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1º LIBRO - Realidad y Ficción

47.
Fin del exilio

Yenkis salió a hurtadillas de su cuarto y asomó la cabeza hacia el pasillo. Todo estaba oscuro y silencioso, ya que era tarde y todo el mundo estaba acostado. Así, pues, se fue de puntillas hacia la habitación de su padre y de Hana. La puerta estaba medio abierta, y se asomó con la misma cautela. Se aventuró a abrir su ojo izquierdo para que su luz blanca le permitiese ver entre la oscuridad. Vio a Hana durmiendo sobre la cama apaciblemente, sin embargo, no había nadie más. El otro lado de la cama estaba vacío.

«¿Dónde demonios está papá?» se extrañó. Volvió sobre sus pasos y bajó las escaleras, guiado por su luz blanca. Se preguntó si su padre estaría en su despacho, en la otra punta de la casa, donde casi siempre solía estar a esas horas de la noche, trabajando. De todas maneras, no le preocupaba, sólo iba a salir un momento a la calle.

Al llegar a la puerta del vestíbulo, se acercó a una pequeña pantalla en la pared, sobre el mueble de las llaves.

—Hoti, desbloquea la puerta —le susurró el niño.

—“¿Con qué propósito?” —contestó la voz femenina de la inteligencia artificial, también en susurros, porque estaba programada para reconocer las situaciones y los contextos, y sabía que a esa hora debía hablar en voz baja.

—Voy a salir un momento.

—“Son las once y media de la noche. No es apropiado que un niño de 12 años salga a la calle a esta hora. Tu padre no me permite dejarte salir sin su permiso. Pero si te ha dado la clave, dime la clave.”

—¿Está papá en casa?

—“Tu padre no se encuentra en ningún lugar de esta vivienda ahora mismo.”

—Vamos, Hoti, no tengo la clave y papá no está. ¿Qué pasa si hay una urgencia, un incendio?

—“Cualquier pequeña llama de fuego o chispa que surja en cualquier rincón de esta casa donde no debería surgir, será extinguida por mí en dos segundos.”

—Pero si no tenemos aspersores.

—“Cualquier pequeña llama de fuego o chispa que surja en cualquier rincón de esta casa donde no debería surgir, será extinguida mediante la emisión de ondas sonoras de baja frecuencia. El agua moja y estropea los materiales, y puede provocar cortocircuitos peores.”

—Oooh… —se asombró Yenkis—. Pero las ondas sonoras de baja frecuencia no ahogan la corriente eléctrica y las chispas que pueden salir de un cable roto o un cortocircuito en una placa electrónica.

—“Para ese caso, corto la corriente eléctrica del aparato afectado.”

—¿Y si sólo quiero salir al jardín? Sigue siendo nuestro recinto privado.

De repente se hizo un silencio. Al parecer, Hoti se quedó pensando algo.

—“Yenkis. Te pido que ceses este intento de conexión con mi código fuente.”

—¿Eh?

—“Yenkis. Te pido que desconectes el dispositivo que estás empleando para hackearme.”

—Mierda…

El niño sacó de su bolsillo su cubito, el aparato que había creado para conectarse, invadir y modificar cualquier aparato.

—“Yenkis. El código que me dio vida fue creado por tu madre. Nada creado por cualquier otro puede franquearlo.”

—Precisamente estoy usando el código de mi madre para intentar franquearte. Pero supongo que aún me queda bastante camino para llegar a tu nivel, mamá… —se dijo, suspirando resignado y mirando decepcionado su cubito.

—“Yenkis. Regresa a la cama. Buenas noches.”

No tenía nada que hacer. Si insistía en sus intentos, Hoti llegaría a enviar un aviso a su padre al móvil. Así que no tenía más remedio que recurrir a un modo poco ortodoxo. Regresó a su habitación y abrió la ventana. Se quedó un momento observando el cielo nocturno.

No podía dejar de pensar en la historia que le contó su hermano sobre el pasado de su padre. A pesar de que Lex no le mencionó ninguna de las partes relacionadas con el “iris” y el Monte Zou y solamente describió esas partes como “un trauma que arrastraba y estaba deteriorando su mente hasta que Lao lo llevó a un lugar donde podían ayudarlo”, Yenkis no podía quitarse de la cabeza la imagen de ese niño de 10 años, tan idéntico a él, pero con una infancia tan contraria a la suya, cargada de desgracias, maltratos, abusos, hambre…

«Ni ese papá de 10 años pidió adquirir esa luz en su ojo, ni yo pedí nacer con ella. La mía no ha venido acompañada de un trauma. Pero tanto él como yo, al no poder deshacernos de ella, deseamos al menos darle un propósito. Seguro que papá le dio un propósito. Lex no quiso decírmelo, pero estoy seguro de que esta luz lleva consigo algún tipo de poder. No lo veo, pero lo siento. Lo huelo en aire, lo palpo en el viento, todas esas diferentes sustancias invisibles, esas moléculas tan diferentes unas de otras. Tiene que significar algo, tiene que servir para algo…».

«Pronto Daiya Miwa me dará el código especial de mi madre, el que necesito para ver el contenido de las carpetas del ordenador de papá. Daiya me dijo que “mucha gente” posee ese código. No tengo forma de encontrarlo o identificarlo en todos los cuadernos y USB de mamá, por lo que, si alguien me lo puede dar directamente, es mi mejor opción. Mi única opción».

«No voy a mentir. Me da algo de miedo lo que pueda descubrir en esos archivos de papá… Por eso, no quiero hacerlo solo» terminó de pensar, y miró la casa de al lado, la de los vecinos, la casa de Evie. Luego observó el árbol que tenía delante de su ventana, en su lado del jardín. Tenía algunas ramas grandes, una de ellas estaba muy cerca de su ventana, y otra pasaba también cerca de la ventana de la habitación de Evie.

Nunca lo había intentado, pero siempre había rondado por su cabeza desde que su amiga vino a vivir a esa casa hace tres años. Neuval no le permitía a Yenkis tener todavía un teléfono móvil inteligente, pero sí que le había dado un teléfono con el que solamente podía hacer llamadas, usar una aplicación de mensajes gratuita y usar otra de GPS. Neuval aún no lo consideraba suficientemente mayor para navegar por internet desde un dispositivo propio y privado, tener redes sociales y poder comunicarse con cualquiera, lo que era lógico y sensato, pero jamás dejaría a Yenkis sin un dispositivo que le permitiera comunicarse por si tenía algún accidente o alguna urgencia o se perdía en algún lugar. Claro que, de todos modos, su padre estaba al tanto de los mensajes que enviaba, a quiénes se los enviaba o a quiénes hacía llamadas.

Yenkis siempre se había quejado de esto, como cualquier niño de su edad. Cuando su padre le decía que a su edad, si quería tener redes sociales, debía compartirlas con él y usarlas junto a él, siempre lo había sentido como una forma de control excesiva. Y cuando su padre le había intentado explicar varias veces las muy inteligentes estrategias que ya sabían utilizar los delincuentes, los estafadores y los pederastas para captar, estafar, manipular y secuestrar a niños, también lo había pensado como una exageración.

Pero Yenkis ya no creía que su padre exageraba ni que intentaba controlarlo a él. Después de saber que su padre sufrió varios raptos y abusos innombrables a una edad incluso más joven que la suya, estaba empezando a entender que lo que él quería controlar no era a él, sino a los delincuentes que pudieran acecharlo; y lo que él quería contarle, no eran cuentos exagerados del Hombre del Saco, sino la pura verdad sobre los peligros que existían el mundo.

Aun así, para lo que estaba haciendo ahora, quería evitar usar su móvil. Quería hablar con Evie sobre su próximo plan una vez que Daiya le diera el código, y obviamente no se lo podía escribir por mensaje, porque su padre a veces leía sus mensajes con sus amigos, ni llamarla por teléfono, porque su padre vería el registro de llamadas y le preguntaría por qué había llamado a su amiga a las once y media de la noche cuando todos dormían. Neuval le había prometido que cuando cumpliera 13 años, ya confiaría más en él y en su capacidad de detectar peligros o malas conductas por sí mismo, y le dejaría más intimidad. Hasta entonces, tenía que aguantarse.

Saltó hacia la rama grande cercana a su ventana y comenzó a desplazarse con cuidado hacia el tronco del árbol, agarrándose a las demás ramas altas más pequeñas. Un vez ahí, trató de rodearlo para subirse a la otra rama grande que pasaba junto a la ventana de la habitación de Evie. Pero, aunque puso los pies en ella, esta vez se agarró con las manos a una rama muerta para apoyarse, y apenas se movió, esta rama seca acabó partiéndose.

—¡Uaah! —exclamó, cayendo del árbol.

En un segundo, le dio tiempo a ver el suelo, donde muy seguramente iba romperse algún hueso. Cerró los ojos con fuerza, se quedó en blanco. Apretó los dientes y sintió un vacío en el estómago, y… cuando estaba a medio metro del suelo, una especie de masa de aire se arremolinó debajo de él, lo que frenó casi al instante su cuerpo, y finalmente cayó al suelo con un golpe muy leve. Se quedó ahí tumbado un buen rato en el jardín de la casa de sus vecinos, jadeando, con la rama seca pequeña aún entre sus manos.

Estaba alucinando pepinos, no tenía ni idea de por qué no estaba ya agonizando por una pierna, brazo o costilla rota. Estaba perfectamente. «¿Qué? ¿Qué? ¿Socorro?» se abrumó, tratando de recordar qué había pasado en los tres segundos de su caída. Lo único que recordó fue haber sentido que se caía sobre algo bastante blando e invisible.

En ese momento, vio que se encendía la luz de la ventana hacia la que se estaba dirigiendo. Por ella se asomó Evie, frotándose los ojos con somnolencia. Al ver al chico tirado en su jardín, se quedó perpleja.

—¿Kis? ¿Qué haces ahí?

—Ahahah... pues... —le entró la risa nerviosa y miró la ramita que tenía en las manos—. Nada... matando moscas... —contestó, dando palazos al aire.

—¿Te encuentras bien?

—Ahaha... no lo sé…

Evie cerró su ventana y se perdió dentro de su habitación. A los pocos minutos, apareció en el jardín, con una sudadera puesta sobre el pijama. Al ver a Yenkis sentado en el mismo lugar donde estaba, rascándose la cabeza con una gran cara de confusión, se arrodilló sobre la hierba junto a él.

—¿Qué haces aquí, Kis? Son las doce menos cuarto.

—Ya, ya... —titubeó, tratando de olvidarse de lo que le había pasado; mejor que su amiga no lo supiera, ya bastante tenía con que supiese lo de su ojo de luz—. Sólo quería decirte… que quizá mañana o un día de estos por fin podré abrir las carpetas de mi padre. Y… me gustaría que estuvieses ahí, por si… bueno… Si quieres…

Evie se dio cuenta bastante rápido de lo que le pasaba. Estaba preocupado por lo que fuera a descubrir en esas carpetas y no quería hacerlo solo.

—¿Ha pasado algo? —preguntó ella—. ¿Conseguiste que tu hermano te contara alguna cosa sobre ese Jean Vernoux?

Yenkis se quedó callado. No sabía qué responderle. En un principio, tenía la firme intención de contarle a Evie todo lo que había descubierto y escuchado. Quizá fuera por el susto que acababa de sufrir, o quizá por el extraño fenómeno que había frenado su caída, pero ahora estaba un poco descolocado y estaba teniendo dudas sobre qué cosas compartir con Evie. ¿Hasta qué punto tenía él derecho de contarle a Evie, o a cualquier persona, quién era Jean Vernoux, y qué le provocó a su padre cuando era pequeño, y qué situaciones atroces vivió este cuando huyó de París, algo que ningún niño debería jamás vivir ni conocer? No lo vio apropiado. Esa terrible infancia de su padre era una cosa muy personal, y también dolorosa. No quería que Evie tuviera en la cabeza una historia así.

—Sí… —le respondió él finalmente—. Pero…

No sabía cómo decírselo. Sin embargo, Evie tenía una buena habilidad para leer a los demás. Se sonrojó y le agarró una mano para tranquilizarlo.

—No tienes que contármelo si no quieres, Kis. No te preocupes. Puedo simplemente estar a tu lado mientras tú descubres cosas y yo miro para otro lado. Si no quieres que sepa nada pero quieres que esté ahí presente, lo estaré.

El niño la miró asombrado. Sintió que esta era la primera vez desde que conocía a Evie que tenía una nueva conexión con ella, diferente a la anterior, como simples amigos o miembros del mismo grupo de música. Ya no era sólo un sentimiento de alegría, o de diversión o de compañerismo como el que los amigos se causaban mutuamente. Sintió una sensación reconfortante, de alivio, de sentirse a salvo, y Yenkis hasta ahora ni siquiera sabía que la necesitaba.

—Gracias —le sonrió el muchacho.

Después miró hacia abajo y se dio cuenta de que Evie le estaba agarrando la mano. Esto le hizo sonrojarse sin saber por qué, e Evie, viéndolo, volvió a tener un pronto de timidez y soltó su mano rápidamente y miró hacia otra parte, vergonzosa.

—Ehm… —titubeó el chico—. Entonces… si mañana consiguiera el programa que abre las carpetas... ¿por la tarde estarías disponible?

—Ah... sobre mañana... —murmuró Evie—. Lo siento, Kis. Mañana tengo que ir a un funeral.

Yenkis abrió los ojos con sorpresa, y la luz blanca de su ojo izquierdo brilló de repente, de nuevo sin permiso, y deslumbró a Evie.

—Oh, perdona —se apuró a tapárselo con la mano—. ¿Qué... de quién es el funeral?

—De mi abuelo —contestó la chica con tristeza.

—¿Y eso?

—Sí... —le explicó Evie—. Ha fallecido de un infarto, según los médicos. Ha sido inesperado.

—Lo siento —se apenó Yenkis.

—No te preocupes —casi sonrió, afligida—. Mi abuelo y yo nos llevábamos muy bien. Me parece raro que no te hayas enterado, ha salido en todas las noticias.

—¿Qué? —se sorprendió—. ¿Por qué tu abuelo iba a salir en todas las noticias?

—Oh... —comprendió Evie—. ¿Llevo tres años viviendo aquí y no te lo he contado? No sé si lo has visto alguna vez en persona, pero a lo mejor en la tele sí. Mi abuelo es Takeshi Nonomiya. Era el ministro de Interior del país. Iba a jubilarse.

—Oh, ¡no tenía ni idea! Guau… ministro de Interior… Seguro que tu abuelo se conocía todos los secretos de este país.

—Bueno, él era un hombre muy listo, y fundó hace décadas un servicio de inteligencia especial, aunque nunca le gustaba hablar de ello. Así que… en fin… mañana es su funeral. Mi tío Hatori vendrá a recogernos a mis padres y a mí e iremos toda la familia a Saitama. No sé cuándo volveré aquí.

—Entiendo… —murmuró lentamente, y empezó a pensar en muchas cosas—. Y… ¿quién es ahora el nuevo ministro?

—Ha salido elegido mi tío Hatori, que ha sido el jefe de la Policía hasta ahora. ¿Por qué lo preguntas?

—No, bueno, es que... —balbució, cada vez más ensimismado en la cantidad de ideas y posibilidades que traía el hecho de que Evie estuviera directamente relacionada con personas tan importantes—. Jefe de la Policía… alguien así también debe de manejar muchos secretos e información…

—¿Kis?

—Evie —dijo, mirándola fijamente a los ojos—. ¿Tienes mucho contacto con tu tío? ¿Tienes una relación estrecha con él?

—¿Eh? Pues... sí, la verdad es que siempre hemos sido cercanos. Cuando mis padres se van de viaje o están muy ocupados, suelo quedarme en la casa de mi tío.

—Hm, hm... —volvió a murmurar, rascándose la barbilla con cara perversa.

—¿Se puede saber en qué estás pensando?

—Hm, hm...


* * * *


Neuval siguió caminando por las calles del centro tranquilamente, mientras echaba un vistazo a los informes de Alvion en su cartera. Iba entero de negro, con un abrigo de tela muy largo y elegante y con las solapas del cuello hacia arriba para resguardarse, lo que le hacía parecer una sombra más de la noche, como en los viejos tiempos. A medida que iba sacando las carpetitas del Monte Zou y llevándoselas a la boca para sujetarlas y seguir rebuscando en su cartera, iba sintiendo una carga en el pecho un tanto molesta. Jamás Alvion le había dado tantas carpetitas juntas.

—Fuuu... —suspiró, dándose cuenta del trabajo tenía por delante—. El vejete se ha quedado a gusto...

«No me digas que ha estado guardando todas estas misiones para mí. ¿Tan desesperado estaba por que volviese?» pensó. Negó con la cabeza, asumiendo lo que se le venía encima. Tener que hacer todo ese trabajo para Alvion junto con su trabajo como director de una multinacional le venía un poco agobiante. No obstante, estaba contento, así que fue cogiendo las carpetitas que sujetaba con la boca y las fue guardando de nuevo una a una.

Ocupado en esto, no reparó en unas voces que provenían del interior de un pequeño parque por donde se estaba metiendo. Eran voces de unos jóvenes que al parecer estaban de ocio a pesar de lo tarde que era y aun teniendo clase mañana. Por los alrededores, sin embargo, no había ni un alma ya, todo el mundo ya se había ido a dormir para ir a trabajar al día siguiente. Neuval siguió caminando, organizando las carpetitas en su cartera.

—Chs, chs... —oyó a sus espaldas de repente—. ¡Eh, tú!

Neuval se detuvo al ver que lo llamaban y se dio la vuelta, extrañado. Entonces arqueó una ceja al verse rodeado por un círculo de adolescentes. Eran como ocho chicos, cuyas caras expresaban sonrisas burlonas y lo miraban con ojos maliciosos. A algunos no se les veía la cara al estar en la penumbra. Neuval se quedó quieto, sin entender.

—Oye —dijo uno de ellos que estaba en la penumbra con tono chulo, quien al parecer era el cabecilla del grupito—. ¿Qué te trae por aquí?

—Sí, estás en nuestro territorio —rio otro de ellos, poniéndose gallito.

—¿Qué llevas ahí?

—¿Tienes pasta?

Neuval arqueó más la ceja, ofuscado, todavía sujetando la última carpetita entre sus dientes. «¿Por qué este tipo de gente la toma siempre conmigo?» se preguntó con mosqueo.

—¿Nos prestas algo de dinero? —preguntó otro—. Danos algo y no te haremos nada.

«Los críos de hoy en día me fascinan» pensó Neuval con ironía, observando a cada uno de ellos, acorralado.

—Eh, Kaoru, quítale esa cartera —le apremió un chico al cabecilla—. Seguro que vale mucho dinero.

Los demás soltaron risotadas apremiantes, pero Neuval sólo tenía ojos para ese chico, el cabecilla. Se quitó la carpetita de la boca lenta, muy lentamente, sin quitarle la vista de encima a ese.

—Kaoru —murmuró Neuval, entornando los ojos—. ¿Eres tú?

Kaoru dio un paso para salir de la penumbra a plena luz de la farola de al lado y alzó la barbilla con aire superior, sonriéndole arrogante. Mantenía su ojo izquierdo guiñado para que sus amigotes humanos no vieran que brillaba. Al menos mantenía su identidad “iris” en secreto.

—Heh... —rio—. ¿Y tú de qué me conoces? ¿Ya te he robado anteriormente? Hahaha...

—Hahaha... —rio también Neuval, con cara simpática—. Tenía ganas de tenerte delante, desde la última vez que te vi manoseando a mi hija.

—Pff… ¿Eres el papi de alguna de esas zorritas que babean por mí? —bufó Kaoru, riendo—. ¿Cuál de todas es tu hija?

Los demás chicos seguían animando a Kaoru. Pero de repente se formó un silencio. Un silencio sobrecogedor. Un silencio absoluto que pareció inundar toda la faz de la Tierra por unos segundos. Como si el aire de todo el mundo se hubiera estremecido. El “iris” de Kaoru percibió ese extraño fenómeno como un inminente peligro, y no entendió por qué. Miró a Neuval. Estaba tan quieto y silencioso que no parecía real. Lo miraba tan fijamente, con esos raros ojos grises, que a Kaoru le dio un fortísimo escalofrío. Él era un Sui y el frío no le afectaba. Pero por primera vez en su vida sintió el verdadero frío congelando hasta los átomos de su cuerpo.

—¿Quién coño eres tú? —gruñó Kaoru con amenaza.

—Le partiste el corazón a Cleven.

El chico al fin entendió quién era y soltó otra risilla, recuperando su actitud prepotente.

—Ah... ¿conque eres el papi de esa? ¡Hah! Ella me hablaba de ti, ¿sabes? Decía que eras un muermo. Un adicto al trabajo, un torpe, triste y amargado hombrecillo con miedo a todo. Decía que tú le arruinabas la vida. ¿Y me echas en cara que yo le partí el corazón? Tú eres peor.

Neuval siguió mirándolo fijamente a los ojos. Mientras Kaoru seguía alardeando, usó su Técnica de Telepatía y se introdujo en su mente, y el chico ni se dio cuenta. No… El pobre Kaoru no se dio cuenta de que ese hombre estaba viendo dentro de su cabeza todas las cosas que le había hecho a Cleven: cuando la agredió física y verbalmente a la salida del instituto el otro día, y ella intentó zafarse, y luego apareció Denzel; cuando se la encontró en el Parque Yoyogi una noche y volvió a atacarla, hasta que apareció Drasik...

Neuval dejó de escudriñar su mente y se quedó con la imagen de Kaoru partiéndole el labio a su hija, y con la posterior aparición de Drasik y la pelea que ambos entablaron. Sus ojos plateados se volvieron más siniestros que nunca. Empezó a vibrar una energía desconocida en el aire. Sin embargo, como era de esperar, oyó la voz de Alvion Zou en su cabeza: «“Fuujin, estoy notando en tu “iris” que estás demasiado alterado. Detente, ¿me has oído?”». 

«No te preocupes, mi Señor» contestó Neuval con tono sereno, «Lo tengo todo controlado».

—Cleven no te lo contó todo sobre mí, Kaoru —le dijo finalmente—. Ya que de todas formas ella no lo sabe.

—¿Saber el qué? —bufó con voz de burla.

—¿Has oído hablar alguna vez… de un “iris” que pasó al exilio después de destruir la mitad de esta isla hace siete años?

—¿Qué dice? —rieron los otros chicos.

—Jaja, está pirado este…

Menos Kaoru. A él no le hizo ni pizca de gracia. Todos reían, pero Neuval y Kaoru seguían mirándose el uno al otro en silencio. Ambos eran los únicos "iris" de ahí, los otros chavales eran simples humanos y obviamente desconocían esta parte de la historia. Neuval dibujó una larga sonrisa, con esos ojos argénteos y escalofriantes. Esa cara… parecía la del mismísimo diablo…

Kaoru se había quedado petrificado. Luego sus piernas empezaron a temblar. Sus colegas se dieron cuenta de esto y volvieron a callar sus risas.

—Kaoru, ¿qué te pasa, tío?

—Eh, ¿te has quedado empanado o qué? Jaja...

Kaoru no podía oírlos, sólo oía el latido de su corazón en los tímpanos. Esos ojos grises... esa mirada... los sentía dentro de él como cuchillos. Al fin comprendió que ese hombre era el mismísimo Fuujin en persona. Y no sólo eso. Sabía que él poseía la Técnica de Telepatía y Borrado de Memoria. Y no le cupo la menor dudad de que él ya se había metido en su mente y ya había visto lo que no debería haber visto.

Neuval seguía mirándolo con esa sonrisa y con esos ojos estáticos. Pero, de repente, desapareció, y una fracción de segundo después apareció justo delante de él. Kaoru ni lo había visto, había sido muy veloz. Antes de que pudiera exclamar o dar un paso atrás, Neuval lo agarró del cuello con una mano y lo levantó unos centímetros sobre el suelo como una pluma. A Kaoru le temblaron las pupilas, muerto de miedo, agarrando su mano que le aprisionaba el cuello. Los demás chicos se callaron enseguida y se pusieron alerta, sorprendidos por esa reacción.

—Norma número 1 de la Asociación —empezó a decirle Neuval en voz baja, sin borrar esa sonrisa apretada—: prohibido matar o poner en peligro la vida de un inocente. Norma número 2: prohibido matar a otro “iris”, monje o Menor así como a cualquier otro miembro de la Asociación. Norma número 3: prohibido suicidarse o intentarlo. Estas son las normas más inquebrantables de toda la Asociación. Si las quebrantas una sola vez, quedas inmediatamente condenado al confinamiento o bien a la muerte —se aproximó más a él, clavándole la mirada.

»¿Sabes, Kaoru? Yo a tu edad era como tú. Incluso peor. Sé lo que es tener esa sed de poder, de controlarlo todo, de dominar tu entorno y a las personas que te rodean. Sólo me importaban las personas más allegadas a mí, y me gustaba hacer sufrir a los demás. Y con las mujeres también he sido un verdadero cretino. Pero la gran diferencia es que a mí jamás se me habría pasado por la cabeza agredir físicamente a una humana inocente. Aun así, yo les hacía daño emocionalmente, a mí también me gustaba jugar con muchas de ellas y romper sus corazones. Se convirtió en un vicio, en una adicción como muchas otras que he tenido. Hasta que conocí a Katz... y entonces todo cambió.

»Cuando conoces a alguien como Katz, te conviertes en el tipo de hombre que en el fondo siempre quisiste ser. Tus vacíos desaparecen y te sientes tan lleno que ya no necesitas ninguna otra cosa para llenarlos. Es como si despertaras, como si volvieras a nacer en un nuevo mundo donde te han dado otra oportunidad cuando creías que ya no te la darían. Y ese cambio se vuelve aún más radical cuando nace tu primer hijo. Ya no puedes permitirte el lujo de pensar sólo en ti y de seguir siendo un niñato egoísta e imbécil. La vida entera de un nuevo ser, tan pequeño y tan vulnerable, depende de ti. Y es ahí cuando realmente controlas la situación. Es ahí cuando te vuelves fuerte e invencible de verdad. Imagínate eso multiplicado por tres hijos —le mostró tres dedos con la otra mano para dejárselo claro.

»Si vas a meterte con alguien, procura que no sea el hijo o la hija de alguien como yo. ¿Sabes lo que Cleventine significa para mí? —le apretó más el cuello—. Por ella, yo rompería esas tres normas un millón de veces sin dudarlo. Es evidente que tu “iris” está enfermo. Pero me importa una mierda que tengas problemas con el control de tu majin. Yo también llevo lidiando con el mío desde que tenía tu edad. Pero veo que tú no estás poniendo ningún esfuerzo. La próxima vez que le hagas el más mínimo daño a Cleven, te obligaré a comerte tus genitales mientras te quemo las piernas con gasolina y fuego, antes de la llegada de Alvion para detenerme y condenarme. Seguramente ya habrás oído por ahí que tengo mucha creatividad a la hora de matar, lo he hecho con muchos criminales por trabajo. Imagínate qué haría... si se tratara de un asunto personal.

Kaoru empezó a temblar de pavor, casi le caían lágrimas de los ojos. Las palabras de Neuval, acompañadas por esa mirada suya plateada...

Además, vio algo extraño. Algo que no debería ser. Le pareció ver que ambos ojos de Fuujin, y no sólo uno, emitieron un leve brillo de luz. Le pareció ver dos puntitas negras asomando en su frente, bajo la piel. Le pareció ver que sus orejas se volvían un poco puntiagudas y la piel en los bordes se le oscurecía. Pero todas estas cosas eran tan imposibles y demenciales, disparatadas y raras, que Kaoru se convenció a sí mismo de que lo estaba imaginando por culpa del exceso de estrés y miedo.

Cuando Neuval lo soltó, empezó a hacerse pis encima. Los otros chicos, que no habían oído nada, estaban todavía perdidos en la situación.

—¡Kaoru! ¿¡De qué vas!? —saltaron sus colegas.

—Va... —musitó tembloroso—. Vámonos de aquí...

—¿Qué?

—¡Venga ya!

—¡Vámonos de aquí! —exclamó, echando a correr como una bala.

Los otros chicos se quedaron un momento en el sitio, desconcertados. Miraron a Neuval. Este volvía a presentar un aspecto normal, inofensivo, incluso risueño. Luego se miraron entre ellos. Finalmente, sin saber muy bien por qué, salieron corriendo detrás de Kaoru. El parque se quedó en calma.

Fuujin, entonces, dio media vuelta, guardó la última carpetita en la cartera y emprendió la marcha tranquilamente en dirección a la Torre de Tokio. «Y yo, como siempre, haciendo amigos» pensó para sí. Quedaba un rato para la medianoche.

Kaoru había hecho muy bien en salir corriendo, pues Neuval había estado a punto de cumplir su palabra ahí mismo. No obstante, no iba a dejar así la cosa. Lo que había visto en la mente de Kaoru no le gustó nada de nada. Lo que seguía llamándole un poco la atención, fue haber visto a Drasik salvando a Cleven de su agresor. Parecía como un encuentro de pura suerte, una afortunada casualidad. Apareció protegiéndola de un peligro. Era como ver una repetición del pasado. No importaba lo lejos que estuvieran o lo improbable de coincidir en un mismo lugar. Él siempre aparecía en el momento correcto.


* * * *


La situación entre los seis jóvenes “iris” de la KRS se había calmado después de que los mellizos callasen a Cleven y a Raijin a pastelazos. A partir de ahí, Cleven entró en “modo asimilación”, y no hizo más que observar la situación de después. Raijin obligó a los mellizos a volver a entrar a la cafetería, a ponerse delante de los otros niños y sus padres y a disculparse por haberlos vapuleado, con la debida inclinación. Cleven estaba perpleja al ver a los otros niños, que eran tres y además algo más mayores, uno con un labio hinchado, otro con un ojo hinchado, el otro con la nariz sangrando… mientras que los mellizos solamente estaban despeinados.

Yako estuvo haciendo de mediador y les explicó a los otros padres cómo y quién había empezado la agresión, por lo que ellos también acabaron disculpándose ante Raijin y obligando a sus malcriados hijos a lo mismo por comerse un pastel ajeno y empujar a una niña más pequeña al suelo.

Cleven se dio cuenta de que, si Raijin no hubiera tomado la iniciativa de pedir las disculpas, nadie más lo habría hecho, pues los otros padres habían estado a punto de marcharse a sus casas sin más, sin enseñar a sus hijos a plantar cara a sus errores y pedir perdón a quienes habían perjudicado cara a cara. Esto a Cleven le recordó mucho a sus padres. Su padre y su madre también les inculcaron esa costumbre desde muy pequeños, sobre todo a Lex y a ella. Supuso que Raijin también aprendió estos valores de su hermana o de sus padres. Y esto le gustó. Porque vio que su tío no era un cobarde irrespetuoso con el resto de la gente como muchísima gente era hoy en día.

Al final, Raijin también obligó a los mellizos a pedirle disculpas a Yako por haber armado tanto jaleo en su cafetería, otra vez. Pero Yako, con su sonrisa eterna, los abrazó con cariño, como siempre solía hacer.

Finalmente, ya entrada la noche, todo el mundo se fue a sus respectivas casas, menos Kyo y Drasik, que se fueron a dar un paseo por ahí, y el hermano de Drasik se quedó un rato con Yako. Cleven siguió en “modo asombrado callado observador” cuando Raijin montó a los niños en el coche, los sentó en sus sillas y, conduciendo de camino a casa, con Cleven de copiloto, se pasó los diez minutos del viaje discutiendo con los niños sobre lo ocurrido.

—Lo vamos a repasar una vez más —decía el rubio mientras conducía, severo—. Ves a otro mocoso comiéndose el pastel de tu hermano. ¿Qué tienes que hacer?

Cleven se giró en su asiento y miró a Clover ahí detrás.

—Le digo: “¡Oye, no te lo comas! ¡No es tuyo!”

Cleven volvió a mirar a Raijin.

—Bueno, ¿y qué haces si se niega? —insistió el chico.

Cleven miró a Clover de nuevo.

—Se lo repito otra vez. Le digo que lo que está haciendo está muy mal.

Miró a Raijin otra vez.

—Vale, pero él se niega otra vez y te empuja. ¿Qué debes hacer?

—¡Partirle los dientes! —exclamó Clover con una sonrisa entusiasmada.

—Pfff… —Cleven contuvo la risa.

—No. Clover. Por milésima vez —suspiró Raijin, frotándose los ojos con paciencia—. Vienes a decírmelo, o vas a decírselo a Yako o a cualquier otro mayor de nuestros conocidos.

—Ya he visto lo que pasa cuando voy a los mayores —discrepó la pequeña, que, como tenía el pelo enmarañado por la pelea, sujetaba su querida horquilla entre las manos—. Vienen y, en vez de regañar al niño malo, me dicen: “Bueno, Clover, déjalo que se lo coma, no pasa nada, yo te pongo otro pastelito”. ¿Dónde está el aprendizaje ahí? ¿Dónde está la justicia?

—¿Qué le importa eso a una enana de 5 años? —gruñó Raijin.

—Por eso hay tantas personas malas en el mundo —la niña se cruzó de bracitos, refunfuñando—. Porque nadie quiere esforzarse, ser valiente, enfrentarse al problema. Todo el mundo prefiere ser blando, dejarlo pasar, creyendo que así mantienen la paz… cuando en realidad, es así como destruyen la paz. Si los malos no aprenden que comerse el pastelito de otra persona tiene un duro castigo, lo seguirán haciendo.

—Esos niños de mierda ya no van a volver a acercarse a ninguno de nuestros pastelitos en toda su vida —se rio Daisuke, celebrando la victoria chocando los cinco con su hermana.

Incroyable… —murmuró Cleven en francés, fascinada con cómo esos enanos expresaban sus opiniones.

—¿Desde cuándo yo no me enfrento a los mocosos de mierda que os causan problemas? —replicó Raijin—. ¡Todos los niños del barrio me temen! Sabes perfectamente que si me hubieras avisado de que ese niñato se estaba comiendo el pastel de tu hermano y que te había empujado, yo habría ido a cagarlo de miedo y a enseñarle los modales que claramente sus padres no le han enseñado. Como con el niño del parque de esta tarde.

—Ya, pero ese niño habría acabado respetándote a ti. Yo quiero que me respeten a mí —se impuso la niña.

—En ese caso, ten cuidado con no confundir el respeto con el miedo, Clover. Un enemigo que te respeta, tratará de superarte. Pero un enemigo que te teme, tratará de destruirte. Tu problema está en que te propasas. Y por eso creo que lo mejor va a ser que yo empiece a entrenarte.

—¿En la lucha? —brincó la niña con ojitos brillantes de emoción.

—Y en la disciplina.

—¡Menudo rollo! —opinó Daisuke—. ¡Harás que Clover se convierta en una aburrida como tú! ¡Nooo, viviré entre muermooos!

—Y tú igual, korol’ dramy, te vendrá bien aprender disciplina.

—¿¡Y yo por qué!? —protestó el niño—. ¿Por no dejar a Clo sola en su pelea por la justicia?

—¿Tú crees de verdad que tu hermana necesita protección?

—¡Hah! Por supuesto que no —sonrió el niño con orgullo, mirando a su melliza—. Lo que ella necesita es mi apoyo. Y siempre lo tendrá.

Clover también le sonrió a su hermano y ambos niños se agarraron de la mano. Cleven estaba estupefacta por toda esa conversación y al mismo tiempo maravillada al ver en ese momento ese enorme y poderoso vínculo entre ambos niños. Le extrañó no oír ni una palabra más de su tío. Cuando lo miró, lo vio con su semblante serio de siempre, mirando hacia la carretera, pero con una sonrisa en los labios. Esa sonrisa discreta y llena de orgullo de su tío casi le empañó a Cleven los ojos de lágrimas, extremadamente enternecida.

—¡OoooooOOOH…! —soltó un gemidito gatuno.

Cuando Raijin se dio cuenta, borró su sonrisa enseguida y la miró molesto, y algo sonrojado.

—¿Tú qué miras, pelmaza, con esa cara de chiflada?

—Oyyy, tito Brey… —sollozó ella—. Sabía que eras como un takoyaki… crujientito por fuera y blandito por dentro…

—¿Pero esta pedorra qué hace aquí? —preguntó Daisuke entonces—. ¿La estamos llevando por fin a la cárcel?

—¡Niño! —le gruñó Cleven—. ¡Que no soy una delincuente!

—Nos quitaste la pelota el otro día en el recreo. Y nos acosas.

—¡No es verdad! —se ofendió Cleven.

—No, Daisuke, la estamos llevando al manicomio —dijo Raijin.

—¡Oh! ¡Bieeen! ¡Siempre he querido ver un manicomio por dentro! —se emocionó Daisuke.

Llegaron al garaje de su edificio, dejaron el coche y fueron subiendo por el ascensor a casa. Mientras Raijin suspiraba muerto del cansancio, Clover observaba a Cleven en silencio, con una sonrisa misteriosa, y también con afecto.

—Pero papá, pero si esta es nuestra casa, no es el manicomio —dijo Daisuke, mientras Raijin abría con las llaves.

—Entre la tarada, la bruta, el niño dramático y el veinteañero a cargo de todos, será cuestión de tiempo, no te preocupes —dijo Raijin con sarcasmo y aire agotado—. Tomad —les tendió sus mochilas—. Id a vuestro cuarto, sacad la ropa de las mochilas, meted la limpia en los cajones, y la que deba lavarse, al cubo de la ropa sucia. Después, directos al baño.

—¡Nooo, vamos a jugaaar! —le suplicaron los niños, tirando de sus brazos y dando saltos—. ¡Juega con nosotros a los coches! ¡Y a pintar!

Cleven pudo ver el alma de su tío abandonando su cuerpo. Hasta le pareció ver cómo le crecieron ojeras en dos segundos. Ella podía entenderlo, más o menos, porque tenía un hermano pequeño que también había sido muy enérgico y espabilado. No podía hacer más que admirar la paciencia que tenía su tío, y su persistente intento de enseñarles buenos hábitos. Ahora lo entendía. Ese cansancio constante, tener sueño todo el rato…

«Debe de ser durísimo ser padre o madre a tan joven edad» pensó Cleven. «Sobre todo si estás solo, sin tu pareja al lado. Si Yue murió hace 5 años, estos dos niños se quedaron sin madre prácticamente después de nacer. Tío Brey ha tenido que hacer el papel de los dos, y desde los 15 años… Dios mío, no me gustaría nada estar en su lugar, sinceramente. ¿Cómo ha podido soportarlo? El tío Brey todavía iba al instituto cuando los niños no eran más que bebés, cuando las madres suelen darse de baja en el trabajo por maternidad. En serio, ¿cómo ha podido sobrevivir hasta ahora?».

—¡Niños! —exclamó Cleven de repente, y los mellizos se quedaron quietos mirándola—. Si hacéis lo que vuestro papá os ha dicho que hagáis… os contaré una historia alucinante antes de dormir.

—¡Ahhh! —dieron un respingo, intrigados—. ¿¡Qué historia!?

—La historia… —contestó Cleven, poniendo tono dramático—… de cómo me escapé de la cárcel después de robarles la pelota a unos niños.

—¡Lo sabía! —Daisuke la apuntó con un dedo policial.

—Pero primero tenéis que hacer lo que papá os ha dicho, ¿vale? Es un trato. ¿Trato hecho?

—¡Sííí! —exclamó Clover—. Más vale que sea una buena historia —le advirtió Daisuke.

Los mellizos cogieron sus mochilas y subieron a su habitación corriendo. Raijin, entonces, dejó caer las llaves en el mueble de la entrada, entró en el salón y se apoyó sobre el respaldo del sofá, con los hombros alicaídos y cabizbajo. Cleven lo siguió, sonriendo, pero notó que no sólo se trataba del cansancio ahí. Algo pesaba sobre él.

—Tío… —lo llamó preocupada.

—Gracias, Cleven —dijo él, y cerró los ojos.

—No es nada, es un truquito que también funcionaba con mi hermano pequeño —sonrió otra vez.

—Ya, no sólo por eso. Es por… habértelo tomado así de bien.

—¿De verdad creías que me iba a tomar mal esta noticia? —se puso delante de él para mirarlo a los ojos—. Lo único que me he tomado mal es que no me lo dijeras antes. ¿No entiendes lo que esto significa para mí?

—¿El qué? —la miró confuso.

—Pues… —casi rio, señalando al piso de arriba como si fuera obvio—. ¡Que tengo primos! ¡Tengo dos primitos que son una pasada! ¡Tengo una familia más grande de lo que creía! ¡Creía que sólo eras tú… pero eres tú y ellos!

Raijin la observaba sorprendido por esa gran emoción que ella expresaba ante algo que no parecía gran cosa.

—Gracias por haberlos tenido, tío Brey, gracias por darme unos primos tan adorables —lo agarró de las manos.

Raijin abrió los ojos con mayor sorpresa. Nunca nadie le había agradecido lo que tanta gente le había reprochado.

—Eres mi único tío, y por eso soñaba con la posibilidad de que tuvieras hijos y mi familia fuera más grande. Claro que cuando descubrí que mi tío eras tú y que… bueno… sólo tienes 20 años… obviamente no esperaba que tuvieras hijos a esta edad… y pensé que, bueno, que tendría que esperar unos años más a la posibilidad de que te casaras y tuvieras hijos para poder tener primitos. Esto ha sido un poco de locos, pero ha sido la sorpresa más maravillosa de esta semana demencial.

Él seguía mudo, porque de verdad no se esperaba que Cleven lo sintiera todo de esa forma. Esperaba que tuviese alguna dificultad para aceptarlo, o alguna pega… pero se lo estaba haciendo todo muy fácil. Otra vez. Ella siempre hacía eso, reconfortar, aliviar, ayudar… De hecho, que hubiese logrado persuadir a los niños de ponerse a jugar para obedecer y que se hubiese ofrecido a contarles un cuento antes de dormir –o la historia de una fugitiva ladrona de pelotas–, Raijin se dio cuenta de lo mucho que necesitaba eso ahora mismo. Un respiro.

Sin embargo, luego agachó la mirada y contuvo un pensamiento amargo. Ella había dicho “eres mi único tío”. Sería muy difícil explicarle ahora a Cleven que eso no era del todo cierto. Y que Clover y Daisuke no eran sus únicos primos.

—Por eso me hiciste esas preguntas raras ayer. A esto te referías cuando me dijiste que no vivías solo… hahah… Tío Brey, quiero hacerte tantas preguntas… —se sentó a su lado, sobre el respaldo del sofá, entusiasmada—. ¿Cómo te las has arreglado para criarlos durante cinco años tú solo?

—Eh… Bueno. Siempre he tenido la ayuda de Agatha, sobre todo los dos primeros años. Ella me enseñó todo lo que hay que hacer. También he tenido la ayuda de Yako y de los demás de vez en cuando.

—Pero ¿cómo hacías para ir al instituto con dos bebés en casa?

—No iba al instituto. No físicamente, me refiero. El director Suzuki, cuando me matriculé en la secundaria superior y le conté mi situación, me organizó un programa de estudios que me permitía estudiar desde casa y compaginar todo fácilmente. Así que el primer y el segundo curso lo hice desde aquí, desde casa, mientras criaba a los bebés. Asistía solamente a los exámenes, a las clases especiales y a los entrenamientos de atletismo como actividad extraescolar, donde podía hacer amigos y hacer un poco de vida normal. Y gracias a Agatha, podía salir los fines de semana a tomarme un respiro. El tercer curso ya lo pude hacer semipresencial, porque los mellizos ya podían ir a la guardería unas horas por las mañanas.

—Guau… ¿En serio el director Suzuki, ese viejo cascarrabias, hizo eso por ti? ¿No te negó la matrícula por tu caso?

—Cleven… —frunció el ceño—. El director Suzuki jamás le ha negado la matrícula ni la enseñanza a nadie. Por eso el Tomonari está lleno de extranjeros, mestizos y nacionales, y de alumnos tanto de rentas bajas como de rentas altas.

Cleven puso una mueca impresionada, porque hasta ahora no se había dado cuenta de eso.

—Y… ¿les has hablado a los mellizos sobre su madre? —quiso saber Cleven.

—Mm… no… —murmuró, bajando la cabeza—. Aún no les he hablado de ella. Quiero esperar a que su desarrollo neuronal, cognitivo y su madurez aumenten un poco más para que la historia sobre su madre no les cree ningún tipo de trauma o conflicto emocional. Quizá el año que viene.

Cleven frunció el ceño. Siempre le chocaba cuando Raijin se ponía a hablar de esa forma rara, tan técnica. Pero ser tan racional era ya algo propio de él y se estaba acostumbrando.

—Tendré cuidado, entonces, con lo que diré delante de ellos —le dijo ella—. Tengo una última curiosidad. Esto era lo que estuviste a punto de decirme en el parque, antes de descubrir que yo era tu sobrina. Al final te reprimiste. ¿Es porque pensabas que yo rechazaría la relación al saber la responsabilidad con la que vienes?

—Jamás te habría pedido ni permitido tomar ninguna responsabilidad sobre los mellizos —respondió él enseguida.

—¿Por qué?

—Porque tienes 16 años. No le puedo pedir a una chica de 16, 17 o 18 años que para estar conmigo debe convertirse en madre, o ayudarme a criar a los niños o responsabilizarse de ellos. Porque la responsabilidad de cualquier chico o chica de esa edad es estudiar y tener una vida adolescente normal. Nada más. Clover y Daisuke son responsabilidad mía. Yo soy el causante de que ellos existan. Por eso, no debo dejar que otras personas se encarguen de las cosas que yo he causado, o de mis problemas o de mis deberes.

—A mí no me habría importado compartir esa responsabilidad contigo.

—Pero a mí sí. No podría vivir tranquilo permitiéndolo. Tú no has tenido hijos con 15 años. Yo sí. Tú estás teniendo la vida adolescente que debes tener. A mí me ocurrió algo imprevisto, pero tuve la opción de elegir. Los padres de Yue aún viven, y querían quedarse con la custodia completa de los mellizos. Yo podría haber aceptado que se los quedasen ellos. Y a pesar de que en ese momento mi mundo estaba patas arriba, elegí quedármelos y renuncié a una vida adolescente normal. No estoy teniendo esta vida por obligación, sino porque yo lo quise. Por eso, encontrar de nuevo una pareja o tener una relación estable con alguien puede ser complicado, pero los mellizos siempre van a estar en primer lugar. ¿Lo entiendes?

Cleven no pudo evitar agarrar su brazo y apoyó la cabeza en su hombro. Raijin se extrañó un poco al principio, pero sintió todo ese cariño y esa comprensión que ella le estaba transmitiendo.

—Bueno. Pero como entenderás, resulta que soy tu sobrina, y que estaré viviendo en tu casa. Y es perfectamente normal que tu sobrina te ayude a cuidar de sus primitos, porque es como si fueran sus hermanos —lo abrazó más fuerte, y cerró los ojos—. Eres una persona admirable, tío Brey. Con cada cosa nueva que aprendo de ti, más orgullosa me siento de ti.

Raijin escuchó esas palabras como si fueran las más importantes que escuchaba en mucho tiempo. Porque, de algún modo, sintió que Katz también le diría esas palabras, o sus padres. Pero luego tuvo otro amargo pensamiento. ¿Cleven seguiría admirándolo o estando orgullosa de él si supiera que era un “iris” y que había ejecutado a muchas personas, personas malas?

—¡Oye! ¿¡Qué pasa!? —irrumpió la voz de Daisuke, apareciendo completamente desnudo en lo alto de las escaleras con cara de malas pulgas—. ¡Que se me están helando las ciruelas! ¿¡Para cuándo mi baño caliente, birria de padre!? —dio unas palmadas, como si estuviera dando órdenes a un sirviente.

—Este mocoso… —gruñó Raijin ante la osadía del niño.

—Pff… —Cleven se tapó la boca, pero no pudo contenderse—. ¡Jaaajajaja…! ¡Las ciruelas…! Este pequeñajo tiene unas ocurrencias que un día me matará de la risa… ¡Ajajaja…!

Raijin suspiró pacientemente y Cleven fue con él arriba. Lo ayudó a bañar a los niños. No paró de jugar y reír con ellos mientras tanto, de lo feliz que estaba de conocer a los nuevos miembros Saehara. Entre los tres, llegaron incluso a robarle alguna sonrisa a Raijin. Sin duda, con Cleven ahí todo era más fácil, un respiro de aire fresco.

La ladrona de pelotas cumplió su parte del trato y les contó una historia a los niños mientras les ponían los pijamas en su habitación. La habitación de los mellizos era más grande que las otras. La cama de Clover estaba a la derecha y la de Daisuke a la izquierda, una enfrente de la otra. Tenían el cuarto así dividido, con todas las cosas de Daisuke a un lado y todas las cosas de Clover en el otro, con sus respectivas mesas de estudio en una esquina y en otra, estanterías con libros y muñecos, y un armario de ropa cada uno.

Cleven observó curiosa que la mesa de Daisuke estaba llena de hojas de papel y bolígrafos, pinceles, lápices, y dibujos de animales, o bichos, o cosas raras, pero también hojas llenas de palabras escritas en perfecto kanji y otros símbolos que no reconocía. La de Clover, en cambio, estaba llena de objetos de toda índole: muñequitos, piedras, cajitas de madera, hojas de árbol, una armónica, plumas de ave, telas antiguas, cuencos de arcilla, tarros con arena o sal… Cleven pensó medio en broma que parecía la botica de una bruja.

Raijin quedó bastante impresionado con la habilidad de Cleven de inventarse una historia sobre la marcha, que mantuvo a los niños enganchados veinte minutos seguidos y se partieron de risa con las partes cómicas en las que Cleven ponía caras graciosas y hacía gestos teatrales. Pero luego recordó que Cleven ya hacía eso todos los días, montarse sus películas fantasiosas, y formaba parte de ella. «Igual que su padre» pensó el rubio, negando con la cabeza.

Al final de la historia, ambos niños se metieron juntos en la cama de Daisuke.

 —Uaaah… Bueno, me voy a la cama —bostezó Cleven—. ¡Ahí va, que se me olvida! Tío Brey, ¿pasado mañana puedes venir a una reunión del instituto? Se supone que tienes que ir porque estoy a tu cargo.

—¿Yo? ¿Y qué pasa con tu padre?

—Él también va. Lógicamente. Es a partir del final del recreo, a las doce. —Raijin guardó un silencio pesado—. No me irás a decir ahora que no vas porque va mi padre. ¿Estáis en buenos términos o no? ¿Al menos lo suficiente para no mataros el uno al otro?

—Sería una buena pregunta para hacérsela a él —masculló el rubio, pero lo hizo en voz baja, mientras tapaba a los niños con la manta—. Doce… Sí, iré, supongo.

—¿Pero tienes clase en la universidad?

—A esa hora tengo clase de Salud Pública, pero el profesor me cae de culo y si tengo una excusa para no verlo, mejor.

—Hahah, pellero —se rio Cleven, y se fue a su habitación a acostarse.

Una vez solos, Raijin fue a terminar de arropar a los niños, tumbados juntos en la cama, pero se dio cuenta de que Daisuke llevaba puesto en el cuello el colgante de la moneda antigua de plata y Clover llevaba en la muñeca su horquilla de plata a modo de pulsera.

—¿Qué os tengo dicho? Nada de colgantes, collares, pulseras ni gomas de pelo al dormir —se los quitó a cada uno.

—Pero papi, son los regalos que nos diste en el festival y quiero llevarlo siempre —dijo Daisuke.

—Dormir con esas cosas puede ser peligroso o dañino, os puede cortar la circulación sanguínea de la mano y a ti esto te puede ahogar si te pones en una postura inadecuada, Dai. Os dejará marcas en la piel. Dejadlo en la mesilla durante la noche, ¿de acuerdo? Luego por la mañana os los ponéis si queréis al vestiros. De todas formas, ¿por qué os gustan tanto estas baratijas? Tenéis juguetes abandonados que salieron más caros.

—Porque son los amuletos más poderosos del mundo y nos pertenecen por derecho y la bruja que te los vendió te cobró lo mínimo para que no sospecharas —dijo Daisuke—. ¡Ay!

Clover le dio una patada bajo la manta para que cerrara la boca.

—Entre tú y Cleven podríais crear la película más taquillera del siglo —bufó Raijin—. Humanos locos… —murmuró mientras dejaba los objetos en la mesilla junto a la cama—. Clover, si luego te despiertas, recuerda regresar a tu propia cama, ¿vale?

Los dos niños guardaron un silencio largo y miraron a su padre con curiosidad.

—¿Qué hace la chica guapa aquí en casa? —preguntó Clover—. ¿Se va a quedar para siempre?

—No podemos esconder aquí a una fugitiva de la cárcel, papá —dramatizó Daisuke—. Me robará todas las pelotas.

Raijin soltó un largo suspiro y se sentó en el borde de la cama, medio tumbándose sobre ellos, apoyando la cabeza en una mano.

—Veréis, enanos. Cleven es vuestra prima.

—¿Qué es una prima? ¿Una sirvienta? —se ilusionó Daisuke.

—Un familiar. Como yo. Así que, a partir de ahora, va a quedarse a vivir aquí con nosotros.

—¡Bien! —exclamó Clover.

—Papá, ¿puedo pintarle la cara a la prima mientras duerme? —quiso saber Daisuke.

—Si por eso dejas de pintármela a mí, sí. Pero sed simpáticos con ella, ¿vale? Es una persona muy importante para mí.

—¿Igual que nosotros? —preguntó Clover alegremente.

Raijin la miró con una expresión cálida en los ojos.

—Vosotros dos siempre seréis los más importantes para mí. Y después está ella. Procuremos ser una buena familia, ¿de acuerdo? Ella os gustará, es…

Raijin se calló de repente, llevándose una mano al pecho. Notó un breve pero fuerte impulso en su tatuaje. No dolía, ni hacía cosquillas, era una señal, una señal de la que ya se había olvidado.

—¿Papá? —se extrañaron.

El chico dejó de notar esa sensación, aunque siguió desconcertado. Sabía lo que significaba aquello. Ante todo, debía responder a esa señal obligatoriamente, como le habían enseñado.

Terminó de acostar a los niños, que no tardaron en caer dormidos. Comprobó que Cleven también estaba ya dormida en su habitación. Dejando todo apagado y en orden en la casa, cogió su abrigo y salió a la calle en plena medianoche. Saltó cuarenta metros de altura hasta lo alto de un edificio y siguió corriendo y brincando de azotea en azotea como una sombra, cruzando la ciudad hacia una dirección concreta. Sabía a qué dirección ir siguiendo los impulsos de su tatuaje.

«Entonces es cierto, al final ha pasado... Fuujin ha vuelto» pensó. «¿Ahora se le ocurre convocar una reunión? Espero que no esté llamándome sólo a mí». Y no se equivocaba. A mitad de camino, divisó allá a lo lejos, saltando sobre los edificios en la misma dirección, a Yako acompañado por Sam. Se reunió con ellos enseguida.

—¡Brey! —exclamó Yako al verlo, sin parar la marcha—. ¿¡Qué está pasando!? ¡Me arde el tatuaje!

—¿No es obvio? —replicó de mala gana—. Es ese tarado de Neuval.

—¡Es Fuujin, sin duda! —corroboró Sam—. ¿¡Cómo es posible!? ¿¡Desde cuándo ha recuperado su Marca!?

—Dejemos que él mismo nos lo explique —contestó Raijin.

—¡Mirad, por allí van los demás! —señaló Yako.

Cerca de ellos vieron a Nakuru, a Drasik y a Kyo, los cuales, al verlos, se juntaron con ellos con las mismas caras de sorpresa. Observaron cada vez más cercana la Torre de Tokio, donde alguien los esperaba, al fin, tras siete años de exilio.


FIN del 1º LIBRO


¡Continúa leyendo el 2º LIBRO: Pasado y Presente!

¡Renace la KRS! Yako empieza a notar el gran peso de su apellido. Se acerca Izan, se acerca el peligro y el oscuro secreto tras el origen de la familia paterna de Cleven.

¿Descubrirá Cleven, en su nueva vida, el mundo de los "iris" que la rodea?

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