Seguidores

1º LIBRO - Realidad y Ficción

40.
Raijin y Fuujin

—“Neu, ¿dónde demonios estás?” —le preguntó Denzel por el teléfono manos libres del coche—. “¡Alvion y yo llevamos esperándote una hora aquí en el templo! ¡Y Alvion está muy cabreado!”

—¡Pues que se joda! —replicó, conduciendo a toda velocidad—. ¡Aún no he encontrado a Cleven!

—“¿¡Qué!? ¡Por Dios, Neu! ¿Y por qué no avisas? ¿Dónde estás ahora?”

—Yendo hacia la casa de Brey —contestó de mala gana, girando bruscamente el volante para coger una calle.

—“¿¡Ella está con él, entonces!?”

—Estoy seguro —afirmó—. Estoy seguro de que ella ha estado con él durante estos días.

—“Espera...” —apaciguó el Taimu—. “¿Qué vas a hacer cuando los encuentres?”

—Obviamente, le diré cuatro cosas a Cleven. Luego mataré a Brey. Seguro que su majin está poniendo en peligro a Cleven como hizo la última vez...

—“¡Hey, hey! ¡No hablarás en serio! ¿Verdad?”

—Te dejo. Túnel —contestó sin más.

—“¡Ni túnel ni leches! ¡Neuval, ni se te ocurra colg...!”

Neuval colgó y siguió adelante, adentrándose en una avenida a cien por hora.


* * * *


Cleven, aún paralizada frente a la puerta, recapacitó sobre lo que acababa de oír. Se volteó hacia él y se alejó un paso, mirándolo con fiereza.

—No estoy para bromas, Raijin. ¡No tiene gracia! ¡Déjame salir!

Él la agarró del brazo para detenerla cuando ella hizo su cuarto intento de salir por la puerta y la obligó a meterse en el salón, interponiéndose entre ella y la salida, y caminando hacia ella, con una mirada tan severa y sombría que ella no podía hacer otra cosa que retroceder de regreso al salón, nerviosa y asustada.

—No irás a ningún lado hasta que escuches.

—No... No quiero volver a oírlo... Es cruel lo que estás haciendo, pretendes engañarme...

—Tu madre... se llamaba Katzline Saehara —le empezó a decir el chico—. Se crio en esta ciudad, y a los 20 años se casó con tu padre, Neuval Vernoux, nacido en París. Muy poco después tuvieron a Lex, tu hermano. Nueve años más tarde, naciste tú, y cuatro años después, nació Yenkis. Tres años más tarde, tu madre falleció. Mi hermana...

—No... —sollozó Cleven, sin poder creerlo.

—¡Mi hermana! —repitió él, con una voz cargada de rabia—. ¡Falleció hace siete años, un 2 de octubre! ¿¡No te es suficiente!?

—Tú... —musitó con un hilo de voz.

—Me llamo Brey Saehara —contestó Raijin—. Tus abuelos maternos, Hideki Saehara y Emily Smirkova, eran mis padres. Están todos enterrados en el cementerio al que fuimos juntos el otro día. Eres mi sobrina.

Cleven negaba con la cabeza sin parpadear, con lágrimas cayendo por sus ojos y caminando hacia atrás. No podía creerlo. No quería creerlo.

—No... —murmuró—. No es posible... —sollozó, mirando tristemente a aquel chico rubio que, dándose cuenta por fin, vio que tenía los mismos ojos verdes que ella, los mismos ojos que su madre Katz—. No... ¡Tú no puedes ser mi tío! Tú no puedes... no... ¡Dios! —gritó, cayendo de rodillas al suelo y tapándose la cara con las manos—. ¡No puede ser verdad! ¡Todo este tiempo...! ¡Cuando te vi por primera vez en la cafetería, cuando caminé a tu lado por toda Shibuya…! ¡Cuando me peleé contigo en aquella discoteca…! ¿¡Te he tenido al lado todo este tiempo!? ¿¡Todo este tiempo… eras tú!? —cogió aire y apretó los puños—. ¿¡Me estás diciendo que me he acostado con mi tío!?

—¡Calla! ¡Calla, ni lo menciones! —exclamó él, igual de horripilado que ella.

—¡Cabrón...! ¡Estás loco...! ¡Me has engañado todo este tiempo...!

—¡No! ¡De eso nada! ¡No tenía ni la más remota idea hasta ahora! ¡Acabo de darme cuenta de quién eres, en cuanto dijiste hace un momento en el portal que buscabas a tu tío y dijiste mi nombre! ¡No te atrevas a pensar que yo lo sabía! ¡Joder! —gritó para sí mismo, llevándose las manos a la cabeza y dando unos pasos en círculo, intentando él también asimilar la situación, pero apenas podía.

Cleven lloró, notando un vacío en el estómago, una presión en el pecho que no la dejaba respirar con normalidad y un dolor en el corazón que la doblegaba poco a poco.

—Te... te contacté por teléfono... —apenas pudo pronunciar—. Hablé contigo... por teléfono...

Raijin dejó de dar vueltas y se quedó quieto. Bajó las manos, con cara desconcertada. Era cierto... Recibió una llamada de ella, de Cleventine, su sobrina, aquí, en el teléfono de su propia casa, y habló con ella, y ella le dijo lo que quería pedirle... hasta que se cortó la línea. ¿Qué ha pasado con eso? ¿Por qué se le esfumó de la cabeza, por qué se acordaba ahora mismo, ahora que Cleven acababa de mencionarlo? Se cortó la llamada y después... ¿se olvidó sin más? No le cupo la menor duda, eso se debía a que habían tocado su memoria y la habían programado para sufrir este efecto.

—Pero... ¿qué cojones me ha hecho tu padre...? —se dijo a sí mismo, haciendo un gesto dubitativo señalando hacia su cabeza.

—¿De qué estás hablando? —sollozó Cleven, exhausta.

Raijin le dio la espalda y negó con la cabeza sin parar, sin poder soportar todo este caos repentino. Después, se giró poco a poco hacia ella, con esa mirada severa que estremecía a Cleven.

—Nunca... —murmuró fríamente—. Nunca debiste venir aquí. Nunca debiste venir a buscarme... Debiste dejar las cosas tal y como estaban... debiste quedarte quieta por una vez en tu vida... Pero siempre, siempre tienes que hacer lo mismo, ¡siempre tienes que salir y escaparte y meterte donde no te llaman!

Cleven no lograba entender por qué decía esas cosas. Pero le dolía lo que estaba diciendo. Ya no era capaz de mirarlo más. Cerró los ojos con fuerza. No podía aguantarlo más. Se le escapó otro llanto, se puso en pie y salió corriendo de la casa.

Ya no quería saber nada más. Sólo quería huir de esa pesadilla. Su corazón se había partido en mil pedazos. Oía la voz de Raijin tras ella, lejos, llamándola desesperadamente, pero ella siguió corriendo por las calles, sin detenerse, sin mirar atrás. No podía más, no podía sentirse peor en su vida.

Mientras se metía en el Parque Yoyogi, se dirigió hacia el pequeño lago y se aferró a la barandilla, donde se paró y se arrodilló en el suelo, apoyando la cabeza contra los barrotes. Todo lo que sentía, todo lo que había creído esperar de su vida se había esfumado, arrebatado de su interior por afiladas garras. Le dolía el corazón, hecho trizas. Ella le quería, quería estar con él... Y de repente, cuando todo no podía ir mejor, vino una cruel casualidad a destrozar todas esas ilusiones, toda esa felicidad que hasta hace poco la había llenado por dentro. Tantas ilusiones acumuladas en tanto tiempo, para después ser pulverizadas en un segundo por una simple frase. “Brey Saehara soy yo”, recordó en su cabeza.

Pero es que no, ¡no le cuadraba! ¿Cómo podía ser? Sin embargo, muy a su pesar, una parte de ella estaba descubriendo que ahora todo encajaba. Raijin, cuando estuvieron juntos en el cementerio, le contó algunas cosas de su vida. Le dijo que se quedó huérfano a los 4 años de edad. Si Raijin tenía 20 años, significaba que se quedó huérfano hace 16 años. Y hace 16 años, fue cuando los abuelos de Cleven murieron, muy poco antes de nacer ella. También, le dijo que estuvo hasta los 10 años al cuidado de su hermana, y que ella ya estaba casada y con hijos, y que por eso él mismo tuvo la idea de mudarse a una casa de acogida para no ser una carga.

Dijo que estuvo en una casa de acogida solamente tres años. Eso quería decir que Raijin estuvo hasta los 13 en ese lugar. Ese mismo lugar que Cleven visitó ayer por la mañana, una casa donde acogían niños, y el hombre que vivía en ella, Hiroyuki, le contó a Cleven que aquello antes fue una casa de acogida fraudulenta y mala para los niños, hasta que los anteriores dueños fueron detenidos hace siete años... justo cuando Raijin tenía 13.

Por eso ponía esa dirección en la ficha de su tío que halló en los registros del instituto Tomonari. Porque su tío, a los 10 años, actualizó sus datos en el colegio primaria al pasar a vivir a otra vivienda, al pasar a vivir a esa casa de acogida cuyos dueños de aquel entonces eran unos fraudes que no cuidaban de los niños y se quedaban con el dinero. Un lugar precario donde vivir, del que, al parecer, su tío se cansó, y a los 13 años fue él quien denunció a aquellos cuidadores fraudulentos que acabaron en la cárcel.

Entonces, en el cementerio, Raijin continuó diciéndole a Cleven que a los 13 se fue de ese mal lugar y que desde entonces estuvo arreglándoselas solo, mintiendo a su hermana para que no se preocupara. Al abandonar el colegio durante esa época, el Tomonari todavía conservó esa dirección en la ficha y por eso era la que Cleven apuntó. Raijin le siguió diciendo que, sin embargo, muy poco después, su hermana murió. Efectivamente, hace siete años, fue cuando Cleven perdió a su madre. Y poco tiempo después, Raijin conoció a Yue, y tuvo la ayuda de la anciana Agatha para tener donde vivir y donde comer. No obstante, casi dos años después, Yue murió, cuando Raijin tenía 15 años.

Hiroyuki también le contó a Cleven que hace tres años, una persona anónima bajo el apodo de "señor Smirkov" fue quien recompró la casa de acogida de niños y quien la reformó, y quien lo contrató a él y a su mujer para llevar aquel nuevo hogar para niños de manera genuina. O sea, que a los 17 o 18 años, Raijin fue esa persona anónima e hizo todo eso. Hacia esa edad entró en la Universidad de Tokio, y por eso le dejó a Hiroyuki esa única vía de contacto, que preguntara en la facultad por el “señor Smirkov” en caso de alguna urgencia. Y cuando Cleven creyó, con ese dato, que su tío debía de tratarse de algún profesor o empleado de la universidad, en realidad era un alumno.

Con razón a Cleven no le habían encajado algunas piezas desde el principio. Porque ella daba por sentado que su tío era un hombre mayor, de no menos de 35 años.

No podía creerlo. Tenía que aceptar que ahora todas las piezas encajaban. Excepto una: si Raijin dice que estuvo al cuidado de su hermana desde los 4 hasta los 10 años, significa que vivió con ella, en su casa, en la casa de Cleven, desde que Cleven nació hasta que tenía 6 años. ¿Cómo demonios no podía acordarse de que su tío vivió con ellos durante sus primeros seis años de vida?

Desgraciadamente, apenas unos minutos antes, cuando Neuval pasaba en coche por la larga calle donde estaba el edificio donde vivía Raijin, creyó divisar a su hija corriendo por la calle llorando desconsoladamente y, cuando la perdió de vista, ofuscado, vio a Raijin mucho más atrás, yendo por el mismo camino, claramente siguiendo sus pasos, y en ese momento metiéndose por otra calle vacía. Entonces, ahí Neuval pegó un frenazo con el coche, dejándolo en mitad de la carretera, y corrió hacia esa calle solitaria, donde no había nadie más que el rubio.

—¡¡Brey!! —vociferó de tal manera que los pájaros de los árboles salieron volando, asustados.

El rubio se paró en seco en mitad de la acera al oír aquella atronadora voz a sus espaldas, y por un momento se le subieron los testículos a la garganta. Se le heló la sangre, pero, de todas formas, era algo que se esperaba tarde o temprano. Se dio la vuelta lentamente, respirando nervioso, viendo cómo su cuñado iba hacia él con una cara tan terrorífica que hasta el mismísimo mundo se estremeció.


* * * *


—Hey, por fin despiertas —dijo MJ cuando Yako abrió los ojos poco a poco.

El chico se vio tumbado en uno de los pequeños sofás de la zona de pastelería, y MJ y Sam estaban sentados en unas sillas justo a su lado, mirándolo preocupados. Especialmente Sam, que jamás habría esperado que algo así le sucediese a él. Yako se llevó una mano a la frente y se le puso una cara de horror al recordar.

—He estado a punto de contactar con tu abuelo —le dijo el africano.

La cara de Yako expresó el triple de horror, mirando a Sam.

—¡Te has desmayado! —se justificó Sam.

—¿¡Y por qué tendrías que contactar con Alvion por un desmayo!? —insistió Yako, viendo aquella idea como algo terrible.

—¡Porque los Zou no se desmayan! En serio, Yako, nos has dado un susto a todos. Nunca había visto a Raijin tan asustado...

En ese momento, Yako terminó de incorporarse sobre el sofá, de sopetón. Todavía estaba alterado y nervioso, aún estaba asimilando la noticia.

—¿¡Dón...!? —se puso en pie de un salto, mirando alrededor—. ¿¡Dónde está Raijin!? ¿¡Cuánto tiempo llevo así!?

—Una hora nada más —respondió MJ—. Cuando ya te tumbamos aquí y comprobamos que simplemente te habías desmayado, Raijin se marchó a zanjar algo. Pero nos pidió ocho veces que lo avisáramos cuando te recuperaras.

Allaenah ealaa hayaati, allaenah ealaa hayaati... —se puso Yako a blasfemar en árabe mientras sacaba su móvil del bolsillo a toda velocidad y trató de llamar a Raijin.

Lo intentó cuatro o cinco veces. MJ y Sam lo observaban sin entender nada. Como no conseguía contactar con Raijin, Yako dejó caer su teléfono sobre el sofá con un gesto derrotado y se apoyó sobre sus rodillas, tapándose la cara con las manos.

—¿Qué es lo que ocurre? —le preguntó Sam.

Yako siguió escondiendo la cara tras las manos.

—Fuujin nos va a decapitar...

—¿Vuestro ex-Líder? —preguntó MJ—. ¿Qué habéis hecho?

—¿Se trata de Raijin y de Cleventine? —sospechó Sam, y Yako asintió en silencio—. ¿Qué ha pasado? ¿Están bien?

—¿Cómo no lo he visto...? ¿¡Cómo!? —exclamó Yako con fastidio, volviendo a levantar la cabeza—. ¿Esto es lo que se siente cuando eres estúpido? ¿Cómo he podido ser tan tonto? ¿Qué se me ha escapado? ¿Qué he entendido mal...? Aaarggh, Yakooo... —se agarró de los pelos.

—Oye, nos estás preocupando otra vez... —dijo MJ.

—Voy a llamar al teléfono de emergencias del Monte Zou para que avisen a tu abuelo —dijo Sam, sacando su móvil.

Yako le dio un manotazo a su teléfono al instante, como un niño pequeño, tirándoselo al suelo.

—Es eso... Lo he estado entendiendo al revés... —se dijo Yako, empezando a repasar los hechos de los últimos días.

—Me has roto el teléfono —gruñó Sam.

De repente Yako salió un momento de su ensimismamiento y miró a su amiga con una sonrisa suplicante.

—MJ... por favor... ¿me podrías hacer una infusión de tila y así salvarme la vida?

MJ entendió perfectamente lo que le estaba pidiendo. Porque Yako nunca solía pedir nada. Él simplemente le estaba diciendo de la forma más amable posible que lo dejara hablar a solas con Sam. Ella ya estaba acostumbrada y lo comprendía, porque a veces los "iris" necesitaban hablar de sus cosas confidenciales.

—Claro que sí —sonrió ella, y se marchó de regreso a la barra de allá.

—Raijin no estaba teniendo ninguna corazonada ni ninguna sospecha sobre quién era Cleven en absoluto, ¡se estaba interesando por ella en otro sentido! —continuó indagando el joven Zou—. ¡La memoria de Raijin no estaba recordando a Cleven en absoluto! Fuujin no le puso una nube como hizo con el resto de nosotros, le puso directamente un muro... Joder... tiene sentido... De todos los miembros de la KRS, ¡Brey era el único que Fuujin más quería mantener alejado de sus hijos! Por ese dichoso incidente de hace años... ¡Sam! ¿¡Qué he hecho!? —le preguntó de repente, todo dramático.

—Romperme el teléfono.

—El plan de Nakuru se ha torcido por completo, Sam...

—¿Estás diciendo que ni Cleven ni Raijin se han reconocido o recordado ni siquiera un ápice y que la conexión que tú creías que ambos estaban teniendo era romántica y no familiar?

—Parece que Nakuru lo ha estado malinterpretando en Cleven igual que yo en Raijin —resopló Yako, dejándose caer en el sofá de nuevo, abatido—. Se supone que en la fiesta de anoche ambos tenían que terminar de descubrir quiénes eran el uno para el otro, ¡pero no en sentido romántico! Tanto Nak como yo nos hemos obcecado en verlo de otro modo porque para nosotros era totalmente evidente, pero no hemos tenido en cuenta que para Raijin y para Cleven no era tan evidente. Nak y yo sólo pensábamos en que todo el interés de Cleven por Raijin venía de sus sospechas de ser su tío, de sentir que tenía una conexión familiar con él que estaba ya cerca de resolver, y lo mismo sobre el interés de Raijin por Cleven por sospechar o ir recuperando el recuerdo familiar de ella. Se suponía que él tenía que hablar más profundamente con Cleven ayer... para terminar de disipar la supuesta nube que tapaba su recuerdo de ella... y llevarse una feliz sorpresa al terminar de reconocerla... He subestimado la Técnica de Borrado de Memoria, no funciona igual en todas las personas.

—Vale. Pero ¿qué tiene que ver esto con que te haya dado un telele? —preguntó Sam.

—Raijin me ha dicho que anoche se acostó con Cleven —respondió Yako del tirón, mirando al suelo, ya resignado.

Sam siguió con su expresión serena y seria de siempre, pero se quedó congelado como una estatua.

—Voy reservando cita para el sepelio —declaró.

—Apúntame —dijo Yako.


* * * *


A pesar de que nada en el mundo era más aterrador que ver a Neuval furioso, Raijin hizo un buen esfuerzo y mantuvo la templanza con su “iris” nato.

—¡Sabía que tenía haberte buscado a ti desde el principio! ¿¡Qué le has hecho a mi hija!? —le preguntó Neuval, a pocos pasos de él.

—Nada —contestó Raijin.

—¿¡Cómo que nada!? —se alteró, y cuando llegó hasta él, lo agarró del cuello de la cazadora y lo empujó contra la pared del edificio, clavándole la mirada—. Acabo de verla pasar por aquí. Estaba llorando, y corriendo. Y luego te veo a ti corriendo tras ella. ¿¡Y me dices que no le has hecho nada!? ¡Le has hecho daño, ¿verdad?! ¿¡La has herido!?

Raijin tuvo que apretar los puños para contener los nervios. No es que diera miedo que Neuval gritase con esa voz tan grave que tenía, o que pusiera cara de enfado. Era esa aura… detrás de esos ojos plateados… esa energía vibrante y escalofriante que solía emanar del cuerpo de Neuval cuando sentía varias emociones negativas a la vez y su “iris” no las controlaba, y causaba la sensación de que el ambiente se congelaba y se oscurecía a su alrededor. Y lo que Neuval sentía además de furia, era rabia, miedo, hostilidad, preocupación… un cóctel peligroso, teniendo en cuenta que padecía un peligroso majin de grado VI… teniendo en cuenta que la última vez que Neuval perdió los estribos, la mitad de Japón acabó destruida y arrasada.

El rubio conservó la calma como pudo, porque sabía que no había hecho nada malo de lo que Neuval lo acusaba, y confiaba en que podía razonar con él. O al menos, eso esperaba, porque cuando se trataba de Cleven, Neuval se volvía ferozmente protector.

—¡Otra vez te está dominando tu majin! ¡Desaparece de Brey, ¿me oyes, maldito majin?! ¡Deja de amenazar a los míos!

—¿Qué? —saltó Raijin—. Neuval, no me está dominando mi majin, no me domina desde hace cinco años. Te estás equivocando con esta situación. ¡Soy yo mismo!

—¡No me lo creo! Sé que Cleven ha estado contigo todo este tiempo. ¿Qué le has hecho? ¿¡Qué le has hecho, Brey!? —se impacientó—. ¡Te prohibí acercarte a mis hijos! ¡Creí habértelo dejado claro! ¡No te quería volver a ver con ellos! ¡Eres una amenaza!

—¡Basta! —saltó Raijin, apretándole el brazo que agarraba el cuello de su cazadora—. ¡No soy más amenaza de lo que eres tú, Neuval! Te digo que mi majin está dormido, ¡pero el tuyo en cambio lo estás despertando si sigues alterándote irracionalmente! ¡Cálmate de una vez, ¿quieres?!

—¿¡Que me calme!? ¡Te vas a enterar por no haberme dicho que Cleven estaba contigo todo este tiempo!

—¡Te lo habría dicho si hubiese sabido que ella era Cleven! ¡Acabo de descubrir quién es!

Neuval apretó los dientes y su ojo izquierdo desprendió un destello blanco, perdiendo la paciencia. Apuntó a Raijin con una mano y lo elevó unos metros sobre el suelo, haciendo que el aire lo presionara contra la pared del edificio que tenían justo al lado, y lo sostuvo ahí. El edificio estaba vacío porque estaba en obras, por lo que por ahora estaban a salvo de testigos. Raijin, notando esa presión contra su cuerpo y que le dificultaba respirar, arqueó los dedos de las manos y generó pequeñas pero potentes corrientes eléctricas. No dudaría en descargar un rayo contra él si veía que se pasaba de la raya y peligraba su vida. Pero por eso debía tener cuidado de no lanzárselo precipitadamente, podía acabar despertando el majin de Neuval por completo.

Por su parte, Neuval vio esa amenaza, y le hizo darse cuenta de que no debía extralimitarse, por muy enfadado que estuviera. Pero lo mantuvo ahí arriba.

—Dime... qué le has hecho —repitió lentamente.

—Sí... —dijo Raijin—. He estado todo este tiempo con ella, eso es cierto. Pero, hasta ahora, yo no tenía ni idea de que ella era Cleven. Y ella tampoco tenía idea de quién era yo. Apareció hace una semana en la cafetería de Yako, acompañada por él. Coincidieron en el autobús. Yako la trajo a la cafetería, él tampoco sabía que ella era Cleven. Ni siquiera yo me acordaba de su aspecto, Neuval, ni se me pasó por la cabeza que podía ser ella, ¡ni su nombre! ¿Me metiste una nube en la cabeza?

—Lo hice con todos. Excepto con Nakuru y Kyo por razones particulares. Para evitar cualquier conexión, para que en caso de volver a veros, os vierais como desconocidos y pasarais de largo.

—Pues ya me has oído, eso fue lo que pasó.

—¿¡Qué probabilidades había!? —rechistó Neuval con fastidio—. ¿¡En un autobús!? ¿¡Y justo coinciden y se ponen a hablar y a ser amigos!?

—¿Te jode no poder controlar las casualidades de la vida? ¡Ponte a la cola! —le espetó Raijin.

Neuval apretó los dientes, rabioso. Hace siete años, no sólo borró la memoria de Cleven, modificó la de algunas personas más. La Técnica de Denzel de Borrado de Memoria, a pesar del nombre, en realidad no podía borrar recuerdos. Lo que hacía era sepultarlos, taparlos. Podía hacerlo en mayor o menor grado, parcialmente o por completo. Neuval no llegó a ver justo ni llegó a ser capaz de sepultar en las mentes de Yako y de los demás todos los recuerdos del pasado que tenían de Cleven y de Yenkis por completo –de Lex no, porque él tenía una situación diferente–. Creyó suficiente con poner una “nube”, o así era como llamaban a tapar un recuerdo de manera parcial. El peligro de la nube, es que podía evaporarse si alguien o algo les ayudaba a recordar, de forma específica, intencionada, como Nakuru decidió hacer con Yako y con Sam.

En verdad, a Neuval no le habría importado mucho el caso de Yako y de Sam. Los casos que sí le importaban mucho eran los de Raijin y de Drasik. A Raijin le puso más que una nube, le puso un muro, para hacer aún más difícil que recordara a Cleven en caso de volver a verla en algún futuro por la calle u oír su nombre repetidas veces.

Pero no había contado con una circunstancia así, en la que Cleven se fugaría de casa para buscar a su tío por un capricho o un anhelo inexplicable, en la que acabaría conociendo a Yako de casualidad, y en la que terminaría entablando relación y amistad con esos “iris” y ellos con ella. Jamás habría esperado que ocurriese lo contrario a sus intenciones. Era como si el destino se hubiera burlado de él.

—¿Por qué estaba huyendo de ti? —siguió mirando al rubio con frialdad.

Raijin cerró los ojos y respiró con calma, aún suspendido en el aire.

—Se ha enamorado de mí —confesó. Tenía que hacerlo, lo prefería antes de que Neuval decidiese leerle la mente y descubrirlo todo.

—¿Qué estás diciendo?

—Que se enamoró de mí, me lo ha declarado. Obviamente ella confunde el amor con la atracción, como todos los humanos, sobre todo de su edad. Es interés por mi misterio y atracción por mi físico lo que ella siente por mí, y yo esto lo sé porque soy un “iris”, pero ella no tiene nuestra mente, Neuval. Para ella es amor, para ella es importante. Y por eso le afecta tanto, porque acaba de descubrir que no soy un chico cualquiera con quien podría iniciar una relación sentimental. Ahora que ha descubierto quién soy y que es impensable una relación así… es obvio que se le ha partido el corazón.

—Maldito seas… —masculló.

—¡No es culpa mía, joder! —saltó, apretando los puños con rabia.

Neuval volvió a bajarlo al suelo, para agarrarlo del cuello de la chaqueta una vez más y empujarlo contra la pared del edificio.

—¡Podrías haberle quitado esos absurdos sentimientos, podrías haberle dicho desde el primer minuto que no se hiciera ilusiones contigo!

—¿De verdad crees que eso habría servido para algo? ¡Neuval! —se soltó de él por fin, dándole una sacudida en el brazo—. ¡He pasado siete años sin verla ni recordarla, pero ahora recuerdo bien cómo era ella en el pasado! ¡Y lo que le pasa a Cleven es que es igual que tú! ¡Se le mete un capricho en la cabeza y remueve cielo y tierra hasta satisfacerlo! ¡Te recuerdo que esto mismo es lo que te pasó a ti cuando conociste a mi hermana!

—¿¡Qué dices!?

—¡Te encaprichaste con ella nada más verla y proclamaste amor a primera vista, y daba igual lo mucho que ella te odiara y rechazara, pasaste un año entero yendo tras ella incansablemente y haciendo lo imposible por ganarte su corazón! Todos te decían que tirases la toalla, que era imposible. ¿Eso te detuvo?

Neuval se quedó callado. Se sonrojó un poco, pero mantuvo su expresión seria.

—Siempre presumías de que nadie puede controlarte ni frenarte, como un huracán —continuó Raijin—. Pero eso ya no te agrada cuando te das cuenta de que tu hija es igual. Y no hablo de lo de ahora, sino también de las cosas inexplicables que ella hacía en el pasado. Se ha fugado de casa, porque tú te has olvidado de cómo es ella realmente. Igual que tú te has olvidado de ti mismo.

—¿Y tú? —le interrumpió enseguida, pues no quería oír más de eso—. ¿Tú sentías algo por ella? ¿¡Qué habéis hecho hasta ahora!?

—Nada que te dé razones para descuartizarme ahora mismo —mintió—. Creo que debes dejarme a mí ir a hablar con ella ahora. Creo que es mejor que tú te mantengas al margen por ahora. En tu estado emocional actual, empeorarás el de ella. Por lo que puedo ver… no has mejorado tu problema de majin.

—Cuidado con lo que dices —le advirtió Neuval, apuntándole con un dedo—. Estás loco si crees que voy a dejarte acercarte a ella.

—Has venido aquí a evitar que un majin se acerque a tu hija, ¿no? Es el tuyo del que debes preocuparte, no del mío.

—¿Estás diciendo… que yo soy un peligro para mi propia hija?

Raijin no dijo nada, pero le respondió con un gesto obvio de las cejas. Eso sí que enfureció a Neuval y, con un impulso descontrolado, blandió un puñetazo hacia su cara. Sin embargo, Raijin era, por norma, el ser más veloz del mundo, y lo esquivó en una centésima de segundo. El puño de Neuval acabó chocando contra el muro del edificio y, además de un cráter, formó enormes grietas que llegaron hasta la azotea. Raijin siguió actuando rápido, de forma seria y controlada, y puso su mano contra el pecho de Neuval, propinándole una descarga eléctrica que lo derribó al suelo. Neuval se incorporó, pero no pudo levantarse, tenía los músculos agarrotados. Raijin lo miró en silencio, de pie, frente a él.

—Tranquilízate —le dijo el rubio—. Tienes que calmarte ya. Coge las riendas.

Neuval respiraba muy deprisa, pero no por la descarga, sino por la ansiedad. Cuando un “iris” enfermo empezaba a tener síntomas de majin, aquí se producía una división de la personalidad intermitente, y por ello, era un estado que dejaba al “iris” muy confuso, aturdido, caminando sobre el filo entre el control y el descontrol. Neuval empezó a recuperar su “yo” real poco a poco, mientras Raijin lo vigilaba. Finalmente, el parisino se puso en pie y siguió recuperando el aliento.

—¿Todavía quieres acercarte a Cleven así? —preguntó el rubio.

—Cállate… —suspiró.

—Por eso Alvion te andaba buscando estos días, ¿verdad? —adivinó, y no pudo ocultar una expresión apesadumbrada. Tenía serios roces con Neuval desde hace muchos años, pero nunca era agradable ver a un “iris” padecer esta enfermedad—. ¿Qué has hecho?

—Cállate. No es asunto tuyo.

—Lo es, si eso significa proteger a mi sobrina de tus problemas de control.

—¡Alvion ya está en camino de encargarse de eso, ¿vale?!

—¡Razón de más por la que tengo que ir yo a hablar con Cleven ahora!

—¿Y qué pretendes decirle?

—Tengo que hablar con ella sobre lo que nos ha ocurrido.

—No… No… Lo que tienes que hacer es llevarla a mi casa, que es donde debe estar, ¡y no volver a verla!

—¿Sabes por qué se fue de casa? —le interrumpió—. Porque estaba harta de vivir allí. Quiere vivir conmigo.

—Si ni siquiera te conoce. Tuve que borrarle la memoria, ¡no te recuerda!

—No importa. Ya es mayor como para que decidas todo por ella, Fuujin. Tienes que dejarla decidir por ella misma qué es lo que quiere hacer.

—¡No puedo hacer eso!

—¡Debes! —exclamó, dando un paso hacia él—. La has tenido encerrada en una mentira desde que Katz murió. Cleventine tiene que saber qué es lo que pasa, tiene que saber la verdad.

—De ser así, estaría en peligro.

—Pues entonces, al menos, déjala decidir qué hacer con su vida con lo poco que tiene ahora. Si la llevas de vuelta a casa, destrozarás su ilusión. La ahogarás del todo. ¡Volverá a escaparse! Sabes tan bien como yo que los humanos son extremadamente frágiles en estas situaciones. ¿Es eso lo que quieres?

—¿Cómo esperas que te la confíe a ti? ¡Todavía eres un crío, sólo tienes 20 años, acabas de cumplir la mayoría de edad!

—¡Ya no soy un niño, Neuval! —gruñó Raijin—. ¡Y mucho menos soy un ignorante en este campo! No finjas que no lo sabes, seguro que ya te enteraste desde el principio. ¡Todo el mundo se enteró! —alzó las manos con fastidio.

—¿¡Y qué!? ¿¡Después de cinco años cambiando pañales ya te crees un padre experto!?

—¡Más experto que tú a mi edad, loco chiflado!

—¿Qué te has creído, criajo? Tus gemelos todavía son pequeños, es fácil vigilarlos.

—¡Son mellizos!

—Pero Cleven ya no es pequeña, no será tan fácil de vigilar, Brey, ¡con una adolescente no es tan fácil como crees!

—¿Con quién te crees que estás hablando? —masculló Raijin, harto—. Soy un maldito “iris” de nacimiento, Neuval. ¡Llevo cinco años siendo padre! ¡Con la madre de mis hijos muerta tras el parto! ¡Y llevo siete años cuidando de la KRS, tu KRS, porque con tu exilio y tu depresión nos dejaste huérfanos! —acabó gritando con todas sus fuerzas, sintiendo puras emociones contenidas dentro durante años—. ¿¡No se te ocurrió pensar que la muerte de Katz me destrozó a mí también!?

Se produjo un silencio en toda la calle. Neuval no fue capaz de responder.

—Procuré seguir protegiendo y cuidando de todos, de nuestra KRS, a pesar de que tú creías que yo ya no era de fiar porque tuve aquel brote de majin aquella vez, sólo aquella única vez… —continuó Raijin—. Seguí cumpliendo con mi deber… a pesar de que ya no me quedaba familia alguna… Mis padres… Mi hermana… Izan… Mis sobrinos… Tú…

Neuval cerró los ojos, afligido.

—Hace apenas dos días, rescaté a tu sobrino de un problema, ¿lo sabías? —añadió Raijin.

—Te enteraste un poco tarde, de que Kyo tenía un problema —intentó desdeñar Neuval, terco, con tal de no darle la razón—. Te llamó Lao informándote…

—Si he aprendido algo estos siete años —le interrumpió el chico, tajante y sereno—, es que soy jodidamente más fuerte de lo que esperaba, y que me merezco con creces tu confianza. Y tu maldita gratitud.

Raijin sabía que no oiría de Fuujin palabras de gratitud, por esta relación difícil y distante que había habido entre ellos, pero al menos podía oír, precisamente en su silencio, que eso no se lo podía negar. Neuval eso lo reconocía. Incluso por un pequeño error de enterarse tarde de un problema con un miembro de la KRS, eso no le quitaba ningún mérito a todo lo demás con lo que Raijin había estado cargando sobre su espalda. El viejo Lao, cuando habló con él en el pub sobre la desaparición de Kyo, igualmente defendió a Raijin, diciéndole a Neuval que él también tenía una vida muy complicada. Y Neuval lo sabía, que el pequeño hermano de Katz había acabado cargando con todo y más durante esos siete años, y por eso no tenía ni tiempo para dormir ni para jugar siquiera con sus propios hijos de 5 años.

 —Así que déjame ir con Cleven —concluyó Raijin—. Por una vez en tu vida, dale un voto de confianza a ella también. No es un frágil trozo de cristal. No la podrás proteger y alejar de este mundo y sus peligros eternamente. Sólo consigues ahogarla. Sé que para ti ella lo es todo, así que, si eso es verdad, déjala vivir de una vez como una persona libre. No puedes estar siempre teniendo miedo de perder a alguien más. Que a Katz le llegara a pasar aquello, no quiere decir que también le vaya a pasar a Cleven. Tú mismo lo has dicho, ella ya no es pequeña. Tienes que aceptar que ya es hora de dejarla tener su propia vida.

Neuval entornó los ojos, sin saber qué decir. Claro que deseaba la felicidad de su hija, por encima de todo. Y tras oír lo que le había dicho Raijin, tenía que contemplar definitivamente esa opción. Tenía razón, le daba pavor la sola idea de que le pasara algo malo a Cleven. Y ese pavor se intensificó cuando murió Katz, desde entonces Neuval fue incapaz de perder de vista a Cleven un solo segundo, y por ese miedo de perderla también a ella, la sobreprotegía hasta un punto que ya llegaba a ser excesivo.

Tenía que aceptar que ella no iba a ser su pequeña para siempre, y que debía dejarla empezar a tener su propia vida y sus propias decisiones. Neuval bajó la mirada con tristeza. Al parecer, no tenía más remedio, ya era tarde para hacer como si nada hubiera pasado. Le dolía reconocer que los hijos crecían, y que todos vivían en el mismo mundo, y por eso todos tenían derecho a conocer el mundo en el que vivían, tanto con sus cosas buenas como con sus cosas malas. Esas cosas malas siempre iban a estar ahí. Sólo podía confiar en que Cleven, como toda persona libre, aprendería a tomar su camino y enfrentarse por sí sola a lo que le deparase el futuro.

El rubio, leyendo en el suspiro agotado de su cuñado una ligera conciliación, se preguntó si esto significaba que Neuval había entrado en razón al final y le daba permiso para ir tras Cleven, porque el Fuu aún no parecía del todo convencido, la expresión de su rostro aún denotaba cierto conflicto y duda. Lo que le sorprendió a Raijin fue notar que, aparte de esos dos sentimientos, Neuval estaba padeciendo un gran peso de culpa consigo mismo. Una vez más.

Inesperadamente, se produjo un destello de luz junto a ellos, y aparecieron de la nada Denzel con Alvion y dos de sus guardianes vestidos con traje y corbata. Raijin se quedó perplejo al ver al anciano, y rápidamente adoptó una postura firme y respetuosa. Neuval, por su parte, cerró los ojos y protestó con fastidio.

—Maldito arrogante anarquista del demonio… —le gruñó Alvion—. Eres un desagradecido, Neuval, ¡no puedo más contigo! No has respetado el trato que te he dado. Si no has encontrado a tu hija todavía, demuestra lo irresponsable que eres.

Va te faire foutre —le espetó Neuval.

—Eh, esa lengua —le reprimió Denzel.

—Dichoso Fuujin, cuidar de ti sigue siendo el calvario de toda mi vida, ¡me tienes frito! —rezongó Alvion.

—Vamos, Alvy —le sonrió Neuval con burla—. Pero si en realidad me adoras y no puedes vivir sin mí. Que ya sé que me has echado de menos. Es comprensible. Soy demasiado atractivo.

—Sí, Neuval. Te adoro. Eres el amor de mi vida, mi completa perdición —suspiró Alvion con sarcasmo—. Te llevo soportando desde que eras un crío.

—Reconócelo, vejete, te lo pasaste muy bien conmigo en mi año de entrenamiento, como cuando sustituí tu champú por tinte verde fosforito. Estabas tan guapo que todos los habitantes del Monte Zou no paraban de hacerte fotos. Pero tú te vengabas con bromas peores, ¿eh? Que todavía tengo pesadillas con cucarachas en mi cama.

—Te lo mereciste, y que sepas que fui muy blando, porque al principio tenía intenciones de ponerte escorpiones —gruñó el anciano.

Raijin estaba ahí entre los dos, moviendo los ojos solamente de uno a otro, mudo, sin poder creerse que estuviera volviendo a presenciar después de tantos años otra escena extravagante entre Alvion y Fuujin. Eran los seres más poderosos del mundo y sus encuentros siempre eran de lo más extraños, empezaban con riñas, luego con burlas y continuaban reprochándose anécdotas del pasado cada cual más absurda.

—… tanto presumir que proteges a tus “iris” —seguía discutiendo Neuval—, ¡pero a mí una vez me castigaste cruelmente a lavar toda la ropa de los “iris” que ese día fueron a entrenar a la ciénaga!

—¡Porque el día anterior te descubrí haciendo mercadillo con mi ropa interior! —le gruñó Alvion, rojo de enfado.

—¿¡Tienes idea de la gran cantidad de dinero que gané con ello!? ¡Ese día compré helados para todos mis compañeros! ¡Nunca valorabas mis buenas acciones!

—¡Tus buenas acciones siempre venían acompañadas de desastres o fechorías!

—¡Hasta tu hijo disfrutó ese día de su helado de chocolate amargo, su preferido!

—¡Arrastrabas a Yeilang en tus líos cuando su deber era aprender el buen comportamiento y la responsabilidad para heredar el peso de la Asociación!

—¡Se lo pasaba genial conmigo y lo invitaba a jugar con los demás “iris” para que no estuviera todo el tiempo estudiando y sometido a tus duros entrenamientos! ¡Tu hijo merecía un respiro de vez en cuando, y tu nieto también!

—¡No metas a Yako en esto!

Raijin y los dos guardianes estaban muy quietos y callados, cada vez más agotados, mientras que Denzel se pellizcaba el entrecejo.

—¿Podemos avanzar de una vez? —suplicó el Taimu.

—Sí, basta de tonterías —dijo Alvion, recolocándose la solapa de su kimono verde—. No me dejas más remedio, tu tiempo ha acabado. —Con un gesto de la cabeza, los dos guardianes fueron hacia Neuval y lo agarraron cada uno de un brazo, como si fuesen dos policías arrestando a un delincuente.

—¡Espera, Alvion, ahora estoy ocupado! ¡Estoy a punto de encontrar a mi hija!

—He estado observando la situación a través del "iris" de Brey, y gracias a eso he podido localizarte. ¡Ya has encontrado a tu hija! ¡Para ya de marear la perdiz, deja que Cleventine se reúna con su tío y que este se encargue de ella! Cleventine estará perfectamente segura con Brey —señaló a Raijin con un gesto firme—, el muchacho ya te ha dicho que no tiene problemas de majin desde hace años, y yo eso lo corroboro.

—¡No, quiero ser yo quien se reúna con ella, dame quince malditos minutos!

—¡No! —replicó Alvion con autoridad.

—¡Niños! —exclamó Denzel de repente, tan alterado que sobresaltó a los otros dos y los dejó mudos; el profesor se pellizcó el entrecejo por encima de las gafas—. Niños… —repitió con un suspiro más sosegado—. Vuestro valioso tiempo de vida es demasiado corto para perderlo por octogésima vez en vuestras absurdas peleas.

—Eso díselo a Alvion, que le quedan dos telediarios —bufó Neuval.

—Rasgur —llamó Alvion a uno de los guardianes trajeados que estaba aprisionando a Neuval, tendiendo una mano hacia él, y Rasgur sacó del bolsillo de su pantalón un rollo de esparadrapo que tenía ya preparado, dándoselo al anciano.

—¡Vale! Vale —apaciguó Neuval, viendo al Zou con intenciones muy serias de pegarle esparadrapo en la boca, pues no sería la primera vez.

—Denjin-sama, muchacho, disculpa todo este embrollo —le dijo el anciano a Raijin mientras le devolvía el rollo al guardián—. Y tú, Fuujin, ya arreglarás tus problemas con tu cuñado cuando vuelvas, ¡pero tus problemas con tu majin no pueden esperar más, Hatori Nonomiya ya está siguiendo las pistas de tu masacre! Carajos... —hizo una pausa para respirar—. Denzel, me disculpo, tienes razón. Por favor, llévanos ya a mi templo.

Neuval, impedido de moverse y viendo que ya no le quedaba más remedio, miró a Raijin antes de que Denzel y Alvion se pegasen a ellos para teletransportarse.

—Como le pase algo malo a mi hija... —le advirtió—… lo pagarás caro. Así que ve con cuidado, Brey, porque de ahora en adelante voy a estar al tanto de todo y no me voy a despegar de vosotros. De todos vosotros. —Por primera vez en siete años, Neuval adoptó por fin su gesto, su expresión, su verdadera cara; una larga sonrisa perversa y una mirada tenebrosa, el verdadero Fuujin adicto a las payasadas y a las bromas pesadas, a explotar y destruir cosas y a patear los culos de los criminales, había despertado—. ¡Preparaos, porque os voy a poner las pilas!

Raijin abrió los ojos, desconcertado. No podía creérselo, eso significaba... El hecho de que el mismísimo Alvion estuviese ahí para llevárselo al Monte Zou sólo podía significar una cosa. Y con ese “vosotros”, ¿se estaba refiriendo a la KRS?

Cuando los cuatro desaparecieron del lugar en una fracción de segundo, Raijin, completamente solo en la calle, no pudo reaccionar todavía. «¿Va a… volver?» se estremeció. Se llevó una mano a la cabeza, abrumado, eran demasiadas cosas en muy poco tiempo, demasiado en que pensar. Primero descubría a Cleven, luego aparecía Neuval, luego este declara de repente después de siete años que va a volver, y ahora... Ahora había algo muy importante que hacer, más que cualquier otra cosa, y no podía perder tiempo.

Miró en dirección al Parque Yoyogi, donde se había dirigido Cleven. Debía de estar allí, tenía que ir a asegurarse de que no había ido muy lejos. Pero antes, se quedó pensando qué le iba a decir. Una cosa estaba clara, lo había decidido.


* * * *


El cielo ya se estaba oscureciendo en aquella triste tarde de viernes, con un toque anaranjado en el horizonte mezclado con el añil del anochecer. Cleven seguía ahí, sola, en silencio, apoyada sobre la barandilla del estanque. Lo único que reinaba en el lugar era el murmullo de las hojas de los árboles mecidas por el viento y el susurrar de las aguas. Había perdido la noción del tiempo, consumida en el amargo sabor que dejaba un corazón roto. Sus sollozos habían cesado y sus ojos apuntaban al vacío, cansados.

Todo se había acabado con el peor final que se podía imaginar. Ya no tenía más remedio que volver a casa y despedirse de todo lo que había vivido en esa semana. Sí, era la mejor opción. Tenía que volver a casa.

—Acabo de hablar con tu padre.

Cleven aferró la helada barandilla con fuerza, ahogando un respingo de susto, pero no movió ni un músculo. La verdad es que no le sorprendía que él la hubiese encontrado. Esa voz, otra vez, a sus espaldas, le daba malos recuerdos. Pese a eso, analizó esas palabras que acababa de oír. Su padre. ¿Su padre acababa de estar por ahí cerca y se había encontrado con Raijin? ¿Se habrían peleado? ¿Habrían estado hablando? Lo que realmente no comprendía era por qué estaba Raijin ahí en vez de su padre. Sólo había venido hasta aquí uno de los dos.

La verdad, no sabía qué era peor. Incluso quizá hubiera preferido que la persona que estaba tras ella fuera su padre, furioso, dispuesto a castigarla de por vida. Porque, sin duda, tener a Raijin ahí era mucho más duro.

Se moría de la vergüenza. Se sentía la persona más tonta del mundo. No podía ni girarse para mirarlo. Escondió la cara entre sus brazos, sobre la barandilla.

—¿Qué te ha dicho? —murmuró.

Hubo un rato de silencio entre los dos. Oyó los pasos de Raijin acercándose un poco, pero se mantuvo a una distancia. Las farolas del parque se encendieron repentinamente y una ráfaga de gélido viento les meció las ropas y el pelo.

—O… ¿qué le has dicho? —se corrigió Cleven.

—Le he contado la verdad…

—¡Q…! ¿¡Estás loco!? —gritó ella enseguida, girándose hacia él, con los pelos de punta.

—A medias —la calmó—. Le he contado la verdad a medias, que no me has dejado acabar. Obviamente no le iba a decir toda la verdad para que después me agarrase del pelo y me arrancase la cabeza del cuerpo.

Cleven resopló con fuerza, por un momento se le había parado el corazón. Volvió a darle la espalda y a mirar hacia el estanque, apoyándose entre sus brazos de nuevo, taciturna y preocupada.

—Le he contado… que nos conocimos de casualidad el otro día y que hasta hoy no teníamos ni idea de quiénes éramos.

—Pero… ¿le has dicho…?

—Iba por aquella calle con el coche y te vio a lo lejos, corriendo y llorando. Luego me vio a mí yendo tras de ti. Así que se bajó del coche y fue directo hacia mí a preguntarme qué te había hecho.

—Estaba furioso, ¿verdad?

—No. Estaba muerto de miedo —le corrigió Raijin.

Cleven frunció el ceño, sin entender esa respuesta, y miró al rubio.

—Tu padre creyó que yo te había herido o asustado, o que te había pasado algo horrible. Se acercó a mí furioso, porque por dentro estaba asustado. Le da pavor que te suceda algo malo. Y por eso se enfada, Cleventine. Porque te adora.

Oír eso dejó a Cleven desconcertada. Nunca lo había pensado de esa forma. Nunca se había dado cuenta.

—Le he tenido que explicar por qué te vio de ese modo. Le he dicho que habías empezado a tener sentimientos por mí, y que al descubrir esta tarde quién soy… eso te había afectado mucho. Así que… tenlo en cuenta… para… ya sabes… —se rascó la cabeza, incómodo—… para que tú no le digas más cosas o te vayas de la lengua.

—Incluso si eso es lo único que sabe, debe de estar horripilado… Que yo empezara a sentir algo por… mi… ¡Es inconcebible! Dios… ¡Soy una idiota! —se llevó las manos a la cabeza, apoyándose en la barandilla—. ¡Es mi culpa! ¡Todo esto! Lo siento… Te he hecho pasar por algo así…

—No es tu culpa. Quítate eso de la cabeza —dijo él con tono severo—. ¿Cómo va a ser tu culpa si no tenías ni idea? En todo caso, la culpa es mía. Por no recordarte.

—¡Pero eso tampoco es culpa tuya! —saltó ella, mirándolo apurada.

—Bueno. Pues entonces nadie tiene la culpa de esto. Aunque no lo creas, hay más gente en este mundo que le ha pasado algo parecido, ¿sabes? Mucha gente vive sin conocer a personas que pueden ser sus parientes, gente que no sabe que tiene un hermano o una madre biológicos caminando al otro lado de la calle. —Cleven arrugó el ceño con sorpresa, imaginándoselo—. Mira... Ha sido una simple mala jugada de la vida. Una casualidad. ¿Podemos verlo de esa forma?

—¿Dices que lo normalicemos? ¿Lo que… hemos hecho?

—No, no que lo normalicemos, ya que eso no es normal. Solamente digo que aceptemos que fue un error sin culpables.

—Dices eso como si fuera fácil en tu mente.

Raijin se quedó callado. También era verdad, que para él era fácil procesar los sucesos de forma racional y gestionar los sentimientos que tenía al respecto para que no le afectase y pudiera continuar con su vida. Pero para un humano como Cleven, por mucho que se dijera a sí misma que ha sido un error y lo aceptase como tal, iba a tener esos recuerdos persiguiéndola, volviendo a infundirle vergüenza, incomodidad, dificultando seguir con su vida. Lo que para un “iris” se resolvía con el “iris”, para los humanos se resolvía con el tiempo.

—No pasa nada. Cleventine. No es tan grave como lo quieres ver.

—¿Cómo que no es tan grave? ¡Un tío… y… una sobrina…!

—Imagínate toda la historia humana, hasta hace uno o dos siglos —ironizó—. Que hasta era habitual entre hermanos, y primos. Incluso entre abuelos y nietas, en las culturas antiguas. Sí, ahora es impensable y lo es por buenas razones. Pero ni lo hemos hecho adrede ni vamos a volver a hacerlo. Y por eso, no pasa nada. ¿Vale? —repitió con un tono más suave—. Hay cosas peores. Mucho peores. Matar a alguien. Violar a alguien. Incluso robar a alguien es peor que esto. Nosotros no hemos hecho nada malo, Cleventine, tan sólo una equivocación imprevisible que con el tiempo quedará atrás. Pero para eso tienes que empezar ahora mismo a dejar de culparte y castigarte. Hemos sido víctimas de una cruel casualidad. ¿Te queda claro?

Cleven se quedó en silencio. Recapacitó sobre ello. Las palabras de Raijin eran reconfortantes porque hablaba con lógica. Tenía razón. No era para tanto, comparado con otras cosas peores de la vida. Mejor lidiar con un error vergonzoso que con una culpa imperdonable. De todas formas, para ambos iba a ser algo más fácil deshacerse de la vergüenza con el tiempo porque ninguno de los dos recordaba nada sobre la noche anterior. Lo único que recordaban vergonzoso era haberse besado.

Cleven relajó los hombros por primera vez en una hora. El malestar seguía ahí, obviamente no se esfumaría enseguida. Pero también había alivio. Y la mitad de la vergüenza, que había parado su vida de golpe, se sustituyó por valor, para seguir adelante.

—¿Podemos empezar de cero? —preguntó Raijin. Sabía que ella necesitaba ayuda para dar el primer paso.

—Ehm… pues… —balbució—. No sé…

El rubio se acercó más a ella. Cleven se quedó muy quieta, poniéndose nerviosa. Tenía la espalda contra la barandilla.

—Cleventine. Un gusto volver a verte —dijo sin más, serio como siempre, y se llevó una mano al pecho—. Soy Brey Saehara. Tu tío. Cuánto tiempo.

La joven estuvo unos segundos paralizada sin saber cómo reaccionar a eso. Pero de repente se le escapó una risa, medio nerviosa y medio irónica, por toda esta locura de situación. Llevaba siete años deprimida porque todos los días eran iguales y nunca pasaba nada fuera de lo normal… y ahora estaba aquí. Delante de esto.

No pudo evitarlo. Miró al chico a los ojos con una sonrisa algo triste.

—Encantada. Me hace feliz conocerte por fin. Tío Brey. Muy feliz. No puedo creer que seas el hermano de mamá.

Él seguía con su cara seria de siempre. Pero asintió con la cabeza. Siguieron mirándose a los ojos un rato, más tranquilos.

—Supongo que… ya he llegado hasta el final del camino desde que me escapé de casa. Y supongo que… debería regresar ya a donde debo estar. Tengo que mentalizarme para el castigo de por vida que voy a recibir… Pero ha merecido la pena, sólo por conocerte, por saber quién eres —se le humedecieron los ojos—. Por ver que existe alguien más que estuvo conectado con mi madre. ¿Crees que podemos seguir en contacto… y volver a vernos en un futuro… y hablar de lo idiotas que fuimos aquella vez como una anécdota del pasado?

—¿Eso es lo que quieres?

—Sí… supongo… —se encogió de hombros, todavía resignada a aceptar el resultado inevitable de todo esto—. Si tú quieres.

Raijin no dijo nada. Como de costumbre. Volvía a ser ese chico callado y con cara de malas pulgas. Cleven pensó que eso ya era una despedida. Y se fue marchando por el paseo, sin querer mirar atrás. Ella tenía asumido que, después de lo que había pasado, no podía seguir estando con él y crearle más problemas. Suficiente había tenido.

—Creía que querías vivir con tu tío.

Cleven se paró en seco. Se volvió hacia él, el cual seguía de pie donde lo había dejado, con las manos metidas en los bolsillos y mirándola con mosqueo.

—¿Qué quieres decir?

Raijin anduvo hacia ella y la observó fijamente a los ojos.

—Hace dos horas me dijiste a gritos que querías vivir con Brey Saehara. ¿Qué ha pasado con ese objetivo?

—¿Qué? Pues… —dijo confusa—. No sé…

—¿No era tu deseo que querías estar conmigo?

—Pues… sí, pero… eso era cuando yo creía…

—No me refiero a tu deseo de “estar conmigo”. Sino a tu deseo de “estar conmigo”.

Raijin enfatizó esas palabras con una indirecta que Cleven acabó entendiendo. Obviamente no se refería a estar con su adorado Raijin. Se refería a vivir con su tío Brey. Porque se fue de casa para eso. Huyó de casa por una razón. Y no era sólo por un capricho egoísta. Cleven había huido de un barco que se hundía con su vida, para buscar la salvación en un cambio.

—¿Vas a vivir conmigo o no, pelmaza? —se impacientó el chico.

—¿Tú quieres… que viva contigo?

—Sí. Me gustaría —afirmó directo.

—En… ¿¡En serio!? —se le abrieron los ojos como platos, llenos de emoción.

—Cleventine. Yo también quiero estar contigo —le explicó él—. Como mi sobrina. Para mí también eres una de las pocas conexiones que me quedan con mi hermana. Y eso… tiene mucho valor para mí.

Ahí estaba. Por fin. Cleven se quedó maravillada. Nunca había visto una sonrisa más bonita. Raijin era capaz de sonreír, y lo estaba haciendo en ese momento.

—Es la primera vez que te veo sonreír.

—Bueno, al fin tengo un motivo para hacerlo —se encogió de hombros.

Cleven abandonó ya toda sensación incómoda y de duda, y lo abrazó con fuerza. Se rio con felicidad. Él también la abrazó y apoyó la barbilla en su cabeza.

—Ahora tendré que mentalizarme yo… de la tortura que será aguantarte cada día —dijo el chico.

—¡Oye! —saltó Cleven con enfado.

Raijin se rio y la separó de sí, para incitarla a marcharse de allí de una vez. Estaba oscuro y hacía frío. Era hora de irse a casa. Cleven también se rio, y caminó junto a él.

—Llámame Cleven, tío Brey.


<-- Capítulo 39 ---- Capítulo 41 -->

Comentarios