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1º LIBRO - Realidad y Ficción

44.
Compañeros de vida

Cleven abrió los ojos. La luz de la mañana se colaba entre las cortinas de su habitación. Se quedó así unos minutos, tendida sobre la cama, mirando al techo. Cuando su cerebro se hubo reiniciado del todo, se dio cuenta de que no estaba en la habitación del hotel a la que se había acostumbrado. Ni en la de su casa de siempre.

Se incorporó de un salto, sorprendida, y observó el cuarto. Su nuevo cuarto, su nuevo espacio, su nuevo hogar. Aún no acababa de asimilarlo. Estaba en la casa de Raijin. Estaba en la casa de su tío. Ese era su primer día ahí.

Se levantó de un brinco, llena de energía. Aún le quedaban cosas por hacer, como deshacer la maleta y traer el resto de su ropa y de sus cosas. Bueno, había tiempo de sobra. Miró su reloj, eran como las once y media, la mañana se la había pasado durmiendo. Era sábado y no tenía clase, así que lo iba a dedicar a descansar. Ya había soportado demasiadas emociones distintas en una noche y un día, ahora había que reanudar la situación.

Salió de la habitación justo en el mismo momento en que el rubio salía de la suya, enfrente. Cleven, al verlo, abrió la boca para saludarlo, pero todo se quedó en un murmullo ahogado. Raijin tenía una cara ojerosa impresionante, realmente Cleven se preguntaba qué tipo de problemas tendría él para dormir, pero eso no era lo que le llamaba más la atención. Al parecer, el chico sólo dormía con el pantalón del pijama, por lo que Cleven pudo ver de nuevo ese extraño tatuaje en la parte izquierda de su pecho. No se dio cuenta de su embelesamiento. No era por su bonito torso, sino porque ese tatuaje le daba una sensación familiar, de un pasado lejano. Por su parte, Raijin reparó en ella a los pocos segundos, despertando del todo.

—¡Eh! —saltó, señalándola—. ¿¡Pero por qué estás en ropa interior!?

Cleven despertó de su trance y se miró a sí misma.

—Es mi pijama —contestó.

—¿Eso es tu pijama?

Podía ser exagerado dependiendo del punto de vista. Cleven iba con unos mini pantaloncitos tipo shorts y un top de tirantes un tanto pequeño.

—¿Qué te pasa? —se extrañó la joven.

—N… es que... —vaciló, apartando la mirada—. Ponte algo encima —gruñó, yéndose por el pasillo a regañadientes.

—Ya me has visto sin ropa antes —replicó Cleven, siguiéndolo por detrás.

—¡Eh! —saltó, girándose hacia ella—. Acordamos no hablar más del tema.

—Ya, bueno...

—En serio, Cleven, no quiero ni mencionarlo ni recordarlo.

Ella se quedó un momento pensativa en mitad del pasillo. Se rascó la nuca, dubitativa.

—Lo sé, yo tampoco quiero, pero... Pero es que me preguntaba... —miró para los lados antes de volver a mirarlo con vergüenza—. ¿Tú... te acuerdas de algo? E-es decir... de... la parte seria.

Raijin fue a repetir que no quería hablar de ello, pero en vez de eso cerró la boca un momento, algo sorprendido, y se quedó pensando. La verdad, no, no recordaba nada claro después del beso del hotel. Pero se había despertado sin ropa a la mañana siguiente, ¿no? En ropa interior, más bien.

—Mm… No... —contestó finalmente—. Bebí demasiado. No tengo recuerdos probables o evidentes... de que hayamos... ya sabes.

—Vale, es que yo tampoco... Tampoco recuerdo eso. Pero claro, como me desperté sin ropa, pues... pues daba por hecho que... en fin, ya sabes.

De repente los dos se quedaron mirándose mutuamente un buen rato, un buen e incómodo rato.

—¿Crees...? —preguntó Raijin.

—¿... que quizá no haya pasado? —brincó Cleven al instante, con la mano en el pecho—. Pero al despertar...

—Pudimos caer dormidos antes de hacer nada —repuso él enseguida, tan tenso como ella.

Ambos volvieron a quedarse mirando mutuamente. La verdad, los dos desearon aferrarse a esa posibilidad, pero tampoco había pruebas que demostrasen que no sucedió.

—Tengo que hacerte una pregunta personal —dijo Raijin.

—Si no querías hablar del tema.

—Lo sé, joder, pero es importante —suspiró—. Yo tengo la absoluta certeza de que, incluso si estoy borracho, me cercioro de usar protección, siempre, sin falta, sin fallar nunca… Porque ya cometí una vez el error de no cerciorarme y pagué las consecuencias —cerró los ojos seriamente, pero un poco sonrojado e incómodo—. No tengo pruebas ni recuerdos factibles de haberlo cumplido la otra noche, solamente la confianza en mi capacidad de juicio. Aun así… necesito una confirmación más… algo que despeje las dudas del todo…

—Tranquilo, hace poco más de un año que yo tomo anticonceptivos, principalmente como tratamiento para regular el periodo, porque lo tenía algo irregular, así que sí, la protección ya la venía trayendo yo de todas formas, hasta que mi gine me diga que deje el tratamiento.

Raijin dejó salir otro suspiro, pero esta vez, mucho más grande y aliviado. Se le despejaron todas las dudas, aunque ya confiaba en sí mismo en ese aspecto. Lo que le sorprendió un poco es que Cleven le hubiera respondido con tanta naturalidad sobre un dato tan íntimo de ella. Por un momento había parecido una chica muy racional.

—¿No te… da vergüenza hablarme de esas cosas tuyas? —preguntó extrañado.

—Sí, mucha. Por eso te las aclaro todas ahora mismo de una sola vez, para que no vuelvas a sacarme el tema jamás en la vida y dejemos de hablar de esto de una vez por todas y dejarlo atrás.

—No puedo estar más de acuerdo —declaró él—. Vale, ya está, olvidémoslo. Pero por lo visto hay altísimas probabilidades de que en realidad no sucediera, y me voy a aferrar a eso y seguir con mi vida.

—Sí, yo también.

—Pero ponte un pijama normal —añadió mientras reanudaba la marcha hacia las escaleras para bajar.

—¡Eh! ¿Y tú qué? Que vas exhibiendo todo tu modélico cuerpo ruso.

—Medio ruso. No critiques, tú también eres medio rusa.

—Sólo el 25 % —corrigió ella—. Y 25 % japonesa. Más correcto sería decir que soy mitad francesa.

—Y se nota, con ese libertinaje que te traes.

—Serás tonto... —gruñó—. ¿Y tú puedes vestir aquí como quieras?

—Yo estoy en mi casa —gruñó también.

—Y yo también —sonrió Cleven de repente. Raijin se paró de nuevo y volvió la vista a ella con su cara de refunfuño—. Si te vas a poner así por un pijama no quiero ni imaginar qué harás cuando salga de la ducha en toalla.

—¡Cleven! —exclamó apurado—. Si en tu casa ibas en pelotas, aquí desde luego no.

—¡Somos de la familia!

—¿Tú ibas así delante de tus hermanos y de tu padre?

—¡Pues claro! Es la confianza familiar. En verano mi hermano suele andar por casa en calzoncillos, ¿y yo qué, yo no puedo siquiera ir con esto? ¡Con razón te portas como un japonés tan tradicional y disciplinado, eres exactamente igualito que el abuelo Hideki!

—¿Y tú qué sabes de cómo era él?

—¿Cómo que qué sé? No los conocí, pero he oído hablar de los abuelos toda mi vida. Y así era el abuelo. Tú, mi madre y mi hermano Lex habéis heredado su carácter sin duda.

—Tú podrías haber heredado también algo de él, aparte de su color de cabello —gruñó—. Pero no. Tú has salido pervertida, como mi madre.

—¡Ah! —brincó Cleven, sonriendo con gran interés—. ¿La abuela era pervertida? ¡Jajaja…! —se rio al imaginarlo, mientras Raijin se ponía algo rojo de vergüenza—. ¿Y cómo acabó alguien tan serio, disciplinado, recatado y tradicional como el abuelo casándose con una mujer totalmente opuesta a él?

—Yo lo único que sé es que ambos eran inseparables —comentó el chico, cuando terminaron de bajar las escaleras.

—¡Y no me extraña! Un matrimonio que tiene un hijo 25 años después de tener a su primera hija, denota amor duradero, ¿no crees?

Raijin miró para otro lado un momento, mordiéndose la lengua. No cabía duda de que Cleven no recordaba ni sabía absolutamente nada de que su madre tuvo dos hermanos pequeños y no sólo uno.

—¿Qué edad tenía la abuela cuando te tuvo? ¿No tuvo problemas ni nada?

—Ambos tenían 45 años y una salud óptima. Solamente hubo el inconveniente de que nací un mes más tarde de lo debido.

—¿Qué? ¿En serio? ¿Eres diezmesino? Guau… Un mes de demora de la fecha límite es muchísimo tiempo, debió de preocupar mucho a todos.

Raijin volvió a quedarse callado. Lo que Cleven acababa de decirle le evocó un recuerdo particular. Es cierto que su demora en nacer preocupó a la familia en aquel entonces, pero preocupó mucho especialmente a alguien… que acabó desencadenando una serie de sucesos que terminaron en una tragedia que dio como resultado a un pequeño Izan de casi 6 años convirtiéndose en “iris”.

—En todo caso, eres muy exagerado, tío Brey. Mira que ponerte así conmigo...

—Mira, payasa, todavía estoy asimilando que has pasado de ser una mocosa así —puso una mano a un metro de altura del suelo—, a una pelmaza así —alzó la mano hasta ponerla a la altura de Cleven—, llena de curvas y cosas redondas.

—¿La última vez que me viste yo era tan pequeña? —se sorprendió Cleven.

—En tu caso todos estos años te han dado para crecer mucho, desde luego.

—Ojalá yo pudiera decir lo mismo de ti, si no fuera porque no recuerdo haberte visto la jeta antes en mi vida. Sólo eres 4 años mayor que yo, así que en estos años tú también has debido de pasar de ser un mocoso gruñón así —puso una mano a metro y medio del suelo—, a un top model gruñón así —alzó la mano hasta ponerla a la altura de él, una cabeza más que ella—, lleno de rectas y cosas cuadradas, como tu mente.

Bah, k chertu tebya... —gruñó el chico pasivamente, y siguió andando hacia la cocina. (= Bah, que te den...)

—¡No hables en ruso, que no me entero! —se enfadó Cleven.

Razdrazhayushchiy! (= ¡Petarda!)

—¿¡Y si yo me pongo a hablar en un idioma que no entiendas!? Crétin! —replicó Cleven. (= ¡Cretino!)

—Pff —bufó Raijin—. Los insultos en francés son como azotar a alguien con un látigo de seda perfumada, no te molestes.

Con la discusión tonta, Cleven lo siguió hacia la cocina. Lo cierto es que se moría de hambre, ya que anoche no había cenado. Nada más entrar en la cocina se fue derecha a curiosear por todos los armarios, a ver dónde estaban las cosas y qué cosas había. Como un nervio puro fue de aquí para allá, dejando al chico aturdido.

—¿Eh? ¿Qué es esto? —preguntó Cleven, sacando de uno de los armarios dos tazas con unos dibujitos muy monos de ositos, mostrándoselas a su tío—. ¿Te van los osos amorosos o qué?

Raijin frunció los labios, tenso, y pasó de ella rápidamente, yendo a ponerse un café. Cleven abrió otro armario, la despensa. Ojeó la cantidad de dulces que había y, pasmada, sacó unas cajas de cereales con forma de conejitos y perritos de colores.

—En serio, me asusta esta nueva faceta tuya —le dijo al joven, agitando las cajas para oír el ruido de su contenido.

—Deja eso —gruñó—. No es para nosotros.

«¿Se lo digo ya o no se lo digo?» se apuró Raijin. «Todavía ni lo sospecha. ¿Y si espero a después de recogerlos de la casa de sus abuelos?».

—¿Para quién, pues? —bufó Cleven con ironía, dejando las cosas en su sitio y yéndose a sentar en uno de los taburetes de la repisa de al lado de la ventana, junto al chico—. Sólo faltaría encontrar por aquí tirado... ¡un gorila de peluche!

Pegó un brinco, señalando dicho juguete tirado debajo de la mesa del centro. Raijin corrió a cogerlo antes de que lo hiciera ella y lo escondió tras su espalda.

—¡Hey, hey! ¡Ya sé qué es lo que pasa aquí! —se enfadó Cleven, tratando de arrebatarle el peluche.

—¿Lo sabes? —se alarmó, esquivándola.

—¡No me lo puedo creer! ¡No me esperaba esto de ti, tío Brey! —le reprimió; a Raijin se le cayó el alma a los pies.

—¡Pensaba decírtelo! —se excusó.

—¡Ja! ¿¡Cómo que pensabas decírmelo!? ¿¡Tendrás cara!? ¡Lo tuyo es una enfermedad, tío Brey! ¡Una cosa es que no te gusten los niños y otra diferente es que les robes sus juguetes! ¡Te dedicas a robarles a los niños pequeños que te molestan! ¿¡Verdad!? ¡Tú odias a los niños pequeños, pero no es razón para quitarles sus cosas y hacer colección! ¡Si ya me lo imagino, tú, saliendo un día de casa, yéndote hacia un parque como si salieses de cacería! ¡Acechas a los pequeños mientras están jugando en los columpios y cuando bajan la guardia, zash, les robas sus juguetes y te mueres de gusto al oírlos llorar! ¡Y luego sus madres y sus padres intentan atraparte, pero tú les asustas con esa mirada congelante…!

Raijin tenía los ojos desorbitados.

—... ¡Y para cuando los padres llaman a la policía, tú ya has huido y vuelves a tu casa, donde observas con orgullo la colección de juguetes de esos pobres niños inocentes! —continuó Cleven montándose su película—. ¡Madre mía, tío Brey, espero que nunca llegues a tener hijos, y menos mal que todavía eres joven! ¡Pobres de ellos si los llegas a tener! ¡Pobres! ¡Acabarían muertos de pena!

—¿¡Muertos de pena!?

Ahí Raijin ya había fallecido. Tanta tensión para nada, Cleven se pensó lo que no era. El chico incluso estuvo a punto de derramar una lágrima por todo lo que había dicho la joven. Con un trauma mental, Raijin cogió su taza de café y se fue al salón sin decir palabra alguna.

«No sobreviviré cuando Cleven se entere» pensó. «Me montará un pollo insoportable por no habérselo dicho días atrás».

—Increíble... —oyó gruñir a Cleven desde la cocina.

«Peor aún» siguió pensando Raijin, «Cuando Cleven se entere, me verá como un indecente depravado... Así es como me ven todos los que lo saben. ¿Muertos de pena?» volvió a preguntarse, abrumado. «Yo creo que son muy felices conmigo».

Cleven terminó de hacerse su café y se fue a donde estaba el chico, con cara de pocos amigos. Le lanzó un rayo por la mirada, aún enfadada con él con lo que acababa de descubrir, y se dedicó a pasearse por el salón. Raijin puso la tele, aunque no podía escapar de su preocupación sobre lo que aún no le había contado.

—¡Oh...! —exclamó Cleven estupefacta, parándose delante de la estantería de libros, al lado del piano de cola.

En toda ella había varias fotos, y le sorprendió bastante ver en una de ellas a su madre. Aparecía sentada sobre un campo de hierba alta, vestida con un vestido blanco veraniego. Estaba preciosa.

—¡Es mamá! ¿Tienes fotos de ella?

Raijin no contestó, le parecía una pregunta algo estúpida. ¿Cómo no iba a tener fotos de su hermana mayor? Cleven observó todas las demás. Había varias de él con Yako y con otra gente que Cleven no conocía de nada, seguramente otros amigos. Había otras de él mismo siendo más pequeño, con Katz, y otras de él con la mismísima Cleven de pequeña, incluso con Yenkis de bebé, y con Lex, que era mayor que él.

—¡Guau, casi no me lo creo! —se entusiasmó—. ¡Ah, mamá y tú aquí salís geniales! ¡Y aquí sales conmigo! ¡Jaja, aquí debía tener unos 4 años, y tú 8! ¡Vaya pelos tenías, como si te hubieran electrocutado, pero eras adorable! ¡Y estás sonriendo!

El chico siguió mirando la tele, con las piernas cruzadas en el sofá, pero la escuchaba hablar.

—Ooh, mira Yako de pequeño siempre junto a ti… —sonrió Cleven, yendo de una foto a otra—. ¡Wah! —saltó, cogiendo otra de ellas, asombrada.

Contempló a la muchacha que estaba en esa foto. «Qué guapa es esta chica» pensó. «Parece tener mi edad más o menos». Miró hacia arriba y hacia los lados, pero descubrió que esa era la única foto donde salía esa chica. Volvió a observarla, y tuvo una intuición evidente.

—¿Esta es Yue? —preguntó.

Raijin alzó la vista con sobresalto. Anoche intentó asegurarse de esconder varias de las fotos que ahí había, fotos que comprensiblemente podían revelar demasiadas cosas a Cleven y que su delicada memoria no sería capaz de asimilar, como fotos de él con otros miembros de la KRS tal como Nakuru, o Sam, o Drasik y los gemelos Yousuke y Kyosuke en sus infancias lejanas… o incluso con Neuval y Lao. También había quitado algunas fotos que no necesariamente debía ocultarle a Cleven, pero que por ahora prefería mantener a un lado y hablarle de ello primero, como evidentes fotos de él con los mellizos.

No obstante, las fotos de Yue nunca formaron parte de la estantería, solamente una, la que Cleven ahora sostenía en sus manos. Raijin no tenía muchas fotos de Yue, pero las que tenía las mantenía guardadas en un lugar seguro y sólo tenía esa a la vista. Y es que Raijin también quería esperar un tiempo… para hablarles a los mellizos de Yue. Porque hasta ahora nunca lo había hecho.

Cuando Cleven giró la cabeza hacia él, él no tuvo más remedio que asentir y volvió a mirar la tele, callado.

—Ahora que lo veo... —murmuró Cleven—. Hacíais una pareja preciosa. Qué injusta es la vida. Caray, diría que se parece mucho a… —titubeó, viniéndole a la mente la imagen de cierta niña de 5 años—. Ah, es igual —se encogió de hombros, dejando el marco en su sitio. «¿Por qué sólo hay una foto de Yue en toda la casa, tan camuflada entre las demás?» se preguntó.


* * * *


Llegó la tarde y Nakuru salió pitando de su casa, andando a zancadas con el móvil pegado a la oreja.

—El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura —repitió con burla la voz que oyó al otro lado del aparato y se guardó el móvil en el bolsillo con cabreo—. Cleven, pon el maldito móvil a cargar.

Sí, estaba ya que echaba chispas. No había podido olvidar ni un segundo el tema de Raijin y su amiga, además de la gran decepción acerca del ascenso de Hatori Nonomiya. Se dirigió hacia la casa de Raijin, harta de llamar a ambos y no ser respondida. Le daba igual ver a Cleven o ver a Raijin, en cualquier caso quería hablar con ambos, y la casa de Raijin estaba más cerca que el hotel, por lo que decidió ir ahí primero.

Acababa de hablar con Yako por teléfono durante media hora y ambos compartieron el disgusto de lo ocurrido, y lo acabaron entendiendo desde ambos puntos de vista, desde los comportamientos que Yako había estado viendo en Raijin y los que Nakuru había estado viendo en Cleven. Un malentendido que había hecho que su plan no saliera como tenían previsto. Sabiendo que Yako tenía la responsabilidad de atender la cafetería, Nakuru le había dicho que ya se iba a encargar ella de hablar con Raijin o con Cleven o con ambos y frenaría la locura que esos dos habían iniciado.

Una vez llegó al portal y se metió en el ascensor, se cruzó de brazos y le dio un tic impaciente en la pierna. «No puedo creerlo, vaya par de idiotas...» se decía una y otra vez. «No. ¡Vaya cuatro idiotas! Yako y yo seguro, pero Raijin también por actuar de forma tan precipitada ¡con una chica que había conocido esa misma semana!, y Cleven por lo mismo. ¡Por Dios! Raijin, mira que no reconocerla después de haber tenido tantas oportunidades de hacerlo, todas las evidencias y pistas que tenías, oyendo su nombre, viéndola, su aspecto, todo… ¡La conoces desde que nació! Supongo que el maestro Fuujin empleó su Técnica de Borrado de Memoria más fuerte con él, ¡pero no es razón para llevártela a la cama! Cleven siempre es muy ingenua con los chicos, demasiado confiada, ¡y tú obviamente lo has notado porque eres un “iris” que sabe ver estas cosas! ¿¡Y aun así te aprovechas de ella!? Me lo vas a explicar ahora mismo…».

«Joder, ¿cómo reaccionará Cleven al descubrir lo que ha hecho y con quién lo ha hecho? ¡Con su tío! ¡Si es que hasta me da cosa pensarlo, issh...!» le dio un escalofrío. Cuando se paró frente a la puerta B del quinto piso, la aporreó una y otra vez. «Abre ahora mismo, Raijin, o echo la puerta abajo, ¡es que te juro que te ma...!».

Justo en ese momento, se abrió la puerta, y apareció Cleven.

—... to... —musitó Nakuru, quedándose de piedra con el puño en alto.

—¿¡Nak!? —exclamó Cleven perpleja.

—¿¡Q-q-q-qué estás haciendo tú aquí!? —tartamudeó, con el corazón en la garganta, empezando a darle otro infarto, pensando que esos dos no habían podido ir tan lejos como para encontrarse a Cleven en la casa de Raijin.

—Pe... No, ¿qué haces tú aquí, Nakuru? —replicó—. ¿Me estabas buscando? ¿Cómo sabías dónde estaba? ¿Cómo sabías dónde vivía Raijin?

—Ay...

A Nakuru le dio un tembleque en las piernas que casi se cae al suelo, y Cleven, viéndola venir, se apuró a llevarla adentro, preocupada. La llevó a sentarse en el salón y se quedó con ella mientras esta trataba de volver en sí.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cleven.

—Sin rodeos, Cleven —jadeó—. ¿Sabes lo que has hecho? ¡Debes pararlo ya! ¡Debes irte de aquí!

—¿Eh? —se sorprendió, sin entender en ese momento a lo que se refería.

—¿Quién ha venido? —apareció Raijin bajando las escaleras de caracol, ya vestido con ropa de calle, y a Nakuru le dio un síncope.

—Es Nakuru, tío Brey, mi amiga, que estuvo con nosotros en el festival de antes de ayer —contestó Cleven.

Raijin se quedó paralizado un momento, mirando a Nakuru, la cual lo observaba a él con la boca abierta de par en par, más perdida en la situación imposible.

—¿¡“Tío Brey”!? —repitió Nakuru, gritando a los cuatro vientos, histérica—. ¿¡O sea que ya lo sabíais!? ¿¡Os habéis liado sabiendo quiénes erais!? ¡Dios míooo…!

—¿¡Qué!? ¿¡Tú sabías que Raijin era mi tío!? —saltó Cleven.

—¡Yo... yo no! —se alarmó Nakuru—. ¡Pero...! ¡Ay...! ¡Por Dios! ¡Pero...!

—¡Nakuru! ¿¡Lo sabías!? ¡Nak! —insistió Cleven.

—¡Que no, que no! ¡Yo sólo...!

¡Pum! Como por arte de magia, las bombillas de las lámparas que había por el salón brillaron por sí solas y estallaron de repente, por dentro, sin romperse. Las dos chicas soltaron un grito de susto. Raijin escondió una mano tras la espalda, pues sus dedos emitían pequeñas corrientes eléctricas. Mejor opción no se le había ocurrido.

—¡Vaya, han saltado los plomos de la casa! ¡Voy a buscar bombillas nuevas! —exclamó el rubio entre dientes, exagerando su actuación, y se dirigió a donde estaba Nakuru, cogiéndola de un brazo—. ¿¡Me ayudas, amiga de mi sobrina!?

—Eh... —murmuró Nakuru, atónita.

—¡Cleven, mira a ver si encuentras bombillas por los cajones de los muebles del salón! —le dijo el chico.

—Eh... Ah, vale —reaccionó esta, aún sorprendida por el extraño suceso.

Raijin se llevó a Nakuru hacia la cocina mientras Cleven estaba ocupada buscando bombillas que en realidad no estaban en el salón, sólo era para ganar tiempo.

—¿¡Qué hostias haces aquí!? —le preguntó el Den a su compañera Suna, exclamando en voz baja—. ¿¡Cómo se te ocurre venir!?

—¿Cómo iba a saber que Cleven estaba en tu casa? —replicó Nakuru, indignada—. ¿¡Qué haces con ella aquí!? ¿¡Qué ha pasado!? ¿¡Por qué narices me dijo Cleven ayer que os besasteis y acostasteis!? ¡Por Dios! ¿¡Te das cuenta de lo que habéis hecho!?

—¡Oh, no! ¡No tengo ni idea, no me he dado ni cuenta, Nakuru! ¡Gracias por decírmelo hoy, ahora mismo —miró el reloj de su muñeca, expresando todo el sarcasmo que pudo—, a las doce y media de la mañana de este sábado! ¡De hecho, podrías haber esperado unos días más, o unos meses, o años, cuando Cleven y yo ya estuviésemos viviendo juntos, o incluso casados…!

—¡Vale! ¡Ya lo pillo! ¡Cállate de una vez! —gruñó Nakuru, dejándole ver que se sentía en parte culpable—. ¿¡Pero entonces qué está pasando aquí!?

—¡Pasa, Nakuru, que ayer fue cuando la nube de mi memoria se esfumó cuando ella vino a este edificio diciendo que buscaba a su tío y dijo mi nombre! —le explicó enfadado—. La tarde de ayer fue un puto caos para ella y para mí. Y apareció Neuval.

—Mierda… —se alarmó Nakuru.

—Pero al final conseguí que no me estallara la cabeza y hablé con Neuval, obviamente ocultándole lo que había pasado entre Cleven y yo la noche anterior, y luego hablé con Cleven y aclaramos las cosas. Pero el daño está hecho.

Nakuru se llevó las manos a la cara y se frotó los ojos, resoplando, consternada.

—La noche que nos reunimos justo a la salida de la cafetería, antes de que saliéramos a rescatar a Kyo —comentó Raijin—, mientras Drasik y tú nos informabais sobre los miembros de la MRS, sabías que Cleven estaba ahí dentro de la cafetería y me preguntaste si la conocía. ¡En ese momento sabías que yo no tenía ni idea! ¡Y no me dijiste nada!

—¡Estaba comprobando el estado de tu memoria, Raijin, no podía revelarte “hey, por cierto, es tu sobrina, la cual se ha escapado de casa y se ha encontrado con vosotros sin que yo pudiera haberlo previsto y evitado” así de repente! ¡Por no mencionar que era una orden de Fuujin no revelaros quién era Cleven!

—¿¡Y por qué Yako también lo sabía!? A ti Fuujin no te tocó la memoria. ¿¡Se lo dijiste tú a Yako!? —Nakuru no dijo nada pero hizo un gesto resignado—. ¡Joder, Nakuru, ¿pero qué pasa contigo?! ¿¡Desde cuándo desobedeces órdenes!? ¡Tú no eres así!

—¡Porque quería que Cleven y tú os encontrarais! ¿¡Vale!? —estalló Nakuru, harta, y el rubio la miró con sorpresa—. Iba en contra de la orden de Fuujin… y tomé esa decisión a mi propio juicio. Lo sé, no es lo correcto, no es lo que un “iris” debe hacer. Pero… por una vez quería… no sé…

—¿¡Qué coño querías, Nakuru!? ¿¡No ves a qué nos ha conducido esto!? ¡A un error gigantesco que ya no podemos remediar!

—¡Quería que tú y Cleven volvierais a ser felices por una puñetera vez! —gritó, esta vez más alto de lo que debía, casi con rabia y dolor.

Raijin se quedó en silencio, impactado por ver a Nakuru expresarse así. Y por lo que había dicho. Oyeron a Cleven desde el salón, desde la otra punta de la casa.

—¿Qué? ¿Me habéis dicho algo?

Raijin abrió la puerta de la cocina enseguida.

—No, nada, sigue buscando por los compartimentos del mueble de la tele.

Cleven siguió buscando inocentemente. El chico volvió a meterse en la cocina, agarró a Nakuru de un brazo y la llevó a un cuartito aparte conectado a la cocina, el cuartito de la lavadora.

—¿Qué excusa es esa? —le preguntó él, serio.

—Vamos, Raijin… —insistió Nakuru—. Todo ha sido una mierda desde que Katz murió. Todo se fue a la mierda… Tú cargaste con el peso de nuestra KRS rota porque es algo que está en tu sangre de “iris” puro y no sabes hacer otra cosa que cuidar, proteger, vigilar, salvar, pelear contra criminales… a pesar de que tú cargabas también con tus propios problemas. Yo he estado siete años observando los dos lados… viendo a Cleven cada vez más vacía... y a Neuval… y la relación de Cleven con su padre desmoronarse… Y luego veía a Kyo y a You, y a Mei Ling, viendo cómo los Vernoux cortaban relación con ellos, los Lao, su propia familia, por mantener la seguridad… y a Drasik, experimentando la sensación de quedarse huérfano por segunda vez y comportarse como si no le afectara… y a ti, ocupándote de mil cosas, sin poder dormir decentemente, habiendo perdido a toda tu familia de sangre, agotado, sufriendo en silencio…

Él siguió en silencio. Pero las palabas de Nakuru comenzaron a tambalear ese muro de hielo que él siempre erigía para demostrar que estaba bien y no necesitaba nada. Porque era la primera vez que oía a Nakuru expresar que ella no estaba bien y no se lo esperaba. Nakuru siempre había sido la “iris” más querida por todos sus compañeros de la KRS. Y había sido, a ojos de ellos, como una roca sólida, porque en todas las crisis, ella había sido la que más capacidad de estabilidad y dureza había mostrado, siempre pretendiendo ponerse debajo de cada uno de sus compañeros cada vez que los veía caer, para convertirse en esa piedra de apoyo. Raijin podía esperar que Nakuru hubiese estado afectada por ver a Cleven pasarlo mal, pero no sabía que también había estado afectada por verlo a él de esta forma durante siete años.

—No sabía que Cleven se fugaría de casa porque quería buscar a su tío —continuó la Suna—, pero cuando me lo dijo, sí, lo primero que pensé fue frenarla y evitarlo… pero luego me vino una idea diferente… un deseo. Pensé que tú le traerías a Cleven en su vida la felicidad que lleva años necesitando, y que ella te traería a ti también la felicidad en tu vida que también necesitabas. Se lo conté a Yako y a Sam, rompiendo las nubes de su memoria, para que me ayudaran. Planeé con Yako que tú y Cleven, en la fiesta de su casa, terminarais de tener un acercamiento donde os revelaríais la verdad mutuamente, esperando que ella te hiciera recordarla de forma natural, y le dijeras: “¡Eh, ese tío que buscas soy yo!”, y todo quedara como un feliz desenlace… Jamás me habría imaginado que eso sucedería después… de que tuvierais otro tipo de acercamiento.

Nakuru dejó de hablar y soltó un suspiro cansado, pasándose una mano por la frente.

—No vi que Cleven estaba desarrollando sentimientos románticos por ti. Como esta idea me parecía tan disparatada y absurda, los interpreté como sentimientos de interés normal, de que estaba notando algo familiar en ti. A Yako le pasó lo mismo contigo. Para nosotros era evidente vuestra relación como tío y sobrina, no nos dimos cuenta de que para vosotros era una visión distinta porque vuestras memorias tenían un muro más fuerte.

Raijin se restregó las manos por la cara, dando unos pasos, dándole la espalda un momento. Podía entenderlo y lo entendía muy bien. Había sido un fallo de cálculo por parte de todos. Pero es que el fallo había sido bastante gordo y todavía era reciente y no era fácil aún quitarle suficiente importancia.

—Siento mucho lo que ha pasado, Raijin, ¡pero todavía no me entra en la cabeza! —añadió ella.

—¿El qué?

—¡Tu comportamiento!

—¿Disculpa?

—Por mucho que Cleven desarrollara sentimientos románticos por ti como desconocido que eras para ella, ¡jamás me habría preocupado, porque es absurda la probabilidad de que ella consiguiera gustarte a ti en el mismo sentido! ¡Es imposible que alguien consiga captar tu interés de forma romántica!

—¡Nakuru! ¡Que no soy de cartón ni de plástico! —protestó Raijin—. ¡He tenido dos relaciones serias después de Yue, no es imposible que una chica me llegue a gustar, joder, que no soy tan frío!

—¡Todos saben que después de lo de Yue tienes el listón muy alto!

—¡Por eso, de las 200 chicas que me han perseguido cada año en los últimos cinco años, sólo 2 me interesaron de verdad y al menos una docena han sido relaciones más cortas y menos importantes pero igualmente me interesaron en su momento!

—Pero… —Nakuru estaba atónita—… ¿para ti Cleven ha alcanzado el listón en cinco días?

Raijin cerró la boca y respiró hondo, intentando mantener la calma y la paciencia en una conversación tan incómoda.

—¿¡Pero qué demonios, Raijin!? ¡No me hagas creer eso! Sé lo de esas cuantas relaciones románticas y semirrománticas que has tenido en los últimos cinco años, pero también sé lo de esas otras muchas chicas con las que sólo has estado una noche, sin interés romántico alguno, sólo sexual.

—¡No jodas! —miró a Nakuru fijamente, y se agarró los músculos del brazo y se pellizcó la piel, volviendo con el sarcasmo—. ¡Mira! ¡Carne! ¡Y hueso! ¡Sangre! ¡Cuerpo humano! —se señaló entero—. ¡Mente “iris”! —se señaló la cabeza—. ¡Necesidades humanas! —volvió a señalarse el cuerpo—. ¡Aunque la Asociación no se lo crea, también cago y meo!

—¡No hablo de eso, tonto, ya sé que tu cuerpo funciona como el de los demás y que tienes las mismas necesidades básicas que los demás, y obviamente tienes todo el derecho a tener las relaciones que te dé la gana! ¡Me refiero a que Cleven parece haber sido para ti como las chicas del último tipo!

—¿¡Qué!?

—¡No me engañes! Sólo tenías interés sexual en ella, ¿verdad? ¡Para ti iba a ser alguien con quien pasar un rato y luego olvidarte, ¿verdad?! ¡No me hagas creer que desarrollaste de verdad sentimientos por ella en tan poco tiempo! ¡Veías que ella estaba colada por ti, pero obviamente tú no estabas en su misma onda, y si al final accediste a liarte con ella era por mero interés sexual y nada más, seguro!

—¡Te equivocas! —se sonrojó.

—¡Con esas otras chicas de una sola noche, al menos sé que ellas buscaban lo mismo! ¡Pero Cleven buscaba algo más de ti! ¡No quiero ni pensar que quisieras aprovecharte de ella y de su ingenuidad! ¡Aunque fuera una desconocida para ti todo ese tiempo, no quiero ni pensar que Cleven hubiese acabado contigo haciéndole daño y partiéndole el corazón!

—¡Te equivocas! ¡No me aproveché de ella! ¡En ningún momento pensé en ella de esa forma! ¡Pasaron muchas cosas, esa noche y los días anteriores…!

—¡Ja! ¿¡Me vas a decir que tú de verdad estabas sintiendo algo por ella!? ¿¡Que estabas desarrollando sentimientos reales y naturales por ella!?

Raijin cerró la boca, abrumado, sin decir palabra alguna. Estaba enfadado porque Nakuru le había contagiado el enfado. Pero estaba genuinamente afligido y avergonzado, sentimientos reales que estaba teniendo ahora mismo al tratarse de Cleven, un ser que había sido muy querido para él toda su vida. Nakuru cambió la expresión de su cara cuando se dio cuenta de lo que significaba ese súbito silencio de Raijin. Y eso era una noticia devastadora.

Teniendo en cuenta lo que Raijin había vivido, tenido y sentido con Yue después de quedarse huérfano, y de que muriera su hermana, y de que su hermano lo abandonara… y la insufrible última pérdida que había sufrido de Yue… Raijin lo tenía muy difícil para volver a enamorarse de alguien, para volver a confiar y para olvidar ese traumático miedo de perder a todas las personas que había querido; para permitirse a sí mismo volver a ser feliz con alguien. Y por una vez que había decidido darse a sí mismo una nueva oportunidad… un nuevo intento… poner un pie fuera de ese océano de miedo… las circunstancias de la vida habían vuelto a arruinárselo.

—Lo siento, Brey. Lo siento mucho —le dijo Nakuru con tristeza al entenderlo—. Deseaba conseguir para ti una nueva felicidad, y para Cleven… pero te he traído otra desgracia.

—¡No! —exclamó de pronto.

Nakuru se dio un susto. Raijin también se sorprendió un poco. Esa respuesta salió de él de forma inmediata. Y entonces recordó cómo había terminado todo. Cómo era el presente, el ahora, comparado con hace una semana o unos años.

—No… —repitió, y agarró a Nakuru de los hombros, mirándola fijamente—. Si no fuera por ti… yo ahora no tendría a Cleven aquí conmigo. No la habría recordado nunca. No la habría vuelto a encontrar.

A Nakuru se le humedecieron un poco los ojos.

—Ha habido un error en el proceso, pero tú me la has traído, Nakuru. Me has devuelto a mi sobrina a mi vida. Si hubieras acabado revelando a Neuval dónde estaba Cleven, él se la habría llevado a casa y yo nunca la habría vuelto a ver. Así que sí, Nakuru, tengo una nueva felicidad en mi vida y el error que hemos cometido no es nada comparado con ella.

La Suna acabó dibujando una sonrisa complacida.

—En realidad, el estúpido he sido yo —comentó el chico, dándose la vuelta y mirando por la pequeña ventana de aquel cuartito—. Por pensar que podía tener algo bueno en mi vida que no haya acabado salpicado por una desgracia.

—¿Qué?

—Que esta es mi vida, Nakuru. Todo desgracias. Porque me empeño en ser algo que no soy, me empeño en comportarme lo más parecido a un humano para adaptarme, mezclarme… y sólo consigo desgracias, una mierda tras otra. Es como si estuviera condenado. Condenado a estar solo.

—¿Todo desgracias? —a Nakuru no le estaba gustando nada lo que él estaba diciendo, y lo agarró del brazo para obligarle a girarse de nuevo y mirarlo a los ojos—. Te he contagiado el enfado. Es el enfado hablando por tu boca.

—No, Nak, hablo en serio. Sólo me pasan cosas malas.

—Raijin, cállate —empezó a cabrearse Nakuru.

—¿De qué serviría tener una esperanza constante? Siempre pasará lo mismo, una y otra vez. Mi vida es una mierda, se arruinó cuando murieron mis padres en plena misión "iris", y cuando Katz fue asesinada por esas personas o seres tan extraños... Y se hundió en lo más profundo desde que Yue murió.

Inesperadamente, Nakuru le dio un puñetazo en el estómago. Raijin se dobló de dolor y miró a su compañera con cara desconcertada.

—¡Nak! ¿¡Qué cojones…!?

—¡No vuelvas a decir eso!

—¿¡El qué!?

—¡Que tu vida se hundió en lo más profundo desde que Yue murió! —le gritó furiosa.

—Nak… —murmuró sorprendido, y confuso.

—¡Imbécil! ¿¡Cuándo vas a reconocerlo!? ¿¡Cuándo vas a dejar de poner tu luto por Yue por encima de ellos!?

—¿¡De qué estás hablando!?

—¿Todo lo que tienes es una mierda desde que ella murió?

Raijin por fin entendió a qué se refería. Y cuando se dio cuenta de sus propias palabras al respecto, algo muy humano estalló dentro de él.

—¡No me saques ese tema otra vez! ¡Tú no entiendes nada de eso!

—¿¡Cómo te atreves a decir que no lo entiendo!? —exclamó ella—. ¡La KRS compartimos nuestras vidas, lo vemos todo, lo sabemos todo sobre cada uno! ¡He sido tu “hermana pequeña” durante una década, he crecido contigo y con los demás! ¡Y tengo todo el derecho a decirte a la cara lo que pienso, y lo que pienso es que tú y tu tozudez me sacáis de quicio! ¡Y ese pesimismo injusto con el que no paras de castigarte, ¿no te das cuenta de que también hace daño a otros?!

—No metas a mis hijos en esto —le advirtió Raijin fríamente.

—¿Qué te ha dicho Cleven cuando se lo has contado?

Raijin se quedó callado, sin respuesta. Al entender que él aún no le había dicho nada a Cleven sobre eso, la mirada taladrante que Nakuru le clavó fue estremecedora.

—¿A ella también vas a decirle que son tus hermanitos pequeños? ¡Es despiadado, que todavía te avergüences de decir la verdad!

—¡Yo no le digo a nadie que ellos sean mis hermanos pequeños! ¡Eso ya lo piensa la gente por sí misma nada más vernos!

—¡Y tú no les corriges!

—¡No es asunto de ellos! ¡Ni tuyo!

—¿Los quieres porque te sientes culpable, porque te sientes obligado por Yue, o los quieres de verdad?

—Te estás pasando… —la agarró del cuello del abrigo, y su ojo izquierdo emitió un brillo amarillo, pero ella también lo agarró a él del cuello de la camiseta, sin dejarse intimidar.

—¿¡Cuándo vas a dejar de verlo como algo vergonzoso, Raijin!?

—¿¡Tú qué sabes, Nakuru!? ¡Tú no sabes lo que es!

Los ojos verdes de Raijin comenzaron a llenarse de lágrimas por primera vez en años. Y ahora, su enfado era real y propio.

—¡Tú no has nacido diferente! ¡No sabes lo que es vivir en un mundo lleno de gente que funciona diferente, que piensa de modo diferente y siente de modo diferente a ti! No tienes ni idea de lo que me ha costado llegar hasta aquí, de lo mucho que me ha costado conseguir la reputación que tengo ahora. Llevo toda la vida intentando comprender a toda la gente que me rodea, intentando integrarme en un mundo donde rebosa la estupidez, los sinsentidos y un caos de emociones diversas. El “iris” muere con la soledad y aun así no paro de refugiarme en ella porque es menos caótica y confusa. Pero aún lo sigo intentando, una y otra vez, integrarme en este mundo humano tan complicado donde alguien como yo no termina de encajar. Por eso, yo necesito esforzarme el doble que los demás. Necesito hacer las cosas perfectas. Necesito actuar y comportarme de forma perfecta. Ser un ciudadano ejemplar, sin faltas, sin errores, sin defectos que los humanos señalen o consideren inaceptables, o desaprobatorios.

—Así que eso es lo que te importa, tu reputación —se cruzó de brazos—. Tener un alto puesto en la escala social para que los humanos te miren bien y te acepten.

—¡Pues sí! Eso es lo que siempre he querido, desde que toda mi familia se fue y me quedé solo. Quería ser alguien, quería tener lo que los demás tenían. Quería ser alguien aceptado por todos, por una vez, por una sola vez... no sentirme tan distinto a los humanos, ¡ni a vosotros los "iris" comunes! Vivo rodeado de emociones y sentimientos absurdos que no puedo tener ni puedo entender, por mucho que lo intente, y cuando la gente empieza a notarlo, se aleja de mí... Vi que el único modo que tenía para evitarlo era adaptándome a los humanos, a su modo de ver las cosas, a sus normas y prejuicios, a sus conductas y supersticiones, ¿¡lo entiendes!?

—¿¡Qué más da lo que te diga la gente, lo que te digan los humanos!? ¡Convertirte en padre a los 15 años no te convierte en un monstruo, o en alguien despreciable o en un desastre!

—¡Sí a ojos de ellos y de la sociedad! ¿Es que vas a odiarme si te digo que Clover y Daisuke fueron un accidente? ¡Esa es la realidad, por muy cruel que te suene!

—¿¡Y qué!? ¿¡Ya por eso tú piensas igual que esos humanos prejuiciosos, ya por eso te desprecias a ti mismo y te culpabilizas a ti mismo!?

—¡Yue murió tras dar a luz porque su salud no lo aguantó!

—¡¡No fue tu culpa!! —lo empujó y lo hizo chocar con la pared—. ¡¡Deja de pensar que tú tuviste la culpa de su muerte!! ¡¡Clover y Daisuke se merecen que dejes de sentirte así!!

Ese último grito de Nakuru terminó venciéndolo. Raijin se frotó y se secó los ojos, consternado y cansado de esa discusión. Nunca solía discutir con Nakuru si no era por asuntos de la KRS, pero discutir de algo tan personal había sido algo que siempre había querido evitar con ella, pues no era la primera vez que ella le mencionaba cosas de su vida, especialmente este tema, este tema concreto que era sin lugar a dudas el punto más débil de Raijin, el único punto que superaba la fuerza racional de su “iris”.

—¿Sabes qué, Brey? —musitó Nakuru, ya calmada del todo, mirándolo fijamente—. Me gustaría saber... si serías capaz ahora mismo de cambiar la vida de tus hijos por la vida de Yue, o por otra vida diferente a la que tienes ahora. O por el contrario, después de todo, no los cambiarías por nada en el mundo. ¿Lo harías, o no lo harías?

El chico le lanzó una mirada llena de rencor. Nakuru metió el dedo en la llaga con esa pregunta, una pregunta que ya tenía una respuesta sin ápice de duda y que tanto él como ella sabían. Pero Nakuru le hizo la pregunta igualmente, para hacerle ver que esa culpa y esa vergüenza que él todavía padecía aun después de cinco años podía acabar haciendo daño a los dos niños, los cuales estaban comenzado a crecer, e iban a empezar a aprender, a descubrir y a entender las cosas.

De repente, rompiendo ese momento de silencio, Cleven abrió la puerta de la cocina.

—50 cajones y armarios que hay por el salón, ¡y ni una sola bombilla! —protestó, con cara agotada—. ¿Estás seguro siquiera de haber comprado bombillas, tío?

Cleven se quedó callada cuando descubrió a Raijin y a Nakuru allá en el cuartito de la lavadora. Los dos estaban junto a la puerta abierta, mirándola muy quietos y sobresaltados, pero respirando acalorados. Cleven ladeó la cabeza, confusa.

—Oye, he escuchado gritos hace un momento, ¿va todo bien?

Nakuru fue la primera en reaccionar a toda velocidad, le cambió la cara en un parpadeo y sonrió alegremente con simpleza.

—¡Cleven! Oh, verás, es que Raijin se puso a toquetear este… —pasó de vuelta a la cocina y halló justo ahí al lado de la puerta del cuartito la caja de los plomos en la pared, y abrió la tapa de golpe—… el cuadro eléctrico de la casa para comprobar qué ha podido causar el cortocircuito de antes, y… se ha dado un calambre horroroso y he gritado con susto, pero al final no ha pasado nada…

—Oh, no, tito, ¿estás bien? —se le acercó Cleven corriendo.

Pero él no estaba de humor. Ni siquiera para disimular y fingir. Esquivó a Cleven y a Nakuru y salió de la cocina sin más, sin decir nada, para salir a la terraza del salón a fumarse un cigarrillo y estar solo. Necesitaba tranquilizarse.

—Hey... ¿qué le pasa? —preguntó Cleven a su amiga, preocupada.

—Nada, no te preocupes. Seguramente necesita un momento de respiro para recuperarse del susto y del calambrazo.

—Ah… Bueno, es un poco raro que se haya dado un calambre si la caja de los plomos es un panel aislado…

—Ahem… —interrumpió Nakuru, carraspeando—. Cleven, me tienes que contar algo, ¿no crees?

—Ah, sí… Te dije ayer que hoy hablaríamos. Perdona, es que están siendo un par de días de locos. ¿Cómo sabías que me encontrarías aquí?

—Mm… Bueno, verás… —intentó pensar, una vez más, en una nueva mentira. Nakuru odiaba hacer esto, pero a veces era realmente necesario recurrir a la mentira para proteger a alguien, y también, para no acabar dañando la delicada memoria de alguien que había recibido la Técnica de Denzel—. Pasé por la cafetería de Yako antes de quedar contigo ayer, y… hablé con él… y me contó que acababa de darse cuenta de que Raijin era el tío que estabas buscando, y él quería decírselo a Raijin y yo intenté decírtelo a ti… pero hemos llegado un poco tarde.

—Oh… Fuff… Entiendo. Pero no te preocupes, Nak, esto ha sido un error inevitable mío y de Raijin, una casualidad que no podíamos haber previsto…

—Siento mucho lo que te ha pasado. Cuando ayer me contaste lo que… hiciste con él…

—Sí, te dio un telele, ¡y con razón! —casi se rio—. Tranquila, Nak, ya todo está arreglado. Verás, te cuento —la llevó a sentarse a los taburetes de la mesa alargada de la cocina—. Después de dejarte en tu casa, me encontré con Raijin en el parque, y…

Mientras tanto, Raijin, en la terraza del salón, exhaló una larga bocanada de humo de su cigarrillo, apoyado de codos sobre la barandilla.

Tenía un mar de contradicciones en la cabeza por culpa de Nakuru. Le daba rabia, pero Nakuru tenía razón en casi todo. Él tenía algunos defectos que cambiar. Tenía una cuenta pendiente con su sentimiento de culpa sobre la muerte de Yue. Nakuru había sido un poco dura, pero ese no era el problema. El problema es que Nakuru no era la única que se metía en su vida de esta manera. En realidad, la persona que más había estado inmiscuyéndose en su vida, o intentándolo incansablemente, durante los últimos cinco años, había sido Mei Ling, la hermana mayor de Kyo. La discusión que había tenido con Nakuru no era nada comparada con las que había llegado a tener con Mei Ling. Y no sólo eso. Las discusiones de Mei Ling habían llegado a afectarle el doble que esto, quizá, seguramente, porque ella era humana, y su opinión era precisamente más efectiva para él que la que pudiera escuchar de un “iris”.

Volvió a pasarle, una vez más. Se le sonrojaron un poco las mejillas al pensar en ella durante unos segundos. Esto solía sucederle sin darse cuenta, desde que era pequeño.

Aun así, no sólo Nakuru, y no sólo Mei Ling. Los demás, Yako, Sam, Drasik, Kyo, incluso el viejo Lao… también lo hacían. ¿Por qué tenía todo el mundo que meterse en su vida, que reprocharle si estaba haciendo algo mal, que cuestionarle lo que hacía o dejaba de hacer?

No quería verlo porque él tenía asumido que él era el Guardián, el que velaba por los demás, y no al revés. Todos los que le rodeaban se preocupaban por él. Y era normal. Porque puede que estuviera rota, o coja, o llena de heridas aún cicatrizando, pero la KRS todavía era una familia, su familia. Y en ella, exceptuado las discusiones y peleas internas que solía haber entre ellos, todos al final querían lo mejor para todos.

No eran simples compañeros de trabajo, sino compañeros de vida.


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