2º LIBRO - Pasado y Presente
—Ay… —suspiró amargamente.
Siguió caminando, casi arrastrando los pies. No sólo estaba un poco cansado, sino que tampoco tenía ni pizca de ganas de estar ahí. Ya era de noche, las grandes montañas y valles que se expandían a varios kilómetros a la redonda estaban oscuros y dormidos, arropados bajo una manta de estrellas.
Yako había aterrizado el jet en un campo cercano en mitad de las solitarias llanuras de allí. No quiso aterrizar en el Monte Zou, porque eso llamaría la atención de todos y él quería que su visita fuese lo más discreta posible.
La luna estaba decreciente y no ofrecía mucha luz, pero el ojo iris de Yako emitía suficiente de su luz verde para alumbrar los senderos. Cuando llegó a las orillas pedregosas del Lago Xuhuàn, reflejando el firmamento como un espejo, observó fijamente su centro, hasta que comenzó a aparecer entre la neblina el majestuoso tori de entrada, de maderas blancas y roca de granito, piezas de jade verde y medallones de oro. Las piedras planas que marcaban el camino desde la orilla hasta la puerta también se manifestaron al filo de la superficie del agua, y Yako lo cruzó, suspirando aburrido.
Una vez atravesó el tori, protegido por el “hechizo” del brujo Zhen Yu, siguió caminando por el Sendero Rojo.
Al poco rato, ya empezaron a verse las antorchas de fuego al final del sendero. Cuando salió de ese túnel de ramas entrelazadas y racimos de frutos rojos, se encontró al borde de un gran precipicio. Frente a él se extendía el magnífico paisaje de las tierras Zou, bosques, valles y montañas hasta donde alcanzaba la vista, iluminados por el cielo estrellado y la luna. Desde ahí podía ver el puntito de luz anaranjada que emitía la Ciudadela que rodeaba el Templo Zou, la cual ya brillaba en medio de aquel lejano y prominente monte como la llama de una vela sobre un manto oscuro en el horizonte.
Suspiró por quinta vez, ignorando una voz que le ordenó que aguardara ahí quieto, y siguió caminando por la cuesta pedregosa que descendía en zigzag aquel acantilado. Sin embargo, oyó un ruido a sus espaldas, y lo siguiente que notó fue un cuerpo pesado derribándolo con un placaje. Cuando quiso darse cuenta, estaba bocarriba, sobre el suelo, aplastado bajo el peso de un hombre grande y musculoso de piel algo oscura que apuntaba hacia su cuello con la simple punta de sus dedos, preparado para golpearle la glotis si percibía algún contrataque. Tenía el pelo muy corto, pero con una fina trenza larga cayendo desde su nuca, y vestía con ropas propias de un Guardián del Monte. Yako se quedó perplejo mirándolo. Entonces el otro se fijó en la luz verde claro de su ojo izquierdo.
—Hah… —suspiró el Guardián de mala gana—. ¡No pasa nada, Nessie, se trata de un iris despistado! —exclamó en inglés—. O sordo —le espetó a Yako.
—No existen iris sordos, ni ciegos, ni con alergias, enfermedades neurológicas, diabetes o cáncer, cielito. La conversión les arregla los órganos previamente enfermos o disfuncionales, incluidas las parálisis por daños de la espina dorsal.
Entonces apareció una mujer, igualmente alta y robusta y con grandes bíceps, aunque le faltaba la mitad del brazo izquierdo. Tenía un largo cabello cobrizo recogido en una coleta y el rostro pálido lleno de pecas, además de un par de cicatrices en el labio y en una ceja. Su mirada era feroz, como la de su compañero, y sujetaba una naginata japonesa en la mano derecha.
—Si estás en silla de ruedas y te conviertes en iris, podrás levantarte y caminar. Pero si te falta una pierna o un brazo, no crecerá de nuevo —le explicó la mujer a su compañero, siempre con el mismo tono serio, que chocaba con los apelativos cariñosos con los que lo llamaba.
—Oh… —murmuró el hombretón—. Imagina cuántas personas desearían convertirse en iris para curarse de un cáncer o para poder volver a caminar.
—Si alguien deseara eso a cambio de ver a un ser querido ser asesinado, para empezar no se convertiría en iris jamás, amorcito. Eso no es tener buen corazón, y el iris sólo nace en humanos que ya eran de buen corazón.
—Bueno, era una forma de hablar, lo de sordo —se excusó su compañero—. Lo cual nos queda que, o bien este iris es un despistado, o viene con malas intenciones. ¿Quién te manda pasar más allá de las antorchas sin el permiso de un Guardián? —el hombre moreno agarró a Yako de la chaqueta y lo zarandeó para reprenderle—. ¿Eres un novato? ¿No sabes que debes esperar ahí hasta que se te haga el reconocimiento?
—Ay, mi espalda… —gimió Yako, mareado.
—¡Nessie, rápido, trae las Semillas de Bondad!
La mujer entonces miró a Yako, el cual seguía ahí tan dócil e inofensivo, apretujado entre las manos del otro.
—Vale, pero te sugiero que te apartes de él al menos dos metros durante el reconocimiento —dijo la Guardiana tranquilamente, mientras caminaba de regreso hacia donde estaban las antorchas a la salida del sendero, donde había un pilar de piedra tallada sosteniendo un cuenco lleno de unas raras semillas arrugadas de color blanco, muy parecidas a nueces.
El hombretón la miró confuso, y luego miró a Yako, el cual simplemente le sonreía. Pero él se tomaba muy en serio su trabajo y levantó a Yako del suelo, obligándolo a quedarse en pie y quieto. Cuando Nessie se acercó con el cuenco de nueces blancas, su compañero cogió unas pinzas largas de hierro que tenía enganchadas en su cincho junto a una espada corta en su funda.
El Monte Zou llevaba unos trescientos años usando este método para reconocer a todo aquel que entrase en las tierras, para asegurarse de tres cosas: una, que el iris que viniese de fuera no viniese bajo los efectos activos de un majin; dos, que el humano que viniese no se tratase de una persona mala con un porcentaje de Yin superior al de Yang; y tres, que cualquier persona que viniese no se tratase de un disfraz ni de ninguna ilusión mental como eran capaces de hacer, por ejemplo, los Knive primarios, que tenían naturalmente un Yin superior a su Yang.
Por eso, Nessie, aun sabiendo que ese de ahí era el mismísimo Yako Zou, debía hacerle la prueba a él también para descartar aquella posible tercera opción. La única persona a la que no le hacían el reconocimiento, era Alvion, y no por ser Alvion, sino por obvias razones: cuando Alvion salía de sus tierras y no había Zou alguno dentro de ellas, la barrera del brujo Zhen Yu se activaba impidiendo la entrada a toda persona con mayor Yin que Yang –de ahí que Denzel no pudiera entrar el día que trajo a Neuval y a Alvion, porque este tenía que entrar primero–, y una vez que Alvion entraba, la barrera volvía a desactivarse. La barrera del brujo Zhen Yu desactivándose ya era un indiscutible indicativo de que el verdadero Alvion había entrado, por lo que el reconocimiento no era necesario.
No obstante, si la situación fuera al revés, Yako ya dentro de las tierras pero Alvion viniendo ahora del exterior, los Guardianes tendrían que hacerle el reconocimiento a Alvion sin falta, porque la barrera del brujo, ya desactivada con Yako dentro, ya no podía servir como prueba para Alvion. Además, si alguna vez ocurría el caso –y, de hecho, ocurrió una vez hace un par de siglos– de que un Knive primario viniera bajo la creíble apariencia de Alvion o de cualquier Zou mediante un disfraz o una poderosa ilusión mental y ordenaba a los Guardianes que no le hicieran el reconocimiento y le dejaran pasar, los Guardianes darían la alarma inmediata y sabrían que es un intruso. Ningún Zou podía ordenarle a ningún Guardián que no le hiciera el reconocimiento, precisamente porque podía tratarse de un Knive o intruso engañándolos.
Las Semillas de Bondad eran otro experimento botánico creado por un Zou antiguo. Eran unas semillas especiales que, en lugar de necesitar agua y luz, eran hipersensibles a la energía Yang y a la energía Yin por contacto. Cuando un visitante iris o humano venía, le colocaban sobre la palma de la mano una de estas semillas; si la persona tenía más Yin que Yang, la semilla se pudría hasta convertirse en ceniza en seis segundos, y si la persona tenía más Yang que Yin, en ese mismo intervalo de tiempo y en la mano de un humano medio bueno le crecía un brote verde con una hoja; en la mano de un humano muy bueno, le crecían un par de hojas más y una flor similar a la margarita; y en la mano de un iris, le crecían al menos tres tallos con varias hojas y seis flores.
El Guardián, pues, cogió una de las semillas del cuenco con las pinzas de hierro –para evitar tocarla él–. Yako extendió la mano con la palma hacia arriba, y cuando el hombretón le colocó la semilla sobre ella, Nessie agarró a su compañero, para sorpresa de este, y lo apartó de Yako un par de metros, ella incluida. Desde el primer contacto de la semilla sobre la palma de Yako, en un instante apareció un brote, y durante los cinco segundos siguientes, creció exponencialmente de una forma violentamente hermosa hasta convertirse en un árbol enorme, de varios troncos, lleno de ramas, de hojas, atestado de centenares de flores, elevándose a cuatro metros por encima de ellos sobre la mano.
El Guardián no dejó de gritar alucinado, agarrado a Nessie mientras contemplaba con miedo aquello. Una vez que el árbol dejó de crecer, comenzó a caerse a un lado por el peso. Yako intentó agarrarlo, pero se le escapó de entre las manos y el árbol cayó por el acantilado hasta las orillas del río de abajo.
—Uy… —murmuró Yako—. He sido muy lento esta vez…
—¿¡Pero qué diantres ha sido eso!? —berreó el Guardián, sin salir de su desconcierto.
—Bienvenido, Yako —lo saludó Nessie entonces, manteniendo su postura seria y fría, pero mostrando una leve sonrisa.
—Hace ya tiempo, Nessie, ¿qué tal te va? —saludó él.
—Empezaba a pensar que ya no volvería a veros por aquí, ¿sabéis? ¿Cuánto hace desde vuestra última visita? ¿Tres o cuatro años? Con el tiempo la frecuencia de vuestras visitas ha descendido más y más.
—Es que… tengo trabajo, y la universidad… —intentó excusarse el chico.
—¿¿¡Este es Yazo Zou!?? —gritó el otro Guardián con gran horror.
—Así es, amorcito —le dijo Nessie, serena—. Y como estarás pensando, sí, acabas de sentenciar tu pena de muerte.
El hombretón se quedó más blanco que el papel y miró a Yako de repente con ojos inyectados en pánico, observando bien que los del chico, efectivamente, eran los característicos ojos amarillos de los Zou.
—¡Aaaaahhh! —gritó con más horror.
—Ay, mis tímpanos… —murmuró Yako.
—¡Os pido mil perdones, lo siento, perdonadme, yo no sabía… no me fijé en que…! ¡Aaaah! —volvió a gritar, y se arrodilló ante él hasta pegar la frente contra el suelo rocoso con las manos hacia delante—. ¡Por favor, no me condenéis a muerte! ¡Ha sido un error! ¡Castigadme duramente, pero por favor no me ejecutéééis…!
—Tenéis que disculpar a mi marido —le comentó Nessie al Zou mientras el otro seguía en su drama—. Es un habitante reciente, vino a estas tierras hace tres años. Era uno de los refugiados temporales de aquel conflicto bélico de Bangladesh, pero él decidió quedarse porque se enamoró perdidamente de mí. Nos casamos hace un año y acaba de licenciarse como Guardián. Está en prácticas.
El hombretón seguía ahí en el suelo sin levantar la cabeza, pero estaba muy confuso por oírlos hablar tan tranquilos después de su terrible crimen.
—Oh, enhorabuena por el compromiso —sonrió Yako—. Aunque… ¿no estabas casada con Andrew?
—Sí, también. Al final he ido por esa vía que algunos siguen por aquí, y decidí tener un segundo marido. A Andrew le parecía muy bien, Kamal le cae fenomenal. Estamos muy felices los tres.
—Eso es lo que importa —afirmó Yako, y se agachó al lado del hombretón todavía temblando en el suelo—. Kamal, oye, siento mucho la infracción que he cometido. Iba demasiado distraído y olvidé esperar al reconocimiento antes de pasar. Lo lamento.
—¿EH? —levantó la cabeza de golpe, mirándolo con ojos como platos de confusión—. Pe… ¿No… estáis enfadado… por…? ¿No estáis furioso conmigo?
—¿Con un humano que huele a tanta energía Yang como tú? Kamal, humanos como tú son los que más puedo adorar. Sería impensable para mí hacerte daño.
—Pero… ¡Os he atacado tan bruscamente…! ¿No me vais a castigar o condenar?
—¿Por demostrar que sabes hacer bien tu trabajo? ¡Hahaha…! Oh, Nessie… —miró a la Guardiana.
—Lo sé —sonrió ella seriamente, cerrando los ojos—. Esa inocencia y esa devoción es lo que más amo de él. Eso y otras cosas.
—¿Pero qué está pasando…? —sollozó Kamal.
—Pasa, amorcito, que todavía tienes mucho que aprender acerca de los Zou. Al menos de los dos que viven actualmente en este mundo. Quien ha cometido un error aquí ha sido Yako. Pero ya que hemos comprobado que realmente es él, lo dejamos pasar.
—¿¡Su error!? ¿¡Pero cómo le vamos a recriminar un error al nieto de Alvion!?
—Lección número uno: hasta que él no decida otra cosa, Yako es un iris como cualquier otro —le explicó ella, y miró a Yako en confidencia, y este le devolvió una mirada agradecida—. Por lo que está atado a los mismos derechos, deberes y libertades que el resto de iris.
—Ya, Nessie, pero me sigues tratando de “vos” —apuntó el chico.
—Que seáis un iris y que esta sea vuestra condición de vida actual no quiere decir que yo no pueda expresar todo el respeto y devoción que siento por vos mediante mi lenguaje. No es por el apellido que poseéis, Yako, sino por el tipo de persona que habéis sido toda vuestra vida, vuestra forma de ser y vuestras acciones que tanto admiro. A no ser que me pidáis lo contrario como una orden, seguiré tratándoos de “vos” por libre elección propia.
Yako se quedó algo sorprendido. Él siempre había pensado que los iris y los habitantes del Monte se dirigían a los Zou con el máximo tratamiento de respeto de cada idioma que hablasen porque se veían obligados o porque se les había enseñado que era lo que debían hacer para respetar la jerarquía. Pero si Nessie le decía que era por mera elección propia, se preguntó si el resto de la gente también lo hacía por esa razón.
—Por cierto, ¿qué tal le va a mi hermanita la iris allá por Tokio, la que nunca escribe y nunca llama? —quiso saber Nessie—. ¿Hace bien su trabajo?
—Ah… Sí, excelente, como siempre. O eso es lo que oigo decir. Effie es una verdadera pesadilla para los criminales.
—Entiendo a esos criminales —bromeó la Guardiana, torciendo una leve sonrisa—. Espero que Pipi la valore tan bien como la valoraba Hideki. Aunque supongo que Hideki le tenía tanto apego a Effie porque compartían el mismo elemento del rayo.
—Espera, ¿no se suponía que una RS debía tener 9 iris de los 9 diferentes elementos? —le preguntó Kamal.
—Bueno, a veces se hacen excepciones si es necesario —le explicó ella—. Sobre todo si eres un iris extraordinario que se ha ganado algunos permisos, como Hideki y Emiliya, o Kei Lian Lao, el cual ha compartido su elemento con sus dos nietos en la KRS de Tokio. Algunos tienen favoritismos nepotistas, como Pipi; otros han nacido con alguna característica única sin precedentes, como Brey Saehara, el hijo menor de Hideki y Emiliya. Y otros hacen directamente lo que les sale de los mismísimos huevos, como Neuval Vernoux.
—¡Hahaha! —se rio Yako—. Vamos, Nessie, sabes que Pipi se comporta como un papá blando con todos los de su SRS, pero con Effie y con Yagami se porta más bien como un hermano mayor, ya que él y Neuval crecieron junto a ellos dos en la antigua SRS. Diría incluso que Pipi es algo más duro con Yagami que con Effie, aunque quizá sea porque Yagami es por edad el más mayor después de él. Además, Pipi no tiene favoritismos nepotistas. En esta Asociación tú compartes el mismo título que él y no has alcanzado el puesto de Jefa Guardiana por nepotismo, ¿verdad?
—Puedo probar que me lo he trabajado yo solita —bromeó Nessie, aunque manteniendo su tono serio, mientras enseñaba el muñón de su brazo izquierdo—. Pero perderé todo eso si sigo aquí de cháchara en mitad de mi horario de trabajo. No os entretenemos más, Shokubutsujin-san. Vamos, amorcito, sigamos en nuestro puesto de guardia —se llevó a Kamal, empujándolo con su muñón izquierdo, de vuelta a la salida del Sendero Rojo.
—Guau, Nessie… los Zou son de verdad pero de verdad encantadores y amables, ¿has visto esa sonrisa? Siento tanta paz ahora mismo en mi interior…
—Así es la energía de los ángeles, cielito…
Yako los siguió con la mirada, sonriendo.
Había varias familias o clanes importantes dentro de la Asociación, y eran de dos tipos: las “familias internas”, como el clan Crosbie, de orígenes escoceses y al cual pertenecía Nessie, cuyos miembros llevaban naciendo y habitando dentro de las tierras Zou desde hace dos o tres siglos y estaba formado sobre todo por monjes y Guardianes; y las “familias coligadas”, como el clan Suárez, al cual pertenecía Pipi, cuyos miembros nacen y habitan en otros países del mundo, pero llevan también al menos dos siglos cooperando con la Asociación desde el exterior, con la mayoría de sus miembros trabajando como almaati como si fuera ya una tradición o deber familiar, y también como iris si se daba el caso de que alguno se convertía.
Entonces, familias internas como la de Nessie estaban llenas de Guardianes y monjes, y familias coligadas como la de Pipi estaban llenas de almaati e iris. La Asociación y el trabajo en esta formaba parte de ellos desde que nacían. El cargo de jefe o jefa del clan solía heredarse por la línea primogénita. Nessie era la mayor de siete hermanos, y Pipi el mayor de tres, y sus respectivos padres eran los jefes del clan Crosbie y del clan Suárez. Por eso, los primogénitos que heredarían el mismo cargo solían ser llamados irónicamente o en broma “principitos” y “princesitas” de la Asociación –de ahí el mote que Neuval le puso a “Pipi”–.
A pesar de que su mote de “Pipi” persistía y todo el mundo ya lo llamaba así, Nicolás renunció a ese título hace ya muchos años, porque, aparte de haber tenido siempre una mala relación con su familia coligada, el tipo de vida que él deseaba tener no casaba con la vida que su familia quería que tuviese, así que cortó relación con ellos. Nessie, por el contrario, no tenía problemas con su familia y siempre había aceptado su responsabilidad y su destino como siguiente jefa del clan Crosbie.
Se preguntó entonces qué investigación estaría Yagami haciendo. Venir al Monte Zou a investigar algo significaba que buscaba un conocimiento muy especial que no se encontraba en ninguna otra parte del mundo. Si además llevaba varios días aquí, razón de más. Y esto le intrigaba. Pero si se trataba de una tarea encomendada por Pipi, Yako tenía que respetar la norma de asuntos privados entre RS y no podía preguntarle.
Supuso que Yagami debía de estar encantado de pasar unos días aquí aunque fuera cumpliendo una tarea de su RS. Era como visitar su casa. Yagami fue un niño japonés con una historia familiar muy trágica, complicada y muy especial. Al convertirse en iris, por una serie de motivos y circunstancias, acabó quedándose solo y en una situación de peligro, por lo que fue adoptado por la familia central del clan Crosbie, y se crio en el Monte Zou con aquellos siete hermanos de cabello naranja. Por cercanía de edad, se hizo íntimo amigo inseparable de la hija mediana, Effie, en especial porque ella era la única del clan que era iris, y Yagami y ella fueron acogidos juntos en la SRS de Hideki cuando eran niños. Yagami ahora tenía su vida en Tokio, estaba casado, era librero, y seguía trabajando en la SRS, pero todavía era considerado un Crosbie.
Cuando Yako ya los perdió de vista y se dio la vuelta para continuar su camino, su sonrisa volvió a desaparecer inevitablemente, porque volvió a recordar dónde estaba, y por qué estaba ahí… y por qué no deseaba estar ahí. Pero tenía un recado que cumplir.
Decidió atajar usando su iris, en vez de seguir el caminito que bajaba por la pared del acantilado hasta el río. Se puso al borde del precipicio y enseguida comenzaron a surgir enormes y retorcidas raíces de la pared rocosa a modo de escalones vegetales, haciendo vibrar el suelo. A medida que bajaba por ellas, la raíces se alargaban más y más, emitiendo sonidos crujientes. Cuando llegó hasta la orilla pedregosa del río, las enormes raíces volvieron a introducirse entre las rocas del acantilado, quedando todo como estaba. Acto seguido, el rígido y enorme tronco de una secuoya que había en la orilla del otro lado pareció hacerse de goma, y el gigantesco árbol se dobló sobre el río, formando un puente. Yako lo cruzó caminando sobre el inmenso tronco, y al llegar al otro lado del río, la secuoya volvió a enderezarse y a la normalidad.
Se adentró en el denso Bosque Plenario, a esas horas de la noche inundado de sutiles luces de diferentes colores, provocadas por la bioluminiscencia de varias plantas especialmente cultivadas por los Zou de antaño. Pero ni siquiera esa belleza a la que estaba tan acostumbrado podía mermar su apatía, ese sentimiento de malestar y de otra cosa incómoda que no se le iba de dentro.
Al poco rato de atravesar senderos, rocas, riachuelos, túneles y raíces gigantes sobresaliendo de la tierra acompañado por multitud de sonidos de insectos y animales, oyó las pisadas de algo grande acercándose.
El Bosque Plenario, como cualquier bosque del mundo, no era precisamente un lugar cien por cien seguro para cualquiera que caminara por ahí. Había que tener cuidado con animales típicamente territoriales como los ciervos milú, los pandas o los jabalíes, o venenosos como las serpientes, o depredadores como las panteras nebulosas o los leopardos autóctonos. Nunca atacaban a las personas a no ser que se sintieran amenazados o invadidos, y era un buen lugar donde los iris aprendían a conocer y cómo moverse o sobrevivir en entornos de pura naturaleza salvaje. Si quien necesitaba cruzar el bosque era un humano o cualquier otra persona que todavía no había aprendido a moverse por él, solía ser acompañado por Guardianes.
Sin embargo, lo que aterrizó delante de Yako era el depredador más grande que habitaba por esa región y las montañas de alrededor, y el félido más grande del planeta. Se trataba de un tigre de tamaño gigante, sobrepasando la altura de 4 metros que tendría un elefante africano. Era un tigre completamente blanco, sin rayas, con un ojo azul y otro amarillo. Yako se había puesto en guardia ante la repentina feroz amenaza, pero se mostró autoritario y firme, casi de manera instintiva, y el tigre, al ver sus dos poderosos ojos de luz dorada, retrocedió dos pasos con cautela. Entonces, los ojos de Yako se apagaron, mostrando su rostro pensativo y sorprendido.
—Sahab? —lo llamó.
El tigre abandonó su postura alerta en un instante y le dio un lametón a Yako con su áspera lengua gigante, de modo que lo tiró al suelo a dos metros de distancia.
—¡Hahaha! ¿¡Qué!? —se rio Yako, dejando que el enorme animal le diera amistosos empujones con su gran hocico—. ¡No me lo puedo creer! ¡Sahab! ¡Sigues vivo! —celebró, hablándole en árabe y acariciando sus mofletes.
Hace treinta años, Sahab sólo era un cachorro de tigre que quedó huérfano con su hermana, una tigresa que sí tenía el pelaje habitual naranja con rayas negras. Ambos cachorros moribundos fueron rescatados por el padre de Yako cuando era niño e hizo su primera expedición Zou en el mundo exterior, en el sureste de China. Se los trajo al Monte Zou, los alimentó y los crio hasta su edad adulta. Por esa razón, tenían un poco más de inteligencia que los tigres comunes, estaban amaestrados para reconocer a iris y a humanos y jamás atacar a las personas, a no ser que una persona tratara de atacarlos a ellos o matarlos. Si se encaraban con alguien como Sahab acababa de hacer con Yako, era solamente para asustar y alejar al intruso que en ese momento no querían tener cerca. Y podían entender algunas palabras en árabe, ya que Yeilang, el padre de Yako, los crio hablándoles en este idioma y les puso nombres del mismo: sahab, que significaba “nube”, ya que tenía un pelaje blanco y bastante difuminado alrededor de la cabeza, y su hermana suhara, que significaba “magma” por su color naranja intenso.
Nunca se supo con exactitud cómo Sahab y Suhara se convirtieron en tigres gigantes, pero la teoría más aceptada es que la energía Yang suprema de Yeilang pudo afectarles durante su crecimiento, o en las medicinas que fabricó él mismo con plantas y sustancias químicas naturales y que les inyectó en la sangre para revivirlos cuando eran cachorros al borde de la muerte. Quizá también explicaba su longevidad, ya que los tigres no solían vivir más de 15 años.
Lo que sí tenían era una baja fertilidad. Siguiendo su instinto, ambos tigres se habían unido varias veces, pero en tres décadas sólo habían tenido una camada de tres cachorros de pelaje naranja blanquecino el mismo año que nació Yako, y Yako creció sus primeros años jugando con ellos en el bosque hasta que su padre murió y se fue a vivir a Tokio, aunque los había visto más veces en sus esporádicas visitas al Monte, a pesar de que los tres descendientes de Sahab y Suhara se habían instalado en territorios algo lejanos. Y a diferencia de sus progenitores, estos tres hijos no habían alcanzado el tamaño de sus padres, si bien seguían siendo bastante más grandes de lo normal.
Sahab emitió unos leves rugidos y movió la cabeza a un lado un par de veces.
—¿Eh? —preguntó Yako. El tigre repitió esos sonidos y ese gesto—. Eh… Lo siento, Sahab, yo no puedo entenderte tan bien como hace Alvion, o como hacía mi padre. O como haría un iris Dobutsu. Yo no domino esa habilidad… al menos no conscientemente.
El tigre repitió lo mismo por tercera vez, parecía insistente, por lo que Yako intentó esforzarse para salir al menos un momento de su zona de confort donde sólo se limitaba a dominar el elemento de su iris planta.
—Ahm… ¿“Crías”? —preguntó Yako, creyendo entender un poco. El tigre repitió—. Espera… ¿¡Suhara y tú habéis tenido crías nuevas!? —brincó perplejo, y tocó su hocico para indicarle que se refería a él, pero Sahab sacudió la cabeza, y repitió el mensaje—. Ahm… crías… ¿“crías tienen crías”? ¡Ah! —logró entender por fin—. ¿¡En serio!? ¿Uno o varios de tus descendientes ha tenido sus propias crías? Aaah… por eso intentabas asustarme antes, estás protegiendo el territorio. Así que tienes nietos por este cuadrante del bosque, ¿eh?
Sahab le pegó otro lametón que lo derribó al suelo de nuevo. Yako se quejó por el golpe, pero volvió a reírse y a rascar el morro del animal.
—No te molesto más, entonces. Pero tengo que cruzar por este tramo, que me acorta el camino. ¿Me dejas?
No estaba seguro de cuántas palabras podía entender Sahab, pero al parecer el tigre entendió la petición de otra forma, e invitó a Yako a subirse sobre él para llevarlo él mismo lejos del territorio donde no quería presencia de otros animales o personas. Caminó a su alrededor frotando el lateral de su inmensa cabeza contra su cuerpo. Yako entendió enseguida, pues montar sobre Sahab o sobre Suhara había sido una práctica normal para él, para su padre e incluso para Alvion desde que adquirieron tamaño suficiente. Ni Yako, ni su padre ni su abuelo les habían pedido jamás a ambos tigres montar sobre ellos, siempre que los habían montado había sido porque los propios tigres los habían invitado a hacerlo. Curiosamente, ninguno de los dos había permitido jamás que los montase ninguna otra persona, ni siquiera iris Dobutsu. Al parecer, solamente se lo permitían a los Zou.
Yako se agarró al denso pelaje bajo sus orejas y escaló hasta sentarse sobre su cuello, sujetándose bien. Entonces, Sahab dio un salto de veinte metros para cruzar un tramo pedregoso y siguió corriendo por el bosque, haciendo temblar un poco el suelo.
Yako echó de menos esto. Ver a Sahab o a Suhara siempre le recordaba a su padre, los escasos tres años que pudo llegar a vivir con él le dejaron sin embargo miles de recuerdos. Y esto, una vez más, le trajo de vuelta esa apatía, ese malestar. Esa inmensa rabia que llevaba conteniendo 18 años.
Cuando llegaron a la zona donde flotaban las extraordinarias Nubes Rocosas violando inexplicablemente la ley de la gravedad desde hace más de tres siglos, Sahab se paró al llegar al borde de uno de los colosales hoyos que una Nube Rocosa había dejado ahí. Podía seguir recorriéndolo yendo pendiente abajo, pero Yako se dio cuenta de que el animal estaba mirando fijamente hacia arriba y tenía las orejas echadas hacia atrás.
Como habían salido de la espesura de los árboles, volvían a tener una vista despejada del paisaje y del cielo estrellado. Entonces, Yako encontró la razón por la que Sahab se había detenido y se había puesto tenso. Allá arriba, a unos 150 metros de distancia, flotaba uno de los trozos de tierra desprendidos del suelo, unido a otros cercanos mediante puentes y raíces colgantes. Sobre él, destacaba a simple vista el intenso color blanco de una criatura humanoide que medía tres metros. Su piel era del más puro, opaco y denso color blanco que existía y emitía algo de luz, pero además tenía una serie de finas líneas negras dibujando formas o patrones en su cuerpo, como si fueran tatuajes, pero no lo eran, eran trazos de luz negra.
Este alto ser imitaba el cuerpo humano de una mujer. Tenía pechos y una figura femenina, y un cabello blanco algo largo, liso, de corte recto, recogido por arriba con un adorno dorado. Sus ojos también eran blancos enteros, y vestía con unas prendas blancas que igualmente estaban hechas de energía, no de tela, imitando como velos vaporosos las prendas humanas características de los nativos de América. Sin embargo, su cuerpo perfecto carecía de ombligo, de pezones y de uñas.
Frente a ella, estaba el anciano Alvion, con su característica melena larga y blanca, y su elegante vestimenta de kimono verde oscuro con bordados dorados y capa.
—Ah… son Alvion y la diosa Yero —dijo Yako, aburrido, apoyándose con desgana sobre sus brazos, encima de la cabeza del tigre, el cual emitió un gruñido—. Lo sé, a mí tampoco me caen bien los dioses, por mucho Yang que tengan varios de ellos. —El animal emitió otros sonidos, haciendo un ademán con el cuerpo—. ¿Eh? No, tranquilo, no hay que ir a proteger a Alvion, no está en peligro. De lo único de lo que el abuelo estará siendo víctima ahora, será de la soberbia y la condescendencia de esa diosa, diciéndole cómo debe hacer las cosas y dirigir la Asociación y proteger este falso equilibrio. ¿Sabes qué? Podrían por una vez decirle si han conseguido averiguar alguna pista sobre quién mató a papá. Pero no. No es “una materia que les importe”.
Sahab empezó a gruñir un poco, a mover la cabeza bruscamente, de repente parecía incómodo. Yako se vio obligado a bajarse de él, que era lo que parecía pretender el animal.
—Hey, tranquilo, ya me bajo. ¿Te has cansado de mi peso? —le preguntó, pero entonces Sahab lo miró de frente, con ojos molestos—. Eh… ¿qué? ¿Mi “energía”? ¿Mi energía te está incomodando? ¿Qué quieres decir? Sólo tengo Yang. —El tigre enseñó sus enormes colmillos retrayendo el hocico por un momento y expresó otro gruñido—. ¿Mi… “odio”? —murmuró Yako con sorpresa, pero no lograba comprender—. No sé a qué te refieres con eso, Sahab. Yo estoy bien, me siento calmado, y contento de haber paseado contigo una vez más. —Sahab tardó un poco en reaccionar, pero finalmente acercó su cabeza a él como un gesto afectivo, y dejó que Yako lo acariciara con los dos brazos enteros—. No pasa nada, ya me has ahorrado varios kilómetros. Gracias por llevarme. Vuelve con tu familia, cuídala bien. Espero verte de nuevo.
El inmenso félido se marchó de vuelta a su territorio. Cuando Yako volvió a mirar hacia aquella Nube Rocosa en el cielo, Alvion y la diosa del Yang ya habían desaparecido. Se quedó un poco extrañado. «¿Desde cuándo el abuelo se reúne con los dioses en un lugar tan recóndito y apartado como ese y no en el templo como siempre han hecho? ¿Por qué vendrían hasta una Nube Rocosa para charlar, tan alejados del resto? ¿Y de que estarían hablando? ¿Quizá la diosa Yero quería comprobar el estado de la antigravedad de las Nubes Rocosas? Bueno, ¿y por qué me hago estas preguntas?» pensó molesto, «No me importan estos temas entre Alvion y los dioses. Yo he venido aquí a dejar una información y ya está».
No se daba cuenta, pero su mal humor no hacía más que aumentar. Y su agobio, su frustración, su impaciencia. Supuso que Alvion ya se había marchado volando de regreso al templo.
Siguió cruzando el bosque, corriendo y saltando con su velocidad iris. Al llegar al cuadrante final, donde se encontraba el siguiente precipicio que ya descendía hacia el gran valle y el colosal Puente Blanco, pasó por un robledal. Se apoyó en el tronco de un roble inclinado para pasar por sus entrelazadas raíces salientes. No obstante, nada más rozar el tronco con su mano, el roble empezó a adoptar un tono grisáceo y paupérrimo. Sorprendido, miró hacia arriba y vio cómo las ramas decaían un poco, y las hojas, marchitándose a gran velocidad, acababan cayendo, dejándolo desnudo. Quitó la mano del tronco al instante, desconcertado. El roble quedó medio podrido. Tuvo un presentimiento, y le dio por mirar a sus espaldas. Para su horror, numerosas plantas, flores y árboles con los que se había cruzado en su camino estaban marchitos también.
Antes de que pudiera preguntarse nada, oyó un fuerte crujido por encima de su cabeza y una voz gritando, y de repente le cayó una niña entre sus brazos. Debía de tener algo más de 10 años, era de piel negra, e iba vestida con el traje reglamentario de los iris filiz –los que ya dominaban un elemento–, el cual combinaba prendas mayoritariamente blancas y algunas negras. Tanto el fajín de su cintura como la luz de su ojo derecho –era zurda– eran de color verde oscuro. Cuando alzó la vista hacia quien la sostenía, murmuró una larga exclamación de asombro, quedando prendada de su rostro de divinas facciones.
—Hola —sonrió Yako.
—Oh… Sé o ní òrèbìnrin kan? —le preguntó la chica en su idioma, todavía embelesada. (= ¿Tienes novia?)
—Aeh… —le chocó la repentina pregunta.
—¡La localicé! —se oyó la voz en inglés de un hombre acercándose, y apareció un nuevo iris, quizá de 40 años, de piel oscura como la de la niña y vistiendo el traje con el fajín de color verde claro.
Yako dejó a la chica en el suelo y vio que además de aquel iris Shokubutsu novato venían otros dos hombres bien conocidos. Reconoció enseguida al pálido monje Knive con su sombrero de copa y los discos de plata decorándolo, y con sus ropajes negros y elegantes que recordaban a la aristocracia europea antigua. Junto a él, venía un hombre más joven, de treinta y tantos, alto y delgado, con una larga melena castaña un poco enmarañada, algo de barba y ojos oscuros risueños, quien también vestía con el fajín verde claro. Pero su traje iris era el propio de un iris ya oficial, ya que se trataba del iris Shokubutsu de la SRS de Pipi; se trataba precisamente de Yagami.
—¡Yako! No me lo creo… ¿Tú por aquí? —lo saludó este felizmente.
—Mi Señor —sonrió monk Knive, haciéndole una cortés reverencia.
Yako suspiró. Preferiría que monk Knive ni lo llamase así ni tuviese esos formalismos con él –aunque la formalidad del monje Knive venía implícita en su forma de ser–, pero todos los monjes se empeñaban en hacerlo, igual que los Guardianes como Nessie.
—Hola, Viggo —saludó al monje gótico con sombrero de copa, y luego miró al hombre de las melenas largas—. Yagami, justo antes me he cruzado con tu hermanastra Nessie.
—Ah… ¿Está guardando la entrada del este? Suele guardar siempre las del sur y sureste.
—Parece que le está enseñando el oficio a su nuevo marido. El acceso del este del Sendero Rojo es el que más usa la gente.
—¡Aah! Sí, Kamal, un chico muy majo. Un poco brusco —se rio Yagami.
—Sí, un poco —sonrió Yako, frotándose la nuca por el golpe de antes—. Me ha comentado Nessie que llevas varios días aquí haciendo un trabajo de investigación. ¿Te queda mucho?
—No. Necesito quizá un par de días más, pero creo que ya estoy cerca de lo que necesito —suspiró Yagami—. Aunque al menos así he podido visitar a los Crosbie. Hoy he estado toda la tarde con mis hermanastros Dallas, Hallie, Kinnon, Bonnie y Ferris celebrando el cumpleaños de un primo. Y Effie me ha llamado desde Tokio para gritarme que no es justo y que le doy envidia. No pude participar en el rescate de Kyo, que por cierto, me alegro de que se solucionara con vuestra victoria. ¿Te enfrentaste a Akira? Será un idiota, pero tiene buenos trucos.
—Sí, ya me fijé —contestó Yako—. Intentó ahorcarme con tallos de portulacaria, pero él es más de plantas acuáticas, no se le veía muy cómodo en aquel terreno.
—¡Ooh! ¡Hablando de planta acuática...! —exclamó Yagami de repente muy emocionado, sobresaltando a todos los demás, y se puso a rebuscar en sus bolsillos—. ¡Vas a alucinar, Yako! No te lo vas a creer. He sido bendecido con el hallazgo... —sacó entonces del bolsillo, alzándola en alto, la figurita de una flor de loto preciosamente tallada en madera—... ¡de una Flor de Juno!
—¿¡Qué dices!? ¿¡Sí!? —celebró Yako—. ¡Guau! Hacía mucho tiempo que nadie encontraba otra. ¡Enhorabuena!
—Kini yen? —le preguntó la niña a su compañero en voz baja. (= ¿Qué es eso?)
—Àh-àh! Sé o kò gbó àrò tó n lo káàkiri? —le dijo Yako a la joven con énfasis, levantando un dedo. (= ¿Cómo? ¿No has oído el rumor que circula por ahí?)
—¡Ahh! —la niña dio un respingo de desconcierto—. ¿¡Hablas yoruba!?
—¡Por supuesto! —sonrió Yako—. Una de mis antepasadas era de Nigeria. Tú también eres de allí, ¿a que sí?
—Eres demasiado blanco para tener sangre negra —apuntó ella, confusa.
—Tengo sangre de unas quince razas humanas —se rio Yako.
—Entonces entendiste la pregunta que te hice antes, ¿verdad? Si no tienes novia, yo estoy disponible —se cruzó de brazos, esperando una respuesta oficial.
—Tengo algo mejor que darte que una inadecuada e ilegal relación de pedofilia —esquivó Yako la proposición de la muchacha, sin abandonar ese entusiasmo, señalando lo que Yagami sostenía en la mano—. El misterio de las Flores de Juno. Circula un rumor desde hace años, que por todo el templo y por la Ciudadela se ocultaron 150 de estas figuritas de madera. Pueden estar en cualquier parte, en cualquier rincón, grieta o agujero, bajo una piedra, entre unos libros, dentro de algún cajón, sobre algún tejado... En todo este tiempo sólo 51 han sido encontradas.
—Oooh... ¿Y qué pasa si encuentras una? —se asombró la niña, igual que su otro compañero iris.
—Que te llevas un regalo muy especial —continuó explicándoles Yagami—. Veréis. La joven doncella Juno vivía feliz en el templo. Quería siempre hacer de todo, bailar, correr, cocinar, jugar, leer, dibujar, ayudar a todo el mundo, explorar estas tierras... Se dice que tenía un deseo profundo en su corazón, traer regalos y diversión a todo el mundo, para que no olvidaran que la vida no sólo era lucha, crimen y peligro, porque ella, de pequeña, tuvo una trágica infancia. Pero un Zou la rescató, y la trajo aquí, y ambos acabaron enamorándose perdidamente el uno del otro, y tuvieron un hijo. Sin embargo, la joven Juno empezó un día a ponerse muy enferma. Ya no podía correr, bailar, divertirse... Pero ella jamás expresó tristeza. Su deseo seguía ahí. Y durante los últimos meses que pasó en cama hasta su último aliento, talló 150 figuritas de madera. Cada una de ellas es una flor diferente. Y dentro de cada una de ellas, su amado Zou colocó una semilla diferente, destinada a plantarse, cuidarse y convertirse en una planta de frutos comestibles que dicen ser los más deliciosos del mundo. Nunca sabes qué tipo de flor encontrarás y qué tipo de semilla encierra y el tipo de fruto que te dará. Es un misterio, hasta que lo siembras y lo ves crecer.
—¡Oooh! ¡Yo quiero uno! ¡Yo quiero uno! —saltó la muchacha.
—Cuidado con obcecarte —le advirtió Yagami—. Muchos se han obsesionado con buscar las Flores de Juno con demasiado interés, planificando, buscando posibles mapas o trazándolos, examinando lugares, usando técnicas y recursos... pero nadie ha encontrado jamás una de ellas con esa actitud. Dice el rumor que la Flor de Juno te encuentra a ti, precisamente cuando menos te lo esperas. Por eso, la sorpresa que sientes es más especial.
—¿Has abierto ya tu flor y has averiguado qué frutos te dará la semilla?
—Nop. Pero no te puedes imaginar las ganas que tengo de averiguarlo. Nada más volver a mi casa, plantar la semilla será lo segundo que haré. Lo primero será besar a mi mujer, claro —sonrió Yagami, pero luego miró a Yako—. Bueno, aunque... De hecho... Ya que estás aquí, Yako... Prefiero preguntártelo. Me hace ilusión tenerla, pero me complacería mucho más dártela a ti si la deseas. Por favor, no seas amable, sé sincero. ¿Te haría feliz quedártela?
Yako lo miró sorprendido un momento. Pero luego dibujó una cálida sonrisa, llena de regocijo por la admirable bondad y generosidad de Yagami.
—No.
—¿Estás seguro? Es algo creado por tu padre y tu madre.
—Yo ya encontré una flor cuando era pequeño. La encontré justo el día en que me marché del templo para mudarme a Tokio definitivamente. Resulta que había estado 8 años debajo de la cama de mi cuarto. La encontré mientras hacía las maletas y recogía todo. De casualidad. Y por eso, cuando en un principio me iba a ir del templo lleno de rabia, enfado, tristeza... la sorpresa del hallazgo calmó la tormenta de mi interior. Me fui, pero me fui con paz. —Yagami hizo un gesto comprensivo—. Por eso, no, no me haría feliz quedarme tu flor, me haría feliz que te la quedes tú y disfrutes su sorpresa, como mi madre quería, sin importar quién la encontrara.
Yagami, entendiendo sus palabras, se llevó la flor al pecho, atesorándola, y la guardó de nuevo en el bolsillo de su pantalón. Yako entonces se dio cuenta de que tanto la niña Dobutsu como el otro hombre Shokubutsu no paraban de mirarlo absortos y llenos de curiosidad, preguntándose quién demonios era, ya que no lo reconocían.
—Eh... Viggo, ¿estáis Yagami y tú haciendo algo con estos dos iris filiz? —quiso saber.
—Bueno… Sí —contestó el monje Knive, cerrando los ojos un momento—. Me hallo en medio de una instrucción con un grupo de iris Dobutsu y Shokubutsu, y Yagami me está echando una mano voluntaria.
—¿Instrucción? Pero… tú impartes autocontrol y técnicas mentales en las salas del templo aclimatadas para ello. ¿Estás probando algo nuevo aquí en el bosque?
Yako empezó a sentir una ligera preocupación cuando vio que tanto monk Knive como Yagami guardaban un silencio extraño. Yagami entonces se acercó al oído del Knive.
—Vas a tener que contárselo —le susurró, y seguidamente les hizo una seña a los otros dos iris—. Chicos, volvamos con el grupo, ya habéis descansado suficiente. Yako, ya nos vemos por ahí —se despidió.
—Eh… sí… hasta la próxima. Supongo —dijo Yako, más confuso que antes.
Cuando se quedaron solos, el monje Knive se acercó más a Yako. La expresión de su cara denotaba de todo menos buenas noticias, y aun así el gótico mantuvo una postura calmada.
—Ejem —carraspeó—. Veréis. Me estoy haciendo cargo de esta sesión de entrenamiento elemental con un grupo de iris Dobutsu y Shokubutsu…
—¿Qué? —le interrumpió sorprendido—. ¿Entrenamiento elemental? Ese tipo de entrenamiento sólo lo imparte Alvion.
—El caso es… que Alvion no se ha encontrado muy disponible hoy. Se ha levantado esta mañana un poco pachucho, y los demás monjes, como yo, le estamos sustituyendo en algunos entrenamientos elementales con ayuda voluntaria de algunos iris veteranos que, como Yagami, están aquí cumpliendo una visita o un recado.
—Oh, ya veo… —entendió finalmente, asintiendo más tranquilo—. ¿A qué venía tanto misterio, Viggo? Alvion ha tenido días pachuchos antes. ¿Por eso lo vi hace un rato tan escondido hablando con uno de los dioses sobre una de las Nubes Rocosas? ¿Estaba Yero regañándolo por cometer la osadía de tomarse hoy un descanso? Después de todo, eso es lo único por lo que se preocupan… explotarnos…
Monk Knive no dijo nada mientras Yako decía esas palabras de tonalidad desinteresada que, sin embargo, guardaba un intenso y profundo desdén en sus raíces, algo que el monje pudo observar cuando, al mirar a los pies de Yako, vio la hierba que lo rodeaba marchitándose poco a poco. Después se fijó en aquel roble de ahí al lado, seco y mustio, y más allá, un camino de algunas plantas marchitas también. Supuso que era el camino por el que Yako había venido.
—No pretendo ofender, Señor, pero me sorprende mucho veros a vos aquí —le dijo entonces.
—Heh… si te soy sincero, a mí también. Pero ha sido por fuerzas mayores. Tengo un pequeño recado que cumplir por parte de mi KRS, nada más.
—¿Puedo saber de qué se trata, mi joven Señor?
—Tengo que informar de algo importante a Alvion, de algo sobre Denzel.
—¡Oh, no! —exclamó el monje, y sus ojos marrones se tornaron preocupados—. ¿Le ha ocurrido algo?
—Tranquilo, él está bien.
Era normal que monk Knive se alarmase por una noticia así. Todos los monjes tenían a Denzel en alta estima porque él era el principal mentor de los monjes en las materias que instruían. De las materias que los monjes enseñaban, había diez troncales: las cien por cien prácticas, como Manejo de armas, Artes marciales, Espionaje y Terrenos, Ingenio y Recursos, y Manejo de vehículos; las semiteóricas como Química y Biología, y Tecnología e Informática; y las teóricas como Historia y Gobiernos, Mente y Autocontrol –especialidad de monk Knive– y Naturaleza humana vs iris.
Denzel era más que experto, no en todas, pero sí en muchas de estas asignaturas y era quien aportaba siglo tras siglo toda su sabiduría sobre ellas. Antaño él era quien enseñaba y entrenaba directamente a los monjes para que supieran entrenar y enseñar las mismas cosas a los iris, mientras los Zou reforzaban el entrenamiento de los elementos pero ya combinado con las materias prácticas y con las teóricas. Pero como con el tiempo la Asociación ya se fue consolidando y habituando más a un sistema cada vez más organizado y cada vez con más métodos mejorados, los monjes ya se encargaban de instruir a los futuros monjes. Aunque Denzel les hacía evaluaciones esporádicas por si hacía falta cambiar, mejorar o añadir algo.
Este solo era un tercio de todo el servicio que Denzel prestaba a la Asociación desde que se unió a ella. La otra parte que cumplía era la de recoger iris por todo el mundo con su teletransporte, y también, las Técnicas espaciotemporales de sus pergaminos, que sólo los Líderes de las RS podían ejecutar.
—Ay… —suspiró amargamente.
Siguió caminando, casi arrastrando los pies. No sólo estaba un poco cansado, sino que tampoco tenía ni pizca de ganas de estar ahí. Ya era de noche, las grandes montañas y valles que se expandían a varios kilómetros a la redonda estaban oscuros y dormidos, arropados bajo una manta de estrellas.
Yako había aterrizado el jet en un campo cercano en mitad de las solitarias llanuras de allí. No quiso aterrizar en el Monte Zou, porque eso llamaría la atención de todos y él quería que su visita fuese lo más discreta posible.
La luna estaba decreciente y no ofrecía mucha luz, pero el ojo iris de Yako emitía suficiente de su luz verde para alumbrar los senderos. Cuando llegó a las orillas pedregosas del Lago Xuhuàn, reflejando el firmamento como un espejo, observó fijamente su centro, hasta que comenzó a aparecer entre la neblina el majestuoso tori de entrada, de maderas blancas y roca de granito, piezas de jade verde y medallones de oro. Las piedras planas que marcaban el camino desde la orilla hasta la puerta también se manifestaron al filo de la superficie del agua, y Yako lo cruzó, suspirando aburrido.
Una vez atravesó el tori, protegido por el “hechizo” del brujo Zhen Yu, siguió caminando por el Sendero Rojo.
Al poco rato, ya empezaron a verse las antorchas de fuego al final del sendero. Cuando salió de ese túnel de ramas entrelazadas y racimos de frutos rojos, se encontró al borde de un gran precipicio. Frente a él se extendía el magnífico paisaje de las tierras Zou, bosques, valles y montañas hasta donde alcanzaba la vista, iluminados por el cielo estrellado y la luna. Desde ahí podía ver el puntito de luz anaranjada que emitía la Ciudadela que rodeaba el Templo Zou, la cual ya brillaba en medio de aquel lejano y prominente monte como la llama de una vela sobre un manto oscuro en el horizonte.
Suspiró por quinta vez, ignorando una voz que le ordenó que aguardara ahí quieto, y siguió caminando por la cuesta pedregosa que descendía en zigzag aquel acantilado. Sin embargo, oyó un ruido a sus espaldas, y lo siguiente que notó fue un cuerpo pesado derribándolo con un placaje. Cuando quiso darse cuenta, estaba bocarriba, sobre el suelo, aplastado bajo el peso de un hombre grande y musculoso de piel algo oscura que apuntaba hacia su cuello con la simple punta de sus dedos, preparado para golpearle la glotis si percibía algún contrataque. Tenía el pelo muy corto, pero con una fina trenza larga cayendo desde su nuca, y vestía con ropas propias de un Guardián del Monte. Yako se quedó perplejo mirándolo. Entonces el otro se fijó en la luz verde claro de su ojo izquierdo.
—Hah… —suspiró el Guardián de mala gana—. ¡No pasa nada, Nessie, se trata de un iris despistado! —exclamó en inglés—. O sordo —le espetó a Yako.
—No existen iris sordos, ni ciegos, ni con alergias, enfermedades neurológicas, diabetes o cáncer, cielito. La conversión les arregla los órganos previamente enfermos o disfuncionales, incluidas las parálisis por daños de la espina dorsal.
Entonces apareció una mujer, igualmente alta y robusta y con grandes bíceps, aunque le faltaba la mitad del brazo izquierdo. Tenía un largo cabello cobrizo recogido en una coleta y el rostro pálido lleno de pecas, además de un par de cicatrices en el labio y en una ceja. Su mirada era feroz, como la de su compañero, y sujetaba una naginata japonesa en la mano derecha.
—Si estás en silla de ruedas y te conviertes en iris, podrás levantarte y caminar. Pero si te falta una pierna o un brazo, no crecerá de nuevo —le explicó la mujer a su compañero, siempre con el mismo tono serio, que chocaba con los apelativos cariñosos con los que lo llamaba.
—Oh… —murmuró el hombretón—. Imagina cuántas personas desearían convertirse en iris para curarse de un cáncer o para poder volver a caminar.
—Si alguien deseara eso a cambio de ver a un ser querido ser asesinado, para empezar no se convertiría en iris jamás, amorcito. Eso no es tener buen corazón, y el iris sólo nace en humanos que ya eran de buen corazón.
—Bueno, era una forma de hablar, lo de sordo —se excusó su compañero—. Lo cual nos queda que, o bien este iris es un despistado, o viene con malas intenciones. ¿Quién te manda pasar más allá de las antorchas sin el permiso de un Guardián? —el hombre moreno agarró a Yako de la chaqueta y lo zarandeó para reprenderle—. ¿Eres un novato? ¿No sabes que debes esperar ahí hasta que se te haga el reconocimiento?
—Ay, mi espalda… —gimió Yako, mareado.
—¡Nessie, rápido, trae las Semillas de Bondad!
La mujer entonces miró a Yako, el cual seguía ahí tan dócil e inofensivo, apretujado entre las manos del otro.
—Vale, pero te sugiero que te apartes de él al menos dos metros durante el reconocimiento —dijo la Guardiana tranquilamente, mientras caminaba de regreso hacia donde estaban las antorchas a la salida del sendero, donde había un pilar de piedra tallada sosteniendo un cuenco lleno de unas raras semillas arrugadas de color blanco, muy parecidas a nueces.
El hombretón la miró confuso, y luego miró a Yako, el cual simplemente le sonreía. Pero él se tomaba muy en serio su trabajo y levantó a Yako del suelo, obligándolo a quedarse en pie y quieto. Cuando Nessie se acercó con el cuenco de nueces blancas, su compañero cogió unas pinzas largas de hierro que tenía enganchadas en su cincho junto a una espada corta en su funda.
El Monte Zou llevaba unos trescientos años usando este método para reconocer a todo aquel que entrase en las tierras, para asegurarse de tres cosas: una, que el iris que viniese de fuera no viniese bajo los efectos activos de un majin; dos, que el humano que viniese no se tratase de una persona mala con un porcentaje de Yin superior al de Yang; y tres, que cualquier persona que viniese no se tratase de un disfraz ni de ninguna ilusión mental como eran capaces de hacer, por ejemplo, los Knive primarios, que tenían naturalmente un Yin superior a su Yang.
Por eso, Nessie, aun sabiendo que ese de ahí era el mismísimo Yako Zou, debía hacerle la prueba a él también para descartar aquella posible tercera opción. La única persona a la que no le hacían el reconocimiento, era Alvion, y no por ser Alvion, sino por obvias razones: cuando Alvion salía de sus tierras y no había Zou alguno dentro de ellas, la barrera del brujo Zhen Yu se activaba impidiendo la entrada a toda persona con mayor Yin que Yang –de ahí que Denzel no pudiera entrar el día que trajo a Neuval y a Alvion, porque este tenía que entrar primero–, y una vez que Alvion entraba, la barrera volvía a desactivarse. La barrera del brujo Zhen Yu desactivándose ya era un indiscutible indicativo de que el verdadero Alvion había entrado, por lo que el reconocimiento no era necesario.
No obstante, si la situación fuera al revés, Yako ya dentro de las tierras pero Alvion viniendo ahora del exterior, los Guardianes tendrían que hacerle el reconocimiento a Alvion sin falta, porque la barrera del brujo, ya desactivada con Yako dentro, ya no podía servir como prueba para Alvion. Además, si alguna vez ocurría el caso –y, de hecho, ocurrió una vez hace un par de siglos– de que un Knive primario viniera bajo la creíble apariencia de Alvion o de cualquier Zou mediante un disfraz o una poderosa ilusión mental y ordenaba a los Guardianes que no le hicieran el reconocimiento y le dejaran pasar, los Guardianes darían la alarma inmediata y sabrían que es un intruso. Ningún Zou podía ordenarle a ningún Guardián que no le hiciera el reconocimiento, precisamente porque podía tratarse de un Knive o intruso engañándolos.
Las Semillas de Bondad eran otro experimento botánico creado por un Zou antiguo. Eran unas semillas especiales que, en lugar de necesitar agua y luz, eran hipersensibles a la energía Yang y a la energía Yin por contacto. Cuando un visitante iris o humano venía, le colocaban sobre la palma de la mano una de estas semillas; si la persona tenía más Yin que Yang, la semilla se pudría hasta convertirse en ceniza en seis segundos, y si la persona tenía más Yang que Yin, en ese mismo intervalo de tiempo y en la mano de un humano medio bueno le crecía un brote verde con una hoja; en la mano de un humano muy bueno, le crecían un par de hojas más y una flor similar a la margarita; y en la mano de un iris, le crecían al menos tres tallos con varias hojas y seis flores.
El Guardián, pues, cogió una de las semillas del cuenco con las pinzas de hierro –para evitar tocarla él–. Yako extendió la mano con la palma hacia arriba, y cuando el hombretón le colocó la semilla sobre ella, Nessie agarró a su compañero, para sorpresa de este, y lo apartó de Yako un par de metros, ella incluida. Desde el primer contacto de la semilla sobre la palma de Yako, en un instante apareció un brote, y durante los cinco segundos siguientes, creció exponencialmente de una forma violentamente hermosa hasta convertirse en un árbol enorme, de varios troncos, lleno de ramas, de hojas, atestado de centenares de flores, elevándose a cuatro metros por encima de ellos sobre la mano.
El Guardián no dejó de gritar alucinado, agarrado a Nessie mientras contemplaba con miedo aquello. Una vez que el árbol dejó de crecer, comenzó a caerse a un lado por el peso. Yako intentó agarrarlo, pero se le escapó de entre las manos y el árbol cayó por el acantilado hasta las orillas del río de abajo.
—Uy… —murmuró Yako—. He sido muy lento esta vez…
—¿¡Pero qué diantres ha sido eso!? —berreó el Guardián, sin salir de su desconcierto.
—Bienvenido, Yako —lo saludó Nessie entonces, manteniendo su postura seria y fría, pero mostrando una leve sonrisa.
—Hace ya tiempo, Nessie, ¿qué tal te va? —saludó él.
—Empezaba a pensar que ya no volvería a veros por aquí, ¿sabéis? ¿Cuánto hace desde vuestra última visita? ¿Tres o cuatro años? Con el tiempo la frecuencia de vuestras visitas ha descendido más y más.
—Es que… tengo trabajo, y la universidad… —intentó excusarse el chico.
—¿¿¡Este es Yazo Zou!?? —gritó el otro Guardián con gran horror.
—Así es, amorcito —le dijo Nessie, serena—. Y como estarás pensando, sí, acabas de sentenciar tu pena de muerte.
El hombretón se quedó más blanco que el papel y miró a Yako de repente con ojos inyectados en pánico, observando bien que los del chico, efectivamente, eran los característicos ojos amarillos de los Zou.
—¡Aaaaahhh! —gritó con más horror.
—Ay, mis tímpanos… —murmuró Yako.
—¡Os pido mil perdones, lo siento, perdonadme, yo no sabía… no me fijé en que…! ¡Aaaah! —volvió a gritar, y se arrodilló ante él hasta pegar la frente contra el suelo rocoso con las manos hacia delante—. ¡Por favor, no me condenéis a muerte! ¡Ha sido un error! ¡Castigadme duramente, pero por favor no me ejecutéééis…!
—Tenéis que disculpar a mi marido —le comentó Nessie al Zou mientras el otro seguía en su drama—. Es un habitante reciente, vino a estas tierras hace tres años. Era uno de los refugiados temporales de aquel conflicto bélico de Bangladesh, pero él decidió quedarse porque se enamoró perdidamente de mí. Nos casamos hace un año y acaba de licenciarse como Guardián. Está en prácticas.
El hombretón seguía ahí en el suelo sin levantar la cabeza, pero estaba muy confuso por oírlos hablar tan tranquilos después de su terrible crimen.
—Oh, enhorabuena por el compromiso —sonrió Yako—. Aunque… ¿no estabas casada con Andrew?
—Sí, también. Al final he ido por esa vía que algunos siguen por aquí, y decidí tener un segundo marido. A Andrew le parecía muy bien, Kamal le cae fenomenal. Estamos muy felices los tres.
—Eso es lo que importa —afirmó Yako, y se agachó al lado del hombretón todavía temblando en el suelo—. Kamal, oye, siento mucho la infracción que he cometido. Iba demasiado distraído y olvidé esperar al reconocimiento antes de pasar. Lo lamento.
—¿EH? —levantó la cabeza de golpe, mirándolo con ojos como platos de confusión—. Pe… ¿No… estáis enfadado… por…? ¿No estáis furioso conmigo?
—¿Con un humano que huele a tanta energía Yang como tú? Kamal, humanos como tú son los que más puedo adorar. Sería impensable para mí hacerte daño.
—Pero… ¡Os he atacado tan bruscamente…! ¿No me vais a castigar o condenar?
—¿Por demostrar que sabes hacer bien tu trabajo? ¡Hahaha…! Oh, Nessie… —miró a la Guardiana.
—Lo sé —sonrió ella seriamente, cerrando los ojos—. Esa inocencia y esa devoción es lo que más amo de él. Eso y otras cosas.
—¿Pero qué está pasando…? —sollozó Kamal.
—Pasa, amorcito, que todavía tienes mucho que aprender acerca de los Zou. Al menos de los dos que viven actualmente en este mundo. Quien ha cometido un error aquí ha sido Yako. Pero ya que hemos comprobado que realmente es él, lo dejamos pasar.
—¿¡Su error!? ¿¡Pero cómo le vamos a recriminar un error al nieto de Alvion!?
—Lección número uno: hasta que él no decida otra cosa, Yako es un iris como cualquier otro —le explicó ella, y miró a Yako en confidencia, y este le devolvió una mirada agradecida—. Por lo que está atado a los mismos derechos, deberes y libertades que el resto de iris.
—Ya, Nessie, pero me sigues tratando de “vos” —apuntó el chico.
—Que seáis un iris y que esta sea vuestra condición de vida actual no quiere decir que yo no pueda expresar todo el respeto y devoción que siento por vos mediante mi lenguaje. No es por el apellido que poseéis, Yako, sino por el tipo de persona que habéis sido toda vuestra vida, vuestra forma de ser y vuestras acciones que tanto admiro. A no ser que me pidáis lo contrario como una orden, seguiré tratándoos de “vos” por libre elección propia.
Yako se quedó algo sorprendido. Él siempre había pensado que los iris y los habitantes del Monte se dirigían a los Zou con el máximo tratamiento de respeto de cada idioma que hablasen porque se veían obligados o porque se les había enseñado que era lo que debían hacer para respetar la jerarquía. Pero si Nessie le decía que era por mera elección propia, se preguntó si el resto de la gente también lo hacía por esa razón.
—Por cierto, ¿qué tal le va a mi hermanita la iris allá por Tokio, la que nunca escribe y nunca llama? —quiso saber Nessie—. ¿Hace bien su trabajo?
—Ah… Sí, excelente, como siempre. O eso es lo que oigo decir. Effie es una verdadera pesadilla para los criminales.
—Entiendo a esos criminales —bromeó la Guardiana, torciendo una leve sonrisa—. Espero que Pipi la valore tan bien como la valoraba Hideki. Aunque supongo que Hideki le tenía tanto apego a Effie porque compartían el mismo elemento del rayo.
—Espera, ¿no se suponía que una RS debía tener 9 iris de los 9 diferentes elementos? —le preguntó Kamal.
—Bueno, a veces se hacen excepciones si es necesario —le explicó ella—. Sobre todo si eres un iris extraordinario que se ha ganado algunos permisos, como Hideki y Emiliya, o Kei Lian Lao, el cual ha compartido su elemento con sus dos nietos en la KRS de Tokio. Algunos tienen favoritismos nepotistas, como Pipi; otros han nacido con alguna característica única sin precedentes, como Brey Saehara, el hijo menor de Hideki y Emiliya. Y otros hacen directamente lo que les sale de los mismísimos huevos, como Neuval Vernoux.
—¡Hahaha! —se rio Yako—. Vamos, Nessie, sabes que Pipi se comporta como un papá blando con todos los de su SRS, pero con Effie y con Yagami se porta más bien como un hermano mayor, ya que él y Neuval crecieron junto a ellos dos en la antigua SRS. Diría incluso que Pipi es algo más duro con Yagami que con Effie, aunque quizá sea porque Yagami es por edad el más mayor después de él. Además, Pipi no tiene favoritismos nepotistas. En esta Asociación tú compartes el mismo título que él y no has alcanzado el puesto de Jefa Guardiana por nepotismo, ¿verdad?
—Puedo probar que me lo he trabajado yo solita —bromeó Nessie, aunque manteniendo su tono serio, mientras enseñaba el muñón de su brazo izquierdo—. Pero perderé todo eso si sigo aquí de cháchara en mitad de mi horario de trabajo. No os entretenemos más, Shokubutsujin-san. Vamos, amorcito, sigamos en nuestro puesto de guardia —se llevó a Kamal, empujándolo con su muñón izquierdo, de vuelta a la salida del Sendero Rojo.
—Guau, Nessie… los Zou son de verdad pero de verdad encantadores y amables, ¿has visto esa sonrisa? Siento tanta paz ahora mismo en mi interior…
—Así es la energía de los ángeles, cielito…
Yako los siguió con la mirada, sonriendo.
Había varias familias o clanes importantes dentro de la Asociación, y eran de dos tipos: las “familias internas”, como el clan Crosbie, de orígenes escoceses y al cual pertenecía Nessie, cuyos miembros llevaban naciendo y habitando dentro de las tierras Zou desde hace dos o tres siglos y estaba formado sobre todo por monjes y Guardianes; y las “familias coligadas”, como el clan Suárez, al cual pertenecía Pipi, cuyos miembros nacen y habitan en otros países del mundo, pero llevan también al menos dos siglos cooperando con la Asociación desde el exterior, con la mayoría de sus miembros trabajando como almaati como si fuera ya una tradición o deber familiar, y también como iris si se daba el caso de que alguno se convertía.
Entonces, familias internas como la de Nessie estaban llenas de Guardianes y monjes, y familias coligadas como la de Pipi estaban llenas de almaati e iris. La Asociación y el trabajo en esta formaba parte de ellos desde que nacían. El cargo de jefe o jefa del clan solía heredarse por la línea primogénita. Nessie era la mayor de siete hermanos, y Pipi el mayor de tres, y sus respectivos padres eran los jefes del clan Crosbie y del clan Suárez. Por eso, los primogénitos que heredarían el mismo cargo solían ser llamados irónicamente o en broma “principitos” y “princesitas” de la Asociación –de ahí el mote que Neuval le puso a “Pipi”–.
A pesar de que su mote de “Pipi” persistía y todo el mundo ya lo llamaba así, Nicolás renunció a ese título hace ya muchos años, porque, aparte de haber tenido siempre una mala relación con su familia coligada, el tipo de vida que él deseaba tener no casaba con la vida que su familia quería que tuviese, así que cortó relación con ellos. Nessie, por el contrario, no tenía problemas con su familia y siempre había aceptado su responsabilidad y su destino como siguiente jefa del clan Crosbie.
Se preguntó entonces qué investigación estaría Yagami haciendo. Venir al Monte Zou a investigar algo significaba que buscaba un conocimiento muy especial que no se encontraba en ninguna otra parte del mundo. Si además llevaba varios días aquí, razón de más. Y esto le intrigaba. Pero si se trataba de una tarea encomendada por Pipi, Yako tenía que respetar la norma de asuntos privados entre RS y no podía preguntarle.
Supuso que Yagami debía de estar encantado de pasar unos días aquí aunque fuera cumpliendo una tarea de su RS. Era como visitar su casa. Yagami fue un niño japonés con una historia familiar muy trágica, complicada y muy especial. Al convertirse en iris, por una serie de motivos y circunstancias, acabó quedándose solo y en una situación de peligro, por lo que fue adoptado por la familia central del clan Crosbie, y se crio en el Monte Zou con aquellos siete hermanos de cabello naranja. Por cercanía de edad, se hizo íntimo amigo inseparable de la hija mediana, Effie, en especial porque ella era la única del clan que era iris, y Yagami y ella fueron acogidos juntos en la SRS de Hideki cuando eran niños. Yagami ahora tenía su vida en Tokio, estaba casado, era librero, y seguía trabajando en la SRS, pero todavía era considerado un Crosbie.
Cuando Yako ya los perdió de vista y se dio la vuelta para continuar su camino, su sonrisa volvió a desaparecer inevitablemente, porque volvió a recordar dónde estaba, y por qué estaba ahí… y por qué no deseaba estar ahí. Pero tenía un recado que cumplir.
Decidió atajar usando su iris, en vez de seguir el caminito que bajaba por la pared del acantilado hasta el río. Se puso al borde del precipicio y enseguida comenzaron a surgir enormes y retorcidas raíces de la pared rocosa a modo de escalones vegetales, haciendo vibrar el suelo. A medida que bajaba por ellas, la raíces se alargaban más y más, emitiendo sonidos crujientes. Cuando llegó hasta la orilla pedregosa del río, las enormes raíces volvieron a introducirse entre las rocas del acantilado, quedando todo como estaba. Acto seguido, el rígido y enorme tronco de una secuoya que había en la orilla del otro lado pareció hacerse de goma, y el gigantesco árbol se dobló sobre el río, formando un puente. Yako lo cruzó caminando sobre el inmenso tronco, y al llegar al otro lado del río, la secuoya volvió a enderezarse y a la normalidad.
Se adentró en el denso Bosque Plenario, a esas horas de la noche inundado de sutiles luces de diferentes colores, provocadas por la bioluminiscencia de varias plantas especialmente cultivadas por los Zou de antaño. Pero ni siquiera esa belleza a la que estaba tan acostumbrado podía mermar su apatía, ese sentimiento de malestar y de otra cosa incómoda que no se le iba de dentro.
Al poco rato de atravesar senderos, rocas, riachuelos, túneles y raíces gigantes sobresaliendo de la tierra acompañado por multitud de sonidos de insectos y animales, oyó las pisadas de algo grande acercándose.
El Bosque Plenario, como cualquier bosque del mundo, no era precisamente un lugar cien por cien seguro para cualquiera que caminara por ahí. Había que tener cuidado con animales típicamente territoriales como los ciervos milú, los pandas o los jabalíes, o venenosos como las serpientes, o depredadores como las panteras nebulosas o los leopardos autóctonos. Nunca atacaban a las personas a no ser que se sintieran amenazados o invadidos, y era un buen lugar donde los iris aprendían a conocer y cómo moverse o sobrevivir en entornos de pura naturaleza salvaje. Si quien necesitaba cruzar el bosque era un humano o cualquier otra persona que todavía no había aprendido a moverse por él, solía ser acompañado por Guardianes.
Sin embargo, lo que aterrizó delante de Yako era el depredador más grande que habitaba por esa región y las montañas de alrededor, y el félido más grande del planeta. Se trataba de un tigre de tamaño gigante, sobrepasando la altura de 4 metros que tendría un elefante africano. Era un tigre completamente blanco, sin rayas, con un ojo azul y otro amarillo. Yako se había puesto en guardia ante la repentina feroz amenaza, pero se mostró autoritario y firme, casi de manera instintiva, y el tigre, al ver sus dos poderosos ojos de luz dorada, retrocedió dos pasos con cautela. Entonces, los ojos de Yako se apagaron, mostrando su rostro pensativo y sorprendido.
—Sahab? —lo llamó.
El tigre abandonó su postura alerta en un instante y le dio un lametón a Yako con su áspera lengua gigante, de modo que lo tiró al suelo a dos metros de distancia.
—¡Hahaha! ¿¡Qué!? —se rio Yako, dejando que el enorme animal le diera amistosos empujones con su gran hocico—. ¡No me lo puedo creer! ¡Sahab! ¡Sigues vivo! —celebró, hablándole en árabe y acariciando sus mofletes.
Hace treinta años, Sahab sólo era un cachorro de tigre que quedó huérfano con su hermana, una tigresa que sí tenía el pelaje habitual naranja con rayas negras. Ambos cachorros moribundos fueron rescatados por el padre de Yako cuando era niño e hizo su primera expedición Zou en el mundo exterior, en el sureste de China. Se los trajo al Monte Zou, los alimentó y los crio hasta su edad adulta. Por esa razón, tenían un poco más de inteligencia que los tigres comunes, estaban amaestrados para reconocer a iris y a humanos y jamás atacar a las personas, a no ser que una persona tratara de atacarlos a ellos o matarlos. Si se encaraban con alguien como Sahab acababa de hacer con Yako, era solamente para asustar y alejar al intruso que en ese momento no querían tener cerca. Y podían entender algunas palabras en árabe, ya que Yeilang, el padre de Yako, los crio hablándoles en este idioma y les puso nombres del mismo: sahab, que significaba “nube”, ya que tenía un pelaje blanco y bastante difuminado alrededor de la cabeza, y su hermana suhara, que significaba “magma” por su color naranja intenso.
Nunca se supo con exactitud cómo Sahab y Suhara se convirtieron en tigres gigantes, pero la teoría más aceptada es que la energía Yang suprema de Yeilang pudo afectarles durante su crecimiento, o en las medicinas que fabricó él mismo con plantas y sustancias químicas naturales y que les inyectó en la sangre para revivirlos cuando eran cachorros al borde de la muerte. Quizá también explicaba su longevidad, ya que los tigres no solían vivir más de 15 años.
Lo que sí tenían era una baja fertilidad. Siguiendo su instinto, ambos tigres se habían unido varias veces, pero en tres décadas sólo habían tenido una camada de tres cachorros de pelaje naranja blanquecino el mismo año que nació Yako, y Yako creció sus primeros años jugando con ellos en el bosque hasta que su padre murió y se fue a vivir a Tokio, aunque los había visto más veces en sus esporádicas visitas al Monte, a pesar de que los tres descendientes de Sahab y Suhara se habían instalado en territorios algo lejanos. Y a diferencia de sus progenitores, estos tres hijos no habían alcanzado el tamaño de sus padres, si bien seguían siendo bastante más grandes de lo normal.
Sahab emitió unos leves rugidos y movió la cabeza a un lado un par de veces.
—¿Eh? —preguntó Yako. El tigre repitió esos sonidos y ese gesto—. Eh… Lo siento, Sahab, yo no puedo entenderte tan bien como hace Alvion, o como hacía mi padre. O como haría un iris Dobutsu. Yo no domino esa habilidad… al menos no conscientemente.
El tigre repitió lo mismo por tercera vez, parecía insistente, por lo que Yako intentó esforzarse para salir al menos un momento de su zona de confort donde sólo se limitaba a dominar el elemento de su iris planta.
—Ahm… ¿“Crías”? —preguntó Yako, creyendo entender un poco. El tigre repitió—. Espera… ¿¡Suhara y tú habéis tenido crías nuevas!? —brincó perplejo, y tocó su hocico para indicarle que se refería a él, pero Sahab sacudió la cabeza, y repitió el mensaje—. Ahm… crías… ¿“crías tienen crías”? ¡Ah! —logró entender por fin—. ¿¡En serio!? ¿Uno o varios de tus descendientes ha tenido sus propias crías? Aaah… por eso intentabas asustarme antes, estás protegiendo el territorio. Así que tienes nietos por este cuadrante del bosque, ¿eh?
Sahab le pegó otro lametón que lo derribó al suelo de nuevo. Yako se quejó por el golpe, pero volvió a reírse y a rascar el morro del animal.
—No te molesto más, entonces. Pero tengo que cruzar por este tramo, que me acorta el camino. ¿Me dejas?
No estaba seguro de cuántas palabras podía entender Sahab, pero al parecer el tigre entendió la petición de otra forma, e invitó a Yako a subirse sobre él para llevarlo él mismo lejos del territorio donde no quería presencia de otros animales o personas. Caminó a su alrededor frotando el lateral de su inmensa cabeza contra su cuerpo. Yako entendió enseguida, pues montar sobre Sahab o sobre Suhara había sido una práctica normal para él, para su padre e incluso para Alvion desde que adquirieron tamaño suficiente. Ni Yako, ni su padre ni su abuelo les habían pedido jamás a ambos tigres montar sobre ellos, siempre que los habían montado había sido porque los propios tigres los habían invitado a hacerlo. Curiosamente, ninguno de los dos había permitido jamás que los montase ninguna otra persona, ni siquiera iris Dobutsu. Al parecer, solamente se lo permitían a los Zou.
Yako se agarró al denso pelaje bajo sus orejas y escaló hasta sentarse sobre su cuello, sujetándose bien. Entonces, Sahab dio un salto de veinte metros para cruzar un tramo pedregoso y siguió corriendo por el bosque, haciendo temblar un poco el suelo.
Yako echó de menos esto. Ver a Sahab o a Suhara siempre le recordaba a su padre, los escasos tres años que pudo llegar a vivir con él le dejaron sin embargo miles de recuerdos. Y esto, una vez más, le trajo de vuelta esa apatía, ese malestar. Esa inmensa rabia que llevaba conteniendo 18 años.
Cuando llegaron a la zona donde flotaban las extraordinarias Nubes Rocosas violando inexplicablemente la ley de la gravedad desde hace más de tres siglos, Sahab se paró al llegar al borde de uno de los colosales hoyos que una Nube Rocosa había dejado ahí. Podía seguir recorriéndolo yendo pendiente abajo, pero Yako se dio cuenta de que el animal estaba mirando fijamente hacia arriba y tenía las orejas echadas hacia atrás.
Como habían salido de la espesura de los árboles, volvían a tener una vista despejada del paisaje y del cielo estrellado. Entonces, Yako encontró la razón por la que Sahab se había detenido y se había puesto tenso. Allá arriba, a unos 150 metros de distancia, flotaba uno de los trozos de tierra desprendidos del suelo, unido a otros cercanos mediante puentes y raíces colgantes. Sobre él, destacaba a simple vista el intenso color blanco de una criatura humanoide que medía tres metros. Su piel era del más puro, opaco y denso color blanco que existía y emitía algo de luz, pero además tenía una serie de finas líneas negras dibujando formas o patrones en su cuerpo, como si fueran tatuajes, pero no lo eran, eran trazos de luz negra.
Este alto ser imitaba el cuerpo humano de una mujer. Tenía pechos y una figura femenina, y un cabello blanco algo largo, liso, de corte recto, recogido por arriba con un adorno dorado. Sus ojos también eran blancos enteros, y vestía con unas prendas blancas que igualmente estaban hechas de energía, no de tela, imitando como velos vaporosos las prendas humanas características de los nativos de América. Sin embargo, su cuerpo perfecto carecía de ombligo, de pezones y de uñas.
Frente a ella, estaba el anciano Alvion, con su característica melena larga y blanca, y su elegante vestimenta de kimono verde oscuro con bordados dorados y capa.
—Ah… son Alvion y la diosa Yero —dijo Yako, aburrido, apoyándose con desgana sobre sus brazos, encima de la cabeza del tigre, el cual emitió un gruñido—. Lo sé, a mí tampoco me caen bien los dioses, por mucho Yang que tengan varios de ellos. —El animal emitió otros sonidos, haciendo un ademán con el cuerpo—. ¿Eh? No, tranquilo, no hay que ir a proteger a Alvion, no está en peligro. De lo único de lo que el abuelo estará siendo víctima ahora, será de la soberbia y la condescendencia de esa diosa, diciéndole cómo debe hacer las cosas y dirigir la Asociación y proteger este falso equilibrio. ¿Sabes qué? Podrían por una vez decirle si han conseguido averiguar alguna pista sobre quién mató a papá. Pero no. No es “una materia que les importe”.
Sahab empezó a gruñir un poco, a mover la cabeza bruscamente, de repente parecía incómodo. Yako se vio obligado a bajarse de él, que era lo que parecía pretender el animal.
—Hey, tranquilo, ya me bajo. ¿Te has cansado de mi peso? —le preguntó, pero entonces Sahab lo miró de frente, con ojos molestos—. Eh… ¿qué? ¿Mi “energía”? ¿Mi energía te está incomodando? ¿Qué quieres decir? Sólo tengo Yang. —El tigre enseñó sus enormes colmillos retrayendo el hocico por un momento y expresó otro gruñido—. ¿Mi… “odio”? —murmuró Yako con sorpresa, pero no lograba comprender—. No sé a qué te refieres con eso, Sahab. Yo estoy bien, me siento calmado, y contento de haber paseado contigo una vez más. —Sahab tardó un poco en reaccionar, pero finalmente acercó su cabeza a él como un gesto afectivo, y dejó que Yako lo acariciara con los dos brazos enteros—. No pasa nada, ya me has ahorrado varios kilómetros. Gracias por llevarme. Vuelve con tu familia, cuídala bien. Espero verte de nuevo.
El inmenso félido se marchó de vuelta a su territorio. Cuando Yako volvió a mirar hacia aquella Nube Rocosa en el cielo, Alvion y la diosa del Yang ya habían desaparecido. Se quedó un poco extrañado. «¿Desde cuándo el abuelo se reúne con los dioses en un lugar tan recóndito y apartado como ese y no en el templo como siempre han hecho? ¿Por qué vendrían hasta una Nube Rocosa para charlar, tan alejados del resto? ¿Y de que estarían hablando? ¿Quizá la diosa Yero quería comprobar el estado de la antigravedad de las Nubes Rocosas? Bueno, ¿y por qué me hago estas preguntas?» pensó molesto, «No me importan estos temas entre Alvion y los dioses. Yo he venido aquí a dejar una información y ya está».
No se daba cuenta, pero su mal humor no hacía más que aumentar. Y su agobio, su frustración, su impaciencia. Supuso que Alvion ya se había marchado volando de regreso al templo.
Siguió cruzando el bosque, corriendo y saltando con su velocidad iris. Al llegar al cuadrante final, donde se encontraba el siguiente precipicio que ya descendía hacia el gran valle y el colosal Puente Blanco, pasó por un robledal. Se apoyó en el tronco de un roble inclinado para pasar por sus entrelazadas raíces salientes. No obstante, nada más rozar el tronco con su mano, el roble empezó a adoptar un tono grisáceo y paupérrimo. Sorprendido, miró hacia arriba y vio cómo las ramas decaían un poco, y las hojas, marchitándose a gran velocidad, acababan cayendo, dejándolo desnudo. Quitó la mano del tronco al instante, desconcertado. El roble quedó medio podrido. Tuvo un presentimiento, y le dio por mirar a sus espaldas. Para su horror, numerosas plantas, flores y árboles con los que se había cruzado en su camino estaban marchitos también.
Antes de que pudiera preguntarse nada, oyó un fuerte crujido por encima de su cabeza y una voz gritando, y de repente le cayó una niña entre sus brazos. Debía de tener algo más de 10 años, de rasgos hindúes, e iba vestida con el traje reglamentario de los iris filiz –los que ya dominaban un elemento–, el cual combinaba prendas mayoritariamente blancas y algunas negras. Tanto el fajín de su cintura como la luz de su ojo derecho –era zurda– eran de color verde oscuro. Cuando alzó la vista hacia quien la sostenía, murmuró una larga exclamación de asombro, quedando prendada de su rostro de divinas facciones.
—Hola —sonrió Yako.
—Oh… ¿Tienes novia? —le preguntó la chica, todavía embelesada.
—Aeh… —le chocó la repentina pregunta.
—¡La localicé! —se oyó la voz de un hombre acercándose, y apareció un nuevo iris, quizá de 40 años, de piel oscura y vistiendo el traje con el fajín de color verde claro.
Yako dejó a la chica en el suelo y vio que además de aquel iris Shokubutsu novato venían otros dos hombres bien conocidos. Reconoció enseguida al pálido monje Knive con su sombrero de copa y los discos de plata decorándolo, y con sus ropajes negros y elegantes que recordaban a la aristocracia europea antigua. Junto a él, venía un hombre más joven, de treinta y tantos, alto y delgado, con una larga melena castaña un poco enmarañada, algo de barba y ojos oscuros risueños, quien también vestía con el fajín verde claro. Pero su traje iris era el propio de un iris ya oficial, ya que se trataba del iris Shokubutsu de la SRS de Pipi; se trataba precisamente de Yagami.
—¡Yako! No me lo creo… ¿Tú por aquí? —lo saludó este felizmente.
—Mi Señor —sonrió monk Knive, haciéndole una cortés reverencia.
Yako suspiró. Preferiría que monk Knive ni lo llamase así ni tuviese esos formalismos con él –aunque la formalidad del monje Knive venía implícita en su forma de ser–, pero todos los monjes se empeñaban en hacerlo, igual que los Guardianes como Nessie.
—Hola, Viggo —saludó al monje gótico con sombrero de copa, y luego miró al hombre de las melenas largas—. Yagami, justo antes me he cruzado con tu hermanastra Nessie.
—Ah… ¿Está guardando la entrada del este? Suele guardar siempre las del sur y sureste.
—Parece que le está enseñando el oficio a su nuevo marido. El acceso del este del Sendero Rojo es el que más usa la gente.
—¡Aah! Sí, Kamal, un chico muy majo. Un poco brusco —se rio Yagami.
—Sí, un poco —sonrió Yako, frotándose la nuca por el golpe de antes—. Me ha comentado Nessie que llevas varios días aquí haciendo un trabajo de investigación. ¿Te queda mucho?
—No. Necesito quizá un par de días más, pero creo que ya estoy cerca de lo que necesito —suspiró Yagami—. Aunque al menos así he podido visitar a los Crosbie. Hoy he estado toda la tarde con mis hermanastros Dallas, Hallie, Kinnon, Bonnie y Ferris celebrando el cumpleaños de un primo. Y Effie me ha llamado desde Tokio para gritarme que no es justo y que le doy envidia. No pude participar en el rescate de Kyo, que por cierto, me alegro de que se solucionara con vuestra victoria. ¿Te enfrentaste a Akira? Será un idiota, pero tiene buenos trucos.
—Sí, ya me fijé —contestó Yako—. Intentó ahorcarme con tallos de portulacaria, pero él es más de plantas acuáticas, no se le veía muy cómodo en aquel terreno.
—¡Ooh! ¡Hablando de planta acuática...! —exclamó Yagami de repente muy emocionado, sobresaltando a todos los demás, y se puso a rebuscar en sus bolsillos—. ¡Vas a alucinar, Yako! No te lo vas a creer. He sido bendecido con el hallazgo... —sacó entonces del bolsillo, alzándola en alto, la figurita de una flor de loto preciosamente tallada en madera—... ¡de una Flor de Juno!
—¿¡Qué dices!? ¿¡Sí!? —celebró Yako—. ¡Guau! Hacía mucho tiempo que nadie encontraba otra. ¡Enhorabuena!
—Kini yen? —le preguntó la niña a su compañero en voz baja. (= ¿Qué es eso?)
—Àh-àh! Sé o kò gbó àrò tó n lo káàkiri? —le dijo Yako a la joven con énfasis, levantando un dedo. (= ¿Cómo? ¿No has oído el rumor que circula por ahí?)
—¡Ahh! —la niña dio un respingo de desconcierto—. ¿¡Hablas yoruba!?
—¡Por supuesto! —sonrió Yako—. Una de mis antepasadas era de Nigeria. Tú también eres de allí, ¿a que sí?
—Eres demasiado blanco para tener sangre negra —apuntó ella, confusa.
—Tengo sangre de unas quince razas humanas —se rio Yako.
—Entonces entendiste la pregunta que te hice antes, ¿verdad? Si no tienes novia, yo estoy disponible —se cruzó de brazos, esperando una respuesta oficial.
—Tengo algo mejor que darte que una inadecuada e ilegal relación de pedofilia —esquivó Yako la proposición de la muchacha, sin abandonar ese entusiasmo, señalando lo que Yagami sostenía en la mano—. El misterio de las Flores de Juno. Circula un rumor desde hace años, que por todo el templo y por la Ciudadela se ocultaron 150 de estas figuritas de madera. Pueden estar en cualquier parte, en cualquier rincón, grieta o agujero, bajo una piedra, entre unos libros, dentro de algún cajón, sobre algún tejado... En todo este tiempo sólo 51 han sido encontradas.
—Oooh... ¿Y qué pasa si encuentras una? —se asombró la niña, igual que su otro compañero iris.
—Que te llevas un regalo muy especial —continuó explicándoles Yagami—. Veréis. La joven doncella Juno vivía feliz en el templo. Quería siempre hacer de todo, bailar, correr, cocinar, jugar, leer, dibujar, ayudar a todo el mundo, explorar estas tierras... Se dice que tenía un deseo profundo en su corazón, traer regalos y diversión a todo el mundo, para que no olvidaran que la vida no sólo era lucha, crimen y peligro, porque ella, de pequeña, tuvo una trágica infancia. Pero un Zou la rescató, y la trajo aquí, y ambos acabaron enamorándose perdidamente el uno del otro, y tuvieron un hijo. Sin embargo, la joven Juno empezó un día a ponerse muy enferma. Ya no podía correr, bailar, divertirse... Pero ella jamás expresó tristeza. Su deseo seguía ahí. Y durante los últimos meses que pasó en cama hasta su último aliento, talló 150 figuritas de madera. Cada una de ellas es una flor diferente. Y dentro de cada una de ellas, su amado Zou colocó una semilla diferente, destinada a plantarse, cuidarse y convertirse en una planta de frutos comestibles que dicen ser los más deliciosos del mundo. Nunca sabes qué tipo de flor encontrarás y qué tipo de semilla encierra y el tipo de fruto que te dará. Es un misterio, hasta que lo siembras y lo ves crecer.
—¡Oooh! ¡Yo quiero uno! ¡Yo quiero uno! —saltó la muchacha.
—Cuidado con obcecarte —le advirtió Yagami—. Muchos se han obsesionado con buscar las Flores de Juno con demasiado interés, planificando, buscando posibles mapas o trazándolos, examinando lugares, usando técnicas y recursos... pero nadie ha encontrado jamás una de ellas con esa actitud. Dice el rumor que la Flor de Juno te encuentra a ti, precisamente cuando menos te lo esperas. Por eso, la sorpresa que sientes es más especial.
—¿Has abierto ya tu flor y has averiguado qué frutos te dará la semilla?
—Nop. Pero no te puedes imaginar las ganas que tengo de averiguarlo. Nada más volver a mi casa, plantar la semilla será lo segundo que haré. Lo primero será besar a mi mujer, claro —sonrió Yagami, pero luego miró a Yako—. Bueno, aunque... De hecho... Ya que estás aquí, Yako... Prefiero preguntártelo. Me hace ilusión tenerla, pero me complacería mucho más dártela a ti si la deseas. Por favor, no seas amable, sé sincero. ¿Te haría feliz quedártela?
Yako lo miró sorprendido un momento. Pero luego dibujó una cálida sonrisa, llena de regocijo por la admirable bondad y generosidad de Yagami.
—No.
—¿Estás seguro? Es algo creado por tu padre y tu madre.
—Yo ya encontré una flor cuando era pequeño. La encontré justo el día en que me marché del templo para mudarme a Tokio definitivamente. Resulta que había estado 8 años debajo de la cama de mi cuarto. La encontré mientras hacía las maletas y recogía todo. De casualidad. Y por eso, cuando en un principio me iba a ir del templo lleno de rabia, enfado, tristeza... la sorpresa del hallazgo calmó la tormenta de mi interior. Me fui, pero me fui con paz. —Yagami hizo un gesto comprensivo—. Por eso, no, no me haría feliz quedarme tu flor, me haría feliz que te la quedes tú y disfrutes su sorpresa, como mi madre quería, sin importar quién la encontrara.
Yagami, entendiendo sus palabras, se llevó la flor al pecho, atesorándola, y la guardó de nuevo en el bolsillo de su pantalón. Yako entonces se dio cuenta de que tanto la niña Dobutsu como el otro hombre Shokubutsu no paraban de mirarlo absortos y llenos de curiosidad, preguntándose quién demonios era, ya que no lo reconocían.
—Eh... Viggo, ¿estáis Yagami y tú haciendo algo con estos dos iris filiz? —quiso saber.
—Bueno… Sí —contestó el monje Knive, cerrando los ojos un momento—. Me hallo en medio de una instrucción con un grupo de iris Dobutsu y Shokubutsu, y Yagami me está echando una mano voluntaria.
—¿Instrucción? Pero… tú impartes autocontrol y técnicas mentales en las salas del templo aclimatadas para ello. ¿Estás probando algo nuevo aquí en el bosque?
Yako empezó a sentir una ligera preocupación cuando vio que tanto monk Knive como Yagami guardaban un silencio extraño. Yagami entonces se acercó al oído del Knive.
—Vas a tener que contárselo —le susurró, y seguidamente les hizo una seña a los otros dos iris—. Chicos, volvamos con el grupo, ya habéis descansado suficiente. Yako, ya nos vemos por ahí —se despidió.
—Eh… sí… hasta la próxima. Supongo —dijo Yako, más confuso que antes.
Cuando se quedaron solos, el monje Knive se acercó más a Yako. La expresión de su cara denotaba de todo menos buenas noticias, y aun así el gótico mantuvo una postura calmada.
—Ejem —carraspeó—. Veréis. Me estoy haciendo cargo de esta sesión de entrenamiento elemental con un grupo de iris Dobutsu y Shokubutsu…
—¿Qué? —le interrumpió sorprendido—. ¿Entrenamiento elemental? Ese tipo de entrenamiento sólo lo imparte Alvion.
—El caso es… que Alvion no se ha encontrado muy disponible hoy. Se ha levantado esta mañana un poco pachucho, y los demás monjes, como yo, le estamos sustituyendo en algunos entrenamientos elementales con ayuda voluntaria de algunos iris veteranos que, como Yagami, están aquí cumpliendo una visita o un recado.
—Oh, ya veo… —entendió finalmente, asintiendo más tranquilo—. ¿A qué venía tanto misterio, Viggo? Alvion ha tenido días pachuchos antes. ¿Por eso lo vi hace un rato tan escondido hablando con uno de los dioses sobre una de las Nubes Rocosas? ¿Estaba Yero regañándolo por cometer la osadía de tomarse hoy un descanso? Después de todo, eso es lo único por lo que se preocupan… explotarnos…
Monk Knive no dijo nada mientras Yako decía esas palabras de tonalidad desinteresada que, sin embargo, guardaba un intenso y profundo desdén en sus raíces, algo que el monje pudo observar cuando, al mirar a los pies de Yako, vio la hierba que lo rodeaba marchitándose poco a poco. Después se fijó en aquel roble de ahí al lado, seco y mustio, y más allá, un camino de algunas plantas marchitas también. Supuso que era el camino por el que Yako había venido.
—No pretendo ofender, Señor, pero me sorprende mucho veros a vos aquí —le dijo entonces.
—Heh… si te soy sincero, a mí también. Pero ha sido por fuerzas mayores. Tengo un pequeño recado que cumplir por parte de mi KRS, nada más.
—¿Puedo saber de qué se trata, mi joven Señor?
—Tengo que informar de algo importante a Alvion, de algo sobre Denzel.
—¡Oh, no! —exclamó el monje, y sus ojos marrones se tornaron preocupados—. ¿Le ha ocurrido algo?
—Tranquilo, él está bien.
Era normal que monk Knive se alarmase por una noticia así. Todos los monjes tenían a Denzel en alta estima porque él era el principal mentor de los monjes en las materias que instruían. De las materias que los monjes enseñaban, había diez troncales: las cien por cien prácticas, como Manejo de armas, Artes marciales, Espionaje y Terrenos, Ingenio y Recursos, y Manejo de vehículos; las semiteóricas como Química y Biología, y Tecnología e Informática; y las teóricas como Historia y Gobiernos, Mente y Autocontrol –especialidad de monk Knive– y Naturaleza humana vs iris.
Denzel era más que experto, no en todas, pero sí en muchas de estas asignaturas y era quien aportaba siglo tras siglo toda su sabiduría sobre ellas. Antaño él era quien enseñaba y entrenaba directamente a los monjes para que supieran entrenar y enseñar las mismas cosas a los iris, mientras los Zou reforzaban el entrenamiento de los elementos pero ya combinado con las materias prácticas y con las teóricas. Pero como con el tiempo la Asociación ya se fue consolidando y habituando más a un sistema cada vez más organizado y cada vez con más métodos mejorados, los monjes ya se encargaban de instruir a los futuros monjes. Aunque Denzel les hacía evaluaciones esporádicas por si hacía falta cambiar, mejorar o añadir algo.
Este solo era un tercio de todo el servicio que Denzel prestaba a la Asociación desde que se unió a ella. La otra parte que cumplía era la de recoger iris por todo el mundo con su teletransporte, y también, las Técnicas espaciotemporales de sus pergaminos, que sólo los Líderes de las RS podían ejecutar.
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