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1º LIBRO - Realidad y Ficción





26.
La buena intención de Nakuru

—... había un sauce llorón entre la hilera de abetos, pero él no había caído, así que lo conduje hacia allá intencionadamente y ¡sshuuu! Alargué el brazo y guie una de las ramas, que ya sabéis que son como cuerdas, amordazándole cuello, muñecas y tobillos —contaba Yako, detrás de la barra de su cafetería, utilizando un vaso y un paño sucio en representación de él mismo y del Líder de la MRS respectivamente—. Ah, que él ya me había herido antes clavándome las púas de las zarzas que bordeaban el templo, mirad —les enseñó a Drasik y a Kyo los numerosos pero leves cortes en brazos y manos, y se subió la camiseta y el delantal para enseñarles el gran arañazo que tenía en el pectoral, viéndose también su tatuaje de la KRS en el vientre.

—¿No te duele? —preguntó Drasik, alucinado.

—No, al volver a casa me apliqué una cataplasma de raíz de lirio y leche de malvarrosa, evita la infección, inflamación e hinchazón, ¿no veis que está todo cicatrizado? —sonrió.

—Claro, conociendo todas las plantas medicinales del mundo... —dijo Kyo—. ¿Cómo haces para que tus heridas siempre sanen tan rápido? Otros iris usan los mismos remedios vegetales que tú, pero tardan en curarse más que tú. Por no hablar de que tus cicatrices al final acaban desapareciendo con el tiempo —añadió, dándole un sorbo a su taza de chocolate hirviendo—. Por ejemplo, ¿dónde está la cicatriz que te quedó del profundo corte que sufriste hace cinco años ahí en tu hombro derecho? —señaló su hombro—. Recuerdo que te quedó una cicatriz muy vistosa dos años después de hacértela. Y ahora, ¿ves?, ni rastro de ella.

—Eso es obviamente otro privilegio de la genética Zou —le dijo Drasik—. Se regeneran superrápido de sus heridas. Recuerdo de pequeño esa imagen de Alvion con su pierna fracturada en tres partes porque le cayó un edificio encima en una de esas misiones privadas que solía hacer por el mundo, en países con conflictos armados. Los médicos del Monte le pusieron los huesos en su sitio como pudieron. 24 horas después, Alvion ya tenía los huesos unidos y la pierna como nueva.

—Se le curó en 52 horas, no en 24 —le corrigió Yako.

Tanto Kyo como Drasik se lo quedaron mirando con caras de mosqueo, preguntándose si de verdad Yako creía que eso hacía alguna diferencia, teniendo en cuenta que un hueso roto en una persona, incluso en un iris, tardaba entre 1 y 2 meses en sanar como mínimo. Yako se dio cuenta de sus caras y leyó perfectamente en sus miradas un "tú cállate, privilegiado".

—Vale, en fin —concluyó Yako—. Respecto a los demás, no vi lo que hizo Raijin con la chica y el otro, la Ka-chan y el Suijin-san, así que eso es todo lo que puedo contaros —dio un bostezo—. Aah... Qué pena que estuviese obligado a abrir la cafetería tan pronto. Ojalá ahora estuviese en mi cama, apenas he dormido.

—Hey, Sam —lo llamó Drasik cuando este pasó al lado de Yako llevando un par de batidos preparados—. ¿Cómo te lo montaste con el otro Dobutsujin-san?

—Hmm... —contestó Sam sin más, sirviendo el pedido a una pareja que se sentaba en una mesa cercana.

—Está agotado —les explicó Yako, apoyando la cabeza en una mano, somnoliento—. Le dije que no hacía falta que viniese hoy a trabajar, que podía quedarse durmiendo si quería, pero se abstuvo. Él no quiere hacerlo saber, pero en realidad ha venido porque le parece injusto que yo tenga que trabajar por narices y él pueda descansar. Lo hace por mí —sonrió divertido—. Sammy es un encanto.

—Lo hago por el sueldo —discrepó Sam, volviendo a meterse a la cocina.

—Mentira —les susurró Yako a los otros dos, risueño—. Yo recuerdo que vi al Dobutsu de la MRS, después de que yo acabara con el Líder, con cinco mordiscos en brazos y piernas. Debieron luchar como lobos, ¡uf! Qué pena que me lo perdí. Bueno, Sam también tiene marcados en el hombro los colmillos de su oponente, ambos estaban muy igualados.

—Buah, ha sido una batalla fácil —opinó Drasik, tomando un sorbo de su zumo y pegándole un bocado a su cruasán—. ¡Por cierto! Sam nos ha comentado antes que Raijin, él y tú os encontrasteis con nuestro Señor.

—Ah, sí... —vaciló Yako—. Nos encontramos con Alvion en el puente.

—¿Hacía mucho que no lo veías? —se interesó Drasik—. ¿Fue antipático contigo otra vez? ¿Volvió a recriminarte lo de que no quieres sucederle? La verdad, Yako, me encantaría que te convirtieras en nuestro próximo Señor.

—¿Por qué? ¿Piensas que así podrías aprovecharte de nuestra amistad para hacer lo que te venga en gana con las normas? —se rio Yako felizmente, pero de pronto puso una cara totalmente distinta, muy seria y con una intensa mirada de sus ojos dorados—. Si yo me convirtiera en Señor, te estaría vigilando a ti más que a nadie, incluso mientras duermes.

Se lo dijo con un tono tan siniestro que Drasik casi se cagó encima, sin saber si estaba hablando en serio o no.

—Heheh... —Yako recuperó su cara risueña e inofensiva—. Es broma, hombre.

—Jo, Yako, tú sí que sabes dar miedo —respiró Drasik

—Por supuesto. Me viene de familia —se encogió de hombros, apoyando los codos sobre la barra—. Gracias por el halago, Dras, pero yo ahora soy un iris que se convirtió igual que vosotros y, como tal, sólo me interesa luchar junto a vosotros en las misiones contra criminales e injusticias. Y trabajar en esta cafetería, donde puedo conocer nuevos humanos y nuevos iris cada día, charlar con ellos de igual a igual... Y seguir con mis estudios de Derecho. Si me convirtiera en Señor, estaría con los dioses encima de mí todo el tiempo y tendría que tratar con ellos de vez en cuando.

—¿Y eso es un gran problema? Alvion parece llevarlo bien.

—Ya. Pero es que yo odio a los dioses —dijo sin borrar su bonita sonrisa de siempre—. Con toda mi alma. Y si estuviera en mi mano, los exterminaría a todos junto con todos los malos humanos.

Tanto Drasik como Kyo se quedaron un poco acongojados por esas palabras. Pero no les sorprendió demasiado, Yako solía mostrar a veces una actitud muy radical con ese tema y ya se habían acostumbrado hace tiempo. Pero a la gente que no lo conocía demasiado les chocaba mucho, ya que como la mayor parte del tiempo él se mostraba tan pacífico, amable y alegre, unas palabras como esas tan radicales era lo último que se esperaban oír de su boca.

Sin embargo, tenía razón, lo llevaba en la sangre, era un instinto propio de los Zou, no lo podía evitar. Porque cuando los iris tenían una misión en la que se les había encargado matar a los peores criminales de alguna banda que habían entrado en la Lista de Condenados, Yako era el más cruel y sanguinario de todos. Todo había que decirlo. Sus compañeros de la KRS ya lo aprendieron hace tiempo. Si eres una persona medianamente buena e inocente, Yako iba a ser contigo el ser más amable y servicial del mundo, tu mejor amigo. Pero si eres una mala persona o un criminal, mejor no te acerques a él.

—¿Y qué está haciendo Alvion aquí en Tokio? —quiso saber Kyo.

—Ah, pues... —recordó Yako—. Parece ser que está buscando a Fuujin.

—¡Pff...! —Drasik se atragantó con el zumo—. ¿¡Por qué lo busca!? ¿¡Qué ha hecho!? ¿¡Le ha pasado algo a Fuujin!?

—No tengo ni idea, Alvion no nos dijo nada más.

Entonces, Yako y Drasik giraron sus cabezas y se quedaron mirando a Kyo.

—Qué —dijo este, confuso, pero luego comprendió—. No, yo tampoco tengo ni idea. Al menos, mi abuelo no me ha comentado nada de que Fuujin esté en problemas o no, no sé nada del asunto. Y yo no he visto a Fuujin desde hace un año, desde antes de irme al Monte Zou a iniciar mi entrenamiento. Pero que Alvion salga del Monte para buscar a Fuujin no es algo nuevo, ¿no? Ya lo ha hecho un par de veces antes en estos últimos siete años, ya que Fuujin es el único iris que Alvion no puede localizar a distancia y sólo puede verlo buscándolo él en persona. Y el motivo siempre ha sido el mismo, tratar algún problema de autocontrol, ¿no? Como hace con otros iris.

«Aun así, espero que el tío Neu no tenga problema en reunirse conmigo hoy» se dijo Kyo para sus adentros. «Tengo que hablar con él sobre lo que vi, es muy importante».

—Mmm... espero que de verdad se trate de atender un problema puntual sobre el estado de su iris, y no se trate de ningún problema gordo —dijo Yako—. De verdad, tener la enfermedad del majin es un auténtico fastidio. Es muy injusto. Odio que haya iris que tengan que sufrirla. Ojalá que Fuujin pueda cumplir su venganza algún día, de una vez por todas. Esto es lo único que elimina el majin en los iris que lo padecen.

Se formó un silencio entre los tres. Era un silencio normal, pero contenía una pizca de incomodidad. Yako y Kyo se dieron cuenta. Provenía de Drasik. El chico con pelos de loco estaba muy callado, aparentemente muy concentrado en terminar de comerse su cruasán. Yako y Kyo se percataron de que este seguía siendo un tema un poco delicado para Drasik. De hecho, ambos temas, tanto el de Fuujin como el de la enfermedad del majin. Uno, porque Drasik seguía lidiando con su pena, de lo mucho que añoraba a Fuujin; y el otro, porque él también tenía problemas de majin. El grado de sus síntomas era bajo, y muchas veces Drasik insistía en que ya no tenía síntoma alguno, pero la historia de Drasik con su majin había sido un tema de preocupación para sus compañeros desde que era pequeño, y él odiaba esto.

—En fin, Kyo —dijo Yako, trayendo su sonrisa de nuevo—. Gran idea lo de hacer la réplica, ¿se te ocurrió a ti solo?

—No veía qué más podía hacer —se encogió de hombros—. Fue lo primero que se me ocurrió para obtener ventaja. Los que me perseguían estaban pisándome los talones.

—Vas a ser un gran iris —rio, revolviéndole el pelo—. No sabes cómo me alegro de que estés con nosotros en la KRS.

—Le falta experiencia —terció Drasik, con tono orgulloso—. Hemos peleado tres veces desde que empezamos el curso, y le gané en todas.

—Te pasaste un poco conmigo —se picó Kyo—. Yo soy el tipo de iris más fuerte, pero tú eres el tipo de iris más ágil.

—Venga, no seáis así —los calmó Yako—. Ah, voy a atender a los clientes de esa mesa.

Cuando Yako se fue, Kyo entonces notó que le vibraba el móvil en el bolsillo del pantalón. Dejó su chocolate ardiente y miró a ver quién era.

—Anda, es mi abuelo. Me estaba llamando.

—¿Qué querrá Lao ahora? —protestó Drasik, acabándose su zumo.

—Voy fuera un momento, aquí hay mucho ruido —le dijo, bajándose del taburete y saliendo de la cafetería para hacer la llamada.

Como estaba mirando la pantalla de su móvil, no veía por dónde iba y se chocó con Nakuru justo cuando esta y Cleven iban a pasar dentro.

—¡Oh! ¡Nakuru! —exclamó alegremente.

—¡Hey, Kyo! —saltó esta, y se dieron un abrazo.

Cleven los observó confusa. «¡Eh, pero si es...!» reconoció al chico, y se quedó perpleja. «Es ese chico, el que vi hace unos días en la sala de profesores recibiendo una bronca del director. Y después, en el vagón del metro, que salió corriendo y parecía que le perseguía un grupo de gente extraña encapuchada...». La escena que tenía ahora ante sus ojos descolocó mucho a Cleven, porque en esas dos ocasiones recientes en que vio a ese chico, y la escasa atención que le había prestado en clase los pocos días que llevaban de curso, tuvo una primera impresión de él de ser un chico problemático y serio, quizá distante y frío. Pero era sin duda una primera idea, muy insustancial y bastante equivocada, porque lo que estaba presenciando ahora ante ella era a un chico con una sonrisa muy cálida, con unos ojos negros que transmitían calma y confianza, y hablaba a Nakuru con una voz suave y grave. Su piel era ligeramente morena, y tenía un cabello negro corto pero abundante, algo desordenado, y le tapaba ligeramente los ojos.

Cleven se sonrojó un poco sin darse cuenta. De repente, una parte de ella sentía como si estuviera al lado de una reconfortante hoguera en un día frío de invierno. Cuando Kyo la miró, se puso algo nerviosa. Tuvo una extraña sensación familiar, pero no reparó en ello, ya que para ella no tenía sentido.

—Cleventine Vernoux, ¿verdad? —saludó él.

—Sí... —murmuró—. Tú eres Kyosuke Lao, ¿no?

—Exacto, estamos en la misma clase este año, mucho gusto —se inclinó levemente, y Cleven se apuró y le imitó.

—Lo mismo digo —sonrió, y miró a Nakuru—. ¿Os conocíais de antes?

—Ehm... sí —contestó su amiga—. Kyo es... estuvo en mi clase en primaria.

—Ah —entendió.

Al menos esa excusa era cierta, porque Nakuru no le podía contar a Cleven por qué se conocían realmente.

—Uf, qué llena está la cafetería... —observó Nakuru a través de los ventanales—. Cleven, porfa, mira a ver si puedes pillar una mesa que haya libre antes de que nos la quiten.

—Ah, tienes razón... Esto... —miró a Kyo otra vez—. No sé si ya te estás marchando, pero si es así, ya nos veremos.

—Claro, ya nos veremos —sonrió Kyo.

Cuando Cleven se metió en la cafetería y Kyo y Nakuru se quedaron solos, el chico borró su sonrisa y se quedó cabizbajo. Ella adivinó en dos segundos lo que se le pasaba por la cabeza.

—Lo siento, Kyo. Debe de sentirse raro todavía.

—Bueno, ya estoy acostumbrado. Son siete años fingiendo que no la conozco o que no tengo relación alguna con ella. Este año va a ser algo más difícil, ya que por primera vez en siete años nos han puesto en la misma clase.

—No te preocupes, podéis trataros como amigos ahora. De hecho, llevas tantos años sin tener relación o contacto alguno con Cleven, que se ha vuelto prácticamente una desconocida para ti. Ya no tenemos 9 años. Ahora puedes volver a conocerla y haceros amigos si quieres.

—No sé qué opinaría Fuujin sobre eso...

—El maestro no pondrá objeciones a algo así, Kyo, entablar una amistad simple con Cleven es inofensivo para ella. Lo que Fuujin no quiere es que la involucremos en algún asunto iris y que la pongamos en peligro y esas cosas.

Kyo entonces miró a su compañera con una mueca torcida y una ceja arqueada.

—¿Y entonces qué carajos hace viniendo a la cafetería de Yako? —señaló con el pulgar a sus espaldas.

—Aaah... hahah... bueno, es que... —rio Nakuru, nerviosa, rascándose la nuca—. Verás, eso se me ha ido un poco de control... No me esperaba para nada que Cleven tuviera intenciones de fugarse de casa... y que conociera a Yako de pura casualidad durante un trayecto en autobús y se hicieran amigos...

—¿¡Qué!? ¿¡Me tomas el pelo!?

—Ojalá.

—¿¡Por qué Yako la trajo consigo a la cafetería!?

Nakuru dejó de frotarse la nuca y miró a Kyo con aprensión.

—Oh, espera... —el chico cayó en la cuenta rápidamente, acordándose—. Joder, es cierto... lo había olvidado... Los demás también tienen las memorias modificadas, ¿verdad? No es solamente Drasik. Yako, Sammy, Raijin también...

—Sí, así es —suspiró ella—. Bueno, en el caso de Drasik son muchas más cosas. Pero en el caso de los demás, solamente es el nombre y el aspecto. Por eso no reconocen a Cleven, no pueden relacionarla con la Cleven del pasado, a no ser que alguien los ayude a recordar con datos específicos. Tú y yo somos los únicos que conservamos todos los recuerdos de ella. Fuujin no quiso cortar mi amistad y mi relación con ella, y también, necesitaba a alguien como yo que cuidara de Cleven.

—Mis hermanos y yo sí tuvimos que cortar relación con ella y sus hermanos. Y no se nos borró nuestra memoria para ello.

—Es un caso muy diferente, Kyo, tú y tus hermanos sois la familia de Fuujin, y por tanto, también de Cleven y de sus hermanos. No pudisteis mantener la relación y el contacto porque era el único modo de mantener a ambas familias protegidas y a salvo, después de la tragedia de Katya... Pero, aun así, para Fuujin era impensable tocar vuestras memorias. Ya le dolió tener que hacerlo con Cleven y con Lex, así que... —se encogió de hombros—. Lo de conocer a Yako y a los demás es un tema que estoy... digamos... viendo qué tal evoluciona. Por ahora, no parece suponer un problema o un peligro para Cleven, por lo que estoy dejándolo pasar, pero al mismo tiempo estoy alerta. Si veo que esto que Cleven está haciendo se tuerce, ahí intervendré y lo frenaré.

—Y... ¿qué es "esto" que Cleven está haciendo exactamente? —frunció el ceño.

—Pues... —respiró hondo, sabiendo que le iba a chocar—... buscar a su tío. Para conocerlo.

Kyo, en efecto, se quedó inmóvil unos segundos, con esa misma mueca torcida de gran confusión.

—Cleven tiene tres tíos, y uno de ellos es mi difunto padre. Y, que yo sepa, se supone que ella no debería recordar a ninguno de ellos. Nakuru... ¿a qué tío está buscando Cleven?

—A Brey.

—¿Me estás diciendo... —Kyo le hizo un gesto apaciguador con la mano, intentando evitar que le diera un infarto cerebral—... que Cleven lleva unos días relacionándose con nuestros compañeros en la cafetería... y que "todavía" está buscando a su tío... a Brey...? —Nakuru se mordió los labios y asintió con una sonrisilla inocente—. ¿¡No le has dicho nada!? —se escandalizó Kyo.

—Por favor, baja la voz. Escucha, ya te he dicho que es un asunto complicado y que estoy intentando tratarlo con cuidado, ¿vale? No puedo ir revelándole las cosas a Cleven así como así, debo tener cuidado con el estado de su memoria y al mismo tiempo tengo que hacer malabares ocultándole nuestras identidades iris y todas esas cosas.

—Nakuru, se va a liar la gorda...

—Ten un poco de fe, "hermanito", Cleven realmente necesita esto, y yo quiero ayudarla lo mejor posible. Por favor, no le digas nada a nadie, ni siquiera se lo cuentes a tu hermana, ni a tu madre, ¡ni a tu abuela Ming Jie! Y mucho menos le digas nada a Lao o a Fuujin, por favor te lo pido.

—Vale, tranquila, haré como si no supiera nada sobre este asunto. Pero espero que sepas lo que estás haciendo, Nak. Por favor, pase lo que pase, no dejes que mi prima acabe lamentándolo.

—Confía en mí.

—De acuerdo. Bueno... tengo que hacer una llamada —le mostró el móvil.

—Me alegro de que estés de vuelta y que estés bien, buen trabajo protegiendo el pergamino —lo abrazó Nakuru, y él también la abrazó, sonriendo.

Con esa despedida, Nakuru se metió en la cafetería y Kyo se alejó por la calle. La Suna se reunió con su amiga en medio del local, pues esta seguía a la búsqueda de alguna mesa libre donde sentarse. Cleven le había pedido que fuera con ella allí a desayunar, porque quería presentarle a Yako y a los demás. Obviamente, Nakuru tenía que seguirle el juego.

—¡Princesaaaa...!

Como una avalancha de corazones, Drasik saltó de su taburete desde la barra, eufórico, con los brazos en alto y corriendo hacia Cleven.

—¡Nooo! —gritó ella, estirando el brazo automáticamente y le dio de lleno en la cara.

—¡Ugh! —Drasik se detuvo al recibir el golpe, llevándose las manos a la nariz—. ¡Qué novia más cruel tengo!

—¡Que no soy tu novia, idiota! —estalló—. ¿¡Qué haces tú aquí!? ¿¡De dónde sales!? ¡No puede ser!

—Cleven, tranquila... —intentó calmarla Nakuru, sujetándola para que no fuese a devorar al chico.

«Mierda, si hubiese sabido que Drasik estaba aquí también...» se lamentó Nakuru.

—¿Qué pasa aquí? —apareció Yako con una bandeja en la mano, y miró a Nakuru—. ¡Oh, Na...!

Nakuru le hizo todo tipo de gestos con las manos para que no dijese su nombre, y le señaló a Cleven varias veces mientras esta observaba a Yako alegremente.

—¡Na... Na...! —titubeó Yako, empezando a descifrar los gestos de Nakuru hasta que cayó en la cuenta—. ¡Na... Nadie me había dicho que hoy recibiría tan grata visita, Cleven! —concluyó.

—Heheh, pero ¿qué dices, Yako? Llevo todos los días viniendo aquí, es normal que hoy también, ¿no?

—Sí, claro —sonrió, viendo a Nakuru suspirando una y otra vez con alivio.

—Yako, te presento a mi mejor amiga, Nakuru.

Yako miró a la aludida con confusión, pero cuando esta le guiñó disimuladamente un ojo, supo qué pasaba.

—Encantado, Nakuru —dijo, inclinándose levemente.

—Lo mismo digo —sonrió nerviosamente—. Cl... Cleven me ha hablado mucho de ti...

—Ah, qué guay... —también sonrió, nervioso.

Silencio incómodo.

—¿Pero qué coño hacéis? —irrumpió Drasik—. Si ya os cono... ¡Ah!

Nakuru le dio un pisotón para callarlo, y por suerte Cleven no se dio cuenta.

—Bueno, ¿vais a tomar algo? —preguntó Yako.

—¡Jejey! —saltó Drasik—. ¡Vamos, princesa, vamos a desayunar! —la agarró de un brazo y la llevó a sentarse a una mesa vacía, cerca de la barra.

—¿¡Qué haces, pulpo!? —se enfadó Cleven.

—Si Drasik ya ha desayunado... —murmuró Yako.

—Yako —lo llamó Nakuru, ahora que Cleven y Drasik no los oían.

—Sí, Nakuru, acabo de acordarme —la interrumpió—. Anoche, que nos reunimos todos fuera de la cafetería para que Raijin nos diese las órdenes de actuar, una vez Drasik y tú descubristeis a los elementos de la MRS que andaban por Tokio. Nos dijiste que no entráramos porque tu amiga estaba dentro y no podía verte con nosotros.

—Eso es —asintió—. Dime, ¿por casualidad Cleven no te trae algún recuerdo lejano a la mente?

—Ahora que lo dices, lo cierto es que sí... —titubeó—. Desde que la vi en el bus, me resulta muy familiar y no consigo saber por qué.

«Me lo esperaba. Tengo que decirle quién es Cleven y que tenga cuidado» pensó la joven.

—¡Eh, Nakuru, no me dejes sola con este pervertido! —exclamó Cleven, intentando resistirse a que Drasik la sentase en la silla.

—Yako, luego he de decirte algo con respecto a Cleven, ¿vale? Ahora tengo que hacer como que no os conozco.

—Mm, está bien. Supongo que haces esto porque Cleven es una humana y por eso no debe saber lo que somos.

—No es así del todo, luego te explico —le dijo, yéndose a socorrer a su amiga.

Cinco minutos después, ya estaban Cleven, Nakuru y Drasik sentados en la mesa. Cleven miraba molesta a este, masticando lenta y desafiantemente sus tortitas; Nakuru miraba a uno y a otro, rezando para que Drasik no la cagase; y el chico, comiéndose su tercer cruasán de la mañana tan feliz de la vida, sin quitarle el ojo a Cleven de encima. Cleven al final había desistido de echarle, Drasik podía con ella, era insoportable.

En ese momento, Cleven vio a Sam pasando por allí, sirviendo unos cafés en la mesa de al lado.

—¡Sam, Sam! —lo llamó.

El joven se dio la vuelta, y al ver ahí a esos tres puso una cara insegura. Se acercó a Cleven.

—Hola —la saludó, aunque estaba mirando a los otros dos con extrañeza.

—Sam, quiero presentarte a Nakuru, mi mejor amiga —sonrió Cleven felizmente.

Nakuru aprovechó que su amiga no la miraba para hacerle los mismos gestos a Sam, el cual los captó al instante, acordándose enseguida de lo que les dijo Nakuru la noche anterior.

—Ah, encantado —la saludó tan sereno.

—Lo mismo digo —sonrió Nakuru—. Vas a tercero, ¿verdad? En nuestro instituto.

—Así es.

—Sam trabaja con Yako aquí —le explicó Cleven—. Es muy amable, ¿y a que es guapo?

Nakuru se rio por el comentario, pues Sam, tras oír el piropo, se quedó algo cortado, rascándose la nuca con cierta vergüenza. Mientras Cleven se ponía a conversar con Sam animadamente, Drasik, con cara de recelo, tiró de la manga de Nakuru.

—¿Qué está pasando aquí, Nak? —le preguntó.

—Cleven no debe saber la relación que tengo con todos vosotros, Drasik —le susurró—. ¿Es que no lo recuerdas? Por favor te pido que le sigamos la corriente, no la cagues.

—No me has dicho nada sobre lo que pasó ayer.

—Ah, es verdad...

—Tranquila, después de ver la actitud de la princesa, supongo que al final no lo recuerda. Le diste un buen golpe.

—No es eso, lo recuerda todo, pero cree que fue un sueño. Así que estamos a salvo, Drasik. Ya no tenemos que preocuparnos por lo de anoche.

Drasik levantó las cejas, comprendiendo, y volvió con su desayuno tranquilamente. Nakuru vio cómo el chico miraba a Cleven, que seguía conversando con Sam. Era una mirada intensa, que decía más de lo que aparentaba. Lo cierto es que empezó a pensar que Drasik no se enfrentó a Kaoru anoche sólo porque lo odiaba; empezó a pensar que si Cleven no hubiese estado allí, Drasik no habría tenido interés en pelear contra Kaoru. «No te enamores de ella, Drasik... No otra vez. Ella ya sufrió bastante» pensó Nakuru, preocupándose.

Pasaron toda la mañana ahí metidos, charlando de varias cosas. Cleven también le presentó a su amiga a Kain y a MJ. Nakuru ya los conocía de antes, por eso tuvo que hacer con esos dos lo mismo que con Sam y Yako. Todo fue bien, Cleven no se había percatado de nada raro, por lo que Nakuru pudo relajarse del todo y disfrutar de la mañana, aunque Drasik y Cleven estuviesen picándose constantemente.

—Ah, ¿dónde está Kyo? —preguntó Drasik de repente, mirando a la calle por la cristalera—. Al final se ha pirado, y sin decir nada, el muy... —masculló, levantándose de la silla—. Bueno, me voy a buscarlo. Siento tener que irme, princesa, pero no llores, volveremos a vernos.

—¡Púdrete! —replicó Cleven, haciéndole un corte de manga.

—¡Yo también te quiero! ¡Mua! —dijo, lanzándole un beso mientras salía del local.

—¡Ay! —apareció Yako junto a ellas—. ¡Que me ha vuelto a hacer un simpa!

—Tranquilo, ya pago yo por él —dijo Nakuru, sacando su cartera.

—Yako, ¿sabes si Raijin va a venir? —le preguntó Cleven con cara tristona.

—Mm, ni idea, no sé dónde anda. Probablemente sigue durmiendo, duerme como un oso.

—Cleven, ya es casi la hora de comer —intervino Nakuru, levantándose de la silla—. ¿Te parece que comamos por ahí y vayamos de compras al Yunion?

—¡Vale! —se animó.

—Voy un momento al baño. Espérame fuera, porfi, no tardo.

Cleven asintió alegremente y salió a la calle después de despedirse de Yako. Entonces, Nakuru le indicó al chico que la acompañase a la cocina, donde sabía que Sam estaba en ese momento también.

—Escuchad, tengo que hablar con vosotros dos —les dijo, una vez solos en la cocina—. Lo primero de todo, Sam. ¿Conocías a Cleven de antes?

—¿Eh? —se extrañó, mirando al techo, reflexivo—. Pues la verdad es que su apellido, Vernoux, me es muy familiar.

—Vernoux... —murmuró Yako, entornando los ojos—. Sí que me suena…

—Vale —declaró, poniéndose seria—. Neuval Vernoux, ¿recordáis?

—¡Ah! Pues claro, Nak —sonrió Yako—. ¿Cómo no me iba a acordar del maestro Fuujin? Pero Vernoux es su apellido biológico. Claro que... ahora recuerdo que lo mantiene por motivos de seguridad ante el Gobierno. Pero nosotros lo conocemos más como Neuval Lao, por eso no sabía muy bien de qué estabas hablando, y... —se quedó mudo por unos segundos, y miró a Nakuru boquiabierto; Sam también pareció haber caído—. Nooo...

—Sí —afirmó la joven.

—Noo... —repitió Yako, incrédulo.

—Es... ¿¡la hija de Fuujin!? —concluyó Sam, sorprendido, y se llevó una mano a la frente, mirando a los lados—. Claro... Cleventine...

—¡Sí, ya me acuerdo! —saltó Yako—. ¡Cleventine, la hija de Fuujin y de Ekaterina! ¡Sí que ha crecido, no la he reconocido! ¡Es que han pasado siete años!

—¡Sí, yo también me acuerdo de ella! —saltó Sam con el mismo asombro—. Es cierto, es Cleven, casi me había olvidado de ella…

De repente Yako y Sam se miraron el uno el otro con ojos como platos, y ambos pusieron la misma postura alzando un poco las manos.

—¡Es Cleven! —exclamaron al unísono—. ¡Mierda, Sam, pero si la conocemos desde la infancia! ¡En el colegio siempre nos cantaba canciones en los recreos cuando estábamos desfallecidos tras una dura misión para animarnos! —exclamó Yako—. ¡Joder, la hija del maestro, era nuestra amiga! ¡Cantaba peor que una gaviota atragantada, pero siempre jugaba con nosotros! —exclamó Sam—. ¡Estaba siempre con nosotros! —volvieron a decir a dúo.

Los dos chicos se quedaron entonces en silencio, mirando cada uno a un lado, navegando por los recuerdos. Nakuru les dejó un rato para que pensaran, sonriendo con cierta pena. Las caras de Yako y de Sam se habían vuelto algo taciturnas.

—La eché de menos cuando se separó de nosotros —murmuró Yako—. Creía que jamás volvería a verla. Es como si una nube me hubiera tapado su recuerd-... —de pronto Yako levantó la cabeza y miró a su compañera con ojos abiertos de desconcierto—. Nak...

—Tranquilo —se anticipó ella—. Sí. Fuujin os puso esa "nube". Y lo hizo con vuestro consentimiento.

—Mierda... es cierto... —murmuró Sam—. Para mantener la seguridad de su familia necesitó cortar los lazos. Nos lo explicó y lo entendimos.

—Tan sólo os difuminó su nombre y su aspecto. No tocó vuestros recuerdos con ella —les explicó la Suna—. Precisamente, para que no la reconocierais si algún día os la cruzabais y así asegurar cero contacto. Pero... —inspiró hondo y resopló con resignación—... ya habéis visto lo que ha pasado.

—Oh, no, ¡es culpa mía! —se apuró Yako—. No tenía ni idea de que... Yo simplemente la vi en el autobús y le ofrecí el asiento de mi lado... Y empezamos a hablar, y me cayó bien...

—Es que tú hablas con todo el mundo, Yako, no tienes culpa de nada —dijo Nakuru—. Fue una casualidad... que ya no podemos remediar, ¿entendéis? Por eso os lo he tenido que revelar y quitaros esa "nube". Porque debéis tener cuidado con Cleven, y para eso necesitabais entender por qué. Ya no se puede persuadir a Cleven de que se olvide de vosotros y no vuelva a veros ni a venir aquí. Ahora, no queda más remedio que tratar con la situación presente. Cleven no es una humana cualquiera que se ha hecho vuestra simple amiga y a la que veis de vez en cuando como si tal cosa. Ella es... Cleven —hizo un gesto tajante con las manos—. Y no podemos dejar que se involucre en asuntos iris, ni siquiera por accidente, por eso con ella tenemos que tener más cuidado que con cualquier otro humano inocente.

—Tienes razón —dijeron los otros dos—. Pero un momento... ¿Fuujin sabe que Cleventine ahora se relaciona con nosotros?

—No, y ahí está el problema principal —apuntó Nakuru.

—Bueno, tampoco es un gran problema... Sólo tenemos que contactar con Fuujin y contarle la situación y... —dijo Sam.

—No, no, no, ese no es el problema principal, chicos. Lo que pasa es que Cleven se ha escapado de casa y Fuujin la anda buscando.

—¿¡Que ha hecho qué!? —exclamó Sam.

—¡Por eso iba buscando un hotel donde alojarse! —Yako se dio una palmada en la frente—. Vale, pero eso tampoco es un gran problema, igualmente podemos ir a informar a Fuujin de que Cleven está bien y de dónde está...

—Nooo, no, no, no. ¡Ese tampoco es el problema, chicos! —se exasperó Nakuru.

—¿¡Qué está pasando, Suna-chan!? —se exasperaron los dos chicos también.

—¡El motivo por el que Cleven se ha escapado, es para buscar a su tío, y poder conocerlo, y pedirle irse a vivir con él si es posible!

—¿¡A cuál de sus tíos se supone que está buscando!?

—¡A Brey!

De repente, Yako y Sam se quedaron más pálidos que un fantasma. Sam vio la necesidad de ir a sentarse en una silla de la cocina, para replantearse su existencia en el mundo, y Yako se fue a la nevera a beber un trago de agua de una botella, porque se estaba ahogando y mareando.

—¿Puede existir... —murmuró el joven Zou, apoyándose en la nevera—... una situación... más irónica... ridícula... y disparatada que esta? ¿¡Qué vamos a hacer, Nakuru!? —se giró hacia ella con cara apocalíptica.

—Caaalma, "hermanos", calma —apaciguó ella con las manos—. Sé que todo esto es un entuerto bastante... complejo y surrealista. Pero os he contado esto precisamente porque lo único que quiero que hagáis es eso, lo de tener cuidado en no involucrar a Cleven en asuntos iris y tener cuidado de no hablar de temas iris delante de ella y esas cosas.

—¿Qué? ¿Sólo quieres que sigamos haciendo lo mismo que estos días? —dijo Sam.

—Necesito teneros de cómplices, para que me ayudéis.

—¿Por qué?

—Porque quiero que Cleven encuentre a su tío —sonrió.

Yako y Sam la miraron en silencio. Viendo la expresión que Nakuru tenía en la cara, comprendieron enseguida lo que quería decir.

—¿Estás segura de querer que pase? —dudó Sam—. Fuujin...

—Repasad de nuevo vuestros recuerdos. Las cosas que sabéis que hemos vivido, y sufrido, y superado... Las cosas que sabéis sobre Cleven, y su familia, y nuestra KRS. Chicos... —los miró con una sonrisa triste—. Cleven ha sido muy infeliz desde que Katya se fue. Quiero concederle esto, al menos. Quiero a Fuujin como a un segundo padre, y lo respeto, y le soy leal hasta la médula... pero... en esto, quiero anteponer la necesidad de Cleven por encima de las órdenes de Fuujin. Solamente en esto.

Ambos chicos cruzaron una mirada y asintieron con la cabeza, serios.


* * * *


Yenkis salió de la boca de metro hacia las calles, cerca de donde el distrito de Shibuya terminaba y comenzaba el de Minato. Había viajado hasta el centro de la ciudad para seguir cumpliendo con sus firmes intenciones de averiguar más cosas acerca de los secretos de su padre. Acababa de descubrir algo nuevo e inesperado, la existencia de un tal Jean Vernoux, que hizo algo imperdonable hace muchos años, provocando una triste tragedia.

Por supuesto, había otras personas en el mundo que se apellidaban Vernoux y no tenían absolutamente nada que ver con su familia. El Jean Vernoux que descubrió en ese antiguo artículo de periódico francés podía ser un tipo cualquiera sin ningún tipo de conexión con el "Jean" a secas que el viejo Lao le mencionó a Hana cuando hablaron en la puerta de casa. Pero es que Yenkis no iba a poder seguir viviendo tranquilo hasta confirmar si había conexión o no. De hecho, él estaba convencido de que era el mismo hombre, el del periódico y el que mencionó el viejo Lao. Las piezas sobre la historia que leyó sobre ese tal Jean Vernoux podían encajar perfectamente en esos huecos vacíos que conformaban las incógnitas de la vida de su padre. Es decir, no había ningún dato que no encajase o echara por tierra la posibilidad.

Pero, claro. Necesitaba una confirmación definitiva. Una prueba. Y el único que ahora podía dársela era su hermano. Si al fin podía destapar una, aunque sólo fuera una cajita de las muchas que su padre mantenía cerradas... Yenkis no se iba a ir con las manos vacías esta vez.

Llegó al gran complejo de edificios del afamado Hospital Kyoko. Entró por la puerta principal, y se encontró con mucha gente en la recepción. Todo el mundo estaba muy atareado por ahí. La idea de llamar o de escribir a su hermano avisándolo de que estaba ahí y que quería verlo no iba a servir de nada, porque Lex iba a adivinar al instante el motivo, y lo iba a ignorar totalmente. Lo mismo si iba a la recepción y le pedía al recepcionista que llamara a su hermano; aparte de que no lo iban a molestar en medio de su trabajo si no había una urgencia, Lex igualmente lo iba a ignorar.

Así que... su mejor intento apuntaba a eso. Crear una urgencia. Entornó sus ojos plateados con astucia, localizando el lugar donde más médicos había para llamar su atención. Caminó hacia aquella zona, cerca de los ascensores. Carraspeó un poco, e hizo algunos estiramientos, para prepararse. Y de repente... ¡PLAS! Se tiró al suelo con el mayor dramatismo que la historia del Arte Dramático había visto jamás, digno de un Óscar al mejor actor de la exageración.

—¡Juaaaggh...! ¡Ayudaaaghh...! ¡Me mueroooghh...!

—¡Oh, Dios mío, este niño está sufriendo un ataque!

Los cuatro médicos y dos enfermeros que había ahí se agacharon a su lado corriendo mientras el muchacho se retorcía como si estuviera poseído por el demonio.

—¡Muchacho, trata de no moverte, te harás daño!

—¡Dinos dónde te duele, dinos dónde está el problema!

—¡Aaaahh...! ¡Necesito al doctor Vernoux! ¡Gaghhh! ¡Él es mi médico... el único que puede salvarme...! ¡Llámenlo... rápido...!

—¡Vayan a llamarlo, vayan! —le dijo una médico a los enfermeros—. ¡Está en su despacho ahora! ¡Este chico debe de ser paciente suyo!

—¡Ya estoy viendo la luz...! ¡Veo una luz al final del túnel...! Tengo frío... y miedo... y sueño... ¡Gaaghhh!

—¡No vayas hacia la luz, niño, no vayas! —lloraron los médicos a su alrededor.

Los enfermeros ya se habían ido corriendo a avisar a Lex. Uno de los doctores le dijo a Yenkis que iba a llevarlo a una camilla a examinarlo él mismo, pero el niño se resistió, rodando por el suelo, fingiendo convulsiones. A los pocos segundos, ya había un corro de gente rodeándolos, observando expectantes cómo el médico intentaba vanamente coger en brazos a Yenkis y cómo los otros se santiguaban varias veces, pensado que el pobre estaba endemoniado.

—¿Dónde está? —preguntó Lex, corriendo por los pasillos con uno de los enfermeros que fue a llamarlo.

—En la entrada principal.

—¿Quién es?

—Un niño. Se ha puesto fatal de repente, le ha dado un ataque.

—¿Y por qué me llama a mí? —se extrañó, cuando doblaron una esquina.

—Dijo que eras el único que podía curarle. ¿Será algún paciente tuyo?

Lex no contestó, porque no tenía ni idea, y cuando llegaron allí, se paró en seco, asombrado ante la masa de gente que se había reunido allí.

—Aquí está, dejad que pase —dijo una doctora cuando vio a Lex, y el corro se abrió, dejando al descubierto la descorazonadora escena de un niño moribundo.

—Lex... hermano... —gimió Yenkis en el suelo, alzando una mano temblorosa hacia él—. Diles a papá y a Cleven... que no lloren por mí...

—¿Es su hermano? —se preguntaron todos los allí presentes, sorprendidos.

Cuando la gente miró a Lex, se lo encontraron mudo y petrificado, con una cara de color rojo incandescente, y cinco venas hinchadas por la frente y el cuello. Sin poder cerrar la boca, ni los párpados, ni hacer que le corriera la sangre a la cabeza, Lex giró sobre sus talones, dando media vuelta, y se alejó de allí a toda velocidad. Huyó. La gente se preguntó por qué se iba, y Yenkis se apresuró a detenerlo.

—¡Lex, espera! —exclamó, poniéndose en pie.

—¿¡Pero tú no te estabas muriendo!? —gritó el médico que estaba junto a él.

Yenkis corrió por el pasillo por donde su hermano se había ido, alcanzándolo a los pocos segundos.

—¡Lex! —lo agarró de la bata blanca, parándole los pies—. ¡O sea que me muero y te da igual!

El hombre se volvió hacia él, sacando garras y colmillos, con un aura de fuego a su alrededor, y Yenkis dio un paso atrás del susto. Podía ver tras las gafas de su hermano sus ojos azules inyectados en furia. Pero un segundo después, Lex le dio la espalda y empezó a andar de un lado a otro.

—Calma... calma... No te alteres... —se decía a sí mismo una y otra vez—. Tiene 12 años... aún es joven para matarlo...

—¿Hablas solo como los locos? —sonrió Yenkis, divertido.

—¡Ya está! ¡Te mato! —se abalanzó sobre él.

—¡Socorrooo...!

La gente había vuelto a dispersarse en la entrada principal, todo se quedó otra vez en calma, solo que el médico que antes había tratado de coger a Yenkis se quedó hablando con la otra doctora sobre lo ocurrido.

—Gamberros así no había en mis tiempos, cielo santo —decía la mujer, negando con la cabeza.

—Por un momento me he tragado su actuación, menudo crío —farfulló el hombre—. Me pregunto si Vernoux...

En ese momento, los dos vieron pasar a Lex por allí con el niño cogido bajo un brazo, pataleando.

—¡Suelta, sueltaaa! —gritaba Yenkis—. ¡Que alguien llame a los servicios sociales!

—¡Vernoux! —lo llamó el médico—. ¿Adónde vas? ¡Tienes un paciente esperando en tu despacho!

—¡Que me sustituyan! —replicó cabreado, saliendo a zancadas del edificio.

Lex no soltó a Yenkis hasta que llegó a la salida del aparcamiento. Lo dejó bruscamente en el suelo y puso los brazos en jarra, mirándolo con fiereza, y Yenkis le sonrió con cara inocente. Lex empezó a negar con la cabeza, conteniéndose.

—Te arrancaría la cabeza, Yen.

¡Jajaja! Tenías que haberte visto la cara —se rio—. Venga, no ha sido para tanto.

—No te conformas con parecerte físicamente a papá, sino que también tienes que hacer este tipo de payasadas para ser ya idéntico a él... —masculló.

—¿Qué? —Yenkis arrugó el ceño, sin entender aquello—. ¿De qué hablas? Si papá es el hombre más aburrido y estricto que existe.

—Oh... —Lex lo miró sorprendido, dándose cuenta de que se había ido un poco de la lengua. Había olvidado que tanto Yenkis como Cleven ahora sólo conocían a la falsa versión seria y amargada de su padre—. En fin, enano, no vuelvas a hacer algo así en mi lugar de trabajo.

—Vamos, ¿es que no te alegras de verme?

—¿Por qué has venido en realidad? —preguntó muy seriamente.

—Para preguntarte algo... sobre papá.

Lex lo miró un momento en silencio.

—Yen... No es un buen momento. Tengo mucho trabajo, ¿entiendes? Vuelve a casa, anda —suspiró, dando media vuelta.

—¿Quién es Jean Vernoux? —preguntó entonces, directo al grano.

Vio que su hermano mayor se paró en seco, tal como esperaba. Lex se giró enseguida.

Comment as-tu trouvé ce nom? (= ¿Cómo has dado con ese nombre?)

Est-il de notre famille? (= ¿Es de nuestra familia?)

Lex miró para otro lado, reflexivo. Luego se rascó la cabeza con resignación.

—Joder... —murmuró—. Espera aquí.

Se metió de nuevo en el hospital. Yenkis se apoyó contra el murillo que limitaba el aparcamiento con la calle y esperó tranquilamente. Sabía que, al decir el nombre, su hermano no iba a dejar la cosa tal cual. Al poco rato, apareció sin la bata, vestido normal.

—Me han dejado el resto del día libre —declaró—. De todas formas me lo merezco.

Posó una mano sobre la cabeza del niño y lo llevó calle arriba.

—¿Adónde vamos? —preguntó Yenkis.

—Te invito a comer.

—¿¡Significa eso que al fin vas a contarme algo!? —brincó eufórico.

—Cállate y camina.

Cinco minutos después de abandonar el hospital, Lex y Yenkis se sentaron en la terraza de un restaurante italiano, rodeada de una valla de arbustos, en cuyas mesas ya había gente comiendo. Se pusieron el uno frente al otro, y Lex dio un largo suspiro de cansancio, como si hubiera vuelto a nacer al sentarse. Se quitó un momento las gafas para limpiarlas con un paño de seda que guardaba en la funda en su cartera.

Cuidaba sus gafas como si fueran un tesoro. Pertenecieron a su abuelo materno, Hideki. Aunque las lentes fueran diferentes, acordes a su graduación, la montura era la misma. Era de plástico oscuro, con el remate de las patillas de madera y la bisagra dorada. Todo el mundo solía decirle a Lex que incluso se parecía mucho a Hideki en aspecto y en su comportamiento disciplinado y sosegado, lo que también le venía de su madre, Katya. Pero, por mucho que él lo quisiera negar, tenía también multitud de rasgos secretos de su padre que la gente pasaba desapercibidos. De nariz para arriba, el semblante de Lex era como el de Hideki, pero en boca y barbilla era igual que Neuval. Lex era una persona tranquila y seria la mayor parte del tiempo, pero cuando sonreía, tenía ese característico rasgo que se heredaba genéticamente de los padres, los hoyuelos, que a Neuval también se le marcaban, aunque no se le veían cuando tenía barba.

Yenkis observó a su hermano sintiendo ese alivio al sentarse en la silla, pensando que debía de haber estado hasta arriba de trabajo, puesto que, siendo días festivos, algunos médicos se habían ido de viaje y los que se habían quedado, como él, tenían que trabajar el doble. Solía pasar.

Lex tenía 25 años, y se había graduado en Medicina a los 23 años. Se marchó de casa a los 19, un año después de la muerte de su madre, cuando su padre trató de borrarle la memoria, pero apenas dos días más tarde recuperó los recuerdos porque la Técnica de su padre no funcionó en su mente. No obstante, como consecuencia, Lex acabó con una memoria confundida al haber estado expuesta a dos realidades. Aquello le superó y decidió marcharse.

—¿Cómo es que no te has ido por ahí de viaje? —quiso saber Yenkis, mientras ojeaba el menú—. Siempre te sueles ir a la casa de campo de los padres de Riku.

—Riku tenía mucho que hacer esta semana, no podía —contestó, aflojándose la corbata cuando los rayos del sol asomaron a la terraza.

—¿En qué trabaja ella? Nunca me acuerdo.

—Es asistente social.

—¿Qué hace un asistente social como Riku?

—Entre otras cosas, ahora anda por algunas casas para cuidar de algún anciano que se ha quedado solo, o bien comprobar si los menores de edad de una familia descontrolada están siendo bien cuidados.

—Bienvenidos. ¿Qué van a tomar? —apareció un camarero junto a ellos.

—Yo una pizza de queso y jamón, por favor —contestó Yenkis enseguida.

—Yo también quiero esa —dijo Lex, mirando las cosas de la carta con cara pensativa, y el camarero asintió alegremente mientras apuntaba en su libreta—. Y traiga también otra pizza de pepperoni. Y también una de champiñones. Las tres pizzas tamaño familiar. Ah, aquí está... También el plato de espaguetis con albóndigas extragrandes acompañado por patatas con cebolla y pan de ajo. Si es posible, ¿les pueden echar mermelada de fresa y curri? Pagaré ese extra. También querría alitas de pollo a la barbacoa, y aparte de la salsa barbacoa, échenles sirope de chocolate y mostaza también. Y… no sé... Una ensalada, por si me quedo con hambre —concluyó, cerrando la carta.

—Eh... —balbució el camarero, que tenía la mano dolorida de tanto escribir—. ¿Pero esperan a más gente?

—No, sólo somos nosotros dos —contestó Lex tranquilamente.

—¿Usted... —insistió el camarero, revisando su libreta por si acaso—... ha pedido tres pizzas tamaño familiar, un plato de pasta con albóndigas, otro de patatas, otro de pan y otro de alitas de pollo?

—Oh, y la ensalada —le indicó Lex, viendo que se había olvidado.

—Ah... Eh... —El camarero se pasó una mano por la frente, sudando—. Perdone que le pregunte, pero... ¿Comerá todo eso? Es que... Bueno, no sé cómo decírselo...

—Discúlpele, señor camarero —intervino Yenkis, sonriendo—. Es que mi hermano se cree que es un hombre normal y corriente, y no es capaz de ver qué hay de raro en su extraordinario desorden alimenticio comparado con el resto de felices mortales, ya que jamás engorda y está más sano que una manzana. Y esas terribles mezclas de sabores que pide son normales para él. No se preocupe, se lo comerá todo, y es probable que después le pida un par de postres. Lo raro es que le haya pedido una ensalada en vez de otros dos platos de pasta.

—Es que me he puesto un poco a dieta —le explicó Lex a su hermano—. A dieta fresca, no calórica. O sea, para darle a mi cuerpo algo más de verduras y vitaminas.

—¿Dieta fresca? —se sorprendió Yenkis—. Lex, tú eres capaz de comerte cuarenta contenedores de residuos tóxicos y seguir tan fresco.

Pourquoi veux-tu faire honte à moi devant cet serveur? —se mosqueó. (= ¿Por qué quieres abochornarme delante de este camarero?)

Ça déjà le fais tu seul —bufó Yenkis. (= Eso ya lo haces tú solo.)

Mon oeil. (= Y un cuerno.)

Yenkis no exageraba. Su hermano Lex realmente podía calificarse como la persona más normal de toda su familia, pero poseía una de las mayores rarezas jamás vistas con la comida. No era sólo que pudiera comer cantidades descomunales de una sola vez. Aparte de eso, cuando el resto del mundo vomitaría fácilmente con sólo imaginarlo, él solía mezclar distintos tipos de comida de forma insólita, se podía comer un cuenco de cereales con leche mezclados con kétchup, chocolate, espaguetis y brócoli, por ejemplo.

El camarero, apurado al pensar que lo habría ofendido, trató de arreglarlo con algún comentario amable.

—Oh, hablan ustedes el idioma japonés fenomenal.

Los dos Vernoux se lo quedaron mirando.

—Es que somos japoneses —le dijo Yenkis.

—De nacionalidad, sí, y genéticamente, somos un cuarto japoneses —explicó Lex—. También un cuarto rusos. Y mitad franceses.

—Oh… Caray… —El camarero estaba anonadado, no acostumbrado a encontrarse con clientes tan raros.

Para no seguir metiendo la pata, optó por huir de ahí y seguir cumpliendo con su trabajo.

—Oye, ¿qué tal le va a la tarada de Cleven? —preguntó Lex, mientras comenzaba a comerse los picos de pan de la cesta de la mesa—. ¿Está en algún lío?

—¿Eh? —Yenkis se puso nervioso, pensando si su hermano se había enterado—. Le va… bien… ¿P-por qué lo preguntas?

—Hace días que no me escribe. Solemos escribirnos de vez en cuando para contarnos nuestras tonterías. Pero la última vez fue hace una semana ya. ¿Está ya agobiada con exámenes? Es un poco pronto.

—Mmm… No… Bueno… Cleven está bien, normal, con sus cosas… —se encogió de hombros, procurando no irse de la lengua.

Lex asintió, conforme. El niño respiró aliviado, había temido estropear los planes de su hermana cuando ella le había confiado a él su secreto.

Tras un rato distraídos, Yenkis mirando la calle y Lex acabándose todos los picos de pan de la mesa, el niño pensó que Lex debía de estar esperando a que él empezara a preguntar por el tema. En ese momento, se dio cuenta de que su hermano no se había comido todo el pan porque estuviera muerto de hambre y no pudiera esperar a la comida, sino porque estaba nervioso, y eso en Lex era muy inusual. Yenkis supo percibir, entonces, que hablar de esto era duro para él.

—A ver —habló el hombre de repente—. Cuéntame tú primero. Dime dónde has encontrado ese nombre y lo que sabes sobre él.

—Ah… está bien —dijo Yenkis, y le contó todo lo que había leído en aquel artículo, incluyendo el nombre de Monique Vernoux y cómo se encontró la policía el cuerpo de Jean al día siguiente del asesinato.

—Hm… —murmuró el médico, pensativo—. Se han saltado unas cuantas cosas. Pero es normal. A la versión de la policía le falta todo el contexto. Toda la historia de alrededor.

—Lex. ¿De verdad vas a contármelo? ¿Sólo porque te he dado un nombre?

—Yen —se subió las gafas sobre el puente de la nariz—. Habiendo descubierto ese nombre, y más aún su apellido, es seguro que no me pueda echar atrás. Si ya has llegado hasta este punto, es mejor que conozcas la historia contada por alguien que sabe la verdad antes que seguir descubriendo por tu cuenta posibles falsas o incompletas versiones de por ahí. Deduzco que has venido a mí directamente y no le has hecho esa pregunta a papá, ¿verdad?

—No, a papá no le he preguntado nada sobre ese tal Jean Vernoux.

—Y no lo hagas. Nunca —le advirtió su hermano—. Nunca le menciones ese nombre.

—¿Por?

—Le abrirás una herida que ha estado toda la vida intentando cerrar. Jean Vernoux es la peor pesadilla de papá. Su trauma desde la infancia.

—Es… —murmuró Yenkis, tan asombrado como estremecido por las palabras de Lex—. ¿Es por… lo que sucedió? ¿Por lo que ese periódico antiguo que he leído en Internet decía? ¿Lo de que ese Jean… asesinó…?

—¿Hasta qué punto quieres conocer el pasado de papá, Yenkis? —le interrumpió serio—. ¿Tanto lo necesitas como para hurgar en las heridas del pasado de una persona traumada?

—¡Yo sólo quiero saber por qué me brilla un maldito ojo en la oscuridad, Lex! —brincó alterado, dando un golpe en la mesa—. ¡Y por qué a papá le pasa lo mismo!

Lex le hizo un gesto severo con la mano, indicándole que se calmara. Yenkis lo hizo.

—¿Acaso es para tanto? ¿Es tan importante que papá nos oculte cosas de su vida? —insistió el niño.

—Para él, sí. Por eso te lo pregunto, Yenkis. ¿Estás dispuesto a hacerle este daño a papá? Porque tarde o temprano él descubrirá que tú has ido destapando cosas de su pasado que por muchas razones él se ha esforzado por mantener tapadas. Su disgusto será grande. Entonces tú deberás saber explicarle lo importante que es para ti haber hecho esto, para que él lo entienda.

Yenkis se sorprendió al captar lo que Lex quería decirle. No sólo le estaba diciendo que esto que estaba haciendo iba a sentarle muy mal a su padre, sino que también comprendía por qué el propio Yenkis necesitaba hacerlo. Lex respetaba el derecho de ambos, uno de ocultar su pasado, y el otro de descubrirlo para conocer así una parte de sí mismo que llevaba toda la vida intrigándole cada vez más, su ojo de luz. Su hermano sólo le estaba diciendo que se preparase para las consecuencias si quería seguir adelante con esto, y que supiera resolverlas o lidiar con ellas de la manera correcta.

Llegó el camarero con un carro de varios estantes para llevar todos los platos de Lex, y los sirvió en la mesa, que se había quedado muy silenciosa. Cuando el camarero se marchó y dejó la mesa atestada de platos de comida, Lex se puso la servilleta sobre el regazo sofisticadamente y le dio el primer bocado a una de sus tres pizzas familiares.

—Enano —dijo seriamente—, sólo te voy a contar las relaciones que hay con ese nombre. Sólo te hablaré de quién es Jean Vernoux, de lo que hizo y de cómo eso llevó a papá hasta la otra punta del mundo.

—De acuerdo —contestó, prestando toda su atención—. Sólo el hecho de que me vayas a contar algo me es suficiente.









26.
La buena intención de Nakuru

—... había un sauce llorón entre la hilera de abetos, pero él no había caído, así que lo conduje hacia allá intencionadamente y ¡sshuuu! Alargué el brazo y guie una de las ramas, que ya sabéis que son como cuerdas, amordazándole cuello, muñecas y tobillos —contaba Yako, detrás de la barra de su cafetería, utilizando un vaso y un paño sucio en representación de él mismo y del Líder de la MRS respectivamente—. Ah, que él ya me había herido antes clavándome las púas de las zarzas que bordeaban el templo, mirad —les enseñó a Drasik y a Kyo los numerosos pero leves cortes en brazos y manos, y se subió la camiseta y el delantal para enseñarles el gran arañazo que tenía en el pectoral, viéndose también su tatuaje de la KRS en el vientre.

—¿No te duele? —preguntó Drasik, alucinado.

—No, al volver a casa me apliqué una cataplasma de raíz de lirio y leche de malvarrosa, evita la infección, inflamación e hinchazón, ¿no veis que está todo cicatrizado? —sonrió.

—Claro, conociendo todas las plantas medicinales del mundo... —dijo Kyo—. ¿Cómo haces para que tus heridas siempre sanen tan rápido? Otros iris usan los mismos remedios vegetales que tú, pero tardan en curarse más que tú. Por no hablar de que tus cicatrices al final acaban desapareciendo con el tiempo —añadió, dándole un sorbo a su taza de chocolate hirviendo—. Por ejemplo, ¿dónde está la cicatriz que te quedó del profundo corte que sufriste hace cinco años ahí en tu hombro derecho? —señaló su hombro—. Recuerdo que te quedó una cicatriz muy vistosa dos años después de hacértela. Y ahora, ¿ves?, ni rastro de ella.

—Eso es obviamente otro privilegio de la genética Zou —le dijo Drasik—. Se regeneran superrápido de sus heridas. Recuerdo de pequeño esa imagen de Alvion con su pierna fracturada en tres partes porque le cayó un edificio encima en una de esas misiones privadas que solía hacer por el mundo, en países con conflictos armados. Los médicos del Monte le pusieron los huesos en su sitio como pudieron. 24 horas después, Alvion ya tenía los huesos unidos y la pierna como nueva.

—Se le curó en 52 horas, no en 24 —le corrigió Yako.

Tanto Kyo como Drasik se lo quedaron mirando con caras de mosqueo, preguntándose si de verdad Yako creía que eso hacía alguna diferencia, teniendo en cuenta que un hueso roto en una persona, incluso en un iris, tardaba entre 1 y 2 meses en sanar como mínimo. Yako se dio cuenta de sus caras y leyó perfectamente en sus miradas un "tú cállate, privilegiado".

—Vale, en fin —concluyó Yako—. Respecto a los demás, no vi lo que hizo Raijin con la chica y el otro, la Ka-chan y el Suijin-san, así que eso es todo lo que puedo contaros —dio un bostezo—. Aah... Qué pena que estuviese obligado a abrir la cafetería tan pronto. Ojalá ahora estuviese en mi cama, apenas he dormido.

—Hey, Sam —lo llamó Drasik cuando este pasó al lado de Yako llevando un par de batidos preparados—. ¿Cómo te lo montaste con el otro Dobutsujin-san?

—Hmm... —contestó Sam sin más, sirviendo el pedido a una pareja que se sentaba en una mesa cercana.

—Está agotado —les explicó Yako, apoyando la cabeza en una mano, somnoliento—. Le dije que no hacía falta que viniese hoy a trabajar, que podía quedarse durmiendo si quería, pero se abstuvo. Él no quiere hacerlo saber, pero en realidad ha venido porque le parece injusto que yo tenga que trabajar por narices y él pueda descansar. Lo hace por mí —sonrió divertido—. Sammy es un encanto.

—Lo hago por el sueldo —discrepó Sam, volviendo a meterse a la cocina.

—Mentira —les susurró Yako a los otros dos, risueño—. Yo recuerdo que vi al Dobutsu de la MRS, después de que yo acabara con el Líder, con cinco mordiscos en brazos y piernas. Debieron luchar como lobos, ¡uf! Qué pena que me lo perdí. Bueno, Sam también tiene marcados en el hombro los colmillos de su oponente, ambos estaban muy igualados.

—Buah, ha sido una batalla fácil —opinó Drasik, tomando un sorbo de su zumo y pegándole un bocado a su cruasán—. ¡Por cierto! Sam nos ha comentado antes que Raijin, él y tú os encontrasteis con nuestro Señor.

—Ah, sí... —vaciló Yako—. Nos encontramos con Alvion en el puente.

—¿Hacía mucho que no lo veías? —se interesó Drasik—. ¿Fue antipático contigo otra vez? ¿Volvió a recriminarte lo de que no quieres sucederle? La verdad, Yako, me encantaría que te convirtieras en nuestro próximo Señor.

—¿Por qué? ¿Piensas que así podrías aprovecharte de nuestra amistad para hacer lo que te venga en gana con las normas? —se rio Yako felizmente, pero de pronto puso una cara totalmente distinta, muy seria y con una intensa mirada de sus ojos dorados—. Si yo me convirtiera en Señor, te estaría vigilando a ti más que a nadie, incluso mientras duermes.

Se lo dijo con un tono tan siniestro que Drasik casi se cagó encima, sin saber si estaba hablando en serio o no.

—Heheh... —Yako recuperó su cara risueña e inofensiva—. Es broma, hombre.

—Jo, Yako, tú sí que sabes dar miedo —respiró Drasik

—Por supuesto. Me viene de familia —se encogió de hombros, apoyando los codos sobre la barra—. Gracias por el halago, Dras, pero yo ahora soy un iris que se convirtió igual que vosotros y, como tal, sólo me interesa luchar junto a vosotros en las misiones contra criminales e injusticias. Y trabajar en esta cafetería, donde puedo conocer nuevos humanos y nuevos iris cada día, charlar con ellos de igual a igual... Y seguir con mis estudios de Derecho. Si me convirtiera en Señor, estaría con los dioses encima de mí todo el tiempo y tendría que tratar con ellos de vez en cuando.

—¿Y eso es un gran problema? Alvion parece llevarlo bien.

—Ya. Pero es que yo odio a los dioses —dijo sin borrar su bonita sonrisa de siempre—. Con toda mi alma. Y si estuviera en mi mano, los exterminaría a todos junto con todos los malos humanos.

Tanto Drasik como Kyo se quedaron un poco acongojados por esas palabras. Pero no les sorprendió demasiado, Yako solía mostrar a veces una actitud muy radical con ese tema y ya se habían acostumbrado hace tiempo. Pero a la gente que no lo conocía demasiado les chocaba mucho, ya que como la mayor parte del tiempo él se mostraba tan pacífico, amable y alegre, unas palabras como esas tan radicales era lo último que se esperaban oír de su boca.

Sin embargo, tenía razón, lo llevaba en la sangre, era un instinto propio de los Zou, no lo podía evitar. Porque cuando los iris tenían una misión en la que se les había encargado matar a los peores criminales de alguna banda que habían entrado en la Lista de Condenados, Yako era el más cruel y sanguinario de todos. Todo había que decirlo. Sus compañeros de la KRS ya lo aprendieron hace tiempo. Si eres una persona medianamente buena e inocente, Yako iba a ser contigo el ser más amable y servicial del mundo, tu mejor amigo. Pero si eres una mala persona o un criminal, mejor no te acerques a él.

—¿Y qué está haciendo Alvion aquí en Tokio? —quiso saber Kyo.

—Ah, pues... —recordó Yako—. Parece ser que está buscando a Fuujin.

—¡Pff...! —Drasik se atragantó con el zumo—. ¿¡Por qué lo busca!? ¿¡Qué ha hecho!? ¿¡Le ha pasado algo a Fuujin!?

—No tengo ni idea, Alvion no nos dijo nada más.

Entonces, Yako y Drasik giraron sus cabezas y se quedaron mirando a Kyo.

—Qué —dijo este, confuso, pero luego comprendió—. No, yo tampoco tengo ni idea. Al menos, mi abuelo no me ha comentado nada de que Fuujin esté en problemas o no, no sé nada del asunto. Y yo no he visto a Fuujin desde hace un año, desde antes de irme al Monte Zou a iniciar mi entrenamiento. Pero que Alvion salga del Monte para buscar a Fuujin no es algo nuevo, ¿no? Ya lo ha hecho un par de veces antes en estos últimos siete años, ya que Fuujin es el único iris que Alvion no puede localizar a distancia y sólo puede verlo buscándolo él en persona. Y el motivo siempre ha sido el mismo, tratar algún problema de autocontrol, ¿no? Como hace con otros iris.

«Aun así, espero que el tío Neu no tenga problema en reunirse conmigo hoy» se dijo Kyo para sus adentros. «Tengo que hablar con él sobre lo que vi, es muy importante».

—Mmm... espero que de verdad se trate de atender un problema puntual sobre el estado de su iris, y no se trate de ningún problema gordo —dijo Yako—. De verdad, tener la enfermedad del majin es un auténtico fastidio. Es muy injusto. Odio que haya iris que tengan que sufrirla. Ojalá que Fuujin pueda cumplir su venganza algún día, de una vez por todas. Esto es lo único que elimina el majin en los iris que lo padecen.

Se formó un silencio entre los tres. Era un silencio normal, pero contenía una pizca de incomodidad. Yako y Kyo se dieron cuenta. Provenía de Drasik. El chico con pelos de loco estaba muy callado, aparentemente muy concentrado en terminar de comerse su cruasán. Yako y Kyo se percataron de que este seguía siendo un tema un poco delicado para Drasik. De hecho, ambos temas, tanto el de Fuujin como el de la enfermedad del majin. Uno, porque Drasik seguía lidiando con su pena, de lo mucho que añoraba a Fuujin; y el otro, porque él también tenía problemas de majin. El grado de sus síntomas era bajo, y muchas veces Drasik insistía en que ya no tenía síntoma alguno, pero la historia de Drasik con su majin había sido un tema de preocupación para sus compañeros desde que era pequeño, y él odiaba esto.

—En fin, Kyo —dijo Yako, trayendo su sonrisa de nuevo—. Gran idea lo de hacer la réplica, ¿se te ocurrió a ti solo?

—No veía qué más podía hacer —se encogió de hombros—. Fue lo primero que se me ocurrió para obtener ventaja. Los que me perseguían estaban pisándome los talones.

—Vas a ser un gran iris —rio, revolviéndole el pelo—. No sabes cómo me alegro de que estés con nosotros en la KRS.

—Le falta experiencia —terció Drasik, con tono orgulloso—. Hemos peleado tres veces desde que empezamos el curso, y le gané en todas.

—Te pasaste un poco conmigo —se picó Kyo—. Yo soy el tipo de iris más fuerte, pero tú eres el tipo de iris más ágil.

—Venga, no seáis así —los calmó Yako—. Ah, voy a atender a los clientes de esa mesa.

Cuando Yako se fue, Kyo entonces notó que le vibraba el móvil en el bolsillo del pantalón. Dejó su chocolate ardiente y miró a ver quién era.

—Anda, es mi abuelo. Me estaba llamando.

—¿Qué querrá Lao ahora? —protestó Drasik, acabándose su zumo.

—Voy fuera un momento, aquí hay mucho ruido —le dijo, bajándose del taburete y saliendo de la cafetería para hacer la llamada.

Como estaba mirando la pantalla de su móvil, no veía por dónde iba y se chocó con Nakuru justo cuando esta y Cleven iban a pasar dentro.

—¡Oh! ¡Nakuru! —exclamó alegremente.

—¡Hey, Kyo! —saltó esta, y se dieron un abrazo.

Cleven los observó confusa. «¡Eh, pero si es...!» reconoció al chico, y se quedó perpleja. «Es ese chico, el que vi hace unos días en la sala de profesores recibiendo una bronca del director. Y después, en el vagón del metro, que salió corriendo y parecía que le perseguía un grupo de gente extraña encapuchada...». La escena que tenía ahora ante sus ojos descolocó mucho a Cleven, porque en esas dos ocasiones recientes en que vio a ese chico, y la escasa atención que le había prestado en clase los pocos días que llevaban de curso, tuvo una primera impresión de él de ser un chico problemático y serio, quizá distante y frío. Pero era sin duda una primera idea, muy insustancial y bastante equivocada, porque lo que estaba presenciando ahora ante ella era a un chico con una sonrisa muy cálida, con unos ojos negros que transmitían calma y confianza, y hablaba a Nakuru con una voz suave y grave. Su piel era ligeramente morena, y tenía un cabello negro corto pero abundante, algo desordenado, y le tapaba ligeramente los ojos.

Cleven se sonrojó un poco sin darse cuenta. De repente, una parte de ella sentía como si estuviera al lado de una reconfortante hoguera en un día frío de invierno. Cuando Kyo la miró, se puso algo nerviosa. Tuvo una extraña sensación familiar, pero no reparó en ello, ya que para ella no tenía sentido.

—Cleventine Vernoux, ¿verdad? —saludó él.

—Sí... —murmuró—. Tú eres Kyosuke Lao, ¿no?

—Exacto, estamos en la misma clase este año, mucho gusto —se inclinó levemente, y Cleven se apuró y le imitó.

—Lo mismo digo —sonrió, y miró a Nakuru—. ¿Os conocíais de antes?

—Ehm... sí —contestó su amiga—. Kyo es... estuvo en mi clase en primaria.

—Ah —entendió.

Al menos esa excusa era cierta, porque Nakuru no le podía contar a Cleven por qué se conocían realmente.

—Uf, qué llena está la cafetería... —observó Nakuru a través de los ventanales—. Cleven, porfa, mira a ver si puedes pillar una mesa que haya libre antes de que nos la quiten.

—Ah, tienes razón... Esto... —miró a Kyo otra vez—. No sé si ya te estás marchando, pero si es así, ya nos veremos.

—Claro, ya nos veremos —sonrió Kyo.

Cuando Cleven se metió en la cafetería y Kyo y Nakuru se quedaron solos, el chico borró su sonrisa y se quedó cabizbajo. Ella adivinó en dos segundos lo que se le pasaba por la cabeza.

—Lo siento, Kyo. Debe de sentirse raro todavía.

—Bueno, ya estoy acostumbrado. Son siete años fingiendo que no la conozco o que no tengo relación alguna con ella. Este año va a ser algo más difícil, ya que por primera vez en siete años nos han puesto en la misma clase.

—No te preocupes, podéis trataros como amigos ahora. De hecho, llevas tantos años sin tener relación o contacto alguno con Cleven, que se ha vuelto prácticamente una desconocida para ti. Ya no tenemos 9 años. Ahora puedes volver a conocerla y haceros amigos si quieres.

—No sé qué opinaría Fuujin sobre eso...

—El maestro no pondrá objeciones a algo así, Kyo, entablar una amistad simple con Cleven es inofensivo para ella. Lo que Fuujin no quiere es que la involucremos en algún asunto iris y que la pongamos en peligro y esas cosas.

Kyo entonces miró a su compañera con una mueca torcida y una ceja arqueada.

—¿Y entonces qué carajos hace viniendo a la cafetería de Yako? —señaló con el pulgar a sus espaldas.

—Aaah... hahah... bueno, es que... —rio Nakuru, nerviosa, rascándose la nuca—. Verás, eso se me ha ido un poco de control... No me esperaba para nada que Cleven tuviera intenciones de fugarse de casa... y que conociera a Yako de pura casualidad durante un trayecto en autobús y se hicieran amigos...

—¿¡Qué!? ¿¡Me tomas el pelo!?

—Ojalá.

—¿¡Por qué Yako la trajo consigo a la cafetería!?

Nakuru dejó de frotarse la nuca y miró a Kyo con aprensión.

—Oh, espera... —el chico cayó en la cuenta rápidamente, acordándose—. Joder, es cierto... lo había olvidado... Los demás también tienen las memorias modificadas, ¿verdad? No es solamente Drasik. Yako, Sammy, Raijin también...

—Sí, así es —suspiró ella—. Bueno, en el caso de Drasik son muchas más cosas. Pero en el caso de los demás, solamente es el nombre y el aspecto. Por eso no reconocen a Cleven, no pueden relacionarla con la Cleven del pasado, a no ser que alguien los ayude a recordar con datos específicos. Tú y yo somos los únicos que conservamos todos los recuerdos de ella. Fuujin no quiso cortar mi amistad y mi relación con ella, y también, necesitaba a alguien como yo que cuidara de Cleven.

—Mis hermanos y yo sí tuvimos que cortar relación con ella y sus hermanos. Y no se nos borró nuestra memoria para ello.

—Es un caso muy diferente, Kyo, tú y tus hermanos sois la familia de Fuujin, y por tanto, también de Cleven y de sus hermanos. No pudisteis mantener la relación y el contacto porque era el único modo de mantener a ambas familias protegidas y a salvo, después de la tragedia de Katya... Pero, aun así, para Fuujin era impensable tocar vuestras memorias. Ya le dolió tener que hacerlo con Cleven y con Lex, así que... —se encogió de hombros—. Lo de conocer a Yako y a los demás es un tema que estoy... digamos... viendo qué tal evoluciona. Por ahora, no parece suponer un problema o un peligro para Cleven, por lo que estoy dejándolo pasar, pero al mismo tiempo estoy alerta. Si veo que esto que Cleven está haciendo se tuerce, ahí intervendré y lo frenaré.

—Y... ¿qué es "esto" que Cleven está haciendo exactamente? —frunció el ceño.

—Pues... —respiró hondo, sabiendo que le iba a chocar—... buscar a su tío. Para conocerlo.

Kyo, en efecto, se quedó inmóvil unos segundos, con esa misma mueca torcida de gran confusión.

—Cleven tiene tres tíos, y uno de ellos es mi difunto padre. Y, que yo sepa, se supone que ella no debería recordar a ninguno de ellos. Nakuru... ¿a qué tío está buscando Cleven?

—A Brey.

—¿Me estás diciendo... —Kyo le hizo un gesto apaciguador con la mano, intentando evitar que le diera un infarto cerebral—... que Cleven lleva unos días relacionándose con nuestros compañeros en la cafetería... y que "todavía" está buscando a su tío... a Brey...? —Nakuru se mordió los labios y asintió con una sonrisilla inocente—. ¿¡No le has dicho nada!? —se escandalizó Kyo.

—Por favor, baja la voz. Escucha, ya te he dicho que es un asunto complicado y que estoy intentando tratarlo con cuidado, ¿vale? No puedo ir revelándole las cosas a Cleven así como así, debo tener cuidado con el estado de su memoria y al mismo tiempo tengo que hacer malabares ocultándole nuestras identidades iris y todas esas cosas.

—Nakuru, se va a liar la gorda...

—Ten un poco de fe, "hermanito", Cleven realmente necesita esto, y yo quiero ayudarla lo mejor posible. Por favor, no le digas nada a nadie, ni siquiera se lo cuentes a tu hermana, ni a tu madre, ¡ni a tu abuela Ming Jie! Y mucho menos le digas nada a Lao o a Fuujin, por favor te lo pido.

—Vale, tranquila, haré como si no supiera nada sobre este asunto. Pero espero que sepas lo que estás haciendo, Nak. Por favor, pase lo que pase, no dejes que mi prima acabe lamentándolo.

—Confía en mí.

—De acuerdo. Bueno... tengo que hacer una llamada —le mostró el móvil.

—Me alegro de que estés de vuelta y que estés bien, buen trabajo protegiendo el pergamino —lo abrazó Nakuru, y él también la abrazó, sonriendo.

Con esa despedida, Nakuru se metió en la cafetería y Kyo se alejó por la calle. La Suna se reunió con su amiga en medio del local, pues esta seguía a la búsqueda de alguna mesa libre donde sentarse. Cleven le había pedido que fuera con ella allí a desayunar, porque quería presentarle a Yako y a los demás. Obviamente, Nakuru tenía que seguirle el juego.

—¡Princesaaaa...!

Como una avalancha de corazones, Drasik saltó de su taburete desde la barra, eufórico, con los brazos en alto y corriendo hacia Cleven.

—¡Nooo! —gritó ella, estirando el brazo automáticamente y le dio de lleno en la cara.

—¡Ugh! —Drasik se detuvo al recibir el golpe, llevándose las manos a la nariz—. ¡Qué novia más cruel tengo!

—¡Que no soy tu novia, idiota! —estalló—. ¿¡Qué haces tú aquí!? ¿¡De dónde sales!? ¡No puede ser!

—Cleven, tranquila... —intentó calmarla Nakuru, sujetándola para que no fuese a devorar al chico.

«Mierda, si hubiese sabido que Drasik estaba aquí también...» se lamentó Nakuru.

—¿Qué pasa aquí? —apareció Yako con una bandeja en la mano, y miró a Nakuru—. ¡Oh, Na...!

Nakuru le hizo todo tipo de gestos con las manos para que no dijese su nombre, y le señaló a Cleven varias veces mientras esta observaba a Yako alegremente.

—¡Na... Na...! —titubeó Yako, empezando a descifrar los gestos de Nakuru hasta que cayó en la cuenta—. ¡Na... Nadie me había dicho que hoy recibiría tan grata visita, Cleven! —concluyó.

—Heheh, pero ¿qué dices, Yako? Llevo todos los días viniendo aquí, es normal que hoy también, ¿no?

—Sí, claro —sonrió, viendo a Nakuru suspirando una y otra vez con alivio.

—Yako, te presento a mi mejor amiga, Nakuru.

Yako miró a la aludida con confusión, pero cuando esta le guiñó disimuladamente un ojo, supo qué pasaba.

—Encantado, Nakuru —dijo, inclinándose levemente.

—Lo mismo digo —sonrió nerviosamente—. Cl... Cleven me ha hablado mucho de ti...

—Ah, qué guay... —también sonrió, nervioso.

Silencio incómodo.

—¿Pero qué coño hacéis? —irrumpió Drasik—. Si ya os cono... ¡Ah!

Nakuru le dio un pisotón para callarlo, y por suerte Cleven no se dio cuenta.

—Bueno, ¿vais a tomar algo? —preguntó Yako.

—¡Jejey! —saltó Drasik—. ¡Vamos, princesa, vamos a desayunar! —la agarró de un brazo y la llevó a sentarse a una mesa vacía, cerca de la barra.

—¿¡Qué haces, pulpo!? —se enfadó Cleven.

—Si Drasik ya ha desayunado... —murmuró Yako.

—Yako —lo llamó Nakuru, ahora que Cleven y Drasik no los oían.

—Sí, Nakuru, acabo de acordarme —la interrumpió—. Anoche, que nos reunimos todos fuera de la cafetería para que Raijin nos diese las órdenes de actuar, una vez Drasik y tú descubristeis a los elementos de la MRS que andaban por Tokio. Nos dijiste que no entráramos porque tu amiga estaba dentro y no podía verte con nosotros.

—Eso es —asintió—. Dime, ¿por casualidad Cleven no te trae algún recuerdo lejano a la mente?

—Ahora que lo dices, lo cierto es que sí... —titubeó—. Desde que la vi en el bus, me resulta muy familiar y no consigo saber por qué.

«Me lo esperaba. Tengo que decirle quién es Cleven y que tenga cuidado» pensó la joven.

—¡Eh, Nakuru, no me dejes sola con este pervertido! —exclamó Cleven, intentando resistirse a que Drasik la sentase en la silla.

—Yako, luego he de decirte algo con respecto a Cleven, ¿vale? Ahora tengo que hacer como que no os conozco.

—Mm, está bien. Supongo que haces esto porque Cleven es una humana y por eso no debe saber lo que somos.

—No es así del todo, luego te explico —le dijo, yéndose a socorrer a su amiga.

Cinco minutos después, ya estaban Cleven, Nakuru y Drasik sentados en la mesa. Cleven miraba molesta a este, masticando lenta y desafiantemente sus tortitas; Nakuru miraba a uno y a otro, rezando para que Drasik no la cagase; y el chico, comiéndose su tercer cruasán de la mañana tan feliz de la vida, sin quitarle el ojo a Cleven de encima. Cleven al final había desistido de echarle, Drasik podía con ella, era insoportable.

En ese momento, Cleven vio a Sam pasando por allí, sirviendo unos cafés en la mesa de al lado.

—¡Sam, Sam! —lo llamó.

El joven se dio la vuelta, y al ver ahí a esos tres puso una cara insegura. Se acercó a Cleven.

—Hola —la saludó, aunque estaba mirando a los otros dos con extrañeza.

—Sam, quiero presentarte a Nakuru, mi mejor amiga —sonrió Cleven felizmente.

Nakuru aprovechó que su amiga no la miraba para hacerle los mismos gestos a Sam, el cual los captó al instante, acordándose enseguida de lo que les dijo Nakuru la noche anterior.

—Ah, encantado —la saludó tan sereno.

—Lo mismo digo —sonrió Nakuru—. Vas a tercero, ¿verdad? En nuestro instituto.

—Así es.

—Sam trabaja con Yako aquí —le explicó Cleven—. Es muy amable, ¿y a que es guapo?

Nakuru se rio por el comentario, pues Sam, tras oír el piropo, se quedó algo cortado, rascándose la nuca con cierta vergüenza. Mientras Cleven se ponía a conversar con Sam animadamente, Drasik, con cara de recelo, tiró de la manga de Nakuru.

—¿Qué está pasando aquí, Nak? —le preguntó.

—Cleven no debe saber la relación que tengo con todos vosotros, Drasik —le susurró—. ¿Es que no lo recuerdas? Por favor te pido que le sigamos la corriente, no la cagues.

—No me has dicho nada sobre lo que pasó ayer.

—Ah, es verdad...

—Tranquila, después de ver la actitud de la princesa, supongo que al final no lo recuerda. Le diste un buen golpe.

—No es eso, lo recuerda todo, pero cree que fue un sueño. Así que estamos a salvo, Drasik. Ya no tenemos que preocuparnos por lo de anoche.

Drasik levantó las cejas, comprendiendo, y volvió con su desayuno tranquilamente. Nakuru vio cómo el chico miraba a Cleven, que seguía conversando con Sam. Era una mirada intensa, que decía más de lo que aparentaba. Lo cierto es que empezó a pensar que Drasik no se enfrentó a Kaoru anoche sólo porque lo odiaba; empezó a pensar que si Cleven no hubiese estado allí, Drasik no habría tenido interés en pelear contra Kaoru. «No te enamores de ella, Drasik... No otra vez. Ella ya sufrió bastante» pensó Nakuru, preocupándose.

Pasaron toda la mañana ahí metidos, charlando de varias cosas. Cleven también le presentó a su amiga a Kain y a MJ. Nakuru ya los conocía de antes, por eso tuvo que hacer con esos dos lo mismo que con Sam y Yako. Todo fue bien, Cleven no se había percatado de nada raro, por lo que Nakuru pudo relajarse del todo y disfrutar de la mañana, aunque Drasik y Cleven estuviesen picándose constantemente.

—Ah, ¿dónde está Kyo? —preguntó Drasik de repente, mirando a la calle por la cristalera—. Al final se ha pirado, y sin decir nada, el muy... —masculló, levantándose de la silla—. Bueno, me voy a buscarlo. Siento tener que irme, princesa, pero no llores, volveremos a vernos.

—¡Púdrete! —replicó Cleven, haciéndole un corte de manga.

—¡Yo también te quiero! ¡Mua! —dijo, lanzándole un beso mientras salía del local.

—¡Ay! —apareció Yako junto a ellas—. ¡Que me ha vuelto a hacer un simpa!

—Tranquilo, ya pago yo por él —dijo Nakuru, sacando su cartera.

—Yako, ¿sabes si Raijin va a venir? —le preguntó Cleven con cara tristona.

—Mm, ni idea, no sé dónde anda. Probablemente sigue durmiendo, duerme como un oso.

—Cleven, ya es casi la hora de comer —intervino Nakuru, levantándose de la silla—. ¿Te parece que comamos por ahí y vayamos de compras al Yunion?

—¡Vale! —se animó.

—Voy un momento al baño. Espérame fuera, porfi, no tardo.

Cleven asintió alegremente y salió a la calle después de despedirse de Yako. Entonces, Nakuru le indicó al chico que la acompañase a la cocina, donde sabía que Sam estaba en ese momento también.

—Escuchad, tengo que hablar con vosotros dos —les dijo, una vez solos en la cocina—. Lo primero de todo, Sam. ¿Conocías a Cleven de antes?

—¿Eh? —se extrañó, mirando al techo, reflexivo—. Pues la verdad es que su apellido, Vernoux, me es muy familiar.

—Vernoux... —murmuró Yako, entornando los ojos—. Sí que me suena…

—Vale —declaró, poniéndose seria—. Neuval Vernoux, ¿recordáis?

—¡Ah! Pues claro, Nak —sonrió Yako—. ¿Cómo no me iba a acordar del maestro Fuujin? Pero Vernoux es su apellido biológico. Claro que... ahora recuerdo que lo mantiene por motivos de seguridad ante el Gobierno. Pero nosotros lo conocemos más como Neuval Lao, por eso no sabía muy bien de qué estabas hablando, y... —se quedó mudo por unos segundos, y miró a Nakuru boquiabierto; Sam también pareció haber caído—. Nooo...

—Sí —afirmó la joven.

—Noo... —repitió Yako, incrédulo.

—Es... ¿¡la hija de Fuujin!? —concluyó Sam, sorprendido, y se llevó una mano a la frente, mirando a los lados—. Claro... Cleventine...

—¡Sí, ya me acuerdo! —saltó Yako—. ¡Cleventine, la hija de Fuujin y de Ekaterina! ¡Sí que ha crecido, no la he reconocido! ¡Es que han pasado siete años!

—¡Sí, yo también me acuerdo de ella! —saltó Sam con el mismo asombro—. Es cierto, es Cleven, casi me había olvidado de ella…

De repente Yako y Sam se miraron el uno el otro con ojos como platos, y ambos pusieron la misma postura alzando un poco las manos.

—¡Es Cleven! —exclamaron al unísono—. ¡Mierda, Sam, pero si la conocemos desde la infancia! ¡En el colegio siempre nos cantaba canciones en los recreos cuando estábamos desfallecidos tras una dura misión para animarnos! —exclamó Yako—. ¡Joder, la hija del maestro, era nuestra amiga! ¡Cantaba peor que una gaviota atragantada, pero siempre jugaba con nosotros! —exclamó Sam—. ¡Estaba siempre con nosotros! —volvieron a decir a dúo.

Los dos chicos se quedaron entonces en silencio, mirando cada uno a un lado, navegando por los recuerdos. Nakuru les dejó un rato para que pensaran, sonriendo con cierta pena. Las caras de Yako y de Sam se habían vuelto algo taciturnas.

—La eché de menos cuando se separó de nosotros —murmuró Yako—. Creía que jamás volvería a verla. Es como si una nube me hubiera tapado su recuerd-... —de pronto Yako levantó la cabeza y miró a su compañera con ojos abiertos de desconcierto—. Nak...

—Tranquilo —se anticipó ella—. Sí. Fuujin os puso esa "nube". Y lo hizo con vuestro consentimiento.

—Mierda... es cierto... —murmuró Sam—. Para mantener la seguridad de su familia necesitó cortar los lazos. Nos lo explicó y lo entendimos.

—Tan sólo os difuminó su nombre y su aspecto. No tocó vuestros recuerdos con ella —les explicó la Suna—. Precisamente, para que no la reconocierais si algún día os la cruzabais y así asegurar cero contacto. Pero... —inspiró hondo y resopló con resignación—... ya habéis visto lo que ha pasado.

—Oh, no, ¡es culpa mía! —se apuró Yako—. No tenía ni idea de que... Yo simplemente la vi en el autobús y le ofrecí el asiento de mi lado... Y empezamos a hablar, y me cayó bien...

—Es que tú hablas con todo el mundo, Yako, no tienes culpa de nada —dijo Nakuru—. Fue una casualidad... que ya no podemos remediar, ¿entendéis? Por eso os lo he tenido que revelar y quitaros esa "nube". Porque debéis tener cuidado con Cleven, y para eso necesitabais entender por qué. Ya no se puede persuadir a Cleven de que se olvide de vosotros y no vuelva a veros ni a venir aquí. Ahora, no queda más remedio que tratar con la situación presente. Cleven no es una humana cualquiera que se ha hecho vuestra simple amiga y a la que veis de vez en cuando como si tal cosa. Ella es... Cleven —hizo un gesto tajante con las manos—. Y no podemos dejar que se involucre en asuntos iris, ni siquiera por accidente, por eso con ella tenemos que tener más cuidado que con cualquier otro humano inocente.

—Tienes razón —dijeron los otros dos—. Pero un momento... ¿Fuujin sabe que Cleventine ahora se relaciona con nosotros?

—No, y ahí está el problema principal —apuntó Nakuru.

—Bueno, tampoco es un gran problema... Sólo tenemos que contactar con Fuujin y contarle la situación y... —dijo Sam.

—No, no, no, ese no es el problema principal, chicos. Lo que pasa es que Cleven se ha escapado de casa y Fuujin la anda buscando.

—¿¡Que ha hecho qué!? —exclamó Sam.

—¡Por eso iba buscando un hotel donde alojarse! —Yako se dio una palmada en la frente—. Vale, pero eso tampoco es un gran problema, igualmente podemos ir a informar a Fuujin de que Cleven está bien y de dónde está...

—Nooo, no, no, no. ¡Ese tampoco es el problema, chicos! —se exasperó Nakuru.

—¿¡Qué está pasando, Suna-chan!? —se exasperaron los dos chicos también.

—¡El motivo por el que Cleven se ha escapado, es para buscar a su tío, y poder conocerlo, y pedirle irse a vivir con él si es posible!

—¿¡A cuál de sus tíos se supone que está buscando!?

—¡A Brey!

De repente, Yako y Sam se quedaron más pálidos que un fantasma. Sam vio la necesidad de ir a sentarse en una silla de la cocina, para replantearse su existencia en el mundo, y Yako se fue a la nevera a beber un trago de agua de una botella, porque se estaba ahogando y mareando.

—¿Puede existir... —murmuró el joven Zou, apoyándose en la nevera—... una situación... más irónica... ridícula... y disparatada que esta? ¿¡Qué vamos a hacer, Nakuru!? —se giró hacia ella con cara apocalíptica.

—Caaalma, "hermanos", calma —apaciguó ella con las manos—. Sé que todo esto es un entuerto bastante... complejo y surrealista. Pero os he contado esto precisamente porque lo único que quiero que hagáis es eso, lo de tener cuidado en no involucrar a Cleven en asuntos iris y tener cuidado de no hablar de temas iris delante de ella y esas cosas.

—¿Qué? ¿Sólo quieres que sigamos haciendo lo mismo que estos días? —dijo Sam.

—Necesito teneros de cómplices, para que me ayudéis.

—¿Por qué?

—Porque quiero que Cleven encuentre a su tío —sonrió.

Yako y Sam la miraron en silencio. Viendo la expresión que Nakuru tenía en la cara, comprendieron enseguida lo que quería decir.

—¿Estás segura de querer que pase? —dudó Sam—. Fuujin...

—Repasad de nuevo vuestros recuerdos. Las cosas que sabéis que hemos vivido, y sufrido, y superado... Las cosas que sabéis sobre Cleven, y su familia, y nuestra KRS. Chicos... —los miró con una sonrisa triste—. Cleven ha sido muy infeliz desde que Katya se fue. Quiero concederle esto, al menos. Quiero a Fuujin como a un segundo padre, y lo respeto, y le soy leal hasta la médula... pero... en esto, quiero anteponer la necesidad de Cleven por encima de las órdenes de Fuujin. Solamente en esto.

Ambos chicos cruzaron una mirada y asintieron con la cabeza, serios.


* * * *


Yenkis salió de la boca de metro hacia las calles, cerca de donde el distrito de Shibuya terminaba y comenzaba el de Minato. Había viajado hasta el centro de la ciudad para seguir cumpliendo con sus firmes intenciones de averiguar más cosas acerca de los secretos de su padre. Acababa de descubrir algo nuevo e inesperado, la existencia de un tal Jean Vernoux, que hizo algo imperdonable hace muchos años, provocando una triste tragedia.

Por supuesto, había otras personas en el mundo que se apellidaban Vernoux y no tenían absolutamente nada que ver con su familia. El Jean Vernoux que descubrió en ese antiguo artículo de periódico francés podía ser un tipo cualquiera sin ningún tipo de conexión con el "Jean" a secas que el viejo Lao le mencionó a Hana cuando hablaron en la puerta de casa. Pero es que Yenkis no iba a poder seguir viviendo tranquilo hasta confirmar si había conexión o no. De hecho, él estaba convencido de que era el mismo hombre, el del periódico y el que mencionó el viejo Lao. Las piezas sobre la historia que leyó sobre ese tal Jean Vernoux podían encajar perfectamente en esos huecos vacíos que conformaban las incógnitas de la vida de su padre. Es decir, no había ningún dato que no encajase o echara por tierra la posibilidad.

Pero, claro. Necesitaba una confirmación definitiva. Una prueba. Y el único que ahora podía dársela era su hermano. Si al fin podía destapar una, aunque sólo fuera una cajita de las muchas que su padre mantenía cerradas... Yenkis no se iba a ir con las manos vacías esta vez.

Llegó al gran complejo de edificios del afamado Hospital Kyoko. Entró por la puerta principal, y se encontró con mucha gente en la recepción. Todo el mundo estaba muy atareado por ahí. La idea de llamar o de escribir a su hermano avisándolo de que estaba ahí y que quería verlo no iba a servir de nada, porque Lex iba a adivinar al instante el motivo, y lo iba a ignorar totalmente. Lo mismo si iba a la recepción y le pedía al recepcionista que llamara a su hermano; aparte de que no lo iban a molestar en medio de su trabajo si no había una urgencia, Lex igualmente lo iba a ignorar.

Así que... su mejor intento apuntaba a eso. Crear una urgencia. Entornó sus ojos plateados con astucia, localizando el lugar donde más médicos había para llamar su atención. Caminó hacia aquella zona, cerca de los ascensores. Carraspeó un poco, e hizo algunos estiramientos, para prepararse. Y de repente... ¡PLAS! Se tiró al suelo con el mayor dramatismo que la historia del Arte Dramático había visto jamás, digno de un Óscar al mejor actor de la exageración.

—¡Juaaaggh...! ¡Ayudaaaghh...! ¡Me mueroooghh...!

—¡Oh, Dios mío, este niño está sufriendo un ataque!

Los cuatro médicos y dos enfermeros que había ahí se agacharon a su lado corriendo mientras el muchacho se retorcía como si estuviera poseído por el demonio.

—¡Muchacho, trata de no moverte, te harás daño!

—¡Dinos dónde te duele, dinos dónde está el problema!

—¡Aaaahh...! ¡Necesito al doctor Vernoux! ¡Gaghhh! ¡Él es mi médico... el único que puede salvarme...! ¡Llámenlo... rápido...!

—¡Vayan a llamarlo, vayan! —le dijo una médico a los enfermeros—. ¡Está en su despacho ahora! ¡Este chico debe de ser paciente suyo!

—¡Ya estoy viendo la luz...! ¡Veo una luz al final del túnel...! Tengo frío... y miedo... y sueño... ¡Gaaghhh!

—¡No vayas hacia la luz, niño, no vayas! —lloraron los médicos a su alrededor.

Los enfermeros ya se habían ido corriendo a avisar a Lex. Uno de los doctores le dijo a Yenkis que iba a llevarlo a una camilla a examinarlo él mismo, pero el niño se resistió, rodando por el suelo, fingiendo convulsiones. A los pocos segundos, ya había un corro de gente rodeándolos, observando expectantes cómo el médico intentaba vanamente coger en brazos a Yenkis y cómo los otros se santiguaban varias veces, pensado que el pobre estaba endemoniado.

—¿Dónde está? —preguntó Lex, corriendo por los pasillos con uno de los enfermeros que fue a llamarlo.

—En la entrada principal.

—¿Quién es?

—Un niño. Se ha puesto fatal de repente, le ha dado un ataque.

—¿Y por qué me llama a mí? —se extrañó, cuando doblaron una esquina.

—Dijo que eras el único que podía curarle. ¿Será algún paciente tuyo?

Lex no contestó, porque no tenía ni idea, y cuando llegaron allí, se paró en seco, asombrado ante la masa de gente que se había reunido allí.

—Aquí está, dejad que pase —dijo una doctora cuando vio a Lex, y el corro se abrió, dejando al descubierto la descorazonadora escena de un niño moribundo.

—Lex... hermano... —gimió Yenkis en el suelo, alzando una mano temblorosa hacia él—. Diles a papá y a Cleven... que no lloren por mí...

—¿Es su hermano? —se preguntaron todos los allí presentes, sorprendidos.

Cuando la gente miró a Lex, se lo encontraron mudo y petrificado, con una cara de color rojo incandescente, y cinco venas hinchadas por la frente y el cuello. Sin poder cerrar la boca, ni los párpados, ni hacer que le corriera la sangre a la cabeza, Lex giró sobre sus talones, dando media vuelta, y se alejó de allí a toda velocidad. Huyó. La gente se preguntó por qué se iba, y Yenkis se apresuró a detenerlo.

—¡Lex, espera! —exclamó, poniéndose en pie.

—¿¡Pero tú no te estabas muriendo!? —gritó el médico que estaba junto a él.

Yenkis corrió por el pasillo por donde su hermano se había ido, alcanzándolo a los pocos segundos.

—¡Lex! —lo agarró de la bata blanca, parándole los pies—. ¡O sea que me muero y te da igual!

El hombre se volvió hacia él, sacando garras y colmillos, con un aura de fuego a su alrededor, y Yenkis dio un paso atrás del susto. Podía ver tras las gafas de su hermano sus ojos azules inyectados en furia. Pero un segundo después, Lex le dio la espalda y empezó a andar de un lado a otro.

—Calma... calma... No te alteres... —se decía a sí mismo una y otra vez—. Tiene 12 años... aún es joven para matarlo...

—¿Hablas solo como los locos? —sonrió Yenkis, divertido.

—¡Ya está! ¡Te mato! —se abalanzó sobre él.

—¡Socorrooo...!

La gente había vuelto a dispersarse en la entrada principal, todo se quedó otra vez en calma, solo que el médico que antes había tratado de coger a Yenkis se quedó hablando con la otra doctora sobre lo ocurrido.

—Gamberros así no había en mis tiempos, cielo santo —decía la mujer, negando con la cabeza.

—Por un momento me he tragado su actuación, menudo crío —farfulló el hombre—. Me pregunto si Vernoux...

En ese momento, los dos vieron pasar a Lex por allí con el niño cogido bajo un brazo, pataleando.

—¡Suelta, sueltaaa! —gritaba Yenkis—. ¡Que alguien llame a los servicios sociales!

—¡Vernoux! —lo llamó el médico—. ¿Adónde vas? ¡Tienes un paciente esperando en tu despacho!

—¡Que me sustituyan! —replicó cabreado, saliendo a zancadas del edificio.

Lex no soltó a Yenkis hasta que llegó a la salida del aparcamiento. Lo dejó bruscamente en el suelo y puso los brazos en jarra, mirándolo con fiereza, y Yenkis le sonrió con cara inocente. Lex empezó a negar con la cabeza, conteniéndose.

—Te arrancaría la cabeza, Yen.

¡Jajaja! Tenías que haberte visto la cara —se rio—. Venga, no ha sido para tanto.

—No te conformas con parecerte físicamente a papá, sino que también tienes que hacer este tipo de payasadas para ser ya idéntico a él... —masculló.

—¿Qué? —Yenkis arrugó el ceño, sin entender aquello—. ¿De qué hablas? Si papá es el hombre más aburrido y estricto que existe.

—Oh... —Lex lo miró sorprendido, dándose cuenta de que se había ido un poco de la lengua. Había olvidado que tanto Yenkis como Cleven ahora sólo conocían a la falsa versión seria y amargada de su padre—. En fin, enano, no vuelvas a hacer algo así en mi lugar de trabajo.

—Vamos, ¿es que no te alegras de verme?

—¿Por qué has venido en realidad? —preguntó muy seriamente.

—Para preguntarte algo... sobre papá.

Lex lo miró un momento en silencio.

—Yen... No es un buen momento. Tengo mucho trabajo, ¿entiendes? Vuelve a casa, anda —suspiró, dando media vuelta.

—¿Quién es Jean Vernoux? —preguntó entonces, directo al grano.

Vio que su hermano mayor se paró en seco, tal como esperaba. Lex se giró enseguida.

Comment as-tu trouvé ce nom? (= ¿Cómo has dado con ese nombre?)

Est-il de notre famille? (= ¿Es de nuestra familia?)

Lex miró para otro lado, reflexivo. Luego se rascó la cabeza con resignación.

—Joder... —murmuró—. Espera aquí.

Se metió de nuevo en el hospital. Yenkis se apoyó contra el murillo que limitaba el aparcamiento con la calle y esperó tranquilamente. Sabía que, al decir el nombre, su hermano no iba a dejar la cosa tal cual. Al poco rato, apareció sin la bata, vestido normal.

—Me han dejado el resto del día libre —declaró—. De todas formas me lo merezco.

Posó una mano sobre la cabeza del niño y lo llevó calle arriba.

—¿Adónde vamos? —preguntó Yenkis.

—Te invito a comer.

—¿¡Significa eso que al fin vas a contarme algo!? —brincó eufórico.

—Cállate y camina.

Cinco minutos después de abandonar el hospital, Lex y Yenkis se sentaron en la terraza de un restaurante italiano, rodeada de una valla de arbustos, en cuyas mesas ya había gente comiendo. Se pusieron el uno frente al otro, y Lex dio un largo suspiro de cansancio, como si hubiera vuelto a nacer al sentarse. Se quitó un momento las gafas para limpiarlas con un paño de seda que guardaba en la funda en su cartera.

Cuidaba sus gafas como si fueran un tesoro. Pertenecieron a su abuelo materno, Hideki. Aunque las lentes fueran diferentes, acordes a su graduación, la montura era la misma. Era de plástico oscuro, con el remate de las patillas de madera y la bisagra dorada. Todo el mundo solía decirle a Lex que incluso se parecía mucho a Hideki en aspecto y en su comportamiento disciplinado y sosegado, lo que también le venía de su madre, Katya. Pero, por mucho que él lo quisiera negar, tenía también multitud de rasgos secretos de su padre que la gente pasaba desapercibidos. De nariz para arriba, el semblante de Lex era como el de Hideki, pero en boca y barbilla era igual que Neuval. Lex era una persona tranquila y seria la mayor parte del tiempo, pero cuando sonreía, tenía ese característico rasgo que se heredaba genéticamente de los padres, los hoyuelos, que a Neuval también se le marcaban, aunque no se le veían cuando tenía barba.

Yenkis observó a su hermano sintiendo ese alivio al sentarse en la silla, pensando que debía de haber estado hasta arriba de trabajo, puesto que, siendo días festivos, algunos médicos se habían ido de viaje y los que se habían quedado, como él, tenían que trabajar el doble. Solía pasar.

Lex tenía 25 años, y se había graduado en Medicina a los 23 años. Se marchó de casa a los 19, un año después de la muerte de su madre, cuando su padre trató de borrarle la memoria, pero apenas dos días más tarde recuperó los recuerdos porque la Técnica de su padre no funcionó en su mente. No obstante, como consecuencia, Lex acabó con una memoria confundida al haber estado expuesta a dos realidades. Aquello le superó y decidió marcharse.

—¿Cómo es que no te has ido por ahí de viaje? —quiso saber Yenkis, mientras ojeaba el menú—. Siempre te sueles ir a la casa de campo de los padres de Riku.

—Riku tenía mucho que hacer esta semana, no podía —contestó, aflojándose la corbata cuando los rayos del sol asomaron a la terraza.

—¿En qué trabaja ella? Nunca me acuerdo.

—Es asistente social.

—¿Qué hace un asistente social como Riku?

—Entre otras cosas, ahora anda por algunas casas para cuidar de algún anciano que se ha quedado solo, o bien comprobar si los menores de edad de una familia descontrolada están siendo bien cuidados.

—Bienvenidos. ¿Qué van a tomar? —apareció un camarero junto a ellos.

—Yo una pizza de queso y jamón, por favor —contestó Yenkis enseguida.

—Yo también quiero esa —dijo Lex, mirando las cosas de la carta con cara pensativa, y el camarero asintió alegremente mientras apuntaba en su libreta—. Y traiga también otra pizza de pepperoni. Y también una de champiñones. Las tres pizzas tamaño familiar. Ah, aquí está... También el plato de espaguetis con albóndigas extragrandes acompañado por patatas con cebolla y pan de ajo. Si es posible, ¿les pueden echar mermelada de fresa y curri? Pagaré ese extra. También querría alitas de pollo a la barbacoa, y aparte de la salsa barbacoa, échenles sirope de chocolate y mostaza también. Y… no sé... Una ensalada, por si me quedo con hambre —concluyó, cerrando la carta.

—Eh... —balbució el camarero, que tenía la mano dolorida de tanto escribir—. ¿Pero esperan a más gente?

—No, sólo somos nosotros dos —contestó Lex tranquilamente.

—¿Usted... —insistió el camarero, revisando su libreta por si acaso—... ha pedido tres pizzas tamaño familiar, un plato de pasta con albóndigas, otro de patatas, otro de pan y otro de alitas de pollo?

—Oh, y la ensalada —le indicó Lex, viendo que se había olvidado.

—Ah... Eh... —El camarero se pasó una mano por la frente, sudando—. Perdone que le pregunte, pero... ¿Comerá todo eso? Es que... Bueno, no sé cómo decírselo...

—Discúlpele, señor camarero —intervino Yenkis, sonriendo—. Es que mi hermano se cree que es un hombre normal y corriente, y no es capaz de ver qué hay de raro en su extraordinario desorden alimenticio comparado con el resto de felices mortales, ya que jamás engorda y está más sano que una manzana. Y esas terribles mezclas de sabores que pide son normales para él. No se preocupe, se lo comerá todo, y es probable que después le pida un par de postres. Lo raro es que le haya pedido una ensalada en vez de otros dos platos de pasta.

—Es que me he puesto un poco a dieta —le explicó Lex a su hermano—. A dieta fresca, no calórica. O sea, para darle a mi cuerpo algo más de verduras y vitaminas.

—¿Dieta fresca? —se sorprendió Yenkis—. Lex, tú eres capaz de comerte cuarenta contenedores de residuos tóxicos y seguir tan fresco.

Pourquoi veux-tu faire honte à moi devant cet serveur? —se mosqueó. (= ¿Por qué quieres abochornarme delante de este camarero?)

Ça déjà le fais tu seul —bufó Yenkis. (= Eso ya lo haces tú solo.)

Mon oeil. (= Y un cuerno.)

Yenkis no exageraba. Su hermano Lex realmente podía calificarse como la persona más normal de toda su familia, pero poseía una de las mayores rarezas jamás vistas con la comida. No era sólo que pudiera comer cantidades descomunales de una sola vez. Aparte de eso, cuando el resto del mundo vomitaría fácilmente con sólo imaginarlo, él solía mezclar distintos tipos de comida de forma insólita, se podía comer un cuenco de cereales con leche mezclados con kétchup, chocolate, espaguetis y brócoli, por ejemplo.

El camarero, apurado al pensar que lo habría ofendido, trató de arreglarlo con algún comentario amable.

—Oh, hablan ustedes el idioma japonés fenomenal.

Los dos Vernoux se lo quedaron mirando.

—Es que somos japoneses —le dijo Yenkis.

—De nacionalidad, sí, y genéticamente, somos un cuarto japoneses —explicó Lex—. También un cuarto rusos. Y mitad franceses.

—Oh… Caray… —El camarero estaba anonadado, no acostumbrado a encontrarse con clientes tan raros.

Para no seguir metiendo la pata, optó por huir de ahí y seguir cumpliendo con su trabajo.

—Oye, ¿qué tal le va a la tarada de Cleven? —preguntó Lex, mientras comenzaba a comerse los picos de pan de la cesta de la mesa—. ¿Está en algún lío?

—¿Eh? —Yenkis se puso nervioso, pensando si su hermano se había enterado—. Le va… bien… ¿P-por qué lo preguntas?

—Hace días que no me escribe. Solemos escribirnos de vez en cuando para contarnos nuestras tonterías. Pero la última vez fue hace una semana ya. ¿Está ya agobiada con exámenes? Es un poco pronto.

—Mmm… No… Bueno… Cleven está bien, normal, con sus cosas… —se encogió de hombros, procurando no irse de la lengua.

Lex asintió, conforme. El niño respiró aliviado, había temido estropear los planes de su hermana cuando ella le había confiado a él su secreto.

Tras un rato distraídos, Yenkis mirando la calle y Lex acabándose todos los picos de pan de la mesa, el niño pensó que Lex debía de estar esperando a que él empezara a preguntar por el tema. En ese momento, se dio cuenta de que su hermano no se había comido todo el pan porque estuviera muerto de hambre y no pudiera esperar a la comida, sino porque estaba nervioso, y eso en Lex era muy inusual. Yenkis supo percibir, entonces, que hablar de esto era duro para él.

—A ver —habló el hombre de repente—. Cuéntame tú primero. Dime dónde has encontrado ese nombre y lo que sabes sobre él.

—Ah… está bien —dijo Yenkis, y le contó todo lo que había leído en aquel artículo, incluyendo el nombre de Monique Vernoux y cómo se encontró la policía el cuerpo de Jean al día siguiente del asesinato.

—Hm… —murmuró el médico, pensativo—. Se han saltado unas cuantas cosas. Pero es normal. A la versión de la policía le falta todo el contexto. Toda la historia de alrededor.

—Lex. ¿De verdad vas a contármelo? ¿Sólo porque te he dado un nombre?

—Yen —se subió las gafas sobre el puente de la nariz—. Habiendo descubierto ese nombre, y más aún su apellido, es seguro que no me pueda echar atrás. Si ya has llegado hasta este punto, es mejor que conozcas la historia contada por alguien que sabe la verdad antes que seguir descubriendo por tu cuenta posibles falsas o incompletas versiones de por ahí. Deduzco que has venido a mí directamente y no le has hecho esa pregunta a papá, ¿verdad?

—No, a papá no le he preguntado nada sobre ese tal Jean Vernoux.

—Y no lo hagas. Nunca —le advirtió su hermano—. Nunca le menciones ese nombre.

—¿Por?

—Le abrirás una herida que ha estado toda la vida intentando cerrar. Jean Vernoux es la peor pesadilla de papá. Su trauma desde la infancia.

—Es… —murmuró Yenkis, tan asombrado como estremecido por las palabras de Lex—. ¿Es por… lo que sucedió? ¿Por lo que ese periódico antiguo que he leído en Internet decía? ¿Lo de que ese Jean… asesinó…?

—¿Hasta qué punto quieres conocer el pasado de papá, Yenkis? —le interrumpió serio—. ¿Tanto lo necesitas como para hurgar en las heridas del pasado de una persona traumada?

—¡Yo sólo quiero saber por qué me brilla un maldito ojo en la oscuridad, Lex! —brincó alterado, dando un golpe en la mesa—. ¡Y por qué a papá le pasa lo mismo!

Lex le hizo un gesto severo con la mano, indicándole que se calmara. Yenkis lo hizo.

—¿Acaso es para tanto? ¿Es tan importante que papá nos oculte cosas de su vida? —insistió el niño.

—Para él, sí. Por eso te lo pregunto, Yenkis. ¿Estás dispuesto a hacerle este daño a papá? Porque tarde o temprano él descubrirá que tú has ido destapando cosas de su pasado que por muchas razones él se ha esforzado por mantener tapadas. Su disgusto será grande. Entonces tú deberás saber explicarle lo importante que es para ti haber hecho esto, para que él lo entienda.

Yenkis se sorprendió al captar lo que Lex quería decirle. No sólo le estaba diciendo que esto que estaba haciendo iba a sentarle muy mal a su padre, sino que también comprendía por qué el propio Yenkis necesitaba hacerlo. Lex respetaba el derecho de ambos, uno de ocultar su pasado, y el otro de descubrirlo para conocer así una parte de sí mismo que llevaba toda la vida intrigándole cada vez más, su ojo de luz. Su hermano sólo le estaba diciendo que se preparase para las consecuencias si quería seguir adelante con esto, y que supiera resolverlas o lidiar con ellas de la manera correcta.

Llegó el camarero con un carro de varios estantes para llevar todos los platos de Lex, y los sirvió en la mesa, que se había quedado muy silenciosa. Cuando el camarero se marchó y dejó la mesa atestada de platos de comida, Lex se puso la servilleta sobre el regazo sofisticadamente y le dio el primer bocado a una de sus tres pizzas familiares.

—Enano —dijo seriamente—, sólo te voy a contar las relaciones que hay con ese nombre. Sólo te hablaré de quién es Jean Vernoux, de lo que hizo y de cómo eso llevó a papá hasta la otra punta del mundo.

—De acuerdo —contestó, prestando toda su atención—. Sólo el hecho de que me vayas a contar algo me es suficiente.





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