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1º LIBRO - Realidad y Ficción

42.
El Monte Zou

Denzel, Alvion, Neuval y los dos guardianes aparecieron literalmente de la nada tras un destello de luz a las orillas de un lago, rodeado de bosques y montañas. La orilla era pedregosa, de cantos redondos y lisos de colores blanco, beis y gris. Sobre la superficie del lago navegaba una ligera bruma. A pesar de ser de noche, no había oscuridad total, porque el cielo de arriba, despejado e inmenso, mostraba un manto de estrellas y la grieta de la Vía Láctea.

Pero eso no era el Monte Zou. Era una de las entradas. Denzel no tenía más remedio que teletransportarlos hasta ahí. Cuando hace poco más de tres siglos las tierras Zou sufrieron el histórico ataque de cuatro misteriosas criaturas negras de enorme energía Yin, evento denominado como la Guerra Extraña, la sede de la Asociación tuvo que reforzar su seguridad hasta el extremo para que no volviera a repetirse algo así.

El único que podía crear un escudo lo suficientemente fuerte para cubrir la totalidad de las tierras contra cualquier ser de gran energía Yin, era el brujo Zhen Qing, la misma persona que hizo el tatuaje especial de los “iris”. Sin embargo, Zhen Qing y su hermana melliza, la bruja Mó, ya habían fallecido unos veinte años atrás. Pero eso no fue impedimento para que el pequeño Denzel de 76 años de entonces, de parte de los Zou que vivían en esa época con él, rogara a los dioses que permitieran al espíritu de Zhen Qing venir al mundo terrestre para pedirle aquel favor.

De esta forma, Denzel pudo volver a “ver” a su más querido amigo después de tantos años, ya que Zhen Qing y él entablaron muy buena amistad en el breve pasado en que se conocieron. Le habló sobre lo ocurrido, y le preguntó si podía hacer una última aportación más para proteger a los Zou y a los “iris” y a los demás habitantes de las tierras Zou. Y Zhen Qing siempre decía: “Por los ‘iris’, cualquier cosa”.

Así que el brujo creó uno de sus mayores Códigos y cubrió todas las tierras Zou con él. Su funcionamiento tenía unas reglas: solamente se activaría cuando no hubiese ningún Zou en las tierras, e impediría la entrada de cualquier ser de original naturaleza Yin, incluso alertaría de si ya había alguno dentro. Denzel le preguntó por qué no podía estar siempre activado incluso con un Zou dentro. Zhen Qing le respondió que era porque, si un Zou clamaba tanto que los “iris” eran suyos, debería de saber entonces proteger a sus “iris” y a sus ciudadanos humanos, y que el escudo sólo debería ser necesario cuando el Zou no se encontrase en las tierras y, por tanto, estas estuvieran desprotegidas.

La verdad es que el brujo Zhen Qing nunca se llevó mal con los Zou, pero Denzel siempre detectó en su amigo una ligera confrontación de él hacia los Zou. El Taimu siempre pensó que era porque a Zhen Qing nunca le gustaba ponerle las cosas fáciles a todo el mundo, ya que su poder podía hacer de todo, y todo el mundo siempre le pedía favores y ayuda, pero con los Zou era incluso un poco más estricto. Zhen Qing apreciaba a los Zou y su causa, pero era como si el joven brujo los pusiera siempre a prueba, porque, si había algo muy claro dentro de todo el misterio de Zhen Qing, es que él velaba por el bien de los “iris” más que nada en el mundo.

Por tanto, dentro de las presencias de original naturaleza Yin que el escudo estaba programado para repeler, estaban incluidos los Taimu. Y esto nunca ofendió ni a Agatha ni a Denzel. De hecho, ambos Taimu estaban totalmente de acuerdo en ser incluidos en esa lista, porque hasta ellos sabían lo peligroso de su propio don del Tiempo, y de la posibilidad de ser usados o manipulados por otras personas de gran poder y de malas intenciones.

Entonces, los Taimu no podían teletransportarse dentro de las tierras Zou cuando no había ningún Zou en ellas. Esto tampoco supuso un gran problema durante los últimos siglos, porque siempre había habido al menos un Zou dentro de las tierras, ya que lo normal siempre había sido que vivieran varias generaciones Zou juntas, desde abuelos hasta nietos o desde bisabuelos hasta bisnietos. Y aunque uno saliera de las tierras, siempre se quedaba otro.

Pero, claro, ahora las cosas eran diferentes. Alvion perdió a su padre muy pronto, y a su propio hijo, y ahora él y Yako eran los únicos Zou vivos en el mundo, y Yako no vivía en las tierras. Por lo que Alvion era el único Zou que quedaba en el Monte Zou. Y al salir a buscar a Fuujin, el escudo se había activado y Denzel no podía traspasarlo hasta que Alvion entrase primero.

—Sé andar solito, gracias —protestó Neuval, harto de estar apresado bajo la fuerza de los dos guardianes del Monte, y estos lo soltaron con un gruñido.

—Suerte, Neu —le sonrió Denzel, mientras limpiaba sus gafas con gran cuidado con un pañuelo de seda.

—Espera… —se sorprendió—. ¿Te vas? Pero… —Neuval señaló hacia el centro del lago, aludiendo la entrada a las tierras Zou—. Pero… una vez pasemos la puerta son 18 kilómetros hasta el templo…

—A Alvion le apetece andar —contestó el Taimu.

Neuval sabía que eso era un eufemismo. Le clavó al anciano una mirada muy mosqueada, mostrándole su descontento.

—Es verdad, me apetece —le dijo Alvion tranquilamente.

—No. Lo que tú quieres es sacarme a “psicoanalipasear” —le corrigió el Fuu. Así era como llamaba al tipo de paseos que a veces Alvion hacía con “iris” que estaban en muy mal momento y durante los cuales los psicoanalizaba para mejorar su estado—. Toma —Neuval cogió de la orilla una cuerda mohosa abandonada de alguna embarcación y se la tendió al anciano—. Ponme la correa.

—No me tientes —dijo Alvion.

—Aaayyy… —interrumpió Denzel con un suspiro exagerado, pero bienhumorado—. En fin. Os dejo que os ladréis el uno al otro, niños. Neu —se puso las gafas de nuevo y lo miró sonriente—. Me alegro mucho de la decisión que has tomado, ahora puedo decirlo con sinceridad.

—Échale un ojo a Cleven mientras estoy fuera —le pidió.

—Claro.

—Y vigila a Brey.

—Eso estaría mal, invadir la vida de otras personas —se abstuvo—. No te preocupes por Cleven, está en buenas manos, y lo sabes.

—Cierto, Agatha vive justo al lado de ellos —recordó Neuval.

—No me refería a eso…

—Ejem… —carraspeó Alvion, llamándoles la atención.

Denzel le dio a Neuval una palmada en el hombro como despedida y desapareció, teletransportándose a alguna otra parte del mundo. Neuval suspiró. Cuando él, Alvion, y los dos guardianes se colocaron de cara al lago y miraron hacia su centro durante varios segundos, unos 80 metros más allá, comenzó a manifestarse la entrada, haciéndose visible ante ellos, entre la bruma. Esto también era un truco hecho por el brujo Zhen Qing, para que la puerta no fuese tan fácil de ver o encontrar y se mostrase sólo ante quienes sabían lo que ahí había.

Se trataba de un tori grande, majestuoso. Sus gruesos pilares eran de madera, parecían directamente los troncos de dos árboles, pero de un color blanco puro. Sus vigas horizontales estaban hechas de roca grisácea de tallado irregular y tosco, de granito, y tenía decorados dorados y remates de jade verde. De la viga inferior, colgaba una fila de medallones de oro con caracteres chinos grabados que rezaban el nombre del lugar: Monte Zou.

Brillaba un poco en la oscuridad, o más bien, reflejaba la luz natural de las estrellas. Y parecía flotar, estático, sobre la superficie del lago, que estaba tan mansa que parecía un espejo del firmamento estrellado, por lo que parecía que la puerta flotaba en medio del universo.

Además de la puerta, se manifestaron unas rocas planas en el agua, que iban desde la orilla hasta el tori, marcando un camino. Los dos guardianes se marcharon los primeros, cruzando la puerta y desapareciendo al otro lado. Alvion y Neuval fueron después.

Nada más atravesar el tori, se reveló el verdadero paisaje que había al otro lado. La mitad del lago era un espejismo, que formaba parte del Código del brujo Zhen Qing. Ahora, Alvion y Neuval se encontraban en un sendero totalmente cubierto de árboles. Sobre ellos, tenían un techo de ramas entrelazadas de preciosas idesias, de las que colgaban cientos de racimos de bayas rojas. A la luz del día, ese sendero se veía como un túnel rojo. Ahora solamente la luz blanca del ojo izquierdo de Neuval era la única iluminación de ahí.

Como estaba aburrido, Neuval sacó su teléfono móvil y se puso a mirar cosas mientras cruzaban ese camino.

—Nada de móviles —le dijo el anciano.

—Estoy comprobando que no tengo ningún mensaje de que mi casa se ha incendiado o de que tengo un hijo en la cárcel o en el hospital.

—Excusas.

—Y tengo que decirle a Hana que estoy en un breve viaje de trabajo. Y tengo que comprobar mis correos de trabajo, comprenderás que no puedo dejar Hoteitsuba sola, miles de humanos se ganan la vida ahí.

—Tu padre ya está al cargo de todas esas cosas y lo sabes. Así que deja de buscar distracciones. Deja de huir de tu mente.

—¿Ya le has comunicado a Lao que estoy aquí?

—Sí, ya le he comunicado que dejarás de ser un insufrible desobediente. Se ha puesto muy contento.

—Tú y mi padre os lleváis demasiado bien para mi gusto —gruñó Neuval, guardando el móvil.

Cuando salieron del sendero de nuevo al descubierto, se encontraron al borde rocoso de un acantilado. Desde ahí, se podía observar un paisaje sin igual. Hasta donde alcanzaba la vista, había kilómetros de bosques, montañas y valles.

Por la línea del horizonte más lejano, asomaban montañas de raras formas, estrechas y verticales como dedos gigantes emergiendo de la tierra, pero, en el centro, se alcanzaba a ver un gran monte cuya cima se escondía entre las nubes. En alguna parte de su ladera, se veía como una mancha más clara la Ciudadela, que era donde se encontraba el Templo Zou, rodeado de una pequeña ciudad fortificada, llena de edificaciones, torres, plazas, jardines, puentes y muros, donde residían los “iris” que estaban entrenando, los monjes y otro personal humano.

A los pies del monte, se extendía un inmenso valle, donde se encontraban dos ciudades opuestas, la Ciudad Desierto y la Ciudad Nevada. Incluso desde la distancia se apreciaba la diferencia a simple vista. La parte del valle ocupada por la Ciudad Desierto presentaba un aspecto árido, arenoso, anaranjado, con dunas y edificaciones de adobe, y la Ciudad Nevada presentaba un aspecto blanco, frío, nublado, con edificaciones de madera y roca. A pesar de ello, eran dos ciudades perfectamente equipadas con electricidad, agua corriente, carreteras, alumbrado e instalaciones modernas. Lo mismo había en las aldeas, poblaciones más pequeñas que se encontraban en otras partes del valle y en montes y montañas cercanas. Contando la Ciudadela, con ambas ciudades del valle y las aldeas de alrededor, vivían alrededor de cien mil humanos, que eran sobre todo monjes y guardianes, familiares de ellos, y también refugiados que los Zou solían traer de conflictos del mundo exterior.

Desde donde estaba Neuval, la Ciudadela en el monte se veía pequeña a tantos kilómetros de distancia, pero lo que no pasaba desapercibido era el colosal Puente Blanco. Era un puente hecho de una imposible única pieza de howlita blanca, que se elevaba a más de 200 metros y cruzaba todo el valle desde la entrada de la Ciudadela hasta la meseta que cortaba el otro lado del valle. El recorrido de sus grandes pilares estaba justo entre las dos ciudades opuestas, separándolas.

En la meseta donde terminaba el Puente Blanco y que enfrentaba al Monte Zou, con el valle entre medias, era donde reposaba el bosque más insólito del planeta, el Bosque Plenario. Se extendía a varios kilómetros, un manto de árboles y plantas de todas las especies existentes e incluso nuevas y únicas creadas por los propios Zou, de varios colores y luminiscencias, mezclado con relieves resaltantes, ríos escondidos, cuevas, pendientes y prados.

Pero, lo que más llamaba la atención sin ninguna duda, eran esos gigantes trozos de tierra que flotaban inexplicablemente en el aire, sobre el bosque, y llegando hasta el valle. Los más grandes estaban quietos, pero los más pequeños a veces se movían lentamente y cambiaban de lugar. Algunos estaban unidos mediante larguísimas lianas vegetales, o raíces de los árboles que aún persistían sobre esos montículos y sus raíces sobresalían por abajo. Otros estaban unidos mediante puentes colgantes que “iris” y Zou de antaño habían construido.

Las Nubes Rocosas, era como si burlasen la ley de la gravedad, y siempre permanecían ahí en la misma zona. Para Neuval, era el mayor misterio de la física que tenía ese planeta, porque él, siendo el mayor experto en Física del mundo, todavía no había logrado hallarle explicación a este fenómeno imposible. Ni los Zou, ni los Taimu ni ninguna otra persona sabía por qué esos montículos flotaban en el aire. Lo que sí sabían, es que se produjeron durante la Guerra Extraña. Al parecer, las criaturas de extraordinario poder que atacaron el Monte Zou hace más de tres siglos hicieron un gran destrozo, levantando esos trozos de tierra que nunca más volvieron a bajar.

Todas y cada una de las veces que venía a las tierras Zou, Neuval observaba las Nubes Rocosas y seguía indagando en su cabeza por qué la gravedad no funcionaba con ellas. Para él, era una intriga eterna, y no sólo porque la ciencia de la Física fuera su mayor pasión, sino también porque… este fenómeno le evocaba una sensación familiar. Estaba convencido de que había una explicación.



El acantilado sobre el que estaban Neuval y Alvion tras haber cruzado el Sendero Rojo se alzaba a unos cincuenta metros sobre un río de orillas pedregosas. Este río delimitaba todo el flanco oeste del Bosque Plenario. Por tanto, una vez bajaran el precipicio y cruzaran el río, comenzarían a cruzar andando el esplendoroso Bosque Plenario.

Como ambos podían hacerlo, descendieron hasta el río volando por el aire. La verdad, una parte de Neuval sólo quería irse volando directamente hasta el templo y ahorrarse ese paseo a pie, especialmente porque todavía venía con la ropa de trabajo puesta, y no era cómodo ir por la naturaleza con traje, corbata y zapatos elegantes. Pero otra parte de él no podía resistirse a un paseo por el Bosque Plenario aprovechando que era de noche, pues cuando el cielo se oscurecía, era cuando las plantas luminiscentes inundaban el bosque de luz, y era una belleza de la que Neuval nunca podría cansarse.

Él adoraba esas tierras y a las gentes que las habitaba. Tenía muchas vivencias y recuerdos de allí desde la primera vez que Lao lo trajo. No podía negar que los Zou sabían cómo convertir un trocito del mundo humano en un paraíso mágico. Ni siquiera los satélites o los aviones del mundo exterior podían verlo. El Monte Zou era un lugar seguro para los “iris” y los humanos que, además de querer vivir en paz, sabían vivir en paz. Y saber vivir en paz era, por lo visto, una habilidad muy rara en los humanos.

Justo después de cruzar los cuarenta metros del río de un salto el Fuu, y caminando sobre el agua el Zou, y antes de que Neuval se adentrara en el bosque, Alvion carraspeó fuerte. Neuval se giró y lo vio parado en la orilla, mirándolo fijamente como si esperase algo.

—Venga. ¿Qué te duelen, los huesos? Es para hoy, anciano —se impacientó Neuval.

—No proseguiremos hasta que me conecte a tu “iris”. Es hora de que anules esa dichosa Técnica.

Quoi? —protestó—. ¿Ahora?

—¡Siete años, Neuval! —gruñó Alvion de repente, pero volvió a serenarse rápidamente, viendo que se había alterado, cuando él debería dar el mayor ejemplo de paciencia y buen comportamiento. Con Fuujin, siempre era un reto.

—Hahh… Adiós a la libertad… —suspiró con pesar.

—Tienes total libertad de todas formas, impertinente, conectarme a tu “iris” es únicamente para frenarte cuando tengas un ataque de majin y salvarte el pellejo a ti y a los inocentes que te rodeen.

—Pero no me espíes cuando esté en el baño, ¿eh? —le sonrió burlón—. Te traumatizarás.

A Alvion le apareció una vena hinchada en la frente. Pero cerró los ojos y respiró hondo, tal como solía hacer en su terapia de relajación. Se refería a la Técnica de Desvío, una técnica que el propio Neuval creó cuando tenía 16 años y que sólo él sabía usar, y que impedía a Alvion conectarse a su mente y controlarle como a los demás “iris”. De joven la había usado de vez en cuando, cuando se le antojaba, para que Alvion no interviniera en ciertas ocasiones en que Neuval quería –o veía necesario– quebrantar algunas normas de la Asociación para conseguir un capricho o el éxito en una misión peliaguda. Pero la había mantenido continuamente activa durante los últimos siete años, desde que se exilió.

Supuso que era verdad, que ya era hora de desactivarla. En su situación actual, le convenía la conexión de Alvion con su “iris” para no provocar más problemas. Así que se arremangó el brazo izquierdo, en cuya muñeca tenía un tatuaje negro energético, de trazos que conformaban un pequeño Código, y que siempre ocultaba bajo su reloj de pulsera. Cerró el puño y concentró su “iris” en la energía del tatuaje, el cual se iluminó un segundo y luego cesó.

Alvion hizo un gesto de conformidad, y procedió a conectarse a su “iris”. Los dos ojos ámbar del anciano se iluminaron como dos pequeños soles dorados. En ese momento era una imagen un poco escalofriante, ver la silueta oscura del anciano en contraste con sus ojos de luz, parado a orillas del río en la noche. Pero Neuval estaba acostumbrado y no olvidaba que Alvion no era un ser humano, sino otro tipo de ser.

El Fuu esperó un par de minutos. Alvion estaba tardando más de lo normal en conectar con su mente. Y esto asustó a Neuval, porque si en este caso el Zou no conseguía hacer la conexión, significaba que Neuval tenía un nivel de majin preocupante, alarmante y excesivamente alto. Un punto de no retorno.

Sin embargo, al cabo de unos segundos más, al fin notó esa energía del Zou en su mente y sintió la conexión. Los ojos de Alvion volvieron a apagarse y miró a Neuval.

—Tranquilo. No estás “tan” mal —enfatizó esa palabra, pues había leído esa breve cara de espanto que Neuval puso antes.

—Hah. ¿Ves? No soy un caso perdido —sonrió, emprendiendo la marcha bosque adentro.

—Yo nunca dije que lo fueras —caminó tras él—. Yo simplemente digo que eres un caso insufrible, inaguantable, irritante y agotador.

—Gracias. Lo intento.

—Con una gran habilidad para sacarme de quicio…

—El sentimiento es mutuo —bufó Neuval.

—… y con un asombroso potencial para quebrantar las normas una y otra vez…

—Para ya, me ruborizas.

—… y para poner el mundo patas arriba.

De repente Neuval se paró en seco y se giró hacia él.

—¡Sí! —exclamó, alzando las manos y forzando una sonrisa—. ¡Bueno! ¡Ahí está, ese soy yo! ¡El de los problemas y las catástrofes! ¡La oveja negra de la Asociación!

Obviamente había perdido la paciencia escuchando a Alvion criticarlo sin parar y sacando sus defectos, y ahora fingía reírse de ello y que no le importaba. Pero por supuesto el Zou sabía lo que en realidad había detrás de ese sarcasmo.

—Sí. Ese eres tú —le espetó el anciano tranquilamente, sereno.

Neuval apretó los dientes con rabia, borrando su sonrisa sarcástica.

—¿¡Y para qué molestarte en reintegrarme en la Asociación entonces!? ¡Deshazte de mí de una vez para que puedas volver a respirar tranquilo!

—Neuval…

—¡Quítame mi “iris” y bórrame la memoria y celébralo con todos los monjes, ya no tendréis de quién quejaros tanto!

—Cálmate…

—¿¡Es que no tienes nada bueno que decir de mí!? ¿¡Nada!? ¿¡Tanto te costaría mencionar las cosas buenas que tengo!?

Alvion parpadeó sosegadamente, imperturbable. Pero se le formó una sonrisa seria en los labios.

—No tengo tanto tiempo —le respondió sin más, y pasó de largo por su lado, continuando el camino del bosque.

Neuval se quedó ahí parado, siguiéndolo con la mirada. Estaba sorprendido. Esa respuesta de Alvion le dijo más de lo que esperaba. Por eso, se quedó callado, y de pronto dejó de estar enfadado. Al parecer, Alvion de verdad lo tenía en alta estima, pero nunca se lo hacía saber, porque no era trabajo de un Zou dar de comer a los “iris”, sino enseñarles a pescar.

Los Zou eran poderosos psicólogos por tradición familiar. Al fin y al cabo, esa era la profesión del primer Zou de su linaje. Su trabajo no era sólo combatir las injusticias y los crímenes humanos, sino también sanar las mentes de las víctimas de esas injusticias, los “iris”.

Neuval tenía un problema muy concreto desde que era muy pequeño, incluso desde antes de convertirse en “iris”, y era un persistente autodesprecio –siempre disimulado debajo de las bromas, las payasadas y la arrogancia– que únicamente desapareció de su interior durante los años que vivió con Katz. Al morir ella, Neuval volvió a perder el amor propio que Katz le enseñó a tenerse. Y esto no se curaba escuchando alabanzas, elogios y buenas opiniones de los demás sobre él. Sí, esto ayudaba mucho a la autoestima, pero lo hacía temporalmente, y no curaba el problema de raíz.

Por eso, Neuval no necesitaba que Alvion gastase horas o días enteros, “tanto tiempo”, en enumerarle todas las cosas buenas que tenía, ya que sólo le había llevado un minuto enumerarle sus defectos. Necesitaba aprender a decírselo a sí mismo, escuchárselo decir a sí mismo, y a creerlo por sí mismo. Como Katz siempre le animaba a hacer.

Alvion era muy sabio, y un buen psicólogo. Porque no solamente se había esfumado el enfado de Neuval por sus críticas, sino que también se le había ido el estrés y la rabia que venía acumulando desde que salió a buscar a Cleven y luego tuvo esa dura conversación con Raijin. Ahora, Neuval sentía la mente calmada, más conforme. Y más predispuesta a seguir las órdenes de Alvion. Así que volvió a emprender la marcha para alcanzar al anciano y se puso a caminar a su lado, en silencio.

Al cabo de media hora, se encontraban cruzando uno de los puentes colgantes que unía dos Nubes Rocosas, levitando a decenas de metros sobre el bosque. El paisaje desde donde estaban era espectacular, casi era como caminar por el cielo. La luna, un poco decreciente, bañaba todas las tierras de su luz plateada. Al estar sobre una zona muy irregular del Bosque Plenario, donde esos mismos trozos de tierra flotante dejaron grandes hoyos en el terreno, era más fácil atajar por ahí arriba.

—Neuval —lo llamó el anciano largo rato después, y el otro lo miró de reojo—. ¿Qué es lo que ha pasado con Cleventine, por qué la buscabas?

—Ay… —resopló—. Hace unos días tuvimos otra de nuestras discusiones y se fugó de casa a escondidas —contestó pasivamente, volviendo a mirar al frente.

—¿Igual que solías hacer tú a su edad?

—¿Queréis dejar de recordar lo que yo hacía de joven? —protestó—. Yo al menos volvía a los dos días.

—Así que discutes mucho con ella —entendió Alvion—. Eso parecía imposible en el pasado. Erais inseparables.

—En el pasado ella lo sabía todo y conocía a mi verdadero yo. Si se ha largado de casa es por mi culpa, eso sin duda. La estoy cagando, cada vez más, no paro de cagarla —masculló con rabia, apartando a un lado la rama de un árbol con un golpe violento—. Yo sólo quería protegerlos, y lo único que he conseguido es que Lex y Cleven me odien. Ya sólo falta que Yenkis también lo haga. Estoy empezando a pensar otra vez lo que pensaba con 17 años, que jamás debía tener hijos.

—¿Por qué pensabas eso?

—Porque estaba seguro de que, si los tenía, acabaría arruinándoles la vida, como Jean arruinó la mía. Estaba seguro de que yo no estaba hecho para ser padre, y que, de serlo, sería un fracaso. Y ahora eso parece ser cierto, Lex y Cleven están jodidos por mi culpa. Siempre he tenido algo malo dentro de mí. Te lo aseguro, estoy maldito.

—Eras un joven lleno de maldad la mitad del tiempo, eso es cierto. Pero te esforzaste por cambiar y eso has hecho. No has sido un mal padre, Neuval, simplemente has tenido mala suerte en tu vida.

—Eso no me consuela.

—De las pocas cosas que te quedan, arreglarás aquellas que se han roto —le dijo con su tono serio y sereno de siempre—. Por eso he ido a buscarte.

—Has venido a buscarme para pegarme azotes en el culo —le corrigió.

—He venido a buscarte para ayudarte por milésima vez a solucionar los problemas de tu vida. Como hago con todos vosotros. Mientras yo viva, no permitiré que mis “iris” sufran. No importa cuántos errores cometáis. Porque por eso es por lo que existo. Así que intenta recuperar un poco de tu famoso optimismo de ahora en adelante. No puedes ser Fuujin sin tu insoportable pero poderosa tenacidad. Al final resultará que la única persona del mundo que puede derrotarte eres tú mismo, y si eso ocurre, sí que sería tu mayor fracaso y vergüenza.

Neuval no dijo nada. El vejete gruñón volvía a tener razón, no pudo negárselo. Siempre que había cometido un error o tenía problemas, Alvion siempre estaba ahí. Muchos lo malinterpretaban, pero tener mal humor o tener un carácter severo no impedía en absoluto que alguien pudiera ser la persona más bondadosa del mundo.

Fueron descendiendo una enorme y kilométrica raíz que sobresalía de una de las Nubes Rocosas de regreso al bosque.

—¿Qué me aconsejarías? —preguntó Neuval.

—¿Me estás pidiendo consejo a mí? ¿Sobre cómo arreglar las cosas con tu hija?

—Tú y Lao sois las personas que más habéis lidiado con mi caprichoso e imprevisible yo adolescente, y habéis sobrevivido. Lao no está aquí, así que te pregunto a ti. ¿Cómo lidio con esa niña caprichosa e imprevisible?

Neuval posó los pies en tierra firme dentro del bosque. Se giró hacia Alvion, que se había quedado quieto ahí al lado, mirándolo.

—Escuchándola.

—Obvio —bufó Neuval.

—No. Obvio, no. A veces creemos que escuchamos a los hijos, pero no lo hacemos. Les dejamos hablar, pero nosotros ya hemos tomado una postura defensiva, condescendiente y paternalista, y mientras les dejamos hablar, nosotros solamente estamos preparando para ellos una respuesta premeditada, la misma que le dimos antes y no sirvió de nada. Acusamos a nuestros hijos de ser los cabezotas, cuando nosotros también lo somos, igual o más. Nos empeñamos en recurrir al mismo método para intentar educarlos o enseñarles cuando ya vimos que ese método no sirvió ni la primera ni la segunda vez. En lugar de buscar nuevas formas de acercarnos a ellos con éxito, nos aferramos a nuestra razón, y cuando hacemos eso, creamos un muro entre ellos y nosotros.

»Escucha lo que tu hija tenga que decirte. Sin tratarla como a un ser inferior, o como a una ingenua que no tiene idea de nada. Cada vez que la interrumpas, le grites o le repitas la misma respuesta, es una piedra más en el muro. Y ella aprenderá de tu ejemplo y hará lo mismo. Es cierto que eres más listo que ella y con más experiencia, pero no se lo restriegues, házselo ver como un recurso con el que ella puede contar y confiar. Que no vea tu sabiduría superior como una enemiga, sino como una amiga. Que no estás ahí para regañarla, sino para guiarla.

»Así aprendió Lao a hacerlo contigo. Y por eso no existe ni un solo grano de arena entre vosotros. Y sobre todo, sobre todísimo —levantó un dedo—, asegúrate de que ella sabe cuánto la quieres. Porque si un padre no le dice a su hija que la ama, un día un hombre que no la ama se lo dirá, y ella se lo creerá.

Neuval se quedó callado un momento. Casi se sentía culpable de no pagarle a Alvion.

—Hm… —murmuró al final, disimulando lo mucho que admiraba esos consejos—. Si le demuestro a Cleven todo el amor que siento por ella, explotará en dos segundos.

—Ya, la idea es que te controles. Porque si hicieras con tu hija de 16 lo mismo que hacías con ella a sus 2, 4, o 6 años de edad, la acabarás ahuyentando de verdad.

—¿Yo? ¿Qué hacía?

—Abrazarla y llorar de felicidad como un idiota cada vez que te la cruzabas y no soltarla nunca…

—Bueno, la soltaba a los 12 o 13 minutos —se defendió—. Pero sí, entiendo lo que dices. Contener todo mi amor paternal dentro e ir sacándolo en dosis moderadas para que no se asuste y descubra que estoy como una regadera. Sería mucho más fácil si ella no se pareciera tanto a ¡Kaaaatzhhh…! —gritó de repente, pues salió volando inesperadamente y en un segundo se quedó viéndolo todo del revés. Alvion seguía abajo en el suelo, observando con calma que estaba colgado de un pie a varios metros del suelo por una rama de sauce viviente.

Woh, ti ho catturato! Hahaha! —dijo una voz femenina.

Una chica joven apareció de entre los arbustos luminiscentes de más allá, corriendo hacia su presa. Pero nada más ver a Alvion, frenó en seco, con el corazón en la garganta, y se apresuró a arrodillarse ante él con la vista baja y guardando silencio, cumpliendo con el saludo de respeto.

Neuval, por otro lado, seguía colgando ahí arriba de un tobillo, viendo las estrellas. Por un momento consiguió ver a la chica que estaba justo debajo de él. Era una joven que iba vestida con el traje reglamentario de los “iris” filiz: un pantalón blanco bombacho que iba ceñido en la cintura y en las rodillas, y una camiseta negra de licra ajustada. El calzado era ligero y cubría hasta las rodillas, eran como unos calcetines negros con suela de goma de estilo tabi, o ninja. Como el fajín que tenía atado a la cintura era de color verde claro, Neuval supo que era una “iris” planta, y eso explicaría por qué una simpática rama de sauce lo estaba cogiendo del pie.

—Ciara. ¿Dónde andáis? —se oyó otra voz por los alrededores, masculina y suave.

Entonces apareció un tipo muy peculiar de entre los árboles. Era un hombre muy alto y delgado, e iba vestido con una larga capa negra de estilo renacentista, un pañuelo blanco con dobleces atado a su cuello y unos pantalones negros de cuyo cinturón colgaban cadenas, hebillas y calaveras de plata. Sus botas eran altas, también negras y gruesas llenas de correas, y en la cabeza llevaba un alto sombrero de copa, decorado como banda con unos extraños discos de plata. Tenía el pelo ondulado, medio largo y castaño, y una cara pálida de marcadas facciones con unos profundos ojos color café. En las orejas y en las cejas tenía varios pendientes de diferentes tipos, y debajo del labio dos piercings que parecían pequeños colmillos sobresaliendo de la piel. Era como... un hombre completamente gótico y a la vez con pinta de aristócrata. Era un Knive.

—Oh, maese Alvion, doy albricias de vuestro regreso —sonrió este hombre, inclinándose cortésmente ante él, poniendo una mano en el regazo y la otra en la espalda, habiéndose quitado antes el sombrero de copa.

Alvion hizo un asentimiento.

—Ciara —le dijo el anciano a la chica, indicándole con ello que podía levantarse.

—Mi Señor —contestó ella respetuosamente en chino.

—Monk Knive —llamó el anciano al monje—, cabe la posibilidad de que dentro de una hora o dos vuelva a recurrir a ti y a tu terapia de relajación.

—Pues será un placer, como siempre —sonrió el siniestro hombre—. Mas no comprendo, que yo sepa lo único de este mundo que os estresa es Fuujin. ¿No era así?

—¿Hola? Tranquilos, no hay prisa, aún quedan unos segundos para que os vomite encima —irrumpió Neuval, con gran sarcasmo y dolores de cabeza, colgando sobre ellos.

La chica y el hombre siniestro alzaron la vista con sobresalto.

Oh, perdonami, per favore! —se apuró la chica, apuntando con sus manos hacia él, y la rama de sauce bajó a Neuval al suelo—. L'ho confuso con monk Knive!

—¿Me confundisteis con otra persona, a estas alturas de entrenamiento? —desaprobó el monje—. Ciara, debería asignaros más horas de ejerci... ¿¡Fuujin!? —saltó, al reconocerlo por fin.

—Hey, Knive —saludó este a su antiguo maestro de autocontrol, intentando ponerse en pie pese al mareo con la ayuda de la chica italiana.

Stai bene? —preguntó ella, preocupada.

—Sí, tranquila —sonrió Neuval.

El monje Knive lo agarró de los hombros y lo miró fijamente unos segundos.

—Seguís igual que siempre, ¡tenéis buen aspecto! —celebró el monje, contento de verlo.

—Lo mismo te digo, monk —casi rio, también contento de volver a verlo después de cuatro años, en la última visita que hizo al Monte para...

—¿Edonus Vigi? —preguntó el monje, preocupado—. Fuujin, ¿habéis vuelto para someteros a esa dura prueba de autocontrol otra vez? Os recuerdo por enésima vez que yo creé esa prueba para hacerse una sola vez, y vos lleváis seis, sinceramente no quiero volver a haceros la prueba, Fuujin, es demasiado incluso para vos.

—No —sonrió Neuval—. Esta vez no he venido a eso. Dime, ¿qué haces con esta chica?

—Ah… Maese Alvion nos ha encargado a mí y a unos cuantos monjes más entrenar de su parte a los “iris” con elemento durante su ausencia. Ahora estoy con un grupo de diez “iris” planta.

Los monjes, principalmente, entrenaban la primera mitad del año a los “iris” que aún no habían adquirido elemento. El monje Knive instruía técnicas de autocontrol mental, lógica de campo y agilidad. Desde luego, con su aspecto, no se parecía a un monje. Los demás monjes tampoco es que fueran muy normales. Eran humanos, pero muy inteligentes y entrenados para enseñar de todo. Las grandes técnicas relacionadas con la mente y con habilidades sobrenaturales que no eran los elementos, las enseñaba Denzel a los monjes y estos después a los “iris”.

No obstante, el monje Knive no era solamente un monje. Muy pocos sabían la verdad sobre él y sobre su apellido. Procedía de un linaje tan antiguo como el propio mundo, un extenso clan, humano, pero dotado de unas habilidades especiales que manifestaban a través de ciertos objetos que ellos mismos forjaban y fabricaban, a los que llamaban “talismanes Knive”. Estos talismanes eran objetos extremadamente peligrosos en las manos inadecuadas, incluso sólo con tocarlos, y podían adoptar una forma inofensiva como objetos comunes. El monje Knive llevaba ahora mismo más de una docena de talismanes en su cuerpo. Eran los diversos pendientes que decoraban sus orejas, algunos anillos y adornos de sus ropas. Y el más importante, la banda de su sombrero de copa, que era una cadena de discos de plata.

—Ciara, id con los demás “iris” hacia el templo, es hora de la cena —le ordenó Knive—. Presto, per favore.

La joven “iris” novata asintió con la cabeza y se fue de allí dando un salto que la llevó a perderse por encima de las copas de los árboles.

—¿Y qué tal te va, Viggo? —le preguntó Neuval al monje—. ¿Nos acompañas hasta el templo? Creo que Alvion ya ha terminado de psicoanalipasearme.

—¿Mas qué asuntos os aguardan en el templo, Fuujin, y acompañado ni más ni menos que del mismísimo Alvion en persona? —preguntó curioso.

—Ah, nada importante. ¿Cómo está Jannik? Debe de haber crecido mucho. ¿Puedo ir a saludarlo?

—¿Cómo? —se extrañó el monje—. ¿No os habéis enterado aún?

—¿De qué?

—En el exilio no le estaba permitida esa clase de información —intervino Alvion, emprendiendo la marcha, pasando entre los dos con su parsimonia de siempre.

—¿¡Estaba!? —el monje creyó entender y miró a Neuval con sorpresa, empezando a sospechar por qué Fuujin había venido al Monte Zou esta vez—. ¿Y ahora? ¿Le está permitida? —sonrió suspicaz.

—Sí —contestó el anciano, haciendo que las plantas que bloqueaban su camino se apartaran a un lado con una simple orden mental.

—Mi hijo se convirtió en “iris”, Fuujin. Hace unos dos años —le explicó el monje Knive.

Neuval se quedó de piedra.

—¿¡Qué!? ¿¡Cómo!? ¿¡A quién vio morir!? ¿¡Es eso siquiera posible en los Knive!?

—Es… bueno. Vio morir a su más querido amigo, cuando estábamos en Dinamarca visitando a la familia. Una tragedia. Es una historia complicada que prefiero guardarme, si no os importa.

—No, claro… —contestó Neuval enseguida—. Cuánto lo siento, Viggo. Si fue hace dos años, ya debe de estar trabajando en una RS. ¿Dónde se encuentra ahora Jannik?

—Con Nicolás Suárez.

Neuval se paró en seco, eso tampoco se lo esperó.

—¿Con Pipi? ¿Jannik está en la SRS de Pipi? Dios mío… a Pipi ha debido costarle mucho ocultarme esta noticia durante dos años. Siendo el sucesor de la SRS de mis suegros, y mi mejor amigo, y el hombre más bocazas que conozco…

—No es una información que debiera ser tampoco revelada fácilmente a cualquier persona, Fuujin.

Neuval se quedó callado, entendió a lo que se refería.

—Claro. Lo entiendo. Al fin y al cabo… todo esto significa que tu hijo es el primer Knive de la historia que se convierte en “iris”.

—Lo es —asintió el monje—. Y en efecto, eso nos ha causado problemas. La rama primaria del clan Knive ya se enteró pocos días después. Ahora, no sólo me desprecian a mí y a mi hijo por ser de la rama secundaria aliada de la Asociación, nos odian el triple por ser yo un monje y él un "iris", y la verdad es que tengo miedo de que los Knive primarios vayan a por mi hijo por esto, sobre todo porque ya no vive aquí, dentro de las tierras Zou.

—No se atreverán —negó Neuval—. Si nadie tiene las agallas suficientes para enfrentarse a un Knive, a un “iris” Knive mucho menos, ¿no crees? ¿Qué elemento es Jannik?

—El vacío.

—¡Fuuf! —resopló el parisino, poniendo una mueca de impacto—. ¡Triple razón!

—Y ya está en el nivel -san.

—¿¡Dos años y ya es un Yamijin-san!? —se agarró de los pelos, ya era demasiado para él—. Caray, ahora tu hijo es algo sin precedentes. Alvion, ¿cómo te hace sentir albergar en tu Asociación a un ser tan extremadamente poderoso y peligroso, un Knive “iris” Yami, y estar conectado a él?

—¿Y qué te crees que he hecho contigo? —le espetó el anciano.

—Vamos, yo no doy tanto miedo ni soy tan peligroso como un Knive.

—Destruiste un país hace siete años —le recordó Alvion

—Primero, destruí sólo la mitad de Japón —le corrigió Neuval—. Y segundo, eso lo hizo mi majin. Yo no soy mi majin. Todos sabemos que los Knive son otra historia. Eran los policías de la antigüedad, al fin y al cabo —miró al monje—, pero, comparada con la policía de ahora, erais mil veces peores. Incluso los Zou os temían, ¿a que sí, vejete? —miró a Alvion.

—Mis antepasados ya sufrieron mucho cuando los Knive antiguos trataban de cazarnos —asintió Alvion con desgana—. Han sido los peores enemigos que la Asociación ha tenido, los Zou jamás hemos sabido enfrentarnos a sus habilidades pese a ser humanos, es normal tenerles miedo.

—A tus antepasados les daría un infarto cerebral sólo por saber que aceptaste a un Knive para servir como monje.

—Mis antepasados entenderían las circunstancias diferentes de estos tiempos, especialmente si conocieran a Viggo y a Jannik en persona. Cambiarían su opinión tan extrema hacia los Knive. No todos los Knive son malos y esto ya lo demostraron cuando yo tenía 10 años.

—O sea, hace un siglo.

—Sí, hace 100 años ya había un gran número de Knive posicionándose en contra de la tradicional y milenaria ideología de su linaje, y se separaron del clan principal en una rama secundaria. A diferencia de mis antepasados, yo ya crecí conociendo a Knive que no eran ni querían ser enemigos de la Asociación. Yo no tuve que aprender a combatir contra ellos porque los Knive primarios ya se habían debilitado y exiliado, hoy en día la “nobleza oculta” ya no ejerce su profesión. Así que es para mí un placer y un honor albergar en mi Asociación a cualquier persona, humana o no, que tenga buen corazón y quiera aportar su granito de arena para mejorar el mundo.

Neuval y el monje, caminado por detrás del anciano, cruzaron una sonrisa silenciosa. Llegaron al final del bosque, encontrándose en el borde de la meseta. Delante de ellos ya se expandía el inmenso valle con las dos ciudades opuestas.

Desde aquí se podían ver unas gigantescas y muy extrañas estructuras sobresaliendo de la tierra, en diferentes puntos de las ciudades, como anillos de roca antigua que emergían en varias zonas de la ciudad, las recorrían desde 500 hasta 1000 metros de distancia por encima y volvían a introducirse en la tierra. Eran los Arcos Divinos. Se decía que en realidad eran de madera fosilizada, que eran las raíces de un antiquísimo árbol gigante que quedó enterrado en el valle milenios atrás. Otros decían que eran de piedra y construidos por el primer Zou. Pero la teoría más aceptada recogía un poco de las anteriores, que eran realmente raíces fosilizadas de una antigua planta gigante y que fueron sacadas de las entrañas de la propia tierra por el mismísimo Wei Zou, el primer Zou del linaje y fundador de la Asociación, igual que hizo con el entero Puente Blanco, cuando se apoderó del valle y construyó todo lo que ahí había.

Lo que se sabía seguro, es que los Arcos Divinos eran canales por donde fluía la energía de los Zou para alimentar todas las tierras de vida, de agua corriente, electricidad, suelos fértiles, y hacer posible la coexistencia de los dos climas contrarios de las dos ciudades opuestas. Dentro del Monte Zou, en una sala subterránea del templo, era donde los Zou mantenían vivo un núcleo de energía que llevaba cuatro siglos activo y este estaba conectado al resto del valle, las ciudades y las aldeas mediante los arcos.

Wei Zou creó ese núcleo de energía. Pero jamás le dijo a nadie ni dejó por escrito cómo lo hizo, de dónde lo sacó o de qué estaba hecha esa energía. Tan sólo les enseñó a sus descendientes cómo mantenerlo activo y cuidarlo. Nada más.

Por este borde de la meseta pasaba una carretera, con aceras adoquinadas a ambos lados. Los tres caminaron un poco siguiendo la carretera hasta llegar a una pequeña aldea, situada justo en la linde del bosque y en el borde de la meseta. Tenía casitas acogedoras que recordaban a las de un pequeño pueblo medieval, y las farolas y las luces en la noche parecían el alumbrado de Navidad. Había bastante gente caminado por ahí, y muchos iban en bicicleta.

Esta pequeña aldea rodeaba en su centro una amplia plaza, de 85 metros de ancho, que destacaba por la diferencia de color de su suelo, de pulida howlita blanca con vetas negras, pues se trataba ni más ni menos que del comienzo del Puente Blanco.

—Monk Knive, por favor, adelántate y reúne a todos los monjes del Consejo en la Sala de Juicio —le dijo Alvion.

—Como ordenéis, maese —asintió con una inclinación.

Le dedicó una última sonrisa emocionada a Neuval, pues estaba ya convencido de que todo esto se trataba de su regreso a la Asociación y no solamente de su juicio por la masacre de su último brote de majin. Neuval se despidió de él y el monje se marchó veloz por el puente hacia la Ciudadela.


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