teoría o sobre lo que él creía que vio, era motivo más que suficiente para cualquier persona del mundo para estar total y absolutamente aterrorizado. Que exista algo así como lo que Yako describía, capaz de matar a un mismísimo Zou en su propia casa sin que nadie se diera cuenta ni saltaran las alarmas... debía de tratarse como mínimo del ser más poderoso, peligroso y letal que existía en el universo.

Sam podía verlo con claridad ahora, en las mejillas sonrojadas de Yako, sonrojadas de una silenciosa vergüenza, y en sus ojos dorados temblorosos, mirando al suelo, cargando con el peso del miedo y del dolor. ¿Por qué demonios se avergonzaba?, se preguntó Sam en ese momento, pues le fastidiaba que Yako se sintiera así de mal por tomar una decisión crítica para la Asociación pero con el más sólido de los motivos. Cualquiera habría hecho lo mismo. Cualquiera.

—Así que... yo... —intentó Yako continuar con el tema y responder de algún modo la pregunta principal de Sam—... es complicado, pero...

Sam le agarró un hombro y Yako lo miró.

—No tienes que explicarme más —le dijo el africano.

Yako se sintió algo aliviado. Vio que Sam, al final, no tenía para él ni una sola mirada de escepticismo, ni ninguna palabra para juzgarlo. Le sorprendió ver que Sam lo comprendía, a pesar de lo disparatado que podía sonar todo. Pero luego recordó que él, al igual que Raijin, no eran sus compañeros de la KRS sólo porque el ex-Líder los eligiera y los contratara, sino también por el tipo de personas que eran. Todos los miembros de la KRS, Nakuru, Drasik, Kyo, Raijin, Yako, Sam, Lao... podían tener diferencias, pero guardaban algo en común, algo irrompible. Para Yako, era lo más parecido a una familia auténtica que había tenido.

—Escuchad —dijo Sam, mirando su reloj—. Hemos perdido mucho tiempo, será mejor que nos demos prisa. Kyo debe de estar a punto de llegar al templo.

Raijin miró su reloj también y luego miró a la lejanía, pensativo.

—Será mejor que yo me adelante. Iré ahora mismo al templo antes de que llegue Kyo, y observaré lo que vaya a pasar, por si acaso hay problemas con el plan de Kyo. Mientras tanto, vosotros id yendo para allá lo más rápido que podáis, os esperaré allí.

—A la orden —respondieron Yako y Sam.

Una vez que Raijin se aseguró de que en ese momento no pasaba ningún coche ni ninguna persona por ese tramo del puente, desapareció en un parpadeo, como el rayo, literalmente a la velocidad de la luz, dejando tras de sí una breve y fina estela amarilla. Por su parte, Yako y Sam, que no tenían esta capacidad de Raijin, echaron a correr, sin embargo, a una velocidad también inhumana.


* * * *


Raijin ya llegó al Templo Tsukino. Para él sólo habían pasado dos microcentésimas de segundo desde que se despidió de sus compañeros unos 18 kilómetros atrás. Eso sí, tenía los pelos de punta y la cara helada. Había hecho el mismo recorrido que ahora iban a hacer Yako y Sam. Su ojo seguía brillando a pesar de que las farolas iluminaban el lugar en el que estaba, pues tras hacer el iris un esfuerzo intenso en tan poco tiempo, su luz tardaba un poco en apaciguarse.

Miró a su alrededor atentamente. Ahora mismo estaba sobre el tejado más alto del templo, el cual abarcaba lo mismo que un campo de fútbol, incluyendo los jardines y patios. Todo estaba en un silencio profundo, todo lo que rodeaba el templo eran bosques, una espesura totalmente negra de árboles mientras la luz de las farolas no llegase a ella, además de la autopista, un poco más allá, que conducía a la ciudad de Yokohama. No había ni un alma por allí, salvo la suya y la de pequeños animalillos que habitaban esos bosques.

El templo estaba abandonado desde hacía años, y había sido muchas veces el lugar idóneo para el intercambio de armas y drogas por parte de las mafias, contrabandistas y terroristas, acciones que Raijin y sus compañeros, y también otras RS, habían abolido numerosas veces, ya que esto formaba parte de su trabajo.

No faltaba nada para que Kyo llegase, así que Raijin se sentó sobre el tejado, cruzando brazos y piernas, y esperó.









19.
El Señor de los Iris

—Venga, a la cama, niños —les ordenó Agatha.

Los mellizos estaban sentados en el sofá del salón de la casa de la anciana, con los pijamas puestos, viendo la tele. A Agatha le sorprendió que ninguno protestó, pues apagaron la tele y se quedaron en silencio.

—¿Qué os pasa?

—¿Por qué hoy dormimos aquí? —preguntó Daisuke.

—Yo quiero dormir con papá —declaró Clover con pena.

—Ay... —suspiró—. Ya sabéis que cuando vuestro padre no aparece es porque tiene un trabajo importante que hacer. Vamos, no os preocupéis, mañana lo veréis. A la cama.

Clover y Daisuke se miraron un momento, y después a Agatha, con una gran expresión de enfado.

—No queremos —dijeron a dúo.

—Mecachis... —resopló la anciana.

Puso los brazos en jarra, cansada. Por mucho que les obligara, si ellos se negaban, jamás conseguiría acostarlos, pues se volverían a levantar de sus camas cuando bajase la guardia, como muchas veces había pasado cuando ambos tenían que dormir en su casa. Antes de que pudiera intentar de nuevo decirles que se fuesen a dormir, sonó el timbre de la casa inesperadamente.

—Ah, ¿quién es? —se sorprendieron los niños, poniéndose en guardia—. ¡Un ladrón!

—Sí, un ladrón que llama al timbre. Calma, quedaos ahí —los tranquilizó la anciana, yendo hacia la entrada con los ojos cerrados como de costumbre—. ¿Quién será a estas horas? —refunfuñó mientras abría la puerta, y se encontró con alguien familiar, oliéndolo—. Ah, ¿por qué no me sorprende? —sonrió con sorna.

—Hey —saludó el que estaba en la entrada pasivamente.

—Vaya, vaya, el señorito Brey Saehara que tan ocupado estaba, ¿qué demonios haces aquí? ¿Zanjaste tu trabajo antes de lo previsto? —le dijo Agatha.

—No, ya quisiera —aseguró, con aire agotado, pasando al interior—. He venido a coger algo antes que nada. ¿Te queda galabria?

—¿Has consumido ya toda la que tú tenías? —se sorprendió la anciana—. Brey, de verdad, no sé hasta qué punto es bueno consumir tanta...

—Es una planta creada por los Zou. Es imposible que sea mala. Es una hierba inofensiva y eficaz para mantenerse despierto, mejor que la cafeína, y como comprenderás, la necesito para esta noche.

—Todo en esta vida en exceso es malo —pronunció Agatha como si fuera un lema que había repetido mil veces—. Será mejor que la cafeína, pero no es más barata que la cafeína, Brey. Tarda en producirse y no abunda. ¿Por qué no te da tu amigo?

—Tampoco le queda. No te lo pediría si no fuera importante. Quiero zanjar esta noche mismo lo que debo hacer, entonces podré descansar y dormir y rela-...

—¡Aaah! ¡Es papá, es papááá...! —interrumpieron los mellizos, corriendo desde el salón hasta la entrada al haber escuchado su voz desde allí.

—... -jarme —terminó Brey la palabra con los hombros tan alicaídos que parecían dislocados.

—¡Has vuelto, has vueltooo! —exclamaron los niños, agarrándose a sus piernas—. ¿Vienes a dormir? ¿Volvemos a casa?

—Sssh, vais a despertar a todo el mundo —los detuvo Brey, cogiendo a cada uno de un brazo, y los llevó a sentarse en el sofá del salón—. ¿Por qué no estáis durmiendo?

—No quieren —respondió la anciana, acercándose a ellos a paso lento—. Estoy de sus huelguitas hasta el moño. Anda, ya iré yo a traerte las cápsulas.

Agatha se fue hacia la cocina, dejando al hombre con los dos niños.

—¿Cuándo vais a empezar a obedecer? —les riñó—. Queréis ser niños mayores pero todavía os comportáis como bebés. Ya está bien de tonterías. Vamos.

Brey sujetó a cada uno bajo un brazo y se dirigió al piso de arriba.

—¡Pero papá, no tenemos sueño! —se quejaron, agarrándolo del abrigo y dando tirones—. ¡Llévanos contigo!

Él los metió en la habitación de invitados, donde había una cama bastante grande, con una lamparita encendida en la mesilla de noche. Fue a dejarlos sobre la cama, pero se aferraron a su cuello con fuerza como dos monos.

—Ay... Venga, no seáis pesados, que me tengo que ir —dijo, logrando soltarse de ellos.

—Siempre te tienes que ir —se enfadó Daisuke—. Hace mucho que no juegas con nosotros.

—Es verdad —corroboró Clover, cruzándose de brazos—. Sabemos que es tu época de estar muy ocupado, pero esta vez tienes incluso menos tiempo que las otras veces. ¿Es que ya no nos quieres?

—¿Tienes que hacer esa pregunta dramática siempre que quieres hacerme sentir culpable? —refunfuñó Brey—. No es justo.

Los dos niños se lo quedaron mirando con cara de pocos amigos, en silencio. Brey acabó por dar un suspiro de desasosiego, y los metió en la cama. Al arroparles con el edredón, se tumbó un poco sobre ellos.

—Aguantad un poco más —les susurró con calma, con cierta pesadumbre—. Tengo menos tiempo que otras veces porque se me han juntado varios temas a la vez. Ya mañana habré terminado el tema que me tiene más ocupado, y tendré algo más de tiempo.

—¿De verdad? —preguntó el niño.

—Sí —asintió con cariño, acariciándole el pelo—. Dormíos ya, mañana os veo, ¿vale?

Brey revolvió el pelo de cada uno como despedida. Ambos niños no dijeron nada más, pero estaban conformes. Sonrieron a su padre cuando se separó de ellos, y pronto les invadió el sueño. Brey apagó la luz, salió de la habitación y bajó las escaleras de vuelta al salón, donde la anciana lo esperaba con un botecito en la mano.

—Si no fuera por ti... —le agradeció Brey, cogiendo el bote—. No sé en qué siglo la vas a diñar, Agatha, pero te mereces el cielo.

—Hm, hm... —soltó una risa suave.

—¿Qué?

—Es curioso, tu hermana Katya solía decirme esas mismas palabras cada vez que la ayudaba con algo.

—No me extraña. No has hecho otra cosa en tu vida que ayudar a los demás.

—No toda mi vida. Solamente desde que abandoné el bando del mal y cambié mi naturaleza oscura. De todas formas, ¿qué lugar hay en el cielo para una criatura artificial y sin alma? —suspiró con melancolía, mientras le abría la puerta—. El fin de este cuerpo será mi fin absoluto.

—No sé de qué modo te fabricaron los dioses, Ata, pero sinceramente dudo que la persona más anciana de la historia, que ha caminado por este mundo siete siglos y medio y ha producido en él más bien que mal, no se haya ganado un alma con creces —dijo Brey, saliendo por la puerta, y se paró fuera para abrocharse bien el abrigo.

Vio que la anciana se quedó callada con una leve sonrisa en los labios.

—Ese es un bonito pensamiento, niño. Suerte con el trabajo.

Brey asintió y se marchó de allí.

Tal vez, si la vida no fuera tan caprichosa y no disfrazara los sucesos de falsas casualidades, Cleven podría haber descubierto a estas alturas que el tío Brey al que andaba buscando, que seguía siendo el principal motivo de haberse fugado de casa, estaba más cerca de lo que creía. Tal vez, si Cleven supiera al menos que el apellido de Clover y Daisuke era Saehara, podría saber que esos dos niños con los que se había encariñado eran los hijos de su tío. Sin embargo, la vida podía ser aún más perra, porque esta falsa casualidad sólo formaba parte de otra mucho mayor.


* * * *


Cleven apagó la luz y se tapó con el edredón hasta arriba, pero no cerró los ojos, se quedó mirando al techo. No tenía sueño y enseguida la cabeza se le llenó de pensamientos.

Recapacitó sobre todo lo que le había ocurrido desde que se fue de casa. Ya empezaba a extrañarle que su padre no diera señales de vida. Desde un principio estuvo convencida de que uno o dos días después de su fuga Hana y él ya habrían llamado a la policía, sin embargo, todo parecía apuntar a que no era así, a estas alturas ya se habría enterado, o bien la policía ya habría dado con ella, pues tampoco es que se hubiera ido al otro lado del planeta. Había recibido, el primer día, un mensaje de una llamada perdida del móvil de su padre, lo que no era de extrañar, pero no recibió más que esa.

«Si de verdad estuviera preocupado por mí, habría llamado más veces a mi móvil» pensó. No obstante, se imaginó que su padre, al ver que Cleven había restringido las llamadas desde su móvil, había entendido que no servía de nada llamar más.

Se sentía extraña, notaba como si todo hubiera cambiado. Hace nada estaba viviendo en su casa con la rutina de siempre, y ahora estaba en un hotel, escondiéndose de su familia, con planes de encontrar a un tío suyo al que ni siquiera conocía y del que todavía no conseguía saber nada, relacionándose con una estupenda gente nueva... Sí, algo desubicada se sentía, era algo nuevo para ella, pero por supuesto no se iba a rendir. Sus ansias de conocer a su tío Brey, hermano de su madre... era familia al fin y al cabo.

En ese momento, se imaginó a su padre metido en su despacho, trabajando como siempre, diciendo con respecto a ella un “ya volverá, cuando vea que se le agota el dinero”, sin estar preocupado lo más mínimo por ella.

De repente, le llamó la atención un detalle. El dinero. Cuando salió de casa, había cogido la mitad de lo que tenía, que era bastante, pero con lo del hotel, las veces que había ido a comer fuera y demás, se le estaba acabando, eso era cierto. Si no se daba prisa en localizar a su tío, no iba a tener más remedio que volver a casa. Eso la desanimó mucho. Ya había vuelto a llamarlo por teléfono antes de acostarse, a pesar de que ya sospechaba que a esas horas no iba a estar, pues las veces anteriores había llamado a esas mismas horas. Por ello, decidió levantarse pronto y llamar por la mañana.

«Alguien tiene que haber en esa casa para cogerme el teléfono, digo yo» se mosqueó. Pegó un suspiro de incomodidad y cambió de postura, dándole un golpe a la almohada para ahuecarla, y se quedó observando la luna desde la ventana de la habitación. «¿Y si es un número que él ya no usa? No sé, la guía está actualizada de este año... ¿Y si está en un viaje largo fuera de la ciudad? Bah... Una cosa es segura. Mañana, sin falta, tengo que ir a la dirección que conseguí en el instituto. Acompañar hoy a Raijin al cementerio ha sido genial, me ha contado por fin cosas de sí mismo... caray... Pero no debo olvidar mi principal objetivo, que es encontrar al tío Brey y conocerlo».

Se preguntó entonces qué estarían haciendo ahora Yako, Raijin y Sam. Algo le decía que no estaban en sus casas, durmiendo, después de haberlos visto salir con tanto misterio de la cafetería.

También pensó en Nakuru, eso sí que la inquietaba. Decidió, la próxima vez que la viera, hablar con ella. Su mejor amiga y esos tres se comportaban de manera muy parecida, desapareciendo en momentos extraños, a veces dando motivos que más bien parecían excusas. ¿Sería casualidad? Estuvo cavilando un buen rato, hasta que sin darse cuenta se quedó dormida, y soñó con su madre y con Raijin.


* * * *


Yako, Raijin y Sam se encontraban recorriendo la extensa ruta Bayshore, una kilométrica autopista que recorría toda la bahía de Tokio y sus islas artificiales mediante puentes, y conectaba Tokio con las costas de las prefecturas vecinas, como la de Yokohama, más al sur.

En un determinado momento, tuvieron que bajarse al comienzo de un puente cuando llegaron a una de las islas artificiales y ocultarse un par de minutos bajo la estructura, porque pasaron varios coches de policía por ahí con las sirenas, probablemente yendo a atender un accidente grande o algún otro problema humano, pero siempre era crucial para los iris dejarse ver lo menos posible por las autoridades. Para ellos, el "por si acaso" era un dogma. Estaban ahora mismo debajo del comienzo de ese tramo de puente, en una pendiente de tierra y rodeados de arbustos y a oscuras, y sólo se oían los vehículos pasando por encima de ellos. Entonces llegó uno de los cuervos de Sam, posándose sobre su hombro, comunicándole a su manera animal las últimas noticias de Kyo, y al parecer su compañero estaba a media hora para llegar al Templo Tsukino.

Poniéndose en marcha, los tres iris fueron a subir la pendiente, cubierta de una maleza molesta que dificultaba un poco el paso. Raijin fue en cabeza, apartándola con las manos, después Yako y luego Sam, el cual parecía agobiarse con tanta rama, hasta que en un momento dado apartó una planta de su camino con demasiada fuerza, pues esta se partió haciendo un gran ruido seco. Tras eso, Sam se quedó inmóvil, y miró hacia delante, donde, como esperaba, Yako también se paró en seco y volvió la cabeza hacia él.

—¿Qué ha sido eso?

—Nada —contestó Sam, haciéndose el tonto.

—¿Has matado a esa pobre Aucuba japonica? —saltó Yako con sorpresa.

—¿La qué?

—¡El laurel moteado!

—Hahh... —suspiró el africano—. Vamos, no te pongas tan dramático sólo porque haya partido una ramita.

—Casi he podido oír el grito de dolor de ese pobre arbusto —se lamentó Yako, poniendo efectivamente un tono exageradamente dramático.

—Venga ya —protestó Sam, siguiendo el camino a la cima—. Puedes hacer que esa cuba-como-se-llame crezca de nuevo perfectamente. Tú y tus plantitas...

—En fin —suspiró Yako, siguiéndolo por detrás—, mientras no marques tu territorio en ellas...

—¿Por quién me tomas? —se ofendió.

—Moved el culo, por favor —les dijo Raijin pacientemente, esperándolos ya en la acera peatonal del puente.

Una vez juntos, los tres fueron cruzando el puente por la acera lateral, flanqueada por una barandilla de gruesos barrotes blancos. A su derecha, numerosos coches pasaban rápidos por los tres carriles en la misma dirección que ellos, y más allá estaban los otros tres carriles que iban en dirección opuesta. Tras unos pocos minutos, ya estaban por la mitad del puente. Frente a ellos aún había un largo camino de farolas, cemento y vigas. Todavía había tiempo hasta que Kyo llegase al templo e hiciera el engaño a sus perseguidores.

Yako desvió la mirada del frente y se inclinó un poco para mirar hacia abajo, donde sólo había una inmensa superficie de aguas oscuras del mar que se perdía en la lejanía con las luces que adornaban las costas. Fue a seguir al frente, pero volvió a mirar al mar, esta vez parándose de sopetón y agarrándose a la barandilla, con los ojos bien abiertos de la sorpresa.

—¡Hey! —exclamó.

Raijin y Sam se pararon al verlo ahí y observaron hacia la misma dirección.

—¿Pero este chaval es tonto o qué? —masculló Raijin.

Un poco más allá, divisaron a una persona que estaba caminando lentamente sobre las aguas, a punto de pasar por debajo del puente. Era Drasik, que al parecer se había puesto a dar un paseo sobre el mar. Al menos iba con el ojo izquierdo guiñado, para que su luz azul no llamase la atención. El chico no tardó en percatarse de ellos, levantando la mirada y deteniéndose antes de pasar por debajo del puente. Estaba serio, y no dijo nada.

—¿Qué coño haces? —le preguntó Raijin de mala gana—. ¡Te puede ver alguien!

—¿De dónde vienes, Drasik? —preguntó Yako, risueño—. ¿Dónde has estado?

No obstante, el chico permaneció en silencio, con una expresión en los ojos bastante malhumorada, que apuntaban hacia Raijin. Seguía enfadado con él.

—¡Sal de ahí, idiota! ¡Vas a conseguir que te descubran! —le reprimió el rubio.

Vieron a Drasik dar un largo suspiro de cansancio, cerrando los ojos, e inesperadamente se sumergió en las oscuras profundidades del agua, sin dejar ni rastro. Raijin soltó un gruñido de desaprobación.

—Debe de ser divertido poder esconderse del mundo en un lugar como ese —opinó Sam, apoyando la cabeza en una mano sobre la barandilla—, sin preocuparse por morir ahogado.

—Sammy, tal vez te hubiese gustado adoptar el iris del elemento Agua —comentó Yako.

—No, estoy contento con el mío —discrepó, encogiéndose de hombros—. Puedo generar branquias en mi cuello.

—Fuf... Drasik ya debe de estar a kilómetros de aquí —supuso Yako—. Tienes que ver cómo se desplaza por el agua.

—¿Queréis dejar de perder el tiempo? —intervino Raijin, con la venita hinchada en la sien, y siguió caminando.

—Oye, no estarás cabreado ahora con lo de Drasik, ¿verdad? —le preguntó Yako con apuro, siguiéndolo por detrás—. Te confieso que no me gusta nada ir contigo cabreado, estando rodeados de toneladas de metal conductor.

—¿Qué insinúas? —se mosqueó Raijin.

—Aquella vez, en el aparcamiento de tu facultad, cuando ese chico tan subnormal de tu clase te pinchó una rueda de tu coche por pura envidia por haberle superado en su récord académico —le recordó—. Te enfadaste tanto y te contagiaste tanto de su rabia que tu electromagnetismo hizo que los demás coches casi se estamparan contra el chico. Menos mal que Denzel se ofreció para borrarle la memoria, después de echarte la bronca mundial.

—¿De verdad pasó eso? —preguntó Sam, tan sereno como siempre—. A ver si nos va a caer una viga en la cabeza...

—Eh, basta ya —terció Raijin, volviéndose hacia ellos y miró a Yako—. No soy tan idiota como para perder el control en un momento como este.

—Yo no he dicho eso —se excusó Yako—. ¿Por qué te pones así?

Raijin no dijo nada, sólo se mordió la lengua y miró a otra parte, incómodo. Yako entornó los ojos, reflexivo.

—Ah... No estarás molesto por lo de ayer, cuando tuve que frenarte porque estuviste a punto de ahogar a Kiyomaro en la fuente del Gesshoku, ¿verdad?

—No iba a matarlo. Sé reconocer cuánto puede durar sin respirar un humano de su tamaño, edad y estado de salud deplorable por su pulso en estado de pánico.

—Raijin, sé que me enfadé por ello en aquel momento, pero ya lo he olvidado —le sonrió—. Sé que no querías hacerle nada, eres un ser de pura naturaleza buena como yo, pero reconoce que estabas teniendo un diminuto brote de majin y estabas dejándote llevar por él. Todavía no me has contado por qué te contagiaste de tanto enfado en aquel momento, ¿qué estuviste haciendo antes de encontrarte conmigo y Kiyomaro?

El rubio no respondió. Por nada en el mundo quería decirle a nadie, ni siquiera a Yako, que se encontró con la propia Cleven allí en esa discoteca la noche anterior, y sobre la conversación tan tensa que tuvo con ella, porque todavía seguía pensando en sus molestas palabras y no lograba quitárselas de la cabeza.

—¿Has estado preocupado hasta ahora por cómo me puse ayer? —preguntó Yako.

Raijin frunció los labios, un poco avergonzado. Una vez más, fue capaz de generar un sentimiento propio y natural, lo que sólo le pasaba con las personas que más le importaban.

—Hm... —sonrió Yako otra vez, sabiendo de sobra que así era—. Venga, olvídalo, sabes que no voy a darte de lado por una tontería así. Somos amigos desde que éramos bebés, hombre.

El rubio cerró un momento los ojos dando un suspiro, pero más tranquilo. Se sentía mejor.

—Qué escena tan bonita —irrumpió Sam—. ¿Seguimos?

—Venga, que nos queda mucho por hacer —apremió Yako, pasando un brazo por los hombros de Raijin y volvieron a emprender la marcha.

—Espero que los de la MRS no nos lo pongan muy fácil —comentó Raijin, llevándose un cigarrillo a los labios y sacando el mechero del bolsillo.

—Y que lo digas —rio Yako—. Llevamos demasiado tiempo sin hacer nada.

—Oye, ¿y eso? —preguntó Sam de repente, señalándoles al frente.

Los tres vieron una lujosa limusina negra parándose al lado de la acera, a pocos metros de ellos, obligando a los coches que iban detrás a cambiarse de carril. Cuando vieron salir de ella a dos enormes hombres vestidos con traje negro, uno de etnia caucásica y el otro africana, y seguidamente a un anciano muy peculiar, se llevaron una tremenda sorpresa.

Ese anciano vestía con un impresionante traje de telas de color negro y verde oscuro, mezclando un estilo coreano antiguo con persa que, pese a parecer un atuendo de épocas pasadas, era muy elegante. Junto a su porte, su altura y su mirada imponente, desprendía una grandeza sin igual. Tenía unas pronunciadas entradas en la frente, pero le caía por espalda y hombros una larga melena blanca, decorada con un par de sutiles trenzas en un lado y algunos abalorios, y tenía una barba y un bigote cortos, también canos. Su rostro era bastante viejo, normal para alguien que tenía 110 años de edad, aunque aparentaba 80. Aunque tuviera unos párpados algo caídos y arrugados, su mirada se sostenía firme y atenta. Sus ojos eran de color ámbar, idénticos a los de Yako, y expresaba una seriedad a través de ellos que congelaba la sangre.

Más pálidos se pusieron los chicos al ver que el anciano se acercaba a ellos, seguido de sus dos guardianes humanos.

—Tira el cigarro, tira el cigarro... —le susurró Yako, apurado, contagiándole a Raijin los nervios de tal manera que sus manos temblaron, y tanto el mechero como el cigarro se le resbalaron y cayeron de la barandilla al agua.

—¿Es Alvion y parece cabreado, o estoy teniendo una pesadilla? —murmuró Sam, paralizado.

Nadie tuvo tiempo de contestar, pues cuando el anciano se detuvo frente a ellos, estos se arrodillaron inmediatamente ante él como saludo de máximo respeto, sin levantar la mirada, conteniendo la respiración. «¿Qué está haciendo aquí?» se preguntó Raijin, atónito. Ahí estaba, Alvion Zou, el ser más poderoso del mundo en la actualidad, aquel que por ser del linaje Zou tenía la capacidad de dominar todos los elementos existentes y a los tres millones de iris del planeta. No era exactamente humano, ni tampoco era un iris; era de una especie totalmente distinta, un Zou. El Señor de los Iris.

Pasaron unos segundos de tenso silencio, hasta que el anciano habló, con una voz prominente y autoritaria, capaz de espantar a todo bicho viviente.

—Podéis levantaros.

Yako cruzó una mirada con Raijin y con Sam, y los tres obedecieron. Volvieron a erguirse, poniéndose rectos y en silencio.

—Denjin-sama... —dijo el anciano, mirando a Raijin, llamándolo por su apodo iris oficial.

—Mi Señor —contestó él, firme y serio.

—Dobutsujin-san... —continuó, mirando a Sam.

—Mi Señor —contestó él de la misma manera.

—Y... —vaciló el anciano, entornando los ojos hacia el que quedaba—. Yako.

—Abue... ah, digo... mi Señor —tartamudeó, sin levantar la vista del suelo, nervioso.

—Ya decía yo que detectaba vuestros iris por aquí cerca —prosiguió Alvion—. Pero es un lugar inusual. ¿A qué se debe?

—Nos dirigimos a Yokohama para proteger el pergamino de nuestra RS de manos enemigas, mi Señor —respondió Raijin, ya que era el superior de los otros dos—. Ka-chan nos espera allí.

—Oh, sí... Mis monjes ya me han contado este asunto —dijo, meciéndose la barba—. Otra vez, una RS peleándose con otra, esta vez porque una quiere quitarle su pergamino a la otra y aprender una nueva Técnica de Denzel. Hm... Como niños —negó con la cabeza, y miró a Yako—. Seguramente esto no habría pasado si el pergamino hubiese estado a tu cargo desde un principio.

—Ahm... —titubeó Yako, nervioso—. Con el debido respeto... De ser así, yo sería un blanco fijo, Señor. Los enemigos saben quién soy, y para ellos sería fácil adivinar en manos de quién de nosotros se pondría a cargo el pergamino. Así irían a por él, sabiendo quién lo tiene.

—No se atreverían a robar el pergamino de tus manos, Yako, si tuviesen motivos para no enfrentarse a ti —impugnó con tal severidad que a Yako se le clavó en el alma—. Si de verdad aceptases quién eres, la sangre que corre por tus venas y de dónde procedes, ningún otro iris jamás se acercaría a ti a faltarte al respeto. Pero la gente que te rodea te sigue confundiendo con un peón más de esta asociación igual a los demás, porque tú lo quisiste así. No eres un iris, Yako. Por mucho que te disguste, eres un Señor de los Iris, que sólo domina un simple elemento a sus 21 años.

—La única diferencia que hay entre usted y yo es que yo presencié con mis ojos la muerte de mi padre y por eso una parte de mí adquirió el trastorno del iris —le contestó Yako, de una forma tan directa e inesperada que Raijin y Sam se lo quedaron mirando con la boca abierta, y muy nerviosos.

Pero es que Yako llevaba casi 20 años escuchando los mismos reproches una y otra vez. Solo que esta era la primera vez que no se quedó callado. Por eso Raijin y Sam estaban incrédulos.

—Si usted también hubiese visto morir a mi padre, también se hubiese convertido en iris como yo —añadió Yako seriamente, aunque no dejó de mostrar una postura firme y respetuosa, con las manos cogidas por detrás—. Y así entendería, por una vez, cómo me siento.

Raijin podía ser la persona más racional y poco emocional del mundo, pero en ese momento estaba sudando de la tensión, igual que Sam, porque nadie, absolutamente nadie en la faz de la Tierra le hablaba a Alvion con la más mínima impertinencia. Excepto Neuval, que era un caso especial. Por un momento, Raijin y Sam se temieron que las palabras de Yako hubiesen enfurecido al anciano. El temperamento de Alvion era aterrador cuando se trataba del respeto, las normas y el orden. No obstante, el anciano simplemente miraba a Yako en silencio, y parpadeó una vez suavemente. Inspiró aire por la nariz, muy hondo, y contempló la lejanía mientras echaba el aire serenamente. Sólo Raijin se dio cuenta de que Alvion acababa de exhalar una enorme cantidad de enojo para no crear una escena familiar terrorífica.

—¿Alguno de vosotros sabe dónde se encuentra el insufrible, irritante e insoportable Fuujin-sama en este momento? —preguntó con naturalidad.

Esta vez los tres chicos levantaron la vista con sorpresa, y se miraron con perplejidad.

—No, Señor —contestaron Raijin y Sam—. ¿Por qué preguntáis por él? —quiso saber Raijin—. Ya lleva siete años exiliado.

—¿Exiliado? —repitió Alvion incrédulo—. Parece mentira, Raijin, tú conoces a Neuval lo suficientemente bien para saber que ese anarquista chiflado ha nacido única y exclusivamente para hincharme las narices.

Yako y Sam tuvieron que hacer un esfuerzo sobrehumano para reprimir una sonrisa y mirar para otro lado con disimulo.

—Dios, ¿qué ha hecho Neuval esta vez? —suspiró Raijin—. ¿Destruir otra ciudad? ¿Provocar el caos en otro país?

—No te preocupes, muchacho. Puedes seguir cumpliendo con tu impecable trabajo en la KRS tranquilamente. Al igual que tus admirables padres, eres un iris que sabe muy bien cómo y dónde usar su máximo potencial. Ojalá otros pudieran seguir tu ejemplo en ese sentido —concluyó, lanzándole una última mirada seria a Yako.

El anciano dio media vuelta. Así sin más, regresó hacia la limusina poniendo punto y final, seguido de sus dos guardianes. Yako, Raijin y Sam vieron cómo el vehículo arrancaba y pasaba por su lado, hasta perderse de vista.

—No me gusta cuando Alvion viene en persona a buscar a Fuujin —comentó Sam, dando media vuelta para seguir andando—. Espero que no haya tenido problemas graves...

—Normalmente, Fuujin no es quien los tiene, es quien los causa. De todas formas, ya no es asunto nuestro —desdeñó Raijin, caminando a su lado, pero se paró de nuevo al percatarse de que Yako seguía ahí quieto—. Hey, vamos.

—Ah, sí... —saltó, reuniéndose con ellos y continuaron su camino.

Raijin y Sam lo observaron de reojo. El propio Yako parecía no darse cuenta, pero tenía una cara inundada de tristeza, caminando con la mirada vacía en el suelo y en silencio. Lo de los reproches que Alvion solía hacerle a Yako no era nada nuevo para ellos. Las pocas veces que este se encontraba con su abuelo, él siempre dejaba caer esos comentarios sobre quién era o quién debía ser. Normalmente, Yako siempre reaccionaba de la misma manera, quedándose callado y guardando respeto. Pero lo que ni Raijin, ni Sam ni los demás sabían, era que Yako solamente se quedaba callado cuando ellos u otros iris estaban delante, porque no quería crear una escena familiar y exponer ante los demás sus problemas personales con su abuelo. Eso daría muy mala imagen de ellos, lo cual sería comprensible, teniendo en cuenta que eran seres supremos y uno de ellos dominaba medio mundo con la actividad de la Asociación.

Sin embargo, esta vez, Yako pareció hacer una excepción, quizá porque solamente estaban Sam y Raijin y con ellos tenía plena confianza, o quizá porque después de 20 años se le estaba agotando la paciencia de tener que escuchar siempre lo mismo.

—Yako... —lo llamó Raijin.

—Qué vergüenza... —dijo este de repente, parándose un momento, y se tapó la cara con las manos. Sam y el otro rubio lo miraron con un interrogante—. Perdonadme, Sam, Raijin. No debería haber abierto la boca. No deberíais haber presenciado algo así.

—¿Te estás disculpando por haber defendido tu postura por primera vez ante Alvion? —le dijo Sam, incrédulo.

—Por haberlo hecho por primera vez delante de vosotros —le corrigió—. Da muy mala imagen. Estas cosas se hacen en privado.

—Si él te saca el tema delante de nosotros, ¿por qué no puedes tú también?

—Os he visto vuestras caras de incomodidad a la legua. No debe de ser agradable para vosotros que alguien le hable mal a Alvion, o le contradiga o le haga sentir mal. Si en algo se diferencian todos los demás iris de mí, es en lo que sentimos por él. Vuestra gratitud por Alvion es infinita. En mi caso, es todo lo contrario.

—Yako —lo llamó Raijin una vez más, acercándose a él—. Si viéramos u oyéramos a cualquier otro iris hablarle mal a Alvion o intentando hacerle daño, obviamente nos cabrearía y saltaríamos en defensa de Alvion. Pero si se trata de ti, es algo totalmente distinto. Ambos sufristeis una misma tragedia injusta, a ti te tocó la peor parte, y a él también le jodió muchas cosas. Tomasteis las decisiones que necesitabais tomar cada uno en ese momento caótico y no coincidisteis. Tú tienes tus razones para estar molesto o enfadado con él. Pero el resto de los iris del mundo, no.

Yako se quedó callado un momento, mirando a Sam y a Raijin a los ojos. Después suspiró taciturno.

—No sé ni cómo podéis seguir mirándome a la cara... Todos los iris del mundo deberíais estar furiosos conmigo y odiarm-...

¡PAM! Raijin le pegó un manotazo a Yako en toda la cara y este se dio de bruces contra el suelo. Se incorporó un poco, con la mano en la mejilla, mirando perplejo a su amigo.

—Quería hacerlo yo —le dijo Sam a Raijin, observando a Yako con la misma expresión severa.

—Yo soy más rápido.

—¡Desalmados! —sollozó Yako con una de sus caras de exagerada pena y ojos llorosos.

—¿Contento? Ahora sí que nos has cabreado de verdad, ¡por decir estupideces! —le reprimió Raijin.

—¡Questo è più che passare il segno, Raijin, casi me vuelves la cabeza del revés! —gruñó Yako, poniéndose en pie, con la mitad de la cara roja.

—¿¡No se supone que eres el tipo de ser más inteligente del planeta!? ¡Pues deja de repetir la misma sandez cada vez que hablamos de este tema!

Yako se quedó mirando a Raijin perplejo otra vez. De verdad parecía muy afectado, y no de manera artificial ni por contagio, sino de forma genuina y natural. Cuando se trataba de las personas que Raijin más quería, su capacidad de sentir funcionaba como la de cualquier humano o iris común, y esto Yako ya lo sabía, pero no sabía que le molestase tanto cuando mencionaba lo culpable que se sentía y que debería merecerse el odio de los demás iris. A Sam tampoco le gustaba que Yako dijera cosas así, pero a Raijin le dolía más porque era su más íntimo amigo, casi como un hermano de toda la vida.

Al final, Yako le sonrió a su amigo con inocencia, moviendo las manos como gesto de rendición, pero no dijo nada. Raijin se conformó, y los tres volvieron a emprender la marcha. Yako comprendía que ellos pensasen así porque eran buenos amigos que se preocupaban por él y lo apoyaban en cualquier cosa. Pero la cruda verdad es que el sentimiento de culpabilidad con el que Yako llevaba cargando toda su vida tenía una irrefutable razón de ser. Él había desertado de un linaje que era el único que podía mantener la Asociación viva. Y mantener la Asociación viva no sólo se trataba de mandar misiones a los iris del mundo para que luchasen contra el crimen, las injusticias o el mal y salvasen a miles de humanos cada día; se trataba de salvar también a los propios iris, a todo aquel humano que se convertía en ello tras presenciar una tragedia.

Si no fuera por los Zou, los iris serían personas enloquecidas, furiosas y descontroladas destruyendo todo a su paso por el mundo, con tanto dolor físico y emocional que la única manera de sentirse mejor era suicidándose. Pero era mucho mejor la otra manera: someterse al tratamiento de los Zou, que curaban el trastorno, devolvían la calma, la cordura y un objetivo en la vida, y entrenaban a los iris para que pudieran cumplir con él, por el que merecía la pena seguir viviendo.

Y todo eso, que existía desde hace cuatro siglos... se desmoronaría y desaparecía cuando Alvion falleciese. Porque el único Zou que había después de él, era Yako. Se supone que los Zou podían llegar a vivir perfectamente hasta los 110 años. Alvion ya había cumplido 110, y seguía aguantando todo lo que podía, mientras Yako siguiera negándose a coger las riendas. Pero también, había que entender a Yako. Era el único Zou que se había convertido en iris, que había sufrido el trastorno, y eso era nuevo, inexplorado. No se le podía culpar por pedirle a Alvion un poco de empatía.

Mientras caminaban, Yako se dio cuenta de que Sam le lanzaba de vez en cuando miradas de reojillo. Cada vez que Yako lo veía, él disimulaba rápidamente mirando a otro lado. Esto era algo que Sam siempre hacía. Desde pequeño, ya había presenciado al menos media docena de veces estos breves y tensos encuentros entre Yako y Alvion. Siempre se quedaba callado guardando respeto mientras oía a Alvion insistir una y otra vez con el tema y a Yako respondiendo obedientemente o no respondiendo nada.

Muchas veces, Alvion le hablaba a Yako en otros idiomas, en coreano, en árabe, en italiano o en alemán, para que las personas que estaban cerca no entendieran y no supieran nada. Pero delante de los miembros de la KRS como Sam y Raijin, hablaba en un idioma que ellos también entendían, y Yako ya sospechaba que esto el anciano lo hacía a propósito para que, precisamente, sus compañeros le comentasen el tema después, le hablaran sobre ello. Yako pensaba que Alvion pensaba que quizás así sus amigos conseguirían decirle algo que le hiciera cambiar de opinión.

Con Raijin no funcionaba, porque Raijin, aunque era 100 % leal a Alvion, era un 101 % leal a Yako y jamás le hacía hablar del tema si le incomodaba lo más mínimo. Pero Sam... otra vez le estaba lanzando esas miradas contenidas como cuando era pequeño. Yako sabía perfectamente lo que significaban. Sam se moría de curiosidad por este tema, le había intrigado desde siempre, pero jamás se había atrevido a preguntarle a Yako directamente, no sólo porque sabía que era un tema delicado, sino también porque Sam era un chico que difícilmente se metía en los asuntos de los demás y era muy respetuoso con el territorio privado de cada persona. La verdad, esto le enternecía a Yako. Quizás en el pasado lo habría ignorado porque realmente no quería hablar de ello, pero ahora Yako no sentía tanta inseguridad como antes y pensó que podría aliviar al pobre Sam de su eterna curiosidad.

—Sammy. ¿Tal vez me quieres preguntar algo?

—¿Yo? No —respondió el ugandés enseguida, mirando a otro lado.

—¿Estás seguro?

—No sé qué quieres que te pregunte. No sé de qué hablas.

—Si tienes alguna curiosidad sobre algo...

—No es asunto mío —dijo rápidamente otra vez.

—De hecho, lo es.

—¿Eh?

—Todo lo que concierne a los Zou, concierne a los iris.

—No es bueno meterse en los asuntos personales de los jefes.

—Pero si yo no soy tu Señor.

—Eres mi jefe en la cafetería, ¿no?

—Creo que por encima de eso soy tu amigo y tu "hermano mayor" desde hace algo más de una década. ¿No crees? —apuntó Yako, arqueando una ceja.

Sam se sonrojó un poco, mirando al suelo. Raijin, que caminaba un poco más delante, soltó una bocanada de humo de su cigarrillo con un suspiro.

—Te está dando vía libre, Sam, pregúntale de una vez lo que llevas años preguntándote —le dijo el rubio.

—¿Cómo sabes...? —brincó Sam, pero luego pensó que después de tantos años ya había sido muy evidente con sus miraditas, y además, cosas así saltaban a la vista para iris expertos—. Hmm... Bueno... Yo es que simplemente... nada más me preguntaba...

—Por qué deserté —terminó Yako la frase.

—¿Cómo sabes...? —brincó Sam otra vez.

—Es la maldita pregunta que se hacen todos los iris del mundo, por favor... —se rio.

—Oh... claro —cayó en la cuenta Sam—. Vale, pero... Sé por qué... pero no sé por qué exactamente. Es decir... Sí, te convertiste en iris a los 3 años. Perdiste a la persona que más querías, tu padre. Entonces pensé: "quizá es que quiso huir, alejarse de ese recuerdo, y el mejor modo de hacerlo era alejarse del propio Monte Zou y de todo lo que tuviera que ver con su familia, su abuelo, su posición, su deber...". Pero luego no me cuadraba una cosa. Si lo que más ansía un iris es dar con el asesino o asesinos de su ser querido y darle muerte y cumplir la venganza... ¿No tenías muchísimas más posibilidades de lograrlo quedándote en el Monte Zou, con toda la fuente de información global que allí se maneja, y convirtiéndote en un Señor, con acceso a todas las cosas, con dominio del mundo entero, con control sobre millones de iris...?

Yako se quedó callado largos segundos tras escuchar esa pregunta. Raijin miró de reojo a su amigo. Tenía curiosidad por su respuesta, y parecía que Yako se la estaba pensando a fondo, mirando hacia el cielo.

—Mmm... nop.

Sam y Raijin se pararon de golpe al mismo tiempo, clavándole una mirada incrédula y pasmada.

—¿¡Qué!? —gritaron los dos rubios.

—A ver... —sonrió Yako con inocencia, haciendo gestos apaciguadores—. Lo que dices puede ser lo más lógico, Sam, sin duda. Pero... no en mi caso.

—¿Por qué no en tu caso? —insistió el africano.

—Ah... —recordó Raijin, pues era algo que Yako ya le había contado en el pasado—. Es por esa loca teoría.

—¿Qué teoría? —preguntó Sam.

—Ninguna —contestó Yako—. Porque no es una teoría. Es un hecho. Que a Raijin le cuesta mucho aceptar, porque como ha nacido iris y su mente es puramente racional, no puede abrir la mente a esta posibilidad, y a pesar de eso, le sigo queriendo con toda mi alma —abrazó a Raijin con exagerado drama, y el rubio se puso a refunfuñar con vergüenza, intentando ignorarlo.

—Yako —lo llamó Sam, con tono ya cansado, buscando una respuesta.

—Lo que quiera o quien quiera que matase a mi padre aquella noche dentro del propio Templo Zou, no era de este mundo —le explicó Yako finalmente.

—¿Qué? —se quedó desconcertado—. ¿Cómo que no era de este mundo? ¿De cuál sino iba a ser? Sólo existe este mundo.

—Existen tres —le corrigió Yako.

—Pero en las otras dos dimensiones sólo están los dioses y los espíritus de los muertos. ¿Insinúas que quien mató a tu padre era un espíritu? ¿O un dios?

—Imposible —impugnó Raijin—. Los dioses tienen absoluta incapacidad de quitarle la vida a alguien. Además de absoluta carencia de motivo, ya que los dioses son seres equilibristas y carecen de emociones o motivos personales. Y que haya sido un espíritu es aún más imposible. No hay prácticamente nada ni nadie que sea capaz de matar a un mismísimo Zou, y encima dentro de su propio templo.

—Aayy... —suspiró Yako largamente.

—¿Quién o qué pudo ser sino? —se intrigó Sam—. No hay más opciones.

—Esa es la gran pregunta que atormenta a Yako y a Alvion y a toda la Asociación desde hace 18 años —dijo Raijin.

—¿No se baraja alguna teoría? —quiso saber Sam.

—Denzel aboga por la teoría de un arki —respondió el rubio.

—¿En serio? Pero un arki es como nosotros, sigue siendo un ser sumamente inferior y más débil que un Zou.

—Podría haber engañado a Yeilang de algún modo, hacerle confiar... —indagó Raijin.

—¿¡Cómo puede existir alguien capaz de engañar a un Zou!? —refutó Sam—. Si son los seres más inteligentes de este mundo, especialmente expertos en la mente, las emociones y el comportamiento humano...

—¡Ajem! —carraspeó Yako, interrumpiéndolos.

Los otros dos se callaron, dándose cuenta de que se habían olvidado de que estaba ahí entre ellos.

—Hay una respuesta lógica para todas esas preguntas que os carcomen —les dijo Yako con tono sencillo.

—¿¡Cuál!? —brincaron.

—¡Que no era una criatura de este mundo! —exclamó de repente, volviendo a defender su creencia, y Raijin y Sam se asustaron un poco por ese ímpetu.

—Espera, ¿por qué dices "criatura"? —se dio cuenta Sam.

—Mira —el tono de Yako empezó a sonar alterado, e hizo un gesto tajante con la mano—. Yo sé lo que vi. La puerta de aquella sala estaba medio cerrada, yo me asomé por la rendija, oí a mi padre conversando con alguien. Alguien había justo delante de él, pero yo no podía verlo desde ese ángulo desde la puerta. Estaban hablando, y... —le tembló un poco la voz—... y apareció una garra. Blanca. Una mano de piel blanca como la nieve. Con largas y afiladas garras... con las que atravesó a mi padre. Y se esfumó.

Sam y Raijin se quedaron en completo silencio. Sobre todo Sam, que hasta ahora no había oído la versión completa de Yako. Y entonces, se percató de algo. Ese podía ser perfectamente todo el motivo de la deserción de Yako. Ahí estaba la razón. Porque, si de verdad Yako estaba en lo cierto sobre su teoría o sobre lo que él creía que vio, era motivo más que suficiente para cualquier persona del mundo para estar total y absolutamente aterrorizado. Que exista algo así como lo que Yako describía, capaz de matar a un mismísimo Zou en su propia casa sin que nadie se diera cuenta ni saltaran las alarmas... debía de tratarse como mínimo del ser más poderoso, peligroso y letal que existía en el universo.

Sam podía verlo con claridad ahora, en las mejillas sonrojadas de Yako, sonrojadas de una silenciosa vergüenza, y en sus ojos dorados temblorosos, mirando al suelo, cargando con el peso del miedo y del dolor. ¿Por qué demonios se avergonzaba?, se preguntó Sam en ese momento, pues le fastidiaba que Yako se sintiera así de mal por tomar una decisión crítica para la Asociación pero con el más sólido de los motivos. Cualquiera habría hecho lo mismo. Cualquiera.

—Así que... yo... —intentó Yako continuar con el tema y responder de algún modo la pregunta principal de Sam—... es complicado, pero...

Sam le agarró un hombro y Yako lo miró.

—No tienes que explicarme más —le dijo el africano.

Yako se sintió algo aliviado. Vio que Sam, al final, no tenía para él ni una sola mirada de escepticismo, ni ninguna palabra para juzgarlo. Le sorprendió ver que Sam lo comprendía, a pesar de lo disparatado que podía sonar todo. Pero luego recordó que él, al igual que Raijin, no eran sus compañeros de la KRS sólo porque el ex-Líder los eligiera y los contratara, sino también por el tipo de personas que eran. Todos los miembros de la KRS, Nakuru, Drasik, Kyo, Raijin, Yako, Sam, Lao... podían tener diferencias, pero guardaban algo en común, algo irrompible. Para Yako, era lo más parecido a una familia auténtica que había tenido.

—Escuchad —dijo Sam, mirando su reloj—. Hemos perdido mucho tiempo, será mejor que nos demos prisa. Kyo debe de estar a punto de llegar al templo.

Raijin miró su reloj también y luego miró a la lejanía, pensativo.

—Será mejor que yo me adelante. Iré ahora mismo al templo antes de que llegue Kyo, y observaré lo que vaya a pasar, por si acaso hay problemas con el plan de Kyo. Mientras tanto, vosotros id yendo para allá lo más rápido que podáis, os esperaré allí.

—A la orden —respondieron Yako y Sam.

Una vez que Raijin se aseguró de que en ese momento no pasaba ningún coche ni ninguna persona por ese tramo del puente, desapareció en un parpadeo, como el rayo, literalmente a la velocidad de la luz, dejando tras de sí una breve y fina estela amarilla. Por su parte, Yako y Sam, que no tenían esta capacidad de Raijin, echaron a correr, sin embargo, a una velocidad también inhumana.


* * * *


Raijin ya llegó al Templo Tsukino. Para él sólo habían pasado dos microcentésimas de segundo desde que se despidió de sus compañeros unos 18 kilómetros atrás. Eso sí, tenía los pelos de punta y la cara helada. Había hecho el mismo recorrido que ahora iban a hacer Yako y Sam. Su ojo seguía brillando a pesar de que las farolas iluminaban el lugar en el que estaba, pues tras hacer el iris un esfuerzo intenso en tan poco tiempo, su luz tardaba un poco en apaciguarse.

Miró a su alrededor atentamente. Ahora mismo estaba sobre el tejado más alto del templo, el cual abarcaba lo mismo que un campo de fútbol, incluyendo los jardines y patios. Todo estaba en un silencio profundo, todo lo que rodeaba el templo eran bosques, una espesura totalmente negra de árboles mientras la luz de las farolas no llegase a ella, además de la autopista, un poco más allá, que conducía a la ciudad de Yokohama. No había ni un alma por allí, salvo la suya y la de pequeños animalillos que habitaban esos bosques.

El templo estaba abandonado desde hacía años, y había sido muchas veces el lugar idóneo para el intercambio de armas y drogas por parte de las mafias, contrabandistas y terroristas, acciones que Raijin y sus compañeros, y también otras RS, habían abolido numerosas veces, ya que esto formaba parte de su trabajo.

No faltaba nada para que Kyo llegase, así que Raijin se sentó sobre el tejado, cruzando brazos y piernas, y esperó.





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