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1º LIBRO - Realidad y Ficción

41.
La elección de Takeshi

Tras pasar siete años viviendo en la misma rutina, en siete días se había escapado de casa, había conocido gente nueva, había estado sola en un hotel, había visto cosas extrañas, se había enamorado por error y había vivido algo insólito. Cleven recapacitó sobre todo lo que le había pasado. Del enfado a la alegría, de la alegría a la felicidad, de la felicidad al drama y del drama de nuevo a una felicidad, diferente a la anterior, pero incluso igual de grande.

Esos días no los cambiaría por nada, y mucho menos los que venían por delante. Iba a vivir con su tío, casi no podía creérselo. No tenía el comienzo feliz y perfecto con el que había soñado, pero un comienzo agridulce e incómodo seguía siendo una experiencia interesante, y tenía la esperanza de que evolucionase a mejor. Ella misma se lo aconsejó a él, horas antes: había que intentar, probar.

Con la cantidad de cosas que habían pasado esa semana, Cleven tenía la sensación de que había sido mucho más largo que una semana. Y ahora que estaba en un punto final, cerrando un capítulo, mirando atrás, no podía terminar de asimilar por completo cómo estaba antes de esa semana y cómo estaba ahora. La diferencia era enorme. Y eso le daba justo el cosquilleo que llevaba años anhelando, una novedad, un cambio… un inconsciente paso hacia la verdad. Hacia una verdad que una vez fue suya y no recordaba. Porque había que apuntar que Cleven todavía no sabía en qué mundo se había metido. Por una buena razón su padre la sacó de él. Sin embargo, su padre tampoco sabía la razón especial por la que Cleven debía pertenecer a ese mundo. Borró de ella algo más que su memoria, sin saberlo.

Se había hecho muy tarde. Habían pasado por el hotel para que Cleven recogiera su maleta con todas sus cosas y para confirmar su salida. Ahora iban de regreso a donde vivía Raijin. Y hasta ahora, apenas habían hablado. Simplemente se habían concentrado en recoger las cosas de ella. Claramente, cada uno estaba todavía lidiando con la nueva situación. Sí, ellos mismos la habían escogido y decidido, pero seguía siendo algo en lo que aún ambos se estaban mentalizando.

«No puedo creerlo aún» cavilaba ella, caminando por la calle detrás del rubio, sin parar de observarlo. «¿Cómo puedo tener un tío solamente cuatro años mayor que yo? En la vida me habría imaginado que mamá tuvo un hermano con tanta diferencia de edad. ¡Si hasta mi hermano es mayor que él! Parece ser que los abuelos Hideki y Emily estaban todavía en buena forma a los cuarenta y muchos. ¡Qué buenos genes, Dios mío! No es sólo que mamá en vida y el tío Brey gocen de buena salud, ¡es que son guapísimos, hermosos!» suspiró como una boba.

Vivir con él, ¿cómo sería? Ella siempre se había imaginado a su tío como un hombre cuarentón, barrigudo y con barba, con sentido del humor y demás, como un estereotipo de tío. También se lo imaginaba con una familia, o bien soltero, con un trabajo normal y una vida normal. Pero resultaba ser un chaval de 20 años, estudiante de segundo año de Medicina y que vivía su vida a su aire. Como un universitario corriente y moliente. Sólo había una cosa de él que Cleven ignoraba por ahora, además del "iris".

«Será genial. Estoy segura de que con él tendré más libertad, más espacio mental y más tranquilidad. Papá no me vigilará tanto estando al cuidado de otra persona. Podré ir más a mi aire. El tío Brey tiene una edad muy cercana a la mía. Aunque sea un chico huraño y frío, con él me resultará más fácil hablar de las cosas. Además, al parecer se ha abierto mucho más a mí al saber que soy su sobrina».

«Seguro que él me entenderá mucho mejor que papá. Papá no tiene ni idea de cómo me he estado sintiendo desde que mamá murió. A él sólo le afectó un tiempo y ya. A él sólo le importa el trabajo en su empresa. Tío Brey dice que papá estaba asustado de que me hubiese pasado algo malo porque me quiere, pero… no sé… Puede que sea verdad que papá me quiera un poco, pero sigue sin entenderme. Papá ha tenido una vida fácil. Con su inteligencia, nunca le ha costado estudiar y triunfar en un trabajo y ganar dinero. Seguro que siempre lo tuvo todo desde pequeño, seguro que siempre lo trataron como a un príncipe, porque es don Perfecto y sin defectos, y nunca se ha manchado las manos. Pero yo soy todo lo contrario a “perfecta”, soy todo lo contrario de Lex, de Yenkis y de papá. Por eso, soy una decepción para papá. Y estoy harta de sentirlo cada día».

—¿Qué es esto? —preguntó Raijin de repente, parándose en medio de la acera, poniendo una exagerada mueca de terror.

—¿¡El qué!? —se asustó Cleven.

—Este silencio… —miró en derredor—. Estoy al lado de la criatura más charlatana del planeta ¡y no se la oye!

Cleven le clavó una mirada de serpiente.

—Bueno, es que estoy pensando.

—¿¡Pero qué es esto!? —volvió a exclamar el rubio con gran sorpresa.

—Oye, para ya de burlarte de mí —gruñó.

—Vale, ¿qué te pasa? —preguntó él, volviendo a caminar—. Suéltalo ya. Das miedo cuando estás tan callada, es como… antinatural.

—Tú sí que das miedo ahora, hablando tanto.

Oyó que Raijin emitía una risa suave, mientras le daba una calada a su cigarrillo. A Cleven seguía chocándole verlo sonreír y mucho más oírlo reír. Parecía un chico diferente ahora.

—Estaba dándole vueltas a todo esto. Todavía no entiendo cómo puedes ser mi tío.

Raijin la miró por encima del hombro, soltando una bocanada de humo de su cigarrillo.

—Sí, supongo que te he decepcionado.

—¡Qué va! ¡Todo lo contario! ¡Estás como un tren!

Raijin se detuvo de golpe, mirándola de arriba abajo con gran pasmo.

—Pero tú estás muy salida, ¿no?

—Ah… ¡No! —se apuró, agitando las manos con vergüenza—. No, me refería a que eres muy joven. ¿Es verdad que tú y yo ya nos conocíamos de pequeños? Yo debía de ser superpequeña, porque no me acuerdo nada de nada.

—Mm —dijo sin más.

Tampoco quería irse mucho de la lengua, debía tener cuidado con qué cosas le contaba y qué preguntas era seguro responderle o no. No era tan pequeña la última vez que estuvieron juntos en un mismo lugar, ella tenía 9 años y él 13 cuando Katz murió y la memoria de Cleven fue borrada. Raijin, aun así, tenía en cuenta las cosas que le llegó a contar en el cementerio, y decidió ser precavido con la información que Cleven pudiera recibir a partir de ahora.

—Pero Lex es nueve años mayor que yo —comentó Cleven—. Y cinco años mayor que tú. Él sí que debía de conocerte bien, y recordarte. Pero él nunca me dijo nada sobre ti en todos estos años. ¿Con mi hermano también llevas sin verte demasiados años? A lo mejor él te ha olvidado. ¿Tú te has olvidado de él? Bueno, porque hasta ahora tú no te acordabas ni siquiera de mí… tantos años sin contacto, supongo que produce eso. Pero… Es un poco raro todo esto, ¿no? Ningún contacto ni ningún recuerdo en años, ¿tan distanciado estabas de nosotros? No puede ser, porque mamá nunca habría permitido que te distanciaras de nosotros y…

—Haaahh… Ese silencio de antes, ya lo echo de menos —suspiró Raijin.

—¡Oye! —se ofendió.

—No le des tantas vueltas, Cleven. Las familias son complicadas, desde siempre, todas ellas. El pasado ya no importa.

—¡Pero es que quiero saber más cosas sobre ti!

—Pues pregunta cosas sobre mí, sencillas, que conciernan al tiempo presente.

—Mmm… —caviló—. ¿Hablas ruso?

—Obvio. Soy medio ruso —asintió Raijin.

—No es tan obvio. Pudiste no aprenderlo. Yo también tengo parte rusa pero no tengo ni idea de ruso.

—Pero sabes francés. Un segundo idioma con padres de diferentes nacionalidades es lo común. Un tercer idioma ya es menos común.

—¿La abuela Emily te hablaba en ruso de pequeño y el abuelo Hideki en japonés y así aprendiste? Así aprendimos mis hermanos y yo con el francés y el japonés.

—Sí. Tu abuela sólo me hablaba en ruso cuando era pequeño. Estaba muy orgullosa de sus raíces.

—Cuánto me habría gustado conocer al abuelo Hideki y a la abuela Emily. Murieron poco antes de que yo naciera. Tú entonces debías de tener 4 años. Lo siento, los perdiste tan pronto…

—Tranquila, ya lo superé —mintió, dando otra calada a su cigarro—. Y tenía a tu madre. Ella cuidó mucho de mí.

—¿La querías mucho?

—Más que a nadie —asintió—. Era la mejor.

—Sí… —sonrió Cleven con algo de tristeza, mirando hacia el frente—. Sí que lo era… Me pregunto si es por eso que te llevas mal con mi padre. ¿Se trata de celos?

Raijin se atragantó un poco con el humo y tosió disimuladamente, algo sonrojado.

—No, qué tontería —gruñó—. El problema que hay entre él y yo es otra historia más complicada. Y no te concierne.

—Vale, vale, no te pongas así —sonrió con sorna.

—Pero eso no quiere decir que yo te apoye a ti totalmente en su contra —se detuvo un momento para mirarla a los ojos—. No voy a interponerme entre él y tú, Cleven. Debes tener esto en cuenta desde ahora. Vivirás conmigo. Pero él sigue siendo tu padre, el que decide sobre ti sobre lo que te conviene o no. De hecho, no vas a vivir conmigo sólo porque tú y yo queramos, sino también porque tu padre nos ha dado permiso a ambos. Ha cedido por ti. Para complacerte.

Cleven abrió los ojos con sorpresa, pero no dijo nada.

—Tú también tienes una mala relación con él y a mí no me concierne. Me puedes contar tus problemas y quejas con él, buscar mi consejo o lo que sea, pero no me posicionaré al lado de ninguno para estar en contra del otro. ¿Lo entiendes?

—Sí…

—Por eso… creo que es mi obligación, como tío tuyo que se preocupa por tus problemas y por que tengas una saludable relación con todo el mundo, aconsejarte que arregles este conflicto actual con tu padre lo antes posible y no dejarlo pasar.

—Pero es que me regañará y no me dejará hablar y…

—Lo que has hecho es algo muy injusto para él, Cleven.

—Él también ha sido injusto conmigo —refunfuñó, cruzándose de brazos—. Regañándome por faltar un par de días a clase. Prohibiéndome salir con los chicos que me interesan porque se cree adivino y se cree que sabe si son buenos para mí o no. Vigilándome todo el tiempo todo lo que hago o dejo de hacer…

—Dime una cosa. ¿Qué es lo más valioso que has tenido bajo tu cuidado y has perdido?

—¿Que he tenido bajo mi cuidado y he perdido? Pues… —pensó un rato—. Bueno, cuando era pequeña, teníamos un perro. Lo tuvimos solamente durante dos años. Yo lo cuidaba y lo adoraba, pero un día se escapó. Nunca entendí por qué, y nunca lo volví a ver. Me pasé noches sin dormir, me puse muy tris… ¡Eh! —saltó de pronto, y le apuntó con un dedo acusador—. Esto me suena a analogía.

—Lo del perro podría servir como ejemplo —titubeó Raijin, tocándose la barbilla—. Pero le falta mucho para poder compararse con un hijo.

La joven puso una mueca de sorpresa, comprendiendo al instante. Otra cosa que le sorprendía era oír hablar a Raijin de aquella forma. El Raijin que conocía era muy callado y pasota, y ahora lo veía muy maduro para ese tema, demasiado para su edad.

—Lex se fue de casa después de morir Katz, ¿verdad? —dijo el rubio—. Recordarás cómo se puso tu padre después de eso, ¿no? Yo no estuve, claro, pero conociendo a Neuval, estoy seguro de que no le sentó nada bien.

—No, la verdad es que no —afirmó Cleven amargamente—. Ahora que me acuerdo... papá estuvo un montón de tiempo supertriste cuando Lex se fue.

—Y después de Lex te vas tú...

—Vale, vale —le cortó, molesta—. No es justo para papá lo que he hecho. Tendré que... hablar con él.

—Esa es una decisión muy racional —asintió el rubio, satisfecho, adentrándose en los jardines que enfrentaban la fachada del edificio donde vivía y tirando el cigarrillo apagado a una papelera.

—¿A dónde se fue? —preguntó ella—. ¿Después de que hablarais? No lo entiendo, creía que en vez de tú vendría él.

—Me parece que, aparte de estar buscándote, ha estado muy ocupado con otros asuntos. Se ha visto obligado… a irse a zanjar un problema.

—Ah... —comprendió Cleven con cierto sarcasmo—. Sí, al parecer es alguien importante con muchas cosas que hacer. Con el trabajo que tiene... Siempre trabajando.

Raijin disimuló y procuró no explicar ni aclarar más cosas, por si acaso lo acababa complicando. A pesar de todo, respetaba el deseo de Neuval de seguir en la estricta línea de no involucrar a Cleven ni revelarle nada sobre los "iris". En el fondo, Raijin sabía que Neuval le había dejado quedarse con Cleven por tres razones: porque ahora mismo él estaba en una situación muy grave con su propio majin y con un juicio pendiente y con un asesinato de 12 personas a sus espaldas intrigando a la policía; porque sabía, y tenía que reconocer, que Raijin era la persona con la que Cleven podía estar más protegida y a salvo de peligros o gente mala; y porque Neuval se había dado cuenta de que Cleven había estado caminando por el borde de un precipicio, un precipicio por el que él mismo había estado cayendo años, y no deseaba por nada en el mundo que ella acabara como él, cayendo en una depresión que en su caso humano sería sin duda irreversible. Y este cambio de vida era lo que iba a salvarla de eso.

Neuval sabía que no todos los peligros de la vida consistían en caerse físicamente por un agujero de la calle, o cruzarse con algún borracho violento o un delincuente, o con un conductor despistado o con un tsunami... Había otros peligros que acechaban y vulneraban a la mente, y Neuval los conocía porque los había sufrido todos desde que nació.

—¡Oh! —exclamó Cleven cuando llegaron al portal del edificio.

La puerta volvía a estar en su sitio, arreglada, como nueva. Raijin suspiró con alivio. Antes de salir a buscar a Cleven había mandado un mensaje a Pipi, el líder de la SRS, para pedirle el favor de usar a sus Menores para que arreglaran la puerta. Como la KRS dejó de tener Menores tras la tragedia de Katz y el exilio de Fuujin, cuando necesitaban limpiar destrozos o borrar pistas de su actividad “iris”, no tenían más remedio que pedírselos prestados a la SRS. Raijin no quería más problemas de los que ya habían rebosado ese día, y el incidente de la puerta, por muy pequeño que fuera, era mejor zanjarlo cuanto antes. Al parecer, mientras había estado por ahí con Cleven, los Menores de Pipi ya la habían venido a arreglar, haciéndose pasar por técnicos, como era habitual en “trabajos” ante posibles ojos de humanos inocentes.

—¡Menos mal, Raijin! —le sonrió Cleven, que había ido a comprobar que la puerta se abría y cerraba perfectamente—. Tenéis un buen servicio técnico en este edificio. No se habrán dado cuenta de que has sido tú ni nada.

Él asintió en silencio mientras escribía un mensaje en su móvil y entraba al interior del portal y se dirigía a los buzones. Le envió un mensaje de gratitud a Pipi y que ya le pagaría los gastos correspondientes. Fue entonces cuando vio que tenía unas cinco llamadas perdidas del número de Yako. Abrió los ojos con pasmo, ¡lo había olvidado, con la locura de tarde que había pasado! Luego vio que Yako había terminado escribiéndole un mensaje todo con mayúsculas que decía: “¡Raijin, no vayas a ver a Cleven, no estés con ella, no contactes con ella, no te acerques a ella hasta que yo hable contigo! ¡Ven a verme de inmediato cuando leas esto! ¡Debo explicarte algo urgente, pero no puedo decírtelo por aquí, lo tengo que hacer en persona para evaluar el estado de tu memoria y no provocar una mala reacción en tu “iris”, porque es un dato extremadamente importante que puede perjudicar tu memoria!”.

El rubio se quedó un minuto entero ahí mirando la pantalla sin parpadear, quieto como una estatua. Cleven, parada ahí cerca de la puerta, se preguntó qué demonios pasaba, y se cansó de cargar con su mochila de ropa y la dejó sobre el suelo. Raijin acabó entendiendo que Yako lo sabía todo. Que lo sabía desde hace tiempo.

—¡Lo mato! —exclamó de pronto.

—¿Qué ocurre? —se sorprendió Cleven.

Raijin seguía con esa cara enfadada pero también con las mejillas algo rojas de vergüenza y se apresuró a escribirle a Yako una respuesta: “Ya hablaremos mañana”. Después dejó el móvil y se frotó los ojos, suspirando agotado. Cleven observó eso una vez más. Ese cansancio que él siempre arrastraba, esa falta de sueño. Se acercó a él y le agarró un brazo. El chico la miró algo sorprendido.

—No te preocupes más, Raijin. Sea lo que sea que te quite horas de sueño, yo te voy a ayudar en lo que haga falta para que tengas tiempo de descansar. Cocinar se me da de pena, pero puedo limpiar, ordenar, hacer la compra, o recados…

El rubio relajó los hombros. No pudo evitar dibujar una pequeña sonrisa cálida. Ojalá fuera tan sencillo. Ojalá solamente se tratase de esas tareas. Pero es cierto que Cleven podía facilitarle un poquito la vida a partir de ahora, viviendo juntos y ayudándolo al menos con esas cosas cotidianas.

—No hace falta que me sigas llamando así —le dijo él.

—¡Oh! Hahah… es la costumbre —se rio ella—. Pero se me hace realmente extraño llamarte “tío Brey”. Aunque lo prefiero. También, si tú lo prefieres —volvió a echarse la mochila al hombro—, te puedo llamar “señor Smirkov”. ¿Usas el apellido de la abuela para hacer cosas clandestinas y anónimas?

Raijin frunció el ceño. No tardó en adivinar a qué se refería.

—¿Has ido a…? ¿Has conocido a Hiroyuki? —preguntó sorprendido, y ella asintió alegremente—. Cleven… ¿cómo llegaste a obtener información sobre mí?

—Rebusqué en las cosas de mamá y vi en sus viejos papeles un examen de escritura con tu nombre, hecho en el centro Tomonari. Entonces me colé en el registro del instituto. Ahí vi tu ficha y la dirección de tu supuesta vivienda. Fui a esa dirección ayer por la mañana. Me abrió la puerta el señor Hiroyuki Kitano, y me contó que aquello era una casa de acogida de niños, por segunda vez, porque la primera vez estaba dirigida por un matrimonio malo que cuidaba mal de los niños que acogían. Hasta que alguien los denunció y fueron a la cárcel… y años después, un buen samaritano anónimo compró la casa, la reformó e hizo un contrato de convenio con él y su mujer, auténticos cuidadores sociales, para seguir acogiendo niños y cuidarlos debidamente.

Raijin se la quedó mirando fijamente un rato. «Esta majara sigue siendo tan peligrosa ahora como cuando era pequeña…» pensó. «Voy a tener que vigilar bien su habilidad para meter las narices en todo lo que se proponga».

—¿Estaba bien? —preguntó el chico.

—¿Ese señor? ¡De maravilla! Fue muy simpático y estaba muy contento de trabajar ahí. Se oían las voces y las risas de los niños por el jardín trasero. —Vio que su tío puso una mueca conforme, y sacó la llave del buzón para comprobar el correo—. Mm… tío Brey… —lo llamó con un tono más apaciguado—. Tú eras uno de esos niños a los que cuidaron mal en la anterior casa de acogida, ¿no?

Raijin sacó unas pocas cartas y las revisó tranquilamente.

—No te preocupes, no fue tan grave como algunos se imaginan. Las cosas comenzaron a ir mal el último año que estuve allí. Al principio, aquellos tutores hacían bien su trabajo, hasta que él se metió en problemas de dinero con el juego, lo que provocó que ella se volviera adicta a los calmantes… y luego al alcohol… Empezaron a darnos de comer cada vez menos, y a comprarnos cada vez menos ropa y objetos necesarios. Él se endeudó más, lo que acabó estresándolo, de ahí padeció insomnio, y de ahí empezó a volverse un poco violento. Yo era el mayor de los cinco niños que estábamos allí, y ambos solían descargar sus problemas sobre mí, con gritos, algunas bofetadas, agarrones…

—Tío… —murmuró apenada.

—Lo soporté porque no quería que Katz se enterase ni se preocupase. Y porque creía que sería temporal, que él un día acabaría resolviendo sus deudas y así la actitud de ambos mejoraría. Pero cuando un día presencié cómo agredían a dos de los otros niños porque habían roto un vaso, no lo toleré más y los denuncié.

—Hiciste muy bien —sonrió.

El chico le hizo un gesto, señalando los dos ascensores, para tomar uno de ellos. Cleven fue corriendo a apretar el botón.

—Excepto por lo de mentirle a mi madre —añadió ella.

—Después de la denuncia, tenía pensado contárselo todo. Pero… —suspiró, y no terminó la frase.

Cleven entendió. Para entonces, su madre ya había fallecido misteriosamente. Misteriosamente para todos, menos para Cleven, porque su padre le había modificado la memoria y le había cultivado el recuerdo de que su madre murió por accidente en un terremoto que sacudió Tokio hace siete años. Era una verdad a medias. Más bien, una cuarta parte de la verdad.

—Todavía hay muchas cosas que no entiendo del pasado —declaró ella mientras subían por el ascensor.

—Habíamos quedado en preguntas sencillas y actuales.

—¿Qué tipo de médico eres? ¿O vas a ser?

—Traumatólogo.

—¡Oh! Me viene genial. Me caigo mucho de la cama mientras duermo, porque tengo sueños muy movidos. Si un día me rompo un brazo, tú me lo arreglarás.

—Mejor te coloco un puñado de cojines en el suelo junto a la cama y punto —repuso él, mientras llegaban a la puerta B del quinto piso.

Cuando entró por la puerta de su casa por segunda vez en ese día, Cleven no pudo evitar recordar cómo fue la primera vez, aquella tarde. Puso una mueca amarga. De verdad, todo había sido una locura ese día. Aún no estaba del todo recuperada y eso era normal. Pero la conversación que había tenido con Raijin antes en el parque había frenado las heridas antes de que se hicieran más grandes.

Todo había sido un malentendido, pero donde había perdido una cosa, había ganado algo mejor. Porque Cleven tenía que reconocerlo. Encontrar a su tío era lo que más deseaba. Entablar una relación romántica con Raijin había sido otro deseo interpuesto en el camino y apenas había estado comenzando. Al final, ¿qué diferencia había? Lo que sentía antes por Raijin era la misma admiración y cariño que podía sentir ahora con su tío. Ahora, obviamente, la atracción física o sexual había quedado descartada. Y eso a Cleven le importaba poco. Porque lo que ella quería desde el principio, fuese Raijin o fuese Brey, era estar con él, conocerlo más, verlo cada día, hablar, compartir cosas juntos del día a día… Ahora, sin duda, si tenía que elegir, prefería este resultado. Porque ya no se trataba de un chico cualquiera que algún día podría marcharse. Se trataba de su familia.

—Cleven —la llamó el chico tras ella, al verla tan callada ahí parada a las puertas del salón—. Entiendo si sientes que esto sigue siendo un poco incómodo. Puedes cambiar de opinión cuando quieras. Si ves que no…

Ella se giró hacia él, con una sonrisa tranquila.

—Será incómodo hoy y tal vez mañana también. Pero pasado mañana, todos estos sentimientos tan diversos… raros… mezclados… empezarán a ponerse en su sitio. Ante todo, jamás voy a cambiar de opinión. Realmente quiero estar aquí contigo. Y quiero que tú también lo quieras.

—Lo dije en serio, antes en el parque —Raijin caminó hasta ella—. Aquí hay una diferencia entre tú y yo. Y es que yo sé quién eres. Yo te conozco. Te recuerdo. Eres completamente familiar para mí. Pero yo soy aún un desconocido para ti, alguien nuevo, alguien a quien no recuerdas. Por eso, para mí va a ser más fácil aceptar que estés aquí. Y tal vez por eso voy a normalizar cosas que para ti aún son extrañas, lo que podría hacerte sentir mal. Si eso ocurre, dímelo.

—Tío Brey… —se sorprendió. Básicamente, él le estaba diciendo que estaba tan feliz de haber recuperado a su sobrina, que la Cleven desconocida de los días anteriores se había esfumado para él y el trato iba a ser evidentemente distinto—. No te preocupes. Si algo me gusta hacer, es comunicarme y hablar de las cosas y resolverlas. No te esconderé nada. Si estoy mal, te lo haré saber. Y si estoy bien, te abrazaré.

Raijin sonrió por quinta vez en esa tarde. No podía evitarlo. Qué feliz sería el mundo si hubiera más humanos que pensaran como ella. Lo más irónico es que ahora que había perdido esa nube de su memoria, Raijin no podía dejar de ver a Katz en Cleven. Tenía su mismo cabello, sus mismos ojos y sonrisa. Pero esa forma de pensar y actuar era totalmente de Neuval. Y la nariz. Raijin –y, de hecho, todos– ya sabía desde el pasado que Cleven era igualita que su padre. Y esto no era malo. Solamente esperaba no tener demasiados problemas para controlarla, protegerla de su propia e inevitable costumbre de meterse donde no la llamaban.

Cleven le demostró lo que acababa de decirle dándole un abrazo en ese momento. Entonces, él se quedó más tranquilo, confiando en que ella realmente estaba llevando bien este cambio tan brusco.

—¿¡De dónde sacas el dinero para un piso tan chulo!? —exclamó Cleven cuando pasó del vestíbulo al salón—. ¡Guau!

No. No entendía cómo un universitario podía permitirse semejante piso en medio de Shibuya. Era un piso que tenía dos plantas. Ya el simple salón la deslumbraba. Era amplio, con una zona de estar, con un gran sofá, un par de butacas, una mesa baja, un mueble que cubría toda la pared de un lado donde aparte de la televisión había muchos libros, viejos DVD, discos de música, videojuegos, y varias fotografías. Además, había un piano de cola en una esquina. Luego, subiendo un escalón, estaba la zona del comedor, con una mesa grande rodeada de sillas, mueble para vajilla, y también era donde había unas escaleras de caracol que ascendían a la planta superior. Ahí al lado de la mesa de comedor estaba la puerta que daba a la cocina, y al lado, más cerca de las escaleras de caracol, había un pequeño pasillo con otra puerta que daba a un aseo y otra a una habitación o salita.

La planta superior no estaba completamente por encima del salón, por lo que la mitad del salón tenía un techo el doble de alto, y los ventanales que Cleven tenía enfrente llegaban hasta arriba. En el salón había una cristalera de unos cuatro metros con una puerta corrediza que daba a un balcón exterior de la misma longitud.

Al subir las escalera de caracol, había un tramo de pasillo arriba con barandilla que estaba de cara al salón y podía verse desde ahí arriba. A partir de ahí, en esa planta ya se encontraba un pasillo que conducía a tres habitaciones, un cuarto de almacenamiento y un baño. La habitación principal tenía su propio baño.

—El piso es de Agatha —le explicó Raijin—. De hecho, las cuatro viviendas de esta planta son suyas. Ella vive en la puerta A. Las otras dos viviendas las está alquilando. Yo le estoy comprando este piso. Aún se lo estoy pagando, a plazos.

—Pero… es un poco raro, no te tomaba por una persona de tanto espacio. Esta es una vivienda totalmente familiar. Y… —Cleven se calló al recordar algo—. ¡Ah! ¡Espera! ¡Es cierto! ¿No me dijiste antes… que no vivías solo o algo así?

El chico se puso un poco tenso, pero disimuló agarrando la mochila de Cleven y yéndose a subir las escaleras.

—Oye, que si estás compartiendo piso con alguien, no me importa en absoluto —le sonrió ella, siguiéndolo por detrás—. Conociéndote, no dejarías vivir aquí a una mala persona. Se me da bien convivir con otros. Excepto con papá y con Hana. Y me gusta compartir. —Cleven no paró de hablar en todo el camino a la planta superior, ignorando que el rubio estaba especialmente callado y algo sonrojado—. Pero, ¿qué ocurre? ¿Es alguien que vive contigo por temporadas, o algunos días sí y otros no?

—Hahh… algo así —suspiró él, deteniéndose frente a una puerta al fondo del pasillo.

De tanto parlotear, Cleven había pasado por alto que, al caminar por ese pasillo, habían pasado junto a otra puerta cerrada donde colgaban dos piezas de madera, de colorines y muy cucas, que formaban la letra D y la letra C. También pasó desapercibido un pequeño camión de juguete que había por ahí en una esquina, y unos muñequitos a un lado del suelo.

—Esta será la tuya —le indicó el chico, abriendo esa puerta.

Cleven se asomó y observó el interior. «No está nada, pero que nada mal» se entusiasmó. Era muy similar a la de su casa. No había mucho mueble, tan sólo una cama grande allá en una esquina, una mesilla de noche, una estantería vacía y una mesa de estudio con su silla. En la pared de la izquierda había un ventanal y una puerta que daba a un pequeño balcón.

—Agatha ya la tenía así amueblada. Nunca la he usado. Quédatela, es tuya.

—¡Es perfecta, me encanta! —entró y miró todo a su alrededor, abrió el armario y los cajones y botó un poco sobre el colchón de la cama—. ¡Qué cómoda! ¡Y tengo un balcón! En algún momento iré a mi casa a coger el resto de mis cosas y decorar esta habitación igual que mi cuarto de allí, ¿vale?

—Decorar, ¿cómo?

—Tengo que colgar mis pósteres del actor supersexi Kento Yamazaki, del cantante superbuenorro Gackt, y planeo comprarme uno del superguapo cantante del nuevo grupo de música Higashikaze, que se llama Haru. También quiero traer mis fotos con mis amigos, familia...

Mientras Cleven seguía enumerando las 2.784 cosas que planeaba traer a su nueva casa, Raijin hizo un gesto curioso al oírla mencionar a Haru, el cantante y guitarrista de Higashikaze. Era, además, el "iris" Fuu de la SRS de Pipi. Irónicamente, también era quien, la otra noche, dejó el hotel de Cleven sin corriente eléctrica porque destrozó la caja eléctrica del edificio al lanzar una moto contra unos delincuentes. «¿Haru ya tiene tantos fans?», pensó el rubio mientras la otra seguía hablando sin parar, «Empezó hace dos años. Está ascendiendo bastante rápido en ese mundillo…».

A pesar de que Raijin era un "iris" un poco especial, por su gran racionalidad y su carácter a veces huraño, se llevaba muy bien con el resto de "iris" aliados, aparte de los de su KRS, también con los de la SRS. De esta, Haru era con quien mejor se llevaba porque tenía la misma edad que él, de hecho, Haru era un par de meses mayor y tenía una forma de ser bastante similar a la suya, era muy serio y observador.

Cleven ya estaba terminando de enumerar su lista, Raijin estaba un poco mareado.

—Y, por último, traeré mi lámpara de lava. Y mi despertador-pato.

—¿Despertador-pato?

—Esta habitación es perfecta —suspiró Cleven—. Tito Brey, no puedo estarte más agradecida.

—¿Tito?

—Aquí tengo todo lo que necesito —sonrió, abrazándolo con fuerza una vez más y cerrando los ojos. Después se separó y lo miró contenta, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Me tranquiliza ver tu sonrisa de tarada, eso significa que de verdad te estás acomodando.

—¡Oye! —gruñó ella, ofendida.

—¿Qué tipo de comida querrás cenar?

—Oh… Bueno, no quiero nada. La verdad es que no tengo mucha hambre.

De pronto la cara de Raijin cambió por completo y la miró pálido y muy preocupado.

—¡O-oye! ¡No! ¡Tranquilo! —se apuró Cleven—. Es sólo que los nervios y todo me han cerrado el estómago, pero estoy bien, te lo prometo. Te aseguro que mañana tendré tanta hambre que me comeré el tablero de la mesa. Sinceramente, ahora lo que tengo es mucho sueño. Hoy ha sido agotador.

Raijin suspiró, más aliviado y tranquilo. Al escucharla decir que no tenía hambre, por un momento pensó que Cleven se había roto.

—Te dejo tranquila, entonces —dio media vuelta y salió de la habitación. Sin embargo, se paró un momento nada más cruzar la puerta. Miró aquel camión de juguete en una esquina de allá. Se quedó unos segundos pensativo, y se puso un poco nervioso.

—¿Qué pasa, tito? —se percató Cleven—. ¿Hay algo más que quieras decirme?

Raijin estuvo en silencio unos segundos más. Después, se giró hacia ella, con esa expresión reflexiva e insegura.

—Ahm… —titubeó—. Bueno… sólo quería saber…

Cleven ladeó la cabeza, le resultaba raro verlo tan dudoso.

—Quería comentarte algo… —el chico miró al techo, buscando las palabras—. Respecto a los mocosos de la cafetería…

—¡Ah! ¿Clover y Daisuke? —dijo Cleven alegremente—. Sí, los mellizos a los que sueles gritar, asustar y maltratar.

—¡Pe…! —brincó Raijin, ofendido—. ¡No hago eso! ¡Los educo!

—¡Ja! ¡Ni que fueran tu responsabilidad! —le espetó ella, cruzándose de brazos con aire desaprobatorio.

Raijin necesitó otros cuantos segundos para retomar sus pensamientos. «Al final esto va a ser tan difícil como esperaba» pensó.

—Bueno, ¿qué pasa con ellos? —preguntó Cleven.

—Pues… ¿Hasta qué punto… te caen bien?

—Pfff… —resopló, casi riendo—. ¡Pues más que a ti, desde luego! —Raijin la miró confuso—. ¿No recuerdas? Cuando comimos juntos el primer día que nos conocimos. Se nos acercó un niño a la mesa y tú lo espantaste y dijiste que no te gustan los niños.

—No me gustan los niños de los demás —corrigió él.

—Bueno, pero es que todos los niños con los que te cruzas son “de los demás”, ¿no?

—Responde a mi pregunta.

—¿Dónde has estado viviendo estos días? ¡Adoro a Clover y a Daisuke, obvio! ¿No lo has visto en la cafetería, que se me cae la baba con ellos? Incluso con Daisuke, que es como un pequeño gruñón bocazas, descarado y melodramático que lo hace aún más adorable y gracioso. Y Clover, ¿qué hace falta que te diga? Es como un oso de peluche… —suspiró enternecida.

—Entonces… te gustan —quiso asegurarse Raijin.

—¡Sí! ¿No me has oído? —se cansó ella—. ¿Por qué los mencionas? ¿Tienes algún otro problema o queja con ellos? Ten cuidado, porque los defenderé contra ti y los liberaré de tu “yugo educador” —dijo con sarcasmo.

—Ya, eso no va a pasar —declaró el chico, haciendo aspavientos y optando por dejar el tema ahí—. Ya mañana… intentaré explicártelo. Yo duermo en la habitación de enfrente. Nada de darme el coñazo mientras duerno —le advirtió, volviendo a ser el Raijin huraño de siempre—. Llama con los nudillos si necesitas algo urgente.

—¡Ah! Conque estoy frente a tu habitación, ¿eh?

—En la mía no se entra —gruñó, captando su tono.

—Voy a cotillearlo todo.

—Ni se te ocurra.

—Ya lo veremos.

—Regla número dos: el que primero se levante, prepara café y cuece arroz.

—¡Oh! Mierda, es cierto, tú aquí no tienes a Hoti, ¿verdad?

—¿Hoti? —repitió él—. Se supone que Hoti es para las viviendas donde viven personas mayores o con capacidades reducidas que no pueden usar su cuerpo bien para las tareas domésticas.

—Ostras… —se sorprendió Cleven—. Pues mi padre tiene a Hoti en casa desde siempre.

—Lo normal es que su creador la experimente en su propia casa para evaluar su funcionamiento. Pero aquí, mientras estemos sanos, hacemos las cosas nosotros mismos.

—¿Eres antitecnología?

—Adoro la tecnología, es de las ciencias más racionales que existen. Pero no soy partidario de la vagancia ni de los lujos innecesarios, cuando otras personas no tienen nada o pagarían millones por recuperar un miembro amputado o poder levantarse de una silla de ruedas y usar su cuerpo para simplemente preparar el desayuno.

—Awww… —se conmovió Cleven.

—Regla número tres: lo que se mancha se limpia y lo que se rompe se paga. Eso es todo.

—Hm... —gruñó con mosqueo—. ¿Y mi hora límite cuando salga por ahí?

—¿Qué hora te ponía tu padre?

—Las dos de la mañana.

—¡Ja! No me vaciles. Tu hora límite serán las diez. Quiero que vivas conmigo, no que tu padre me mate.

—¿Y tu hora cuál es?

—La que me dé la gana, claro, esta es mi casa.

—¡Sí, hombre! —saltó, agarrándolo de la camiseta y lo zarandeó de un lado a otro—. ¡No me seas! ¡Sólo te falta decirme que ordene mi habitación cada día y perseguirme para que haga los deberes!

—Ni lo dudes.

—¡Nooo! —lo zarandeó más fuerte.

—¡Ay! ¡Vale, vale, era broma, tranquila!


* * * *


Esta noche, Raijin era el único “iris” en Japón que no estaba mirando la tele en este momento. Todos los demás, el resto de la KRS, y Pipi y los de su SRS, incluso Akira y su fastidiosa MRS… todos los “iris” de Japón se encontraban viendo la misma noticia en sus televisores, en sus móviles o en las pantallas de la calle o de los locales.

Nakuru se mordisqueaba la uña del pulgar, sentada en el sofá de su salón con la tele encendida, expectante. Hace rato le escribió a Cleven un mensaje similar al que Yako le había escrito a Raijin, diciéndole que no quedara con Raijin y que quedara con ella para hablar en persona. Cleven le había escrito de vuelta preguntando a qué se refería, pero seguidamente continuó diciendo que no se preocupara, que ya era tarde y que hablarían mañana. Nakuru no tuvo más remedio que aceptar y esperaba que Cleven no estuviera con Raijin y se encontrara en el hotel tranquila y sola. Entonces, toda su atención estaba puesta en el evento de este momento.

—Nak, ¿qué haces levantada a estas horas? —le preguntó Kamui, a punto de irse a su trabajo.

—Estoy viendo las noticias —contestó sin apartar la mirada de la pantalla.

—¿Y eso?

—Takeshi Nonomiya ha muerto. De manera inesperada. Y esta noche iba a nombrar a su sucesor.

Kamui arqueó las cejas con sorpresa y se acercó a ella para ver también. Aún estaban con otro informativo, el siguiente sería el que había dicho su hija. La miró de reojo amargamente. Sólo pensar que ella estaba tan preocupada por un asunto así le apesadumbraba. Ella era una “iris”, un ser poderoso, y no podía tener enemigos normales y corrientes como las demás chicas de su edad, como la exnovia de su novio –o en su caso la ex de su novia–, o un profesor que le tenía manía... No. El ministro de Interior, la policía de todos los países del mundo, terroristas, delincuentes… esos eran sus enemigos.

No obstante, tenía que respetar quién era su hija, en qué se había convertido desde que murió su madre. Les pasaba lo mismo a todos aquellos familiares humanos de “iris” que sabían lo que eran. Como ellos, Kamui temía lo que le pudiera pasar, y no podía inmiscuirse en esos asuntos.

—Bueno, me voy a trabajar —dijo Kamui, dándole un beso en la mejilla.

—Vale —contestó ella—. Pásalo bien.

Cuando su padre se marchó, Nakuru aumentó el volumen.

—“Es una triste noticia para nuestros ciudadanos y el Gobierno” —dijo el presentador de las noticias—. “El ministro de Interior, Takeshi Nonomiya, ha fallecido hace dos horas, de forma imprevista, justo cuando se estaba preparando para celebrar la reunión privada donde el ministro y el Comité habrían acordado el nombramiento de su sucesor. El personal médico ha confirmado la causa, una parada cardiorrespiratoria, cuando se encontraba solo en su despacho.”

—“Cierto es, Hayato, que es una triste noticia” —le siguió el relevo la otra presentadora—. “No podemos olvidar que Takeshi Nonomiya ha dejado tras de sí una carrera impecable en el ejercicio de la seguridad del país. Con su propuesta de reforma de las leyes hace veinte años que logró la aprobación de todo el sector jurídico y el aumento de recursos y refuerzo que otorgó a los cuerpos de seguridad y militares, la tasa de criminalidad no ha hecho más que disminuir año tras año. Takeshi Nonomiya era un hombre íntegro y comprometido con su país.”

—“No obstante” —continuó el otro presentador—, “siguiendo el protocolo y las direcciones previas del propio Takeshi Nonomiya, así como su voluntad, la reunión del Comité ha acabado por realizarse y han leído la declaración escrita y oficial que el ministro guardó en el sobre con anterioridad. La secretaria general, Norie Saitou, ha confirmado al gabinete de prensa hace veinte minutos que todo el Comité ha aprobado de forma unánime la declaración y la decisión final en la carta escrita del ministro, y ahora declarará el resultado ante las cámaras.”

—“Veámoslo” —dijo la presentadora.

Nakuru, ansiosa, se arrodilló delante de la pantalla de la tele, a dos palmos, sin pestañear. En ese momento, sacaron las imágenes de una pequeña salita, enfocando a un pequeño atril, y había unas elegantes cortinas rojas de fondo. Lo hicieron en esa pequeña salita de prensa para evitar una pomposidad innecesaria y hacerlo lo más modesto posible. Apareció una mujer acercándose al atril, Norie Saitou. No era joven, tampoco demasiado mayor. Aparentaba sus 45 años y lo hacía con orgullo. Sin maquillaje. Con algunas ligeras arrugas en sus ojos. Vestía con un traje de mujer sobrio, de pantalón liso, blusa y chaqueta, y llevaba el pelo castaño oscuro recogido en un moño bajo.

Nakuru se fijó en un detalle. Se dio cuenta de que esta mujer venía con un semblante serio y respetuoso, pero tenía los ojos algo enrojecidos. Había llorado la muerte de Takeshi en algún momento. Y por muy enemigo de los “iris” que hubiese sido Takeshi Nonomiya durante décadas, Nakuru sintió pena por Norie. No la conocía en persona, pero sabía muchas cosas de ella. Puede que estuviera en el Gobierno, pero era una buena humana.


* * * *


En otra zona de la ciudad, en una casa grande y elegante, un hombre que ya tenía el pijama puesto estaba en una butaca de su salón observando atentamente las noticias, con una taza de infusión caliente en las manos y una lamparita encendida. Él también se percató de los ojos enrojecidos de Norie.

—Lo siento, cariño… —suspiró con tristeza—. Tú puedes. Ánimo.

—¿Con quién hablas? —se oyó una vocecita.

El hombre se sorprendió y se giró para mirar atrás, a la puerta abierta del salón. Encontró a una niña pequeña, de cabello negro voluminoso y ojos verdes.

—Clover, cielo, ¿qué haces despierta? ¿Y tu hermano?

—Me levanté para hacer pipí, y oí ruido aquí en el salón, y vi luz, y vine a ver —contestó soñolienta, acercándose a él—. Daisuke sigue dormidito. Abuelito Joji, ¿y la abuelita Norie? ¿Por qué todavía no está en casa?

Joji la tomó en brazos y la sentó sobre sus piernas, abrazándola con cariño.

—Mira, tesoro, la abuela está ahí ahora —señaló al televisor.

—Oh… ¿Está trabajando tan tarde?

—Tiene que dar una noticia importante. ¿Recuerdas lo que nos contó el fin de semana pasado? ¿Que su jefe se iba a jubilar?

—¡Ah, sí! —recordó Clover—. Entonces, abuelito, ¿la abuelita Norie va a ser la nueva ministra?

Joji sonrió apenado, pero no dijo nada. Por supuesto, su mujer ya le había comunicado hace rato el resultado con un mensaje.

—“… con profundo pesar de este inesperado evento, pero respetando la voluntad de Takeshi Nonomiya, procederé a leer la declaración de su decisión final en cuanto a la sucesión de su cargo” —decía Norie, en el atril, con un pequeño micrófono—. “Si antes tienen más preguntas, adelante”.


* * * *


Nakuru seguía mordiéndose las uñas, pegada a su televisor.

—“¿Cómo se han enterado de la noticia de su muerte?” —le preguntó la voz de un reportero que estaba en la salita de prensa, tras las cámaras.

—“Antes de asistir a la reunión” —explicó Norie—, “el señor ministro se encontraba en su despacho acabando de preparar su escrito. Cuando llegó la hora, su hijo, el jefe de la Policía de Japón, Hatori Nonomiya, fue a buscarlo para acompañarlo. Mis compañeros y yo ya estábamos en la sala esperando. Y… el señor Hatori Nonomiya regresó al poco rato hacia nosotros muy alterado y desolado. Nos comunicó que se había encontrado con su padre fallecido en su despacho, en su silla.”

—“¿Cuáles han sido las declaraciones de los médicos que se llevaron al señor ministro al hospital?”

—“Los médicos han confirmado un infarto natural, ocurrido minutos antes de que el señor Hatori Nonomiya fuera a buscarlo” —contestó, frotándose los ojos con cansancio brevemente—. “Un simple y trágico accidente natural. Ha sido un duro golpe para mis compañeros y para mí. El señor ministro gozaba de buena salud pese a su edad. No obstante, ha sido un golpe aún más duro para su hijo, Hatori Nonomiya, como cabe esperar. Por eso, me disculpo en su nombre por su ausencia. Como comprenderán, se ha marchado con la ambulancia para acompañar el cuerpo de su padre hasta el hospital.”

—“Por supuesto” —entendieron los reporteros.

—“Si no hay más preguntas, procedo con la declaración” —Norie ordenó sus papeles sobre el atril—. “De los cuatro candidatos elegidos en la primera reunión del Comité hace dos meses, a saber, Aki Tairo, Sumire Arataka, Hatori Nonomiya y yo, Norie Saitou, se han evaluado los requisitos pertinentes de cada expediente…”

Tras leer un texto largo lleno de palabrería técnica como estaba obligada a hacer, Norie tomó aire para dar la conclusión.

—“… es un honor anunciar que el nuevo ministro de Interior de Japón elegido por Takeshi Nonomiya y el resto de miembros del Comité es Hatori Nonomiya.”


* * * *


Pipi se tapó la cara con las manos, con el alma en los pies. Los demás “iris” tuvieron una reacción similar, algunos soltaron un juramento, otros suspiraron y negaron con la cabeza, y otros apretaron los puños con rabia, como Nakuru, que sintió el mando de la televisión hacer “crack” en su mano.

—Hatori… maldito... —dijo.

«Takeshi no ha muerto por causa natural» pensaron todos los “iris” de todo Japón que veían las noticias, totalmente convencidos. «Ha sido asesinado».

Ahora, el problema estaba confirmado. Hatori ya era el nuevo ministro de Interior. Hatori iba a controlar a toda la policía y departamentos y organismos de seguridad, e iba a tener una fuerte influencia en el sector militar de Japón. Y bien sabían los “iris” que no sólo iba a encargarse de la seguridad del país, sino que en realidad tenía un objetivo mayor: reanudar la caza de los “iris”, que su padre había abandonado por completo hace siete años.

Todas las RS de Japón ya conocían a Hatori, desde que comenzó como un policía novato hace once años hasta que fue ascendiendo a jefe de la Policía. Y no es que fuera un corrupto, no es que hubiera ascendido tan rápido por sobornos o influencias. Al contrario. Hatori había llegado a ser jefe de la Policía nacional por méritos reales y asombrosos. Y era por ese motivo que los “iris” lo temían.

Sin duda, la candidata preferida de todos los “iris” había sido Norie, porque ya la habían investigado, y en toda su carrera había sido una humana funcionaria genuinamente honrada y, más importante, totalmente ignorante de la existencia de los “iris”. Takeshi jamás le habló a su secretaria de ellos, ni de la operación de La Caza.

Ahora que Hatori era mucho más que un policía con las manos atadas a los altos mandos, y ahora era él el alto mando, los “iris” debían andar con el doble de cuidado, porque él podía ser un humano, pero era el más eficaz del mundo.


* * * *


Rato después, casi a media noche, Hatori salió del hospital tras visitar a su fallecido padre, como todos esperaban que hiciese, y se encendió un cigarrillo. Soltó una larga bocanada de humo, se abrochó el abrigo hasta el cuello y se fue por la calle, casi vacía a esas horas. Cuando giró una esquina, se sobresaltó al verlo todo oscuro, de repente todo quedó en tinieblas. Las farolas estaban apagadas y no había ni un alma. Bueno, sí, había una pequeña luz un poco más allá, una luz violeta intensa. Hatori arrugó el ceño y se dirigió hacia esa luz, descubriendo a cada paso la silueta de un hombre joven con rastas rubias. Lo estaba esperando ahí de pie, en mitad de la acera, con las manos metidas en los bolsillos y una simpática sonrisa.

Hatori, al pararse a unos metros de él, sacó algo de su bolsillo y se lo devolvió al joven.

—Hm... —sonrió Izan, poniendo a la altura de sus ojos la bonita bola de cristal, que no hace mucho había recogido en un bar de carretera, donde coincidió con Kyo—. Bien hecho, Hatori. Gracias.

—Déjate de cortesías. Esto sólo ha sido un trato y no volverá a ocurrir. Más te vale no volver a ponerte en mi camino, "iris".

—Oh, de nada a ti también —dijo Ichi con sarcasmo—. No temas, señor ministro, tengo cosas más importantes que hacer que ponerme en tu camino —alargó una ladina sonrisa.

Hatori apartó la mirada con un gesto desdeñoso, pasó de largo y siguió andando calle arriba.


38 horas antes, en la Comisaría Central de Tokio...

«—Jefe —lo llamó su ayudante, corriendo por el pasillo hacia él—. Hemos encontrado algo.

Hatori giró sobre sus talones y siguió a su subordinado, que era un policía apenas más joven que él, al Departamento de Investigación. Allí, se encerraron en una sala de vídeo con varias televisiones y ordenadores, en la que no había nadie en ese momento.

—Mire, es un vídeo de una de las cámaras de seguridad de la joyería que está al lado de la escena donde se produjo el crimen —le indicó el hombre, transfiriendo el archivo por un USB—. El dueño de la joyería nos lo ha dejado.

Hatori entornó los ojos con fiereza. En el vídeo, los hechos se veían algo borrosos y oscuros, y sólo en una esquina de la pantalla. Pero se veían. Esa grabación contenía las imágenes de una callejuela, el lugar donde Neuval había perdido el control hace unos días cuando un grupo de delincuentes fue a atracarlo, la causa por la que Alvion se lo había llevado al Monte para someterlo a juicio.

En un determinado momento, Hatori se abalanzó hacia el teclado del ordenador y detuvo el vídeo, cazando una imagen donde se veía la silueta del asesino agarrando, literalmente, la cara de una de las víctimas con una mano y levantándola a unos centímetros del suelo. Ahí congeló la imagen, y se fijó en el pequeño destello de luz blanca en el rostro del sospechoso, en su ojo izquierdo. Hatori ya sabía lo de las luces en los ojos de los “iris” y el elemento que representaba cada color. Esa luz era blanca, era el viento, y él debía ser Fuujin por narices, ¡no cabía duda! Su ayudante lo miró con extrañeza, preguntándose si veía algo en claro ahí. Hatori observó todo lo que pudo, las ropas, el pelo, la altura, la forma... la luz blanca...

—Es un monstruo —murmuró su ayudante, horrorizado, sin entender cómo se podía coger a alguien de la cara con una mano y levantarlo del suelo.

Su jefe volvió a reproducir el vídeo y se cruzó de brazos, sereno, viendo todo lo demás. Su ayudante no pudo evitar tener que apartar la mirada, estaba horrorizado.

—Hay algo que no me cuadra… —comentó Hatori.

—¿Qué es?

—Fuujin es un “iris” del viento de máximo nivel. Puede convertirse en aire. Pero aquí… en los últimos segundos de la grabación… parece como si se transformara en algo… diferente… Parece como… algo negro… hecho de sombras, con dos ojos de luz y no sólo uno… y se esfuma en un segundo.

—Podrían ser los píxeles, que emborronan la imagen.

Hatori no dijo nada, seguía ensimismado, pensativo.

—Haz que amplíen y limpien el mayor número posible de imágenes en las que salga él —le ordenó—. Fuujin. Quiero conocer su cara. Quiero saber cómo es.

Pocas horas después, Hatori visitó el edificio del Ministerio de Interior para zanjar un papeleo. Sin embargo, al pasar cerca de la puerta del despacho de Takeshi Nonomiya, oyó que su anciano padre hablaba con alguien y se acercó con discreción a echar un vistazo.

Vio a su padre sentado en su silla, y al otro lado de la mesa estaba Norie Saitou. No le gustó mucho ver este detalle. Norie era la secretaria general, y cuando iba a atender un recado del ministro, apuntaba en su agenda y lo hacía de pie. Pero ahora estaba sentada frente él en su escritorio, sin su agenda en la mano. Los dos conversaban y con una copa de sake, que claramente Takeshi había convidado a Norie, como quien compartía una conversación con un igual, y fuera de servicio. Hatori se limitó a escuchar, asomándose con cuidado por el hueco que dejaba la puerta medio cerrada.

—¿Por qué me lo está diciendo ahora, señor? —preguntó Norie con gran sorpresa—. La reunión… mañana…

—Quería que lo supiese la primera, señora Saitou —contestó Takeshi—. Sólo por eso.

—¿Puedo preguntar… por qué yo?

—Tiene 45 años, y ha trabajado a mi lado durante 23 años. Ha demostrado tener una lealtad admirable hacia mí, una integridad encomiable por este país y ha hecho más sacrificios que ningún otro por este ministerio. Su expediente demuestra lo competente que es para un cargo de este calibre, no me cabe duda. Usted es en quien más confío. Por eso, he decidido que usted será mi sucesora, Saitou. Estoy convencido de que no hay nadie mejor para ocupar mi puesto.

—Es un grandísimo honor, señor —inclinó la cabeza como señal de respeto, pero con total sinceridad.

Hatori se largó de allí cuando Norie se disponía a salir del despacho. Bajó al garaje subterráneo del ministerio y se detuvo al lado de una columna, mirando al frente con gran ira. De repente, le dio un fuerte puñetazo de rabia a la columna y después apretó los dientes, caminando de un lado a otro. El odio que sentía hacia su padre era aún mayor del que ya sentía antes. «¿¡Cómo osa darle el puesto a Norie!? ¿¡Por qué la ha elegido a ella!? ¡Norie no sabe nada sobre los “iris”!» pensó.

—Te veo estresado, Hatori —oyó una voz.

Miró a su alrededor con sobresalto, respirando con inquietud. Pero sólo veía coches aparcados en sus plazas, todo quieto y silencioso, excepto por unas raras sombras que la pobre luz de las lámparas del techo proyectaba contra un par de columnas de más allá. Una de ellas estaba proyectada en una dirección diferente a la otra.

—¿Quién anda ahí?

Cuando oyó a sus espaldas unos pasos, se dio la vuelta como el rayo. Vio salir de otra sombra, tras una columna, a un joven chico, rubio y de ojos verdes, con rastas largas y vestido con un elegante traje negro, camisa blanca y sin corbata. Sonreía alegremente, como siempre. Dado que el alumbrado del garaje era muy escaso, el ojo “iris” emitía su luz, y Hatori sintió que le daba un vuelco el corazón.

—Esa luz en el ojo... ¡Tú eres uno de ellos!

Sacó su pistola de la funda de su uniforme de inmediato. Nunca había tenido a un “iris” tan cerca –que él pudiera saber–, pero todo lo que sabía sobre ellos, su superior fuerza y velocidad, inteligencia y poder, su odio contra el Gobierno y especialmente que la luz violeta era el color del elemento oscuridad o vacío, era suficiente razón para no dudar en disparar. Lo hizo, nervioso. Pero ese “iris” se convirtió en un humo negro en un segundo y la bala lo atravesó e impactó con la pared del fondo del garaje, mientras este volvía a recuperar su aspecto de carne y hueso.

«Se ha… ¿convertido en su elemento?». Hatori estaba atónito ante ese fenómeno, inesperado, pero no del todo desconocido. Ya leyó hace mucho tiempo, en un viejo informe de su padre de hace veinte años, que esta habilidad la demostró tener el misterioso Fuujin y que podía considerarse una habilidad propia de un “iris” que había alcanzado el máximo nivel de poder de su elemento. Lo que no podía creer es que hubiera alguien aparte de Fuujin con esta habilidad, y peor aún, un Yami.

A Hatori se le cayó la pistola al suelo a causa del temblor, sabiendo por aplastante lógica que no tenía nada que hacer contra ese monstruo, absolutamente nada. Daba por sentado que había venido a matarlo. Dio unos pasos atrás y trastabilló, cayendo sentado junto a la columna de hormigón. No dejó de contemplar a ese joven sin parpadear, pálido y atemorizado.

—Así es como has conseguido entrar en este edificio pese a todos los detectores y sensores que hay, ¿verdad? Podemos detectar hasta una brisa, hasta una gota de agua o grano de arena. Pero tú… te conviertes literalmente en la nada.

—Relájate —le dijo Izan tranquilamente, acercándose a él.

Hatori trató de alejarse arrastrándose por el suelo, pero dio con la espalda en la columna, impidiéndole moverse más.

—¡Si vas a matarme, hazlo rápido, monstruo!

—Hahah… “monstruo”… —se rio Izan, agachándose frente a él—. Permíteme corregirte. Soy un “dios arki”.

—Sinónimos —le espetó Hatori.

—Qué arrogante.

—Da igual los nombres que te pongas, eres un “iris”.

—Oh… —Izan puso una mueca sorprendida—. Ya veo. Todavía no sabes lo que es un “arki”. Y yo que creía que el largo Gobierno de Takeshi Nonomiya ya había llegado a descubrir hasta este punto la mayoría de los conceptos, aspectos y funcionamientos sobre el mundo de los “iris”… Ah, espera —se dio toquecitos en la barbilla con el dedo—. Seguro que Takeshi sí que sabe mucha información después de tantos años. Pero tú te has quedado por la mitad porque él nunca te ha dejado aprender nada de ese mundo de “iris” y lo poco que sabes lo has tenido que averiguar solo. Qué papá más estricto tienes.

—¿Tú qué sabes de mí o de ese viejo? —gruñó fríamente.

—Lo suficiente para proponerte un trato.

Hatori no dijo nada. Arrugó el ceño, sorprendido por esta inesperada declaración, pero seguía tenso, no se atrevía a moverse aún con ese ser tan peligroso agachado ahí delante de él.

—Qué injusticia trae la vida, ¿verdad, Hatori? Te pasas la vida entera esforzándote, por ser siempre el mejor de la clase, por ser el mejor en los deportes, en las competiciones, en la sociedad, un ciudadano modelo, un hijo modelo… para que al final tu padre te eche indiferentemente a un lado en la investigación más importante del mundo. ¿Por qué será, por qué lo hace, si has demostrado con creces ser el mejor investigador del país, tan joven, tan prodigio?

—No me digas que tú lo sabes.

—Sólo estoy diciendo en voz alta tus propios pensamientos.

—Cualquiera que haya hurgado un poco en mi vida puede deducir eso.

—El caso es, Hatori, que llevas toda tu vida deseando algo que sólo tu padre te puede dar. Pero él no te lo quiere dar. Entonces… ¿qué se puede hacer al respecto?

Hatori decidió que no quería oír más. Se puso en pie y se apartó de él, y se fue caminando hacia la salida.

—O me matas o me voy. Lo que no voy a hacer es seguir escuchando las palabras de un sucio “iris”.

—Ni siquiera has oído mi proposición —dijo Izan, quedándose allá en pie donde estaba, con las manos en los bolsillos.

—¡Yo no hago tratos con delincuentes y criminales!

—Precisamente. Tú quieres cazarlos y encerrarlos. Pero hay alguien que te impide hacerlo.

Hatori se paró. Pero no se dio la vuelta.

—Y yo soy quien puede abrirte esa puerta cerrada —concluyó Izan.

Hatori giró la cabeza un poco para mirarlo. No dijo nada. Pero se quedó escuchando. Izan agrandó su sonrisa.

—Takeshi le va a ceder el puesto Norie Saitou, ¿no es así? Pero tú sabes que te lo mereces más.

—¿Me estás diciendo que tú vas a conseguir que él cambie de opinión?

—¿Hacer que Takeshi Nonomiya cambie de opinión en algo? ¡Hah! Incluso yo sé que nadie tiene un poder tan grande como ese. Lo único que se puede hacer… es borrarlo del mapa de una vez.

—¿Estás loco? —saltó Hatori, volteándose hacia él del todo.

—¿Estás dispuesto? —repuso Izan—. Vamos, no es ningún secreto lo mucho que siempre has odiado a tu padre. ¿No harías lo que fuera por conseguir su puesto, el que tanto tiempo llevas esperando?

Hatori entornó los ojos con fiereza, e Izan lo tomó por un sí.

—¿Y en qué te beneficia a ti todo esto? —preguntó el policía—. Un trato es un favor mutuo.

—Mm, hm —asintió Izan—. Yo te ayudo a ser el nuevo ministro de Interior… y tú me ignoras por completo.

—¿Qué?

—Que pases de mí. Que no te metas en mi camino. Que me excluyas de tus persecuciones e investigaciones.

—Eh, ¡espera un momento! —entendió a qué se refería, y no le gustó nada.

—Es lo que hay —se defendió Izan, levantando los hombros.

—Eso es porque pretendes algo. Tramas hacer algo que en otras circunstancias me daría motivos de sobra para perseguirte y detenerte.

—Nada es gratis en esta vida —Izan se miró las uñas coquetamente.

—¿Qué vas a hacer? Porque es obvio que, si es tan importante como para pedírmelo en persona con un trato, es porque se trata de un gran atentado o crimen.

—No dramatices tanto. Sólo es una operación personal, un proyecto para conseguirme una vida más fácil, nada más. Sólo quiero vivir mejor y en paz.

—Y yo te creo.

—¿Qué te da más rabia? ¿La actividad de cientos de “iris” haciendo lo que les da la gana por tu país, o la actividad de una sola persona que busca un beneficio propio?

—¿Eres un “iris” solitario? ¿Eres un desertor o algo así? ¿Cómo de enemistado estás de los “iris”, de los de tu calaña, de tus compañeros?

—Lo suficiente como para darle a Hatori Nonomiya el poder que hará que “mi calaña” por fin tema al Gobierno.

Hatori se quedó en silencio. Él ya aprendió desde niño la misma habilidad que tenían los “iris” de identificar con facilidad la mentira mediante los gestos y el tono de voz. Ese “iris”, o lo que quiera que fuese, no mentía al decir hasta qué punto no le importaban los demás “iris”. Estaba claro que ese era un enemigo de los “iris”, igual que él. No estaba con ellos. No era uno de ellos.

—¿Juras que lo que quiera que sea tu plan o proyecto personal, por muchas leyes que quebrante, no hará daño a humanos inocentes?

—¿Es que si te digo que no puedo jurarte algo así, vas a rechazar lo que te ofrezco?

La tensión estaba agotando a Hatori. Tenía la garganta seca, y sudores fríos. Porque se dio cuenta, al fin, de que estaba en el momento de la decisión más importante de toda su vida. Esto lo iba a cambiar todo. No sólo su vida o el Gobierno de su país. Todo en el mundo iba a empezar a cambiar en cuanto el puesto de su padre fuera oficialmente suyo. Porque eso era lo que Hatori perseguía: cambiarlo todo. Instaurar el auténtico orden y la auténtica paz en el mundo entero, sólo para humanos inocentes.

¿Cuánto daño podía causar este “iris” desertor comparado con el daño que millones de “iris” llevaban ya siglos ocasionando, campando a sus anchas por el mundo, creciendo en número, haciendo sus actividades ilegales, controlándolo todo entre las sombras, amenazando a la humanidad y su frágil hegemonía?

—¿Cómo… haría…?

Sólo bastaron esas temblorosas palabras. Izan sonrió maliciosamente y le respondió de forma inmediata. Puso ante sus ojos una pequeña bola de cristal con copos de nieve flotando sobre un edificio en miniatura. Era el mismo objeto del que Kyo le habló a Neuval. El inocente domo de nieve que Neuval, para sus adentros, rezaba por que no fuese un talismán Knive.

—¿Qué hago con esto? —preguntó Hatori.»


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