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1º LIBRO - Realidad y Ficción

45.
Reconciliación

Llegó el domingo. El día anterior había pasado rápido y tranquilo. Quizá fuera porque la discusión con Nakuru lo saturó, o quizá porque tenía, de todas formas, un recado pendiente que hacer en la universidad, que podía hacer cualquier otro día, pero Raijin salió de casa a la hora de comer usando este asunto pendiente como motivo y no volvió en toda la tarde. Obviamente, ese papeleo de la universidad no le llevó más de una hora, pero después de eso se puso a patrullar la ciudad y a patear el culo de varios delincuentes que encontró atracando a unos inocentes, o amenazando al vendedor de una tienda, o causando problemas por otros lados. No le hizo caso al móvil en toda la tarde ni vio a nadie.

Por eso, Nakuru invitó a Cleven a comer a su casa y así distraerla de ese pequeño y extraño mal humor de su tío. El padre de Nakuru las acompañó y se quedó tranquilo al escuchar de la propia Cleven sus intenciones de ir a hablar con su padre mañana.

Al anochecer, Nakuru acompañó a Cleven de vuelta a la casa de Raijin. El susodicho ya estaba allí, haciendo la cena. Y parecía más sosegado. Cuando Cleven subió a la planta de arriba para ir al baño, Nakuru aprovechó y se acercó un momento a la puerta de la cocina. Raijin la ignoró, muy concentrado en controlar la carne que asaba en una sartén y las verduras que cocía en una olla.

—¿Qué opinas del resultado? —le preguntó Nakuru.

—Estoy ocupado.

—Brey, las cosas se van a poner feas a partir de ahora. Quiero saber si tienes alguna nueva pauta de precaución que darnos, o si crees necesario hacer cambios en nuestra actividad.

—Ay… —suspiró, dándose la vuelta hacia ella, secándose las manos con un trapo—. ¿Se puede saber de qué hablas?

—¿Qué? —brincó sorprendida—. ¿No has visto las noticias en todo el día de hoy? ¿No has mirado tu móvil?

—¿Puedo tomarme un respiro al menos una vez al mes?

—¿Justo el día en que Takeshi muere y ha salido elegido el nuevo ministro?

Raijin se quedó petrificado. Demonios… Era verdad… ¡Lo había olvidado por completo! ¡Ayer se suponía que lo anunciaban! Miró a Nakuru con tensión.

—¿Takeshi ha muerto?

—Un simple infarto, confirmado por los médicos. Pero todos sospechamos que hay algo ahí que no encaja.

—¿Y el resultado? —dio un paso hacia ella, ansioso—. ¿Norie…?

—No —negó Nakuru enseguida, cerrando los ojos—. Por desgracia, ella no ha salido elegida. Hatori es el nuevo ministro.

Raijin hizo un gesto de fastidio, dejando el trapo sobre la repisa con una sacudida brusca, y siguió cocinando.

—No sé qué habría sido peor… —masculló.

—Obviamente, Hatori es la peor opción, Raijin, y Norie era la mejor candidata posible para nosotros.

—Habla por ti. Tú no estás atada a Norie de por vida. Ni te ha tratado como a una delincuente o a una degenerada. Ni te culpa de la muerte de su hija.

—¿Quién no tiene roces con su suegra?

—No es mi suegra —gruñó el chico—. Por muy madre de Yue que fuese, o por muy abuela de Clover y de Daisuke que sea. Ella y Joji son un dolor en el culo que aguantaré toda la vida por su maldito derecho a ver y relacionarse con los mellizos casi todos los fines de semana y festivos. Si Norie fuese ahora la ministra, sería cuestión de semanas o meses que acabase descubriéndome a mí y la existencia de los “iris”.

—Sólo quiero saber si tendremos que hacer cambios en la KRS y nuestro modo de actuar.

—Ya lo hablaré con Lao cuando pueda. Aunque de todas formas no hará falta, seguro que ese chiflado ya vendrá con cambios preparados para nosotros.

Nakuru no entendió eso último. Raijin a menudo solía referirse a Neuval como “el loco chiflado” y ese tipo de términos, pero para ella no tenía sentido qué tenía que ver su ex-Líder exiliado con traer novedades a la KRS.

—¡Nak! —apareció Cleven acercándose a ella felizmente, abrazándola por detrás—. Ya me he puesto cómoda. ¿Quieres quedarte a cenar?

—Sólo he hecho comida para dos —gruñó el rubio.

—¡Sé amable! —le reprochó Cleven.

—¡Hahah…! —se rio Nakuru—. Puedo ver que estás bien cuidada aquí, Cleven. No te preocupes, yo ya me voy a casa, quiero terminar los deberes esta noche. No te olvides de envolver para regalo el suvenir que le compramos a Raven en el festival, se lo daremos el lunes en clase.

Y ahora, en el amanecer del domingo, Cleven se levantó un poco temprano para hacer lo que había dicho que haría: ir a su casa a recoger el resto de sus cosas y hablar con su padre. Así que se vistió y aseó con energía, esa energía que aún tenía, motivada por el hecho de estar viviendo una nueva vida, de haber escapado y roto con la rutina anterior.

Al meterse en el baño para peinarse, reparó por primera vez en el vaso que había en una estantería, donde reposaban dos cepillos de dientes de colores, con un muñequito cada uno en el extremo del palo, muy monos. Se los quedó mirando, sin saber ya qué pensar. Lo de los cereales de conejitos y perritos, las tacitas de colores, el gorila de peluche, y ahora eso… No. No caía.

Por un momento se acordó de la otra puerta cerrada del pasillo por la que todavía no había entrado, la cual tenía colgadas la letra C y la letra D de colorines. Que no, que no caía, no tenía ni idea de qué podía significar aquello.

Cuando Cleven salió del baño, se paró un momento frente a la puerta del cuarto de su tío, dubitativa. Finalmente, se dejó llevar y la abrió con sumo cuidado. Se asomó un poco, y después entró con discreción.

—Caray... —musitó perpleja, observando el interior.

Era una habitación muy amplia. Toda la pared de la izquierda estaba ocupada por una larga mesa con estanterías llenas de libros de Medicina y derivados temas, aparatos de música y un par de ordenadores. Al frente, un ventanal y una puerta que daba a un balconcito. A la derecha, una cama grande donde dormía el chico, y, por último, una puerta que conducía a su propio cuarto de baño.

Pero lo que de verdad sorprendió a Cleven era el orden, el orden absoluto de toda la habitación. Todos los objetos parecían estar colocados con precisión donde debían estar, todos los libros estaban ordenados alfabéticamente, todo predispuesto al milímetro, limpio, impecable. «Tío Brey resulta ser una persona supermetódica y organizada con los objetos. Me recuerda a papá».

Se acercó a él, clavando una rodilla al borde de la cama y mirando por encima de su hombro. Soltó un murmullo de afecto. Le hizo una leve caricia en el pelo y fue a marcharse, pero al apoyar el pie en el suelo, notó que pisaba un papel liso. Extrañada, miró al suelo y vio en la penumbra lo que parecía ser una fotografía, medio oculta bajo la mesilla de noche. La cogió y frunció el ceño.

En esa vieja foto vio a su madre sonriente, bastante joven, y abrazaba por detrás a un niño pequeño, rubio y con cara de malas pulgas. Vale, eran su madre y su tío, pero lo que más le llamaba la atención era la tercera persona que estaba al lado de su tío. Viendo su cuerpo, adivinó que era otro niño, un poco más grande, sin embargo, era imposible descifrar su cara. Esa parte, al parecer, estaba rota, como si se hubiese rasgado fuertemente con un bolígrafo sobre el rostro de ese niño.

«¿Qué ha pasado aquí?» se preguntó, «¿Quién será este niño que está con mamá y con el tío? ¿Esto lo ha roto el tío Brey?». Mirando a un lado y a otro con confusión, dejó la foto donde la había encontrado y salió de la habitación, después de dejarle sobre la mesilla una nota diciendo que se iba a su casa y que volvería por la tarde. Ya se lo había dicho ayer, pero por si acaso. Él dijo que entonces iría a hacer la compra, como cada domingo, y luego que tenía que ir a cierto sitio a recoger a alguien. Cleven no le preguntó acerca de eso.

Salió a la calle y cogió el metro, empezando a pensar qué iba a pasar con Hana y con su padre cuando hablase con ellos. Ahora se sentía culpable por el hecho de haberse ido, era consciente de que había sido algo un poco injusto para ellos dos. Ella se lo imaginaba a su propia manera. Si Yenkis se hubiese peleado con ella y se hubiese fugado de casa y hubiese estado una semana sin dar señales de vida, sin siquiera un mensaje o una llamada… a Cleven le habría dado un infarto de angustia.


* * * *


Llegó el mediodía. Joji Saitou y su mujer Norie salieron de su casa, en una urbanización lujosa de viviendas adosadas con parcelas propias, pero nada más abrir la puerta, Daisuke y Clover salieron escopetados, casi atropellándolos, saltando y pegando gritos. Iban a comer fuera, como hacían cada domingo. Los niños solían pasar casi todos los fines de semana con sus relativamente jóvenes abuelos.

Joji y Norie tenían la custodia de los dos niños solamente durante ese tiempo, cosa de la que aún estaban en pleno desacuerdo. Ellos, al ser los padres adoptivos de Yue, eran los abuelos maternos de Clover y Daisuke. Por desgracia, Yue falleció pocos minutos después del parto, sólo tenía 15 años y además siempre tuvo una salud muy frágil, ya que de bebé fue abandonada en un contenedor, a la intemperie, en una pequeña ciudad de China y posteriormente rescatada por una ONG, donde Joji y Norie la encontraron y la adoptaron.

Por consiguiente, al principio Joji y Norie pensaron lo que era lógico, que los niños serían criados por ellos. Sin embargo, el último deseo de Yue fue que Brey se quedase con los niños. Ese disparatado deseo de Yue, al que entonces les era imposible negarse, más el as en la manga que se guardó Agatha en el juicio, fueron los que lograron que al final Brey se quedase con ellos.

Por supuesto hubo un juicio, para ver qué se iba a hacer con los mellizos recién nacidos. Todo fue apuntando a la pura lógica: los niños tenían que quedarse con sus abuelos maternos, no con un padre de 15 años. Pero Agatha, que era la supuesta tutora de Brey por aquel entonces, se las arregló para que el juez dejara a los pequeños con su padre. Apuntó que ella iba a estar encima de ellos en todo momento y que le enseñaría al chico cómo cuidar de los niños, de tal manera que convenció al juez y también cumpliendo con el testamento de la madre de los niños. Incluso Brey no podía creerse en ese momento que de verdad Agatha fuese a dejarlo con los niños. Como es normal, aquel jovencísimo Brey se murió de miedo después del juicio, preguntándose qué demonios iba a hacer él con dos bebés.

Norie odiaba a Brey. Al fin y al cabo, él había matado a su querida hija, simbólicamente hablando, porque Yue no sobrevivió a los dos partos. Estuvo a punto de matarlo en el momento en que lo vio entrar corriendo en la habitación del hospital donde estaba Yue moribunda con los dos pequeños. De no ser porque Yue rogó a sus padres que lo dejaran en paz, Brey habría acabado muy mal.

Norie no podía ni verlo, y Joji tampoco, al igual que Brey con ellos. No obstante, las cosas se habían mantenido casi uniformes durante esos cinco años. Los señores Saitou al menos se conformaban con ver a los niños sanos. Lo que no les hacía gracia es que soltasen tantas palabras malsonantes, cosa que indudablemente aprendían de su padre.

Norie tenía 45 años, y Joji 46. Ambos eran el tipo de persona en que lo primero de todo era el deber y la buena educación. Ella, como secretaria general del Ministerio de Interior, había sido el brazo derecho del que había sido ministro durante 40 años, Takeshi Nonomiya. Joji, por otra parte, también trabajaba para el Gobierno. Era el secretario de otro ministerio, así que ambos eran dos personas importantes y respetadas en esa sociedad.

La gente del trabajo conocía su caso, lo que pasó con su hija adoptiva y lo de los niños con los que un chico la dejó embarazada. Nadie comentaba nada al respecto. Más que algo intolerable, les parecía algo muy triste, por lo que no decían nada por no hacerles sufrir más de lo que habían sufrido.

—¡Hey! No crucéis, que está en rojo —dijo Joji al ver que los niños corrían hacia el paso de cebra.

Ambos se pararon como dos soldados, firmes y serios, pero luego empezaron a reírse sin razón aparente y a poner muecas graciosas. Estaban locos. Era algo que Norie no comprendía del todo. A los niños se los veía felices, siempre activos y alegres. ¿Cómo iban a estar bien con semejante padre?, se preguntaba. Ella ya sabía la historia de Brey, no sobre los “iris”, pero sí lo de su corta estancia en una casa de acogida problemática, lo de que perdió a su hermana y única familia que le quedaba, y que después se dedicó a trabajos sospechosos sin tener vivienda fija ni vigilancia de unos tutores. Y que se juntaba con gente rara. A Norie le parecía insólito que él tuviese a los niños. No se lo merecía.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Joji a su mujer, mientras seguían caminando por la calle.

—¿Qué?

—Te veo algo decaída, Norie —le aclaró—. Sigues pensando en la repentina muerte de tu jefe, ¿verdad?

—Sí... —suspiró ella—. Todavía es algo que no comprendo. Ya te lo dije, pero, antes de la conferencia, Takeshi habló a solas conmigo, confesándome de antemano que me iba a elegir a mí. Pero en su escrito declaraba que elegía a su hijo, Hatori.

—¿Te molesta?

—No es eso. Me parece muy bien que Hatori haya salido elegido, es un joven muy bien formado y muy responsable. Yo creí en todo momento que él iba a ser elegido, sin duda, pero... ¿Por qué me mentiría Takeshi?

—A mí me huele algo raro, cariño —opinó él—. No tiene sentido, que te dijera personalmente una cosa y luego por escrito dijera otra.

—Takeshi Nonomiya siempre ha sido un hombre misterioso, Joji. Siempre me ha dado la sensación de que sabía y ocultaba más cosas que nadie en el mundo entero. En fin, es igual, me alegro por Hatori —sonrió—. Ahora que va a ser mi jefe, estoy dispuesta a seguir cumpliendo con mi trabajo.

—¡Abu, mira qué bonito! —saltó Clover, trayéndole a Norie unas florecillas que había arrancado de unos arbustos—. ¡Para ti!

—Gracias, cielo —sonrió la mujer, acariciándole la cabecita con una triste sonrisa.

Cada vez que veía a Clover sonreír de aquella manera, no podía evitar ver en ella el rostro de Yue. Eran tan parecidas... Pero Clover tenía los ojos verdes de Brey. En cambio, Daisuke tenía los ojos del color índigo de Yue.

—¡Daisuke, no! —exclamó Joji de repente, corriendo hacia el niño.

Daisuke soltó el palo que había cogido del suelo de inmediato, el cual estaba a punto de acercarlo al ano de un perro de un paseante, y le sonrió a su abuelo de oreja a oreja.

—Eres más travieso… —le reprochó Joji, tomándolo en brazos.

Sí… esos dos niños eran especiales.


* * * *


El avión proveniente de Pekín hizo su aterrizaje en el aeropuerto de Tokio. Neuval desembarcó y anduvo por el aeropuerto, portando su cartera de trabajo, donde llevaba ocultos entre sus papeles los informes que Alvion le dio anoche, con los nuevos cargos a realizar.

Le había venido genial estar un tiempo en el Monte Zou. Se había dedicado gran parte del tiempo a estar con los niños y jóvenes que no paraban de seguirlo a todas partes y a pasearse por todo el lugar con Yénova, Squal y Knive, entablando conversaciones y recordando viejos tiempos.

También se había enterado por Alvion de que finalmente Hatori se había convertido en el nuevo ministro, cosa que no le agradó ni pizca. Había tenido problemas con ese hombre durante años, desde que comenzó a ejercer de policía, siempre interviniendo y estropeando las misiones que hacían. Lo bueno es que Neuval sabía mucho acerca de Hatori, y Hatori no tenía ni idea de quién era Neuval. Y hablando del Rey de Roma...

Neuval se paró en seco cerca de los controles del aeropuerto. Ahí estaba Hatori, acompañado por varios agentes y perros policía. Al parecer, habían pillado a alguien con una carga de droga y el ambiente estaba ajetreado por allí. Acababa de ser nombrado ministro, pero por lo visto Hatori no había querido asentarse en el cargo inmediatamente y aún estaba al mando de esta operación policial. Sin embargo, ya no estaba llevando el uniforme, iba en traje y corbata. Neuval dedujo que, probablemente, Hatori y los demás policías de la capital llevaban tiempo esperando captar a una red de traficantes, y Hatori había querido zanjar el caso en persona, ahora que habían interceptado a uno de los criminales.

«Maldita sea mi suerte» pensó Neuval, «Por una vez que ni Denzel ni Agatha están disponibles para traerme de vuelta con teletransporte y tomo un avión para viajar… Debería haberme venido volando por mi cuenta. Aunque habrían sido horas… No me gusta volar durante horas si no estoy persiguiendo criminales o algún otro motivo emocionante. La última vez que viajé volando por mí mismo a otro país, fueron cuatro horas, pero a la tercera me dormí del aburrimiento y me caí en pleno océano. Pero claro… quería probar a viajar en uno de los aviones que yo mismo he diseñado y construido desde la perspectiva de un pasajero. Lao tenía razón cuando me dijo que rediseñara el sistema antiturbulencias, apenas he notado alguna. Mis aviones no dejan de ser los más seguros del mundo. Un momento, ¿de qué estaba hablando yo antes?» se le fue un poco la cabeza, y volvió a divisar a Hatori allá. «Ah… sí… Ahí está. El hombre que sueña con cazarme».

Neuval se lo pensó dos veces, incluso tres, pero al final emprendió el paso. Colocó su cartera sobre la cinta y pasó por el detector de metales sin problema alguno. A dos pasos de él estaba Hatori, chequeando a otros viajeros. Recuperó su cartera y procuró pasar de largo y desapercibido.

—Oiga —lo llamó entonces.

Neuval se volvió hacia él.

—¿Habla japonés? —le preguntó Hatori, y Neuval asintió con la cabeza—. Disculpe, pero tiene que pasar por el chequeo como los demás. Déjeme ver lo que lleva.

—¿Va a palparme y esas cosas? —preguntó Neuval, con una mirada suspicaz.

—Estamos en medio de una investigación policial —contestó Hatori tranquilamente, cogiendo y abriendo su cartera.

—Entiendo —sonrió Neuval. «Qué ganas tengo de arrancarte la cabeza...» pensó.

Por un momento, Hatori dejó de lado la cartera sobre un aparador y se pegó a Neuval.

—Dese la vuelta, por favor, y estire brazos y piernas.

Neuval obedeció y apoyó las manos abiertas sobre el aparador, y sintió cómo Hatori le iba palpando de los tobillos a la cintura, y de la cintura a los hombros. «¡Pero bien arrancada!».

En ese momento, vio los papeles de su cartera abierta, entre los cuales estaban los informes del Monte Zou. A ojos de cualquier otra persona, esos papeles no significaban nada, ni decían nada familiar. Pero, a ojos de Hatori, la historia cambiaba. Si se le ocurría ojear una de esas carpetas y echaba aunque fuera un diminuto vistazo, Neuval sabía que Hatori llegaría a detectar palabras escritas que delatarían muchas cosas. Neuval seguía pensando que Hatori era joven y que todavía estaba lejos de ser capaz de cazar a un “iris”, pero no subestimaba su capacidad de análisis y observación, superior a la media de los humanos, porque había sido entrenado para ello desde pequeño por su ahora difunto padre, Takeshi.

Mientras Hatori estaba ocupado rebuscando por los bolsillos de su chaqueta, Neuval observó detenidamente a su alrededor, tratando de encontrar algo que lo ayudase a escapar del inminente problema.

Durante veloces fracciones de segundo, con su Técnica de Telepatía, se fue metiendo en las mentes de toda la gente que caminaba por la zona. Era una buena táctica para encontrar a alguien en concreto sin necesidad de buscarlo con la vista. Entonces, su cabeza se llenó de voces provenientes de todas partes: «“Por fin en casa...”» pensó una mujer que acababa de llegar a Tokio, portando su maleta con aire feliz. «“Qué coñazo de vuelo...”» pensó otro hombre que iba por otra parte con cara mareada. «“Espero que les guste nuestro regalo de boda...”», «“A ver si hay taxis...”», «“Llego tarde al vuelo...”», «“I came in like a wreeecking baaall...”», «“Mierda, me he dejado el cepillo de dientes...”», «“Este viaje va a estar genial...”».

Miles de voces se mezclaban en su cabeza, y analizaba lo que decía cada una a una velocidad sobrehumana, hasta que oyó lo que esperaba oír. «“¡Puta mierda! ¡El jefe me va a matar como no le entregue esta noche el cargamento, estoy jodido!”». Era la voz del sujeto al que habían pillado con droga, y Neuval miró directamente hacia un lejano aparador, cerca de la puerta de salida, donde estaban cinco agentes de policía con un perro y el detenido. Vio que los policías estaban abriendo los paquetes que contenían el polvo blanco que había traído el traficante, esparciendo el mismo sobre la mesa.

Neuval sonrió con malicia, ocurriéndosele una estupenda idea de las suyas. Llenó sus pulmones con un poquito de aire y ¡fuu! sopló brevemente. A pesar de que los agentes, el detenido y la droga del aparador estuviesen a una buena distancia de Neuval, su soplido llegó hacia el polvo blanco de los paquetes abiertos como un huracán y salieron despedidos por el aire, de tal forma que se formó una nube blanca descomunal.

Toda la zona quedó invadida por esta nube de polvo y a partir de ahí todo se convirtió en un gallinero. La gente comenzó a soltar gritos de sorpresa y la docena de perros que había por los controles se volvieron locos ladrando y corriendo por todas partes al oler la droga. Todo el mundo se tapó la boca y la nariz y corrieron de un lado a otro, y como había tanta gente, eso era un caos.

Hatori se fue pitando hacia allí con gran sorpresa con sus compañeros, sin entender qué demonios había pasado. Entonces, ya libre de palpamientos incómodos, Neuval cogió su cartera, se la echó al hombro y se dirigió tranquilamente a la salida, pasando completamente desapercibido entre el alboroto. Vio cómo el detenido, en medio de la algarabía y el desconcierto, trató de escapar hacia la salida aprovechando que los agentes estaban muy ocupados con la nube de cocaína. El instinto de Neuval reaccionó al captar la huida inminente de un criminal.

Des clous —dijo Neuval, haciéndole la zancadilla, y el hombrecillo se estampó contra el suelo bruscamente. (= Ni lo sueñes.)

—¡Ugh! —exclamó, dolorido y perplejo—. ¿¡Pero qué…!?

Sois sage —le reprochó Neuval, y salió del aeropuerto tan campante. (= Pórtate bien.)

Podría haber recurrido a otro plan más simple y menos llamativo para que Hatori no rebuscase en su cartera, pero no era el estilo de Fuujin.

Caminando por el aparcamiento, divisó, no muy lejos, a una mujer muy joven, afroamericana, con grandes ojos castaños y el pelo corto con un estilo moderno. Era muy guapa. Iba vestida con un uniforme diferente al de la policía de Japón, con traje negro y camisa blanca, y estaba hablando por la radio con una actitud muy escandalizada.

Neuval entornó los ojos a medida que caminaba hacia ella, observándola fijamente. «Esa chica me suena de algo» pensó. Dedujo que sus compañeros policías la estaban llamando por lo que estaba pasando ahora mismo en los controles y pedían ayuda, ya que llegó un momento en que la joven se guardó el aparato y corrió hacia el edificio.

Al ver que iba a pasar por su lado, Neuval trató de mostrarse impasible e inocente, como si con él no fuera la cosa. La joven agente pasó de largo cerca de él, y, tras unos pocos pasos, se paró en seco. Neuval también se paró. Ambos quietos en mitad de la carretera del aparcamiento, espalda contra espalda, mudos.

«¿Qué?» se sorprendió Neuval, aún oliendo el perfume de jazmín que había dejado la joven. «¿Cómo?» palideció ella, con esos ojos grises aún en su cabeza. Se dieron la vuelta al mismo tiempo, y se miraron con desconcierto. Así estuvieron un rato.

—¿Sarah? —preguntó Neuval al fin, ojiplático.

La joven dio con la mandíbula al suelo, reconociéndolo, y ya no pudo moverse. Neuval caminó hacia ella y se paró a medio metro.

—Hah... —casi rio—. ¿¡De verdad eres tú!?

—Maestro... —musitó ella, atónita.

—¡Vaya! ¡Ni te he reconocido con ese nuevo look!

—¡Ni yo a ti con barba! —exclamó ella.

—¡Cómo has crecido! ¡Llevo años sin verte, Sarah! —se rio con alegría—. Estás estupenda. ¿Qué tal te van las cosas?

—Pues… —titubeó, negando con la cabeza—. Aquí, haciendo de poli.

Sarah se quedó callada de nuevo, sin poder dejar de mirarlo como si estuviese viendo a un fantasma. Volvió a negar con la cabeza, soltando un suspiro y dibujando una sonrisa triste pero radiante.

—Dios mío... ¡Eres tú, maestro! —Sarah no pudo evitarlo y se echó sobre él, abrazándolo con fuerza—. Esto es una gran sorpresa. ¡Te he echado de menos, Neuval! ¡Menuda casualidad!

—Y que lo digas, ¡pero muy grande! —se rio, abrazándola también—. No hemos podido encontrarnos en mejor momento. ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?

—Pues… bueno, es una historia larga…

—Tranquila, ya me sé tu historia. Lao me la contó.

—¿Sí?

—Cuando me exilié, dejaste la KRS, te independizaste, estuviste una larga temporada en Estados Unidos y te hiciste agente del FBI. Y has pedido el traslado para trabajar en Japón, ¿verdad? Todos lo sabemos, cuáles son tus propósitos.

—Sí… Es que, desde que te fuiste, decidí centrarme únicamente en mi venganza e ir por mi propio camino yo sola. Pensé que así sería más seguro para todos, ya que… mi venganza es peligrosa y complicada.

—Ya, lo sé —sonrió con cierto pesar—. Acabo de ver a Hatori ahí dentro. Y acabo de enterarme de su ascenso a ministro. ¿Cómo has sido capaz de estar trabajando a su lado sin perder la calma?

—Tú me enseñaste a esperar el momento oportuno. Mi odio hacia ese hombre está controlado, y aún sigo planeando cómo acabar con él —susurró, por si acaso alguien la oía—. Ahora que ha ascendido a ministro, va a ser más difícil. Tendré que hacer varios cambios en mis planes.

—Hm... Desgraciadamente, Hatori es uno de nuestros enemigos más poderosos, una de las personas más conocidas del país. ¿Quieres seguir haciéndolo tú sola?

—¿Eh?

—¿Por qué no vuelves con nosotros, Hooshajin-san? Te ayudaremos, como en los viejos tiempos, y además no nos vendría mal tenerte de nuevo. ¿Qué sería de mí sin el elemento radiación?

—¿De qué estás hablando? —se alarmó, sin poder parpadear—. No me digas que... tú...

—Acabo de venir del Monte Zou —afirmó—. Y mi Marca vuelve a estar en mi espalda. Espero que eso responda a tu desconcierto.

Sarah se llevó las manos a la boca, sin poder creérselo. Jamás llegó a pensar que uno de sus sueños se cumpliría, y esto le había pillado por sorpresa. Fuujin había vuelto. Su querido maestro había vuelto.

—Sé que es un poco precipitado, pequeña, así que piénsalo, tienes tiempo y total libertad —le dijo, abrazándola una vez más—. Estaré en la Torre de Tokio hoy a medianoche, esperándoos a todos.

—Pe... —murmuró Sarah, pero Neuval ya se marchó de allí.

Todavía le latía el corazón con fuerza. Había sido una enorme sorpresa inesperada, y una gran noticia. Ella, que había estado siete años alejada de todo, también exiliada como Neuval, se había acostumbrado a la vida que había estado llevando y de repente surge esto.

Sarah estuvo mucho tiempo con la esperanza de que Fuujin volviese, pero al paso de los años se convenció a sí misma de que eso ya no iba a pasar. ¿Qué había impulsado a Fuujin a volver a la KRS de pronto, después de tantísimo tiempo? ¿Qué podía hacer ahora que Fuujin le había sugerido que volviera ella también? Para ello tendría que reorganizar su vida, y más aún siendo una compañera de trabajo de los que siempre habían sido enemigos de los “iris”, la policía.

No podía decidirlo ya así como así, no era tan fácil. Por un lado, deseaba volver sin pensárselo dos veces, pero por otro, era consciente de que en su actual situación eso crearía problemas para los que tardaría en encontrar una solución.

Se había metido en el FBI para tener vigilado de cerca a Hatori y estudiar sus planes de venganza por sí sola. Y ahora estaba el caso de que matar a Hatori iba a ser una tarea el doble de difícil que antes por haberse convertido en ministro, y por ello no tenía más remedio que necesitar la ayuda, claro está, de sus antiguos compañeros y viejos amigos. ¿Qué podía hacer? Sus datos y expedientes estaban en manos de Hatori. Si volvía a ser una “iris” activa, podía correr el riesgo de ser descubierta.

—¡Agente Willers! —oyó la voz de uno de los policías por su radio—. ¡Agente Willers, el traficante que hemos detenido trata de escapar! ¡Ven a echar una mano, esto está descontrolado!

Sarah reaccionó con sobresalto, ya pensaría en ello en otro momento. Corrió hacia el edificio y se quedó pasmada ante el panorama. El suelo, cerca de la entrada, estaba cubierto por una alfombra de cocaína; los perros no podían estarse quietos; la gente, desorganizada, iba de un lado a otro tapándose las bocas; el detenido se había vuelto loco y se resistía a la fuerza policial pegando patadas y puñetazos por doquier, espantando a todo el mundo, al cual Hatori se esforzaba por calmar. Incluso había uno que sin querer ya estaba dopado.

—¿Qué coño...? —dijo Sarah, perpleja. «¿Por qué me da que esto es obra de Fuujin?» pensó, suspirando.


* * * *


Cleven abrió la puerta de su antigua casa lentamente, mirando hacia el interior. Cerró y se guardó las llaves. Oyó la tele encendida en el salón y se dirigió allí con discreción. Vio a su hermano discutiendo con la videoconsola mientras pegaba botes en el sofá y hacía movimientos raros con el mando, como si girándose él mismo hacia la derecha consiguiera que el coche de carreras se girase también. Cleven entornó los ojos con malicia. Se acercó en silencio por detrás del sofá y se abalanzó contra su hermano.

—¡Uah! —exclamó la joven, tapándole los ojos con las manos.

—¡Eeeh! —saltó Yenkis, dando un bote del susto—. ¡No, no, tengo que acabar la carrera! ¡No! ¡Ahora tiene que haber una curva a la derecha, y ahora un puente!

Cleven se quedó asombrada, pues Yenkis siguió corriendo con el cochecito a pesar de no ver nada, hasta que llegó a la meta en primer puesto. Cleven le destapó los ojos. Yenkis dejó el mando y se volvió hacia ella, sonriente.

—Me sé la pantalla de memoria, sólo hay que tener destreza calculando el tiempo —le explicó.

—En serio, a veces me asustas.

—¡Yay! —exclamó el niño de pronto, echándose a sus brazos—. ¡Te he echado de menos! ¡Ahora sólo puedo hacer rabiar al cactus feo del jardín! ¡Pero no contesta!

Cleven lo estrujó entre sus brazos, riéndose.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Cuéntame qué tal! —se impacientó el niño.

—Ya he encontrado al tío, Yen, ya estoy viviendo con él.

—¿En serio? ¿¡Y cómo es!? ¿Es majo? ¿Es alto? ¿Es listo? ¿Es feo?

—Es joven, guapo, borde y cariñoso, y estudia Medicina.

—¿Eh? —se extrañó, viendo que no es como él pensaba—. ¿Cómo puedes juntar la palabra “borde” con “cariñoso” sin son opuestas?

—Es complicado —sonrió.

—¿Y has dicho joven? ¿Qué edad tiene?

—20.

Yenkis frunció el ceño, y se la quedó mirando así un rato.

—¿Nuestro tío… es más pequeño que Lex?

—Lo sé, es un poco raro, pero así es. Sin embargo, estoy genial con él, es fantástico.

Yenkis esbozó una sonrisa, contento por aquella noticia.

—¡Cleven! —apareció Hana de repente en la puerta del salón, con el móvil pegado a la oreja, el cual colgó enseguida cortando la conversación con un compañero de trabajo.

Cleven se volvió hacia ella con cara de pocos amigos.

—Te he dicho que para ti soy Cleventine...

Inesperadamente se quedó sin habla, al verse rodeada entre los brazos de la mujer.

—Menos mal que estás bien... —agonizó Hana—. ¿Dónde te habías metido? ¡Nos has tenido muy preocupados!

Cleven no pudo parpadear de la sorpresa. Jamás había visto a Hana así con ella, nunca la había abrazado antes. Bueno, a decir verdad, quizá sí que lo había intentado algunas veces, en el pasado, pero como Cleven siempre la rehuyó… dejó de intentarlo. Parecía sentirse tremendamente aliviada de verla sana y salva, y Cleven se preguntó si realmente ella se había preocupado tanto.

Cleven ignoraba muchas cosas sobre Hana. Y adrede, por su apatía hacia ella. Por eso, no se imaginaba que Hana sabía lo que era perder a un hijo y culparse a sí misma de ello, algo que sólo le había contado a Neuval. Y aunque Cleven no fuera su hija, no se habría perdonado que le hubiera pasado algo. Cuando la soltó, la mujer la observó detenidamente con una leve sonrisa. Cleven seguía sorprendida, no obstante, Hana borró su sonrisa y le clavó la mirada.

—¡Estás como una cabra! —le reprochó—. ¿¡Cómo se te ocurre irte así de casa!? ¡Ni siquiera has dejado una nota diciendo que te ibas, o… o algún mensaje diciendo simplemente “estoy enfadada con vosotros, pero estoy bien”! ¡Al principio creímos que te habían secuestrado o algo!

—Ah... —musitó—. Lo siento, Hana.

—Ay, ya es igual —suspiró—. Estás bien. Y si estás aquí, es porque sabes que estábamos preocupados por ti. Porque lo estábamos, Cleven, y mucho. Tenemos peleas, lo sé… pero… pero las familias tienen peleas, es lo normal, a veces es difícil convivir con personas que… piensan o ven las cosas de modo diferente… pero eso no significa que se odien o… Sé que hay muchas cosas que te molestan, pero…

Hana no sabía cómo terminar lo que estaba diciendo. Sin embargo, de algún modo Cleven estaba entendiendo perfectamente lo que ella estaba intentando decirle. Siempre había creído que Hana mantenía las distancias con ella porque no la soportaba igual que ella no la soportaba a ella, que ambas se toleraban a regañadientes la una la otra. Pero empezó a darse cuenta de que Hana en verdad siempre había intentado acercarse a ella, buscando maneras, pero Cleven nunca se lo puso fácil. O sea que Hana siempre mantuvo las distancias, en realidad, porque le daba miedo enfadar a Cleven, molestarla o agobiarla, y que la odiara.

Hana miraba al suelo, todavía sin saber qué decir. Entonces, Cleven también agachó la mirada, algo sorprendida, y contrariada consigo misma, por estar descubriendo ahora una verdad sobre Hana que en tres años había estado siempre ahí y nunca supo ver. ¿Y si marcharse de casa y conocer a su tío y a nuevas personas le había abierto más la mente?

—Ehm… Dime, ¿cómo te va con ese tío tuyo? —dijo Hana de repente, sonriendo—. ¿Es bueno contigo?

—Ah… Sí, es… es muy bueno, la verdad, y estoy muy bien con él. ¿Pero cómo...? ¿O sea que papá te lo ha contado? ¿Dónde está él?

—En un viaje de negocios, me ha dicho, desde el viernes. Creo que viene hoy, pero no sé a qué hora...

Justo en ese instante, los tres oyeron el ruido de la puerta de la entrada abrirse y después el de unas llaves cayendo sobre una mesita. Yenkis reaccionó el primero, saltando desde el sofá y corrió como una bala hacia el vestíbulo.

Mon vieeeux! —vociferó, saltando a los brazos de Neuval, el cual casi se cae al suelo—. Comment ça va!? (= ¡Viejooo! ¿¡Cómo te ha ido!?)

Allez, allez, gamín… —se rio Neuval. (= Vamos, vamos, chaval…)

Où as été? M’as apporté quelque chose? (= ¿Dónde has estado? ¿Me has traído algo?)

Neuval rebuscó por el bolsillo lateral de su cartera y sacó una enorme chocolatina de 1 kilo. Se la dio a Yenkis.

Tiens, à l’aéroport les choses sont deux fois plus grandes… et dix fois plus chères. (= Toma, en el aeropuerto las cosas son el doble de grandes... y diez veces más caras.)

Yenkis soltó una exclamación con lágrimas golosas en los ojos, cogiendo la enorme chocolatina y corriendo al salón para estrenarla justo cuando Hana entraba al vestíbulo.

—Hey, ¿cómo ha ido? —lo saludó Hana, abrazándolo y dándole un beso.

—Bien, todo muy bien —aseguró Neuval con aire animado—. ¿Y tú qué tal con los artículos?

—Ya están acabados. Oye, ha venido...

No hizo falta que lo dijera, pues Cleven se hizo ver en la puerta del salón. Neuval la miró con sorpresa, y Cleven apartó la suya con timidez, sin saber qué decir.

Cleven, que fais-tu ici? —preguntó entonces su padre. (= Cleven, ¿qué haces aquí?)

—Eh… mm… Sólo he venido a recoger unas cosas —contestó, y se fue rápidamente a subir las escaleras hacia su cuarto.

Hana cruzó una mirada con Neuval, diciéndole sin palabras que ahora sería un buen momento para hablar con ella a solas, pues era una tarea pendiente. Neuval también lo pensó, así que subió las escaleras también, mientras Hana se quedaba con Yenkis en el salón acompañándolo en sus videojuegos.

Cleven entró en su habitación y abrió su mochila sobre la cama para ir guardando cosas, en silencio. Ni ella sabía por qué se comportaba así de distante o huidiza, había venido todo el camino pensando en que iba a hablar con su padre de lo ocurrido, y preparándose lo que quería decir. Pero siempre era difícil iniciar una conversación de reconciliación cuando a uno le pesaba el sentimiento de culpa o arrepentimiento.

Neuval llegó hasta la puerta y se quedó ahí parado. Se cruzó de brazos, apoyándose en el marco. Observó un momento la habitación y luego a ella. Parecía que él tampoco sabía qué decir, o se estaba mentalizando de que esa habitación iba a quedar vacía a partir de ahora. Ya fue difícil acostumbrarse a la habitación vacía de Lex. Pero, al menos, Lex se marchó a los 18 años, una edad en la que era normal marcharse e independizarse. Aun así, nunca era fácil dejar marchar a los hijos. Neuval ahora comprendía a su madre, pues esta se echó a llorar como una magdalena cuando Sai y él se marcharon a vivir con sus respectivas prometidas.

Cleven sabía que él estaba ahí, tras ella. Sin embargo, se hizo un poco la tonta. Guardó su despertador-pato y unos libros, pero, a los pocos segundos, ya no pudo más y se giró hacia él. Esperaba verlo con una de sus miradas severas y enfadadas, pero le sorprendió encontrarlo con una cara la mar de triste, la cual él trató de disimular enseguida.

—¿Estás… bien? —preguntó Neuval finalmente, con naturalidad—. ¿Ya te has instalado… en su casa y esas cosas?

—Sí, sí… —contestó, con la misma naturalidad—. Estoy bien allí. Ehm… —desvió la mirada y cerró los ojos, sin poder contenerse más—. Mira, papá, ¡lo siento! De verdad, yo... —resopló, intentando encontrar palabras—. Yo sólo quería... Es que estaba cansada de estar aquí, y no era como las otras veces que me enfadaba… esta vez sentía que me iba a explotar algo… no sé por qué, o no sé el qué, pero… N-… No podía aguantar más, y no sé si realmente era porque estaba harta de ti, o harta de Hana, o harta de las paredes de esta casa donde la voz de mamá ya no suena…

Neuval cerró los ojos un momento, conteniendo el dolor de esa frase.

—… O harta de que todos los días de la semana fueran absolutamente idénticos, o… o cansada de que siempre me estuvieras juzgando, y vigilándome, y espantando a mis novios…

—A tus acosadores, que es distinto.

—¿Sí? ¡Claro, por supuesto! —dijo con sarcasmo—. Lex también ha tenido novias que eran acosadoras y seguro que a él no se las espantabas.

—¿Bromeas? —casi rio—. A tu hermano he tenido que protegerlo del doble de acosadoras que a ti, porque en este campo tu hermano ha sido sorprendentemente más ingenuo que tú y un blanco perfecto para las locas.

—¿En serio? —se sorprendió Cleven—. Espera, ¿me estás diciendo… que a pesar de los idiotas con los que he salido, yo he sido más prudente que Lex a la hora de elegir pareja?

—M, hm —asintió tranquilamente.

—Ah… guau… —a Cleven le costó asimilar eso, pero rápidamente sacudió la cabeza e insistió en su defensa—. Bueno, pero hay algo que no hacías con Lex y Yenkis, y es que estabas siempre regañándome por nada...

—¿Faltar a clase no es nada? —replicó él.

—Venga, papá, no me digas que tú nunca has faltado algún día a clase, y no por un resfriado, sino por puro hartazgo o estrés, y a escondidas. Vamos, dímelo… ¿tú nunca lo has hecho? Puedes contarme algo sobre ti por una vez.

Neuval se sorprendió por esa última frase. Miró al suelo un momento, incómodo, viendo que realmente no recordaba la última vez que le contó a Cleven algo de sí mismo, algo sincero o personal.

—A ver, yo… —trató de explicarse Neuval, gesticulando con las manos—… puede que sí haya faltado a clase… muchos días… durante toda mi etapa en el instituto…

—Ah… —Cleven se quedó un poco de piedra—. ¿Muchos días?

—… y quizá es cierto que lo hacía por el mismo motivo que tú, el hartazgo, pero… el motivo de mi hartazgo era un poco diferente.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, es que… ir a un instituto donde imparten materias y conocimientos que para mí son… soberanamente… insufriiiiblemente… fáciles de aprender…

—Ogh… —protestó Cleven—. No me lo digas. Como eres superdotado, te aburrías a muerte en el instituto y faltabas a clase porque para ti era como ir al parvulario, donde todos tus compañeros y todos tus profesores eran más tontos que tú.

—Básicamente —asintió sin tapujos.

—Guau… —Cleven se mosqueó por su descaro—. ¿Y te cabrea que yo falte a clase un par de días?

—Cleven, cuando yo faltaba a clase, era porque me iba a la biblioteca a leer libros de mi nivel, o me colaba en universidades para oír seminarios de temas más avanzados, o me metía en mi laboratorio privado improvisado que yo mismo construí en un trastero de alquiler para hacer experimentos de física cuántica y de materia oscura totalmente ilegales…

—Espera, ¿QUÉ?

—… de modo que yo aprovechaba ese tiempo para estudiar y aprender igualmente.

—Oh, ¿y por eso ya eres mejor que yo? —se ofendió ella—. Si yo falto clase simplemente para dar un paseo o sentarme en un banco para intentar tranquilizar mi furia, o mi tristeza, o mi sensación de vacío existencial, y no voy a una biblioteca o a un laboratorio a hacer cosas didácticas, ¿es que yo hago mal y tú haces bien?

—Cleven…

—Creía que por una vez ibas a confesarme que una vez hiciste algo mal, y que no eres tan perfecto como siempre me muestras. Que por una vez pudiera tener algo en común contigo. No paro de ver lo perfectos que son Lex y Yenkis, justo como tú, tus dos orgullos. Pero, una vez más, me cuentas que aunque hacías una cosa mal, era para demostrar aún más lo perfecto que eres.

—Pe… No… —se sorprendió Neuval al oírla decir eso, y se adentró en la habitación, acercándose a ella—. Cleven, eso no es…

—Yo no puedo ser como Lex y como Yenkis, papá… —insistió ella, con ojos húmedos pero tono firme—. Sé que hago cosas mal… Pero es porque… porque… —intentó encontrar las palabras—… porque a veces siento que no sé quién soy… qué es lo que quiero… quién quiero ser…

Neuval se quedó perplejo ante aquella declaración. Porque si era así cómo Cleven se sentía o por qué hacía lo que hacía, nadie podía entenderla mejor que él. Porque él vivió exactamente lo mismo. Y no ahora, con el tema de su exilio y su regreso, sino de antes, mucho antes. De hecho, Neuval llevaba sintiéndose así desde el día en que nació.

Y le dolía escuchar a Cleven lamentándose de no ser tan perfecta como él. Ella no lo sabía, no tenía ni idea, su memoria estaba borrada… Pero sin duda alguna, si había alguien que se sintiera más perdido y con más defectos que ella, ese era su padre.

—Y eso a veces me hace sentirme confundida, o enfadada, sin un motivo especial, y yo no sé… no entiendo…

Cleven se quedó muda cuando su padre de repente la abrazó con fuerza. Fue inesperado. Pero él no podía seguir aguantando, escuchándola decir esas cosas, porque la culpa de todo eso era de él.

—Tranquila —murmuró Neuval—. No pasa nada. Lo que sientes es normal, pero no por ello es irrelevante.

Se separó un poco de ella para mirarla a los ojos, y ella lo miraba a él con sus ojos húmedos asombrados.

—Cómo te sientes es importante para mí, Cleven. Y por eso… yo también te debo unas disculpas. Por no saber verlo o no darme cuenta antes. Lo siento.

La joven seguía muda, no salía de su sorpresa, pero, por alguna razón, sintió un extraño alivio.

—En realidad he venido a tu habitación para pedirte disculpas, no para que me las pidas tú a mí. Yo tengo la culpa de todo esto, Cleven, lo sé. Te he rodeado de mucha presión. Y al parecer te he hecho creer que mis expectativas sobre ti era que fueras la hija perfecta. Hah… —sonrió—. No existe el hijo perfecto, Cleven, pero tampoco el padre perfecto. Créeme, yo… en realidad he hecho muchas cosas mal, sobre todo a tu edad… muchos errores… incluso peores que los tuyos…

—¿Sí?

—Pero… aún no estoy preparado para hablarte de esa parte de mí y de mi vida. Créeme, Cleven, tengo contigo muchas más cosas en común de las que crees. De hecho, más que con Lex o con Yenkis.

—Imposible… —frunció el ceño.

—Te prometo que sí. Y te aseguro que, por mucho que yo destacase en la inteligencia… tú eres mucho mejor de lo que yo era a tu edad.

—¿Mejor en qué?

—En las otras cosas que son importantes para la vida. En cómo tratar a la gente, y sobre todo, en cómo tratarte a ti misma. Tienes mucha más fuerza interior que yo. Aunque te sientas confundida y perdida, y no sepas bien quién eres o quién quieres ser ahora mismo, siempre he visto que tienes las agallas suficientes para intentar averiguarlo. A lo largo de tu vida te he visto hacer intentos, probar cosas, y si no te funcionaba con una cosa, probabas otra diferente. Buscas gente, hablas con la gente, o también te quedas en silencio y hablas contigo misma, algo… que yo nunca me he atrevido a hacer.

—¿Hablar contigo mismo? No entiendo… —agarró su mano, llena de curiosidad—. A veces conversar interiormente contigo mismo es más efectivo que hablar con otra persona, papá, se llama meditación y es muy necesario. ¿Por qué te daría miedo pararte a hablar contigo mismo cuando te sientes mal?

—Porque… no estoy seguro de saber de quién es la voz que me responde.

Cleven no entendió aquella respuesta, pero la dejó algo preocupada. No se imaginaba que su padre de verdad tuviera problemas de ese tipo. Problemas consigo mismo, con su identidad. Neuval, por su parte, procuró no ahondar más en ese tema. No quería contarle a Cleven que lo que él había solido hacer cuando se sentía confundido y triste era recurrir a las drogas, al alcohol y a las peleas. Él nunca había tenido agallas para probar cosas diferentes para sentirse mejor, o para mirarse al espejo y hablar interiormente consigo mismo. Siempre había sentido odio por sí mismo. Él creía que era porque era un desastre, problemático y lleno de defectos, pero en realidad era porque, incluso a sus 45 años, aún sentía que él era algo diferente. No un humano, ni tampoco un "iris". Y no lograba averiguar por qué tenía esta sensación de identidad incompleta. No quería que Cleven se sintiera como él. Era horrible.

De repente, Neuval esbozó una sonrisa tranquila hacia ella. Acarició su mejilla.

—Aunque de vez en cuando me mates a disgustos, Cleven… no te cambiaría por ninguna otra hija en el mundo.

A ella se le formó un nudo en la garganta. Esas palabras le hicieron sentir ganas de llorar, pero se contuvo. En lugar de eso, se sonrojó y se quedó en silencio, viendo que lo que ella creía que su padre pensaba de ella distaba mucho de la realidad.

—Y a pesar de que no te cambiaría por nada en el mundo, quiero respetar el cómo te sientes ahora mismo. Y ahora mismo, necesitas esto. Un cambio. Eso también funciona, ¿sabes? Si no se te da bien meditar o hablar contigo mismo, hacer un cambio físico, como un cambio de lugar donde vivir o donde realizar una actividad, puede surtir un efecto muy positivo. Es lo que me funciona a mí cuando me siento… un poquito triste a veces. Así que, adelante, Cleven, inténtalo, prueba esto nuevo, experimenta nuevas posibilidades. Yo te apoyaré.

El nudo en la garganta de Cleven se hizo más grande y ella no pudo contenerse. Lo abrazó con fuerza. Se le escapó un sollozo, pero enseguida procuró calmarse.

—Gracias, papá. Y aunque digas que todo es culpa tuya, no es verdad. Yo no pienso eso. Sé que para ti también todo es más difícil desde que mamá se fue. No volveré a preocuparte de esta manera, te lo prometo.

Neuval la apretó entre sus brazos aún más. Ojalá pudiera hablar más con ella, y contarle todo, toda la verdad. Pero temía que eso hiciera que recuperara la memoria de una antigua vida llena de peligros. Peligros reales.

—Ay… —agonizó Cleven, pues su padre la estaba estrujando demasiado.

—Cuídate mucho, te iré pasando la paga cada mes, no vuelvas tarde cuando salgas y haz los deberes, no traigas chicos a casa cuando veas la oportunidad y cuidado con los vecinos —le dijo del tirón, apretando más fuerte.

—¿Cuidado con los vecinos? ¡Ugh! Que me ahogags...

—Si tienes cualquier problema, iré enseguida —continuó.

—¿Y este ataque de pasión? ¡Aigh...!

—¡Ayyy...! —agonizó Neuval, meneándola de un lado a otro—. ¿Por qué has tenido que heredar estas manías de tener impulsivos caprichos para poner tu vida y la de otros patas arriba, ayyy...?

—¿¡Heredar de quién!? —se alarmó Cleven, porque sabía que por supuesto su madre no tenía esas manías de las que hablaba su padre y que él tampoco podía tenerlas.

—¡Espero que tengas la misma suerte que yo y te salgan bien...!

«Pero... ¿¡a este qué le pasa de repente!? ¡Nunca lo había visto de tan buen humor! ¡Se le ha ido la olla!» pensó Cleven.

—¡Oh! Es verdad... —se frenó Neuval, y la soltó por fin, recordando la conversación que tuvo con Alvion y su consejo de no excederse como un majara al manifestar todo su amor paternal—. Dosis moderadas.

—¿De qué hablas? —no entendió.

No salía de su asombro. Su padre hoy parecía otra persona. Pero no podía sentirse más aliviada y feliz por haber tenido con él, quizá, la conversación más necesaria y valiosa en años.

—¿Puedo pedirte una pequeña cosa a cambio? —dijo él.

—¿Eh? Sí, supongo…

—Por favor, no descuides tus estudios.

—Agh, papá… —rechistó—. ¿Por qué tienes que arruinar este momento?

—Porque te estoy dejando marchar.

—Pídeme cualquier otra cosa. Soy un caso perdido para eso, papá, nunca consigo aprenderme las cosas o memorizar lo suficiente. Nunca consigo concentrarme. Mis notas son malas porque soy tonta y no le puedo hacer nada.

—¡Ahahah…! —se rio con ganas.

Pero Cleven lo miró perpleja. Neuval se dio cuenta y dejó de reírse, y la miró con sorpresa.

—¿¡Lo dices en serio!? ¿¡Crees que eres tonta!? —preguntó incrédulo.

—¿No viene siendo obvio… tras años de pésimas calificaciones?

«¡Mierda!» pensó Neuval desconcertado, comprendiendo que sí, que ella creía eso en serio. «Todos estos años, y cree que su mala racha de estudios es… ¿porque cree que es tonta? ¡Menos mal que me entero ahora, estoy a tiempo de frenar algo tan intolerable!».

Neuval estaba indignado porque él sabía que ninguno de sus tres hijos tenía ni un solo pelo de tonto. Es decir, para él no había mayor disparate que una persona nacida de él y de Katz no tuviera una inteligencia sublime. Al parecer Cleven no sólo se veía como alguien imperfecta comparándose con sus hermanos respecto al buen comportamiento responsable, sino también respecto a la inteligencia. Vamos, ¡intolerable!, pensaba Neuval, pues ni muerto iba dejar que ella viviera con esa creencia tan errónea.

Pero… ¿qué diantres le iba a decir? Cleven no se acordaba. Le borró la memoria. Pero él lo tenía muy claro. Porque, puede que ya le pareciera aburridísimo que Lex se dedicara en su infancia a leer libros de Medicina y del cuerpo humano, y también puede que le pareciera incluso más aburridísimo que Cleven, ya de pequeña, devorara libros de Historia, Sociología, Culturas y Política. Pero el hecho de que sus hijos con 7 u 8 años se leyeran este tipo de libros de manera totalmente voluntaria por puro y genuino interés, le producía una inmensa admiración por ellos. Con Yenkis pasaba lo mismo, solo que Yenkis era el único de los tres que había heredado su mismo interés por la Física y la Tecnología. Por eso, Neuval descubrió hace muchos años que cada uno de sus tres hijos poseía un tipo concreto de inteligencia, totalmente diferentes entre sí, pero las más primordiales del mundo.

Pero claro… Cleven perdió los recuerdos del tipo de libros que solía leer de pequeña, especialmente cogidos de la biblioteca del Monte Zou, hace siete años cuando Neuval tuvo que borrarle la memoria. Con lo que él no contaba, era con que ella también perdería ese interés que formaba parte de ella, de su espíritu. Porque Cleven podría haber seguido teniendo interés en seguir leyendo ese tipo de libros a pesar del borrado de memoria, pero no lo hizo… por la misma razón por la que no sacaba buenas notas.

—Cleven… —puso una mano en su hombro, y ella lo miró—. De tonta no tienes nada. Tienes una inteligencia sublime igual que tus hermanos.

—¿Qué? Pero…

—Pero la depresión es la que te la ha apagado.

La joven abrió los ojos con sorpresa, dándose cuenta.

—Tus malas notas no se deben a que seas tonta, sino a la depresión que llevas cargando desde la muerte de mamá. Lo sé, porque es lo mismo que me ha pasado a mí. No he estado en mi mejor racha estos años. Y no porque no sea capaz, sino porque estaba esa… nube negra… espesa… envolviéndome…

Cleven estaba muda. Esa forma de su padre de describirlo, era justo como ella lo imaginaba y sentía también.

—Tienes inteligencia de sobra para ser la mejor estudiante de todas. Lo que te ha faltado… era la ilusión. Porque sin ilusión, la inteligencia no tiene cómo moverse. La ilusión es la gasolina que nos mueve. Eso es de lo que has estado careciendo hasta ahora y por eso tu cerebro no se concentra, no se interesa, no aprende, no crece… no vive… Por eso, estaba pensando que… quizá… este cambio de vida que vas a emprender pueda hacer desaparecer esa nube negra de tu alrededor… y hacerte recobrar algo de ilusión, la misma ilusión que tenías antes de morir mamá por crecer y aprender y superarte… y que pueda devolverte las ganas por mejorar tus estudios. Porque, Cleven… tienes capacidad de sobra para construirte un futuro increíble, cualquiera que desees. Y sería una pena que no aprovecharas este cambio de vida para darte una oportunidad y poner un poco de esfuerzo.

Ella no dijo nada. Seguía sin habla. No podía dejar de mirar a su padre con ojos absortos, y vidriosos. Porque no tenía ni idea de que él pensara todas esas cosas de ella. La verdad, no recordaba la última vez que alguien le dijo unas palabras tan bellas. «¿Qué está pasando?» se preguntaba una recóndita parte de ella. «¿Por qué papá parece tan diferente, por qué me resulta tan desconocido ahora mismo… pero al mismo tiempo me resulta más familiar y normal que nunca? Él es… ¿así? ¿Siempre lo ha sido?».

—Te lo prometo —le salieron estas palabras casi sin darse cuenta, pero su tono sonó determinante y seguro—. Lo haré. Me esforzaré más.

Neuval sonrió radiante y volvió a abrazarla. Ella también sonrió. La verdad es que Cleven se sentía diferente ahora mismo. Como si algo dentro de ella acabara de crecer y de hacerse más fuerte.

—Te voy a echar de menos —dijo él—. Ven por aquí de vez en cuando a visitarnos, ¿vale?

—Claro.

—¿Te vas ya?

—Sí, he de acabar de instalarme cuanto antes.

—Bueno, de todas formas, te veo pasado mañana.

—¿Eh?

—En la reunión de padres del instituto, de la que se supone que debías haberme informado y al final me he enterado a través de tu tutor.

—¡Ahí va! ¡Es verdad, que me dio una circular! Se me olvidó dártela. ¿Vas a ir tú entonces?

—Sí, iré. Y supongo que tu tío también irá, ya que ahora él ha asumido la responsabilidad de encargarse de ti.

—¿Vais a ir los dos? —se alarmó.

—Sí, los dos, ha de ser así. Yo, como tu padre, debo enterarme de todos tus asuntos de estudios, y Brey también tendrá que informarse de tu progreso y de los asuntos que surjan en tu instituto, porque ahora estás a su cargo.

—Uy... —titubeó, sin fiarse ni un pelo—. ¿Los dos juntos en una misma habitación? ¿No se supone que os lleváis mal?

—Cleven, somos mayorcitos, sabremos comportarnos —aseguró.


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