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1º LIBRO - Realidad y Ficción

43.
La Marca en la espalda

Una vez se marchó el monje Knive, Alvion comenzó a caminar a su ritmo sosegado de siempre. Pero después de unos pasos, se paró al darse cuenta de que Neuval no lo acompañaba y se dio la vuelta para buscarlo, esperando que no se hubiera escaqueado de repente, porque de ser así, la racha que el anciano había conseguido llevar de días sin perder su santa paciencia se rompería muy llamativamente.

No obstante, lo encontró ahí cerca, y la causa de su retraso.

—¡Qué sorpresa, qué alegría verte! ¡Juajuajua! —gritaba y reía escandalosamente un nuevo monje que había ido corriendo hasta él al reconocerlo a lo lejos entre la gente que caminaba por ahí.

—Mírate, monk Squal, ¡te han salido cinco músculos nuevos desde la última vez! —se reía Neuval, dándole palmadas al otro en uno de sus enormes brazos.

Monk Squal era un hombre de 50 años, egipcio, medía casi dos metros y su musculatura asustaba a la vista. Su verdadero nombre era Ini-Herit y de apellido Senusnet, pero todos lo llamaban Squal porque parecía que tenía los dientes con forma de sierra. Pero esto hacía contraste con sus grandes y redondos ojos negros, porque tenían una mirada naturalmente cándida y gentil. Tenía la piel morena, y era calvo, salvo en la parte de arriba de la cabeza, donde tenía una cresta de trenzas que caían hacia atrás por su espalda. Tan sólo llevaba puesta una hakama negra y tenía un tatuaje de tinta roja en la parte sin pelo de su cabeza, y una larga cicatriz del pecho al vientre. Era el monje de lucha y artes marciales.

Cuando estrujó a Neuval entre sus brazos en un amistoso abrazo, levantándolo del suelo, este casi vomitó el corazón.

—¡La última vez fue hace cuatro años! ¡Uaajajah! ¡No será que has venido otra vez por el Edonus Vigi! ¿¡Verdaaad!? —exclamó el monje, dejando sordo a todo el mundo.

—N… no… Ya no más —intentó responder Neuval, sin poder respirar.

—¡Juajaj! ¿¡Entonces cómo es que has vuelto!? —siguió gritando felizmente—. ¡No sabes lo mucho que la gente de aquí te ha echado de menos! ¿¡Es que has vuelto a destruir una ciudad!? ¿¡A explotar un avión!? ¿¡A gastarle una broma a algún ministro!?

—No, no... —casi sonrió, poniéndose azul.

—Monk Squal —interrumpió Alvion con severidad—. A la Sala de Juicio, por favor.

—¿¡Quéee...!? —se sorprendió al comprender lo que eso debía de significar, y volvió a dejar a Neuval en el suelo.

Este le sonrió alegremente, frotándose el hombro dolorido. Fue a decir algo, pero de pronto una estampida de gente proveniente de todas partes se abalanzó sobre Neuval.

—¡Fuujin, eres tú!

—¡Has vuelto!

—¡Fuu!

La mayoría de los que acorralaban a Neuval al comienzo del puente eran niños y jóvenes, y había más mujeres y hombres también, habitantes humanos de las tierras y familiares de monjes y guardianes.

Neuval recibió sus saludos y abrazos con gran afecto, como cada vez que había ido allí. Conocía a todos. Los niños le pedían que los alzase en brazos, los jóvenes que hiciera una demostración de su poder, las mujeres le preguntaban qué tal le iba y los hombres le daban palmadas en el hombro.

Había sido una gran sorpresa para ellos volver a verlo por allí desde la última vez, porque la última vez fue hace unos cuatro años y Neuval vino para someterse a la prueba del Edonus Vigi, un tratamiento muy duro, creado por el monje Knive, para hacer que un “iris” enfermo recuperara el mínimo nivel de autocontrol y para reducir los grados del majin. Durante los últimos siete años, había venido al Monte Zou en raras ocasiones, y ante Hana y sus hijos lo excusaba como viajes de trabajo.

Alvion suspiró, cansado. Podía evitar que esas personas retuvieran a Neuval con una sola orden, pero prefirió dejarlo pasar, viendo que el Fuu se sentía contento y acogido entre el cariño de esa gente y eso era alimento sano para su “iris”, que le hacía falta. Por eso, el anciano dio media vuelta para marcharse por el puente, el cual, a pesar de ser de noche, parecía emitir una ligera luz propia, pero también tenía docenas de antorchas de fuego por sus 4 kilómetros de recorrido y su anchura de 85 metros.

—¡Oh! Alvion, estabais por aquí… —se acercó a él una mujer de piel morena con manchas claras y cabello blanco, vestida con un traje de telas cómodo para moverse—. ¿Qué ocurre?

—Monk Yénova, te lo encargo a ti. Haz que se vista con traje reglamentario y después llévalo a la Sala de Juicio, por favor.

Tras decir eso, Alvion optó por terminar ahí su paseo, y de repente se convirtió en una sombra negra, como una nube de polvo negro, que se marchó como un torbellino directamente hacia la Ciudadela al otro lado del puente.

La monje, confusa, se acercó a la muchedumbre para ver a quién se refería. Cuando vio a Neuval, le dio un vuelco el corazón. Primero sonrió con emoción, pero luego puso una expresión más reservada. Después miró a otro lado, ruborizada, y por último sonrió de nuevo, más calmada. Se abrió paso entre la gente hasta acercarse a él.

—Fuujin, ¿cuánto vas a quedarte? —le preguntaba una niña.

—Tenemos que pelear —le apremió un chaval—. Hemos mejorado mucho desde la última vez.

—Lo siento, esta vez me quedo muy poco tiempo —se excusó Neuval.

—Oooh... —hubo una queja general.

—¿Y cómo está el viejo Kei Lian Lao? —preguntó una mujer.

—Tan pesado como siempre —rio.

—Fuujin, ¿y qué es de tus hijos? —le preguntó un viejo—. Hace muchos años que no los traes aquí.

—Ya, lo sé… Bueno… —titubeó—. Ya no puedo traerlos aquí, después de lo que pasó…

—Entiendo, entiendo —asintió el viejo rápidamente.

—¿Y cómo son ellos? —le preguntó un niño—. ¿Son tan fuertes como tú?

—Pues… El mayor es un sabelotodo aburrido, la del medio está como una cabra, y el pequeño es el listillo metomentodo —contestó Neuval.

—¡He oído que tu hijo mayor ya es médico, y de los mejores de Japón! —sonrió una mujer—. Debe de haber crecido mucho, la última vez que lo vimos por aquí era un muchacho todavía. ¿Sigue tan guapo como siempre?

—Yo soy más guapo —terció Neuval, con una sonrisilla bromista.

—¿Pero no es irónico? —rio el viejo de antes—. Ya sabes, que tu chico mayor sea médico, cuando tú tienes fobia a los médicos.

—Le tengo fobia a todo lo relacionado con hospitales —le corrigió Neuval—. Mi hijo Lex sólo me da miedo cuando tiene la bata blanca puesta. Cuando se la quita, respiro de alivio.

—Yo me he enterado de que llevas siete años sin hablarte con Lex —le dijo otro hombre, casi con reproche—. ¿Cómo es eso posible, qué ha pasado?

—¿Quién te lo ha dicho? —se sorprendió Neuval—. ¿Quién ha sido el bocazas?

—Me lo ha dicho Pipi, que vino aquí hace dos meses de visita. Dijo que te habías peleado con Lex hace tiempo.

—E… es un tema complicado —contestó Neuval, sintiéndose incómodo—. Lex ya es un hombre, tiene su vida.

—¿Por qué no traes a tus hijos aquí a jugar? —protestó un niño—. ¿Alguno es un “iris”?

—Ehm... —titubeó, y pensó en Yenkis.

—Fuujin —lo llamó entonces la monje recién llegada.

—Ah, ¡monk Yénova! —exclamó al verla a su lado—. Qué bueno volver a verte —le dio un abrazo.

Esta se mostró algo sorprendida, se sonrojó y le devolvió el abrazo, contenta de volver a verlo. Era turca, de la misma edad que Neuval, y una de los monjes que enseñaban a los “iris” el manejo de todo tipo de armas. Tenía un cabello muy largo de color blanco con algunos mechones cortos decorados con abalorios. Su piel era color canela y sus ojos rasgados de un azul grisáceo. Llamaba la atención que tenía manchas pálidas por la piel, pero eso era porque tenía vitíligo. Como vivía en la Ciudad Desierto, sus ropas eran tales para aquel clima, de telas ligeras que caían desde su cintura y cuello, sujetas con un cinturón ancho sobre el vientre.

Además, fue la novia de Neuval cuando eran jóvenes. Para ser exactos, su primera novia. Entonces ella era un aprendiz de monje, y él todavía vivía en Hong Kong con su familia adoptiva trabajando para la SRS de Hideki Saehara. Fue antes de conocer a Katz. La cosa entre Yénova y Neuval no funcionó, porque si bien acordaron ser una pareja libre –ambos se veían con más chicos y chicas–, al cabo de un año o así Yénova quiso formalizar su relación con él porque sus sentimientos por él crecieron hasta ese punto. Pero Neuval no sentía lo mismo y no quería en aquel entonces tener una relación seria u oficial con nadie, tan sólo relaciones esporádicas y libres. A ella esto le dolió, se enfadó con él y cortó con él. Aunque ya hace años que se reconciliaron y quedaron como amigos, todo eso ya era agua pasada… o quizá no del todo para ella.

—Vale, por favor, dejadlo pasar, tiene que atender un asunto de gran importancia —dijo Yénova, llevándose a Neuval consigo hacia el Puente Blanco.

Todos se despidieron de él enérgicamente y Neuval igual. Una vez solos, recorrieron el largo camino del puente en silencio durante largo rato. Ella siempre se ponía algo nerviosa, o incómoda, cuando se encontraba a solas con él como en este tipo de situación, pero por encima de eso procuraba ser una profesional y no hacerlo notar. Era una monje veterana, muy orgullosa de su carrera, y la mejor de su clase. Por su parte, Neuval iba disfrutando del paisaje, pasando a esa altura de 200 metros sobre el gran valle. Por el lado izquierdo del puente se podía ver la Ciudad Nevada extendiéndose hasta la lejanía, y por el lado derecho, lo mismo con la Ciudad Desierto. De hecho, en el lado izquierdo del puente hacía frío, y en el lado derecho hacía calor.

—Bueno. Me alegra ver que estás bien —comentó Yénova, con su pelo y ropas ondeando con el viento.

—Gracias, lo mismo digo —sonrió.

—Se habían estado comentando algunas cosas, de que habías vuelto a tener un problema con tu majin… y, bueno, no sabía si ibas a volver a aparecer por aquí para un nuevo tratamiento… Pero Alvion ha dicho que te acompañe a vestirte y a llevarte directamente a la Sala de Juicio. ¿Sin pasar por tratamiento antes?

—No es necesario. Vuelvo a tener conexión con el vejete —se dio toquecitos en la cabeza.

—¿¡Qué!? —se quedó desconcertada—. ¡No me lo creo! ¿Le has dejado tú? Eso es raro…

—Bueno, es el precio que hay que pagar si quiero ser readmitido oficialmente.

—¡Readmi-…! ¡Oh, Dios mío! ¡Entonces al final va a ocurrir de verdad! ¡Regresas! ¡Después de siete años!

—Mm, hm.

—¡Neuval, es increíble, una gran noticia! Así que el juicio no va a ser sólo para juzgar tu delito, sino para votar tu readmisión también.

—Votarás a mi favor, ¿verdad?

—Hah. Depende —se cruzó de brazos.

—¡Ahh! —Neuval dio un respingo dolido.

—¿Qué me ofreces?

—¿Me estás chantajeando, monje?

—Soy una monje de armas… que está delante del mayor creador de armas avanzadas del mundo… ¡Claro que te estoy chantajeando!

—¡Hahah! No has cambiado nada, Yenovita.

—No me llames así —refunfuñó ella—. Que ya tengo una edad.

Siguieron caminando. Yénova observó la luna, reinando sobre todo aquel lugar. Otra vez le volvía a pasar. Cada vez que venía él, recuerdos del pasado la inundaban. A pesar de haber transcurrido tantos años, ella seguía sintiendo algo... Pero no sabía aún si era algo real o si sólo se trataba de la añoranza del pasado, que eran dos cosas muy diferentes.

Llegaron al final del puente, hasta la primera fortificación de la Ciudadela en la ladera del gran monte. Cruzaron el pórtico y después cruzaron la ciudad interior, sus calles y plazas preciosas, sus edificios y torres de arquitecturas increíbles. Había mucha gente por ahí, la mayoría “iris”. Una vez llegaron al amplio patio baldosado del centro, subieron unos peldaños de anchura curva y larga, que rodeaba casi toda la fachada, hasta el alto portón de madera y hierro del edificio del templo, que, más que un edificio, era un complejo de estructuras y torres, la construcción más grande y sobresaliente de la Ciudadela.

El aspecto del templo era bastante similar al de un castillo, por lo que el vestíbulo tenía en el centro una gran escalinata de mármol color crema que ascendía por dos direcciones. Yénova llamó a una mujer y a un hombre que en ese momento pasaban por ahí, los cuales pertenecían al personal del templo al servicio de los “iris”, y se llevaron a Neuval por una de las puertas del vestíbulo, que llevaba un vestidor.

A los cinco minutos, Neuval volvió a salir, con su traje reglamentario de “iris” Fuu. Era igual que el que llevaba Ciara, la “iris” de antes en el bosque, en cuanto al pantalón blanco bombacho, las rodilleras de protección y el fajín, que era, en el caso de Neuval por ser un Fuu, de color blanco. Ahora que hacía frío, llevaba además una capa del mismo color por encima de la camiseta negra de estilo kimono.

Yénova, entonces, lo acompañó hacia la Sala de Juicio, que se encontraba en otra parte de ese complejo, y donde el resto de monjes del Consejo y Alvion ya estaban esperando.

Cruzaron un gran patio interior ajardinado lleno de flores azules luminiscentes –modificadas genéticamente por los Zou de antaño–, así como el pequeño puente de madera que pasaba sobre su arroyo, y se adentraron en otro vestíbulo amplio. Tenía varias escaleras que conducían a los pisos de arriba y varios ventanales con cristaleras de colores. Antes de meterse por el pasillo principal de ese segundo vestíbulo, dos portones de roble de allí se abrieron de golpe y comenzó a salir un numeroso grupo de “iris” no oficiales, que acababan de cenar en los comedores tras un duro día de entrenamiento. Eran de todas las edades, de todas las etnias del mundo, de todo tipo. Unos llevaban más tiempo que otros.

Lo de comunicarse y entenderse entre ellos y entre los monjes no suponía problema. La Técnica del Idioma era una de las primeras que creó Denzel hace mucho tiempo, y la única de todas que podía ser aprendida tanto por humanos como por “iris”, y se mantenía activa mientras el usuario se comunicara en las lenguas que supuestamente no sabía. Los monjes y los "iris" usaban el inglés y el chino como lenguas principales.

Acumulándose en aquel vestíbulo, a todos se les oía preguntar dónde se habían metido los monjes, que solían cenar con ellos, y dado que algunos tenían programado seguir con el entrenamiento esa noche, andaban un poco perdidos.

—Escuchadme —se hizo oír Yénova, deteniéndose frente a ellos—. Esta noche tenéis tiempo libre. Podéis iros a dormir o a hacer lo que queráis.

Hubo exclamaciones de sorpresa.

—¿Y eso? —preguntó un hombre de Venezuela—. ¿Dónde están los demás monjes?

—¿Qué más da? —saltó una niña, que a juzgar por sus rasgos parecía esquimal—. ¡Noche libre, vamos a jugar!

—¡Sí! —exclamó un grupo de niños y se fueron del templo.

—Un momento —protestó una mujer árabe ya mayor—, nosotros íbamos ahora a dar artes marciales con monk Squal, no podéis dejarnos así.

—Mañana seguiréis —los calmó Yénova—. Esta noche todos vamos a estar bastante ocupados —miró a Neuval.

Entonces todos repararon en él y empezaron a oírse murmullos.

—¿Quién es ese tipo? —preguntó uno a su amigo.

—Ni idea —contestó—. Será un nuevo “iris”.

—Nuevo no, ya tiene el traje blanco, es un Fuu —inquirió una chica.

—La verdadera pregunta aquí es… ¿por qué es tan guapo? —dijo otra.

—¿Es por culpa de ese hombre que vayáis a estar ocupados? —le preguntó un viejo alemán a Yénova con recelo.

—Hey, hey... —saltó Neuval—. A mí no me miréis. No es mi culpa que Alvion no haya tenido la decencia de avisar a todo el mundo de esto previamente.

—¡Fuujin! —exclamó Yénova—. No des ese ejemplo de insolencia hacia el gran anciano.

—Pero si es verdad —rezongó—. ¿A que tú no sabías que hoy iba a venir para el juicio?

—Bueno, pero eso no es... —titubeó—. No debemos cuestionar la voluntad de Alvion.

—Ni que fuese un dios —se burló Neuval.

—¿¡Fuujin!? —saltaron todos de repente—. ¿¡Ha dicho Fuujin!?

—¿¡Se refiere a Fuujin-sama!? ¿No es ese el que dicen que es el “iris” más poderoso del mundo? —se sorprendieron unos.

—¿¡Es él!? —exclamaron otros.

—¡Increíble! ¡El único Dios del Viento!

—¡Es uno de los cuatro "dioses iris” del mundo!

De pronto la masa de gente se abalanzó hacia él, y Neuval se vio envuelto por un mar de ojos sorprendidos y admiradores, lo que le espantó un poco. Ninguno le dijo nada, sólo se decían cosas entre ellos.

—Hey, dejad de... —irrumpió Yénova, consciente de que Alvion estaba esperando—. ¡Chicos, tenemos prisa!

Pero nadie la escuchaba, estaban absortos con Fuujin y las leyendas que sabían de él.

—¡Guau, Fuujin! —exclamó una chica con un gritito histérico—. ¿¡Puedo tocarte!?

—¿¡Eing!? —saltó Neuval, asustado.

—¿¡De dónde eres, Fuujin!? —preguntó un joven africano.

—De Francia...

Oh là là! —exclamaron aquellos que eran franceses.

—¿¡Qué edad tienes!? —brincó una mujer, sonrojada.

—Eh… cuarenta y cinco... —contestó Neuval con una sonrisa nerviosa, empezando sentirse un bicho raro.

—¡Imposible!

—¿¡Es verdad que puedes volar!? —se emocionó un hombre.

—¡Claro que puede, es el único Fuujin-sama! ¡Es la única persona del mundo que puede volar!

—¡Dame una vuelta volando!

—¡No, a mí!

—¡Tu rostro es divino!

—¡Enséñanos tu poder!

—¿¡Estás casado!?

—¡Dame tu Instagram!

—¿¡Es verdad que una vez le teñiste el pelo de verde a Alvion!? ¿¡Y que le robaste la ropa interior e hiciste mercadillo con ella!? ¿¡Y que pintaste todo su despacho de grafitis, y que le pusiste una rata en la comida, y que...!?

—¿¡Son lentillas lo que llevas!?

—¡Qué ojos más raros, parecen de plata!

—¿¡De qué RS eres!?

—¿¡A cuántos condenados has matado ya!?

Yénova, con una venita hinchada en la frente, cogió a Neuval de un brazo y lo sacó arrastras lo más rápido que pudo de allí.

—¡No quiero ni un ruido más aquí! —les ordenó, mientras el personal del templo trataba de alejarlos hacia fuera—. ¡Salid afuera o a dormir!

Todos soltaron protestas, pero ambos ya se perdieron de vista por el pasillo principal.

—Eheh... ¿Qué acaba de pasar? —preguntó Neuval, aturdido—. ¿Cómo saben quién soy si son nuevos?

—Es obvio —suspiró Yénova—. Alvion les habla de ti en sus entrenamientos. Son los únicos momentos en los que habla bien de ti, trata de que los nuevos “iris” sigan tu mismo ejemplo de poder, pero no tu manía de desobedecer.

—Vaya, debe de contarles maravillas de mí —sonrió—. Ahí va... —notó que tenía algo metido en el fajín y lo sacó, era un papelito—. Heheh, esa mujer de antes me ha metido su número de teléfono sin darme cuenta. Esto me recuerda a los tiempos antes de conocer a Katz. Toooodas las mujeres me…

Yénova le lanzó una mirada bastante sombría. Neuval se asustó.

—Ya… ya sabes a qué me refiero —trató de explicarse con una sonrisilla inocente—. Antes de conocer a Katz, pero después de que tú y yo cortásemos… hehe…

—Sí, ya, como si no supiera a estas alturas que cuando salíamos juntos tú estabas con diez chicas más —gruñó la mujer.

—¿Y tú qué?

—Yo solamente estaba con un chico más, ¡pero no con diez!

—Vale, perdóname, ya lo sé, no fui un buen chico.

—¿Cómo ibas a serlo? Ya venías arrastrando manías malignas y perversas desde Francia.

—Eh, que yo recuerde, cuando nos conocimos a los 10 años en mi travesía por Turquía, compartimos un largo viaje por Irán y por Pakistán de lo más agradable.

—Excepto por aquellas veces en que parecías perder la cabeza y para conseguir comida te volvías violento con la gente.

—¡Tenía un “iris” de cinco meses sin tratamiento! No te oía quejarte cuando ponía en tus manos una hogaza de pan.

—Hmm… —refunfuñó ella, pero no dijo nada al respecto—. Bueno, pero ya no eres ese niño, así que no tienes que ir montando tus numeritos delante de los novatos.

—¿Numerito? Eres tú quien ha pronunciado mi apodo delante de todos ellos y por lo cual me han reconocido.

—¡No lo habría hecho si no hubieses hablado mal de Alvion!

—¡Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?!

—¡Nadie! ¡Nadie puede hablar mal de él, es quien nos cuida, la mayoría de los que estamos aquí estamos vivos gracias a él! ¡Sabes que más de la mitad de la gente que vive en estas tierras son personas que Alvion rescató de la muerte y del peligro del mundo exterior en sus viajes, incluida yo!

—¡Todos deberían conocer los trapos sucios de ese vejete!

—¡No lo llames así! ¡Alvion nos ha dado una vida y nos protege! ¡Y no tiene trapos sucios!

—¿¡Te hago una lista!? Hay cosas siniestras y oscuras de ese vejete que vosotros no sabéis, cosas horribles que él os oculta a todos. Alvion no es tan bueno como crees. Tiene cosas malas, muy malas...

—¿Sí? Dime cuál es la cosa más mala, horrible y oscura que él nos oculta.

—Te lo diré —Neuval abrió mucho los ojos, poniendo una mueca de terror—. ¡Le huelen los pies!

De repente ambos se quedaron mudos. Sin haberse dado cuenta, ya estaban dentro de la Sala de Juicio, rodeados de grandes gradas, donde estaban todos los monjes del Consejo y el propio Alvion en un trono central a varios metros del suelo. En la sala se oyó un eco: “… elen los pies… os pies… ies… s…”.

—Ahm… perdón —musitó Yénova, bajando la cabeza, muerta de la vergüenza y yéndose rápidamente a su sitio, a un asiento de los estrados de la sala con los demás monjes.

—¡Ayayay...! —exclamó Neuval, cerrando los ojos con fuerza y llevándose las manos a la cabeza—. ¡Era broma, no hablaba en serio! —suplicó, cayendo de rodillas al suelo por el dolor—. ¡Los pies te huelen a rosas de pitiminí!

Alvion dejó de provocarle ese dolor telepático con un gruñido de irritación, y volvió a sentarse en su trono, sobre un pilar entre las dos gradas. Algunos monjes, como Squal, soltaron unas risas silenciosas, con cuidado de que Alvion no se diese cuenta.

—Todos en pie —declaró este, yendo al grano, por el bien de su salud.

Todos los monjes se pusieron en pie al mismo tiempo, bien erguidos, y guardaron silencio sepulcral. Neuval dio un suspiro y se levantó del suelo, caminando hacia el centro de la sala. No podía evitar sentirse un poco nervioso. Estaba viendo todo lo que le esperaba por delante, y sólo podía sentir emoción, emoción por volver.

—Neuval Lao, "iris" Fuujin, 45 años de edad, de los cuales 26 años de servicio y 7 de exilio —dijo el gran anciano—. Ex-Líder de la KRS de Tokio. Comienza la sesión.

Tras decir eso, los monjes se volvieron a sentar y Alvion siguió en su trono, todo serio. Para ellos, Neuval era el hijo de Kei Lian, por eso le ponían su apellido.

—Monk Liu, lea los cargos —ordenó Alvion.

Una monje de elevada edad que se sentaba a la derecha de Alvion se puso de pie y desenrolló un pergamino. Era muy mayor, podía tener más de 80 años, y aun así, conservaba un porte firme y autoritario, y vestía elegante, con un vestido tradicional de su tierra, Bulgaria, y el cabello cano recogido en un moño. La monje carraspeó un poco y comenzó.

—Último caso: asesinato de doce humanos.

De pronto se oyeron murmullos de sorpresa y los monjes miraron a Neuval con pesadumbre al ver que era un caso grave como las otras veces.

—No eran humanos inocentes —se defendió Neuval—. Todos ellos tenían largos expedientes criminales. Asesinatos, violaciones y tortura. Lo investigué. Eran condenados.

—Para —dijo Alvion—. Yo decido aquí quién es inocente y quién no, a quién matáis y a quién no.

—Pues te saltaste a esa panda de criminales.

—¡Silencio! —repitió—. No hables hasta que yo te lo diga, que siempre haces lo mismo, ¡respeta los turnos del juicio por una vez!

—¡Pero eran criminales, asesinos! —insistió Neuval.

—¡Sabes que eso me da igual, Neuval! —gritó Alvion con más fuerza, y el resto de la sala se quedó en sumo silencio—. ¡Mientras yo sea el protector del bien de este mundo, hasta las peores personas merecerán una oportunidad por mi parte! ¡No podéis matar a alguien sin contemplaciones aunque sea un despiadado asesino de inocentes, si hiciéramos eso con todos, no lograríamos nada! Yo haré lo que sea... por arreglar el mal de los humanos, por convertirlos en nuevas personas. Aunque me presentases aquí a la peor persona de la historia, aunque el olor de su mal me estremezca, yo le tenderé mi mano para ofrecerle un nuevo camino, después de haber cumplido su merecido castigo, claro. Es algo que debo intentar, Neuval, ¿lo entiendes?

—Tus antepasados no hacían eso.

—Yo tomé mi propio camino, mi modo de hacer las cosas. Y mi modo de hacer las cosas no es limpiar el mundo de malas personas, sino limpiar el mal de las personas de este mundo. Soy un hombre con un poder superior al del resto, y no estoy presumiendo, estoy exponiendo una realidad. Y hace más de un siglo decidí, al contrario que mis antepasados, que lo usaría para ayudar, para ayudar a todos, sin exclusión. Nadie nace malvado, Neuval. Todas las malas personas tienen su razón de ser, un motivo, un origen. Tú estuviste incluido en ese lote. Y yo tengo que intentar ayudarlos. ¿Lo comprendes?

Neuval chasqueó la lengua con fastidio. Pero luego bajó la mirada, incapaz de negarle que tenía razón. Porque ese ideal que tenía Alvion era un ideal que él también apoyaba.

—Lo siento —acabó disculpándose—. Lamento lo que mi majin ha hecho.

—Yo también, Neuval. Yo también —suspiró el anciano finalmente, y le cedió la palabra a la monje de su lado con un gesto.

—Debido a la larga lista de casos similares de descontrol en los últimos siete años —prosiguió monk Liu—, para los cuales se ha ejecutado la prueba del Edonus Vigi como solución y sin el resultado esperado, Neuval Lao tiene la opción de que se le despoje del “iris” para siempre, así como de todas sus memorias vinculadas, para volver a ser humano y regresar a una vida humana… O bien, que decida volver a su anterior cargo de “iris”, con todos los deberes y derechos anteriores a su exilio y comprometiéndose a someterse a la voluntad de nuestro Señor, Alvion Zou. ¿Qué decides, Neuval Lao?

—La segunda opción —contestó firmemente.

Los monjes comenzaron a montar barullo, comentando unos con otros. La mayoría estaba sorprendida, otros asentían totalmente acordes con su decisión, y otros se alegraban de esta noticia.

—Bien, pues —concluyó la mujer, guardando el pergamino y se sentó de nuevo en su asiento.

—Fuujin —empezó Alvion—. Justifica tu decisión.

—En primer lugar, aparte de que varias personas me han apremiado todo este tiempo, últimamente han surgido determinadas razones más sólidas para llevarme a decidir esto. Una es, y todos la conocéis, mi problema con mi majin. Creí haberlo superado después de haber realizado tantas veces el Edonus Vigi, pero está claro que tras lo que hice, sigo siendo vulnerable a él. No lo puedo controlar, sólo Alvion puede, y lo necesito para proteger a mi familia y a los demás de mí mismo.

Los monjes asintieron unos con otros esta declaración. Conocían el expediente de Fuujin mejor que el de ningún otro y sabían a qué se refería.

—Y en segundo lugar, elijo volver porque sigo sin poder soportar las injusticias que se siguen cometiendo a mi alrededor. Quiero luchar contra ellas tal como hice en el pasado, tal como juré hace 33 años. Porque esto es lo que soy. Este es quien deseo ser. Fomentaré el camino que esta asociación sigue desde que se creó, proteger el planeta de los males humanos y proteger a los humanos de los males humanos. Eso es todo.

—Muy bien —dijo el gran anciano, y bajó del pilar hasta donde estaba Neuval, levitando por el aire. Lo miró fijamente a los ojos—. ¿Juras solemnemente cumplir con tu deber como “iris” y con mis órdenes?

—Qué remedio —sonrió Neuval.

Alvion soltó un gruñido, pero cerró los ojos con calma.

—¿Votos a favor de la petición de Neuval Lao? —preguntó.

Neuval vio cómo a las espaldas de Alvion decenas de manos se alzaban bien alto. Se cruzó con las miradas de Squal y Knive, a través de las cuales le mandaban su sincera aprobación. Luego vio que Yénova también tenía la mano levantada y le estaba diciendo con los labios “regálame un pack de tu última gama de rifles”.

—Entonces —prosiguió Alvion—, yo te renombro Fuujin, “iris” oficial del Monte Zou, Líder de la KRS de Tokio. Mañana se te entregarán tus nuevos cargos y deberes. Cuando vuelvas a tu ciudad, informarás a tus compañeros de estos nuevos cargos, y comenzaréis a trabajar en ellos.

Neuval asintió con la cabeza.

—¿Dónde quieres tu Marca? —preguntó Alvion.

—Donde siempre estuvo —contestó, dándole la espalda y clavando una rodilla al suelo. Se quitó la capa y la chaqueta del kimono, dejando su espalda al descubierto.

Alvion se arremangó y juntó las manos con una palmada a la altura de su cabeza, cerrando los ojos. Permaneció así unos segundos, concentrándose. Así es como el brujo Zhen Qing enseñó a los Zou a impregnar el Código del tatuaje en el cuerpo de los “iris”, el cual le quitaron a Neuval cuando se exilió.

Feng! —exclamó, a la vez que estampaba su mano derecha contra la parte superior de la espalda de Neuval.

Acto seguido, comenzaron a salir unos extraños ríos de luz blanca de la palma del anciano, que fueron recorriendo la piel del Fuu hasta ir definiendo un dibujo, de líneas entrelazadas y pequeños símbolos. Los trazos se fueron coloreando de negro, y en el centro, donde Alvion tenía la palma, se formó el kanji “viento”. Una vez terminó, el Zou volvió a erguirse y a meterse las manos en las mangas contrarias de su traje. Neuval se puso en pie, volviendo a ponerse la chaqueta y la capa.

—Estupendo —sonrió—. Espero que te hubieses lavado las manos antes.

Alvion le clavó una de sus miradas más sombrías con sus ojos amarillos.

—Antes de que te vayas ahora —lo detuvo Alvion, volviendo a levitar hacia su trono—. Quería comentarte cierto asunto.

—¿De qué se trata?

—De tu hijo.

—¿Cuál? —se sorprendió.

—El pequeño.

Neuval se lo quedó mirando, ofuscado, pero luego entendió a qué se refería. Negó con la cabeza, sonriendo.

—No... No, ni hablar. Otra vez con esas, no. Ya lo hemos hablado diez veces, Alvion.

—Escucha —insistió con calma—. No puedo seguir pasando esto por alto. Quiero que lo traigas aquí y que se entrene.

—¿¡Qué!?

—Sigo percibiendo su “iris” en mi mente —le explicó.

—¡Yenkis no es un “iris”! —objetó—. ¡Es sólo...!

—¡No es una herencia genética sin importancia! —replicó Alvion—. Cierto es que su “iris” no ha nacido de un trauma tras la pérdida de alguien. Pero su “iris”, que tiene desde su nacimiento, es de verdad, funciona como el resto.

—¿¡Y qué si es de verdad!? —discrepó Neuval, alarmado—. No es motivo para hacerle miembro de la Asociación.

—Y si no nos equivocamos —corroboró Liu—, ya posee afinidad por un elemento, el tuyo, pero no lo domina.

—¡Pero...!

—Y como no lo domina, podría ser un peligro —añadió Alvion—, cosa que no puedo permitir. Por eso, por su propia seguridad y la de los demás, es necesario que tu hijo se entrene aquí para dominarlo.

—¿Y para convertirse en uno de tus peones? —farfulló Neuval—. Por encima de mi cadáver.

—¿Por qué te niegas a eso? —preguntó uno de los monjes.

—No quiero que mi hijo esté bajo tu control, Alvion, metido en esta vida. Ni hablar.

—Puede ser un peligro, Fuujin —respondió el anciano—. Es mejor que consideres eso antes que nada.

—En los 12 años que llevo viviendo con él, nunca ha demostrado ser un peligro.

—Aún hay tiempo —comentó Liu—, para que eso suceda.

—¿Y no recuerdas el caso de Brey Saehara? —preguntó Alvion.

—Brey heredó la electricidad de su padre, sí, es “iris” desde su nacimiento —asintió Neuval—. Pero se convirtió en miembro de esta asociación tras haber perdido a sus padres, lo que valió como trauma e hizo de su “iris” algo peligroso. El “iris” de Brey necesitó entrenamiento por esa pérdida. Yenkis no tiene el mismo caso.

—Prevenir antes que curar —intervino el monje Knive, y Neuval lo miró con sorpresa y contrariado—. Vuestro hijo puede desarrollar su “iris” inconscientemente por el mal camino. Vos debéis pensar en su seguridad, tampoco es tan malo que sea uno de los nuestros. Yo estoy contento con mi Jannik y es más joven que vuestro hijo.

—Pero… Tanto me ha costado mantener a mi familia lejos del peligro como para que ahora queráis meter a mi hijo en semejante vida…

—Hagamos un trato —dijo Alvion—. A la primera señal de peligro que manifieste tu hijo, aunque sea mínima, lo traerás aquí. Mientras no dé tal señal, que siga con su vida. ¿Estás de acuerdo?

—Eh... —murmuró, pero vio todas las miradas de los monjes apuntando hacia él, indicando que en esto estaban de parte del anciano; contra eso no podía luchar—. Ay... —suspiró alicaído.


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