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1º LIBRO - Realidad y Ficción





36.
¿Qué deseas?

—Vaya, los hemos perdido a todos —se lamentó Cleven, intentado buscar a sus amigos entre los centenares de personas que ocupaban recinto del templo.

—Vamos a buscar por la zona de comida —dijo Yako—. Sé que venían con hambre, es posible que hayan ido primero a picar algo.

Cleven asintió y fue con él. De algunos puestos de regalos y de juegos provenían distintos tipos de música que se mezclaban en el ambiente, acompañado por gritos de niños, risas de jóvenes y alta charlatanería de los más mayores que abarrotaban los pasillos al aire libre entre las casetas. Reinaba un aire cargado de movimiento y de ánimo, era una noche estupenda. De vez en cuando, los dos tenían que andar con cuidado cada vez que un grupo de niños, blandiendo sus espadas de madera, se aventuraba a cruzarse por su camino, corriendo de aquí para allá.

Cleven soltó un suspiro. «Qué lástima, ojalá hoy hubiera podido conocer al tío Brey de verdad. El plan de venir con él al festival para conocernos mejor habría sido maravilloso. Pero supongo que las cosas tendrán que ocurrir de otra manera».

Casi en la otra punta de donde estaban Yako y Cleven, bastante lejos, Agatha caminaba a paso tranquilo entre los puestos donde vendían imitaciones, objetos típicos y artesanales del antiguo Japón. Agatha lamentaba no poder disfrutar al menos de los lienzos, ya que no podía verlos, y era algo de lo que siempre había sentido curiosidad. Neuval ya le había ofrecido mil veces hacerle unas gafas especiales como las que usaba Denzel, pero la anciana nunca quiso aceptarlas. De todas formas, con ellas solamente sería capaz de ver en blanco y negro, por lo que los colores de los lienzos por los que sentía tanta curiosidad seguirían siendo desconocidos para ella.

Iba, cómo no, con Daisuke y con Clover cogidos de la mano, los cuales se mostraban impacientes.

—Jo, Agatha, ¿cuándo podemos ir a jugar con los demás niños? —protestó Daisuke—. No me he traído mi espada ultragaláctica para adornar mi espalda.

—Yo quiero ver las marionetas —declaró su hermana, señalando uno de los mini escenarios, dando saltitos de nerviosismo.

—Esperad a que vuestro padre nos encuentre, y ya podréis perderos lo que os dé la gana —los tranquilizó.

Los dos niños se colgaron de las manos de la anciana soltando un gemido de desesperación. Daisuke iba vestido con un pequeño kimono gris con hakama negra. Clover, por el contrario, y como se esperaba, vestía con un kimono largo, de un color azul suave y con un estampado de flores de lirio color blanco, además de llevar sus sandalias. La gente que pasaba por su lado no podía evitar echarles un ojo y soltar exclamaciones de “¡Son adorables!”, a lo que Clover respondía con una sonrisa vergonzosa y Daisuke, por su parte, desviaba la mirada y fruncía los labios, dándose aires de duro guerrero.

—Hmm... —gruñó Daisuke, parándose frente a un lienzo shodo, que contenía una palabra escrita en caligrafía japonesa y costaba un ojo de la cara—. ¿Cómo se puede vender algo que está mal hecho a un precio tan alto? ¡Qué porquería!

—¿Qué pasa, Dai? —se le acercó su hermana.

—Mira —le señaló el niño los símbolos—. Este trazo debe estar más inclinado. Y este radical más alargado. Está mal escrito.

—¿Ya estás otra vez quejándote del shodo hecho por otras personas? —le preguntó Agatha.

—¡Pues claro que sí! ¡Este shodo no expresa nada! ¡Yo lo hago mejor! ¡Yo soy capaz de extraer el sentimiento del mismísimo papel!

—Por Dios, qué poético te pones con estas cosas, Dai —protestó Agatha—. Puede que seas el niño más avanzado en escritura de tu clase, pero no por eso puedes despreciar la obra de profesionales.

—¡Hola, hola, jovencitos! —los saludó de repente el viejo dueño del puesto de lienzos—. Te veo muy interesado en este arte, niñito. ¿Quieres probar a hacer tú uno? Hacerlo es gratis. Es muy complicado dominar este arte, pero si practicas, seguro que de mayor lo harás muy bien.

—Qué poético ni qué leches, ¡hablaba de forma literal y te lo voy a mostrar! —le dijo el niño a Agatha, arrebatándole al vendedor el pincel mojado en tinta que iba a darle, asustándolo.

Daisuke se subió a una banqueta y se puso frente a uno de los rollos de papel extendidos sobre el mostrador.

—Eh... —se recuperó el vendedor—. Bueno, pequeño, ahora tienes que pensar bien qué palabra o frase representar. Los niñitos de tu edad suelen escribir cosas simples como “felicidad” o “belleza”, así que si quieres...

—¡A usted lo voy a dejar mudo de belleza! —le interrumpió Daisuke con su mal temperamento, algo que sin duda había heredado de su abuelo Hideki, y comenzó a deslizar el pincel por todo el papel con una velocidad y una destreza totalmente anormales.

En un instante construyó la frase en kanji: “la belleza que la voz roba”, y con un último y artístico movimiento de la mano sobre el papel, ocurrió lo más inesperado. Los trazos de tinta que conformaban el dibujo comenzaron a despegarse del papel, a flotar por el aire. Cuando el viejo vendedor vio aquello, quedó sobrecogido, sus pupilas se encogieron, sintió el concepto de “belleza” atravesándole el alma. Después se llevó las manos a la garganta, desconcertado. No podía emitir ningún sonido, se quedó literalmente mudo.

—Niños. ¿Qué pasa? —se mosqueó Agatha por el silencio, y creyó oír los intentos de gemidos del vendedor—. ¿¡Qué estáis haciendo!?

—¡Daisuke! —exclamó Clover con enfado—. ¡No hagas eso delante de la gente, ya lo hemos hablado!

—¿¡Hacer el qué!? —insistió Agatha.

La niña, nerviosa, obligó a su hermano a detener aquello. Daisuke, refunfuñando de mala gana, deslizó la mano por las letras de tinta que flotaban mágicamente sobre el mostrador y estas se disiparon.

—¡Gagh! ¡Arf...! —el vendedor recuperó su voz—. ¿¡Qué narices ha sido eso!? —sollozó muerto de miedo.

Clover agarró la mano de Daisuke y de Agatha y los alejó de allí corriendo, huyendo de las miradas de sorpresa de la gente. Se detuvieron en otro sitio.

—¿¡Qué habéis hecho esta vez, niños!? —les reprimió Agatha.

Los dos mellizos se pusieron a balbucear, sin saber cómo responder.

—Eso, ¿qué habéis hecho? ¿Ya habéis cabreado a Agatha? —se oyó una voz cerca de ellos

—Ah, ¡papi! —saltó Clover de pronto, soltándose inmediatamente de la mano de Agatha y corriendo a toda mecha hacia el hombre que se abría paso entre la gente hacia ellos.

Brey, al verla, sonrió levemente y se agachó un poco con los brazos abiertos, cogiéndola al vuelo.

—¡Ya era hora! —se quejó Daisuke con malos humos.

—Eso digo yo —dijo Brey, acercándose a la anciana y al niño con su pequeña aferrada a su cuello—. Habíamos quedado en vernos hace un cuarto de hora, Agatha.

—Tu hijo, que tuvo la decencia de acordarse a mitad de camino que se había dejado la espadita ultragaláctica en casa.

Brey dejó a Clover en el suelo y permaneció agachado a su altura, frente a los dos niños. Los miró analizadoramente, primero a uno y luego a otro.

—Me ha peinado y vestido Mei Ling —le dijo Clover—. ¿Estoy guapa?

—No lo estás. Lo eres. Y hoy incluso más —contestó Brey. A la niña se le iluminó la mirada, la mar de feliz, y luego su padre buscó algo en sus bolsillos—. Te he comprado una cosa.

Clover contempló maravillada la horquilla china que su padre le alzó a la altura de sus ojos. Era un broche de plata, curvo, con formas entrelazadas y pequeños detalles tallados. En su centro tenía una flor de lirio, blanca y grande, con un matiz rojizo en la base de los pétalos, tejida con dos capas unidas de tela de lino y seda, y bordes de hilo dorado. El broche tenía enganchadas dos cadenitas en cada extremo, de las que colgaban pequeñas bolitas rojas que brillaban como rubíes y bolitas de howlita blanca. Clover tenía el pelo largo y negro, y con voluminosas ondulaciones –igual que su abuela Emiliya, igual que su tía Katya, e igual que Cleven–, pero casi siempre llevaba la mitad inferior recogida en dos trenzas a cada lado, o en un moño bajo, como ahora. Por eso, solía llevar horquillas y coleteros la mayor parte del tiempo. Las demás niñas llevaban sus horquillas, pero eran basura comparadas con esta. Incluso Daisuke se quedó sorprendido de lo bonita que era.

Por un segundo, la niña se quedó en trance observando aquel objeto, como si algo familiar la estuviera arropando, una energía especial encerrada en esa horquilla.

Brey tomó su cabeza y se la enganchó en su pequeño moño bajo la nuca. La niña soltó una risa de alegría, con las mejillas coloradas.

—La persona que me lo ha vendido me ha dicho que también se puede llevar de pulsera —dijo Brey—. Enganchando las cadenas al otro lado del broche y con esta forma curva, se acomoda a la muñeca.

—¡Guau…! —se emocionó la niña.

—Pero con una condición —añadió Brey—. Que hoy te portarás bien y no acabarás partiéndole la cara o las costillas a otro niño.

—Eso depende de si me vienen a molestar o no —sonrió Clover dulcemente, distraída con su horquilla, tocando su flor.

—Clover… —le advirtió su padre.

—Vaaale, te prometo que hoy no me pelearé con ningún niño malo. Si me viene a molestar alguno, llamaré a un adulto. A pesar de que los adultos al final sean unos inútiles que no hacen nada o llegan tarde.

—¡Pff…! —a la anciana Agatha se le escapó una risa—. Esta niña tiene más peligro que su abuela Emiliya.

—Por eso necesita que no paremos de recordarle que debe aprender a moderarse —gruñó Brey.

—A mí no me mires, yo sólo soy la cuidadora cool y liberal que hace 500 años solía desayunar humanos —bufó Agatha, haciendo aspavientos.

Brey se quedó un poco helado al escucharla decir eso con tanta tranquilidad, sabiendo que era cierto, y temió que los niños se asustaran.

—¡Jaja! Ata siempre dice cosas graciosas —dijo Clover. Brey suspiró aliviado.

—Oye, basta de cháchara. ¿Y yo qué? —le preguntó Daisuke a su padre, celoso del regalo de su hermana.

—Ah, ¿también quieres una horquilla? —bromeó Brey.

—¡No! ¡Eso es para niñas! ¿No me has comprado nada a mí?

—¿Tal como te portas?

Daisuke le lanzó una mirada de rencor y se cruzó de brazos, refunfuñando. Pero entonces Brey puso su mano, aparentemente vacía, tras la oreja de Daisuke, y como por arte de magia sacó de ella un objeto y se lo mostró al niño.

—¡Uh! —saltó perplejo, llevándose las manos a la oreja—. ¿Eso estaba dentro de mi oído?

—Para que luego digas que consiento a Clover más que a ti —dijo su padre—. Un guerrero no puede ir por ahí sin su amuleto protector, ¿sabes?

—¡Waah! —exclamó Daisuke, eufórico.

Era un colgante antiguo, de cuerdas de cuero marrón oscuro ajustables con unos nudos, de las que colgaba una moneda china, también de plata, con símbolos grabados y un dragón. Estaba acompañada por dos pequeñas piezas de jade verde con forma de magatamas, y dos pequeñas bolas de howlita blanca. El niño le arrebató el colgante y lo admiró con ojos como platos.

—¡Qué súper! ¿¡Son símbolos en lengua rueh!?

—¿En qué? —preguntó Brey, confuso.

—Espera, ¿qué has dicho? —brincó Agatha con desconcierto, creyendo haber oído una palabra que no oía desde hace 600 años.

—Espero que no te hayas gastado todos nuestros ahorros en este lujo, birria de padre —le espetó Daisuke con su arrogancia de siempre—. ¿Ahora qué vamos a comer? ¡Seremos pobres!

—¡No vamos a quedarnos pobres, niño dramático! —gruñó Brey—. De hecho, la persona que me ha vendido estas dos cosas me las ha vendido por un precio sorprendentemente bajo. Se ven muy bien hechos, pero probablemente sean de plástico y acero.

—Si tú supieras… —murmuró Clover con una sonrisilla misteriosa, y cruzó una mirada silenciosa con su hermano.

—Bueno, niños, ahora podéis ir a jugar —dijo Agatha.

—¡Sí! —brincaron con felicidad—. ¡Gracias, papá!

—Id con cuidado —les dijo, y los dos hermanos salieron corriendo a meterse en la muchedumbre con los demás niños que iban por ahí acompañados por dos monitores.

—Brey. ¿A quién le has comprado esos objetos? —le preguntó Agatha, y su voz sonó algo desconfiada.

—Era una mujer —le respondió, volviendo a ponerse en pie—. Estaba en una esquina, solamente tenía delante una mesa de madera con varios objetos en venta. Era un poco rara, la verdad. Estaba totalmente vestida con una túnica y con una capucha puesta, sólo le veía la barbilla y los labios. Estaba fumado una pipa larga, el humo olía un poco raro. Me llamó al pasar cerca. Me dijo que me vendía estas dos cosas a un precio muy barato. Las vi bastante interesantes, y pensé que les gustarían a Clover y a Daisuke.

—¿Fumaba en una pipa larga? —repitió la anciana, intrigada.

—¿Qué te preocupa? Sólo era una vendedora disfrazada, interpretando un papel para el festival. Tranquila, no he percibido ni una sola señal de que fuera una delincuente o alguien con malas intenciones.

—¿Sigue donde la encontraste?

Brey frunció el ceño, no entendía la insistencia de Agatha. Se giró un poco para mirar hacia la esquina del patio donde hace media hora había interactuado con esa vendedora. Fue a señalar con el dedo, pero cuando la multitud se apartó un poco y vio con más claridad, descubrió que aquella esquina del patio estaba desértica.

—Mm… Se habrá cambiado a otra esquina. Pero, en fin, ¿qué más da?

—Ya, bueno… —suspiró ella, restándole importancia también—. Vamos, muchacho, ve a pasártelo bien. A las nueve y media llevaré yo a los niños a la casa de sus abuelos.

—¿Harías eso por mí? —brincó con tremendo alivio—. Ya has hecho bastante esta semana…

—No tanto como todo lo que has hecho tú, que ya he oído que has hecho un buen trabajo y has cumplido con tus deberes con éxito, como siempre. Y sé lo mucho que odias interactuar con los abuelos de los niños. Mereces relajarte esta noche, Brey. Intenta ser feliz por un día.

Tras decir eso, la anciana se marchó a otra parte, con su bastón negro. Brey se quedó ahí solo durante un rato, pensando en esas últimas palabras, alicaído. Porque esas palabras eran muy complicadas para él.



* * * *



—¡Ay, Drasik, camina más rápido! —le reprochó Sakura, pegada como una lapa al pobre chico.

—Aaay... —suspiró él, agotado.

Kyo, que caminaba tras ellos, observaba a su amigo sufriendo como un perro con un dueño pesado. Desde luego no le gustaría estar en su lugar. Después de haber recogido el estropicio de antes del laboratorio a causa de las explosiones, Drasik se fue durante una hora, sin decirle a Kyo a dónde iba, y apareció rato después en la puerta de su casa con Sakura aferrada a su brazo, sonriente, y él con cara de muerto.

Le vinieron los dos con lo de ir al festival de repente, y Drasik le explicó que había ido a pedirle prestado a Sakura un bote de zuofreno, ingrediente esencial para el opuritaserum, ya que Sakura también se había especializado en técnicas químicas. Y ella, tan presumida, gal de pies a cabeza, le dijo que se lo daría si iba con ella de acompañante al festival. Tras un momento de decidir entre la vida o la muerte, entre soportar cuatro horas haciendo de perro faldero de la chica para salvar a Kyo o pasar del tema y salvarse a sí mismo, Drasik no tuvo otra opción, claro estaba.

Kyo, por eso, le estaba enormemente agradecido por el sacrificio que estaba haciendo. Como Drasik le suplicó a Kyo con la mirada que viniese con ellos y que no lo dejase solo con esta calamar, Kyo había aceptado como compensación por hacerle su medicina. Y cada vez que Sakura le preguntaba al neoyorquino para qué quería un ingrediente tan relevante, tenía que inventarse una mentira como podía, puesto que ni ella ni nadie debía saber nada acerca de la razón por la que Kyo necesitaba el opurita.

Pasando los tres por el tori de entrada para unirse a la fiesta, Kyo vio que cerca de ellos andaba una pandilla de unos diez niños y niñas preadolescentes. Entre ellos, quien llamó la atención de Kyo fue Yenkis. Lo reconoció al instante, básicamente porque Yenkis era una copia de Neuval en miniatura. Igual que le había ocurrido con Cleven, Kyo volvió a sentir esa nostalgia al ver a Yenkis, especialmente al encontrarlo tan grande y mayor.

Sabía que Yenkis no se acordaría de él en absoluto, ya que él era el más pequeño de la familia cuando los Lao y los Vernoux se separaron tras la tragedia de Katya. A Kyo aún le daba rabia y pena esta situación. Incluso odiaba esa diferenciación entre los apellidos “Vernoux” y “Lao”, cuando todos ellos eran Lao.

Tres minutos después de haber perdido de vista a la panda de Yenkis, Kyo se dio cuenta de que Drasik, Sakura y él ya estaban en mitad del festival, perdidos en un laberinto de gente, ruido y casetas. Fue cuando divisó, no muy lejos de donde estaban, a Yako y a todos los demás.

—Hey —avisó a los otros dos—. Mirad, todos están allí.

—¡Bien! Vamos —se alegró Drasik, pero Sakura tiró de su brazo.

—Se supone que esto es una cita —se enfadó—. Tenemos que estar a solas.

—¿Eeeh? —a Drasik se le cayó el alma a los pies.

—¿Zuofreno, zuofreno? —dijo la chica, olisqueando el aire—. ¿Huelo a zuofreno?

—¡Me está chantajeando! —exclamó Drasik, mirando a Kyo—. ¡Me está chantajeando cruelmente! ¡Kyo!

—No me eches la culpa —se encogió de hombros, divertido—. Déjale ir a saludar al menos, Sui-chan —le pidió a Sakura.

—Bueeeno —aceptó la chica a regañadientes—. Pero sólo a saludar. Luego nos vamos tú y yo solitos al estanque de nenúfares, Drasik.

A Drasik se le escapó el alma por la boca, y, arrastrando los pies, se fue con ambos hacia donde estaban sus amigos. A él, que le gustaban todas las chicas de todos los tipos, Sakura era la única a la que no podía soportar. Le cortaba el rollo. Y seguramente era porque Sakura era una iris igual que él y del mismo elemento que él. Por eso, no le suponía un reto, una emoción nueva. Venía viviendo esto desde que eran niños, cuando comenzaron a trabajar en las dos RS hermanas a las que pertenecían. Era Drasik quien perseguía a las chicas, no al revés.

—¡Oh, Kyo! —exclamó Nakuru al verlos ahí.

—¡Hey, Kyo, Dras! —sonrió Yako, que ya habían encontrado a los demás—. Y Sakura, ¿qué tal?

—Sálvameee... —le susurró Drasik con cara desesperada, y Yako, entendiendo lo que pasaba porque no era la primera vez que lo veía atrapado entre los tentáculos de Sakura, se rio e hizo aspavientos.

Cleven sonrió al ver a Kyo y ambos se saludaron con un sencillo gesto de la mano. Nakuru hizo las presentaciones con Álex y todos se pusieron a charlar. Kain, cuyo pasatiempo preferido solía ser escuchar las batallitas de los iris mientras trabajaba en la cafetería, atrapó a Kyo para hacerle todo tipo de preguntas acerca de su primera experiencia como iris enfrentándose a los rivales de la MRS, de lo que se había acabado enterando por Yako. Por otra parte, Sam y Raijin se fueron a comprar takoyaki al puesto de al lado.

—¡Princesa! —exclamó Drasik al reparar en Cleven, y agitó el brazo que no tenía aprisionado como seña de que viniera.

—Hm... —sonrió Cleven con malicia, accediendo a su petición, y miró a Sakura—. Hacéis buena pareja.

—¿A que sí? —dijo Sakura, observándola con una sonrisa falsa, recelosa por dentro, y pegándose más a Drasik para dejarle claro que era suyo, lo que a Cleven, adivinando ese gesto, le importaba un pito—. ¿Y tú eres...?

—Cleventine.

Sakura frunció el ceño un momento.

—Tú… me suenas de algo… de hace mucho tiempo —dudó la gal.

—Claro. Vamos al mismo instituto —sonrió Cleven con una gran simpatía fingida—. Soy “la pelirroja que no sabe combinar la ropa y parece que nunca se peina”. Tal como me describiste una vez.

—Aaah, sí, sí… —la señaló Sakura—. Esa eres tú, sí. Pero me sigues sonando de algún tiempo lejano.

—Quizá tanto maquillaje te nubla un poco la memoria. ¿Y tú eras, si me permites el placer?

—Sakura Suzuki, todo el mundo lo sabe —contestó con un gesto ofendido, y sacudió su cuidada melena castaña.

—¿Suzuki? —se sorprendió Cleven—. ¿Tienes algo que ver con el director Suzuki de nuestro instituto?

—Obvio, el director es mi abuelo —hizo aspavientos—. ¿Cómo no lo sabes? Y aunque sea un viejo pesado aficionado a castigar a todos los alumnos y a ser un aguafiestas, no le consiento a nadie que hable mal de él en mi presencia.

—Tú estás hablando mal de él ahora —saltó Cleven.

—Yo sí puedo hacerlo —le espetó—. Así que si quieres despotricar contra él como hacen todos en el instituto, más te vale que yo no te oiga.

—Sakura no aguanta a su abuelo, igual que todos, y es la primera en no respetar sus normas en el instituto —le explicó Drasik a Cleven—. Pero siempre lo defiende.

—Eso no tiene mucho sentido... —se mosqueó Cleven.

—Si no fuera por él, yo ahora no estaría viva, ¿vale? —declaró Sakura con un inesperado tono cargado de seriedad.

—¿Qué? No entiendo nada, ¿a qué te refieres con...?

Cleven se calló, se dio cuenta en ese momento de que Drasik le estaba diciendo algo a gritos pero sin emitir voz, poniendo caras de súplica, pidiéndole que lo salvara de su cita no deseada. Ante esto, Cleven sonrió con malicia otra vez.

—Bueno, os dejo, Drasik parece estar deseando estar a solas contigo —dijo, despidiéndose con la mano.

Dos cascadas de lágrimas silenciosas aparecieron cayendo de los ojos de Drasik, roto por dentro. Cleven no podía saber que el pobre estaba pasando un mal trago para ayudar a su amigo.

—Sí, vamos, Sui-chan —apremió la chica, alejándolo de allí arrastras—. Cómprame ningyoyaki.

—¿Te lo tengo que comprar yo? —protestó Drasik, y se perdieron de vista.

Cleven los siguió con la mirada, un poco sorprendida. «¿Cómo lo ha llamado? ¿Sui-chan? ¿De qué me suena eso?» se preguntó. Sin embargo, el delicioso olor del takoyaki se le plantó en las narices y se dio la vuelta con ojos brillantes. Se topó con Raijin, ahí de pie, metiéndose una bolita de takoyaki en la boca, que acababa de comprar con Sam. Él se dio cuenta de cómo la joven observaba los tres palitos con una albóndiga pinchada en cada uno que sostenía en una mano. Para perplejidad de Cleven, Raijin le ofreció un palito. Tardó en reaccionar. El rubio seguía ahí expresando su frialdad de siempre, esperando.

Finalmente, Cleven cogió el pincho y esbozó una gran sonrisa, sonrojada.

—¿Qué significa esto? —le preguntó—. No es propio de ti, pero gracias.

Como toda respuesta, Raijin se dio la vuelta, en silencio, y se reunió con Yako, Sam, Kain y Kyo, que habían empezado a hablar sobre la función que iba a comenzar en pocos minutos. Cleven permaneció observando a Raijin, sin tocar el takoyaki todavía.

«¿Qué le ocurre?» se preguntó, «¿De dónde ha sacado esa amabilidad tan de repente?». La joven se unió al corro que formaban MJ, la prometida de Kain, Nakuru y Álex, comiéndose la albóndiga entera como un pato. «De verdad está un poco raro» siguió pensando, «Pero… ¿y si en realidad soy yo, que sólo estoy viendo una cara de él, creyendo que es su única cara? Si algo he aprendido del idiota de Kaoru, es que una persona parece cambiar conforme te relacionas más con ella. Pero no es que esté cambiando. Es que te está mostrando más de su interior, su verdadero yo. Quizá es que Raijin realmente sabe ser amable con la gente, pero no al principio, no cuando aún no hay confianza. Quizá… es que Raijin está empezando a verme más cercana y a confiar más en mí. Y me está mostrando, no un Raijin diferente, sino al Raijin real».

Cleven volvió a mirar al rubio, con una nueva emoción latiéndole en el pecho, sonrojándose, cada vez más ilusionada. «Sólo es… una persona precavida… porque ha sufrido mucho. Sí… Eso es. No es una persona fría que me odie. Sólo es alguien que ha estado estos días decidiendo si me acepta o no, si soy o no de fiar. Como amiga, al menos. O… ¿como algo más, tal vez? ¿Sería demasiado ingenuo por mi parte imaginar que Raijin puede estar desarrollando sentimientos por mí? ¿Tan imposible es? ¿Sería mucho pedir? En el cementerio me contó cosas muy personales… y aun así parecía cómodo haciéndolo. En la primera comida que tuvimos, y en la discoteca, pareció muy afectado por las cosas que le dije. ¿Con otras personas también se habría sentido así? No sé…».

Cuanto más introducía en su mente la imagen de Raijin, ahí de pie, comiendo sus bolitas de pulpo y escuchando tranquilamente lo que decían los otros, más vértigo sentía dentro. Un cosquilleo le recorría el estómago, un ardor subía por sus mejillas, más fuerte latía su corazón. Justo en ese momento, Raijin la pilló mirándolo de aquella forma embobada. Los dos se cruzaron con la mirada del otro y tanto él como ella la apartaron con sobresalto y disimulo. Con un nuevo sentimiento de timidez, Cleven optó por dejar de delatarse tanto y meterse en la conversación de sus amigas.

—“¡Atención, señoras, señores... niños y niñas!” —sonó una voz potente y grave por todo el lugar desde unos altavoces predispuestos en diversos puntos del gran patio del templo—. “¡Les habla el samurái Saigo Takamori, líder de la facción imperial! ¡En breves momentos podrán presenciar la representación del comienzo de la guerra Boshin, que marcó un antes y un después en nuestra nación! ¡Para aquellos que vienen por primera vez, disfruten y aprendan este pedacito de nuestra historia sobre el fin de una era en Japón y el inicio de otra nueva!”

La gente empezó a silbar, a aplaudir y soltar gritos de ánimo.

—Guay, ya empieza —se entusiasmó Álex, abrazando a Nakuru por la espalda.

—Vamos a ponernos más cerca para ver —dijo esta, cogiendo de la mano a Álex y a Cleven.

Las tres se fueron y los demás las siguieron por detrás, con ganas de ver algo de acción. Consiguieron ponerse casi en la primera fila del espacio que habían dejado en mitad del recinto, limitado por vallas de seguridad. Todo se llenó de agitación y mucho ruido.

—“¡Los niños y niñas que quieran participar en el acto principal de hoy, aventuraos a venir al templo!” —añadió aquella voz de los altavoces.

Los monitores que estaban a cargo de los niños que se habían apuntado para participar se los llevaron en fila hacia una puerta del edificio. Entre ellos, estaban Clover y Daisuke. Cleven llegó a divisar a su hermano pequeño al otro lado de la zona, en primera fila con sus amigos. Cuando Yenkis reparó en ella, la saludó enérgicamente, y ella le devolvió el saludo.

—Veo que tu hermano ya no participa en esto —le comentó Nakuru a su amiga, saludando también a Yenkis con la mano.

—Ya está mayor para eso —se rio.

—No habrá venido con tu padre, ¿verdad? —se preocupó Nakuru.

—Por supuesto que no. De ser así, Yenkis me lo habría dicho. Ha venido con sus amigos nada más.

La función comenzó con un sonoro petardo que desprendió humo desde el templo y varios actores disfrazados de samuráis, con espadas y “montando” marionetas con forma de caballos, corriendo por el patio, donde varios técnicos iban colocando o moviendo atrezo.

Cleven disfrutó mucho, rodeada de la gente con la que tan a gusto se sentía, y justo al lado de Raijin, que ahora estaba de espaldas a ella para mirar hacia el templo, apoyado tranquilamente en la valla de seguridad. Cuando llegó la parte en la que intervenían los niños, que hacían de guerreros de ambos bandos, Cleven se partió de risa al ver allí a Daisuke rodeado de los demás niños, con cara seria y con aire de tipo duro, tomándose su papel al pie de la letra, y a su lado estaba Clover.

A todos los niños, incluso a las niñas, les habían pintado un bigote, a otros una barba, y también les habían puesto unas cejas pobladas postizas, pareciendo mini guerreros samuráis de verdad. Cleven, Nakuru y Yako estuvieron riéndose sin parar al ver a los mellizos con bigote y barba.

Daisuke fue elegido como el cabecilla de una de las dos tropas que hicieron, y representó su papel como si le fuera la vida en ello.

—¿Has visto qué cara de serio tiene Daisuke? —le preguntó Yako a Raijin—. ¡Y qué disciplinado! ¡Ojalá se portase así de obediente en mi café! ¿Eh?

Cleven escuchó el comentario y se rio. Luego le pareció oír que Raijin decía algo como “mocoso” con aire indiferente y continuaron viendo la función.

Cuarenta y cinco minutos después terminó el primer acto, y la gente se quedó con las ganas de ver el segundo, pero tenían que esperar hasta mañana. Empezaron a dispersarse de nuevo para seguir con el festival. Aún eran las nueve de la noche, aquello se acababa a las once, por lo que todos se apresuraron a aprovechar el tiempo que quedaba visitando los puestos que aún no habían visitado.

—¡Ha sido alucinante! —exclamó Álex.

—¿Verdad? —afirmó Nakuru.

Cleven vio que Raijin, Yako, Sam y los otros universitarios se iban a la zona de alimentos para beber algo. Kyo fue con ellos, y Cleven fue a seguirlos, con Raijin puesto en su punto de mira. Sin embargo, Nakuru la cogió del brazo y la obligó a irse con ella y con Álex a visitar los puestos de juegos, a ver si ganaban algo. Cleven, un poco chafada por no poder seguir cerca de Raijin, acabó aceptando de buena gana.

Las tres se divirtieron bastante. En uno de los juegos, Nakuru consiguió un conejo de peluche enorme y se lo regaló a Álex, escena que enterneció a Cleven. Se imaginó entonces, en su alocada cabeza, una escena similar con ella y con Raijin, este dándole un oso de peluche enorme con una sonrisa en la cara. Sin embargo, no pudo imaginarse la sonrisa de Raijin, ya que nunca la había visto.

—Me pregunto dónde estará Drasik —comentó Nakuru, mientras paseaban por la zona.

—¿Es el chico de los pelos alocados de antes, que está en vuestra clase? —preguntó Álex—. Mira, está allí con esa chica gal.

Las tres vieron al pobre Drasik siendo arrastrado a la fuerza por Sakura hacia los puestos de juegos a unos metros más allá, entre la muchedumbre, con esta dando voces.

—¡Vamos, cariño! ¡Quiero esa jirafa de peluche! —le decía—. ¡Consíguela para mí!

Más que una petición parecía una amenaza, y las tres se rieron ante aquella escena en la que Drasik iba con cara de muerto, dejándose llevar, tal vez porque se le habían agotado las fuerzas como para resistirse. Poco después, Cleven vio a las otras dos diciéndose cosas al oído, tras lo cual Nakuru se acercó a ella con cara tímida.

—Cleven, Álex y yo vamos a dar un paseo...

—No digas más —rio Cleven—. No os preocupéis por mí, me iré con los demás.

—Gracias —sonrieron las dos.

—Pasadlo bien —se despidió de ellas y se marchó a buscar a los chicos.

Los encontró en la barra libre, los menores tomando unos refrescos y los mayores como Kain y su prometida tomando unas copas de sake. Pero se percató de que Yako estaba corriendo hacia ella en ese momento.

—¡Hey, Cleven! —exclamó, pasando un brazo sobre sus hombros y llevándola hacia donde estaban los demás—. Te estaba buscando. En diez minutos nos vamos a mi casa. ¿Quieres cambiarte de ropa? ¿Necesitas ir a cambiarte?

—No te preocupes, estoy cómoda así —sonrió—. No pasa nada, ¿no?

—No. Es más, MJ tampoco va a cambiarse.

—Vale.

—¿Una copita de sake, pelirroja? —le invitó Kain, que ya iba contento.

—Kain, ¡no le ofrezcas alcohol a una menor en público! —le reprochó su prometida—. Que nos metes en problemas.

—Hahah… No os preocupéis, yo me espero hasta llegar a la casa de Yako —señaló Cleven a este—, que me dejará beber un poquito. ¿Verdad?

—Hmmm… —rezongó Yako—. Bueno, un poquito. Pero no bebas demasiado, ¿eh? Que eres humana y me puede caer un buen problema…

—¿Cómo? —se extrañó Cleven.

—¡Ah! —se percató Yako, y sonrió nervioso—. No, digo que… que eres menor de edad.

—Tranqui —rio Cleven—. Ah, ¿dónde está Raijin? —preguntó, al darse cuenta de que faltaba el rubio.

—La última vez que lo vi se estaba dirigiendo hacia allí —le indicó Yako—. Por ahí se va al estanque, puede que ande por ahí.

—¿Se ha ido solo? —se extrañó la joven, y Yako se encogió de hombros.

—¿Puedes ir a buscarlo y decirle que nos vamos dentro de poco?

—Claro. Ahora lo traigo.

Cleven se recorrió una vez más el recinto entero en dirección al estanque. De camino, divisó a los mellizos en la lejanía acompañados por la anciana de siempre. Parecía que ya se iban a casa, por lo que lamentó no haber podido ir a saludarlos y felicitarlos por la actuación que habían hecho.

Cruzando una zona de matorrales y árboles, se le presentó el espectacular paisaje del estanque. Le impactó el reflejo de la luna llena en la superficie negra del agua y alzó la vista para verla.

—Vaya… Menuda luna —murmuró.

Adentrándose unos pasos más hasta llegar a la cima de una pendiente que bajaba hasta la orilla del estanque, lo vio, y se paró un momento, para contemplarlo. Raijin estaba sentado sobre la hierba, de piernas cruzadas, con la mirada fija en la luna reflejada en el agua y fumándose un cigarrillo.

No había nadie más por aquella zona, y el barullo del festival ya no se oía. Reinaba un silencio nocturno que relajaba mente y cuerpo al instante. Cleven bajó entonces la pendiente, tuvo que hacerlo con cuidado porque con esa inclinación la hierba resbalaba de la suela de madera de sus sandalias. Primero fue bajando de lado pasito a pasito, y como se le hacía eterno, probó en zig-zag. Pudo bajar así, con delicadeza y su elegante kimono, unos cuatro metros... hasta que metió el pie en un pequeño hoyo, perdió el equilibro, se dio de bruces contra el suelo y rodó cuesta abajo como la croqueta más triste y ridícula del mundo.

Como si nada de nada hubiera pasado, se puso en pie de un brinco nada más llegar abajo, así disimulando, con cara de gran susto y el pelo lleno de hierbajos, mirando hacia todos los lados y hacia Raijin esperando que ningún ser vivo hubiera sido testigo de tamaña torpeza. Tuvo suerte. El chico no lo había oído. Entonces caminó hacia él y se detuvo a un par de metros tras su espalda.

—Raijin... —lo llamó tímidamente.

—Mm... —murmuró, sin volverse hacia ella.

—Yako dice que nos vamos dentro de poco a su fiesta. Supongo que ya te habrá dicho que voy yo.

—Sí.

—¿Vamos? —sonrió—. Nos están esperando.

—Ya voy —musitó.

No obstante, siguió ahí sentado sobre la hierba, observando la lejanía en silencio. Cleven lo miró un poco confusa y se sentó a su lado.

—¿Ocurre algo?

—No.

Fue a preguntarle a qué estaba esperando, pero al verlo tan concentrado y tranquilo, rodeado de esa paz, decidió no decir nada, y se limitó a observar con él el reflejo de la luna. De pronto cayó en la cuenta de algo. Que ella recordase, “yue” significaba “luna” en chino. Con esto en la cabeza, miró a Raijin con pesadumbre, imaginándose que tal vez estaba pensando en Yue, y se sintió un poco intrusa.

Pero no. Había otra cosa diferente a nostalgia y tristeza en los ojos de Raijin. Había bienestar y calma. Sintió ganas de preguntarle si la echaba de menos, o si estaba recordando los buenos momentos con ella... pero no lo vio apropiado. No era del todo seguro que de verdad estuviese pensando en Yue como para preguntarle cosas así de repente. Entonces empezó a incomodarse, pensando en irse y dejar que Raijin se reuniese con ellos cuando quisiese.

—¿No vas a pedir un deseo? —preguntó el chico repentinamente.

Cleven volvió la vista a él con sobresalto. Luego miró hacia el estanque que se expandía frente a sus ojos, recordando que había una vaga tradición, más una ilusión de los jóvenes de muchas épocas que verdadera, que era pedir un deseo cuando la luna llena se reflejaba en el estanque del templo. «Bonita casualidad» se dijo Cleven.

—Ah... Pues no sé.

—¿Vas a esperar un mes para poder hacerlo?

La joven frunció los labios, sin saber qué decir. Raijin la miró por el rabillo de su ojo derecho, manteniendo el izquierdo guiñado y lejos del alcance de la vista de Cleven, ya que con esa oscuridad emitía su característica luz amarilla.

—Vale —dijo Cleven, poniéndose firme, y juntó las palmas de las manos, cerrando los ojos—. Deseo que el rubio más idiota del mundo me diga en qué piensa, y su nombre, y su comida favorita.

Se quedó así un momento, esperando que él dijese algo, pero al no oír ni mosca abrió un ojo y vio que este la miraba con una ceja arqueada.

—Vale, bromas aparte, ¿no? —se rio.

—¿Qué es lo que deseas? —volvió a preguntar Raijin, sereno.

—Qué raro que tú me preguntes cosas personales, ¿por qué quieres saberlo?

Raijin volvió la vista al frente. Tardó un poco en contestar.

—Porque... si no te has dado cuenta aún, suelo tener dificultades para entender a la gente que me rodea. Y... —cogió aire para soltarlo en un suspiro pesaroso—... no sé. Me preguntaba qué tipo de deseos puede tener una persona sensible y normal como tú.

—Raijin... —se sorprendió al oírle hablar así—. Lo dices como si te considerases a ti mismo como alguien insensible y raro. Sí que eres inusual, pero no en el mal sentido.

El chico volvió a mirarla, esta vez con cierta sorpresa.

—Yo creo que no tienes nada funcionando mal dentro de ti —prosiguió Cleven—. Tampoco creo que seas insensible.

—Pero lo soy.

—Mmm... No... —negó ella enseguida—. Oye, quizá los demás te digan eso. Pero... yo no te veo de esa forma. No es que no sientas nada. Yo creo que, más bien, sientes de forma distinta a los demás. Por el pensamiento.

—¿El pensamiento? —preguntó confuso, y por alguna razón, también atrapado en las palabras de Cleven, pues nunca nadie antes le había dicho algo similar.

—Sí, es decir... Los demás sienten con los sentimientos. Y yo creo que tú sientes más con los pensamientos. Por ejemplo, si sucede algo triste, los demás sienten tristeza, mientras que tú piensas en la tristeza. Para mí, esa es otra forma de sentir. Creo que tú haces eso. Por eso, no eres insensible. Ni tampoco tan diferente. Si te cuesta tanto entender a los demás, pues... quizá sea porque piensas demasiado en por qué son así, en lugar de aceptar que sean así, y punto. Creo que planificas demasiado, las consecuencias, los gestos, las razones, las intenciones…  en vez de relajarte y dejarte llevar. Y restarles importancia a las diferencias.

El rubio seguía callado. Se había quedado mudo. Nunca esperó oír a alguien hablar de él desde una perspectiva que por primera vez no le colocaba en el cajón de lo diferente y lo raro. Cleven lo veía más cercano a la gente de lo que él se veía a sí mismo. ¿Podría ser que la gente en realidad no le veía tan diferente a él, y era él quien insistía en verse a sí mismo muy diferente a los demás? Raijin había nacido directamente siendo iris. Nunca había sido humano, nunca había sentido, pensado ni visto el mundo como los humanos. Es cierto que era diferente y que por eso era lógico que se sintiera diferente al resto del mundo, y que este sentimiento le hiciera sentirse solo y aislado.

Pero por alguna razón, las palabras de Cleven le hicieron sentir un alivio extraño. Le reconfortaron. Cleven le decía que no tenía por qué cambiar su forma de ser sólo porque los demás tuvieran quejas sobre él. Que su manera de ser no era mala o defectuosa.

—Te enfadaste conmigo en la discoteca por no ser de tu agrado el otro día.

—Quejarme de que fueras grosero conmigo cuando nos conocimos no es pedirte que cambies tu manera de ser —sonrió Cleven—. Sólo es pedirte que me des una oportunidad. Que bajes un poco la barrera y me dejes asomarme de vez en cuando para preguntarte qué tal te va, o si necesitas algo… para conocerte más… Y quizá algún día me dejes pasar adentro, para hacer una visita más cercana, y saber más cosas sobre ti…

Raijin se sentía absorto escuchándola. No sabía por qué. Quizá era la voz. O su sonrisa. O sus palabras de humana de buen corazón. Pero había algo más. Raijin sintió una energía familiar y a la vez extraña emanando de ella. Por un lado, era una energía agradable propia de una buena humana como ella. Pero por otro... el chico no conseguía descifrarlo. Notaba como si dentro de ella hubiera una "energía" más y mayor, y desconocida.

—Aun así, sigo queriendo saber... —habló el chico por fin—... cuál es el mayor deseo que tiene ahora mismo una persona normal y sensible como tú... no tan diferente a mí —añadió esto último a propósito de lo que ella le había dicho.

Ella sonrió contenta por eso. Pero luego puso cara de susto. ¿Qué iba a decirle ahora? Cleven se lo quedó mirando con un nudo en la garganta. Lo que en realidad deseaba estaba en la punta de su lengua, pero no se atrevía a decirlo. Él estaba esperando.

Entonces, Cleven se dio cuenta de algo. Él le estaba haciendo esta pregunta por una razón mucho más importante de lo que ella había creído en un principio. Era realmente la única pregunta personal que Raijin le había hecho y era, de hecho, la más personal que podía hacerle. Cleven no era la única que estaba pidiendo bajar su barrera para asomarse a su interior. Él también se lo estaba pidiendo a ella. Él también veía misterio en ella y quería descubrirlo y ver más de su interior.

Cleven tenía vértigo en el estómago. «No puedo decírselo, no puedo decirle lo que deseo» pensó, y luego arrugó el ceño. «¿Por qué no? ¿Y si yo también estoy pensando demasiado en las consecuencias? No sé si decírselo estaría mal o sería lo mejor que podría hacer. Pero... las cosas hay que decirlas, sobre todo estas cosas. ¿Voy a seguir conformándome con fantasear con él? No puede hacerme mucho daño su respuesta como si es negativa o positiva. Si es negativa, no pasa nada, porque es algo que por una parte ya me espero. Pero si es positiva, haré realidad mi deseo. Lo que de verdad me hará daño es seguir callándomelo».

«Sin embargo, por otra parte, él... lo de Yue...» dudaba. «Por favor, está clarísimo que él aún está afectado por su muerte. Él aún piensa en ella, a pesar de que fue su novia un par de años y de que muriera hace 5 años. No... No... ¿Estaría bien que yo le diga a Raijin mis sentimientos y con ello podría hacerle sentir peor o más confuso o más triste? Ay… ¡Joder, Cleven! Deja de ser ingenua, ¡Raijin ya sabe de sobra que estás colada por él! Pero… es posible que piense que sólo sea un capricho pasajero mío… que no vaya totalmente en serio… Hahh…» suspiró, dándose cuenta una vez más. «Y por eso, me está preguntando qué es lo que más deseo. Porque me está preguntando si lo que siento va totalmente en serio. Madre mía… ¿de verdad tengo que decírtelo, Raijin? ¿Todavía no lo ves en mis ojos cuando te miro? ¿No es obvio? ¿Justo como estoy haciendo ahora mismo, mirándote con el corazón en la garganta, sin poder parpadear, ni respirar…?».

El tiempo se paró de repente, cuando Cleven, tras tardar unos segundos, por fin volvió a la realidad y vio lo que estaba pasando. No lo vio venir, el momento en que el rostro de Raijin se había acercado a ella, y tenía sus labios en los suyos. Se quedó petrificada, sufriendo una montaña rusa de sensaciones y preguntas. ¿Estaba en su cabeza, y su imaginación se estaba pasando de realista? ¿O estaba pasando de verdad?

Estaba pasando de verdad. Y lo que no podía terminar de creer, es que hubiese sido él quien se hubiese acercado a besarla. No lo vio venir porque Raijin era demasiado profesional escondiendo lo que sentía. Al final Cleven se rindió a ese beso y cerró los ojos. Notaba cosquilleos y hormigueos por la cara y las manos, le latía el corazón a mil. Juraría que incluso notaba pequeñas corrientes eléctricas. Lo que más sintió, fue una energía cálida, llena de luz, proveniente de algún lugar. «Quiero estar contigo, eso es lo que deseo» pensó Cleven.

Sumergidos en ese beso, cuando Cleven fue a posar una mano en su mejilla, se oyó el ruido de una rama seca partiéndose por ahí. Ambos se separaron de golpe y miraron hacia lo alto de la pendiente, donde apareció Yako. A los dos casi les da un infarto.

—¡Hey, estáis aquí! —sonrió Yako—. ¡Llevo esperándoos un buen rato, nos vamos ya mismo! ¿Es que no queréis venir a mi fiesta? —preguntó con cara tristona.

—Ah... s-sí... —contestó Cleven, intentando recuperar el ritmo de respiración.

—Venga, vamos —se impacientó Yako, volviendo hacia el festival.

Afortunadamente, muy afortunadamente, Yako no había visto nada ni se había dado cuenta de nada. Cleven vio que Raijin se ponía en pie, y quiso detenerle un momento. Pero el chico le dio la espalda.

—Lo siento —murmuró Raijin antes de que Cleven hiciese nada, sin mirarla a los ojos, y se alejó pendiente arriba rápidamente.

—¿Qué...? —musitó atónita. «¿Me acaba de decir “lo siento”? ¿Por qué?» se preguntó, y un nuevo mar de interrogantes la inundó por dentro.

Se puso en pie y se apresuró a seguir a los dos chicos, aunque su cabeza seguía siendo un maremoto. «¿Qué...? ¿Qué...? ¿Alguien me explica esto?». Todavía no había asimilado por completo que él se hubiese lanzado de aquella manera. Hasta ese momento era una utopía de pies a cabeza.

«¿Por qué me ha besado… y luego ha dicho “lo siento”?» pensaba Cleven sin parar. «Por favor, no me digas que te arrepientes, Raijin… Si lo has hecho sin pensar, es porque te lo pedía el corazón y no la cabeza. No me dejes con este enigma, no actúes como si no hubiese pasado. ¿Qué significo para ti? ¿¡Por qué tienes que ser tan complicado!? Maldito idiota».

«Vale, Cleven, cálmate. Deja que él lo asimile, que se aclare las ideas. Pero no dejaré que pase de esta noche. Este día no acabará hasta que él no me aclare qué ha significado eso».

«Madre mía, aún me tiemblan las manos y sigo respirando como si acabara de tirarme en paracaídas… ¿Esto es lo que se siente cuando te besa el chico más guapo del universo? ¡Fiuu!».

Se reunió con Yako y los otros que la estaban esperando en el tori y se marcharon de allí. Sam se desvió a mitad de camino después de despedirse de todos y los demás llegaron a un aparcamiento ya fuera del parque. Yako le dijo a Cleven que Nakuru ya se había ido con Álex hacía un rato, pero la joven sólo tenía a Raijin en su campo de visión y de mente.

El rubio caminaba delante, junto a la parejita de Kain y su prometida, en silencio, pero tenso, muy tenso. Cleven no sabía qué pensar. Se detuvieron entre dos coches y Yako, MJ, Kain y su pareja se quedaron un poco hablando. «¿Eh?» se sorprendió Cleven, observando los dos cochazos de lujo, uno negro y otro azul metal. «¡Yako y Raijin tienen coches de alta gama de la marca de mi padre! ¿De dónde saca el dinero un camarero y universitario y otro universitario? ¿Sus difuntos padres también eran adinerados?».

Entonces Yako sacó sus llaves y abrió el de color azul metal. Mientras MJ, Kain y la otra se metían dentro, ocupando todas las plazas, Yako se acercó a Cleven.

—Tienes que ir con Raijin, que en mi coche ya no cabe nadie, ¿vale? —sonrió felizmente.

—¿¡Qué!? —exclamaron, tanto Cleven como Raijin, al cual se le habían caído sus llaves al suelo del saltó que pegó.

—¿Qué...? —se estremeció Yako, mirando a uno y a otro sin entender—. Dios mío, ¿qué pasa?

Los otros dos no dijeron ni pío, y Yako frunció el ceño, mirando a Raijin, y se arrimó a él.

—¿Se puede saber qué te pasa a ti? —le preguntó en voz baja—. Estás rarísimo, ¿ocurre algo?

—No es nada —masculló de mala gana, abriendo su coche negro a regañadientes.

—Bueno, bueno... Pues nada, os espero en mi casa —dijo, metiéndose en su coche, arrancó y se fue con los otros, dejando ahí solos a Cleven y a Raijin.

La joven vio que este se había quedado quieto, agarrando el pomo de la puerta del coche y la vista clavada en la ventana. Inmóvil.

—Eh... ¿Raijin? —murmuró.

Este pegó otro brinco, más tenso, y se metió en el coche rápidamente. Cleven se abstuvo un poco, pero finalmente se metió dentro, donde el copiloto, sin decir ni mu y tratando de no mirarlo. Tras ponerse el cinturón, reinó un rato de silencio y quietud. Entonces vio por el rabillo del ojo que Raijin estaba con la mirada fija al frente, sin parpadear, y agarrando fuerte el volante con las dos manos. Inmóvil.

—Raijin... —volvió a llamarlo.

El rubio pegó otro brinco y arrancó el coche, con la vista al frente en todo momento, y por fin se fueron. «Dios mío, este está fatal» se dijo Cleven, divertida. «Me recuerda a mí el día que lo conocí. Torpe, nerviosa…». Durante todo el trayecto, que no fue muy largo, ninguno dijo palabra alguna. El aire entre los dos estaba cargado de tensión. Cleven parecía más calmada que él, y eso era raro.









36.
¿Qué deseas?

—Vaya, los hemos perdido a todos —se lamentó Cleven, intentado buscar a sus amigos entre los centenares de personas que ocupaban recinto del templo.

—Vamos a buscar por la zona de comida —dijo Yako—. Sé que venían con hambre, es posible que hayan ido primero a picar algo.

Cleven asintió y fue con él. De algunos puestos de regalos y de juegos provenían distintos tipos de música que se mezclaban en el ambiente, acompañado por gritos de niños, risas de jóvenes y alta charlatanería de los más mayores que abarrotaban los pasillos al aire libre entre las casetas. Reinaba un aire cargado de movimiento y de ánimo, era una noche estupenda. De vez en cuando, los dos tenían que andar con cuidado cada vez que un grupo de niños, blandiendo sus espadas de madera, se aventuraba a cruzarse por su camino, corriendo de aquí para allá.

Cleven soltó un suspiro. «Qué lástima, ojalá hoy hubiera podido conocer al tío Brey de verdad. El plan de venir con él al festival para conocernos mejor habría sido maravilloso. Pero supongo que las cosas tendrán que ocurrir de otra manera».

Casi en la otra punta de donde estaban Yako y Cleven, bastante lejos, Agatha caminaba a paso tranquilo entre los puestos donde vendían imitaciones, objetos típicos y artesanales del antiguo Japón. Agatha lamentaba no poder disfrutar al menos de los lienzos, ya que no podía verlos, y era algo de lo que siempre había sentido curiosidad. Neuval ya le había ofrecido mil veces hacerle unas gafas especiales como las que usaba Denzel, pero la anciana nunca quiso aceptarlas. De todas formas, con ellas solamente sería capaz de ver en blanco y negro, por lo que los colores de los lienzos por los que sentía tanta curiosidad seguirían siendo desconocidos para ella.

Iba, cómo no, con Daisuke y con Clover cogidos de la mano, los cuales se mostraban impacientes.

—Jo, Agatha, ¿cuándo podemos ir a jugar con los demás niños? —protestó Daisuke—. No me he traído mi espada ultragaláctica para adornar mi espalda.

—Yo quiero ver las marionetas —declaró su hermana, señalando uno de los mini escenarios, dando saltitos de nerviosismo.

—Esperad a que vuestro padre nos encuentre, y ya podréis perderos lo que os dé la gana —los tranquilizó.

Los dos niños se colgaron de las manos de la anciana soltando un gemido de desesperación. Daisuke iba vestido con un pequeño kimono gris con hakama negra. Clover, por el contrario, y como se esperaba, vestía con un kimono largo, de un color azul suave y con un estampado de flores de lirio color blanco, además de llevar sus sandalias. La gente que pasaba por su lado no podía evitar echarles un ojo y soltar exclamaciones de “¡Son adorables!”, a lo que Clover respondía con una sonrisa vergonzosa y Daisuke, por su parte, desviaba la mirada y fruncía los labios, dándose aires de duro guerrero.

—Hmm... —gruñó Daisuke, parándose frente a un lienzo shodo, que contenía una palabra escrita en caligrafía japonesa y costaba un ojo de la cara—. ¿Cómo se puede vender algo que está mal hecho a un precio tan alto? ¡Qué porquería!

—¿Qué pasa, Dai? —se le acercó su hermana.

—Mira —le señaló el niño los símbolos—. Este trazo debe estar más inclinado. Y este radical más alargado. Está mal escrito.

—¿Ya estás otra vez quejándote del shodo hecho por otras personas? —le preguntó Agatha.

—¡Pues claro que sí! ¡Este shodo no expresa nada! ¡Yo lo hago mejor! ¡Yo soy capaz de extraer el sentimiento del mismísimo papel!

—Por Dios, qué poético te pones con estas cosas, Dai —protestó Agatha—. Puede que seas el niño más avanzado en escritura de tu clase, pero no por eso puedes despreciar la obra de profesionales.

—¡Hola, hola, jovencitos! —los saludó de repente el viejo dueño del puesto de lienzos—. Te veo muy interesado en este arte, niñito. ¿Quieres probar a hacer tú uno? Hacerlo es gratis. Es muy complicado dominar este arte, pero si practicas, seguro que de mayor lo harás muy bien.

—Qué poético ni qué leches, ¡hablaba de forma literal y te lo voy a mostrar! —le dijo el niño a Agatha, arrebatándole al vendedor el pincel mojado en tinta que iba a darle, asustándolo.

Daisuke se subió a una banqueta y se puso frente a uno de los rollos de papel extendidos sobre el mostrador.

—Eh... —se recuperó el vendedor—. Bueno, pequeño, ahora tienes que pensar bien qué palabra o frase representar. Los niñitos de tu edad suelen escribir cosas simples como “felicidad” o “belleza”, así que si quieres...

—¡A usted lo voy a dejar mudo de belleza! —le interrumpió Daisuke con su mal temperamento, algo que sin duda había heredado de su abuelo Hideki, y comenzó a deslizar el pincel por todo el papel con una velocidad y una destreza totalmente anormales.

En un instante construyó la frase en kanji: “la belleza que la voz roba”, y con un último y artístico movimiento de la mano sobre el papel, ocurrió lo más inesperado. Los trazos de tinta que conformaban el dibujo comenzaron a despegarse del papel, a flotar por el aire. Cuando el viejo vendedor vio aquello, quedó sobrecogido, sus pupilas se encogieron, sintió el concepto de “belleza” atravesándole el alma. Después se llevó las manos a la garganta, desconcertado. No podía emitir ningún sonido, se quedó literalmente mudo.

—Niños. ¿Qué pasa? —se mosqueó Agatha por el silencio, y creyó oír los intentos de gemidos del vendedor—. ¿¡Qué estáis haciendo!?

—¡Daisuke! —exclamó Clover con enfado—. ¡No hagas eso delante de la gente, ya lo hemos hablado!

—¿¡Hacer el qué!? —insistió Agatha.

La niña, nerviosa, obligó a su hermano a detener aquello. Daisuke, refunfuñando de mala gana, deslizó la mano por las letras de tinta que flotaban mágicamente sobre el mostrador y estas se disiparon.

—¡Gagh! ¡Arf...! —el vendedor recuperó su voz—. ¿¡Qué narices ha sido eso!? —sollozó muerto de miedo.

Clover agarró la mano de Daisuke y de Agatha y los alejó de allí corriendo, huyendo de las miradas de sorpresa de la gente. Se detuvieron en otro sitio.

—¿¡Qué habéis hecho esta vez, niños!? —les reprimió Agatha.

Los dos mellizos se pusieron a balbucear, sin saber cómo responder.

—Eso, ¿qué habéis hecho? ¿Ya habéis cabreado a Agatha? —se oyó una voz cerca de ellos

—Ah, ¡papi! —saltó Clover de pronto, soltándose inmediatamente de la mano de Agatha y corriendo a toda mecha hacia el hombre que se abría paso entre la gente hacia ellos.

Brey, al verla, sonrió levemente y se agachó un poco con los brazos abiertos, cogiéndola al vuelo.

—¡Ya era hora! —se quejó Daisuke con malos humos.

—Eso digo yo —dijo Brey, acercándose a la anciana y al niño con su pequeña aferrada a su cuello—. Habíamos quedado en vernos hace un cuarto de hora, Agatha.

—Tu hijo, que tuvo la decencia de acordarse a mitad de camino que se había dejado la espadita ultragaláctica en casa.

Brey dejó a Clover en el suelo y permaneció agachado a su altura, frente a los dos niños. Los miró analizadoramente, primero a uno y luego a otro.

—Me ha peinado y vestido Mei Ling —le dijo Clover—. ¿Estoy guapa?

—No lo estás. Lo eres. Y hoy incluso más —contestó Brey. A la niña se le iluminó la mirada, la mar de feliz, y luego su padre buscó algo en sus bolsillos—. Te he comprado una cosa.

Clover contempló maravillada la horquilla china que su padre le alzó a la altura de sus ojos. Era un broche de plata, curvo, con formas entrelazadas y pequeños detalles tallados. En su centro tenía una flor de lirio, blanca y grande, con un matiz rojizo en la base de los pétalos, tejida con dos capas unidas de tela de lino y seda, y bordes de hilo dorado. El broche tenía enganchadas dos cadenitas en cada extremo, de las que colgaban pequeñas bolitas rojas que brillaban como rubíes y bolitas de howlita blanca. Clover tenía el pelo largo y negro, y con voluminosas ondulaciones –igual que su abuela Emiliya, igual que su tía Katya, e igual que Cleven–, pero casi siempre llevaba la mitad inferior recogida en dos trenzas a cada lado, o en un moño bajo, como ahora. Por eso, solía llevar horquillas y coleteros la mayor parte del tiempo. Las demás niñas llevaban sus horquillas, pero eran basura comparadas con esta. Incluso Daisuke se quedó sorprendido de lo bonita que era.

Por un segundo, la niña se quedó en trance observando aquel objeto, como si algo familiar la estuviera arropando, una energía especial encerrada en esa horquilla.

Brey tomó su cabeza y se la enganchó en su pequeño moño bajo la nuca. La niña soltó una risa de alegría, con las mejillas coloradas.

—La persona que me lo ha vendido me ha dicho que también se puede llevar de pulsera —dijo Brey—. Enganchando las cadenas al otro lado del broche y con esta forma curva, se acomoda a la muñeca.

—¡Guau…! —se emocionó la niña.

—Pero con una condición —añadió Brey—. Que hoy te portarás bien y no acabarás partiéndole la cara o las costillas a otro niño.

—Eso depende de si me vienen a molestar o no —sonrió Clover dulcemente, distraída con su horquilla, tocando su flor.

—Clover… —le advirtió su padre.

—Vaaale, te prometo que hoy no me pelearé con ningún niño malo. Si me viene a molestar alguno, llamaré a un adulto. A pesar de que los adultos al final sean unos inútiles que no hacen nada o llegan tarde.

—¡Pff…! —a la anciana Agatha se le escapó una risa—. Esta niña tiene más peligro que su abuela Emiliya.

—Por eso necesita que no paremos de recordarle que debe aprender a moderarse —gruñó Brey.

—A mí no me mires, yo sólo soy la cuidadora cool y liberal que hace 500 años solía desayunar humanos —bufó Agatha, haciendo aspavientos.

Brey se quedó un poco helado al escucharla decir eso con tanta tranquilidad, sabiendo que era cierto, y temió que los niños se asustaran.

—¡Jaja! Ata siempre dice cosas graciosas —dijo Clover. Brey suspiró aliviado.

—Oye, basta de cháchara. ¿Y yo qué? —le preguntó Daisuke a su padre, celoso del regalo de su hermana.

—Ah, ¿también quieres una horquilla? —bromeó Brey.

—¡No! ¡Eso es para niñas! ¿No me has comprado nada a mí?

—¿Tal como te portas?

Daisuke le lanzó una mirada de rencor y se cruzó de brazos, refunfuñando. Pero entonces Brey puso su mano, aparentemente vacía, tras la oreja de Daisuke, y como por arte de magia sacó de ella un objeto y se lo mostró al niño.

—¡Uh! —saltó perplejo, llevándose las manos a la oreja—. ¿Eso estaba dentro de mi oído?

—Para que luego digas que consiento a Clover más que a ti —dijo su padre—. Un guerrero no puede ir por ahí sin su amuleto protector, ¿sabes?

—¡Waah! —exclamó Daisuke, eufórico.

Era un colgante antiguo, de cuerdas de cuero marrón oscuro ajustables con unos nudos, de las que colgaba una moneda china, también de plata, con símbolos grabados y un dragón. Estaba acompañada por dos pequeñas piezas de jade verde con forma de magatamas, y dos pequeñas bolas de howlita blanca. El niño le arrebató el colgante y lo admiró con ojos como platos.

—¡Qué súper! ¿¡Son símbolos en lengua rueh!?

—¿En qué? —preguntó Brey, confuso.

—Espera, ¿qué has dicho? —brincó Agatha con desconcierto, creyendo haber oído una palabra que no oía desde hace 600 años.

—Espero que no te hayas gastado todos nuestros ahorros en este lujo, birria de padre —le espetó Daisuke con su arrogancia de siempre—. ¿Ahora qué vamos a comer? ¡Seremos pobres!

—¡No vamos a quedarnos pobres, niño dramático! —gruñó Brey—. De hecho, la persona que me ha vendido estas dos cosas me las ha vendido por un precio sorprendentemente bajo. Se ven muy bien hechos, pero probablemente sean de plástico y acero.

—Si tú supieras… —murmuró Clover con una sonrisilla misteriosa, y cruzó una mirada silenciosa con su hermano.

—Bueno, niños, ahora podéis ir a jugar —dijo Agatha.

—¡Sí! —brincaron con felicidad—. ¡Gracias, papá!

—Id con cuidado —les dijo, y los dos hermanos salieron corriendo a meterse en la muchedumbre con los demás niños que iban por ahí acompañados por dos monitores.

—Brey. ¿A quién le has comprado esos objetos? —le preguntó Agatha, y su voz sonó algo desconfiada.

—Era una mujer —le respondió, volviendo a ponerse en pie—. Estaba en una esquina, solamente tenía delante una mesa de madera con varios objetos en venta. Era un poco rara, la verdad. Estaba totalmente vestida con una túnica y con una capucha puesta, sólo le veía la barbilla y los labios. Estaba fumado una pipa larga, el humo olía un poco raro. Me llamó al pasar cerca. Me dijo que me vendía estas dos cosas a un precio muy barato. Las vi bastante interesantes, y pensé que les gustarían a Clover y a Daisuke.

—¿Fumaba en una pipa larga? —repitió la anciana, intrigada.

—¿Qué te preocupa? Sólo era una vendedora disfrazada, interpretando un papel para el festival. Tranquila, no he percibido ni una sola señal de que fuera una delincuente o alguien con malas intenciones.

—¿Sigue donde la encontraste?

Brey frunció el ceño, no entendía la insistencia de Agatha. Se giró un poco para mirar hacia la esquina del patio donde hace media hora había interactuado con esa vendedora. Fue a señalar con el dedo, pero cuando la multitud se apartó un poco y vio con más claridad, descubrió que aquella esquina del patio estaba desértica.

—Mm… Se habrá cambiado a otra esquina. Pero, en fin, ¿qué más da?

—Ya, bueno… —suspiró ella, restándole importancia también—. Vamos, muchacho, ve a pasártelo bien. A las nueve y media llevaré yo a los niños a la casa de sus abuelos.

—¿Harías eso por mí? —brincó con tremendo alivio—. Ya has hecho bastante esta semana…

—No tanto como todo lo que has hecho tú, que ya he oído que has hecho un buen trabajo y has cumplido con tus deberes con éxito, como siempre. Y sé lo mucho que odias interactuar con los abuelos de los niños. Mereces relajarte esta noche, Brey. Intenta ser feliz por un día.

Tras decir eso, la anciana se marchó a otra parte, con su bastón negro. Brey se quedó ahí solo durante un rato, pensando en esas últimas palabras, alicaído. Porque esas palabras eran muy complicadas para él.



* * * *



—¡Ay, Drasik, camina más rápido! —le reprochó Sakura, pegada como una lapa al pobre chico.

—Aaay... —suspiró él, agotado.

Kyo, que caminaba tras ellos, observaba a su amigo sufriendo como un perro con un dueño pesado. Desde luego no le gustaría estar en su lugar. Después de haber recogido el estropicio de antes del laboratorio a causa de las explosiones, Drasik se fue durante una hora, sin decirle a Kyo a dónde iba, y apareció rato después en la puerta de su casa con Sakura aferrada a su brazo, sonriente, y él con cara de muerto.

Le vinieron los dos con lo de ir al festival de repente, y Drasik le explicó que había ido a pedirle prestado a Sakura un bote de zuofreno, ingrediente esencial para el opuritaserum, ya que Sakura también se había especializado en técnicas químicas. Y ella, tan presumida, gal de pies a cabeza, le dijo que se lo daría si iba con ella de acompañante al festival. Tras un momento de decidir entre la vida o la muerte, entre soportar cuatro horas haciendo de perro faldero de la chica para salvar a Kyo o pasar del tema y salvarse a sí mismo, Drasik no tuvo otra opción, claro estaba.

Kyo, por eso, le estaba enormemente agradecido por el sacrificio que estaba haciendo. Como Drasik le suplicó a Kyo con la mirada que viniese con ellos y que no lo dejase solo con esta calamar, Kyo había aceptado como compensación por hacerle su medicina. Y cada vez que Sakura le preguntaba al neoyorquino para qué quería un ingrediente tan relevante, tenía que inventarse una mentira como podía, puesto que ni ella ni nadie debía saber nada acerca de la razón por la que Kyo necesitaba el opurita.

Pasando los tres por el tori de entrada para unirse a la fiesta, Kyo vio que cerca de ellos andaba una pandilla de unos diez niños y niñas preadolescentes. Entre ellos, quien llamó la atención de Kyo fue Yenkis. Lo reconoció al instante, básicamente porque Yenkis era una copia de Neuval en miniatura. Igual que le había ocurrido con Cleven, Kyo volvió a sentir esa nostalgia al ver a Yenkis, especialmente al encontrarlo tan grande y mayor.

Sabía que Yenkis no se acordaría de él en absoluto, ya que él era el más pequeño de la familia cuando los Lao y los Vernoux se separaron tras la tragedia de Katya. A Kyo aún le daba rabia y pena esta situación. Incluso odiaba esa diferenciación entre los apellidos “Vernoux” y “Lao”, cuando todos ellos eran Lao.

Tres minutos después de haber perdido de vista a la panda de Yenkis, Kyo se dio cuenta de que Drasik, Sakura y él ya estaban en mitad del festival, perdidos en un laberinto de gente, ruido y casetas. Fue cuando divisó, no muy lejos de donde estaban, a Yako y a todos los demás.

—Hey —avisó a los otros dos—. Mirad, todos están allí.

—¡Bien! Vamos —se alegró Drasik, pero Sakura tiró de su brazo.

—Se supone que esto es una cita —se enfadó—. Tenemos que estar a solas.

—¿Eeeh? —a Drasik se le cayó el alma a los pies.

—¿Zuofreno, zuofreno? —dijo la chica, olisqueando el aire—. ¿Huelo a zuofreno?

—¡Me está chantajeando! —exclamó Drasik, mirando a Kyo—. ¡Me está chantajeando cruelmente! ¡Kyo!

—No me eches la culpa —se encogió de hombros, divertido—. Déjale ir a saludar al menos, Sui-chan —le pidió a Sakura.

—Bueeeno —aceptó la chica a regañadientes—. Pero sólo a saludar. Luego nos vamos tú y yo solitos al estanque de nenúfares, Drasik.

A Drasik se le escapó el alma por la boca, y, arrastrando los pies, se fue con ambos hacia donde estaban sus amigos. A él, que le gustaban todas las chicas de todos los tipos, Sakura era la única a la que no podía soportar. Le cortaba el rollo. Y seguramente era porque Sakura era una iris igual que él y del mismo elemento que él. Por eso, no le suponía un reto, una emoción nueva. Venía viviendo esto desde que eran niños, cuando comenzaron a trabajar en las dos RS hermanas a las que pertenecían. Era Drasik quien perseguía a las chicas, no al revés.

—¡Oh, Kyo! —exclamó Nakuru al verlos ahí.

—¡Hey, Kyo, Dras! —sonrió Yako, que ya habían encontrado a los demás—. Y Sakura, ¿qué tal?

—Sálvameee... —le susurró Drasik con cara desesperada, y Yako, entendiendo lo que pasaba porque no era la primera vez que lo veía atrapado entre los tentáculos de Sakura, se rio e hizo aspavientos.

Cleven sonrió al ver a Kyo y ambos se saludaron con un sencillo gesto de la mano. Nakuru hizo las presentaciones con Álex y todos se pusieron a charlar. Kain, cuyo pasatiempo preferido solía ser escuchar las batallitas de los iris mientras trabajaba en la cafetería, atrapó a Kyo para hacerle todo tipo de preguntas acerca de su primera experiencia como iris enfrentándose a los rivales de la MRS, de lo que se había acabado enterando por Yako. Por otra parte, Sam y Raijin se fueron a comprar takoyaki al puesto de al lado.

—¡Princesa! —exclamó Drasik al reparar en Cleven, y agitó el brazo que no tenía aprisionado como seña de que viniera.

—Hm... —sonrió Cleven con malicia, accediendo a su petición, y miró a Sakura—. Hacéis buena pareja.

—¿A que sí? —dijo Sakura, observándola con una sonrisa falsa, recelosa por dentro, y pegándose más a Drasik para dejarle claro que era suyo, lo que a Cleven, adivinando ese gesto, le importaba un pito—. ¿Y tú eres...?

—Cleventine.

Sakura frunció el ceño un momento.

—Tú… me suenas de algo… de hace mucho tiempo —dudó la gal.

—Claro. Vamos al mismo instituto —sonrió Cleven con una gran simpatía fingida—. Soy “la pelirroja que no sabe combinar la ropa y parece que nunca se peina”. Tal como me describiste una vez.

—Aaah, sí, sí… —la señaló Sakura—. Esa eres tú, sí. Pero me sigues sonando de algún tiempo lejano.

—Quizá tanto maquillaje te nubla un poco la memoria. ¿Y tú eras, si me permites el placer?

—Sakura Suzuki, todo el mundo lo sabe —contestó con un gesto ofendido, y sacudió su cuidada melena castaña.

—¿Suzuki? —se sorprendió Cleven—. ¿Tienes algo que ver con el director Suzuki de nuestro instituto?

—Obvio, el director es mi abuelo —hizo aspavientos—. ¿Cómo no lo sabes? Y aunque sea un viejo pesado aficionado a castigar a todos los alumnos y a ser un aguafiestas, no le consiento a nadie que hable mal de él en mi presencia.

—Tú estás hablando mal de él ahora —saltó Cleven.

—Yo sí puedo hacerlo —le espetó—. Así que si quieres despotricar contra él como hacen todos en el instituto, más te vale que yo no te oiga.

—Sakura no aguanta a su abuelo, igual que todos, y es la primera en no respetar sus normas en el instituto —le explicó Drasik a Cleven—. Pero siempre lo defiende.

—Eso no tiene mucho sentido... —se mosqueó Cleven.

—Si no fuera por él, yo ahora no estaría viva, ¿vale? —declaró Sakura con un inesperado tono cargado de seriedad.

—¿Qué? No entiendo nada, ¿a qué te refieres con...?

Cleven se calló, se dio cuenta en ese momento de que Drasik le estaba diciendo algo a gritos pero sin emitir voz, poniendo caras de súplica, pidiéndole que lo salvara de su cita no deseada. Ante esto, Cleven sonrió con malicia otra vez.

—Bueno, os dejo, Drasik parece estar deseando estar a solas contigo —dijo, despidiéndose con la mano.

Dos cascadas de lágrimas silenciosas aparecieron cayendo de los ojos de Drasik, roto por dentro. Cleven no podía saber que el pobre estaba pasando un mal trago para ayudar a su amigo.

—Sí, vamos, Sui-chan —apremió la chica, alejándolo de allí arrastras—. Cómprame ningyoyaki.

—¿Te lo tengo que comprar yo? —protestó Drasik, y se perdieron de vista.

Cleven los siguió con la mirada, un poco sorprendida. «¿Cómo lo ha llamado? ¿Sui-chan? ¿De qué me suena eso?» se preguntó. Sin embargo, el delicioso olor del takoyaki se le plantó en las narices y se dio la vuelta con ojos brillantes. Se topó con Raijin, ahí de pie, metiéndose una bolita de takoyaki en la boca, que acababa de comprar con Sam. Él se dio cuenta de cómo la joven observaba los tres palitos con una albóndiga pinchada en cada uno que sostenía en una mano. Para perplejidad de Cleven, Raijin le ofreció un palito. Tardó en reaccionar. El rubio seguía ahí expresando su frialdad de siempre, esperando.

Finalmente, Cleven cogió el pincho y esbozó una gran sonrisa, sonrojada.

—¿Qué significa esto? —le preguntó—. No es propio de ti, pero gracias.

Como toda respuesta, Raijin se dio la vuelta, en silencio, y se reunió con Yako, Sam, Kain y Kyo, que habían empezado a hablar sobre la función que iba a comenzar en pocos minutos. Cleven permaneció observando a Raijin, sin tocar el takoyaki todavía.

«¿Qué le ocurre?» se preguntó, «¿De dónde ha sacado esa amabilidad tan de repente?». La joven se unió al corro que formaban MJ, la prometida de Kain, Nakuru y Álex, comiéndose la albóndiga entera como un pato. «De verdad está un poco raro» siguió pensando, «Pero… ¿y si en realidad soy yo, que sólo estoy viendo una cara de él, creyendo que es su única cara? Si algo he aprendido del idiota de Kaoru, es que una persona parece cambiar conforme te relacionas más con ella. Pero no es que esté cambiando. Es que te está mostrando más de su interior, su verdadero yo. Quizá es que Raijin realmente sabe ser amable con la gente, pero no al principio, no cuando aún no hay confianza. Quizá… es que Raijin está empezando a verme más cercana y a confiar más en mí. Y me está mostrando, no un Raijin diferente, sino al Raijin real».

Cleven volvió a mirar al rubio, con una nueva emoción latiéndole en el pecho, sonrojándose, cada vez más ilusionada. «Sólo es… una persona precavida… porque ha sufrido mucho. Sí… Eso es. No es una persona fría que me odie. Sólo es alguien que ha estado estos días decidiendo si me acepta o no, si soy o no de fiar. Como amiga, al menos. O… ¿como algo más, tal vez? ¿Sería demasiado ingenuo por mi parte imaginar que Raijin puede estar desarrollando sentimientos por mí? ¿Tan imposible es? ¿Sería mucho pedir? En el cementerio me contó cosas muy personales… y aun así parecía cómodo haciéndolo. En la primera comida que tuvimos, y en la discoteca, pareció muy afectado por las cosas que le dije. ¿Con otras personas también se habría sentido así? No sé…».

Cuanto más introducía en su mente la imagen de Raijin, ahí de pie, comiendo sus bolitas de pulpo y escuchando tranquilamente lo que decían los otros, más vértigo sentía dentro. Un cosquilleo le recorría el estómago, un ardor subía por sus mejillas, más fuerte latía su corazón. Justo en ese momento, Raijin la pilló mirándolo de aquella forma embobada. Los dos se cruzaron con la mirada del otro y tanto él como ella la apartaron con sobresalto y disimulo. Con un nuevo sentimiento de timidez, Cleven optó por dejar de delatarse tanto y meterse en la conversación de sus amigas.

—“¡Atención, señoras, señores... niños y niñas!” —sonó una voz potente y grave por todo el lugar desde unos altavoces predispuestos en diversos puntos del gran patio del templo—. “¡Les habla el samurái Saigo Takamori, líder de la facción imperial! ¡En breves momentos podrán presenciar la representación del comienzo de la guerra Boshin, que marcó un antes y un después en nuestra nación! ¡Para aquellos que vienen por primera vez, disfruten y aprendan este pedacito de nuestra historia sobre el fin de una era en Japón y el inicio de otra nueva!”

La gente empezó a silbar, a aplaudir y soltar gritos de ánimo.

—Guay, ya empieza —se entusiasmó Álex, abrazando a Nakuru por la espalda.

—Vamos a ponernos más cerca para ver —dijo esta, cogiendo de la mano a Álex y a Cleven.

Las tres se fueron y los demás las siguieron por detrás, con ganas de ver algo de acción. Consiguieron ponerse casi en la primera fila del espacio que habían dejado en mitad del recinto, limitado por vallas de seguridad. Todo se llenó de agitación y mucho ruido.

—“¡Los niños y niñas que quieran participar en el acto principal de hoy, aventuraos a venir al templo!” —añadió aquella voz de los altavoces.

Los monitores que estaban a cargo de los niños que se habían apuntado para participar se los llevaron en fila hacia una puerta del edificio. Entre ellos, estaban Clover y Daisuke. Cleven llegó a divisar a su hermano pequeño al otro lado de la zona, en primera fila con sus amigos. Cuando Yenkis reparó en ella, la saludó enérgicamente, y ella le devolvió el saludo.

—Veo que tu hermano ya no participa en esto —le comentó Nakuru a su amiga, saludando también a Yenkis con la mano.

—Ya está mayor para eso —se rio.

—No habrá venido con tu padre, ¿verdad? —se preocupó Nakuru.

—Por supuesto que no. De ser así, Yenkis me lo habría dicho. Ha venido con sus amigos nada más.

La función comenzó con un sonoro petardo que desprendió humo desde el templo y varios actores disfrazados de samuráis, con espadas y “montando” marionetas con forma de caballos, corriendo por el patio, donde varios técnicos iban colocando o moviendo atrezo.

Cleven disfrutó mucho, rodeada de la gente con la que tan a gusto se sentía, y justo al lado de Raijin, que ahora estaba de espaldas a ella para mirar hacia el templo, apoyado tranquilamente en la valla de seguridad. Cuando llegó la parte en la que intervenían los niños, que hacían de guerreros de ambos bandos, Cleven se partió de risa al ver allí a Daisuke rodeado de los demás niños, con cara seria y con aire de tipo duro, tomándose su papel al pie de la letra, y a su lado estaba Clover.

A todos los niños, incluso a las niñas, les habían pintado un bigote, a otros una barba, y también les habían puesto unas cejas pobladas postizas, pareciendo mini guerreros samuráis de verdad. Cleven, Nakuru y Yako estuvieron riéndose sin parar al ver a los mellizos con bigote y barba.

Daisuke fue elegido como el cabecilla de una de las dos tropas que hicieron, y representó su papel como si le fuera la vida en ello.

—¿Has visto qué cara de serio tiene Daisuke? —le preguntó Yako a Raijin—. ¡Y qué disciplinado! ¡Ojalá se portase así de obediente en mi café! ¿Eh?

Cleven escuchó el comentario y se rio. Luego le pareció oír que Raijin decía algo como “mocoso” con aire indiferente y continuaron viendo la función.

Cuarenta y cinco minutos después terminó el primer acto, y la gente se quedó con las ganas de ver el segundo, pero tenían que esperar hasta mañana. Empezaron a dispersarse de nuevo para seguir con el festival. Aún eran las nueve de la noche, aquello se acababa a las once, por lo que todos se apresuraron a aprovechar el tiempo que quedaba visitando los puestos que aún no habían visitado.

—¡Ha sido alucinante! —exclamó Álex.

—¿Verdad? —afirmó Nakuru.

Cleven vio que Raijin, Yako, Sam y los otros universitarios se iban a la zona de alimentos para beber algo. Kyo fue con ellos, y Cleven fue a seguirlos, con Raijin puesto en su punto de mira. Sin embargo, Nakuru la cogió del brazo y la obligó a irse con ella y con Álex a visitar los puestos de juegos, a ver si ganaban algo. Cleven, un poco chafada por no poder seguir cerca de Raijin, acabó aceptando de buena gana.

Las tres se divirtieron bastante. En uno de los juegos, Nakuru consiguió un conejo de peluche enorme y se lo regaló a Álex, escena que enterneció a Cleven. Se imaginó entonces, en su alocada cabeza, una escena similar con ella y con Raijin, este dándole un oso de peluche enorme con una sonrisa en la cara. Sin embargo, no pudo imaginarse la sonrisa de Raijin, ya que nunca la había visto.

—Me pregunto dónde estará Drasik —comentó Nakuru, mientras paseaban por la zona.

—¿Es el chico de los pelos alocados de antes, que está en vuestra clase? —preguntó Álex—. Mira, está allí con esa chica gal.

Las tres vieron al pobre Drasik siendo arrastrado a la fuerza por Sakura hacia los puestos de juegos a unos metros más allá, entre la muchedumbre, con esta dando voces.

—¡Vamos, cariño! ¡Quiero esa jirafa de peluche! —le decía—. ¡Consíguela para mí!

Más que una petición parecía una amenaza, y las tres se rieron ante aquella escena en la que Drasik iba con cara de muerto, dejándose llevar, tal vez porque se le habían agotado las fuerzas como para resistirse. Poco después, Cleven vio a las otras dos diciéndose cosas al oído, tras lo cual Nakuru se acercó a ella con cara tímida.

—Cleven, Álex y yo vamos a dar un paseo...

—No digas más —rio Cleven—. No os preocupéis por mí, me iré con los demás.

—Gracias —sonrieron las dos.

—Pasadlo bien —se despidió de ellas y se marchó a buscar a los chicos.

Los encontró en la barra libre, los menores tomando unos refrescos y los mayores como Kain y su prometida tomando unas copas de sake. Pero se percató de que Yako estaba corriendo hacia ella en ese momento.

—¡Hey, Cleven! —exclamó, pasando un brazo sobre sus hombros y llevándola hacia donde estaban los demás—. Te estaba buscando. En diez minutos nos vamos a mi casa. ¿Quieres cambiarte de ropa? ¿Necesitas ir a cambiarte?

—No te preocupes, estoy cómoda así —sonrió—. No pasa nada, ¿no?

—No. Es más, MJ tampoco va a cambiarse.

—Vale.

—¿Una copita de sake, pelirroja? —le invitó Kain, que ya iba contento.

—Kain, ¡no le ofrezcas alcohol a una menor en público! —le reprochó su prometida—. Que nos metes en problemas.

—Hahah… No os preocupéis, yo me espero hasta llegar a la casa de Yako —señaló Cleven a este—, que me dejará beber un poquito. ¿Verdad?

—Hmmm… —rezongó Yako—. Bueno, un poquito. Pero no bebas demasiado, ¿eh? Que eres humana y me puede caer un buen problema…

—¿Cómo? —se extrañó Cleven.

—¡Ah! —se percató Yako, y sonrió nervioso—. No, digo que… que eres menor de edad.

—Tranqui —rio Cleven—. Ah, ¿dónde está Raijin? —preguntó, al darse cuenta de que faltaba el rubio.

—La última vez que lo vi se estaba dirigiendo hacia allí —le indicó Yako—. Por ahí se va al estanque, puede que ande por ahí.

—¿Se ha ido solo? —se extrañó la joven, y Yako se encogió de hombros.

—¿Puedes ir a buscarlo y decirle que nos vamos dentro de poco?

—Claro. Ahora lo traigo.

Cleven se recorrió una vez más el recinto entero en dirección al estanque. De camino, divisó a los mellizos en la lejanía acompañados por la anciana de siempre. Parecía que ya se iban a casa, por lo que lamentó no haber podido ir a saludarlos y felicitarlos por la actuación que habían hecho.

Cruzando una zona de matorrales y árboles, se le presentó el espectacular paisaje del estanque. Le impactó el reflejo de la luna llena en la superficie negra del agua y alzó la vista para verla.

—Vaya… Menuda luna —murmuró.

Adentrándose unos pasos más hasta llegar a la cima de una pendiente que bajaba hasta la orilla del estanque, lo vio, y se paró un momento, para contemplarlo. Raijin estaba sentado sobre la hierba, de piernas cruzadas, con la mirada fija en la luna reflejada en el agua y fumándose un cigarrillo.

No había nadie más por aquella zona, y el barullo del festival ya no se oía. Reinaba un silencio nocturno que relajaba mente y cuerpo al instante. Cleven bajó entonces la pendiente, tuvo que hacerlo con cuidado porque con esa inclinación la hierba resbalaba de la suela de madera de sus sandalias. Primero fue bajando de lado pasito a pasito, y como se le hacía eterno, probó en zig-zag. Pudo bajar así, con delicadeza y su elegante kimono, unos cuatro metros... hasta que metió el pie en un pequeño hoyo, perdió el equilibro, se dio de bruces contra el suelo y rodó cuesta abajo como la croqueta más triste y ridícula del mundo.

Como si nada de nada hubiera pasado, se puso en pie de un brinco nada más llegar abajo, así disimulando, con cara de gran susto y el pelo lleno de hierbajos, mirando hacia todos los lados y hacia Raijin esperando que ningún ser vivo hubiera sido testigo de tamaña torpeza. Tuvo suerte. El chico no lo había oído. Entonces caminó hacia él y se detuvo a un par de metros tras su espalda.

—Raijin... —lo llamó tímidamente.

—Mm... —murmuró, sin volverse hacia ella.

—Yako dice que nos vamos dentro de poco a su fiesta. Supongo que ya te habrá dicho que voy yo.

—Sí.

—¿Vamos? —sonrió—. Nos están esperando.

—Ya voy —musitó.

No obstante, siguió ahí sentado sobre la hierba, observando la lejanía en silencio. Cleven lo miró un poco confusa y se sentó a su lado.

—¿Ocurre algo?

—No.

Fue a preguntarle a qué estaba esperando, pero al verlo tan concentrado y tranquilo, rodeado de esa paz, decidió no decir nada, y se limitó a observar con él el reflejo de la luna. De pronto cayó en la cuenta de algo. Que ella recordase, “yue” significaba “luna” en chino. Con esto en la cabeza, miró a Raijin con pesadumbre, imaginándose que tal vez estaba pensando en Yue, y se sintió un poco intrusa.

Pero no. Había otra cosa diferente a nostalgia y tristeza en los ojos de Raijin. Había bienestar y calma. Sintió ganas de preguntarle si la echaba de menos, o si estaba recordando los buenos momentos con ella... pero no lo vio apropiado. No era del todo seguro que de verdad estuviese pensando en Yue como para preguntarle cosas así de repente. Entonces empezó a incomodarse, pensando en irse y dejar que Raijin se reuniese con ellos cuando quisiese.

—¿No vas a pedir un deseo? —preguntó el chico repentinamente.

Cleven volvió la vista a él con sobresalto. Luego miró hacia el estanque que se expandía frente a sus ojos, recordando que había una vaga tradición, más una ilusión de los jóvenes de muchas épocas que verdadera, que era pedir un deseo cuando la luna llena se reflejaba en el estanque del templo. «Bonita casualidad» se dijo Cleven.

—Ah... Pues no sé.

—¿Vas a esperar un mes para poder hacerlo?

La joven frunció los labios, sin saber qué decir. Raijin la miró por el rabillo de su ojo derecho, manteniendo el izquierdo guiñado y lejos del alcance de la vista de Cleven, ya que con esa oscuridad emitía su característica luz amarilla.

—Vale —dijo Cleven, poniéndose firme, y juntó las palmas de las manos, cerrando los ojos—. Deseo que el rubio más idiota del mundo me diga en qué piensa, y su nombre, y su comida favorita.

Se quedó así un momento, esperando que él dijese algo, pero al no oír ni mosca abrió un ojo y vio que este la miraba con una ceja arqueada.

—Vale, bromas aparte, ¿no? —se rio.

—¿Qué es lo que deseas? —volvió a preguntar Raijin, sereno.

—Qué raro que tú me preguntes cosas personales, ¿por qué quieres saberlo?

Raijin volvió la vista al frente. Tardó un poco en contestar.

—Porque... si no te has dado cuenta aún, suelo tener dificultades para entender a la gente que me rodea. Y... —cogió aire para soltarlo en un suspiro pesaroso—... no sé. Me preguntaba qué tipo de deseos puede tener una persona sensible y normal como tú.

—Raijin... —se sorprendió al oírle hablar así—. Lo dices como si te considerases a ti mismo como alguien insensible y raro. Sí que eres inusual, pero no en el mal sentido.

El chico volvió a mirarla, esta vez con cierta sorpresa.

—Yo creo que no tienes nada funcionando mal dentro de ti —prosiguió Cleven—. Tampoco creo que seas insensible.

—Pero lo soy.

—Mmm... No... —negó ella enseguida—. Oye, quizá los demás te digan eso. Pero... yo no te veo de esa forma. No es que no sientas nada. Yo creo que, más bien, sientes de forma distinta a los demás. Por el pensamiento.

—¿El pensamiento? —preguntó confuso, y por alguna razón, también atrapado en las palabras de Cleven, pues nunca nadie antes le había dicho algo similar.

—Sí, es decir... Los demás sienten con los sentimientos. Y yo creo que tú sientes más con los pensamientos. Por ejemplo, si sucede algo triste, los demás sienten tristeza, mientras que tú piensas en la tristeza. Para mí, esa es otra forma de sentir. Creo que tú haces eso. Por eso, no eres insensible. Ni tampoco tan diferente. Si te cuesta tanto entender a los demás, pues... quizá sea porque piensas demasiado en por qué son así, en lugar de aceptar que sean así, y punto. Creo que planificas demasiado, las consecuencias, los gestos, las razones, las intenciones…  en vez de relajarte y dejarte llevar. Y restarles importancia a las diferencias.

El rubio seguía callado. Se había quedado mudo. Nunca esperó oír a alguien hablar de él desde una perspectiva que por primera vez no le colocaba en el cajón de lo diferente y lo raro. Cleven lo veía más cercano a la gente de lo que él se veía a sí mismo. ¿Podría ser que la gente en realidad no le veía tan diferente a él, y era él quien insistía en verse a sí mismo muy diferente a los demás? Raijin había nacido directamente siendo iris. Nunca había sido humano, nunca había sentido, pensado ni visto el mundo como los humanos. Es cierto que era diferente y que por eso era lógico que se sintiera diferente al resto del mundo, y que este sentimiento le hiciera sentirse solo y aislado.

Pero por alguna razón, las palabras de Cleven le hicieron sentir un alivio extraño. Le reconfortaron. Cleven le decía que no tenía por qué cambiar su forma de ser sólo porque los demás tuvieran quejas sobre él. Que su manera de ser no era mala o defectuosa.

—Te enfadaste conmigo en la discoteca por no ser de tu agrado el otro día.

—Quejarme de que fueras grosero conmigo cuando nos conocimos no es pedirte que cambies tu manera de ser —sonrió Cleven—. Sólo es pedirte que me des una oportunidad. Que bajes un poco la barrera y me dejes asomarme de vez en cuando para preguntarte qué tal te va, o si necesitas algo… para conocerte más… Y quizá algún día me dejes pasar adentro, para hacer una visita más cercana, y saber más cosas sobre ti…

Raijin se sentía absorto escuchándola. No sabía por qué. Quizá era la voz. O su sonrisa. O sus palabras de humana de buen corazón. Pero había algo más. Raijin sintió una energía familiar y a la vez extraña emanando de ella. Por un lado, era una energía agradable propia de una buena humana como ella. Pero por otro... el chico no conseguía descifrarlo. Notaba como si dentro de ella hubiera una "energía" más y mayor, y desconocida.

—Aun así, sigo queriendo saber... —habló el chico por fin—... cuál es el mayor deseo que tiene ahora mismo una persona normal y sensible como tú... no tan diferente a mí —añadió esto último a propósito de lo que ella le había dicho.

Ella sonrió contenta por eso. Pero luego puso cara de susto. ¿Qué iba a decirle ahora? Cleven se lo quedó mirando con un nudo en la garganta. Lo que en realidad deseaba estaba en la punta de su lengua, pero no se atrevía a decirlo. Él estaba esperando.

Entonces, Cleven se dio cuenta de algo. Él le estaba haciendo esta pregunta por una razón mucho más importante de lo que ella había creído en un principio. Era realmente la única pregunta personal que Raijin le había hecho y era, de hecho, la más personal que podía hacerle. Cleven no era la única que estaba pidiendo bajar su barrera para asomarse a su interior. Él también se lo estaba pidiendo a ella. Él también veía misterio en ella y quería descubrirlo y ver más de su interior.

Cleven tenía vértigo en el estómago. «No puedo decírselo, no puedo decirle lo que deseo» pensó, y luego arrugó el ceño. «¿Por qué no? ¿Y si yo también estoy pensando demasiado en las consecuencias? No sé si decírselo estaría mal o sería lo mejor que podría hacer. Pero... las cosas hay que decirlas, sobre todo estas cosas. ¿Voy a seguir conformándome con fantasear con él? No puede hacerme mucho daño su respuesta como si es negativa o positiva. Si es negativa, no pasa nada, porque es algo que por una parte ya me espero. Pero si es positiva, haré realidad mi deseo. Lo que de verdad me hará daño es seguir callándomelo».

«Sin embargo, por otra parte, él... lo de Yue...» dudaba. «Por favor, está clarísimo que él aún está afectado por su muerte. Él aún piensa en ella, a pesar de que fue su novia un par de años y de que muriera hace 5 años. No... No... ¿Estaría bien que yo le diga a Raijin mis sentimientos y con ello podría hacerle sentir peor o más confuso o más triste? Ay… ¡Joder, Cleven! Deja de ser ingenua, ¡Raijin ya sabe de sobra que estás colada por él! Pero… es posible que piense que sólo sea un capricho pasajero mío… que no vaya totalmente en serio… Hahh…» suspiró, dándose cuenta una vez más. «Y por eso, me está preguntando qué es lo que más deseo. Porque me está preguntando si lo que siento va totalmente en serio. Madre mía… ¿de verdad tengo que decírtelo, Raijin? ¿Todavía no lo ves en mis ojos cuando te miro? ¿No es obvio? ¿Justo como estoy haciendo ahora mismo, mirándote con el corazón en la garganta, sin poder parpadear, ni respirar…?».

El tiempo se paró de repente, cuando Cleven, tras tardar unos segundos, por fin volvió a la realidad y vio lo que estaba pasando. No lo vio venir, el momento en que el rostro de Raijin se había acercado a ella, y tenía sus labios en los suyos. Se quedó petrificada, sufriendo una montaña rusa de sensaciones y preguntas. ¿Estaba en su cabeza, y su imaginación se estaba pasando de realista? ¿O estaba pasando de verdad?

Estaba pasando de verdad. Y lo que no podía terminar de creer, es que hubiese sido él quien se hubiese acercado a besarla. No lo vio venir porque Raijin era demasiado profesional escondiendo lo que sentía. Al final Cleven se rindió a ese beso y cerró los ojos. Notaba cosquilleos y hormigueos por la cara y las manos, le latía el corazón a mil. Juraría que incluso notaba pequeñas corrientes eléctricas. Lo que más sintió, fue una energía cálida, llena de luz, proveniente de algún lugar. «Quiero estar contigo, eso es lo que deseo» pensó Cleven.

Sumergidos en ese beso, cuando Cleven fue a posar una mano en su mejilla, se oyó el ruido de una rama seca partiéndose por ahí. Ambos se separaron de golpe y miraron hacia lo alto de la pendiente, donde apareció Yako. A los dos casi les da un infarto.

—¡Hey, estáis aquí! —sonrió Yako—. ¡Llevo esperándoos un buen rato, nos vamos ya mismo! ¿Es que no queréis venir a mi fiesta? —preguntó con cara tristona.

—Ah... s-sí... —contestó Cleven, intentando recuperar el ritmo de respiración.

—Venga, vamos —se impacientó Yako, volviendo hacia el festival.

Afortunadamente, muy afortunadamente, Yako no había visto nada ni se había dado cuenta de nada. Cleven vio que Raijin se ponía en pie, y quiso detenerle un momento. Pero el chico le dio la espalda.

—Lo siento —murmuró Raijin antes de que Cleven hiciese nada, sin mirarla a los ojos, y se alejó pendiente arriba rápidamente.

—¿Qué...? —musitó atónita. «¿Me acaba de decir “lo siento”? ¿Por qué?» se preguntó, y un nuevo mar de interrogantes la inundó por dentro.

Se puso en pie y se apresuró a seguir a los dos chicos, aunque su cabeza seguía siendo un maremoto. «¿Qué...? ¿Qué...? ¿Alguien me explica esto?». Todavía no había asimilado por completo que él se hubiese lanzado de aquella manera. Hasta ese momento era una utopía de pies a cabeza.

«¿Por qué me ha besado… y luego ha dicho “lo siento”?» pensaba Cleven sin parar. «Por favor, no me digas que te arrepientes, Raijin… Si lo has hecho sin pensar, es porque te lo pedía el corazón y no la cabeza. No me dejes con este enigma, no actúes como si no hubiese pasado. ¿Qué significo para ti? ¿¡Por qué tienes que ser tan complicado!? Maldito idiota».

«Vale, Cleven, cálmate. Deja que él lo asimile, que se aclare las ideas. Pero no dejaré que pase de esta noche. Este día no acabará hasta que él no me aclare qué ha significado eso».

«Madre mía, aún me tiemblan las manos y sigo respirando como si acabara de tirarme en paracaídas… ¿Esto es lo que se siente cuando te besa el chico más guapo del universo? ¡Fiuu!».

Se reunió con Yako y los otros que la estaban esperando en el tori y se marcharon de allí. Sam se desvió a mitad de camino después de despedirse de todos y los demás llegaron a un aparcamiento ya fuera del parque. Yako le dijo a Cleven que Nakuru ya se había ido con Álex hacía un rato, pero la joven sólo tenía a Raijin en su campo de visión y de mente.

El rubio caminaba delante, junto a la parejita de Kain y su prometida, en silencio, pero tenso, muy tenso. Cleven no sabía qué pensar. Se detuvieron entre dos coches y Yako, MJ, Kain y su pareja se quedaron un poco hablando. «¿Eh?» se sorprendió Cleven, observando los dos cochazos de lujo, uno negro y otro azul metal. «¡Yako y Raijin tienen coches de alta gama de la marca de mi padre! ¿De dónde saca el dinero un camarero y universitario y otro universitario? ¿Sus difuntos padres también eran adinerados?».

Entonces Yako sacó sus llaves y abrió el de color azul metal. Mientras MJ, Kain y la otra se metían dentro, ocupando todas las plazas, Yako se acercó a Cleven.

—Tienes que ir con Raijin, que en mi coche ya no cabe nadie, ¿vale? —sonrió felizmente.

—¿¡Qué!? —exclamaron, tanto Cleven como Raijin, al cual se le habían caído sus llaves al suelo del saltó que pegó.

—¿Qué...? —se estremeció Yako, mirando a uno y a otro sin entender—. Dios mío, ¿qué pasa?

Los otros dos no dijeron ni pío, y Yako frunció el ceño, mirando a Raijin, y se arrimó a él.

—¿Se puede saber qué te pasa a ti? —le preguntó en voz baja—. Estás rarísimo, ¿ocurre algo?

—No es nada —masculló de mala gana, abriendo su coche negro a regañadientes.

—Bueno, bueno... Pues nada, os espero en mi casa —dijo, metiéndose en su coche, arrancó y se fue con los otros, dejando ahí solos a Cleven y a Raijin.

La joven vio que este se había quedado quieto, agarrando el pomo de la puerta del coche y la vista clavada en la ventana. Inmóvil.

—Eh... ¿Raijin? —murmuró.

Este pegó otro brinco, más tenso, y se metió en el coche rápidamente. Cleven se abstuvo un poco, pero finalmente se metió dentro, donde el copiloto, sin decir ni mu y tratando de no mirarlo. Tras ponerse el cinturón, reinó un rato de silencio y quietud. Entonces vio por el rabillo del ojo que Raijin estaba con la mirada fija al frente, sin parpadear, y agarrando fuerte el volante con las dos manos. Inmóvil.

—Raijin... —volvió a llamarlo.

El rubio pegó otro brinco y arrancó el coche, con la vista al frente en todo momento, y por fin se fueron. «Dios mío, este está fatal» se dijo Cleven, divertida. «Me recuerda a mí el día que lo conocí. Torpe, nerviosa…». Durante todo el trayecto, que no fue muy largo, ninguno dijo palabra alguna. El aire entre los dos estaba cargado de tensión. Cleven parecía más calmada que él, y eso era raro.





Comentarios

  1. ¡Aich me encantan Clover y Disuke, el duo de angelitos traviesos que hacen, cada cual con su particularidad! Sobretodo el enorme vinculo que tienen xD

    ¡AAAAAAH! ¡No recordaba esta escena de Dai usando su habilidad, el pequeño diablo! Nunca me queod del todo claro lo que podia hacer, mas alla de que sus palabras tiene poder literal de que hacen lo que escribe o algo parecido, es complejo cuanto menos.

    La ligereza con la que Brey le pdie ala adorable Clover que no le rompa la madre a ningun otro niño me fascina, es como si estuviera tristemente acostumbrado a que ocurra xD.

    Me gusta como Brey muestra que quiere y le preocupan sus hijos, ya que claramente el tema de las emociones es algo que le cuesta entender y mostrar. Se nota ademas a leguas que Clover lo adora y Dai siente una especie de rivalidad con su padre.

    Ostras tu ¿quien era esta señora vendedora le vendio a Brey esos amuletos? Ya empieza a mencionarrse cosas que no me acuerdo bien del todo, asi que empiezo a tener factor sorpresa total porque muchos datos no me acuerdo, asique van a a ser casi como la primera vez que me lo lei que estaba mas perdida que un pulpo en un garaje xD

    Ayayaya la que se va a liar con Cleven y Raijin, si es que de verdad es lo que pasa cuando no te presentas como se debe. ¡Ay me meo imaginandome a Cleven modo croqueta bajando por una pendiente! Que torpe es la pobre, es increible la habilidad de tener dos pies izquierdos xDDDD

    A pesar de todo me gusta el vinculo de a pcoco de confianza que van creando Raijin y Cleven, al final por el desconocimiento, lo que llegan a sentir aunque apenas sea un inicio es totalmente honesto. En cierta forma las palabras de Cleven realmente reconfortaron a Raijin, es entendible el porque, le da validacion a como es sin pretender que cambie el como es, ni llamarlo extraño como todos e incluso el mismo se llama.

    ¡No me acordaba de esto tampoco, que Raijin tomaba la iniciativa en besarla! En cierta forma es gracioso como salta como si le hubieran metido un calambre cada vez que ella lo llama, teniendo en cuenta el tipo de iris que es xD

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