1º LIBRO - Realidad y Ficción
Neuval colgó el teléfono por quinta vez en esa mañana y se quedó ahí sentado en el sofá, con la vista fija en el aparato, rascándose su barba corta castaña clara y pensando a quién más podría llamar. Estaba en el cuarto de estar de una bonita casa tradicional japonesa, con puertas corredizas, y había muchos muebles antiguos. Pero los libros de las estanterías que lo rodeaban por todas partes eran chinos.
Su ropa de trabajo, la chaqueta, los pantalones y la camisa blanca, que había acabado roja con la sangre de aquellos delincuentes, se estaban lavando. La corbata de seda la había tirado directamente a la chimenea para quemarla.
A la dueña de esa casa no le inquietaba tener la lavadora llena de agua con sangre, ya estaba acostumbrada. Le había dado a Neuval unos pantalones vaqueros que pertenecieron a su hermano, pues ella aún guardaba en esa casa algo de ropa de Sai. La camiseta que iba a darle se estaba secando después de haberla lavado, así que Neuval ahora sólo estaba vestido con los pantalones vaqueros. Y ya no iba peinado, ahora tenía los cabellos alborotados en su estado natural. Hacía mucho que no se ponía tan cómodo.
Como la mayor parte del tiempo –o más bien, cuando estaba a la vista de los demás– solía vestir con traje y camisa, no se apreciaba mucho el hecho de que tenía el cuerpo propio de un luchador. Tenía buenos músculos, grandes, tonificados, perfectos, y ello sumado a sus 192 centímetros de altura, tenía de sobra para intimidar a cualquier hombre y para volver locas a las mujeres. Algo que sin duda aprovechó muy bien en su juventud. Hoy en día, la única afortunada era Hana, la cual incluso tardó meses en acostumbrarse a lo que ella llamaba sin tapujos "el cuerpo de un dios".
Neuval tenía una cicatriz muy antigua en el pectoral izquierdo, sobre el corazón, casi imperceptible. Lo extraño es que, a lo largo de toda su vida, él había recibido incontables heridas de bala, puñaladas o cortes en su cuerpo, que con el tiempo cicatrizaron, pero, con un poco más de tiempo, dichas cicatrices desaparecieron. Extraño, porque las cicatrices se quedan, nunca se van. La única cicatriz que permaneció en su cuerpo era aquella de su pectoral, y aun así, no se notaba mucho.
Había estado telefoneando a la casa de Raven, pero nadie cogía; al instituto por si habían vuelto a ver a Cleven por ahí, pero nada; a un par de amigos de ella, a ver si sabían algo, y tampoco; finalmente, había llamado al Hotel Sunshine City Prince, al Hotel Ark, al Metropolitan… y nada.
Sobre la mesilla del salón, justo frente a él, había dos grandes álbumes de fotos abiertos. Fotos de la familia. Había estado recordando viejos tiempos con la mujer mayor que en ese momento estaba entrando en el salón con dos tazas de té en la mano. Era una mujer china con la mirada más tierna que existía. Cuando miraba a alguien con esa calidez, a ese alguien de repente le entraban ganas de abrazarla. No era muy alta, y era delgada, con el cabello ya blanco, pero con un corte moderno por encima de los hombros, y se movía con energía. Le dio una de las tazas a Neuval. Él la cogió, inspiró hondo el aroma del té, y vio que estaba extremadamente azucarado, como a él le gustaba. Después de haber estado tenso mientras hacía esas llamadas de teléfono, de repente volvió a sentir relax y alivio. La mujer se puso tras él, por detrás del sofá, y lo abrazó, rodeando su cuello con sus brazos y apoyando la mejilla sobre su cabeza. Neuval dejó salir un suspiro reconfortante.
—Gracias.
—Para ya de darme las gracias —le pidió ella—. Ya van veinte veces esta mañana. Y siete millones de veces desde que tenías 10 años. Deja de darme las gracias por literalmente todo.
—Para eso, tendrías que matarme —sonrió Neuval.
Ming Jie también sonrió y, después de darle un apretón lleno de cariño entre sus brazos, se sentó a su lado en el sofá con su taza de té.
—Tu camiseta ya está seca, cielo.
—No tenías que haberte molestado tanto, te dije que yo podía lavar mi propia ropa y hacer yo el té para ambos y... ¡aah! —gritó de pronto, pues Ming Jie le dio un fuerte pellizco en el hombro.
—¡Déjame cuidarte un poco, diantres, ¿no entiendes lo mucho que añoro cuidar de mis niños?! —exclamó enfadada—. ¡Soy tu madre y es para eso para lo que me tienes!
—Y mira para lo que me tienes tú a mí, para seguir molestándote con mis... ¡aaaahh! —Recibió dos pellizcos a la vez.
—¡Que vengas a verme y a molestarme es lo que me hace feliz, patán!
—Ayyy... Vale, te molestaré todo lo que pueda, pero no me pechisques más...
Ming Jie se quedó de repente con una cara perpleja. Neuval la miró confuso, preguntándose qué le pasaba, hasta que ella empezó a partirse de risa.
—¿¡Pero qué has dicho!? ¡Ajajaja...! ¡Pechisques! ¡Jajaja...!
—¿Qué? ¿Lo he dicho mal?
—¡Jajaja...! Cariño, ¿cuánto hace que no hablas el cantonés?
—Pues desde la última vez que te visité, hace tres semanas.
—Qué raro es oírte cometer un error de pronunciación, hahahah... Si ya dominabas a la perfección el idioma desde pequeño.
—Tuve una buena maestra —sonrió él, rodeándola con un brazo—. No seas dura conmigo, a veces se me puede escapar algún error. Me paso la vida hablando en una docena de idiomas cada día en el trabajo.
—¿No hablas con tu padre en cantonés durante el trabajo?
—Sólo cuando nos insultamos.
—¿Se porta bien tu padre contigo en el trabajo?
—Es exactamente igual de pesado que tú con lo de cuidarme.
—¡Ogh! —hizo un aspaviento—. Neuval, ¿pero cómo no vamos a intentar cuidarte siempre a todas horas?
—¿Sabes que tengo 45 años?
—Eso no importa —repuso ella con firmeza, levantando un dedo, y después cogió uno de los álbumes de la mesa y se lo puso sobre las piernas, observando esas fotografías con una triste sonrisa. En esa página, había fotografías de Neuval de adolescente, posando junto con su hermano Sai—. Unos padres nunca deben dejar de hacerlo —murmuró, acariciando con los dedos la imagen de Sai.
—Mamá... —musitó Neuval, preocupado, pero ella recuperó la sonrisa enseguida.
—Fíjate qué guapos estabais aquí los dos. Te dejaste el cabello más largo este año porque una chica te dijo que tenías el color de cabello más bonito del mundo.
—¿Y no tenía razón?
—¡Pues claro que ella tenía razón! Hahah... Pero a ti no te gustaba llevarlo largo, y aun así te lo dejaste crecer, porque esa chica te gustaba mucho. Pero cuando la viste yéndose con otro chico, se te rompió el corazón, y tu hermano te rapó la cabeza entera y ese día os fuisteis juntos a divertiros a la playa.
—Sai siempre sabía qué hacer... cada vez que me pasaban cosas malas —asintió Neuval, sonriendo con nostalgia—. Sólo era unos meses mayor que yo, pero se comportaba como un auténtico hermano mayor.
Ming Jie no dijo nada, pero estaba contenta mirando más fotos y pasando las páginas. Llegó a la parte donde sólo había fotos de Sai de bebé y de su infancia.
—Ojalá pudiera añadir aquí fotos tuyas de cuando eras bebé o un niño pequeñito. Hm... —suspiró—. Ojalá te hubiéramos encontrado muchos años antes, Neu. Habría tenido amor de sobra para ti y para Sai. Yo lo sé, sé que estabas destinado a ser nuestro. Incluso si hubiéramos podido encontrarte junto con Monique también... a ella también la habría amado con todo mi corazón.
Neuval se quedó en silencio. Fingió estar tranquilo, pero tenía un nudo en la garganta por la mención de Monique. Disimuló, dándole un abrazo a su madre para consolarla y ocultar así su propio desconsuelo.
—Aaah, aquí está, por fin encontré la foto que venía buscando antes, cariño —dijo ella, señalándola en la página, y miró a Neuval a los ojos con una sonrisa radiante, igual de radiante que la sonrisa que aquel Neuval de 22 años mostraba en esa foto, sosteniendo a un bebé de ojos azules—. No me digas que no es la mejor foto del mundo. Aquí, con tu primer hijito, cagado de miedo y al mismo tiempo rebosante de felicidad.
—¿"Cagado de miedo"? ¿Desde cuándo hablas así? —se rio él—. Aquí Lex tenía ya 1 año y medio. Yo ya dejé de tener miedo mucho antes. La pobre Katya estaba en el momento más importante de su carrera cuando Lex nació, y en ese entonces ella era la única de nosotros dos que tenía un buen trabajo y podía traer dinero a casa. Yo estaba estudiando mi penúltimo año de universidad de mi segunda carrera de Ingeniería Aeronaval, así que fui yo quien se quedó en casa dos años enteros, cuidando de Lex y del hogar cada día, mientras leía mis libros y apuntes, y mientras Katya salía a trabajar. Me volví un auténtico profesional cuidando a Lex.
—Es verdad, siempre lo llevabas contigo en esa mochilita, te lo ponías en el pecho mirando al frente, y él observaba todo lo que hacías. Katya lamentaba tanto no haber podido disfrutar de Lex durante sus primeros dos años, que cuando tú por fin creaste tu empresa y empezaste a trabajar, ella se tomó todo un año sabático para estar exclusivamente con Lex. Ay... —suspiró con ternura—. Lo hicisteis muy bien, Neu. Un niño como Lex no podía ser más afortunado con los padres tan maravillosos que tenía. Por eso Lex siempre ha sido tan formidable, igual que Cleventine y que Yenkis.
—Ya... no sé... —comentó Neuval con un tono alicaído—. Yo aún me sigo preguntando cómo pudo Katya darme unos hijos tan perfectos...
—¡Pues igual que se los diste tú a ella!
—A veces no me lo explico... cómo pudo salir algo bueno de mí... Lo único que mis hijos pueden sacar de mí son cosas malas y defectos...
Neuval resopló con desgana. Pero de pronto se dio cuenta de que Ming Jie le estaba clavando una mirada asesina.
—Dieu! —pegó un bote en el sofá del susto que se dio, pero la mujer seguía aniquilándolo con los ojos—. Mamá... ¿Por qué me...? Para, por favor, me das miedo...
¡PLAS! Ming Jie le agarró una oreja de un manotazo y comenzó a retorcérsela.
—¡Aaah!
—¡Retira eso! ¡Retira eso que has dicho!
—¡Ayyyaaah!
—¡No te soporto cuando te pones a menospreciarte! ¡Siempre con esa estupidez metida en la cabeza! ¡Deja de hablar mal de ti mismo de una vez por todas, no te permito que digas esas cosas de ti mismo o te echo de esta casa! ¡Pero primero te doy tu ropa limpia y un par de tuppers de comida! ¡Retíralo, te he dicho!
—¡Vale, lo retiro, lo retirooo!
Ming Jie soltó su oreja pon fin, quedándose conforme. Neuval se frotó la oreja con dos lagrimones en los ojos.
—Por eso quería enseñarte esta foto, Neu. Para que lo recuerdes, para que no te olvides de quién eres, de por qué eres quien eres. Aquí fue cuando te convertiste en un Fuujin de máximo nivel. Aquí. Aquí fue cuando la vida comenzó a cobrar sentido para ti, por primera vez, a pesar de tu pasado, de tus traumas y de tus defectos. Y esa razón sigue ahí, Neuval. Antes de irme a preparar el té, me hiciste una pregunta. Y la respuesta es no. No estás perdido. No eres un caso perdido. Y no tienes la culpa de padecer la enfermedad del majin. Hay miles de iris que padecen el majin y no es su culpa. De lo único de lo que tú eres culpable, es de olvidar constantemente el motivo por el que te aferraste a vivir, a luchar y a no rendirte. Katya no era ese motivo, Neu. Tu motivo no se murió con ella. Todavía lo tienes dentro de ti, la persona que realmente eres, debajo de todas esas luces y sombras que te confunden.
Neuval siguió frotándose la oreja enrojecida, pero miró a otro lado con pesar y duda, sin saber qué decir durante un rato.
—Yo sólo me remito a los resultados. Y los resultados me muestran que estoy haciendo las cosas mal. No consigo que Lex me hable a pesar de todos mis intentos y acercamientos. ¿Sabes lo que pasó hace dos meses? —la miró, y Ming Jie negó con la cabeza—. Era un martes. Tuve una mañana muy densa de reuniones, y a mediodía salí de la empresa para alejarme un rato e ir a uno de los restaurantes de la zona para comer algo. Pasé por el parque de la avenida, el que está cerca del hospital, y vi a lo lejos a Lex, sentado en un banco, con su traje de cirujano, llorando solo y en silencio. No lo pensé dos veces, crucé la carretera en medio del tráfico y fui corriendo hasta él.
—Neu, ¿él tenía el traje de cirujano y fuiste capaz de acercarte a él así sin más? —se sorprendió ella—. ¿Qué pasa con tu pánico y fobia a los médicos?
—Bueno, en ese momento no sentí nada de mi fobia, yo sólo sé que ver a Lex llorando me impactó, porque él no suele llorar nunca. Y pensé que algo horrible había debido de pasar. Pensé mil cosas terribles, que quizá Riku había tenido un accidente y había muerto, o quizá que algún miserable le había pegado o hecho daño, o que había descubierto que tenía una enfermedad terminal... Fui a preguntarle directamente, sin avisar. De hecho, le di un gran susto. Y aquí fui descuidado, olvidé actuar como un iris y abordar la situación desde un comportamiento más precavido, analizando primero el estado emocional del humano afectado para después actuar acorde a la progresión de las diversas fases emocionales de un problema...
—Para. Neuval —lo detuvo con un gesto de la mano—. Te acercaste a él como un padre preocupado, no como un iris yendo a atender a un simple humano con problemas. ¿Tuvo Lex una reacción adversa hacia ti? —Neuval asintió—. ¿Crees que habría sido diferente si te hubieras acercado a él con la precaución y la racionalidad de un iris? —Neuval miró a un lado, dubitativo, y se encogió de hombros, sin tener ni idea.
—Yo sólo sé que Lex se sintió peor cuando me vio y le pregunté sin parar qué le había pasado y si estaba bien. Si antes estaba triste y desolado, yo le sumé un enorme estado de incomodidad. Intentó darme evasivas, diciendo que no era nada, e intentó marcharse con prisas, diciendo que tenía que volver al trabajo.
—Pero tú, con tu inteligencia iris, analizaste sus gestos y su comportamiento, y ya sabías lo que le había pasado, sin necesidad de que él te dijera nada. ¿Verdad?
—El paciente al que había estado 8 horas tratando de salvar de un tumor cerebral, finalmente había fallecido en el quirófano durante la operación —asintió Neuval—. Sé que esa fue su primera vez. Su primera muerte como médico. Sé que Lex se vio aplastado por el peso de la culpa y el fracaso, y cómo eso le destrozó durante días. Si él me hubiera dejado hablarle, yo habría sabido consolarlo, porque yo he vivido exactamente esa misma experiencia como iris, la cantidad de humanos que no pude lograr salvar en medio de una misión o de un crimen... Lex podría haber hablado de ello conmigo, en lugar de afrontar todo el dolor y toda la culpa solo. Sé que yo le habría hecho sentir mejor, ¡lo sé! Pero...
El parisino dejó salir un suspiro frustrado y agotado. Ming Jie le acarició el hombro, sin decir nada, pero transmitiéndole que lo comprendía.
—Y luego está Cleven. Escapándose de casa. Huyendo de mí.
—No huye de ti, Neu...
—Por supuesto que huye de mí. ¡Yo también huiría de mí, mamá! Soy un desastre como padre... y como iris... ¡Porque esto tendría que haberlo visto venir! Yo no me daba cuenta o no quería darme cuenta, pero era cuestión de tiempo que algo explotase en ella, y... en lugar de atención, lo único que he puesto sobre ella es mucha presión. Creía que así la estaba ayudando a aprender a tener una vida estable y segura, a no cometer errores, a no meterse en problemas... cuando los errores y los problemas también forman parte de la vida.
—Dime, ¿de verdad crees que puede estar alojada en un hotel y no en casa de alguna amiga? ¿Te lo ha dicho Nakuru?
—Nakuru no me ha dicho nada, no la he obligado —respondió mientras se frotaba los ojos con un gesto cansado—. Sé que ella quiere a Cleven y no sería justo destruir su lealtad por su mejor amiga por deberme lealtad a mí por ser su Líder. O más bien, ex-Líder. Y por eso estoy más tranquilo de lo que debería, porque esté donde esté Cleven, sé que Nakuru está con ella protegiéndola.
—Pero si ya has llamado a todos los hoteles de la zona y no está en ninguno... No puedo evitar que se me pase esta idea por la cabeza, pero, ¿crees que hay alguna posibilidad de que Cleven esté con su tío Brey?
—Hmmmm... —soltó una especie de gruñido con fastidio—. Uno: me falta un hotel por llamar. Y dos: Cleven no sabe nada de Brey —masculló—. Es imposible que esté con él, si ni siquiera sabe si existe, o cómo es. Además, esa posibilidad ya la mencionó Kei Lian cuando fui a casa de Denzel.
—Y la descartaste enseguida, ¿verdad? —sonrió—. Sigues siendo igual de cabezota con ese asunto como siempre, aún no comprendo por qué odias tanto a Brey.
—No odio a Brey, odio lo que tiene dentro de sí, igual que odio lo que yo tengo dentro de mí. Es una historia complicada. Pero jamás podría odiar a los hermanos de Katya, sólo son críos —le aclaró, bebiéndose su té pastoso de un trago—. En fin, el último lugar al que me queda llamar es el Hotel Shibuya Excel Tokyu. No hay otra opción por la zona, y dudo que Cleven se haya ido más lejos. Maldita sea, ¿por qué me ha tenido que hacer esto? —farfulló con fastidio otra vez, recostándose sobre el respaldo del sofá con los brazos extendidos—. ¿¡Te puedes creer que hace un año Cleven se compró un teléfono móvil que no es de mi marca!? Sabe que el móvil que yo le di fabricado por mí tiene un localizador de emergencia instalado. Y se compró otro... de otra marca... para que yo no pudiera localizarla, y... Mamá, ¿te estás riendo?
—Haha... Ay, perdona, cariño —se disculpó, tapándose a boca—. Es que me parece tan adorable lo muchíííísimo que Cleven se parece a ti... Juju... Tú habrías hecho exactamente lo mismo a su edad.
—¡Precisamente por eso esa niña me da tantos disgustos y no duermo tranquilo!
—¡Hahahah...!
—Mamá... —se mosqueó—. ¿Quieres tener un poco de empatía conmigo y compadecerte un poco de mí?
—Yo he criado un Neuval y tú estás criando una Cleven. Te comprendo mejor que nadie, cielo.
—Ya, ya... —refunfuñó y se cruzó de brazos, acomodándose en el sofá —. Ya sé que yo no fui un hijo muy ejemplar para vosotros. Pero eso es por la infancia que tuve, y yo a Cleven la he educado bien, le he dado de todo...
—Pero le has quitado lo más importante —repuso Ming Jie—. Los recuerdos de todo eso. Del mundo que le enseñaste. Sé que lo hiciste para protegerla, yo hubiera hecho lo mismo en tu situación. Pero, por eso, debes comprender por qué ella ha hecho lo que ha hecho. No debes verlo como algo que ella quería hacer, sino como algo que necesitaba hacer. La vida que ha tenido en los últimos siete años no es su vida, y aunque ella no lo sepa, creo que lo nota. Además, no digas que tú no fuiste un buen hijo. Tenías tus defectos, tus vicios y tu mala conducta hacia todos, pero no hacia nosotros. Cuando Kei Lian te trajo a casa, nos convertiste en las personas que más querías, te preocupabas por nosotros y siempre nos cuidabas y protegías. Ni Kei Lian, ni tu hermano Sai ni yo te habríamos cambiado por nada. Eres un buen hombre, Neuval. Pero te han pasado muchas cosas malas.
—Tener buenas intenciones no es suficiente. Hay que acertar en todas tus acciones. Yo no doy ni una.
—¿Te crees que eso es ser un desastre de padre? Entonces todos los padres del mundo son un desastre también. Neu, esos malos resultados de los que hablas no son más que cosas naturales de la vida, de las familias, de tener hijos. ¿Crees que Kei Lian y yo no cometimos también nuestros errores como padres? Y no sólo sobre ti, sino sobre Sai también. Nadie nace sabiendo. Lo importante es querer aprender y querer remediar. ¿Qué es lo que quieres tú, Neuval?
Él se quedó unos segundos en silencio, mirando fijamente su taza vacía sobre la mesa.
—¿Que qué quiero? —repitió en un murmullo apesadumbrado—. No mucho, la verdad. Yo sólo quiero recuperar la unión de mi familia. Que no muera nadie más. Que Lex y Cleven vuelvan a quererme como antes. Que Katya vuelva. Que podamos vivir todos en paz, que los Lao y los Vernoux volvamos a ser una única familia, que el Gobierno deje de perseguirme, que los criminales dejen de atentar contra los inocentes, que los dioses reconsideren y arreglen su equilibrio, que haya una verdadera justicia en el mundo, que mis niños de la KRS encuentren su felicidad. ¿Es mucho pedir? Cuando Katya vivía, todo eso me parecía perfectamente posible de lograr, es más, lo estábamos logrando. Pero supongo que sí, ahora todo eso es mucho pedir. Así que... ahora, lo único que quiero, no es que Cleven regrese a casa exactamente. Lo que más deseo... es que Cleven vuelva a ser feliz, como la Cleven que yo conocía, la que ella era en el pasado. Esa Cleven era feliz. Y no he vuelto a verla así en muchos años... Es como si borrar su memoria la hubiese convertido en otra persona.
—Lo entiendo, Neu —le agarró la mano sobre su rodilla—. Y eso es algo que yo también quiero de ti. Yo también quiero que vuelvas a ser el Neuval de antes. Tenías el mundo bajo tus pies, casi literalmente. Y digo yo... ¿No crees que ser iris es lo que siempre te ha llenado de verdad?
—¿Eh? ¡Tú también no! —protestó—. ¿Por qué todos me presionáis?
—Heh, perdona. La verdad es que a mí no me gustaría que volvieses a esa vida. Ya lo sabes.
Neuval comprendió por qué había dicho eso. Ming Jie Lao, cuya familia había estado relacionada con la Asociación del Monte Zou durante muchos años, ya había perdido a un hijo y a un nieto por culpa de esta, además de provocar su divorcio.
Ming Jie era una prima muy lejana de Kei Lian, ambos eran de la misma familia Lao, pero procedentes de dos ramas diferentes. Ming Jie conocía a Kei Lian y a su fallecido hermano gemelo desde que eran muy pequeños, ella siempre los visitaba cada semana en el orfanato y les traía chocolate caliente casero.
Ella venía de una familia buena y tuvo unos padres normales, acomodados, gente de negocios. Pero nunca se supo nada de los antecesores de Kei Lian, aunque siempre fueron considerados como la rama podrida de todo el clan Lao y los padres de Ming Jie lo confirmaron cuando se enteraron de que habían abandonado en un orfanato a sus hijos y después desaparecieron como el humo.
Pero, para gran disgusto de sus padres, Ming Jie acabó casándose con Kei Lian, cuando este ya era un iris por la muerte de su hermano, y tuvieron a su hijo Sai. Diez años más tarde de nacer Sai, Kei Lian encontró a Neuval y se lo quedaron y lo cuidaron como a un hijo más. Y fue hace diez años cuando Sai murió, siendo suficiente catástrofe para que Kei Lian y Ming Jie se divorciaran. Y apenas había pasado año y medio desde que Yousuke murió.
Un hijo y un nieto, Ming Jie ahora podía parecer estar bien, pero Neuval sabía que seguía de luto y destrozada. No obstante, ella pidió que nadie hablara de ese tema jamás delante de ella, que actuasen como si todo ya estuviera bien, o definitivamente se derrumbaría. Neuval haría cualquier cosa por ella. Para él, Ming Jie era su madre, su madre de verdad y siempre lo sería, aunque él fuese francés y ella china. La conoció cuando tenía 10 años, pero él se sentía como si ella lo hubiera engendrado.
—Pero... —continuó la mujer—. Sé que eras más feliz en esa vida, Neuval.
—Mataron a Katya por estar involucrada —negó con aspereza—. Era humana, no tenía por qué meterse en la lucha de la Asociación...
—Ekaterina ya estaba metida en ella de un modo u otro desde que nació. Su padre y su madre ya eran iris antes de que ella naciera. Era una humana común pero creció rodeada de iris y contagiándose de su espíritu luchador. Ella sabía muy bien lo que ponía en juego cuando decidió trabajar contigo en tu KRS, y, sin embargo, no se echó atrás, porque contribuía a acabar con el mal de este mundo. Eso es lo que ella quería hacer con su vida, con su talento para la informática, como la mejor hacker del mundo, trabajar para la justicia. Te echas la culpa de su muerte porque crees que no pudiste protegerla, pero en verdad no fue tu culpa, ni de la KRS. Son nuestros propios actos los que nos llevan a nuestro destino. Ella puso por voluntad propia su vida en juego en aquella terrible ocasión para evitar la muerte de otras miles de personas, y lo consiguió. Sus misteriosos asesinos dejaron de destruir la ciudad cuando ella se entregó a ellos.
—Podría haberla salvado...
—Podrías haberla salvado tú u otra persona, pero no fue así, y has de aceptarlo. Siempre has vivido con estas cosas y siempre has seguido adelante, ¿por qué ahora no?
—En estos siete años no he vuelto a tener problemas, creo que tomé la mejor decisión.
—Acabas de tener un problema. Y uno muy gordo.
Neuval se quedó callado, mostrándose consternado y nervioso, y agobiado.
—¿Creías que tras exiliarte, ibas a vivir en paz para siempre?
—Sí, lo creía.
—Perdiste la noción de la realidad. El mundo jamás ha sido así de fácil y tú lo sabes mejor que nadie.
—¿Por qué me lo dices así?
—Hijo, yo nunca voy a decirte lo que quieres oír, sino lo que necesitas oír. Soy humana, pero conozco bien a los iris, vuestra realidad interior, cómo funcionáis. Y te conozco bien a ti. ¿Qué vida es esta que estás llevando, Neuval? ¿Por qué sigues siendo tan infeliz pese a todas estas decisiones precavidas que tomas? ¿Por qué tus hijos también se sienten perdidos? ¿Por qué tienes problemas con ellos, y con tu autocontrol, y parece que nada mejora?
—Por las mentiras...
—Por las mentiras —afirmó ella con vehemencia, posando una mano en su mejilla y obligándolo a levantar la cabeza para mirarla—. Especialmente, la mentira que no dejas de repetirte a ti mismo... sobre quién eres y lo que realmente deseas. ¿Y de dónde viene esta persistente mentira con la que insistes en convivir y proyectar sobre tus hijos?
—Por... el miedo —murmuró, y cerró los ojos con fuerza, pues se le empañaron fruto del dolor de esta conversación.
Ming Jie lo abrazó.
—¿De qué tiene tanto miedo el poderoso Fuujin? —le preguntó ella.
—De perder a mis hijos como perdí a Katya. De que vuelva a aparecer un enemigo inesperado y me los quite a ellos también.
—Ya los estás perdiendo, cariño. De otra manera diferente. Pero perdiéndolos igualmente.
Neuval hundió el rostro sobre el hombro de ella y apretó sus brazos con fuerza. Intentó contener un sollozo.
—Llevo toda la vida tomando decisiones de vida o muerte. Estoy cansado...
—Pues tómate un descanso. Respira. Recupera la calma y la compostura, y vuelve a tomar el control de tu vida, Neu. Porque después de descansar, hay que seguir andando. La vida no te espera. Pero no puedes olvidar que no tienes por qué andar solo. Hemos perdido a gente... pero algunos todavía estamos aquí y nos tenemos para cualquier cosa. Te quiero con toda mi alma, Neuval, y tomes la decisión que tomes, vas a tener todo nuestro apoyo. Por una vez, deja de pensar que tienes que cargar con el peso del mundo tú solo.
Él ya no dijo nada más, tan sólo permaneció abrazado a ella un rato más. Ella siempre conseguía sanar las heridas y las penas y Neuval no podía sentirse más afortunado de tenerla, no importaban los años que pasasen o lo mayores que se hiciesen. Después de varios minutos, retomaron la calma y se sonrieron.
—¿Te ha dicho Denzel si ya ha conseguido hablar con Alvion o no? —quiso saber Ming Jie.
—Aún no tengo noticias —contestó él, mirando su móvil.
Ming Jie le dio una palmada en la espalda y se fue hacia la cocina a devolver las tazas vacías.
—Pero eso ahora me importa un bledo —añadió Neuval—. Ya pensaré en eso en otro momento, ahora lo que me importa es encontrar a la loca glotona que tengo por hija.
Inesperadamente, antes de que pudiera marcar el primer número de la acertada llamada, alguien llamó al timbre de la casa. Neuval levantó la mirada con extrañeza y colgó el teléfono para ir a ver quién era. Antes de ir, fue a ponerse la camiseta, y un jersey por encima, que también perteneció a Sai. «No será Alvion, espero» se dijo. Temeroso de esta posibilidad, se asomó discretamente por la ventanilla vertical que había a un lado de la puerta de la entrada, tapada por una cortinilla. No, no era Alvion. Abrió la puerta tranquilamente y se topó con Lao, ahí quietecito y sonriéndole un poquito nervioso.
—Hola, ¿qué haces aquí? —saludó Neuval.
—Buenas, Neu, acabo de pasarme por la empresa para comunicar a los que están trabajando que no podrás pasarte por allí en un tiempo. He pasado la noche en casa de Mei Ling después de recoger a Kyo anoche —dijo, mirando de vez en cuando al interior de la casa, con disimulo.
—¿En serio? ¿Kyo ya está de regreso, está bien? —se alegró.
—Sí, ya ha acabado todo, supongo que los detalles...
—No, no me interesan. Pero todos están bien, ¿verdad?
—Sí, ningún problema, tu pergamino también está lejos de malas manos, y la MRS ha escarmentado durante un tiempo.
—Estupendo. Ah, ¿y qué le has dicho a Hana? —quiso saber, preocupado—. ¿Cómo le has explicado que no puedo pasar por casa? Quisiera llamarla, pero si la policía acaba acercándose a mis huellas, sospechando de mí o yendo a mi casa, es mejor evitar que Hana contenga mensajes o llamadas mías en su teléfono.
—Bueno, le he... dicho una excusa... —titubeó—... y bien... No pasa nada. Se lo ha creído.
—¿Qué... qué le has dicho, Lao? —se temió, sin fiarse ni un pelo de su cara y de su tono.
—Mm... —vaciló, mirándolo a los ojos fijamente—. Que vas a estar un tiempo en mi casa —pausa larga; Neuval entornó los ojos, receloso—. Porque... has recibido una llamada de Jean y estás muy afectado.
—¿¡Qué!? —exclamó.
—¡No podía usar otra mentira, hijo, es la única que ha colado! —se apuró.
—¿¡Estás loco!? ¡Cuando vuelva, tendré que inventarme algo bien convincente! ¡El asunto de Jean es bastante serio, Kei Lian!
—Lo sé, lo sé... —lo calmó, aunque seguía mirando al interior de la casa con disimulo—. No te preocupes, ya se te ocurrirá algo, o incluso puede que Hana no te saque el tema. No podía hacer otra cosa. Ahora Hana está más tranquila que antes, eso es lo que querías, ¿no?
—Uf... —resopló, negando con la cabeza—. Meter a Jean tan de repente... Kei Lian, sabes que es imposible que yo reciba una llamada de mi padre biológico, es imposible, no sé nada de ese cabrón desde hace 35 años y él de mí tampoco. Hana no ha podido tragárselo.
—Te aseguro que sí —afirmó el viejo—. ¿No sabes que Hana, desde que conoce tu historia con Jean, siente mucha pena por ti? Cuando se lo dije se quedó bastante afligida, demasiado como para pensar si le he mentido o no.
—Ça craint, Kei Lian, en menudos líos me metes —rezongó.
—Oye, francesito, eso debería decírtelo yo a ti. Diantres, Neu, deja de preocuparte tanto.
—Está bien, está bien... —trató de calmarse, dando un largo respiro y rascándose la cabeza, pensando qué podría decirle a Hana cuando volviera a casa—. ¿Has venido para decirme algo más o sólo de visita?
—Ah, la verdad es que he venido porque Kyo quiere hablar contigo —contestó, acordándose de lo que le pidió su nieto urgentemente.
—¿Y eso? —se sorprendió.
—Pues que...
—¿Quién es, Neu? —apareció Ming Jie en el vestíbulo—. ¿El cartero?
De pronto Lao soltó un grito ahogado, y a causa del pánico, agitó las manos con nerviosismo y fue a esconderse detrás de la pared, con tan mala suerte que dio un traspié y se cayó de las tablas del porche al jardín, dándose tal tortazo que hasta Neuval lo sintió en su alma. Como era una casa tradicional de la época feudal japonesa, el porche no tenía barandillas y de las tablas al suelo había una buena distancia.
—Oyoy... —sollozó Lao, medio muerto.
Neuval puso los ojos en blanco al comprender la situación. «Ah, así que por eso miraba tanto hacia el interior de la casa» pensó.
—¡Oh! ¿Quién se ha caído? —se alarmó Ming Jie, corriendo hacia el exterior.
—Tranquila, es papá —le dijo Neuval.
Ming Jie abrió los ojos con sorpresa, y se asomó bien para comprobarlo.
—¿Lian? Pero bueno, Kei Lian, ¿qué te ha pasado?
El viejo se puso de rodillas como una bala, sudando a mares y con la nariz sangrando.
—M... Ming, hola... —sonrió nervioso—. Cuánto tiem...
Y se quedó sin habla, prendado. De repente, para Lao habían desaparecido la casa, Neuval, la tierra y el cielo, sólo estaba ella en su campo de visión. Ming Jie antes llevaba el pelo muy largo, blanco, pero ahora lo tenía a capas cortas, realzando su rostro apenas tocado por la edad, y eso que tenía los mismos años que Lao, y esos ojos negros tan tiernos...
—Te has... cortado el pelo... heh... —musitó el viejo, sin poder parpadear, atontado.
—Mmm... —murmuró Neuval, frunciendo los labios, notando que el viejo estaba a punto de estallar en llamas—. Será mejor que demos una vuelta, ¿eh, Lao? Vamos a que te dé un poco el aire.
Bajó al jardín y lo levantó del suelo, lo que no le costó mucho a pesar de lo grande que era, pues Lao ya estaba flotando.
—Lian, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño? —se apresuró a preguntar Ming Jie, viendo que los dos se alejaban.
—No te preocupes, mamá, ahora está perfectamente, créeme —contestó Neuval a regañadientes, arrastrando costosamente al viejo por el jardín, que seguía contemplando a Ming Jie como si hubiera visto un ángel.
—¿Ocurre algo? ¿A dónde vais? —insistió la mujer.
—Es un asunto de trabajo, volveré más tarde —dijo, desapareciendo por la puerta del jardín.
Neuval consiguió enderezar a Lao de una vez por todas. Ya calmados, anduvieron por las calles, adentrándose en el centro, rodeándose de rascacielos, coches, gente y ruido.
—Si ibas a montar el numerito, haberme llamado al móvil antes de venir a casa, Kei Lian —rechistó Neuval.
—No, es que yo... —titubeó, sintiéndose realmente ridículo—. Lo siento, no me lo esperaba. Es decir, sí me esperaba verla, claro, es su casa. Pero no me esperaba yo reaccionar así, no sé qué me ha pasado, es que... Estaba vigilando a ver si venía, pero bajé la guardia...
—No, si ya me di cuenta —sonrió, y soltó de sopetón—: Deberíais volver a casaros.
—¡Blasfemo! —saltó Lao, apuntándole con el dedo.
—¿Qué? —se sorprendió.
—¡Ojalá, Neu, ojalá ese sueño se cumpliera! —sollozó exageradamente.
«Ya está montando otro numerito» pensó Neuval.
—Pero... —continuó Lao, mirando al frente con pesadumbre—. Comprendo por qué Ming quiso divorciarse. Comprendo que se hartase de mí, desde que murió Sai... Comprendo que ya no quisiese sufrir más, y después con lo de Yousuke...
Neuval lo miró de reojo, sin decir nada. No había sido buena idea que Ming Jie y él se vieran, ahora Lao ya estaba lamentándose de todo, como siempre pasaba.
—Mamá necesita un tiempo —comentó Neuval.
—Llevamos diez años divorciados, ella no quiere volver —miró al cielo, taciturno—. Yo la sigo queriendo... pero ella a mí...
—No se lo has preguntado —sonrió Neuval.
El viejo Lao cerró los ojos con pesadumbre.
—Una de las cosas que más lamento sobre nuestra separación es que tú hayas tenido que vivirla, Neu. Te lo prometí… Te lo prometí cuando te conocí, que seríamos siempre una familia de verdad. Que seríamos unos padres de verdad para ti. Y hemos acabado separándonos…
—Por favor, ¿qué dices? —se rio Neuval—. Seguimos siendo una familia de verdad. Por muy separados que estéis, seguís siendo mis padres. Mis padres de verdad. Cumpliste tu promesa y la sigues cumpliendo. Además, cuando os divorciasteis, yo ya era bastante mayorcito. Si me afectó en algo, era por vosotros. Sé que mamá, como tú, no es capaz de dejar de quererte. Ella sólo quiere huir del dolor, y la comprendo. Pero también te comprendo a ti al decidir seguir siendo iris a pesar de que cumpliste tu venganza hace mucho tiempo. Tú llevas siendo iris casi 60 años, eres un récord histórico, es lo que eres. Todos ya sabemos que nunca querrás dejar de serlo, incluso mamá. Y vivir con un iris es demasiado complicado a veces.
—Sé que Katya a ti nunca te habría dejado —discrepó.
—Ella no perdió a un hijo, ni a un nieto —bajó la mirada con pesar—. No puedes saberlo, Lao. Proteger a los humanos de ese dolor no es nada fácil. Tú tuviste muy mala suerte. Demasiado injusto... —murmuró—. Te admiro por seguir adelante con tanta fuerza después de todo lo que has vivido.
—Tú también lo haces, Neu —sonrió—. Sai era tu hermano, y Yousuke tu sobrino. Tú también los perdiste. Y Katya... —se le quebró un poco la voz—. Yo no sé… Si a Ming le pasase algo, yo ya no sé qué haría… No sé si tendría tanta fuerza como tú para seguir adelante. A veces me pregunto cómo puedes ser capaz todavía de levantarte…
—Yo no tuve ninguna fuerza cuando Katya murió, papá —replicó con seriedad—. Perdí por completo el control de mi iris y destruí la mitad de este país, para después hundirme del todo en las ganas de abandonar, durante meses, pudriéndome en el recuerdo de un solo segundo. Hasta que me di cuenta de que aún me quedaba alguien. Alguien que me necesitaba. Lex, Cleven y Yenkis, aún me necesitaban. No podía dejarlos solos. Pero la realidad es que… soy yo quien los necesita a ellos.
—Cada cual sigue adelante como puede —asintió Lao—. No podemos olvidar a los que aún perduran con nosotros. Ming y yo seguimos teniéndote a ti, a Kyo y a Mei Ling. Y a Lex, a Cleven y a Yenkis, aunque no podamos estar con ellos como abuelos por la seguridad ante el Gobierno. Es de ahí de donde se sacan fuerzas, de lo que aún perdura. Por eso, mientras Ming esté tranquila y viva mejor de esta forma, yo estaré bien. Menos mal que no le has dicho que vas a ver a Kyo, seguro que se habría preocupado.
—Sí. ¿Crees que Kyo estará en casa? —quiso saber.
—Hm... Drasik fue a verlo cuando me marché, no me sorprendería que ya lo hubiese sacado a la calle.
—Dios mío, Drasik... —caviló Neuval—. ¿Qué será de él? Espero que estando en la misma clase que Cleven no llegue a acordarse de ella. Tuve que borrarle todos los recuerdos que tenía de Cleven, la relación de ella conmigo y la causa de mi exilio. Sólo le dejé mi recuerdo como Líder y de las misiones que hicimos.
—Sé que no fue fácil para ti quitarle esos recuerdos a Drasik —asintió Lao—. Siempre fue un niño que se metía en líos, pero tú y él erais como uña y carne. Eras idéntico a él a su edad. O incluso peor, porque Drasik no anda metido en peleas callejeras, drogas, alcohol, y comparado contigo, con las mujeres es todo un caballero...
—Ejjejem... —le interrumpió Neuval, molesto—. Vale, yo no he sido un angelito precisamente.
—Sigues sin serlo —reprimió una risa.
—Vale —le cortó—. En fin. Ya sabes que yo siempre vi en Drasik algo especial, algo que los demás no tenían. Tuve mucho cuidado al elegir a mis chicos y me tomé mi tiempo. Vi algo en él... —se quedó callado unos segundos, entornando los ojos, navegando por ese recuerdo—. Pero han pasado siete años. Echo de menos a todos. Nakuru es a la que más veo, ya que es amiga de Cleven. Pero nunca me he atrevido a ver a los demás, a visitarlos alguna vez... Los he dejado, deben de odiarme.
—En absoluto, Neu —negó Lao—. Ellos también te echan de menos, y no te odian, comprenden perfectamente por qué decidiste dejarlo todo. Están deseando que vuelvas algún día. Eres como un padre para ellos. Katya también fue como una madre para ellos. La KRS no ha dejado de ser como una familia —concluyó, y ambos siguieron andando en silencio un buen rato—. Neu, me acuerdo de ese día, hace siete años, en que Drasik fue a verte a solas, un tiempo después de la muerte de Katya. ¿Qué fue lo que te dijo como para que al día siguiente le borrases a Cleven de la memoria? Entiendo lo de borrarle la causa de tu exilio y todo eso, pero... ¿Cleven? —frunció el ceño, sin poder comprenderlo—. ¿Qué pasaba entre Drasik y Cleven? ¿Qué te dijo Drasik ese día?
—Una estupidez —murmuró serio, desviando la mirada—. Lo que suele decir un niño de 9 años, cosas de las que creen saber algo y en realidad no saben nada. Los críos creen entender de amor y no tienen ni idea.
Lao lo miró de reojo sin entender, eso no había respondido a su pregunta ni por asomo, pero viendo la expresión que Neuval tenía en la cara en ese momento, decidió no seguir con el tema.
—Bueno —Lao sacó el móvil—. Voy a llamar a Kyo, a ver dónde anda.
* * * *
A las afueras de Tokio, en lo alto de un pequeño monte y rodeada de extensos bosques, se alzaba una majestuosa mansión. Un coche llegó hasta el patio principal, y de él se bajó Denzel. Cerró el vehículo con llave y se quedó un momento observando la casa. Después optó por dirigirse hacia el portón, no tenía tiempo que perder, sólo esperaba que Alvion estuviese ahí todavía. Al llamar al timbre, le abrió un hombre vestido con traje negro, gafas de sol, rapado, y tan grande como un armario, que hasta Denzel se impresionó.
—Vengo a ver a Alvion Zou —dijo, tratando de descubrir si ese gorila lo estaba mirando o si tenía la vista fija en el horizonte, puesto que no movía la cabeza ni un milímetro, como un maniquí.
—El señor Zou no recibe visitas de nadie —terció con voz potente y postura firme e inmóvil.
—Uf... —se estremeció Denzel, pensando por un momento que ese hombre iba a zurrarle—. Tú debes de ser nuevo en este trabajo, ¿me equivoco? Verás, es que soy Denzel. Ya sabes, domino el tiempo... Parezco joven, pero soy el hombre más viejo del mundo, me gustan las pastitas de té en el desayuno...
Vio cómo el guardián levantaba una ceja por encima de las gafas y lo miraba con autoridad, pero de repente pareció caer en la cuenta, pues se inclinó ante él con una reverencia, clavando la rodilla en el suelo.
—Le ruego mis disculpas, Denzel —dijo, casi con miedo y avergonzado por su descuido—. Por favor, pase.
—Ah, gracias. Y relájate, que no muerdo. Al menos ya no —sonrió.
Nada más poner un pie dentro, apareció el majestuoso anciano bajando por una escalinata del vestíbulo. Esta vez, iba vestido con traje gris y corbata ocre, haciendo juego con sus ojos dorados, en lugar de su habitual traje Zou, para llamar menos la atención entre los humanos de la ciudad. Llevaba su largo cabello blanco recogido en una coleta baja. De este modo, debería de parecer un anciano normal, pero no dejaba de desprender esa extraña aura sobrehumana, como un halo divino.
—Hola, niño —lo saludó Denzel cálidamente.
—Taimu Denzel —lo saludó Alvion, parándose frente a él y haciéndole una reverencia—. Me alegro de verte de nuevo.
—Lo mismo digo —contestó simpáticamente, y le dio unas palmaditas en el hombro con total libertad—. ¿Qué tal estás? Te veo en buena forma.
—Heh, si estar en buena forma significa que te crujan los huesos a cada movimiento, sí —Alvion dibujó una sonrisa en los labios por primera vez en mucho tiempo—. Ya no puedo ni dar un salto sin que la cadera me amenace.
—¿Y qué esperas? Ya tienes la cadera amortizada y cubriste el cupo de saltos cuando eras niño, que no parabas quieto nunca —se rio Denzel, y puso una mueca nostálgica—. Siempre acababas rompiendo algo.
—Y tú siempre estabas ahí salvándome de las reprimendas de mi padre —asintió el anciano—. La paciencia que tuviste conmigo… reconozco que fui un niño hiperactivo.
—Créeme, Alvion, he conocido a todos tus tatarabuelos y todos de niños erais igual de hiperactivos... Tu padre de pequeño sí que me dio guerra —suspiró, y echó un vistazo al interior de la mansión—. Menuda casa te has comprado. No lo entiendo, tú no eres de esos que compra una casa tan grande para él solo.
—Y sigo sin ser de esos —le explicó Alvion—. Esta mansión estaba en posesión del banco esperando que un viejo adinerado y avaricioso se hiciese con ella para desperdiciarla. Pero la he comprado yo, otro viejo adinerado, para alojarme aquí estos días hasta que me marche.
—¿Y qué pasará con la casa cuando te marches? —se extrañó Denzel.
—Estos días aquí he aprovechado para seguir haciendo mi trabajo. He dado con nueve familias de humanos viviendo en condiciones deplorables, casi en la calle, por culpa del paro. Como es de esperar, el Gobierno no los ayuda lo suficiente. Así que yo les he regalado esta casa, obviamente. La ocuparán legítimamente en dos días con la ayuda de los monjes.
—Obviamente —repitió Denzel, sonriendo.
—¿Qué? —preguntó Alvion.
—No es muy "obvio" que alguien compre una mansión y a los dos días se la regale como si nada a nueve familias que no conoce de nada.
—Pero las conozco —repuso Alvion—. Anoche estuve visitándolas, informándome de su situación. Es mi deber —recalcó serio y firme—. Yo no necesito una casa; ellas sí. Para mí es muy obvio.
—Ya lo sé —asintió Denzel, posándole una mano orgullosa en el hombro.
—¿Y a qué se debe esta grata visita?
—Verás... Quiero hablar contigo sobre el juicio de Fuujin.
Alvion cerró sus innaturales ojos ámbar con un largo suspiro, pues ya se esperaba que ese fuera el motivo. Denzel y Agatha eran las únicas personas del mundo por las que Alvion sentía un respeto incondicional. Al fin y al cabo, desde el punto de vista de Denzel, Alvion era un niño de 110 años. El anciano no podía negarse a esa petición. Si había alguien más sabio, más viejo y tan poderoso como él, ese era Denzel.
Neuval colgó el teléfono por quinta vez en esa mañana y se quedó ahí sentado en el sofá, con la vista fija en el aparato, rascándose su barba corta castaña clara y pensando a quién más podría llamar. Estaba en el cuarto de estar de una bonita casa tradicional japonesa, con puertas corredizas, y había muchos muebles antiguos. Pero los libros de las estanterías que lo rodeaban por todas partes eran chinos.
Su ropa de trabajo, la chaqueta, los pantalones y la camisa blanca, que había acabado roja con la sangre de aquellos delincuentes, se estaban lavando. La corbata de seda la había tirado directamente a la chimenea para quemarla.
A la dueña de esa casa no le inquietaba tener la lavadora llena de agua con sangre, ya estaba acostumbrada. Le había dado a Neuval unos pantalones vaqueros que pertenecieron a su hermano, pues ella aún guardaba en esa casa algo de ropa de Sai. La camiseta que iba a darle se estaba secando después de haberla lavado, así que Neuval ahora sólo estaba vestido con los pantalones vaqueros. Y ya no iba peinado, ahora tenía los cabellos alborotados en su estado natural. Hacía mucho que no se ponía tan cómodo.
Como la mayor parte del tiempo –o más bien, cuando estaba a la vista de los demás– solía vestir con traje y camisa, no se apreciaba mucho el hecho de que tenía el cuerpo propio de un luchador. Tenía buenos músculos, grandes, tonificados, perfectos, y ello sumado a sus 192 centímetros de altura, tenía de sobra para intimidar a cualquier hombre y para volver locas a las mujeres. Algo que sin duda aprovechó muy bien en su juventud. Hoy en día, la única afortunada era Hana, la cual incluso tardó meses en acostumbrarse a lo que ella llamaba sin tapujos "el cuerpo de un dios".
Neuval tenía una cicatriz muy antigua en el pectoral izquierdo, sobre el corazón, casi imperceptible. Lo extraño es que, a lo largo de toda su vida, él había recibido incontables heridas de bala, puñaladas o cortes en su cuerpo, que con el tiempo cicatrizaron, pero, con un poco más de tiempo, dichas cicatrices desaparecieron. Extraño, porque las cicatrices se quedan, nunca se van. La única cicatriz que permaneció en su cuerpo era aquella de su pectoral, y aun así, no se notaba mucho.
Había estado telefoneando a la casa de Raven, pero nadie cogía; al instituto por si habían vuelto a ver a Cleven por ahí, pero nada; a un par de amigos de ella, a ver si sabían algo, y tampoco; finalmente, había llamado al Hotel Sunshine City Prince, al Hotel Ark, al Metropolitan… y nada.
Sobre la mesilla del salón, justo frente a él, había dos grandes álbumes de fotos abiertos. Fotos de la familia. Había estado recordando viejos tiempos con la mujer mayor que en ese momento estaba entrando en el salón con dos tazas de té en la mano. Era una mujer china con la mirada más tierna que existía. Cuando miraba a alguien con esa calidez, a ese alguien de repente le entraban ganas de abrazarla. No era muy alta, y era delgada, con el cabello ya blanco, pero con un corte moderno por encima de los hombros, y se movía con energía. Le dio una de las tazas a Neuval. Él la cogió, inspiró hondo el aroma del té, y vio que estaba extremadamente azucarado, como a él le gustaba. Después de haber estado tenso mientras hacía esas llamadas de teléfono, de repente volvió a sentir relax y alivio. La mujer se puso tras él, por detrás del sofá, y lo abrazó, rodeando su cuello con sus brazos y apoyando la mejilla sobre su cabeza. Neuval dejó salir un suspiro reconfortante.
—Gracias.
—Para ya de darme las gracias —le pidió ella—. Ya van veinte veces esta mañana. Y siete millones de veces desde que tenías 10 años. Deja de darme las gracias por literalmente todo.
—Para eso, tendrías que matarme —sonrió Neuval.
Ming Jie también sonrió y, después de darle un apretón lleno de cariño entre sus brazos, se sentó a su lado en el sofá con su taza de té.
—Tu camiseta ya está seca, cielo.
—No tenías que haberte molestado tanto, te dije que yo podía lavar mi propia ropa y hacer yo el té para ambos y... ¡aah! —gritó de pronto, pues Ming Jie le dio un fuerte pellizco en el hombro.
—¡Déjame cuidarte un poco, diantres, ¿no entiendes lo mucho que añoro cuidar de mis niños?! —exclamó enfadada—. ¡Soy tu madre y es para eso para lo que me tienes!
—Y mira para lo que me tienes tú a mí, para seguir molestándote con mis... ¡aaaahh! —Recibió dos pellizcos a la vez.
—¡Que vengas a verme y a molestarme es lo que me hace feliz, patán!
—Ayyy... Vale, te molestaré todo lo que pueda, pero no me pechisques más...
Ming Jie se quedó de repente con una cara perpleja. Neuval la miró confuso, preguntándose qué le pasaba, hasta que ella empezó a partirse de risa.
—¿¡Pero qué has dicho!? ¡Ajajaja...! ¡Pechisques! ¡Jajaja...!
—¿Qué? ¿Lo he dicho mal?
—¡Jajaja...! Cariño, ¿cuánto hace que no hablas el cantonés?
—Pues desde la última vez que te visité, hace tres semanas.
—Qué raro es oírte cometer un error de pronunciación, hahahah... Si ya dominabas a la perfección el idioma desde pequeño.
—Tuve una buena maestra —sonrió él, rodeándola con un brazo—. No seas dura conmigo, a veces se me puede escapar algún error. Me paso la vida hablando en una docena de idiomas cada día en el trabajo.
—¿No hablas con tu padre en cantonés durante el trabajo?
—Sólo cuando nos insultamos.
—¿Se porta bien tu padre contigo en el trabajo?
—Es exactamente igual de pesado que tú con lo de cuidarme.
—¡Ogh! —hizo un aspaviento—. Neuval, ¿pero cómo no vamos a intentar cuidarte siempre a todas horas?
—¿Sabes que tengo 45 años?
—Eso no importa —repuso ella con firmeza, levantando un dedo, y después cogió uno de los álbumes de la mesa y se lo puso sobre las piernas, observando esas fotografías con una triste sonrisa. En esa página, había fotografías de Neuval de adolescente, posando junto con su hermano Sai—. Unos padres nunca deben dejar de hacerlo —murmuró, acariciando con los dedos la imagen de Sai.
—Mamá... —musitó Neuval, preocupado, pero ella recuperó la sonrisa enseguida.
—Fíjate qué guapos estabais aquí los dos. Te dejaste el cabello más largo este año porque una chica te dijo que tenías el color de cabello más bonito del mundo.
—¿Y no tenía razón?
—¡Pues claro que ella tenía razón! Hahah... Pero a ti no te gustaba llevarlo largo, y aun así te lo dejaste crecer, porque esa chica te gustaba mucho. Pero cuando la viste yéndose con otro chico, se te rompió el corazón, y tu hermano te rapó la cabeza entera y ese día os fuisteis juntos a divertiros a la playa.
—Sai siempre sabía qué hacer... cada vez que me pasaban cosas malas —asintió Neuval, sonriendo con nostalgia—. Sólo era unos meses mayor que yo, pero se comportaba como un auténtico hermano mayor.
Ming Jie no dijo nada, pero estaba contenta mirando más fotos y pasando las páginas. Llegó a la parte donde sólo había fotos de Sai de bebé y de su infancia.
—Ojalá pudiera añadir aquí fotos tuyas de cuando eras bebé o un niño pequeñito. Hm... —suspiró—. Ojalá te hubiéramos encontrado muchos años antes, Neu. Habría tenido amor de sobra para ti y para Sai. Yo lo sé, sé que estabas destinado a ser nuestro. Incluso si hubiéramos podido encontrarte junto con Monique también... a ella también la habría amado con todo mi corazón.
Neuval se quedó en silencio. Fingió estar tranquilo, pero tenía un nudo en la garganta por la mención de Monique. Disimuló, dándole un abrazo a su madre para consolarla y ocultar así su propio desconsuelo.
—Aaah, aquí está, por fin encontré la foto que venía buscando antes, cariño —dijo ella, señalándola en la página, y miró a Neuval a los ojos con una sonrisa radiante, igual de radiante que la sonrisa que aquel Neuval de 22 años mostraba en esa foto, sosteniendo a un bebé de ojos azules—. No me digas que no es la mejor foto del mundo. Aquí, con tu primer hijito, cagado de miedo y al mismo tiempo rebosante de felicidad.
—¿"Cagado de miedo"? ¿Desde cuándo hablas así? —se rio él—. Aquí Lex tenía ya 1 año y medio. Yo ya dejé de tener miedo mucho antes. La pobre Katya estaba en el momento más importante de su carrera cuando Lex nació, y en ese entonces ella era la única de nosotros dos que tenía un buen trabajo y podía traer dinero a casa. Yo estaba estudiando mi penúltimo año de universidad de mi segunda carrera de Ingeniería Aeronaval, así que fui yo quien se quedó en casa dos años enteros, cuidando de Lex y del hogar cada día, mientras leía mis libros y apuntes, y mientras Katya salía a trabajar. Me volví un auténtico profesional cuidando a Lex.
—Es verdad, siempre lo llevabas contigo en esa mochilita, te lo ponías en el pecho mirando al frente, y él observaba todo lo que hacías. Katya lamentaba tanto no haber podido disfrutar de Lex durante sus primeros dos años, que cuando tú por fin creaste tu empresa y empezaste a trabajar, ella se tomó todo un año sabático para estar exclusivamente con Lex. Ay... —suspiró con ternura—. Lo hicisteis muy bien, Neu. Un niño como Lex no podía ser más afortunado con los padres tan maravillosos que tenía. Por eso Lex siempre ha sido tan formidable, igual que Cleventine y que Yenkis.
—Ya... no sé... —comentó Neuval con un tono alicaído—. Yo aún me sigo preguntando cómo pudo Katya darme unos hijos tan perfectos...
—¡Pues igual que se los diste tú a ella!
—A veces no me lo explico... cómo pudo salir algo bueno de mí... Lo único que mis hijos pueden sacar de mí son cosas malas y defectos...
Neuval resopló con desgana. Pero de pronto se dio cuenta de que Ming Jie le estaba clavando una mirada asesina.
—Dieu! —pegó un bote en el sofá del susto que se dio, pero la mujer seguía aniquilándolo con los ojos—. Mamá... ¿Por qué me...? Para, por favor, me das miedo...
¡PLAS! Ming Jie le agarró una oreja de un manotazo y comenzó a retorcérsela.
—¡Aaah!
—¡Retira eso! ¡Retira eso que has dicho!
—¡Ayyyaaah!
—¡No te soporto cuando te pones a menospreciarte! ¡Siempre con esa estupidez metida en la cabeza! ¡Deja de hablar mal de ti mismo de una vez por todas, no te permito que digas esas cosas de ti mismo o te echo de esta casa! ¡Pero primero te doy tu ropa limpia y un par de tuppers de comida! ¡Retíralo, te he dicho!
—¡Vale, lo retiro, lo retirooo!
Ming Jie soltó su oreja pon fin, quedándose conforme. Neuval se frotó la oreja con dos lagrimones en los ojos.
—Por eso quería enseñarte esta foto, Neu. Para que lo recuerdes, para que no te olvides de quién eres, de por qué eres quien eres. Aquí fue cuando te convertiste en un Fuujin de máximo nivel. Aquí. Aquí fue cuando la vida comenzó a cobrar sentido para ti, por primera vez, a pesar de tu pasado, de tus traumas y de tus defectos. Y esa razón sigue ahí, Neuval. Antes de irme a preparar el té, me hiciste una pregunta. Y la respuesta es no. No estás perdido. No eres un caso perdido. Y no tienes la culpa de padecer la enfermedad del majin. Hay miles de iris que padecen el majin y no es su culpa. De lo único de lo que tú eres culpable, es de olvidar constantemente el motivo por el que te aferraste a vivir, a luchar y a no rendirte. Katya no era ese motivo, Neu. Tu motivo no se murió con ella. Todavía lo tienes dentro de ti, la persona que realmente eres, debajo de todas esas luces y sombras que te confunden.
Neuval siguió frotándose la oreja enrojecida, pero miró a otro lado con pesar y duda, sin saber qué decir durante un rato.
—Yo sólo me remito a los resultados. Y los resultados me muestran que estoy haciendo las cosas mal. No consigo que Lex me hable a pesar de todos mis intentos y acercamientos. ¿Sabes lo que pasó hace dos meses? —la miró, y Ming Jie negó con la cabeza—. Era un martes. Tuve una mañana muy densa de reuniones, y a mediodía salí de la empresa para alejarme un rato e ir a uno de los restaurantes de la zona para comer algo. Pasé por el parque de la avenida, el que está cerca del hospital, y vi a lo lejos a Lex, sentado en un banco, con su traje de cirujano, llorando solo y en silencio. No lo pensé dos veces, crucé la carretera en medio del tráfico y fui corriendo hasta él.
—Neu, ¿él tenía el traje de cirujano y fuiste capaz de acercarte a él así sin más? —se sorprendió ella—. ¿Qué pasa con tu pánico y fobia a los médicos?
—Bueno, en ese momento no sentí nada de mi fobia, yo sólo sé que ver a Lex llorando me impactó, porque él no suele llorar nunca. Y pensé que algo horrible había debido de pasar. Pensé mil cosas terribles, que quizá Riku había tenido un accidente y había muerto, o quizá que algún miserable le había pegado o hecho daño, o que había descubierto que tenía una enfermedad terminal... Fui a preguntarle directamente, sin avisar. De hecho, le di un gran susto. Y aquí fui descuidado, olvidé actuar como un iris y abordar la situación desde un comportamiento más precavido, analizando primero el estado emocional del humano afectado para después actuar acorde a la progresión de las diversas fases emocionales de un problema...
—Para. Neuval —lo detuvo con un gesto de la mano—. Te acercaste a él como un padre preocupado, no como un iris yendo a atender a un simple humano con problemas. ¿Tuvo Lex una reacción adversa hacia ti? —Neuval asintió—. ¿Crees que habría sido diferente si te hubieras acercado a él con la precaución y la racionalidad de un iris? —Neuval miró a un lado, dubitativo, y se encogió de hombros, sin tener ni idea.
—Yo sólo sé que Lex se sintió peor cuando me vio y le pregunté sin parar qué le había pasado y si estaba bien. Si antes estaba triste y desolado, yo le sumé un enorme estado de incomodidad. Intentó darme evasivas, diciendo que no era nada, e intentó marcharse con prisas, diciendo que tenía que volver al trabajo.
—Pero tú, con tu inteligencia iris, analizaste sus gestos y su comportamiento, y ya sabías lo que le había pasado, sin necesidad de que él te dijera nada. ¿Verdad?
—El paciente al que había estado 8 horas tratando de salvar de un tumor cerebral, finalmente había fallecido en el quirófano durante la operación —asintió Neuval—. Sé que esa fue su primera vez. Su primera muerte como médico. Sé que Lex se vio aplastado por el peso de la culpa y el fracaso, y cómo eso le destrozó durante días. Si él me hubiera dejado hablarle, yo habría sabido consolarlo, porque yo he vivido exactamente esa misma experiencia como iris, la cantidad de humanos que no pude lograr salvar en medio de una misión o de un crimen... Lex podría haber hablado de ello conmigo, en lugar de afrontar todo el dolor y toda la culpa solo. Sé que yo le habría hecho sentir mejor, ¡lo sé! Pero...
El parisino dejó salir un suspiro frustrado y agotado. Ming Jie le acarició el hombro, sin decir nada, pero transmitiéndole que lo comprendía.
—Y luego está Cleven. Escapándose de casa. Huyendo de mí.
—No huye de ti, Neu...
—Por supuesto que huye de mí. ¡Yo también huiría de mí, mamá! Soy un desastre como padre... y como iris... ¡Porque esto tendría que haberlo visto venir! Yo no me daba cuenta o no quería darme cuenta, pero era cuestión de tiempo que algo explotase en ella, y... en lugar de atención, lo único que he puesto sobre ella es mucha presión. Creía que así la estaba ayudando a aprender a tener una vida estable y segura, a no cometer errores, a no meterse en problemas... cuando los errores y los problemas también forman parte de la vida.
—Dime, ¿de verdad crees que puede estar alojada en un hotel y no en casa de alguna amiga? ¿Te lo ha dicho Nakuru?
—Nakuru no me ha dicho nada, no la he obligado —respondió mientras se frotaba los ojos con un gesto cansado—. Sé que ella quiere a Cleven y no sería justo destruir su lealtad por su mejor amiga por deberme lealtad a mí por ser su Líder. O más bien, ex-Líder. Y por eso estoy más tranquilo de lo que debería, porque esté donde esté Cleven, sé que Nakuru está con ella protegiéndola.
—Pero si ya has llamado a todos los hoteles de la zona y no está en ninguno... No puedo evitar que se me pase esta idea por la cabeza, pero, ¿crees que hay alguna posibilidad de que Cleven esté con su tío Brey?
—Hmmmm... —soltó una especie de gruñido con fastidio—. Uno: me falta un hotel por llamar. Y dos: Cleven no sabe nada de Brey —masculló—. Es imposible que esté con él, si ni siquiera sabe si existe, o cómo es. Además, esa posibilidad ya la mencionó Kei Lian cuando fui a casa de Denzel.
—Y la descartaste enseguida, ¿verdad? —sonrió—. Sigues siendo igual de cabezota con ese asunto como siempre, aún no comprendo por qué odias tanto a Brey.
—No odio a Brey, odio lo que tiene dentro de sí, igual que odio lo que yo tengo dentro de mí. Es una historia complicada. Pero jamás podría odiar a los hermanos de Katya, sólo son críos —le aclaró, bebiéndose su té pastoso de un trago—. En fin, el último lugar al que me queda llamar es el Hotel Shibuya Excel Tokyu. No hay otra opción por la zona, y dudo que Cleven se haya ido más lejos. Maldita sea, ¿por qué me ha tenido que hacer esto? —farfulló con fastidio otra vez, recostándose sobre el respaldo del sofá con los brazos extendidos—. ¿¡Te puedes creer que hace un año Cleven se compró un teléfono móvil que no es de mi marca!? Sabe que el móvil que yo le di fabricado por mí tiene un localizador de emergencia instalado. Y se compró otro... de otra marca... para que yo no pudiera localizarla, y... Mamá, ¿te estás riendo?
—Haha... Ay, perdona, cariño —se disculpó, tapándose a boca—. Es que me parece tan adorable lo muchíííísimo que Cleven se parece a ti... Juju... Tú habrías hecho exactamente lo mismo a su edad.
—¡Precisamente por eso esa niña me da tantos disgustos y no duermo tranquilo!
—¡Hahahah...!
—Mamá... —se mosqueó—. ¿Quieres tener un poco de empatía conmigo y compadecerte un poco de mí?
—Yo he criado un Neuval y tú estás criando una Cleven. Te comprendo mejor que nadie, cielo.
—Ya, ya... —refunfuñó y se cruzó de brazos, acomodándose en el sofá —. Ya sé que yo no fui un hijo muy ejemplar para vosotros. Pero eso es por la infancia que tuve, y yo a Cleven la he educado bien, le he dado de todo...
—Pero le has quitado lo más importante —repuso Ming Jie—. Los recuerdos de todo eso. Del mundo que le enseñaste. Sé que lo hiciste para protegerla, yo hubiera hecho lo mismo en tu situación. Pero, por eso, debes comprender por qué ella ha hecho lo que ha hecho. No debes verlo como algo que ella quería hacer, sino como algo que necesitaba hacer. La vida que ha tenido en los últimos siete años no es su vida, y aunque ella no lo sepa, creo que lo nota. Además, no digas que tú no fuiste un buen hijo. Tenías tus defectos, tus vicios y tu mala conducta hacia todos, pero no hacia nosotros. Cuando Kei Lian te trajo a casa, nos convertiste en las personas que más querías, te preocupabas por nosotros y siempre nos cuidabas y protegías. Ni Kei Lian, ni tu hermano Sai ni yo te habríamos cambiado por nada. Eres un buen hombre, Neuval. Pero te han pasado muchas cosas malas.
—Tener buenas intenciones no es suficiente. Hay que acertar en todas tus acciones. Yo no doy ni una.
—¿Te crees que eso es ser un desastre de padre? Entonces todos los padres del mundo son un desastre también. Neu, esos malos resultados de los que hablas no son más que cosas naturales de la vida, de las familias, de tener hijos. ¿Crees que Kei Lian y yo no cometimos también nuestros errores como padres? Y no sólo sobre ti, sino sobre Sai también. Nadie nace sabiendo. Lo importante es querer aprender y querer remediar. ¿Qué es lo que quieres tú, Neuval?
Él se quedó unos segundos en silencio, mirando fijamente su taza vacía sobre la mesa.
—¿Que qué quiero? —repitió en un murmullo apesadumbrado—. No mucho, la verdad. Yo sólo quiero recuperar la unión de mi familia. Que no muera nadie más. Que Lex y Cleven vuelvan a quererme como antes. Que Katya vuelva. Que podamos vivir todos en paz, que los Lao y los Vernoux volvamos a ser una única familia, que el Gobierno deje de perseguirme, que los criminales dejen de atentar contra los inocentes, que los dioses reconsideren y arreglen su equilibrio, que haya una verdadera justicia en el mundo, que mis niños de la KRS encuentren su felicidad. ¿Es mucho pedir? Cuando Katya vivía, todo eso me parecía perfectamente posible de lograr, es más, lo estábamos logrando. Pero supongo que sí, ahora todo eso es mucho pedir. Así que... ahora, lo único que quiero, no es que Cleven regrese a casa exactamente. Lo que más deseo... es que Cleven vuelva a ser feliz, como la Cleven que yo conocía, la que ella era en el pasado. Esa Cleven era feliz. Y no he vuelto a verla así en muchos años... Es como si borrar su memoria la hubiese convertido en otra persona.
—Lo entiendo, Neu —le agarró la mano sobre su rodilla—. Y eso es algo que yo también quiero de ti. Yo también quiero que vuelvas a ser el Neuval de antes. Tenías el mundo bajo tus pies, casi literalmente. Y digo yo... ¿No crees que ser iris es lo que siempre te ha llenado de verdad?
—¿Eh? ¡Tú también no! —protestó—. ¿Por qué todos me presionáis?
—Heh, perdona. La verdad es que a mí no me gustaría que volvieses a esa vida. Ya lo sabes.
Neuval comprendió por qué había dicho eso. Ming Jie Lao, cuya familia había estado relacionada con la Asociación del Monte Zou durante muchos años, ya había perdido a un hijo y a un nieto por culpa de esta, además de provocar su divorcio.
Ming Jie era una prima muy lejana de Kei Lian, ambos eran de la misma familia Lao, pero procedentes de dos ramas diferentes. Ming Jie conocía a Kei Lian y a su fallecido hermano gemelo desde que eran muy pequeños, ella siempre los visitaba cada semana en el orfanato y les traía chocolate caliente casero.
Ella venía de una familia buena y tuvo unos padres normales, acomodados, gente de negocios. Pero nunca se supo nada de los antecesores de Kei Lian, aunque siempre fueron considerados como la rama podrida de todo el clan Lao y los padres de Ming Jie lo confirmaron cuando se enteraron de que habían abandonado en un orfanato a sus hijos y después desaparecieron como el humo.
Pero, para gran disgusto de sus padres, Ming Jie acabó casándose con Kei Lian, cuando este ya era un iris por la muerte de su hermano, y tuvieron a su hijo Sai. Diez años más tarde de nacer Sai, Kei Lian encontró a Neuval y se lo quedaron y lo cuidaron como a un hijo más. Y fue hace diez años cuando Sai murió, siendo suficiente catástrofe para que Kei Lian y Ming Jie se divorciaran. Y apenas había pasado año y medio desde que Yousuke murió.
Un hijo y un nieto, Ming Jie ahora podía parecer estar bien, pero Neuval sabía que seguía de luto y destrozada. No obstante, ella pidió que nadie hablara de ese tema jamás delante de ella, que actuasen como si todo ya estuviera bien, o definitivamente se derrumbaría. Neuval haría cualquier cosa por ella. Para él, Ming Jie era su madre, su madre de verdad y siempre lo sería, aunque él fuese francés y ella china. La conoció cuando tenía 10 años, pero él se sentía como si ella lo hubiera engendrado.
—Pero... —continuó la mujer—. Sé que eras más feliz en esa vida, Neuval.
—Mataron a Katya por estar involucrada —negó con aspereza—. Era humana, no tenía por qué meterse en la lucha de la Asociación...
—Ekaterina ya estaba metida en ella de un modo u otro desde que nació. Su padre y su madre ya eran iris antes de que ella naciera. Era una humana común pero creció rodeada de iris y contagiándose de su espíritu luchador. Ella sabía muy bien lo que ponía en juego cuando decidió trabajar contigo en tu KRS, y, sin embargo, no se echó atrás, porque contribuía a acabar con el mal de este mundo. Eso es lo que ella quería hacer con su vida, con su talento para la informática, como la mejor hacker del mundo, trabajar para la justicia. Te echas la culpa de su muerte porque crees que no pudiste protegerla, pero en verdad no fue tu culpa, ni de la KRS. Son nuestros propios actos los que nos llevan a nuestro destino. Ella puso por voluntad propia su vida en juego en aquella terrible ocasión para evitar la muerte de otras miles de personas, y lo consiguió. Sus misteriosos asesinos dejaron de destruir la ciudad cuando ella se entregó a ellos.
—Podría haberla salvado...
—Podrías haberla salvado tú u otra persona, pero no fue así, y has de aceptarlo. Siempre has vivido con estas cosas y siempre has seguido adelante, ¿por qué ahora no?
—En estos siete años no he vuelto a tener problemas, creo que tomé la mejor decisión.
—Acabas de tener un problema. Y uno muy gordo.
Neuval se quedó callado, mostrándose consternado y nervioso, y agobiado.
—¿Creías que tras exiliarte, ibas a vivir en paz para siempre?
—Sí, lo creía.
—Perdiste la noción de la realidad. El mundo jamás ha sido así de fácil y tú lo sabes mejor que nadie.
—¿Por qué me lo dices así?
—Hijo, yo nunca voy a decirte lo que quieres oír, sino lo que necesitas oír. Soy humana, pero conozco bien a los iris, vuestra realidad interior, cómo funcionáis. Y te conozco bien a ti. ¿Qué vida es esta que estás llevando, Neuval? ¿Por qué sigues siendo tan infeliz pese a todas estas decisiones precavidas que tomas? ¿Por qué tus hijos también se sienten perdidos? ¿Por qué tienes problemas con ellos, y con tu autocontrol, y parece que nada mejora?
—Por las mentiras...
—Por las mentiras —afirmó ella con vehemencia, posando una mano en su mejilla y obligándolo a levantar la cabeza para mirarla—. Especialmente, la mentira que no dejas de repetirte a ti mismo... sobre quién eres y lo que realmente deseas. ¿Y de dónde viene esta persistente mentira con la que insistes en convivir y proyectar sobre tus hijos?
—Por... el miedo —murmuró, y cerró los ojos con fuerza, pues se le empañaron fruto del dolor de esta conversación.
Ming Jie lo abrazó.
—¿De qué tiene tanto miedo el poderoso Fuujin? —le preguntó ella.
—De perder a mis hijos como perdí a Katya. De que vuelva a aparecer un enemigo inesperado y me los quite a ellos también.
—Ya los estás perdiendo, cariño. De otra manera diferente. Pero perdiéndolos igualmente.
Neuval hundió el rostro sobre el hombro de ella y apretó sus brazos con fuerza. Intentó contener un sollozo.
—Llevo toda la vida tomando decisiones de vida o muerte. Estoy cansado...
—Pues tómate un descanso. Respira. Recupera la calma y la compostura, y vuelve a tomar el control de tu vida, Neu. Porque después de descansar, hay que seguir andando. La vida no te espera. Pero no puedes olvidar que no tienes por qué andar solo. Hemos perdido a gente... pero algunos todavía estamos aquí y nos tenemos para cualquier cosa. Te quiero con toda mi alma, Neuval, y tomes la decisión que tomes, vas a tener todo nuestro apoyo. Por una vez, deja de pensar que tienes que cargar con el peso del mundo tú solo.
Él ya no dijo nada más, tan sólo permaneció abrazado a ella un rato más. Ella siempre conseguía sanar las heridas y las penas y Neuval no podía sentirse más afortunado de tenerla, no importaban los años que pasasen o lo mayores que se hiciesen. Después de varios minutos, retomaron la calma y se sonrieron.
—¿Te ha dicho Denzel si ya ha conseguido hablar con Alvion o no? —quiso saber Ming Jie.
—Aún no tengo noticias —contestó él, mirando su móvil.
Ming Jie le dio una palmada en la espalda y se fue hacia la cocina a devolver las tazas vacías.
—Pero eso ahora me importa un bledo —añadió Neuval—. Ya pensaré en eso en otro momento, ahora lo que me importa es encontrar a la loca glotona que tengo por hija.
Inesperadamente, antes de que pudiera marcar el primer número de la acertada llamada, alguien llamó al timbre de la casa. Neuval levantó la mirada con extrañeza y colgó el teléfono para ir a ver quién era. Antes de ir, fue a ponerse la camiseta, y un jersey por encima, que también perteneció a Sai. «No será Alvion, espero» se dijo. Temeroso de esta posibilidad, se asomó discretamente por la ventanilla vertical que había a un lado de la puerta de la entrada, tapada por una cortinilla. No, no era Alvion. Abrió la puerta tranquilamente y se topó con Lao, ahí quietecito y sonriéndole un poquito nervioso.
—Hola, ¿qué haces aquí? —saludó Neuval.
—Buenas, Neu, acabo de pasarme por la empresa para comunicar a los que están trabajando que no podrás pasarte por allí en un tiempo. He pasado la noche en casa de Mei Ling después de recoger a Kyo anoche —dijo, mirando de vez en cuando al interior de la casa, con disimulo.
—¿En serio? ¿Kyo ya está de regreso, está bien? —se alegró.
—Sí, ya ha acabado todo, supongo que los detalles...
—No, no me interesan. Pero todos están bien, ¿verdad?
—Sí, ningún problema, tu pergamino también está lejos de malas manos, y la MRS ha escarmentado durante un tiempo.
—Estupendo. Ah, ¿y qué le has dicho a Hana? —quiso saber, preocupado—. ¿Cómo le has explicado que no puedo pasar por casa? Quisiera llamarla, pero si la policía acaba acercándose a mis huellas, sospechando de mí o yendo a mi casa, es mejor evitar que Hana contenga mensajes o llamadas mías en su teléfono.
—Bueno, le he... dicho una excusa... —titubeó—... y bien... No pasa nada. Se lo ha creído.
—¿Qué... qué le has dicho, Lao? —se temió, sin fiarse ni un pelo de su cara y de su tono.
—Mm... —vaciló, mirándolo a los ojos fijamente—. Que vas a estar un tiempo en mi casa —pausa larga; Neuval entornó los ojos, receloso—. Porque... has recibido una llamada de Jean y estás muy afectado.
—¿¡Qué!? —exclamó.
—¡No podía usar otra mentira, hijo, es la única que ha colado! —se apuró.
—¿¡Estás loco!? ¡Cuando vuelva, tendré que inventarme algo bien convincente! ¡El asunto de Jean es bastante serio, Kei Lian!
—Lo sé, lo sé... —lo calmó, aunque seguía mirando al interior de la casa con disimulo—. No te preocupes, ya se te ocurrirá algo, o incluso puede que Hana no te saque el tema. No podía hacer otra cosa. Ahora Hana está más tranquila que antes, eso es lo que querías, ¿no?
—Uf... —resopló, negando con la cabeza—. Meter a Jean tan de repente... Kei Lian, sabes que es imposible que yo reciba una llamada de mi padre biológico, es imposible, no sé nada de ese cabrón desde hace 35 años y él de mí tampoco. Hana no ha podido tragárselo.
—Te aseguro que sí —afirmó el viejo—. ¿No sabes que Hana, desde que conoce tu historia con Jean, siente mucha pena por ti? Cuando se lo dije se quedó bastante afligida, demasiado como para pensar si le he mentido o no.
—Ça craint, Kei Lian, en menudos líos me metes —rezongó.
—Oye, francesito, eso debería decírtelo yo a ti. Diantres, Neu, deja de preocuparte tanto.
—Está bien, está bien... —trató de calmarse, dando un largo respiro y rascándose la cabeza, pensando qué podría decirle a Hana cuando volviera a casa—. ¿Has venido para decirme algo más o sólo de visita?
—Ah, la verdad es que he venido porque Kyo quiere hablar contigo —contestó, acordándose de lo que le pidió su nieto urgentemente.
—¿Y eso? —se sorprendió.
—Pues que...
—¿Quién es, Neu? —apareció Ming Jie en el vestíbulo—. ¿El cartero?
De pronto Lao soltó un grito ahogado, y a causa del pánico, agitó las manos con nerviosismo y fue a esconderse detrás de la pared, con tan mala suerte que dio un traspié y se cayó de las tablas del porche al jardín, dándose tal tortazo que hasta Neuval lo sintió en su alma. Como era una casa tradicional de la época feudal japonesa, el porche no tenía barandillas y de las tablas al suelo había una buena distancia.
—Oyoy... —sollozó Lao, medio muerto.
Neuval puso los ojos en blanco al comprender la situación. «Ah, así que por eso miraba tanto hacia el interior de la casa» pensó.
—¡Oh! ¿Quién se ha caído? —se alarmó Ming Jie, corriendo hacia el exterior.
—Tranquila, es papá —le dijo Neuval.
Ming Jie abrió los ojos con sorpresa, y se asomó bien para comprobarlo.
—¿Lian? Pero bueno, Kei Lian, ¿qué te ha pasado?
El viejo se puso de rodillas como una bala, sudando a mares y con la nariz sangrando.
—M... Ming, hola... —sonrió nervioso—. Cuánto tiem...
Y se quedó sin habla, prendado. De repente, para Lao habían desaparecido la casa, Neuval, la tierra y el cielo, sólo estaba ella en su campo de visión. Ming Jie antes llevaba el pelo muy largo, blanco, pero ahora lo tenía a capas cortas, realzando su rostro apenas tocado por la edad, y eso que tenía los mismos años que Lao, y esos ojos negros tan tiernos...
—Te has... cortado el pelo... heh... —musitó el viejo, sin poder parpadear, atontado.
—Mmm... —murmuró Neuval, frunciendo los labios, notando que el viejo estaba a punto de estallar en llamas—. Será mejor que demos una vuelta, ¿eh, Lao? Vamos a que te dé un poco el aire.
Bajó al jardín y lo levantó del suelo, lo que no le costó mucho a pesar de lo grande que era, pues Lao ya estaba flotando.
—Lian, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño? —se apresuró a preguntar Ming Jie, viendo que los dos se alejaban.
—No te preocupes, mamá, ahora está perfectamente, créeme —contestó Neuval a regañadientes, arrastrando costosamente al viejo por el jardín, que seguía contemplando a Ming Jie como si hubiera visto un ángel.
—¿Ocurre algo? ¿A dónde vais? —insistió la mujer.
—Es un asunto de trabajo, volveré más tarde —dijo, desapareciendo por la puerta del jardín.
Neuval consiguió enderezar a Lao de una vez por todas. Ya calmados, anduvieron por las calles, adentrándose en el centro, rodeándose de rascacielos, coches, gente y ruido.
—Si ibas a montar el numerito, haberme llamado al móvil antes de venir a casa, Kei Lian —rechistó Neuval.
—No, es que yo... —titubeó, sintiéndose realmente ridículo—. Lo siento, no me lo esperaba. Es decir, sí me esperaba verla, claro, es su casa. Pero no me esperaba yo reaccionar así, no sé qué me ha pasado, es que... Estaba vigilando a ver si venía, pero bajé la guardia...
—No, si ya me di cuenta —sonrió, y soltó de sopetón—: Deberíais volver a casaros.
—¡Blasfemo! —saltó Lao, apuntándole con el dedo.
—¿Qué? —se sorprendió.
—¡Ojalá, Neu, ojalá ese sueño se cumpliera! —sollozó exageradamente.
«Ya está montando otro numerito» pensó Neuval.
—Pero... —continuó Lao, mirando al frente con pesadumbre—. Comprendo por qué Ming quiso divorciarse. Comprendo que se hartase de mí, desde que murió Sai... Comprendo que ya no quisiese sufrir más, y después con lo de Yousuke...
Neuval lo miró de reojo, sin decir nada. No había sido buena idea que Ming Jie y él se vieran, ahora Lao ya estaba lamentándose de todo, como siempre pasaba.
—Mamá necesita un tiempo —comentó Neuval.
—Llevamos diez años divorciados, ella no quiere volver —miró al cielo, taciturno—. Yo la sigo queriendo... pero ella a mí...
—No se lo has preguntado —sonrió Neuval.
El viejo Lao cerró los ojos con pesadumbre.
—Una de las cosas que más lamento sobre nuestra separación es que tú hayas tenido que vivirla, Neu. Te lo prometí… Te lo prometí cuando te conocí, que seríamos siempre una familia de verdad. Que seríamos unos padres de verdad para ti. Y hemos acabado separándonos…
—Por favor, ¿qué dices? —se rio Neuval—. Seguimos siendo una familia de verdad. Por muy separados que estéis, seguís siendo mis padres. Mis padres de verdad. Cumpliste tu promesa y la sigues cumpliendo. Además, cuando os divorciasteis, yo ya era bastante mayorcito. Si me afectó en algo, era por vosotros. Sé que mamá, como tú, no es capaz de dejar de quererte. Ella sólo quiere huir del dolor, y la comprendo. Pero también te comprendo a ti al decidir seguir siendo iris a pesar de que cumpliste tu venganza hace mucho tiempo. Tú llevas siendo iris casi 60 años, eres un récord histórico, es lo que eres. Todos ya sabemos que nunca querrás dejar de serlo, incluso mamá. Y vivir con un iris es demasiado complicado a veces.
—Sé que Katya a ti nunca te habría dejado —discrepó.
—Ella no perdió a un hijo, ni a un nieto —bajó la mirada con pesar—. No puedes saberlo, Lao. Proteger a los humanos de ese dolor no es nada fácil. Tú tuviste muy mala suerte. Demasiado injusto... —murmuró—. Te admiro por seguir adelante con tanta fuerza después de todo lo que has vivido.
—Tú también lo haces, Neu —sonrió—. Sai era tu hermano, y Yousuke tu sobrino. Tú también los perdiste. Y Katya... —se le quebró un poco la voz—. Yo no sé… Si a Ming le pasase algo, yo ya no sé qué haría… No sé si tendría tanta fuerza como tú para seguir adelante. A veces me pregunto cómo puedes ser capaz todavía de levantarte…
—Yo no tuve ninguna fuerza cuando Katya murió, papá —replicó con seriedad—. Perdí por completo el control de mi iris y destruí la mitad de este país, para después hundirme del todo en las ganas de abandonar, durante meses, pudriéndome en el recuerdo de un solo segundo. Hasta que me di cuenta de que aún me quedaba alguien. Alguien que me necesitaba. Lex, Cleven y Yenkis, aún me necesitaban. No podía dejarlos solos. Pero la realidad es que… soy yo quien los necesita a ellos.
—Cada cual sigue adelante como puede —asintió Lao—. No podemos olvidar a los que aún perduran con nosotros. Ming y yo seguimos teniéndote a ti, a Kyo y a Mei Ling. Y a Lex, a Cleven y a Yenkis, aunque no podamos estar con ellos como abuelos por la seguridad ante el Gobierno. Es de ahí de donde se sacan fuerzas, de lo que aún perdura. Por eso, mientras Ming esté tranquila y viva mejor de esta forma, yo estaré bien. Menos mal que no le has dicho que vas a ver a Kyo, seguro que se habría preocupado.
—Sí. ¿Crees que Kyo estará en casa? —quiso saber.
—Hm... Drasik fue a verlo cuando me marché, no me sorprendería que ya lo hubiese sacado a la calle.
—Dios mío, Drasik... —caviló Neuval—. ¿Qué será de él? Espero que estando en la misma clase que Cleven no llegue a acordarse de ella. Tuve que borrarle todos los recuerdos que tenía de Cleven, la relación de ella conmigo y la causa de mi exilio. Sólo le dejé mi recuerdo como Líder y de las misiones que hicimos.
—Sé que no fue fácil para ti quitarle esos recuerdos a Drasik —asintió Lao—. Siempre fue un niño que se metía en líos, pero tú y él erais como uña y carne. Eras idéntico a él a su edad. O incluso peor, porque Drasik no anda metido en peleas callejeras, drogas, alcohol, y comparado contigo, con las mujeres es todo un caballero...
—Ejjejem... —le interrumpió Neuval, molesto—. Vale, yo no he sido un angelito precisamente.
—Sigues sin serlo —reprimió una risa.
—Vale —le cortó—. En fin. Ya sabes que yo siempre vi en Drasik algo especial, algo que los demás no tenían. Tuve mucho cuidado al elegir a mis chicos y me tomé mi tiempo. Vi algo en él... —se quedó callado unos segundos, entornando los ojos, navegando por ese recuerdo—. Pero han pasado siete años. Echo de menos a todos. Nakuru es a la que más veo, ya que es amiga de Cleven. Pero nunca me he atrevido a ver a los demás, a visitarlos alguna vez... Los he dejado, deben de odiarme.
—En absoluto, Neu —negó Lao—. Ellos también te echan de menos, y no te odian, comprenden perfectamente por qué decidiste dejarlo todo. Están deseando que vuelvas algún día. Eres como un padre para ellos. Katya también fue como una madre para ellos. La KRS no ha dejado de ser como una familia —concluyó, y ambos siguieron andando en silencio un buen rato—. Neu, me acuerdo de ese día, hace siete años, en que Drasik fue a verte a solas, un tiempo después de la muerte de Katya. ¿Qué fue lo que te dijo como para que al día siguiente le borrases a Cleven de la memoria? Entiendo lo de borrarle la causa de tu exilio y todo eso, pero... ¿Cleven? —frunció el ceño, sin poder comprenderlo—. ¿Qué pasaba entre Drasik y Cleven? ¿Qué te dijo Drasik ese día?
—Una estupidez —murmuró serio, desviando la mirada—. Lo que suele decir un niño de 9 años, cosas de las que creen saber algo y en realidad no saben nada. Los críos creen entender de amor y no tienen ni idea.
Lao lo miró de reojo sin entender, eso no había respondido a su pregunta ni por asomo, pero viendo la expresión que Neuval tenía en la cara en ese momento, decidió no seguir con el tema.
—Bueno —Lao sacó el móvil—. Voy a llamar a Kyo, a ver dónde anda.
* * * *
A las afueras de Tokio, en lo alto de un pequeño monte y rodeada de extensos bosques, se alzaba una majestuosa mansión. Un coche llegó hasta el patio principal, y de él se bajó Denzel. Cerró el vehículo con llave y se quedó un momento observando la casa. Después optó por dirigirse hacia el portón, no tenía tiempo que perder, sólo esperaba que Alvion estuviese ahí todavía. Al llamar al timbre, le abrió un hombre vestido con traje negro, gafas de sol, rapado, y tan grande como un armario, que hasta Denzel se impresionó.
—Vengo a ver a Alvion Zou —dijo, tratando de descubrir si ese gorila lo estaba mirando o si tenía la vista fija en el horizonte, puesto que no movía la cabeza ni un milímetro, como un maniquí.
—El señor Zou no recibe visitas de nadie —terció con voz potente y postura firme e inmóvil.
—Uf... —se estremeció Denzel, pensando por un momento que ese hombre iba a zurrarle—. Tú debes de ser nuevo en este trabajo, ¿me equivoco? Verás, es que soy Denzel. Ya sabes, domino el tiempo... Parezco joven, pero soy el hombre más viejo del mundo, me gustan las pastitas de té en el desayuno...
Vio cómo el guardián levantaba una ceja por encima de las gafas y lo miraba con autoridad, pero de repente pareció caer en la cuenta, pues se inclinó ante él con una reverencia, clavando la rodilla en el suelo.
—Le ruego mis disculpas, Denzel —dijo, casi con miedo y avergonzado por su descuido—. Por favor, pase.
—Ah, gracias. Y relájate, que no muerdo. Al menos ya no —sonrió.
Nada más poner un pie dentro, apareció el majestuoso anciano bajando por una escalinata del vestíbulo. Esta vez, iba vestido con traje gris y corbata ocre, haciendo juego con sus ojos dorados, en lugar de su habitual traje Zou, para llamar menos la atención entre los humanos de la ciudad. Llevaba su largo cabello blanco recogido en una coleta baja. De este modo, debería de parecer un anciano normal, pero no dejaba de desprender esa extraña aura sobrehumana, como un halo divino.
—Hola, niño —lo saludó Denzel cálidamente.
—Taimu Denzel —lo saludó Alvion, parándose frente a él y haciéndole una reverencia—. Me alegro de verte de nuevo.
—Lo mismo digo —contestó simpáticamente, y le dio unas palmaditas en el hombro con total libertad—. ¿Qué tal estás? Te veo en buena forma.
—Heh, si estar en buena forma significa que te crujan los huesos a cada movimiento, sí —Alvion dibujó una sonrisa en los labios por primera vez en mucho tiempo—. Ya no puedo ni dar un salto sin que la cadera me amenace.
—¿Y qué esperas? Ya tienes la cadera amortizada y cubriste el cupo de saltos cuando eras niño, que no parabas quieto nunca —se rio Denzel, y puso una mueca nostálgica—. Siempre acababas rompiendo algo.
—Y tú siempre estabas ahí salvándome de las reprimendas de mi padre —asintió el anciano—. La paciencia que tuviste conmigo… reconozco que fui un niño hiperactivo.
—Créeme, Alvion, he conocido a todos tus tatarabuelos y todos de niños erais igual de hiperactivos... Tu padre de pequeño sí que me dio guerra —suspiró, y echó un vistazo al interior de la mansión—. Menuda casa te has comprado. No lo entiendo, tú no eres de esos que compra una casa tan grande para él solo.
—Y sigo sin ser de esos —le explicó Alvion—. Esta mansión estaba en posesión del banco esperando que un viejo adinerado y avaricioso se hiciese con ella para desperdiciarla. Pero la he comprado yo, otro viejo adinerado, para alojarme aquí estos días hasta que me marche.
—¿Y qué pasará con la casa cuando te marches? —se extrañó Denzel.
—Estos días aquí he aprovechado para seguir haciendo mi trabajo. He dado con nueve familias de humanos viviendo en condiciones deplorables, casi en la calle, por culpa del paro. Como es de esperar, el Gobierno no los ayuda lo suficiente. Así que yo les he regalado esta casa, obviamente. La ocuparán legítimamente en dos días con la ayuda de los monjes.
—Obviamente —repitió Denzel, sonriendo.
—¿Qué? —preguntó Alvion.
—No es muy "obvio" que alguien compre una mansión y a los dos días se la regale como si nada a nueve familias que no conoce de nada.
—Pero las conozco —repuso Alvion—. Anoche estuve visitándolas, informándome de su situación. Es mi deber —recalcó serio y firme—. Yo no necesito una casa; ellas sí. Para mí es muy obvio.
—Ya lo sé —asintió Denzel, posándole una mano orgullosa en el hombro.
—¿Y a qué se debe esta grata visita?
—Verás... Quiero hablar contigo sobre el juicio de Fuujin.
Alvion cerró sus innaturales ojos ámbar con un largo suspiro, pues ya se esperaba que ese fuera el motivo. Denzel y Agatha eran las únicas personas del mundo por las que Alvion sentía un respeto incondicional. Al fin y al cabo, desde el punto de vista de Denzel, Alvion era un niño de 110 años. El anciano no podía negarse a esa petición. Si había alguien más sabio, más viejo y tan poderoso como él, ese era Denzel.
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