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1º LIBRO - Realidad y Ficción

39.
El hermano de mamá

Una hora después, Cleven comenzó a despertarse poco a poco. Estiró los brazos por fuera de la manta mientras se giraba y se ponía bocarriba. Al dejar caer los brazos extendidos a cada lado, una parte de ella le dijo que debería haber golpeado a alguien. No entendió esa idea al principio, hasta que logró recordar que supuestamente Raijin se quedó anoche con ella. Por eso, se incorporó rápidamente, mirando a un lado y a otro.

«Se… ¿Se ha ido? ¿Cuándo…?» pensó, pero luego cerró los ojos con molestia y se frotó las sienes, sufriendo un poco de resaca. «Agh… la próxima vez, le preguntaré a toda la gente que haga falta para confirmar si una bebida lleva alcohol o no. Qué estupidez más grande, probar bebidas sin saber lo que llevan…».

Cleven volvió a abrir los ojos y se quedó ahí sentada y quieta un rato, recapacitando. «¿Qué pasó ayer? Hmm… Ah, sí… Raijin…» sonrió como una boba, sonrojándose. «Guau… No termino de creérmelo. Él de verdad tiene sentimientos por mí igual que yo por él… Él también quiere estar conmigo… ¿Hacen falta más pruebas? Espera… ¿¡nos acostamos!?». Se apartó un momento la manta al darse cuenta de que estaba desnuda por arriba. Pero seguía llevando ropa interior de abajo. «¿Eh? Mierda… ¡no me acuerdo de nada! ¡Mierda! ¡Debió de ser un momento espectacular, un momento especial! ¡Y no me acuerdo! Oh, Dios mío… se supone que era mi primera vez… Bueno, pero, al menos, ha sido con alguien a quien quiero de verdad… alguien bueno, bueno de verdad… Quizá, con suerte, con el tiempo pueda recordar algún detalle, porque lo que sí recuerdo son los besos, y el tacto de sus manos, y su increíble y hermoso cuerpo…». Se quedó cinco minutos mirando al techo como una tonta, rememorando solamente eso.

«Tenía un tatuaje en el pectoral izquierdo… un tatuaje extraño pero muy bonito. Guau… no me puedo creer que Raijin y yo… guau…». Cleven se sentía tan feliz que el corazón le daba saltos entre las costillas.

«Pero… ¿Qué pensará él al respecto? ¿Por qué se ha marchado? Tendría cosas que hacer. Él ya me dijo una vez que siempre está ocupado con muchas cosas. Supongo que… no me queda más remedio que esperar a volver a encontrarme con él por ahí. Ni siquiera tengo su número aún…».

Olvidándose por completo de la resaca y levantándose rebosante de energía e ilusión, se duchó, se vistió, se peinó y decidió salir a dar una vuelta y quedar con Nakuru. Estaba deseando contárselo a su amiga, no podía esperar. Cuando abrió la puerta de la habitación, se encontró con un carrito al lado que le llamó la atención, porque tenía un plato con una tapadera de metal y una nota al lado que decía que era algo encargado al servicio de habitaciones para su número de habitación. Sin entender muy bien, Cleven levantó la tapadera de metal, y descubrió una bandejita de plástico con seis bolas de takoyaki todavía caliente.

—¡Uuuh! —le brillaron los ojos con hambre, y cogió la nota de papel y lo desdobló para leer el mensaje de dentro—. “Intenta no atragantarte, pelmaza”.

Cleven se quedó petrificada ante semejante mensaje. Se le hinchó una vena de enfado en la frente y se puso a gruñir con rabia.

—Grrrmmññ… aahh… —terminó soltando un suspiro apasionado—. ¿A quién quiero engañar? Es el mensaje más insultante y romántico que jamás me han escrito. Lo guardaré al lado de mi corazoncito —dobló el papel y lo metió en un bolsillo interno de su abrigo.

Si ya estaba feliz al salir de la habitación, ahora iba a explotar, con su bandejita de takoyaki en la mano y el hecho de que había sido un gran detalle por parte de Raijin, desayunándose bolita tras bolita mientras paseaba por las calles.

Al cabo de un rato, después de haber escrito a Nakuru avisándola de que iba a pasar por la calle de su casa, se paró frente a su vivienda, viendo a su amiga asomada por la ventana del salón, esperando impaciente.

—¡Naaak! —la llamó desde abajo.

Al verla, Nakuru la señaló, sonrió radiante, le hizo un gesto para que esperara y desapareció dentro de su casa. A los dos minutos, salió a la calle, con sus pantalones rotos, sus botas grandes y un buen abrigo negro con bufanda violeta, mismo color con el que se había pintado sus labios.

—¡Cleven, Cleven! —exclamó, apoyándose en sus hombros y pegando saltos.

—¡Jajaja! ¿Qué te pasa? —se rio—. ¿Qué tal ayer con Álex?

—¡Ah, muy bien! —contestó alegremente—. Pero tú, Cleven, estuviste en la fiesta de Yako, ¿verdad? Estaba deseando que me contases qué tal estuvo.

—¡Oh, sí! ¡Fue genial! ¡Ojalá hubieses podido ir!

—¿¡Pero qué pasó!? ¿¡Pasó algo!? ¡Porque pasó algo! ¿Verdad? —preguntó Nakuru sin parar.

—Qué... —se sorprendió—. ¡Pues sí, sí que pasó algo, Nak! —brincó eufórica.

—¿¡Sí!? ¿¡Sí!?

—Raijin… —comenzó a decir.

—¿¡Síiii!? —Nakuru saltó y saltó, a punto de darle un ataque de alegría.

—Tuvimos una conversación importante…

—¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!

Cleven la miró fija e intensamente, agarrándola de las manos.

—Nos besamos...

—¿Q…? —Nakuru paró de saltar, quedándose de piedra pómez.

—Y anoche… me acompañó al hotel porque yo estaba mareada… y… —hizo una pausa, cogiendo aire—… nos acostamos juntos —concluyó, latiéndole el corazón con fuerza; sin embargo, se le cayó el mundo encima de sopetón—. ¿¡Nakuru!? ¡Nakuru! ¿¡Q… qué te pasa!?

Nakuru se había desplomado contra el suelo, en estado de shock. Cleven, alarmada, se agachó junto a ella y la zarandeó, llamándola una y otra vez, pero ella no contestaba. Tuvo que llamar al telefonillo de su casa y avisar a su padre para que la ayudara a llevarla adentro.


* * * *


—¡Hombre, buenos días! —exclamó Yako felizmente al ver a Raijin entrando por la puerta de su cafetería.

Esa mañana Yako había abierto algo tarde, y todavía no había muchos clientes. El rubio se acercó a él con aire calmado y muy, muy silencioso, sentándose en la barra. Yako le puso un café y se quedó con él, mientras limpiaba unos vasos.

—Bueno, Raijin, vaya cara traes, debes de tener mucha resaca —le sonrió su amigo.

—No… Bueno, sí… Pero no es eso —dio un largo bostezo—. Me muero de sueño.

—Pues como siempre —negó con la cabeza con reproche—. Rai, creo que deberías procurar descansar más. Sólo tienes 20 años y ahora pareces tener 80. No duermes lo suficiente desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, ¿qué haces aquí, por la mañana de un día festivo? Podrías estar aprovechando ahora para dormir, hoy no hay nada que hacer, ya no estás de exámenes en la universidad, y la ciudad puede prescindir de tu protección por un día. Tokio tiene más Guardianes aparte de ti.

—Me queda un examen —le corrigió—. Y además de los chungos, de Anatomía avanzada, dentro de dos semanas. Tengo que ponerme a estudiar otra vez o no la aprobaré nunca. Y mi deber como Guardián es proteger esta ciudad; si los criminales no descansan, yo tampoco.

—Ay… —suspiró Yako, viendo que era muy cabezota con ese tema—. ¿Y por qué las pocas horas que descansas, no lo haces adecuadamente?

—Yo qué sé… —Raijin se encogió de hombros, dando un sorbo a su taza de café, y luego se la quedó mirando—. A lo mejor es por esto. Con razón me dicen que soy un adicto a la cafeína.

—¿Quién te dice esa absoluta e inequívoca verdad?

—Mi hija.

—Pues tu hija tiene mucha razón —Yako le quitó la taza de las manos—. Con tanta cafeína y tanta galabria, ya ni te harán efecto.

—¿Cuándo cultivarás más galabria? Le tuve que pedir a Agatha la otra noche para poder cumplir el rescate de Kyo sin acabar agotado… —suspiró, restregándose las manos por la cara.

—Crecerá un nuevo cultivo la semana que viene. Sabes que gasto mucha energía cultivando todas las plantas importantes y necesarias que produzco.

—Un ser supremo quejándose de no tener energía suficiente… —bostezó Raijin, tumbando la cabeza sobre los brazos—. Manda cojones…

—El ser supremo necesita que te bebas esto —le dijo Yako, cogiendo varias cosas de las estanterías y armarios que tenía ahí tras la barra—. Te voy a preparar una infusión de hierbas relajantes para que tu cerebro respire un poco, amigo. También son hierbas de las mías, de las que cultivo con mi "iris", verás lo bien que te sientan.

Raijin soltó una especie de murmullo, conforme. Mientras Yako ponía a hervir agua en una tetera, volvió frente a su amigo y se apoyó en la barra con aire curioso.

—Bueno, y… ¿qué tal ayer, Rai?

—Mm… Bien —musitó, apoyando la barbilla en una mano—. Fue una buena fiesta.

—¿En serio? ¿No tienes nada más importante que contarme?

—Cotilla…

—¡Venga! ¿Qué pasó con Cleven? ¿La llevaste al hotel sana y salva?

—Sí.

—¿Y está bien? Sólo fue un mareo, ¿no?

—Sí.

Yako se lo quedó observando un rato, sin dejar de sonreír.

—Bueno, ¿no me vas a contar nada más? —se impacientó.

—¿Qué quieres que te cuente? —preguntó, sintiéndose incómodo.

—¡Pues qué pasó entre vosotros, qué sino! ¡Entre tú y ella! ¿¡Qué te parece semejante sorpresa!? ¿¡Qué opinas de esta maravillosa coincidencia!? Venga, no lo ocultes más —le apremió Yako—. Ya intuyo lo que ha pasado, porque que no haya pasado a estas alturas desde que ella y tú os conocéis... sería de locos.

Raijin levantó la vista con desconcierto. Le sorprendió ver que su amigo ya había adivinado lo que había pasado anoche y, al parecer, no le parecía algo demasiado precipitado. Y eso era raro, ya que Yako solía ser incluso más cuidadoso que él a la hora de hacer las cosas correctas en los momentos correctos para asegurar que los humanos llevaran una vida sana y estable tanto física como emocionalmente.

—¿Tú te esperabas que pasase algo así tan pronto? —se sorprendió Raijin—. ¿Desde hace tiempo ya?

—¡Pues claro! —se rio—. ¿Es que no estás contento?

—Pues… —titubeó, sonrojándose.

—¿Qué vais a hacer ahora los dos? —continuó Yako, que no salía de su estado de emoción.

—¿Cómo que qué vamos a hacer? —se mosqueó, y miró a un lado—. No sé… Supongo que… Aún no lo tengo claro… porque… ya sabes que hay ciertas cosas que aún tengo que contarle y no sé si ella lo aceptaría tan fácilmente…

—Bueno, pero una cosa —lo frenó, frunciendo el ceño—. Ayer, después de la fiesta, estuve gran parte de la noche llamándote a casa para hablar contigo. ¿Te quedaste dormido nada más llegar?

—¿Qué dices? —se extrañó el rubio—. Obviamente no estaba en mi casa, Yako.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Dónde estuviste, pues?

El rubio se quedó sin señal Wi-Fi unos segundos.

—A ver, a ver… —lo detuvo Raijin, tratando de entender—. ¿De qué estás hablando tú?

—No, de qué estás hablando tú, me estás liando —refunfuñó.

Raijin se lo quedó mirando con una mueca de confusión increíble.

—Estuve con ella —le explicó—. En su habitación del hotel. Toda la coche.

—Pe... ¿Pero tan mareada estaba? —se preocupó Yako.

—¡No! —exclamó, perdiendo la paciencia—. ¡Me acosté con ella! ¿No era eso lo que pensabas?

Yako no dijo nada. El vaso que estaba limpiando en ese momento se le resbaló de las manos y se hizo añicos en el suelo, pero él seguía petrificado, pálido, mudo y sin parpadear.

—¿Yako? —lo llamó Raijin, y cuando su amigo se desmayó en estado de shock, le dio un vuelco el corazón—. ¡Yako! —exclamó, saltando del taburete al otro lado de la barra, alarmado.


* * * *


Llegó el mediodía de aquel viernes. Tal y como se había acordado, Neuval se estaba dirigiendo en coche al Templo Meiji, a esas horas vacío, aunque unas horas después volvería a llenarse para continuar con el festival.

Pese a todo, no había encontrado a Cleven todavía, que era la mayor preocupación que tenía en ese momento. Tenía que haberla encontrado antes de reunirse con Alvion, porque el anciano, nada más verlo, se lo llevaría inmediatamente al Monte Zou sin más tregua. Denzel también iba a estar presente en el encuentro, para teletransportarlos, y así hacer más rápido y sencillo todo.

Neuval no sabía qué hacer. Mientras esperaba en un semáforo en rojo, no paraba de morderse las uñas. No sabía si apurar el tiempo y aprovechar unos minutos más para intentar al menos dar con alguna pista de Cleven, pero con eso se arriesgaba a llegar tarde a su encuentro con Alvion, y aquí el anciano ya iba a dejar de ser tan permisivo e indulgente y Neuval iba a crearse un problema más de los que ya tenía encima.

  Pero no era justo. Quería haber resuelto este problema con Cleven antes de su viaje al Monte Zou. A lo mejor tenía que esperar hasta el lunes, cuando regresase a Tokio. No paraba de repetirse a sí mismo que Nakuru estaba con ella, que Nakuru la estaba vigilando, que iba a seguir sana y salva… No obstante, una nueva idea llevaba rondando por su cabeza esos últimos días y era una idea que no le gustaba nada. La idea de que tal vez Cleven estaba en contacto o se estaba relacionando de alguna manera con cierta persona que Neuval quería alejar de sus hijos.

¿Cómo iba a irse al Monte Zou con esta idea quitándole el sueño? Por si fuera poco, se había encontrado con Hana y con Yenkis en su paso por casa para coger el coche, quienes, al verlo, se fueron corriendo hacia él con un montón de preguntas por su imprevista ausencia desde el lunes, a pesar de que el viejo Lao ya le dio a Hana una excusa creíble.

Por supuesto, Neuval no tenía tiempo para explicarles y tranquilizarlos. Ni tampoco buen humor, por el hecho de tener que mentirles una vez más, ocultar más y más cosas, inventar más y más excusas. Tan sólo les dijo que ese mediodía tenía que irse al extranjero tres días por asuntos de trabajo y que quería aprovechar el tiempo antes de irse para intentar localizar a Cleven una vez más.

Y ahí estaba, en ese eterno semáforo en rojo, perdiendo el tiempo. Cada vez más alterado… y más angustiado… estaba empezando a ponerse furioso… Furioso con Cleven por haberle hecho esta faena, furioso porque no tenía tiempo para ocuparse de todo en esos momentos, furioso por la idea de que ella podría estar con esa persona con la que no debía estar.

Ya está. Decidió tomar otro camino distinto al del templo hacia la zona central de Shibuya y sus alrededores, rodeando el Parque Yoyogi, donde tenía un presentimiento. Alvion se tendría que esperar por narices. Ya le daba igual que le crease un problema más.

No podía haber otra opción. Cleven debía de estar con ese tipo. Se había ido de casa con una maleta bastante llena, y con todos sus ahorros en efectivo. Había estado por ahí una semana, y con Lex no estaba, seguro, porque este se lo habría comunicado enseguida. En la casa de Nakuru tampoco, porque ya se aventuró a llamar a su padre Kamui ayer y este le dijo que no sabía nada –y Kamui no le mentiría–. Y con respecto al Hotel Shibuya Excel Tokyu, lo descartó sin más, porque sabía que, por ley, no le podían confirmar si tal persona estaba alojada allí, por muy padre suyo que fuera, porque este hotel tenía la edad legal de alojamiento mínima en los 16 años.

Estaba seguro, esta corazonada cada vez le parecía más probable. Cleven se había ido de casa tanto tiempo, no para atormentar a su padre, sino para buscar a alguien. Y, al menos, Neuval sabía dónde vivía este alguien.


* * * *


Al final, Cleven había tenido que dejar a su amiga en su casa. Entre su padre y ella, la tumbaron sobre el sofá del salón, pues Nakuru seguía desmayada. Cleven le explicó a Kamui lo que había pasado, sin entender el porqué.

—¿Le habrá dado un bajón de azúcar? ¿Esta mañana estaba bien? ¿Anoche comió algo en mal estado?

—Estaba perfectamente, y anoche también. No llegó demasiado tarde y se durmió cuando yo me fui a mi trabajo nocturno… —decía Kamui, rascándose la cabeza, tan confuso como ella. «Hmmm… O puede que haya tenido un bajón de energía de su “iris”… Esta semana, Nakuru ha estado trabajando mucho en sus asuntos “iris”» pensó el hombre para sus adentros—. Ah… se tratará de un bajón de azúcar nada más. Seguro que esta mañana no ha desayunado, a veces se le olvida. No te preocupes, Cleven, ya sabes que mi Nak es más dura que una piedra.

—Debe de estar cansada… —asintió Cleven, acariciando la frente de su amiga—. Avísame cuando se haya recuperado, por favor. Tengo que hablar con ella.

—Claro, descuida —se agachó a su lado, junto al sofá, y pasó una manta por encima de Nakuru para abrigarla—. Esto… Cleven… por cierto… Tu padre me llamó ayer.

La pelirroja giró la cabeza de golpe y lo miró con cara de espanto.

—¿Qué le…? ¿Qué te dijo…?

—Me preguntó si sabía algo de ti. Si estabas en mi casa. Le dije la verdad, que no sabía nada y que no estabas aquí. —Hizo una pausa, viendo la cara nerviosa de Cleven—. Nakuru no me ha contado nada. ¿Estás en problemas? ¿Te has ido de casa o algo así?

—¿Vas a llamar a mi padre y decirle que estoy ahora aquí?

—Cleven… —la miró entristecido—. Está muy preocupado por ti…

—Por favor, Kamui, por favor, no lo llames, no le digas nada. Estoy en medio de un plan, estoy a punto de conseguir un objetivo. Es muy importante para mí. Nak me ha estado apoyando y ayudando. Te prometo que no estoy haciendo nada raro ni peligroso. Solamente estoy buscando a alguien. Alguien a quien quiero conocer. Y, cuando lo haga… ya resolveré las cosas con mi padre. Por favor…

El hombre suspiró por la nariz. Kamui llevaba más de una década conociendo a Neuval. Qué menos, tratándose del Líder que acogió a su hija en su RS y del maestro que había estado cuidando, protegiendo y enseñando a Nakuru en su vida de “iris” desde que tenía 6 años. Pero también conocía a Cleven. Y había un detalle importante a tener en cuenta, el hecho de que Nakuru la había estado ayudando y apoyando en lo que quiera que estuviese haciendo ahora. Nakuru era un “soldado ejemplar”, así se llamaba a aquellos “iris” que no padecían nada de majin y su visión de las cosas siempre estaba más cerca de la razón que de los sentimientos.

En otras circunstancias, Nakuru habría cumplido con el correcto deber de informar a Neuval y hacer que Cleven hubiese vuelto a su casa porque era donde debía estar, segura y a salvo. Pero si Nakuru no había hecho esto, significaba dos cosas: que Nakuru lo consideraba un tema seguro, y que lo consideraba importante o necesario para Cleven. Para Kamui, esto era suficiente.

—¿Cuánto tiempo más piensas estar con esto?

—Estoy a punto de llegar al final. Te prometo que estoy muy cerca de lograr mi objetivo. Y entonces, contactaré con mi padre.

—Bueno —accedió Kamui finalmente—. Pero más te vale tener cuidado. Y espero que sea verdad que no vas a alargar esta situación mucho más tiempo. Los sentimientos de un padre también pueden llegar a ser muy frágiles… —murmuró, acariciando la mejilla de Nakuru.

Rato después, cuando Cleven ya se marchó, decidió pasear por el Parque Yoyogi para permanecer cerca del hotel. No paraba de mirar el móvil cada cinco minutos. Por un lado, esperando algún mensaje de Nakuru diciéndole que ya estaba bien, y por otro lado, esperando la información final y definitiva que Toshiro le dijo que le enviaría.

Ya eran las tres de la tarde. Cleven ya se había cansado de esperar alguna novedad y ahora estaba sentada en un banco del parque, aburrida, con la cabeza apoyada en las manos, dejando que el móvil ya la avisase con algún sonido. Estaba mirando absorta el suelo. Por más que lo intentaba, no lograba recordar más detalles de su noche de ayer con Raijin, detalles íntimos, y le daba tanta rabia pero tanta emoción a la vez… No podía dejar de pensar en él.

De pronto, aparecieron unas botas masculinas en su campo de visión, parándose delante de ella. Cuando Cleven alzó la vista, encontró el precioso rostro de Raijin, a contraluz del sol, y sus cabellos rubios brillando como un halo.

—¡Oh! Creo que te acabo de invocar…

—Veo que al final no te has atragantado —dijo él.

Cleven le sonrió radiante, tan feliz y prendada de él que Raijin acabó ruborizándose y apartó la mirada a un lado con disimulo para seguir pareciendo serio e imperturbable. Esta vez, él parecía más calmado que anoche. Y también, más dócil que nunca. Era como si se hubiese ablandado. O, más bien, bajado las barreras y los muros.

—¿Cómo me has encontrado aquí? —preguntó ella.

Raijin siguió mirando a otra parte, dubitativo. Después, volvió la vista hacia ella.

—¿Podemos hablar?

—¡Claro! —brincó ella, sin poder despegarse esa sonrisa de la cara, con las mejillas coloradas.

El chico entonces se sentó a su lado en el banco, apoyándose en sus rodillas. Se encendió un cigarrillo y miró al frente.

—Lo de anoche… —comenzó.

—¡Fue genial! —interrumpió ella enseguida. Raijin se la quedó mirando—. Perdona. Sí.

—Creo que lo de anoche fue un poco precipitado.

—Oh… —a Cleven se le borró la sonrisa—. Bueno… quizá… no sé… —se quedó un momento en silencio—. Entonces… ¿te arrepientes…?

—No —contestó él directamente, y ella recuperó la ilusión en los ojos—. Solamente pienso… que deberíamos… ir más lento. ¿Entiendes?

—¡Ah! Sí… Sí… Creo que tienes razón. La verdad es que… todo parece haber ocurrido muy rápido, si lo piensas ahora. Pero… entonces… o sea… ¿Tú… yo…?

—El takoyaki. Termina de tragarlo —bromeó, pero con su tono serio de siempre.

—¿Hay algo entre tú y yo, entonces? ¿Tú quieres estar conmigo? Porque yo, sin duda, quiero estar contigo. Pero, ya te lo dije bien claro. Siempre que sea lo que te haga feliz.

Raijin volvió a quedarse mirándola, fijamente, analizador. Le dio una calada su cigarrillo.

—¿Qué pasa si lo que me hace feliz a mí, no te hace feliz a ti?

—¿Eh?

—Sé que lo dices de buen corazón. Pero… no siempre es fácil eso de hacer feliz a alguien. Soy una persona difícil. No es fácil hacerme sentir cosas. Creo que eso ya lo sabes. ¿Qué pasaría si en tu incansable decisión de hacerme feliz, sufres en el proceso? ¿Qué pasaría si, en tu intento de hacerme sentir cosas, no lo consigues, y eso te frustra, y te hace infeliz?

—Pues…

—¿Cómo crees que me sentiría yo… si veo que sufres por mi culpa? —insistió él.

Cleven lo miró sorprendida por esa pregunta. Le estaba diciendo claramente que él no soportaría verla sufrir o ser infeliz. Y le estaba advirtiendo y recordando que él no era una persona normal como los demás. Que él no podía cambiar lo que era. Sin embargo, ella al final soltó una leve risa, y esta vez él la miró con sorpresa.

—Raijin… ¿Qué tal si… por ahora… simplemente lo intentamos y vamos viendo qué tal evoluciona? —le preguntó risueña, y agarró su mano—. Ya te lo dije. Planeas demasiado, piensas demasiado en las consecuencias, las posibilidades y los detalles. No pasa nada por sufrir un poco… mientras sea algo que seamos capaces de detectar, y de resolver juntos. Y no pasa nada si es algo que al final no se pueda resolver… mientras podamos decir que, al menos, lo hemos intentado. En eso consiste vivir la vida. Nunca nada estará asegurado, nunca nada será perfecto y previsible. Estoy segura de que cuando consigas meterte esto en la cabeza y aceptarlo, empezarás a ser un poquito más feliz. Y a dejar de estar estancado. Y a fluir por la corriente de la vida, junto al resto del mundo.

Otra vez. Estaba volviendo a pasar. Raijin se había quedado embelesado escuchándola. Y sus palabras fueron, una vez más, reconfortantes. Raijin siempre buscaba hacer que los demás vivieran a salvo y seguros, pero rara vez él mismo se sentía a salvo y seguro en ese mundo. Ya desde pequeño, trabajando como “iris”, aprendió que no podía permitirse a sí mismo bajar la guardia ni descansar ni tomarse un respiro. Él era y nació siendo un protector eterno, un vigilante de por vida, siempre al tanto de todas las cosas peligrosas, inseguras, que podían torcerse o salir mal. Planear y pensar las cosas al detalle era su religión. Pero era cierto que, a veces, esto le agotaba, física y psicológicamente.

Yue también fue una humana capaz de hacerle sentir algo diferente, de hacerle bajar un poco la guardia, de hacerle tomarse un respiro de vez en cuando. Pero Cleven, no sabía cómo, le derribaba los muros por completo y sus palabras le aliviaban el alma. Al principio, hace casi una semana, había estado convencido de que era una pesada charlatana sin idea de nada. Y hasta ahora, no había dejado de sorprenderle.

—Intentarlo… y ver cómo evoluciona… —murmuró para sí mismo. Esas palabras chocaban un poco con el modo de funcionar de su “iris”, pero se sintió capaz de probar esta nueva vía por una vez en su vida—. Creo que puedo trabajar con eso.

—Me alegra oírlo —sonrió Cleven.

—Pero… eso no quita los elementos más importantes que están dentro de esta ecuación y que aún desconoces. Porque… hay cosas importantes que no debería ocultarte… si te dejo formar parte de mi vida.

—Es la segunda vez que me mencionas esto. Puedo ver que te cuesta mucho revelarme esas cosas. ¿Tanto miedo te da que yo reaccione mal si me las cuentas? Hahah… vamos… ni que hubieras matado a alguien…

—Madre mía… —masculló Raijin, dejando caer la cara sobre su mano, cada vez más nervioso. Esto iba a ser extremadamente difícil. Teniendo en cuenta que Raijin había matado a 28 personas en los últimos catorce años, todos horribles criminales, lo común para cualquier “iris”, estaba empezando a temer que de verdad esto no iba a funcionar con Cleven.

—¿Por qué no intentas contarme una de esas cosas? Sólo una. Verás cómo reacciono. Y si te sientes seguro, ya me contarás otra cosa cuando tú quieras.

Raijin respiró hondo, y se apoyó en su mano, reflexivo.

—Bueno… Verás... —balbució, algo reservado, incluso avergonzado—. Yo en realidad… no vivo solo exactamente...

—¿No? ¿Y con quién vives?

—Es que… Entre Yue y yo ocurrió algo… hubo algo más... que una simple relación, y… —intentó explicarse, nervioso—. Y… entonces yo... pues… Bah, ¿sabes qué? —acabó dando un resoplido resignado—. No puedo. Olvida lo que he dicho. Es complicado.

—Tranquilo, está bien. No pasa nada. Oye… ¿qué tal si por ahora nos preocupamos solamente del presente y… pensamos dónde comer una buena tarta de chocolate y simplemente hablamos de lo adorable que es MJ tratando de ocultar que babea constantemente por Yako?

En ese momento, Cleven no tuvo la oportunidad de verlo porque Raijin se estaba tapando la boca con la mano, pero le arrancó una sonrisa muy breve. Incluso casi se rio. Pero disimuló enseguida y pisó el cigarrillo bajo su bota.

—Haces que la vida parezca tan fácil…

—Y te gusta, ¿a que sí? —sonrió ella, levantándose del banco.

—A lo mejor me acostumbro —dijo él, poniéndose en pie también.

Sin embargo, se oyó un sonido, y a Cleven se le pusieron los pelos de punta. Su móvil, acababa de sonar la alarma de un mensaje, pero no instantáneo, sino de correo electrónico. Sacó su teléfono y se quedó casi sin respiración al ver que había recibido al fin una respuesta de Toshiro.

—¿Estás bien?

—Ay, Dios mío, Raijin, no me lo puedo creer… por fin ha llegado el momento… —lo agarró de la manga de la chaqueta, sin apartar los ojos desorbitados de su móvil—. Es posible que necesite que llames a un médico, porque me va a dar un infarto…

—Yo soy médico, y no te va a dar ningún infarto a tu edad. ¿Se puede saber qué pasa?

Cleven le pidió con un gesto que aguardase un momento. Se apartó un poco de él y abrió el correo para leerlo. «“Hola, Cleventine, soy Toshiro, de la universidad. Me complace decirte que he dado con la dirección de tu tío y estoy seguro al 100 % de que es ahí donde sigue viviendo actualmente, porque todo el correo universitario es ahí donde envía las cartas. Te deseo suerte. Envíale saludos a tu hermano. Un cordial saludo”». Y abajo ponía la dirección y un enlace al mapa online.

Quizá fuera porque ese día estaba resultando ser el día más feliz de su vida, que los ojos de Cleven se llenaron de lágrimas. Raijin se acercó rápidamente a ella al verlo, pero se calmó enseguida, porque supo identificar esas lágrimas como positivas y felices.

—¿Una buena noticia?

—Raijin… —se giró hacia él, mirándolo radiante de alegría y llevándose el móvil contra el pecho—. Tengo que ir ahora a un sitio. Es… muy importante… y…

—Tranquila. Claro. Eh… ¿quieres que te acompañe, o…?

—Sí, puedes acompañarme si quieres, ¡no hay ningún problema! Vamos —echó a andar con ímpetu.

Raijin, encogiéndose de hombros, la siguió por detrás, preguntándose si había quedado con alguien o tenía que recoger algún pedido en alguna tienda. Cleven siguió la ruta por el móvil. Durante el camino, ella se percató de que había una preocupación rondando por la cabeza del rubio.

—¿Qué te pasa, Raijin? —le preguntó entonces, poniéndose a su lado.

—Nada. Yako nos ha dado un pequeño susto a todos, en la cafetería.

—¿Qué le ha pasado?

—Nada. Está bien, un bajón quizá —contestó sin más—. Ya le preguntaré, cuando se recupere.

—Qué raro, a Nakuru también le ha pasado algo parecido…

Tras veinte minutos, la joven se paró delante de un edificio alto, bastante moderno, que tenía un pequeño patio ajardinado por delante, en una calle muy agradable con una carretera pequeña. Se quedó contemplando la fachada del edificio, con el corazón en la garganta.

Raijin, al llegar hasta ella y ver el edificio de enfrente, frunció el ceño. Mucho.

—¡Genial! —exclamó Cleven, corriendo hacia la puerta de acceso.

Raijin la siguió por detrás, cada vez más extrañado. Por un momento, pensó que Cleven lo estaba haciendo aposta y estaba tramando algo. La joven entró por la puerta abierta del portal, y antes de buscar los ascensores, se fue corriendo hacia los buzones para comprobarlo. Ahí estaba. ¡Ahí estaba su nombre y apellido!

—¡Sí, sí, sí! —celebró Cleven, dando saltos.

—Eh, no armes escándalo —le dijo Raijin, cerrando la puerta del portal para que no entrara frío—. ¿Se puede saber por qué has venido justo aquí? ¿A quién buscas aquí?

—Ah, claro, que no te lo he dicho —sonrió, y señaló a los buzones con énfasis—. Estoy buscando a mi tío.

—¿A tu tío? —frunció el ceño.

—¡Sí! ¡Mira, este es su buzón! ¡Brey Saehara! Así es como se llama. No sé qué aspecto tiene, no lo conozco aún, pero sé que es mitad ruso y mitad japonés, aunque yo siempre me lo he imaginado como un hombre de 40 años, gordito, con barba y cara bonachona, y…

¡Crack…! ¡Pum! Raijin se había cargado la puerta entera. Cuando la estaba cerrando y oyó ese nombre, sus fuerzas de “iris” despertaron de golpe y no calculó. La puerta era de hierro y cristal, de gran peso, y el hecho de haberse desencajado y caído al suelo exterior hacía de ello algo que nadie en ese momento era capaz de asimilar. Cleven se quedó patidifusa.

Pero no más que Raijin. Raijin estaba blanco. Petrificado. Helado. Estuvo a punto de sufrir un shock, pero su “iris” resistió, resistió como pudo, porque su dueño ahora lo necesitaba más que nunca, para poder entenderlo. Porque lo que estaba pasando se sobresalía del límite.

Fue ahora, y no antes, cuando la nube se disipó en la mente de Raijin. Fue ahora, y no antes, cuando por fin su memoria recuperó ese recuerdo e hizo la conexión, uniendo las piezas.

Y fue devastador. Mortífero. Fue como estrellarse contra el suelo. Porque dolió, y mucho.

Pero su “iris” resistió como pudo. E intentó hacerle conservar la cordura y actuar de la forma más adecuada posible.

—¿¡Qué has hecho!? —exclamó Cleven, cogiéndose de los pelos—. ¿¡Cómo lo has hecho!? ¿¡Qué ha pasado, por Dios!? ¡Te has cargado el portón! ¡Si lo ve un vecino, nos matan! ¡A la cárcel vamos! ¿¡Me estás escuchando!? ¡Raijin!

El chico seguía paralizado, de espaldas a ella.

—¡Raijin! —volvió a llamarlo.

De pronto, este se giró hacia ella. Cleven se estremeció al ver su cara.

—¿¡Eres Cleventine!? —gritó encolerizado, y su voz casi sonó como un trueno—. ¿¡Cleventine Vernoux!? Eres… —le tembló la voz al final.

—Pero… ¿qué estás…? Sí, Raijin, soy Cleventine Vernoux, ya sabes cómo me llamo. ¿Qué te ocurre?

—Eres… —Raijin se acercó a ella a zancadas, y ella retrocedió, un poco asustada. El chico tenía los ojos algo vidriosos—… esa Cleven…

—Raijin… me estás preocupando…

Sin embargo, a Cleven no le dio tiempo a decir nada más ni a respirar. Tardó en darse cuenta de que Raijin la había agarrado de un brazo y se la llevó escaleras arriba rápidamente.

—¿¡Qué estás haciendo!? —exclamó Cleven—. ¿¡A dónde me llevas!? ¡Me haces daño! ¿¡Qué te pasa!? ¡Suéltame!

Sin entender nada de lo que estaba pasando, y asustada por lo que estaba pasando, llegaron al quinto piso y Raijin se la llevó consigo hacia una de las cuatro puertas de las cuatro viviendas que ahí había, sacando sus llaves. «¿Q… qué?» se sorprendió Cleven, «¿¡Raijin también vive aquí!?».

—¿¡Raijin, conoces a mi tío!? —cayó en la cuenta, con el corazón en la garganta.

—Sí, claro que lo conozco —gruñó, abriendo la puerta y arrastrándola hacia adentro.

—¿¡Me quieres decir qué pasa!? —estalló Cleven, frotándose el brazo dolorido.

Raijin no contestó. Cleven vio que se dirigía a un salón muy amplio y de techo muy alto, y que cogía un teléfono de una mesilla junto al sofá, marcando un número velozmente.

—¿Empresa Hoteitsuba? —preguntó Raijin por el teléfono, y Cleven lo oyó—. Sí, necesito hablar con Neuval Vernoux.

En ese instante, una depresión casi le hizo perder a Cleven el equilibrio. Se fue corriendo hacia él.

—¿¡Qué haces!? —le chilló, abalanzándose contra él para quitarle el teléfono.

Raijin, sobresaltado, intentó esquivarla, pero al final los dos se cayeron al suelo bruscamente. El teléfono salió despedido y se rompió al chocar contra el suelo.

—¡Idiota! —exclamó Raijin, echando chispas.

—¿¡Qué te pasa!? —volvió a chillarle, con lágrimas en los ojos—. ¿¡Qué está pasando!? ¿¡Qué pasa contigo, qué haces!?

—¡Alejarte de mí y de este lugar!

Cleven abrió los ojos con gran pasmo. Nunca una frase le había dolido tanto.

—Ya veo... —murmuró, y sintió cómo se le quebraba el cuerpo—. Ya veo… —murmuró una vez más, con ojos trastornados, y dio media vuelta.

—¡Espera! —exclamó Raijin, poniéndose en pie.

—Me has… —balbució ella, parándose de espaldas a él. Luego se giró hacia él para mirarlo, todavía con esa expresión descolocada y abatida—. Me has hecho creer que… que yo te… Pero… resulta que era mentira… Eso era lo que pretendías. Deshacerte de mí. Llevarme por las ramas y soltármelo de repente de esta manera —asintió con la cabeza, mientras volvía a caminar hacia la puerta.

—No… ¡Espera, escucha! —trató de detenerla.

—¡No, escucha tú! —se giró hacia él una vez más, furiosa y con lágrimas—. ¿¡Sabes lo que me ha costado tratar de encontrar a mi tío!? ¡Me escapé de casa hace una semana para irme a vivir con él, Raijin! ¡Puede que no lo conozca, y que no sepa cómo es, pero quiero vivir con él! ¡No puedo vivir más en mi casa, estoy harta! ¿¡Comprendes!? ¡Quiero vivir con mi tío lejos de las prohibiciones y reglas de mi casa, donde no puedo respirar en paz, donde la ausencia de mi madre se nota cada día…! Además… —sollozó exasperada—. Aunque eso no fuera posible… aunque no pudiera vivir con él… Tan sólo quería conocerlo… quería conocer al hermano de mi madre…

Raijin cerró la boca, y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos mostraron genuina tristeza.

—¡Y tú has estado a punto de fastidiarlo todo! —siguió gritando Cleven—. ¡No sé de dónde has sacado el número de la empresa de mi padre! ¡Pero esto no te lo perdono! ¡Tratarme así, hacerme esto tan de repente, asustarme de esta manera…! ¡Creía que eras de otra manera! ¡Resulta que no eres como yo pensaba!

Se tapó los ojos con el brazo para ocultar sus lágrimas, dolida.

—Cleventine... —murmuró sorprendido por todo lo que había escuchado.

—¡Déjame! ¡Déjame en paz! —dio media vuelta—. No sé lo que te ha pasado conmigo... Sólo sé que he vuelto a ser una imbécil. ¡Dices que quieres alejarme de ti, pues me voy!

—Espera… —intentó detenerla de nuevo, pero ella ya salió del salón y llegó hasta la puerta de la entrada—. ¡Cleventine, espera un momento!

—¿¡Es que ahora te arrepientes de lo que has hecho!? —replicó con enfado, abriendo la puerta—. ¡Pues tarde! ¡No quiero volver a verte! ¡Ahora iré a buscar a mi tío yo sola! —sollozó, apretando los dientes y a punto de salir al rellano—. ¡Lo único que me importa ahora es saber quién es mi tío! ¡Si hace falta, gritaré su nombre por todo este edificio! ¡Brey Saehara!

Justo cuando fue a dar un paso afuera, Raijin se desplazó como el rayo y se puso a sus espaldas, y cerró la puerta de un manotazo, impidiéndole salir. Cleven se quedó paralizada, sin volverse, sintiendo la respiración del chico en su nuca. Estaba asustada. No entendía qué le pasaba a Raijin, en ese momento le daba miedo.

No obstante, tras un minuto de tenso silencio y quietud, Raijin le susurró algo al oído con una voz abatida:

—Brey Saehara… soy yo.


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