1º LIBRO - Realidad y Ficción
Justo cuando apenas había pasado una hora desde que llegó del trabajo y se había echado a dormir, Kamui abrió los ojos de golpe al escuchar unos ruidos en alguna otra parte de la casa. Parecían los ruidos de alguien entrando por la ventana de la cocina. Era la única ventana que había dejado abierta. Como daba al patio ajardinado interior de la urbanización, solía ser improbable que alguien pudiera colarse por ella. Antes de levantarse de su cama, cogió el bate de béisbol que escondía bajo el colchón, y se dirigió hacia la cocina despacio y con discreción, preparado para batear la cabeza del intruso.
Nada más pararse en el pasillo, al lado del marco de la puerta de la cocina, vio la leve sombra del intruso que la lejana luz de las farolas del patio interior proyectaba. Entonces, aguantó la respiración, dio un paso adentro y blandió el bate. Sin embargo, en una fracción de segundo, Kamui apenas se dio cuenta de que un chorro de agua golpeó su brazo, y acabó con el brazo totalmente pegado a la pared, cubierto de una fuerte coraza de hielo. El bate cayó al suelo.
—¡Por Dios, Drasik! —respiró Kamui con el tremendo susto encima, reconociendo al chico nada más verlo con sus pelos de loco, y con la luz azul claro que emitía su ojo izquierdo.
—Ups… Lo siento mucho, señor Kinomoto —se apuró el chico, deshaciendo el hielo con un movimiento y liberando su brazo.
—¡Creía que eras algún matón o alguien que venía a tomar represalias conmigo! ¡Sabes que me dedico a una profesión peliaguda!
—Lo lamento, lo lamento, es que no quería llamar al telefonillo y despertarlo. Pretendía colarme por la ventana de la habitación de Nak, pero estaba cerrada, entonces he saltado al otro lado del edificio y he visto la ventana de la cocina medio abierta…
—Ayyy… está bien, me da igual… —lo frenó Kamui, con una cara realmente soñolienta y con sus cabellos largos muy despeinados—. Si vais a hablar de vuestros asuntos de iris, no hagáis ruido, por favor.
Kamui se encerró en su habitación y Drasik abrió la puerta de la de Nakuru sin ningún cuidado, por lo que la chica pegó un salto en su cama y miró con alarma a su alrededor, con su ojo izquierdo brillando de su luz naranja. Al ver a Drasik, lanzó juramentos sobre unas cuantas cosas, pegó un suspiro de desasosiego y volvió a cubrirse con la manta.
—Hey, Nak, no me ignores.
—¿Qué haces aquí? —masculló con voz cansada—. Son las tres de la mañana.
—Venía a preguntarte si te vienes conmigo.
—¿A dónde? —bostezó.
—A la pelea.
Nakuru se destapó y se sentó sobre la cama, frotándose los ojos.
—Espero que se trate de una broma. Si es así, te la perdono.
—¿No? Bueno, entonces me voy.
—Dios mío, Dras, ¿es que tú no duermes? ¿Qué has estado haciendo? ¿No te puedes estar quieto ni un ratito?
—Hasta luegooo... —se despidió con voz cantarina, saliendo por la puerta.
—¡Ni se te ocurra ir! —saltó de la cama y corrió tras él—. ¿Por qué no puedes obedecer por una vez en tu vida las órdenes que te dan? Nuestro trabajo ha acabado por ahora.
—Antes muerto que aceptar órdenes de Raijin —replicó con cara alegre, saliendo de la casa.
Nakuru se quedó en la puerta, siguiéndolo con la mirada. Fue a decirle algo, pero ya lo había perdido de vista. Dio otro suspiro y se llevó una mano a la cabeza, abatida. Pasó de detenerlo, sabía que sería inútil, así que volvió a meterse dentro de la casa con intención de seguir durmiendo. Sin embargo, la conciencia le remordía un poco por dentro.
No hacía ni tres meses que la KRS se había visto envuelta en otro asunto similar, una RS fastidiando a otra, solo que esa vez la víctima fue su aliada ARS, la roja, y le pidió ayuda a la KRS. Incluso Lao echó una mano, puesto que necesitaban el Fuego y Kyo por aquel entones seguía en el Monte Zou. Este tipo de problemas no eran más que pura rutina para los iris, y por una vez que le mandaban algo fácil a Nakuru y a Drasik, este no se conformaba, como siempre.
* * * *
Kyo ya había llegado al tramo final de la autopista Bayshore, en la bahía de Tokio. Iba caminando con más calma, ahora que estaba fuera de peligro. Había dejado atrás bastantes kilómetros desde la ciudad vecina de Yokohama, los cuales los había hecho corriendo tan veloz como un coche gracias a las habilidades que adquirió con el iris. Pero hasta un iris tenía sus límites físicos.
Tenía un aspecto horrible, ya se había dado cuenta de que iba a tener que comprarse otro uniforme para el instituto. Estaba deseando darse un baño con agua hirviendo y dormir en su cama, llegar a su casa y poder alejarse un rato de todo lo que había vivido. Había estado desde el viernes pasado, hace cuatro días, corriendo de un lado a otro, huyendo de la MRS y preocupado por poner a salvo el pergamino a todas horas.
En fin, ya había llegado al final del entuerto. Se sentía bien, y aprovechó para respirar profundamente el aire de la madrugada y contemplar la ciudad a la que se estaba acercando. Todo estaba solitario, apenas pasaban coches por el puente y sólo se oía el susurro de las aguas del mar debajo.
Cerca del final del camino, entornó los ojos para ver bien. Le pareció que había alguien allí, y cuando anduvo unos pasos más, pudo reconocer su cabello blanco. Él también lo había visto, pues había echado a correr hacia él. Cuando lo tuvo a dos pasos, lo primero que hizo el viejo Lao fue abrazarlo con todas sus fuerzas, levantándolo del suelo, de tal forma que Kyo creyó sentir que se le rompía una costilla.
—¡Sí señor, sabía que todo saldría bien! —carcajeó Lao, dejándolo de nuevo en el suelo.
—Yo también me alegro de verte, abuelo Lian —sonrió Kyo—. Tengo el pergamino bien guardado, la verdad es que podría haber sido peor.
—¿A quién le importa el papel de culo ese? Estás bien, ¿verdad? —preguntó, cogiéndole la cabeza, los brazos, dándole la vuelta, examinándolo.
—Ya vale —protestó con paciencia—. Estoy perfectamente.
—Sólo pequeños rasguños y disfrazado de vagabundo, me conformo. ¿Cómo van Raijin y los demás?
—Deben de estar con el duelo todavía. Pero sé que podemos confiar en ellos.
Los dos permanecieron un rato en silencio, en el que Lao lo estuvo observando con una preocupación contenida, sin poder evitar recordar la discusión que tuvo ayer con su madre Suzu, mientras el chico se ponía la bufanda sobre la cabeza para abrigarse las orejas.
—Kyo... —murmuró Lao—. Oye, ¿estás seguro de querer seguir metido en este trabajo?
—Claro —contestó con firmeza—. No me voy a echar atrás ahora, abuelo.
—Ten en cuenta todo lo que te espera —insistió—. Mucha gente preferiría tener una vida normal.
—Hah... —casi rio—. ¿Vida normal? ¿Qué es eso? Desde que nací, he crecido viéndote a ti y a Yousuke creando y controlando el fuego con vuestra mente y cuerpo, luchando contra criminales, salvando vidas, levantando camiones sobre vuestras cabezas o saltando veinte metros de altura.
—Pero ya no eres el espectador que observa al margen y libre de responsabilidades.
—Tienes razón. Ahora soy como tú y como You. Pero tener una "vida normal" se me hace una opción pequeña y aburrida cuando todo un mundo mucho más grande se abrió ante mí desde que tengo memoria. Convertirme en iris no es la razón por la que rechazo vivir en la normalidad y en la ignorancia, abuelo, sino ser un Lao. Y esto deberías saberlo ya.
—Tampoco te involucrabas demasiado en los asuntos de iris cuando eras humano —frunció el ceño.
—No hablaba de mí —sonrió.
—Ay, Dios mío... —entendió el viejo—. ¿Qué ha hecho tu hermana ahora?
—Tranquilo, desde que llegué del Monte hace unas semanas, me he pasado 24 horas al día oyéndola quejarse de lo injusto que es que no la dejes tener sus propias pistolas.
—¿¡Para qué quiere Mei Ling unas pistolas!?
—Está cansada de despellejarse los nudillos de tantos puñetazos que da a delincuentes callejeros cuando salva a alguien indefenso de ellos. Dice que si tuviera dos pistolas enormes, solamente tendría que enseñarlas para ahuyentar en dos segundos a los delincuentes y ahorrarse los puñetazos.
—¡Dile a tu hermana por milésima vez que deje de hacer esas cosas por la calle, que eso es trabajo de los iris, no de los humanos!
—Ya sé. ¿Por qué no se lo dices tú en persona, por una vez?
—¿¡Estás loco!? ¡La última vez que se lo dije se pasó cuatro horas gritándome por haber herido su orgullo humano y su derecho humano de hacer lo que quiera con sus puños! ¡Y después, una semana sin hablarme! Que se lo diga yo la pone más frenética que si se lo dice otro. Mei Ling me da miedo...
—¿Entiendes ahora que los Lao somos así de espíritu, y no por el iris, y que no puedes hacer nada por evitarlo?
El viejo se quedó callado. Tenía que reconocer que el chico tenía razón. Por eso, preguntarle a Kyo si no prefería tener una vida normal era quizá algo ofensivo para él, como lo era para Mei Ling que su abuelo le dijese que ella como humana no debería hacer lo que es trabajo de un iris. Obviamente, Lao comenzó a vivir de la mano inseparable del miedo desde el momento en que se casó y tuvo a su hijo Sai. La familia que él creó iba a vivir ligada a la Asociación para siempre porque él era un iris y pensaba serlo para siempre. Por eso, tenía que atenerse a las consecuencias, no sólo provocadas por su profesión, sino también provocadas por su sangre.
El viejo Lao no era un luchador por ser un iris, era un iris porque siempre fue un luchador. Irónicamente, su nieta mayor Mei Ling era la Lao que más se parecía a él de todos, defendiendo al mismo tiempo su honor como humana. De modo que ser así, ser de aquella forma, ya estaba en los genes Lao. Pero incluso estos genes habían llegado a expandirse más allá de la sangre y habían influido de igual manera a Neuval, a Lex, a Cleven y a Yenkis. A pesar de que estos dos últimos no recordaran ni supieran nada. Mantener el apellido biológico Vernoux sólo era para mantener la seguridad. Pero Neuval, Lex, Cleven y Yenkis eran originalmente auténticos Lao de espíritu.
—Además —añadió Kyo—. No voy dejar que los asesinos de papá y de You se libren de la venganza y el sufrimiento que merecen.
Lao lo observó con un brillo de orgullo en los ojos.
—Muy bien —asintió el viejo—. Venga, te llevaré a tu casa, necesitas descansar.
—Sí —contestó, emprendiendo la marcha—. Ah, por cierto... —recordó mientras se frotaba los ojos, sintiendo un pequeño mareo—. Tengo que hablar con Fuujin de algo importante.
—¿Y eso? —se extrañó.
—Como tú siempre andas con él, ¿podrías decirle que tengo que contarle una cosa? Personalmente.
—No sé... —titubeó—. Espero que no sea algo relacionado con las RS, porque Neuval con esos asuntos ya no quiere tener nada que ver...
—Sí, lo sé, pero creo que debe saberlo, le guste o no —insistió, volviendo a frotarse los ojos, debilitándose—. Además, recuerdo que el día en que nos declaró lo de su exilio, nos dijo que no le involucrásemos más en estas cosas, salvo una excepción: dijo que si por casualidad veíamos algún día a cierta persona, le informásemos de ello enseguida.
—¿Cierta persona? —preguntó confuso—. Vaya, no me acuerdo.
—Bueno, ¿puedes decírselo?
—Sí, claro.
—Ahora.
—No, no, no, chavalín —lo frenó—. Lo haré mañana, tú ahora te vas a casa y te relajas, ¿entendido?
—Pero... —fue a protestar, sin embargo, se le cerraron los ojos de repente y se desplomó.
—¡Eh...! —saltó Lao, perplejo, agachándose junto a él—. ¡Hey! ¡Kyo! —le meneó el hombro—. ¿Qué te pasa? ¿¡Me oyes!? ¡Mira, tengo chocolate caliente!
Lao se dio cuenta de que el chico estaba inconsciente. Se tranquilizó al ver que no pasaba nada grave, pensó que era cosa del cansancio, más bien esperó que fuera por eso. Así que, cogiéndolo a caballito, se apresuró a llevarlo a casa.
* * * *
La situación con Sakura y con Effie estaba en un momento peliagudo. Cuando se trataba de una pelea entre diferentes elementos, era casi como jugar a "piedra, papel o tijera". Según cómo usasen las diversas capacidades o efectos físicos de sus elementos, podían tener ventaja o desventaja entre ellos.
Por ejemplo, el iris Fuu tenía la gran ventaja de que su elemento, el aire, lo envolvía todo. A no ser que algo estuviera sumergido en agua o bajo tierra, ese algo estaba en constante contacto con el aire. Aquí, Sakura podía defenderse con su agua contra el Fuu enemigo. Por su parte, el iris Yami tenía un efecto letal sobre los demás, ya que creaba el vacío, hacía desaparecer la materia, y todos los demás elementos eran materia. No obstante, lo tenía mucho más difícil con el elemento Den, o el Hosha, ya que la energía lumínica o la electromagnética no tenían ningún problema con existir o desplazarse por el vacío, a no ser que el Yami concentrara más esfuerzo en hacer desaparecer estas formas de energía, pero para eso tenía que ser más rápido que ellas. Y era difícil ser más rápido que la luz o el rayo. Por tanto, aquí, Effie podía defenderse con su electricidad contra el Yami enemigo.
El problema que tenía Sakura si atacaba al Yami, es que si lanzaba su agua contra él, lenta en comparación con un rayo, él tendría tiempo de crear un campo de vacío entre medias, y al entrar en este, el agua quedaría congelada en un segundo, y al siguiente segundo explotaría en moléculas y estas moléculas desaparecerían. Luego, el problema que tenía Effie si atacaba al Fuu, es que este podía afectar a la carga de electrones que hubiese en el aire de su alrededor simplemente variando las masas y temperaturas del aire, y entorpecer así la descarga eléctrica que ella lanzase o su trayectoria. Pero claro, para eso, el Fuu tenía que estar variando ya mismo las masas de aire y de forma continua, antes del ataque. Si Effie lanzara un rayo primero, obviamente al Fuu no le daría ni un segundo de tiempo para evitarlo con su dominio del aire.
Así que, Sakura y Effie debían trabajar en equipo aquí, ataques coordinados y mutua protección ante sendos enemigos.
Pero ese no era el problema. El problema es que, en medio de su pelea por el Parque Yoyogi, los cuatro iris se habían topado con un coche de policía que iba lentamente por un camino y con las luces apagadas. Al tratar de huir por otro lado, se toparon con otro coche policial haciendo lo mismo. Además, eran vehículos negros, diferentes a los habituales. Por eso, tanto Sakura y Effie como sus dos oponentes se habían largado de inmediato a otra zona del parque, lo más lejos que pudieron. Y ahora estaban ellas dos escondidas tras unos árboles de una zona boscosa, y los otros dos escondidos cerca, detrás de un monumento de piedra de arte moderno. Había algunas farolas encendidas por la zona, pero todo estaba silencioso. Llevaban ya diez minutos así, esperando, no muy seguros de cómo actuar. Hasta que a Effie se le agotó la paciencia.
—¡Bueno! —exclamó, haciéndose oír—. ¡Lo dejamos aquí! ¡Victoria para la SRS y la KRS!
—¡Y una polla como una olla! —contestó uno de los enemigos de la MRS, oyéndose su voz por detrás de aquel monumento—. ¡Si te rajas, significa que ganamos nosotros!
—¡Sé realista, hombre! ¡Los de la MRS ya perdisteis desde el principio! ¡Estamos peleando dos RS contra una! ¡Vuestros compañeros van a perder contra los nuestros de todas formas!
—¡Largaos tú y tu compañera si queréis! —dijo el otro enemigo, el joven Fuu—. ¡Pero eso significará que nosotros seguiremos teniendo vía libre para reunirnos con nuestros compañeros y ganar el duelo!
—¡Vosotros de aquí no os movéis! —saltó Sakura con enfado—. ¡Declarad la derrota! ¿¡No habéis visto esos dos coches patrulla!? ¡A saber cuántos más hay por el parque! ¡No debemos seguir peleando si hay "nocturnos" cerca!
—¡Miedicas!
—¿¡A quiénes llamas miedicas!? —gruñó Effie, saliendo de su escondite con el puño en alto—. ¿¡Quieres que los "nocturnos" te graben la jeta!? ¡Ni a nosotras nos conviene que la poli cace a uno de vosotros, ni a vosotros os conviene que cacen a una de nosotras! ¡Tenemos aquí un enemigo común! ¡No podemos arriesgar a la Asociación entera si este duelo nos acaba exponiendo a los cazadores!
Los "nocturnos" era como los iris de Tokio llamaban a los coches patrulla que conducían única y exclusivamente los agentes que trabajaban para Hatori Nonomiya, el jefe de la Policía, en la específica misión de perseguir o intentar capturar a un iris. Siempre iban con las luces apagadas, eran de color negro y se movían tan lento que el motor apenas emitía sonido, por lo que incluso para los iris era difícil detectarlos con antelación si estaban ocupados en alguna actividad iris por la noche, como acababa de pasarles a estos cuatro.
¿Eran un problema? Eran extremadamente peligrosos, porque eran vehículos equipados con cuatro cámaras de visión nocturna que cubrían toda su visión periférica. Si una de estas cámaras hubiese captado, aunque hubiese sido por un segundo, el rostro de Effie o de los otros justo cuando en esa oscuridad sus ojos izquierdos les brillaban inevitablemente, no sólo los identificarían como iris, sino también su identidad humana, y a partir de ahí, era cuestión de tiempo ser detenido o capturado, y de ahí, ser interrogado, posiblemente torturado, hasta sonsacar la información que podría poner a la Asociación en jaque.
Por supuesto, un iris estaba entrenado para soportar la peor de las torturas e incluso preparado para morir sin soltar ni una sola palabra. Pero desde que el padre de Hatori fundó el mayor grupo internacional clandestino de cazadores de iris hace varias décadas con unos cuantos políticos y convirtió la caza de iris en la misión secreta más importante de esta cooperación internacional, la Asociación ya empezó a sospechar que Takeshi, el padre de Hatori, se había apoderado, de algún modo, de ciertas tácticas para llegar a aturdir o manipular la mente de un iris. Tácticas que supuestamente los humanos no podían llegar a desarrollar o siquiera efectuar. Pero Alvion Zou ya descubrió hace años que Takeshi se hizo amigo de ciertas personas más, aparte de políticos humanos de otros países.
—¿¡Y si en uno de esos "nocturnos" que hemos visto iba el mismísimo Hatori vigilando!? —insistió Sakura.
—¡Dudo que él participe en persona! —replicó uno de la MRS.
—¿¡Naciste ayer!? —impugnó Effie—. ¡Ese Hatori se implica en todo! ¡Va en persona hasta cualquier rincón! ¡No le importa ensuciarse ni meterse por cloacas si es necesario!
Lo que los iris de Japón sabían sobre el carácter de Hatori era cierto, pero no lo sabían todo, como los problemas personales que tenía con su padre. Todos daban por sentado que, si Hatori se encontrara con un iris en bandeja, fuera de juego, en un estado fácil de capturar, lo cazaría sin duda, de inmediato. Lo que no sabían, es que esta situación ya se dio, precisamente ayer. Cuando Drasik y Nakuru estaban acorralados por la iris Den de la MRS y el viejo Lao apareció y la contraatacó con su fuego, la Den quedó inconsciente ahí en la callejuela, y Drasik, Nakuru y Lao se marcharon, dejándola ahí. Ninguno se percató de que Hatori había estado observando aquel altercado desde la distancia con uno de sus subordinados.
Hatori pudo ir perfectamente hasta aquella iris Den noqueada y haberla apresado, pero no lo hizo, y no porque no quisiera, sino porque no lo tenía permitido.
Hace poco más de un año, estuvo en una situación similar, en medio de una operación en la que tuvo una perfecta oportunidad de cazar a un par de iris. Pero, de repente, su padre apareció en la escena, vino en persona en su coche oficial, expresamente para hablar con Hatori en privado y ordenarle que abandonara la operación de inmediato y retirara a todos sus agentes. Hatori no pudo sentirse más perplejo y contrariado, siendo su padre el mayor y más obsesivo cazador de iris, quien, por una vez, tenía al fin a un par de iris en bandeja gracias a la operación que Hatori había llevado a cabo. Pero Takeshi insistió, y le prohibió por completo capturarlos, a ellos y a cualquier iris que se encontrase. Hatori no pudo desobedecer la orden porque, al fin y al cabo, su padre era el ministro de Interior y máxima autoridad.
Takeshi se justificó diciendo que cazar a un iris era trabajo de su grupo privado y secreto de caza. Que era su trabajo, y no el de Hatori ni de la policía en general. Hatori le dijo que, entonces, le permitiera ingresar en su grupo de caza, ser miembro de él, ser oficialmente un "cazador", pero Takeshi siempre se lo negó. Siempre, sin dudarlo lo más mínimo. Hatori jamás comprendió esto, y era una de sus muchas razones por las que sus sentimientos hacia su padre distaban mucho del afecto. Y si era trabajo de los cazadores del grupo de Takeshi y no de Hatori ni de la policía común, ¿por qué Takeshi no procedió a cazar él mismo a esos iris que tuvieron en bandeja aquel día? Ordenó a todos los agentes abandonar la operación, abandonar el lugar y no hablar de lo ocurrido. Ignorar por completo a aquellos iris, que al final escaparon sin problema. Como si nada hubiera pasado.
Por supuesto. Por supuesto que Hatori sospechaba no, sino que sabía que su padre ocultaba algo. Ya se lo comentó ayer a su subordinado. Por alguna razón que no comprendía y que todavía le enfurecía, Takeshi aparentemente había pausado la caza de los iris hace siete años. Pero tras lo sucedido con la operación de hace año y medio, Hatori ya estaba convencido de que su padre, en verdad, había abandonado por completo la caza de iris. Toda una vida dedicándose a perseguirlos y soñando con capturar a uno y así descubrir y erradicar a la Asociación, y de pronto el viejo ya no quiere hacerlo.
Por tanto, Hatori se preguntaba, ¿qué demonios pasó hace siete años que hizo que su padre no sólo decidiera abandonar la caza de los iris sino también prohibírsela a todos los que estuvieran bajo su mando? ¿Por qué perdió el interés de algo que le había obsesionado durante más de 40 años?
De ahí que el jefe de la Policía ya considerase que la única solución a esta locura era heredar el cargo de su padre, quitarlo a él del medio, y convertirse en el nuevo ministro de Interior, para así empezar a hacer cambios necesarios. Y a retomar la caza abandonada, esta vez, por un camino más eficaz. Hatori así lo esperaba, cuando su padre, el día en que declarase su jubilación dentro de poco, lo eligiera a él como sucesor.
—¡Eh, capullos! ¡Habrá que tomar una decisión en algún momento de la noche! —gritó Effie, harta ya de esperar—. ¡Aplazamiento, nuevo desplazamiento o derrota! ¡Elegid!
—¡Bueno! ¡Mi compañero y yo sugerimos algo! —contestó la voz de uno de ellos más allá, el que dominaba la Oscuridad.
—¿Y bien?
—¡Pues, dada la situación, teniendo en cuenta que hemos dejado a esos dos "nocturnos" bien lejos de aquí... pues...!
De repente Effie oyó un crujido extraño muy cerca de ellas, y en una fracción de segundo, supo lo que era.
—¡Sui-chan, a cubiert-...! —trató de empujar a su compañera más joven, pero un fuerte vendaval inesperado empujó a ambas por los aires y las lanzó a varios metros de distancia.
Tanto Sakura como su compañera tuvieron unas dolorosas caídas sobre una pedregosa pendiente que había entre los árboles y rodaron hasta el arroyo de abajo. Effie se llevó un buen golpe en la cabeza y se quedó aturdida. Sakura, al ver a su compañera así y sobre todo al ver que se había roto su falda nueva y se había hecho un arañazo en su bonito cutis, volvió a ponerse en pie hecha una furia.
—¡Tramposos de mierda, no podéis hacer un ataque antes de acordar con nosotras el estado del duelo! ¡Eso no se hace, cabrones! ¡Son nuestras leyes de la calle! ¡Si el duelo se ve interrumpido por presencia de la policía o del gobierno hay que desplazarse y acordar si se continúa o no!
—¡Hahahah! —el Fuu enemigo se dejó ver con la luz blanca de su ojo en la cima de la pendiente, a unos quince metros de ellas—. ¡Las leyes de la calle son para delicados, bonita...! ¡Pugh!
El Fuu no vio venir el potente torbellino de agua que Sakura le dirigió desde abajo, usando toda el agua del arroyo, en una trayectoria curva que rodeó los árboles de la zona y lo alcanzó por un lateral, y lo estampó contra el tronco de un árbol. En ese mismo instante, su compañero Yami apareció junto a él y apuntó con sus manos hacia ellas. Formó una alfombra de sombras bajo sus adversarias, que comenzó a engullirlas. Lo que hacían esas sombras era hacer desaparecer la tierra que pisaban y crear un hueco vacío, por el que ambas se estaban hundiendo y perdiendo el calor corporal. No obstante, Effie, con una ceja sangrando, y su ojo de luz amarilla guiñado para que no le entrara sangre dentro, logró incorporar un poco la cabeza y divisar la luz violeta del Yami allá en lo alto de la pendiente, por lo que nada más alzó un par de dedos de la mano, apuntando hacia él, y le lanzó un certero rayo, que iluminó todo el ambiente en un parpadeo.
El Yami, al recibir la descarga, se quedó agarrotado y cayó al suelo dolorido, sin poder moverse, y las sombras bajo los pies de ellas desaparecieron.
—¡Denjin-san! ¿Estás bien? —Sakura la ayudó a levantarse.
—¡Jugando sucio... esos malditos... bawbags! —gruñó Effie, frotándose la cabeza, pero seguía tambaleándose y todo le daba vueltas.
—Retirémonos a un lugar más seguro unos minutos para que recuperes la estabilidad, Effie, se están poniendo en pie y nos necesitamos la una a la otra para contraatacar sus elementos... Oh, no... —lamentó la Sui cuando, nada más dar media vuelta con su compañera apoyada en su hombro, se encontró, literalmente, con un muro de opacas tinieblas—. ¡Demasiado tarde, el Yami ha creado un campo de vacío gigante!
Las dos cerraron los ojos, porque esa masa negra no les dio ni un instante para reaccionar y las engulló. Notaron el frío más intenso, y la total falta de luz, aire y sonido. Pero, para su sorpresa, no duró más de cinco segundos. Cuando volvieron a abrir los ojos, ambas vieron que esa ola de sombras las traspasó de largo y continuó moviéndose pendiente arriba, hacia donde estaban los otros dos oponentes, que apenas terminaron de levantarse cuando esa oscuridad se les vino encima. El Yami no tendría que preocuparse porque era su elemento, pero se mostró realmente perplejo y asustado porque, si esa impresionante ola de las más opacas sombras no era obra suya, ¿de qué otro Yami, entonces?
No importaba si esas sombras no afectaban al Yami enemigo, porque la verdadera amenaza estaba dentro de ellas. Effie y Sakura, a pesar de que esas sombras eran un campo de vacío y por tanto no podían propagar el sonido de su interior, llegaron a oír algunos ruidos que se le escapaban, y gritos, y extraños destellos violeta moviéndose por dentro a toda velocidad.
Al final, cuando aquella masa de oscuridad desapareció, se hizo el silencio por toda la zona, y entre la escasa luz del ambiente, Sakura y Effie llegaron a divisar a los dos iris de la MRS totalmente fuera de juego en el suelo, y entre ellos, una siniestra y pequeña silueta negra con un ojo que brillaba de luz violeta.
—No puede ser... —lo reconoció Sakura, incrédula.
—¡Hah! —Effie soltó una carcajada—. ¡Jannik! ¡Pero si dijiste que no podías participar!
—¡Podrías haber avisado, nos has dado un susto de cojones! —protestó Sakura.
La pequeña silueta negra agitó un brazo como gesto de despedida y se perdió de vista entre los árboles. Effie y Sakura suspiraron aliviadas, por fin. La Sui se acercó a la boca su reloj de pulsera, que era un reloj inteligente.
—Maestro, por aquí hemos terminado. Ha aparecido Jannik en el último momento, dando el último golpe de gracia a nuestros oponentes.
—"Genial, chicas" —contestó la voz de Pipi—. "No habéis sido las únicas. Jannik también ha aparecido en la pelea de Eddie y Waine con su adversario, y en la mía con mis dos oponentes, lanzando un golpe final inesperado. ¡Hahaha! No es que yo lo necesitara, pero me ha ahorrado tiempo y esfuerzo."
—Pipi, te lo juro, ese niño a veces me da miedo —susurró Sakura.
—"Oye, sé amable con vuestro nuevo 'hermanito', que ya lleva un año con nosotros. Por algo le designé el cargo de Guardián."
—¡Sólo tiene 7 años! ¡Y apenas lleva dos años siendo iris! ¡Y tiene una forma de luchar muy rara! ¡Igual que su aspecto y su forma de hablar!
—"Dijo la gal que se pone conjuntos de ropa estrafalarios, se maquilla la cara con colores y adhesivos muy cuquis y suelta frases como 'o sea, nenis, te quedan guapis estas zapas'."
—¡Maestro! —se sonrojó Sakura con vergüenza.
—¡Ajajajaj... me meo...! —Effie ya estaba llorando de la risa.
—"Buen trabajo a todos" —dijo Pipi, comunicándose con ellas y también con sus otros compañeros—. "Si Raijin no vuelve a comunicarse para solicitar alguna otra ayuda, no hay más órdenes por mi parte" —y cerró la conexión.
* * * *
Bajando la misma calle por donde la pelea de Pipi acababa de concluir, Neuval se extrañó al oír la voz familiar de su amigo, lejana. Se acercó hacia el lugar de donde provenía y se paró en seco al encontrarse un aparcamiento entre unos edificios de oficinas dominado por una espesa niebla, que ya se estaba disipando sola. Hubo un momento en el que pudo divisar a Pipi con los otros dos iris enemigos, los mismos que vio horas entes en la Torre de Tokio, noqueados en el suelo frente a él. «Vaya nochecita llevan... Como en los viejos tiempos» pensó Neuval, y decidió seguir su camino, pasando desapercibido.
No obstante, antes de dar el segundo paso, Neuval oyó el ruido del motor de un vehículo a unos metros más allá. Se dio la vuelta y vio que se trataba de una limusina. «¡Ahí va!» se sobresaltó. Reconoció enseguida la limusina negra de Alvion. Más que nada, porque había sido el propio Neuval quien había construido ese vehículo para Alvion. Aunque esto no era algo del otro mundo, ya que desde que Neuval y Lao crearon Hoteitsuba, la inmensa mayoría de armas, vehículos y tecnología que usaba la Asociación era la que ellos creaban.
Alvion no tenía ese vehículo tan lujoso para ir cómodo por la ciudad o para presumir de lo importante persona que era, como sería lógico pensar a primera vista. Usaba este tipo de limusina especialmente diseñada por Neuval sólo cuando visitaba las ciudades, porque era un vehículo muy espacioso e intencionadamente equipado para cubrir muchas necesidades, y aunque su visita se debiera a asuntos concretos como intentar localizar al escurridizo Neuval, Alvion solía aprovechar también para encontrar a gente desamparada o en problemas por las calles, y se las llevaba en su limusina para proporcionarles ayuda o protección. ¿Y la mansión que se había comprado para alojarse en Tokio esos días? No, no era para él solo.
Neuval optó por desaparecer de allí lo antes posible, lo último que quería era que ese viejo acabara viéndolo y pillándolo por fin, así que corrió calle abajo antes de que los faros de la limusina le delatasen.
Por suerte, ni Alvion, ni su chófer ni sus dos guardianes repararon en él, aunque Alvion ordenó que se detuviesen cuando pasaron al lado del aparcamiento. Observaron a Pipi y a otros de sus jóvenes compañeros que acababan de llegar ayudándolo a cargar con los dos iris de la MRS noqueados para dejarlos tirados en un lugar menos público, dando sonoras carcajadas de victoria.
—Aay... —suspiró Alvion con paciencia—. Sigue, vayámonos ya a la mansión, necesito dormir —le ordenó al conductor mientras se masajeaba las sienes—. Los iris de hoy en día… son como críos.
La limusina se fue del lugar en dirección a dicha mansión que Alvion tenía a las afueras de Tokio, y toda aquella zona de silenciosos edificios de oficinas quedó vacía y muda, revelando de vuelta el frío de la noche.
Una vez que Neuval se hubo alejado lo suficiente de aquella zona y vio, medio escondido detrás de la esquina de un edificio, que la limusina del Señor de los Iris desaparecía en el lejano horizonte de la avenida, suspiró con gran alivio. Volviendo a ponerse serio y colocándose bien la cartera en el hombro, emprendió la marcha con aire solemne y el caminar propio de un empresario importante. No obstante, como había restos de nieve por la acera, al dar el tercer paso pegó un resbalón, tropezó estrepitosamente y se dio de bruces contra el suelo.
Se quedó ahí tendido bocabajo comiendo asfalto, pero no porque se estuviera muriendo de dolor, sino porque se estaba muriendo de la vergüenza.
—35 años siendo iris... y me resbalo con dos centímetros de nieve... —se dijo a sí mismo, y entonces se giró y se quedó tendido bocarriba en medio de la calle, mirando las nubes pasando por el cielo nocturno—. Esto son 7 años de exilio, Neuval, tienes lo que te mereces...
Permaneció así otro rato. La verdad, aquello le resultó sorprendentemente aliviante. De repente, estando ahí tumbado sobre el suelo de la calle en una zona solitaria de Tokio un miércoles de madrugada mirando el cielo desde esa inusual perspectiva, como que se sentía inesperadamente desconectado del mundo real. Fue gratificante. Le daba igual estar manchándose la ropa. Sin embargo, era la misma ropa que llevaba cuando mató a aquellos doce delincuentes y todavía estaba manchada de sangre. Tenía que lavarla a conciencia de todas formas. O a lo mejor quemarla. No sabía. La verdad es que ahora no le apetecía pensar. Y eso era muy raro para su extremadamente inteligente cerebro.
Por alguna razón, estar tumbado sobre el sucio suelo de la calle le evocó leves recuerdos de su infancia.
—Hey, hey, jovencito, ¿te encuentras bien? —oyó la voz de alguien acercándose.
—Oh, no… —se espantó Neuval, y se puso melodramático—. Alguien ha sido testigo de mi tremenda torpeza, ¡aaaahh...! —dejó salir ese alarido cargado de hartazgo y estrés y resignación, teniendo que regresar al mundo real.
—Oh, no, debe de ser otro drogadicto... —apareció aquel viejo vagabundo a su lado, mirándolo preocupado, interponiéndose en su campo de visión.
—¡Eh! —se ofendió Neuval—. ¡Que ya llevo 3 años limpio! —Pero de pronto puso una cara perpleja, pues acabó reconociendo a ese viejo despeinado, encorvado, con barba y media dentadura; estaba sucio, con ropa de abrigo llena de roturas, y olía muy mal—. Oh là là… ¿Murakami?
—¿Eh? —el viejo apenas abrió los ojos como platos con esos arrugados párpados—. ¿El señor Neuval Vernoux? ¡Qué feliz coincidencia! —se rio alegremente, y lo ayudó a levantarse del suelo—. Ay, de nuevo he sido engañado por tu apariencia, sigues pareciendo más joven de lo que en verdad eres.
—Es que los de mi clase envejecemos más lento —sonrió Neuval, despertando su faceta más natural e inocentona—. Cuánto tiempo hace… ¿Estabas dando un paseo? ¿Vives por aquí? ¿Y por qué hueles tan mal?
—Oh… —se avergonzó el viejo, y se olió a sí mismo—. ¿Tan mal huelo? Supongo que no lo noto porque me he acostumbrado. Bueno, bueno, es lo que pasa cuando no tienes ducha. —Neuval frunció el ceño sin entender—. Ven, ven, te invito a un trago, ven a mi banquito —le señaló un banco solitario dentro del pequeño parque que había en la acera de enfrente, cubierto por una manta raída y con un par de bolsas de plástico llenas de bártulos.
—¿Es una broma? —Neuval adoptó una expresión sombría, no le gustaba nada lo que estaba viendo—. ¿Por qué vives en esa mierda de banco?
—Ohohoh… —volvió a reír alegremente—. Vernoux, sigues siendo tan inocente con las personas… ¿Es que no lo ves? —le sonrió esta vez con algo de tristeza—. Soy un sintecho.
Neuval abrió los ojos con disgusto al entender la situación. Cinco minutos después, los dos se encontraban sentados sobre el banco bajo la luz amarillenta de una farola. El vagabundo le ofreció de su botella de wiski, pero Neuval la miró con duda.
—Casi había olvidado esa voz tan característica tuya, Vernoux, tienes una voz tan grave y aterciopelada que habrías sido un magnífico cantante para mi grupo. Oh, lo siento, estoy un poco resfriado, quizá no quieras contagiarte —se apuró el viejo, viendo que Neuval no cogía la botella—. Creo que no tengo vasos…
—No es eso —dijo Neuval—. Eso no me importa, no puedo contraer enfermedades humanas. Es sólo que… tengo un cierto problema con los vicios.
—Hmm, ¿una juventud difícil? —entendió el otro.
—Una vida entera, más bien —murmuró con pesar. Sin embargo, sabiendo que algo tan nimio podía controlarlo, cogió la botella del viejo y le dio un trago, y este sonrió contento por poder compartir su bebida con alguien en esa noche tan fría—. ¿Qué te ha pasado, Murakami? Creía que tu pequeña banda de música te iba bien por aquel tiempo.
—Hmm, hm —volvió a hacer ese murmullo áspero, negando con la cabeza—. Fue bien un tiempo. Pero luego la gente ya se cansaba de esa música y dejaron de llamarnos para tocar en los bares… en las fiestas… en las bodas… Tuvimos que dejarlo. Y yo me quedé sin nada. Mi mujer me dejó por otro, y… en fin. Ya han pasado un par de años, me he acostumbrado a vivir así. ¿Qué tal te va a ti? —cambió de tema, recuperando esa sonrisa afable—. ¿Sigues dirigiendo tu gran empresa?
—No puedo tolerar que estés así, Murakami —terció Neuval seriamente, abriendo su cartera para sacar dinero.
—Eso ni te atrevas —le detuvo el viejo, poniendo una mano sobre las suyas—. No sientas pena de mí, Vernoux.
—¿Cómo no voy a sentir pena? —masculló Neuval—. ¡Esto es injusto! Una persona buena como tú…
—No he sido tan buen hombre como piensas, no… —insistió con tristeza—. He cometido muchos errores en la vida. Muchas veces no he sido un buen amigo, o un buen marido. He hecho cosas malas cuando creía que lo tenía todo, fui arrogante y confiado. Engañé a mi mujer una vez con alguien a quien di un beso sin querer por estar borracho… Dejé abandonado a un amigo cuando necesitaba mi ayuda… Me volví alcohólico y derrochador…
—¿Eso son cosas malas? —bufó Neuval, mirando a un lado—. Mejor no te cuento mi vida…
—No me conoces lo suficiente, Vernoux, sólo nos vimos cinco veces cuando viniste a escuchar a mi banda en cinco ocasiones en aquel bar y nos invitabas a bebidas… Crees que soy buena persona, pero no es así, no es así…
—Qué equivocado estás, Murakami.
Neuval le puso una mano en el hombro, mirándolo con esos tenebrosos ojos grises, casi plateados. El viejo lo miró a él sin comprender.
—Mira cómo sufres, mira cómo te arrepientes de tus errores —le explicó Neuval—. Eso es que tienes más corazón que todos los hombres ricos de esta ciudad juntos.
El viejo lo miró con sorpresa por oírle decir algo así, pero luego agachó la cabeza.
—Tú eres uno de los hombres más ricos de esta ciudad, y estás aquí sentado conmigo.
—Hm… Supongo que tú tampoco me conoces lo suficiente —sonrió Neuval, cerrando los ojos—. Yo he tenido un pasado muy extraño. He sido bueno y malo en proporciones iguales y nunca he logrado saber por qué soy así. Pero quiero pensar que el que soy aquí ahora mismo es mi verdadero yo. Por favor, déjame ayudarte.
—¿Realmente haces estas cosas? —se extrañó un poco el viejo, sin lograr entenderlo—. ¿Sueles ayudar a la gente aunque no la conozcas?
Neuval se sorprendió por la pregunta. Se dio cuenta de que eso era lo que estaba volviendo a pretender ahora cuando él creía que ya no hacía esas cosas. Tuvo que reconocer que Lao tenía razón respecto a él.
—Supongo que no puedo evitarlo… —murmuró para sí mismo, y luego miró al vagabundo con determinación—. No puedes pasar así el invierno, ni siquiera tienes calcetines. Te voy a llevar a mi casa, puedes quedarte hasta que encuentres algún trabajo, y…
—¡Hohoh…! ¿¡Pero cómo me voy a ir a tu casa, majareta!? —se rio.
—Es más, ¿tienes más amigos como tú? —insistió como si no le escuchara, mirando a su alrededor por el oscuro parque.
—Ehm… Bueno, estaban estos… Himura y Yamanaka… dormíamos bajo la misma lona…
—¡Estupendo! Pues tráetelos contigo y…
—Vernoux —le interrumpió pacientemente, cerrando los ojos—. Ellos ya no están. Enfermaron al comienzo del invierno, pasaron a mejor vida. Estoy solo desde entonces.
—Ah… —comprendió Neuval, bajando una mirada incómoda—. Lo siento. Pero puedes venir tú. No te voy a dejar aquí, no sé cómo hacértelo entender, pero no puedes ganarme en una discusión. Nadie puede.
—No, no… Basta, amigo. Tendrás ahí a tus hijos, ¿cómo van a aguantar tener ahí a este viejo desastre y desconocido compartiendo su baño? Es totalmente inadecuado, se sentirán enormemente incómodos. ¿Acaso tienes la costumbre de llevar a tu casa a vagabundos y a desamparados de la calle?
—Bueno… —titubeó, enseñándole una sonrisilla—. La última persona desamparada que llevé a mi casa acabó viviendo en ella, y ahora compartimos la misma cama.
—Ohoho… qué bromista eres… —se rio con ganas.
—No es broma —lo miró sorprendido, sin entender por qué se reía—. Se llama Hana.
El viejo se quedó con una mueca desencajada.
—Oh, ya veo… Vaya, vaya —sonrió con sorna—. ¿Y qué esperas, que yo también acabe durmiendo en tu misma cama? Hohoho… Ohmm —se interrumpió de repente, y miró a Neuval con cierto apuro—. Oh, bueno… Yo no sé… si para vosotros los franceses eso se ve como algo normal… Vamos, que yo no soy quién para juzgar a nadie, espero no haberte ofendido, o…
—Yo no sé qué gustos tendrán los franceses hoy en día… —Neuval miró arriba pensativo—. Pero desde luego yo no tengo esas intenciones contigo, sólo pretendo que pases un invierno bajo techo y con comida. Lo que pasa es que lo de Hana acabó siendo inesperado, ella a cambio también me ayudó mucho... con mis propios problemas… con los vicios… Bueno, fue una época difícil, y… en fin.
—Vaya… —Murakami miró al suelo, haciendo girar el wiski dentro de la botella colgando de sus dedos—. Ofreciendo cosas así a gente como yo… Debes de ser la persona más buena del mundo.
—Ah, no. Ni por asomo —negó Neuval, recostándose sobre el banco, mirando a las nubes—. Pocos lo saben, pero la persona más buena del mundo se llama Alvion.
—¿Quién?
—¡Ooh! —brincó Neuval de repente, mirándolo alarmado—. Por favor, no le digas a nadie que te he dicho eso. ¡Sería terriblemente embarazoso!
—Pero si no sé de quién narices hablas… —se asustó el viejo. Sin embargo, volvió a mirar al suelo—. Lo siento mucho, Vernoux. De verdad, no puedo aceptar lo que me ofreces. Es lo más hermoso que haya podido hacer alguien por mí, sin duda alguna. Pero… no puedo hacer eso, entiéndelo. Tienes que pensar en tu familia también.
—Hm… —suspiró amargamente, viendo que no podía convencerle—. Mi familia… ¿Qué más da? Cada vez se aleja más de mí. Mis dos hijos mayores ya ni me hablan, uno ya se fue de casa… y ahora la otra…
—¿Tu niña? —se sorprendió el viejo—. No me digas eso. ¿Tienes problemas con esa niña tuya de la que no parabas de hablarnos aquellas veces?
Neuval volvió a mirar al cielo, taciturno y pensativo.
—Supongo… que ella tiene problemas conmigo, más bien. Es muy difícil, Murakami, tan difícil cuidar de ellos desde que Katya se fue… Intento hacerlo lo mejor que puedo, intento protegerlos, pero para ello necesito mentirles, y… cada vez es más difícil, tanto que a veces no puedo soportarlo. Tengo demasiado miedo de perderlos… como perdí a tantas personas en el pasado. A veces siento que el problema de todo soy yo. Hay algo… —se miró las manos—… que está mal dentro de mí. Y a veces tengo la sensación de que no es mi majin exactamente, sino… otra cosa… aún más oscura.
El viejo le posó una mano comprensiva en el hombro y se lo zarandeó suavemente.
—No sé qué es eso de majin que dices, pero… No te rindas, amigo, no te rindas. Una persona de cuarenta y tantos como tú que conserva un cuerpo joven como uno de treinta debe de tener aún energía y fuerza para arreglar las cosas y seguir moviéndose, moviéndose hacia adelante —agitó una mano en filo como si cortase con ella una zanahoria—. Yo no tengo tanta suerte, hombre, con 57 años y sintiéndome como si tuviera 80, heheh…
Neuval le sonrió con afecto. Volvió a rebuscar en su cartera y sacó una pequeña tarjeta, mostrándosela al viejo, que la miró con un interrogante.
—Es una tarjeta de Hoteitsuba, mi empresa —le explicó—. Tiene la dirección, el mapa y el número de teléfono de mi padre y el mío. Algún día, cuando tú quieras, preséntate a las puertas de mi rascacielos y enséñale esta tarjeta a la recepcionista. Ella sabrá dónde enviarte. Allí, podrás empezar algo nuevo. Podrás elegir cualquier modalidad o trabajo que te guste. Estarías un año asistiendo a un curso especial para aprender a hacerlo de la mano de profesionales que he entrenado expresamente para esto, para enseñar a gente como tú que parte de cero. Tendrías alojamiento y todas tus necesidades cubiertas a cuenta de la empresa hasta que empieces a ganar tu propio sueldo como uno de mis miles de empleados. A un gran músico como tú podría gustarle el Departamento Industrial de Instrumentos Musicales.
—¿Haces… haces instrumentos musicales? —preguntó asombrado.
—Hago de todo, Murakami. Hago televisiones, coches, aviones, barcos, cohetes espaciales, bicicletas, instrumentos, lavadoras, teléfonos… Todo lo que sean máquinas y tecnología es mi campo, y dentro de él puedes escoger de entre todos esos subcampos y más.
—¿A cuántas personas como yo, con problemas, o en paro, o abandonadas por la sociedad has dado esta tarjeta? —saltó incrédulo, pero Neuval se limitó a sonreír—. ¿Es acaso legal esto que haces?
—Naah… Las leyes se me dan muy mal. Tengo una severa alergia a las normas, a que me den órdenes y a las leyes del Gobierno que hacen que personas como tú estén como tú. Es mi Hoteitsuba, amigo, eres bienvenido a ella si estás dispuesto a hacer un poco de esfuerzo. Tengas 20, 30 o 57 años, mis subordinados pueden enseñarte a hacer cualquier cosa acorde a tus capacidades y gustos, y encontrarte hueco en algún puesto.
—Vaya… —miró la tarjeta entre sus manos con maravilla—. Creía que eras un simple empresario… pero no un ingeniero, y menos un científico.
—En la planta 47, en el despacho del presidente, soy un empresario —le explicó—. En los Departamentos Industriales, soy un ingeniero industrial. Pero en las plantas subterráneas, en mis laboratorios privados, soy un físico experimental que juega con las leyes del universo. No se lo digas a nadie, se supone que tengo que dar buena imagen como aburrido empresario con corbata.
Murakami miraba a Neuval incapaz de entenderle. Es decir, incapaz de entender lo que conformaba toda su persona. Nunca había conocido a nadie así, nunca había visto nada ni a nadie tan maravillosa y misteriosamente complejo.
—¿De dónde has salido tú, Neuval Vernoux? —no pudo evitar preguntarle.
—¿Yo? —se señaló con inocencia, y se encogió de hombros, rascándose una oreja—. Pues de una familia de París rota, muy pobre y miserable. Nada especial. Luego tuve suerte, y fui adoptado por un chino enorme y muy mandón.
—Tengo la impresión de que esa no es ni la millonésima parte de toda tu historia, amigo.
—Mi historia… es agua pasada —terció Neuval, mirando al frente—. Mi mujer murió hace siete años y mi alma murió con ella. Murakami… —entornó los ojos, vislumbrando una estrella entre las nubes del cielo—. ¿Cómo es posible seguir locamente enamorado de alguien que se fue hace tantos años?
El viejo lo miró en silencio, arrugando el ceño con tristeza por oír una pregunta así. No dijo nada, ninguno de los dos, por un rato.
—Mm… Oh —Neuval miró su reloj—. Discúlpame, Murakami, debo marcharme. Mi madre me espera en su casa. Llevo todo el día con sangre en la ropa y ella sabe limpiar esas manchas mejor que nadie, heh…
—Qué hombre más extraño eres, Vernoux —se puso en pie al mismo tiempo que él, y le estrechó una mano.
—Me han llamado cosas peores —le sonrió Neuval, despidiéndose—. Espero que te lo pienses bien y verte algún día por Hoteitsuba —añadió mientras se alejaba calle abajo, agitando una mano, y se perdió de vista.
Murakami volvió a mirar la tarjeta en sus manos y dibujó una pequeña sonrisa.
Justo cuando apenas había pasado una hora desde que llegó del trabajo y se había echado a dormir, Kamui abrió los ojos de golpe al escuchar unos ruidos en alguna otra parte de la casa. Parecían los ruidos de alguien entrando por la ventana de la cocina. Era la única ventana que había dejado abierta. Como daba al patio ajardinado interior de la urbanización, solía ser improbable que alguien pudiera colarse por ella. Antes de levantarse de su cama, cogió el bate de béisbol que escondía bajo el colchón, y se dirigió hacia la cocina despacio y con discreción, preparado para batear la cabeza del intruso.
Nada más pararse en el pasillo, al lado del marco de la puerta de la cocina, vio la leve sombra del intruso que la lejana luz de las farolas del patio interior proyectaba. Entonces, aguantó la respiración, dio un paso adentro y blandió el bate. Sin embargo, en una fracción de segundo, Kamui apenas se dio cuenta de que un chorro de agua golpeó su brazo, y acabó con el brazo totalmente pegado a la pared, cubierto de una fuerte coraza de hielo. El bate cayó al suelo.
—¡Por Dios, Drasik! —respiró Kamui con el tremendo susto encima, reconociendo al chico nada más verlo con sus pelos de loco, y con la luz azul claro que emitía su ojo izquierdo.
—Ups… Lo siento mucho, señor Kinomoto —se apuró el chico, deshaciendo el hielo con un movimiento y liberando su brazo.
—¡Creía que eras algún matón o alguien que venía a tomar represalias conmigo! ¡Sabes que me dedico a una profesión peliaguda!
—Lo lamento, lo lamento, es que no quería llamar al telefonillo y despertarlo. Pretendía colarme por la ventana de la habitación de Nak, pero estaba cerrada, entonces he saltado al otro lado del edificio y he visto la ventana de la cocina medio abierta…
—Ayyy… está bien, me da igual… —lo frenó Kamui, con una cara realmente soñolienta y con sus cabellos largos muy despeinados—. Si vais a hablar de vuestros asuntos de iris, no hagáis ruido, por favor.
Kamui se encerró en su habitación y Drasik abrió la puerta de la de Nakuru sin ningún cuidado, por lo que la chica pegó un salto en su cama y miró con alarma a su alrededor, con su ojo izquierdo brillando de su luz naranja. Al ver a Drasik, lanzó juramentos sobre unas cuantas cosas, pegó un suspiro de desasosiego y volvió a cubrirse con la manta.
—Hey, Nak, no me ignores.
—¿Qué haces aquí? —masculló con voz cansada—. Son las tres de la mañana.
—Venía a preguntarte si te vienes conmigo.
—¿A dónde? —bostezó.
—A la pelea.
Nakuru se destapó y se sentó sobre la cama, frotándose los ojos.
—Espero que se trate de una broma. Si es así, te la perdono.
—¿No? Bueno, entonces me voy.
—Dios mío, Dras, ¿es que tú no duermes? ¿Qué has estado haciendo? ¿No te puedes estar quieto ni un ratito?
—Hasta luegooo... —se despidió con voz cantarina, saliendo por la puerta.
—¡Ni se te ocurra ir! —saltó de la cama y corrió tras él—. ¿Por qué no puedes obedecer por una vez en tu vida las órdenes que te dan? Nuestro trabajo ha acabado por ahora.
—Antes muerto que aceptar órdenes de Raijin —replicó con cara alegre, saliendo de la casa.
Nakuru se quedó en la puerta, siguiéndolo con la mirada. Fue a decirle algo, pero ya lo había perdido de vista. Dio otro suspiro y se llevó una mano a la cabeza, abatida. Pasó de detenerlo, sabía que sería inútil, así que volvió a meterse dentro de la casa con intención de seguir durmiendo. Sin embargo, la conciencia le remordía un poco por dentro.
No hacía ni tres meses que la KRS se había visto envuelta en otro asunto similar, una RS fastidiando a otra, solo que esa vez la víctima fue su aliada ARS, la roja, y le pidió ayuda a la KRS. Incluso Lao echó una mano, puesto que necesitaban el Fuego y Kyo por aquel entones seguía en el Monte Zou. Este tipo de problemas no eran más que pura rutina para los iris, y por una vez que le mandaban algo fácil a Nakuru y a Drasik, este no se conformaba, como siempre.
* * * *
Kyo ya había llegado al tramo final de la autopista Bayshore, en la bahía de Tokio. Iba caminando con más calma, ahora que estaba fuera de peligro. Había dejado atrás bastantes kilómetros desde la ciudad vecina de Yokohama, los cuales los había hecho corriendo tan veloz como un coche gracias a las habilidades que adquirió con el iris. Pero hasta un iris tenía sus límites físicos.
Tenía un aspecto horrible, ya se había dado cuenta de que iba a tener que comprarse otro uniforme para el instituto. Estaba deseando darse un baño con agua hirviendo y dormir en su cama, llegar a su casa y poder alejarse un rato de todo lo que había vivido. Había estado desde el viernes pasado, hace cuatro días, corriendo de un lado a otro, huyendo de la MRS y preocupado por poner a salvo el pergamino a todas horas.
En fin, ya había llegado al final del entuerto. Se sentía bien, y aprovechó para respirar profundamente el aire de la madrugada y contemplar la ciudad a la que se estaba acercando. Todo estaba solitario, apenas pasaban coches por el puente y sólo se oía el susurro de las aguas del mar debajo.
Cerca del final del camino, entornó los ojos para ver bien. Le pareció que había alguien allí, y cuando anduvo unos pasos más, pudo reconocer su cabello blanco. Él también lo había visto, pues había echado a correr hacia él. Cuando lo tuvo a dos pasos, lo primero que hizo el viejo Lao fue abrazarlo con todas sus fuerzas, levantándolo del suelo, de tal forma que Kyo creyó sentir que se le rompía una costilla.
—¡Sí señor, sabía que todo saldría bien! —carcajeó Lao, dejándolo de nuevo en el suelo.
—Yo también me alegro de verte, abuelo Lian —sonrió Kyo—. Tengo el pergamino bien guardado, la verdad es que podría haber sido peor.
—¿A quién le importa el papel de culo ese? Estás bien, ¿verdad? —preguntó, cogiéndole la cabeza, los brazos, dándole la vuelta, examinándolo.
—Ya vale —protestó con paciencia—. Estoy perfectamente.
—Sólo pequeños rasguños y disfrazado de vagabundo, me conformo. ¿Cómo van Raijin y los demás?
—Deben de estar con el duelo todavía. Pero sé que podemos confiar en ellos.
Los dos permanecieron un rato en silencio, en el que Lao lo estuvo observando con una preocupación contenida, sin poder evitar recordar la discusión que tuvo ayer con su madre Suzu, mientras el chico se ponía la bufanda sobre la cabeza para abrigarse las orejas.
—Kyo... —murmuró Lao—. Oye, ¿estás seguro de querer seguir metido en este trabajo?
—Claro —contestó con firmeza—. No me voy a echar atrás ahora, abuelo.
—Ten en cuenta todo lo que te espera —insistió—. Mucha gente preferiría tener una vida normal.
—Hah... —casi rio—. ¿Vida normal? ¿Qué es eso? Desde que nací, he crecido viéndote a ti y a Yousuke creando y controlando el fuego con vuestra mente y cuerpo, luchando contra criminales, salvando vidas, levantando camiones sobre vuestras cabezas o saltando veinte metros de altura.
—Pero ya no eres el espectador que observa al margen y libre de responsabilidades.
—Tienes razón. Ahora soy como tú y como You. Pero tener una "vida normal" se me hace una opción pequeña y aburrida cuando todo un mundo mucho más grande se abrió ante mí desde que tengo memoria. Convertirme en iris no es la razón por la que rechazo vivir en la normalidad y en la ignorancia, abuelo, sino ser un Lao. Y esto deberías saberlo ya.
—Tampoco te involucrabas demasiado en los asuntos de iris cuando eras humano —frunció el ceño.
—No hablaba de mí —sonrió.
—Ay, Dios mío... —entendió el viejo—. ¿Qué ha hecho tu hermana ahora?
—Tranquilo, desde que llegué del Monte hace unas semanas, me he pasado 24 horas al día oyéndola quejarse de lo injusto que es que no la dejes tener sus propias pistolas.
—¿¡Para qué quiere Mei Ling unas pistolas!?
—Está cansada de despellejarse los nudillos de tantos puñetazos que da a delincuentes callejeros cuando salva a alguien indefenso de ellos. Dice que si tuviera dos pistolas enormes, solamente tendría que enseñarlas para ahuyentar en dos segundos a los delincuentes y ahorrarse los puñetazos.
—¡Dile a tu hermana por milésima vez que deje de hacer esas cosas por la calle, que eso es trabajo de los iris, no de los humanos!
—Ya sé. ¿Por qué no se lo dices tú en persona, por una vez?
—¿¡Estás loco!? ¡La última vez que se lo dije se pasó cuatro horas gritándome por haber herido su orgullo humano y su derecho humano de hacer lo que quiera con sus puños! ¡Y después, una semana sin hablarme! Que se lo diga yo la pone más frenética que si se lo dice otro. Mei Ling me da miedo...
—¿Entiendes ahora que los Lao somos así de espíritu, y no por el iris, y que no puedes hacer nada por evitarlo?
El viejo se quedó callado. Tenía que reconocer que el chico tenía razón. Por eso, preguntarle a Kyo si no prefería tener una vida normal era quizá algo ofensivo para él, como lo era para Mei Ling que su abuelo le dijese que ella como humana no debería hacer lo que es trabajo de un iris. Obviamente, Lao comenzó a vivir de la mano inseparable del miedo desde el momento en que se casó y tuvo a su hijo Sai. La familia que él creó iba a vivir ligada a la Asociación para siempre porque él era un iris y pensaba serlo para siempre. Por eso, tenía que atenerse a las consecuencias, no sólo provocadas por su profesión, sino también provocadas por su sangre.
El viejo Lao no era un luchador por ser un iris, era un iris porque siempre fue un luchador. Irónicamente, su nieta mayor Mei Ling era la Lao que más se parecía a él de todos, defendiendo al mismo tiempo su honor como humana. De modo que ser así, ser de aquella forma, ya estaba en los genes Lao. Pero incluso estos genes habían llegado a expandirse más allá de la sangre y habían influido de igual manera a Neuval, a Lex, a Cleven y a Yenkis. A pesar de que estos dos últimos no recordaran ni supieran nada. Mantener el apellido biológico Vernoux sólo era para mantener la seguridad. Pero Neuval, Lex, Cleven y Yenkis eran originalmente auténticos Lao de espíritu.
—Además —añadió Kyo—. No voy dejar que los asesinos de papá y de You se libren de la venganza y el sufrimiento que merecen.
Lao lo observó con un brillo de orgullo en los ojos.
—Muy bien —asintió el viejo—. Venga, te llevaré a tu casa, necesitas descansar.
—Sí —contestó, emprendiendo la marcha—. Ah, por cierto... —recordó mientras se frotaba los ojos, sintiendo un pequeño mareo—. Tengo que hablar con Fuujin de algo importante.
—¿Y eso? —se extrañó.
—Como tú siempre andas con él, ¿podrías decirle que tengo que contarle una cosa? Personalmente.
—No sé... —titubeó—. Espero que no sea algo relacionado con las RS, porque Neuval con esos asuntos ya no quiere tener nada que ver...
—Sí, lo sé, pero creo que debe saberlo, le guste o no —insistió, volviendo a frotarse los ojos, debilitándose—. Además, recuerdo que el día en que nos declaró lo de su exilio, nos dijo que no le involucrásemos más en estas cosas, salvo una excepción: dijo que si por casualidad veíamos algún día a cierta persona, le informásemos de ello enseguida.
—¿Cierta persona? —preguntó confuso—. Vaya, no me acuerdo.
—Bueno, ¿puedes decírselo?
—Sí, claro.
—Ahora.
—No, no, no, chavalín —lo frenó—. Lo haré mañana, tú ahora te vas a casa y te relajas, ¿entendido?
—Pero... —fue a protestar, sin embargo, se le cerraron los ojos de repente y se desplomó.
—¡Eh...! —saltó Lao, perplejo, agachándose junto a él—. ¡Hey! ¡Kyo! —le meneó el hombro—. ¿Qué te pasa? ¿¡Me oyes!? ¡Mira, tengo chocolate caliente!
Lao se dio cuenta de que el chico estaba inconsciente. Se tranquilizó al ver que no pasaba nada grave, pensó que era cosa del cansancio, más bien esperó que fuera por eso. Así que, cogiéndolo a caballito, se apresuró a llevarlo a casa.
* * * *
La situación con Sakura y con Effie estaba en un momento peliagudo. Cuando se trataba de una pelea entre diferentes elementos, era casi como jugar a "piedra, papel o tijera". Según cómo usasen las diversas capacidades o efectos físicos de sus elementos, podían tener ventaja o desventaja entre ellos.
Por ejemplo, el iris Fuu tenía la gran ventaja de que su elemento, el aire, lo envolvía todo. A no ser que algo estuviera sumergido en agua o bajo tierra, ese algo estaba en constante contacto con el aire. Aquí, Sakura podía defenderse con su agua contra el Fuu enemigo. Por su parte, el iris Yami tenía un efecto letal sobre los demás, ya que creaba el vacío, hacía desaparecer la materia, y todos los demás elementos eran materia. No obstante, lo tenía mucho más difícil con el elemento Den, o el Hosha, ya que la energía lumínica o la electromagnética no tenían ningún problema con existir o desplazarse por el vacío, a no ser que el Yami concentrara más esfuerzo en hacer desaparecer estas formas de energía, pero para eso tenía que ser más rápido que ellas. Y era difícil ser más rápido que la luz o el rayo. Por tanto, aquí, Effie podía defenderse con su electricidad contra el Yami enemigo.
El problema que tenía Sakura si atacaba al Yami, es que si lanzaba su agua contra él, lenta en comparación con un rayo, él tendría tiempo de crear un campo de vacío entre medias, y al entrar en este, el agua quedaría congelada en un segundo, y al siguiente segundo explotaría en moléculas y estas moléculas desaparecerían. Luego, el problema que tenía Effie si atacaba al Fuu, es que este podía afectar a la carga de electrones que hubiese en el aire de su alrededor simplemente variando las masas y temperaturas del aire, y entorpecer así la descarga eléctrica que ella lanzase o su trayectoria. Pero claro, para eso, el Fuu tenía que estar variando ya mismo las masas de aire y de forma continua, antes del ataque. Si Effie lanzara un rayo primero, obviamente al Fuu no le daría ni un segundo de tiempo para evitarlo con su dominio del aire.
Así que, Sakura y Effie debían trabajar en equipo aquí, ataques coordinados y mutua protección ante sendos enemigos.
Pero ese no era el problema. El problema es que, en medio de su pelea por el Parque Yoyogi, los cuatro iris se habían topado con un coche de policía que iba lentamente por un camino y con las luces apagadas. Al tratar de huir por otro lado, se toparon con otro coche policial haciendo lo mismo. Además, eran vehículos negros, diferentes a los habituales. Por eso, tanto Sakura y Effie como sus dos oponentes se habían largado de inmediato a otra zona del parque, lo más lejos que pudieron. Y ahora estaban ellas dos escondidas tras unos árboles de una zona boscosa, y los otros dos escondidos cerca, detrás de un monumento de piedra de arte moderno. Había algunas farolas encendidas por la zona, pero todo estaba silencioso. Llevaban ya diez minutos así, esperando, no muy seguros de cómo actuar. Hasta que a Effie se le agotó la paciencia.
—¡Bueno! —exclamó, haciéndose oír—. ¡Lo dejamos aquí! ¡Victoria para la SRS y la KRS!
—¡Y una polla como una olla! —contestó uno de los enemigos de la MRS, oyéndose su voz por detrás de aquel monumento—. ¡Si te rajas, significa que ganamos nosotros!
—¡Sé realista, hombre! ¡Los de la MRS ya perdisteis desde el principio! ¡Estamos peleando dos RS contra una! ¡Vuestros compañeros van a perder contra los nuestros de todas formas!
—¡Largaos tú y tu compañera si queréis! —dijo el otro enemigo, el joven Fuu—. ¡Pero eso significará que nosotros seguiremos teniendo vía libre para reunirnos con nuestros compañeros y ganar el duelo!
—¡Vosotros de aquí no os movéis! —saltó Sakura con enfado—. ¡Declarad la derrota! ¿¡No habéis visto esos dos coches patrulla!? ¡A saber cuántos más hay por el parque! ¡No debemos seguir peleando si hay "nocturnos" cerca!
—¡Miedicas!
—¿¡A quiénes llamas miedicas!? —gruñó Effie, saliendo de su escondite con el puño en alto—. ¿¡Quieres que los "nocturnos" te graben la jeta!? ¡Ni a nosotras nos conviene que la poli cace a uno de vosotros, ni a vosotros os conviene que cacen a una de nosotras! ¡Tenemos aquí un enemigo común! ¡No podemos arriesgar a la Asociación entera si este duelo nos acaba exponiendo a los cazadores!
Los "nocturnos" era como los iris de Tokio llamaban a los coches patrulla que conducían única y exclusivamente los agentes que trabajaban para Hatori Nonomiya, el jefe de la Policía, en la específica misión de perseguir o intentar capturar a un iris. Siempre iban con las luces apagadas, eran de color negro y se movían tan lento que el motor apenas emitía sonido, por lo que incluso para los iris era difícil detectarlos con antelación si estaban ocupados en alguna actividad iris por la noche, como acababa de pasarles a estos cuatro.
¿Eran un problema? Eran extremadamente peligrosos, porque eran vehículos equipados con cuatro cámaras de visión nocturna que cubrían toda su visión periférica. Si una de estas cámaras hubiese captado, aunque hubiese sido por un segundo, el rostro de Effie o de los otros justo cuando en esa oscuridad sus ojos izquierdos les brillaban inevitablemente, no sólo los identificarían como iris, sino también su identidad humana, y a partir de ahí, era cuestión de tiempo ser detenido o capturado, y de ahí, ser interrogado, posiblemente torturado, hasta sonsacar la información que podría poner a la Asociación en jaque.
Por supuesto, un iris estaba entrenado para soportar la peor de las torturas e incluso preparado para morir sin soltar ni una sola palabra. Pero desde que el padre de Hatori fundó el mayor grupo internacional clandestino de cazadores de iris hace varias décadas con unos cuantos políticos y convirtió la caza de iris en la misión secreta más importante de esta cooperación internacional, la Asociación ya empezó a sospechar que Takeshi, el padre de Hatori, se había apoderado, de algún modo, de ciertas tácticas para llegar a aturdir o manipular la mente de un iris. Tácticas que supuestamente los humanos no podían llegar a desarrollar o siquiera efectuar. Pero Alvion Zou ya descubrió hace años que Takeshi se hizo amigo de ciertas personas más, aparte de políticos humanos de otros países.
—¿¡Y si en uno de esos "nocturnos" que hemos visto iba el mismísimo Hatori vigilando!? —insistió Sakura.
—¡Dudo que él participe en persona! —replicó uno de la MRS.
—¿¡Naciste ayer!? —impugnó Effie—. ¡Ese Hatori se implica en todo! ¡Va en persona hasta cualquier rincón! ¡No le importa ensuciarse ni meterse por cloacas si es necesario!
Lo que los iris de Japón sabían sobre el carácter de Hatori era cierto, pero no lo sabían todo, como los problemas personales que tenía con su padre. Todos daban por sentado que, si Hatori se encontrara con un iris en bandeja, fuera de juego, en un estado fácil de capturar, lo cazaría sin duda, de inmediato. Lo que no sabían, es que esta situación ya se dio, precisamente ayer. Cuando Drasik y Nakuru estaban acorralados por la iris Den de la MRS y el viejo Lao apareció y la contraatacó con su fuego, la Den quedó inconsciente ahí en la callejuela, y Drasik, Nakuru y Lao se marcharon, dejándola ahí. Ninguno se percató de que Hatori había estado observando aquel altercado desde la distancia con uno de sus subordinados.
Hatori pudo ir perfectamente hasta aquella iris Den noqueada y haberla apresado, pero no lo hizo, y no porque no quisiera, sino porque no lo tenía permitido.
Hace poco más de un año, estuvo en una situación similar, en medio de una operación en la que tuvo una perfecta oportunidad de cazar a un par de iris. Pero, de repente, su padre apareció en la escena, vino en persona en su coche oficial, expresamente para hablar con Hatori en privado y ordenarle que abandonara la operación de inmediato y retirara a todos sus agentes. Hatori no pudo sentirse más perplejo y contrariado, siendo su padre el mayor y más obsesivo cazador de iris, quien, por una vez, tenía al fin a un par de iris en bandeja gracias a la operación que Hatori había llevado a cabo. Pero Takeshi insistió, y le prohibió por completo capturarlos, a ellos y a cualquier iris que se encontrase. Hatori no pudo desobedecer la orden porque, al fin y al cabo, su padre era el ministro de Interior y máxima autoridad.
Takeshi se justificó diciendo que cazar a un iris era trabajo de su grupo privado y secreto de caza. Que era su trabajo, y no el de Hatori ni de la policía en general. Hatori le dijo que, entonces, le permitiera ingresar en su grupo de caza, ser miembro de él, ser oficialmente un "cazador", pero Takeshi siempre se lo negó. Siempre, sin dudarlo lo más mínimo. Hatori jamás comprendió esto, y era una de sus muchas razones por las que sus sentimientos hacia su padre distaban mucho del afecto. Y si era trabajo de los cazadores del grupo de Takeshi y no de Hatori ni de la policía común, ¿por qué Takeshi no procedió a cazar él mismo a esos iris que tuvieron en bandeja aquel día? Ordenó a todos los agentes abandonar la operación, abandonar el lugar y no hablar de lo ocurrido. Ignorar por completo a aquellos iris, que al final escaparon sin problema. Como si nada hubiera pasado.
Por supuesto. Por supuesto que Hatori sospechaba no, sino que sabía que su padre ocultaba algo. Ya se lo comentó ayer a su subordinado. Por alguna razón que no comprendía y que todavía le enfurecía, Takeshi aparentemente había pausado la caza de los iris hace siete años. Pero tras lo sucedido con la operación de hace año y medio, Hatori ya estaba convencido de que su padre, en verdad, había abandonado por completo la caza de iris. Toda una vida dedicándose a perseguirlos y soñando con capturar a uno y así descubrir y erradicar a la Asociación, y de pronto el viejo ya no quiere hacerlo.
Por tanto, Hatori se preguntaba, ¿qué demonios pasó hace siete años que hizo que su padre no sólo decidiera abandonar la caza de los iris sino también prohibírsela a todos los que estuvieran bajo su mando? ¿Por qué perdió el interés de algo que le había obsesionado durante más de 40 años?
De ahí que el jefe de la Policía ya considerase que la única solución a esta locura era heredar el cargo de su padre, quitarlo a él del medio, y convertirse en el nuevo ministro de Interior, para así empezar a hacer cambios necesarios. Y a retomar la caza abandonada, esta vez, por un camino más eficaz. Hatori así lo esperaba, cuando su padre, el día en que declarase su jubilación dentro de poco, lo eligiera a él como sucesor.
—¡Eh, capullos! ¡Habrá que tomar una decisión en algún momento de la noche! —gritó Effie, harta ya de esperar—. ¡Aplazamiento, nuevo desplazamiento o derrota! ¡Elegid!
—¡Bueno! ¡Mi compañero y yo sugerimos algo! —contestó la voz de uno de ellos más allá, el que dominaba la Oscuridad.
—¿Y bien?
—¡Pues, dada la situación, teniendo en cuenta que hemos dejado a esos dos "nocturnos" bien lejos de aquí... pues...!
De repente Effie oyó un crujido extraño muy cerca de ellas, y en una fracción de segundo, supo lo que era.
—¡Sui-chan, a cubiert-...! —trató de empujar a su compañera más joven, pero un fuerte vendaval inesperado empujó a ambas por los aires y las lanzó a varios metros de distancia.
Tanto Sakura como su compañera tuvieron unas dolorosas caídas sobre una pedregosa pendiente que había entre los árboles y rodaron hasta el arroyo de abajo. Effie se llevó un buen golpe en la cabeza y se quedó aturdida. Sakura, al ver a su compañera así y sobre todo al ver que se había roto su falda nueva y se había hecho un arañazo en su bonito cutis, volvió a ponerse en pie hecha una furia.
—¡Tramposos de mierda, no podéis hacer un ataque antes de acordar con nosotras el estado del duelo! ¡Eso no se hace, cabrones! ¡Son nuestras leyes de la calle! ¡Si el duelo se ve interrumpido por presencia de la policía o del gobierno hay que desplazarse y acordar si se continúa o no!
—¡Hahahah! —el Fuu enemigo se dejó ver con la luz blanca de su ojo en la cima de la pendiente, a unos quince metros de ellas—. ¡Las leyes de la calle son para delicados, bonita...! ¡Pugh!
El Fuu no vio venir el potente torbellino de agua que Sakura le dirigió desde abajo, usando toda el agua del arroyo, en una trayectoria curva que rodeó los árboles de la zona y lo alcanzó por un lateral, y lo estampó contra el tronco de un árbol. En ese mismo instante, su compañero Yami apareció junto a él y apuntó con sus manos hacia ellas. Formó una alfombra de sombras bajo sus adversarias, que comenzó a engullirlas. Lo que hacían esas sombras era hacer desaparecer la tierra que pisaban y crear un hueco vacío, por el que ambas se estaban hundiendo y perdiendo el calor corporal. No obstante, Effie, con una ceja sangrando, y su ojo de luz amarilla guiñado para que no le entrara sangre dentro, logró incorporar un poco la cabeza y divisar la luz violeta del Yami allá en lo alto de la pendiente, por lo que nada más alzó un par de dedos de la mano, apuntando hacia él, y le lanzó un certero rayo, que iluminó todo el ambiente en un parpadeo.
El Yami, al recibir la descarga, se quedó agarrotado y cayó al suelo dolorido, sin poder moverse, y las sombras bajo los pies de ellas desaparecieron.
—¡Denjin-san! ¿Estás bien? —Sakura la ayudó a levantarse.
—¡Jugando sucio... esos malditos... bawbags! —gruñó Effie, frotándose la cabeza, pero seguía tambaleándose y todo le daba vueltas.
—Retirémonos a un lugar más seguro unos minutos para que recuperes la estabilidad, Effie, se están poniendo en pie y nos necesitamos la una a la otra para contraatacar sus elementos... Oh, no... —lamentó la Sui cuando, nada más dar media vuelta con su compañera apoyada en su hombro, se encontró, literalmente, con un muro de opacas tinieblas—. ¡Demasiado tarde, el Yami ha creado un campo de vacío gigante!
Las dos cerraron los ojos, porque esa masa negra no les dio ni un instante para reaccionar y las engulló. Notaron el frío más intenso, y la total falta de luz, aire y sonido. Pero, para su sorpresa, no duró más de cinco segundos. Cuando volvieron a abrir los ojos, ambas vieron que esa ola de sombras las traspasó de largo y continuó moviéndose pendiente arriba, hacia donde estaban los otros dos oponentes, que apenas terminaron de levantarse cuando esa oscuridad se les vino encima. El Yami no tendría que preocuparse porque era su elemento, pero se mostró realmente perplejo y asustado porque, si esa impresionante ola de las más opacas sombras no era obra suya, ¿de qué otro Yami, entonces?
No importaba si esas sombras no afectaban al Yami enemigo, porque la verdadera amenaza estaba dentro de ellas. Effie y Sakura, a pesar de que esas sombras eran un campo de vacío y por tanto no podían propagar el sonido de su interior, llegaron a oír algunos ruidos que se le escapaban, y gritos, y extraños destellos violeta moviéndose por dentro a toda velocidad.
Al final, cuando aquella masa de oscuridad desapareció, se hizo el silencio por toda la zona, y entre la escasa luz del ambiente, Sakura y Effie llegaron a divisar a los dos iris de la MRS totalmente fuera de juego en el suelo, y entre ellos, una siniestra y pequeña silueta negra con un ojo que brillaba de luz violeta.
—No puede ser... —lo reconoció Sakura, incrédula.
—¡Hah! —Effie soltó una carcajada—. ¡Jannik! ¡Pero si dijiste que no podías participar!
—¡Podrías haber avisado, nos has dado un susto de cojones! —protestó Sakura.
La pequeña silueta negra agitó un brazo como gesto de despedida y se perdió de vista entre los árboles. Effie y Sakura suspiraron aliviadas, por fin. La Sui se acercó a la boca su reloj de pulsera, que era un reloj inteligente.
—Maestro, por aquí hemos terminado. Ha aparecido Jannik en el último momento, dando el último golpe de gracia a nuestros oponentes.
—"Genial, chicas" —contestó la voz de Pipi—. "No habéis sido las únicas. Jannik también ha aparecido en la pelea de Eddie y Waine con su adversario, y en la mía con mis dos oponentes, lanzando un golpe final inesperado. ¡Hahaha! No es que yo lo necesitara, pero me ha ahorrado tiempo y esfuerzo."
—Pipi, te lo juro, ese niño a veces me da miedo —susurró Sakura.
—"Oye, sé amable con vuestro nuevo 'hermanito', que ya lleva un año con nosotros. Por algo le designé el cargo de Guardián."
—¡Sólo tiene 7 años! ¡Y apenas lleva dos años siendo iris! ¡Y tiene una forma de luchar muy rara! ¡Igual que su aspecto y su forma de hablar!
—"Dijo la gal que se pone conjuntos de ropa estrafalarios, se maquilla la cara con colores y adhesivos muy cuquis y suelta frases como 'o sea, nenis, te quedan guapis estas zapas'."
—¡Maestro! —se sonrojó Sakura con vergüenza.
—¡Ajajajaj... me meo...! —Effie ya estaba llorando de la risa.
—"Buen trabajo a todos" —dijo Pipi, comunicándose con ellas y también con sus otros compañeros—. "Si Raijin no vuelve a comunicarse para solicitar alguna otra ayuda, no hay más órdenes por mi parte" —y cerró la conexión.
* * * *
Bajando la misma calle por donde la pelea de Pipi acababa de concluir, Neuval se extrañó al oír la voz familiar de su amigo, lejana. Se acercó hacia el lugar de donde provenía y se paró en seco al encontrarse un aparcamiento entre unos edificios de oficinas dominado por una espesa niebla, que ya se estaba disipando sola. Hubo un momento en el que pudo divisar a Pipi con los otros dos iris enemigos, los mismos que vio horas entes en la Torre de Tokio, noqueados en el suelo frente a él. «Vaya nochecita llevan... Como en los viejos tiempos» pensó Neuval, y decidió seguir su camino, pasando desapercibido.
No obstante, antes de dar el segundo paso, Neuval oyó el ruido del motor de un vehículo a unos metros más allá. Se dio la vuelta y vio que se trataba de una limusina. «¡Ahí va!» se sobresaltó. Reconoció enseguida la limusina negra de Alvion. Más que nada, porque había sido el propio Neuval quien había construido ese vehículo para Alvion. Aunque esto no era algo del otro mundo, ya que desde que Neuval y Lao crearon Hoteitsuba, la inmensa mayoría de armas, vehículos y tecnología que usaba la Asociación era la que ellos creaban.
Alvion no tenía ese vehículo tan lujoso para ir cómodo por la ciudad o para presumir de lo importante persona que era, como sería lógico pensar a primera vista. Usaba este tipo de limusina especialmente diseñada por Neuval sólo cuando visitaba las ciudades, porque era un vehículo muy espacioso e intencionadamente equipado para cubrir muchas necesidades, y aunque su visita se debiera a asuntos concretos como intentar localizar al escurridizo Neuval, Alvion solía aprovechar también para encontrar a gente desamparada o en problemas por las calles, y se las llevaba en su limusina para proporcionarles ayuda o protección. ¿Y la mansión que se había comprado para alojarse en Tokio esos días? No, no era para él solo.
Neuval optó por desaparecer de allí lo antes posible, lo último que quería era que ese viejo acabara viéndolo y pillándolo por fin, así que corrió calle abajo antes de que los faros de la limusina le delatasen.
Por suerte, ni Alvion, ni su chófer ni sus dos guardianes repararon en él, aunque Alvion ordenó que se detuviesen cuando pasaron al lado del aparcamiento. Observaron a Pipi y a otros de sus jóvenes compañeros que acababan de llegar ayudándolo a cargar con los dos iris de la MRS noqueados para dejarlos tirados en un lugar menos público, dando sonoras carcajadas de victoria.
—Aay... —suspiró Alvion con paciencia—. Sigue, vayámonos ya a la mansión, necesito dormir —le ordenó al conductor mientras se masajeaba las sienes—. Los iris de hoy en día… son como críos.
La limusina se fue del lugar en dirección a dicha mansión que Alvion tenía a las afueras de Tokio, y toda aquella zona de silenciosos edificios de oficinas quedó vacía y muda, revelando de vuelta el frío de la noche.
Una vez que Neuval se hubo alejado lo suficiente de aquella zona y vio, medio escondido detrás de la esquina de un edificio, que la limusina del Señor de los Iris desaparecía en el lejano horizonte de la avenida, suspiró con gran alivio. Volviendo a ponerse serio y colocándose bien la cartera en el hombro, emprendió la marcha con aire solemne y el caminar propio de un empresario importante. No obstante, como había restos de nieve por la acera, al dar el tercer paso pegó un resbalón, tropezó estrepitosamente y se dio de bruces contra el suelo.
Se quedó ahí tendido bocabajo comiendo asfalto, pero no porque se estuviera muriendo de dolor, sino porque se estaba muriendo de la vergüenza.
—35 años siendo iris... y me resbalo con dos centímetros de nieve... —se dijo a sí mismo, y entonces se giró y se quedó tendido bocarriba en medio de la calle, mirando las nubes pasando por el cielo nocturno—. Esto son 7 años de exilio, Neuval, tienes lo que te mereces...
Permaneció así otro rato. La verdad, aquello le resultó sorprendentemente aliviante. De repente, estando ahí tumbado sobre el suelo de la calle en una zona solitaria de Tokio un miércoles de madrugada mirando el cielo desde esa inusual perspectiva, como que se sentía inesperadamente desconectado del mundo real. Fue gratificante. Le daba igual estar manchándose la ropa. Sin embargo, era la misma ropa que llevaba cuando mató a aquellos doce delincuentes y todavía estaba manchada de sangre. Tenía que lavarla a conciencia de todas formas. O a lo mejor quemarla. No sabía. La verdad es que ahora no le apetecía pensar. Y eso era muy raro para su extremadamente inteligente cerebro.
Por alguna razón, estar tumbado sobre el sucio suelo de la calle le evocó leves recuerdos de su infancia.
—Hey, hey, jovencito, ¿te encuentras bien? —oyó la voz de alguien acercándose.
—Oh, no… —se espantó Neuval, y se puso melodramático—. Alguien ha sido testigo de mi tremenda torpeza, ¡aaaahh...! —dejó salir ese alarido cargado de hartazgo y estrés y resignación, teniendo que regresar al mundo real.
—Oh, no, debe de ser otro drogadicto... —apareció aquel viejo vagabundo a su lado, mirándolo preocupado, interponiéndose en su campo de visión.
—¡Eh! —se ofendió Neuval—. ¡Que ya llevo 3 años limpio! —Pero de pronto puso una cara perpleja, pues acabó reconociendo a ese viejo despeinado, encorvado, con barba y media dentadura; estaba sucio, con ropa de abrigo llena de roturas, y olía muy mal—. Oh là là… ¿Murakami?
—¿Eh? —el viejo apenas abrió los ojos como platos con esos arrugados párpados—. ¿El señor Neuval Vernoux? ¡Qué feliz coincidencia! —se rio alegremente, y lo ayudó a levantarse del suelo—. Ay, de nuevo he sido engañado por tu apariencia, sigues pareciendo más joven de lo que en verdad eres.
—Es que los de mi clase envejecemos más lento —sonrió Neuval, despertando su faceta más natural e inocentona—. Cuánto tiempo hace… ¿Estabas dando un paseo? ¿Vives por aquí? ¿Y por qué hueles tan mal?
—Oh… —se avergonzó el viejo, y se olió a sí mismo—. ¿Tan mal huelo? Supongo que no lo noto porque me he acostumbrado. Bueno, bueno, es lo que pasa cuando no tienes ducha. —Neuval frunció el ceño sin entender—. Ven, ven, te invito a un trago, ven a mi banquito —le señaló un banco solitario dentro del pequeño parque que había en la acera de enfrente, cubierto por una manta raída y con un par de bolsas de plástico llenas de bártulos.
—¿Es una broma? —Neuval adoptó una expresión sombría, no le gustaba nada lo que estaba viendo—. ¿Por qué vives en esa mierda de banco?
—Ohohoh… —volvió a reír alegremente—. Vernoux, sigues siendo tan inocente con las personas… ¿Es que no lo ves? —le sonrió esta vez con algo de tristeza—. Soy un sintecho.
Neuval abrió los ojos con disgusto al entender la situación. Cinco minutos después, los dos se encontraban sentados sobre el banco bajo la luz amarillenta de una farola. El vagabundo le ofreció de su botella de wiski, pero Neuval la miró con duda.
—Casi había olvidado esa voz tan característica tuya, Vernoux, tienes una voz tan grave y aterciopelada que habrías sido un magnífico cantante para mi grupo. Oh, lo siento, estoy un poco resfriado, quizá no quieras contagiarte —se apuró el viejo, viendo que Neuval no cogía la botella—. Creo que no tengo vasos…
—No es eso —dijo Neuval—. Eso no me importa, no puedo contraer enfermedades humanas. Es sólo que… tengo un cierto problema con los vicios.
—Hmm, ¿una juventud difícil? —entendió el otro.
—Una vida entera, más bien —murmuró con pesar. Sin embargo, sabiendo que algo tan nimio podía controlarlo, cogió la botella del viejo y le dio un trago, y este sonrió contento por poder compartir su bebida con alguien en esa noche tan fría—. ¿Qué te ha pasado, Murakami? Creía que tu pequeña banda de música te iba bien por aquel tiempo.
—Hmm, hm —volvió a hacer ese murmullo áspero, negando con la cabeza—. Fue bien un tiempo. Pero luego la gente ya se cansaba de esa música y dejaron de llamarnos para tocar en los bares… en las fiestas… en las bodas… Tuvimos que dejarlo. Y yo me quedé sin nada. Mi mujer me dejó por otro, y… en fin. Ya han pasado un par de años, me he acostumbrado a vivir así. ¿Qué tal te va a ti? —cambió de tema, recuperando esa sonrisa afable—. ¿Sigues dirigiendo tu gran empresa?
—No puedo tolerar que estés así, Murakami —terció Neuval seriamente, abriendo su cartera para sacar dinero.
—Eso ni te atrevas —le detuvo el viejo, poniendo una mano sobre las suyas—. No sientas pena de mí, Vernoux.
—¿Cómo no voy a sentir pena? —masculló Neuval—. ¡Esto es injusto! Una persona buena como tú…
—No he sido tan buen hombre como piensas, no… —insistió con tristeza—. He cometido muchos errores en la vida. Muchas veces no he sido un buen amigo, o un buen marido. He hecho cosas malas cuando creía que lo tenía todo, fui arrogante y confiado. Engañé a mi mujer una vez con alguien a quien di un beso sin querer por estar borracho… Dejé abandonado a un amigo cuando necesitaba mi ayuda… Me volví alcohólico y derrochador…
—¿Eso son cosas malas? —bufó Neuval, mirando a un lado—. Mejor no te cuento mi vida…
—No me conoces lo suficiente, Vernoux, sólo nos vimos cinco veces cuando viniste a escuchar a mi banda en cinco ocasiones en aquel bar y nos invitabas a bebidas… Crees que soy buena persona, pero no es así, no es así…
—Qué equivocado estás, Murakami.
Neuval le puso una mano en el hombro, mirándolo con esos tenebrosos ojos grises, casi plateados. El viejo lo miró a él sin comprender.
—Mira cómo sufres, mira cómo te arrepientes de tus errores —le explicó Neuval—. Eso es que tienes más corazón que todos los hombres ricos de esta ciudad juntos.
El viejo lo miró con sorpresa por oírle decir algo así, pero luego agachó la cabeza.
—Tú eres uno de los hombres más ricos de esta ciudad, y estás aquí sentado conmigo.
—Hm… Supongo que tú tampoco me conoces lo suficiente —sonrió Neuval, cerrando los ojos—. Yo he tenido un pasado muy extraño. He sido bueno y malo en proporciones iguales y nunca he logrado saber por qué soy así. Pero quiero pensar que el que soy aquí ahora mismo es mi verdadero yo. Por favor, déjame ayudarte.
—¿Realmente haces estas cosas? —se extrañó un poco el viejo, sin lograr entenderlo—. ¿Sueles ayudar a la gente aunque no la conozcas?
Neuval se sorprendió por la pregunta. Se dio cuenta de que eso era lo que estaba volviendo a pretender ahora cuando él creía que ya no hacía esas cosas. Tuvo que reconocer que Lao tenía razón respecto a él.
—Supongo que no puedo evitarlo… —murmuró para sí mismo, y luego miró al vagabundo con determinación—. No puedes pasar así el invierno, ni siquiera tienes calcetines. Te voy a llevar a mi casa, puedes quedarte hasta que encuentres algún trabajo, y…
—¡Hohoh…! ¿¡Pero cómo me voy a ir a tu casa, majareta!? —se rio.
—Es más, ¿tienes más amigos como tú? —insistió como si no le escuchara, mirando a su alrededor por el oscuro parque.
—Ehm… Bueno, estaban estos… Himura y Yamanaka… dormíamos bajo la misma lona…
—¡Estupendo! Pues tráetelos contigo y…
—Vernoux —le interrumpió pacientemente, cerrando los ojos—. Ellos ya no están. Enfermaron al comienzo del invierno, pasaron a mejor vida. Estoy solo desde entonces.
—Ah… —comprendió Neuval, bajando una mirada incómoda—. Lo siento. Pero puedes venir tú. No te voy a dejar aquí, no sé cómo hacértelo entender, pero no puedes ganarme en una discusión. Nadie puede.
—No, no… Basta, amigo. Tendrás ahí a tus hijos, ¿cómo van a aguantar tener ahí a este viejo desastre y desconocido compartiendo su baño? Es totalmente inadecuado, se sentirán enormemente incómodos. ¿Acaso tienes la costumbre de llevar a tu casa a vagabundos y a desamparados de la calle?
—Bueno… —titubeó, enseñándole una sonrisilla—. La última persona desamparada que llevé a mi casa acabó viviendo en ella, y ahora compartimos la misma cama.
—Ohoho… qué bromista eres… —se rio con ganas.
—No es broma —lo miró sorprendido, sin entender por qué se reía—. Se llama Hana.
El viejo se quedó con una mueca desencajada.
—Oh, ya veo… Vaya, vaya —sonrió con sorna—. ¿Y qué esperas, que yo también acabe durmiendo en tu misma cama? Hohoho… Ohmm —se interrumpió de repente, y miró a Neuval con cierto apuro—. Oh, bueno… Yo no sé… si para vosotros los franceses eso se ve como algo normal… Vamos, que yo no soy quién para juzgar a nadie, espero no haberte ofendido, o…
—Yo no sé qué gustos tendrán los franceses hoy en día… —Neuval miró arriba pensativo—. Pero desde luego yo no tengo esas intenciones contigo, sólo pretendo que pases un invierno bajo techo y con comida. Lo que pasa es que lo de Hana acabó siendo inesperado, ella a cambio también me ayudó mucho... con mis propios problemas… con los vicios… Bueno, fue una época difícil, y… en fin.
—Vaya… —Murakami miró al suelo, haciendo girar el wiski dentro de la botella colgando de sus dedos—. Ofreciendo cosas así a gente como yo… Debes de ser la persona más buena del mundo.
—Ah, no. Ni por asomo —negó Neuval, recostándose sobre el banco, mirando a las nubes—. Pocos lo saben, pero la persona más buena del mundo se llama Alvion.
—¿Quién?
—¡Ooh! —brincó Neuval de repente, mirándolo alarmado—. Por favor, no le digas a nadie que te he dicho eso. ¡Sería terriblemente embarazoso!
—Pero si no sé de quién narices hablas… —se asustó el viejo. Sin embargo, volvió a mirar al suelo—. Lo siento mucho, Vernoux. De verdad, no puedo aceptar lo que me ofreces. Es lo más hermoso que haya podido hacer alguien por mí, sin duda alguna. Pero… no puedo hacer eso, entiéndelo. Tienes que pensar en tu familia también.
—Hm… —suspiró amargamente, viendo que no podía convencerle—. Mi familia… ¿Qué más da? Cada vez se aleja más de mí. Mis dos hijos mayores ya ni me hablan, uno ya se fue de casa… y ahora la otra…
—¿Tu niña? —se sorprendió el viejo—. No me digas eso. ¿Tienes problemas con esa niña tuya de la que no parabas de hablarnos aquellas veces?
Neuval volvió a mirar al cielo, taciturno y pensativo.
—Supongo… que ella tiene problemas conmigo, más bien. Es muy difícil, Murakami, tan difícil cuidar de ellos desde que Katya se fue… Intento hacerlo lo mejor que puedo, intento protegerlos, pero para ello necesito mentirles, y… cada vez es más difícil, tanto que a veces no puedo soportarlo. Tengo demasiado miedo de perderlos… como perdí a tantas personas en el pasado. A veces siento que el problema de todo soy yo. Hay algo… —se miró las manos—… que está mal dentro de mí. Y a veces tengo la sensación de que no es mi majin exactamente, sino… otra cosa… aún más oscura.
El viejo le posó una mano comprensiva en el hombro y se lo zarandeó suavemente.
—No sé qué es eso de majin que dices, pero… No te rindas, amigo, no te rindas. Una persona de cuarenta y tantos como tú que conserva un cuerpo joven como uno de treinta debe de tener aún energía y fuerza para arreglar las cosas y seguir moviéndose, moviéndose hacia adelante —agitó una mano en filo como si cortase con ella una zanahoria—. Yo no tengo tanta suerte, hombre, con 57 años y sintiéndome como si tuviera 80, heheh…
Neuval le sonrió con afecto. Volvió a rebuscar en su cartera y sacó una pequeña tarjeta, mostrándosela al viejo, que la miró con un interrogante.
—Es una tarjeta de Hoteitsuba, mi empresa —le explicó—. Tiene la dirección, el mapa y el número de teléfono de mi padre y el mío. Algún día, cuando tú quieras, preséntate a las puertas de mi rascacielos y enséñale esta tarjeta a la recepcionista. Ella sabrá dónde enviarte. Allí, podrás empezar algo nuevo. Podrás elegir cualquier modalidad o trabajo que te guste. Estarías un año asistiendo a un curso especial para aprender a hacerlo de la mano de profesionales que he entrenado expresamente para esto, para enseñar a gente como tú que parte de cero. Tendrías alojamiento y todas tus necesidades cubiertas a cuenta de la empresa hasta que empieces a ganar tu propio sueldo como uno de mis miles de empleados. A un gran músico como tú podría gustarle el Departamento Industrial de Instrumentos Musicales.
—¿Haces… haces instrumentos musicales? —preguntó asombrado.
—Hago de todo, Murakami. Hago televisiones, coches, aviones, barcos, cohetes espaciales, bicicletas, instrumentos, lavadoras, teléfonos… Todo lo que sean máquinas y tecnología es mi campo, y dentro de él puedes escoger de entre todos esos subcampos y más.
—¿A cuántas personas como yo, con problemas, o en paro, o abandonadas por la sociedad has dado esta tarjeta? —saltó incrédulo, pero Neuval se limitó a sonreír—. ¿Es acaso legal esto que haces?
—Naah… Las leyes se me dan muy mal. Tengo una severa alergia a las normas, a que me den órdenes y a las leyes del Gobierno que hacen que personas como tú estén como tú. Es mi Hoteitsuba, amigo, eres bienvenido a ella si estás dispuesto a hacer un poco de esfuerzo. Tengas 20, 30 o 57 años, mis subordinados pueden enseñarte a hacer cualquier cosa acorde a tus capacidades y gustos, y encontrarte hueco en algún puesto.
—Vaya… —miró la tarjeta entre sus manos con maravilla—. Creía que eras un simple empresario… pero no un ingeniero, y menos un científico.
—En la planta 47, en el despacho del presidente, soy un empresario —le explicó—. En los Departamentos Industriales, soy un ingeniero industrial. Pero en las plantas subterráneas, en mis laboratorios privados, soy un físico experimental que juega con las leyes del universo. No se lo digas a nadie, se supone que tengo que dar buena imagen como aburrido empresario con corbata.
Murakami miraba a Neuval incapaz de entenderle. Es decir, incapaz de entender lo que conformaba toda su persona. Nunca había conocido a nadie así, nunca había visto nada ni a nadie tan maravillosa y misteriosamente complejo.
—¿De dónde has salido tú, Neuval Vernoux? —no pudo evitar preguntarle.
—¿Yo? —se señaló con inocencia, y se encogió de hombros, rascándose una oreja—. Pues de una familia de París rota, muy pobre y miserable. Nada especial. Luego tuve suerte, y fui adoptado por un chino enorme y muy mandón.
—Tengo la impresión de que esa no es ni la millonésima parte de toda tu historia, amigo.
—Mi historia… es agua pasada —terció Neuval, mirando al frente—. Mi mujer murió hace siete años y mi alma murió con ella. Murakami… —entornó los ojos, vislumbrando una estrella entre las nubes del cielo—. ¿Cómo es posible seguir locamente enamorado de alguien que se fue hace tantos años?
El viejo lo miró en silencio, arrugando el ceño con tristeza por oír una pregunta así. No dijo nada, ninguno de los dos, por un rato.
—Mm… Oh —Neuval miró su reloj—. Discúlpame, Murakami, debo marcharme. Mi madre me espera en su casa. Llevo todo el día con sangre en la ropa y ella sabe limpiar esas manchas mejor que nadie, heh…
—Qué hombre más extraño eres, Vernoux —se puso en pie al mismo tiempo que él, y le estrechó una mano.
—Me han llamado cosas peores —le sonrió Neuval, despidiéndose—. Espero que te lo pienses bien y verte algún día por Hoteitsuba —añadió mientras se alejaba calle abajo, agitando una mano, y se perdió de vista.
Murakami volvió a mirar la tarjeta en sus manos y dibujó una pequeña sonrisa.
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