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1º LIBRO - Realidad y Ficción





23.
Desahogo

Rato antes, en medio de la madrugada, Cleven se había recorrido todo el Parque Yoyogi de este a oeste, guiándose por las voces y estruendos que oía de vez en cuando, pero nunca veía a nadie. Cada vez que llegaba al lugar donde se oían esos extraños ruidos, aquellos que los provocaban ya no estaban. Había estado siguiendo las señales de la pelea que Effie y Sakura habían estado librando con los otros dos iris de la MRS.

Dejó de correr cuando se adentró en un descampado, apoyando las manos en las rodillas para recuperar el aliento. Miró a su alrededor, exhausta. No comprendía nada, empezó a pensar que todo se lo estaba imaginando, incluso se preguntó qué demonios hacía corriendo por un parque a las tantas de la madrugada, completamente sola, hasta que, viéndose por fin en esa situación, le entró el miedo.

Desistió de seguir buscando a esas personas que vio desde la ventana de la habitación del hotel, ahora lo que le preocupaba era que estaba sola. Y perdida. Esa zona del parque no la conocía de nada. ¿Y si se encontraba con un ladrón? ¿O con un violador? La idea le espantó tanto que emprendió la marcha por el primer camino que se le antojó, y esperó salir de ese parque lo antes posible.

Sintió un gran alivio al divisar una fuente que le era familiar, al final del paseo. La memorizó el día en que fue por allí con Raijin, con el resto del camino hacia el hotel. Soltó un suspiro con las mejillas sonrojadas al acordarse de él, y se dirigió hacia el camino que debía seguir. Pasó la fuente y se metió por el paseo de la izquierda, según recordaba. A los pocos minutos divisó la puerta de salida, además del edificio del hotel. Sólo tenía que recorrer unos cuantos metros más y ya estaría un poco más a salvo.

Nada más tenía la mirada fija en la puerta, cada vez más cercana, la meta hacia la salvación. Hasta que chocó bruscamente contra algo salido de la nada. Observó aterrorizada que se trataba de una persona. El sujeto estaba en la penumbra, no le veía el rostro. Se había quedado quieto frente a ella. Cleven sintió que se le paralizaban las piernas y las cuerdas vocales, pero no sólo por la impresión que le transmitía, sino por esa luz. Un pequeño destello azul claro rodeado de una figura humana oscura.

—Vaya, vaya... —susurró el chico, dando un paso hacia ella.

—¿Q... quién...? —tartamudeó la joven.

—Mira quién anda por aquí...

A Cleven le resultó su voz demasiado conocida como para creerlo. Además, pronunciaba raro, arrastraba las palabras. «¿Un borracho?» se alarmó.

—¿Tú también vienes de fiesta? —preguntó el chico medio riendo, y dando otro paso hacia delante entró en la zona alumbrada por la farola, y la luz de su ojo se apaciguó.

—¿K... Kaoru? —se quedó más que sorprendida.

El chico soltó algo entre una risa y un suspiro, ladeando la cabeza, mirándola. Cleven se imaginó que venía de beber con sus amigos, como muchas otras veces había hecho varios fines de semana. Kaoru se arrimó a ella antes de que esta pudiera reaccionar, y la sujetó de la barbilla, contemplándola muy de cerca. Cleven estaba inmóvil.

—¿Me das... un besito? —preguntó, sin dejar de sonreír de aquella manera perversa.

—¡Aparta! —saltó, dándole un manotazo en su brazo para despegarse de él.

—Wow... ¿Qué te pasa, muñequita? —carcajeó, pero enseguida adoptó una cara muy apesadumbrada—. ¿Por qué nom... me has llamado...? Te he echado de menos, ¿sabes?

—No juegues conmigo, Kaoru —le dijo dolida, pasando de largo para seguir su camino.

Sin embargo, Kaoru la detuvo, cogiéndola del brazo con brusquedad. Cleven volvió la cabeza con alarma, nerviosa. El joven la miraba esta vez con una expresión que daba bastante miedo.

—¿Tú… tú sabes lo que es ver con tus propios ojos… cómo apuñalan en el corazón a tu propio padre? Sólo por una mísera cartera… con dos mil yenes. Es… es tan…

—¿De qué estás hablando? —se asustó Cleven.

—Eres una estúpida... Nadie me había dejado a mí nunca. Si ahora me pides perdón, puede que te perdone, hahah... —rio flojamente, sin soltarla—. Eres mía.

—¡Basta, suéltame ahora mismo o...!

—O... ¿O me abofetearás? Venga, nena... No seas idiota, ven conmigo un ratito... —rio de nuevo, tirando de ella.

Sin pensarlo dos veces, Cleven le arreó una bofetada en la cara con la que consiguió que la soltara. Kaoru se había quedado con la cara de lado, medio inclinado. La joven lo observó detenidamente, con el corazón en la garganta. Tenía que echar a correr lo antes posible. Pero Kaoru se volvió hacia ella y acto seguido le devolvió la bofetada.

—¡Ah! —exclamó Cleven, girando sobre sus talones por el impacto y llevándose las manos a la mejilla.

Ahora sí que estaba asustada. Kaoru la había golpeado. Si ya tuvo intenciones de hacerlo el otro día en el instituto delante de Raven, que con la aparición de Denzel se salvó, ahora que lo había hecho y encima estaba borracho, ¿qué más sería capaz de hacer? Sin atreverse a darse la vuelta, mientras notaba un hilo de sangre corriendo por su barbilla desde el labio inferior partido, echó a correr, corrió lo más rápido que pudo.

—¿¡A dónde vas!? —le gritó Kaoru, yendo tras ella, y no tardó en alcanzarla.

Volvió a agarrarla de un brazo y la tiró al suelo de una sacudida. Cleven soltó un gemido de dolor por el golpe de la caída, y miró horrorizada a ese chico, ese chico con el que había estado muy unida, al cual había besado y llenado de palabras de amor. No era él, no podía ser él. O tal vez sí, pero ella entonces estaba ciega. Se sintió profundamente mal, tenía miedo, y peor aún, tenía tanta rabia por todo...

—¡No te acerques! —le chilló con furia—. ¡Déjame en paz!

Cuando Kaoru se agachó junto a ella, Cleven apretó los dientes y dirigió su puño contra su cara con todas sus fuerzas. No obstante, Kaoru lo detuvo con una mano y la agarró del pelo, levantándole la cabeza para que lo mirara bien.

—Eres una traidora... ¿Es que lo que pasamos juntos no significó nada para ti? Me gustabas.

—Sólo era un juguete más de tu lista —masculló—. ¿Cómo puedes jugar así con las personas? ¿Creías que jamás iba a descubrirlo o que me daría igual? Imbécil, todas tus demás "muñequitas" acabarán descubriéndolo también y te quedarás solo. ¡Solo!

Kaoru respondió con otro tirón de pelo más fuerte, y Cleven apretó los dientes y cerró los ojos.

—Nunca sucederá eso —sonrió—. Todas me adoran, tengo todo lo que ellas quieren. Belleza, pasta, fuerza e inteligencia. Tú pagarás por haberme puesto en ridículo en el instituto.

—Que te jodan —le gruñó hostil, agarrando el cuello de su cazadora. Si tenía algo de Vernoux y de Saehara en las venas, era jamás ponérselo fácil a un enemigo, aunque este fuera superior en poder.

Al chico no le gustó nada ese gesto, pues se dispuso a golpearla otra vez.

—Malditos humanos... —masculló Kaoru con fiereza—. Os odio tanto…

Cuando Cleven vio que levantaba la mano, cerró los ojos de nuevo. «Tal vez esto me lo he buscado yo sola» pensó, «Porque soy una idiota, una completa imbécil». «Que venga alguien, por favor...» suplicó, tragándose las lágrimas, no iba a darle a Kaoru el lujo de verla llorar. Deseó que Raijin apareciese en ese momento, deseó que cogiera a Kaoru de los tobillos y lo lanzase lejos de allí...

—¡Aagh! —aulló Kaoru de pronto.

Cleven abrió los ojos al instante, como platos. Kaoru ya no estaba ahí. Un fuerte estruendo la hizo mirar a su derecha, y vio cómo un árbol de los que bordeaban el paseo se partía por el tronco al chocar contra él el cuerpo de Kaoru, de manera que el árbol se desmoronó entero, impactando con los que le rodeaban. La joven soltó una exclamación de horror. No podía creer lo que veía. El cuerpo de Kaoru estaba ahí tendido, entre los trozos de madera y ramas partidas. No se movía.

—Ka... —balbució, pero enmudeció.

Oyó un paso a su izquierda y alzó la cabeza. Se estremeció al ver a una nueva persona ahí plantada, muy cerca de ella. Iba con una sudadera gris, cuya capucha ocultaba su rostro. Parecía tener la vista fija en Kaoru.

Cleven volvió a mirar a Kaoru y de nuevo al recién aparecido. Entornó los ojos, los cuales comenzaron a humedecerse por la angustia.

—¿Lo... Lo has matado? —sollozó espantada.

—Más quisiera yo —contestó el joven recién aparecido, sin apartar la vista de su víctima; Cleven, al oír eso, volvió a mirar a Kaoru, confusa—. Kaoru, levanta de una vez, cobarde.

Para mayor asombro de Cleven, Kaoru, desplomado en el suelo sobre los restos del árbol, comenzó a emitir una risa burlona mientras se ponía en pie lentamente, con la nariz sangrando. «Im... ¡Imposible!» pensó Cleven, «Con ese golpe... Nadie puede sobrevivir a semejante golpe. ¿Por qué…? ¿Qué está pasando?».

—Lo que faltaba —reía Kaoru, limpiándose la sangre—. El héroe americano. ¿Cómo tú por aquí?

—Iba a unirme a una pelea, pero al verte aquí he cambiado de idea —contestó—. Sobre todo viéndote dominado por el majin, deberías controlarlo un poco antes de salir de casa. Me alegra haberme encontrado contigo, he de saldar cuentas contigo.

—Ah, ¿sí? ¿Me dices tú lo que tengo que controlar? ¿Acaso no tienes tú el mismo problema de control?

—Yo no tengo ningún problema —masculló con rabia—. Por tu culpa mi mejor amigo ha estado jodido durante varios días. Eres un traidor a nuestra alianza. Gilipollas... Estuviste espiándonos a Dobutsujin-san, a Suna-chan, a Ka-chan y a mí en el instituto desde que comenzamos el curso, ¿cierto? Para saber quién de nosotros tenía el pergamino, y te chivaste a la MRS. ¿Crees que lo que te han pagado compensará tu castigo por ello?

—¿Tú me vienes amenazando? —masculló Kaoru—. ¿Y cómo coño sabes todo eso?

—Yo también sé espiar —sonrió—. Me pregunto qué hará tu Líder cuando se entere de lo que has hecho, traidor.

—Hah, no me asustas con esas. ¿Qué te pasa? ¿Te ha dolido lo que le he hecho pasar a tu amiguito? ¿Por eso vas a enfrentarte a mí ahora, Drasik?

«¿¡Drasik!?» a Cleven le dio un vuelco el corazón.

—En realidad eso casi no me importa... —dijo mirando a Cleven, la cual estaba atónita—... comparado con la escena que acabo de ver aquí. Esa mejilla roja y ese labio partido, ¿han sido obra tuya? —preguntó, volviendo la vista a él.

—¿Y qué si le he pegado? —sonrió Kaoru con malicia—. Es una idiota, se lo merecía por humillarme el otro día. Además, no eres quién para meterte en esto, ella es mía y haré con ella lo que me plazca. Como todos los humanos hacen con los demás. ¿Sólo ellos tienen derecho a equivocarse? Maldita injusticia.

Drasik abrió los ojos por completo, apretando los dientes, incrédulo a lo que estaba oyendo.

—¿Acaso la conoces? —siguió Kaoru—. No me digas que estás celoso. ¿Ella te gusta? Qué pena das.

—¡Cierra la puta boca! —estalló Drasik, yendo como una bala hacia él con intenciones asesinas—. ¡No voy a perdonarte lo que le has hecho a Cleven, lo hayas hecho tú o tu majin!

—Drasik... —murmuró la joven, perpleja.

Le arreó un puñetazo que dolía con sólo verlo, pero Kaoru se recuperó enseguida y le atestó una patada en toda la cara. Drasik se dobló hacia delante por el dolor, por lo que Kaoru lo sujetó de los hombros y le dio un rodillazo de lleno en el estómago. Drasik soltó un gemido ahogado, pero antes de que Kaoru diera el siguiente golpe, apoyó las manos en el suelo y levantó los pies en alto; acto seguido rotó sobre sí mismo y sus piernas se movieron como una hélice, dándole consecutivas patadas a Kaoru en toda la cara. Este cayó al suelo con gran brusquedad, y cuando vio que Drasik volvía a por él, se puso en pie de un salto y detuvo su puño con una mano.

Comenzaron a luchar con unas artes marciales impresionantes, usando unos puñetazos y patadas tan veloces y calculadas que apenas podían seguirse con la mirada. Sin embargo, ambos se defendían bien, demostrando tener unos reflejos sobrehumanos.

Cleven no podía creerlo, ni quería creer lo que veía. No podía ser real, esa lucha estaba fuera de lo normal, fuera de las leyes de la física. Por otra parte, no podía soportarlo.

—Basta... —sollozó, sin poder moverse—. Basta, por favor... Assez!

No la escuchaban, estaban demasiado empecinados en derrotarse no, sino en matarse el uno al otro. Volvía a ser como en ese sueño. Habían llegado a un punto en el que tenían numerosas heridas y sangraban por todas partes. Para ella era como una pesadilla, una pesadilla que le resultaba familiar y no sabía el porqué, pero no podía aguantarlo. Se cogió de los pelos y cerró los ojos con fuerza.

—¡Basta! —gritó con todas sus fuerzas.

Una masa arenosa, aparecida de la nada, envolvió repentinamente a los dos chicos, moviéndose a la velocidad de un ciclón. Cuando Cleven oyó sus exclamaciones de sorpresa, miró lo que estaba pasando. Quedó perpleja ante aquel torbellino de arena, el cual parecía habérselos tragado vivos.

—¿Q...? —casi consiguió pronunciar; esto ya era demasiado para ella.

No obstante, lo único que sintió antes de perder la visión y el conocimiento, fue un fuerte golpe en su nuca. Cleven se desplomó contra el suelo y de ahí ya no se movió más. El torbellino de arena cesó y dejó al descubierto a los dos chicos, tirados en el suelo tosiendo y respirando por su vida. El primero en levantar la cabeza fue Kaoru e inmediatamente reconoció a Nakuru a unos metros de distancia junto a su amiga.

—Maldita sea... —gruñó el chico, jadeando—. ¡Tienes suerte de que haya venido tu amiguita punk a salvarte! ¡Pero esto no queda así, Drasik! —le amenazó, y luego desapareció de allí.

Drasik volvió la cabeza con sobresalto para confirmar que lo que había dicho era cierto, y en efecto, Nakuru estaba ahí. Se puso en pie, asombrado, mientras ella se le acercaba a zancadas. Antes de que Drasik pudiera decir nada, Nakuru le embistió una bofetada que lo dejó de lado.

—Na... Nakuru... —musitó con perplejidad, mirándola.

—¡Te dije que no fueras a ningún sitio, te lo dije! —estalló la joven, realmente enfadada—. ¡Mira lo que ha pasado! ¡Te encuentro aquí peleándote con ese imbécil y delante de las narices de Cleven! ¿¡Es que eres idiota o qué!? —comenzó a respirar entrecortadamente, con los ojos húmedos—. ¿¡Sabes lo que me ha costado evitar que Cleven descubra lo que somos!? ¡Lo ha visto todo, os ha visto! ¡Maldita sea, he tenido que golpearla! ¡He tenido que golpear a mi mejor amiga para dejarla inconsciente! ¡No me lo puedo perdonar! ¡Y todo por tu culpa! ¡Tendrías que haber tenido cuidado! ¡No puedo confiar en ti!

—Nakuru, es... escucha... —se apuró Drasik, cogiéndola de los hombros; vio claramente que la joven estaba en mitad de un ataque de ansiedad—. Tranquilízate, por favor. ¡Lo siento! Lo que ha pasado es que me he encontrado a Kaoru aquí con Cleven, la estaba agrediendo.

—¿Qué?

—Sí —afirmó—. Cleven estaba en peligro, ese cabrón la ha tomado con ella. Kaoru estaba bajo los efectos del majin. Si no llego a aparecer, Cleven podría haber acabado mal. Por favor, créeme, no tenía alternativa. Ha pegado a Cleven.

—Kaoru... —murmuró con profundo odio, apretando los dientes y calmándose poco a poco—. Pero ahora Cleven... Lo ha visto, os ha visto en esta situación, y luchando de esa manera... ¡Y la he golpeado!

—¡Deja de alarmarte por eso, Nak! Sólo la has dejado inconsciente, por su bien. En cuanto a lo que ha presenciado, lo único que podemos hacer es pedirle a Fuujin que le borre la memoria.

—¡No! —exclamó—. ¡Si Fuujin se entera de lo que ha pasado, nos mata a los dos! ¡Sobre todo a mí!

—¿Por qué? ¿Por qué tienes miedo de que Fuujin se entere de que esa chica nos descubra? ¿Qué es lo que pasa con ella? Fuujin ha borrado la memoria de cientos de personas que han visto lo que no deben sin querer, ¡con Cleven hará igual!

«¡No, no, no!» se inquietó Nakuru, «¿¡Cómo puedo hacerte saber que Cleven es su hija si tengo prohibido decírtelo!? ¿¡Cómo lo vas a entender!? Fuujin no debe enterarse de esto, si descubre que su hija nos ha descubierto se la llevará lejos para siempre, y nunca más podré verla. Y tampoco puede borrarle la memoria sobre lo que acaba de pasar, ya borró la mayor parte de sus recuerdos desde que nació hasta que murió su madre. Borró casi 9 años de su vida; emplear otra vez la Técnica puede afectar a su cerebro. Por eso me encargó a mí que la vigilara y la mantuviese alejada de esto por encima de todo. El maestro me odiará por lo que ha ocurrido, no volverá a confiar en mí, le he defraudado...».

—Nakuru... —la llamó Drasik al verla tan angustiada—. Oye... No te preocupes, si tan importante es para ti que Cleven no nos descubra y que Fuujin no se entere de esto, pensaremos en algo. Esperemos a que despierte. Si lo recuerda todo, acudiremos a Denzel.

—¿Para qué?

—Para que le borre la memoria él. Denzel también puede hacerlo, al fin y al cabo es su Técnica.

Nakuru se quedó en silencio un rato, reflexiva. Pensó que quizá, si lo hacía el propio Denzel, tal vez pudiera borrarle la memoria a Cleven sin dañar más su cerebro, de algún modo.

—De acuerdo —dijo Nakuru al fin—. Acudiremos a Denzel en ese caso.

—Bien.

Miraron a Cleven, tendida en el suelo. Por un momento, Drasik sintió una extraña sensación familiar que hizo que sus mejillas se ruborizasen. Ya era la segunda vez que le pasaba, un sentimiento extraño al mirar a Cleven, como si esa persona reflejada en sus pupilas hubiese sido una vez la persona más importante del mundo para él.

—Drasik, vuelve a casa —le ordenó Nakuru mientras cogía a Cleven a caballito.

—¿Qué? —saltó.

—Que vuelvas a tu casa y te quedes allí. Déjalo ya por hoy.

Dio media vuelta y fue a salir del parque en dirección al hotel.

—Pero... Nakuru... —insistió Drasik.

—Es una orden —le cortó, y se perdió de vista.

Drasik suspiró largamente, chafado. Le dolía todo el cuerpo magullado. Nakuru tenía razón, ya valía por hoy. Aunque, con respecto a Kaoru, las cosas no iban a quedar así.

Nakuru llegó a la puerta del hotel con su amiga en brazos sin ser vista por nadie. No había ningún transeúnte por la calle a esas horas de la madrugada. Observó el interior a través de la puerta de cristal. En la zona de recepción había un hombre y una mujer detrás del mostrador, haciendo guardia, y luego se fijó en las cámaras de seguridad que había implantadas en varios puntos del lugar. No, no podía entrar allí con Cleven en ese estado. Aquellos recepcionistas harían preguntas, y las cámaras seguramente estaban controladas por el Gobierno, como en muchos otros sitios públicos, lo que las personas normales ignoraban. Tendría que hacerlo de otro modo.

Se alejó unos pasos por la acera para tener una mejor vista de la fachada. Buscó en el bolsillo del abrigo de Cleven la tarjeta de su habitación y vio el número. Calculó el posible número de habitaciones que podría haber en cada piso y determinó que una de las ventanas de allá arriba en concreto era su habitación.

Antes de ponerse en movimiento, respiró hondo, cerrando los ojos, asimilando todo lo que había pasado hasta ahora. Debía tranquilizarse y dominar sus emociones, sólo tenía que esperar a mañana e iría a verla al hotel con la excusa de quedar con ella. Con un poco de suerte, con eso Cleven sospecharía menos. Tendría que estudiar bien las palabras, gestos y movimientos que haría frente a ella.

Terminó por calmarse del todo y sujetó bien a Cleven en sus brazos. Echó un último vistazo en derredor para asegurarse de que no había nadie que pudiera verlas. Entonces, su ojo izquierdo brilló de luz naranja y, con su iris, dominó la piedra de granito que recubría la fachada del edificio, haciendo que emergieran pequeños bloques de la pared a modo de escalones. Los subió corriendo hasta el pequeño balcón de la habitación de Cleven, y los bloques improvisados volvieron a encajarse en la fachada quedando tal y como estaba antes.

Abrió la puerta del balcón con una ganzúa que los iris siempre llevaban encima y se metió dentro. La tendió sobre la cama, le quitó sus zapatos y su abrigo y la tapó con el edredón. En ese momento, no pudo evitarlo. Se quedó largo rato ahí junto a la cama, reflexiva, observando a Cleven. Luego se sentó a su lado y le apartó un mechón de pelo de la cara, acariciando su frente. «Siento que hayas tenido que vivir esto» pensó Nakuru. «Es un mundo peligroso, el de los iris. Añoro cuando formabas parte de él… pero no soporto cuando este te perjudica o te hace daño».

Le limpió la sangre del labio partido con un algodón que encontró en el cuarto de baño y después le dio un beso en la frente. Nakuru la quería muchísimo. De no ser porque no saldría bien, se enamoraría de ella por completo. Pero aquella amistad era perfecta para ella, y jamás debería romperse.

Se puso en pie, optando por marcharse ya a casa, pero, antes que nada, apartó la mesilla de noche de la cama unos centímetros y cogió la guía telefónica. Se la quedó mirando detenidamente. «Buscas a tu tío, ¿eh?» sonrió. «Sinceramente, ajena a lo que piense Fuujin... Espero que os encontréis». Dejó, pues, la guía en el suelo, entre el hueco que había de la mesilla a la cama, y se marchó por el balconcillo, cerrando la puerta tras ella.



* * * *



Agatha dormía apaciblemente en su cama, soñando con los buenos recuerdos de su larga vida de siete siglos y medio. Habrá quienes se pregunten, ¿con qué sueña una persona que ha sido ciega toda su vida? ¿Su mente le muestra imágenes de personas, de lugares? No. En los sueños de alguien como Agatha, se reproducían sonidos, sensación de olores y texturas.

Ahora estaba soñando con Charles, su primer marido, y con sus dos primeros hijos que tuvo con él, Evans y Elizabeth, cuando eran pequeños. Oía sus voces y sus risas, y el ruido de carros de caballo, estaban en las calles del Londres del siglo XV. Sentía a Evans cogiendo su mano, fue un niño muy dulce y posteriormente un buen hombre. Denzel descendía de él. Pero, de pronto, Evans empezó a ponerse muy pesado en su sueño, comenzó a llamarla sin parar, no “mamá”, sino por su nombre, una y otra vez. Agatha, Agatha...

—¡Agatha! ¡Agatha! —exclamó Daisuke, dando tirones en la manta—. ¡Despierta!

La anciana despertó a duras penas, reconociendo la voz del niño.

—Por última vez, Daisuke... —musitó con paciencia, sin moverse lo más mínimo—. Lo que hay debajo de la cama es una bola de polvo de grandes dimensiones, no un gremlin.

—¡No es eso! ¡Es Clover! ¡Le pasa algo! ¡Ven!

—¿Qué demonios...? —rezongó la taimu con cansancio, levantándose de la cama y cogiendo su bastón.

Siguió al niño hasta la habitación donde dormían y la anciana se sentó al borde de la cama. Palpó a Clover suavemente con la mano y notó que estaba dormida, respirando tranquilamente.

—¿Qué ocurre? —preguntó—. Está durmiendo, no le pasa nada.

—¡No, no! —saltó una y otra vez, nervioso—. No se despierta. La llevo llamando desde hace un rato y moviéndola y... y llamándola y moviéndola... para que me acompañase a por una vaso de agua y... ¡no se despierta! Antes no le pasaba esto. Siempre vamos juntos cuando vamos a por un vaso de agua... Y Clover es de las que se despiertan con sólo un ruidito...

Agatha frunció el ceño. Era verdad, con las voces que Daisuke estaba dando todavía, la niña parecía no inmutarse lo más mínimo. Así que trató de despertarla ella por si acaso.

—Clover... —la movió—. Clover, despierta.

Siguió así un rato, pero la pequeña seguía tal cual. Entonces, la anciana supo con seguridad que algo no andaba bien. La cogió en brazos y le acarició varias veces la cara, examinándola. Era muy extraño, parecía estar perfectamente, dormida sin más, pero el hecho de no reaccionar con las voces y los meneos era muy raro en ella. Daisuke se subió a la cama, inquieto, para verla mejor.

—Clover... —volvió a llamarla la anciana, acariciando su pelo.

—¡Ah! —pegó Daisuke un respingo.

—¿Qué? —saltó Agatha.

—Ha abierto los ojos un poco, los ha abierto, pero...

—¿Qué, qué? —se impacientó.

—Están en blanco... —se asustó—. Y parpadea de vez en cuando muy rápidamente. ¿Eso es malo? Dime, ¿es malo?

La anciana puso cara de extrañeza. Clover parecía seguir dormida, pese a haber abierto los ojos, y al escuchar que estaban en blanco y que pestañeaba rápidamente, era como si la niña estuviese en trance. Preocupada, volvió a dejarla tumbada en la cama y cogió el teléfono.

—Voy a llamar a un médico.

—¿Tiene fiebre?

—No. Pero a lo mejor un médico puede aclararnos esto mejor que tú y que yo. Creo que está bien, pero quiero asegurarme. —Esperó unos segundos con el auricular en la oreja hasta que alguien contestó—. Sí, buenas noches. Por favor, querría que enviasen a un médico de guardia a...

Mientras daba la dirección, Daisuke se limitó a no quitarle el ojo de encima a su hermana, bastante asustado, preguntándose qué podría pasarle. Sólo apartó la mirada cuando Agatha colgó el teléfono.

—Ahora mismo mandan a un médico —lo tranquilizó—. No te preocupes, Clover está bien. En diez minutos está aquí, ¿vale?

—Vale, vale —asintió enérgicamente.

Esperaron diez minutos sin apartarse de la pequeña, vigilando que no surgiera ninguna anomalía, y por fin llamaron al timbre. Agatha se levantó de la cama, pero Daisuke ya había salido escopetado de la habitación y, al llegar a la entrada, abrió la puerta de golpe. El hombre con el que se encontró al otro lado se sorprendió un poco al ver ese ímpetu. Era un hombre esbelto, de pelo corto y marrón oscuro, piel clara y lisa y unos ojos azules como el hielo. Vestía con traje negro y corbata, portando un maletín, y su profunda mirada y serenidad impresionaban.

—¿Eres el médico? —preguntó Daisuke.

—Sí —contestó él.

—¡Corre, mi hermana está arriba! —lo cogió de la mano y lo arrastró al piso de arriba, donde aguardaba Agatha.

—Buenas noches —lo saludó—. Gracias por venir.

—Buenas noches —contestó el hombre, todavía sorprendido por la inquietud del niño—. ¿Dónde está la niña?

Agatha lo condujo hacia la habitación, donde ya estaba Daisuke subido a la cama de nuevo, pegado a su hermana y mirando intensamente al médico. Entonces el hombre se acercó a ella y se sentó al borde para examinarla.

—No parece estar enferma —le explicó la anciana.

—No, desde luego —aseguró él, contemplando los ojos de Clover—. Es muy extraño, diría que se trata de un ataque de epilepsia, pero faltarían más síntomas de los que ahora presenta. Su respiración es normal.

Se quedó un rato en silencio mientras oía los latidos del corazón de Clover con el fonendoscopio.

—Todo está bien, ni siquiera hay arritmia leve —dijo, separándose de ella—. No deben preocuparse, es un efecto del inconsciente, les pasa a muchas personas cuando sueñan. Un sueño muy profundo. Por eso a veces no despiertan ni con ruido ni con movimiento. Es como un trance.

—Menos mal —se alivió la anciana—. ¿Y no puede hacer que vuelva a tener los ojos cerrados?

—No —sonrió—. Si se trata de esto se le pasará, que siga durmiendo y por la mañana despertará perfectamente.

—Gracias, nos ha ayudado mucho saberlo —suspiró Agatha—. Estos dos están a mi cargo durante un tiempo, no quiero que les pase nada, ¿comprende?

—Claro —volvió a sonreír—. ¿Cómo se llama la pequeña?

—Oh, se llama Clover Saehara.

—¡Y yo soy su hermano Daisuke! —exclamó el niño, para dejarlo bien claro.

El hombre se quedó un momento como paralizado, con el ceño fruncido.

—¿C... Cómo ha dicho? —preguntó, rascándose la cabeza, abrumado—. ¿Saehara?

—Sí. Yo soy Agatha. Sólo falta presentarse usted —casi rio.

El médico seguía con la boca abierta cuando desvió un momento la mirada hacia la niña, y luego hacia Daisuke.

—Lex... Lex Vernoux —respondió.

—¡Oh! —exclamó Agatha con gran sorpresa—. ¿En serio? ¿Lex? Dios mío, ¡no te he reconocido ni la voz! ¡Oh! —empezó a palparle la cara, encontrando las gafas de Hideki, luego los hombros—. ¡Pero mira qué alto te has puesto! ¿Pero qué años tienes ya?

—25. Siento no haberla recordado al verla, Agatha —dijo Lex, dejándose palpar, pues sabía que esa era la forma que tenía ella de “ver” a alguien—. Tengo un problema con los recuerdos lejanos... de la gente que conocía entonces.

—Sí, lo sé. Algo he oído de eso, no te preocupes —asintió.

Lex volvió a desviar la mirada, algo reservado. Observó a los dos niños, en especial a Daisuke, que se había tumbado junto a Clover.

—Es idéntico a él... —murmuró con asombro.

Lex se puso en pie y se quedó junto a Agatha, mirando ahora a Clover.

—Dígame, ¿ella lleva así mucho rato? —quiso saber.

—Una media hora —contestó la anciana—. ¿Por qué? ¿Podría tratarse quizá de terrores nocturnos? ¿O parálisis del sueño? He oído hablar de esas cosas...

—No, la pequeña Clover no está padeciendo nada de eso. Para tener parálisis del sueño, ha de estar despierta y no poder moverse. La actividad neuronal de una persona durante el sueño MOR es similar a la de alguien despierto, y la frecuencia cardiaca y respiratoria son irregulares. Pero esta pequeña parece tranquila y con ritmos normales y constantes. Debería tratarse del sueño MOR intenso porque es lo más común, pero por estas diferencias parece que es otra cosa. No estoy seguro de haber tratado algo así con estas características y con esta duración.

—Vaya, Lex —dijo Agatha con asombro—. Creía que eras médico general.

—Sí. Pero también soy neurólogo.

Permanecieron un rato en silencio, en el que Lex estuvo reflexionando. Mientras tanto, Daisuke le cogió la mano a su hermana y vio que llevaba una pulsera puesta.

—Clover, papá dice que no durmamos con estas cosas puestas, cortan la circulación —le dijo, aunque sabía que no le oía, y le desabrochó la pulsera, dejándola en la mesilla—. Oh... —musitó—. Señor médico, mira, ya está dormida bien.

Lex observó que los ojos de Clover se cerraron por fin y siguió durmiendo tranquilamente, mientras Agatha emitía un murmullo de conformidad y Daisuke le sonreía abiertamente, contento. Sin embargo, al joven médico seguía extrañándole el trance de la niña. Por un momento dirigió la mirada hacia la pulsera que Daisuke había dejado sobre la mesilla. No obstante, sin darle más vueltas, asumió que ya había pasado y que todo volvía a ser normal.

—En fin, pues me marcho, no quiero molestarlos más —declaró, cogiendo su maletín—. Querrán seguir durmiendo. Si pasa algo más, vuelva a llamarme, Agatha.

—Gracias, Lex —le sonrió la anciana, y lo acompañó hasta la puerta después de acostar a Daisuke otra vez—. ¿Sueles trabajar a estas horas?

—En realidad estoy sustituyendo a un compañero que no ha podido venir —contestó, abriendo la puerta, pero antes de salir se dio la vuelta una última vez y miró hacia el piso de arriba.

Agatha se dio cuenta de esto, a pesar de que no lo veía, pero lo intuyó.

—Es la primera vez que ves a tus primitos, ¿verdad? —le preguntó.

—Mis primos... —repitió Lex casi sonriendo, cerrando los ojos—. Yo ya sabía que tenía dos pequeños primos mellizos, pero esta es la primera vez que los conozco. Clover y Daisuke... Me alegra saber que viven bien, parecen sanos y buenos niños. Y parecen felices.

—Sí, lo son —asintió Agatha—. Aún son muy pequeños para saber que su padre en realidad no es como los demás padres.

—¿Cómo está mi tío? —quiso saber Lex, ansioso—. Llevo varios años sin verlo. Sé que le han pasado cosas malas y nunca he tenido ocasión de dar con él...

—Bueno... —titubeó—. Tu tío Brey está bien. Pero... sé que hay cosas que todavía no ha superado. Como la muerte de tu madre. Yo lo ayudo a cuidar de los niños, y los demás también. ¿Y tú como estás, Lex? —preguntó con cara pesarosa, pensando que era oportuno sacar el tema—. He oído por ahí... que no te hablas con tu padre desde hace años. Me gustaría saber por qué. Os conozco a todos desde siempre. Y tú parece que no has hablado con nadie de ello en mucho tiempo.

Lex dio un breve suspiro y miró dubitativo a la anciana, sin saber qué decir. Le había preguntado sobre un tema con el que llevaba cargando siete años. Y la verdad, no había tenido a muchas personas con quien hablarlo, no era algo que se pudiese hablar con cualquiera. Pero Agatha era una persona que podía comprenderlo, y el hecho de que ella le sacara el tema, de repente le hizo sentir ganas de soltarlo.

Agatha descifró el significado de su silencio intranquilo. Sólo le bastó hacerle un gesto con la mano para indicarle que volviera a entrar en la casa, y Lex lo hizo. Agatha fue a la cocina a coger un par de tazas de té que ya tenía preparado de antes y ambos se sentaron en la mesa del comedor. Lex no levantaba la mirada de su taza, con aire apesadumbrado.

—Dime, Lex. ¿Por qué os peleasteis tu padre y tú?

—Porque tras morir mi madre, me borró la memoria, y a los dos días la recuperé de golpe —respondió sin más.

—¿Su Técnica falló en ti? —se sorprendió—. Eso es imposible, esa técnica de Denzel es infalible sobre todas las personas. ¿Y cuál es el problema, pues?

—Lo que me cabrea es que tratase de borrar mi memoria sin mi permiso —le explicó el joven, sin poder contenerse—. Trató de meterme nuevos falsos recuerdos. Trató de hacerme creer que mi madre murió de una enfermedad, y lo mismo con mi tío Sai. Trató de hacerme olvidar a toda mi familia. Trató de hacerme olvidar que él es Fuujin y toda la vida que hemos vivido relacionados con la Asociación. Borrándome esos recuerdos, me borró sentimientos y pensamientos del pasado, cosas que son mías. Tal vez, lo que más me dolió, es que tratase de hacerme olvidar a mis abuelos y a mis primos Lao.

Agatha arrugó la barbilla, sabiendo a qué se refería.

—Ellos... —resopló Lex con cierta rabia—. Mi abuelo Kei Lian, mi abuela Ming Jie… Mis tíos Sai y Suzu… Mis primos Mei Ling, Kyo… y You. Son mi familia, he crecido con ellos. Cuando me enteré el año pasado de que Yousuke murió... —apretó los puños, y luego suspiró—. Joder... Fui al funeral con mi padre y con los Lao, pero Cleven y Yenkis no vinieron, ellos ni siquiera sabían de la existencia de Yousuke, no le recordaban... Sé que Kei Lian y Ming Jie no son los verdaderos padres de mi padre, pero ellos lo adoptaron cuando era pequeño, lo acogieron en su familia, que también es mi familia y la de mis hermanos. Yenkis no recuerda nada porque era muy pequeño. Pero a Cleven también le borró la memoria, y a diferencia de mí, mi hermana sigue sin recordar nada, y a nadie. Me duele, porque Cleven amaba con toda su alma a todos ellos, y a la familia de mi madre también. Pero mi padre se los ha quitado, tanto de la mente como del corazón. Pretendió hacer lo mismo conmigo, directamente, sin hablarlo primero. ¿Y por qué? Porque cuando murió mi madre, mi padre decidió cambiar radicalmente nuestras vidas, decidió rendirse y llevarnos a Cleven, a Yenkis y a mí al hoyo donde se hundió.

Agatha agarró su mano suavemente sobre la mesa.

—Lex, querido… Sabes que esa no es la razón. Todo fue para protegeros. Ya que los… asesinos de tu madre… —dijo con cuidado—… todavía nadie sabe de dónde aparecieron o quiénes fueron. Pero resultaron ser unas personas que representaban un peligro global. Nadie sabe cómo, pero estaban destruyendo Tokio con esas explosiones inexplicables y matando gente, y los iris no encontraban la manera de frenarlos… Tu madre hizo lo que mejor sabía hacer y lo que deseaba hacer, que era proteger a los demás, sobre todo a su familia. Cuando descubrió que era ella a quien buscaban, se entregó sin dudar… y fue cuando esas misteriosas personas pararon de atacar la ciudad.

Lex se quitó un momento las gafas para secarse los ojos con la manga de la chaqueta.

—Tu padre tuvo el pensamiento más racional. Todo apuntaba a que esas personas eran enemigos de la Asociación y no podía dar por sentado que realmente habían quedado satisfechas tras asesinar a tu madre. Tu padre temía que algún día volvieran a aparecer para seguir matando a las personas más relacionadas con tu madre. Le daba pavor la idea de que esos tipos reaparecieran algún día y os buscasen a ti y a tus hermanos para daros el mismo destino que a vuestra madre. Y por eso, cortar toda relación con la Asociación y con el resto de iris era lo más seguro. Incluso si eso significaba cortar vuestra relación con el resto de vuestros familiares.

—Ya lo sé… Todo eso ya lo sé… Pero podía haber usado otra solución. Podría habernos explicado a Cleven y a mí todo esto y pedirnos simplemente que tuviéramos más precaución y que nos relacionáramos con nuestros familiares iris con poca frecuencia y de la forma más discreta posible y…

—¿Simplemente? —repitió la anciana—. Vamos, Lex… ¿Crees de verdad que pediros una cosa así es sencillo? No… Para nada. ¿Crees que tu hermana y tú habríais sido capaces de cumplir esa regla, de no poder ver ni contactar con el resto de vuestra familia? Habría sido doloroso vivir así.

—Pero…

—No justifico a tu padre por decidir borraros la memoria. Es una solución injusta. Pero… ¿qué otra podía haber, cuando ves que absolutos desconocidos han asesinado a tu mujer y no tienes ni idea del porqué, cuando sabes que semejante peligro desconocido e imprevisible podría reaparecer para quitarte a tus hijos por cualquier otra razón… y cuando tú mismo te convertiste en un peligro mundial y destruiste medio Japón bajo los efectos de tu majin? Nadie tiene una respuesta a esta pregunta, porque lo que les sucedió a tus padres no tiene precedentes. La muerte de tu madre es la más misteriosa junto con la del padre de Yako.

Lex se quedó en silencio, mirando el líquido oscuro del té en su taza, afligido.

—Creía que él… contaría conmigo para intentar solucionar las cosas —murmuró—. Creía que él me veía lo suficientemente fuerte para hablarlo conmigo… pero… vino directamente hacia mí… sin decir ni una sola palabra… mirándome directamente a los ojos con su luz blanca, preparado para borrarme la memoria… así sin más… de repente…

—Lex, tu padre te ve como el humano más fuerte del mundo.

—No es verdad…

—No es ninguna novedad, para los que te conocemos desde que naciste, la cantidad de veces que nos has sorprendido. Tu increíble capacidad para comprender, asumir y aceptar las cosas, los cambios, los problemas y los enigmas… Todas las veces que tu familia ha sufrido una pérdida, todos se hundían, pero tú, muchacho, tú permanecías en pie, recto, con la barbilla alta. Estabas tan destrozado como los demás, pero inexplicablemente mantenías tu mente sólida y de una pieza, para convertirte en la roca donde los demás necesitaban apoyarse. Las mentiras, engaños, tentaciones, manipulaciones… todas esas cosas ante las que cualquier humano ha sido débil alguna vez, jamás han tenido efecto en tu poderosa mente. Por no hablar de que recuperar la memoria dos días después de que alguien te hiciera esa Técnica de Denzel ¡ya es algo imposible!

—¡Pues al parecer mi padre aún me veía demasiado frágil para soportar el cambio! —exclamó con rabia—. Creyó que no lo entendería, que no lo asumiría ni aceptaría, cuando llevo toda mi vida demostrándole una y otra vez que yo puedo soportar cualquier cosa, que yo puedo aguantar cualquier cambio necesario para proteger a mi familia, que yo podía ayudarle a sobrellevar ese cambio y proteger a Cleven y a Yenkis junto a él… Y ni siquiera… —sollozó levemente, cerrando los ojos—. Ni siquiera se paró delante de mí para hablarme… para hablar conmigo de la solución que quería llevar a cabo…

—¿De qué habría servido hablarte primero, si tras borrarte la memoria no recordarías siquiera que hablaste con él de ello?

—No se trata de eso… No se trata de si luego lo olvidaría o no… Se trata de que él no me dio esa opción. No me dio ningún voto de confianza. No lo habló conmigo para, simplemente, conocer mi opinión o lo que yo pensaría al respecto. Aunque él contaba con que yo no recordaría esa conversación… el hecho de decidir no tener esa conversación conmigo… es lo que más me dolió de él. Si tan sólo se hubiera sentado conmigo y me hubiera empezado a explicar que quería borrarnos la memoria y los poderosos motivos… y preguntarme mi opinión, o mi permiso… yo seguramente habría comprendido totalmente esos motivos y lo habría aceptado, pero quería decírselo yo, que estaba de acuerdo, que le daba permiso… No me concedió ni eso. No quiso saber qué le habría respondido yo.

Agatha no dijo nada, porque comprendió perfectamente lo que estaba describiendo Lex, ese tipo de sentimiento, de decepción y traición.

—Ahora… la sola idea de que mi padre podría borrar mi memoria de nuevo o la de otra persona con tanta libertad y sin previo aviso… es aterradora… —suspiró Lex, intentando serenarse—. Da miedo… que pueda hacer algo así sin que te des cuenta…

—Él jamás volvería a hacer algo así —refutó Agatha con firmeza.

—¿Cómo saberlo?

—Lo sé, niño. Porque he vivido más de siete siglos y medio en esta esfera y con millones de humanos e iris con los que me he cruzado. Y tu padre es la persona más especial que he conocido.

—¿La más especial? Sé que es algo excéntrico, pero ¿qué puede tener como para considerarlo la persona más especial?

—Neuval es todo un misterio. Lo lleva siendo desde que Lao y Denzel lo trajeron al Monte Zou y a la Asociación. Podría pasarme la noche entera enumerando las mil razones por las que tu padre me parece un espécimen único. Pero sólo te diré que el amor que él siente por sus hijos, además de inconmensurable, es un poco peligroso. Porque él lleva toda su vida arrastrando un trauma personal respecto a lo que es tener un mal padre. Cuando tú naciste, él se juró a sí mismo y a tu madre no parecerse jamás a Jean y hacer todo lo posible e imposible por nunca haceros daño o arruinaros la vida.

»Pero entonces, sucedió la complicada muerte de tu madre, y tu padre se vio rodeado de miedos, pánico, enormes dilemas. Tuvo que hacer una acción desesperada en un momento crítico, la más difícil de su vida. Y cuando vio que a los dos días la Técnica falló en tu mente y recuperaste de nuevo la memoria, y vio lo mucho que eso te destrozó… Tu padre se quebró por dentro por el peso de la culpa y del horror. Quizá, si la Técnica hubiese funcionado bien en ti, todo habría salido bien, tú nunca habrías sabido lo que te hizo, y habrías vivido en una vida feliz y segura. Pero no fue así. La Técnica salió mal en ti. Y ya es algo que tu padre jamás se perdonará. Porque siente que ha actuado como Jean.

—¡Eso es demasiado! —discrepó Lex—. Es cierto que lo que me hizo me ha jodido bastante, pero hasta yo sé que eso no tiene ni punto de comparación con lo que Jean le hizo a él. Si mi padre se quedó con esa estúpida idea en la cabeza, debería quitársela. Compararse con Jean es pasarse de la raya.

—Le es difícil desprenderse de esa idea. Neuval dejó a Jean a 35 años de distancia en un pasado lejano, pero su recuerdo aún le persigue. Por eso, Lex, lo que trato de decirte, es que tu padre ya ha sufrido las consecuencias de lo que te hizo. No volverá a intentar hacer algo así ni contigo ni con nadie. Él ya se impuso la norma de nunca más usar la Técnica de Denzel de Telepatía y Borrado de Memoria sobre sus seres queridos y amigos sin permiso previo.

Lex se recolocó las gafas sobre la nariz y suspiró, sin decir nada.

—Lex, considera darle una oportunidad —Agatha le puso una mano en el hombro—. Sé que el fallo de la Técnica te dejó secuelas y que te complica mucho aceptar una de las dos realidades a las que tu memoria se vio forzada. Sé que hay una versión de ti que ve a la Asociación y a los iris como algo malo y desconocido luchando contra esa otra versión de ti que ve a la Asociación y a los iris como algo bueno y familiar. Pero sé que este pequeño trastorno de memoria se arregla con el tiempo. Y ya han pasado siete años. Así que… si te encuentras una vez más lo suficientemente fuerte para recuperar el control absoluto de tu asombrosa mente, de lo que deseas, de lo que sientes, considera perdonar y recuperar aquel lazo roto.

Lex asintió en silencio, y después la miró sin saber muy bien qué decir o qué cara poner. Durante los minutos siguientes no dijeron ninguna palabra más, tan sólo se limitaron a terminar de beberse el agradable té caliente. Después, Lex recogió su chaqueta y su cartera, y Agatha lo acompañó a la puerta.

—Gracias por haber hablado conmigo de esto, Agatha. Creo que lo necesitaba. Quiero convencerme de lo último que ha dicho —suspiró por la nariz de nuevo, y la anciana le sonrió con ánimo—. Bueno. Por favor, no le diga a mi tío Brey que he venido aquí, se preocuparía innecesariamente… y quizá le resulte un poco incómodo. No quiero que se sienta obligado a nada sólo por saber que he tenido contacto con sus hijos de esta forma tan imprevista.

—Descuida. Lo entiendo. No quiero meterme en más líos familiares de los necesarios.

Lex asintió con gratitud, Agatha le respondió con otro asentimiento, y entonces se marchó.









23.
Desahogo

Rato antes, en medio de la madrugada, Cleven se había recorrido todo el Parque Yoyogi de este a oeste, guiándose por las voces y estruendos que oía de vez en cuando, pero nunca veía a nadie. Cada vez que llegaba al lugar donde se oían esos extraños ruidos, aquellos que los provocaban ya no estaban. Había estado siguiendo las señales de la pelea que Effie y Sakura habían estado librando con los otros dos iris de la MRS.

Dejó de correr cuando se adentró en un descampado, apoyando las manos en las rodillas para recuperar el aliento. Miró a su alrededor, exhausta. No comprendía nada, empezó a pensar que todo se lo estaba imaginando, incluso se preguntó qué demonios hacía corriendo por un parque a las tantas de la madrugada, completamente sola, hasta que, viéndose por fin en esa situación, le entró el miedo.

Desistió de seguir buscando a esas personas que vio desde la ventana de la habitación del hotel, ahora lo que le preocupaba era que estaba sola. Y perdida. Esa zona del parque no la conocía de nada. ¿Y si se encontraba con un ladrón? ¿O con un violador? La idea le espantó tanto que emprendió la marcha por el primer camino que se le antojó, y esperó salir de ese parque lo antes posible.

Sintió un gran alivio al divisar una fuente que le era familiar, al final del paseo. La memorizó el día en que fue por allí con Raijin, con el resto del camino hacia el hotel. Soltó un suspiro con las mejillas sonrojadas al acordarse de él, y se dirigió hacia el camino que debía seguir. Pasó la fuente y se metió por el paseo de la izquierda, según recordaba. A los pocos minutos divisó la puerta de salida, además del edificio del hotel. Sólo tenía que recorrer unos cuantos metros más y ya estaría un poco más a salvo.

Nada más tenía la mirada fija en la puerta, cada vez más cercana, la meta hacia la salvación. Hasta que chocó bruscamente contra algo salido de la nada. Observó aterrorizada que se trataba de una persona. El sujeto estaba en la penumbra, no le veía el rostro. Se había quedado quieto frente a ella. Cleven sintió que se le paralizaban las piernas y las cuerdas vocales, pero no sólo por la impresión que le transmitía, sino por esa luz. Un pequeño destello azul claro rodeado de una figura humana oscura.

—Vaya, vaya... —susurró el chico, dando un paso hacia ella.

—¿Q... quién...? —tartamudeó la joven.

—Mira quién anda por aquí...

A Cleven le resultó su voz demasiado conocida como para creerlo. Además, pronunciaba raro, arrastraba las palabras. «¿Un borracho?» se alarmó.

—¿Tú también vienes de fiesta? —preguntó el chico medio riendo, y dando otro paso hacia delante entró en la zona alumbrada por la farola, y la luz de su ojo se apaciguó.

—¿K... Kaoru? —se quedó más que sorprendida.

El chico soltó algo entre una risa y un suspiro, ladeando la cabeza, mirándola. Cleven se imaginó que venía de beber con sus amigos, como muchas otras veces había hecho varios fines de semana. Kaoru se arrimó a ella antes de que esta pudiera reaccionar, y la sujetó de la barbilla, contemplándola muy de cerca. Cleven estaba inmóvil.

—¿Me das... un besito? —preguntó, sin dejar de sonreír de aquella manera perversa.

—¡Aparta! —saltó, dándole un manotazo en su brazo para despegarse de él.

—Wow... ¿Qué te pasa, muñequita? —carcajeó, pero enseguida adoptó una cara muy apesadumbrada—. ¿Por qué nom... me has llamado...? Te he echado de menos, ¿sabes?

—No juegues conmigo, Kaoru —le dijo dolida, pasando de largo para seguir su camino.

Sin embargo, Kaoru la detuvo, cogiéndola del brazo con brusquedad. Cleven volvió la cabeza con alarma, nerviosa. El joven la miraba esta vez con una expresión que daba bastante miedo.

—¿Tú… tú sabes lo que es ver con tus propios ojos… cómo apuñalan en el corazón a tu propio padre? Sólo por una mísera cartera… con dos mil yenes. Es… es tan…

—¿De qué estás hablando? —se asustó Cleven.

—Eres una estúpida... Nadie me había dejado a mí nunca. Si ahora me pides perdón, puede que te perdone, hahah... —rio flojamente, sin soltarla—. Eres mía.

—¡Basta, suéltame ahora mismo o...!

—O... ¿O me abofetearás? Venga, nena... No seas idiota, ven conmigo un ratito... —rio de nuevo, tirando de ella.

Sin pensarlo dos veces, Cleven le arreó una bofetada en la cara con la que consiguió que la soltara. Kaoru se había quedado con la cara de lado, medio inclinado. La joven lo observó detenidamente, con el corazón en la garganta. Tenía que echar a correr lo antes posible. Pero Kaoru se volvió hacia ella y acto seguido le devolvió la bofetada.

—¡Ah! —exclamó Cleven, girando sobre sus talones por el impacto y llevándose las manos a la mejilla.

Ahora sí que estaba asustada. Kaoru la había golpeado. Si ya tuvo intenciones de hacerlo el otro día en el instituto delante de Raven, que con la aparición de Denzel se salvó, ahora que lo había hecho y encima estaba borracho, ¿qué más sería capaz de hacer? Sin atreverse a darse la vuelta, mientras notaba un hilo de sangre corriendo por su barbilla desde el labio inferior partido, echó a correr, corrió lo más rápido que pudo.

—¿¡A dónde vas!? —le gritó Kaoru, yendo tras ella, y no tardó en alcanzarla.

Volvió a agarrarla de un brazo y la tiró al suelo de una sacudida. Cleven soltó un gemido de dolor por el golpe de la caída, y miró horrorizada a ese chico, ese chico con el que había estado muy unida, al cual había besado y llenado de palabras de amor. No era él, no podía ser él. O tal vez sí, pero ella entonces estaba ciega. Se sintió profundamente mal, tenía miedo, y peor aún, tenía tanta rabia por todo...

—¡No te acerques! —le chilló con furia—. ¡Déjame en paz!

Cuando Kaoru se agachó junto a ella, Cleven apretó los dientes y dirigió su puño contra su cara con todas sus fuerzas. No obstante, Kaoru lo detuvo con una mano y la agarró del pelo, levantándole la cabeza para que lo mirara bien.

—Eres una traidora... ¿Es que lo que pasamos juntos no significó nada para ti? Me gustabas.

—Sólo era un juguete más de tu lista —masculló—. ¿Cómo puedes jugar así con las personas? ¿Creías que jamás iba a descubrirlo o que me daría igual? Imbécil, todas tus demás "muñequitas" acabarán descubriéndolo también y te quedarás solo. ¡Solo!

Kaoru respondió con otro tirón de pelo más fuerte, y Cleven apretó los dientes y cerró los ojos.

—Nunca sucederá eso —sonrió—. Todas me adoran, tengo todo lo que ellas quieren. Belleza, pasta, fuerza e inteligencia. Tú pagarás por haberme puesto en ridículo en el instituto.

—Que te jodan —le gruñó hostil, agarrando el cuello de su cazadora. Si tenía algo de Vernoux y de Saehara en las venas, era jamás ponérselo fácil a un enemigo, aunque este fuera superior en poder.

Al chico no le gustó nada ese gesto, pues se dispuso a golpearla otra vez.

—Malditos humanos... —masculló Kaoru con fiereza—. Os odio tanto…

Cuando Cleven vio que levantaba la mano, cerró los ojos de nuevo. «Tal vez esto me lo he buscado yo sola» pensó, «Porque soy una idiota, una completa imbécil». «Que venga alguien, por favor...» suplicó, tragándose las lágrimas, no iba a darle a Kaoru el lujo de verla llorar. Deseó que Raijin apareciese en ese momento, deseó que cogiera a Kaoru de los tobillos y lo lanzase lejos de allí...

—¡Aagh! —aulló Kaoru de pronto.

Cleven abrió los ojos al instante, como platos. Kaoru ya no estaba ahí. Un fuerte estruendo la hizo mirar a su derecha, y vio cómo un árbol de los que bordeaban el paseo se partía por el tronco al chocar contra él el cuerpo de Kaoru, de manera que el árbol se desmoronó entero, impactando con los que le rodeaban. La joven soltó una exclamación de horror. No podía creer lo que veía. El cuerpo de Kaoru estaba ahí tendido, entre los trozos de madera y ramas partidas. No se movía.

—Ka... —balbució, pero enmudeció.

Oyó un paso a su izquierda y alzó la cabeza. Se estremeció al ver a una nueva persona ahí plantada, muy cerca de ella. Iba con una sudadera gris, cuya capucha ocultaba su rostro. Parecía tener la vista fija en Kaoru.

Cleven volvió a mirar a Kaoru y de nuevo al recién aparecido. Entornó los ojos, los cuales comenzaron a humedecerse por la angustia.

—¿Lo... Lo has matado? —sollozó espantada.

—Más quisiera yo —contestó el joven recién aparecido, sin apartar la vista de su víctima; Cleven, al oír eso, volvió a mirar a Kaoru, confusa—. Kaoru, levanta de una vez, cobarde.

Para mayor asombro de Cleven, Kaoru, desplomado en el suelo sobre los restos del árbol, comenzó a emitir una risa burlona mientras se ponía en pie lentamente, con la nariz sangrando. «Im... ¡Imposible!» pensó Cleven, «Con ese golpe... Nadie puede sobrevivir a semejante golpe. ¿Por qué…? ¿Qué está pasando?».

—Lo que faltaba —reía Kaoru, limpiándose la sangre—. El héroe americano. ¿Cómo tú por aquí?

—Iba a unirme a una pelea, pero al verte aquí he cambiado de idea —contestó—. Sobre todo viéndote dominado por el majin, deberías controlarlo un poco antes de salir de casa. Me alegra haberme encontrado contigo, he de saldar cuentas contigo.

—Ah, ¿sí? ¿Me dices tú lo que tengo que controlar? ¿Acaso no tienes tú el mismo problema de control?

—Yo no tengo ningún problema —masculló con rabia—. Por tu culpa mi mejor amigo ha estado jodido durante varios días. Eres un traidor a nuestra alianza. Gilipollas... Estuviste espiándonos a Dobutsujin-san, a Suna-chan, a Ka-chan y a mí en el instituto desde que comenzamos el curso, ¿cierto? Para saber quién de nosotros tenía el pergamino, y te chivaste a la MRS. ¿Crees que lo que te han pagado compensará tu castigo por ello?

—¿Tú me vienes amenazando? —masculló Kaoru—. ¿Y cómo coño sabes todo eso?

—Yo también sé espiar —sonrió—. Me pregunto qué hará tu Líder cuando se entere de lo que has hecho, traidor.

—Hah, no me asustas con esas. ¿Qué te pasa? ¿Te ha dolido lo que le he hecho pasar a tu amiguito? ¿Por eso vas a enfrentarte a mí ahora, Drasik?

«¿¡Drasik!?» a Cleven le dio un vuelco el corazón.

—En realidad eso casi no me importa... —dijo mirando a Cleven, la cual estaba atónita—... comparado con la escena que acabo de ver aquí. Esa mejilla roja y ese labio partido, ¿han sido obra tuya? —preguntó, volviendo la vista a él.

—¿Y qué si le he pegado? —sonrió Kaoru con malicia—. Es una idiota, se lo merecía por humillarme el otro día. Además, no eres quién para meterte en esto, ella es mía y haré con ella lo que me plazca. Como todos los humanos hacen con los demás. ¿Sólo ellos tienen derecho a equivocarse? Maldita injusticia.

Drasik abrió los ojos por completo, apretando los dientes, incrédulo a lo que estaba oyendo.

—¿Acaso la conoces? —siguió Kaoru—. No me digas que estás celoso. ¿Ella te gusta? Qué pena das.

—¡Cierra la puta boca! —estalló Drasik, yendo como una bala hacia él con intenciones asesinas—. ¡No voy a perdonarte lo que le has hecho a Cleven, lo hayas hecho tú o tu majin!

—Drasik... —murmuró la joven, perpleja.

Le arreó un puñetazo que dolía con sólo verlo, pero Kaoru se recuperó enseguida y le atestó una patada en toda la cara. Drasik se dobló hacia delante por el dolor, por lo que Kaoru lo sujetó de los hombros y le dio un rodillazo de lleno en el estómago. Drasik soltó un gemido ahogado, pero antes de que Kaoru diera el siguiente golpe, apoyó las manos en el suelo y levantó los pies en alto; acto seguido rotó sobre sí mismo y sus piernas se movieron como una hélice, dándole consecutivas patadas a Kaoru en toda la cara. Este cayó al suelo con gran brusquedad, y cuando vio que Drasik volvía a por él, se puso en pie de un salto y detuvo su puño con una mano.

Comenzaron a luchar con unas artes marciales impresionantes, usando unos puñetazos y patadas tan veloces y calculadas que apenas podían seguirse con la mirada. Sin embargo, ambos se defendían bien, demostrando tener unos reflejos sobrehumanos.

Cleven no podía creerlo, ni quería creer lo que veía. No podía ser real, esa lucha estaba fuera de lo normal, fuera de las leyes de la física. Por otra parte, no podía soportarlo.

—Basta... —sollozó, sin poder moverse—. Basta, por favor... Assez!

No la escuchaban, estaban demasiado empecinados en derrotarse no, sino en matarse el uno al otro. Volvía a ser como en ese sueño. Habían llegado a un punto en el que tenían numerosas heridas y sangraban por todas partes. Para ella era como una pesadilla, una pesadilla que le resultaba familiar y no sabía el porqué, pero no podía aguantarlo. Se cogió de los pelos y cerró los ojos con fuerza.

—¡Basta! —gritó con todas sus fuerzas.

Una masa arenosa, aparecida de la nada, envolvió repentinamente a los dos chicos, moviéndose a la velocidad de un ciclón. Cuando Cleven oyó sus exclamaciones de sorpresa, miró lo que estaba pasando. Quedó perpleja ante aquel torbellino de arena, el cual parecía habérselos tragado vivos.

—¿Q...? —casi consiguió pronunciar; esto ya era demasiado para ella.

No obstante, lo único que sintió antes de perder la visión y el conocimiento, fue un fuerte golpe en su nuca. Cleven se desplomó contra el suelo y de ahí ya no se movió más. El torbellino de arena cesó y dejó al descubierto a los dos chicos, tirados en el suelo tosiendo y respirando por su vida. El primero en levantar la cabeza fue Kaoru e inmediatamente reconoció a Nakuru a unos metros de distancia junto a su amiga.

—Maldita sea... —gruñó el chico, jadeando—. ¡Tienes suerte de que haya venido tu amiguita punk a salvarte! ¡Pero esto no queda así, Drasik! —le amenazó, y luego desapareció de allí.

Drasik volvió la cabeza con sobresalto para confirmar que lo que había dicho era cierto, y en efecto, Nakuru estaba ahí. Se puso en pie, asombrado, mientras ella se le acercaba a zancadas. Antes de que Drasik pudiera decir nada, Nakuru le embistió una bofetada que lo dejó de lado.

—Na... Nakuru... —musitó con perplejidad, mirándola.

—¡Te dije que no fueras a ningún sitio, te lo dije! —estalló la joven, realmente enfadada—. ¡Mira lo que ha pasado! ¡Te encuentro aquí peleándote con ese imbécil y delante de las narices de Cleven! ¿¡Es que eres idiota o qué!? —comenzó a respirar entrecortadamente, con los ojos húmedos—. ¿¡Sabes lo que me ha costado evitar que Cleven descubra lo que somos!? ¡Lo ha visto todo, os ha visto! ¡Maldita sea, he tenido que golpearla! ¡He tenido que golpear a mi mejor amiga para dejarla inconsciente! ¡No me lo puedo perdonar! ¡Y todo por tu culpa! ¡Tendrías que haber tenido cuidado! ¡No puedo confiar en ti!

—Nakuru, es... escucha... —se apuró Drasik, cogiéndola de los hombros; vio claramente que la joven estaba en mitad de un ataque de ansiedad—. Tranquilízate, por favor. ¡Lo siento! Lo que ha pasado es que me he encontrado a Kaoru aquí con Cleven, la estaba agrediendo.

—¿Qué?

—Sí —afirmó—. Cleven estaba en peligro, ese cabrón la ha tomado con ella. Kaoru estaba bajo los efectos del majin. Si no llego a aparecer, Cleven podría haber acabado mal. Por favor, créeme, no tenía alternativa. Ha pegado a Cleven.

—Kaoru... —murmuró con profundo odio, apretando los dientes y calmándose poco a poco—. Pero ahora Cleven... Lo ha visto, os ha visto en esta situación, y luchando de esa manera... ¡Y la he golpeado!

—¡Deja de alarmarte por eso, Nak! Sólo la has dejado inconsciente, por su bien. En cuanto a lo que ha presenciado, lo único que podemos hacer es pedirle a Fuujin que le borre la memoria.

—¡No! —exclamó—. ¡Si Fuujin se entera de lo que ha pasado, nos mata a los dos! ¡Sobre todo a mí!

—¿Por qué? ¿Por qué tienes miedo de que Fuujin se entere de que esa chica nos descubra? ¿Qué es lo que pasa con ella? Fuujin ha borrado la memoria de cientos de personas que han visto lo que no deben sin querer, ¡con Cleven hará igual!

«¡No, no, no!» se inquietó Nakuru, «¿¡Cómo puedo hacerte saber que Cleven es su hija si tengo prohibido decírtelo!? ¿¡Cómo lo vas a entender!? Fuujin no debe enterarse de esto, si descubre que su hija nos ha descubierto se la llevará lejos para siempre, y nunca más podré verla. Y tampoco puede borrarle la memoria sobre lo que acaba de pasar, ya borró la mayor parte de sus recuerdos desde que nació hasta que murió su madre. Borró casi 9 años de su vida; emplear otra vez la Técnica puede afectar a su cerebro. Por eso me encargó a mí que la vigilara y la mantuviese alejada de esto por encima de todo. El maestro me odiará por lo que ha ocurrido, no volverá a confiar en mí, le he defraudado...».

—Nakuru... —la llamó Drasik al verla tan angustiada—. Oye... No te preocupes, si tan importante es para ti que Cleven no nos descubra y que Fuujin no se entere de esto, pensaremos en algo. Esperemos a que despierte. Si lo recuerda todo, acudiremos a Denzel.

—¿Para qué?

—Para que le borre la memoria él. Denzel también puede hacerlo, al fin y al cabo es su Técnica.

Nakuru se quedó en silencio un rato, reflexiva. Pensó que quizá, si lo hacía el propio Denzel, tal vez pudiera borrarle la memoria a Cleven sin dañar más su cerebro, de algún modo.

—De acuerdo —dijo Nakuru al fin—. Acudiremos a Denzel en ese caso.

—Bien.

Miraron a Cleven, tendida en el suelo. Por un momento, Drasik sintió una extraña sensación familiar que hizo que sus mejillas se ruborizasen. Ya era la segunda vez que le pasaba, un sentimiento extraño al mirar a Cleven, como si esa persona reflejada en sus pupilas hubiese sido una vez la persona más importante del mundo para él.

—Drasik, vuelve a casa —le ordenó Nakuru mientras cogía a Cleven a caballito.

—¿Qué? —saltó.

—Que vuelvas a tu casa y te quedes allí. Déjalo ya por hoy.

Dio media vuelta y fue a salir del parque en dirección al hotel.

—Pero... Nakuru... —insistió Drasik.

—Es una orden —le cortó, y se perdió de vista.

Drasik suspiró largamente, chafado. Le dolía todo el cuerpo magullado. Nakuru tenía razón, ya valía por hoy. Aunque, con respecto a Kaoru, las cosas no iban a quedar así.

Nakuru llegó a la puerta del hotel con su amiga en brazos sin ser vista por nadie. No había ningún transeúnte por la calle a esas horas de la madrugada. Observó el interior a través de la puerta de cristal. En la zona de recepción había un hombre y una mujer detrás del mostrador, haciendo guardia, y luego se fijó en las cámaras de seguridad que había implantadas en varios puntos del lugar. No, no podía entrar allí con Cleven en ese estado. Aquellos recepcionistas harían preguntas, y las cámaras seguramente estaban controladas por el Gobierno, como en muchos otros sitios públicos, lo que las personas normales ignoraban. Tendría que hacerlo de otro modo.

Se alejó unos pasos por la acera para tener una mejor vista de la fachada. Buscó en el bolsillo del abrigo de Cleven la tarjeta de su habitación y vio el número. Calculó el posible número de habitaciones que podría haber en cada piso y determinó que una de las ventanas de allá arriba en concreto era su habitación.

Antes de ponerse en movimiento, respiró hondo, cerrando los ojos, asimilando todo lo que había pasado hasta ahora. Debía tranquilizarse y dominar sus emociones, sólo tenía que esperar a mañana e iría a verla al hotel con la excusa de quedar con ella. Con un poco de suerte, con eso Cleven sospecharía menos. Tendría que estudiar bien las palabras, gestos y movimientos que haría frente a ella.

Terminó por calmarse del todo y sujetó bien a Cleven en sus brazos. Echó un último vistazo en derredor para asegurarse de que no había nadie que pudiera verlas. Entonces, su ojo izquierdo brilló de luz naranja y, con su iris, dominó la piedra de granito que recubría la fachada del edificio, haciendo que emergieran pequeños bloques de la pared a modo de escalones. Los subió corriendo hasta el pequeño balcón de la habitación de Cleven, y los bloques improvisados volvieron a encajarse en la fachada quedando tal y como estaba antes.

Abrió la puerta del balcón con una ganzúa que los iris siempre llevaban encima y se metió dentro. La tendió sobre la cama, le quitó sus zapatos y su abrigo y la tapó con el edredón. En ese momento, no pudo evitarlo. Se quedó largo rato ahí junto a la cama, reflexiva, observando a Cleven. Luego se sentó a su lado y le apartó un mechón de pelo de la cara, acariciando su frente. «Siento que hayas tenido que vivir esto» pensó Nakuru. «Es un mundo peligroso, el de los iris. Añoro cuando formabas parte de él… pero no soporto cuando este te perjudica o te hace daño».

Le limpió la sangre del labio partido con un algodón que encontró en el cuarto de baño y después le dio un beso en la frente. Nakuru la quería muchísimo. De no ser porque no saldría bien, se enamoraría de ella por completo. Pero aquella amistad era perfecta para ella, y jamás debería romperse.

Se puso en pie, optando por marcharse ya a casa, pero, antes que nada, apartó la mesilla de noche de la cama unos centímetros y cogió la guía telefónica. Se la quedó mirando detenidamente. «Buscas a tu tío, ¿eh?» sonrió. «Sinceramente, ajena a lo que piense Fuujin... Espero que os encontréis». Dejó, pues, la guía en el suelo, entre el hueco que había de la mesilla a la cama, y se marchó por el balconcillo, cerrando la puerta tras ella.



* * * *



Agatha dormía apaciblemente en su cama, soñando con los buenos recuerdos de su larga vida de siete siglos y medio. Habrá quienes se pregunten, ¿con qué sueña una persona que ha sido ciega toda su vida? ¿Su mente le muestra imágenes de personas, de lugares? No. En los sueños de alguien como Agatha, se reproducían sonidos, sensación de olores y texturas.

Ahora estaba soñando con Charles, su primer marido, y con sus dos primeros hijos que tuvo con él, Evans y Elizabeth, cuando eran pequeños. Oía sus voces y sus risas, y el ruido de carros de caballo, estaban en las calles del Londres del siglo XV. Sentía a Evans cogiendo su mano, fue un niño muy dulce y posteriormente un buen hombre. Denzel descendía de él. Pero, de pronto, Evans empezó a ponerse muy pesado en su sueño, comenzó a llamarla sin parar, no “mamá”, sino por su nombre, una y otra vez. Agatha, Agatha...

—¡Agatha! ¡Agatha! —exclamó Daisuke, dando tirones en la manta—. ¡Despierta!

La anciana despertó a duras penas, reconociendo la voz del niño.

—Por última vez, Daisuke... —musitó con paciencia, sin moverse lo más mínimo—. Lo que hay debajo de la cama es una bola de polvo de grandes dimensiones, no un gremlin.

—¡No es eso! ¡Es Clover! ¡Le pasa algo! ¡Ven!

—¿Qué demonios...? —rezongó la taimu con cansancio, levantándose de la cama y cogiendo su bastón.

Siguió al niño hasta la habitación donde dormían y la anciana se sentó al borde de la cama. Palpó a Clover suavemente con la mano y notó que estaba dormida, respirando tranquilamente.

—¿Qué ocurre? —preguntó—. Está durmiendo, no le pasa nada.

—¡No, no! —saltó una y otra vez, nervioso—. No se despierta. La llevo llamando desde hace un rato y moviéndola y... y llamándola y moviéndola... para que me acompañase a por una vaso de agua y... ¡no se despierta! Antes no le pasaba esto. Siempre vamos juntos cuando vamos a por un vaso de agua... Y Clover es de las que se despiertan con sólo un ruidito...

Agatha frunció el ceño. Era verdad, con las voces que Daisuke estaba dando todavía, la niña parecía no inmutarse lo más mínimo. Así que trató de despertarla ella por si acaso.

—Clover... —la movió—. Clover, despierta.

Siguió así un rato, pero la pequeña seguía tal cual. Entonces, la anciana supo con seguridad que algo no andaba bien. La cogió en brazos y le acarició varias veces la cara, examinándola. Era muy extraño, parecía estar perfectamente, dormida sin más, pero el hecho de no reaccionar con las voces y los meneos era muy raro en ella. Daisuke se subió a la cama, inquieto, para verla mejor.

—Clover... —volvió a llamarla la anciana, acariciando su pelo.

—¡Ah! —pegó Daisuke un respingo.

—¿Qué? —saltó Agatha.

—Ha abierto los ojos un poco, los ha abierto, pero...

—¿Qué, qué? —se impacientó.

—Están en blanco... —se asustó—. Y parpadea de vez en cuando muy rápidamente. ¿Eso es malo? Dime, ¿es malo?

La anciana puso cara de extrañeza. Clover parecía seguir dormida, pese a haber abierto los ojos, y al escuchar que estaban en blanco y que pestañeaba rápidamente, era como si la niña estuviese en trance. Preocupada, volvió a dejarla tumbada en la cama y cogió el teléfono.

—Voy a llamar a un médico.

—¿Tiene fiebre?

—No. Pero a lo mejor un médico puede aclararnos esto mejor que tú y que yo. Creo que está bien, pero quiero asegurarme. —Esperó unos segundos con el auricular en la oreja hasta que alguien contestó—. Sí, buenas noches. Por favor, querría que enviasen a un médico de guardia a...

Mientras daba la dirección, Daisuke se limitó a no quitarle el ojo de encima a su hermana, bastante asustado, preguntándose qué podría pasarle. Sólo apartó la mirada cuando Agatha colgó el teléfono.

—Ahora mismo mandan a un médico —lo tranquilizó—. No te preocupes, Clover está bien. En diez minutos está aquí, ¿vale?

—Vale, vale —asintió enérgicamente.

Esperaron diez minutos sin apartarse de la pequeña, vigilando que no surgiera ninguna anomalía, y por fin llamaron al timbre. Agatha se levantó de la cama, pero Daisuke ya había salido escopetado de la habitación y, al llegar a la entrada, abrió la puerta de golpe. El hombre con el que se encontró al otro lado se sorprendió un poco al ver ese ímpetu. Era un hombre esbelto, de pelo corto y marrón oscuro, piel clara y lisa y unos ojos azules como el hielo. Vestía con traje negro y corbata, portando un maletín, y su profunda mirada y serenidad impresionaban.

—¿Eres el médico? —preguntó Daisuke.

—Sí —contestó él.

—¡Corre, mi hermana está arriba! —lo cogió de la mano y lo arrastró al piso de arriba, donde aguardaba Agatha.

—Buenas noches —lo saludó—. Gracias por venir.

—Buenas noches —contestó el hombre, todavía sorprendido por la inquietud del niño—. ¿Dónde está la niña?

Agatha lo condujo hacia la habitación, donde ya estaba Daisuke subido a la cama de nuevo, pegado a su hermana y mirando intensamente al médico. Entonces el hombre se acercó a ella y se sentó al borde para examinarla.

—No parece estar enferma —le explicó la anciana.

—No, desde luego —aseguró él, contemplando los ojos de Clover—. Es muy extraño, diría que se trata de un ataque de epilepsia, pero faltarían más síntomas de los que ahora presenta. Su respiración es normal.

Se quedó un rato en silencio mientras oía los latidos del corazón de Clover con el fonendoscopio.

—Todo está bien, ni siquiera hay arritmia leve —dijo, separándose de ella—. No deben preocuparse, es un efecto del inconsciente, les pasa a muchas personas cuando sueñan. Un sueño muy profundo. Por eso a veces no despiertan ni con ruido ni con movimiento. Es como un trance.

—Menos mal —se alivió la anciana—. ¿Y no puede hacer que vuelva a tener los ojos cerrados?

—No —sonrió—. Si se trata de esto se le pasará, que siga durmiendo y por la mañana despertará perfectamente.

—Gracias, nos ha ayudado mucho saberlo —suspiró Agatha—. Estos dos están a mi cargo durante un tiempo, no quiero que les pase nada, ¿comprende?

—Claro —volvió a sonreír—. ¿Cómo se llama la pequeña?

—Oh, se llama Clover Saehara.

—¡Y yo soy su hermano Daisuke! —exclamó el niño, para dejarlo bien claro.

El hombre se quedó un momento como paralizado, con el ceño fruncido.

—¿C... Cómo ha dicho? —preguntó, rascándose la cabeza, abrumado—. ¿Saehara?

—Sí. Yo soy Agatha. Sólo falta presentarse usted —casi rio.

El médico seguía con la boca abierta cuando desvió un momento la mirada hacia la niña, y luego hacia Daisuke.

—Lex... Lex Vernoux —respondió.

—¡Oh! —exclamó Agatha con gran sorpresa—. ¿En serio? ¿Lex? Dios mío, ¡no te he reconocido ni la voz! ¡Oh! —empezó a palparle la cara, encontrando las gafas de Hideki, luego los hombros—. ¡Pero mira qué alto te has puesto! ¿Pero qué años tienes ya?

—25. Siento no haberla recordado al verla, Agatha —dijo Lex, dejándose palpar, pues sabía que esa era la forma que tenía ella de “ver” a alguien—. Tengo un problema con los recuerdos lejanos... de la gente que conocía entonces.

—Sí, lo sé. Algo he oído de eso, no te preocupes —asintió.

Lex volvió a desviar la mirada, algo reservado. Observó a los dos niños, en especial a Daisuke, que se había tumbado junto a Clover.

—Es idéntico a él... —murmuró con asombro.

Lex se puso en pie y se quedó junto a Agatha, mirando ahora a Clover.

—Dígame, ¿ella lleva así mucho rato? —quiso saber.

—Una media hora —contestó la anciana—. ¿Por qué? ¿Podría tratarse quizá de terrores nocturnos? ¿O parálisis del sueño? He oído hablar de esas cosas...

—No, la pequeña Clover no está padeciendo nada de eso. Para tener parálisis del sueño, ha de estar despierta y no poder moverse. La actividad neuronal de una persona durante el sueño MOR es similar a la de alguien despierto, y la frecuencia cardiaca y respiratoria son irregulares. Pero esta pequeña parece tranquila y con ritmos normales y constantes. Debería tratarse del sueño MOR intenso porque es lo más común, pero por estas diferencias parece que es otra cosa. No estoy seguro de haber tratado algo así con estas características y con esta duración.

—Vaya, Lex —dijo Agatha con asombro—. Creía que eras médico general.

—Sí. Pero también soy neurólogo.

Permanecieron un rato en silencio, en el que Lex estuvo reflexionando. Mientras tanto, Daisuke le cogió la mano a su hermana y vio que llevaba una pulsera puesta.

—Clover, papá dice que no durmamos con estas cosas puestas, cortan la circulación —le dijo, aunque sabía que no le oía, y le desabrochó la pulsera, dejándola en la mesilla—. Oh... —musitó—. Señor médico, mira, ya está dormida bien.

Lex observó que los ojos de Clover se cerraron por fin y siguió durmiendo tranquilamente, mientras Agatha emitía un murmullo de conformidad y Daisuke le sonreía abiertamente, contento. Sin embargo, al joven médico seguía extrañándole el trance de la niña. Por un momento dirigió la mirada hacia la pulsera que Daisuke había dejado sobre la mesilla. No obstante, sin darle más vueltas, asumió que ya había pasado y que todo volvía a ser normal.

—En fin, pues me marcho, no quiero molestarlos más —declaró, cogiendo su maletín—. Querrán seguir durmiendo. Si pasa algo más, vuelva a llamarme, Agatha.

—Gracias, Lex —le sonrió la anciana, y lo acompañó hasta la puerta después de acostar a Daisuke otra vez—. ¿Sueles trabajar a estas horas?

—En realidad estoy sustituyendo a un compañero que no ha podido venir —contestó, abriendo la puerta, pero antes de salir se dio la vuelta una última vez y miró hacia el piso de arriba.

Agatha se dio cuenta de esto, a pesar de que no lo veía, pero lo intuyó.

—Es la primera vez que ves a tus primitos, ¿verdad? —le preguntó.

—Mis primos... —repitió Lex casi sonriendo, cerrando los ojos—. Yo ya sabía que tenía dos pequeños primos mellizos, pero esta es la primera vez que los conozco. Clover y Daisuke... Me alegra saber que viven bien, parecen sanos y buenos niños. Y parecen felices.

—Sí, lo son —asintió Agatha—. Aún son muy pequeños para saber que su padre en realidad no es como los demás padres.

—¿Cómo está mi tío? —quiso saber Lex, ansioso—. Llevo varios años sin verlo. Sé que le han pasado cosas malas y nunca he tenido ocasión de dar con él...

—Bueno... —titubeó—. Tu tío Brey está bien. Pero... sé que hay cosas que todavía no ha superado. Como la muerte de tu madre. Yo lo ayudo a cuidar de los niños, y los demás también. ¿Y tú como estás, Lex? —preguntó con cara pesarosa, pensando que era oportuno sacar el tema—. He oído por ahí... que no te hablas con tu padre desde hace años. Me gustaría saber por qué. Os conozco a todos desde siempre. Y tú parece que no has hablado con nadie de ello en mucho tiempo.

Lex dio un breve suspiro y miró dubitativo a la anciana, sin saber qué decir. Le había preguntado sobre un tema con el que llevaba cargando siete años. Y la verdad, no había tenido a muchas personas con quien hablarlo, no era algo que se pudiese hablar con cualquiera. Pero Agatha era una persona que podía comprenderlo, y el hecho de que ella le sacara el tema, de repente le hizo sentir ganas de soltarlo.

Agatha descifró el significado de su silencio intranquilo. Sólo le bastó hacerle un gesto con la mano para indicarle que volviera a entrar en la casa, y Lex lo hizo. Agatha fue a la cocina a coger un par de tazas de té que ya tenía preparado de antes y ambos se sentaron en la mesa del comedor. Lex no levantaba la mirada de su taza, con aire apesadumbrado.

—Dime, Lex. ¿Por qué os peleasteis tu padre y tú?

—Porque tras morir mi madre, me borró la memoria, y a los dos días la recuperé de golpe —respondió sin más.

—¿Su Técnica falló en ti? —se sorprendió—. Eso es imposible, esa técnica de Denzel es infalible sobre todas las personas. ¿Y cuál es el problema, pues?

—Lo que me cabrea es que tratase de borrar mi memoria sin mi permiso —le explicó el joven, sin poder contenerse—. Trató de meterme nuevos falsos recuerdos. Trató de hacerme creer que mi madre murió de una enfermedad, y lo mismo con mi tío Sai. Trató de hacerme olvidar a toda mi familia. Trató de hacerme olvidar que él es Fuujin y toda la vida que hemos vivido relacionados con la Asociación. Borrándome esos recuerdos, me borró sentimientos y pensamientos del pasado, cosas que son mías. Tal vez, lo que más me dolió, es que tratase de hacerme olvidar a mis abuelos y a mis primos Lao.

Agatha arrugó la barbilla, sabiendo a qué se refería.

—Ellos... —resopló Lex con cierta rabia—. Mi abuelo Kei Lian, mi abuela Ming Jie… Mis tíos Sai y Suzu… Mis primos Mei Ling, Kyo… y You. Son mi familia, he crecido con ellos. Cuando me enteré el año pasado de que Yousuke murió... —apretó los puños, y luego suspiró—. Joder... Fui al funeral con mi padre y con los Lao, pero Cleven y Yenkis no vinieron, ellos ni siquiera sabían de la existencia de Yousuke, no le recordaban... Sé que Kei Lian y Ming Jie no son los verdaderos padres de mi padre, pero ellos lo adoptaron cuando era pequeño, lo acogieron en su familia, que también es mi familia y la de mis hermanos. Yenkis no recuerda nada porque era muy pequeño. Pero a Cleven también le borró la memoria, y a diferencia de mí, mi hermana sigue sin recordar nada, y a nadie. Me duele, porque Cleven amaba con toda su alma a todos ellos, y a la familia de mi madre también. Pero mi padre se los ha quitado, tanto de la mente como del corazón. Pretendió hacer lo mismo conmigo, directamente, sin hablarlo primero. ¿Y por qué? Porque cuando murió mi madre, mi padre decidió cambiar radicalmente nuestras vidas, decidió rendirse y llevarnos a Cleven, a Yenkis y a mí al hoyo donde se hundió.

Agatha agarró su mano suavemente sobre la mesa.

—Lex, querido… Sabes que esa no es la razón. Todo fue para protegeros. Ya que los… asesinos de tu madre… —dijo con cuidado—… todavía nadie sabe de dónde aparecieron o quiénes fueron. Pero resultaron ser unas personas que representaban un peligro global. Nadie sabe cómo, pero estaban destruyendo Tokio con esas explosiones inexplicables y matando gente, y los iris no encontraban la manera de frenarlos… Tu madre hizo lo que mejor sabía hacer y lo que deseaba hacer, que era proteger a los demás, sobre todo a su familia. Cuando descubrió que era ella a quien buscaban, se entregó sin dudar… y fue cuando esas misteriosas personas pararon de atacar la ciudad.

Lex se quitó un momento las gafas para secarse los ojos con la manga de la chaqueta.

—Tu padre tuvo el pensamiento más racional. Todo apuntaba a que esas personas eran enemigos de la Asociación y no podía dar por sentado que realmente habían quedado satisfechas tras asesinar a tu madre. Tu padre temía que algún día volvieran a aparecer para seguir matando a las personas más relacionadas con tu madre. Le daba pavor la idea de que esos tipos reaparecieran algún día y os buscasen a ti y a tus hermanos para daros el mismo destino que a vuestra madre. Y por eso, cortar toda relación con la Asociación y con el resto de iris era lo más seguro. Incluso si eso significaba cortar vuestra relación con el resto de vuestros familiares.

—Ya lo sé… Todo eso ya lo sé… Pero podía haber usado otra solución. Podría habernos explicado a Cleven y a mí todo esto y pedirnos simplemente que tuviéramos más precaución y que nos relacionáramos con nuestros familiares iris con poca frecuencia y de la forma más discreta posible y…

—¿Simplemente? —repitió la anciana—. Vamos, Lex… ¿Crees de verdad que pediros una cosa así es sencillo? No… Para nada. ¿Crees que tu hermana y tú habríais sido capaces de cumplir esa regla, de no poder ver ni contactar con el resto de vuestra familia? Habría sido doloroso vivir así.

—Pero…

—No justifico a tu padre por decidir borraros la memoria. Es una solución injusta. Pero… ¿qué otra podía haber, cuando ves que absolutos desconocidos han asesinado a tu mujer y no tienes ni idea del porqué, cuando sabes que semejante peligro desconocido e imprevisible podría reaparecer para quitarte a tus hijos por cualquier otra razón… y cuando tú mismo te convertiste en un peligro mundial y destruiste medio Japón bajo los efectos de tu majin? Nadie tiene una respuesta a esta pregunta, porque lo que les sucedió a tus padres no tiene precedentes. La muerte de tu madre es la más misteriosa junto con la del padre de Yako.

Lex se quedó en silencio, mirando el líquido oscuro del té en su taza, afligido.

—Creía que él… contaría conmigo para intentar solucionar las cosas —murmuró—. Creía que él me veía lo suficientemente fuerte para hablarlo conmigo… pero… vino directamente hacia mí… sin decir ni una sola palabra… mirándome directamente a los ojos con su luz blanca, preparado para borrarme la memoria… así sin más… de repente…

—Lex, tu padre te ve como el humano más fuerte del mundo.

—No es verdad…

—No es ninguna novedad, para los que te conocemos desde que naciste, la cantidad de veces que nos has sorprendido. Tu increíble capacidad para comprender, asumir y aceptar las cosas, los cambios, los problemas y los enigmas… Todas las veces que tu familia ha sufrido una pérdida, todos se hundían, pero tú, muchacho, tú permanecías en pie, recto, con la barbilla alta. Estabas tan destrozado como los demás, pero inexplicablemente mantenías tu mente sólida y de una pieza, para convertirte en la roca donde los demás necesitaban apoyarse. Las mentiras, engaños, tentaciones, manipulaciones… todas esas cosas ante las que cualquier humano ha sido débil alguna vez, jamás han tenido efecto en tu poderosa mente. Por no hablar de que recuperar la memoria dos días después de que alguien te hiciera esa Técnica de Denzel ¡ya es algo imposible!

—¡Pues al parecer mi padre aún me veía demasiado frágil para soportar el cambio! —exclamó con rabia—. Creyó que no lo entendería, que no lo asumiría ni aceptaría, cuando llevo toda mi vida demostrándole una y otra vez que yo puedo soportar cualquier cosa, que yo puedo aguantar cualquier cambio necesario para proteger a mi familia, que yo podía ayudarle a sobrellevar ese cambio y proteger a Cleven y a Yenkis junto a él… Y ni siquiera… —sollozó levemente, cerrando los ojos—. Ni siquiera se paró delante de mí para hablarme… para hablar conmigo de la solución que quería llevar a cabo…

—¿De qué habría servido hablarte primero, si tras borrarte la memoria no recordarías siquiera que hablaste con él de ello?

—No se trata de eso… No se trata de si luego lo olvidaría o no… Se trata de que él no me dio esa opción. No me dio ningún voto de confianza. No lo habló conmigo para, simplemente, conocer mi opinión o lo que yo pensaría al respecto. Aunque él contaba con que yo no recordaría esa conversación… el hecho de decidir no tener esa conversación conmigo… es lo que más me dolió de él. Si tan sólo se hubiera sentado conmigo y me hubiera empezado a explicar que quería borrarnos la memoria y los poderosos motivos… y preguntarme mi opinión, o mi permiso… yo seguramente habría comprendido totalmente esos motivos y lo habría aceptado, pero quería decírselo yo, que estaba de acuerdo, que le daba permiso… No me concedió ni eso. No quiso saber qué le habría respondido yo.

Agatha no dijo nada, porque comprendió perfectamente lo que estaba describiendo Lex, ese tipo de sentimiento, de decepción y traición.

—Ahora… la sola idea de que mi padre podría borrar mi memoria de nuevo o la de otra persona con tanta libertad y sin previo aviso… es aterradora… —suspiró Lex, intentando serenarse—. Da miedo… que pueda hacer algo así sin que te des cuenta…

—Él jamás volvería a hacer algo así —refutó Agatha con firmeza.

—¿Cómo saberlo?

—Lo sé, niño. Porque he vivido más de siete siglos y medio en esta esfera y con millones de humanos e iris con los que me he cruzado. Y tu padre es la persona más especial que he conocido.

—¿La más especial? Sé que es algo excéntrico, pero ¿qué puede tener como para considerarlo la persona más especial?

—Neuval es todo un misterio. Lo lleva siendo desde que Lao y Denzel lo trajeron al Monte Zou y a la Asociación. Podría pasarme la noche entera enumerando las mil razones por las que tu padre me parece un espécimen único. Pero sólo te diré que el amor que él siente por sus hijos, además de inconmensurable, es un poco peligroso. Porque él lleva toda su vida arrastrando un trauma personal respecto a lo que es tener un mal padre. Cuando tú naciste, él se juró a sí mismo y a tu madre no parecerse jamás a Jean y hacer todo lo posible e imposible por nunca haceros daño o arruinaros la vida.

»Pero entonces, sucedió la complicada muerte de tu madre, y tu padre se vio rodeado de miedos, pánico, enormes dilemas. Tuvo que hacer una acción desesperada en un momento crítico, la más difícil de su vida. Y cuando vio que a los dos días la Técnica falló en tu mente y recuperaste de nuevo la memoria, y vio lo mucho que eso te destrozó… Tu padre se quebró por dentro por el peso de la culpa y del horror. Quizá, si la Técnica hubiese funcionado bien en ti, todo habría salido bien, tú nunca habrías sabido lo que te hizo, y habrías vivido en una vida feliz y segura. Pero no fue así. La Técnica salió mal en ti. Y ya es algo que tu padre jamás se perdonará. Porque siente que ha actuado como Jean.

—¡Eso es demasiado! —discrepó Lex—. Es cierto que lo que me hizo me ha jodido bastante, pero hasta yo sé que eso no tiene ni punto de comparación con lo que Jean le hizo a él. Si mi padre se quedó con esa estúpida idea en la cabeza, debería quitársela. Compararse con Jean es pasarse de la raya.

—Le es difícil desprenderse de esa idea. Neuval dejó a Jean a 35 años de distancia en un pasado lejano, pero su recuerdo aún le persigue. Por eso, Lex, lo que trato de decirte, es que tu padre ya ha sufrido las consecuencias de lo que te hizo. No volverá a intentar hacer algo así ni contigo ni con nadie. Él ya se impuso la norma de nunca más usar la Técnica de Denzel de Telepatía y Borrado de Memoria sobre sus seres queridos y amigos sin permiso previo.

Lex se recolocó las gafas sobre la nariz y suspiró, sin decir nada.

—Lex, considera darle una oportunidad —Agatha le puso una mano en el hombro—. Sé que el fallo de la Técnica te dejó secuelas y que te complica mucho aceptar una de las dos realidades a las que tu memoria se vio forzada. Sé que hay una versión de ti que ve a la Asociación y a los iris como algo malo y desconocido luchando contra esa otra versión de ti que ve a la Asociación y a los iris como algo bueno y familiar. Pero sé que este pequeño trastorno de memoria se arregla con el tiempo. Y ya han pasado siete años. Así que… si te encuentras una vez más lo suficientemente fuerte para recuperar el control absoluto de tu asombrosa mente, de lo que deseas, de lo que sientes, considera perdonar y recuperar aquel lazo roto.

Lex asintió en silencio, y después la miró sin saber muy bien qué decir o qué cara poner. Durante los minutos siguientes no dijeron ninguna palabra más, tan sólo se limitaron a terminar de beberse el agradable té caliente. Después, Lex recogió su chaqueta y su cartera, y Agatha lo acompañó a la puerta.

—Gracias por haber hablado conmigo de esto, Agatha. Creo que lo necesitaba. Quiero convencerme de lo último que ha dicho —suspiró por la nariz de nuevo, y la anciana le sonrió con ánimo—. Bueno. Por favor, no le diga a mi tío Brey que he venido aquí, se preocuparía innecesariamente… y quizá le resulte un poco incómodo. No quiero que se sienta obligado a nada sólo por saber que he tenido contacto con sus hijos de esta forma tan imprevista.

—Descuida. Lo entiendo. No quiero meterme en más líos familiares de los necesarios.

Lex asintió con gratitud, Agatha le respondió con otro asentimiento, y entonces se marchó.





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