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1º LIBRO - Realidad y Ficción





33.
Las condiciones de Alvion

—Le expliqué tu situación, los motivos por los que te abstenías a volver, y Alvion los consideró, créeme —le contó Denzel a su viejo amigo—. Aunque ya sabes que después de lo que has hecho, habrá que hacer cambios.

Ambos se habían reunido en el Yoho Pub, mismo lugar donde Lao se reunió con Neuval para contarle lo de Kyo el otro día. El local se había convertido en un antro al paso de los años. Antes era un lugar con un ambiente más animado y limpio, y ahora asomaba la roña por todas partes, sobre todo en el viejo, corpulento y amargado dueño, que seguía limpiando vasos detrás de la barra con el paño que nunca lavaba.

Esa taberna siempre había sido el lugar favorito de reuniones de Neuval, de Pipi, de Lao, de los otros Líderes de las RS aliadas y otros viejos camaradas, cuando la KRS estaba en su mejor época. Pese a haberse desperdiciado tanto ese lugar durante los últimos siete años, este seguía siendo un buen sitio para hablar de cosas confidenciales, seguras de no llegar a oídos ajenos poco apropiados. El dueño era otro caso, daba igual lo que oyese, todo le importaba un pito.

Neuval bajó la mirada hacia su copa, imaginándose qué le habría dicho Alvion a Denzel. Sin embargo, permaneció en silencio, esperando a que se lo contase todo.

—Alvion sabe bien cómo debes sentirte —prosiguió el taimu, recolocándose las gafas negras sobre la nariz—. Pero está decidido a tomar medidas contigo. No te estoy hablando de un trato, una tregua o un favor, sino de órdenes directas, que tendrás que acatar te guste o no. Comprende que debe hacerlo por el bien de la Asociación. Estando tú fuera, aún con tu iris, hay más riesgo de que el Gobierno tenga las cosas más fáciles para cazaros, sobre todo después de... tu incidente de hace unos días. No me sorprendería que el simpático de Hatori Nonomiya ya esté al tanto de las muertes que provocaste, estoy seguro de que sospecha de algún iris como el causante; conociéndole, debe de estar manos a la obra con una investigación. Alvion lo sabe, por eso me ha dicho que te diga que no vas a tener más remedio que volver, ya que así te tendrá controlado y evitará más incidentes de estos. Esa es la primera opción que te da.

—¿Hay una segunda? —preguntó Neuval, levantando la cabeza por fin.

—Sí —asintió, apoyando los codos sobre la mesa—. La segunda opción es... despedirte de la Asociación completamente, lo que también supone tener que despedirte de tu iris para siempre, y modificar tu memoria para que no recuerdes nada de todo lo que has vivido siendo un iris. Te informo que extraerle el iris a una persona que aún no se ha vengado es muy arriesgado tanto para Alvion como para la persona. Sólo se hace en casos extremos. Pero a Alvion le supone un gasto de energías excesivo.

Neuval abrió los ojos con cierto asombro ante la declaración, y volvió a desviar la mirada, en silencio, reflexivo.

—Olvidar todo lo que he vivido siendo iris... —murmuró—. Es como olvidar toda mi vida, todo mi ser. Desde que Lao me adoptó y me llevó al Monte Zou... ese fue el auténtico comienzo de mi vida.

—Lo cierto es que... —sonrió Denzel—. Vi en la cara de Alvion cierto resentimiento ante la segunda opción, se ve que no quiere despedirte de la Asociación.

—Ya... —masculló—. No sé qué tiene de diferencia haber dejado de trabajar para él aún conservando el iris con que me despida y me quite el iris.

—Creo que siempre ha tenido una esperanza de que volvieras.

—Sí... Lo que estaba esperando era una ocasión para obligarme a volver y para restregarme por la cara su superioridad.

—Eras y sigues siendo su peón más poderoso.

—¡Sí! Y yo soy muy feliz de haber nacido para ser el peón de alguien —dijo con el sarcasmo y la sonrisa feliz más falsa que pudo expresar.

—Qué cabezota eres, Neuval. ¿Te crees que me engañas? —se rio—. Te encanta el trabajo de iris. Vale que no te gusta tener a alguien por encima dándote órdenes, pero deja ya de hacerte el duro conmigo, sé perfectamente que le guardas a Alvion un profundo respeto y afecto en secreto.

—¿Sabes? Eras menos tocapelotas cuando no podías ver.

—Porque ahora que puedo ver, ser tocapelotas con la gente y ver sus caras de tontos resulta de lo más placentero —seguía sonriendo—. Tienes suerte de que te haya tocado a Alvion como Señor, Neuval —comentó, tomando un trago de su copa.

—Siempre pensé que habría tenido más suerte si me hubiera tocado a su padre. Se dice que Dorian Zou era todo un bromista. Es una pena, ni siquiera Lao llegó a conocerlo. Se supone que Dorian murió hacia el mismo año en que nació Lao.

—Dorian era más divertido y bienhumorado, sí. Pero creo que te habría resultado más duro estar bajo sus órdenes y de las de todos los demás Zou que bajo las de Alvion.

—Sé que Alvion hace las cosas un poco distintas respecto a sus antepasados, pero ¿cómo de diferente puede ser?

—Alvion es el único Zou que ha marcado la diferencia en todo su linaje, sin duda —le aseguró Denzel—. He conocido a todos los Zou anteriores a él. Excepto al fundador de la Asociación, que ya murió antes de que yo llegara al Monte Zou y conociera a su hijo Leander. Desde Leander hasta Dorian, todos los Zou han sido casi idénticos en su modo de dirigir la Asociación, de pensar, de sentir y de ver el mundo y a la humanidad.

»La diferencia con Alvion, es que sus antepasados eran más radicales. En su lucha contra el mal, los Zou de antaño tendían a hacer una justicia más estricta, a condenar a muerte a cualquier criminal al instante, sin vacilación ni perdón, pues el olor del mal les ahogaba. A Alvion también le ahoga, aborrece el mal con toda su alma. Pero él… es el único Zou que prefiere intentar otro camino, el de arreglar el mal de una persona antes que matarla sin más como solución. Tú has sido testigo muchas veces de que Alvion no sólo cuida de los iris, sino también de todos los humanos en general, sean buenos o malos.

»Después de un merecido castigo, por supuesto, lo has visto miles de veces intentando ayudar a horribles criminales a cambiar a mejor. Y lo ha conseguido con miles. A los que no podía cambiar y eran irremediablemente malos, no le quedaba otra opción y los ponía en su Lista de Condenados para que fueran ejecutados. Y aunque él no lo haga notar, aunque finja ser muy severo y frío, y aunque sea un ser que se asfixia hasta con el más mínimo olor del mal, siempre se entristece y se culpa a sí mismo cuando no consigue que una mala persona cambie a mejor. Odia el mal, pero odia mucho más tener que matarlo cuando no puede arreglarlo o transformarlo en algo mejor. Y… esa es una ideología que, curiosamente, tú también has manifestado en muchas ocasiones, en contra del sistema tradicional de la Asociación. Desde que te conozco, al menos.

—Desde que nací, más bien —le corrigió Neuval—. La forma de pensar de Alvion se asemeja mucho a la que mi hermana me inculcó desde pequeño. Pero Alvion quiere llevar este camino diferente poco a poco, despacio, para no volcar de repente el modo de actuar tradicional que la Asociación lleva sosteniendo con éxito cuatro siglos. Y por eso… me cuesta mucho ser un iris obediente. El método tradicional y más radical de los anteriores Zou… no encaja conmigo.

—¿Y por eso tienes que andar martirizando al pobre Alvion todo el tiempo?

—A ver, Denzel. Entiéndelo —se encogió de hombros, defensivo—. Es que ese vejete es la víctima idónea para mis bromas, eso nunca cambiará —sonrió con malicia—. Me encanta hacerle la vida imposible, no puedo evitarlo. Me parece una compensación muy justa a cambio de la tortura que es para mí que alguien me dé órdenes. Cuando yo estaba en la SRS, ¡ni siquiera soportaba que mi maestro Hideki me diera órdenes! “Neuval, inspecciona la ciudad; Neuval, encárgate de estos criminales; Neuval, entrena más duro; Neuval, deja de pelearte con Pipi; Neuval, no te acuestes con mi hija; Neuval, no te cases con mi hija…” etcétera, etcétera. Ay... —suspiró con tristeza—. Echo de menos a Hideki y a Emiliya. Me acuerdo de ellos muchas veces, sobre todo de Hideki cuando miro a Lex. Lex se parece mucho a él, tiene sus mismos ojos.

—Debes de ser el único hombre del mundo que echa de menos a su suegro, yo al mío no lo soportaba, menos mal que murió hace dos siglos —se rio Denzel, y ambos tomaron un trago de su copa, vieja costumbre cuando recordaban a iris grandiosos muertos en combate—. Bueno, el caso es ese. Tú decides qué hacer.

—¿Qué pasa si decido volver? —quiso saber.

—Pues... que volverás a trabajar para Alvion como hace siete años, volviendo a tu cargo de Líder y aceptando de nuevo todas las responsabilidades que eso conlleva. Y…

—¿Y? —arqueó una ceja, viendo que el joven profesor vacilaba.

—Y exige que no vuelvas a usar nunca más tu Técnica de Desvío. Ya sabes, la Técnica que tú mismo creaste para que Alvion no te controle ni sepa dónde andas, la que rompe tu conexión con él.

—¡Sí, bueno! —protestó.

—No me extraña que te exija una cosa así, Neu. Eres el único iris de toda la historia de la Asociación que ha osado crear semejante Técnica que para cualquier Zou es una completa humillación.

—Ogh… Me halagas… —le sonrió ruborizado, haciéndole un gesto modesto y afeminado con la mano.

—Qué payaso eres… —suspiró Denzel, con una sonrisa resignada—. En fin, niño. O vas al Monte Zou a que te extraigan el iris con el que has vivido 35 años y te conviertes en un ciudadano humano normal y corriente, o vas al Monte Zou a que te dicten de nuevo tus derechos y tus cargos, te vuelvan a nombrar Líder de la KRS que fundaste, te planten otra vez tu tatuaje y te despojes de tu Técnica que tanto molesta a Alvion. También volverás con los tuyos, volveréis a ser la familia de antes, y la mejor RS del mundo, dándoles su merecido a los malos humanos y teniendo bajo control tu problemilla. ¿Qué decides?

Neuval no dijo nada, seguía sin estar seguro, cavilando sobre las consecuencias de cada opción. Casi sonrió al darse cuenta de que Denzel había mostrado con el énfasis de sus palabras que también le gustaría que volviese. Entonces se acordó de Izan, y eso provocó un desequilibrio en su decisión final.

—También, no sé si has visto las noticias —añadió Denzel—. Está lo del nombramiento del nuevo ministro de Interior.

—¿Qué? —se sorprendió—. ¿Takeshi Nonomiya se jubila ya?

—Así es. Si Agatha también se ha enterado de las noticias, debe de pensar como yo. Seguro que su hijo, Hatori Nonomiya, saldrá elegido, o si no, Norie Saitou, sería evidente. Uno de ellos dos será el nuevo ministro o ministra. Las cosas se van a complicar para las RS si Hatori acaba en el cargo. Sabemos que hasta ahora sólo ha sido el jefe de Policía y su padre nunca le ha dejado participar en el caso de los iris, pero Hatori ya ha hecho cosas por su cuenta en los últimos años. Ese humano no es moco de pavo, Neuval, ese Hatori tiene increíbles aptitudes.

—Si no es más que un niño, demasiado joven para llevar un cargo así —increpó Neuval con fastidio—. ¿Qué debe de tener, la edad de mi hijo Lex?

—No, más. Tiene 30 años, pero no podemos subestimarlo sólo porque sea joven. En estos años de tu exilio no habrás podido verlo, pero él solito ha estado limpiando las calles de criminales tanto como los iris. Hatori puede ser una verdadera amenaza para nosotros, más de lo que fue su padre.

Reinó un buen rato de silencio. Sólo se oyó toser levemente a un vagabundo que se sentaba al otro extremo del bar, dormitando sobre una mesa con una copa de whisky a medio acabar en una mano. Denzel observó la cara de Neuval, no le sorprendía verle comiéndose el coco.

—Piénsalo bien, Neu. No hace falta que me lo digas a mí, tienes hasta pasado mañana, viernes, para decidirlo y reunirte con Alvion a mediodía en el Templo Meiji de Shibuya. Digas lo que le digas, irás inmediatamente al Monte Zou para el juicio, y después del juicio, ya sabes, o te extraen el iris y tus memorias con él, o te reinsertas en tu puesto.

—Me sorprende que me deje tanto tiempo para decírselo.

—Eso es porque le conté que estás buscando a tu hija —señaló con cierta mofa—. Después de descifrar en su desaprobadora mirada un “irresponsable hasta con sus hijos”, aceptó darte un margen de tiempo. Así que más vale que encuentres a Cleven antes del viernes al mediodía. En estos días de fiesta, al no haber clase, yo no la he vuelto a ver.

—Ya —resopló con desánimo.

—Según me has contado, Nakuru está cuidando de ella esté donde esté, no hay de qué preocuparse, pues —le sonrió—. Podrías pedirle ayuda a alguien para buscarla que no sea Nakuru. Has hecho bien en no pedirle a Nak que la delate, Cleven no se lo habría perdonado.

—Prefiero buscarla yo, no debo meter a nadie más en esto, es familiar y personal. No sé por qué tengo la impresión de que puede andar cerca de cierto... hombre.

Hubo una pequeña pausa. Denzel supo a quién se refería, pero la cosa no iba con él.

Finalmente, tras mirar el nuevo mensaje que había recibido en su móvil, Denzel se levantó de su silla.

—En fin, he de irme, jovencito. Nuevo mensaje de nuestro Zou gruñón. Ha percibido un nuevo iris recién convertido en Puerto Rico y tengo que ir a recogerlo.

—Bien. Ah, una cosa más, Denzel —lo detuvo del brazo—. Es que... Bueno, quizá sea una pregunta rara, pero... ¿Por casualidad no sabrás si los Dioses del Yin han comentado últimamente algo sobre la existencia de un arki en la actualidad?

—¿Cómo? —se sorprendió, sonriendo escéptico—. Neu, hace décadas que no se detecta la existencia de arki.

—Ya, pero hablo de un caso muy reciente, no sé, uno que haya pasado desapercibido.

—Ay, Dios mío, estás hablando de Ichi —el taimu fue capaz de adivinarlo enseguida, y volvió a sentarse. Neuval puso una mueca defensiva—. ¿Por qué sacas el tema de Izan tan de repente, después de tantos años? ¿Ha pasado algo?

—Sólo es una suposición —mintió—. Sólo quería saber si hay alguna novedad, si los Dioses del Yin te han podido comentar algo a ti sobre eso. Como Agatha y tú sois quienes investigáis asuntos así de su parte...

—Te aseguro que mis amos no me han dicho nada de eso. De hecho, mis amos me hacen a mí el mismo caso que le hacen a una mota de polvo. Para ellos el tiempo pasa incluso más lento que para mí, llevo casi veinte años sin recibir ningún nuevo recado de ellos. Supongo que se conforman con el trabajo que ya hago en la Asociación bajo la supervisión de Alvion. No te preocupes, Neu, porque si de verdad Izan, dondequiera que esté, se ha convertido en un arki, mis amos ya lo habrían alertado.

—Hmm... —Neuval acabó suspirando, todavía no muy conforme, pero vio que el taimu tenía prisa—. Está bien, olvídalo, no importa. Tráeme algo bonito de Puerto Rico.

—Claro —sonrió Denzel campechanamente, apoyando la barbilla en una mano y tendiendo la otra hacia él—. Dame dinero y te traeré todo lo que quieras.

—¿En serio? —rezongó—. ¿En serio, anciano? ¿Quién te hizo esas gafas para otorgarles el sentido de la vista a tus escalofriantes ojos?

—He sido tu niñera durante tu adolescencia cada vez que te metías en líos, que era básicamente cinco veces a la semana —siguió sonriéndole, con la mano tendida—. Y no hay nada peor en este mundo que haber sido tu niñera de adolescente.

—Bueno. Vale. Eso es verdad —refunfuñó Neuval—. ¿Pero dónde están tus ahorros de cuatrocientos años?

—Fuujin. Ahora mismo soy profesor de instituto —continuó mirándolo sin borrar esa sonrisa y sin apartar la mano—. Mi sueldo da pena.

—Caray... Si me lo dices así... me das pena hasta a mí —rezongó de nuevo, sacando de su bolsillo un montón de billetes—. Toma, 12 mil yenes. Cómprate tú algo bonito. Yo me conformo con un puñado de mampostiales puertorriqueños, los que venden en la tienda de Mami Rolita, en Ponce, en la calle Mendez Vigo.

—Neuval... —Denzel miró un momento ese fajo de billetes en su mano y luego a él—. ¿Tanto te sobra el dinero?

—Perdona. Tengo un cociente intelectual de 240. ¿Te sorprende que un superdotado dedicado a la tecnología y a la ciencia de la Física que piensa en diecisiete ecuaciones diferentes de mecánica cuántica mientras charla y se toma una copa contigo gane una millonada al año?

—Niño. Tú me sorprendes constantemente desde que Kei Lian te trajo a la Asociación —cogió el dinero de su mano y se dispuso a marcharse, alisándose las arrugas de su chaqueta.

—Oye —le sonrió entonces, más tranquilo—. Gracias por todo, una vez más. De verdad —le dijo, y sacó su móvil.

—¿Qué vas a hacer tú ahora? —preguntó mientras se dirigía a la salida.

—Llamar al Hotel Excel Tokyu.

Denzel asintió con la cabeza y se marchó, dejándolo solo con el dueño del antro y con el vagabundo, llamando a dicho lugar. A los pocos segundos colgó y entornó los ojos con fastidio. No había línea en el hotel, porque este había tenido un problema eléctrico. Tendría que llamar mañana.

Se quedó un largo rato cavilando sobre qué hacer con respecto a las opciones de Alvion. Tenía la oportunidad de tener una vida normal y corriente, como la de cualquier persona, tranquila y rutinaria, o bien volver a lo que se había dedicado durante años con tanto afán, volver a su real vida, volver a reunirse con sus jóvenes camaradas y luchar contra las injusticias del mundo.

La primera opción solucionaba todos sus problemas y preocupaciones; pero la segunda le brindaba la ocasión de volver a esa vida, que no era mala para nada, aunque con sus problemillas. Ambas tenían sus ventajas y desventajas, pero una tenía más ventajas que desventajas. Necesitaba un empujón, un motivo sólido que le ayudase a decidirse. Lo que le extrañaba es que estuviese dudando tanto, el Neuval de los últimos siete años elegiría una vida normal sin dudarlo. Sin embargo, había algo... que no le dejaba.

De pronto se dio cuenta de que el viejo, sucio y corpulento dueño del local lo estaba mirando fijamente mientras limpiaba unos vasos. Neuval lo vio de reojo justo cuando iba a tomar un trago de su copa, pero giró la vista completamente hacia él, lentamente. Con la penumbra del ambiente, su ojo izquierdo emitió un breve destello de luz blanca. El camarero dejó de limpiar y siguió observándolo con aire amenazante.

—¿Tú qué coño miras, gordinflón? —le preguntó Neuval.

—Un monstruo que tiene una bombilla por ojo —contestó el sucio viejo con desdén.

Neuval dibujó una sonrisa fría.

—Tu cara sí que es monstruosa, Ogu —replicó, volviendo a mirar al frente para tomar un trago de su copa.

—Al menos yo pertenezco a la raza humana —escupió Ogu.

—Sí, en especial a la raza que alguna vez se dedicó a vender drogas a los niños en las puertas de sus colegios y uno de ellos murió intoxicado por un producto mal mezclado —volvió a mirarlo—. Si ahora mismo estás aquí y no en una cárcel con cinco rinocerontes embadurnándote el culo con vaselina y jugando a indios y vaqueros a cuatro patas, es porque te pillé, pediste perdón, te perdoné, y te dejo tener una segunda oportunidad para comportarte como un humano debe comportarse. Tu casa, tus clientes y tu honrado trabajo, y respetando las leyes. Lo más importante, respetando a las personas. Más te vale seguir siendo bueno, Ogu. Y eso incluye el no contar a nadie las conversaciones que oyes aquí dentro.

—Este local es mío, por lo tanto, las palabras que floten en su aire, también. ¿Qué pasa si digo algo?

—Feliz y sencillamente, te partiré el cuello, mon ami.

—Si al menos me pagaseis lo que consumís... —gruñó—. Siempre venís aquí, una copita de whisky para el señorito, otra de coñac para el otro señorito —puso un tono de burla—. Y los señoritos no pagan.

—¿Qué quieres, dinero, o una bala entre las cejas, que es lo que en realidad mereces? —replicó Neuval—. Tus servicios y hospitalidad a cambio de tu libertad y de tu vida. Si te he dado una segunda oportunidad, es para que aprendas a apreciar más tu vida y la vida de los demás antes que el dinero. ¿Y qué es eso que he oído, que las palabras que floten en este aire son tuyas?

El camarero le hizo un gesto de asentimiento y desafío con la cabeza.

—El aire es mío, Ogu —le aclaró Neuval—. El aire de este local, el aire que respiras, el aire que envuelve todo este planeta, es mío. Y lo que flote en él, también. Soy el dueño del viento, y si cuentas por ahí lo que no debes contar, el viento arrastrará tus palabras de traición hasta mis oídos, estés donde estés. Y entonces el lobo soplará y soplará, y la casita de madera volará, y su feo y malvado dueño morirá —dijo, mirando el local, y luego a él.

Ogu era lo suficientemente listo y conocía a esa gente lo suficiente para saber que aquello no era ningún tipo de amenaza vacía. Palideció un poco, y tuvo que apartar la mirada de los ojos grises de aquel ser. Nervioso, el camarero se limitó a seguir limpiando los vasos, pero le seguían recorriendo escalofríos. Entonces, Neuval volvió con sus pensamientos.

«¿Qué he de hacer?» se preguntó, ensimismado, carcomido por dentro. El motivo por el que había perdurado tanto tiempo en la Asociación era porque le gustaba, sí. Y la conversación que había tenido con su madre esa mañana le había hecho reconocerlo.

La gran mayoría de los iris habían seguido dentro de la Asociación aun después de haber cumplido con su venganza porque no podían dejarla, les gustaba su trabajo y lo que podían hacer, mientras que otros, la minoría, preferían volver a una vida normal, satisfechos con su venganza y liberados de ese sentimiento. Una vez que uno cumplía con su venganza, tenía derecho a dejar la Asociación.

Recordó entonces la razón por la que se hizo iris, recordó el día en que conoció a Lao en un callejón de Hong Kong, y la causa del inicio de toda esa vida: Jean.

Jean seguía vivo en la actualidad. Sólo de pensarlo le ponía enfermo. Ese hombre había sido el culpable de todo. Lo cierto es que Neuval llegó una vez a olvidar lo que sucedió en París por completo; llegó a sentirse liberado de su agonía, libre de todo, feliz. Fue en la época cuando se casó con Katya y nació Lex, cuando creó la KRS y el comienzo de un nuevo proyecto de vida. No necesitaba ya nada, lo tenía todo, todo lo que quería, así que su agonía quedó enterrada junto a Jean bajo tierra.

Se olvidó de su venganza y del objetivo que se propuso firmemente a los 12 años. ¿Para qué?, se dijo entonces, no necesito vengarme. Ya estás curado, le decía Katya. No obstante, al final todo se derrumbó. Primero murió su querido hermanastro Sai, y después Katya. Todo ello volvió a abrir las puertas hacia las tinieblas, la soledad, el odio y la rabia. Neuval pensó, pues, que todo, absolutamente todo lo malo que le pasaba era únicamente por culpa de Jean.

Entonces su odio se hizo más grande, y finalmente se hizo sólido aquella noche de fin de año, hacía apenas unas semanas, cuando Ming Jie se le acercó para hablar a solas durante la cena de la empresa, informándole de que Jean había sido puesto en libertad, que ya había salido de la cárcel. Desde entonces, no podía soportar la idea de imaginarse a ese despreciable hombre caminando libre y tranquilamente por las calles, disfrutando de su libertad, de la vida que le quedaba. «No tiene derecho a vivir» pensaba Neuval, «No se lo merece».

De pronto se preguntó que, si escogía la segunda opción, y consciente de cómo se sentía respecto a este asunto, ¿al final iba a llegar el día en que cumpliese su venganza? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Después de tantos años? ¿De verdad que así conseguiría librarse de su enfermedad del majin de una vez, con la cual había vivido durante casi toda su vida? No lo iba a saber hasta que no lo hiciese, se dijo.

Una cosa estaba clara. Estaba harto de sufrir por los recuerdos, pero aun así no quería olvidarlos. Quería hacer algo por ellos.

Siguió pensando en todas las consecuencias que abarcaban cada una de las dos opciones, considerando las que le aportaban mayor beneficio antes que las que no. «¿Qué debo hacer?» se repitió. Necesitaba algo. Un motivo más. Siguió cavilando y cavilando... hasta que se le vino ese nombre a la cabeza una vez más. «Izan».


* * * *


A la mañana siguiente, jueves, hacía un día entre despejado y nublado. Había mucha gente por las calles, tal vez era por la fiesta que se iba a celebrar ese día y que duraría hasta el domingo.

Cleven iba navegando entre esas nubes, sentada en la mesa de su habitación del hotel junto al balcón. Estaba en blanco, pero relajada. Había tenido mala noche, había vuelto a tener aquella rara pesadilla en la que era pequeña, y corría en medio de una batalla entre personas inhumanas para buscar a un tal Líder para informarle que un tal Sui-chan estaba en peligro. Los rostros de esa gente todavía eran borrosos en su memoria. Seguía sin entender por qué ese sueño se le repetía tanto, si era absurdo, quizá influido por alguna película de acción que había visto. Las películas de acción eran sus favoritas. Pero esa pesadilla no tenía nada de divertido.

Frente a ella, tenía el libro de Ciencias abierto. Había sido su intento de distraer su cabeza con otra cosa, pero las nubes del cielo acabaron siendo más interesantes que las ecuaciones de masa, velocidad y rozamiento. Al parecer, se había olvidado de que, de todos modos, tenía examen la semana que viene y realmente le convendría estudiar ese libro.

No podía. Después de lo de anoche, la llamada, escuchar la voz de su tío, lo que este le dijo… no se lo quitaba de la cabeza.

Cleven pensó que sería buena idea pasarse por el festival aquella tarde en el Templo Meiji. Para ello, iba a necesitar su kimono tradicional y reservado para este tipo de eventos, el cual estaba en su casa. «Llamaré a Yenkis para que me lo traiga» se dijo. «Aunque... ¿y si a Hana o a papá también se les ocurre ir al festival? Pero, ¿y si van Yako y Raijin?». Empezó a soltar una risa extraña mientras se le encendían las mejillas, imaginándose a Raijin con kimono, rodeado de un ambiente de luces, estrellitas, arcoíris...

«¿Qué demonios? Iré, iré y le diré a Nakuru que se venga conmigo. Y que se traiga a Álex. Y de camino para allá, pasaré por la cafetería y le diré a Yako también que se venga al festival, con Sam… y con Raijin…» otro suspiro se le escapó. «Hmm… Pero si voy al festival esta tarde, entonces tendré… que ir a la dirección del tío Brey ahora. Si voy a verlo, y si hablo con él, y si las cosas marchan bien, no importa si me dice que no puedo vivir con él. Sólo quiero conocerlo… Le propondré ir al festival conmigo. Y si tiene familia o hijos, ¡mejor! Sería una forma divertida y genial para conocernos más. Nada como compartir una actividad de ocio para conocer a alguien. Ojalá sea posible. ¡Pero deja de imaginarlo y hazlo ya, Cleven!».

Se puso en pie de un salto. Cogió su móvil, donde tenía apuntada la dirección, y la metió en Google Maps para ver qué camino debía seguir. «Vale, el metro me deja cerca de este punto y desde aquí ando por aquí…».

Media hora después, cuando Cleven llegó por fin justo al punto que marcaba el mapa de su móvil, levantó la vista y se encontró frente a un chalet rodeado de un muro blanco. La casa no era ni muy grande ni muy pequeña, pero sí estaba impecable, reformada, con estilo moderno y aspecto muy acogedor. Y tenía cuatro plantas.

«Aquí es. Llegó la hora» pensó, tragando saliva.

La verja estaba abierta, así que se aventuró a entrar para llamar directamente al timbre de la puerta. El poco jardín delantero que había estaba bonito, con flores y arbustos. Cleven, además, oía voces y risas de niños al otro lado de la casa, donde había un patio ajardinado mucho más grande que el delantero. Se preguntó si esos niños que oía serían los hijos de su tío, por ello le latió el corazón con emoción.

Subió el par de escalones de la entrada. Respiró hondo. Llamó al timbre.

A los diez segundos, percibió que se acercaba alguien a la puerta.

—¡Voy enseguida! —se oyó una voz masculina.

El corazón no podía latirle más deprisa. Y entonces, un hombre abrió la puerta. Era alto, quizá en la cuarentena de edad, pero tenía un cuerpo atlético y saludable, igual que su sonrisa y su mirada de ojos negros. Usaba gafas y tenía el pelo negro y corto. A Cleven le extrañó un poquito porque esperaba ver algún ligero rasgo ruso, y este hombre parecía japonés al cien por cien. Aun así, desprendía un aura amigable.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó el hombre amablemente.

—Yo… Yo… ehm… —Cleven intentó reponerse pese a los nervios—. Ho-Hola. Perdone que le moleste. Yo, eh… bueno… ¿es usted… Brey Saehara?

—No, yo soy Hiroyuki Kitano. No conozco a ningún Brey Saehara por aquí. ¿Estás buscando a algún niño o niña?

—¿Buscando un niño…? —no entendió.

—Sí, aquí en esta casa de acogida tenemos ahora mismo a ocho niños alojados. ¿Necesitas ayuda con algún niño huérfano? Tenemos aún dos camas libres.

Cleven estaba tratando de recapacitar y preguntándose qué estaba pasando. Todavía estaba padeciendo la decepción de que no había ningún Brey Saehara aquí.

—Discúlpeme, no entiendo —dijo ella—. Es que… verá, yo venía buscando a un hombre llamado Brey Saehara que vivía en esta casa, quizá hace unos 20 años… o 30…

—Bueno, eso es imposible, esta casa se construyó hace quince años como mucho.

—¿Eh?

A Cleven no le estaban encajando las cosas. Hace quince años sus abuelos ya llevaban un año muertos.

—Entonces… ¿Aquí no vivía la familia Saehara? ¿Un matrimonio con una hija pelirroja como yo y un hijo?

—No. Cuando se construyó esta casa, se alojó aquí un matrimonio joven. No recuerdo cómo se llamaban, pero no tenían hijos y tampoco ese apellido. Creo que era… Yamada… Yokoyama… —titubeó, mirando al cielo con la mano en la barbilla—. Bueno, algo así. Al poco tiempo, comenzaron a prestar servicio social de acogida de menores. Pero el negocio sólo les duró ocho años, porque para ellos eso es lo que era, un negocio. Esos miserables… Lo hacían por el dinero, las subvenciones. Acogían a tres o cuatro niños a la vez, el Estado les daba dinero para mantenerlos, pero ese matrimonio se lo gastaba en otras cosas. Y además, no trataban bien a los niños.

—Oh…

Cleven agachó la cabeza. Que ella supiera, nada de esto tenía que ver con su tío. No había ninguna conexión lógica. «No entiendo, entonces, por qué el centro Tomonari ponía esta dirección como el lugar donde residía el tío Brey» pensó.

—Total —continuó el hombre—, que al final fueron denunciados y fueron a prisión hace siete años. Y los niños que tenían acogidos en ese momento, creo que los destinaron a otros centros de acogida auténticos. ¡Menos mal! Los pobres se libraron de esos malnacidos.

—Y… ¿usted… está aquí…? —quiso saber Cleven.

—Oh, yo soy el actual dueño de este lugar, junto con mi mujer. Esta casa de acogida que ves ahora es nueva. Desde que los antiguos dueños fueron expulsados y detenidos, la casa estuvo cerrada 4 años por su estado de insalubridad y problemas de tuberías y tendido eléctrico… Los dueños anteriores, aparte de no cuidar de los niños, ni siquiera cuidaron de la casa. Entonces, fue hace tan sólo 3 años cuando se reformó entera.

—¿El Estado la reformó? ¿O lo hicieron usted y su mujer?

—Ah, no… El Estado quería destinarla a convertirse en un apartahotel de lujo. Pero, al final, una persona anónima le compró la casa al Estado y encargó reformarla, queriendo que se mantuviera como casa de acogida para niños necesitados, con mejores instalaciones y material.

—¿Una persona anónima?

—Sí, bueno… lo único que sé de él es que se presentó como el señor Smirkov. Sólo hablamos por correo, y…

—¿El…? ¿¡El señor Smirkov!? —exclamó Cleven, tan fuerte que el pobre hombre dio un brinco del susto. Otra vez tenía el corazón dando saltos por su pecho. «¡Es él! ¡Es él! ¡El tío Brey!»—. ¿¡Usted conoce al señor Smirkov!?

—Oh, ¡ojalá! —se rio el hombre—. No, él siempre se mantuvo en el anonimato, nunca lo vi en persona. Solamente nos contactó por email para conocernos. Mi mujer y yo trabajábamos como asistentes sociales en las oficinas de la Seguridad Social, entonces el señor Smirkov contactó con nosotros a través de la oficina, pidió nuestros expedientes y nos entrevistó por escrito. Quiso asegurarse al cien por cien de que no volvieran a ocupar la casa unos fraudes y de que los niños que fueran acogidos aquí jamás volvieran a caer en malas manos. Al conocer nuestro expediente y comprender que mi mujer y yo tenemos plena vocación en este trabajo, nos vendió la casa con un convenio con las oficinas y formamos este nuevo lugar de acogida, para el cuidado de niños sin hogar o huérfanos.

Cleven estaba en una nube. Tanto de confusión como de orgullo. Le brillaban los ojos de admiración, incluso se le humedecieron. «El tío Brey… compró esta casa y la convirtió en un lugar de acogida de niños, asegurándose a rajatabla de que fuera de verdad un buen lugar para los niños… Lo sabía… ¡Lo sabía, el tío Brey es una persona maravillosa! ¡Igual que mamá! ¡Es altruista, y noble, y le gustan los niños! Lo que no entiendo es por qué usó su apellido materno, el de la abuela Emiliya. ¿Y si se lo ha cambiado? ¿Y si ahora se llama Brey Smirkov y no Brey Saehara? Pero en la guía telefónica sí aparece como Brey Saehara… Espera, este hombre ha dicho que tío Brey procuró mantenerse en el anonimato… Aaah, claro, por eso usó el apellido Smirkov, porque no está registrado en ningún lugar con ese apellido y así no le podían identificar o contactar… Seguro que lo hizo porque es tan bueno y tan modesto que no quería recibir atención ni fama por tan noble contribución a la sociedad. ¡Cada vez me muero más por conocerlo!».

—Mm… ¿Hola? —la llamó el hombre de la puerta por cuarta vez durante ese silencio, pero Cleven seguía mirando hacia las musarañas, poniendo diferentes muecas según sus pensamientos. El hombre la miraba preocupado.

«Otra cosa que no entiendo… El Tomonari registró en los datos del tío Brey esta dirección como su vivienda. Pero tío Brey compró, reformó y vendió esta casa hace tres años. Es imposible que el tío Brey fuera un alumno del colegio o del instituto Tomonari hace tres años. Si parto de la hipótesis de que el tío Brey tuviera, como máximo, diez años más o diez años menos que mamá… supondría que tío Brey ahora tendría como mínimo 35 años o como máximo 55 años. Con ese rango de edad, debió ser alumno del Tomonari al menos hace 20 años como mínimo, pero hace 20 años esta casa ni existía… ¿¡Cómo es posible!? Aquí hay algo que no encaja».

—Disculpa… ¿Te encuentras bien? ¿Quieres un poco de agua o algo? —insistía el hombre.

—¡Por favor! —le gritó Cleven de repente.

—¡Ay! —se asustó.

—¡Dígame que tiene algún dato más del señor Smirkov, el que sea! ¡Su dirección de correo! ¡O si vive en la ciudad, en alguna zona en concreto! ¡O…!

—Calma, calma, muchacha —le sonrió, haciendo gestos apaciguadores—. El email que usó para contactarnos, nos dijo que iba a ser temporal y que lo eliminaría, por lo que dudo que siga usando esa dirección de correo electrónico. Pero… quizá… —dijo pensativo, dándose toquecitos en la barbilla.

—¿Qué? ¿Qué? —brincó Cleven.

—¡Ah, sí! —recordó—. En su último correo, nos dijo que si alguna vez necesitábamos contactarle para algo importante o urgente, teníamos que llamar a la Universidad de Tokio y preguntar por él.

—¿¡La Universidad de Tokio!? ¿¡Por qué ahí!?

—Bueno, yo he pensado que probablemente sea ahí donde trabaja. Quizá sea un profesor allí. O un administrador… la verdad es que no lo sé. Eso es realmente todo lo que sé.

—Guau… —a Cleven se le escapó un sollozo, no podía estar más encantada con esa posibilidad—. ¡Gracias, señor Kitano, gracias! —lo abrazó sin previo aviso, sin poder evitarlo.

—¡Oh! —se sorprendió, pero se rio y le dio unas palmadas.

—Perdón —rectificó Cleven, separándose de él, y se inclinó varias veces muy deprisa—. Le agradezco su ayuda, y su tiempo.

—Ha sido un placer —se despidió con la mano.

Cleven también se despidió con la mano mientras salía de la propiedad rápidamente. Estaba entusiasmada. Debería estar defraudada, porque se supone que esperaba que este fuera el lugar definitivo donde encontraría a su tío, y sólo la había llevado a seguir otra pista escueta. Pero no podía sentirse de otra forma. Una nueva pista era mejor que un callejón sin salida. Estaba convencida de que lo encontraría definitivamente a través de la Universidad de Tokio. Si era un profesor allí, preguntaría por él en Recepción.

Tras otro viaje en metro un poco más largo, llegó a la Universidad de Tokio, en el distrito de Bunkyo. El recinto universitario era enorme, con varias facultades, la de Ciencias, la de Letras, las de distintas ingenierías, la de Económicas… tenía hasta su propio hospital, donde su hermano Lex hizo sus estudios y prácticas antes de trasladarse al Hospital Kyoko, más cercano a Shibuya. Por eso, no era un lugar desconocido para Cleven, había ido ya varias veces allí cuando su hermano estudiaba allí.

Se metió en el edificio de Administración y se acercó a un mostrador libre. No había mucha gente porque eran días festivos, pero aún había gente trabajando.

—Buenos días, ¿qué puedo hacer por ti? —le dijo la señora tras el mostrador.

—Buenos días, verá, vengo a preguntar por una persona que probablemente trabaja aquí. Debe de estar registrado como Brey Smirkov o Brey Saehara.

La señora tecleó en su ordenador y esperó un poco.

—Sí, hay un Brey Saehara registrado en esta universidad.

—¿¡Sí!? —se entusiasmó Cleven—. ¿Podría decirme en qué dirección vive?

—¿Qué? —casi rio—. Disculpa, muchacha, no te puedo dar esa información, es privada.

—No, no pasa nada, somos familia, él es mi tío, es que lo estoy buscando…

—Muchacha —la frenó—. Podrías ser cualquier persona. No puedo vulnerar la privacidad de un miembro de esta universidad, sea a un desconocido o a un familiar. Son las normas.

—Pero…

Cleven no sabía cómo insistir, se le estaban derrumbando todas las esperanzas.

—¿Cleventine? —oyó que alguien la llamó.

Vio a un hombre joven acercándose desde el otro lado del mostrador, portando una caja llena de carpetas, mirándola con sorpresa.

—Perdona, ¿eres Cleventine Vernoux? —le preguntó el chico.

Ella entornó los ojos con duda, le sonaba mucho esta persona, y no tardó en recordarlo.

—¡Ah! Tú eres… ¡el compañero de habitación de Lex! Cuando estabais de residentes aquí en el campus hace tres años. Esto… Toshiro, ¿verdad?

—¡Exacto! Te he reconocido nada más verte.

—Ahem… —carraspeó la señora junto a ellos, indicándoles que había más gente esperando a ser atendida.

Toshiro le hizo un gesto a Cleven para que lo siguiese a otra parte, y la condujo a la oficina interior de la Recepción, donde había muchas mesas con ordenadores. El chico dejó la caja sobre una de ellas y se sentó ante el ordenador. Le ofreció a Cleven la silla vacía al otro lado de la mesa.

—Bueno, ¿qué hace la hermana de Lex aquí? No me digas que ya eres universitaria. Te recordaba más joven.

—Hahah, no, para nada, todavía tengo 16 años. ¿Tú trabajas aquí?

—Oh, no oficialmente. Yo estoy trabajando ahí en el hospital universitario, pero suelo ser voluntario en trabajos de administración del campus, sobre todo en días vacacionales y festivos. Estos días estoy aquí ayudando con el papeleo. Dime, ¿necesitas alguna cosa?

—Bueno… sí… pero creo que no puedes ayudarme. Venía buscando la dirección de una persona que trabaja aquí. Se llama Brey Saehara, es mi tío.

—Brey Saehara… —murmuró el chico, pensativo—. Sí, creo que Lex me llegó a mencionar que tenía un tío… No sabía que trabajaba aquí. Entonces, la señora de antes te ha dicho que no puede darte los datos de su dirección, ¿verdad? —Cleven asintió con la cabeza—. Bueno, no te preocupes. Yo puedo conseguírtela.

—¿¡De verdad!? Pero… eso te creará problemas…

—Me creará problemas si vas a la dirección de Brey Saehara, y este no quiere recibirte y se enfada porque te hemos dado su dirección, y nos pone una denuncia —le explicó, y luego sonrió—. Pero si realmente eres su sobrina y él no tiene problema con que su sobrina vaya a visitarlo…

—¡Ah! Ya entiendo —se rio Cleven.

—La señora no te conoce y cumple con su deber, pero yo, por el contrario, ya te conozco y sé quién eres.

—¿De verdad me harías este favor?

—Yo a Lex le debo muchísimo. Conseguí graduarme gracias a él. Estaré encantado de hacerle este favor a su hermana.

—¡Guau, gracias, de verdad! —brincó en su silla.

—El único inconveniente es que justo ahora mismo tengo que marcharme corriendo a atender otro asunto —se puso en pie de un salto, mirando su reloj—. Tendrías que esperar hasta que tenga un rato libre y busque esa información. Te la podría enviar mañana como muy tarde. Lo lamento, espero que no te impor-…

—¿¡Bromeas!? —Cleven se levantó también, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Esperaré lo que haga falta! ¡No sabes el favor que me estás haciendo!

—Hahah… Bueno, en ese caso, ¿dónde prefieres que te la envíe una vez la encuentre?

Cleven le dio su dirección de correo y él la apuntó. Y así lo acordaron. Toshiro se tuvo que ir, así que se despidieron y Cleven se marchó de allí más feliz que una perdiz. Un poco más. Sólo tenía que esperar un poquito más. Hasta entonces, nada más se preocupó de prepararse para ir al festival de la tarde.


* * * *


Drasik salió por la puerta de su casa, aún con el pijama, arrastrando los pies rápidamente por el rellano hacia la puerta de la otra punta, la puerta C. Llamó tres veces seguidas al timbre. Tras unos segundos abrió Mei Ling, tal como esperaba.

—Buenos días, mujer de Venus, que desea explorar Marte para deslumbrar el corazón de los hombres incultos —la saludó con voz cantarina.

Mei Ling se lo quedó mirando como una serpiente. No sabía cómo lo hacía, pero Drasik siempre ingeniaba un absurdo saludo distinto cada vez que la veía, que era casi todos los días.

—Soy ingeniera aeroespacial. No la Virgen María —contestó ella, cansina. Entonces se percató del vendaje que llevaba el chico en el antebrazo derecho—. ¿Qué te ha pasado ahí, Drasik?

—Ah, nada —sonrió felizmente, escondiendo el brazo tras la espalda.

—¿Nada? —se extrañó—. Ahí es donde tienes el tatuaje de la KRS.

—¿Está Kyo despierto? —cambió de tema.

Mei Ling abrió la puerta del todo y le indicó que pasase. Drasik se fue derechito al piso de arriba mientras la mujer se metía en la cocina a hacer desayuno para tres personas. Drasik se adentró en la habitación de su amigo y su ojo brilló al instante de su luz azul claro por lo oscura que estaba. Se fue hacia una de las ventanas y subió las persianas, dejando pasar de golpe la luz del día.

Vio a Kyo frito en su cama, hecho una pelota entre las sábanas, y se acercó a él con malicia. Comenzó a realizar movimientos en el aire con su mano izquierda sobre Kyo, y no tardaron en formarse y juntarse moléculas de agua hechas con el hidrógeno y el oxígeno del propio aire. De una sacudida de su mano, la masa acuosa se estampó sobre Kyo, empapándole bien, lo que le despertó con susto. Dirigió una mirada fiera hacia Drasik. Lo cierto es que este le había despertado tantas veces con sus tropelías que ya le daba igual. Sólo se limitó a aumentar la temperatura de su cuerpo para evaporar el agua y secarse.

—Feliz díaaa —canturreó el Sui.

—¿Por qué feliz? —bostezó Kyo, despegándose lenta y costosamente de la cama hasta sentarse.

—No sé... —sonrió—. Porque no hay clase. Y mañana tampoco.

—Ya... Oye, ayer te estuve buscando.

—¡Anda, qué casualidad! —saltó Drasik con sarcasmo—. ¿A dónde te fuiste tú ayer? Saliste de la cafetería para llamar a tu abuelo y no regresaste.

—A… no puedo decírtelo. Necesito pedirte una cosa.

—¡Claro! —brincó Drasik alegremente—. ¿Qué número de Playboy quieres?

—Bromas aparte... —negó Kyo, levantándose y yendo hacia la silla de su escritorio, abarrotada de ropa, para ponerse una camiseta por encima—. ¿Qué te ha pasado en el brazo?

—Mm… —murmuró—. Un pequeño esguince... Bueno, ¿qué es lo que quieres pedirme?

Kyo se volvió hacia él con reproche, esa respuesta no le había convencido mucho, pero tenía un asunto importante rondando por su cabeza.

—Vamos a desayunar algo, me muero de hambre.

Drasik asintió y lo siguió por detrás, fijándose antes de salir en unos cuantos lienzos que había en un rincón del cuarto cubiertos cada uno con un paño o sábana, dando una imagen de abandono.

—¿Cuánto hace que no pintas? —quiso saber Drasik mientras bajaban las escaleras.

—No ando muy inspirado últimamente —contestó, viendo a su hermana pasar por el salón.

—Tenéis el desayuno en la cocina —les indicó la mujer antes de salir al balcón a disfrutar de las vistas.

—Gracias, Mei —dijo Kyo.

Los dos chicos se pusieron el desayuno en la mesa de comedor junto al salón. Drasik empezó a engullir sin reservas, y Kyo observó a su hermana, que se había apoyado en la barandilla de la terraza con su tostada y su café, contemplando la ciudad tranquilamente. Luego miró hacia su plato, y después a Drasik, el cual estaba aplastando el arroz con los palillos al mismo tiempo que con la otra mano cogía trozos de tortilla y se los metía en la boca de lleno.

—Ayer volví a casa pronto para ver si volvías tú a la tuya —le comentó Kyo—. Volviste muy tarde.

—Sí... —masculló con la boca llena—. Desgraciadamente me encontré con Sakura por la calle y me obligó a acompañarla a su casa. Qué pesada es, me estuvo reteniendo un buen rato. Va y me dice: “Uish, Drasik, pues creo que hacemos buena pareja tú y yo, ¿sabes?” —la imitó poniendo voz aguda y acento esnob—. “Ambos somos Sui, deberíamos estar juntos, nos entendemos...”. Pfff, no sé qué le ha dado a Sakura de repente, llevamos toda la vida trabajando juntos con su SRS y nunca se había puesto tan pegajosa conmigo. Vale que sea la única chica Sui que conozco por aquí y la única que me comprende cuando digo que 18 grados centígrados me parecen un infierno sofocante dentro de una habitación, pero... eso no significa que quiera rollo con ella —seguía hablando sin parar, como siempre—. Es que así no tiene gracia, es más divertido ligar con humanas, te puedes adelantar siempre a lo que van a pensar o sentir… Jo, macho —se abanicó con el cuello de la camiseta—. Sé que eres un Ka, pero menudo calor tenéis aquí. Con Yousuke también teníais la casa ardiendo, macho, y ahora eres tú, ¿por qué no se te ocurrió elegir otro elemento más fresquito? Sé que eso depende de la compatibilidad de tu mente, pero es que los Lao tenéis ya mucho fuego en la familia, macho, no sé cómo la pobre Mei Ling lo soporta.

Ya. Drasik por fin se calló para seguir comiendo tranquilamente. Kyo apenas se dio cuenta, se le había ido la mente a otra parte a la séptima u octava palabra, pero vio que ahora podría aprovechar a dejarlo caer, con disimulo.

—Mm… —asintió con la cabeza para indicarle a Drasik que lo que quiera que haya estado diciendo lo apoyaba totalmente—. Necesito que me prepares un opuritaserum.

Drasik se atragantó con los cinco trozos de tortilla que tenía en la boca, tosió y se apresuró a beber de su zumo. Tras desatragantarse, se quedó observando a su amigo con cara de loco.

Excuse me?

—Necesito un opuritaserum —repitió Kyo, sin levantar la mirada de su plato.

Entonces Drasik se levantó de golpe, volcando la silla, y le apuntó con el dedo de su mano izquierda. Luego dejó de apuntarle y se rascó la cabeza, desviando la vista, y finalmente le señaló otra vez con más cara de loco.

—¡Qué buena! —carcajeó—. Aunque es una broma un tanto pesada.

Kyo lo miró en silencio un momento. Se había esperado una reacción similar.

—Hablo en serio.

—¿¡Pero cómo sabes tú lo del opurita!? —exclamó, agarrándose de los pelos—. ¿Te lo ha dicho Denzel? —se alarmó, y nada más ver que Kyo seguía mirándolo de aquella forma, lo pilló—. ¿¡Has estado con Fuujin!?

—Ssh... No grites —lo tranquilizó, mirando a su hermana en la terraza con apuro.

—¡Serás...! —vociferó Drasik, consternado, y empezó a dar vueltas de aquí para allá—. Damn... can’t believe it... the motherfucker's met Fuujin... —murmuraba rápidamente.

A Kyo no le sorprendía, Fuujin ya le advirtió que Drasik se exaltaría.

—¿Qué te sorprende tanto? —se extrañó Kyo—. Es mi tío.

—Claro, para ti es normal, antes de irte al Monte lo veías de vez en cuando durante estos siete años como lo ve Lao y como lo ve Mei Ling… ¡Pero para nosotros es una utopía! Yako, yo y los demás llevamos siglos sin verlo. ¿¡Cómo está!? —preguntó de repente, sonriendo.

—Drasik, por favor, lo necesito cuanto antes —se impacientó.

De pronto el chico con pelos de loco corrió hacia él dando un manotazo en la mesa con la mano izquierda y clavándole la mirada, soltando chispas.

—¿¡Que lo necesitas!? ¿¡Que tú necesitas mi opurita!? ¿¡Cuándo te has encontrado con Ichi!?

«Pues sí que sabe» pensó Kyo con sorpresa.

—No puedo decírtelo —contestó manteniendo la calma—. Tú hazlo.

—¡No pienso hacerlo hasta que no me expliques...!

—Es una orden de Fuujin. Ambas... son órdenes de Fuujin.

Al oír eso, Drasik calló por completo. Cerró la boca, pero siguió mirándolo, ofuscado. Entonces acabó por sentarse de nuevo en la silla después de haberla recogido del suelo, y se quedó meditabundo.

—¿Es grave?

—No, por ahora no —sonrió Kyo.

—Bien —murmuró, y se quedó unos segundos en silencio—. Vale. Ahora cuando vaya a casa te lo prepararé.

«No ha sido tan difícil convencerlo» se dijo Kyo. Nada más decirle que era una orden de Fuujin, y ¡fus!, todo arreglado. Luego cayó en la cuenta. Para los miembros de la KRS, Fuujin era como un ídolo, siempre lo había sido, tanto en el trabajo de la Asociación como en sus vidas cotidianas. Pero para Drasik lo era, quizá, de una manera incluso más intensa. Fuujin había sido para él lo más parecido a una figura paterna cuando más lo necesitó, durante su temprana infancia.

Kyo siempre había observado que la relación que había entre Fuujin y Drasik en el pasado siempre fue bastante estrecha y tuvo algo especial. Tal vez fuera porque Drasik era el iris más joven de la historia en convertirse y, por tanto, el que más atención necesitaba, por lo que Fuujin gastaba algo más de tiempo con él, en enseñarle, aconsejarle y guiarle, cuando ningún otro Líder ni ninguna otra RS habían querido acogerlo en su grupo al ser demasiado pequeño y además propenso al majin.

Drasik jamás olvidaría la noche en que el poderoso y famoso Fuujin vino a conocerlo y a aceptarlo como miembro de su RS. Todos esos recuerdos y enseñanzas que recibió de él los guardaba como un tesoro. Pero le dolía que aquello se hubiera terminado hace años, y aún no quería asumirlo, quería seguir teniendo la esperanza de recuperar a ese guía, a ese Líder, algún día. Drasik era el único de la Asociación que jamás había dejado de creer que Neuval regresaría, por una u otra razón, sin importar cuánto tiempo pasase.









33.
Las condiciones de Alvion

—Le expliqué tu situación, los motivos por los que te abstenías a volver, y Alvion los consideró, créeme —le contó Denzel a su viejo amigo—. Aunque ya sabes que después de lo que has hecho, habrá que hacer cambios.

Ambos se habían reunido en el Yoho Pub, mismo lugar donde Lao se reunió con Neuval para contarle lo de Kyo el otro día. El local se había convertido en un antro al paso de los años. Antes era un lugar con un ambiente más animado y limpio, y ahora asomaba la roña por todas partes, sobre todo en el viejo, corpulento y amargado dueño, que seguía limpiando vasos detrás de la barra con el paño que nunca lavaba.

Esa taberna siempre había sido el lugar favorito de reuniones de Neuval, de Pipi, de Lao, de los otros Líderes de las RS aliadas y otros viejos camaradas, cuando la KRS estaba en su mejor época. Pese a haberse desperdiciado tanto ese lugar durante los últimos siete años, este seguía siendo un buen sitio para hablar de cosas confidenciales, seguras de no llegar a oídos ajenos poco apropiados. El dueño era otro caso, daba igual lo que oyese, todo le importaba un pito.

Neuval bajó la mirada hacia su copa, imaginándose qué le habría dicho Alvion a Denzel. Sin embargo, permaneció en silencio, esperando a que se lo contase todo.

—Alvion sabe bien cómo debes sentirte —prosiguió el taimu, recolocándose las gafas negras sobre la nariz—. Pero está decidido a tomar medidas contigo. No te estoy hablando de un trato, una tregua o un favor, sino de órdenes directas, que tendrás que acatar te guste o no. Comprende que debe hacerlo por el bien de la Asociación. Estando tú fuera, aún con tu iris, hay más riesgo de que el Gobierno tenga las cosas más fáciles para cazaros, sobre todo después de... tu incidente de hace unos días. No me sorprendería que el simpático de Hatori Nonomiya ya esté al tanto de las muertes que provocaste, estoy seguro de que sospecha de algún iris como el causante; conociéndole, debe de estar manos a la obra con una investigación. Alvion lo sabe, por eso me ha dicho que te diga que no vas a tener más remedio que volver, ya que así te tendrá controlado y evitará más incidentes de estos. Esa es la primera opción que te da.

—¿Hay una segunda? —preguntó Neuval, levantando la cabeza por fin.

—Sí —asintió, apoyando los codos sobre la mesa—. La segunda opción es... despedirte de la Asociación completamente, lo que también supone tener que despedirte de tu iris para siempre, y modificar tu memoria para que no recuerdes nada de todo lo que has vivido siendo un iris. Te informo que extraerle el iris a una persona que aún no se ha vengado es muy arriesgado tanto para Alvion como para la persona. Sólo se hace en casos extremos. Pero a Alvion le supone un gasto de energías excesivo.

Neuval abrió los ojos con cierto asombro ante la declaración, y volvió a desviar la mirada, en silencio, reflexivo.

—Olvidar todo lo que he vivido siendo iris... —murmuró—. Es como olvidar toda mi vida, todo mi ser. Desde que Lao me adoptó y me llevó al Monte Zou... ese fue el auténtico comienzo de mi vida.

—Lo cierto es que... —sonrió Denzel—. Vi en la cara de Alvion cierto resentimiento ante la segunda opción, se ve que no quiere despedirte de la Asociación.

—Ya... —masculló—. No sé qué tiene de diferencia haber dejado de trabajar para él aún conservando el iris con que me despida y me quite el iris.

—Creo que siempre ha tenido una esperanza de que volvieras.

—Sí... Lo que estaba esperando era una ocasión para obligarme a volver y para restregarme por la cara su superioridad.

—Eras y sigues siendo su peón más poderoso.

—¡Sí! Y yo soy muy feliz de haber nacido para ser el peón de alguien —dijo con el sarcasmo y la sonrisa feliz más falsa que pudo expresar.

—Qué cabezota eres, Neuval. ¿Te crees que me engañas? —se rio—. Te encanta el trabajo de iris. Vale que no te gusta tener a alguien por encima dándote órdenes, pero deja ya de hacerte el duro conmigo, sé perfectamente que le guardas a Alvion un profundo respeto y afecto en secreto.

—¿Sabes? Eras menos tocapelotas cuando no podías ver.

—Porque ahora que puedo ver, ser tocapelotas con la gente y ver sus caras de tontos resulta de lo más placentero —seguía sonriendo—. Tienes suerte de que te haya tocado a Alvion como Señor, Neuval —comentó, tomando un trago de su copa.

—Siempre pensé que habría tenido más suerte si me hubiera tocado a su padre. Se dice que Dorian Zou era todo un bromista. Es una pena, ni siquiera Lao llegó a conocerlo. Se supone que Dorian murió hacia el mismo año en que nació Lao.

—Dorian era más divertido y bienhumorado, sí. Pero creo que te habría resultado más duro estar bajo sus órdenes y de las de todos los demás Zou que bajo las de Alvion.

—Sé que Alvion hace las cosas un poco distintas respecto a sus antepasados, pero ¿cómo de diferente puede ser?

—Alvion es el único Zou que ha marcado la diferencia en todo su linaje, sin duda —le aseguró Denzel—. He conocido a todos los Zou anteriores a él. Excepto al fundador de la Asociación, que ya murió antes de que yo llegara al Monte Zou y conociera a su hijo Leander. Desde Leander hasta Dorian, todos los Zou han sido casi idénticos en su modo de dirigir la Asociación, de pensar, de sentir y de ver el mundo y a la humanidad.

»La diferencia con Alvion, es que sus antepasados eran más radicales. En su lucha contra el mal, los Zou de antaño tendían a hacer una justicia más estricta, a condenar a muerte a cualquier criminal al instante, sin vacilación ni perdón, pues el olor del mal les ahogaba. A Alvion también le ahoga, aborrece el mal con toda su alma. Pero él… es el único Zou que prefiere intentar otro camino, el de arreglar el mal de una persona antes que matarla sin más como solución. Tú has sido testigo muchas veces de que Alvion no sólo cuida de los iris, sino también de todos los humanos en general, sean buenos o malos.

»Después de un merecido castigo, por supuesto, lo has visto miles de veces intentando ayudar a horribles criminales a cambiar a mejor. Y lo ha conseguido con miles. A los que no podía cambiar y eran irremediablemente malos, no le quedaba otra opción y los ponía en su Lista de Condenados para que fueran ejecutados. Y aunque él no lo haga notar, aunque finja ser muy severo y frío, y aunque sea un ser que se asfixia hasta con el más mínimo olor del mal, siempre se entristece y se culpa a sí mismo cuando no consigue que una mala persona cambie a mejor. Odia el mal, pero odia mucho más tener que matarlo cuando no puede arreglarlo o transformarlo en algo mejor. Y… esa es una ideología que, curiosamente, tú también has manifestado en muchas ocasiones, en contra del sistema tradicional de la Asociación. Desde que te conozco, al menos.

—Desde que nací, más bien —le corrigió Neuval—. La forma de pensar de Alvion se asemeja mucho a la que mi hermana me inculcó desde pequeño. Pero Alvion quiere llevar este camino diferente poco a poco, despacio, para no volcar de repente el modo de actuar tradicional que la Asociación lleva sosteniendo con éxito cuatro siglos. Y por eso… me cuesta mucho ser un iris obediente. El método tradicional y más radical de los anteriores Zou… no encaja conmigo.

—¿Y por eso tienes que andar martirizando al pobre Alvion todo el tiempo?

—A ver, Denzel. Entiéndelo —se encogió de hombros, defensivo—. Es que ese vejete es la víctima idónea para mis bromas, eso nunca cambiará —sonrió con malicia—. Me encanta hacerle la vida imposible, no puedo evitarlo. Me parece una compensación muy justa a cambio de la tortura que es para mí que alguien me dé órdenes. Cuando yo estaba en la SRS, ¡ni siquiera soportaba que mi maestro Hideki me diera órdenes! “Neuval, inspecciona la ciudad; Neuval, encárgate de estos criminales; Neuval, entrena más duro; Neuval, deja de pelearte con Pipi; Neuval, no te acuestes con mi hija; Neuval, no te cases con mi hija…” etcétera, etcétera. Ay... —suspiró con tristeza—. Echo de menos a Hideki y a Emiliya. Me acuerdo de ellos muchas veces, sobre todo de Hideki cuando miro a Lex. Lex se parece mucho a él, tiene sus mismos ojos.

—Debes de ser el único hombre del mundo que echa de menos a su suegro, yo al mío no lo soportaba, menos mal que murió hace dos siglos —se rio Denzel, y ambos tomaron un trago de su copa, vieja costumbre cuando recordaban a iris grandiosos muertos en combate—. Bueno, el caso es ese. Tú decides qué hacer.

—¿Qué pasa si decido volver? —quiso saber.

—Pues... que volverás a trabajar para Alvion como hace siete años, volviendo a tu cargo de Líder y aceptando de nuevo todas las responsabilidades que eso conlleva. Y…

—¿Y? —arqueó una ceja, viendo que el joven profesor vacilaba.

—Y exige que no vuelvas a usar nunca más tu Técnica de Desvío. Ya sabes, la Técnica que tú mismo creaste para que Alvion no te controle ni sepa dónde andas, la que rompe tu conexión con él.

—¡Sí, bueno! —protestó.

—No me extraña que te exija una cosa así, Neu. Eres el único iris de toda la historia de la Asociación que ha osado crear semejante Técnica que para cualquier Zou es una completa humillación.

—Ogh… Me halagas… —le sonrió ruborizado, haciéndole un gesto modesto y afeminado con la mano.

—Qué payaso eres… —suspiró Denzel, con una sonrisa resignada—. En fin, niño. O vas al Monte Zou a que te extraigan el iris con el que has vivido 35 años y te conviertes en un ciudadano humano normal y corriente, o vas al Monte Zou a que te dicten de nuevo tus derechos y tus cargos, te vuelvan a nombrar Líder de la KRS que fundaste, te planten otra vez tu tatuaje y te despojes de tu Técnica que tanto molesta a Alvion. También volverás con los tuyos, volveréis a ser la familia de antes, y la mejor RS del mundo, dándoles su merecido a los malos humanos y teniendo bajo control tu problemilla. ¿Qué decides?

Neuval no dijo nada, seguía sin estar seguro, cavilando sobre las consecuencias de cada opción. Casi sonrió al darse cuenta de que Denzel había mostrado con el énfasis de sus palabras que también le gustaría que volviese. Entonces se acordó de Izan, y eso provocó un desequilibrio en su decisión final.

—También, no sé si has visto las noticias —añadió Denzel—. Está lo del nombramiento del nuevo ministro de Interior.

—¿Qué? —se sorprendió—. ¿Takeshi Nonomiya se jubila ya?

—Así es. Si Agatha también se ha enterado de las noticias, debe de pensar como yo. Seguro que su hijo, Hatori Nonomiya, saldrá elegido, o si no, Norie Saitou, sería evidente. Uno de ellos dos será el nuevo ministro o ministra. Las cosas se van a complicar para las RS si Hatori acaba en el cargo. Sabemos que hasta ahora sólo ha sido el jefe de Policía y su padre nunca le ha dejado participar en el caso de los iris, pero Hatori ya ha hecho cosas por su cuenta en los últimos años. Ese humano no es moco de pavo, Neuval, ese Hatori tiene increíbles aptitudes.

—Si no es más que un niño, demasiado joven para llevar un cargo así —increpó Neuval con fastidio—. ¿Qué debe de tener, la edad de mi hijo Lex?

—No, más. Tiene 30 años, pero no podemos subestimarlo sólo porque sea joven. En estos años de tu exilio no habrás podido verlo, pero él solito ha estado limpiando las calles de criminales tanto como los iris. Hatori puede ser una verdadera amenaza para nosotros, más de lo que fue su padre.

Reinó un buen rato de silencio. Sólo se oyó toser levemente a un vagabundo que se sentaba al otro extremo del bar, dormitando sobre una mesa con una copa de whisky a medio acabar en una mano. Denzel observó la cara de Neuval, no le sorprendía verle comiéndose el coco.

—Piénsalo bien, Neu. No hace falta que me lo digas a mí, tienes hasta pasado mañana, viernes, para decidirlo y reunirte con Alvion a mediodía en el Templo Meiji de Shibuya. Digas lo que le digas, irás inmediatamente al Monte Zou para el juicio, y después del juicio, ya sabes, o te extraen el iris y tus memorias con él, o te reinsertas en tu puesto.

—Me sorprende que me deje tanto tiempo para decírselo.

—Eso es porque le conté que estás buscando a tu hija —señaló con cierta mofa—. Después de descifrar en su desaprobadora mirada un “irresponsable hasta con sus hijos”, aceptó darte un margen de tiempo. Así que más vale que encuentres a Cleven antes del viernes al mediodía. En estos días de fiesta, al no haber clase, yo no la he vuelto a ver.

—Ya —resopló con desánimo.

—Según me has contado, Nakuru está cuidando de ella esté donde esté, no hay de qué preocuparse, pues —le sonrió—. Podrías pedirle ayuda a alguien para buscarla que no sea Nakuru. Has hecho bien en no pedirle a Nak que la delate, Cleven no se lo habría perdonado.

—Prefiero buscarla yo, no debo meter a nadie más en esto, es familiar y personal. No sé por qué tengo la impresión de que puede andar cerca de cierto... hombre.

Hubo una pequeña pausa. Denzel supo a quién se refería, pero la cosa no iba con él.

Finalmente, tras mirar el nuevo mensaje que había recibido en su móvil, Denzel se levantó de su silla.

—En fin, he de irme, jovencito. Nuevo mensaje de nuestro Zou gruñón. Ha percibido un nuevo iris recién convertido en Puerto Rico y tengo que ir a recogerlo.

—Bien. Ah, una cosa más, Denzel —lo detuvo del brazo—. Es que... Bueno, quizá sea una pregunta rara, pero... ¿Por casualidad no sabrás si los Dioses del Yin han comentado últimamente algo sobre la existencia de un arki en la actualidad?

—¿Cómo? —se sorprendió, sonriendo escéptico—. Neu, hace décadas que no se detecta la existencia de arki.

—Ya, pero hablo de un caso muy reciente, no sé, uno que haya pasado desapercibido.

—Ay, Dios mío, estás hablando de Ichi —el taimu fue capaz de adivinarlo enseguida, y volvió a sentarse. Neuval puso una mueca defensiva—. ¿Por qué sacas el tema de Izan tan de repente, después de tantos años? ¿Ha pasado algo?

—Sólo es una suposición —mintió—. Sólo quería saber si hay alguna novedad, si los Dioses del Yin te han podido comentar algo a ti sobre eso. Como Agatha y tú sois quienes investigáis asuntos así de su parte...

—Te aseguro que mis amos no me han dicho nada de eso. De hecho, mis amos me hacen a mí el mismo caso que le hacen a una mota de polvo. Para ellos el tiempo pasa incluso más lento que para mí, llevo casi veinte años sin recibir ningún nuevo recado de ellos. Supongo que se conforman con el trabajo que ya hago en la Asociación bajo la supervisión de Alvion. No te preocupes, Neu, porque si de verdad Izan, dondequiera que esté, se ha convertido en un arki, mis amos ya lo habrían alertado.

—Hmm... —Neuval acabó suspirando, todavía no muy conforme, pero vio que el taimu tenía prisa—. Está bien, olvídalo, no importa. Tráeme algo bonito de Puerto Rico.

—Claro —sonrió Denzel campechanamente, apoyando la barbilla en una mano y tendiendo la otra hacia él—. Dame dinero y te traeré todo lo que quieras.

—¿En serio? —rezongó—. ¿En serio, anciano? ¿Quién te hizo esas gafas para otorgarles el sentido de la vista a tus escalofriantes ojos?

—He sido tu niñera durante tu adolescencia cada vez que te metías en líos, que era básicamente cinco veces a la semana —siguió sonriéndole, con la mano tendida—. Y no hay nada peor en este mundo que haber sido tu niñera de adolescente.

—Bueno. Vale. Eso es verdad —refunfuñó Neuval—. ¿Pero dónde están tus ahorros de cuatrocientos años?

—Fuujin. Ahora mismo soy profesor de instituto —continuó mirándolo sin borrar esa sonrisa y sin apartar la mano—. Mi sueldo da pena.

—Caray... Si me lo dices así... me das pena hasta a mí —rezongó de nuevo, sacando de su bolsillo un montón de billetes—. Toma, 12 mil yenes. Cómprate tú algo bonito. Yo me conformo con un puñado de mampostiales puertorriqueños, los que venden en la tienda de Mami Rolita, en Ponce, en la calle Mendez Vigo.

—Neuval... —Denzel miró un momento ese fajo de billetes en su mano y luego a él—. ¿Tanto te sobra el dinero?

—Perdona. Tengo un cociente intelectual de 240. ¿Te sorprende que un superdotado dedicado a la tecnología y a la ciencia de la Física que piensa en diecisiete ecuaciones diferentes de mecánica cuántica mientras charla y se toma una copa contigo gane una millonada al año?

—Niño. Tú me sorprendes constantemente desde que Kei Lian te trajo a la Asociación —cogió el dinero de su mano y se dispuso a marcharse, alisándose las arrugas de su chaqueta.

—Oye —le sonrió entonces, más tranquilo—. Gracias por todo, una vez más. De verdad —le dijo, y sacó su móvil.

—¿Qué vas a hacer tú ahora? —preguntó mientras se dirigía a la salida.

—Llamar al Hotel Excel Tokyu.

Denzel asintió con la cabeza y se marchó, dejándolo solo con el dueño del antro y con el vagabundo, llamando a dicho lugar. A los pocos segundos colgó y entornó los ojos con fastidio. No había línea en el hotel, porque este había tenido un problema eléctrico. Tendría que llamar mañana.

Se quedó un largo rato cavilando sobre qué hacer con respecto a las opciones de Alvion. Tenía la oportunidad de tener una vida normal y corriente, como la de cualquier persona, tranquila y rutinaria, o bien volver a lo que se había dedicado durante años con tanto afán, volver a su real vida, volver a reunirse con sus jóvenes camaradas y luchar contra las injusticias del mundo.

La primera opción solucionaba todos sus problemas y preocupaciones; pero la segunda le brindaba la ocasión de volver a esa vida, que no era mala para nada, aunque con sus problemillas. Ambas tenían sus ventajas y desventajas, pero una tenía más ventajas que desventajas. Necesitaba un empujón, un motivo sólido que le ayudase a decidirse. Lo que le extrañaba es que estuviese dudando tanto, el Neuval de los últimos siete años elegiría una vida normal sin dudarlo. Sin embargo, había algo... que no le dejaba.

De pronto se dio cuenta de que el viejo, sucio y corpulento dueño del local lo estaba mirando fijamente mientras limpiaba unos vasos. Neuval lo vio de reojo justo cuando iba a tomar un trago de su copa, pero giró la vista completamente hacia él, lentamente. Con la penumbra del ambiente, su ojo izquierdo emitió un breve destello de luz blanca. El camarero dejó de limpiar y siguió observándolo con aire amenazante.

—¿Tú qué coño miras, gordinflón? —le preguntó Neuval.

—Un monstruo que tiene una bombilla por ojo —contestó el sucio viejo con desdén.

Neuval dibujó una sonrisa fría.

—Tu cara sí que es monstruosa, Ogu —replicó, volviendo a mirar al frente para tomar un trago de su copa.

—Al menos yo pertenezco a la raza humana —escupió Ogu.

—Sí, en especial a la raza que alguna vez se dedicó a vender drogas a los niños en las puertas de sus colegios y uno de ellos murió intoxicado por un producto mal mezclado —volvió a mirarlo—. Si ahora mismo estás aquí y no en una cárcel con cinco rinocerontes embadurnándote el culo con vaselina y jugando a indios y vaqueros a cuatro patas, es porque te pillé, pediste perdón, te perdoné, y te dejo tener una segunda oportunidad para comportarte como un humano debe comportarse. Tu casa, tus clientes y tu honrado trabajo, y respetando las leyes. Lo más importante, respetando a las personas. Más te vale seguir siendo bueno, Ogu. Y eso incluye el no contar a nadie las conversaciones que oyes aquí dentro.

—Este local es mío, por lo tanto, las palabras que floten en su aire, también. ¿Qué pasa si digo algo?

—Feliz y sencillamente, te partiré el cuello, mon ami.

—Si al menos me pagaseis lo que consumís... —gruñó—. Siempre venís aquí, una copita de whisky para el señorito, otra de coñac para el otro señorito —puso un tono de burla—. Y los señoritos no pagan.

—¿Qué quieres, dinero, o una bala entre las cejas, que es lo que en realidad mereces? —replicó Neuval—. Tus servicios y hospitalidad a cambio de tu libertad y de tu vida. Si te he dado una segunda oportunidad, es para que aprendas a apreciar más tu vida y la vida de los demás antes que el dinero. ¿Y qué es eso que he oído, que las palabras que floten en este aire son tuyas?

El camarero le hizo un gesto de asentimiento y desafío con la cabeza.

—El aire es mío, Ogu —le aclaró Neuval—. El aire de este local, el aire que respiras, el aire que envuelve todo este planeta, es mío. Y lo que flote en él, también. Soy el dueño del viento, y si cuentas por ahí lo que no debes contar, el viento arrastrará tus palabras de traición hasta mis oídos, estés donde estés. Y entonces el lobo soplará y soplará, y la casita de madera volará, y su feo y malvado dueño morirá —dijo, mirando el local, y luego a él.

Ogu era lo suficientemente listo y conocía a esa gente lo suficiente para saber que aquello no era ningún tipo de amenaza vacía. Palideció un poco, y tuvo que apartar la mirada de los ojos grises de aquel ser. Nervioso, el camarero se limitó a seguir limpiando los vasos, pero le seguían recorriendo escalofríos. Entonces, Neuval volvió con sus pensamientos.

«¿Qué he de hacer?» se preguntó, ensimismado, carcomido por dentro. El motivo por el que había perdurado tanto tiempo en la Asociación era porque le gustaba, sí. Y la conversación que había tenido con su madre esa mañana le había hecho reconocerlo.

La gran mayoría de los iris habían seguido dentro de la Asociación aun después de haber cumplido con su venganza porque no podían dejarla, les gustaba su trabajo y lo que podían hacer, mientras que otros, la minoría, preferían volver a una vida normal, satisfechos con su venganza y liberados de ese sentimiento. Una vez que uno cumplía con su venganza, tenía derecho a dejar la Asociación.

Recordó entonces la razón por la que se hizo iris, recordó el día en que conoció a Lao en un callejón de Hong Kong, y la causa del inicio de toda esa vida: Jean.

Jean seguía vivo en la actualidad. Sólo de pensarlo le ponía enfermo. Ese hombre había sido el culpable de todo. Lo cierto es que Neuval llegó una vez a olvidar lo que sucedió en París por completo; llegó a sentirse liberado de su agonía, libre de todo, feliz. Fue en la época cuando se casó con Katya y nació Lex, cuando creó la KRS y el comienzo de un nuevo proyecto de vida. No necesitaba ya nada, lo tenía todo, todo lo que quería, así que su agonía quedó enterrada junto a Jean bajo tierra.

Se olvidó de su venganza y del objetivo que se propuso firmemente a los 12 años. ¿Para qué?, se dijo entonces, no necesito vengarme. Ya estás curado, le decía Katya. No obstante, al final todo se derrumbó. Primero murió su querido hermanastro Sai, y después Katya. Todo ello volvió a abrir las puertas hacia las tinieblas, la soledad, el odio y la rabia. Neuval pensó, pues, que todo, absolutamente todo lo malo que le pasaba era únicamente por culpa de Jean.

Entonces su odio se hizo más grande, y finalmente se hizo sólido aquella noche de fin de año, hacía apenas unas semanas, cuando Ming Jie se le acercó para hablar a solas durante la cena de la empresa, informándole de que Jean había sido puesto en libertad, que ya había salido de la cárcel. Desde entonces, no podía soportar la idea de imaginarse a ese despreciable hombre caminando libre y tranquilamente por las calles, disfrutando de su libertad, de la vida que le quedaba. «No tiene derecho a vivir» pensaba Neuval, «No se lo merece».

De pronto se preguntó que, si escogía la segunda opción, y consciente de cómo se sentía respecto a este asunto, ¿al final iba a llegar el día en que cumpliese su venganza? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Después de tantos años? ¿De verdad que así conseguiría librarse de su enfermedad del majin de una vez, con la cual había vivido durante casi toda su vida? No lo iba a saber hasta que no lo hiciese, se dijo.

Una cosa estaba clara. Estaba harto de sufrir por los recuerdos, pero aun así no quería olvidarlos. Quería hacer algo por ellos.

Siguió pensando en todas las consecuencias que abarcaban cada una de las dos opciones, considerando las que le aportaban mayor beneficio antes que las que no. «¿Qué debo hacer?» se repitió. Necesitaba algo. Un motivo más. Siguió cavilando y cavilando... hasta que se le vino ese nombre a la cabeza una vez más. «Izan».


* * * *


A la mañana siguiente, jueves, hacía un día entre despejado y nublado. Había mucha gente por las calles, tal vez era por la fiesta que se iba a celebrar ese día y que duraría hasta el domingo.

Cleven iba navegando entre esas nubes, sentada en la mesa de su habitación del hotel junto al balcón. Estaba en blanco, pero relajada. Había tenido mala noche, había vuelto a tener aquella rara pesadilla en la que era pequeña, y corría en medio de una batalla entre personas inhumanas para buscar a un tal Líder para informarle que un tal Sui-chan estaba en peligro. Los rostros de esa gente todavía eran borrosos en su memoria. Seguía sin entender por qué ese sueño se le repetía tanto, si era absurdo, quizá influido por alguna película de acción que había visto. Las películas de acción eran sus favoritas. Pero esa pesadilla no tenía nada de divertido.

Frente a ella, tenía el libro de Ciencias abierto. Había sido su intento de distraer su cabeza con otra cosa, pero las nubes del cielo acabaron siendo más interesantes que las ecuaciones de masa, velocidad y rozamiento. Al parecer, se había olvidado de que, de todos modos, tenía examen la semana que viene y realmente le convendría estudiar ese libro.

No podía. Después de lo de anoche, la llamada, escuchar la voz de su tío, lo que este le dijo… no se lo quitaba de la cabeza.

Cleven pensó que sería buena idea pasarse por el festival aquella tarde en el Templo Meiji. Para ello, iba a necesitar su kimono tradicional y reservado para este tipo de eventos, el cual estaba en su casa. «Llamaré a Yenkis para que me lo traiga» se dijo. «Aunque... ¿y si a Hana o a papá también se les ocurre ir al festival? Pero, ¿y si van Yako y Raijin?». Empezó a soltar una risa extraña mientras se le encendían las mejillas, imaginándose a Raijin con kimono, rodeado de un ambiente de luces, estrellitas, arcoíris...

«¿Qué demonios? Iré, iré y le diré a Nakuru que se venga conmigo. Y que se traiga a Álex. Y de camino para allá, pasaré por la cafetería y le diré a Yako también que se venga al festival, con Sam… y con Raijin…» otro suspiro se le escapó. «Hmm… Pero si voy al festival esta tarde, entonces tendré… que ir a la dirección del tío Brey ahora. Si voy a verlo, y si hablo con él, y si las cosas marchan bien, no importa si me dice que no puedo vivir con él. Sólo quiero conocerlo… Le propondré ir al festival conmigo. Y si tiene familia o hijos, ¡mejor! Sería una forma divertida y genial para conocernos más. Nada como compartir una actividad de ocio para conocer a alguien. Ojalá sea posible. ¡Pero deja de imaginarlo y hazlo ya, Cleven!».

Se puso en pie de un salto. Cogió su móvil, donde tenía apuntada la dirección, y la metió en Google Maps para ver qué camino debía seguir. «Vale, el metro me deja cerca de este punto y desde aquí ando por aquí…».

Media hora después, cuando Cleven llegó por fin justo al punto que marcaba el mapa de su móvil, levantó la vista y se encontró frente a un chalet rodeado de un muro blanco. La casa no era ni muy grande ni muy pequeña, pero sí estaba impecable, reformada, con estilo moderno y aspecto muy acogedor. Y tenía cuatro plantas.

«Aquí es. Llegó la hora» pensó, tragando saliva.

La verja estaba abierta, así que se aventuró a entrar para llamar directamente al timbre de la puerta. El poco jardín delantero que había estaba bonito, con flores y arbustos. Cleven, además, oía voces y risas de niños al otro lado de la casa, donde había un patio ajardinado mucho más grande que el delantero. Se preguntó si esos niños que oía serían los hijos de su tío, por ello le latió el corazón con emoción.

Subió el par de escalones de la entrada. Respiró hondo. Llamó al timbre.

A los diez segundos, percibió que se acercaba alguien a la puerta.

—¡Voy enseguida! —se oyó una voz masculina.

El corazón no podía latirle más deprisa. Y entonces, un hombre abrió la puerta. Era alto, quizá en la cuarentena de edad, pero tenía un cuerpo atlético y saludable, igual que su sonrisa y su mirada de ojos negros. Usaba gafas y tenía el pelo negro y corto. A Cleven le extrañó un poquito porque esperaba ver algún ligero rasgo ruso, y este hombre parecía japonés al cien por cien. Aun así, desprendía un aura amigable.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó el hombre amablemente.

—Yo… Yo… ehm… —Cleven intentó reponerse pese a los nervios—. Ho-Hola. Perdone que le moleste. Yo, eh… bueno… ¿es usted… Brey Saehara?

—No, yo soy Hiroyuki Kitano. No conozco a ningún Brey Saehara por aquí. ¿Estás buscando a algún niño o niña?

—¿Buscando un niño…? —no entendió.

—Sí, aquí en esta casa de acogida tenemos ahora mismo a ocho niños alojados. ¿Necesitas ayuda con algún niño huérfano? Tenemos aún dos camas libres.

Cleven estaba tratando de recapacitar y preguntándose qué estaba pasando. Todavía estaba padeciendo la decepción de que no había ningún Brey Saehara aquí.

—Discúlpeme, no entiendo —dijo ella—. Es que… verá, yo venía buscando a un hombre llamado Brey Saehara que vivía en esta casa, quizá hace unos 20 años… o 30…

—Bueno, eso es imposible, esta casa se construyó hace quince años como mucho.

—¿Eh?

A Cleven no le estaban encajando las cosas. Hace quince años sus abuelos ya llevaban un año muertos.

—Entonces… ¿Aquí no vivía la familia Saehara? ¿Un matrimonio con una hija pelirroja como yo y un hijo?

—No. Cuando se construyó esta casa, se alojó aquí un matrimonio joven. No recuerdo cómo se llamaban, pero no tenían hijos y tampoco ese apellido. Creo que era… Yamada… Yokoyama… —titubeó, mirando al cielo con la mano en la barbilla—. Bueno, algo así. Al poco tiempo, comenzaron a prestar servicio social de acogida de menores. Pero el negocio sólo les duró ocho años, porque para ellos eso es lo que era, un negocio. Esos miserables… Lo hacían por el dinero, las subvenciones. Acogían a tres o cuatro niños a la vez, el Estado les daba dinero para mantenerlos, pero ese matrimonio se lo gastaba en otras cosas. Y además, no trataban bien a los niños.

—Oh…

Cleven agachó la cabeza. Que ella supiera, nada de esto tenía que ver con su tío. No había ninguna conexión lógica. «No entiendo, entonces, por qué el centro Tomonari ponía esta dirección como el lugar donde residía el tío Brey» pensó.

—Total —continuó el hombre—, que al final fueron denunciados y fueron a prisión hace siete años. Y los niños que tenían acogidos en ese momento, creo que los destinaron a otros centros de acogida auténticos. ¡Menos mal! Los pobres se libraron de esos malnacidos.

—Y… ¿usted… está aquí…? —quiso saber Cleven.

—Oh, yo soy el actual dueño de este lugar, junto con mi mujer. Esta casa de acogida que ves ahora es nueva. Desde que los antiguos dueños fueron expulsados y detenidos, la casa estuvo cerrada 4 años por su estado de insalubridad y problemas de tuberías y tendido eléctrico… Los dueños anteriores, aparte de no cuidar de los niños, ni siquiera cuidaron de la casa. Entonces, fue hace tan sólo 3 años cuando se reformó entera.

—¿El Estado la reformó? ¿O lo hicieron usted y su mujer?

—Ah, no… El Estado quería destinarla a convertirse en un apartahotel de lujo. Pero, al final, una persona anónima le compró la casa al Estado y encargó reformarla, queriendo que se mantuviera como casa de acogida para niños necesitados, con mejores instalaciones y material.

—¿Una persona anónima?

—Sí, bueno… lo único que sé de él es que se presentó como el señor Smirkov. Sólo hablamos por correo, y…

—¿El…? ¿¡El señor Smirkov!? —exclamó Cleven, tan fuerte que el pobre hombre dio un brinco del susto. Otra vez tenía el corazón dando saltos por su pecho. «¡Es él! ¡Es él! ¡El tío Brey!»—. ¿¡Usted conoce al señor Smirkov!?

—Oh, ¡ojalá! —se rio el hombre—. No, él siempre se mantuvo en el anonimato, nunca lo vi en persona. Solamente nos contactó por email para conocernos. Mi mujer y yo trabajábamos como asistentes sociales en las oficinas de la Seguridad Social, entonces el señor Smirkov contactó con nosotros a través de la oficina, pidió nuestros expedientes y nos entrevistó por escrito. Quiso asegurarse al cien por cien de que no volvieran a ocupar la casa unos fraudes y de que los niños que fueran acogidos aquí jamás volvieran a caer en malas manos. Al conocer nuestro expediente y comprender que mi mujer y yo tenemos plena vocación en este trabajo, nos vendió la casa con un convenio con las oficinas y formamos este nuevo lugar de acogida, para el cuidado de niños sin hogar o huérfanos.

Cleven estaba en una nube. Tanto de confusión como de orgullo. Le brillaban los ojos de admiración, incluso se le humedecieron. «El tío Brey… compró esta casa y la convirtió en un lugar de acogida de niños, asegurándose a rajatabla de que fuera de verdad un buen lugar para los niños… Lo sabía… ¡Lo sabía, el tío Brey es una persona maravillosa! ¡Igual que mamá! ¡Es altruista, y noble, y le gustan los niños! Lo que no entiendo es por qué usó su apellido materno, el de la abuela Emiliya. ¿Y si se lo ha cambiado? ¿Y si ahora se llama Brey Smirkov y no Brey Saehara? Pero en la guía telefónica sí aparece como Brey Saehara… Espera, este hombre ha dicho que tío Brey procuró mantenerse en el anonimato… Aaah, claro, por eso usó el apellido Smirkov, porque no está registrado en ningún lugar con ese apellido y así no le podían identificar o contactar… Seguro que lo hizo porque es tan bueno y tan modesto que no quería recibir atención ni fama por tan noble contribución a la sociedad. ¡Cada vez me muero más por conocerlo!».

—Mm… ¿Hola? —la llamó el hombre de la puerta por cuarta vez durante ese silencio, pero Cleven seguía mirando hacia las musarañas, poniendo diferentes muecas según sus pensamientos. El hombre la miraba preocupado.

«Otra cosa que no entiendo… El Tomonari registró en los datos del tío Brey esta dirección como su vivienda. Pero tío Brey compró, reformó y vendió esta casa hace tres años. Es imposible que el tío Brey fuera un alumno del colegio o del instituto Tomonari hace tres años. Si parto de la hipótesis de que el tío Brey tuviera, como máximo, diez años más o diez años menos que mamá… supondría que tío Brey ahora tendría como mínimo 35 años o como máximo 55 años. Con ese rango de edad, debió ser alumno del Tomonari al menos hace 20 años como mínimo, pero hace 20 años esta casa ni existía… ¿¡Cómo es posible!? Aquí hay algo que no encaja».

—Disculpa… ¿Te encuentras bien? ¿Quieres un poco de agua o algo? —insistía el hombre.

—¡Por favor! —le gritó Cleven de repente.

—¡Ay! —se asustó.

—¡Dígame que tiene algún dato más del señor Smirkov, el que sea! ¡Su dirección de correo! ¡O si vive en la ciudad, en alguna zona en concreto! ¡O…!

—Calma, calma, muchacha —le sonrió, haciendo gestos apaciguadores—. El email que usó para contactarnos, nos dijo que iba a ser temporal y que lo eliminaría, por lo que dudo que siga usando esa dirección de correo electrónico. Pero… quizá… —dijo pensativo, dándose toquecitos en la barbilla.

—¿Qué? ¿Qué? —brincó Cleven.

—¡Ah, sí! —recordó—. En su último correo, nos dijo que si alguna vez necesitábamos contactarle para algo importante o urgente, teníamos que llamar a la Universidad de Tokio y preguntar por él.

—¿¡La Universidad de Tokio!? ¿¡Por qué ahí!?

—Bueno, yo he pensado que probablemente sea ahí donde trabaja. Quizá sea un profesor allí. O un administrador… la verdad es que no lo sé. Eso es realmente todo lo que sé.

—Guau… —a Cleven se le escapó un sollozo, no podía estar más encantada con esa posibilidad—. ¡Gracias, señor Kitano, gracias! —lo abrazó sin previo aviso, sin poder evitarlo.

—¡Oh! —se sorprendió, pero se rio y le dio unas palmadas.

—Perdón —rectificó Cleven, separándose de él, y se inclinó varias veces muy deprisa—. Le agradezco su ayuda, y su tiempo.

—Ha sido un placer —se despidió con la mano.

Cleven también se despidió con la mano mientras salía de la propiedad rápidamente. Estaba entusiasmada. Debería estar defraudada, porque se supone que esperaba que este fuera el lugar definitivo donde encontraría a su tío, y sólo la había llevado a seguir otra pista escueta. Pero no podía sentirse de otra forma. Una nueva pista era mejor que un callejón sin salida. Estaba convencida de que lo encontraría definitivamente a través de la Universidad de Tokio. Si era un profesor allí, preguntaría por él en Recepción.

Tras otro viaje en metro un poco más largo, llegó a la Universidad de Tokio, en el distrito de Bunkyo. El recinto universitario era enorme, con varias facultades, la de Ciencias, la de Letras, las de distintas ingenierías, la de Económicas… tenía hasta su propio hospital, donde su hermano Lex hizo sus estudios y prácticas antes de trasladarse al Hospital Kyoko, más cercano a Shibuya. Por eso, no era un lugar desconocido para Cleven, había ido ya varias veces allí cuando su hermano estudiaba allí.

Se metió en el edificio de Administración y se acercó a un mostrador libre. No había mucha gente porque eran días festivos, pero aún había gente trabajando.

—Buenos días, ¿qué puedo hacer por ti? —le dijo la señora tras el mostrador.

—Buenos días, verá, vengo a preguntar por una persona que probablemente trabaja aquí. Debe de estar registrado como Brey Smirkov o Brey Saehara.

La señora tecleó en su ordenador y esperó un poco.

—Sí, hay un Brey Saehara registrado en esta universidad.

—¿¡Sí!? —se entusiasmó Cleven—. ¿Podría decirme en qué dirección vive?

—¿Qué? —casi rio—. Disculpa, muchacha, no te puedo dar esa información, es privada.

—No, no pasa nada, somos familia, él es mi tío, es que lo estoy buscando…

—Muchacha —la frenó—. Podrías ser cualquier persona. No puedo vulnerar la privacidad de un miembro de esta universidad, sea a un desconocido o a un familiar. Son las normas.

—Pero…

Cleven no sabía cómo insistir, se le estaban derrumbando todas las esperanzas.

—¿Cleventine? —oyó que alguien la llamó.

Vio a un hombre joven acercándose desde el otro lado del mostrador, portando una caja llena de carpetas, mirándola con sorpresa.

—Perdona, ¿eres Cleventine Vernoux? —le preguntó el chico.

Ella entornó los ojos con duda, le sonaba mucho esta persona, y no tardó en recordarlo.

—¡Ah! Tú eres… ¡el compañero de habitación de Lex! Cuando estabais de residentes aquí en el campus hace tres años. Esto… Toshiro, ¿verdad?

—¡Exacto! Te he reconocido nada más verte.

—Ahem… —carraspeó la señora junto a ellos, indicándoles que había más gente esperando a ser atendida.

Toshiro le hizo un gesto a Cleven para que lo siguiese a otra parte, y la condujo a la oficina interior de la Recepción, donde había muchas mesas con ordenadores. El chico dejó la caja sobre una de ellas y se sentó ante el ordenador. Le ofreció a Cleven la silla vacía al otro lado de la mesa.

—Bueno, ¿qué hace la hermana de Lex aquí? No me digas que ya eres universitaria. Te recordaba más joven.

—Hahah, no, para nada, todavía tengo 16 años. ¿Tú trabajas aquí?

—Oh, no oficialmente. Yo estoy trabajando ahí en el hospital universitario, pero suelo ser voluntario en trabajos de administración del campus, sobre todo en días vacacionales y festivos. Estos días estoy aquí ayudando con el papeleo. Dime, ¿necesitas alguna cosa?

—Bueno… sí… pero creo que no puedes ayudarme. Venía buscando la dirección de una persona que trabaja aquí. Se llama Brey Saehara, es mi tío.

—Brey Saehara… —murmuró el chico, pensativo—. Sí, creo que Lex me llegó a mencionar que tenía un tío… No sabía que trabajaba aquí. Entonces, la señora de antes te ha dicho que no puede darte los datos de su dirección, ¿verdad? —Cleven asintió con la cabeza—. Bueno, no te preocupes. Yo puedo conseguírtela.

—¿¡De verdad!? Pero… eso te creará problemas…

—Me creará problemas si vas a la dirección de Brey Saehara, y este no quiere recibirte y se enfada porque te hemos dado su dirección, y nos pone una denuncia —le explicó, y luego sonrió—. Pero si realmente eres su sobrina y él no tiene problema con que su sobrina vaya a visitarlo…

—¡Ah! Ya entiendo —se rio Cleven.

—La señora no te conoce y cumple con su deber, pero yo, por el contrario, ya te conozco y sé quién eres.

—¿De verdad me harías este favor?

—Yo a Lex le debo muchísimo. Conseguí graduarme gracias a él. Estaré encantado de hacerle este favor a su hermana.

—¡Guau, gracias, de verdad! —brincó en su silla.

—El único inconveniente es que justo ahora mismo tengo que marcharme corriendo a atender otro asunto —se puso en pie de un salto, mirando su reloj—. Tendrías que esperar hasta que tenga un rato libre y busque esa información. Te la podría enviar mañana como muy tarde. Lo lamento, espero que no te impor-…

—¿¡Bromeas!? —Cleven se levantó también, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Esperaré lo que haga falta! ¡No sabes el favor que me estás haciendo!

—Hahah… Bueno, en ese caso, ¿dónde prefieres que te la envíe una vez la encuentre?

Cleven le dio su dirección de correo y él la apuntó. Y así lo acordaron. Toshiro se tuvo que ir, así que se despidieron y Cleven se marchó de allí más feliz que una perdiz. Un poco más. Sólo tenía que esperar un poquito más. Hasta entonces, nada más se preocupó de prepararse para ir al festival de la tarde.


* * * *


Drasik salió por la puerta de su casa, aún con el pijama, arrastrando los pies rápidamente por el rellano hacia la puerta de la otra punta, la puerta C. Llamó tres veces seguidas al timbre. Tras unos segundos abrió Mei Ling, tal como esperaba.

—Buenos días, mujer de Venus, que desea explorar Marte para deslumbrar el corazón de los hombres incultos —la saludó con voz cantarina.

Mei Ling se lo quedó mirando como una serpiente. No sabía cómo lo hacía, pero Drasik siempre ingeniaba un absurdo saludo distinto cada vez que la veía, que era casi todos los días.

—Soy ingeniera aeroespacial. No la Virgen María —contestó ella, cansina. Entonces se percató del vendaje que llevaba el chico en el antebrazo derecho—. ¿Qué te ha pasado ahí, Drasik?

—Ah, nada —sonrió felizmente, escondiendo el brazo tras la espalda.

—¿Nada? —se extrañó—. Ahí es donde tienes el tatuaje de la KRS.

—¿Está Kyo despierto? —cambió de tema.

Mei Ling abrió la puerta del todo y le indicó que pasase. Drasik se fue derechito al piso de arriba mientras la mujer se metía en la cocina a hacer desayuno para tres personas. Drasik se adentró en la habitación de su amigo y su ojo brilló al instante de su luz azul claro por lo oscura que estaba. Se fue hacia una de las ventanas y subió las persianas, dejando pasar de golpe la luz del día.

Vio a Kyo frito en su cama, hecho una pelota entre las sábanas, y se acercó a él con malicia. Comenzó a realizar movimientos en el aire con su mano izquierda sobre Kyo, y no tardaron en formarse y juntarse moléculas de agua hechas con el hidrógeno y el oxígeno del propio aire. De una sacudida de su mano, la masa acuosa se estampó sobre Kyo, empapándole bien, lo que le despertó con susto. Dirigió una mirada fiera hacia Drasik. Lo cierto es que este le había despertado tantas veces con sus tropelías que ya le daba igual. Sólo se limitó a aumentar la temperatura de su cuerpo para evaporar el agua y secarse.

—Feliz díaaa —canturreó el Sui.

—¿Por qué feliz? —bostezó Kyo, despegándose lenta y costosamente de la cama hasta sentarse.

—No sé... —sonrió—. Porque no hay clase. Y mañana tampoco.

—Ya... Oye, ayer te estuve buscando.

—¡Anda, qué casualidad! —saltó Drasik con sarcasmo—. ¿A dónde te fuiste tú ayer? Saliste de la cafetería para llamar a tu abuelo y no regresaste.

—A… no puedo decírtelo. Necesito pedirte una cosa.

—¡Claro! —brincó Drasik alegremente—. ¿Qué número de Playboy quieres?

—Bromas aparte... —negó Kyo, levantándose y yendo hacia la silla de su escritorio, abarrotada de ropa, para ponerse una camiseta por encima—. ¿Qué te ha pasado en el brazo?

—Mm… —murmuró—. Un pequeño esguince... Bueno, ¿qué es lo que quieres pedirme?

Kyo se volvió hacia él con reproche, esa respuesta no le había convencido mucho, pero tenía un asunto importante rondando por su cabeza.

—Vamos a desayunar algo, me muero de hambre.

Drasik asintió y lo siguió por detrás, fijándose antes de salir en unos cuantos lienzos que había en un rincón del cuarto cubiertos cada uno con un paño o sábana, dando una imagen de abandono.

—¿Cuánto hace que no pintas? —quiso saber Drasik mientras bajaban las escaleras.

—No ando muy inspirado últimamente —contestó, viendo a su hermana pasar por el salón.

—Tenéis el desayuno en la cocina —les indicó la mujer antes de salir al balcón a disfrutar de las vistas.

—Gracias, Mei —dijo Kyo.

Los dos chicos se pusieron el desayuno en la mesa de comedor junto al salón. Drasik empezó a engullir sin reservas, y Kyo observó a su hermana, que se había apoyado en la barandilla de la terraza con su tostada y su café, contemplando la ciudad tranquilamente. Luego miró hacia su plato, y después a Drasik, el cual estaba aplastando el arroz con los palillos al mismo tiempo que con la otra mano cogía trozos de tortilla y se los metía en la boca de lleno.

—Ayer volví a casa pronto para ver si volvías tú a la tuya —le comentó Kyo—. Volviste muy tarde.

—Sí... —masculló con la boca llena—. Desgraciadamente me encontré con Sakura por la calle y me obligó a acompañarla a su casa. Qué pesada es, me estuvo reteniendo un buen rato. Va y me dice: “Uish, Drasik, pues creo que hacemos buena pareja tú y yo, ¿sabes?” —la imitó poniendo voz aguda y acento esnob—. “Ambos somos Sui, deberíamos estar juntos, nos entendemos...”. Pfff, no sé qué le ha dado a Sakura de repente, llevamos toda la vida trabajando juntos con su SRS y nunca se había puesto tan pegajosa conmigo. Vale que sea la única chica Sui que conozco por aquí y la única que me comprende cuando digo que 18 grados centígrados me parecen un infierno sofocante dentro de una habitación, pero... eso no significa que quiera rollo con ella —seguía hablando sin parar, como siempre—. Es que así no tiene gracia, es más divertido ligar con humanas, te puedes adelantar siempre a lo que van a pensar o sentir… Jo, macho —se abanicó con el cuello de la camiseta—. Sé que eres un Ka, pero menudo calor tenéis aquí. Con Yousuke también teníais la casa ardiendo, macho, y ahora eres tú, ¿por qué no se te ocurrió elegir otro elemento más fresquito? Sé que eso depende de la compatibilidad de tu mente, pero es que los Lao tenéis ya mucho fuego en la familia, macho, no sé cómo la pobre Mei Ling lo soporta.

Ya. Drasik por fin se calló para seguir comiendo tranquilamente. Kyo apenas se dio cuenta, se le había ido la mente a otra parte a la séptima u octava palabra, pero vio que ahora podría aprovechar a dejarlo caer, con disimulo.

—Mm… —asintió con la cabeza para indicarle a Drasik que lo que quiera que haya estado diciendo lo apoyaba totalmente—. Necesito que me prepares un opuritaserum.

Drasik se atragantó con los cinco trozos de tortilla que tenía en la boca, tosió y se apresuró a beber de su zumo. Tras desatragantarse, se quedó observando a su amigo con cara de loco.

Excuse me?

—Necesito un opuritaserum —repitió Kyo, sin levantar la mirada de su plato.

Entonces Drasik se levantó de golpe, volcando la silla, y le apuntó con el dedo de su mano izquierda. Luego dejó de apuntarle y se rascó la cabeza, desviando la vista, y finalmente le señaló otra vez con más cara de loco.

—¡Qué buena! —carcajeó—. Aunque es una broma un tanto pesada.

Kyo lo miró en silencio un momento. Se había esperado una reacción similar.

—Hablo en serio.

—¿¡Pero cómo sabes tú lo del opurita!? —exclamó, agarrándose de los pelos—. ¿Te lo ha dicho Denzel? —se alarmó, y nada más ver que Kyo seguía mirándolo de aquella forma, lo pilló—. ¿¡Has estado con Fuujin!?

—Ssh... No grites —lo tranquilizó, mirando a su hermana en la terraza con apuro.

—¡Serás...! —vociferó Drasik, consternado, y empezó a dar vueltas de aquí para allá—. Damn... can’t believe it... the motherfucker's met Fuujin... —murmuraba rápidamente.

A Kyo no le sorprendía, Fuujin ya le advirtió que Drasik se exaltaría.

—¿Qué te sorprende tanto? —se extrañó Kyo—. Es mi tío.

—Claro, para ti es normal, antes de irte al Monte lo veías de vez en cuando durante estos siete años como lo ve Lao y como lo ve Mei Ling… ¡Pero para nosotros es una utopía! Yako, yo y los demás llevamos siglos sin verlo. ¿¡Cómo está!? —preguntó de repente, sonriendo.

—Drasik, por favor, lo necesito cuanto antes —se impacientó.

De pronto el chico con pelos de loco corrió hacia él dando un manotazo en la mesa con la mano izquierda y clavándole la mirada, soltando chispas.

—¿¡Que lo necesitas!? ¿¡Que tú necesitas mi opurita!? ¿¡Cuándo te has encontrado con Ichi!?

«Pues sí que sabe» pensó Kyo con sorpresa.

—No puedo decírtelo —contestó manteniendo la calma—. Tú hazlo.

—¡No pienso hacerlo hasta que no me expliques...!

—Es una orden de Fuujin. Ambas... son órdenes de Fuujin.

Al oír eso, Drasik calló por completo. Cerró la boca, pero siguió mirándolo, ofuscado. Entonces acabó por sentarse de nuevo en la silla después de haberla recogido del suelo, y se quedó meditabundo.

—¿Es grave?

—No, por ahora no —sonrió Kyo.

—Bien —murmuró, y se quedó unos segundos en silencio—. Vale. Ahora cuando vaya a casa te lo prepararé.

«No ha sido tan difícil convencerlo» se dijo Kyo. Nada más decirle que era una orden de Fuujin, y ¡fus!, todo arreglado. Luego cayó en la cuenta. Para los miembros de la KRS, Fuujin era como un ídolo, siempre lo había sido, tanto en el trabajo de la Asociación como en sus vidas cotidianas. Pero para Drasik lo era, quizá, de una manera incluso más intensa. Fuujin había sido para él lo más parecido a una figura paterna cuando más lo necesitó, durante su temprana infancia.

Kyo siempre había observado que la relación que había entre Fuujin y Drasik en el pasado siempre fue bastante estrecha y tuvo algo especial. Tal vez fuera porque Drasik era el iris más joven de la historia en convertirse y, por tanto, el que más atención necesitaba, por lo que Fuujin gastaba algo más de tiempo con él, en enseñarle, aconsejarle y guiarle, cuando ningún otro Líder ni ninguna otra RS habían querido acogerlo en su grupo al ser demasiado pequeño y además propenso al majin.

Drasik jamás olvidaría la noche en que el poderoso y famoso Fuujin vino a conocerlo y a aceptarlo como miembro de su RS. Todos esos recuerdos y enseñanzas que recibió de él los guardaba como un tesoro. Pero le dolía que aquello se hubiera terminado hace años, y aún no quería asumirlo, quería seguir teniendo la esperanza de recuperar a ese guía, a ese Líder, algún día. Drasik era el único de la Asociación que jamás había dejado de creer que Neuval regresaría, por una u otra razón, sin importar cuánto tiempo pasase.





Comentarios

  1. COmo siempre, me encanta Drasik y me da realmente mucha pena que al inicio nunca le cuenten nada y lo traten como el idiota sin remedio, al que es mejor no hacerle mucho caso. Ciertamente al principio todos pecan de no respetarle en lo mas minimo y en infavalorarlo, al grado de sorprenderse realmente de que puede hacer cosas increibles.

    Por otro lado la la casualidad no quiere que Cleven se encuentre con Brey, a pesar de que ya se encontro con Raijin, lo que puede hacer el no recordar la cara ajena y el no haberse presentado con sus nombres desde el inicio xD

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