1º LIBRO - Realidad y Ficción
«Neuval se apartó del cuerpo de Paku, soltando la cadena. Respiró para recuperar el aliento. Tenía la cara y el cuerpo lleno de salpicaduras rojas. Pero no había tiempo para descansar. Rebuscó en los bolsillos del hombre hasta dar con su manojo de llaves, y se fue hacia la puerta del fondo. Al abrirla, Li y los otros cinco niños, que lo habían estado esperando, exclamaron con susto cuando vieron aparecer a Neuval manchado de sangre, con el labio partido y respirando agotado. Le tendió las llaves a Li, el cual las cogió con gran asombro.
—Chuqù —le dijo Neuval.
No lo pronunció adecuadamente, pero Li lo acabó entendiendo. Le decía que salieran, que se fueran.
—Pe… p… p… T… t… ¿tú? —le señaló Li, al ver que él se marchaba escaleras arriba.
—Chuqù —repitió Neuval, señalando hacia abajo sin siquiera mirarlo, cansado.
Li dudó al principio, no entendía por qué él se estaba yendo por otro lado. Pero luego se dio cuenta de que ahí estaban siete niños, cuando eran diez en total. Faltaban tres más. Y el niño extranjero, al parecer, iba a rescatarlos por su cuenta. Ellos no tenían ya tiempo y no podían arriesgarse a quedarse más rato ahí desde que Neuval pulsó la alarma de incendios, era cuestión de minutos que los compañeros de Paku llegaran a esa zona. Así que Li respiró hondo, agarró bien las llaves y el mapa, y se llevó a los demás niños escaleras abajo.
Al haber grabado en su memoria eidética todo el mapa del lugar y tras haber sacado a seis de los nueve niños en esa primera planta, donde ya no quedaban más habitaciones, Neuval no tuvo más remedio que deducir que los tres niños que faltaban estaban en la planta de arriba, que, según el mapa, contenía el resto de suites.
Había esperado rescatar a Song de las primeras, pero debía de estar en la segunda planta, aún cautiva. Tenía que darse prisa. Después de ver las cosas terribles que les habían estado haciendo a los otros niños…
Le dolía casi todo el cuerpo, de los golpes que Paku le había propinado. No podía pararse a pensar en ello. El tiempo corría. La alarma era igual de ruidosa en la segunda planta cuando llegó a su pasillo principal. Había como diez puertas y se suponía que sólo tres de ellas estaban ocupadas. Tendría que mirar en todas, en las que hiciera falta. Tenía un deber metido en la cabeza que en este mismo momento se estaba debatiendo contra el dolor, el cansancio, el trauma, la furia, la vergüenza, y los fogonazos incesantes que su iris desquiciado continuaba proyectando en su mente.
Una de las puertas de las suites estaba abierta y había un hombre joven ahí asomado al pasillo, con una careta de un rostro femenino de porcelana y llevando puesto nada más que un vestido corto de tul azul semitransparente, expresando su queja en un idioma que Neuval entendía, era alemán.
—¡A ver si apagan la maldita alarma! ¡Es muy molesta! ¿¡Dónde está el encargado!? ¡Qué mal momento para hacer un simulacro, seguro que no hay fuego por ninguna parte!
Neuval respiró hondo una vez más y caminó hacia él. Por el camino, cogió una de las muchas bandejas de plata que había en un carrito de comida en mitad del pasillo.
—¿Y tú de dónde sales? ¿Te han salpicado de vino tinto o qué? —se sorprendió aquel hombre al verlo venir—. No habrás pulsado tú la alarma, ¿verdad? Los niños os creéis graciosos haciendo este tipo de bromas, por eso hay que disciplin-…
Neuval blandió la bandeja contra su cara con esa brutal fuerza que su iris le estaba otorgando, con tal impacto que le partió la máscara de porcelana en pedazos y uno se quedó clavado en el ojo de ese hombre, quien no tuvo tiempo de gritar o reaccionar porque se golpeó la nuca contra el marco de la puerta y cayó inerte al suelo. Neuval soltó la bandeja como si nada y entró en la habitación. A los pocos segundos salió con una niña más pequeña que él, arrastrándola del brazo hacia el pasillo a la fuerza, porque al parecer esta estaba demasiado confusa con todo y se sentía igual de asustada con él que con su agresor y no paraba de llorar y de resistirse.
Algo dentro de Neuval volvió a estallar, una nueva manifestación de algo insano creciendo dentro de él.
—¡Deja de llorar! —le gritó enfadado—. ¡No tienes tiempo de llorar! ¡Muévete!
La pequeña se quedó estremecida, lo único que vio fueron dos ojos blancos aterradores. Pero Neuval acabó llevándola junto a unas plantas, obligándola a quedarse agachada entre dos grandes macetas, mientras él iba a buscar otra puerta. En vez de llamar con los nudillos a cada una, esta vez optó por guiarse por el oído y pegó la oreja. Alcanzó a oír ruidos en la quinta y la aporreó con el puño insistentemente, haciendo que el inquilino de dentro se molestara y no tuviera más remedio que abrir.
Neuval vio que se trataba de otro tipo con pintas raras y parecía hindú, y, al igual que el anterior, no estaba acompañado por otro adulto que pudiera intervenir. Por lo que, mientras aquel tipo le preguntaba enfadado qué hacía ahí, Neuval ya estaba recogiendo del suelo la bandeja de antes y regresando hacia él. Al parecer, este tipo era más desconfiado y precavido, y de milagro logró prever las intenciones del niño de golpearlo con esa bandeja, por lo que esquivó el primer ataque.
—¿¡Qué te crees que haces!? —le recriminó el hombre.
Sin embargo, cuando vio los ojos diabólicos de ese niño, que parecían brillar por sí solos, comenzó a retroceder de nuevo al interior de la habitación, levantando las manos.
—Te lo advierto… No te acerques… —le decía el tipo, empezando a temerlo de verdad.
La niña agazapada en el pasillo entre las dos macetas vio a ese chico metiéndose en esa habitación. Se tapó los oídos cuando comenzó a escuchar gritos. Al poco rato, vio al chico salir de la mano de otra niña pequeña como ella, que estaba muy nerviosa pero parecía conservar la razón. Por eso, cuando Neuval le señaló hacia la otra niña, esta entendió y corrió hacia ella para estar juntas, y ambas se quedaron abrazadas esperando que ese niño, que parecía saber qué hacer, les diera la siguiente orden.
Una parte de Neuval se sentía aliviado porque ya, sin duda alguna, la última que quedaba era Song y tenía que estar en esa puerta del final del pasillo, la última que le quedaba por comprobar, y no perdió ni un segundo, fue corriendo hacia ella y llamó con el puño.
—Ya estoy aquí, Song… —murmuró para sí, desesperado por acabar ya con todo aquello.
No obstante, escuchó unas voces lejanas. El ascensor se acababa de parar en esa planta, a tres metros de él. Alguien venía. Podían ser varios matones, así que Neuval reaccionó rápido y corrió a esconderse junto a las otras dos niñas entre esos dos maceteros, colocando el carro de las bandejas por delante para que no los vieran. Asomándose con cautela, vio salir del ascensor a dos mujeres y a un hombre. Eran tres de los empleados comunes que trabajaban allí, las dos mujeres vestían con el mismo traje blanco de limpieza que las que asearon a todos los niños al principio, y el hombre llevaba un mono gris como los que habían escoltado a los niños hacia el escenario.
Neuval se preguntó por qué habían venido esos. Y algo le olió mal cuando los vio pararse frente a aquella última puerta de la última suite. Alguien abrió desde el interior. Era el tipo larguirucho de cabello entrecano y despeinado al que llamaban el señor Orlov. Seguía llevando su careta de búho como en la subasta, y sólo llevaba puestos unos calzoncillos. Pero en los brazos llevaba, además, una especie de mangas hechas de plumas pardas a juego con la careta, como si sus brazos estuvieran disfrazados de alas. Parecía muy alterado.
—¡Es que se ha tropezado…! ¡No sé cómo ha podido pasar, ha pasado muy rápido, y…!
—Tranquilícese, señor Orlov —le dijo el hombre de mono gris—. Deje que nos encarguemos.
—¿No podéis hacer algo con ese pitido molesto de la alarma de incendios primero? —protestó el viejo—. Seguro que han sido las góticas raras de la planta de abajo, que con tantas velas le habrán quemado el pelo a algún crío.
—Tenemos compañeros ahora mismo dirigiéndose a la planta de abajo, donde se ha activado la alarma, para comprobar si hay algún fuego, no se preocupe. Cuéntenos qué ha pasado exactamente.
—Vale, ¡pero no ha sido mi culpa! —el tipo disfrazado patéticamente de búho los dejó pasar adentro—. ¡Es que es muy delicada, eso es lo que pasa, me ha tocado una presa muy débil, se lo comentaré a la Anfitriona porque debería asegurarse de ofrecer a niños más resistentes…!
Neuval estaba muerto de preocupación. Algo había pasado ahí, algo había ido mal. Tuvo un presentimiento tan malo que notó un dolor terrible en el pecho. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia aquella puerta abierta. Tenía que saber qué pasaba, tenía que sacar a Song de ahí.
Pero, cuando se detuvo en la puerta y miró al interior, una desgarradora imagen le robó el aliento. La habitación tenía una temática como de un bosque, decorada con árboles falsos. Vio a Song tendida en el suelo. Ese tipo le había hecho ponerse en la cintura una cola de ardilla, y le había pintado en la cara una nariz y unos bigotes. Y ahora, estaba tendida en el suelo, bocarriba, con varios de sus cabellos negros tapando un poco su rostro, pero con los ojos abiertos y vacíos apuntando estáticos hacia la puerta. Hacia Neuval. Había un charco de sangre debajo de su cabeza.
Al parecer, ese monstruo había estado jugando con ella en sus fantasías de depredador y presa. En algún momento, mientras ella era obligada a cumplir su papel de presa que huía de él, él se abalanzó sobre ella con demasiada fuerza y acabó golpeándose la cabeza contra una de las piedras del suelo, que formaban parte de la decoración campestre.
A Neuval se le partió el alma al verla de esa manera.
Se acabó. Había llegado tarde. Song ya no estaba en ese mundo. Igual que Monique. Igual que muchos más niños en el mundo, igual que muchos inocentes cada día, a manos de este, por lo visto, excesivo número de monstruos que inundaban todo ese planeta, escondidos a simple vista, actuando en las sombras, disfrutando impunemente de sus excesos, vicios y enfermedades mentales, porque el dinero los protegía.
Es señor Orlov y los otros tres adultos estaban alrededor de Song, mirándola y deliberando qué hacer con ella como si estuvieran discutiendo sobre cómo limpiar un trozo de comida que había caído al suelo o recoger los restos de un objeto roto.
—Me harán un reembolso, ¿verdad? —preguntaba el viejo ruso.
Pero algo extraño sucedió. Los cuatro adultos notaron una potente vibración en el suelo… en el aire… o más bien, en cada átomo de los rodeaba. Una energía abismal y desconocida invadió el lugar con tal poder que la realidad pareció distorsionarse por un segundo. Por un segundo, el aire se volvió sólido. Por un segundo, todo se volvió negro como las tinieblas. Por un segundo, se hizo el silencio más absoluto del universo.
Aquellos adultos se quedaron aturdidos por un instante. Las luces parpadeaban. El señor Orlov, desorientado por esa ausencia total de sonido, parpadeó una vez. Al volver a abrir los ojos, lo primero y último que vio fueron unos ojos de luz plateada y dos hileras de afilados colmillos. Algo, alguna criatura, un depredador aún superior, se echó sobre él de la manera más brutal y salvaje. Lo que quiera que fuese, le desgarró el cuello, los brazos, el abdomen… Lo despedazó.
Los chillidos de pavor de los tres empleados rompieron aquel silencio pesado. Las dos niñas, en el pasillo, los vieron salir corriendo de la habitación con caras de sumo terror y echaron a correr por el pasillo hasta la otra puerta del final que llevaba a las escaleras de emergencia. Justo en ese momento, Li y los demás niños estaban abriendo esa puerta, y se sobresaltaron cuando esos adultos los esquivaron o los apartaron con pánico y se marcharon por las escaleras.
Li, que no había sido capaz de marcharse sin los niños que faltaban y con intención de ayudar a Neuval, había decidido regresar con los demás niños para marcharse todos juntos. Pero el panorama con el que se encontró en ese pasillo parecía una pesadilla. Las luces continuaban parpadeando y había una extraña vibración en el aire, costaba respirar, y el suelo temblaba un poco. Se quedaron confusos mirando al final del pasillo. Las dos niñas escondidas entre las macetas, al verlos, corrieron hasta ellos y Li las puso tras él, manteniéndose en guardia, oyendo ruidos raros en la habitación abierta del fondo.
Nadie entendía qué pasaba. Hasta que vieron salir a alguien de la habitación. Al principio no lo reconocieron. El niño que salió al pasillo estaba lleno de sangre. Su larga melena castaña clara estaba despeinada y le tapaba un poco el rostro, varios cabellos se le habían quedado pegados por la sangre que manchaba su cara, pues lo que Li vio con claridad, es que era de la boca de Neuval de donde goteaba la sangre. Los dientes también los tenía teñidos de rojo.
Neuval, parado ahí en medio del pasillo, tenía la mirada ida en ese momento. Respiraba pesadamente, mientras la sangre seguía goteando por su barbilla.
Li supo que lo que estaba mirando no era humano. No sabía qué le había pasado a ese chico, pero ya no era él. Neuval seguía quieto mirándolos con esos ojos casi blancos, abiertos y desquiciados. No se movía. Li sabía que tenía que actuar, y su primer impulso fue sacar a todos los niños de allí de una vez por todas y alejarlos de él. Miró a Neuval una última vez, sin saber si sentirse preocupado o tenerle miedo, y finalmente todos los niños se marcharon escaleras abajo.
El rostro de Neuval seguía siendo inexpresivo. No pestañeaba. Sólo respiraba con agotamiento.
Lo que le había pasado a Song, lo que habían estado sufriendo esos niños, no sólo había sido culpa de sus respectivos compradores. Había más responsables que debían pagar por ello. Los tres amigos de Paku que lo habían ayudado a raptar niños, la mujer que dirigía todo ese negocio en la ciudad de Hong Kong, las docenas de hombres y mujeres que trabajaban ahí e igualmente contribuían a que esa barbarie funcionara…
Las piernas de Neuval se movieron solas y caminaron por el pasillo hasta el ascensor. Había otras áreas del complejo donde podría ir encontrándolos a todos. Sólo tenía una cosa en mente. Lo único que deseaba era matar a todos los responsables… todos los que había en el edifico eran responsables… pero también lo era la ciudad, la sociedad y su gobierno… y otros países… El mundo entero era responsable. El mundo entero ya no era para él sino un lugar repulsivo, donde al final, todos estarían mejor muertos.
Al parecer ya había corrido la voz de que había un peligro letal suelto por el edificio. Había gente corriendo por las plantas, tanto empleados como otros huéspedes, por el salón de la planta baja, el casino, el restaurante, preguntándose si se trataba de un incendio de verdad o de un asesino suelto por ahí o de un grupo armado.
Neuval seguía en modo automático con un objetivo en mente. Caminó por los rincones y esquinas para que nadie lo viera. Cruzó el salón principal, que era como una gran sala de recepción de hotel, mientras algunos adultos corrían por allá a otra parte. Se dirigió entonces hacia las mesas de restaurante del fondo, y cruzó la puerta de doble hoja de la cocina cuando no había nadie. Procuró hacer claras las huellas de sangre que iban dejando sus pisadas. Fue directo hacia uno de los hornos. Se conocía el mecanismo. Desenroscó la tuerca necesaria y comenzó a escapar gas de una tubería. Acto seguido, se quitó el calzado ensangrentado y lo tiró a un lado, y después agarró una botella de licor y un trapo por el camino de vuelta a la salida.
Volvió al restaurante y se sentó en el suelo detrás de una mesa, oculto tras su mantel, con la botella y el trapo. Esperó pacientemente. Sus ojos llevaban ya diez minutos sin pestañear.
Como esperaba, por fin aparecieron los otros matones que, con Paku, se encargaban de solucionar los problemas y las amenazas del negocio. Habían encontrado las pisadas de sangre que Neuval había dejado y las habían seguido. Eran los gemelos, que exclamaban cosas sin parar, alterados. Seguramente habían encontrado el cadáver de Paku en la segunda planta. Cuando ambos hombres entraron por la puerta de la cocina con machete y pistola en mano, Neuval metió el trapo en la botella de licor, encendió una de las cerillas que se había estado guardando y prendió el trapo. Se puso en pie. Arrastró con él una silla, caminó hasta la puerta de la cocina y la bloqueó con la silla. Después se apartó un par de metros, y lanzó la botella de licor con el trapo prendido contra uno de los ojos de buey de una de las hojas de la puerta, rompiéndolo, de modo que el cóctel molotov acabó dentro de la cocina.
Se oyó el inicio de un grito de alarma pero no su final, pues se produjo una inmediata explosión en el interior de la cocina. El fuego no llegó a derribar la puerta bloqueada pero sí salió por los dos ojos de buey con dos poderosas llamaradas que acabaron prendiendo unas cortinas decorativas en las paredes del restaurante y un par de mesas próximas, mientras Neuval se alejaba caminando de regreso al salón de recepción. Quería encontrar a la jefa.
Mientras los gritos del personal que intentaba salir del complejo aumentaban por otras partes y el incendio de la cocina se propagaba, Neuval buscó por el casino, por la sala de teatro de antes, por la zona de lavado…
Y cuando regresó al salón principal, al fin la vio. La rechoncha mujer que administraba todo aquel lugar iba corriendo por la recepción, en dirección contraria a otros empleados que iban hacia la salida. Se metió tras los mostradores vacíos y después cruzó una puerta del fondo donde ponía “privado” en chino. Neuval se dirigió hacia allá, caminando con esa fría calma que lo había estado acompañando intermitentemente todo ese rato.
Tras pasar por la puerta, había un pasillo no muy largo con algunas puertas, y la única que estaba abierta era la del fondo, donde se veía a la mujer yendo de un lado a otro y hablando por el walkie con alguien.
—¡Me da igual de quién se trate! ¡Encuentra al responsable, sea uno o doscientos! ¡Y más te vale no acabar como el inútil de Paku porque para eso te pago! ¡Encuentra al que ha arruinado mi negocio y mátalo! ¡Y si encuentras a los niños, también, mátalos!
Neuval se paró cerca de la puerta abierta, en el pasillo, observándola desde ahí. Aquello era un despacho lujoso, con un escritorio elegante en el medio, delante de unas estanterías, pinturas clásicas decorando las paredes, jarrones, estatuillas de oro… La mujer había dejado una maleta grande sobre el escritorio, y en ese momento estaba apartando a un lado una sección de la estantería, que era corrediza, descubriendo una caja fuerte en la pared. La abrió y se puso a sacar paquetes plastificados de fajos de billetes y cajas pequeñas de metal con joyas.
Fue al escritorio y metió todo dentro de la maleta, cerró la cremallera y se la cargó a la espalda. Pero cuando salió por la puerta, fue cuando vio a ese niño, esperándola en el pasillo, semidesnudo, manchado de sangre por todas partes, sobre todo alrededor de la boca, y con el cabello largo enmarañado, mirándola con unos ojos aterradores, sombríos y estáticos sobre ella.
La mujer se llevó tal susto que gritó y brincó hacia atrás, y se le cayó la radio al suelo. Se quedó unos instantes mirándolo con ojos temblorosos, helada.
—Tú… —murmuró, fijándose en todo ese rojo que le manchaba, y empezó a entender—. Espera… ¿tú…? ¿Tú eres quien…?
Neuval dio un pequeño paso hacia ella, y ella volvió a dar un grito de susto. La imagen que ese niño presentaba era digna de sus peores pesadillas.
—¡Quieto! ¡Te lo advierto! —nerviosa, recogió la radio del suelo y fue retrocediendo al interior del despacho—. ¡Mao! ¡Está aquí! ¡En mi despacho! ¡Es el niño… el niño occidental…! ¡Está…! —Neuval dio otro paso hacia ella—. ¡¡Ven enseguida!! —chilló temerosa.
La mujer cerró rápidamente la puerta desde dentro. Por fuera no tenía pomo ni manilla alguna, solamente una cerradura, para que sólo ella pudiera abrirla desde fuera. Neuval cogió el imperdible que, igual que las cerillas, se había estado guardando todo ese tiempo, enganchado a la tela del faldón que le caía desde la cintura. Se acercó al cerrojo de la puerta, dobló el imperdible de una forma específica, lo introdujo en la cerradura y comenzó a forzarla, algo que había hecho muchas veces.
Tardó dos minutos en abrir la puerta. La mujer estaba tras el escritorio y exclamó con espanto al verlo. Dejó la radio a un lado porque necesitaba las dos manos para sujetar bien maleta en su espalda con todo su botín. Pero, a partir de ahí, no supo qué hacer. Quería salir por la puerta, pero él estaba ahí en medio del camino, al otro lado de la mesa. Una parte de ella no sabía por qué dudaba en esquivar a un niño, más pequeño que ella, más débil, un mocoso cualquiera. Pero otra parte de ella estaba comenzando a sentir una energía extraña que perturbaba su mente. Cada vez que miraba al niño, sentía un temblor por todo el cuerpo, cada vez más intenso. Empezó a entrar en pánico, no sabía qué le pasaba. Neuval no se movía de donde estaba, tan sólo la miraba fijamente, no estaba haciendo nada más que eso y por alguna razón la mujer se encontraba cada vez más nerviosa, angustiada.
—¡Apártate de la puerta! —le chilló exasperada, manteniéndose detrás de su escritorio.
Neuval seguía mirándola sin parpadear.
—¡Para! ¡Deja de mirarme así!
Algo había en esa mirada que despertaba los miedos más primarios de la mujer. Esos ojos le estaban haciendo algo. Su mente estaba sucumbiendo ante un aura del más puro terror. Le costaba respirar.
—¡Márchate! —de repente se echó a llorar y se volvió histérica—. ¡Vete de aquí! ¡Aaaah! —se agarró de los pelos, deshaciendo el moño de su peinado perfecto—. ¡Deja de mirarme! ¡Deja de mirarme! ¡Demonio!
La mujer acabó perdiendo la cordura. Sea lo que fuese aquella energía, era insoportable, no podía más. En un intento de huir de allí, la mujer se dirigió a la ventana, la abrió y trató de salir por ella estrepitosamente, con la maleta al hombro, con la falda de su traje, los tacones… Quizá pretendía salir y caminar por la cornisa hasta el balcón más cercano, pero cometió el error de mirar atrás una vez más, justo cuando tenía medio cuerpo fuera. Neuval, simplemente, dio otro pequeño paso hacia ella. La mujer chilló de nuevo. Uno de sus pies se resbaló de la repisa exterior, y al final, cayó al vacío con su fortuna.
Estaban en la planta baja, pero la caída fue larga. Su grito se hizo cada vez más lejano hasta que dejó de oírse. El aire que entraba por la ventana olía a mar, y de fondo se oía el zumbido de olas chocando contras las rocas. Por lo visto, aquel complejo privado estaba construido junto a un acantilado en la costa este de Hong Kong.
Al entender que esa mujer ya no estaba, que ya no haría daño a nadie más, la sangre fría de Neuval empezó a templarse. El calor que había perdido en la última media hora volvió a latir poco a poco dentro de él. Seguía mirando a la ventana, quieto y en silencio, pero sus ojos comenzaron a empañarse, observando el cielo estrellado sobre el mar del exterior. Qué hermosa vista. Qué hermoso mundo. ¿Por qué esa mujer, y su detestable hijo, y esos pederastas, habían tenido más de 20 años, más de 30, 40 o incluso más de 60 años, de vivir, de respirar y de disfrutar de los paisajes de ese mundo, y había niños que ni siquiera habían llegado a cumplir los 15 años, o los 10, o 5?
Qué hermoso mundo, pero qué mal funcionaba. ¿Qué podía hacer él? ¿Cómo iba a tener poder suficiente para cambiarlo? Y si no lo podía cambiar, ¿entonces por qué molestarse en vivir en él?
Neuval cerró los ojos por primera vez en media hora y comenzó a sollozar, de agotamiento, de tristeza, de hartazgo. Había viajado demasiado tiempo para al final descubrir que el ser humano era igual en cualquier rincón del globo.
De repente, oyó unos pasos pesados detrás de él. Reaccionó demasiado tarde, pues cuando se dio la vuelta, al instante un hombre enorme lo agarró del cuello violentamente y lo levantó del suelo fácilmente, estrangulándolo. Neuval luchó por respirar, con lágrimas cayéndole por la cara. Vio que se trataba del tipo grandote y callado que había ayudado a Paku y a los gemelos a secuestrarlo, y el que lo había estado vigilando durante el lavado y aseo. Había olvidado que faltaba él. El tipo estaba furioso, seguramente por haber fracasado en proteger a su jefa y el negocio que le daba de comer. Lo había perdido todo por culpa de ese niño. Neuval podía ver en sus ojos negros sus ansias de matarlo.
Y eso… de repente… dejó de importarle.
Neuval soltó sus manos, dejando caer los brazos. Su rostro ya no expresaba resistencia. Se rindió. Ya estaba cansado.
El tipo no dejó de oprimirle el cuello. Ya estaba logrando su propósito. Hasta que ocurrió una fuerte explosión a sus espaldas.
Todo pasó muy rápido, algo explotó por el pasillo. Suelo, techo y paredes retumbaron, se formaron grietas, se cayeron libros y cuadros. De pronto se fue la luz, y fue sustituida por un cegador y ardiente fuego que lo envolvió todo alrededor de ellos. El hombre fornido se llevó el susto de su vida y soltó a Neuval, mirando horrorizado a su alrededor. Literalmente, todo lo que le rodeaba era fuego. Le quemaba la piel. Se dio la vuelta para buscar la puerta, pero entonces vio una silueta, más grande que él, caminando hacia él, bañada entre las feroces llamas. Cuando esa silueta atravesó el fuego y se paró ante él, el criminal tembló como un chihuahua. Tenía delante a un hombre joven, grande, esbelto y muy musculoso, con vaqueros y camiseta negra de manga corta. Sus cabellos negros estaban prendidos de fuego, así como sus hombros, el filo de sus brazos y piernas. Desprendía llamas por su cuerpo pero no le quemaban ni la piel ni la ropa. Y su ojo izquierdo brillaba de una intensa y poderosa luz roja.
En un ridículo intento de atacarlo, víctima del miedo, el criminal blandió un puño hacia él, pero Lao lo paró en seco con el dedo índice. El criminal exclamó de dolor y se agarró la mano, se había roto un nudillo. Comprendió que su única opción era huir de esa persona inhumana, pero justo cuando dio un paso para esquivarlo, Lao le agarró el cuello con una sola mano y lo levantó varios centímetros sobre el suelo. El criminal entró en pánico, asfixiándose, golpeando en vano el brazo de Lao y pataleando.
—¿Por qué te quejas? —le preguntó Lao con una mirada sombría y firme—. Ahora eres tú el pequeño indefenso siendo estrangulado por un tipo más grande y más fuerte. ¿Te gusta?
El otro hacía sonidos horribles con la garganta, y se le estaban formando derrames de sangre por la córnea de los ojos.
—Considera esta lección de empatía tu última gran lección en la vida.
Lao giró la muñeca con un movimiento seco y partió el grueso cuello del criminal como si fuera una rama. Se quedó colgando de su mano como un muñeco inerte y los ojos abiertos. Lao lo tiró a un lado como si fuese la cáscara de un plátano y se acercó rápidamente a Neuval, que estaba arrodillado en el suelo, inmóvil, con la mirada ida. Se agachó frente a él.
—Neuval… ¿Estás bien? ¿Estás herido? —miró preocupado toda esa sangre, pero procuró no tocarlo, por si eso lo alteraba—. Neuval… —lo llamó de nuevo, y lo tomó de las mejillas para que lo mirara a los ojos—. Soy yo, Neu. Estoy aquí. Te he encontrado. Ya estás a salvo, ya ha terminado todo.
El niño lo miraba, pero no decía nada. Entonces cerró la boca, apretó los labios, se contuvo, se reprimió.
—Recuerda lo que te dije. No lo contengas, no lo reprimas, tu cuerpo y tu mente te lo piden. Déjalo salir. No sientas ninguna vergüenza, ni temor. Estoy aquí.
Al final su presencia, escuchar su voz, sus palabras, acabaron haciendo mella en él. Neuval, por fin, dejó caer ese pesado muro, su estado de alerta, y relajó los músculos. En cuanto se permitió a sí mismo bajar la guardia, se convirtió de nuevo en un niño pequeño normal. Rompió a llorar, de alivio, y de rabia. Y abrazó a Lao con todas sus fuerzas.
A Lao le dolió oírlo llorar así y sentirlo tan derrotado, y por eso lo cubrió con sus brazos y le transmitió toda la calma, el apoyo y el afecto que pudo. No sabía por lo que había pasado. Pero ya suponía que no había sido un trato humano.
—Quiero irme contigo… —sollozó el niño.
—Ya no tienes nada que temer, Neuval. Nunca más te dejaré solo.
Lao lo tomó en brazos y cesó las llamas a su alrededor. Todo estaba calcinado, medio derruido. Lo sacó de ese lugar.
Para cuando llegaron al exterior, Neuval se había quedado inconsciente sobre su hombro. Se había quedado sin fuerzas, su mente colapsó de agotamiento.
Tras aquel complejo estaba el acantilado, pero por delante se expandía un amplio claro ajardinado, y más allá comenzaba un bosque. En el patio delantero había un montón de personas, coches y furgonetas. Entre esas personas estaban los iris de la SRS, y también habían venido los iris de la HRS de Hong Kong, a la que Lao pertenecía de joven y a la que habían llamado para que los ayudaran. También, había dos docenas de almaati, de ambas RS, terminando de esposar a todos los trabajadores que habían llegado a salir del edificio y habían tratado de escapar de allí, pero se habían visto emboscados por todos esos iris y almaati que habían llegado en el último momento.
Mientras los almaati mantenían a esos criminales y cómplices a raya a punta de pistolas y rifles y los iban metiendo en los furgones para después llevárselos al aeródromo privado y de ahí volarían al Monte Zou para enjuiciarlos, condenarlos o reformarlos debidamente, Hideki se acercó a Lao al verlo salir del edificio con ese niño en brazos.
—¿Este es? —le preguntó—. ¿Tu chico?
—Sí. Lo he encontrado a tiempo —respondió Lao.
—¿Está bien? Esta lleno de sangre, llévalo con los otros para que le curen las…
—No está herido. No más allá de un labio partido y varios moratones y arañazos. Esta sangre no es suya. No quiero ni pensar qué coño le habrán hecho ahí dentro.
—De todo menos bueno —se acercó Emiliya a ellos; su habitual sonrisa y actitud despreocupada habían desaparecido, venía muy seria, contenida—. He hablado con los ocho niños que hemos encontrado sanos y salvos guarecidos en el bosque. Me han contado una historia insólita —dijo mirando al niño que Lao tenía en brazos.
—¿Qué te han dicho? —advirtió Lao esa mirada.
—Al parecer tu chico ha provocado todo esto. Los niños me lo han contado de principio a fin. Todo lo que vieron y les ha pasado desde que llegaron a este lugar hasta ahora. Los evaluaron, los asearon, les dieron de comer una cena, tras la cual se sintieron “un poco mareados”. Pero tu chico fue el único que no la comió. Después los prepararon para exhibición. Los subastaron en un escenario, y los compradores se los llevaron a sus suites privadas… para… satisfacer sus monstruosas fantasías con ellos…
—Mierda… —se horrorizó Lao—. Mierda, ¡tengo que llevar a Neuval a una revisión! No he encontrado heridas en su cuerpo a simple vista, pero…
—Tranquilo, Kei Lian —le dijo su compañera rubia—. No ha llegado a sufrir eso. Al parecer, tu muchacho callejero fue comprado junto a dos de los niños, dos hermanos —señaló hacia la furgoneta equipada con material médico donde estaban iris y almaati atendiendo a los ocho niños—. Fueron comprados los tres por el Hombre Dorado.
—El… —se sorprendió Lao—. ¿¡Estaba aquí!? ¿¡Lo hemos encontrado por fin!?
—En un momento determinado, ese cabrón estaba abusando de los dos hermanos mientras tu chico estaba encadenado a una pared, al parecer como castigo por su comportamiento. Pero tu chico no aguantó ver eso y dio la cara por ellos. Convenció al Hombre Dorado para que “jugara” con él y dejara a los otros dos niños en paz. Me han dicho que cuando el tipejo comenzó a aplastarlo contra la cama y a ahogarlo, el niño sacó una navaja, no se sabe de dónde, y le rajó el cuello al Hombre Dorado, rematándolo después.
Hideki y Lao se quedaron sin habla al escuchar eso.
—Y eso sólo es el principio.
Emiliya continuó contándoles todo el relato, tal cual había ocurrido, con todo lo que esos niños habían presenciado, los testimonios y confesiones de los empleados y las pistas que los almaati habían ido descifrando. No sólo Lao estaba desconcertado, sino que Hideki empezó a comprender que su amigo no había exagerado cuando les habló por teléfono de Neuval el otro día. Ese niño no era normal. Ni siquiera era un iris normal.
—La navaja… las cerillas… incluso el imperdible que le puse para sujetar el vendaje de su brazo, que he visto antes en la cerradura del despacho… —se decía Lao, recapacitando con asombro.
—La Líder de la HRS dice que sus almaati han encontrado el cadáver de Ji-Ji Landu en el acantilado, entre las rocas, con una maleta llena de dinero y joyas —añadió Emiliya—. Cayó desde la ventana de su despacho, ese mismo despacho que tú dices.
—¿Él la habrá empujado? —se preguntó Hideki, mirando al niño dormido.
—Eso no está claro aún. Pero queda confirmado, que el cuerpo es de esa Ji-Ji Landu, la famosa Ji-Ji.
—Todos los peces gordos en nuestra lista de búsqueda estaban aquí… —suspiró Lao.
—Ha sido este niño quien ha ido rescatando a los otros niños uno por uno, quitando de en medio a todos los adultos… —decía Hideki—. Podría haberse escapado solo fácilmente, con esa astucia y los recursos y armas que se guardó, pero fue a buscar a todos los niños… Este chico no es un iris entrenado, pero claramente tiene el espíritu de uno. Y es demasiado inteligente para su edad.
—No a todos los niños —lamentó Emiliya—. Hay una que no se ha salvado. Los almaati la han encontrado en una de las habitaciones. Al parecer su comprador se sobrepasó con ella y murió antes de que este chico llegara a su habitación. La pobre niña… —murmuró, y le tembló la voz. Hideki la rodeó con un brazo al sentirla así de afectada. Pero Emiliya se repuso, recuperando la seriedad—. Pero hay algo preocupante. Todos los niños están de acuerdo en que este chico los ha salvado. Pero también en que perdió la cabeza en un determinado momento.
—¿A qué se refieren? —preguntó Lao.
—Fue cuando llegó a esa habitación y vio que la niña ya estaba muerta. Las dos niñas previamente rescatadas que lo esperaban en el pasillo dicen que lo vieron… transformarse en algo…
—¿Qué?
—Dicen que el muchacho se enfureció tanto que parecía “una bestia demoníaca”, según sus palabras. Que atacó al comprador de la niña muerta con una ferocidad inhumana. Que… salió de la habitación con la boca llena de sangre.
Lao y Hideki se quedaron un rato callados, reflexionando sobre ese relato.
—Bueno, desde la perspectiva de esas niñas puede haberse visto de esa manera —indagó Hideki—. Pero todo apunta a un brote de majin —miró a Lao—. La descripción del comportamiento y el resto de cosas que Emiliya nos ha contado…
—Un majin ya, antes de haber recibido su entrenamiento… Eso sí que es desafortunado —resopló Emiliya.
—Me lo temía… —farfulló Lao—. Este chico lleva demasiados meses con este iris caótico, perdido, confuso, sufriendo más desgracias que nosotros tres juntos. Me parece increíble lo que ha hecho aquí hoy —miró hacia los niños de allá.
—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó Emiliya.
—Debes llevarlo con Alvion cuanto antes —dijo Hideki—. Y Emiliya debe redactar el informe informándole de todo lo que ha pasado.
—¿Qué escribo sobre este muchacho? —quiso asegurarse ella antes que nada—. ¿Es conveniente que incluya en el informe que este muchacho ha asesinado a unos cuantos criminales sin permiso?
—No habrá problema con eso —dijo Hideki—. Si no es un iris entrenado, no es un iris oficial, por lo que si ha matado antes de ser iris oficial, no hay incumplimiento de las normas. De todas formas, este chico nos ha ahorrado todo el trabajo. Ha matado a criminales que iban a ser destinados a la Lista de Condenados.
—Pero no estar entrenado aún significa, también, que este chico cuando despierte puede tener problemas para comprender y asumir racionalmente el hecho de haber quitado esas vidas. Si todos los iris ya cargamos con el trauma de nuestra conversión, este pobre muchacho parece que ya carga con unos cuantos más.
—Estará bien —dijo Lao, y la pareja notó ese tono en su voz—. Saldrá adelante. Entenderá las cosas, las asumirá y encontrará su lugar en este mundo algún día. Tendrá una vida digna. Yo me encargaré de todo eso.
—Kei Lian… —se sorprendió Hideki al entender lo que quería decir—. ¿De verdad deseas eso? ¿Te harás responsable de él?
—Sí.
—¿Lo has hablado con Ming Jie y con tu hijo? —quiso saber Emiliya.
—Sí, lo hablé con ellos. Y están de acuerdo. Pero… sólo queda saber qué es lo que quiere Neuval. Yo quiero darle un hogar, una familia que lo comprenda y lo apoye. Quiero guiarle y aconsejarle mientras crece, que tenga a alguien en quien apoyarse, que le sirva de ejemplo para no perderse por caminos malos que yo ya tuve que cruzar por mí mismo sin nadie que me previniera.
Hideki y Emiliya se pegaron el uno al otro mientras miraban a su compañero con sonrisas de afecto. No les sorprendía una decisión y un deseo así. Lao siempre había sido así.
—Haré ese informe mañana —dijo Emiliya—. Ahora mismo solamente quiero llegar a casa, abrazar a Katya y dormir junto a ella.
—Yo también necesito ir a casa y abrazar a nuestra Katyusha —corroboró Hideki, besando a Emiliya en la cabeza y frotando su hombro—. Después de lo que ha pasado aquí…
—Pero dejará de pasar —afirmó Emiliya de repente—. Ya tenemos la información suficiente para desmantelar toda esta red por los otros lugares por donde se ha expandido. Tenías razón, Kei Lian, había que actuar ya.
—Sí, pero si vas a hacerte responsable de este pequeño iris enfermo, llevarlo al Monte Zou es lo primero que debes hacer, Kei.
—Lo sé, lo sé. Y eso es lo que haré. Pero antes, Neuval tiene que recuperarse, y tengo que asegurarme de en qué estado mental se encuentra. Lo llevaré a la clínica privada que tiene el Shokubutsu de la HRS en la ciudad para que descanse y le curen las lesiones, y podamos analizar el estado de su iris. Estaré con él en todo momento, vigilándolo. Todo irá bien.
Tres días después de aquello, reinaba una paz nueva en la ciudad. Sus gentes seguían atestando los mercadillos, llenando las calles de coches, pitidos, actividad y movimiento, acompañado por unas fuertes lluvias. Pero esa paz nueva que reinaba provenía de la ausencia de algo. La ausencia de algo malo. Algo malo que había desaparecido de las calles. Los niños que jugaban por las calles, o que vivían en ellas, ya no corrían peligro. La amenaza de la trata de menores se había evaporado.
Una enorme figura envuelta exageradamente en dos chubasqueros venía corriendo por una calle de un modesto barrio de viviendas individuales y edificios pequeños. Al entrar por la puerta de una clínica, se quitó las dos capuchas y gritó contra el techo.
—¡Aaargh! ¡Odio esta época del año, aaaaahhh…!
De repente se dio cuenta de que había varias personas ahí en la sala de espera, sentadas en los banquitos de la entrada, algunas leyendo revistas y otras charlando con sus acompañantes. Todas se quedaron mudas mirándolo con susto.
Lao carraspeó con disimulo enseguida, reponiéndose, un poco avergonzado.
—Mis disculpas —se inclinó un poco y se fue rápidamente por una puerta del fondo junto al pequeño mostrador de recepción, donde la recepcionista le hizo un gesto de asentimiento. Además de trabajar para el dueño de esa clínica, que era el iris Shokubutsu de la HRS, ella era una almaati de la misma.
Tal como había estado haciendo durante esos tres días, Lao caminó por un pasillo blanco y se dirigió a la habitación de siempre. Era una clínica pequeña y no había muchas habitaciones, ya que el Shokubutsu que la dirigía era un médico de cabecera que sólo hacía consultas y tratamientos de dolencias comunes y no graves. Pero también usaba su clínica para otro fin y para otros tratamientos… menos humanos. Los iris de la ciudad venían aquí a curarse de las heridas de batalla cuando no debían mostrar tales heridas en un hospital humano.
Lao se encontró con la habitación vacía. La cama estaba deshecha. Casi le dio un vuelco el corazón. Se fue corriendo por otro pasillo hacia el despacho del Shokubutsu, pero se topó con este nada más doblar la esquina, chocándose y tirándole una carpeta donde estaba apuntando cosas.
—Ah… No, adelante —dijo el Shokubutsu con sarcasmo, un hombre en la cincuentena de edad, calvo por arriba y con bata blanca—. Ignoremos los tres carteles que he taladrado por las paredes con la prohibición de correr por mis pasillos escrita con letras gigantes.
—Lo siento, perdona —se apuró Lao, recogiendo su carpeta del suelo—. Es que he visto que no está en la…
—Despertó por fin, hace tres horas, a la hora de comer —le tranquilizó el otro, poniéndose a apuntar cosas en sus hojas de nuevo—. Suerte que sabe hablar inglés. Le he explicado lo que ha pasado y dónde está, y que ha estado inconsciente tres días. He analizado su estado mental. Está calmado, ha comprendido fácilmente lo que le he contado y mantiene el juicio estable. La verdad es que no me esperaba que recuperara un estado mental tan centrado y tranquilo después de… la otra fatídica noche —suspiró—. Y con un iris de siete meses sin tratar. Alvion va a estar muy entretenido cuando se lo lleves.
—¿Pero dónde…?
—Ah, no ha querido comer nada, por cierto. Le he dado libertad para moverse siempre que cumpliera las normas. Se encerró en un baño durante media hora. Salió después, pero sin su larga cabellera.
—¿Eh?
—Se ha cortado el pelo. Él solo. Parece que es algo que ha sentido la necesidad de hacer. Ya sabes qué significan este tipo de comportamientos, las personas hacemos cosas así cuando nos sentimos en conflicto interno y…
—Y buscamos la forma de volver a sentirnos cómodos con nosotros mismos mediante un cambio de aspecto, sí —asintió Lao pacientemente—. ¿Pero dónde…?
—Yo soy incapaz de cortarme el pelo a mí mismo sin hacerme un destrozo —volvió a interrumpirle el doctor—. Él se lo ha dejado bastante bien. Es muy diestro.
—Pero si estás medio calvo…
—Además, ha tenido el detalle de recogerlo todo y dejar el baño tan limpio como lo encontró. Me cae bien, el muchacho.
—¿Y dónde…?
—En la azotea, Kei Lian, que no me escuchas. Me ha pedido que lo dejara solo. Se ha subido a la azotea. Lo he estado vigilando. Lleva dos horas y media sentado allí mirando al horizonte. Y ya sabes lo que eso significa. Parece calmado por fuera, pero…
—Ya, ya… —lo frenó Lao, cansado—. Conflicto interno. Eso es buena señal. Significa que su forma de sentir sigue funcionando como debe.
Lao se dirigió entonces a otra puerta que llevaba a unas escaleras. El edificio era pequeño, tenía tres plantas, siendo la baja la clínica, la primera la propia vivienda del Shokubutsu y la tercera la usaba de almacén de equipo médico, y de armas.
La azotea estaba acomodada como un patio. Estaba vallada y había bancos, y un montón de plantas diversas en grandes macetas, lo propio de un iris Shokubutsu, claro. También, una parte de ella estaba cubierta por un tejadillo para proteger del sol, o de la lluvia.
Neuval estaba sentado en un banquito bajo este tejado, viendo la lluvia caer sobre la ciudad. Lao no sabía de qué forma acercarse, no sabía si se encontraba mal o algo, o si lo iba a molestar en su meditación...
—Mm… ¡Hey! Te queda bien ese corte de pelo —le dijo.
Neuval se giró al oírlo. Al principio tenía una cara inexpresiva, cansada, con ojeras. Pero cuando vio a Lao, de repente se le iluminó la cara y se le formó una gran sonrisa. Cuando Lao vio esa reacción de alegría en él por verlo, se sintió feliz. Pero, por alguna razón, Neuval borró la sonrisa y se sonrojó un poco, y volvió a mirar al frente con disimulo. Parecía que seguía dándole un poco de vergüenza mostrarse demasiado emocional. Siguió observando el horizonte cuando Lao se sentó a su lado.
—Me alegro mucho de verte despierto, Neuval. Ya me estabas preocupando.
—Es la primera vez que duermo tanto tiempo.
—Lo necesitabas. ¿Qué tal tus dedos?
—Ah… Ya están bien —le mostró la mano, donde Paku le torció dos dedos—. Ya estoy bien —repitió con voz más apagada, volviendo a perder la mirada en el paisaje.
Lao detectaba en él esa pequeña inquietud, esa pequeña incomodidad. Era lo normal después de una experiencia traumática. El niño estaba todavía asimilándolo todo. En ese momento, Lao lo vio arrugando el ceño en medio de sus pensamientos.
—¿Tienes preguntas?
—Es que… Bueno… Estaba acordándome de una cosa rara que me pasó. Es que, cuando me tumbaron en una camilla, me pusieron una máscara de anestesia.
—Hah… qué miserables… —farfulló Lao.
—Pero no me dormí. No me hacía efecto. Al final tuve que fingir que me dormía porque, si no, me inyectarían algo en vena y eso sí que me haría efecto. Igual que cuando me raptaron en el callejón. Primero intentaron dormirme poniéndome un trapo en la nariz, que olía a algo raro. Pero como no me hacía nada, me pincharon. Me parece una ventaja fantástica, que el iris te haga inmune a oler venenos.
—El iris no te hace inmune a la anestesia, al cloroformo o a otros gases, yo desde luego no soy inmune a eso —objetó Lao, frunciendo el ceño—. A no ser que seas un… —se quedó mudo, cayendo en la cuenta, y miró de nuevo al niño con sorpresa—. Ostras…
—¿Qué?
—Heh… —sonrió el hombre—. Qué interesante… Creo que después de tantos meses, al final has acabado desarrollando afinidad por un elemento por ti mismo… —se dijo en voz baja.
—Quería preguntarte otra cosa —dijo Neuval entonces—. ¿Qué significa Yuánlái ni shì yigè zhenzhèng de tian shi?
—¿Eh? Eso significa: “Resulta que sí eres un ángel de verdad”. ¿Por qué lo dices, dónde lo has oído?
Neuval no contestó. Era la frase que Song le había dicho cuando estaban en el pasillo oscuro esperando a salir al escenario. En ese momento, ella estaba mirando la leve luz de su ojo.
—Hiciste algo increíble, Neu —comenzó a decirle Lao, abordando más el tema—. Los niños que salvaste nos lo contaron todo. Eres un héroe para ellos. Fue realmente increí-…
—No lo es —le interrumpió, observando fijamente la lluvia.
—¿Eh?
—Rescatar a los otros niños no es increíble. Es lo que se debía hacer. Rescatar a los otros niños es lo normal. O debería serlo.
A Lao le asombró conocer ese punto de vista suyo. Sonrió con calidez.
—Es verdad. Debería ser lo normal. Lo que debería poder hacer cualquiera. Pero no siempre es fácil para todos, Neuval. Combatir el mal debería ser lo normal, pero eso no significa que no tenga mérito el hecho de hacerlo, y más, el hecho de tener éxito. Actuaste de una forma extraordinaria. Con tu edad, tu condición física actual, también mental, los recursos que tenías a mano, la situación que te rodeaba… Supiste organizar cada acto, y guiar a esos niños hacia la salida. Ser un iris va a ser pan comido para ti.
—Fue un fracaso…
—¿Qué? —se sorprendió de que de repente dijera eso—. Neu…
—Debía salvar a nueve niños. No a ocho. Song esperaba que la salvase, me estaba esperando… —su voz seguía sonando calmada, pero sus ojos se le empañaron—. Le fallé…
Lao posó una mano sobre su cabeza con cariño, como consuelo. Neuval sollozó un poco, pero se forzaba a serenarse.
—No siempre es fácil —le dijo por segunda vez—. Las victorias no siempre suelen ser completas. A veces son parciales. Pero no por ello tienen menos valor. No sólo hiciste todo lo que pudiste, Neu, hiciste mucho más. A veces la vida te pone esas dos opciones: o salvas a ocho de los nueve, o no salvas a ninguno. Por supuesto, esto da rabia, y no es justo. Pero es superior a nosotros. Y para seguir adelante y no rendirnos, necesitamos aprender a valorar la mejor opción de las dos.
—Pues… —dijo el niño, y se puso en pie de un salto, poniéndose frente a él, mostrándose desafiante—. ¡Pues…! ¡Yo no quiero esas dos opciones! ¡La próxima vez perseguiré la tercera opción y la haré realidad! ¡Siempre perseguiré la victoria completa! ¡Una victoria parcial no es aceptable!
Lao se quedó mudo ante esa repentina rabieta. Esas palabras le recordaron mucho a Hideki. No pudo evitar sonreírle con orgullo.
—No seas demasiado duro contigo mismo, Neu. Recuerda cuidar de ti mismo también. Las personas que te quieren lo necesitan.
—La única persona que me quería está muerta —suspiró con cansancio, volviendo a sentarse en el banco con el cuerpo alicaído, y se quedó un rato en silencio, mirando absorto las montañas del fondo—. Yo no merezco ser querido…
De pronto notó una quemadura en el trasero.
—¡¡Ah!! —gritó, saltando del banco con gran susto, y se llevó las manos al trasero, notando que el pantalón de pijama que le habían dado en la clínica tenía un agujero chamuscado. Después vio a Lao con el dedo índice levantado echando un humillo y mirándolo con una cara que pretendía estar muy enfadada pero se veía graciosa—. ¿¡De qué vas!?
—Tente un poco de respeto —le reprimió Lao—. Más te vale no decir esas cosas de ti mismo a partir de ahora, porque si no Ming Jie te hará algo peor que quemarte el trasero. ¡Y la pondrás muy triste!
—Pe… —Neuval estaba confuso—. ¿Pero por qué ella… por qué ella iba a oírme decir…?
—Neuval, escúchame —Lao se levantó del banco también, para arrodillarse delante de él, sujetarlo de los hombros y mirarlo fijamente a los ojos—. Necesito decirte algo importante.
—¿Q… qué es?
—Me gustaría que te vinieras conmigo —le acabó pidiendo.
—Ah… —entendió—. Ya… Oye… Está bien, no hace falta que intentes convencerme más. Cuando el otro día me dijiste que este iris mío sin entrenar podía acabar provocando una desgracia sin que yo pudiera darme ni cuenta… en ese momento ya me habías convencido, ¿vale? No quiero más desgracias, mucho menos por mi mano. Iré contigo a ese templo o monte o lo que sea, haré ese entrenamiento. Espero que tengas razón y de verdad me ayude. Porque después de estos siete meses, ya no soporto más convivir con mi propia mente. Quiero que cambie. Quiero poder volver a dormir por las noches. Quiero… hacer algo más que sobrevivir, huir o esconderme…
A Lao le sorprendió oír que ya se había decidido por sí mismo respecto a ese asunto, y eso le alegró mucho. Pero, por otro lado, no le parecía algo tan inesperado. Ese niño ya le había demostrado varias veces que tenía un fuerte sentido común pese a su edad. Si bien a veces se dejaba llevar por el mero instinto o las emociones en determinadas situaciones, también sabía razonar las cosas importantes. Pensó que, probablemente, la parte que le había convencido era lo del “factor imprevisible” del iris sin tratar, y que eso le había recordado a su propio padre, Jean. Y que la sola idea de parecerse a Jean o hacer algo similar a lo que él hizo le aterraba.
—Eso es genial. Me alegro de que quieras hacerlo e ir por ti mismo —le sonrió Lao, pero brevemente porque volvió a mirarlo con más reparo y precaución—. Pero… me refería… a que me gustaría llevarte conmigo a casa.
—¿Qué? —abrió los ojos con desconcierto—. ¿Para qué?
—Pues… para que vivas ahí. Con nosotros.
—¿Es…? ¿¡Estás loco!? —se puso nervioso—. No quieres que viva con vosotros.
—Te estoy diciendo que sí.
—No sabes lo que dices —se apartó de él, dando un paso atrás—. No me conoces.
—Sí lo suficiente.
—No, sabes muy poco en realidad.
—No importa. Podemos continuar conociéndonos más, tenemos todo el tiempo del mundo para hacerlo. Pero, en lugar de hacerlo en ese callejón o en las calles, podemos hacerlo viviendo juntos. Como una familia.
—¡Para! —le pidió, y volvió a agarrarse de la camiseta del pijama y a retorcerla, como solía hacer cuando se sentía así, con aire perdido y confuso—. Yo…
—¿Qué te da tanto miedo? Mi mujer, mi hijo y yo jamás te haríamos daño.
—No es eso… —murmuró el chico, le temblaba la voz.
Lao lo miró sin entender, pero no le dijo nada más, viendo que se ponía más nervioso cuanto más hablaba. Le dio su tiempo para explicarse. Pero Neuval seguía retorciéndose la camiseta, parecía alterado, pero también dubitativo, indeciso, como si estuviera reprimiendo un deseo, reprimiendo una vaga ilusión con la que él ya se había aventurado a soñar alguna vez, porque para él la cruda realidad pesaba más.
—No estás obligado a nada, Neuval —le explicó Lao, con un tono muy tranquilo—. No estás obligado a abandonar la calle y venir conmigo, igual que no estás obligado a permanecer en mi casa si después de un tiempo de prueba no te gusta.
Esas palabras calmaron un poco al niño, pero seguía con un nudo en la garganta.
—No sé cuánto tiempo tardará Alvion en evaluarte y aceptarte en el entrenamiento. Al no haber captado el nacimiento de tu iris como con el resto, tendrá que examinar primero la razón, examinar tu iris, si es que tiene algún fallo o algo diferente, y evaluar si el entrenamiento es apto para ti y viceversa… Sin duda allí, en el Monte Zou, durante el entrenamiento, dispondrás de comida, alojamiento, uniforme, y todo lo que quieras, pues allí se cuida muy bien de los iris. Y después del mismo, se te facilitará una vivienda en el país que desees, o compartirías una con algún compañero iris de la RS que escojas, y ganarías tu propio dinero trabajando en las misiones. Podrías vivir solo, por tu cuenta, si quieres, así lo hice yo tras perder a Kai Shen y después de finalizar mi entrenamiento con 11 años. Pero… hasta que te den el visto bueno y empieces tu año de entrenamiento… puede pasar un tiempo. Semanas, meses… no sabría decirte cuánto tiempo tendrías que esperar. ¿Querrías continuar viviendo en la calle durante esa espera?
—Es mejor así. Es mejor que me dejes aquí. No deberías llevarme a tu casa con tu familia.
—¿Es porque te da vergüenza?
—No…
—¿Pues entonces por qué?
Neuval cerró los ojos con fuerza, pero al final no pudo contenerlo más.
—¡Porque hay algo que está mal dentro de mí! —exclamó finalmente, soltando lo que quería reprimir—. ¡Y desde mucho antes de que me brillara este ojo! Desde siempre ha habido algo en mí que no está bien… ¡Y ahora no me empieces a decir que no es verdad, sólo para hacerme sentir bien! Porque yo sé que es verdad, yo me conozco a mí mismo, y tú no, así que no me empieces a decir palabras amables y llenas de ignorancia de que no hay nada malo dentro de mí porque sí lo hay.
—¿Qué es lo que está mal dentro de ti?
—Pues que… Yo… no soy una buena persona.
—A mí me pareces un chico estupendo.
—¡Pero no siempre soy así! Hay veces que… —buscó las palabras, pero ni él mismo sabía explicarlo—. Hay veces que… no soy bueno. A veces… me enfado y no puedo frenarme… o… a veces incluso me gusta… hacer cosas malas… —miró a Lao, y como este seguía con esa cara de completa tranquilidad, Neuval se enojó—. ¡No lo entiendes! ¡Pero es cierto!
—Bueno. Si me dices que hay algo malo dentro de ti desde que naciste, que tienes problemas de conducta o raras adicciones, yo te creo —se encogió de hombros—. ¿Y?
—¿C… cómo que “y”?
—¿Y qué pasa con eso?
—¡Pues que… no puedo vivir con tu familia! ¡Sólo seré un problema para vosotros!
—¿Y qué? Los problemas están para buscarles una solución y eso es prácticamente la esencia de mi trabajo. Y de mi vocación.
—¿Crees que puedes solucionar lo que está mal dentro de mí? ¿Crees que vas a poder arreglarme y a convertirme en alguien bueno?
—No se trata de decidir si “podré” o “no podré”, se trata de decidir intentarlo y punto. Y si es lo que tú quieres, yo te ayudaré.
—¿¡Por qué querrías llevar a tu casa un problema!? ¡No me da miedo que vosotros me hagáis daño, sino al revés!
—Quiero llevarte a ti, Neuval. Con tus defectos y virtudes incluidos. Te olvidas de las gigantescas virtudes que también posees y con las que me has sorprendido más de una vez. Y por eso, sé que tú nunca nos harás daño a nosotros. No intencionadamente. Si alguna vez nos hicieras daño por accidente, ¡no importa! —lo agarró de los brazos nuevamente, mirándolo firmemente a los ojos—, porque hablaremos de ello, lo trataremos juntos, curaremos las heridas juntos y buscaremos juntos la forma de ir mejorando. Si hay algún problema que solucionar, lo solucionaremos juntos. Neuval. ¿Lo entiendes?
Los ojos del niño comenzaron a empañarse. Pero quería seguir negándose. Estaba demasiado asustado ante aquella oportunidad.
—Cuando veas que soy un problema con el que no puedes lidiar y que no puedes soportarme más, querrás que me vaya. Cuando veas lo horrible que soy en realidad, me echarás de vuelta a la calle.
—Jamás.
La voz de Lao fue determinante y poderosa al pronunciar esa palabra, pero no tanto como la mirada de sus ojos negros, tan sólida y segura que la insistente negación de Neuval empezaba a doblegarse y a encogerse.
—Me echarás de casa… Me abandonarás… Y tendrás razón al hacerlo…
—Jamás.
—Eso dices ahora…
—Neuval. Si yo decido adoptarte como a un hijo, estoy tomando la decisión de por vida de convertirme en tu padre. Y si después de eso yo algún día rectificara y decidiera echarte o abandonarte, me apuntaré con una pistola en la sien y apretaré el gatillo. Porque si yo hiciera algo tan horrible como abandonar a un hijo, no mereceré seguir respirando.
—Pero… ¿cómo puedes decir eso…?
—Sé que no lo entiendes todavía, Neuval, ya me he dado cuenta durante estos días de que el concepto de “familia” y la relación entre un padre y un hijo en su sentido más verdadero y auténtico son conceptos totalmente desconocidos para ti. Igual que lo eran para mí. Has crecido en una familia y entorno muy disfuncionales. Y yo crecí sin ninguna familia. Pero no tienes que ser el hijo perfecto. Para vivir en mi casa, no estás obligado a ser perfecto, o el más bueno y el más correcto. Nadie es así. Es imposible. Todos tenemos problemas, defectos, manías, lados oscuros, rincones de nuestro ser que nos dan miedo o vergüenza. Mi hijo, Sai, igual que muchas virtudes, también tiene sus defectos, y no por eso voy a darle de lado jamás. Al contrario. La familia permanece unida con virtudes y defectos incluidos.
—Pero porque él es tu hijo de verdad, de sangre.
—Eso no importa en absoluto.
—¿Me… tratarías igual que a él, me querrías igual que a él, a pesar de que soy diferente?
—Me he criado en un orfanato, Neuval. Para mí, las familias no se forjan con los genes y la sangre, sino con los sentimientos, las experiencias y los vínculos de amor y respeto. Ming Jie y yo cuidaríamos de ti como si te hubiéramos engendrado.
—¡Ella ni siquiera me conoce aún!
—No necesita hacerlo para decidir si te quiere o no. Ella ya te quiere, Neuval, por la simple razón de que eres un niño que está solo y que necesita una familia. Sólo con eso, ella ya te quiere. Si tienes tantas luces como sombras, no importa, porque ella, como yo, estamos dispuestos a arroparlas, aceptarlas. Si tienes problemas o si los causas, si tienes algo malo o haces algo malo, si cometes errores o tienes defectos que te cuesta mucho remediar… no pasa nada. Lo afrontaremos juntos. Como una familia debe hacer. Tú, por tu parte… eres y siempre serás libre de elegir. Puedes ser nuestro hijo si quieres, pero si algún día te hartas, o algo te hace cambiar de idea y decides que ya no quieres serlo… serás libre de marcharte o despedirte de nosotros. Porque lo único que Ming Jie y yo querremos de ti, igual que queremos de Sai, es que seas feliz, sea lo que sea lo que eso signifique para ti —le clavó un dedo en el pecho—. Tú decides lo que te hace feliz… a ti —enfatizó.
El niño estaba muy callado, y sobrecogido.
—Si decides aceptar vivir con nosotros… no tienes que convertirte en el mejor hijo ya en el primer día. Yo a lo mejor tampoco soy el mejor padre del mundo… pero es algo que ambos podemos intentar, poco a poco, con el tiempo. Incluso si tenemos que estar el resto de nuestras vidas intentándolo —le sonrió—. ¿Qué tal suena eso? ¿Qué te parece… si al menos lo intentamos?
El niño no supo darle una respuesta en ese momento, a pesar de lo increíblemente maravilloso y sencillo que era lo que Lao le estaba proponiendo. Le estaba dando la mejor oportunidad del mundo, pero no sólo porque le ofrecía un hogar y una familia, sino porque además no le pedía ninguna condición ni requisito, ninguna obligación de ser perfecto o de permanecer con ellos si no quería. Eso era lo que más aliviaba a Neuval. Porque lo que le daba miedo era meterse en algo de lo que luego no pudiera salir si resultaba que no le gustaba o estaba mal, y, especialmente, le aterraba la idea de perjudicar a esa familia de algún modo, de forma no intencionada, y que le rechazaran y abandonaran.
Obviamente, si alguien lo acogía en su casa, él procuraría ser lo más bueno y agradecido posible. Pero, a veces, comportarse bien no dependía de él. Era lo que trataba de advertirle a Lao. Había algo dentro de él que a veces le cegaba o le hacía perder un poco la cabeza y le impedía ser un buen chico todo el tiempo.
Para Neuval sería lo lógico, era lo que siempre había visto en el entorno donde se crio. Si un hijo no era bueno, o lo pegaban, o lo echaban de casa unos días, o para siempre. Si alguien mete en su casa a un niño extraño a vivir, lo lógico es que este deba comportarse siempre bien, porque de lo contrario lo volverían a dejar donde lo encontraron. De hecho, Lao le había hablado de que eso es precisamente lo que se solía hacer en los orfanatos y casas de acogida: unos padres o tutores acogen o adoptan a un niño, y el niño pasa a vivir con ellos en un primer periodo de prueba; si pasa la prueba, se lo quedan, y si no la pasa o el niño no es de agrado para ellos, lo devuelven, como si fuera un producto que los padres o tutores se han arrepentido de llevarse.
Lao le dijo que le ponía enfermo que el sistema funcionara así. Tratar a niños como si fueran cosas, cuyo derecho a tener una vivienda o una familia dependía de si era de agrado o no para quien lo acogía. Como si fueran los cachorritos que solían estar en los escaparates de las tiendas de animales, y cuando venía una familia a llevarse uno, elegían al más simpático, al más bonito y limpio. Los demás cachorritos, si están tristes o son feos, o no se comportan muy bien, no tienen derecho a una familia por no ser perfectos.
Por eso, ahora Neuval entendía que, aunque él fuera un niño sucio de la calle y ocasionalmente tuviera problemas de conducta difíciles de tratar, eso no era ningún motivo para Lao para no acogerlo en su casa, porque para Lao no existía ningún motivo por el que no acoger a un niño. Desde su forma de ver, darle un hogar a un niño no era cuestión de si el niño era bueno o malo, sino de que estaba solo y lo necesitaba. Y punto.
Y entonces, se dio cuenta de que eso era lo que él mismo le había comentado antes. Que Lao le ofreciera un hogar y una familia no era algo increíble. Para Lao, era lo normal. Lo que se debía hacer.
Huelga decir que, si uno no tenía dinero, recursos o espacio suficiente en su casa, no se podía acoger a nadie. Pero en el caso de Lao, un hombre con trabajo, un buen sueldo, recursos y espacio en su casa, y una mente iris con mucha experiencia en tratar las conductas y las emociones complicadas, si se encontraba con un niño en la calle que encima por ser extranjero no tenía opción alguna a un orfanato o acogida social de otro tipo, no se iba a poner a evaluarlo para ver si era lo suficientemente bueno o no para llevarlo a su casa. Se lo llevaría simplemente porque ese niño lo necesitaba.
E igual que un buen padre no abandonaría ni le daría una paliza a un hijo de sangre aunque este tuviera problemas de conducta, tampoco lo haría con uno adoptado. Para Lao, entre Sai y Neuval no habría diferencia a sus ojos. La sangre no era la misma. Pero el lazo, el vínculo de amor y respeto, sí.
Y todo se empezaba por intentarlo.
Al final, Neuval, sintiendo algo que no sentía desde hace mucho tiempo, dejó, por una vez, de castigarse a sí mismo. No podía hablar. Pero abrazó a Lao. Y con eso le dio una respuesta.»
«Neuval se apartó del cuerpo de Paku, soltando la cadena. Respiró para recuperar el aliento. Tenía la cara y el cuerpo lleno de salpicaduras rojas. Pero no había tiempo para descansar. Rebuscó en los bolsillos del hombre hasta dar con su manojo de llaves, y se fue hacia la puerta del fondo. Al abrirla, Li y los otros cinco niños, que lo habían estado esperando, exclamaron con susto cuando vieron aparecer a Neuval manchado de sangre, con el labio partido y respirando agotado. Le tendió las llaves a Li, el cual las cogió con gran asombro.
—Chuqù —le dijo Neuval.
No lo pronunció adecuadamente, pero Li lo acabó entendiendo. Le decía que salieran, que se fueran.
—Pe… p… p… T… t… ¿tú? —le señaló Li, al ver que él se marchaba escaleras arriba.
—Chuqù —repitió Neuval, señalando hacia abajo sin siquiera mirarlo, cansado.
Li dudó al principio, no entendía por qué él se estaba yendo por otro lado. Pero luego se dio cuenta de que ahí estaban siete niños, cuando eran diez en total. Faltaban tres más. Y el niño extranjero, al parecer, iba a rescatarlos por su cuenta. Ellos no tenían ya tiempo y no podían arriesgarse a quedarse más rato ahí desde que Neuval pulsó la alarma de incendios, era cuestión de minutos que los compañeros de Paku llegaran a esa zona. Así que Li respiró hondo, agarró bien las llaves y el mapa, y se llevó a los demás niños escaleras abajo.
Al haber grabado en su memoria eidética todo el mapa del lugar y tras haber sacado a seis de los nueve niños en esa primera planta, donde ya no quedaban más habitaciones, Neuval no tuvo más remedio que deducir que los tres niños que faltaban estaban en la planta de arriba, que, según el mapa, contenía el resto de suites.
Había esperado rescatar a Song de las primeras, pero debía de estar en la segunda planta, aún cautiva. Tenía que darse prisa. Después de ver las cosas terribles que les habían estado haciendo a los otros niños…
Le dolía casi todo el cuerpo, de los golpes que Paku le había propinado. No podía pararse a pensar en ello. El tiempo corría. La alarma era igual de ruidosa en la segunda planta cuando llegó a su pasillo principal. Había como diez puertas y se suponía que sólo tres de ellas estaban ocupadas. Tendría que mirar en todas, en las que hiciera falta. Tenía un deber metido en la cabeza que en este mismo momento se estaba debatiendo contra el dolor, el cansancio, el trauma, la furia, la vergüenza, y los fogonazos incesantes que su iris desquiciado continuaba proyectando en su mente.
Una de las puertas de las suites estaba abierta y había un hombre joven ahí asomado al pasillo, con una careta de un rostro femenino de porcelana y llevando puesto nada más que un vestido corto de tul azul semitransparente, expresando su queja en un idioma que Neuval entendía, era alemán.
—¡A ver si apagan la maldita alarma! ¡Es muy molesta! ¿¡Dónde está el encargado!? ¡Qué mal momento para hacer un simulacro, seguro que no hay fuego por ninguna parte!
Neuval respiró hondo una vez más y caminó hacia él. Por el camino, cogió una de las muchas bandejas de plata que había en un carrito de comida en mitad del pasillo.
—¿Y tú de dónde sales? ¿Te han salpicado de vino tinto o qué? —se sorprendió aquel hombre al verlo venir—. No habrás pulsado tú la alarma, ¿verdad? Los niños os creéis graciosos haciendo este tipo de bromas, por eso hay que disciplin-…
Neuval blandió la bandeja contra su cara con esa brutal fuerza que su iris le estaba otorgando, con tal impacto que le partió la máscara de porcelana en pedazos y uno se quedó clavado en el ojo de ese hombre, quien no tuvo tiempo de gritar o reaccionar porque se golpeó la nuca contra el marco de la puerta y cayó inerte al suelo. Neuval soltó la bandeja como si nada y entró en la habitación. A los pocos segundos salió con una niña más pequeña que él, arrastrándola del brazo hacia el pasillo a la fuerza, porque al parecer esta estaba demasiado confusa con todo y se sentía igual de asustada con él que con su agresor y no paraba de llorar y de resistirse.
Algo dentro de Neuval volvió a estallar, una nueva manifestación de algo insano creciendo dentro de él.
—¡Deja de llorar! —le gritó enfadado—. ¡No tienes tiempo de llorar! ¡Muévete!
La pequeña se quedó estremecida, lo único que vio fueron dos ojos blancos aterradores. Pero Neuval acabó llevándola junto a unas plantas, obligándola a quedarse agachada entre dos grandes macetas, mientras él iba a buscar otra puerta. En vez de llamar con los nudillos a cada una, esta vez optó por guiarse por el oído y pegó la oreja. Alcanzó a oír ruidos en la quinta y la aporreó con el puño insistentemente, haciendo que el inquilino de dentro se molestara y no tuviera más remedio que abrir.
Neuval vio que se trataba de otro tipo con pintas raras y parecía hindú, y, al igual que el anterior, no estaba acompañado por otro adulto que pudiera intervenir. Por lo que, mientras aquel tipo le preguntaba enfadado qué hacía ahí, Neuval ya estaba recogiendo del suelo la bandeja de antes y regresando hacia él. Al parecer, este tipo era más desconfiado y precavido, y de milagro logró prever las intenciones del niño de golpearlo con esa bandeja, por lo que esquivó el primer ataque.
—¿¡Qué te crees que haces!? —le recriminó el hombre.
Sin embargo, cuando vio los ojos diabólicos de ese niño, que parecían brillar por sí solos, comenzó a retroceder de nuevo al interior de la habitación, levantando las manos.
—Te lo advierto… No te acerques… —le decía el tipo, empezando a temerlo de verdad.
La niña agazapada en el pasillo entre las dos macetas vio a ese chico metiéndose en esa habitación. Se tapó los oídos cuando comenzó a escuchar gritos. Al poco rato, vio al chico salir de la mano de otra niña pequeña como ella, que estaba muy nerviosa pero parecía conservar la razón. Por eso, cuando Neuval le señaló hacia la otra niña, esta entendió y corrió hacia ella para estar juntas, y ambas se quedaron abrazadas esperando que ese niño, que parecía saber qué hacer, les diera la siguiente orden.
Una parte de Neuval se sentía aliviado porque ya, sin duda alguna, la última que quedaba era Song y tenía que estar en esa puerta del final del pasillo, la última que le quedaba por comprobar, y no perdió ni un segundo, fue corriendo hacia ella y llamó con el puño.
—Ya estoy aquí, Song… —murmuró para sí, desesperado por acabar ya con todo aquello.
No obstante, escuchó unas voces lejanas. El ascensor se acababa de parar en esa planta, a tres metros de él. Alguien venía. Podían ser varios matones, así que Neuval reaccionó rápido y corrió a esconderse junto a las otras dos niñas entre esos dos maceteros, colocando el carro de las bandejas por delante para que no los vieran. Asomándose con cautela, vio salir del ascensor a dos mujeres y a un hombre. Eran tres de los empleados comunes que trabajaban allí, las dos mujeres vestían con el mismo traje blanco de limpieza que las que asearon a todos los niños al principio, y el hombre llevaba un mono gris como los que habían escoltado a los niños hacia el escenario.
Neuval se preguntó por qué habían venido esos. Y algo le olió mal cuando los vio pararse frente a aquella última puerta de la última suite. Alguien abrió desde el interior. Era el tipo larguirucho de cabello entrecano y despeinado al que llamaban el señor Orlov. Seguía llevando su careta de búho como en la subasta, y sólo llevaba puestos unos calzoncillos. Pero en los brazos llevaba, además, una especie de mangas hechas de plumas pardas a juego con la careta, como si sus brazos estuvieran disfrazados de alas. Parecía muy alterado.
—¡Es que se ha tropezado…! ¡No sé cómo ha podido pasar, ha pasado muy rápido, y…!
—Tranquilícese, señor Orlov —le dijo el hombre de mono gris—. Deje que nos encarguemos.
—¿No podéis hacer algo con ese pitido molesto de la alarma de incendios primero? —protestó el viejo—. Seguro que han sido las góticas raras de la planta de abajo, que con tantas velas le habrán quemado el pelo a algún crío.
—Tenemos compañeros ahora mismo dirigiéndose a la planta de abajo, donde se ha activado la alarma, para comprobar si hay algún fuego, no se preocupe. Cuéntenos qué ha pasado exactamente.
—Vale, ¡pero no ha sido mi culpa! —el tipo disfrazado patéticamente de búho los dejó pasar adentro—. ¡Es que es muy delicada, eso es lo que pasa, me ha tocado una presa muy débil, se lo comentaré a la Anfitriona porque debería asegurarse de ofrecer a niños más resistentes…!
Neuval estaba muerto de preocupación. Algo había pasado ahí, algo había ido mal. Tuvo un presentimiento tan malo que notó un dolor terrible en el pecho. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia aquella puerta abierta. Tenía que saber qué pasaba, tenía que sacar a Song de ahí.
Pero, cuando se detuvo en la puerta y miró al interior, una desgarradora imagen le robó el aliento. La habitación tenía una temática como de un bosque, decorada con árboles falsos. Vio a Song tendida en el suelo. Ese tipo le había hecho ponerse en la cintura una cola de ardilla, y le había pintado en la cara una nariz y unos bigotes. Y ahora, estaba tendida en el suelo, bocarriba, con varios de sus cabellos negros tapando un poco su rostro, pero con los ojos abiertos y vacíos apuntando estáticos hacia la puerta. Hacia Neuval. Había un charco de sangre debajo de su cabeza.
Al parecer, ese monstruo había estado jugando con ella en sus fantasías de depredador y presa. En algún momento, mientras ella era obligada a cumplir su papel de presa que huía de él, él se abalanzó sobre ella con demasiada fuerza y acabó golpeándose la cabeza contra una de las piedras del suelo, que formaban parte de la decoración campestre.
A Neuval se le partió el alma al verla de esa manera.
Se acabó. Había llegado tarde. Song ya no estaba en ese mundo. Igual que Monique. Igual que muchos más niños en el mundo, igual que muchos inocentes cada día, a manos de este, por lo visto, excesivo número de monstruos que inundaban todo ese planeta, escondidos a simple vista, actuando en las sombras, disfrutando impunemente de sus excesos, vicios y enfermedades mentales, porque el dinero los protegía.
Es señor Orlov y los otros tres adultos estaban alrededor de Song, mirándola y deliberando qué hacer con ella como si estuvieran discutiendo sobre cómo limpiar un trozo de comida que había caído al suelo o recoger los restos de un objeto roto.
—Me harán un reembolso, ¿verdad? —preguntaba el viejo ruso.
Pero algo extraño sucedió. Los cuatro adultos notaron una potente vibración en el suelo… en el aire… o más bien, en cada átomo de los rodeaba. Una energía abismal y desconocida invadió el lugar con tal poder que la realidad pareció distorsionarse por un segundo. Por un segundo, el aire se volvió sólido. Por un segundo, todo se volvió negro como las tinieblas. Por un segundo, se hizo el silencio más absoluto del universo.
Aquellos adultos se quedaron aturdidos por un instante. Las luces parpadeaban. El señor Orlov, desorientado por esa ausencia total de sonido, parpadeó una vez. Al volver a abrir los ojos, lo primero y último que vio fueron unos ojos de luz plateada y dos hileras de afilados colmillos. Algo, alguna criatura, un depredador aún superior, se echó sobre él de la manera más brutal y salvaje. Lo que quiera que fuese, le desgarró el cuello, los brazos, el abdomen… Lo despedazó.
Los chillidos de pavor de los tres empleados rompieron aquel silencio pesado. Las dos niñas, en el pasillo, los vieron salir corriendo de la habitación con caras de sumo terror y echaron a correr por el pasillo hasta la otra puerta del final que llevaba a las escaleras de emergencia. Justo en ese momento, Li y los demás niños estaban abriendo esa puerta, y se sobresaltaron cuando esos adultos los esquivaron o los apartaron con pánico y se marcharon por las escaleras.
Li, que no había sido capaz de marcharse sin los niños que faltaban y con intención de ayudar a Neuval, había decidido regresar con los demás niños para marcharse todos juntos. Pero el panorama con el que se encontró en ese pasillo parecía una pesadilla. Las luces continuaban parpadeando y había una extraña vibración en el aire, costaba respirar, y el suelo temblaba un poco. Se quedaron confusos mirando al final del pasillo. Las dos niñas escondidas entre las macetas, al verlos, corrieron hasta ellos y Li las puso tras él, manteniéndose en guardia, oyendo ruidos raros en la habitación abierta del fondo.
Nadie entendía qué pasaba. Hasta que vieron salir a alguien de la habitación. Al principio no lo reconocieron. El niño que salió al pasillo estaba lleno de sangre. Su larga melena castaña clara estaba despeinada y le tapaba un poco el rostro, varios cabellos se le habían quedado pegados por la sangre que manchaba su cara, pues lo que Li vio con claridad, es que era de la boca de Neuval de donde goteaba la sangre. Los dientes también los tenía teñidos de rojo.
Neuval, parado ahí en medio del pasillo, tenía la mirada ida en ese momento. Respiraba pesadamente, mientras la sangre seguía goteando por su barbilla.
Li supo que lo que estaba mirando no era humano. No sabía qué le había pasado a ese chico, pero ya no era él. Neuval seguía quieto mirándolos con esos ojos casi blancos, abiertos y desquiciados. No se movía. Li sabía que tenía que actuar, y su primer impulso fue sacar a todos los niños de allí de una vez por todas y alejarlos de él. Miró a Neuval una última vez, sin saber si sentirse preocupado o tenerle miedo, y finalmente todos los niños se marcharon escaleras abajo.
El rostro de Neuval seguía siendo inexpresivo. No pestañeaba. Sólo respiraba con agotamiento.
Lo que le había pasado a Song, lo que habían estado sufriendo esos niños, no sólo había sido culpa de sus respectivos compradores. Había más responsables que debían pagar por ello. Los tres amigos de Paku que lo habían ayudado a raptar niños, la mujer que dirigía todo ese negocio en la ciudad de Hong Kong, las docenas de hombres y mujeres que trabajaban ahí e igualmente contribuían a que esa barbarie funcionara…
Las piernas de Neuval se movieron solas y caminaron por el pasillo hasta el ascensor. Había otras áreas del complejo donde podría ir encontrándolos a todos. Sólo tenía una cosa en mente. Lo único que deseaba era matar a todos los responsables… todos los que había en el edifico eran responsables… pero también lo era la ciudad, la sociedad y su gobierno… y otros países… El mundo entero era responsable. El mundo entero ya no era para él sino un lugar repulsivo, donde al final, todos estarían mejor muertos.
Al parecer ya había corrido la voz de que había un peligro letal suelto por el edificio. Había gente corriendo por las plantas, tanto empleados como otros huéspedes, por el salón de la planta baja, el casino, el restaurante, preguntándose si se trataba de un incendio de verdad o de un asesino suelto por ahí o de un grupo armado.
Neuval seguía en modo automático con un objetivo en mente. Caminó por los rincones y esquinas para que nadie lo viera. Cruzó el salón principal, que era como una gran sala de recepción de hotel, mientras algunos adultos corrían por allá a otra parte. Se dirigió entonces hacia las mesas de restaurante del fondo, y cruzó la puerta de doble hoja de la cocina cuando no había nadie. Procuró hacer claras las huellas de sangre que iban dejando sus pisadas. Fue directo hacia uno de los hornos. Se conocía el mecanismo. Desenroscó la tuerca necesaria y comenzó a escapar gas de una tubería. Acto seguido, se quitó el calzado ensangrentado y lo tiró a un lado, y después agarró una botella de licor y un trapo por el camino de vuelta a la salida.
Volvió al restaurante y se sentó en el suelo detrás de una mesa, oculto tras su mantel, con la botella y el trapo. Esperó pacientemente. Sus ojos llevaban ya diez minutos sin pestañear.
Como esperaba, por fin aparecieron los otros matones que, con Paku, se encargaban de solucionar los problemas y las amenazas del negocio. Habían encontrado las pisadas de sangre que Neuval había dejado y las habían seguido. Eran los gemelos, que exclamaban cosas sin parar, alterados. Seguramente habían encontrado el cadáver de Paku en la segunda planta. Cuando ambos hombres entraron por la puerta de la cocina con machete y pistola en mano, Neuval metió el trapo en la botella de licor, encendió una de las cerillas que se había estado guardando y prendió el trapo. Se puso en pie. Arrastró con él una silla, caminó hasta la puerta de la cocina y la bloqueó con la silla. Después se apartó un par de metros, y lanzó la botella de licor con el trapo prendido contra uno de los ojos de buey de una de las hojas de la puerta, rompiéndolo, de modo que el cóctel molotov acabó dentro de la cocina.
Se oyó el inicio de un grito de alarma pero no su final, pues se produjo una inmediata explosión en el interior de la cocina. El fuego no llegó a derribar la puerta bloqueada pero sí salió por los dos ojos de buey con dos poderosas llamaradas que acabaron prendiendo unas cortinas decorativas en las paredes del restaurante y un par de mesas próximas, mientras Neuval se alejaba caminando de regreso al salón de recepción. Quería encontrar a la jefa.
Mientras los gritos del personal que intentaba salir del complejo aumentaban por otras partes y el incendio de la cocina se propagaba, Neuval buscó por el casino, por la sala de teatro de antes, por la zona de lavado…
Y cuando regresó al salón principal, al fin la vio. La rechoncha mujer que administraba todo aquel lugar iba corriendo por la recepción, en dirección contraria a otros empleados que iban hacia la salida. Se metió tras los mostradores vacíos y después cruzó una puerta del fondo donde ponía “privado” en chino. Neuval se dirigió hacia allá, caminando con esa fría calma que lo había estado acompañando intermitentemente todo ese rato.
Tras pasar por la puerta, había un pasillo no muy largo con algunas puertas, y la única que estaba abierta era la del fondo, donde se veía a la mujer yendo de un lado a otro y hablando por el walkie con alguien.
—¡Me da igual de quién se trate! ¡Encuentra al responsable, sea uno o doscientos! ¡Y más te vale no acabar como el inútil de Paku porque para eso te pago! ¡Encuentra al que ha arruinado mi negocio y mátalo! ¡Y si encuentras a los niños, también, mátalos!
Neuval se paró cerca de la puerta abierta, en el pasillo, observándola desde ahí. Aquello era un despacho lujoso, con un escritorio elegante en el medio, delante de unas estanterías, pinturas clásicas decorando las paredes, jarrones, estatuillas de oro… La mujer había dejado una maleta grande sobre el escritorio, y en ese momento estaba apartando a un lado una sección de la estantería, que era corrediza, descubriendo una caja fuerte en la pared. La abrió y se puso a sacar paquetes plastificados de fajos de billetes y cajas pequeñas de metal con joyas.
Fue al escritorio y metió todo dentro de la maleta, cerró la cremallera y se la cargó a la espalda. Pero cuando salió por la puerta, fue cuando vio a ese niño, esperándola en el pasillo, semidesnudo, manchado de sangre por todas partes, sobre todo alrededor de la boca, y con el cabello largo enmarañado, mirándola con unos ojos aterradores, sombríos y estáticos sobre ella.
La mujer se llevó tal susto que gritó y brincó hacia atrás, y se le cayó la radio al suelo. Se quedó unos instantes mirándolo con ojos temblorosos, helada.
—Tú… —murmuró, fijándose en todo ese rojo que le manchaba, y empezó a entender—. Espera… ¿tú…? ¿Tú eres quien…?
Neuval dio un pequeño paso hacia ella, y ella volvió a dar un grito de susto. La imagen que ese niño presentaba era digna de sus peores pesadillas.
—¡Quieto! ¡Te lo advierto! —nerviosa, recogió la radio del suelo y fue retrocediendo al interior del despacho—. ¡Mao! ¡Está aquí! ¡En mi despacho! ¡Es el niño… el niño occidental…! ¡Está…! —Neuval dio otro paso hacia ella—. ¡¡Ven enseguida!! —chilló temerosa.
La mujer cerró rápidamente la puerta desde dentro. Por fuera no tenía pomo ni manilla alguna, solamente una cerradura, para que sólo ella pudiera abrirla desde fuera. Neuval cogió el imperdible que, igual que las cerillas, se había estado guardando todo ese tiempo, enganchado a la tela del faldón que le caía desde la cintura. Se acercó al cerrojo de la puerta, dobló el imperdible de una forma específica, lo introdujo en la cerradura y comenzó a forzarla, algo que había hecho muchas veces.
Tardó dos minutos en abrir la puerta. La mujer estaba tras el escritorio y exclamó con espanto al verlo. Dejó la radio a un lado porque necesitaba las dos manos para sujetar bien maleta en su espalda con todo su botín. Pero, a partir de ahí, no supo qué hacer. Quería salir por la puerta, pero él estaba ahí en medio del camino, al otro lado de la mesa. Una parte de ella no sabía por qué dudaba en esquivar a un niño, más pequeño que ella, más débil, un mocoso cualquiera. Pero otra parte de ella estaba comenzando a sentir una energía extraña que perturbaba su mente. Cada vez que miraba al niño, sentía un temblor por todo el cuerpo, cada vez más intenso. Empezó a entrar en pánico, no sabía qué le pasaba. Neuval no se movía de donde estaba, tan sólo la miraba fijamente, no estaba haciendo nada más que eso y por alguna razón la mujer se encontraba cada vez más nerviosa, angustiada.
—¡Apártate de la puerta! —le chilló exasperada, manteniéndose detrás de su escritorio.
Neuval seguía mirándola sin parpadear.
—¡Para! ¡Deja de mirarme así!
Algo había en esa mirada que despertaba los miedos más primarios de la mujer. Esos ojos le estaban haciendo algo. Su mente estaba sucumbiendo ante un aura del más puro terror. Le costaba respirar.
—¡Márchate! —de repente se echó a llorar y se volvió histérica—. ¡Vete de aquí! ¡Aaaah! —se agarró de los pelos, deshaciendo el moño de su peinado perfecto—. ¡Deja de mirarme! ¡Deja de mirarme! ¡Demonio!
La mujer acabó perdiendo la cordura. Sea lo que fuese aquella energía, era insoportable, no podía más. En un intento de huir de allí, la mujer se dirigió a la ventana, la abrió y trató de salir por ella estrepitosamente, con la maleta al hombro, con la falda de su traje, los tacones… Quizá pretendía salir y caminar por la cornisa hasta el balcón más cercano, pero cometió el error de mirar atrás una vez más, justo cuando tenía medio cuerpo fuera. Neuval, simplemente, dio otro pequeño paso hacia ella. La mujer chilló de nuevo. Uno de sus pies se resbaló de la repisa exterior, y al final, cayó al vacío con su fortuna.
Estaban en la planta baja, pero la caída fue larga. Su grito se hizo cada vez más lejano hasta que dejó de oírse. El aire que entraba por la ventana olía a mar, y de fondo se oía el zumbido de olas chocando contras las rocas. Por lo visto, aquel complejo privado estaba construido junto a un acantilado en la costa este de Hong Kong.
Al entender que esa mujer ya no estaba, que ya no haría daño a nadie más, la sangre fría de Neuval empezó a templarse. El calor que había perdido en la última media hora volvió a latir poco a poco dentro de él. Seguía mirando a la ventana, quieto y en silencio, pero sus ojos comenzaron a empañarse, observando el cielo estrellado sobre el mar del exterior. Qué hermosa vista. Qué hermoso mundo. ¿Por qué esa mujer, y su detestable hijo, y esos pederastas, habían tenido más de 20 años, más de 30, 40 o incluso más de 60 años, de vivir, de respirar y de disfrutar de los paisajes de ese mundo, y había niños que ni siquiera habían llegado a cumplir los 15 años, o los 10, o 5?
Qué hermoso mundo, pero qué mal funcionaba. ¿Qué podía hacer él? ¿Cómo iba a tener poder suficiente para cambiarlo? Y si no lo podía cambiar, ¿entonces por qué molestarse en vivir en él?
Neuval cerró los ojos por primera vez en media hora y comenzó a sollozar, de agotamiento, de tristeza, de hartazgo. Había viajado demasiado tiempo para al final descubrir que el ser humano era igual en cualquier rincón del globo.
De repente, oyó unos pasos pesados detrás de él. Reaccionó demasiado tarde, pues cuando se dio la vuelta, al instante un hombre enorme lo agarró del cuello violentamente y lo levantó del suelo fácilmente, estrangulándolo. Neuval luchó por respirar, con lágrimas cayéndole por la cara. Vio que se trataba del tipo grandote y callado que había ayudado a Paku y a los gemelos a secuestrarlo, y el que lo había estado vigilando durante el lavado y aseo. Había olvidado que faltaba él. El tipo estaba furioso, seguramente por haber fracasado en proteger a su jefa y el negocio que le daba de comer. Lo había perdido todo por culpa de ese niño. Neuval podía ver en sus ojos negros sus ansias de matarlo.
Y eso… de repente… dejó de importarle.
Neuval soltó sus manos, dejando caer los brazos. Su rostro ya no expresaba resistencia. Se rindió. Ya estaba cansado.
El tipo no dejó de oprimirle el cuello. Ya estaba logrando su propósito. Hasta que ocurrió una fuerte explosión a sus espaldas.
Todo pasó muy rápido, algo explotó por el pasillo. Suelo, techo y paredes retumbaron, se formaron grietas, se cayeron libros y cuadros. De pronto se fue la luz, y fue sustituida por un cegador y ardiente fuego que lo envolvió todo alrededor de ellos. El hombre fornido se llevó el susto de su vida y soltó a Neuval, mirando horrorizado a su alrededor. Literalmente, todo lo que le rodeaba era fuego. Le quemaba la piel. Se dio la vuelta para buscar la puerta, pero entonces vio una silueta, más grande que él, caminando hacia él, bañada entre las feroces llamas. Cuando esa silueta atravesó el fuego y se paró ante él, el criminal tembló como un chihuahua. Tenía delante a un hombre joven, grande, esbelto y muy musculoso, con vaqueros y camiseta negra de manga corta. Sus cabellos negros estaban prendidos de fuego, así como sus hombros, el filo de sus brazos y piernas. Desprendía llamas por su cuerpo pero no le quemaban ni la piel ni la ropa. Y su ojo izquierdo brillaba de una intensa y poderosa luz roja.
En un ridículo intento de atacarlo, víctima del miedo, el criminal blandió un puño hacia él, pero Lao lo paró en seco con el dedo índice. El criminal exclamó de dolor y se agarró la mano, se había roto un nudillo. Comprendió que su única opción era huir de esa persona inhumana, pero justo cuando dio un paso para esquivarlo, Lao le agarró el cuello con una sola mano y lo levantó varios centímetros sobre el suelo. El criminal entró en pánico, asfixiándose, golpeando en vano el brazo de Lao y pataleando.
—¿Por qué te quejas? —le preguntó Lao con una mirada sombría y firme—. Ahora eres tú el pequeño indefenso siendo estrangulado por un tipo más grande y más fuerte. ¿Te gusta?
El otro hacía sonidos horribles con la garganta, y se le estaban formando derrames de sangre por la córnea de los ojos.
—Considera esta lección de empatía tu última gran lección en la vida.
Lao giró la muñeca con un movimiento seco y partió el grueso cuello del criminal como si fuera una rama. Se quedó colgando de su mano como un muñeco inerte y los ojos abiertos. Lao lo tiró a un lado como si fuese la cáscara de un plátano y se acercó rápidamente a Neuval, que estaba arrodillado en el suelo, inmóvil, con la mirada ida. Se agachó frente a él.
—Neuval… ¿Estás bien? ¿Estás herido? —miró preocupado toda esa sangre, pero procuró no tocarlo, por si eso lo alteraba—. Neuval… —lo llamó de nuevo, y lo tomó de las mejillas para que lo mirara a los ojos—. Soy yo, Neu. Estoy aquí. Te he encontrado. Ya estás a salvo, ya ha terminado todo.
El niño lo miraba, pero no decía nada. Entonces cerró la boca, apretó los labios, se contuvo, se reprimió.
—Recuerda lo que te dije. No lo contengas, no lo reprimas, tu cuerpo y tu mente te lo piden. Déjalo salir. No sientas ninguna vergüenza, ni temor. Estoy aquí.
Al final su presencia, escuchar su voz, sus palabras, acabaron haciendo mella en él. Neuval, por fin, dejó caer ese pesado muro, su estado de alerta, y relajó los músculos. En cuanto se permitió a sí mismo bajar la guardia, se convirtió de nuevo en un niño pequeño normal. Rompió a llorar, de alivio, y de rabia. Y abrazó a Lao con todas sus fuerzas.
A Lao le dolió oírlo llorar así y sentirlo tan derrotado, y por eso lo cubrió con sus brazos y le transmitió toda la calma, el apoyo y el afecto que pudo. No sabía por lo que había pasado. Pero ya suponía que no había sido un trato humano.
—Quiero irme contigo… —sollozó el niño.
—Ya no tienes nada que temer, Neuval. Nunca más te dejaré solo.
Lao lo tomó en brazos y cesó las llamas a su alrededor. Todo estaba calcinado, medio derruido. Lo sacó de ese lugar.
Para cuando llegaron al exterior, Neuval se había quedado inconsciente sobre su hombro. Se había quedado sin fuerzas, su mente colapsó de agotamiento.
Tras aquel complejo estaba el acantilado, pero por delante se expandía un amplio claro ajardinado, y más allá comenzaba un bosque. En el patio delantero había un montón de personas, coches y furgonetas. Entre esas personas estaban los iris de la SRS, y también habían venido los iris de la HRS de Hong Kong, a la que Lao pertenecía de joven y a la que habían llamado para que los ayudaran. También, había dos docenas de almaati, de ambas RS, terminando de esposar a todos los trabajadores que habían llegado a salir del edificio y habían tratado de escapar de allí, pero se habían visto emboscados por todos esos iris y almaati que habían llegado en el último momento.
Mientras los almaati mantenían a esos criminales y cómplices a raya a punta de pistolas y rifles y los iban metiendo en los furgones para después llevárselos al aeródromo privado y de ahí volarían al Monte Zou para enjuiciarlos, condenarlos o reformarlos debidamente, Hideki se acercó a Lao al verlo salir del edificio con ese niño en brazos.
—¿Este es? —le preguntó—. ¿Tu chico?
—Sí. Lo he encontrado a tiempo —respondió Lao.
—¿Está bien? Esta lleno de sangre, llévalo con los otros para que le curen las…
—No está herido. No más allá de un labio partido y varios moratones y arañazos. Esta sangre no es suya. No quiero ni pensar qué coño le habrán hecho ahí dentro.
—De todo menos bueno —se acercó Emiliya a ellos; su habitual sonrisa y actitud despreocupada habían desaparecido, venía muy seria, contenida—. He hablado con los ocho niños que hemos encontrado sanos y salvos guarecidos en el bosque. Me han contado una historia insólita —dijo mirando al niño que Lao tenía en brazos.
—¿Qué te han dicho? —advirtió Lao esa mirada.
—Al parecer tu chico ha provocado todo esto. Los niños me lo han contado de principio a fin. Todo lo que vieron y les ha pasado desde que llegaron a este lugar hasta ahora. Los evaluaron, los asearon, les dieron de comer una cena, tras la cual se sintieron “un poco mareados”. Pero tu chico fue el único que no la comió. Después los prepararon para exhibición. Los subastaron en un escenario, y los compradores se los llevaron a sus suites privadas… para… satisfacer sus monstruosas fantasías con ellos…
—Mierda… —se horrorizó Lao—. Mierda, ¡tengo que llevar a Neuval a una revisión! No he encontrado heridas en su cuerpo a simple vista, pero…
—Tranquilo, Kei Lian —le dijo su compañera rubia—. No ha llegado a sufrir eso. Al parecer, tu muchacho callejero fue comprado junto a dos de los niños, dos hermanos —señaló hacia la furgoneta equipada con material médico donde estaban iris y almaati atendiendo a los ocho niños—. Fueron comprados los tres por el Hombre Dorado.
—El… —se sorprendió Lao—. ¿¡Estaba aquí!? ¿¡Lo hemos encontrado por fin!?
—En un momento determinado, ese cabrón estaba abusando de los dos hermanos mientras tu chico estaba encadenado a una pared, al parecer como castigo por su comportamiento. Pero tu chico no aguantó ver eso y dio la cara por ellos. Convenció al Hombre Dorado para que “jugara” con él y dejara a los otros dos niños en paz. Me han dicho que cuando el tipejo comenzó a aplastarlo contra la cama y a ahogarlo, el niño sacó una navaja, no se sabe de dónde, y le rajó el cuello al Hombre Dorado, rematándolo después.
Hideki y Lao se quedaron sin habla al escuchar eso.
—Y eso sólo es el principio.
Emiliya continuó contándoles todo el relato, tal cual había ocurrido, con todo lo que esos niños habían presenciado, los testimonios y confesiones de los empleados y las pistas que los almaati habían ido descifrando. No sólo Lao estaba desconcertado, sino que Hideki empezó a comprender que su amigo no había exagerado cuando les habló por teléfono de Neuval el otro día. Ese niño no era normal. Ni siquiera era un iris normal.
—La navaja… las cerillas… incluso el imperdible que le puse para sujetar el vendaje de su brazo, que he visto antes en la cerradura del despacho… —se decía Lao, recapacitando con asombro.
—La Líder de la HRS dice que sus almaati han encontrado el cadáver de Ji-Ji Landu en el acantilado, entre las rocas, con una maleta llena de dinero y joyas —añadió Emiliya—. Cayó desde la ventana de su despacho, ese mismo despacho que tú dices.
—¿Él la habrá empujado? —se preguntó Hideki, mirando al niño dormido.
—Eso no está claro aún. Pero queda confirmado, que el cuerpo es de esa Ji-Ji Landu, la famosa Ji-Ji.
—Todos los peces gordos en nuestra lista de búsqueda estaban aquí… —suspiró Lao.
—Ha sido este niño quien ha ido rescatando a los otros niños uno por uno, quitando de en medio a todos los adultos… —decía Hideki—. Podría haberse escapado solo fácilmente, con esa astucia y los recursos y armas que se guardó, pero fue a buscar a todos los niños… Este chico no es un iris entrenado, pero claramente tiene el espíritu de uno. Y es demasiado inteligente para su edad.
—No a todos los niños —lamentó Emiliya—. Hay una que no se ha salvado. Los almaati la han encontrado en una de las habitaciones. Al parecer su comprador se sobrepasó con ella y murió antes de que este chico llegara a su habitación. La pobre niña… —murmuró, y le tembló la voz. Hideki la rodeó con un brazo al sentirla así de afectada. Pero Emiliya se repuso, recuperando la seriedad—. Pero hay algo preocupante. Todos los niños están de acuerdo en que este chico los ha salvado. Pero también en que perdió la cabeza en un determinado momento.
—¿A qué se refieren? —preguntó Lao.
—Fue cuando llegó a esa habitación y vio que la niña ya estaba muerta. Las dos niñas previamente rescatadas que lo esperaban en el pasillo dicen que lo vieron… transformarse en algo…
—¿Qué?
—Dicen que el muchacho se enfureció tanto que parecía “una bestia demoníaca”, según sus palabras. Que atacó al comprador de la niña muerta con una ferocidad inhumana. Que… salió de la habitación con la boca llena de sangre.
Lao y Hideki se quedaron un rato callados, reflexionando sobre ese relato.
—Bueno, desde la perspectiva de esas niñas puede haberse visto de esa manera —indagó Hideki—. Pero todo apunta a un brote de majin —miró a Lao—. La descripción del comportamiento y el resto de cosas que Emiliya nos ha contado…
—Un majin ya, antes de haber recibido su entrenamiento… Eso sí que es desafortunado —resopló Emiliya.
—Me lo temía… —farfulló Lao—. Este chico lleva demasiados meses con este iris caótico, perdido, confuso, sufriendo más desgracias que nosotros tres juntos. Me parece increíble lo que ha hecho aquí hoy —miró hacia los niños de allá.
—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó Emiliya.
—Debes llevarlo con Alvion cuanto antes —dijo Hideki—. Y Emiliya debe redactar el informe informándole de todo lo que ha pasado.
—¿Qué escribo sobre este muchacho? —quiso asegurarse ella antes que nada—. ¿Es conveniente que incluya en el informe que este muchacho ha asesinado a unos cuantos criminales sin permiso?
—No habrá problema con eso —dijo Hideki—. Si no es un iris entrenado, no es un iris oficial, por lo que si ha matado antes de ser iris oficial, no hay incumplimiento de las normas. De todas formas, este chico nos ha ahorrado todo el trabajo. Ha matado a criminales que iban a ser destinados a la Lista de Condenados.
—Pero no estar entrenado aún significa, también, que este chico cuando despierte puede tener problemas para comprender y asumir racionalmente el hecho de haber quitado esas vidas. Si todos los iris ya cargamos con el trauma de nuestra conversión, este pobre muchacho parece que ya carga con unos cuantos más.
—Estará bien —dijo Lao, y la pareja notó ese tono en su voz—. Saldrá adelante. Entenderá las cosas, las asumirá y encontrará su lugar en este mundo algún día. Tendrá una vida digna. Yo me encargaré de todo eso.
—Kei Lian… —se sorprendió Hideki al entender lo que quería decir—. ¿De verdad deseas eso? ¿Te harás responsable de él?
—Sí.
—¿Lo has hablado con Ming Jie y con tu hijo? —quiso saber Emiliya.
—Sí, lo hablé con ellos. Y están de acuerdo. Pero… sólo queda saber qué es lo que quiere Neuval. Yo quiero darle un hogar, una familia que lo comprenda y lo apoye. Quiero guiarle y aconsejarle mientras crece, que tenga a alguien en quien apoyarse, que le sirva de ejemplo para no perderse por caminos malos que yo ya tuve que cruzar por mí mismo sin nadie que me previniera.
Hideki y Emiliya se pegaron el uno al otro mientras miraban a su compañero con sonrisas de afecto. No les sorprendía una decisión y un deseo así. Lao siempre había sido así.
—Haré ese informe mañana —dijo Emiliya—. Ahora mismo solamente quiero llegar a casa, abrazar a Katya y dormir junto a ella.
—Yo también necesito ir a casa y abrazar a nuestra Katyusha —corroboró Hideki, besando a Emiliya en la cabeza y frotando su hombro—. Después de lo que ha pasado aquí…
—Pero dejará de pasar —afirmó Emiliya de repente—. Ya tenemos la información suficiente para desmantelar toda esta red por los otros lugares por donde se ha expandido. Tenías razón, Kei Lian, había que actuar ya.
—Sí, pero si vas a hacerte responsable de este pequeño iris enfermo, llevarlo al Monte Zou es lo primero que debes hacer, Kei.
—Lo sé, lo sé. Y eso es lo que haré. Pero antes, Neuval tiene que recuperarse, y tengo que asegurarme de en qué estado mental se encuentra. Lo llevaré a la clínica privada que tiene el Shokubutsu de la HRS en la ciudad para que descanse y le curen las lesiones, y podamos analizar el estado de su iris. Estaré con él en todo momento, vigilándolo. Todo irá bien.
Tres días después de aquello, reinaba una paz nueva en la ciudad. Sus gentes seguían atestando los mercadillos, llenando las calles de coches, pitidos, actividad y movimiento, acompañado por unas fuertes lluvias. Pero esa paz nueva que reinaba provenía de la ausencia de algo. La ausencia de algo malo. Algo malo que había desaparecido de las calles. Los niños que jugaban por las calles, o que vivían en ellas, ya no corrían peligro. La amenaza de la trata de menores se había evaporado.
Una enorme figura envuelta exageradamente en dos chubasqueros venía corriendo por una calle de un modesto barrio de viviendas individuales y edificios pequeños. Al entrar por la puerta de una clínica, se quitó las dos capuchas y gritó contra el techo.
—¡Aaargh! ¡Odio esta época del año, aaaaahhh…!
De repente se dio cuenta de que había varias personas ahí en la sala de espera, sentadas en los banquitos de la entrada, algunas leyendo revistas y otras charlando con sus acompañantes. Todas se quedaron mudas mirándolo con susto.
Lao carraspeó con disimulo enseguida, reponiéndose, un poco avergonzado.
—Mis disculpas —se inclinó un poco y se fue rápidamente por una puerta del fondo junto al pequeño mostrador de recepción, donde la recepcionista le hizo un gesto de asentimiento. Además de trabajar para el dueño de esa clínica, que era el iris Shokubutsu de la HRS, ella era una almaati de la misma.
Tal como había estado haciendo durante esos tres días, Lao caminó por un pasillo blanco y se dirigió a la habitación de siempre. Era una clínica pequeña y no había muchas habitaciones, ya que el Shokubutsu que la dirigía era un médico de cabecera que sólo hacía consultas y tratamientos de dolencias comunes y no graves. Pero también usaba su clínica para otro fin y para otros tratamientos… menos humanos. Los iris de la ciudad venían aquí a curarse de las heridas de batalla cuando no debían mostrar tales heridas en un hospital humano.
Lao se encontró con la habitación vacía. La cama estaba deshecha. Casi le dio un vuelco el corazón. Se fue corriendo por otro pasillo hacia el despacho del Shokubutsu, pero se topó con este nada más doblar la esquina, chocándose y tirándole una carpeta donde estaba apuntando cosas.
—Ah… No, adelante —dijo el Shokubutsu con sarcasmo, un hombre en la cincuentena de edad, calvo por arriba y con bata blanca—. Ignoremos los tres carteles que he taladrado por las paredes con la prohibición de correr por mis pasillos escrita con letras gigantes.
—Lo siento, perdona —se apuró Lao, recogiendo su carpeta del suelo—. Es que he visto que no está en la…
—Despertó por fin, hace tres horas, a la hora de comer —le tranquilizó el otro, poniéndose a apuntar cosas en sus hojas de nuevo—. Suerte que sabe hablar inglés. Le he explicado lo que ha pasado y dónde está, y que ha estado inconsciente tres días. He analizado su estado mental. Está calmado, ha comprendido fácilmente lo que le he contado y mantiene el juicio estable. La verdad es que no me esperaba que recuperara un estado mental tan centrado y tranquilo después de… la otra fatídica noche —suspiró—. Y con un iris de siete meses sin tratar. Alvion va a estar muy entretenido cuando se lo lleves.
—¿Pero dónde…?
—Ah, no ha querido comer nada, por cierto. Le he dado libertad para moverse siempre que cumpliera las normas. Se encerró en un baño durante media hora. Salió después, pero sin su larga cabellera.
—¿Eh?
—Se ha cortado el pelo. Él solo. Parece que es algo que ha sentido la necesidad de hacer. Ya sabes qué significan este tipo de comportamientos, las personas hacemos cosas así cuando nos sentimos en conflicto interno y…
—Y buscamos la forma de volver a sentirnos cómodos con nosotros mismos mediante un cambio de aspecto, sí —asintió Lao pacientemente—. ¿Pero dónde…?
—Yo soy incapaz de cortarme el pelo a mí mismo sin hacerme un destrozo —volvió a interrumpirle el doctor—. Él se lo ha dejado bastante bien. Es muy diestro.
—Pero si estás medio calvo…
—Además, ha tenido el detalle de recogerlo todo y dejar el baño tan limpio como lo encontró. Me cae bien, el muchacho.
—¿Y dónde…?
—En la azotea, Kei Lian, que no me escuchas. Me ha pedido que lo dejara solo. Se ha subido a la azotea. Lo he estado vigilando. Lleva dos horas y media sentado allí mirando al horizonte. Y ya sabes lo que eso significa. Parece calmado por fuera, pero…
—Ya, ya… —lo frenó Lao, cansado—. Conflicto interno. Eso es buena señal. Significa que su forma de sentir sigue funcionando como debe.
Lao se dirigió entonces a otra puerta que llevaba a unas escaleras. El edificio era pequeño, tenía tres plantas, siendo la baja la clínica, la primera la propia vivienda del Shokubutsu y la tercera la usaba de almacén de equipo médico, y de armas.
La azotea estaba acomodada como un patio. Estaba vallada y había bancos, y un montón de plantas diversas en grandes macetas, lo propio de un iris Shokubutsu, claro. También, una parte de ella estaba cubierta por un tejadillo para proteger del sol, o de la lluvia.
Neuval estaba sentado en un banquito bajo este tejado, viendo la lluvia caer sobre la ciudad. Lao no sabía de qué forma acercarse, no sabía si se encontraba mal o algo, o si lo iba a molestar en su meditación...
—Mm… ¡Hey! Te queda bien ese corte de pelo —le dijo.
Neuval se giró al oírlo. Al principio tenía una cara inexpresiva, cansada, con ojeras. Pero cuando vio a Lao, de repente se le iluminó la cara y se le formó una gran sonrisa. Cuando Lao vio esa reacción de alegría en él por verlo, se sintió feliz. Pero, por alguna razón, Neuval borró la sonrisa y se sonrojó un poco, y volvió a mirar al frente con disimulo. Parecía que seguía dándole un poco de vergüenza mostrarse demasiado emocional. Siguió observando el horizonte cuando Lao se sentó a su lado.
—Me alegro mucho de verte despierto, Neuval. Ya me estabas preocupando.
—Es la primera vez que duermo tanto tiempo.
—Lo necesitabas. ¿Qué tal tus dedos?
—Ah… Ya están bien —le mostró la mano, donde Paku le torció dos dedos—. Ya estoy bien —repitió con voz más apagada, volviendo a perder la mirada en el paisaje.
Lao detectaba en él esa pequeña inquietud, esa pequeña incomodidad. Era lo normal después de una experiencia traumática. El niño estaba todavía asimilándolo todo. En ese momento, Lao lo vio arrugando el ceño en medio de sus pensamientos.
—¿Tienes preguntas?
—Es que… Bueno… Estaba acordándome de una cosa rara que me pasó. Es que, cuando me tumbaron en una camilla, me pusieron una máscara de anestesia.
—Hah… qué miserables… —farfulló Lao.
—Pero no me dormí. No me hacía efecto. Al final tuve que fingir que me dormía porque, si no, me inyectarían algo en vena y eso sí que me haría efecto. Igual que cuando me raptaron en el callejón. Primero intentaron dormirme poniéndome un trapo en la nariz, que olía a algo raro. Pero como no me hacía nada, me pincharon. Me parece una ventaja fantástica, que el iris te haga inmune a oler venenos.
—El iris no te hace inmune a la anestesia, al cloroformo o a otros gases, yo desde luego no soy inmune a eso —objetó Lao, frunciendo el ceño—. A no ser que seas un… —se quedó mudo, cayendo en la cuenta, y miró de nuevo al niño con sorpresa—. Ostras…
—¿Qué?
—Heh… —sonrió el hombre—. Qué interesante… Creo que después de tantos meses, al final has acabado desarrollando afinidad por un elemento por ti mismo… —se dijo en voz baja.
—Quería preguntarte otra cosa —dijo Neuval entonces—. ¿Qué significa Yuánlái ni shì yigè zhenzhèng de tian shi?
—¿Eh? Eso significa: “Resulta que sí eres un ángel de verdad”. ¿Por qué lo dices, dónde lo has oído?
Neuval no contestó. Era la frase que Song le había dicho cuando estaban en el pasillo oscuro esperando a salir al escenario. En ese momento, ella estaba mirando la leve luz de su ojo.
—Hiciste algo increíble, Neu —comenzó a decirle Lao, abordando más el tema—. Los niños que salvaste nos lo contaron todo. Eres un héroe para ellos. Fue realmente increí-…
—No lo es —le interrumpió, observando fijamente la lluvia.
—¿Eh?
—Rescatar a los otros niños no es increíble. Es lo que se debía hacer. Rescatar a los otros niños es lo normal. O debería serlo.
A Lao le asombró conocer ese punto de vista suyo. Sonrió con calidez.
—Es verdad. Debería ser lo normal. Lo que debería poder hacer cualquiera. Pero no siempre es fácil para todos, Neuval. Combatir el mal debería ser lo normal, pero eso no significa que no tenga mérito el hecho de hacerlo, y más, el hecho de tener éxito. Actuaste de una forma extraordinaria. Con tu edad, tu condición física actual, también mental, los recursos que tenías a mano, la situación que te rodeaba… Supiste organizar cada acto, y guiar a esos niños hacia la salida. Ser un iris va a ser pan comido para ti.
—Fue un fracaso…
—¿Qué? —se sorprendió de que de repente dijera eso—. Neu…
—Debía salvar a nueve niños. No a ocho. Song esperaba que la salvase, me estaba esperando… —su voz seguía sonando calmada, pero sus ojos se le empañaron—. Le fallé…
Lao posó una mano sobre su cabeza con cariño, como consuelo. Neuval sollozó un poco, pero se forzaba a serenarse.
—No siempre es fácil —le dijo por segunda vez—. Las victorias no siempre suelen ser completas. A veces son parciales. Pero no por ello tienen menos valor. No sólo hiciste todo lo que pudiste, Neu, hiciste mucho más. A veces la vida te pone esas dos opciones: o salvas a ocho de los nueve, o no salvas a ninguno. Por supuesto, esto da rabia, y no es justo. Pero es superior a nosotros. Y para seguir adelante y no rendirnos, necesitamos aprender a valorar la mejor opción de las dos.
—Pues… —dijo el niño, y se puso en pie de un salto, poniéndose frente a él, mostrándose desafiante—. ¡Pues…! ¡Yo no quiero esas dos opciones! ¡La próxima vez perseguiré la tercera opción y la haré realidad! ¡Siempre perseguiré la victoria completa! ¡Una victoria parcial no es aceptable!
Lao se quedó mudo ante esa repentina rabieta. Esas palabras le recordaron mucho a Hideki. No pudo evitar sonreírle con orgullo.
—No seas demasiado duro contigo mismo, Neu. Recuerda cuidar de ti mismo también. Las personas que te quieren lo necesitan.
—La única persona que me quería está muerta —suspiró con cansancio, volviendo a sentarse en el banco con el cuerpo alicaído, y se quedó un rato en silencio, mirando absorto las montañas del fondo—. Yo no merezco ser querido…
De pronto notó una quemadura en el trasero.
—¡¡Ah!! —gritó, saltando del banco con gran susto, y se llevó las manos al trasero, notando que el pantalón de pijama que le habían dado en la clínica tenía un agujero chamuscado. Después vio a Lao con el dedo índice levantado echando un humillo y mirándolo con una cara que pretendía estar muy enfadada pero se veía graciosa—. ¿¡De qué vas!?
—Tente un poco de respeto —le reprimió Lao—. Más te vale no decir esas cosas de ti mismo a partir de ahora, porque si no Ming Jie te hará algo peor que quemarte el trasero. ¡Y la pondrás muy triste!
—Pe… —Neuval estaba confuso—. ¿Pero por qué ella… por qué ella iba a oírme decir…?
—Neuval, escúchame —Lao se levantó del banco también, para arrodillarse delante de él, sujetarlo de los hombros y mirarlo fijamente a los ojos—. Necesito decirte algo importante.
—¿Q… qué es?
—Me gustaría que te vinieras conmigo —le acabó pidiendo.
—Ah… —entendió—. Ya… Oye… Está bien, no hace falta que intentes convencerme más. Cuando el otro día me dijiste que este iris mío sin entrenar podía acabar provocando una desgracia sin que yo pudiera darme ni cuenta… en ese momento ya me habías convencido, ¿vale? No quiero más desgracias, mucho menos por mi mano. Iré contigo a ese templo o monte o lo que sea, haré ese entrenamiento. Espero que tengas razón y de verdad me ayude. Porque después de estos siete meses, ya no soporto más convivir con mi propia mente. Quiero que cambie. Quiero poder volver a dormir por las noches. Quiero… hacer algo más que sobrevivir, huir o esconderme…
A Lao le sorprendió oír que ya se había decidido por sí mismo respecto a ese asunto, y eso le alegró mucho. Pero, por otro lado, no le parecía algo tan inesperado. Ese niño ya le había demostrado varias veces que tenía un fuerte sentido común pese a su edad. Si bien a veces se dejaba llevar por el mero instinto o las emociones en determinadas situaciones, también sabía razonar las cosas importantes. Pensó que, probablemente, la parte que le había convencido era lo del “factor imprevisible” del iris sin tratar, y que eso le había recordado a su propio padre, Jean. Y que la sola idea de parecerse a Jean o hacer algo similar a lo que él hizo le aterraba.
—Eso es genial. Me alegro de que quieras hacerlo e ir por ti mismo —le sonrió Lao, pero brevemente porque volvió a mirarlo con más reparo y precaución—. Pero… me refería… a que me gustaría llevarte conmigo a casa.
—¿Qué? —abrió los ojos con desconcierto—. ¿Para qué?
—Pues… para que vivas ahí. Con nosotros.
—¿Es…? ¿¡Estás loco!? —se puso nervioso—. No quieres que viva con vosotros.
—Te estoy diciendo que sí.
—No sabes lo que dices —se apartó de él, dando un paso atrás—. No me conoces.
—Sí lo suficiente.
—No, sabes muy poco en realidad.
—No importa. Podemos continuar conociéndonos más, tenemos todo el tiempo del mundo para hacerlo. Pero, en lugar de hacerlo en ese callejón o en las calles, podemos hacerlo viviendo juntos. Como una familia.
—¡Para! —le pidió, y volvió a agarrarse de la camiseta del pijama y a retorcerla, como solía hacer cuando se sentía así, con aire perdido y confuso—. Yo…
—¿Qué te da tanto miedo? Mi mujer, mi hijo y yo jamás te haríamos daño.
—No es eso… —murmuró el chico, le temblaba la voz.
Lao lo miró sin entender, pero no le dijo nada más, viendo que se ponía más nervioso cuanto más hablaba. Le dio su tiempo para explicarse. Pero Neuval seguía retorciéndose la camiseta, parecía alterado, pero también dubitativo, indeciso, como si estuviera reprimiendo un deseo, reprimiendo una vaga ilusión con la que él ya se había aventurado a soñar alguna vez, porque para él la cruda realidad pesaba más.
—No estás obligado a nada, Neuval —le explicó Lao, con un tono muy tranquilo—. No estás obligado a abandonar la calle y venir conmigo, igual que no estás obligado a permanecer en mi casa si después de un tiempo de prueba no te gusta.
Esas palabras calmaron un poco al niño, pero seguía con un nudo en la garganta.
—No sé cuánto tiempo tardará Alvion en evaluarte y aceptarte en el entrenamiento. Al no haber captado el nacimiento de tu iris como con el resto, tendrá que examinar primero la razón, examinar tu iris, si es que tiene algún fallo o algo diferente, y evaluar si el entrenamiento es apto para ti y viceversa… Sin duda allí, en el Monte Zou, durante el entrenamiento, dispondrás de comida, alojamiento, uniforme, y todo lo que quieras, pues allí se cuida muy bien de los iris. Y después del mismo, se te facilitará una vivienda en el país que desees, o compartirías una con algún compañero iris de la RS que escojas, y ganarías tu propio dinero trabajando en las misiones. Podrías vivir solo, por tu cuenta, si quieres, así lo hice yo tras perder a Kai Shen y después de finalizar mi entrenamiento con 11 años. Pero… hasta que te den el visto bueno y empieces tu año de entrenamiento… puede pasar un tiempo. Semanas, meses… no sabría decirte cuánto tiempo tendrías que esperar. ¿Querrías continuar viviendo en la calle durante esa espera?
—Es mejor así. Es mejor que me dejes aquí. No deberías llevarme a tu casa con tu familia.
—¿Es porque te da vergüenza?
—No…
—¿Pues entonces por qué?
Neuval cerró los ojos con fuerza, pero al final no pudo contenerlo más.
—¡Porque hay algo que está mal dentro de mí! —exclamó finalmente, soltando lo que quería reprimir—. ¡Y desde mucho antes de que me brillara este ojo! Desde siempre ha habido algo en mí que no está bien… ¡Y ahora no me empieces a decir que no es verdad, sólo para hacerme sentir bien! Porque yo sé que es verdad, yo me conozco a mí mismo, y tú no, así que no me empieces a decir palabras amables y llenas de ignorancia de que no hay nada malo dentro de mí porque sí lo hay.
—¿Qué es lo que está mal dentro de ti?
—Pues que… Yo… no soy una buena persona.
—A mí me pareces un chico estupendo.
—¡Pero no siempre soy así! Hay veces que… —buscó las palabras, pero ni él mismo sabía explicarlo—. Hay veces que… no soy bueno. A veces… me enfado y no puedo frenarme… o… a veces incluso me gusta… hacer cosas malas… —miró a Lao, y como este seguía con esa cara de completa tranquilidad, Neuval se enojó—. ¡No lo entiendes! ¡Pero es cierto!
—Bueno. Si me dices que hay algo malo dentro de ti desde que naciste, que tienes problemas de conducta o raras adicciones, yo te creo —se encogió de hombros—. ¿Y?
—¿C… cómo que “y”?
—¿Y qué pasa con eso?
—¡Pues que… no puedo vivir con tu familia! ¡Sólo seré un problema para vosotros!
—¿Y qué? Los problemas están para buscarles una solución y eso es prácticamente la esencia de mi trabajo. Y de mi vocación.
—¿Crees que puedes solucionar lo que está mal dentro de mí? ¿Crees que vas a poder arreglarme y a convertirme en alguien bueno?
—No se trata de decidir si “podré” o “no podré”, se trata de decidir intentarlo y punto. Y si es lo que tú quieres, yo te ayudaré.
—¿¡Por qué querrías llevar a tu casa un problema!? ¡No me da miedo que vosotros me hagáis daño, sino al revés!
—Quiero llevarte a ti, Neuval. Con tus defectos y virtudes incluidos. Te olvidas de las gigantescas virtudes que también posees y con las que me has sorprendido más de una vez. Y por eso, sé que tú nunca nos harás daño a nosotros. No intencionadamente. Si alguna vez nos hicieras daño por accidente, ¡no importa! —lo agarró de los brazos nuevamente, mirándolo firmemente a los ojos—, porque hablaremos de ello, lo trataremos juntos, curaremos las heridas juntos y buscaremos juntos la forma de ir mejorando. Si hay algún problema que solucionar, lo solucionaremos juntos. Neuval. ¿Lo entiendes?
Los ojos del niño comenzaron a empañarse. Pero quería seguir negándose. Estaba demasiado asustado ante aquella oportunidad.
—Cuando veas que soy un problema con el que no puedes lidiar y que no puedes soportarme más, querrás que me vaya. Cuando veas lo horrible que soy en realidad, me echarás de vuelta a la calle.
—Jamás.
La voz de Lao fue determinante y poderosa al pronunciar esa palabra, pero no tanto como la mirada de sus ojos negros, tan sólida y segura que la insistente negación de Neuval empezaba a doblegarse y a encogerse.
—Me echarás de casa… Me abandonarás… Y tendrás razón al hacerlo…
—Jamás.
—Eso dices ahora…
—Neuval. Si yo decido adoptarte como a un hijo, estoy tomando la decisión de por vida de convertirme en tu padre. Y si después de eso yo algún día rectificara y decidiera echarte o abandonarte, me apuntaré con una pistola en la sien y apretaré el gatillo. Porque si yo hiciera algo tan horrible como abandonar a un hijo, no mereceré seguir respirando.
—Pero… ¿cómo puedes decir eso…?
—Sé que no lo entiendes todavía, Neuval, ya me he dado cuenta durante estos días de que el concepto de “familia” y la relación entre un padre y un hijo en su sentido más verdadero y auténtico son conceptos totalmente desconocidos para ti. Igual que lo eran para mí. Has crecido en una familia y entorno muy disfuncionales. Y yo crecí sin ninguna familia. Pero no tienes que ser el hijo perfecto. Para vivir en mi casa, no estás obligado a ser perfecto, o el más bueno y el más correcto. Nadie es así. Es imposible. Todos tenemos problemas, defectos, manías, lados oscuros, rincones de nuestro ser que nos dan miedo o vergüenza. Mi hijo, Sai, igual que muchas virtudes, también tiene sus defectos, y no por eso voy a darle de lado jamás. Al contrario. La familia permanece unida con virtudes y defectos incluidos.
—Pero porque él es tu hijo de verdad, de sangre.
—Eso no importa en absoluto.
—¿Me… tratarías igual que a él, me querrías igual que a él, a pesar de que soy diferente?
—Me he criado en un orfanato, Neuval. Para mí, las familias no se forjan con los genes y la sangre, sino con los sentimientos, las experiencias y los vínculos de amor y respeto. Ming Jie y yo cuidaríamos de ti como si te hubiéramos engendrado.
—¡Ella ni siquiera me conoce aún!
—No necesita hacerlo para decidir si te quiere o no. Ella ya te quiere, Neuval, por la simple razón de que eres un niño que está solo y que necesita una familia. Sólo con eso, ella ya te quiere. Si tienes tantas luces como sombras, no importa, porque ella, como yo, estamos dispuestos a arroparlas, aceptarlas. Si tienes problemas o si los causas, si tienes algo malo o haces algo malo, si cometes errores o tienes defectos que te cuesta mucho remediar… no pasa nada. Lo afrontaremos juntos. Como una familia debe hacer. Tú, por tu parte… eres y siempre serás libre de elegir. Puedes ser nuestro hijo si quieres, pero si algún día te hartas, o algo te hace cambiar de idea y decides que ya no quieres serlo… serás libre de marcharte o despedirte de nosotros. Porque lo único que Ming Jie y yo querremos de ti, igual que queremos de Sai, es que seas feliz, sea lo que sea lo que eso signifique para ti —le clavó un dedo en el pecho—. Tú decides lo que te hace feliz… a ti —enfatizó.
El niño estaba muy callado, y sobrecogido.
—Si decides aceptar vivir con nosotros… no tienes que convertirte en el mejor hijo ya en el primer día. Yo a lo mejor tampoco soy el mejor padre del mundo… pero es algo que ambos podemos intentar, poco a poco, con el tiempo. Incluso si tenemos que estar el resto de nuestras vidas intentándolo —le sonrió—. ¿Qué tal suena eso? ¿Qué te parece… si al menos lo intentamos?
El niño no supo darle una respuesta en ese momento, a pesar de lo increíblemente maravilloso y sencillo que era lo que Lao le estaba proponiendo. Le estaba dando la mejor oportunidad del mundo, pero no sólo porque le ofrecía un hogar y una familia, sino porque además no le pedía ninguna condición ni requisito, ninguna obligación de ser perfecto o de permanecer con ellos si no quería. Eso era lo que más aliviaba a Neuval. Porque lo que le daba miedo era meterse en algo de lo que luego no pudiera salir si resultaba que no le gustaba o estaba mal, y, especialmente, le aterraba la idea de perjudicar a esa familia de algún modo, de forma no intencionada, y que le rechazaran y abandonaran.
Obviamente, si alguien lo acogía en su casa, él procuraría ser lo más bueno y agradecido posible. Pero, a veces, comportarse bien no dependía de él. Era lo que trataba de advertirle a Lao. Había algo dentro de él que a veces le cegaba o le hacía perder un poco la cabeza y le impedía ser un buen chico todo el tiempo.
Para Neuval sería lo lógico, era lo que siempre había visto en el entorno donde se crio. Si un hijo no era bueno, o lo pegaban, o lo echaban de casa unos días, o para siempre. Si alguien mete en su casa a un niño extraño a vivir, lo lógico es que este deba comportarse siempre bien, porque de lo contrario lo volverían a dejar donde lo encontraron. De hecho, Lao le había hablado de que eso es precisamente lo que se solía hacer en los orfanatos y casas de acogida: unos padres o tutores acogen o adoptan a un niño, y el niño pasa a vivir con ellos en un primer periodo de prueba; si pasa la prueba, se lo quedan, y si no la pasa o el niño no es de agrado para ellos, lo devuelven, como si fuera un producto que los padres o tutores se han arrepentido de llevarse.
Lao le dijo que le ponía enfermo que el sistema funcionara así. Tratar a niños como si fueran cosas, cuyo derecho a tener una vivienda o una familia dependía de si era de agrado o no para quien lo acogía. Como si fueran los cachorritos que solían estar en los escaparates de las tiendas de animales, y cuando venía una familia a llevarse uno, elegían al más simpático, al más bonito y limpio. Los demás cachorritos, si están tristes o son feos, o no se comportan muy bien, no tienen derecho a una familia por no ser perfectos.
Por eso, ahora Neuval entendía que, aunque él fuera un niño sucio de la calle y ocasionalmente tuviera problemas de conducta difíciles de tratar, eso no era ningún motivo para Lao para no acogerlo en su casa, porque para Lao no existía ningún motivo por el que no acoger a un niño. Desde su forma de ver, darle un hogar a un niño no era cuestión de si el niño era bueno o malo, sino de que estaba solo y lo necesitaba. Y punto.
Y entonces, se dio cuenta de que eso era lo que él mismo le había comentado antes. Que Lao le ofreciera un hogar y una familia no era algo increíble. Para Lao, era lo normal. Lo que se debía hacer.
Huelga decir que, si uno no tenía dinero, recursos o espacio suficiente en su casa, no se podía acoger a nadie. Pero en el caso de Lao, un hombre con trabajo, un buen sueldo, recursos y espacio en su casa, y una mente iris con mucha experiencia en tratar las conductas y las emociones complicadas, si se encontraba con un niño en la calle que encima por ser extranjero no tenía opción alguna a un orfanato o acogida social de otro tipo, no se iba a poner a evaluarlo para ver si era lo suficientemente bueno o no para llevarlo a su casa. Se lo llevaría simplemente porque ese niño lo necesitaba.
E igual que un buen padre no abandonaría ni le daría una paliza a un hijo de sangre aunque este tuviera problemas de conducta, tampoco lo haría con uno adoptado. Para Lao, entre Sai y Neuval no habría diferencia a sus ojos. La sangre no era la misma. Pero el lazo, el vínculo de amor y respeto, sí.
Y todo se empezaba por intentarlo.
Al final, Neuval, sintiendo algo que no sentía desde hace mucho tiempo, dejó, por una vez, de castigarse a sí mismo. No podía hablar. Pero abrazó a Lao. Y con eso le dio una respuesta.»
Este capitulo ha hecho que se me salten las llageimas. ¡Pobrecita Song , maldita sea! Es tan injusto.
ResponderEliminarYa me estaba poniendo nervioso al ver que rescataba a todos los niños y ella aun no aparecia y mi mal presentimiento se hizo realidad 😭
Ese momento de Neu rompiendose, dejando todo rastro de humanidad y convirtiendo en literalmente un demonio, es tan visceral. Es el epitome de romperse, de dejar salir toda la rabia, la furia el deseo de destruirlo todo porque ya no queda luz que lo mantenga...hasta que todo se apaga hasta que Lao aparece.
Se siente como un simbologia de volver a nacer de entre las llamas que creó Lao al salvarle de su propia rendicion. ¡No puedo con el llanto!
Y las palabras de Sonng me rompen el alma llamandolo angel. Pequeña e inocente niña viendo mas alla de Neuval 😭😭😭
Es como rensible el miedo de Neuval, con todo lo que ha sufrido de tener esperanzas de ser feliz, de tener una vida de familia y de dañar a otros. Ese sentimiento de que hay algo malo con el lo acompañara por tantos años que resulta triste.