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2º LIBRO - Pasado y Presente









33.
Secuestro

Apenas eran las dos de la mañana cuando Brey comenzó a ser arrancado de los brazos de Morfeo, a ser despojado del Nirvana, a ser llevado lejos del reparador sueño que tanto necesitaba… por culpa de una vocecita familiar que no paraba de llamarlo y de zarandear su brazo.

—Papá… papá…

Brey abrió los párpados como si le pesase un kilo cada uno y respiró hondo, despertando sin remedio. Brey siempre solía dormir con una tenue luz encendida en su habitación, por eso vio sin problema a Daisuke ahí al borde su cama con cara disgustada. Cualquier persona desconocedora de la Asociación podría preguntarle con burla si es que le daba miedo dormir a oscuras. Y la respuesta era sí.

Nada de lo que avergonzarse. Esto les pasaba a todos los iris Den, e incluso a los Ka, por obvias razones. Más que miedo, estar en plena oscuridad les provocaba estrés, nervios y una sensación similar a la asfixia, porque la esencia de sus elementos era la luz, y la oscuridad era lo contrario a sus entornos predilectos. Los Ka tenían, además, la desventaja de sentirse así también en entornos muy fríos o con muy poco oxígeno. Por el contrario, ni el frío ni el vacío eran debilitadores para los Den, porque la electricidad y la energía electromagnética podían existir en ellos sin problema, si bien no podía manifestarse como un rayo en el vacío, sólo como partículas de carga eléctrica.

—¿Qué pasa ahora, korol’ dramy? —dijo dando un suspiro perezoso y lleno de paciencia, frotándose los ojos—. Cuéntame tu nuevo drama.

Daisuke no dijo nada. Solamente empezó a sollozar con enormes ojos avergonzados, agarrándose al borde del colchón bajo su barbilla.

—Ya… —bostezó Brey, comprendiendo al instante.

—Es que no me he dado cuenta… Es que… —siguió lloriqueando y moqueando—. Perdón… —hundió la cara entre sus manos sobre el colchón.

Brey terminó de desperezarse y se levantó de la cama.

—Anda, ven aquí, meón —lo cargó en brazos y lo llevó a su cuarto de baño para quitarle el pantalón de pijama mojado y lavarle en la bañera—. Esa tela impermeable que compré para tu cama es la mejor inversión que he hecho.

Para él era una nimiedad porque había pasado cientos de veces, pero Daisuke se puso a llorar más fuerte mientras su padre lo colocaba dentro de la bañera, tapándose los ojos.

—¡Dai! ¿Te duele algo?

—Por favor, no se lo digas a la asistente social… No se lo cuentes a los niños de mi cole… Ni a los abuelos…

Brey comprendió que esta vez Daisuke se sentía más avergonzado que nunca. Ahora que había empezado el colegio, tenía ese miedo natural de recibir burlas por este tipo de cosas.

—No pienso decírselo a nadie —lo tranquilizó Brey mientras le lavaba con agua tibia—. No es asunto de los demás, Daisuke, estas cosas son personales, privadas.

—¿No estás enfadado?

—Pues claro que no, bobo. Oye, tranquilízate —le cogió las manos para apartarlas de sus ojos enrojecidos, y lo miró con una sonrisa serena—. ¿Te crees que esto te pasa sólo a ti? No te avergüences, Daisuke, mojar la cama es algo muy normal en los mocosos de tu edad. A Clover también le ha pasado.

—Sí, pero mucho menos que a mí…

—A unos niños les pasa más y a otros menos. Te aseguro que a la mayoría de mocosos de tu clase también les pasa.

—¿Sí? —se sorprendió—. Pero siempre me dices que tengo que aprender a dejar de hacerlo.

—Sí, pero eso te lo digo para que tu mente vaya tomando conciencia —le explicó, señalándose la cabeza—. Te lo digo para que se te vaya quedando dentro y vayas entrenando la atención. Cuando duerme, tu cerebro desconecta del cuerpo, pero se puede acostumbrar a no desconectar del todo, de modo que cuando sienta ganas de mear, tu cerebro se puede despertar a tiempo y así puedes ir al baño.

—Pero ¿cómo hago para entrenarlo?

—Nada, solamente tienes que pensarlo a fondo. Dile a tu cerebro cada noche: “oye, despiértate enseguida nada más notar ganas de mear”. Hay niños que tardan más años que otros en entrenar esto.

—¿Y si yo tardo mucho?

Brey lo sacó de la bañera y lo envolvió entero con una toalla, convirtiéndolo en un burrito, y se quedó un rato abrazándolo, sentado sobre la tapa del retrete, mientras se secaba.

—No pasa nada —le respondió sin más.

Daisuke entonces se quedó por fin callado. Se sintió aliviado. Pero luego se giró para mirarlo.

—¿Puedo dormir contigo esta noche?

—Si te voy a cambiar las sábanas ahora…

—No es por eso… Es que… —balbució el niño—. Hay algo raro en mi habitación esta noche. Se siente raro… A lo mejor es un fantasma… Como a Clover no le hacen nada, sé que ella no tiene problema, pero a mí me ponen nervioso y sueño pesadillas, y sé que estando Clover no me van a hacer nada malo, pero es que sólo pensar que hay alguno cerca me da mucho miedo…

No era la primera vez que Brey oía de él la misma historia sobre los fantasmas, y esa parte rara de que a Clover no le hacían nada, o de que Clover podía ahuyentarlos, mientras que a él le daban miedo… Creía que todo esto estaba en la imaginación de Daisuke, porque no era posible para un humano detectar, percibir ni notar ni un ápice la energía de los fantasmas. Ni siquiera era posible para los iris, excepto para los Den.

De ahí venía la famosa fobia que el propio Brey tenía a los fantasmas. De hecho, todos los iris Rayo la tenían. Los iris Den sí podían notar el campo electromagnético de los fantasmas. Lo notaban físicamente, como escalofríos fuertes en el cuerpo, cosquilleos punzantes en la piel, y era una sensación extremadamente desagradable para ellos, que se traducía en una fobia.

—¿Qué tal si voy yo mismo a comprobarlo, y si no hay nada, duermes en tu cama como un niño mayor?

—Quiero dormir contigo de todas formas —insistió Daisuke, agarrándose a su camiseta.

—¿Y Clover, la dejas durmiendo sola?

—Mm… —agachó la cabeza, de nuevo con vergüenza—. Creo que no le importará. Creo que está un poco enfadada conmigo.

—¿Qué? —se sorprendió Brey—. Pero si sois los hermanos que mejor se llevan del mundo.

—Creo que es por mi culpa… ¿Sabes ese niño extraterrestre que siempre está con ella, Jannik, el que me dijiste que vigilara para que no molestara a Clover?

—Sí. Pero ¿por qué esa manía de llamarlo extraterrestre? Espero que no lo digas porque es albino o porque habla y viste raro.

—No. Porque es medio extraterrestre —contestó Daisuke como si fuera obvio—. Igual que el jefe de la abuelita Norie, el señor importante que se murió hace poco.

Brey torció una mueca, sin entender de dónde sacaba Daisuke semejantes ideas de fantasía.

—Pues es que resulta que ha dejado de ser amigo de Clover… Y creo que es por mi culpa, porque al final he conseguido espantarlo… Clover no me lo ha dicho y ha fingido estar bien, pero yo sé que ella ha estado triste desde ayer y creo que me culpa en secreto y…

—Ah… blyat… —murmuró Brey, comprendiendo—. No, Daisuke. Eso no es culpa tuya.

Brey recordó que hace varias horas, esa misma tarde, antes de la llegada de ese extraño asistente social tan feo, había hablado con Clover sobre ese tema y había descubierto que realmente la había defraudado. La había cagado con eso, porque no había sabido ver lo importante que era Jannik para Clover, porque no había sabido ver que su hija estaba teniendo problemas para hacer amigos en el colegio, y la hacían sentirse sola y rara.

Sola y rara… Brey nunca habría imaginado que Clover experimentaría las dos mismas sensaciones que él padecía ante la sociedad humana. En su caso, era por razones sólidas y lógicas, él había nacido siendo iris, con una forma de sentir y pensar diferente que la gente confundía con frialdad o distanciamiento, y había experimentado esto desde que tenía la misma edad que los mellizos. Claro que él siempre había tenido el apoyo y la comprensión de sus padres, y posteriormente la de su hermana y Neuval cuando pasó a vivir con ellos, y por eso aprendió bastante pronto a tener una conciencia clara de sí mismo y de la existencia lógica de sus diferencias con los humanos y los demás iris.

Pero Clover no se sentía comprendida por él. Realmente le había dolido oírla decir que Jannik era la única persona del mundo que la comprendía además de Daisuke. No lo entendía, ¿qué tenía Clover de raro a ojos de los demás? Era una niña dulce, amistosa con todos, lista y observadora, un poco bruta cuando la enfadaban, defensora de la justicia… y además era la más hermosa de todas las niñas. Era todo lo que Brey veía en ella. ¿Qué le faltaba por ver, qué se le escapaba? Vale, puede que desde bebé la hubiera visto hacer cosas extrañas, como quedarse en trance mirando algún objeto, o hablar sola mirando a una pared, o decir algunas cosas escalofriantes sobre gente muerta o coleccionar objetos de todo tipo, incluso bichos muertos o muñecos muy antiguos, desgastados y feos.

Quizá había estado tan ocupado concentrándose en la parte de alimentarlos, bañarlos, sacarlos a pasear, hacerles cumplir un horario rutinario y comprobar cómo hacían la tarea escolar… quizá había estado tan activo en la superficie pero tan cansado y soñoliento y de luto por Yue por dentro, que había normalizado estas rarezas de Clover simplemente por no pararse a pensar en ellas.

Recordó lo que Jannik le dijo, que compartía con Clover una afición que denominaban como “intramaterialogía”. ¿Qué diantres era eso? Tal vez debería interesarse más por saberlo. Para Clover era muy importante, por lo visto. Brey tenía que reconocer que había pecado de indiferencia. De dar por sentado que los niños pequeños son simples y sus problemas emocionales son una nimiedad. Pero Clover le había sorprendido y demostrado lo contrario.

Uno de sus mayores miedos era ese. Fracasar en el correcto desarrollo emocional humano de los mellizos. Porque esa era su misión, además de mantenerlos limpios, alimentados y protegidos. Y Mei Ling siempre le solía advertir de esto. Tenía que haberla escuchado más. Era a esta edad cuando ya podían comenzar a nacer las grietas, y repercutir en el futuro, en la adultez.

Ya había visto la desafortunada grieta que se había formado entre Cleven y Neuval, por ejemplo, o entre Lex y Neuval. Y aunque lo de Cleven y Neuval ya se hubiera más o menos solucionado, o aunque lo de Lex y Neuval pudiera solucionarse quizá en un futuro, ya habían perdido siete valiosos años. Brey no quería perder ni un día de relación buena y sana con los mellizos. Sólo llevaba cinco años siendo padre, pero se había convertido en algo ya tan real para él que no concebía otra realidad u otra vida diferente.

Para él era mucho más importante que para cualquier otra persona en el mundo. Convertirse en iris era un fenómeno que les ocurría a algunos humanos, era un gran cambio, y con él venía la necesidad vital de proteger física, mental y emocionalmente a cualquier humano bueno e inocente de cualquier mal. Era una misión que les había venido de repente, y algún día, si querían, podían abandonarla. El iris, esa energía Yang sobrehumana extra que habían adquirido tras una tragedia, un Zou podía volver a extraérsela si lo pedían.

No era así para un iris que nunca se había convertido, sino que había nacido ya siéndolo. Esa necesidad vital formaba parte de él de por vida y con más arraigo que los demás iris, porque estaba totalmente atada a su ADN y a su alma. Si además el humano que debía proteger era un amigo o un familiar, esta razón de su existencia era diez veces mayor. Y si era un hijo, era una razón cien veces mayor.

Al ser un iris nato veterano, Brey era un experto en detectar, analizar y comprender las emociones humanas que atañían a situaciones de supervivencia, trauma, peligro, crisis y amenazas. Y aunque no se le diera tan bien con las emociones humanas más cotidianas, simples y absurdas, sabía, como cualquier iris, que los conflictos emocionales humanos había que solucionarlos cuanto antes, sin dar paso al miedo, o a la vergüenza o al rencor, tres de las causas más comunes que hasta los humanos adultos padecían a la hora de procrastinar o evitar resolver sus relaciones con los demás. Así lo había hecho Neuval al reconciliarse con Cleven tras su pelea y huida de casa. Neuval tenía la firme intención de tener esa reconciliación con Cleven, sin miedo o vergüenza alguna como otros padres humanos tendrían ante sus hijos adolescentes. Solamente había pedido consejo a Alvion para prepararse para hacerlo de la mejor forma posible. Si con Lex no se había reconciliado aún, no es porque no lo hubiera intentado docenas de veces, es porque Lex no había estado preparado o de acuerdo.

Brey iba a arreglar ese problema con Clover, lo antes posible. Ojalá pudiera hacerlo ahora que ya estaba más mentalizado tras sus dudas de esta tarde, antes de tener que irse muy temprano en la mañana a Osaka a cumplir su parte de la misión con Drasik, pero no quería despertarla. No pasaba nada. Mañana, después de regresar de la misión, lo haría.

Después de ponerle a Daisuke una camiseta enorme de las suyas, accedió a que durmiera con él. Lo metió y arropó en su cama, y lo dejó solo un momento, saliendo de la habitación para ir a cambiar las sábanas de la cama del niño. Silencioso y a oscuras, alumbrándose con la luz amarilla de su ojo, cogió sábanas nuevas del armario del pasillo, y aprovechó para asomarse por la puerta medio cerrada de la habitación de Cleven. Vio a su sobrina durmiendo felizmente y a pierna suelta en su cama con los cascos de música puestos, pero con la manta por los suelos. Entró para recoger la manta y tapó a Cleven con ella cuidadosamente. Conforme, se fue a la habitación de los niños.

Cambió las sábanas de la cama de Daisuke sin hacer ruido. La habitación también tenía una tenue luz, de un dispositivo enchufado en una pared, todo estaba en una suave penumbra. Cuando terminó, miró a Clover, ahí dormida en la otra cama al otro lado de la habitación.

Antes que nada, decidió hacer un reconocimiento, sólo por si acaso. Recorrió la habitación poco a poco, con una mano alzada por delante, moviéndola de un lado a otro, para ver si notaba algún campo electromagnético intruso. Rezó por no notar ninguno, porque él mismo se cagaría de miedo y ya no pegaría ojo en toda la noche.

Los fantasmas solían ignorar a los vivos y ser inofensivos, pero Brey no se fiaba de ellos, y no sólo por la fobia de su iris Rayo. Eran personas muertas que los dioses no habían podido calificar como buenas o como malas y por tanto no habían podido destinarlas como espíritus a una de las otras dos dimensiones, y se tenían que quedar en la Dimensión Terrestre hasta que sus energías indefinidas terminaran de consolidarse o inclinarse hacia el Yin o hacia el Yang y los dioses los volvieran a analizar.

Suspiró aliviado al no detectar nada. Supuso lo evidente, que Daisuke simplemente había tenido alguna pesadilla y todavía estaba con el susto. No había nada fuera de lugar en la habitación. Entonces, se quedó mirando a Clover un rato. Se sentía mal, porque sabía que ella se había ido triste a dormir, pensando que a su padre no le importaba y que no la entendía, que tomaba ese asunto como una bobada, y que ella se había quedado sin el único amigo que había logrado hacer en el colegio.

Se sentó en el borde de su cama.

Mishka? —la llamó en un susurro.

Lo hizo sin pensar, no pudo evitarlo. Realmente quería hablar con ella ahora mismo, y decirle que sí le importaba, y que lo sentía, y que si de verdad le hacía tan feliz tener a Jannik como amigo, le daría una oportunidad. Pero no veía bien despertarla en medio de la madrugada sólo porque él tenía esta impaciencia.


«—¿Ves? Así, así… —oyó la dulce y suave voz de Yue.

De repente Brey se transportó a un recuerdo. Estaba con Yue, ambos sentados en un banco de piedra en un parque, bastante escondidos entre arbustos y árboles, un frío pero soleado domingo 3 de febrero. Yue le estaba limpiando con un algodón un corte que Brey tenía en la frente. Yue tenía unas manos finas y delicadas, y ella creía que le estaba limpiando la herida con la suavidad propia de una damisela, sin darse cuenta de que, en vez de toquecitos, le estaba estampando el algodón como si fuera un matasellos, y en vez de acariciar la herida, restregaba el algodón por todo el corte como si lavara los platos con un estropajo.

Aquel Brey de 15 años se había estado manteniendo muy quieto, callado y estoico mientras tanto. Pero entonces Yue descubrió que tenía la cara muy apretada y grandes lagrimones en los ojos.

—Oh, Brey, pobrecito, ¿te duele mucho la herida? —le puso una mano en la mejilla—. Qué raro, te han hecho heridas peores otras veces, y ni las sentíassssoy yo la que te está torturando, ¿verdad? —se corrigió enseguida al percatarse, cambiando su voz dulce y suave por una más normal.

—Me estás jodiendo vivo —confesó el chico.

—¡Pero dímelo!

—Es que dijiste que te hacía ilusión recrear este cliché del chico problemático herido siendo curado por la chica buena y delicada y no quería echártelo a perder…

—Ay… —suspiró ella, y sonrió—. Siempre sacrificándote para hacerme feliz. Brey… ¿crees que yo me sentiría feliz si veo que sufres por mi culpa?

El chico la miró, sin saber qué decir. Él lo hacía sin pensar, porque tenía grabado en su alma que ese era su deber como iris. Pero no había pensado que hacer sacrificios por el bien de un humano podía hacer que el humano se sintiera mal por él y, al final, eso seguía siendo perjudicar al humano. Esta era una de las cosas que solían confundirle, pero que Yue lograba hacerle entender. Los humanos que le rodeaban y le querían necesitaban que él también fuera feliz y cuidara de sí mismo. Esa pregunta que Yue le había hecho, es la misma que él le hizo a Cleven cuando conversaron en el parque, antes de saber que eran tío y sobrina.

—Lo importante es que ese miserable agresor sexual ha acabado siendo arrestado por la policía y la chica a la que estaba atacando está a salvo, ¿no? —le preguntó Yue.

—Bueno, cuando hui de la escena y llegó la policía, creo que primero se lo iban a llevar al hospital. Le dejé la cara hinchada a golpes y le rompí una mano. Y la chica al final sólo ha sufrido un susto y la llevaron con su familia.

—Otro humano inocente salvado, ¡eres mi héroe! —celebró Yue, y tiró de sus ropas para plantarle un beso apasionado en los labios, dejándolo asombrado y algo sonrojado—. ¿No deberías ir tú también al hospital por si ese criminal te cortó con algo sucio? Podría infectarse…

—No. Los iris, aparte de enfermedades, tampoco padecemos infecciones —dijo Brey—. Aunque tampoco nos gusta la idea de que las heridas se nos cierren sucias y mal y nos queden cicatrices feas —añadió mientras cogía un nuevo algodón del pequeño botiquín que estaba entre ellos, lo mojaba en clorhexidina y se limpió la herida con dos simples movimientos para después coger una tirita especial para los cortes en la piel y se la colocó en un santiamén de la forma correcta.

—Caray, Denjin-san… —Yue se quedó pasmada—. Siempre lo haces impecable. ¿Te enseñó tu madre? ¡Podrías dedicarte a esto!

—De hecho, hoy quería decírtelo —recogió el botiquín, cerrándolo, y la miró a los ojos—. He decidido que voy a volver al instituto y terminarlo. Con recursos de la Asociación y la ayuda de Agatha, puedo presentar documentos falsos de que ya he superado la secundaria inferior y así empezar directamente la superior con el resto de gente de 15 años. Y después voy a tirar por el campo de la Medicina.

—¿¡Qué me dices!? —se emocionó Yue—. ¡Guau! ¿Harás Enfermería, como tu madre?

—No, estudiaré la carrera de Medicina, para ser médico.

—¡Cariño, es increíble! ¡Me alegro mucho por ti! —lo abrazó, casi ahorcándolo—. Uy… ay… —se quejó de repente, soltándolo, poniendo una mueca molesta.

—¡Yue! ¿¡Te has hecho daño!? —se alarmó Brey.

—No, no, tranquilo —le sonrió—. Es este abrigo, que me aprieta y me está agobiando —se desabrochó el abrigo y suspiró con alivio, dejando al descubierto ese enorme vientre que tenía ya de 8 meses, y se lo acarició con las manos—. Eso es, pequeñines, respirad un poco, que no paráis de moveros.

Brey, una vez más, lo observó con una amarga mezcla de preocupación y culpa. Estaba enorme. Cada vez estaba más cerca el momento. Pero no tenía miedo de que nacieran, ni del hecho de que ahora iban a formar parte de su vida, ni de la responsabilidad de ser padre. Su mayor miedo eran estas mismas cosas, pero sin Yue junto a él.

—Mira, pon la mano aquí —Yue agarró su mano y la puso en un punto concreto de su vientre—. Creo que Makoto quiere seguir tus pasos, cada vez patea más fuerte.

—¿¡Makoto!? —repitió Brey, manifestando todo su horror.

—¿Qué, no te gusta ese nombre para el niño?

—Ya ningún chico se llama así. Ahora sólo las chicas.

—¡Pero si es muy bonito!

—Precisamente, suena un poco… —titubeó Brey, pensando cómo decirlo—… suave.

—Hahah… —se rio—. Dime, ¿te gustaría ponerle un nombre ruso?

—Mmm… —se quedó dubitativo, mirando la barriga, mientras notaba bajo su mano una nueva patadita—. Bueno, para la niña estaba pensando uno… quizá…

—¿¡Sí!? —se ilusionó Yue—. ¡Dímelo, dímelo! Espera, ¡ya sé! Yo elegiré el del niño, y tú el de la niña, ¿qué te parece? Hay tantas posibilidades… ¡Estos niños tienen sangre de tres culturas diferentes!

—La mayor parte de sus genes son chinos. ¿No quieres elegir un nombre chino?

—Mmm… No —se encogió ella de hombros—. Nací en China, pero mis padres adoptivos son japoneses y me he criado aquí desde bebé. Lo único que me une a la cultura china además de los genes, es mi nombre. Ellos quisieron ponerme Yue para conservar una mínima conexión con mis raíces, a pesar de que mis raíces comenzaron siendo una triste historia… Quiero un nombre japonés para el niño, sin duda, ¡hay tantos que me gustan…!

—Pero Makoto no.

—Vaaale, vale. De hecho… hay un nombre que me gusta más que Makoto. Y que tiene valor para mí. He estado recordando… cuando estaba en el jardín de infancia y luego en la primaria, me costaba mucho hacer amigos, ¿sabes? Yo era… la niña que daba lástima. Pálida, débil… no podía jugar mucho rato con los demás porque me cansaba, ni participar en deportes sin que mi corazón me diera problemas. Pero sí que tuve un amigo, sólo uno, que valía por cien. Era un niño que vio en mí más allá de mi estado enfermizo, y quiso ser mi amigo, y no por pena ni por interés. Cuando los demás jugaban a correr o hacían deportes, él se quedaba conmigo jugando a otras cosas más tranquilas. Gracias a él dejé de sentirme sola y aburrida. Estuvimos muy unidos desde el jardín de infancia… pero… cuando teníamos 9 años, se tuvo marchar. Sus padres se mudaron a Estados Unidos. Y ya no supe nada de él.

—Entiendo —dijo Brey.

—Pero decidí no estar triste por ello —añadió Yue, y se giró sobre el banco para mirarlo de frente con sus ojos azul oscuro, agarrando sus manos con firmeza—. Decidí agradecer haberlo conocido. Decidí agradecer el tiempo que pude estar con él. Hay regalos que te da la vida, y que son temporales. Saber valorarlos no es desear que duren para siempre, sino agradecer su tiempo, sin importar lo corto que sea.

Algo dentro de Brey comenzó a retorcerse, a formar un nudo de inevitable miedo y dolor. Porque sabía que Yue no sólo le estaba contando la historia de ese amigo de su infancia. Sabía que ella estaba intentando transmitirle un mensaje que él no quería oír.

—Se llamaba Daisuke —terminó Yue sonriendo tranquilamente—. Era un buen amigo, un buen chico, con un buen corazón. Quiero llamar a nuestro hijo como él. Dime… ¿te gusta?

Brey tragó saliva, intentando que ese mensaje detrás de las palabras de Yue no le rompiera por dentro. Seguía mirando su vientre, agarrado a sus manos. Asintió con la cabeza.

—Mucho —murmuró.

Pero Yue se dio cuenta, de su pena, de su temor aflorando al exterior, de sus ojos verdes vidriosos. De su culpabilidad.

—Hah… —resopló ella con aire molesto—. ¿Cuándo vas a dejar de mirarme de esa forma?

—¿Cómo?

—Como si me hubieras matado.

A Brey le impactó esa respuesta. Miró a otro lado sin decir nada.

—¿Cuándo dejarás de sentirte culpable de algo de lo que no tienes ninguna culpa?

—¿Ninguna culpa? —discrepó él, mirándola de nuevo.

—Brey, usamos protección.

—Ya… una protección que resultó ser defectuosa.

—¿Y cómo puede alguien saber eso? Hicimos las cosas bien desde el principio. Pero la vida, el azar, la suerte… lo que sea… nos ha puesto en esta inesperada situación. Cuando la vida de repente nos planta delante un cambio o una situación imprevista… nunca es bueno ni malo. Depende de uno mismo verlo como algo negativo o sacarle algo positivo. Lamentarse del pasado irremediable es irracional. Gasta valiosas energías que puedes usar para otras cosas que sí las merecen, y crea dolores de cabeza que te impiden volver a ver, sentir o disfrutar de las cosas bonitas que suceden a tu alrededor. Así que, ¿por qué estás siendo tan irracional?

Brey permaneció mirando al suelo, callado.

—Porque estoy enamorado de ti —respondió entonces.

Ella guardó unos segundos de silencio, contemplándolo.

—Lo que tenga que pasar, pasará. Yo deseo que nazcan, y que estén con nosotros. Estos niños nos necesitan. Igual que tú necesitaste a tus padres y te los arrebataron, igual que yo necesité a los míos y me abandonaron. Aunque he sido muy afortunada con mis padres adoptivos. No temas, Denjin-san, lo importante es seguir adelante ante todo lo que pase. Yo siempre estaré con vosotros. De alguna forma u otra. Te lo prometo.

¿Qué podía pensar Brey de esas palabras? Era como si Yue supiese que de verdad algo malo iba a pasar, pero no lo decía directamente. En la última revisión médica, los doctores ya habían dicho que la salud de Yue estaba muy frágil, y que el parto iba a ser muy arriesgado para su corazón, incluso si era con cesárea. Pero ella siempre decía estas palabras. Pase lo que pase, sigue adelante. Y se lo decía a él, sin incluirse a sí misma.

Y de nuevo, el temor de Brey crecía, y le caían lágrimas silenciosas de los ojos, deseando que su iris funcionara como con el resto de la gente y no le hiciera sentir cosas tan reales.

Entonces recordó lo que ella le dijo antes. Ella iba a sufrir si seguía viéndolo preocupado y triste. Y por muchas razones que él tuviera de sentirse así y mostrarse así, ella no merecía verlo de esa forma. Así que, por eso, en ese momento, Brey decidió no mostrarse triste y preocupado nunca más.

Yue sostuvo sus mejillas y le secó los ojos con los pulgares.

—Dime, Brey. ¿Te consideras desafortunado? Te han pasado cosas malas en la vida. Has perdido a tus padres, a tus hermanos mayores… Pero sigues teniendo a tu familia KRS, a la que tanto cuidas y amas. Y a Yako, que es prácticamente como un hermano.

Brey se quedó un rato en silencio, se tomó su tiempo en reflexionar esto.

—Yo… obviamente no considero buena suerte haber perdido a mis padres y a mis hermanos. A mi familia entera. Me siento afortunado por las otras cosas que tengo. Yako y Alvion, mis compañeros iris… salud… libertad… Pero la pérdida de mis padres y hermanos ha dejado un pesado manto negro sobre mi vida, haciendo que las pocas cosas buenas que tengo, en lugar de brillar más, se vean tenues e insulsas a mis ojos. A veces, hasta me siento culpable de verlas así.

—No es tu culpa verlas de esa manera. No es tu culpa tener ese espeso manto tapando tus ojos.

—En cualquier caso, si alguien me pregunta si me considero afortunado o no, la única respuesta que me sale del alma es que no he hecho más que tener mala suerte. Porque, aunque otras personas estén peor que yo, jamás reconoceré que haber perdido a mis padres y hermanos es tener buena suerte… o mejor suerte que otros.

—No. Es no es tener buena suerte, desde luego. Pero… quizá… haber tenido esa mala suerte… era la única forma de llevarte por otro camino donde encontrarías otro tipo de fortuna. Una fortuna que quizá pueda… bueno… no de forma completa ni mucho menos, pero… quizá… compensar y sanar un poco… una pizquita… esa mala suerte que ya has tenido.

Cuando Yue dijo eso, Brey volvió a mirar su vientre. ¿Sería posible, sentir que la suerte le sonreiría algún día, sentirse afortunado a pesar de todas las personas que había perdido, agradecer el tiempo que tuviera con Yue, aunque probablemente iba a finalizar pronto? Sabía que le iba a costar mucho sentir eso. Pero ser afortunado no consistía en tenerlo todo en la vida. Solamente lo que uno considerase suficiente.

—Quiero llamarla Clover. A la niña.

Yue lo miró sorprendida al oírle declarar eso de repente.

—De todas las plantas, árboles y flores grandes e increíbles que existen en el mundo, a mi madre le chiflaba esta simple hierba. Admiraba que el trébol, aun pareciendo tan poca cosa, es capaz de hacerse camino y crecer en tierras pobres, porque las cambia, él mismo las fertiliza, haciendo que también otras plantas puedan crecer fuertes a su alrededor. Y además, simbólicamente, cada una de sus tres hojas suelen asociarse a un significado: fe, esperanza y amor. En los tréboles de cuatro hojas, la hoja extra simboliza la suerte, y por eso los tréboles de cuatro hojas son raros, escasos. Mi madre decía que, así, no cualquier persona podría hallar la suerte tan fácilmente. Sólo aquellos que supieran buscar bien… en los lugares donde ya predomina la fe, la esperanza y el amor.

Brey dejó de hablar y miró a Yue a ver qué le parecía, pero ella se había quedado observándolo totalmente embobada.

—Bueno, es que además mi padre tenía un pequeño porcentaje de sangre irlandesa y por eso su cabello y ojos… —añadió el chico, pensando que Yue esperaba que le diera más motivos.

—Me encanta —declaró ella al instante, mirándolo con emoción—. Daisuke y Clover. Me encanta. Así se llamarán nuestros hijos —lo abrazó con alegría.

Brey se apoyó sobre su cabeza, respirando el perfume de su cabello, cerrando los ojos con bienestar.

—Por favor, Yue… Quédate… Quédate conmigo… con nosotros —le susurró, le suplicó, sin poder evitar sacar ese ruego de su interior—. Os cuidaré a toda costa. Cuando nazcan, nos iremos a vivir los cuatro juntos a nuestro propio hogar. Estudiaré y os protegeré y cuidaré al mismo tiempo. Agatha dice que le encantaría gastar esta diminuta parte de su larga vida en ayudarnos a cuidarlos, dice que puede ser nuestra niñera cuando la necesitemos. Tus padres también van a estar ahí, aunque me odien. Con la Asociación, aunque ya no nos manden misiones grandes, ganaré dinero suficiente para vivir bien, y cuando me saque la carrera de Medicina, os mantendré más que de sobra, nunca os faltará nada…

Yue se mantuvo en silencio, dejando que él hablara de esa bonita vida juntos.

—Suena genial, Brey —dijo ella con una sonrisa, cerrando los ojos sobre su hombro—. Yo también lo haré lo mejor que pueda, aprenderé a cuidarlos muy bien, los amamantaré, los bañaré, los acunaré… Te esperaremos cada día en casa cuando vuelvas del instituto. Y cuando crezcan un poco más y puedan ir a la guardería, quiero ponerme a estudiar también.

—¡Sí! ¡Es verdad! ¿No era tu sueño formarte como chef? —exclamó Brey con emoción, separándola un momento para mirarla a los ojos, feliz de oírla hablar de planes de futuro—. No te preocupes, porque la Asociación puede mover cualquier hilo y hacerte entrar en la escuela de hostelería que tú quieras.

—Y algún día, abriré mi propio restaurante —asintió Yue—. Y cocinaré para vosotros todos los días, las mejores delicias. Y los niños crecerán sanos y fuertes. Dime, Brey, ¿qué harás con ellos? Cuéntame. ¿Jugarás con ellos? ¿Les enseñarás cosas?

Brey sintió que, una vez más, Yue había vuelto a excluirse de la ecuación. Esto le borró un poco la sonrisa. Aunque no estaba seguro de si era así, quizá ella sólo quería saber cómo iba él a hacer su parte como padre.

—Sí, supongo —se encogió de hombros—. Tendré que enseñarles a hablar, a caminar, a comer… Lo básico para su supervivencia. Es nuestro deber enseñárselo como progenitores que somos…

—No me refiero a eso, cariño, no te pongas tan racional —se rio—. ¿Les enseñarás el mundo? ¿Les enseñarás a amar? ¿A tener ilusiones? ¿A entender a la gente? ¿A procesar, asimilar y aceptar los cambios de forma positiva?

—Yo… —balbució Brey—. Esas cosas en concreto se me dan un poco mal, Yue, las emociones básicas y cotidianas de los humanos son un poco… Pero… Pero eso no importa, porque para eso tú estarás ahí, ¿verdad? Para enseñarles tú esas cosas que yo no puedo.

Yue apartó su mirada hacia el estanque de más allá. No le respondió a esa pregunta, pero no dejó de sonreír. Brey confiaba, quería confiar en su sonrisa y no en su silencio.»


Brey acercó una mano al rostro dormido de Clover y le apartó suavemente algunos de sus ondulados cabellos negros de la cara. Nadie le hacía tener sentimientos tan naturales y fuertes como los mellizos. Su iris se doblegaba ante ellos. ¿Por qué el destino lo había puesto ahí, en esta vida, en este papel? ¿Por qué había tenido que traerle a estos niños a tan temprana edad? ¿No podía el destino haberse esperado unos años, y haber dejado a Yue vivir más tiempo? ¿Y no había otro padre más adecuado, normal y mejor a quien habérselos dado?

Estas preguntas eran inútiles. Brey sólo podía tener en la cabeza un pensamiento: cumplir esta misión inesperada lo mejor posible, igual que el resto de misiones que la Asociación, y la vida, le plantasen. Y no era fácil. Iba a ser un proceso largo, como cualquier aprendizaje. Poco a poco, aprendería a agradecer los regalos de la vida, su tiempo con ellos, fuese largo o corto, y a sentirse afortunado por haberlos recibido.

Decidió dejar a Clover dormir en paz. Mañana hablaría con ella y enmendaría su error. No iba a permitir que estuviera triste y decepcionada otro día más. Se puso en pie, y echó un último vistazo a la habitación. Se quedó unos segundos mirando la mesa de Clover, llena de objetos tan raros, algunos tan bonitos, otros tan antiguos, o feos, o tan absurdos como una hoja seca de árbol.

Finalmente, regresó a su habitación, donde Daisuke ya se había quedado dormido en su cama, preguntándose qué veía Clover en esas cosas. Brey no era el único. Exceptuando a Daisuke y a Jannik, nadie tenía idea de que, a través de esas cosas, Clover lo veía todo.

Bueno. No del todo cierto. Había alguien más que sí lo sabía.

Después de un largo rato, en la casa de Brey ya no se oía ni una mosca. De hecho, todo estaba demasiado tranquilo… inusualmente oscuro y quieto. El aire parecía congelado.

Clover aún dormía profundamente en su habitación. Quizá, de tanto silencio que reinaba en la casa, fue que un leve susurro la despertó. Abrió los ojos y se los frotó un poco. Notó algo raro. La tenue luz que su habitación solía tener por la noche se había extinguido. Se preguntó si el pequeño dispositivo de luz se había caído del enchufe de la pared, o si se había estropeado…

Toda la habitación estaba en tinieblas. Excepto por una niebla.

Clover divisó en velo luminiscente al otro lado de la habitación, tomando forma humana poco a poco. Apareció entonces el espectro de una joven chica vestida de blanco, muy parecida a ella, pero con cabello negro liso y ojos de color índigo.

—¡Mamá! ¡Hacía mucho que no venías! —celebró Clover, llena de alegría, gateando hasta el pie de su cama.

Pero algo la detuvo. El pálido rostro translúcido de Yue no traía su habitual sonrisa. Clover se dio cuenta de que estaba intentando decirle algo, estaba exclamando algo, pero su voz no sonaba, y sus ojos lloraban de angustia. Cada vez que Yue intentaba dar un paso hacia ella, unos lazos de humo negro la frenaban.

—¿Mamá?

—Clover… ve a la habitación de papá… corre…

—No… No te oigo… —dijo Clover—. Espera, voy hacia ti.

—¡No! ¡Clover! ¡Grita! ¡Alza la voz! ¡Llama a tu padre! —se desesperó el espíritu de Yue.

Pero era en vano. Porque él ya estaba ahí desde hacía rato. No se le veía, porque estaba mezclado con la oscuridad. Solamente se veía una pequeña luz violeta al lado de la cama de Clover.

La niña sintió algo helado agarrando su brazo, impidiéndole bajar de la cama. Clover miró hacia arriba, buscando qué era, quién era, pero todo era negro absoluto. No obstante, hizo un esfuerzo, y enfocó mejor la visión de sus ojos especiales. En la más pura oscuridad, logró ver lo que ningún otro podría. Vio a la persona fusionada con las sombras. Era un hombre joven, de cabello rubio, de largas y cuidadas rastas, y unos ojos verdes como los suyos. Se parecía mucho a su padre. Su rostro era tan bonito como su sonrisa. Por alguna razón, Clover no sintió miedo. Tan sólo entendió… que lo que una noche creyó soñar, se estaba cumpliendo ahora como una premonición.

—¿Eres…? —se sorprendió Clover.

—Ssssh… —susurró Izan, y la envolvió entre sus sombras, haciéndola caer inconsciente.

Antes de esfumarse en el vacío, giró la cabeza para mirar el espíritu de Yue, allá lamentándose.

—Culpa a tu antepasada por no haberte avisado con más antelación. Debe de tener sus visiones ya oxidadas. De todas formas, no puedes hacer nada en mi vacío, nadie puede oírte… y has perdido esta oportunidad. Porque si sigues en esta dimensión más tiempo o te vuelves a aparecer aquí en poco tiempo, los dioses lo van a detectar y te van a pillar y encerrar como castigo antes de que te dé tiempo a nada.

—No hagas daño a mi hija… —le rogó Yue.

—Tranquila. Tengo otros planes.

Izan desapareció con todas sus sombras y el espíritu de Yue regresó sin remedio a la Dimensión Yang. La habitación recuperó la tenue luz de la lamparita de la pared, pero quedó vacía.









33.
Secuestro

Apenas eran las dos de la mañana cuando Brey comenzó a ser arrancado de los brazos de Morfeo, a ser despojado del Nirvana, a ser llevado lejos del reparador sueño que tanto necesitaba… por culpa de una vocecita familiar que no paraba de llamarlo y de zarandear su brazo.

—Papá… papá…

Brey abrió los párpados como si le pesase un kilo cada uno y respiró hondo, despertando sin remedio. Brey siempre solía dormir con una tenue luz encendida en su habitación, por eso vio sin problema a Daisuke ahí al borde su cama con cara disgustada. Cualquier persona desconocedora de la Asociación podría preguntarle con burla si es que le daba miedo dormir a oscuras. Y la respuesta era sí.

Nada de lo que avergonzarse. Esto les pasaba a todos los iris Den, e incluso a los Ka, por obvias razones. Más que miedo, estar en plena oscuridad les provocaba estrés, nervios y una sensación similar a la asfixia, porque la esencia de sus elementos era la luz, y la oscuridad era lo contrario a sus entornos predilectos. Los Ka tenían, además, la desventaja de sentirse así también en entornos muy fríos o con muy poco oxígeno. Por el contrario, ni el frío ni el vacío eran debilitadores para los Den, porque la electricidad y la energía electromagnética podían existir en ellos sin problema, si bien no podía manifestarse como un rayo en el vacío, sólo como partículas de carga eléctrica.

—¿Qué pasa ahora, korol’ dramy? —dijo dando un suspiro perezoso y lleno de paciencia, frotándose los ojos—. Cuéntame tu nuevo drama.

Daisuke no dijo nada. Solamente empezó a sollozar con enormes ojos avergonzados, agarrándose al borde del colchón bajo su barbilla.

—Ya… —bostezó Brey, comprendiendo al instante.

—Es que no me he dado cuenta… Es que… —siguió lloriqueando y moqueando—. Perdón… —hundió la cara entre sus manos sobre el colchón.

Brey terminó de desperezarse y se levantó de la cama.

—Anda, ven aquí, meón —lo cargó en brazos y lo llevó a su cuarto de baño para quitarle el pantalón de pijama mojado y lavarle en la bañera—. Esa tela impermeable que compré para tu cama es la mejor inversión que he hecho.

Para él era una nimiedad porque había pasado cientos de veces, pero Daisuke se puso a llorar más fuerte mientras su padre lo colocaba dentro de la bañera, tapándose los ojos.

—¡Dai! ¿Te duele algo?

—Por favor, no se lo digas a la asistente social… No se lo cuentes a los niños de mi cole… Ni a los abuelos…

Brey comprendió que esta vez Daisuke se sentía más avergonzado que nunca. Ahora que había empezado el colegio, tenía ese miedo natural de recibir burlas por este tipo de cosas.

—No pienso decírselo a nadie —lo tranquilizó Brey mientras le lavaba con agua tibia—. No es asunto de los demás, Daisuke, estas cosas son personales, privadas.

—¿No estás enfadado?

—Pues claro que no, bobo. Oye, tranquilízate —le cogió las manos para apartarlas de sus ojos enrojecidos, y lo miró con una sonrisa serena—. ¿Te crees que esto te pasa sólo a ti? No te avergüences, Daisuke, mojar la cama es algo muy normal en los mocosos de tu edad. A Clover también le ha pasado.

—Sí, pero mucho menos que a mí…

—A unos niños les pasa más y a otros menos. Te aseguro que a la mayoría de mocosos de tu clase también les pasa.

—¿Sí? —se sorprendió—. Pero siempre me dices que tengo que aprender a dejar de hacerlo.

—Sí, pero eso te lo digo para que tu mente vaya tomando conciencia —le explicó, señalándose la cabeza—. Te lo digo para que se te vaya quedando dentro y vayas entrenando la atención. Cuando duerme, tu cerebro desconecta del cuerpo, pero se puede acostumbrar a no desconectar del todo, de modo que cuando sienta ganas de mear, tu cerebro se puede despertar a tiempo y así puedes ir al baño.

—Pero ¿cómo hago para entrenarlo?

—Nada, solamente tienes que pensarlo a fondo. Dile a tu cerebro cada noche: “oye, despiértate enseguida nada más notar ganas de mear”. Hay niños que tardan más años que otros en entrenar esto.

—¿Y si yo tardo mucho?

Brey lo sacó de la bañera y lo envolvió entero con una toalla, convirtiéndolo en un burrito, y se quedó un rato abrazándolo, sentado sobre la tapa del retrete, mientras se secaba.

—No pasa nada —le respondió sin más.

Daisuke entonces se quedó por fin callado. Se sintió aliviado. Pero luego se giró para mirarlo.

—¿Puedo dormir contigo esta noche?

—Si te voy a cambiar las sábanas ahora…

—No es por eso… Es que… —balbució el niño—. Hay algo raro en mi habitación esta noche. Se siente raro… A lo mejor es un fantasma… Como a Clover no le hacen nada, sé que ella no tiene problema, pero a mí me ponen nervioso y sueño pesadillas, y sé que estando Clover no me van a hacer nada malo, pero es que sólo pensar que hay alguno cerca me da mucho miedo…

No era la primera vez que Brey oía de él la misma historia sobre los fantasmas, y esa parte rara de que a Clover no le hacían nada, o de que Clover podía ahuyentarlos, mientras que a él le daban miedo… Creía que todo esto estaba en la imaginación de Daisuke, porque no era posible para un humano detectar, percibir ni notar ni un ápice la energía de los fantasmas. Ni siquiera era posible para los iris, excepto para los Den.

De ahí venía la famosa fobia que el propio Brey tenía a los fantasmas. De hecho, todos los iris Rayo la tenían. Los iris Den sí podían notar el campo electromagnético de los fantasmas. Lo notaban físicamente, como escalofríos fuertes en el cuerpo, cosquilleos punzantes en la piel, y era una sensación extremadamente desagradable para ellos, que se traducía en una fobia.

—¿Qué tal si voy yo mismo a comprobarlo, y si no hay nada, duermes en tu cama como un niño mayor?

—Quiero dormir contigo de todas formas —insistió Daisuke, agarrándose a su camiseta.

—¿Y Clover, la dejas durmiendo sola?

—Mm… —agachó la cabeza, de nuevo con vergüenza—. Creo que no le importará. Creo que está un poco enfadada conmigo.

—¿Qué? —se sorprendió Brey—. Pero si sois los hermanos que mejor se llevan del mundo.

—Creo que es por mi culpa… ¿Sabes ese niño extraterrestre que siempre está con ella, Jannik, el que me dijiste que vigilara para que no molestara a Clover?

—Sí. Pero ¿por qué esa manía de llamarlo extraterrestre? Espero que no lo digas porque es albino o porque habla y viste raro.

—No. Porque es medio extraterrestre —contestó Daisuke como si fuera obvio—. Igual que el jefe de la abuelita Norie, el señor importante que se murió hace poco.

Brey torció una mueca, sin entender de dónde sacaba Daisuke semejantes ideas de fantasía.

—Pues es que resulta que ha dejado de ser amigo de Clover… Y creo que es por mi culpa, porque al final he conseguido espantarlo… Clover no me lo ha dicho y ha fingido estar bien, pero yo sé que ella ha estado triste desde ayer y creo que me culpa en secreto y…

—Ah… blyat… —murmuró Brey, comprendiendo—. No, Daisuke. Eso no es culpa tuya.

Brey recordó que hace varias horas, esa misma tarde, antes de la llegada de ese extraño asistente social tan feo, había hablado con Clover sobre ese tema y había descubierto que realmente la había defraudado. La había cagado con eso, porque no había sabido ver lo importante que era Jannik para Clover, porque no había sabido ver que su hija estaba teniendo problemas para hacer amigos en el colegio, y la hacían sentirse sola y rara.

Sola y rara… Brey nunca habría imaginado que Clover experimentaría las dos mismas sensaciones que él padecía ante la sociedad humana. En su caso, era por razones sólidas y lógicas, él había nacido siendo iris, con una forma de sentir y pensar diferente que la gente confundía con frialdad o distanciamiento, y había experimentado esto desde que tenía la misma edad que los mellizos. Claro que él siempre había tenido el apoyo y la comprensión de sus padres, y posteriormente la de su hermana y Neuval cuando pasó a vivir con ellos, y por eso aprendió bastante pronto a tener una conciencia clara de sí mismo y de la existencia lógica de sus diferencias con los humanos y los demás iris.

Pero Clover no se sentía comprendida por él. Realmente le había dolido oírla decir que Jannik era la única persona del mundo que la comprendía además de Daisuke. No lo entendía, ¿qué tenía Clover de raro a ojos de los demás? Era una niña dulce, amistosa con todos, lista y observadora, un poco bruta cuando la enfadaban, defensora de la justicia… y además era la más hermosa de todas las niñas. Era todo lo que Brey veía en ella. ¿Qué le faltaba por ver, qué se le escapaba? Vale, puede que desde bebé la hubiera visto hacer cosas extrañas, como quedarse en trance mirando algún objeto, o hablar sola mirando a una pared, o decir algunas cosas escalofriantes sobre gente muerta o coleccionar objetos de todo tipo, incluso bichos muertos o muñecos muy antiguos, desgastados y feos.

Quizá había estado tan ocupado concentrándose en la parte de alimentarlos, bañarlos, sacarlos a pasear, hacerles cumplir un horario rutinario y comprobar cómo hacían la tarea escolar… quizá había estado tan activo en la superficie pero tan cansado y soñoliento y de luto por Yue por dentro, que había normalizado estas rarezas de Clover simplemente por no pararse a pensar en ellas.

Recordó lo que Jannik le dijo, que compartía con Clover una afición que denominaban como “intramaterialogía”. ¿Qué diantres era eso? Tal vez debería interesarse más por saberlo. Para Clover era muy importante, por lo visto. Brey tenía que reconocer que había pecado de indiferencia. De dar por sentado que los niños pequeños son simples y sus problemas emocionales son una nimiedad. Pero Clover le había sorprendido y demostrado lo contrario.

Uno de sus mayores miedos era ese. Fracasar en el correcto desarrollo emocional humano de los mellizos. Porque esa era su misión, además de mantenerlos limpios, alimentados y protegidos. Y Mei Ling siempre le solía advertir de esto. Tenía que haberla escuchado más. Era a esta edad cuando ya podían comenzar a nacer las grietas, y repercutir en el futuro, en la adultez.

Ya había visto la desafortunada grieta que se había formado entre Cleven y Neuval, por ejemplo, o entre Lex y Neuval. Y aunque lo de Cleven y Neuval ya se hubiera más o menos solucionado, o aunque lo de Lex y Neuval pudiera solucionarse quizá en un futuro, ya habían perdido siete valiosos años. Brey no quería perder ni un día de relación buena y sana con los mellizos. Sólo llevaba cinco años siendo padre, pero se había convertido en algo ya tan real para él que no concebía otra realidad u otra vida diferente.

Para él era mucho más importante que para cualquier otra persona en el mundo. Convertirse en iris era un fenómeno que les ocurría a algunos humanos, era un gran cambio, y con él venía la necesidad vital de proteger física, mental y emocionalmente a cualquier humano bueno e inocente de cualquier mal. Era una misión que les había venido de repente, y algún día, si querían, podían abandonarla. El iris, esa energía Yang sobrehumana extra que habían adquirido tras una tragedia, un Zou podía volver a extraérsela si lo pedían.

No era así para un iris que nunca se había convertido, sino que había nacido ya siéndolo. Esa necesidad vital formaba parte de él de por vida y con más arraigo que los demás iris, porque estaba totalmente atada a su ADN y a su alma. Si además el humano que debía proteger era un amigo o un familiar, esta razón de su existencia era diez veces mayor. Y si era un hijo, era una razón cien veces mayor.

Al ser un iris nato veterano, Brey era un experto en detectar, analizar y comprender las emociones humanas que atañían a situaciones de supervivencia, trauma, peligro, crisis y amenazas. Y aunque no se le diera tan bien con las emociones humanas más cotidianas, simples y absurdas, sabía, como cualquier iris, que los conflictos emocionales humanos había que solucionarlos cuanto antes, sin dar paso al miedo, o a la vergüenza o al rencor, tres de las causas más comunes que hasta los humanos adultos padecían a la hora de procrastinar o evitar resolver sus relaciones con los demás. Así lo había hecho Neuval al reconciliarse con Cleven tras su pelea y huida de casa. Neuval tenía la firme intención de tener esa reconciliación con Cleven, sin miedo o vergüenza alguna como otros padres humanos tendrían ante sus hijos adolescentes. Solamente había pedido consejo a Alvion para prepararse para hacerlo de la mejor forma posible. Si con Lex no se había reconciliado aún, no es porque no lo hubiera intentado docenas de veces, es porque Lex no había estado preparado o de acuerdo.

Brey iba a arreglar ese problema con Clover, lo antes posible. Ojalá pudiera hacerlo ahora que ya estaba más mentalizado tras sus dudas de esta tarde, antes de tener que irse muy temprano en la mañana a Osaka a cumplir su parte de la misión con Drasik, pero no quería despertarla. No pasaba nada. Mañana, después de regresar de la misión, lo haría.

Después de ponerle a Daisuke una camiseta enorme de las suyas, accedió a que durmiera con él. Lo metió y arropó en su cama, y lo dejó solo un momento, saliendo de la habitación para ir a cambiar las sábanas de la cama del niño. Silencioso y a oscuras, alumbrándose con la luz amarilla de su ojo, cogió sábanas nuevas del armario del pasillo, y aprovechó para asomarse por la puerta medio cerrada de la habitación de Cleven. Vio a su sobrina durmiendo felizmente y a pierna suelta en su cama con los cascos de música puestos, pero con la manta por los suelos. Entró para recoger la manta y tapó a Cleven con ella cuidadosamente. Conforme, se fue a la habitación de los niños.

Cambió las sábanas de la cama de Daisuke sin hacer ruido. La habitación también tenía una tenue luz, de un dispositivo enchufado en una pared, todo estaba en una suave penumbra. Cuando terminó, miró a Clover, ahí dormida en la otra cama al otro lado de la habitación.

Antes que nada, decidió hacer un reconocimiento, sólo por si acaso. Recorrió la habitación poco a poco, con una mano alzada por delante, moviéndola de un lado a otro, para ver si notaba algún campo electromagnético intruso. Rezó por no notar ninguno, porque él mismo se cagaría de miedo y ya no pegaría ojo en toda la noche.

Los fantasmas solían ignorar a los vivos y ser inofensivos, pero Brey no se fiaba de ellos, y no sólo por la fobia de su iris Rayo. Eran personas muertas que los dioses no habían podido calificar como buenas o como malas y por tanto no habían podido destinarlas como espíritus a una de las otras dos dimensiones, y se tenían que quedar en la Dimensión Terrestre hasta que sus energías indefinidas terminaran de consolidarse o inclinarse hacia el Yin o hacia el Yang y los dioses los volvieran a analizar.

Suspiró aliviado al no detectar nada. Supuso lo evidente, que Daisuke simplemente había tenido alguna pesadilla y todavía estaba con el susto. No había nada fuera de lugar en la habitación. Entonces, se quedó mirando a Clover un rato. Se sentía mal, porque sabía que ella se había ido triste a dormir, pensando que a su padre no le importaba y que no la entendía, que tomaba ese asunto como una bobada, y que ella se había quedado sin el único amigo que había logrado hacer en el colegio.

Se sentó en el borde de su cama.

Mishka? —la llamó en un susurro.

Lo hizo sin pensar, no pudo evitarlo. Realmente quería hablar con ella ahora mismo, y decirle que sí le importaba, y que lo sentía, y que si de verdad le hacía tan feliz tener a Jannik como amigo, le daría una oportunidad. Pero no veía bien despertarla en medio de la madrugada sólo porque él tenía esta impaciencia.


«—¿Ves? Así, así… —oyó la dulce y suave voz de Yue.

De repente Brey se transportó a un recuerdo. Estaba con Yue, ambos sentados en un banco de piedra en un parque, bastante escondidos entre arbustos y árboles, un frío pero soleado domingo 3 de febrero. Yue le estaba limpiando con un algodón un corte que Brey tenía en la frente. Yue tenía unas manos finas y delicadas, y ella creía que le estaba limpiando la herida con la suavidad propia de una damisela, sin darse cuenta de que, en vez de toquecitos, le estaba estampando el algodón como si fuera un matasellos, y en vez de acariciar la herida, restregaba el algodón por todo el corte como si lavara los platos con un estropajo.

Aquel Brey de 15 años se había estado manteniendo muy quieto, callado y estoico mientras tanto. Pero entonces Yue descubrió que tenía la cara muy apretada y grandes lagrimones en los ojos.

—Oh, Brey, pobrecito, ¿te duele mucho la herida? —le puso una mano en la mejilla—. Qué raro, te han hecho heridas peores otras veces, y ni las sentíassssoy yo la que te está torturando, ¿verdad? —se corrigió enseguida al percatarse, cambiando su voz dulce y suave por una más normal.

—Me estás jodiendo vivo —confesó el chico.

—¡Pero dímelo!

—Es que dijiste que te hacía ilusión recrear este cliché del chico problemático herido siendo curado por la chica buena y delicada y no quería echártelo a perder…

—Ay… —suspiró ella, y sonrió—. Siempre sacrificándote para hacerme feliz. Brey… ¿crees que yo me sentiría feliz si veo que sufres por mi culpa?

El chico la miró, sin saber qué decir. Él lo hacía sin pensar, porque tenía grabado en su alma que ese era su deber como iris. Pero no había pensado que hacer sacrificios por el bien de un humano podía hacer que el humano se sintiera mal por él y, al final, eso seguía siendo perjudicar al humano. Esta era una de las cosas que solían confundirle, pero que Yue lograba hacerle entender. Los humanos que le rodeaban y le querían necesitaban que él también fuera feliz y cuidara de sí mismo. Esa pregunta que Yue le había hecho, es la misma que él le hizo a Cleven cuando conversaron en el parque, antes de saber que eran tío y sobrina.

—Lo importante es que ese miserable agresor sexual ha acabado siendo arrestado por la policía y la chica a la que estaba atacando está a salvo, ¿no? —le preguntó Yue.

—Bueno, cuando hui de la escena y llegó la policía, creo que primero se lo iban a llevar al hospital. Le dejé la cara hinchada a golpes y le rompí una mano. Y la chica al final sólo ha sufrido un susto y la llevaron con su familia.

—Otro humano inocente salvado, ¡eres mi héroe! —celebró Yue, y tiró de sus ropas para plantarle un beso apasionado en los labios, dejándolo asombrado y algo sonrojado—. ¿No deberías ir tú también al hospital por si ese criminal te cortó con algo sucio? Podría infectarse…

—No. Los iris, aparte de enfermedades, tampoco padecemos infecciones —dijo Brey—. Aunque tampoco nos gusta la idea de que las heridas se nos cierren sucias y mal y nos queden cicatrices feas —añadió mientras cogía un nuevo algodón del pequeño botiquín que estaba entre ellos, lo mojaba en clorhexidina y se limpió la herida con dos simples movimientos para después coger una tirita especial para los cortes en la piel y se la colocó en un santiamén de la forma correcta.

—Caray, Denjin-san… —Yue se quedó pasmada—. Siempre lo haces impecable. ¿Te enseñó tu madre? ¡Podrías dedicarte a esto!

—De hecho, hoy quería decírtelo —recogió el botiquín, cerrándolo, y la miró a los ojos—. He decidido que voy a volver al instituto y terminarlo. Con recursos de la Asociación y la ayuda de Agatha, puedo presentar documentos falsos de que ya he superado la secundaria inferior y así empezar directamente la superior con el resto de gente de 15 años. Y después voy a tirar por el campo de la Medicina.

—¿¡Qué me dices!? —se emocionó Yue—. ¡Guau! ¿Harás Enfermería, como tu madre?

—No, estudiaré la carrera de Medicina, para ser médico.

—¡Cariño, es increíble! ¡Me alegro mucho por ti! —lo abrazó, casi ahorcándolo—. Uy… ay… —se quejó de repente, soltándolo, poniendo una mueca molesta.

—¡Yue! ¿¡Te has hecho daño!? —se alarmó Brey.

—No, no, tranquilo —le sonrió—. Es este abrigo, que me aprieta y me está agobiando —se desabrochó el abrigo y suspiró con alivio, dejando al descubierto ese enorme vientre que tenía ya de 8 meses, y se lo acarició con las manos—. Eso es, pequeñines, respirad un poco, que no paráis de moveros.

Brey, una vez más, lo observó con una amarga mezcla de preocupación y culpa. Estaba enorme. Cada vez estaba más cerca el momento. Pero no tenía miedo de que nacieran, ni del hecho de que ahora iban a formar parte de su vida, ni de la responsabilidad de ser padre. Su mayor miedo eran estas mismas cosas, pero sin Yue junto a él.

—Mira, pon la mano aquí —Yue agarró su mano y la puso en un punto concreto de su vientre—. Creo que Makoto quiere seguir tus pasos, cada vez patea más fuerte.

—¿¡Makoto!? —repitió Brey, manifestando todo su horror.

—¿Qué, no te gusta ese nombre para el niño?

—Ya ningún chico se llama así. Ahora sólo las chicas.

—¡Pero si es muy bonito!

—Precisamente, suena un poco… —titubeó Brey, pensando cómo decirlo—… suave.

—Hahah… —se rio—. Dime, ¿te gustaría ponerle un nombre ruso?

—Mmm… —se quedó dubitativo, mirando la barriga, mientras notaba bajo su mano una nueva patadita—. Bueno, para la niña estaba pensando uno… quizá…

—¿¡Sí!? —se ilusionó Yue—. ¡Dímelo, dímelo! Espera, ¡ya sé! Yo elegiré el del niño, y tú el de la niña, ¿qué te parece? Hay tantas posibilidades… ¡Estos niños tienen sangre de tres culturas diferentes!

—La mayor parte de sus genes son chinos. ¿No quieres elegir un nombre chino?

—Mmm… No —se encogió ella de hombros—. Nací en China, pero mis padres adoptivos son japoneses y me he criado aquí desde bebé. Lo único que me une a la cultura china además de los genes, es mi nombre. Ellos quisieron ponerme Yue para conservar una mínima conexión con mis raíces, a pesar de que mis raíces comenzaron siendo una triste historia… Quiero un nombre japonés para el niño, sin duda, ¡hay tantos que me gustan…!

—Pero Makoto no.

—Vaaale, vale. De hecho… hay un nombre que me gusta más que Makoto. Y que tiene valor para mí. He estado recordando… cuando estaba en el jardín de infancia y luego en la primaria, me costaba mucho hacer amigos, ¿sabes? Yo era… la niña que daba lástima. Pálida, débil… no podía jugar mucho rato con los demás porque me cansaba, ni participar en deportes sin que mi corazón me diera problemas. Pero sí que tuve un amigo, sólo uno, que valía por cien. Era un niño que vio en mí más allá de mi estado enfermizo, y quiso ser mi amigo, y no por pena ni por interés. Cuando los demás jugaban a correr o hacían deportes, él se quedaba conmigo jugando a otras cosas más tranquilas. Gracias a él dejé de sentirme sola y aburrida. Estuvimos muy unidos desde el jardín de infancia… pero… cuando teníamos 9 años, se tuvo marchar. Sus padres se mudaron a Estados Unidos. Y ya no supe nada de él.

—Entiendo —dijo Brey.

—Pero decidí no estar triste por ello —añadió Yue, y se giró sobre el banco para mirarlo de frente con sus ojos azul oscuro, agarrando sus manos con firmeza—. Decidí agradecer haberlo conocido. Decidí agradecer el tiempo que pude estar con él. Hay regalos que te da la vida, y que son temporales. Saber valorarlos no es desear que duren para siempre, sino agradecer su tiempo, sin importar lo corto que sea.

Algo dentro de Brey comenzó a retorcerse, a formar un nudo de inevitable miedo y dolor. Porque sabía que Yue no sólo le estaba contando la historia de ese amigo de su infancia. Sabía que ella estaba intentando transmitirle un mensaje que él no quería oír.

—Se llamaba Daisuke —terminó Yue sonriendo tranquilamente—. Era un buen amigo, un buen chico, con un buen corazón. Quiero llamar a nuestro hijo como él. Dime… ¿te gusta?

Brey tragó saliva, intentando que ese mensaje detrás de las palabras de Yue no le rompiera por dentro. Seguía mirando su vientre, agarrado a sus manos. Asintió con la cabeza.

—Mucho —murmuró.

Pero Yue se dio cuenta, de su pena, de su temor aflorando al exterior, de sus ojos verdes vidriosos. De su culpabilidad.

—Hah… —resopló ella con aire molesto—. ¿Cuándo vas a dejar de mirarme de esa forma?

—¿Cómo?

—Como si me hubieras matado.

A Brey le impactó esa respuesta. Miró a otro lado sin decir nada.

—¿Cuándo dejarás de sentirte culpable de algo de lo que no tienes ninguna culpa?

—¿Ninguna culpa? —discrepó él, mirándola de nuevo.

—Brey, usamos protección.

—Ya… una protección que resultó ser defectuosa.

—¿Y cómo puede alguien saber eso? Hicimos las cosas bien desde el principio. Pero la vida, el azar, la suerte… lo que sea… nos ha puesto en esta inesperada situación. Cuando la vida de repente nos planta delante un cambio o una situación imprevista… nunca es bueno ni malo. Depende de uno mismo verlo como algo negativo o sacarle algo positivo. Lamentarse del pasado irremediable es irracional. Gasta valiosas energías que puedes usar para otras cosas que sí las merecen, y crea dolores de cabeza que te impiden volver a ver, sentir o disfrutar de las cosas bonitas que suceden a tu alrededor. Así que, ¿por qué estás siendo tan irracional?

Brey permaneció mirando al suelo, callado.

—Porque estoy enamorado de ti —respondió entonces.

Ella guardó unos segundos de silencio, contemplándolo.

—Lo que tenga que pasar, pasará. Yo deseo que nazcan, y que estén con nosotros. Estos niños nos necesitan. Igual que tú necesitaste a tus padres y te los arrebataron, igual que yo necesité a los míos y me abandonaron. Aunque he sido muy afortunada con mis padres adoptivos. No temas, Denjin-san, lo importante es seguir adelante ante todo lo que pase. Yo siempre estaré con vosotros. De alguna forma u otra. Te lo prometo.

¿Qué podía pensar Brey de esas palabras? Era como si Yue supiese que de verdad algo malo iba a pasar, pero no lo decía directamente. En la última revisión médica, los doctores ya habían dicho que la salud de Yue estaba muy frágil, y que el parto iba a ser muy arriesgado para su corazón, incluso si era con cesárea. Pero ella siempre decía estas palabras. Pase lo que pase, sigue adelante. Y se lo decía a él, sin incluirse a sí misma.

Y de nuevo, el temor de Brey crecía, y le caían lágrimas silenciosas de los ojos, deseando que su iris funcionara como con el resto de la gente y no le hiciera sentir cosas tan reales.

Entonces recordó lo que ella le dijo antes. Ella iba a sufrir si seguía viéndolo preocupado y triste. Y por muchas razones que él tuviera de sentirse así y mostrarse así, ella no merecía verlo de esa forma. Así que, por eso, en ese momento, Brey decidió no mostrarse triste y preocupado nunca más.

Yue sostuvo sus mejillas y le secó los ojos con los pulgares.

—Dime, Brey. ¿Te consideras desafortunado? Te han pasado cosas malas en la vida. Has perdido a tus padres, a tus hermanos mayores… Pero sigues teniendo a tu familia KRS, a la que tanto cuidas y amas. Y a Yako, que es prácticamente como un hermano.

Brey se quedó un rato en silencio, se tomó su tiempo en reflexionar esto.

—Yo… obviamente no considero buena suerte haber perdido a mis padres y a mis hermanos. A mi familia entera. Me siento afortunado por las otras cosas que tengo. Yako y Alvion, mis compañeros iris… salud… libertad… Pero la pérdida de mis padres y hermanos ha dejado un pesado manto negro sobre mi vida, haciendo que las pocas cosas buenas que tengo, en lugar de brillar más, se vean tenues e insulsas a mis ojos. A veces, hasta me siento culpable de verlas así.

—No es tu culpa verlas de esa manera. No es tu culpa tener ese espeso manto tapando tus ojos.

—En cualquier caso, si alguien me pregunta si me considero afortunado o no, la única respuesta que me sale del alma es que no he hecho más que tener mala suerte. Porque, aunque otras personas estén peor que yo, jamás reconoceré que haber perdido a mis padres y hermanos es tener buena suerte… o mejor suerte que otros.

—No. Es no es tener buena suerte, desde luego. Pero… quizá… haber tenido esa mala suerte… era la única forma de llevarte por otro camino donde encontrarías otro tipo de fortuna. Una fortuna que quizá pueda… bueno… no de forma completa ni mucho menos, pero… quizá… compensar y sanar un poco… una pizquita… esa mala suerte que ya has tenido.

Cuando Yue dijo eso, Brey volvió a mirar su vientre. ¿Sería posible, sentir que la suerte le sonreiría algún día, sentirse afortunado a pesar de todas las personas que había perdido, agradecer el tiempo que tuviera con Yue, aunque probablemente iba a finalizar pronto? Sabía que le iba a costar mucho sentir eso. Pero ser afortunado no consistía en tenerlo todo en la vida. Solamente lo que uno considerase suficiente.

—Quiero llamarla Clover. A la niña.

Yue lo miró sorprendida al oírle declarar eso de repente.

—De todas las plantas, árboles y flores grandes e increíbles que existen en el mundo, a mi madre le chiflaba esta simple hierba. Admiraba que el trébol, aun pareciendo tan poca cosa, es capaz de hacerse camino y crecer en tierras pobres, porque las cambia, él mismo las fertiliza, haciendo que también otras plantas puedan crecer fuertes a su alrededor. Y además, simbólicamente, cada una de sus tres hojas suelen asociarse a un significado: fe, esperanza y amor. En los tréboles de cuatro hojas, la hoja extra simboliza la suerte, y por eso los tréboles de cuatro hojas son raros, escasos. Mi madre decía que, así, no cualquier persona podría hallar la suerte tan fácilmente. Sólo aquellos que supieran buscar bien… en los lugares donde ya predomina la fe, la esperanza y el amor.

Brey dejó de hablar y miró a Yue a ver qué le parecía, pero ella se había quedado observándolo totalmente embobada.

—Bueno, es que además mi padre tenía un pequeño porcentaje de sangre irlandesa y por eso su cabello y ojos… —añadió el chico, pensando que Yue esperaba que le diera más motivos.

—Me encanta —declaró ella al instante, mirándolo con emoción—. Daisuke y Clover. Me encanta. Así se llamarán nuestros hijos —lo abrazó con alegría.

Brey se apoyó sobre su cabeza, respirando el perfume de su cabello, cerrando los ojos con bienestar.

—Por favor, Yue… Quédate… Quédate conmigo… con nosotros —le susurró, le suplicó, sin poder evitar sacar ese ruego de su interior—. Os cuidaré a toda costa. Cuando nazcan, nos iremos a vivir los cuatro juntos a nuestro propio hogar. Estudiaré y os protegeré y cuidaré al mismo tiempo. Agatha dice que le encantaría gastar esta diminuta parte de su larga vida en ayudarnos a cuidarlos, dice que puede ser nuestra niñera cuando la necesitemos. Tus padres también van a estar ahí, aunque me odien. Con la Asociación, aunque ya no nos manden misiones grandes, ganaré dinero suficiente para vivir bien, y cuando me saque la carrera de Medicina, os mantendré más que de sobra, nunca os faltará nada…

Yue se mantuvo en silencio, dejando que él hablara de esa bonita vida juntos.

—Suena genial, Brey —dijo ella con una sonrisa, cerrando los ojos sobre su hombro—. Yo también lo haré lo mejor que pueda, aprenderé a cuidarlos muy bien, los amamantaré, los bañaré, los acunaré… Te esperaremos cada día en casa cuando vuelvas del instituto. Y cuando crezcan un poco más y puedan ir a la guardería, quiero ponerme a estudiar también.

—¡Sí! ¡Es verdad! ¿No era tu sueño formarte como chef? —exclamó Brey con emoción, separándola un momento para mirarla a los ojos, feliz de oírla hablar de planes de futuro—. No te preocupes, porque la Asociación puede mover cualquier hilo y hacerte entrar en la escuela de hostelería que tú quieras.

—Y algún día, abriré mi propio restaurante —asintió Yue—. Y cocinaré para vosotros todos los días, las mejores delicias. Y los niños crecerán sanos y fuertes. Dime, Brey, ¿qué harás con ellos? Cuéntame. ¿Jugarás con ellos? ¿Les enseñarás cosas?

Brey sintió que, una vez más, Yue había vuelto a excluirse de la ecuación. Esto le borró un poco la sonrisa. Aunque no estaba seguro de si era así, quizá ella sólo quería saber cómo iba él a hacer su parte como padre.

—Sí, supongo —se encogió de hombros—. Tendré que enseñarles a hablar, a caminar, a comer… Lo básico para su supervivencia. Es nuestro deber enseñárselo como progenitores que somos…

—No me refiero a eso, cariño, no te pongas tan racional —se rio—. ¿Les enseñarás el mundo? ¿Les enseñarás a amar? ¿A tener ilusiones? ¿A entender a la gente? ¿A procesar, asimilar y aceptar los cambios de forma positiva?

—Yo… —balbució Brey—. Esas cosas en concreto se me dan un poco mal, Yue, las emociones básicas y cotidianas de los humanos son un poco… Pero… Pero eso no importa, porque para eso tú estarás ahí, ¿verdad? Para enseñarles tú esas cosas que yo no puedo.

Yue apartó su mirada hacia el estanque de más allá. No le respondió a esa pregunta, pero no dejó de sonreír. Brey confiaba, quería confiar en su sonrisa y no en su silencio.»


Brey acercó una mano al rostro dormido de Clover y le apartó suavemente algunos de sus ondulados cabellos negros de la cara. Nadie le hacía tener sentimientos tan naturales y fuertes como los mellizos. Su iris se doblegaba ante ellos. ¿Por qué el destino lo había puesto ahí, en esta vida, en este papel? ¿Por qué había tenido que traerle a estos niños a tan temprana edad? ¿No podía el destino haberse esperado unos años, y haber dejado a Yue vivir más tiempo? ¿Y no había otro padre más adecuado, normal y mejor a quien habérselos dado?

Estas preguntas eran inútiles. Brey sólo podía tener en la cabeza un pensamiento: cumplir esta misión inesperada lo mejor posible, igual que el resto de misiones que la Asociación, y la vida, le plantasen. Y no era fácil. Iba a ser un proceso largo, como cualquier aprendizaje. Poco a poco, aprendería a agradecer los regalos de la vida, su tiempo con ellos, fuese largo o corto, y a sentirse afortunado por haberlos recibido.

Decidió dejar a Clover dormir en paz. Mañana hablaría con ella y enmendaría su error. No iba a permitir que estuviera triste y decepcionada otro día más. Se puso en pie, y echó un último vistazo a la habitación. Se quedó unos segundos mirando la mesa de Clover, llena de objetos tan raros, algunos tan bonitos, otros tan antiguos, o feos, o tan absurdos como una hoja seca de árbol.

Finalmente, regresó a su habitación, donde Daisuke ya se había quedado dormido en su cama, preguntándose qué veía Clover en esas cosas. Brey no era el único. Exceptuando a Daisuke y a Jannik, nadie tenía idea de que, a través de esas cosas, Clover lo veía todo.

Bueno. No del todo cierto. Había alguien más que sí lo sabía.

Después de un largo rato, en la casa de Brey ya no se oía ni una mosca. De hecho, todo estaba demasiado tranquilo… inusualmente oscuro y quieto. El aire parecía congelado.

Clover aún dormía profundamente en su habitación. Quizá, de tanto silencio que reinaba en la casa, fue que un leve susurro la despertó. Abrió los ojos y se los frotó un poco. Notó algo raro. La tenue luz que su habitación solía tener por la noche se había extinguido. Se preguntó si el pequeño dispositivo de luz se había caído del enchufe de la pared, o si se había estropeado…

Toda la habitación estaba en tinieblas. Excepto por una niebla.

Clover divisó en velo luminiscente al otro lado de la habitación, tomando forma humana poco a poco. Apareció entonces el espectro de una joven chica vestida de blanco, muy parecida a ella, pero con cabello negro liso y ojos de color índigo.

—¡Mamá! ¡Hacía mucho que no venías! —celebró Clover, llena de alegría, gateando hasta el pie de su cama.

Pero algo la detuvo. El pálido rostro translúcido de Yue no traía su habitual sonrisa. Clover se dio cuenta de que estaba intentando decirle algo, estaba exclamando algo, pero su voz no sonaba, y sus ojos lloraban de angustia. Cada vez que Yue intentaba dar un paso hacia ella, unos lazos de humo negro la frenaban.

—¿Mamá?

—Clover… ve a la habitación de papá… corre…

—No… No te oigo… —dijo Clover—. Espera, voy hacia ti.

—¡No! ¡Clover! ¡Grita! ¡Alza la voz! ¡Llama a tu padre! —se desesperó el espíritu de Yue.

Pero era en vano. Porque él ya estaba ahí desde hacía rato. No se le veía, porque estaba mezclado con la oscuridad. Solamente se veía una pequeña luz violeta al lado de la cama de Clover.

La niña sintió algo helado agarrando su brazo, impidiéndole bajar de la cama. Clover miró hacia arriba, buscando qué era, quién era, pero todo era negro absoluto. No obstante, hizo un esfuerzo, y enfocó mejor la visión de sus ojos especiales. En la más pura oscuridad, logró ver lo que ningún otro podría. Vio a la persona fusionada con las sombras. Era un hombre joven, de cabello rubio, de largas y cuidadas rastas, y unos ojos verdes como los suyos. Se parecía mucho a su padre. Su rostro era tan bonito como su sonrisa. Por alguna razón, Clover no sintió miedo. Tan sólo entendió… que lo que una noche creyó soñar, se estaba cumpliendo ahora como una premonición.

—¿Eres…? —se sorprendió Clover.

—Ssssh… —susurró Izan, y la envolvió entre sus sombras, haciéndola caer inconsciente.

Antes de esfumarse en el vacío, giró la cabeza para mirar el espíritu de Yue, allá lamentándose.

—Culpa a tu antepasada por no haberte avisado con más antelación. Debe de tener sus visiones ya oxidadas. De todas formas, no puedes hacer nada en mi vacío, nadie puede oírte… y has perdido esta oportunidad. Porque si sigues en esta dimensión más tiempo o te vuelves a aparecer aquí en poco tiempo, los dioses lo van a detectar y te van a pillar y encerrar como castigo antes de que te dé tiempo a nada.

—No hagas daño a mi hija… —le rogó Yue.

—Tranquila. Tengo otros planes.

Izan desapareció con todas sus sombras y el espíritu de Yue regresó sin remedio a la Dimensión Yang. La habitación recuperó la tenue luz de la lamparita de la pared, pero quedó vacía.





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