Seguidores

1º LIBRO - Realidad y Ficción





24.
Buenas nuevas en la mañana

Amaneció aquel miércoles con un día espléndido, el cielo estaba despejado pero el frío persistía, todavía a finales de enero. Estudiantes y algunos trabajadores aún tenían cinco días más de fiesta, hasta el domingo, y por ello las calles estaban llenas de gente disfrutando únicamente de su tiempo de ocio.

El viejo Lao salió por la puerta de la casa de su nieta Mei Ling, pegando un bostezo que retumbó todo el rellano del quinto piso. Fue un bostezo placentero, después de haber pasado los últimos días estresado con el problema de Kyo, y con el de Neuval también, y por fin todo estaba solucionado. O a medias, porque aún quedaba el asunto del juicio de Neuval y encontrar a Cleven. Lo que hay que aguantar por la familia, se decía. Para Lao no había nada más importante en el mundo.

—¿Pero dónde diantres...? —rechistó el viejo cuando empezó a palparse los bolsillos internos de su parka y ver que le faltaba algo. Puso los ojos en blanco pacientemente—. ¡Mei Ling! —exclamó hacia el interior de la casa.

La mujer vino desde la cocina hasta la entrada, con las manos en la espalda y con cara de disimulo. Llevaba su larga y lisa melena negra recogida en una bonita coleta, y estaba ya vestida, con pantalones rojos de cintura alta y botones laterales dorados, una blusa blanca y una chaqueta negra sobria y elegante.

—Señorita, ¿cuándo vas a dejar de robar mis cosas? —le reprimió el viejo Lao, extendiendo una mano hacia ella.

Mei Ling suspiró con fastidio, viendo que no servía de nada ocultarlo a sus espaldas, y le devolvió sus dos pistolas. Eran unas pistolas denominadas Tasogare y fabricadas por la empresa Hoteitsuba; en concreto, estas las diseñó el propio Lao, y se parecían mucho a las Beretta 92. Eran dos preciosidades muy potentes. El viejo volvió a guardarlas en los bolsillos internos de su chaqueta y le lanzó a su nieta una mirada de reproche.

—Quizá cuando dejes de tener cosas tan interesantes —respondió ella a su pregunta—. ¿Cuándo me vas a regalar unas?

—Eh... ¿Nunca? —contestó Lao con sarcasmo.

—¡Venga ya, abuelo! —se enfadó la mujer—. ¡A Kyo le has fabricado una Maître! ¡Yo llevo años pidiéndote una simple Parabellum!

—Kyo es un iris.

—¿¡Y eso qué más da!? —puso los brazos en jarra—. Yo soy humana, y a mucha honra. No necesito ser una iris para poner en práctica mi legítimo derecho a proteger a los demás. Todas las veces que he ido por la calle y me he encontrado con un delincuente atacando a un inocente, he intervenido y he salido victoriosa.

—¿Pero tú a qué quieres disparar con una Parabellum? Te tengo dicho que las armas son para los criminales más peligrosos, aquellos de los que los iris nos encargamos. Y aquellos con los que una humana como tú no se suele cruzar por la calle.

—¿Y si me cruzo con un ladrón armado o con un yakuza que quiere secuestrarme?

—Qué pregunta más idiota, Mei, tú y tus puños os bastáis solos. Por algo te he enseñado desde tu infancia a luchar a nivel profesional. Sabes perfectamente cómo esquivar una bala. Y a pesar de esos brazos tan flacos que tienes, pegas unas hostias como panes —le explicó tranquilamente mientras se miraba en el espejo que había en la pared del rellano, peinándose un poco con los dedos de forma coqueta—. Conclusión. Las balas matan. Y si los iris no matamos si no es con el permiso de Alvion, mucho menos voy a dejar que mi nieta lo haga en un descuidado acto de defensa contra un criminal al que puede noquear fácilmente de un puñetazo.

—Alvion es tu Señor. No el mío —discrepó ella, cruzándose de brazos—. Yo soy humana, y por tanto, no tengo un ser superior como dueño.

—Claro, porque los diez dioses que dominan toda nuestra realidad y que juzgarán tu alma cuando mueras no cuentan.

—Esos diez frikis no me dan miedo —refunfuñó arrogante.

—Oye... —la miró Lao con sorpresa, dándose cuenta de cómo iba vestida—. ¿Y por qué luces tan preciosa tan temprano? ¿Tienes otra sesión de fotos en esa nueva agencia de modelos que te ha contratado y que no me gusta nada? Me gustaba más en la que estabas antes. La de ahora te saca cada vez con menos ropa. ¿Tú tienes idea de la cara de loco que se me pone cada vez que encuentro a un empleado de Hoteitsuba con las pupilas adheridas a la revista en la que salen tus fotos? Mira, así —se inclinó hacia ella para mostrarle una horrible mueca torcida de ojos inyectados en furia—. Así se me queda la cara, ¿te asusta? Porque a mis empleados sí.

—Abuelo —resopló con paciencia, dándole un manotazo en la cara para apartarlo—, no seas anticuado. Seguro que si mi hermano hiciera lo mismo que yo, no te quejarías.

—No te equivoques, jovencita. Igualmente no me haría ninguna gracia que Kyo posara medio desnudo para una revista de moda. En ese caso encontraría a todas mis empleadas con los labios pegados a sus fotos y de nuevo se me quedaría esta cara de loco —volvió a poner esa mueca tan graciosa—. No puedo culparos por haber heredado mi indiscutible belleza, pero sí quejarme de cómo la exhibís.

—Menudo exagerado, ni siquiera poso en ropa interior, sabes que eso no me va. Y para tu información, no me he arreglado para una sesión de fotos. Esta mañana la universidad ha organizado un seminario con la Agencia Espacial y no me lo puedo perder por nada en el mundo. Es tan importante que se nos ha dicho que debemos ir elegantes.

—¡Oh, qué suerte tienes! —brincó Lao con ilusión—. Si ves al director de la Agencia, mándale un saludo de mi parte, ya me conoce. Tu tío y yo hemos aportado mucha de nuestra tecnología a la Agencia Espacial. Hasta nos hicieron el favor de poner en órbita nuestro propio satélite Hoteitsuba.

—Abuelo, no llevo los últimos 5 años trabajando duro por mí misma para que la Agencia Espacial me quiera por ser "la nieta de", ¿sabes? No haré la pelota a nadie.

—Y por eso serás la astronauta china más cabezota de la historia —bufó—. Sácate el palo del culo por una vez, Mei, eres igual de estirada que tu primo Lex.

—Soy japonesa —le corrigió por vigésima vez—. Nacida aquí, y de madre japonesa.

—Y se nota, cariño, pues no hay palo más metido en un culo que el de los japoneses.

—¡Deja ya esos chistes racistas tan malos! —se enfadó, pegándole un puñetazo en su enorme hombro.

—Jijiji... —se rio el viejo, pero luego puso cara de sorpresa y se frotó el hombro, pues le había dolido el golpe—. Au...

—Hablando de primos. ¿Lo que me contaste anoche sobre Cleventine iba en serio? ¿De verdad se ha fugado de su casa?

—Ah, sí... No te preocupes, en eso es igualita que su padre. Si no la encontramos, volverá cuando se quede sin dinero. A mí Neuval ya me acostumbró a eso cuando era adolescente. Estoy curado de espantos.

—Pero... —frunció el ceño—. El tío Neu hacía eso por diversión. Y porque era una mala costumbre de su terrible infancia. Llevo siete años sin saber nada de Cleven, yo también fui borrada de su memoria... —bajó la mirada con cierta tristeza—... pero dudo que ella haya hecho eso por el mismo motivo.

El viejo Lao miró a su nieta con expresión seria, sin decir nada, pero casi sonrió por ver que Mei Ling había sido capaz de darse cuenta de eso aun habiendo estado tantos años sin contacto con Cleven.

—De hecho, me sorprende que Cleven no se haya fugado de su casa antes —Mei Ling volvió a levantar la vista hacia su abuelo, pensativa—. Puede que le borrasen la memoria, pero incluso de pequeña ella poseía una inusual habilidad para destapar las mentiras o los secretos. Seguro que se ha fugado porque después de tantos años embutida en una falsa rutina, algo dentro de ella al fin ha comenzado a notarlo.

—Es exactamente lo que creo yo —asintió Lao, cerrando los ojos—. Pero no se lo he dicho a Neuval. Él quiere convencerse a sí mismo de que esto no ha sido más que una travesura de adolescente. Pero en realidad tiene miedo de que se trate de lo que acabas de decir.

—¿Por qué tío Neu no cesa ya esta situación y deja que su familia vuelva a unirse a la nuestra? Sólo puedo ver a Lex, pero echo de menos a Cleven y a Yenkis también.

—Neuval aún no está preparado. Sigue teniendo demasiado miedo. La muerte de Katya fue la última que pudo soportar. Y el hecho... de que Yousuke muriera el año pasado... —su voz sonó abatida—... lo empeora.

Mei Ling se quedó callada y miró a otra parte con ojos serios y vidriosos, recordando a su reciente difunto hermano. Era un tema aún tan doloroso que la mujer ya no tenía ánimo de conversar más. Hizo un gesto de que volvía a meterse en la casa. Lao lo entendió y concluyó ahí, dándole un beso en la frente como despedida. Entonces ella cerró la puerta y Lao se fue dirigiendo a los ascensores con un suspiro taciturno. Inmediatamente, hizo que su iris eliminara ese sentimiento de tristeza que le invadía, y como si de magia se tratara, recuperó el buen ánimo para emprender un día más.

Iba con la misma ropa de ayer debajo de su abrigada parka de capucha peluda, el traje y la corbata del trabajo, ya que no había podido cambiarse de ropa y la llevaba arrugada por todas partes. Parecía haberse quedado dormido en el sofá después de llevar a Kyo a casa con su hermana.

Era una imagen que llamaba mucho la atención, porque el viejo Lao era el más enorme de todos, era alto y su espalda tan ancha como dos hombres normalitos juntos; un cuello como una columna y unos brazos tan grandes como los de un boxeador profesional, y ver algo así vestido con toda la ropa arrugada recordaba a la imagen de una montaña rocosa. Los varones Lao eran así, tenían una constitución musculosa, fuerte y esbelta. A Kyo también se le notaba porque tenía la espalda más ancha que Drasik, por ejemplo, y que la mayoría de chicos de su edad. Y Sai, el padre de Kyo, también era igual.

Nada más cruzar la mitad del rellano, se topó con Agatha, que también estaba saliendo de su casa por la puerta de al lado, con Clover y Daisuke cogidos de la mano vestidos y arregladitos.

—¡Anda la vieja! —saltó Lao.

Agatha giró la cabeza hacia él, algo sorprendida.

—Ah, Kei Lian Lao... —suspiró recuperándose del susto—. ¿Qué, niño? ¿Has pasado la noche con tus nietos?

—¡Hola, señor Lao! —saludó la pequeña Clover felizmente, y Daisuke también le hizo un gesto de saludo mientras se hurgaba la nariz.

—¡Hola, mequetrefillos! —brincó el viejo, inclinándose hacia ellos—. ¿Pero cómo es posible que las pocas veces que os veo medís medio metro más?

—Pasteles —respondió Daisuke, solemne.

—Uuuh, me voy a apuntar esa dieta —sonrió Lao, palpándose la tripa.

—Niños, esperadme en los ascensores —les pidió Agatha, y los mellizos obedecieron.

—Pues sí —contestó Lao la pregunta anterior de la anciana—. Hemos tenido unos días algo ajetreados. La MRS nos ha dado problemas y Kyo ha estado bastante ocupado.

—¿Cómo? ¿Ya ha tenido su primera misión? ¿Qué tal ha ido?

—Sobre ruedas —sonrió con orgullo—. Bueno, yo no he podido participar, pero sé que ha ido todo bien. Sólo ha sido un duelo por la posesión de un pergamino de Denzel.

—¿Habéis estado estos días ocupados con una rencilla entre RS, entonces? Menuda bobada. Siempre lo mismo. No importa cuántos siglos pasen, los humanos y los iris seguís pareciéndome la mar de repetitivos.

—¿Tú no conoces el dicho de "si no puedes contra ellos, únete a ellos"? Has tenido más de siete siglos para hacerlo, Agatha. ¡Únete a nuestra estupidez, sé natural por una vez! —alzó los brazos con aire divertido.

—¿Natural? —casi rio—. Lograr algo así me podría costar otros siete siglos, niño, teniendo en cuenta que soy la única criatura artificial que ha pisado este mundo.

—Pues para ser un experimento fabricado por los Dioses del Yin, creo que les ha salido muy bonito —Lao sujetó la barbilla de la anciana con una sonrisilla pícara—. Incluso tu piel parece carne de verdad.

—Agh... Adulador... —le apartó a un lado, sonriendo pacientemente, acostumbrada a sus piropos—. En fin, me voy a llevar a los mellizos al parque, ya que por lo visto su padre sigue indisponible —rezongó, yéndose hacia el ascensor donde esperaban los dos pequeños.

No obstante, después de llamar al ascensor, Agatha retrocedió sobre sus pasos aprovechando la espera y que Lao se estaba abrochando los botones de las mangas de la parka, y le posó una mano en el brazo, arrimándose a él.

—¿Mm? —se sorprendió el viejo—. Oh, ya estás con esa cara de regañar a alguien —protestó—. ¿Qué pasa, Ata? No he hecho nada malo.

—Tranquilo, niño, no es eso. Quería contarte una cosa —le susurró—. Verás, anoche la pequeña Clover estaba un poco mal y llamé a un médico para que la viera. Al final no era nada. Pero el médico que vino, adivina quién era.

—Bueno —caviló Lao—. Analizando tu tono de voz y la expresión de tu rostro, y teniendo en cuenta el hecho de que me propongas tal adivinanza relacionada con un médico... Vaya, no me digas... —sonrió con sorna—. ¿Se trata de Lex? ¿Lo viste anoche?

—Sí. De todos los médicos y recibo a Lex, me llevé una grata sorpresa. También él se sorprendió al reconocerme.

—No me digas, no me digas... —se entusiasmó Lao por la noticia—. Lex hasta ahora no había conocido a sus primos mellizos Saehara, es una alegre coincidencia. ¿Y qué tal, cómo lo viste? Es decir, ¿lo notaste bien?

—Lo he encontrado muy grande, hacía muchos años que no lo veía. ¿Sabías que se ha hecho neurólogo?

—Claro que lo sabía. Lex es mi nieto, al menos el único nieto Vernoux que me recuerda. Lo veo de vez en cuando. A veces quedamos para tomar un café.

—Pues anoche conversamos acerca de su situación con su padre.

—Oh... —a Lao se le borró la sonrisa—. ¿Qué te dijo? ¿Te contó cómo se siente? Conmigo ya no habla del tema, precisamente porque yo no puedo hacer nada por ayudarlo. Quiere que le comprenda poniéndome en su lugar, pero no puedo hacer eso, no puedo ponerme en contra de Neuval, ni tampoco en contra de Lex. Ambos son mi hijo y mi nieto, no puedo ponerme en un bando, lo correcto es intentar ayudar a los dos.

—Claro, Kei Lian, ellos no deberían meterte en su pelea y obligarte a elegir a quién apoyas. Quizá por eso anoche se desahogó conmigo. Pero también me puse de parte de los dos a la vez, comprendiendo a Lex pero también defendiendo a Neuval. Qué pena me da esa situación, que yo recuerde Neuval y Lex eran como uña y carne. Espero que el muchacho considere los consejos que le di y arregle su situación.

—Me imagino lo que le habrás dicho, y espero que sirva de algo. No sabes lo incómodo que es en Navidad verlos ignorarse todo el rato.

Agatha se marchó finalmente con los niños por el ascensor, y Lao fue a bajar las escaleras para marcharse también, aprovechando para ejercitar las piernas tras pasar la noche en un sofá. Tenía que hacer algo en la empresa y luego iría a ver a Neuval. No obstante, antes de bajar el primer escalón, tuvo otro contratiempo cuando Drasik salió de la puerta de su casa, al otro lado del rellano, que hacía frente con la de la casa de Kyo. Lao se detuvo y se lo quedó mirando. Drasik iba medio atolondrado, con el pijama puesto y los pelos más locos todavía. Además, tenía las muñecas vendadas y una tirita en la cara.

—Bueno, bueno, ¿se puede saber qué te ha pasado, chico? —le preguntó Lao.

—¿Eh? Ah, hola —balbució este, frotándose un ojo y cogiendo unas revistas que le habían dejado en el felpudo como correo—. Mejor no preguntes. ¡Oh! ¿Vienes de la casa de Kyo?

—Sí, he pasado la noche con él y con Mei Ling.

—¿¡Que ya está aquí!? —exclamó, despertándose del todo, y corrió hacia la puerta de enfrente.

—¡Cheee, quieto parao! —lo sujetó de un brazo—. Déjalo descansar, oye, que ahora está durmiendo.

—¿Está bien? —se extrañó.

—Sí, pero tiene que descansar, así que no vayas ahora a atosigarlo como siempre.

—Venga, Lao... —insistió—. Sólo voy a ver... ¡Hala!

Eliam había salido escopetado de su casa y le había pegado un empujón a su hermano al pasar por su lado, parándose frente a la puerta de la casa de Raijin, con una tostada en la boca y las botas sin abrochar.

—¡Oye! —saltó Drasik con enfado.

—Jeje, pero qué ajetreadas son las mañanas por aquí... —rio Lao.

Eliam empezó a dar porrazos a la puerta de Raijin y a tocar el timbre una y otra vez, mientras se comía la tostada sin manos y se colocaba bien la camisa y el abrigo. Al poco rato, la puerta se abrió y apareció Raijin con sólo el pantalón del pijama puesto, y una cara de asesino que estremeció a los demás por un momento.

—¿Qué coño...? —gruñó.

—¡Pero vos…! —exclamó Eliam—. ¿Qué hacés todavía así, en pijama? ¿Olvidaste que hoy hay que ir a la facultad a entregar la plaza de este año? ¡Debe hacerse antes de las 11!

—Creía que hoy era para los de primer año —dijo el rubio, arqueando una ceja.

—Y para los de segundo —le aseguró el argentino, señalándole.

Blyat! Eto pizdets… —farfulló el rubio en un idioma que nadie entendió, volviendo a meterse en su casa.

Eliam suspiró con desaprobación, sabía que se le había olvidado. Miró a Lao y a su hermano mientras esperaba a Raijin.

—Anda, Dras, ¿dormiste en casa? —le preguntó.

—¿Ahora te enteras? —se mosqueó.

—Ayer cuando vos pasaste por casa por la noche me dijiste que regresarías en una hora, ¿sabés? —le dijo, no muy contento—. Estuve esperándote para cenar y luego casi toda la noche, pero no volvías. Podrías haberme avisado.

Drasik abrió los ojos al darse cuenta de eso. Era verdad, lo había olvidado. Cuando le dijo que volvería en una hora, se había ido a dar una vuelta por el mar, luego se encontró con Yako, Sam y Raijin en el puente, pero después había seguido por ahí, fue a la casa de Nakuru y finalmente tuvo el encuentro con Cleven y Kaoru. Vio que su hermano seguía mirándolo con reproche.

—Lo siento —dijo finalmente, mirando a otro lado.

—Sé que no me está permitido saber a dónde vas y qué vas a hacer cuando se trata de tu trabajo de iris, pero no me digas que vas a volver a tal hora si al final no es así, así puedo pensar que te pasó algo. Por favor, no me hagas eso de nuevo. No es la primera vez.

—Sí, vale... —farfulló cansino—. No te cabrees por algo así, Eli, no es para tanto.

—No... Si cabreado no estoy —murmuró, bajando la mirada, pero Raijin apareció en ese momento en la puerta de su casa ya vestido y preparado.

—Eliam, vamos —le dijo, pasando de largo hacia el ascensor.

Drasik evitó mirar a Raijin, haciéndose el tonto, aunque tampoco Raijin pareció querer reparar en él.

—Lao, ¿qué tal está Kyo? —le preguntó Raijin, metiéndose con Eliam en el segundo ascensor.

—Bien, gracias por todo —contestó, levantando el pulgar.

Raijin le asintió con la cabeza y las puertas se cerraron. Lao observó a Drasik, pues había visto su gesto con respecto al rubio.

—¿Os habéis vuelto a pelear Raijin y tú?

El chico puso una mueca de indiferencia.

—Voy a ver a Kyo —dijo, yéndose hacia la puerta de más allá.

—Vale, pero espera —lo detuvo de nuevo, mirándolo a los ojos—. Oye... No le des esos disgustos a tu hermano.

—¿Pero a él qué le importa lo que yo haga?

—Creo que más que nada en el mundo —respondió el viejo, serio—. Veo que no te portas muy bien con Eliam. Recuerda que se vino contigo a vivir a Japón cuando vuestros padres murieron y tú ingresaste en la KRS.

—Claro que se vino conmigo, no iba a quedarse solo en Argentina con la pesada de nuestra abuela —se encogió de hombros.

—Se fue contigo para no dejarte solo en los inicios de una nueva vida. Te convertiste en iris con 3 años, Drasik, eras casi un bebé, tu caso es insólito. ¿Crees que es fácil para Eliam cuidar de un hermano pequeño, teniendo a veces prohibido conocer tus asuntos de iris, preguntándose entonces cómo estarás?

Drasik bajó la mirada.

—Sui-chan, créeme, tu hermano se ve obligado a hacer el papel de hermano mayor por instinto, aunque sepa perfectamente que tú eres más fuerte que él gracias a tu iris. Él piensa que si te pasa algo malo será por su culpa, y por ello se sentirá culpable ante vuestros padres. Es más, como eres lo único que le queda, si te pasa algo, lo perderá todo. Tú no lo ves así porque Eliam es demasiado paciente y calmado, que yo sepa nunca se ha enfadado contigo, o bien no te lo ha hecho saber. Pero, aunque no te lo haga saber, tú deberías darte cuenta de estos detalles. Empatía, se llama. ¿Entiendes?

—Tú y tus sermones —refunfuñó, cruzándose de brazos.

—Sí, sí... —suspiró Lao—. Dos hermanos huérfanos, Drasik, lo único que deben hacer es cuidarse mutuamente, no sólo uno al otro. Yo sé lo que es eso. Como ya sabéis todos, yo fui abandonado con mi gemelo a las puertas de un orfanato nada más nacer. Y mira lo que pasó. No lo cuidé bien y lo perdí a los 10 años, él era lo único que yo tenía —Lao desvió la mirada a un lado un momento con un gesto agravado, pero volvió a mirar al chico recuperando la sonrisa—. No se lo pongas más difícil, ¿vale? Él hace cuanto puede por ti, pero tú...

—Vale, vale... —se impacientó; no obstante, estaba bastante avergonzado, lo que intentaba disimular—. Está bien, trataré de no preocuparle más.

—¿Qué harías tú si a Eliam le pasase algo?

—Lo mismo que estoy haciendo por lo de mis padres desde hace trece años, vengarle.

—Ajá, pero recuerda que eso no hará volver a la vida a los seres queridos. En vez de esperar a que pase, evita que pase por encima de todo.

—Hablas igual que el maestro Fuujin —bufó.

—No, majete, el maestro Fuujin habla igual que yo —sonrió, yendo ya a bajar las escaleras—. Ve a ver a Kyo, pero no lo molestes mucho.

Cuando Lao se perdió de vista escaleras abajo, Drasik se rascó la cabeza, reflexivo. La verdad es que no lo había visto desde ese punto de vista. Era cierto, Eliam era lo único que le quedaba de familia, una familia que en un principio estuvo dividida, pero el desgraciado suceso que vivieron al menos les hizo estar unidos para siempre.

Drasik siempre había ido a su bola mientras crecían juntos, cuando Eliam estaba constantemente pendiente de él. Al paso de los años, Drasik fue haciéndose más fuerte que él, inevitablemente, gracias a su iris, pero no más maduro, incluso el dinero que ganaba Drasik con la KRS era con lo que vivían, y de sobra. Era como si el hermano mayor fuera él en vez de Eliam, y este ya se había dado cuenta de esto, lo que ciertamente le entristecía, pues el argentino quería ser el mayor, siempre lo había sido y quería seguir siéndolo.

Pero Eliam sentía, cada vez más, que en verdad no tenía nada que hacer, que no tenía ningún papel que cumplir, que su hermano no le necesitaba, porque él tenía una vida distinta a la suya, una vida en la que no debía inmiscuirse.

Finalmente, Drasik dejó este asunto aparte y se dirigió a la puerta de la casa de Kyo. Llamó al timbre y le abrió Mei Ling. Drasik la miró de hito en hito, encontrándola tan elegante...

—Fiuu... —silbó Drasik—. Chica, eres de las pocas personas de este mundo cuya belleza exterior se equipara con su belleza interior. ¿Cuándo me vas a firmar la revista de moda para la que trabajas? Me la compro cada mes.

—Ps... No quiero ni saber lo que haces con ella —chasqueó la lengua, dándole una torta en la frente y negando con la cabeza—. Pasa, anda... —resopló, dejándolo solo en la puerta.

Drasik entró y cerró tras él. Al ver que Mei Ling se había metido en la cocina, se fue derechito al piso de arriba, a la habitación de Kyo. Al adentrarse, vio a Kyo dormido en su cama con la manta hasta arriba. El calor que hacía en la habitación le impactó, pero era normal, los Ka desprendían mucho calor, al contrario que los Sui, que desprendían frío.

Sonrió con malicia y se subió encima de la cama de un salto, sentándose sobre él, y le tapó la nariz con dos dedos. A los pocos segundos Kyo abrió la boca para respirar, y entonces volvió a soltar la nariz. Kyo cerró la boca y siguió respirando por la nariz, pero Drasik se la tapó de nuevo y otra vez abrió la boca. Así repetidas veces, hasta que le taponó ambas, impidiéndole respirar. Kyo se meneó incómodo, apretando los párpados llegado un momento en que no podía más y abrió los ojos de golpe, despertándose del todo. Drasik levantó las manos con inocencia cuando este le clavó la mirada, sin decir nada, y de pronto Kyo le arreó un puñetazo en la cara que le llevó al otro lado del cuarto.

—¡Cómo no, tenías que ser tú! —farfulló Kyo, llevándose una mano a la cabeza, pues seguía algo cansado.

—¡Jaja! —rio, frotándose la nariz por el golpe, poniéndose en pie—. Jo, sí que estás en forma...

—¿Quién te ha dejado entrar?

—Una top model —contestó, volviendo a subirse a su cama.

—Ahh... —resopló con toda su alma, apoyándose contra la pared—. ¿Cómo ha acabado todo?

—Supongo que bien, porque he visto a Raijin hace un momento recién levantado, así que la pelea debió de acabar hace unas horas. ¿Y el pergamino?

—Lo tiene mi abuelo, va a quedárselo hasta que lo pongan a cargo de otro. Supongo que se lo pondrán a Sam, con él no se mete ni Dios —bostezó.

Ambos se quedaron un rato en silencio. Drasik lo miraba, ansioso, y Kyo sólo trataba de relajarse de su mal despertar, hasta que se volcó sobre su cama para seguir durmiendo.

—¡Venga, Kyo! —se decepcionó Drasik, pegando botes sobre la cama—. ¡Vamos a hacer algo, anda, que hoy no hay clase! ¡Vamos a pelear un rato, o a practicar puntería! ¡Yo haré discos de hielo, y tú dispararás bolas de fuego contra ellos!

—Mmm... —musitó Kyo, quedándose grogui otra vez.

—¡Levanta! —tiró de él—. ¡Venga ya, no puedes seguir teniendo sueño, ya has dormido suficiente! ¡Y ya has descansado bastante! ¡Vamos a disfrutar de nuestro día libre! ¡No puedes estar tan cansado!

—No... No es que esté cansado... —balbució, dejando que Drasik lo tirase de la cama al suelo.

—¿Entonces qué?

—Yo... no me encuentro muy bien. Déjame un rato. Luego peleamos.

—Lo que tienes es una flojera de competición —le espetó, mientras intentaba levantarlo del suelo—. Ya sé, vayamos a dar una vuelta, a tomar un poco el aire, y vamos al Ya-Koffee a gorronear un poco.

—Drasik, que Yako sea nuestro amigo y nuestro camarada desde pequeños, no significa que podamos comer y beber todo lo que queramos de su cafetería sin pagar, que tú siempre te vas sin pagar.

—No pasa nada, Yako es el ser más bueno, amable y simpático del mundo...

—Es un Zou. Nos puede matar a todos con un simple aleteo de sus pestañas.

—Los Zou jamás harían eso, son seres de puro Yang. —Kyo seguía mirándolo no conforme—. Vale, vale, me portaré bien —levantó la palma de la mano solemnemente—. Pero no lo haré si no vienes.

—Vale, pesado —accedió de mala gana, estirándose y bostezando, aún en el suelo.

—Y así le preguntamos a Yako y a Sam cómo fue todo ayer —añadió, saliendo de la habitación—. Voy a vestirme, y cuando vuelva espero verte preparado.

Cuando Drasik se fue y el silencio volvió a reinar en la casa, Kyo se sentó en el suelo y se rascó la cabeza, pensativo. Tenía un extraño malestar en el cuerpo que no comprendía, era muy raro. Empezó a sospechar que debía de ser por Izan, pues desde que vivió ese ataque, esa alucinación, ya comenzó a sentirse mal. «Tengo que hablar con Fuujin» se dijo, y esperó que su abuelo hubiese ido a hacer lo que le pidió la noche anterior.


* * * *


Nakuru entró en el hotel con aire preocupado, preguntándose qué iba a pasar con Cleven. Pensó en hacerse la tonta, esperaba que su amiga no recordase nada. Una vez hubo llegado a la puerta de la habitación, cogió aire y llamó. Al no contestar nadie, supuso que seguía dormida, pero iba a tener que despertarla porque no iba a esperar más con la preocupación, así que dio unos porrazos más.

—¡Cleven! ¡Soy Nakuru, abre! ¡Cle...!

La mano de Nakuru golpeó una nariz. Cleven había abierto la puerta justo cuando iba a dar otro porrazo, y le dio de lleno en la cara.

—¡Ugh! ¡Nakuru! —saltó, frotándose la nariz.

—¡Lo siento, perdona! —se apuró, examinándole el golpe.

—Tranquila, suficiente dolor de cabeza tengo ahora como para quejarme por esto —entró en la habitación y Nakuru fue detrás—. ¿Cómo has dado conmigo? ¿Sabías cuál era mi habitación?

—Ah... Pregunté al recepcionista —vaciló, sentándose sobre la cama junto a ella.

—Bueno, ¿qué haces aquí? No digo que no me alegre, es más, me alegra mucho verte.

—Sí... Es que... En fin, ¿vamos a dar una vuelta? No tengo nada que hacer —le sonrió, guardando apariencias.

—Claro —aceptó Cleven, llevándose una mano a la cabeza.

—¿Qué... qué te pasa?

—Nakuru —la miró fijamente, muy seria; esta se puso en tensión por un momento—. He tenido una noche horrible.

—¿Por? ¿Por qué? —se puso nerviosa.

—Kaoru y yo, en el Parque Yoyogi de ahí abajo. Te va a parecer muy fuerte, pero Kaoru estaba bebido y la tomó conmigo, Nakuru, ¡me pegó!

Su amiga abrió los ojos fingiendo sorpresa inesperada, pero en verdad estaba con el corazón en la garganta. «No puede ser» se desmoronó.

—Me estuvo atacando el muy cretino, yo no podía con él —continuó—. Vas a flipar, porque luego apareció Drasik, tía, ¡Drasik! Le dio un puñetazo a Kaoru que lo llevó a estamparse, ¡pum!, contra un árbol, y este se partió enterito. ¡Pero luego Kaoru se levanta sin más! Y... y después los dos empiezan a pelearse, y... Dios... —suspiró, recordando las imágenes—. Parecían dos personajes de un videojuego, te lo juro, los dos acabaron llenos de heridas: una nariz rota, el labio partido, una brecha en la frente... Todo ensangrentados, no he visto cosa igual, era horrible, horrible... Qué mal lo he pasado, Nak. Pero eso no es todo —declaró, volvió a mirarla muy fijamente y seria; Nakuru tragó saliva—. Luego apareciste tú. Y provocaste una especie de masa arenosa hacia ellos, y después me pegaste y me dejaste inconsciente.

Silencio. Cleven siguió observándola, por lo que Nakuru ya la palmó del todo.

—Cleven, yo... puedo explicártelo... —murmuró. «Mierda, lo sabía, lo recuerda todo... Se acabó, se acabó, nos ha pillado. No me queda más remedio que darle una explicación, no me dejará salir hasta que no se la dé»—. Yo... Verás...

—Ah, ¿es que te has leído Freud? —sonrió Cleven.

Nakuru se quedó muda.

—¿Q...? ¿Qué? —musitó con un hilo de voz.

—“Interpretación de los sueños”, Freud, lo hemos dado en clase, ¿recuerdas? Pues me vendría genial que me explicases este sueño, porque me ha dejado perpleja. Parecía superreal, ¿qué crees que puede significar?

—Hah... Hahaha... —rio flojamente, sin poder creérselo—. Hahah... Un sueño... hah...

—¿Estás bien? —le preguntó Cleven, poniéndole una mano en el hombro.

—Hahah, perfectamente, hahaaah...

—Lo que no entiendo es que me duela tanto la nuca, es como si me hubieses pegado de verdad en el sueño, y además tengo una herida en el labio —le señaló—. En el sueño me la hizo Kaoru. ¿No te parece extraño?

«No me lo creo, menos mal que anoche se me ocurrió montar ese escenario» pensó Nakuru.

—Cleven —sonrió, mirando hacia la mesilla de noche—. Te has debido de caer de la cama y darte un porrazo con la mesa, mira.

—Ahí va... —saltó, viendo que hasta la guía telefónica se había caído de la mesilla—. Buf, hasta se me ha debido de caer ese libro encima —dedujo, tocándose la herida del labio—. ¿Cómo no me he dado cuenta?

—Estarías medio dormida, te habrás vuelto a subir a la cama y volviste a quedarte dormida.

—Debe ser... —suspiró—. Recuerdo que muchas veces, en casa, me despertaba en el suelo. Debo moverme mucho cuando duermo, a causa de los sueños tan raros que tengo.

«Uuuf... Menos mal, y yo preocupándome tanto para nada» se dijo Nakuru.

—En fin, paranoias aparte, voy a vestirme y damos una vuelta —sonrió su amiga, dándole un abrazo, contenta de que hubiese venido.

Cleven se fue vistiendo, cogiendo ropa de cada rincón de la habitación, y mientras, Nakuru se puso la tele, tumbándose en la cama. Bueno, ya todo estaba bien, Nakuru por fin pudo relajarse y disfrutar de los días que quedaban hasta que volvieran al instituto. Supuso que Kyo ya debía estar bien, y que Raijin, Yako y Sam también estarían bien. Si hubiesen perdido el duelo habrían ido a decírselo a ella, a Drasik y a Lao enseguida, pero como no había sido así, podían apuntarse otra victoria en la lista. Nakuru se sentía tan bien por haber vuelto a su rutina que deseó que no ocurriese nada más por un buen tiempo.

—¿Sabes algo de Raven? —le preguntó a Cleven.

—No —contestó, mientras se ponía los pantalones, dando saltos a la pata coja—. Ya debe de estar en San Francisco. No sabremos de ella hasta el domingo, o hasta el lunes, cuando la veamos en el insti.

Nakuru asintió, cambiando de canal. Se encontró con las noticias, con la presentadora hablando hacia la cámara haciendo publicidad sobre algún producto. Fue a cambiar, puesto que no le interesaban mucho esas cosas, hasta que la mujer comentó algo que le llamó la atención.

—“Los funcionarios del Ministerio de Interior acaban de terminar su reunión, iniciada esta mañana a las nueve, con el fin de concretar cuáles han de ser los nuevos cambios tras la jubilación del ministro Takeshi Nonomiya. Aquí pueden ver las imágenes...” —aparecieron en la pantalla las imágenes de un gran edificio, del cual salían numerosas personas, rodeados de la prensa que no paraba de sacar fotos—“... de los funcionarios saliendo del ministerio, y allí sale el señor Hatori Nonomiya, jefe de la Policía japonesa, hijo del ministro. Pasamos la conexión con nuestro reportero Matsuda.”

La cámara enfocó a dicho reportero, con su micrófono en la mano, que se fue acercando a Hatori cuando este bajó las escaleras del edificio a la calle, acompañado por dos policías. Hatori no iba con su habitual uniforme, iba con traje y corbata. Sus ojos azules y afilados siempre acompañaban su ceño fruncido. Matsuda se paró frente a él junto a otros muchos reporteros, y le acercó el micrófono.

—“Señor Nonomiya, ¿cómo ha ido la reunión?” —preguntó uno de los reporteros.

—“Ha sido breve” —contestó este, intentando seguir caminando, pero al ver que la prensa no le dejaba, optó por pararse a responder a las preguntas.

—“¿Cuál ha sido la declaración del ministro?” —preguntó Matsuda.

—“Finalmente, mañana celebrará su jubilación aquí, como ya sabíamos desde hace tiempo.”

—“¿Ha nombrado ya a alguien para ceder su cargo?” —continuó Matsuda.

—“Lo cierto es que ha decidido no decir nada sobre eso hasta mañana.”

—“Dígame, ¿cree que puede ser usted el que herede su puesto?”

—“No tengo por qué ser yo, señores. Como ya saben, soy el hijo de Takeshi Nonomiya, pero no por ello he de ser yo a quien le ceda el Ministerio. Confío en que mi padre y los demás encargados ya hayan tomado una razonable decisión sobre quién será el nuevo ministro, puede ser cualquiera de los candidatos, lo que sabremos mañana” —contestó, intentando irse hacia su coche, haciendo señas con la mano para que le dejasen.

Al final consiguió meterse en su coche con uno de sus compañeros, y las cámaras grabaron cómo se marchaba. «Hatori… Maldito…» pensó Nakuru, entornando los ojos con odio. Matsuda volvió a aparecer en pantalla, declarando ante los televidentes.

—“Al parecer, todavía nadie sabe quién será el nuevo ministro” —dijo—. “Lo sabremos mañana aquí en la sede, donde grabaremos en directo las palabras de Takeshi Nonomiya.”

—“Matsuda, vemos a tus espaldas al señor Takeshi Nonomiya saliendo del edificio” —le comentó la presentadora.

El reportero se dio la vuelta y, al divisar al viejo ministro, fue a acercarse a él pasando entre la gente que formaba una hilera alrededor de las escaleras del edificio, sacando fotos y demás.

—“Me temo que va a ser imposible hablar con él” —dijo Matsuda, que no podía hacerse hueco, mientras el cámara grababa cómo el ministro se iba hacia su coche acompañado por cuatro agentes—. “Oh, esperen, ahí sale la secretaria general de Interior, Norie Saitou.”

El reportero rodeó la masa de gente, subiendo por las escaleras, y consiguió encontrar un hueco cerca de la puerta del edificio, por donde salía una mujer de unos 45 años. Tenía el aspecto más sobrio de todos los allí presentes. Su cabello castaño oscuro estaba perfectamente recogido en un discreto moño. Lo habitual era que las mujeres vistieran con falda en este tipo de eventos, pero ella llevaba unos pantalones elegantes grises, con una chaqueta negra y blusa blanca. Otra diferencia en ella respecto a otras mujeres de su entorno es que no llevaba nada de maquillaje. No era ni muy guapa ni muy fea, algo que a ella le importaba un soberano comino. Todo su valor como persona estaba en su experiencia, en toda su carrera, en su carácter ejemplar. Y era una de los candidatos favoritos para heredar el puesto de Takeshi. Matsuda le arrimó el micrófono.

—“Señora Saitou, señora Saitou” —la llamó mientras la prensa le hacía fotos sin parar; la mujer miró al reportero—. “Dígame, por favor, ¿quién cree que pueda ser el nuevo ministro o ministra que el señor Takeshi Nonomiya nombre mañana?”

En ese momento, Cleven dirigió la mirada hacia la tele, sorprendida. «Anda, esa mujer es Norie Saitou... La madre adoptiva de Yue, la antigua novia de Raijin» recordó que el rubio le habló de ello cuando fueron al cementerio. «Me pregunto si Raijin siguió teniendo más problemas con esta señora después de que Yue muriera, o si ya logró cortar contacto con los padres de Yue sin represalias».

—“Oh, ojalá lo supiera” —sonrió Norie moderadamente—. “No ha querido decir nada en esta reunión, quiere declararlo mañana. Puede ser cualquiera de nosotros.”

—“Usted junto con Hatori Nonomiya han sido siempre el brazo derecho del ministro. Y si fuera usted, ¿qué haría?” —también sonrió el reportero.

—“Si yo recibiera tal honor, por supuesto enfocaría mi carrera al único objetivo que importa, que es hacer de este país un lugar seguro donde vivir para cualquier ciudadano respetuoso con las leyes y la convivencia pacífica. No obstante, estoy segura de que los otros candidatos comparten este mismo objetivo y harían igualmente un buen trabajo, llegando algún día, quizá, a la altura del honorable Takeshi Nonomiya...”


* * * *


—¡Agatha, espera, espera! —exclamó la pequeña Clover, tirando de la mano de la anciana para que se parasen.

Estaban en mitad de la calle, rebosante de gente, y en una televisión de grandes dimensiones situada en la fachada de un edificio salía una mujer contestando a las preguntas de un reportero.

—¡Mira, Dai, mira! —le dijo a su hermano, eufórica, señalándole a la mujer de la pantalla.

—¡Halaaa, es la abuelita Norie! —saltó Daisuke.

—¿Está vuestra abuela en la tele? —les preguntó Agatha, alzando la cabeza hacia donde difícilmente oía la voz de Norie por encima del barullo de la calle.

Agatha escuchó lo que decían. «Hm... Así que finalmente Takeshi se jubila mañana» pensó. «Rezo por que no ceda su puesto a su hijo Hatori. Si Hatori se hace con el control del ministerio, la caza de los iris será reanudada de forma internacional».


* * * *


Nakuru seguía viendo las noticias, pero ya no las escuchaba. Había desconectado el oído desde que Hatori Nonomiya se había marchado en su coche. «No puede ser. Takeshi va a jubilarse» caviló, mordiéndose las uñas, mientras Cleven metía cosas en su bolso. «Takeshi ha dedicado gran parte de su trabajo intentando cazar a los iris, pero nunca lo consiguió. Dios mío, si ahora sale elegido Hatori... tendremos más problemas».

—¿Nos vamos? —preguntó Cleven, ya preparada.









24.
Buenas nuevas en la mañana

Amaneció aquel miércoles con un día espléndido, el cielo estaba despejado pero el frío persistía, todavía a finales de enero. Estudiantes y algunos trabajadores aún tenían cinco días más de fiesta, hasta el domingo, y por ello las calles estaban llenas de gente disfrutando únicamente de su tiempo de ocio.

El viejo Lao salió por la puerta de la casa de su nieta Mei Ling, pegando un bostezo que retumbó todo el rellano del quinto piso. Fue un bostezo placentero, después de haber pasado los últimos días estresado con el problema de Kyo, y con el de Neuval también, y por fin todo estaba solucionado. O a medias, porque aún quedaba el asunto del juicio de Neuval y encontrar a Cleven. Lo que hay que aguantar por la familia, se decía. Para Lao no había nada más importante en el mundo.

—¿Pero dónde diantres...? —rechistó el viejo cuando empezó a palparse los bolsillos internos de su parka y ver que le faltaba algo. Puso los ojos en blanco pacientemente—. ¡Mei Ling! —exclamó hacia el interior de la casa.

La mujer vino desde la cocina hasta la entrada, con las manos en la espalda y con cara de disimulo. Llevaba su larga y lisa melena negra recogida en una bonita coleta, y estaba ya vestida, con pantalones rojos de cintura alta y botones laterales dorados, una blusa blanca y una chaqueta negra sobria y elegante.

—Señorita, ¿cuándo vas a dejar de robar mis cosas? —le reprimió el viejo Lao, extendiendo una mano hacia ella.

Mei Ling suspiró con fastidio, viendo que no servía de nada ocultarlo a sus espaldas, y le devolvió sus dos pistolas. Eran unas pistolas denominadas Tasogare y fabricadas por la empresa Hoteitsuba; en concreto, estas las diseñó el propio Lao, y se parecían mucho a las Beretta 92. Eran dos preciosidades muy potentes. El viejo volvió a guardarlas en los bolsillos internos de su chaqueta y le lanzó a su nieta una mirada de reproche.

—Quizá cuando dejes de tener cosas tan interesantes —respondió ella a su pregunta—. ¿Cuándo me vas a regalar unas?

—Eh... ¿Nunca? —contestó Lao con sarcasmo.

—¡Venga ya, abuelo! —se enfadó la mujer—. ¡A Kyo le has fabricado una Maître! ¡Yo llevo años pidiéndote una simple Parabellum!

—Kyo es un iris.

—¿¡Y eso qué más da!? —puso los brazos en jarra—. Yo soy humana, y a mucha honra. No necesito ser una iris para poner en práctica mi legítimo derecho a proteger a los demás. Todas las veces que he ido por la calle y me he encontrado con un delincuente atacando a un inocente, he intervenido y he salido victoriosa.

—¿Pero tú a qué quieres disparar con una Parabellum? Te tengo dicho que las armas son para los criminales más peligrosos, aquellos de los que los iris nos encargamos. Y aquellos con los que una humana como tú no se suele cruzar por la calle.

—¿Y si me cruzo con un ladrón armado o con un yakuza que quiere secuestrarme?

—Qué pregunta más idiota, Mei, tú y tus puños os bastáis solos. Por algo te he enseñado desde tu infancia a luchar a nivel profesional. Sabes perfectamente cómo esquivar una bala. Y a pesar de esos brazos tan flacos que tienes, pegas unas hostias como panes —le explicó tranquilamente mientras se miraba en el espejo que había en la pared del rellano, peinándose un poco con los dedos de forma coqueta—. Conclusión. Las balas matan. Y si los iris no matamos si no es con el permiso de Alvion, mucho menos voy a dejar que mi nieta lo haga en un descuidado acto de defensa contra un criminal al que puede noquear fácilmente de un puñetazo.

—Alvion es tu Señor. No el mío —discrepó ella, cruzándose de brazos—. Yo soy humana, y por tanto, no tengo un ser superior como dueño.

—Claro, porque los diez dioses que dominan toda nuestra realidad y que juzgarán tu alma cuando mueras no cuentan.

—Esos diez frikis no me dan miedo —refunfuñó arrogante.

—Oye... —la miró Lao con sorpresa, dándose cuenta de cómo iba vestida—. ¿Y por qué luces tan preciosa tan temprano? ¿Tienes otra sesión de fotos en esa nueva agencia de modelos que te ha contratado y que no me gusta nada? Me gustaba más en la que estabas antes. La de ahora te saca cada vez con menos ropa. ¿Tú tienes idea de la cara de loco que se me pone cada vez que encuentro a un empleado de Hoteitsuba con las pupilas adheridas a la revista en la que salen tus fotos? Mira, así —se inclinó hacia ella para mostrarle una horrible mueca torcida de ojos inyectados en furia—. Así se me queda la cara, ¿te asusta? Porque a mis empleados sí.

—Abuelo —resopló con paciencia, dándole un manotazo en la cara para apartarlo—, no seas anticuado. Seguro que si mi hermano hiciera lo mismo que yo, no te quejarías.

—No te equivoques, jovencita. Igualmente no me haría ninguna gracia que Kyo posara medio desnudo para una revista de moda. En ese caso encontraría a todas mis empleadas con los labios pegados a sus fotos y de nuevo se me quedaría esta cara de loco —volvió a poner esa mueca tan graciosa—. No puedo culparos por haber heredado mi indiscutible belleza, pero sí quejarme de cómo la exhibís.

—Menudo exagerado, ni siquiera poso en ropa interior, sabes que eso no me va. Y para tu información, no me he arreglado para una sesión de fotos. Esta mañana la universidad ha organizado un seminario con la Agencia Espacial y no me lo puedo perder por nada en el mundo. Es tan importante que se nos ha dicho que debemos ir elegantes.

—¡Oh, qué suerte tienes! —brincó Lao con ilusión—. Si ves al director de la Agencia, mándale un saludo de mi parte, ya me conoce. Tu tío y yo hemos aportado mucha de nuestra tecnología a la Agencia Espacial. Hasta nos hicieron el favor de poner en órbita nuestro propio satélite Hoteitsuba.

—Abuelo, no llevo los últimos 5 años trabajando duro por mí misma para que la Agencia Espacial me quiera por ser "la nieta de", ¿sabes? No haré la pelota a nadie.

—Y por eso serás la astronauta china más cabezota de la historia —bufó—. Sácate el palo del culo por una vez, Mei, eres igual de estirada que tu primo Lex.

—Soy japonesa —le corrigió por vigésima vez—. Nacida aquí, y de madre japonesa.

—Y se nota, cariño, pues no hay palo más metido en un culo que el de los japoneses.

—¡Deja ya esos chistes racistas tan malos! —se enfadó, pegándole un puñetazo en su enorme hombro.

—Jijiji... —se rio el viejo, pero luego puso cara de sorpresa y se frotó el hombro, pues le había dolido el golpe—. Au...

—Hablando de primos. ¿Lo que me contaste anoche sobre Cleventine iba en serio? ¿De verdad se ha fugado de su casa?

—Ah, sí... No te preocupes, en eso es igualita que su padre. Si no la encontramos, volverá cuando se quede sin dinero. A mí Neuval ya me acostumbró a eso cuando era adolescente. Estoy curado de espantos.

—Pero... —frunció el ceño—. El tío Neu hacía eso por diversión. Y porque era una mala costumbre de su terrible infancia. Llevo siete años sin saber nada de Cleven, yo también fui borrada de su memoria... —bajó la mirada con cierta tristeza—... pero dudo que ella haya hecho eso por el mismo motivo.

El viejo Lao miró a su nieta con expresión seria, sin decir nada, pero casi sonrió por ver que Mei Ling había sido capaz de darse cuenta de eso aun habiendo estado tantos años sin contacto con Cleven.

—De hecho, me sorprende que Cleven no se haya fugado de su casa antes —Mei Ling volvió a levantar la vista hacia su abuelo, pensativa—. Puede que le borrasen la memoria, pero incluso de pequeña ella poseía una inusual habilidad para destapar las mentiras o los secretos. Seguro que se ha fugado porque después de tantos años embutida en una falsa rutina, algo dentro de ella al fin ha comenzado a notarlo.

—Es exactamente lo que creo yo —asintió Lao, cerrando los ojos—. Pero no se lo he dicho a Neuval. Él quiere convencerse a sí mismo de que esto no ha sido más que una travesura de adolescente. Pero en realidad tiene miedo de que se trate de lo que acabas de decir.

—¿Por qué tío Neu no cesa ya esta situación y deja que su familia vuelva a unirse a la nuestra? Sólo puedo ver a Lex, pero echo de menos a Cleven y a Yenkis también.

—Neuval aún no está preparado. Sigue teniendo demasiado miedo. La muerte de Katya fue la última que pudo soportar. Y el hecho... de que Yousuke muriera el año pasado... —su voz sonó abatida—... lo empeora.

Mei Ling se quedó callada y miró a otra parte con ojos serios y vidriosos, recordando a su reciente difunto hermano. Era un tema aún tan doloroso que la mujer ya no tenía ánimo de conversar más. Hizo un gesto de que volvía a meterse en la casa. Lao lo entendió y concluyó ahí, dándole un beso en la frente como despedida. Entonces ella cerró la puerta y Lao se fue dirigiendo a los ascensores con un suspiro taciturno. Inmediatamente, hizo que su iris eliminara ese sentimiento de tristeza que le invadía, y como si de magia se tratara, recuperó el buen ánimo para emprender un día más.

Iba con la misma ropa de ayer debajo de su abrigada parka de capucha peluda, el traje y la corbata del trabajo, ya que no había podido cambiarse de ropa y la llevaba arrugada por todas partes. Parecía haberse quedado dormido en el sofá después de llevar a Kyo a casa con su hermana.

Era una imagen que llamaba mucho la atención, porque el viejo Lao era el más enorme de todos, era alto y su espalda tan ancha como dos hombres normalitos juntos; un cuello como una columna y unos brazos tan grandes como los de un boxeador profesional, y ver algo así vestido con toda la ropa arrugada recordaba a la imagen de una montaña rocosa. Los varones Lao eran así, tenían una constitución musculosa, fuerte y esbelta. A Kyo también se le notaba porque tenía la espalda más ancha que Drasik, por ejemplo, y que la mayoría de chicos de su edad. Y Sai, el padre de Kyo, también era igual.

Nada más cruzar la mitad del rellano, se topó con Agatha, que también estaba saliendo de su casa por la puerta de al lado, con Clover y Daisuke cogidos de la mano vestidos y arregladitos.

—¡Anda la vieja! —saltó Lao.

Agatha giró la cabeza hacia él, algo sorprendida.

—Ah, Kei Lian Lao... —suspiró recuperándose del susto—. ¿Qué, niño? ¿Has pasado la noche con tus nietos?

—¡Hola, señor Lao! —saludó la pequeña Clover felizmente, y Daisuke también le hizo un gesto de saludo mientras se hurgaba la nariz.

—¡Hola, mequetrefillos! —brincó el viejo, inclinándose hacia ellos—. ¿Pero cómo es posible que las pocas veces que os veo medís medio metro más?

—Pasteles —respondió Daisuke, solemne.

—Uuuh, me voy a apuntar esa dieta —sonrió Lao, palpándose la tripa.

—Niños, esperadme en los ascensores —les pidió Agatha, y los mellizos obedecieron.

—Pues sí —contestó Lao la pregunta anterior de la anciana—. Hemos tenido unos días algo ajetreados. La MRS nos ha dado problemas y Kyo ha estado bastante ocupado.

—¿Cómo? ¿Ya ha tenido su primera misión? ¿Qué tal ha ido?

—Sobre ruedas —sonrió con orgullo—. Bueno, yo no he podido participar, pero sé que ha ido todo bien. Sólo ha sido un duelo por la posesión de un pergamino de Denzel.

—¿Habéis estado estos días ocupados con una rencilla entre RS, entonces? Menuda bobada. Siempre lo mismo. No importa cuántos siglos pasen, los humanos y los iris seguís pareciéndome la mar de repetitivos.

—¿Tú no conoces el dicho de "si no puedes contra ellos, únete a ellos"? Has tenido más de siete siglos para hacerlo, Agatha. ¡Únete a nuestra estupidez, sé natural por una vez! —alzó los brazos con aire divertido.

—¿Natural? —casi rio—. Lograr algo así me podría costar otros siete siglos, niño, teniendo en cuenta que soy la única criatura artificial que ha pisado este mundo.

—Pues para ser un experimento fabricado por los Dioses del Yin, creo que les ha salido muy bonito —Lao sujetó la barbilla de la anciana con una sonrisilla pícara—. Incluso tu piel parece carne de verdad.

—Agh... Adulador... —le apartó a un lado, sonriendo pacientemente, acostumbrada a sus piropos—. En fin, me voy a llevar a los mellizos al parque, ya que por lo visto su padre sigue indisponible —rezongó, yéndose hacia el ascensor donde esperaban los dos pequeños.

No obstante, después de llamar al ascensor, Agatha retrocedió sobre sus pasos aprovechando la espera y que Lao se estaba abrochando los botones de las mangas de la parka, y le posó una mano en el brazo, arrimándose a él.

—¿Mm? —se sorprendió el viejo—. Oh, ya estás con esa cara de regañar a alguien —protestó—. ¿Qué pasa, Ata? No he hecho nada malo.

—Tranquilo, niño, no es eso. Quería contarte una cosa —le susurró—. Verás, anoche la pequeña Clover estaba un poco mal y llamé a un médico para que la viera. Al final no era nada. Pero el médico que vino, adivina quién era.

—Bueno —caviló Lao—. Analizando tu tono de voz y la expresión de tu rostro, y teniendo en cuenta el hecho de que me propongas tal adivinanza relacionada con un médico... Vaya, no me digas... —sonrió con sorna—. ¿Se trata de Lex? ¿Lo viste anoche?

—Sí. De todos los médicos y recibo a Lex, me llevé una grata sorpresa. También él se sorprendió al reconocerme.

—No me digas, no me digas... —se entusiasmó Lao por la noticia—. Lex hasta ahora no había conocido a sus primos mellizos Saehara, es una alegre coincidencia. ¿Y qué tal, cómo lo viste? Es decir, ¿lo notaste bien?

—Lo he encontrado muy grande, hacía muchos años que no lo veía. ¿Sabías que se ha hecho neurólogo?

—Claro que lo sabía. Lex es mi nieto, al menos el único nieto Vernoux que me recuerda. Lo veo de vez en cuando. A veces quedamos para tomar un café.

—Pues anoche conversamos acerca de su situación con su padre.

—Oh... —a Lao se le borró la sonrisa—. ¿Qué te dijo? ¿Te contó cómo se siente? Conmigo ya no habla del tema, precisamente porque yo no puedo hacer nada por ayudarlo. Quiere que le comprenda poniéndome en su lugar, pero no puedo hacer eso, no puedo ponerme en contra de Neuval, ni tampoco en contra de Lex. Ambos son mi hijo y mi nieto, no puedo ponerme en un bando, lo correcto es intentar ayudar a los dos.

—Claro, Kei Lian, ellos no deberían meterte en su pelea y obligarte a elegir a quién apoyas. Quizá por eso anoche se desahogó conmigo. Pero también me puse de parte de los dos a la vez, comprendiendo a Lex pero también defendiendo a Neuval. Qué pena me da esa situación, que yo recuerde Neuval y Lex eran como uña y carne. Espero que el muchacho considere los consejos que le di y arregle su situación.

—Me imagino lo que le habrás dicho, y espero que sirva de algo. No sabes lo incómodo que es en Navidad verlos ignorarse todo el rato.

Agatha se marchó finalmente con los niños por el ascensor, y Lao fue a bajar las escaleras para marcharse también, aprovechando para ejercitar las piernas tras pasar la noche en un sofá. Tenía que hacer algo en la empresa y luego iría a ver a Neuval. No obstante, antes de bajar el primer escalón, tuvo otro contratiempo cuando Drasik salió de la puerta de su casa, al otro lado del rellano, que hacía frente con la de la casa de Kyo. Lao se detuvo y se lo quedó mirando. Drasik iba medio atolondrado, con el pijama puesto y los pelos más locos todavía. Además, tenía las muñecas vendadas y una tirita en la cara.

—Bueno, bueno, ¿se puede saber qué te ha pasado, chico? —le preguntó Lao.

—¿Eh? Ah, hola —balbució este, frotándose un ojo y cogiendo unas revistas que le habían dejado en el felpudo como correo—. Mejor no preguntes. ¡Oh! ¿Vienes de la casa de Kyo?

—Sí, he pasado la noche con él y con Mei Ling.

—¿¡Que ya está aquí!? —exclamó, despertándose del todo, y corrió hacia la puerta de enfrente.

—¡Cheee, quieto parao! —lo sujetó de un brazo—. Déjalo descansar, oye, que ahora está durmiendo.

—¿Está bien? —se extrañó.

—Sí, pero tiene que descansar, así que no vayas ahora a atosigarlo como siempre.

—Venga, Lao... —insistió—. Sólo voy a ver... ¡Hala!

Eliam había salido escopetado de su casa y le había pegado un empujón a su hermano al pasar por su lado, parándose frente a la puerta de la casa de Raijin, con una tostada en la boca y las botas sin abrochar.

—¡Oye! —saltó Drasik con enfado.

—Jeje, pero qué ajetreadas son las mañanas por aquí... —rio Lao.

Eliam empezó a dar porrazos a la puerta de Raijin y a tocar el timbre una y otra vez, mientras se comía la tostada sin manos y se colocaba bien la camisa y el abrigo. Al poco rato, la puerta se abrió y apareció Raijin con sólo el pantalón del pijama puesto, y una cara de asesino que estremeció a los demás por un momento.

—¿Qué coño...? —gruñó.

—¡Pero vos…! —exclamó Eliam—. ¿Qué hacés todavía así, en pijama? ¿Olvidaste que hoy hay que ir a la facultad a entregar la plaza de este año? ¡Debe hacerse antes de las 11!

—Creía que hoy era para los de primer año —dijo el rubio, arqueando una ceja.

—Y para los de segundo —le aseguró el argentino, señalándole.

Blyat! Eto pizdets… —farfulló el rubio en un idioma que nadie entendió, volviendo a meterse en su casa.

Eliam suspiró con desaprobación, sabía que se le había olvidado. Miró a Lao y a su hermano mientras esperaba a Raijin.

—Anda, Dras, ¿dormiste en casa? —le preguntó.

—¿Ahora te enteras? —se mosqueó.

—Ayer cuando vos pasaste por casa por la noche me dijiste que regresarías en una hora, ¿sabés? —le dijo, no muy contento—. Estuve esperándote para cenar y luego casi toda la noche, pero no volvías. Podrías haberme avisado.

Drasik abrió los ojos al darse cuenta de eso. Era verdad, lo había olvidado. Cuando le dijo que volvería en una hora, se había ido a dar una vuelta por el mar, luego se encontró con Yako, Sam y Raijin en el puente, pero después había seguido por ahí, fue a la casa de Nakuru y finalmente tuvo el encuentro con Cleven y Kaoru. Vio que su hermano seguía mirándolo con reproche.

—Lo siento —dijo finalmente, mirando a otro lado.

—Sé que no me está permitido saber a dónde vas y qué vas a hacer cuando se trata de tu trabajo de iris, pero no me digas que vas a volver a tal hora si al final no es así, así puedo pensar que te pasó algo. Por favor, no me hagas eso de nuevo. No es la primera vez.

—Sí, vale... —farfulló cansino—. No te cabrees por algo así, Eli, no es para tanto.

—No... Si cabreado no estoy —murmuró, bajando la mirada, pero Raijin apareció en ese momento en la puerta de su casa ya vestido y preparado.

—Eliam, vamos —le dijo, pasando de largo hacia el ascensor.

Drasik evitó mirar a Raijin, haciéndose el tonto, aunque tampoco Raijin pareció querer reparar en él.

—Lao, ¿qué tal está Kyo? —le preguntó Raijin, metiéndose con Eliam en el segundo ascensor.

—Bien, gracias por todo —contestó, levantando el pulgar.

Raijin le asintió con la cabeza y las puertas se cerraron. Lao observó a Drasik, pues había visto su gesto con respecto al rubio.

—¿Os habéis vuelto a pelear Raijin y tú?

El chico puso una mueca de indiferencia.

—Voy a ver a Kyo —dijo, yéndose hacia la puerta de más allá.

—Vale, pero espera —lo detuvo de nuevo, mirándolo a los ojos—. Oye... No le des esos disgustos a tu hermano.

—¿Pero a él qué le importa lo que yo haga?

—Creo que más que nada en el mundo —respondió el viejo, serio—. Veo que no te portas muy bien con Eliam. Recuerda que se vino contigo a vivir a Japón cuando vuestros padres murieron y tú ingresaste en la KRS.

—Claro que se vino conmigo, no iba a quedarse solo en Argentina con la pesada de nuestra abuela —se encogió de hombros.

—Se fue contigo para no dejarte solo en los inicios de una nueva vida. Te convertiste en iris con 3 años, Drasik, eras casi un bebé, tu caso es insólito. ¿Crees que es fácil para Eliam cuidar de un hermano pequeño, teniendo a veces prohibido conocer tus asuntos de iris, preguntándose entonces cómo estarás?

Drasik bajó la mirada.

—Sui-chan, créeme, tu hermano se ve obligado a hacer el papel de hermano mayor por instinto, aunque sepa perfectamente que tú eres más fuerte que él gracias a tu iris. Él piensa que si te pasa algo malo será por su culpa, y por ello se sentirá culpable ante vuestros padres. Es más, como eres lo único que le queda, si te pasa algo, lo perderá todo. Tú no lo ves así porque Eliam es demasiado paciente y calmado, que yo sepa nunca se ha enfadado contigo, o bien no te lo ha hecho saber. Pero, aunque no te lo haga saber, tú deberías darte cuenta de estos detalles. Empatía, se llama. ¿Entiendes?

—Tú y tus sermones —refunfuñó, cruzándose de brazos.

—Sí, sí... —suspiró Lao—. Dos hermanos huérfanos, Drasik, lo único que deben hacer es cuidarse mutuamente, no sólo uno al otro. Yo sé lo que es eso. Como ya sabéis todos, yo fui abandonado con mi gemelo a las puertas de un orfanato nada más nacer. Y mira lo que pasó. No lo cuidé bien y lo perdí a los 10 años, él era lo único que yo tenía —Lao desvió la mirada a un lado un momento con un gesto agravado, pero volvió a mirar al chico recuperando la sonrisa—. No se lo pongas más difícil, ¿vale? Él hace cuanto puede por ti, pero tú...

—Vale, vale... —se impacientó; no obstante, estaba bastante avergonzado, lo que intentaba disimular—. Está bien, trataré de no preocuparle más.

—¿Qué harías tú si a Eliam le pasase algo?

—Lo mismo que estoy haciendo por lo de mis padres desde hace trece años, vengarle.

—Ajá, pero recuerda que eso no hará volver a la vida a los seres queridos. En vez de esperar a que pase, evita que pase por encima de todo.

—Hablas igual que el maestro Fuujin —bufó.

—No, majete, el maestro Fuujin habla igual que yo —sonrió, yendo ya a bajar las escaleras—. Ve a ver a Kyo, pero no lo molestes mucho.

Cuando Lao se perdió de vista escaleras abajo, Drasik se rascó la cabeza, reflexivo. La verdad es que no lo había visto desde ese punto de vista. Era cierto, Eliam era lo único que le quedaba de familia, una familia que en un principio estuvo dividida, pero el desgraciado suceso que vivieron al menos les hizo estar unidos para siempre.

Drasik siempre había ido a su bola mientras crecían juntos, cuando Eliam estaba constantemente pendiente de él. Al paso de los años, Drasik fue haciéndose más fuerte que él, inevitablemente, gracias a su iris, pero no más maduro, incluso el dinero que ganaba Drasik con la KRS era con lo que vivían, y de sobra. Era como si el hermano mayor fuera él en vez de Eliam, y este ya se había dado cuenta de esto, lo que ciertamente le entristecía, pues el argentino quería ser el mayor, siempre lo había sido y quería seguir siéndolo.

Pero Eliam sentía, cada vez más, que en verdad no tenía nada que hacer, que no tenía ningún papel que cumplir, que su hermano no le necesitaba, porque él tenía una vida distinta a la suya, una vida en la que no debía inmiscuirse.

Finalmente, Drasik dejó este asunto aparte y se dirigió a la puerta de la casa de Kyo. Llamó al timbre y le abrió Mei Ling. Drasik la miró de hito en hito, encontrándola tan elegante...

—Fiuu... —silbó Drasik—. Chica, eres de las pocas personas de este mundo cuya belleza exterior se equipara con su belleza interior. ¿Cuándo me vas a firmar la revista de moda para la que trabajas? Me la compro cada mes.

—Ps... No quiero ni saber lo que haces con ella —chasqueó la lengua, dándole una torta en la frente y negando con la cabeza—. Pasa, anda... —resopló, dejándolo solo en la puerta.

Drasik entró y cerró tras él. Al ver que Mei Ling se había metido en la cocina, se fue derechito al piso de arriba, a la habitación de Kyo. Al adentrarse, vio a Kyo dormido en su cama con la manta hasta arriba. El calor que hacía en la habitación le impactó, pero era normal, los Ka desprendían mucho calor, al contrario que los Sui, que desprendían frío.

Sonrió con malicia y se subió encima de la cama de un salto, sentándose sobre él, y le tapó la nariz con dos dedos. A los pocos segundos Kyo abrió la boca para respirar, y entonces volvió a soltar la nariz. Kyo cerró la boca y siguió respirando por la nariz, pero Drasik se la tapó de nuevo y otra vez abrió la boca. Así repetidas veces, hasta que le taponó ambas, impidiéndole respirar. Kyo se meneó incómodo, apretando los párpados llegado un momento en que no podía más y abrió los ojos de golpe, despertándose del todo. Drasik levantó las manos con inocencia cuando este le clavó la mirada, sin decir nada, y de pronto Kyo le arreó un puñetazo en la cara que le llevó al otro lado del cuarto.

—¡Cómo no, tenías que ser tú! —farfulló Kyo, llevándose una mano a la cabeza, pues seguía algo cansado.

—¡Jaja! —rio, frotándose la nariz por el golpe, poniéndose en pie—. Jo, sí que estás en forma...

—¿Quién te ha dejado entrar?

—Una top model —contestó, volviendo a subirse a su cama.

—Ahh... —resopló con toda su alma, apoyándose contra la pared—. ¿Cómo ha acabado todo?

—Supongo que bien, porque he visto a Raijin hace un momento recién levantado, así que la pelea debió de acabar hace unas horas. ¿Y el pergamino?

—Lo tiene mi abuelo, va a quedárselo hasta que lo pongan a cargo de otro. Supongo que se lo pondrán a Sam, con él no se mete ni Dios —bostezó.

Ambos se quedaron un rato en silencio. Drasik lo miraba, ansioso, y Kyo sólo trataba de relajarse de su mal despertar, hasta que se volcó sobre su cama para seguir durmiendo.

—¡Venga, Kyo! —se decepcionó Drasik, pegando botes sobre la cama—. ¡Vamos a hacer algo, anda, que hoy no hay clase! ¡Vamos a pelear un rato, o a practicar puntería! ¡Yo haré discos de hielo, y tú dispararás bolas de fuego contra ellos!

—Mmm... —musitó Kyo, quedándose grogui otra vez.

—¡Levanta! —tiró de él—. ¡Venga ya, no puedes seguir teniendo sueño, ya has dormido suficiente! ¡Y ya has descansado bastante! ¡Vamos a disfrutar de nuestro día libre! ¡No puedes estar tan cansado!

—No... No es que esté cansado... —balbució, dejando que Drasik lo tirase de la cama al suelo.

—¿Entonces qué?

—Yo... no me encuentro muy bien. Déjame un rato. Luego peleamos.

—Lo que tienes es una flojera de competición —le espetó, mientras intentaba levantarlo del suelo—. Ya sé, vayamos a dar una vuelta, a tomar un poco el aire, y vamos al Ya-Koffee a gorronear un poco.

—Drasik, que Yako sea nuestro amigo y nuestro camarada desde pequeños, no significa que podamos comer y beber todo lo que queramos de su cafetería sin pagar, que tú siempre te vas sin pagar.

—No pasa nada, Yako es el ser más bueno, amable y simpático del mundo...

—Es un Zou. Nos puede matar a todos con un simple aleteo de sus pestañas.

—Los Zou jamás harían eso, son seres de puro Yang. —Kyo seguía mirándolo no conforme—. Vale, vale, me portaré bien —levantó la palma de la mano solemnemente—. Pero no lo haré si no vienes.

—Vale, pesado —accedió de mala gana, estirándose y bostezando, aún en el suelo.

—Y así le preguntamos a Yako y a Sam cómo fue todo ayer —añadió, saliendo de la habitación—. Voy a vestirme, y cuando vuelva espero verte preparado.

Cuando Drasik se fue y el silencio volvió a reinar en la casa, Kyo se sentó en el suelo y se rascó la cabeza, pensativo. Tenía un extraño malestar en el cuerpo que no comprendía, era muy raro. Empezó a sospechar que debía de ser por Izan, pues desde que vivió ese ataque, esa alucinación, ya comenzó a sentirse mal. «Tengo que hablar con Fuujin» se dijo, y esperó que su abuelo hubiese ido a hacer lo que le pidió la noche anterior.


* * * *


Nakuru entró en el hotel con aire preocupado, preguntándose qué iba a pasar con Cleven. Pensó en hacerse la tonta, esperaba que su amiga no recordase nada. Una vez hubo llegado a la puerta de la habitación, cogió aire y llamó. Al no contestar nadie, supuso que seguía dormida, pero iba a tener que despertarla porque no iba a esperar más con la preocupación, así que dio unos porrazos más.

—¡Cleven! ¡Soy Nakuru, abre! ¡Cle...!

La mano de Nakuru golpeó una nariz. Cleven había abierto la puerta justo cuando iba a dar otro porrazo, y le dio de lleno en la cara.

—¡Ugh! ¡Nakuru! —saltó, frotándose la nariz.

—¡Lo siento, perdona! —se apuró, examinándole el golpe.

—Tranquila, suficiente dolor de cabeza tengo ahora como para quejarme por esto —entró en la habitación y Nakuru fue detrás—. ¿Cómo has dado conmigo? ¿Sabías cuál era mi habitación?

—Ah... Pregunté al recepcionista —vaciló, sentándose sobre la cama junto a ella.

—Bueno, ¿qué haces aquí? No digo que no me alegre, es más, me alegra mucho verte.

—Sí... Es que... En fin, ¿vamos a dar una vuelta? No tengo nada que hacer —le sonrió, guardando apariencias.

—Claro —aceptó Cleven, llevándose una mano a la cabeza.

—¿Qué... qué te pasa?

—Nakuru —la miró fijamente, muy seria; esta se puso en tensión por un momento—. He tenido una noche horrible.

—¿Por? ¿Por qué? —se puso nerviosa.

—Kaoru y yo, en el Parque Yoyogi de ahí abajo. Te va a parecer muy fuerte, pero Kaoru estaba bebido y la tomó conmigo, Nakuru, ¡me pegó!

Su amiga abrió los ojos fingiendo sorpresa inesperada, pero en verdad estaba con el corazón en la garganta. «No puede ser» se desmoronó.

—Me estuvo atacando el muy cretino, yo no podía con él —continuó—. Vas a flipar, porque luego apareció Drasik, tía, ¡Drasik! Le dio un puñetazo a Kaoru que lo llevó a estamparse, ¡pum!, contra un árbol, y este se partió enterito. ¡Pero luego Kaoru se levanta sin más! Y... y después los dos empiezan a pelearse, y... Dios... —suspiró, recordando las imágenes—. Parecían dos personajes de un videojuego, te lo juro, los dos acabaron llenos de heridas: una nariz rota, el labio partido, una brecha en la frente... Todo ensangrentados, no he visto cosa igual, era horrible, horrible... Qué mal lo he pasado, Nak. Pero eso no es todo —declaró, volvió a mirarla muy fijamente y seria; Nakuru tragó saliva—. Luego apareciste tú. Y provocaste una especie de masa arenosa hacia ellos, y después me pegaste y me dejaste inconsciente.

Silencio. Cleven siguió observándola, por lo que Nakuru ya la palmó del todo.

—Cleven, yo... puedo explicártelo... —murmuró. «Mierda, lo sabía, lo recuerda todo... Se acabó, se acabó, nos ha pillado. No me queda más remedio que darle una explicación, no me dejará salir hasta que no se la dé»—. Yo... Verás...

—Ah, ¿es que te has leído Freud? —sonrió Cleven.

Nakuru se quedó muda.

—¿Q...? ¿Qué? —musitó con un hilo de voz.

—“Interpretación de los sueños”, Freud, lo hemos dado en clase, ¿recuerdas? Pues me vendría genial que me explicases este sueño, porque me ha dejado perpleja. Parecía superreal, ¿qué crees que puede significar?

—Hah... Hahaha... —rio flojamente, sin poder creérselo—. Hahah... Un sueño... hah...

—¿Estás bien? —le preguntó Cleven, poniéndole una mano en el hombro.

—Hahah, perfectamente, hahaaah...

—Lo que no entiendo es que me duela tanto la nuca, es como si me hubieses pegado de verdad en el sueño, y además tengo una herida en el labio —le señaló—. En el sueño me la hizo Kaoru. ¿No te parece extraño?

«No me lo creo, menos mal que anoche se me ocurrió montar ese escenario» pensó Nakuru.

—Cleven —sonrió, mirando hacia la mesilla de noche—. Te has debido de caer de la cama y darte un porrazo con la mesa, mira.

—Ahí va... —saltó, viendo que hasta la guía telefónica se había caído de la mesilla—. Buf, hasta se me ha debido de caer ese libro encima —dedujo, tocándose la herida del labio—. ¿Cómo no me he dado cuenta?

—Estarías medio dormida, te habrás vuelto a subir a la cama y volviste a quedarte dormida.

—Debe ser... —suspiró—. Recuerdo que muchas veces, en casa, me despertaba en el suelo. Debo moverme mucho cuando duermo, a causa de los sueños tan raros que tengo.

«Uuuf... Menos mal, y yo preocupándome tanto para nada» se dijo Nakuru.

—En fin, paranoias aparte, voy a vestirme y damos una vuelta —sonrió su amiga, dándole un abrazo, contenta de que hubiese venido.

Cleven se fue vistiendo, cogiendo ropa de cada rincón de la habitación, y mientras, Nakuru se puso la tele, tumbándose en la cama. Bueno, ya todo estaba bien, Nakuru por fin pudo relajarse y disfrutar de los días que quedaban hasta que volvieran al instituto. Supuso que Kyo ya debía estar bien, y que Raijin, Yako y Sam también estarían bien. Si hubiesen perdido el duelo habrían ido a decírselo a ella, a Drasik y a Lao enseguida, pero como no había sido así, podían apuntarse otra victoria en la lista. Nakuru se sentía tan bien por haber vuelto a su rutina que deseó que no ocurriese nada más por un buen tiempo.

—¿Sabes algo de Raven? —le preguntó a Cleven.

—No —contestó, mientras se ponía los pantalones, dando saltos a la pata coja—. Ya debe de estar en San Francisco. No sabremos de ella hasta el domingo, o hasta el lunes, cuando la veamos en el insti.

Nakuru asintió, cambiando de canal. Se encontró con las noticias, con la presentadora hablando hacia la cámara haciendo publicidad sobre algún producto. Fue a cambiar, puesto que no le interesaban mucho esas cosas, hasta que la mujer comentó algo que le llamó la atención.

—“Los funcionarios del Ministerio de Interior acaban de terminar su reunión, iniciada esta mañana a las nueve, con el fin de concretar cuáles han de ser los nuevos cambios tras la jubilación del ministro Takeshi Nonomiya. Aquí pueden ver las imágenes...” —aparecieron en la pantalla las imágenes de un gran edificio, del cual salían numerosas personas, rodeados de la prensa que no paraba de sacar fotos—“... de los funcionarios saliendo del ministerio, y allí sale el señor Hatori Nonomiya, jefe de la Policía japonesa, hijo del ministro. Pasamos la conexión con nuestro reportero Matsuda.”

La cámara enfocó a dicho reportero, con su micrófono en la mano, que se fue acercando a Hatori cuando este bajó las escaleras del edificio a la calle, acompañado por dos policías. Hatori no iba con su habitual uniforme, iba con traje y corbata. Sus ojos azules y afilados siempre acompañaban su ceño fruncido. Matsuda se paró frente a él junto a otros muchos reporteros, y le acercó el micrófono.

—“Señor Nonomiya, ¿cómo ha ido la reunión?” —preguntó uno de los reporteros.

—“Ha sido breve” —contestó este, intentando seguir caminando, pero al ver que la prensa no le dejaba, optó por pararse a responder a las preguntas.

—“¿Cuál ha sido la declaración del ministro?” —preguntó Matsuda.

—“Finalmente, mañana celebrará su jubilación aquí, como ya sabíamos desde hace tiempo.”

—“¿Ha nombrado ya a alguien para ceder su cargo?” —continuó Matsuda.

—“Lo cierto es que ha decidido no decir nada sobre eso hasta mañana.”

—“Dígame, ¿cree que puede ser usted el que herede su puesto?”

—“No tengo por qué ser yo, señores. Como ya saben, soy el hijo de Takeshi Nonomiya, pero no por ello he de ser yo a quien le ceda el Ministerio. Confío en que mi padre y los demás encargados ya hayan tomado una razonable decisión sobre quién será el nuevo ministro, puede ser cualquiera de los candidatos, lo que sabremos mañana” —contestó, intentando irse hacia su coche, haciendo señas con la mano para que le dejasen.

Al final consiguió meterse en su coche con uno de sus compañeros, y las cámaras grabaron cómo se marchaba. «Hatori… Maldito…» pensó Nakuru, entornando los ojos con odio. Matsuda volvió a aparecer en pantalla, declarando ante los televidentes.

—“Al parecer, todavía nadie sabe quién será el nuevo ministro” —dijo—. “Lo sabremos mañana aquí en la sede, donde grabaremos en directo las palabras de Takeshi Nonomiya.”

—“Matsuda, vemos a tus espaldas al señor Takeshi Nonomiya saliendo del edificio” —le comentó la presentadora.

El reportero se dio la vuelta y, al divisar al viejo ministro, fue a acercarse a él pasando entre la gente que formaba una hilera alrededor de las escaleras del edificio, sacando fotos y demás.

—“Me temo que va a ser imposible hablar con él” —dijo Matsuda, que no podía hacerse hueco, mientras el cámara grababa cómo el ministro se iba hacia su coche acompañado por cuatro agentes—. “Oh, esperen, ahí sale la secretaria general de Interior, Norie Saitou.”

El reportero rodeó la masa de gente, subiendo por las escaleras, y consiguió encontrar un hueco cerca de la puerta del edificio, por donde salía una mujer de unos 45 años. Tenía el aspecto más sobrio de todos los allí presentes. Su cabello castaño oscuro estaba perfectamente recogido en un discreto moño. Lo habitual era que las mujeres vistieran con falda en este tipo de eventos, pero ella llevaba unos pantalones elegantes grises, con una chaqueta negra y blusa blanca. Otra diferencia en ella respecto a otras mujeres de su entorno es que no llevaba nada de maquillaje. No era ni muy guapa ni muy fea, algo que a ella le importaba un soberano comino. Todo su valor como persona estaba en su experiencia, en toda su carrera, en su carácter ejemplar. Y era una de los candidatos favoritos para heredar el puesto de Takeshi. Matsuda le arrimó el micrófono.

—“Señora Saitou, señora Saitou” —la llamó mientras la prensa le hacía fotos sin parar; la mujer miró al reportero—. “Dígame, por favor, ¿quién cree que pueda ser el nuevo ministro o ministra que el señor Takeshi Nonomiya nombre mañana?”

En ese momento, Cleven dirigió la mirada hacia la tele, sorprendida. «Anda, esa mujer es Norie Saitou... La madre adoptiva de Yue, la antigua novia de Raijin» recordó que el rubio le habló de ello cuando fueron al cementerio. «Me pregunto si Raijin siguió teniendo más problemas con esta señora después de que Yue muriera, o si ya logró cortar contacto con los padres de Yue sin represalias».

—“Oh, ojalá lo supiera” —sonrió Norie moderadamente—. “No ha querido decir nada en esta reunión, quiere declararlo mañana. Puede ser cualquiera de nosotros.”

—“Usted junto con Hatori Nonomiya han sido siempre el brazo derecho del ministro. Y si fuera usted, ¿qué haría?” —también sonrió el reportero.

—“Si yo recibiera tal honor, por supuesto enfocaría mi carrera al único objetivo que importa, que es hacer de este país un lugar seguro donde vivir para cualquier ciudadano respetuoso con las leyes y la convivencia pacífica. No obstante, estoy segura de que los otros candidatos comparten este mismo objetivo y harían igualmente un buen trabajo, llegando algún día, quizá, a la altura del honorable Takeshi Nonomiya...”


* * * *


—¡Agatha, espera, espera! —exclamó la pequeña Clover, tirando de la mano de la anciana para que se parasen.

Estaban en mitad de la calle, rebosante de gente, y en una televisión de grandes dimensiones situada en la fachada de un edificio salía una mujer contestando a las preguntas de un reportero.

—¡Mira, Dai, mira! —le dijo a su hermano, eufórica, señalándole a la mujer de la pantalla.

—¡Halaaa, es la abuelita Norie! —saltó Daisuke.

—¿Está vuestra abuela en la tele? —les preguntó Agatha, alzando la cabeza hacia donde difícilmente oía la voz de Norie por encima del barullo de la calle.

Agatha escuchó lo que decían. «Hm... Así que finalmente Takeshi se jubila mañana» pensó. «Rezo por que no ceda su puesto a su hijo Hatori. Si Hatori se hace con el control del ministerio, la caza de los iris será reanudada de forma internacional».


* * * *


Nakuru seguía viendo las noticias, pero ya no las escuchaba. Había desconectado el oído desde que Hatori Nonomiya se había marchado en su coche. «No puede ser. Takeshi va a jubilarse» caviló, mordiéndose las uñas, mientras Cleven metía cosas en su bolso. «Takeshi ha dedicado gran parte de su trabajo intentando cazar a los iris, pero nunca lo consiguió. Dios mío, si ahora sale elegido Hatori... tendremos más problemas».

—¿Nos vamos? —preguntó Cleven, ya preparada.





Comentarios