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1º LIBRO - Realidad y Ficción

38.
Demasiado precipitado

Mientras tanto, en la casa, MJ acabó acorralando a Yako en el pasillo del piso de arriba. El chico se quedó entre ella y la pared, sin ver por dónde más huir, ya que había mucha gente por ahí pasando de un lado a otro con sus conversaciones y risas.

—Vamos, MJ, perdóname, te lo tomas muy en serio —le sonrió Yako con inocencia, haciendo gestos temerosos con las manos.

—Hm… —refunfuñó ella, y se aproximó a él para mirarlo a los ojos bien de cerca, clavándole un dedo en el pecho—. Está bien. Pero que no vuelva a pasar, o mañana no iré a trabajar a la cafetería para hacer esos sándwiches que todos los clientes piden.

—Pero si yo los hago igual…

MJ puso cara de asesina y fue a darle un pellizco de los fuertes en el brazo.

—¡Ay, ay, ay! ¡Vale, era broma, tú los haces mejor, eres imprescindible para la cafetería! Ma basta, per favore! —sollozó, resistiéndose a los intentos de la otra por pellizcarle por todos lados.

MJ paró, pero pronto sonrió y no pudo evitar reírse. Yako también se rio por la tonta escenita. Pero luego se calmaron y se quedaron mirándose el uno al otro. MJ se ruborizó un poco, y él también, y al darse cuenta, ella miró a otro lado con disimulo. Después, observó tras ella, donde estaban las escaleras, que al pie de estas había una pareja muy unida susurrándose cosas al oído y disfrutando de la fiesta, un chico y una chica que ellos conocían.

—¿Te has enterado? —le preguntó MJ, sin dejar de mirar a esos dos—. Mitsuki, la chica con la que saliste unos meses en primer año de carrera, y Tora, el chico con el que yo salí una vez, han acabado juntos.

—Oh… —se sorprendió Yako al divisarlos—. Caray, tienes razón, míralos… Fuff… Menos mal que Mitsuki no me persigue como las otras y ha encontrado a alguien que de verdad le corresponde. Me alegro por ellos.

—Van juntos a todas partes, en la universidad no se despegan el uno del otro. Están muy enamorados, y eso que son de personalidades muy distintas, todo un misterio. Y pensar que los presentamos nosotros…

—Los humanos sois muy impredecibles —sonrió Yako—. Por eso me gustáis.

MJ volvió a mirarlo a los ojos, poniéndose seria, pero, al mismo tiempo, reflexiva.

—Hay algo que no me cuadra, Yako.

—¿Eh?

—Verás, sé que el caso de la chica que te perseguía antes también te pasa con otras dos de tu época de instituto, pero… luego está el caso de Mitsuki, y el de Vanessa el año pasado, y el de Kannai después… Yo las he conocido porque son de nuestra uni, y realmente eran buenas chicas, sin cosas raras, ni locuras obsesivas ni nada. Y nunca duraste más de cinco meses con ninguna de ellas. Yo sé que ellas llegaron a gustarte de verdad, estuviste enamorado. Pero acabaste alejándolas de ti por algún motivo que aún no me has explicado. Y ya sabes… que tú siempre me hablas de cualquier cosa —miró al suelo mientras se pasaba un mechón de pelo tras la oreja.

—Ahm… —titubeó Yako, mirando para los lados—. ¿Cu… cuál es tu pregunta exactamente…?

—Yako —lo interrumpió, poniéndose severa, y el chico se estremeció un poco—. Sabes perfectamente cuál es mi pregunta. Has nacido con ese poder.

—Sinceramente, MJ, puedo leer a casi cualquier persona de este mundo, pero… la verdad es que contigo a veces no me resulta tan fácil saber en qué piensas —sonrió inocente, rascándose la cabeza, y la otra lo miró incrédula—. No sé qué me pasa contigo, que no siempre te veo tan evidente y predecible como los demás… a veces eres un misterio para mí.

MJ no se esperaba oír algo así y volvió a ponerse roja, pero no terminaba de entenderlo ni de creerlo, porque ella se consideraba la humana más normal y común del mundo, y a ojos de un Zou debía de ser la criatura más evidente y predecible y simple de todas. Pensó que Yako le estaba tomando el pelo o algo así. Volvió a ponerse seria.

—¿Acabas alejando a esas chicas de ti porque crees que debes hacerlo, a pesar de que por dentro no deseas hacerlo?

La sonrisa de Yako se apagó un poco, y sus ojos dorados miraron distraídamente a otro lado. No respondió nada.

—¿Por qué te haces eso a ti mismo? —insistió MJ, con un tono más suave y entristecido—. Dime, ¿te da miedo que una humana no pueda soportar que seas un “iris”?

Yako siguió callado. Realmente estaba ahí contra la pared, acorralado por MJ, mucho más por esa conversación que por su cuerpo bloqueando el paso. Parecía estar pensando qué decir, y finalmente la miró de nuevo a los ojos.

—Supongo que la llevo en los genes, la necesidad de proteger a todos los buenos humanos por igual. No puedo cambiar lo que soy. El hecho de que tenga que preocuparme por una sola humana con más atención que por los demás… lo siento injusto.

—No estás hablando de ser un “iris”, ¿verdad? —se percató MJ—. Hahh… —suspiró—. Desertaste, Yako.

—Desertar cambia mi vida, pero no me cambia a mí. Lo que soy y nací siendo. Una parte de mí es “iris”, sí, que quiere proteger a los humanos inocentes que me rodean, de los peligros, crímenes e injusticias. Pero, en el fondo… soy alguien que quiere proteger a todos los humanos e “iris” de este planeta… a todo un mundo de seres que no son como yo… de amenazas y problemas que van más allá del alcance humano.

—¿A qué te refieres? ¿A los dioses?

—No, no… Oye, no es nada que deba preocuparte… —sonrió rápidamente, alargando una mano hacia su rostro como consuelo.

—No —MJ apartó su mano—. No hagas eso conmigo, Yako. No me hables como a una inocente y pobre humana que no debe saber nada ni preocuparse de nada. Sólo quiero saber por qué no te permites a ti mismo ser libre y feliz. Conseguiste cambiar tu vida, estudiar la carrera que querías, trabajar como un “iris” en la KRS, llevar la cafetería de tu padre, relacionarte con todos de igual a igual, hacer amigos, hacer fiestas en casa… —señaló a su alrededor—. Pero hay algo… que aún no consigues hacer. Algo que aún no te permites a ti mismo tener.

—¿Por qué le das tanta importancia?

—Porque si lo haces por un motivo estúpido, tengo que gritártelo a la cara, que es un motivo estúpido. Es lo que hacen los amigos, se dicen mutuamente cuándo están haciendo algo estúpido.

—Hahaha… es verdad que tú me has salvado de varias estupideces. Pero… MJ… —cambió a un tono más serio, mirándola a los ojos—. Sé que te da rabia que esta parte de la vida sea complicada para mí, pero eso no hace que deje de serlo. Enamorarse de una persona es protegerla, preocuparse por ella, verla más importante que al resto. Siento que yo no podría descuidar a los demás por cuidar más de una. Dividir la preocupación. No puedo tener… a una persona que sea más importante que el resto del mundo.

MJ no dijo nada por un rato. Fue ahí cuando se dio cuenta de lo que realmente pasaba. Él no estaba siendo del todo sincero, estaba omitiendo el auténtico motivo. Yako, además de otras cosas, era un “iris”, y eso significaba que tenía un trauma, un trauma sin resolver aún, que lo había acompañado desde que era un niño muy pequeño.

MJ conocía su historia de cómo vio morir a su padre. Y sabía lo aterrorizado que Yako seguía estando casi dos décadas después. Su caso era el mayor misterio, y él lo consideraba un caso casi imposible de resolver. Pero no imposible de no tener suficiente capacidad o recursos, sino imposible de que de verdad no le convenía intentar averiguarlo. Yako temía mucho descubrir tras el misterio del asesinato de su padre algo que no debería descubrir, y no temía por él, sino por todo el mundo. Daba igual lo que dijeran los demás, él estaba absolutamente convencido de que la cosa que mató a su padre era un ser diferente, diferente a los humanos, a los “iris” o “arki”, a los Knive, a los Taimu e incluso a los dioses.

Ella conocía a Yako lo suficiente para saber qué tipo de preguntas lo atormentaban. “La misma criatura que mató a mi padre, ¿vendrá a por mí algún día? Si logró matar a mi padre tan fácilmente, ¿significa que se trata de un ser superior a los Zou y por tanto algo que yo no puedo vencer? Si trato de averiguar qué o quién era, ¿se enfadará y atacará a más personas? Si hago algo que esa criatura pueda ver como una molestia o una amenaza hacia el secreto de su existencia, ¿me obligará a parar, secuestrando, amenazando o haciendo daño a las personas que más me importan?”.

Sinceramente, MJ comprendía estos temores de Yako. No se permitía a sí mismo enamorarse o estar demasiado tiempo con una humana porque así la convertiría en la persona más importante para él, por tanto, en su punto más débil, y por tanto, en el primer blanco fijo de seres divinos o seres desconocidos.

—¿Y si esa persona supiera protegerse a sí misma lo suficiente para que no tuvieras que preocuparte tanto de ella? —sugirió MJ—. Cualquier chica “iris” de la Asociación ya sabe quién eres, ya está metida en tu mundo, por lo que no hay nada que ocultarle, y sabe luchar. ¿Por qué nunca has probado a tener una relación con alguna? No sé… —titubeó, algo arrepentida de sus propias palabras de ahora—. Sería lo idóneo… para ti.

—Hm —Yako cerró los ojos un momento—. Verás… No es que yo tenga algún problema con eso. Pero ellas sí. —MJ lo miró sin entender—. Ninguna “iris” querría jamás estar conmigo. Y si lo quisieran, nunca lo harían.

—¿Por qué?

—Kain y tú sois los únicos humanos fuera de la Asociación a los que he confiado el secreto de esta. Vosotros dos y mis compañeros de la KRS me veis como un amigo, como a un igual, que es lo que yo deseaba. Para vosotros soy un “iris” Shokubutsu o bien un compañero de clase o un camarero como otro cualquiera. Pero… para el resto de la Asociación… sigo siendo el Zou. Y no se puede evitar porque, me guste o no, eso siempre estará por encima de mi “iris”. De modo que… —suspiró con pesar—… ser un Señor de los “Iris”, para todas las chicas “iris”, es sinónimo de “jefe intocable”, “ser superior”, “hombre fuera de su alcance”, “máximo respeto”, etcétera. Jamás se atreverían a plantearse una relación conmigo. Ninguna estaría nunca cómoda con alguien que puede controlar sus mentes o su alma, por así decirlo. Tampoco sería cómodo para mí. Incluso… —casi rio, pasándose una mano por el pelo—… cuando era más pequeño, había una “iris” que me gustaba, de una RS de Corea del Sur. Pero ¿sabes qué me dijo ella? Que igual que un humano no puede casarse con Dios, un “iris” no puede casarse con un Zou.

—Pero eso sólo son creencias y supersticiones que tienen los “iris”…

—Ya te lo he dicho, es complicado. Ese tipo de relación nunca funcionaría. Por eso todos mis antepasados se han casado con humanas, y tanto a ellas como a ellos les funcionó perfectamente. Lo que pasa… —bajó la mirada—… es que a mí no me resulta tan fácil como a mis antepasados.

MJ volvió a quedarse pensativa.

—Y… ¿Y una Menor? —preguntó entonces, y Yako la miró confuso—. A lo mejor con una Menor puede resultar menos complicado… no sé… sería una humana entrenada casi como un “iris”, por lo tanto, lo suficientemente fuerte para protegerse a sí misma, y sin necesidad de que su mente, su alma o lo que sea esté atada o conectada a tu control de Zou. Sabría todo sobre la Asociación, sobre ti, sin secretos… no sé… Reuniría todos los factores favorables.

Yako frunció el ceño al principio, le sorprendía su insistencia. Pero luego torció una sonrisa socarrona.

—¿Qué pasa, MJ? ¿Es que conoces a alguna Menor con la que quieres emparejarme? ¿Me ves muy solo o qué?

—¡N… no, no! —se apuró, agitando las manos—. Además, de “solo” nada, que veo constantemente a chicas yendo tras de ti y flirteando contigo en la cafetería —refunfuñó.

—¿Sí? —sonrió—. ¿Espías mi vida privada por alguna razón?

—¡Q… No! —volvió a agitar las manos, y su cara pasó a color rojo—. ¡Para nada, yo no hago eso! Bueno… a veces vigilo que ninguna arpía se te acerque. Pero porque tú también haces eso conmigo, cada vez que me persigue algún chico con malas intenciones. Como aquel de la uni, que me acorraló en el aparcamiento. Te lanzaste sobre él como una fiera.

—Claro. Porque olían mucho a Yin —se rio, dándose toques en la nariz.

—Lo mordiste en un hombro.

—Oh, sí… —recordó Yako—. Fíjate que eso de morder es un ataque muy infantil, instintivo, pero cada vez que me cruzo con un criminal de los peores, no sé por qué lo primero que se me pasa por la cabeza es morderlo…

—Fue la primera vez que conocí tu faceta furiosa. Pero no digo que me desagrade, hehe… —le sonrió—. Fue bastante guay.

Yako no estaba muy orgulloso de ceder a esos comportamiento o ataques que él llamaba “infantiles” o “instintivos”, pero ver cómo MJ lo consideraba algo que le gustaba de él, le extrañó un poco y le hizo torcer una sonrisa. Verdaderamente MJ a veces le parecía una chica peculiar, diferente. Su afecto por ella era enorme. Pero, precisamente porque Yako se obligaba a sí mismo a ponerse esa barrera, no se daba cuenta de que lo que él llamaba “afecto” hacia MJ era en realidad algo más. Por eso, ni él mismo notó sus propias mejillas algo sonrojadas mientras la miraba.

—¿Tanto te preocupa que yo algún día encuentre a alguien y sea feliz, Momoki?

Esta vez, ella no se enfadó por llamarla por su nombre. A MJ sólo le cabreaba que lo hicieran delante de los demás. Pero cuando estaba sola con Yako y él pronunciaba su nombre sin nadie más cerca, le recorrían cosquilleos desde los oídos hasta los pies.

—Yo… sólo digo… —la chica agachó la cabeza con vergüenza—… que no te tienes que maltratar tanto a ti mismo. No tengas tanto miedo de permitir a alguien acercarse a ti… es decir, de acercarse de verdad a ti, a lo que eres, a lo que realmente sientes, haces o piensas, en vez de acercarse sólo a esa minúscula parte de ti mismo que muestras al exterior. No tengas tanto miedo de lo que pueda pasar. Si tienes tanto miedo a sufrir, significa que tienes miedo a vivir.

Yako abrió los ojos con asombro. Nunca lo pensó de esa manera.

—A-además… —hizo aspavientos—. Ya sé que tu abuelo te da mucho la lata con lo de casarte ya con alguien, eso de cumplir la tradición familiar de casarse a los 20 años es algo muy anticuado. Tienes 21 años y vives en el siglo XXI, hombre, tú disfruta todo lo que puedas… y ya en algún futuro, cuando sea el momento… dejarás de tener miedo… y encontrarás a alguien que te llene de verdad. Somos jóvenes, ¿no? —sonrió—. Dejemos de preocuparnos tanto por esto. No hay razón para precipitarse.

—Me extraña que lo digas tú, siendo la que ha sacado el tema —se rio.

—Bu-bueno, pero sólo era para decirte que… bueno… —miró para los lados, sin saber qué decir—. Que tal vez puedas ser por fin feliz con alguien lejos de las complicaciones de ser Zou, “iris”, humano y todas esas cosas que… en fin, que no tengas tanto miedo por esas cosas, y… y que si una Menor podría tener más posibilidades, pues… —empezó a hablar cada vez más bajo, murmurando—… porque yo llevo tiempo planteándome convertirme en Menor, y… —siguió mascullando cosas hasta el punto de que ya no se la entendía.

—¿Qué? MJ, no te oigo…

—¡Nada, nada! —brincó, nerviosa—. No tiene importancia. Bueno, yo… Me voy ya a casa, Yako. Mañana muy temprano tengo la presentación del trabajo de Derecho Penal, a ver si por fin me aprueban.

—Oh, claro. Había olvidado que cogiste ese turno de presentación. Te veo mañana, entonces, en la cafetería a las doce, y luego podemos ir juntos a la clase de Derecho Mercantil de la tarde. Con tanto viaje de ida y vuelta, te llevo yo en coche.

—Está bien. Perfecto —levantó los pulgares, disimulando sus nervios mientras iba bajando las escaleras—. Gracias por la fiesta, lo he pasado genial. Hasta mañana.

Y se perdió de vista. Yako se rascó la cabeza. Después dejó salir un largo suspiro, y se quedó sorprendido, porque sintió un inesperado y pequeño alivio. Era como si hubiese dejado salir un peso de dentro. Luego miró hacia el lugar donde MJ se había marchado.

Yako tenía cientos de amigos. Y siempre estaba demasiado ocupado intentando complacerlos, servirles, atenderlos. Siempre preguntaba a los demás qué necesitaban, y los demás no solían preguntárselo a él porque Yako siempre se mostraba como alguien que no necesitaba nada, que siempre estaba bien. MJ era la única persona que le sacaba de esa zona de confort de vez en cuando y le hacía hablar de cosas que él prefería callarse por miedo. Luego descubría que ese miedo se le evaporaba cuando hablaba con ella, y que, a pesar de hablar de cosas difíciles, el confort seguía ahí. 

Con Raijin también se sentía cómodo hablando de cosas difíciles, pero Raijin, la diferencia que tenía con MJ, es que trataba a Yako con más delicadeza, porque, para él, Yako era un ser de pura luz que merecía todo lo bueno y era lo suficientemente poderoso e inteligente para hablar de las cosas cuando él quisiese y como él quisiese. MJ, por el contrario, prefería ser más directa y obligarlo a hablar de sus problemas con un tirón de oreja si hacía falta.

A pesar de que el tema sobre el que él y MJ acababan de hablar no había terminado con una solución, Yako se sentía mejor, simplemente por haber hablado de ello.


* * * *


Después de haber ido al baño y echarse algo de agua fría por la cara, Cleven salió al salón y se quedó ahí parada mirando. Se tambaleaba un poco y no conseguía concentrarse. Ella creía que estaba bien, solamente acalorada, y que con echarse agua fría en la cara se le pasaría. Pero estaba indudablemente borracha. Para alguien que no conocía el peligro de algunas bebidas alcohólicas que no sabían a alcohol ni olían a alcohol y parecían simples batidos o zumos, sobre todo para alguien que era adicta a las cosas dulces y azucaradas, podría ser peor.

Los efectos de los vasos de leche de pantera que se había bebido ya estaban aflorando por completo. Y aun así, no olvidó su principal objetivo, que era hablar con Raijin. Había dejado a Kain y a su prometida en el jardín y Yako seguía por ahí con otras personas, pero ya llevaba mucho rato sin divisar a Raijin por ninguna parte.

Durante las dos horas anteriores, antes de irse al jardín con Yako, MJ y la pareja, Cleven había estado viendo a Raijin de vez en cuando, desde la lejanía, moviéndose de un lugar a otro, hablando con algunas personas, yendo a servirse más alcohol, y relacionándose con otros más. Era raro, porque se suponía que Raijin era poco social y hablador. Bueno, él no había estado hablando apenas en la fiesta, pero había estado escuchando a los otros humanos hablar. Conocía a muchos de ellos porque iban también a su misma universidad. Pero claramente Cleven nunca había visto a Raijin tan interesado en socializar, cuando él era una persona que no tenía interés alguno en las historietas, en las tonterías y en la vida sencilla de los demás humanos a no ser que sus vidas corrieran algún peligro o amenaza criminal para ir a protegerlos y salvarlos.

Raijin se estaba comportando bastante parecido a un humano esta noche. Seguramente era por el alcohol. Pero precisamente estar bebiendo más de la cuenta era un comportamiento irracional humano. Entonces no era por el alcohol, sino por otra cosa, que Yako ya había adivinado antes.

El rubio se estaba forzando a sí mismo a evadir un tema importante, evitarlo, o a demorarlo. Se obligaba a sí mismo a distraerse con la conversación de otros humanos y al mismo tiempo bebía más de lo que debía como refuerzo para dejar de pensar en ese tema que le agobiaba.

Ahora, Cleven, que ya estaba preocupada después de tanto rato sin divisar a Raijin por ningún lado, se temió que él ya se hubiera marchado a su casa y hubiera perdido la oportunidad de hablar con él sobre lo del beso.

En un último intento de asegurarse, recorrió la casa para buscarlo. Cuando ya recorrió la planta baja y ya había mirado en casi toda la planta superior, estuvo a punto de tirar la toalla, hasta que abrió la puerta del final del pasillo, que era la habitación de Yako. Y ahí encontró a Raijin. Estaba solo, recostado sobre la cama y apoyado en el cabecero, mirando la pantalla de su móvil y deslizando el dedo de vez en cuando.

Cleven silenció una exclamación de sorpresa, y la sustituyó por un suspiro de alivio. Pensó que Raijin se había cansado de la gente y se había venido a la habitación de su amigo para estar tranquilo. Quizá estaba jugando a algo en su móvil, o quizá estaba mirando fotos… Su rostro parecía inexpresivo, pero Cleven detectó con claridad, incluso ebria, ese brillo melancólico en sus ojos. Supuso que, probablemente, estaba viendo fotos antiguas de Yue.

—Eh… Hey… —saludó Cleven tímidamente desde la puerta, y el chico se sobresaltó un poco—. Hola…

Raijin se quedó mirándola con cara de susto. No se había dado cuenta de que alguien había abierto la puerta, y eso que estaba enfrente. Esto en un “iris” era imposible. A no ser que se hubiera bebido la cantidad de alcohol equivalente a la que un humano necesitaba para estar borracho. Incluso pareció costarle reaccionar.

Si Yako estuviera ahí, estaría realmente preocupado, porque Raijin nunca se ponía a sí mismo en un estado de debilidad y carente de facultades suficientes. Jamás bebía más de la cuenta, y jamás consumía sustancias ni drogas. Para el rubio, estar siempre despierto, despejado, alerta y listo para actuar era primordial, porque era su deber existencial como “iris” nato. Lo que le estaba pasando con Cleven de verdad le estaba haciendo comportarse diferente.

El chico terminó guardando su móvil rápidamente; se incorporó sobre la cama y se quedó sentado en un borde, dándole la espalda a Cleven. Se mantuvo callado, mirando al suelo, pero como ella no se movía de ahí ni hacía nada, la miró de reojo. Ella le sonreía suavemente, reservada, como si no quisiera molestarlo.

—Hola —murmuró Raijin finalmente, y volvió a mirar al suelo, apoyando los codos sobre sus piernas.

Cleven, entonces, se acercó a él y se sentó también en el borde de la cama, no muy pegada, dejando una distancia. Se quedó un rato observando la habitación de Yako. Parecía la habitación típica de cualquier universitario. Muchos libros, vinilos, carpetas, posters de películas o de bandas de música… y muchas plantas, por todas partes. Incluso de macetas que colgaban del techo.

—¿Eds…? Bub… —le dio otro hipo a Cleven—. ¿Estás bien?

—¿Estás borracha? —la miró Raijin con sorpresa.

—¡No! No puedo estarlo… Yako me hizo su famosa irisada y me dejó beber un pogi… un poquito de ron con ella. Le prometí que no bebería más… ib… y me puse a beber ese batido de canela tan rig… rico…

—Ay, Dios… —Raijin apoyó la cara entre las manos, sabiendo perfectamente lo que había pasado—. Has confundido la leche de pantera con batido…

—¿Gué? —no lo oyó bien.

—Deberías volver ya a tu hotel. E irte directamente a la cama. No estás en un estado ad… adecuado para seguir de fiesta.

—¡Hey! ¿Qué ha sido eso? ¿Te has trabaddo? —se rio ella—. Mira quién habla, tú estás borracho…

—Hahh… no seas pelmaza… —suspiró el chico, sintiéndose bastante mareado ahora que se había sentado, todavía con la cabeza apoyada sobre sus manos.

—Oye… mmm… —titubeó ella, mirando para otro lado—. ¿Qué… hacías aquí solo?

—Descansar.

—¿De qué?

—De pelmazos.

—Entonces… ehm… ¿quieres que te deje solo? —se puso en pie—. Si quieres que me vaya, no pasa nada, lo entiendo.

Cleven esperó que él respondiera algo. Pero Raijin se quedó en silencio. Por eso, ella lo interpretó como un “sí” y se fue andando hacia la puerta.

—Espera… —la llamó Raijin.

Ella se detuvo. Él no dijo más que eso. Seguía mirando al suelo, escondido entre sus manos. Cleven volvió a sentarse al borde de la cama, aunque dio otro tambaleo.

—¿Hay algo que quieras decirme? —le preguntó.

—Sí —contestó él—. Siento lo de antes. En el estanque. No debí hacerlo.

—¿Por qué no? Lo dices como si me hubieras hecho daño o algo malo…

—Era inadecuado. E incorrecto. Apenas te conozco.

—No es cierto. Me conoces ya bastante bien. No depende del tiempo, sino de las vivencias. Nos conocimos el domingo, pero desdd… desde entonces hemos tenido unos encuentros y algunas conversaciones bastante imp… importantes, ¿no crees? Nuestros encuentros no han sido como los típicos al principio dde conocer a alguien… en los que uno intenta aparentar ser muy bueno, para agradar, para caer bien… Túd… Tú y yo hemos tenido roces desde el principio y eso nos ha hecho hablarnos mutuamente de forma sincera y tajante… y eso… hip… eso equivale como a uno o dos meses de conocer a alguien.

Raijin siguió en silencio.

—No quiero que lamentes haberme besado, Raijin.

—No lo lamento. Es que… es complicado.

—Llevo toda la noche oyendo lo complicado que es todo en la vida de todos… —resopló cansada—. La vida no es más complicada que lo que uno hace de ella. ¿Por qué te haces la vida complicada, Raijin?

—No lo entenderías.

—Te sorprendería lo que puedo llegar a entender.

—Hay cosas que no puedo contarte sobre mí.

—¿Cosas malas?

—No. No son malas. Solamente… difíciles de aceptar.

—Ponme a prueba. ¿Tienes miedo de que algo salga mal si me cuentas tus secretos? ¿De perjudicarme? ¿O de que yo me asuste de ti y huya de ti?

Esta vez Raijin salió del escondite de sus manos y giró la cabeza para mirarla. Esta chica estaba bien borracha y no dejaba de ser perspicaz, adivinando los pensamientos de Raijin con esa facilidad.

Contarle a un humano el secreto de los “iris” y de la Asociación no estaba prohibido, pero era crucial asegurarse de que el humano fuera bueno y de fiar, algo que los “iris” podían averiguar siempre con facilidad. Además, aunque le contaran el secreto a alguno que después resultase ser un mentiroso traidor dispuesto a chivarse a la policía, los “iris” lo detectaban mucho antes de que lo hiciera y simplemente se usaba la Técnica de Denzel para borrarles la memoria. De hecho, muchos humanos a los que se les confiaba el secreto de la existencia de los “iris” y la Asociación eran los que después acababan convirtiéndose en Menores, humanos voluntarios que ayudaban a los “iris” y trabajaban en la Asociación.

Pero lo que Raijin temía contarle a Cleven no era exactamente lo de que era un “iris”.

—Creo que es evidente que llevas todos estos días sabiendo lo que siento por ti —dijo Cleven.

—¿Sabes tú exactamente lo que sientes por mí? —replicó él.

Ella se quedó callada, sorprendida por esa pregunta.

—Claro que sí. Si crees que sólo siento una atracción caprichosa porque tengo 16 años y las chicas de mi edad suelen equivocarse y creer cosas que luego no son… te equivocas. Tú… me gustas… me gustas de verdad.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Cambiarme, convertirme en alguien más amable y simpático? ¿Acostarte conmigo? ¿Ver si soy divertido o tengo suficiente dinero para hacer juntos planes divertidos e invitarte a comer constantemente? ¿Probar a ver qué se siente saliendo conmigo, dar envidia a las demás chicas, y si no te gusta buscar a otro?

—Lo único que quiero cambiar en ti es tu infelicidad.

Raijin se quedó mudo ante esa respuesta inmediata y ese tono seguro en la voz de Cleven. Sobre todo, ante esa mirada verde tan firme y poderosa que estaba empezado a doblegarlo.

—Lo único que quiero de ti es hacerte feliz. Compartir cosas y experiencias juntos, si eso te hace feliz. Averiguar juntos cómo solucionar tus preocupaciones y problemas, si eso te hace feliz. Ayudarnos y acompañarnos mutuamente en la cotidianeidad de la vida, si eso te hace feliz. Y quizá… darme algún que otro beso de vez en cuando… si eso te…

Algo inevitable empujó a Raijin hacia ella. Una fuerza que ni su “iris” pudo prever ni controlar. Pudo ser esa mirada de ella, o esa energía hermosa de ella, o esas palabras que nunca esperó escuchar de una chica como ella. La besó sin más dilación y esta vez ella le besó de vuelta, dejándose llevar por esa fuerte conexión que los atraía.

También… pudo ser el alcohol. Y esto era un problema. No sólo a la hora de tomar decisiones, sino también para arruinar buenos momentos. Porque, después de un rato entrelazándose, cuando Raijin la sujetó de la cintura y de la cabeza y la tumbó suavemente en la cama, Cleven tuvo un fuerte mareo y una náusea.

—Bub… —se incorporó y se sentó de nuevo al borde la cama, llevándose una mano a la frente y otra a la boca—. Uff…

—¿Te encuentras bien? —preguntó él, recuperando el aliento.

—Ay… lo siento mucho… me he mareado… creo que estoy borracha… no lo entiendo…

—Hahh… —suspiró él—. Has bebido alcohol sin saber que era alcohol.

—¿Qué…?

Raijin esperó un poco a que ella se repusiera. Necesitó ese momento, esa pausa, para recapacitar él mismo sobre lo que acababa de pasar. Estaba sorprendido de sí mismo. Estaba teniendo impulsos humanos, cuando él no era humano. Estaba siendo irracional, pero, por alguna razón, le hacía sentir emoción, y bienestar, e ilusión, por primera vez en mucho tiempo.

¿De verdad se estaba enamorando? No, eso era ridículo cuando sólo conocía a una persona de pocos días. Pero no podía negarlo. Cleven le gustaba, y le gustaba desde la primera vez que la vio. Su tozudez y su ya arraigada costumbre de aislarse, de ser frío y ponerse barreras y no dejar a nadie acercarse demasiado a él era lo que había estado mostrando por fuera, pero por dentro, muy en el fondo, había un Raijin que todavía quería vivir, que todavía quería intentar, tener una nueva oportunidad de conocer a alguien que le hiciera feliz como Yue…

Tenía miedo de que le hicieran daño. Porque Raijin, aunque era un “iris” nato, cuya mente funcionaba más por lo racional y apenas por las emociones, sí que podía sentir auténticas emociones cuando estas eran provocadas por las personas que su “iris” más quería. Sus padres, la familia que tuvo y perdió y se quedó huérfano, y Yue, una nueva esperanza que apareció en su vida en un momento muy oscuro… las muertes de esas personas a las que llegó a amar lo destrozaron brutalmente. Todas las emociones que Raijin no sentía por la gente común que lo rodeaba, incluso por algunos amigos y conocidos, las sentía con el doble de intensidad cuando se trataba de las personas que más le importaban.

Por eso, tenía miedo de volver a querer a alguien nuevo y padecer el peor de los sufrimientos si también se moría. O querer a alguien nuevo y padecer un dolor terrible si lo abandonaba, como ya le pasó una vez con cierta persona. Quería creer que Cleven no sólo le decía la verdad, sino que también la cumpliría. Porque el Raijin frío, insensible, que parecía que nada le importaba, nada le afectaba ni nada sentía, no era más que una máscara que protegía a un chico que nació con una mente diferente, pero con un corazón más inmenso y brillante que una estrella.

—Te… te llevaré a tu hotel. Lo más seguro para ti es quedarte allí e ir directa a dormir.

Raijin se puso en pie, pero cuando lo hizo, se dio cuenta de su propio estado cuando perdió el equilibrio por dos segundos. Maldijo por lo bajo, avergonzado de haber bebido tanto, y a diferencia de Cleven, de forma intencionada. Trató de reponerse, ayudándose de su “iris”, para tener pleno control de sus movimientos. Ayudó a Cleven a levantarse.

—Me… me da vueltas la habitación… Me sentaré un rato más…

—No, si te sientas, caerás dormida y ya no habrá quien te levante. Haz un esfuerzo. Tienes que ir a tu hotel y dormir tranquila y a salvo.

—Ay… vale…

Cleven se quedó de pie, pero parecía un péndulo, y se le cerraban los ojos.

—¿Hemos llegado?

—Madre mía… —Raijin optó por cargarla en brazos y salió de la habitación. Bajó las escaleras y se digirió a la salida.

—¡Eh, eh! ¿¡Qué le ha pasado!? —se asustó Yako al ver a Cleven medio inconsciente en los brazos del rubio.

—Leche de pantera —dijo Raijin.

Yako se quedó mudo. Luego se dio una torta en la frente.

—No esperaba que ella desconociera esta bebida. Mierda. ¿Pero está bien?

—Sí, según su temperatura, sus movimientos y su capacidad de hablar, ha bebido lo suficiente para estar mareada y atontada, pero lejos del coma etílico u otra cosa grave.

—Ay, esto es culpa mía… tenía que haberla vigilado un poco más.

—¿Se puede saber por qué la has invitado? —le preguntó Raijin.

Yako se dio cuenta de que Raijin tenía algo distinto. Estaba mucho más calmado que al comienzo de la fiesta. Y tenía la cara roja. Y parecía contener una pequeña emoción.

—Espera… ¿habéis estado hablando?

—Eh… eh… sí —Raijin tardó un poco en responder, le daba algo de vergüenza hablar con Yako de que no sólo habían aclarado las cosas, sino que habían vuelto a besarse.

—¿¡Y!? —exclamó Yako, tan emocionado que Raijin se dio un susto—. ¡Te habrás llevado una gran sorpresa, ¿verdad?! ¿¡Lo has aceptado!? ¿¡Vais a estar juntos!?

—Ahm… ah…

—¡Lo habéis confirmado ya, ¿verdad?! —insistió Yako—. ¿¡Qué es lo que ha pasado exactamente!?

—Ahm… algo asombroso… e inesperado… y… bueno. O eso creo.

—¡Wuhuu! —celebró Yako; para él, aquella fue una respuesta suficiente—. Lo entiendo, Raijin, todavía tienes que asimilarlo y todo. No sabes cómo me alegro por ti. Por fin… por fin aparece otra cosa buena en tu vida…

—Aeh… Yako… tengo que llevarla a su hotel.

—¡Ah! Claro, claro. Sí, date prisa. Te veo mañana.

Raijin asintió y se marchó hacia su coche. Por su parte, Yako siguió con la fiesta hasta tarde.


Al cabo de unos minutos, Raijin aparcó en una calle cercana al hotel. Cleven pudo caminar sola, pero necesitó que él la sujetase de los hombros para que lo hiciera en línea recta, y todavía iba con los ojos medio cerrados. Ya dentro, la acompañó a los ascensores.

—Yako se va a enfadar conmigo… —balbució Cleven mientras intentaba darle al botón del ascensor, y al final tuvo que apretarlo Raijin—… no sabía que esa bebida tenía alcohol…

—No se va a enfadar. Te equivocaste de bebida. No pasa nada —la calmó.

—Me siento mal…

—Te digo que no pasa nada.

—No, me refiero a… contigo… Lo he estropeado… ¿Me perdonas? —lo miró con exagerada súplica, agarrándolo del abrigo—. Era un beso tan increíble…

Raijin se sonrojó un poco pero trató de mantenerse serio y de no seguirle mucho la corriente, sabiendo que ella no estaba ahora en sus plenas facultades. Se metieron en el ascensor. El chico sacó la tarjeta llave del propio bolso de Cleven y vio el número de la habitación. Se encargó de conducirla hasta la puerta correcta, la abrió, volvió a guardar la tarjeta en el bolso de ella y le sostuvo la puerta para que entrara. Ella lo hizo, se fue caminando hacia el fondo de la habitación. Raijin esperó un poco para comprobar que ella ya se las arreglaba sola y así marcharse. Pero Cleven hizo un intento de quitarse las sandalias mientras caminaba y acabó tropezándose como un pingüino.

El chico soltó un suspiro paciente y acabó cruzando la puerta y metiéndose en la habitación. La levantó del suelo.

—La habitación acaba de girar y el suelo se ha convertido en la pared —le dijo ella, con la nariz roja, mirándolo con sorpresa.

—Tú no vuelves a beber una gota de alcohol en tu vida, ¿me oyes, pelmaza? Eres un peligro para ti misma.

—Pero tú me proteges porque eres bueno —lo abrazó con fuerza, sonriendo felizmente—. ¿Por qué eres tan bueno conmigo?

Raijin volvió a ruborizarse. Ese abrazo le envolvió de una sensación extraña pero cálida.

—Acuéstate ya. Yo debo marcharme.

—¿Marcharte? ¿Por qué? ¿Por qué no te quedas conmigo?

—Porque eso no estaría bien.

—¿Eh? ¿Por qué no? —Cleven no lo entendía en ese momento y volvió a abrazarlo—. Yo quiero que te quedes conmigo…

—En tu estado eso no es ningún consentimiento válido.

—Estoy mareada pero soy plenamente consciente, Raijin, no seas tan policía. No te pido nada raro ni nada que no quieras hacer —lo miró a los ojos, levantando la cabeza, ya que él era más alto—. Quédate cinco minutos conmigo… aunque sólo sea con un abrazo en silencio… o aunque sólo sea para hablar de lo pelmazas e ilógicas que son algunas personas, como las exnovias locas de Yako…

Raijin no podía contenerse más. Ella lo conocía hasta ese punto de saber sus gustos raros, sus preferencias atípicas, su forma diferente de pensar, que su emoción por haber encontrado a alguien así en su vida lo llenaba de un deseo que hace tiempo creyó haber perdido. Le hacía recuperar la esperanza por sentirse, por una vez, encajar en ese mundo humano. Porque una humana como ella le comprendía tan bien…

Se besaron otra vez, pero esta vez lo fueron llevando un poco más lejos. Se fueron quitando la ropa. Esto no estaría pasando si Raijin no hubiese bebido tanto. Él jamás estaría dando este paso tan pronto con alguien y menos en esta situación y en este estado. Todo ese vodka sin duda le había nublado la razón. Si estuviera sobrio de verdad, no habría sucumbido tan fácilmente; habría obligado a Cleven a meterse en la cama y a dormirse, y él se habría marchado a su casa sin más.

Que ella le gustase no significaba que ya mismo quisiera acostarse con ella, estuviera sobrio o ebrio. Pero aquí estaba actuando un factor muy importante que no pocas veces había afectado la racionalidad de su “iris”, sin que el alcohol tuviera nada que ver. Y este era el “contagio”. El “contagio” era algo que el propio Raijin denominada como “defecto”, y él era el único en el mundo que lo padecía, porque era el único “iris” de nacimiento que había existido, que se supiese –y diferente de Yenkis, cuyo caso se consideraba distinto debido a que él sí conservaba la capacidad normal de sentir y eso significaba que Yenkis no era 100 % “iris”–.

El llamado “contagio” era un fenómeno extraño que a veces le ocurría a Raijin: aunque un sentimiento no surgiese naturalmente de él, sí podía sentirlo si otra persona se lo contagiaba. Pero que sintiera dentro de sí mismo la misma emoción que otra persona estaba sintiendo, no quería decir que él supiera el motivo de ese sentimiento. Si una persona estaba enfadada porque había tenido un mal día, podía contagiar a Raijin de este enfado, de modo que Raijin sentía el mismo enfado que esa persona dentro de sí mismo, pero sin tener ni idea de por qué.

Probablemente, Cleven le estaba contagiando este deseo específico de ahora. Y por eso acabaron en ropa interior, subiéndose a la cama, continuando con los besos, dejándose llevar…

La preocupación, a pesar de todo, de que tal vez todo era muy precipitado, no volvió a dar señales de vida en la cabeza de Raijin hasta que recibió el primer rayo de sol de la mañana siguiente. Entreabrió los ojos.

Estaba despeinado, por encima de la manta nórdica de la cama, bocabajo, con un fuerte dolor de cabeza y con el cuerpo pesándole toneladas. Al abrir los ojos más, le costó un rato reiniciar su cerebro. Cuando ya lo logró, levantó la cabeza de golpe, con susto, encontrando a Cleven ahí justo al lado, debajo de la manta, echa un ovillo y completamente dormida.

Raijin tardó unos segundos en reordenar sus pensamientos e intentó hacer memoria. Pero tenía la memoria bastante borrosa. Se vio a sí mismo en ropa interior. Puso una cara extrañada y pensativa. Para asegurarse, destapó un poco a Cleven un momento. Al verla sin sujetador, dio por hecho que estaba desnuda bajo la manta y volvió a taparla enseguida.

Tuvo que sentarse un rato sobre el borde de la cama para meditar un poco. Al parecer, se habían acostado juntos, y él todavía no lo asimilaba como algo correcto. Había sido demasiado pronto y en un momento inadecuado. Se sintió como un idiota, por haber dejado que esto pasase, por haber bebido más de la cuenta, por no haber controlado mejor la situación y a sí mismo.

Sin embargo, por encima de estos pensamientos, en los que Raijin simplemente consideraba que el error estaba en haber sido una acción precipitada pero no en la acción en sí, tampoco es que sintiera arrepentimiento. Solamente habría preferido haber esperado más. Pero, en fin, ¿qué le iba a hacer? Todavía sentía esa emoción nueva. No podía decir que se sintiera feliz por fin, pero por una vez estaba sintiendo una pizca de ello, un inicio.

Lo que ella le hacía sentir seguía siendo tan real ahora como ayer. Observó su rostro dormido un rato. Y entonces, comenzó a surgir en él una vieja preocupación. Esto de verdad podría ser el comienzo de una posible relación, pero iba a depender mucho de todas las cosas que Cleven aún no sabía de él, de su vida, de su trabajo como “iris”, de su pasado… Raijin tenía que pensar ahora en muchas cosas.

Cuando el reloj marcó las nueve de la mañana, se levantó, se vistió y se fue sin hacer ruido.


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