2º LIBRO - Pasado y Presente
Durante el trayecto en coche, Yenkis se pasó la mayor parte charlando con Evie sin parar. Los dos estaban sentados atrás y conversaban sobre las canciones de su grupo.
Hatori, de vez en cuando, echaba ojeadas al muchacho por el reflejo del retrovisor. Puede que fuera por la costumbre que su padre le inculcó desde pequeño o puede que fuera algo que ya llevaba en la sangre, pero no hacía otra cosa que analizarlo todo. Las cosas de las que hablaba con Evie, qué palabras escogía, los tonos de voz, los gestos, las miradas… Hatori tenía el mismo nivel analítico que un iris o al menos muy aproximado. Y no podía no notar pensamientos y sentimientos ocultos. Pero no en Yenkis, sino en Evie. Lo curioso es que, mientras que para Hatori era muy evidente, como un libro abierto, al propio Yenkis parecían escapársele todas esas señales ocultas y no tan ocultas de lo colada que estaba Evie por él.
Hatori entornó aún más sus ojos, suspicaces, discretos, fingiendo estar solamente centrado en conducir por las concurridas calles de Tokio, a las que también echaba meticulosos vistazos en busca de cualquier desorden o delito que pudiera haber.
—Así que… Yenkis —les interrumpió Hatori de repente mientras estaban parados en un semáforo.
El chico calló enseguida su conversación con su amiga y miró los ojos azules del ministro en el retrovisor, poniéndose firme.
—¿Señor?
—Dime. ¿Qué calificaciones sueles sacar?
—Agh… —protestó Evie—. Vamos, tío, no te pongas con los interrogatorios.
—Deja que tu amigo decida libremente por sí mismo si responder o no. No eres su abogada.
—Lo seré si te pones demasiado pesado —refunfuñó la chica.
Yenkis miró a uno y a otro, un poco cohibido. Evie parecía molesta por la interrupción, pero Yenkis sabía que debía cumplir respetuosamente.
—Ahm… Suelo sacar entre 90 y 100 puntos en los exámenes… desde que empecé el colegio.
—¿En todos? —Hatori hizo un gesto sorprendido, mirando con más atención a Yenkis por el espejo, y el chico asintió con la cabeza—. Ya veo… ¿Tienes algún tipo de condición intelectual?
—¿Eh?
—Tío Hatori, esas son preguntas personales —intervino Evie—. Kis no quiere destacar. Sólo quiere tener una vida escolar como los demás chicos. Por eso a veces saca menos de 100 puntos adrede.
—Así que ocultas tu inteligencia por encima de la media —observó Hatori, con un tono interesado.
—Bueno… yo… es que… —se encogió sobre el asiento, nervioso.
—Tranquilo. Eso no es un delito —dijo con calma, volviendo a arrancar el coche al ponerse el semáforo en verde, y frunció el ceño un momento, recordando algo—. Es cierto… ¿No es tu padre el fundador de la gran Hoteitsuba?
—Ehm… Sí, señor.
—Lo sabe medio instituto. El señor Vernoux es un genio famoso —dijo Evie—. Tienes que ponerte más al día. Estás conduciendo uno de sus coches.
—Es curioso que las veces que he ido a la casa de Viernes, nunca me he cruzado con el tal señor Vernoux, viviendo justo en la casa de al lado —comentó Hatori—. Creo que alguna vez llegué a ver desde la distancia a una mujer de cabello oscuro, y a una chica joven pelirroja. Pero nunca ni un atisbo del señor Vernoux.
—Porque es un hombre muy ocupado, tío Hatori —defendió Evie—. Por no decir que tú apenas has venido de visita a mi casa desde que nos mudamos ahí hace tres años.
Hatori se quedó callado el resto del trayecto, como si ya hubiera saciado su curiosidad sobre Yenkis. O como si se hubiera puesto un límite consciente.
La curiosidad de Hatori no tenía límite; si por él fuera, nunca dejaría de preguntar hasta el más mínimo detalle, o dato íntimo o pecado embarazoso, con tal de llegar a conocer la verdad completa sobre alguien que él considerase tres cosas: una amenaza para la sociedad, una valiosa fuente de información para lograr un fin importante, o una persona demasiado cercana a su sobrina.
Por eso, a los iris no les gustaba el hecho de que Hatori hiciera el trabajo que los iris consideraban suyo, así como a Hatori no le gustaba el hecho de que los iris hicieran el trabajo que él consideraba de la policía. Era obvio que él tenía esta característica común con ellos: odiaba a los criminales, las injusticias humanas, y todo aquello que peligrase o perjudicase a la gente inocente, que alterase el orden y la paz social o que pusiese en peligro a un ser querido. La gran discrepancia que había entre medias es que Hatori no consideraba a los iris competidores semejantes, sino otro de tipo más de criminales. A sus ojos, los iris eran unas existencias caóticas, desviadas, alterando u obstaculizando el camino hacia el correcto orden que debería reinar en el mundo humano.
Sabía lo suficiente sobre los iris como para tener en cuenta que literalmente cualquier persona podía ser uno. Cualquiera. Excepto bebés que apenas sabían andar y gente enferma o con discapacidad, claro. Desde la panadera de la esquina de la calle, o el niño pequeño agarrado a la mano de su madre, o el abuelo sentado en el banco del parque, o el emperador de Japón… o incluso el muchacho que se sentaba en la parte de atrás de su coche junto a su sobrina.
No necesitaba que ese alguien le diera un motivo previo. Hatori sospechaba de cualquier persona simplemente por existir. Aunque siempre había indicios más fuertes en unas personas que en otras. Por ejemplo, indicios físicos, como el abuelo sentado en el banco del parque: si se le veía encorvado, débil, caminando temblorosamente con un bastón, pues tenía unas probabilidades de ser iris casi nulas, por lógica. A no ser que fingiera, que también era posible. O indicios de comportamiento, como el niño pequeño yendo de la mano de su madre: si se le notaba una actitud constantemente atenta a su alrededor en lugar de distraída e ingenua, o una forma de hablar más inteligente o una capacidad de entendimiento más espabilada, pues tenía más probabilidades de ser iris. Aunque un iris pequeño también podía fingir una actitud ingenua e inocente.
La manera de fingir de los iris era un gran inconveniente porque lo hacían muy bien. Por eso, el estado de sospecha de Hatori era continuo, automático, ya formaba parte de él, no podía evitarlo. ¿Cómo saber que ese muchacho de ahí no era un iris? ¿Cómo se averiguaba, por supuesto de manera precavida y disimulada? Porque Hatori no podía atar a Yenkis a una silla y empezar a intimidarlo o torturarlo hasta que confesase, claro. Y era obvio que, si de verdad tuviera a un iris delante, ponerse demasiado interrogador, desconfiado u hostil con él le hacía correr el riesgo de que el iris se alertase, tomara una actitud defensiva y hostil de vuelta, o huyera enseguida. De ahí lo de obligarse a sí mismo a limitarse. Hatori también sabía fingir muy bien.
Sin embargo, debía admitir algo. Sabía que todos los iris lo conocían, y que no le tenían gran estima. Sabía que era una amenaza para ellos. Ninguno en su sano juicio se arriesgaría a acercarse a él de esta manera y, mucho menos, irse a su casa. De hecho, quienquiera que dirigiese a los iris, Hatori estaba seguro de que les tenía prohibido acercarse a él y a otras autoridades o políticos poderosos y peligrosos como él. Al fin y al cabo, los policías y políticos no eran el objetivo de los iris, solamente los criminales. El Gobierno no era más que un obstáculo con el que debían convivir y tener cuidado.
Claro que, irónicamente, Hatori estaba llevando a su casa al único iris del mundo que estaba totalmente desligado de la Asociación, de su dirigente y de sus normas. Por eso, no le quedaba más remedio que pensar que las probabilidades de que Yenkis fuese un iris eran casi inexistentes.
Respecto a Yenkis, él también estaba pendiente y consciente de este riesgo. Aunque no tanto como en realidad debería. Su padre le dijo que los iris debían ocultar lo que eran al resto de los humanos porque descubrir su existencia no iba a ser una noticia bien recibida o generalmente aceptada. Y eso era una respuesta lógica, normal e inteligente de los humanos; temer lo desconocido era un instinto sabio que servía para protegerse y sobrevivir. Entender lo de los iris no era fácil, y, por tanto, no iba a ser rápido. Conllevaría bastante tiempo asimilar de dónde venía este fenómeno, para qué, cómo se usaba, quién lo controlaba, etc., y hasta que no se comprendiera del todo, el rechazo y la desconfianza serían las respuestas dominantes contra los iris.
El problema es que Neuval no le había contado a Yenkis que el motivo de ocultarse era mucho más grande que la simple opinión humana. Yenkis no sabía que había cuatro siglos de historia detrás de los iris, cuatrocientos años de actividad por el mundo y muchos humanos que ya lo sabían y no estaban nada contentos con ello, como los Knive y varios políticos de todo el globo, que en su día se unieron al padre de Hatori para iniciar la operación internacional de La Caza de iris.
El tozudo empeño que tenía Neuval por no involucrar a Yenkis en ningún tema relacionado con el resto de iris y la Asociación y su historia tenía su comprensible razón, ya que, por mucho que Alvion dijera que Yenkis tenía un iris, Neuval defendía que Yenkis no era un iris.
Había una importante diferencia. Para la Asociación, un iris era una persona que había sufrido un trauma grave y, con él, desarrollado un poder sobrenatural peligroso si no se entrenaba con un equilibrio entre el control emocional, el control intelectual y la habilidad física, y con un deseo de venganza inequívoco en todos, una necesidad vital por luchar contra el mal y la injusticia humana.
Yenkis no tenía ninguna sed de venganza, ni ninguna necesidad vital de ir a luchar contra criminales y terroristas. Para Neuval, Yenkis era un chico mentalmente sano y normal, pero con la capacidad de dominar el aire. Podría decirse, un medio iris. Tenía el dominio de un elemento y un espíritu bondadoso y justo, pero carecía de la necesidad de trabajar en lo que trabajaban los demás iris, de saciar una inconformidad latente y de un motivo traumático.
Por eso, Neuval se mantenía firme en que Yenkis no necesitaba en absoluto aprender a ser un iris, es decir, aprender la historia de la Asociación, sus secretos, sus normas, sus métodos, su funcionamiento… y su vigente conflicto con el Gobierno.
Como resultado de esta decisión, Yenkis no tenía ni idea de que estaba yendo en un coche con un hombre que había propiciado la muerte de su propio padre para tomar las riendas del poder y dar caza absoluta y sin piedad a cualquier persona que le brillara un ojo.
El riesgo que Yenkis pensaba que corría era que, si Hatori descubría que le brillaba un ojo, se produciría una situación de sorpresa y confusión, incómoda y difícil de explicar, y que, como mucho, se ganaría la desconfianza de Hatori y ya no le dejaría ser amigo de Evie ni acercarse a ella. El joven Fuu no tenía culpa de pecar de esta ingenuidad porque sólo tenía 12 años, pero, si las cosas salían mal, el precio a pagar sería alto.
Aun así, en este tema de su ojo de luz se sentía tranquilo y confiado, porque había estado desde el miércoles pasado hablando más con su padre.
Hace cuatro días, el miércoles pasado…
«—¿Qué cosas le has dicho al tío Sai? —le preguntó Yenkis a su padre con curiosidad cuando ya estaban regresando a casa en coche tras despedirse de los Lao en el cementerio.
—Mmm… Bueno, más que decir, he estado rememorando cosas del pasado —le respondió Neuval.
—¿Sí? ¿Qué cosas?
—Oh, recuerdos muy bonitos y especiales —sonrió Neuval con ojos nostálgicos y cándidos—. Como el día en que le puse ortigas en los calzoncillos en el vestuario del instituto… O el día en que conocí a tu madre y me asesinó con la mirada y me taladró el alma por primera vez…
Neuval ignoró felizmente la cara torcida, confusa y preocupada con la que Yenkis lo miró durante medio minuto, pensando que su padre debía de haberse intoxicado con tanto incienso en el templete. Sin embargo, el chico se quedó callado durante un largo rato, mirando por la ventanilla con aire taciturno, meditabundo, y esto sí lo captó Neuval.
—Hey… Tout va bien ?
—Eh ? Ah, oui… —balbució el niño—. Bueno, es que… trato de imaginar cómo sería. Pero de sólo imaginarlo… no sé, es una sensación terrible. Se me retuerce la tripa.
—¿Imaginar el qué?
—Pues… lo de que se te muera un hermano.
Neuval hizo un gesto sorprendido, sin apartar la vista de la carretera, pero no dijo nada.
—No puedo evitarlo —decía Yenkis—. Porque, últimamente, no sé… como que me doy cuenta de más cosas que antes. Cosas que antes ni se me pasaban por la cabeza.
—¿De qué cosas te das cuenta últimamente? —trató de entender.
—De lo mucho que he dado por sentado todo lo que me rodea —suspiró alicaído, apoyando la sien en la ventanilla—. Mamá murió siendo yo muy pequeño. Siempre la añoro, pero, a pesar de eso, he tenido una infancia generalmente feliz. No sé si es porque, por mi escasa edad, he sido muy inocente e ingenuo como para que me afectara la pelea entre Lex y tú, o la depresión que casi acaba contigo varias veces y que tan duramente has estado disimulando, o la asfixiante infelicidad de Cleven, y mi escasa capacidad de consolaros y ayudaros…
Neuval se quedó mudo. Su cara perpleja seguía mirando a la carretera. Se preguntó de dónde había salido esto de repente, estos pensamientos tan profundos de Yenkis, esos sentimientos tan complejos y ese autoanálisis tan maduro. Sobre todo, oír de él el hecho de que siempre fue consciente de las cosas graves y tristes que pasaban a su alrededor pese a ser pequeño.
—Sé que Lex, Cleven y tú habéis pasado por mucho dolor y muchas dificultades durante estos años —continuó Yenkis—. Y a veces yo me sentía culpable por no sentir el mismo dolor que vosotros, o con la misma intensidad. Entiendo que es por la edad, a mí no me dio tiempo de forjar tantas memorias y experiencias con mamá como vosotros y, además, con 4 o 5 años yo tampoco es que entendiera muy bien qué era la muerte.
»No sé por qué, pero yo… la mayor parte del tiempo, me he sentido feliz y animado. Mi familia estaba rota, pero yo estaba contento de tener un hermano, una hermana, y a ti. Nunca se me pasó por la mente la idea de que alguno de vosotros también podría morirse algún día de repente. Y ahora… no sé si es porque Lex me contó tu historia, o si es porque mi cerebro está cambiando porque voy a cumplir 13 años, pero ahora esa idea me persigue, es un miedo que no se me va.
»¿Y si a Cleven le pasase algo mañana? ¿Y a Lex? ¿Y a ti? No puedo imaginarme a mí mismo viviendo en este mundo aceptando la ausencia de cualquiera de vosotros. ¿Qué tipo de Yenkis sería si pudiera seguir viviendo con normalidad después de perder a alguno de vosotros tres? ¿Un Yenkis débil y conformista, o un Yenkis fuerte que se adapta?
Se produjo un silencio dentro del coche. Neuval entonces detuvo el vehículo un momento a un lado de la carretera de una calle pequeña; puso el freno de mano y se giró sobre su asiento para mirar de frente a Yenkis, que iba de copiloto en el lado izquierdo. Yenkis lo miró confuso. Su padre simplemente lo observó fijamente durante un rato, sin decir nada. Hasta que alargó una mano hacia él y la puso en su mejilla.
—Estás creciendo muy rápido —murmuró Neuval, acariciándolo con el pulgar. Se lo dijo con una sonrisa, pero sus ojos estaban tristes. Después entrelazó las manos, apoyando un codo sobre el volante, acomodándose—. Te debo una disculpa por lo del otro día.
—¿Eh?
—El otro día, cuando te vi en tu cuarto con todas mis herramientas. Te dije que dejaras de indagar de una vez en mis asuntos. Te dije que quería que siguieras siendo mi pequeño genio alegre y feliz. Decirte esto último fue muy egoísta por mi parte. Cuando eres padre, siempre buscas proteger como sea la inocencia y la ignorancia de un hijo, porque sabes que así proteges su felicidad y su tranquilidad. Esa es la prioridad número uno, que tu hijo se sienta feliz y a salvo a toda costa, siempre. Pero, claro… esta sobreprotección solamente es necesaria durante los primeros años de edad y es fácil olvidarnos de nuestro deber de ir soltando la cuerda poco a poco.
»Me costó muchísimo soltar la cuerda con Lex, ¿sabes? Siendo mi primer y único hijo durante nueve largos años, y el que cambió todo mi mundo y toda mi persona y me convirtió literalmente en el más poderoso de mi clase… Pero Lex tuvo suerte. Él necesitaba que yo empezara a ir soltando la cuerda y dejarle crecer y saber cada vez más cosas, dejarle abandonar su inocencia y su ignorancia, y yo no me veía capaz… pero entonces nació Cleven, y toda mi atención sobreprotectora recayó ahora sobre ella. De igual manera, cuando Cleven ya se estaba haciendo mayor, me costaba horrores soltar su cuerda. Tu nacimiento pudo salvarla un poco de mi excesiva atención sobre ella igual que pasó con Lex, pero… tu madre murió… y… —suspiró, mirando de reojo las luces de las farolas de la calle—… quise agarrar todas vuestras cuerdas, la de Lex, la de Cleven, la tuya, y tirar de ellas tan fuerte… atarlas a mí con nudos tan fuertes…
»Ese miedo que dices que te acompaña ahora, Yen, ha venido naturalmente porque te estás haciendo mayor, y debes saber que ya te acompañará el resto de tu vida. Es natural tener este pensamiento constantemente en tu cabeza, temer la posibilidad de perder un día a un ser querido de forma inesperada y preguntarte cómo serías capaz de afrontarlo. El problema está cuando dejas que este temor dirija tu vida y te haga arrastrar a otros a tu agujero sobreprotector.
»Cuando tu madre murió, yo quería meteros a los tres en un agujero donde nada podría pasaros, ni perjudicaros, ni arrancaros de mi lado. Las consecuencias… —se encogió de hombros—… ya las sabes. Lex no aguantó que tirara tanto de la cuerda y él mismo la cortó de una tajada. Cleven ha vivido asfixiada de tanto que apreté su cuerda y casi la pierdo, no físicamente, sino su salud mental. Y contigo iba por el mismo camino, si no fuera por la llamada de atención que Cleven me dio cuando se fugó de casa. Ahí empecé a darme cuenta.
—¿De qué? —preguntó Yenkis, que había estado escuchando absorto a su padre.
Neuval lo miró.
—De que me daba más miedo asfixiaros y destruir quienes realmente sois por tirar de vuestras cuerdas, que exponeros a los peligros del mundo por ir soltándoos.
Yenkis terminó comprendiéndolo. No sólo lo que su padre había estado diciéndole, sino que también se entendió mejor a sí mismo y por qué tenía estos pensamientos últimamente. Se preguntó si en esto consistía crecer y madurar. Ir perdiendo la alegría conforme se iba perdiendo la ignorancia. Pero Yenkis opinaba lo mismo que su padre, que este era el orden natural de las cosas, y que no tenía que ser tan malo como parecía.
El hecho de que con el camino hacia la adultez se iba siendo menos feliz, no quería decir que no se pudiera ser feliz con pequeñas cosas valiosas que uno iba encontrando en su vida adulta. Pero que esas cosas tuvieran valor dependía de que uno mismo le diera ese valor. Y para saber dar valor a las cosas o hacerlas valiosas, había que comprender la realidad de que, en este mundo, las cosas eran temporales, y vulnerables a desaparecer, perderse, cambiar o sufrir. Que no se podía dar nada por sentado. Abandonar la ignorancia y la inocencia y conocer la cruda realidad de la muerte y la temporalidad hacía que Yenkis valorase aún más lo afortunado que era de seguir teniendo a su padre y a sus hermanos, y no centrarse tanto en el miedo de perderlos, sino en cómo aprovechar su tiempo con ellos lo mejor posible.
—Tu madre estaría muy orgullosa de ti —comentó Neuval.
—¿Sí? —sonrió Yenkis—. ¿Por qué?
—Puede que físicamente seas una fotocopia mía y tengas mi inteligencia científica, pero sin duda tienes mucho de su madurez y su autoanálisis magníficamente consciente —se rio, volviendo a arrancar el coche y conduciendo el trayecto final a casa—. Y su nariz.
—¿Sí? ¿Es que tú no tienes la misma madurez y capacidad de autoanálisis? Creía que todos los adultos tenían una imagen y una identidad clara de sí mismos.
—Yenkis, algún día será inevitable que descubras cosas sobre mí que te harán plantearte la idea de encerrarme en un psiquiátrico o no.
—Ah… ¿Y después de decirme eso pretendes que duerma tranquilo esta noche y siga viviendo contigo con normalidad? —dijo con una mezcla de sarcasmo y miedo.
—Hahah… Nooo, tranquilo. No te tienes que preocupar por nada de eso. Mi salud mental está en muy buenas manos.
—Oh… No sabía que estabas visitando a un psicólogo —se sorprendió, mientras ya llegaban al garaje de casa y se bajaban del coche—. ¿Es un buen profesional?
—Me lleva tratando desde que tenía tu edad, y es el mejor del mundo —sonrió su padre, y se paró un momento junto al vehículo para echar un vistazo a los mensajes de trabajo de su móvil.
—Espera, ¿pero él sabe lo de tu ojo? —siguió preguntando Yenkis con curiosidad, apoyándose sobre el capó.
—Mm, hm.
—¿Y yo? ¿También tendré acudir a él algún día para que me trate?
—¿Qué? —Neuval levantó la cabeza, mirándolo sorprendido, y Yenkis se señaló su ojo izquierdo varias veces—. No. Yenkis. Eso no tiene nada que ver. Yo necesito una supervisión de este profesional, no porque me brille el ojo, sino por aquello que causó que brillara. El brillo de tu ojo no está ligado a ningún trauma.
Yenkis se quedó unos segundos pensativo.
—¿Ese profesional… está supervisando tu salud mental por el mismo trauma de hace 35 años? —no pudo evitar preguntar el muchacho. Neuval se quedó callado, preguntándose por qué le hacía esa pregunta—. ¿En todos esos años no te has curado de él? ¿Qué quiere decir eso, que no tiene cura? ¿Tienes que estar supervisado el resto de tu vida?
—Es más complicado que eso, Yen. Hay traumas humanos, y traumas no humanos —se señaló su ojo izquierdo.
—Pero… ¿tú todavía… —preguntó con cuidado—… sufres por tu hermana… con la misma intensidad que hace 35 años?
—No, no, no… No con la misma intensidad —procuró Neuval tranquilizar su preocupación—. Verás, cuando sufres un trauma así, hay una parte de tu mente que al paso de los años consigue forjar una adaptación, una normalización, una estabilidad para seguir con la rutina de tu vida… y se sobrepone a otra parte de tu mente donde el trauma nunca desaparece ni se olvida, manteniéndola a raya, solo que a veces factores externos pueden debilitar este escudo de estabilidad y traer el viejo trauma de nuevo a la superficie y… —se calló cuando vio que Yenkis tenía una mueca de intentar entender con mucha fuerza—. Ay… un Zou sería mejor explicando esto… —murmuró, rascándose la cabeza—. En cualquier caso, Yenkis, como te decía… es un poco más complicado que eso. La muerte de Monique me sigue trayendo tristeza y rabia, y creo que siempre lo hará. Pero, entre medias, puedo conseguir una estabilidad, a través de las cosas que me dan fuerzas. Mi familia adoptiva… mis amigos… tu madre… incluso tus abuelos Hideki y Emiliya… siempre fueron enormes pilares que me sostuvieron. Pero… —miró para otro lado, afligido—. Perder a Hideki y a Emiliya… a Sai… a tu madre…
—Son pilares que se han ido derrumbando y haciéndote perder la estabilidad —comprendió Yenkis.
Neuval volvió a mirarlo, y sonrió tranquilo, asintiendo.
—Entonces ese profesional es el único que puede sostenerte ahora —comentó el chico.
—No —contestó Neuval—. Ese profesional no es un pilar que me sostiene, Yenkis, es sólo una voz que está ahí para recordarme de forma constante que todavía tengo grandes pilares que aún me sostienen.
—Tus padres —afirmó Yenkis.
—Y mis hijos —sonrió Neuval—. ¿Te parece poco?
—¿Y si algún día le pasara algo a Lex, o a Cleven o a mí? ¿Te adaptarías? ¿O te derrumbarías del todo?
Neuval comprendía que Yenkis tuviera estas inquietudes. Pero empezaban a ser preguntas demasiado difíciles de responder. Sinceramente, no quería hablar de esa hipotética situación, ni pensar en ella un ápice. Al menos, Yenkis se dio cuenta de esto cuando percibió cómo a su padre se le encogía un poco el pecho, y cómo sus ojos huían a la pantalla de su móvil, fingiendo revisar correo importante.
—Bueno… —titubeó el chico, retomando el tema de antes—. Vale, yo no tengo un trauma. Pero hoy perdí el control, papá, volé el comedor.
—¿Qué? Claro. Porque estabas enfadado, no traumado. Escucha —volvió a guardar el móvil y se acercó a él, rodeándolo con un brazo—. Tu poder sí está ligado a tus emociones, pero tú tienes unas emociones muy sanas, normales y estables. Te enfadaste esta mañana, pero te frenaste, porque mantienes tu consciencia despierta, y tu juicio. El problema es cuando… pierdes la cabeza por culpa de emociones más graves, insanas, que escapan del límite de lo normal y, por tanto, de tu control.
—¿Eso… es lo que te pasa a ti? —preguntó con tono cauteloso—. ¿Te ha pasado alguna vez? Yo nunca te he visto perder la cabeza ni nada.
Neuval desvió la mirada un momento al techo, respirando hondo, rememorando como una película rápida las no escasas ocasiones en que había perdido el control, especialmente cuando murió Katya.
—Tú no te tienes que preocupar por nada —volvió a sonreírle con calma, frotando su hombro—. Solamente tienes que hacer un necesario pequeño esfuerzo para aprender a controlarte mejor. La persona que va a entrenarte será muy buen guía, ya verás. No te costará mucho, porque como ya he dicho, tienes una mente ya muy sana y estable. Eres un adolescente, tienes todo el derecho a cabrearte por algunas cosas, o que te den rabia otras, o que te duelan otras. Pero tienes que evitar la manifestación involuntaria o accidental de esas emociones a través de tu dominio del aire. Los humanos también aprenden a hacer eso a tu edad. No pocas personas se han cabreado mucho de repente por algo y, por un impulso involuntario, han pegado un puñetazo contra una pared, una mesa o incluso otra persona. Hay que aprender a controlar esos impulsos que pueden hacer daño y asustar a los demás.
Yenkis asintió con la cabeza, entendiendo. Neuval besó su frente y se fue hacia la puerta del fondo del garaje para entrar en casa.
—Papá, espera —lo detuvo—. ¿Me brillaba el ojo de bebé?
—¿Eh? Sí… a veces.
—¿Cómo lo ocultabais mamá y tú? ¿Cómo nadie más lo vio? Cuando empecé a ser consciente de la luz de mi ojo a los 5 años o así, me inculcaste la costumbre de guiñarlo cuando entrara en un lugar muy oscuro con más gente delante y lo he estado cumpliendo a rajatabla y no ha habido problema, pero…
—De bebé, la luz de tu ojo era muy floja, casi imperceptible. Sólo brillaba con algo más de fuerza cuando experimentabas una emoción básica muy fuerte, que solían ser sustos repentinos, picos de alegría intensa o picos de ira.
—Picos de ira… Eso suena algo excesivo para un bebé.
—Oh, eran picos de ira adorables, típicos de cualquier bebé, no imagines nada tan grave. Te daban pocas veces, siempre ligados a injusticias, como cuando tu hermana te arrebataba tu juguete preferido o un niño del parque te daba un bofetón de la nada. Te echabas a llorar de rabia y tu ojo emitía ese brillo blanco. Pero nadie se daba cuenta, porque eran leves y porque, al llorar, cerrabas o entrecerrabas los ojos. Se notaba algo más en los picos de alegría intensa. Te daban cuando tu madre y yo, o tus hermanos, te hacíamos reír de pura diversión durante largo rato. En esas ocasiones estábamos atentos a que otras personas no lo vieran, disimulábamos, y no era difícil, ya que eran momentáneos. Los brillos más frecuentes y notables te sucedían con los sustos.
—¿Los sustos?
—Sí. Escuchar un ruido muy fuerte de repente, o ver a alguien o algo apareciendo ante ti de repente, es precisamente el tipo de estímulo que más enciende nuestro iris. La función primaria del iris es reaccionar y actuar ante males, entendiendo como males cosas peligrosas, amenazas, agresiones… cualquier cosa que ponga en peligro la seguridad y la vida. Cuando oímos un estruendo repentino, o algo nos ataca de repente o aparece ante nuestra vista inesperadamente, el iris lo interpreta en un microsegundo como un posible peligro para tu seguridad y se activa al instante, haciéndote conectar instantáneamente con tu elemento para que estés listo para usarlo, y esta conexión se manifiesta mediante esa luz en nuestro ojo.
—He tenido sustos antes y no me ha brillado el ojo.
—Tienen que ser sustos bien grandes, mezclados con pánico o estrés. Sustos de los que crees que tu vida corre peligro. De bebé, un ruido fuerte repentino te ponía el corazón a mil por hora porque a esa edad a tu cerebro le cuesta más tiempo procesar qué ha pasado o qué ha sido, y el estado de alarma se mantiene a tope en tu mente más tiempo. Tú ahora mismo oyes un fuego artificial explotando y te va a sobresaltar durante uno o dos segundos nada más, porque tu cerebro ya reconoce con más rapidez qué tipo de ruido has escuchado, por la experiencia. Pero un bebé escucha eso ahora y va a estar alarmado y asustado durante diez, quince o veinte segundos, o más, hasta que su madre o padre o figura protectora lo consuele y le haga entender que no hay peligro.
»Este es el tipo de brillo que más nos costaba ocultar porque, aquí, tus ojos alarmados se abrían como platos y apenas parpadeabas, por lo que la luz de tu ojo se hacía bastante evidente y llamativa y duraba bastantes segundos hasta que te calmábamos. Lo bueno es que ese tipo de sustos intensos se iban reduciendo conforme te acostumbrabas a los ruidos inesperados o a las apariciones visuales inesperadas.
—Cuando dices “apariciones visuales inesperadas”, no puedo evitar rememorar la cantidad de veces que Cleven me pegaba sustos tremendos, saltando ante mí tras la esquina de un pasillo o saltando sobre mí mientras estaba tumbado en una cama o el sofá… ¿Por qué me dijiste que tenía que guiñar mi ojo ante ella también, si obviamente Cleven debió de ver mi brillo varias veces de pequeños?
Neuval tardó un poco en contestar. Hizo un gesto resignado con la cabeza.
—Tu hermana… ya no se acuerda de eso. Una vez empezaste a guiñar el ojo, ella seguía siendo pequeña, así que seguramente acabó olvidando lo de tu luz, y por ahora quiero que sigas ocultándoselo.
—¿Qué niña de 9 años va a olvidar que su hermano pequeño emite una luz blanca por su ojo izquierdo? —discrepó Yenkis, poco convencido de la teoría de su padre. Pero Neuval permaneció callado, mirando a otro lado. Yenkis entonces entendió que este era uno de los muchos secretos que él seguía ocultando—. ¿Qué hay de Hana? ¿Sigo disimulando ante ella o no?
—Ya no hace falta. Ella ya sabe que a ti y a mí nos pasa esto. He decidido contárselo para facilitar las cosas.
—¿Qué? —se sorprendió—. Y… ¿se lo ha tomado bien? ¿No te ha hecho preguntas?
—Hana sigue sintiendo lo mismo por nosotros que antes. Este fenómeno inhumano no le importa, ni la molesta ni la asusta, así que no te preocupes. Te seguirá tratando como siempre, con todo el cariño que te tiene. Eso no ha cambiado. Vamos, Yen, entra casa —le pidió, sintiendo que ya habían hablado suficiente, además de estar agotado después del día de locos que había tenido desde el ataque en su empresa—. Ve a darte un baño y después pon la mesa. Pediré comida a domicilio. Voy a subir a ver si Hana se encuentra mejor.
Yenkis asintió y entró con él por esa puerta del garaje. Mientras se quitaba los zapatos y el abrigo en el vestíbulo, recordó una última cuestión.
—¿Qué pasa si me brilla el ojo por ninguna razón de las que has dicho antes y además ante un ambiente bastante iluminado? ¿Cómo hago para evitarlo?
Neuval, que estaba colgando su abrigo en un perchero de la pared, se giró hacia él con una mueca turbada.
—¿Lo preguntas como hipótesis? —quiso saber, y el chico negó con la cabeza—. ¿Cuándo te ha pasado eso? —se acercó a él enseguida.
—Creo que unas pocas veces desde el último año. Verás, es que… la otra noche, la misma en la que tú no estabas y vino el señor… o sea, el abuelo Lian aquí para decirle a Hana que estabas en su casa porque habías recibido una llamada de Jean y estabas afectado y todo eso… Esa misma noche Evie vino a pasar el rato aquí y se quedó a cenar y tal, y cuando estábamos hablando en el porche, pues… al parecer me estaba brillando el ojo y ella me lo señaló.
—¿Evie ha visto la luz de tu ojo?
—Sí… Pero es que, además, había bastante luz donde estábamos, por eso yo estaba confiado con los dos ojos abiertos. Y aun así estaba brillando. Y no sólo eso. Evie me dijo que no era la primera vez que la veía. Ha visto mi luz en algunas pocas ocasiones más y también eran momentos donde yo estaba a plena luz y sin ningún estado emocional especial. Dice que empezó a verla hace un año. Antes de eso, nunca vio mi luz. Así que… es posible que esto sea algo nuevo que me pasa desde hace un año.
Neuval no dijo nada por un rato. Ante todo, procuró mostrarse tranquilo para que Yenkis no notara lo preocupado que estaba por esta noticia. Si la luz de su ojo escapaba a su control sin motivo aparente, en cualquier momento uno de los agentes de Hatori o el propio Hatori podría verla cuando Yenkis estuviese andando por la calle o en cualquier lugar.
—Si Evie la ha visto, ¿ninguno de tus amigos también?
—No, que yo sepa. Seguro que me lo habrían dicho o preguntado por ello. Evie dice que apenas han sido cuatro veces. Y la intensidad de la luz es floja. Quizá por eso no se note tanto, si brilla poco y además el ambiente está iluminado… Evie me aseguró que para darse cuenta tenía que estar bastante cerca de mí y mirarme con atención.
«Aun así…» pensó Neuval, «Esto eleva el riesgo».
Sin embargo, había una inquietud más. Algo a lo que nunca le dio importancia, ahora se había convertido en un enigma. A ningún iris le brillaba el ojo en un espacio iluminado y en un estado emocional tranquilo. La luz siempre se manifestaba provocada por algo, un motivo, algo que alertaba al iris. En el caso accidental, siempre era una repentina emoción intensa, un pico de ira, o de gran felicidad, o un gran susto. En el caso intencional, era cuando el iris hacía conexión y uso consciente del dominio de su elemento.
El enigma estaba en que Neuval también tuvo estos brillos sin motivo alguno cuando era pequeño, en el periodo de dos años desde que se convirtió en iris hasta que ya completó su entrenamiento. Tanto Alvion, como Lao y como Denzel consideraron que era un efecto único en Neuval por su particular situación distinta a los demás iris, de haber pasado más tiempo que nadie con un iris sin tratamiento, y que tener brillos sin motivo sería un efecto secundario de lo mucho que su mente había aguantado cuerda.
Ahora no estaba tan seguro. ¿Por qué esto le estaba pasando a Yenkis también? ¿Y si haber heredado genéticamente su iris significaba haber heredado también sus mismas características o defectos? Neuval fue un niño traumado, maltratado y puesto al límite muchas veces, pero Yenkis era totalmente lo contrario, el chico más querido, protegido, feliz, arropado y libre.
Neuval temió esta posibilidad, la de haber podido traspasarle a Yenkis su mismo iris con sus mismos defectos, y que, algún día, aunque no hubiera motivo emocional detrás, pudiera desarrollar un majin. Como los hijos que, al tener progenitores o abuelos con historial de cáncer, no quería decir que heredaran el cáncer, pero sí una mayor propensión a desarrollarlo que otras personas.
Neuval volvió a callar esa voz en su cabeza que no paraba de preguntarle “¿seguro que no sería mejor entrenar a Yenkis en el Monte Zou bajo la tutela profesional de los monjes y de Alvion?”, no quería escucharla.
De todas formas, no iba a marcar ninguna diferencia, ya que lo que hacía brillar el ojo de Yenkis y antiguamente el de Neuval sin un motivo detrás, sí que se trataba de un motivo, y de uno bastante más serio y oculto de lo que Alvion ni ningún Zou podrían imaginar. Cada vez que el ojo de Neuval y el de Yenkis brillaba sin razón, es porque sus iris estaban siendo provocados por algo; estaban respondiendo a pequeñas señales energéticas en sus mentes que ningún otro iris del mundo tenía. Y eso era porque el iris que Neuval y Yenkis tenían no estaba solo dentro de sus mentes; compartía habitación con algo más.
—El brillo involuntario puede ser un problema para tu seguridad —habló Neuval por fin después de ese rato de silencio—. Entrenar para controlarlo es algo muy importante que ya te va a enseñar el maestro que voy a traerte. De hecho, es tan importante que vas a empezar a practicarlo desde ya mismo.
—¿Eh?
—Yenkis, te voy a poner a prueba —le puso las manos en los hombros, muy serio y ansioso—. Vas a aprender a reaccionar.
—¿Eh?
—Sentir un pico de felicidad o de ira es algo que puedes controlar mejor porque son emociones complejas, pero el miedo es una emoción instintiva, primitiva. Es muy peligroso que por cualquier susto reveles la luz de tu ojo ante cualquier persona. Vas a aprender a responder ante los estímulos de pánico o sobresalto sin emitir tu luz. Y por supuesto vas a aprender a reducirla lo máximo posible en entornos oscuros y no depender solamente del guiño.
—Ah… vale, pero… ¿cómo…? ¿Qué vas a hacer? —preguntó temeroso, viendo ese ímpetu que su padre tenía de repente, notando que le apretaba más los hombros.
—En cualquier momento… —susurró, mirándolo fijamente con sus escalofriantes ojos plateados—… en cualquier lugar…
—¿Qué? ¿Qué pasa en cualquier momento y lugar?
—Estás advertido…»
Desde ese miércoles por la noche y durante todo el jueves, Yenkis había tenido que sufrir una serie de tropelías que habían puesto a prueba su capacidad cardiaca y su paciencia. Un globo estallando junto a su oreja a las dos de la mañana mientras dormía, luego su padre aterrizando sobre él y aplastándolo con un grito de guerra a las cinco de la mañana tras haber reconciliado el sueño por segunda vez, la puerta del baño abriéndose estruendosamente en mitad de su baño o mientras hacía sus necesidades, sorprenderlo de camino al colegio simulando que casi lo atropella con el coche mientras cruzaba la carretera…
Y todas las veces que el ojo de Yenkis se encendía, su padre le rociaba con un repugnante espray de una mezcla de vinagre, leche caducada y ajo. Un auténtico infierno.
La noche del jueves le costó dos horas dormirse. Pero tenía la mente tan atormentada por ese horripilante espray que, al escuchar un nuevo estruendo en medio de la noche, se despertó sobresaltado, pero ya no en estado de pánico, sino en estado de alerta y control, con sus ojos bien abiertos, pero ninguno brillando. Luego se encontró con su padre ahí de pie en medio de su habitación con el espray preparado, mirándolo boquiabierto.
Sinceramente, Neuval esperaba que Yenkis lograra controlar esta pequeña parte de su iris al cabo de un par de semanas, igual que los demás, ¡pero no al segundo día! Entonces pensó que, quizá, Yenkis corría con la ventaja de tener una capacidad de aprendizaje mucho más veloz que cualquiera, porque él nunca había sido humano. Nació iris, y el iris era para él, literalmente, como una pierna o un brazo más, un trozo más de su ser. Brey había tenido el mismo caso, respecto al aprendizaje más rápido que el resto, aunque no con ese otro detalle de que le brillara el ojo a veces sin razón, otra cosa que reafirmaba la creencia de Neuval de que Brey y Yenkis no eran iris natos por la misma razón ni funcionaban igual.
De todas formas, Yenkis siguió practicándolo, no sólo porque su padre se lo pidió, sino, más bien, para estar mejor preparado para el sábado. Desde que Evie le comentó que ese fin de semana iba a estar con su tío porque sus padres iban a dejarla sola por trabajo, Yenkis ya había decidido que tenía que aprovechar la ocasión, con la excusa del trabajo escolar que tenían que hacer para el lunes.
Tenía su cubito mejorado, y tenía el programa que Daiya le dio en un USB aquel mismo miércoles que su padre fue a recogerlo al colegio y se peleó con él y voló el comedor. Aunque después de aquello hablaron, se reconciliaron, fueron juntos al cementerio y después hablaron más sobre temas más profundos, la ambición de Yenkis por descubrir toda la verdad seguía vigente, y, en parte, el manojo de nervios que le oprimía el pecho se debía a un inevitable sentimiento de culpabilidad.
Sentía que estaba traicionando a su padre con este plan. Él le pidió que tuviera más paciencia, que dejara que los nuevos cambios y secretos recién revelados terminaran de asentarse… pero, por mucho que aquel miércoles se revelaran muchas cosas junto con la familia Lao, Yenkis llevaba ya muchos años esperando por la verdad completa y por fin tenía los recursos. Y el lugar idóneo.
Tenía todos los archivos secretos de su padre guardados en su cubito y protegidos bajo el programa-candado creado por su madre, y en el USB tenía el único programa-llave, también creado por su madre, que podía abrir el otro.
En principio, tenía pensado abrir los archivos en su propio ordenador de mesa en su cuarto, pero ahí corría un riesgo. Igual que sucedía con su móvil, su padre también vigilaba su ordenador. No es que Neuval espiase toda su actividad, pero tenía a Hoti vinculada al ordenador de su hijo simplemente para protegerlo, para que Hoti le avisara si Yenkis estaba siendo hackeado, afectado por algún virus o acosado por algún ciberdelincuente o pedófilo de las redes sociales. Yenkis temía que, a la hora de abrir los archivos secretos, Hoti pudiera identificarlo como otro peligro, y avisaría a su padre. Por tanto, le preguntó a Evie si podría hacerlo en algún ordenador de su casa el fin de semana. Y ella le dijo que ese fin de semana estaría en casa de su tío, y le confirmó que él, al igual que el resto de personas perfectamente sanas y capacitadas, no usaba una Hoti doméstica.
Lo que Yenkis vio aquí fue una oportunidad única. Ir a la casa del exjefe de la Policía y actual ministro de Interior del país podía darle más información de la que jamás había soñado. A pesar de que Yenkis no sabía que había bastante historia entre los iris y la policía, le parecía muy probable la idea de que algo debía de haber, y aún más le parecía imprescindible no dejar pasar la oportunidad de saber si al menos el Gobierno sabía algo sobre los iris, y en caso de que sí, cuánto y qué cosas sabía.
Llegaron a un alto edificio de la ciudad, en el distrito de Shinjuku, tan sobrio y moderno como el resto de edificios de esa zona. Su fachada era como una torre de líneas negras y blancas, las ventanas de cada planta eran oscuras cristaleras ininterrumpidas, alternándose con los muros blancos de un piso a otro. Estaba dentro de una urbanización vallada y llena de cámaras de seguridad, con un patio ajardinado propio y privado, en el que además había dos casetas y dos vigilantes, cada uno a un lado opuesto de todo el recinto.
Los nervios de Yenkis comenzaron a aumentar un poquito más. En este edificio debía de vivir más gente importante aparte de Hatori. Incluso la tecnología de la puerta del garaje, las de acceso al edificio, así como de las viviendas, tenían un escáner de retina, y las cerraduras no se abrían con llave, sino con tarjeta.
«Si algo saliera mal… no tendría forma de escapar por las puertas, eso seguro» pensó Yenkis, reprimiendo un suspiro tembloroso mientras el ascensor se detenía en la última planta de todas. Caminaron por un pasillo elegante de colores blancos y grises, con iluminación moderna, oculta en las esquinas del techo y del suelo, y Hatori abrió una puerta blanca acercando la tarjeta a un dispositivo de la pared y después mirando hacia el escáner de retina un poco más arriba. Quizá lo hizo inconscientemente, pero Yenkis procuró agachar la mirada mientras sucedía esto. No sabía hasta qué punto el escáner de retina podría accidentalmente alcanzar sus ojos, en concreto, su ojo de luz, y cómo reaccionaría.
Pasaron dentro. De un primer vistazo al vestíbulo, y pasado el vestíbulo una puerta doble que llevaba al salón y comedor, la verdad es que nada sorprendió a Yenkis. La vivienda de Hatori era tal como la había imaginado. Sobria, moderna, elegante. Y muy minimalista. No había ningún cuadro, ni ningún objeto decorativo. Había muebles, pero los justos, y eran rectos, perfectamente colocados donde debían. El sofá, un par de butacas y las sillas del comedor tenían un solo color beige suave, la mesa del comedor y otros muebles como una estantería larga eran de madera oscura, igual que el suelo. Las paredes eran de un agradable y tenue gris claro, y los techos blancos.
Yenkis respiró un poco el aire con disimulo, porque era la única cosa que sí le sorprendió. De todas las casas que había visitado, nunca ninguna le había impresionado por tener el aire tan limpio y puro, casi tan limpio y puro como el de su propia casa y como el del edificio Hoteitsuba. Ningún lugar llegaba al nivel de aire limpio de la casa de Neuval y de su empresa por obvias razones, pero la casa de Hatori se le acercaba. No había partículas de polvo, ni olor alguno. Esa vivienda parecía el núcleo del orden absoluto.
* * * *
Neuval y Pipi todavía estaban practicando con sus Técnicas compartidas. Seguían en pie en medio del despacho, cara a cara, mirándose fijamente a los ojos, con sus respectivos ojos izquierdos brillando de luz blanca y de luz verde oscuro. Tras un rato de silencio e inmovilidad, y de suma concentración, Pipi giró un poco sobre sus talones hacia su derecha, apuntando hacia el este, y Neuval se movió para seguir sosteniéndole la mirada. Un minuto después, Pipi dio media vuelta de golpe y se quedó mirando hacia el oeste. Neuval se apresuró a ponerse frente él.
—Por fin, carajo —murmuró Pipi—. Ha costado localizarlo con tu mente de por medio.
—¡Hey! —exclamó Neuval, acercándose más a la cara de su amigo—. No me lo creo… ¡Lo estoy viendo!
—¿Ves lo mismo que yo? Yo estoy viendo a Haru.
—Sí, es… ¡es una sensación muy rara! Sigo viendo tu cara, pero es como si en mi mente se proyectase la imagen que tú también debes de estar viendo. Veo a Haru tumbado sobre el capó de una furgoneta, y a otros tres jóvenes dentro —entornó los ojos—. Estos deben ser de su grupo de música. Pero… ¿Dónde están?
—Parados en mitad de una carretera rodeados de campo desértico, ¿no lo ves?
—Sí —dijo con paciencia—. ¿Pero eso dónde está exactamente? ¿Tu Técnica te da conocimiento de la dirección y la distancia?
—Sí. Están al oeste, más allá de Tokio, no reconozco la región. Percibo que son… unos… 172 kilómetros desde aquí. A mí me da que se les ha averiado la furgoneta y se han quedado tirados en la carretera. No hay nada más por ahí que campo y bosque. A lo mejor están esperando una grúa.
Neuval entornó más los ojos, concentrándose en la cara de Haru, que se veía un poco difusa y con poca luminosidad por el anochecer de su alrededor. Trató de meterse en su mente, pero no pudo. Lo intentó otra vez.
—Chulapo, ayúdame, céntrate en Haru lo mejor que puedas, ya casi lo tengo.
Pipi lo hizo, y su Técnica le permitió aproximarse más al rostro del chico en la imagen de su mente. Ahí Neuval empezó a llamarlo. «Haru… ¡Haru!». Ambos Líderes se sorprendieron al ver a Haru incorporándose sobre el capó de sopetón, con sobresalto, mirando a su alrededor.
—C’est pas vrai! —rio Neuval, alucinado—. ¡Me ha oído!
—Pues era fácil —opinó Pipi.
«Haru, ¿me oyes?» preguntó Neuval.
El chico se quedó quieto unos segundos, analizando lo que le estaba pasando, poniendo cara escamada. Para cualquier Fuu, distinguir qué era un sonido y qué no era inmediatamente evidente. Por eso, Haru supo que lo que había oído había sido dentro de su cabeza, y no un sonido que había viajado por el aire, por lo que decidió responder mentalmente, sin abrir la boca. «“¿Quién demonios es?”» oyeron Pipi y Neuval la voz del joven en sus mentes.
Neuval sintió un escalofrío de la emoción, empezó a disfrutar de aquello como un niño. «Haru…» le dijo con voz grave y potente. «Te estoy hablando yo. Soy… Dios».
«“¿Dios? Sólo conozco a diez dioses, ¿cuál eres tú?”».
Pipi le pegó un pisotón a Neuval para que se dejase de tonterías y este reprimió una exclamación. «No, no, era broma, soy yo, Neuval».
«“¿Fuujin-sama?”». El muchacho se incorporó más sobre el capó del vehículo, intrigado. «“¿Cómo es esto posible? Tu telepatía tiene un límite de distancia. Por aquí no te veo”».
«No estoy ahí, me comunico contigo telepáticamente desde Shibuya. Pipi y yo estamos combinando nuestras Técnicas. Es la primera vez que probamos a hacer esto. Dime, ¿dónde estás?».
Vieron a Haru volviendo a tumbarse perezosamente sobre el capó. «“No tengo ni idea, y mis compañeros tampoco. Aquí ni hay cobertura, ni gasolinera ni casa alguna. Íbamos de camino a un onsen de Nagano a pasar un finde de relax los cuatro solos, cuando ha explotado algo en el motor de la furgo. Ya no hay forma de arrancarla”».
«Ay…» suspiró Neuval. «A ver. ¿Qué has visto cuando has abierto el capó?».
«“Nada”» contestó. «“Porque no he abierto el capó”».
«Así que ves que algo explota en el motor del vehículo que estás conduciendo, que se te para y ya no arranca, ¿y no se te ocurre abrir el capó a echar un vistazo?».
«“¿Bromeas? Si ha explotado algo en el motor, no voy a abrir el capó para que me explote algo más en la cara”».
«Pero sí que te tumbas sobre él».
«“Está calentito. ¿Sabes la rasca que pega por aquí?”».
Pipi puso una mueca.
—Neu. ¿Seguro que quieres que Haru sea el entrenador de Yenkis? —tuvo que preguntarle una vez más.
—Hah… No hay errores en su lógica, Nico —le dijo el parisino—. De nada le sirve abrir el capó si no tiene ni idea de mecánica, sólo se arriesgaría a tocar lo que no debe, sufrir alguna quemadura o que algo le explote en la cara. Se ha tumbado encima para notar posibles vibraciones y para ir comprobando si el motor se enfría o se sobrecalienta. Si nota lo segundo, avisará a sus amigos humanos para que salgan del vehículo y se alejen. Mientras no sea este el caso, necesitan guarecerse del frío dentro del vehículo. Está manteniendo a sus amigos protegidos del frío y al mismo tiempo de cualquier otro imprevisto inminente del motor.
—Guau… Me avergüenza admitir que después de una década teniéndolo bajo mi ala, todavía me cuesta entender el idioma escueto de mi Fuu.
«Vale, Haru, quedaos donde estáis, voy a ir a buscaros» le dijo Neuval mentalmente.
«“No hay necesidad, Fuujin-sama. En cuanto me asegure de que el motor se queda frío y deja de echar humo, iré a pie a encontrar el pueblo más cercano y volveré con la grúa. Con mi velocidad no tardaría nada. No es nada del otro mundo”».
«Te ahorraré las molestias de todo eso. Te necesito en Tokio lo antes posible para encomendarte un favor personal».
«“¿No te ha dicho Pipi que estoy en mi periodo vacacional?”».
«Te lo compensaré con creces, Haru. Es algo muy importante para mí».
Neuval vio que el chico se quedaba pensativo un momento. Luego bostezó perezosamente, estirando los brazos, y volvió a quedarse cómodamente tumbado sobre el capó con su estrafalario y estiloso abrigo de triángulos de colores. Neuval interpretó eso como un “pues vale”, y anuló la Técnica, apartándose al fin de su amigo.
Pipi parpadeó varias veces al notar su mente libre por fin y también desactivó su Técnica. Después vio cómo Neuval se iba directamente hacia la moderna estantería blanca que cubría toda aquella pared al lado de su escritorio, concretamente, frente a un hueco que tenía un pequeño mostrador saliente semicircular. Neuval dijo del tirón y en voz alta el nombre de una serie de objetos, y aquel mostrador, girando como una cinta, fue sacando del interior de la pared todo lo que pedía de manera instantánea, que básicamente fue una extraña llave mecánica, una especie de tuerca, un clip metálico, un pequeño estuche plano donde guardar estas cosas y una camiseta y sudadera limpias.
Después de sujetarse aquel pequeño estuche en la parte de atrás de la cintura del pantalón chándal con un simple gancho especial, dejó la camiseta sucia sobre el mostrador y este se la llevó al interior de la pared, y se fue poniendo las prendas limpias.
—¿Para qué la herramienta? —le preguntó Pipi.
—¿Cómo que para qué? No voy a malgastar combustible y contaminar el aire de más yendo yo con otro vehículo. Iré hasta allí volando, repararé el suyo y regresaremos todos en él.
—¿De verdad pretendes ir a arreglarle el motor explotado a Haru con una llave, una tuerca y un clip? ¿Cómo sabes siquiera qué tipo de avería es y que te basta con esas cosas?
Neuval paró inmediatamente de hacer lo que estaba haciendo y se quedó muy quieto y callado mirándolo fijamente. Pipi sintió el frío polar de sus ojos grises y de ese súbito silencio. Entonces se dio cuenta de que preguntarle a Neuval si sabría arreglar una avería de un motor de coche con un par de herramientas era como preguntarle a una computadora cuántica si sabría resolver la suma de 2+2.
—Perdón, Neuval. Te pido disculpas por tamaña ofensa. Eso es lo que pasa cuando te exilias y pasamos tanto tiempo separados. ¿Me perdonas por haberte hecho esa pregunta tan trágica y aberrante?
—Por favor, no sufras —se le acercó dramáticamente, posando las manos en sus hombros—. Los amigos están para perdonarse cualquier cosa, incluso ese tipo de preguntas tan enormemente ofensivas.
—Gracias, “hermano”, no volverá a pasar —sonrió Pipi, conmovido.
—Te quiero, “hermanito” —lo abrazó Neuval.
Una vez concluyeron la emotiva escena, el Fuu fue a apagar los ordenadores de su mesa.
—¿Te imaginas que Haru se hubiese creído que soy alguno de los dioses? —preguntó divertido, abriendo la puerta corrediza del balcón, y entró una gélida ráfaga de viento al despacho—. Podría haberme hecho pasar por Zero o Kero.
—Neuval, eres el único ser vivo de este planeta que ya ha tenido un par de roces con los dioses hace años. Procura, por favor, no hacer más cosas que les pueda cabrear —gruñó Pipi—. Te recuerdo que las almas y espíritus de nuestros seres queridos están bajo el dominio de Zero en su Dimensión Yang.
—Mejor que no estén en la Dimensión Yin de Kero —repuso, y se subió al borde de la baranda de piedra de un salto—. Quédate cuanto quieras.
—Pensaba robarte otra cerveza —asintió Pipi, y cuando Neuval se marchó volando por el cielo, cerró el balcón y volvió al saloncito para relajarse y tomarse otro trago.
Durante el trayecto en coche, Yenkis se pasó la mayor parte charlando con Evie sin parar. Los dos estaban sentados atrás y conversaban sobre las canciones de su grupo.
Hatori, de vez en cuando, echaba ojeadas al muchacho por el reflejo del retrovisor. Puede que fuera por la costumbre que su padre le inculcó desde pequeño o puede que fuera algo que ya llevaba en la sangre, pero no hacía otra cosa que analizarlo todo. Las cosas de las que hablaba con Evie, qué palabras escogía, los tonos de voz, los gestos, las miradas… Hatori tenía el mismo nivel analítico que un iris o al menos muy aproximado. Y no podía no notar pensamientos y sentimientos ocultos. Pero no en Yenkis, sino en Evie. Lo curioso es que, mientras que para Hatori era muy evidente, como un libro abierto, al propio Yenkis parecían escapársele todas esas señales ocultas y no tan ocultas de lo colada que estaba Evie por él.
Hatori entornó aún más sus ojos, suspicaces, discretos, fingiendo estar solamente centrado en conducir por las concurridas calles de Tokio, a las que también echaba meticulosos vistazos en busca de cualquier desorden o delito que pudiera haber.
—Así que… Yenkis —les interrumpió Hatori de repente mientras estaban parados en un semáforo.
El chico calló enseguida su conversación con su amiga y miró los ojos azules del ministro en el retrovisor, poniéndose firme.
—¿Señor?
—Dime. ¿Qué calificaciones sueles sacar?
—Agh… —protestó Evie—. Vamos, tío, no te pongas con los interrogatorios.
—Deja que tu amigo decida libremente por sí mismo si responder o no. No eres su abogada.
—Lo seré si te pones demasiado pesado —refunfuñó la chica.
Yenkis miró a uno y a otro, un poco cohibido. Evie parecía molesta por la interrupción, pero Yenkis sabía que debía cumplir respetuosamente.
—Ahm… Suelo sacar entre 90 y 100 puntos en los exámenes… desde que empecé el colegio.
—¿En todos? —Hatori hizo un gesto sorprendido, mirando con más atención a Yenkis por el espejo, y el chico asintió con la cabeza—. Ya veo… ¿Tienes algún tipo de condición intelectual?
—¿Eh?
—Tío Hatori, esas son preguntas personales —intervino Evie—. Kis no quiere destacar. Sólo quiere tener una vida escolar como los demás chicos. Por eso a veces saca menos de 100 puntos adrede.
—Así que ocultas tu inteligencia por encima de la media —observó Hatori, con un tono interesado.
—Bueno… yo… es que… —se encogió sobre el asiento, nervioso.
—Tranquilo. Eso no es un delito —dijo con calma, volviendo a arrancar el coche al ponerse el semáforo en verde, y frunció el ceño un momento, recordando algo—. Es cierto… ¿No es tu padre el fundador de la gran Hoteitsuba?
—Ehm… Sí, señor.
—Lo sabe medio instituto. El señor Vernoux es un genio famoso —dijo Evie—. Tienes que ponerte más al día. Estás conduciendo uno de sus coches.
—Es curioso que las veces que he ido a la casa de Viernes, nunca me he cruzado con el tal señor Vernoux, viviendo justo en la casa de al lado —comentó Hatori—. Creo que alguna vez llegué a ver desde la distancia a una mujer de cabello oscuro, y a una chica joven pelirroja. Pero nunca ni un atisbo del señor Vernoux.
—Porque es un hombre muy ocupado, tío Hatori —defendió Evie—. Por no decir que tú apenas has venido de visita a mi casa desde que nos mudamos ahí hace tres años.
Hatori se quedó callado el resto del trayecto, como si ya hubiera saciado su curiosidad sobre Yenkis. O como si se hubiera puesto un límite consciente.
La curiosidad de Hatori no tenía límite; si por él fuera, nunca dejaría de preguntar hasta el más mínimo detalle, o dato íntimo o pecado embarazoso, con tal de llegar a conocer la verdad completa sobre alguien que él considerase tres cosas: una amenaza para la sociedad, una valiosa fuente de información para lograr un fin importante, o una persona demasiado cercana a su sobrina.
Por eso, a los iris no les gustaba el hecho de que Hatori hiciera el trabajo que los iris consideraban suyo, así como a Hatori no le gustaba el hecho de que los iris hicieran el trabajo que él consideraba de la policía. Era obvio que él tenía esta característica común con ellos: odiaba a los criminales, las injusticias humanas, y todo aquello que peligrase o perjudicase a la gente inocente, que alterase el orden y la paz social o que pusiese en peligro a un ser querido. La gran discrepancia que había entre medias es que Hatori no consideraba a los iris competidores semejantes, sino otro de tipo más de criminales. A sus ojos, los iris eran unas existencias caóticas, desviadas, alterando u obstaculizando el camino hacia el correcto orden que debería reinar en el mundo humano.
Sabía lo suficiente sobre los iris como para tener en cuenta que literalmente cualquier persona podía ser uno. Cualquiera. Excepto bebés que apenas sabían andar y gente enferma o con discapacidad, claro. Desde la panadera de la esquina de la calle, o el niño pequeño agarrado a la mano de su madre, o el abuelo sentado en el banco del parque, o el emperador de Japón… o incluso el muchacho que se sentaba en la parte de atrás de su coche junto a su sobrina.
No necesitaba que ese alguien le diera un motivo previo. Hatori sospechaba de cualquier persona simplemente por existir. Aunque siempre había indicios más fuertes en unas personas que en otras. Por ejemplo, indicios físicos, como el abuelo sentado en el banco del parque: si se le veía encorvado, débil, caminando temblorosamente con un bastón, pues tenía unas probabilidades de ser iris casi nulas, por lógica. A no ser que fingiera, que también era posible. O indicios de comportamiento, como el niño pequeño yendo de la mano de su madre: si se le notaba una actitud constantemente atenta a su alrededor en lugar de distraída e ingenua, o una forma de hablar más inteligente o una capacidad de entendimiento más espabilada, pues tenía más probabilidades de ser iris. Aunque un iris pequeño también podía fingir una actitud ingenua e inocente.
La manera de fingir de los iris era un gran inconveniente porque lo hacían muy bien. Por eso, el estado de sospecha de Hatori era continuo, automático, ya formaba parte de él, no podía evitarlo. ¿Cómo saber que ese muchacho de ahí no era un iris? ¿Cómo se averiguaba, por supuesto de manera precavida y disimulada? Porque Hatori no podía atar a Yenkis a una silla y empezar a intimidarlo o torturarlo hasta que confesase, claro. Y era obvio que, si de verdad tuviera a un iris delante, ponerse demasiado interrogador, desconfiado u hostil con él le hacía correr el riesgo de que el iris se alertase, tomara una actitud defensiva y hostil de vuelta, o huyera enseguida. De ahí lo de obligarse a sí mismo a limitarse. Hatori también sabía fingir muy bien.
Sin embargo, debía admitir algo. Sabía que todos los iris lo conocían, y que no le tenían gran estima. Sabía que era una amenaza para ellos. Ninguno en su sano juicio se arriesgaría a acercarse a él de esta manera y, mucho menos, irse a su casa. De hecho, quienquiera que dirigiese a los iris, Hatori estaba seguro de que les tenía prohibido acercarse a él y a otras autoridades o políticos poderosos y peligrosos como él. Al fin y al cabo, los policías y políticos no eran el objetivo de los iris, solamente los criminales. El Gobierno no era más que un obstáculo con el que debían convivir y tener cuidado.
Claro que, irónicamente, Hatori estaba llevando a su casa al único iris del mundo que estaba totalmente desligado de la Asociación, de su dirigente y de sus normas. Por eso, no le quedaba más remedio que pensar que las probabilidades de que Yenkis fuese un iris eran casi inexistentes.
Respecto a Yenkis, él también estaba pendiente y consciente de este riesgo. Aunque no tanto como en realidad debería. Su padre le dijo que los iris debían ocultar lo que eran al resto de los humanos porque descubrir su existencia no iba a ser una noticia bien recibida o generalmente aceptada. Y eso era una respuesta lógica, normal e inteligente de los humanos; temer lo desconocido era un instinto sabio que servía para protegerse y sobrevivir. Entender lo de los iris no era fácil, y, por tanto, no iba a ser rápido. Conllevaría bastante tiempo asimilar de dónde venía este fenómeno, para qué, cómo se usaba, quién lo controlaba, etc., y hasta que no se comprendiera del todo, el rechazo y la desconfianza serían las respuestas dominantes contra los iris.
El problema es que Neuval no le había contado a Yenkis que el motivo de ocultarse era mucho más grande que la simple opinión humana. Yenkis no sabía que había cuatro siglos de historia detrás de los iris, cuatrocientos años de actividad por el mundo y muchos humanos que ya lo sabían y no estaban nada contentos con ello, como los Knive y varios políticos de todo el globo, que en su día se unieron al padre de Hatori para iniciar la operación internacional de La Caza de iris.
El tozudo empeño que tenía Neuval por no involucrar a Yenkis en ningún tema relacionado con el resto de iris y la Asociación y su historia tenía su comprensible razón, ya que, por mucho que Alvion dijera que Yenkis tenía un iris, Neuval defendía que Yenkis no era un iris.
Había una importante diferencia. Para la Asociación, un iris era una persona que había sufrido un trauma grave y, con él, desarrollado un poder sobrenatural peligroso si no se entrenaba con un equilibrio entre el control emocional, el control intelectual y la habilidad física, y con un deseo de venganza inequívoco en todos, una necesidad vital por luchar contra el mal y la injusticia humana.
Yenkis no tenía ninguna sed de venganza, ni ninguna necesidad vital de ir a luchar contra criminales y terroristas. Para Neuval, Yenkis era un chico mentalmente sano y normal, pero con la capacidad de dominar el aire. Podría decirse, un medio iris. Tenía el dominio de un elemento y un espíritu bondadoso y justo, pero carecía de la necesidad de trabajar en lo que trabajaban los demás iris, de saciar una inconformidad latente y de un motivo traumático.
Por eso, Neuval se mantenía firme en que Yenkis no necesitaba en absoluto aprender a ser un iris, es decir, aprender la historia de la Asociación, sus secretos, sus normas, sus métodos, su funcionamiento… y su vigente conflicto con el Gobierno.
Como resultado de esta decisión, Yenkis no tenía ni idea de que estaba yendo en un coche con un hombre que había propiciado la muerte de su propio padre para tomar las riendas del poder y dar caza absoluta y sin piedad a cualquier persona que le brillara un ojo.
El riesgo que Yenkis pensaba que corría era que, si Hatori descubría que le brillaba un ojo, se produciría una situación de sorpresa y confusión, incómoda y difícil de explicar, y que, como mucho, se ganaría la desconfianza de Hatori y ya no le dejaría ser amigo de Evie ni acercarse a ella. El joven Fuu no tenía culpa de pecar de esta ingenuidad porque sólo tenía 12 años, pero, si las cosas salían mal, el precio a pagar sería alto.
Aun así, en este tema de su ojo de luz se sentía tranquilo y confiado, porque había estado desde el miércoles pasado hablando más con su padre.
Hace cuatro días, el miércoles pasado…
«—¿Qué cosas le has dicho al tío Sai? —le preguntó Yenkis a su padre con curiosidad cuando ya estaban regresando a casa en coche tras despedirse de los Lao en el cementerio.
—Mmm… Bueno, más que decir, he estado rememorando cosas del pasado —le respondió Neuval.
—¿Sí? ¿Qué cosas?
—Oh, recuerdos muy bonitos y especiales —sonrió Neuval con ojos nostálgicos y cándidos—. Como el día en que le puse ortigas en los calzoncillos en el vestuario del instituto… O el día en que conocí a tu madre y me asesinó con la mirada y me taladró el alma por primera vez…
Neuval ignoró felizmente la cara torcida, confusa y preocupada con la que Yenkis lo miró durante medio minuto, pensando que su padre debía de haberse intoxicado con tanto incienso en el templete. Sin embargo, el chico se quedó callado durante un largo rato, mirando por la ventanilla con aire taciturno, meditabundo, y esto sí lo captó Neuval.
—Hey… Tout va bien ?
—Eh ? Ah, oui… —balbució el niño—. Bueno, es que… trato de imaginar cómo sería. Pero de sólo imaginarlo… no sé, es una sensación terrible. Se me retuerce la tripa.
—¿Imaginar el qué?
—Pues… lo de que se te muera un hermano.
Neuval hizo un gesto sorprendido, sin apartar la vista de la carretera, pero no dijo nada.
—No puedo evitarlo —decía Yenkis—. Porque, últimamente, no sé… como que me doy cuenta de más cosas que antes. Cosas que antes ni se me pasaban por la cabeza.
—¿De qué cosas te das cuenta últimamente? —trató de entender.
—De lo mucho que he dado por sentado todo lo que me rodea —suspiró alicaído, apoyando la sien en la ventanilla—. Mamá murió siendo yo muy pequeño. Siempre la añoro, pero, a pesar de eso, he tenido una infancia generalmente feliz. No sé si es porque, por mi escasa edad, he sido muy inocente e ingenuo como para que me afectara la pelea entre Lex y tú, o la depresión que casi acaba contigo varias veces y que tan duramente has estado disimulando, o la asfixiante infelicidad de Cleven, y mi escasa capacidad de consolaros y ayudaros…
Neuval se quedó mudo. Su cara perpleja seguía mirando a la carretera. Se preguntó de dónde había salido esto de repente, estos pensamientos tan profundos de Yenkis, esos sentimientos tan complejos y ese autoanálisis tan maduro. Sobre todo, oír de él el hecho de que siempre fue consciente de las cosas graves y tristes que pasaban a su alrededor pese a ser pequeño.
—Sé que Lex, Cleven y tú habéis pasado por mucho dolor y muchas dificultades durante estos años —continuó Yenkis—. Y a veces yo me sentía culpable por no sentir el mismo dolor que vosotros, o con la misma intensidad. Entiendo que es por la edad, a mí no me dio tiempo de forjar tantas memorias y experiencias con mamá como vosotros y, además, con 4 o 5 años yo tampoco es que entendiera muy bien qué era la muerte.
»No sé por qué, pero yo… la mayor parte del tiempo, me he sentido feliz y animado. Mi familia estaba rota, pero yo estaba contento de tener un hermano, una hermana, y a ti. Nunca se me pasó por la mente la idea de que alguno de vosotros también podría morirse algún día de repente. Y ahora… no sé si es porque Lex me contó tu historia, o si es porque mi cerebro está cambiando porque voy a cumplir 13 años, pero ahora esa idea me persigue, es un miedo que no se me va.
»¿Y si a Cleven le pasase algo mañana? ¿Y a Lex? ¿Y a ti? No puedo imaginarme a mí mismo viviendo en este mundo aceptando la ausencia de cualquiera de vosotros. ¿Qué tipo de Yenkis sería si pudiera seguir viviendo con normalidad después de perder a alguno de vosotros tres? ¿Un Yenkis débil y conformista, o un Yenkis fuerte que se adapta?
Se produjo un silencio dentro del coche. Neuval entonces detuvo el vehículo un momento a un lado de la carretera de una calle pequeña; puso el freno de mano y se giró sobre su asiento para mirar de frente a Yenkis, que iba de copiloto en el lado izquierdo. Yenkis lo miró confuso. Su padre simplemente lo observó fijamente durante un rato, sin decir nada. Hasta que alargó una mano hacia él y la puso en su mejilla.
—Estás creciendo muy rápido —murmuró Neuval, acariciándolo con el pulgar. Se lo dijo con una sonrisa, pero sus ojos estaban tristes. Después entrelazó las manos, apoyando un codo sobre el volante, acomodándose—. Te debo una disculpa por lo del otro día.
—¿Eh?
—El otro día, cuando te vi en tu cuarto con todas mis herramientas. Te dije que dejaras de indagar de una vez en mis asuntos. Te dije que quería que siguieras siendo mi pequeño genio alegre y feliz. Decirte esto último fue muy egoísta por mi parte. Cuando eres padre, siempre buscas proteger como sea la inocencia y la ignorancia de un hijo, porque sabes que así proteges su felicidad y su tranquilidad. Esa es la prioridad número uno, que tu hijo se sienta feliz y a salvo a toda costa, siempre. Pero, claro… esta sobreprotección solamente es necesaria durante los primeros años de edad y es fácil olvidarnos de nuestro deber de ir soltando la cuerda poco a poco.
»Me costó muchísimo soltar la cuerda con Lex, ¿sabes? Siendo mi primer y único hijo durante nueve largos años, y el que cambió todo mi mundo y toda mi persona y me convirtió literalmente en el más poderoso de mi clase… Pero Lex tuvo suerte. Él necesitaba que yo empezara a ir soltando la cuerda y dejarle crecer y saber cada vez más cosas, dejarle abandonar su inocencia y su ignorancia, y yo no me veía capaz… pero entonces nació Cleven, y toda mi atención sobreprotectora recayó ahora sobre ella. De igual manera, cuando Cleven ya se estaba haciendo mayor, me costaba horrores soltar su cuerda. Tu nacimiento pudo salvarla un poco de mi excesiva atención sobre ella igual que pasó con Lex, pero… tu madre murió… y… —suspiró, mirando de reojo las luces de las farolas de la calle—… quise agarrar todas vuestras cuerdas, la de Lex, la de Cleven, la tuya, y tirar de ellas tan fuerte… atarlas a mí con nudos tan fuertes…
»Ese miedo que dices que te acompaña ahora, Yen, ha venido naturalmente porque te estás haciendo mayor, y debes saber que ya te acompañará el resto de tu vida. Es natural tener este pensamiento constantemente en tu cabeza, temer la posibilidad de perder un día a un ser querido de forma inesperada y preguntarte cómo serías capaz de afrontarlo. El problema está cuando dejas que este temor dirija tu vida y te haga arrastrar a otros a tu agujero sobreprotector.
»Cuando tu madre murió, yo quería meteros a los tres en un agujero donde nada podría pasaros, ni perjudicaros, ni arrancaros de mi lado. Las consecuencias… —se encogió de hombros—… ya las sabes. Lex no aguantó que tirara tanto de la cuerda y él mismo la cortó de una tajada. Cleven ha vivido asfixiada de tanto que apreté su cuerda y casi la pierdo, no físicamente, sino su salud mental. Y contigo iba por el mismo camino, si no fuera por la llamada de atención que Cleven me dio cuando se fugó de casa. Ahí empecé a darme cuenta.
—¿De qué? —preguntó Yenkis, que había estado escuchando absorto a su padre.
Neuval lo miró.
—De que me daba más miedo asfixiaros y destruir quienes realmente sois por tirar de vuestras cuerdas, que exponeros a los peligros del mundo por ir soltándoos.
Yenkis terminó comprendiéndolo. No sólo lo que su padre había estado diciéndole, sino que también se entendió mejor a sí mismo y por qué tenía estos pensamientos últimamente. Se preguntó si en esto consistía crecer y madurar. Ir perdiendo la alegría conforme se iba perdiendo la ignorancia. Pero Yenkis opinaba lo mismo que su padre, que este era el orden natural de las cosas, y que no tenía que ser tan malo como parecía.
El hecho de que con el camino hacia la adultez se iba siendo menos feliz, no quería decir que no se pudiera ser feliz con pequeñas cosas valiosas que uno iba encontrando en su vida adulta. Pero que esas cosas tuvieran valor dependía de que uno mismo le diera ese valor. Y para saber dar valor a las cosas o hacerlas valiosas, había que comprender la realidad de que, en este mundo, las cosas eran temporales, y vulnerables a desaparecer, perderse, cambiar o sufrir. Que no se podía dar nada por sentado. Abandonar la ignorancia y la inocencia y conocer la cruda realidad de la muerte y la temporalidad hacía que Yenkis valorase aún más lo afortunado que era de seguir teniendo a su padre y a sus hermanos, y no centrarse tanto en el miedo de perderlos, sino en cómo aprovechar su tiempo con ellos lo mejor posible.
—Tu madre estaría muy orgullosa de ti —comentó Neuval.
—¿Sí? —sonrió Yenkis—. ¿Por qué?
—Puede que físicamente seas una fotocopia mía y tengas mi inteligencia científica, pero sin duda tienes mucho de su madurez y su autoanálisis magníficamente consciente —se rio, volviendo a arrancar el coche y conduciendo el trayecto final a casa—. Y su nariz.
—¿Sí? ¿Es que tú no tienes la misma madurez y capacidad de autoanálisis? Creía que todos los adultos tenían una imagen y una identidad clara de sí mismos.
—Yenkis, algún día será inevitable que descubras cosas sobre mí que te harán plantearte la idea de encerrarme en un psiquiátrico o no.
—Ah… ¿Y después de decirme eso pretendes que duerma tranquilo esta noche y siga viviendo contigo con normalidad? —dijo con una mezcla de sarcasmo y miedo.
—Hahah… Nooo, tranquilo. No te tienes que preocupar por nada de eso. Mi salud mental está en muy buenas manos.
—Oh… No sabía que estabas visitando a un psicólogo —se sorprendió, mientras ya llegaban al garaje de casa y se bajaban del coche—. ¿Es un buen profesional?
—Me lleva tratando desde que tenía tu edad, y es el mejor del mundo —sonrió su padre, y se paró un momento junto al vehículo para echar un vistazo a los mensajes de trabajo de su móvil.
—Espera, ¿pero él sabe lo de tu ojo? —siguió preguntando Yenkis con curiosidad, apoyándose sobre el capó.
—Mm, hm.
—¿Y yo? ¿También tendré acudir a él algún día para que me trate?
—¿Qué? —Neuval levantó la cabeza, mirándolo sorprendido, y Yenkis se señaló su ojo izquierdo varias veces—. No. Yenkis. Eso no tiene nada que ver. Yo necesito una supervisión de este profesional, no porque me brille el ojo, sino por aquello que causó que brillara. El brillo de tu ojo no está ligado a ningún trauma.
Yenkis se quedó unos segundos pensativo.
—¿Ese profesional… está supervisando tu salud mental por el mismo trauma de hace 35 años? —no pudo evitar preguntar el muchacho. Neuval se quedó callado, preguntándose por qué le hacía esa pregunta—. ¿En todos esos años no te has curado de él? ¿Qué quiere decir eso, que no tiene cura? ¿Tienes que estar supervisado el resto de tu vida?
—Es más complicado que eso, Yen. Hay traumas humanos, y traumas no humanos —se señaló su ojo izquierdo.
—Pero… ¿tú todavía… —preguntó con cuidado—… sufres por tu hermana… con la misma intensidad que hace 35 años?
—No, no, no… No con la misma intensidad —procuró Neuval tranquilizar su preocupación—. Verás, cuando sufres un trauma así, hay una parte de tu mente que al paso de los años consigue forjar una adaptación, una normalización, una estabilidad para seguir con la rutina de tu vida… y se sobrepone a otra parte de tu mente donde el trauma nunca desaparece ni se olvida, manteniéndola a raya, solo que a veces factores externos pueden debilitar este escudo de estabilidad y traer el viejo trauma de nuevo a la superficie y… —se calló cuando vio que Yenkis tenía una mueca de intentar entender con mucha fuerza—. Ay… un Zou sería mejor explicando esto… —murmuró, rascándose la cabeza—. En cualquier caso, Yenkis, como te decía… es un poco más complicado que eso. La muerte de Monique me sigue trayendo tristeza y rabia, y creo que siempre lo hará. Pero, entre medias, puedo conseguir una estabilidad, a través de las cosas que me dan fuerzas. Mi familia adoptiva… mis amigos… tu madre… incluso tus abuelos Hideki y Emiliya… siempre fueron enormes pilares que me sostuvieron. Pero… —miró para otro lado, afligido—. Perder a Hideki y a Emiliya… a Sai… a tu madre…
—Son pilares que se han ido derrumbando y haciéndote perder la estabilidad —comprendió Yenkis.
Neuval volvió a mirarlo, y sonrió tranquilo, asintiendo.
—Entonces ese profesional es el único que puede sostenerte ahora —comentó el chico.
—No —contestó Neuval—. Ese profesional no es un pilar que me sostiene, Yenkis, es sólo una voz que está ahí para recordarme de forma constante que todavía tengo grandes pilares que aún me sostienen.
—Tus padres —afirmó Yenkis.
—Y mis hijos —sonrió Neuval—. ¿Te parece poco?
—¿Y si algún día le pasara algo a Lex, o a Cleven o a mí? ¿Te adaptarías? ¿O te derrumbarías del todo?
Neuval comprendía que Yenkis tuviera estas inquietudes. Pero empezaban a ser preguntas demasiado difíciles de responder. Sinceramente, no quería hablar de esa hipotética situación, ni pensar en ella un ápice. Al menos, Yenkis se dio cuenta de esto cuando percibió cómo a su padre se le encogía un poco el pecho, y cómo sus ojos huían a la pantalla de su móvil, fingiendo revisar correo importante.
—Bueno… —titubeó el chico, retomando el tema de antes—. Vale, yo no tengo un trauma. Pero hoy perdí el control, papá, volé el comedor.
—¿Qué? Claro. Porque estabas enfadado, no traumado. Escucha —volvió a guardar el móvil y se acercó a él, rodeándolo con un brazo—. Tu poder sí está ligado a tus emociones, pero tú tienes unas emociones muy sanas, normales y estables. Te enfadaste esta mañana, pero te frenaste, porque mantienes tu consciencia despierta, y tu juicio. El problema es cuando… pierdes la cabeza por culpa de emociones más graves, insanas, que escapan del límite de lo normal y, por tanto, de tu control.
—¿Eso… es lo que te pasa a ti? —preguntó con tono cauteloso—. ¿Te ha pasado alguna vez? Yo nunca te he visto perder la cabeza ni nada.
Neuval desvió la mirada un momento al techo, respirando hondo, rememorando como una película rápida las no escasas ocasiones en que había perdido el control, especialmente cuando murió Katya.
—Tú no te tienes que preocupar por nada —volvió a sonreírle con calma, frotando su hombro—. Solamente tienes que hacer un necesario pequeño esfuerzo para aprender a controlarte mejor. La persona que va a entrenarte será muy buen guía, ya verás. No te costará mucho, porque como ya he dicho, tienes una mente ya muy sana y estable. Eres un adolescente, tienes todo el derecho a cabrearte por algunas cosas, o que te den rabia otras, o que te duelan otras. Pero tienes que evitar la manifestación involuntaria o accidental de esas emociones a través de tu dominio del aire. Los humanos también aprenden a hacer eso a tu edad. No pocas personas se han cabreado mucho de repente por algo y, por un impulso involuntario, han pegado un puñetazo contra una pared, una mesa o incluso otra persona. Hay que aprender a controlar esos impulsos que pueden hacer daño y asustar a los demás.
Yenkis asintió con la cabeza, entendiendo. Neuval besó su frente y se fue hacia la puerta del fondo del garaje para entrar en casa.
—Papá, espera —lo detuvo—. ¿Me brillaba el ojo de bebé?
—¿Eh? Sí… a veces.
—¿Cómo lo ocultabais mamá y tú? ¿Cómo nadie más lo vio? Cuando empecé a ser consciente de la luz de mi ojo a los 5 años o así, me inculcaste la costumbre de guiñarlo cuando entrara en un lugar muy oscuro con más gente delante y lo he estado cumpliendo a rajatabla y no ha habido problema, pero…
—De bebé, la luz de tu ojo era muy floja, casi imperceptible. Sólo brillaba con algo más de fuerza cuando experimentabas una emoción básica muy fuerte, que solían ser sustos repentinos, picos de alegría intensa o picos de ira.
—Picos de ira… Eso suena algo excesivo para un bebé.
—Oh, eran picos de ira adorables, típicos de cualquier bebé, no imagines nada tan grave. Te daban pocas veces, siempre ligados a injusticias, como cuando tu hermana te arrebataba tu juguete preferido o un niño del parque te daba un bofetón de la nada. Te echabas a llorar de rabia y tu ojo emitía ese brillo blanco. Pero nadie se daba cuenta, porque eran leves y porque, al llorar, cerrabas o entrecerrabas los ojos. Se notaba algo más en los picos de alegría intensa. Te daban cuando tu madre y yo, o tus hermanos, te hacíamos reír de pura diversión durante largo rato. En esas ocasiones estábamos atentos a que otras personas no lo vieran, disimulábamos, y no era difícil, ya que eran momentáneos. Los brillos más frecuentes y notables te sucedían con los sustos.
—¿Los sustos?
—Sí. Escuchar un ruido muy fuerte de repente, o ver a alguien o algo apareciendo ante ti de repente, es precisamente el tipo de estímulo que más enciende nuestro iris. La función primaria del iris es reaccionar y actuar ante males, entendiendo como males cosas peligrosas, amenazas, agresiones… cualquier cosa que ponga en peligro la seguridad y la vida. Cuando oímos un estruendo repentino, o algo nos ataca de repente o aparece ante nuestra vista inesperadamente, el iris lo interpreta en un microsegundo como un posible peligro para tu seguridad y se activa al instante, haciéndote conectar instantáneamente con tu elemento para que estés listo para usarlo, y esta conexión se manifiesta mediante esa luz en nuestro ojo.
—He tenido sustos antes y no me ha brillado el ojo.
—Tienen que ser sustos bien grandes, mezclados con pánico o estrés. Sustos de los que crees que tu vida corre peligro. De bebé, un ruido fuerte repentino te ponía el corazón a mil por hora porque a esa edad a tu cerebro le cuesta más tiempo procesar qué ha pasado o qué ha sido, y el estado de alarma se mantiene a tope en tu mente más tiempo. Tú ahora mismo oyes un fuego artificial explotando y te va a sobresaltar durante uno o dos segundos nada más, porque tu cerebro ya reconoce con más rapidez qué tipo de ruido has escuchado, por la experiencia. Pero un bebé escucha eso ahora y va a estar alarmado y asustado durante diez, quince o veinte segundos, o más, hasta que su madre o padre o figura protectora lo consuele y le haga entender que no hay peligro.
»Este es el tipo de brillo que más nos costaba ocultar porque, aquí, tus ojos alarmados se abrían como platos y apenas parpadeabas, por lo que la luz de tu ojo se hacía bastante evidente y llamativa y duraba bastantes segundos hasta que te calmábamos. Lo bueno es que ese tipo de sustos intensos se iban reduciendo conforme te acostumbrabas a los ruidos inesperados o a las apariciones visuales inesperadas.
—Cuando dices “apariciones visuales inesperadas”, no puedo evitar rememorar la cantidad de veces que Cleven me pegaba sustos tremendos, saltando ante mí tras la esquina de un pasillo o saltando sobre mí mientras estaba tumbado en una cama o el sofá… ¿Por qué me dijiste que tenía que guiñar mi ojo ante ella también, si obviamente Cleven debió de ver mi brillo varias veces de pequeños?
Neuval tardó un poco en contestar. Hizo un gesto resignado con la cabeza.
—Tu hermana… ya no se acuerda de eso. Una vez empezaste a guiñar el ojo, ella seguía siendo pequeña, así que seguramente acabó olvidando lo de tu luz, y por ahora quiero que sigas ocultándoselo.
—¿Qué niña de 9 años va a olvidar que su hermano pequeño emite una luz blanca por su ojo izquierdo? —discrepó Yenkis, poco convencido de la teoría de su padre. Pero Neuval permaneció callado, mirando a otro lado. Yenkis entonces entendió que este era uno de los muchos secretos que él seguía ocultando—. ¿Qué hay de Hana? ¿Sigo disimulando ante ella o no?
—Ya no hace falta. Ella ya sabe que a ti y a mí nos pasa esto. He decidido contárselo para facilitar las cosas.
—¿Qué? —se sorprendió—. Y… ¿se lo ha tomado bien? ¿No te ha hecho preguntas?
—Hana sigue sintiendo lo mismo por nosotros que antes. Este fenómeno inhumano no le importa, ni la molesta ni la asusta, así que no te preocupes. Te seguirá tratando como siempre, con todo el cariño que te tiene. Eso no ha cambiado. Vamos, Yen, entra casa —le pidió, sintiendo que ya habían hablado suficiente, además de estar agotado después del día de locos que había tenido desde el ataque en su empresa—. Ve a darte un baño y después pon la mesa. Pediré comida a domicilio. Voy a subir a ver si Hana se encuentra mejor.
Yenkis asintió y entró con él por esa puerta del garaje. Mientras se quitaba los zapatos y el abrigo en el vestíbulo, recordó una última cuestión.
—¿Qué pasa si me brilla el ojo por ninguna razón de las que has dicho antes y además ante un ambiente bastante iluminado? ¿Cómo hago para evitarlo?
Neuval, que estaba colgando su abrigo en un perchero de la pared, se giró hacia él con una mueca turbada.
—¿Lo preguntas como hipótesis? —quiso saber, y el chico negó con la cabeza—. ¿Cuándo te ha pasado eso? —se acercó a él enseguida.
—Creo que unas pocas veces desde el último año. Verás, es que… la otra noche, la misma en la que tú no estabas y vino el señor… o sea, el abuelo Lian aquí para decirle a Hana que estabas en su casa porque habías recibido una llamada de Jean y estabas afectado y todo eso… Esa misma noche Evie vino a pasar el rato aquí y se quedó a cenar y tal, y cuando estábamos hablando en el porche, pues… al parecer me estaba brillando el ojo y ella me lo señaló.
—¿Evie ha visto la luz de tu ojo?
—Sí… Pero es que, además, había bastante luz donde estábamos, por eso yo estaba confiado con los dos ojos abiertos. Y aun así estaba brillando. Y no sólo eso. Evie me dijo que no era la primera vez que la veía. Ha visto mi luz en algunas pocas ocasiones más y también eran momentos donde yo estaba a plena luz y sin ningún estado emocional especial. Dice que empezó a verla hace un año. Antes de eso, nunca vio mi luz. Así que… es posible que esto sea algo nuevo que me pasa desde hace un año.
Neuval no dijo nada por un rato. Ante todo, procuró mostrarse tranquilo para que Yenkis no notara lo preocupado que estaba por esta noticia. Si la luz de su ojo escapaba a su control sin motivo aparente, en cualquier momento uno de los agentes de Hatori o el propio Hatori podría verla cuando Yenkis estuviese andando por la calle o en cualquier lugar.
—Si Evie la ha visto, ¿ninguno de tus amigos también?
—No, que yo sepa. Seguro que me lo habrían dicho o preguntado por ello. Evie dice que apenas han sido cuatro veces. Y la intensidad de la luz es floja. Quizá por eso no se note tanto, si brilla poco y además el ambiente está iluminado… Evie me aseguró que para darse cuenta tenía que estar bastante cerca de mí y mirarme con atención.
«Aun así…» pensó Neuval, «Esto eleva el riesgo».
Sin embargo, había una inquietud más. Algo a lo que nunca le dio importancia, ahora se había convertido en un enigma. A ningún iris le brillaba el ojo en un espacio iluminado y en un estado emocional tranquilo. La luz siempre se manifestaba provocada por algo, un motivo, algo que alertaba al iris. En el caso accidental, siempre era una repentina emoción intensa, un pico de ira, o de gran felicidad, o un gran susto. En el caso intencional, era cuando el iris hacía conexión y uso consciente del dominio de su elemento.
El enigma estaba en que Neuval también tuvo estos brillos sin motivo alguno cuando era pequeño, en el periodo de dos años desde que se convirtió en iris hasta que ya completó su entrenamiento. Tanto Alvion, como Lao y como Denzel consideraron que era un efecto único en Neuval por su particular situación distinta a los demás iris, de haber pasado más tiempo que nadie con un iris sin tratamiento, y que tener brillos sin motivo sería un efecto secundario de lo mucho que su mente había aguantado cuerda.
Ahora no estaba tan seguro. ¿Por qué esto le estaba pasando a Yenkis también? ¿Y si haber heredado genéticamente su iris significaba haber heredado también sus mismas características o defectos? Neuval fue un niño traumado, maltratado y puesto al límite muchas veces, pero Yenkis era totalmente lo contrario, el chico más querido, protegido, feliz, arropado y libre.
Neuval temió esta posibilidad, la de haber podido traspasarle a Yenkis su mismo iris con sus mismos defectos, y que, algún día, aunque no hubiera motivo emocional detrás, pudiera desarrollar un majin. Como los hijos que, al tener progenitores o abuelos con historial de cáncer, no quería decir que heredaran el cáncer, pero sí una mayor propensión a desarrollarlo que otras personas.
Neuval volvió a callar esa voz en su cabeza que no paraba de preguntarle “¿seguro que no sería mejor entrenar a Yenkis en el Monte Zou bajo la tutela profesional de los monjes y de Alvion?”, no quería escucharla.
De todas formas, no iba a marcar ninguna diferencia, ya que lo que hacía brillar el ojo de Yenkis y antiguamente el de Neuval sin un motivo detrás, sí que se trataba de un motivo, y de uno bastante más serio y oculto de lo que Alvion ni ningún Zou podrían imaginar. Cada vez que el ojo de Neuval y el de Yenkis brillaba sin razón, es porque sus iris estaban siendo provocados por algo; estaban respondiendo a pequeñas señales energéticas en sus mentes que ningún otro iris del mundo tenía. Y eso era porque el iris que Neuval y Yenkis tenían no estaba solo dentro de sus mentes; compartía habitación con algo más.
—El brillo involuntario puede ser un problema para tu seguridad —habló Neuval por fin después de ese rato de silencio—. Entrenar para controlarlo es algo muy importante que ya te va a enseñar el maestro que voy a traerte. De hecho, es tan importante que vas a empezar a practicarlo desde ya mismo.
—¿Eh?
—Yenkis, te voy a poner a prueba —le puso las manos en los hombros, muy serio y ansioso—. Vas a aprender a reaccionar.
—¿Eh?
—Sentir un pico de felicidad o de ira es algo que puedes controlar mejor porque son emociones complejas, pero el miedo es una emoción instintiva, primitiva. Es muy peligroso que por cualquier susto reveles la luz de tu ojo ante cualquier persona. Vas a aprender a responder ante los estímulos de pánico o sobresalto sin emitir tu luz. Y por supuesto vas a aprender a reducirla lo máximo posible en entornos oscuros y no depender solamente del guiño.
—Ah… vale, pero… ¿cómo…? ¿Qué vas a hacer? —preguntó temeroso, viendo ese ímpetu que su padre tenía de repente, notando que le apretaba más los hombros.
—En cualquier momento… —susurró, mirándolo fijamente con sus escalofriantes ojos plateados—… en cualquier lugar…
—¿Qué? ¿Qué pasa en cualquier momento y lugar?
—Estás advertido…»
Desde ese miércoles por la noche y durante todo el jueves, Yenkis había tenido que sufrir una serie de tropelías que habían puesto a prueba su capacidad cardiaca y su paciencia. Un globo estallando junto a su oreja a las dos de la mañana mientras dormía, luego su padre aterrizando sobre él y aplastándolo con un grito de guerra a las cinco de la mañana tras haber reconciliado el sueño por segunda vez, la puerta del baño abriéndose estruendosamente en mitad de su baño o mientras hacía sus necesidades, sorprenderlo de camino al colegio simulando que casi lo atropella con el coche mientras cruzaba la carretera…
Y todas las veces que el ojo de Yenkis se encendía, su padre le rociaba con un repugnante espray de una mezcla de vinagre, leche caducada y ajo. Un auténtico infierno.
La noche del jueves le costó dos horas dormirse. Pero tenía la mente tan atormentada por ese horripilante espray que, al escuchar un nuevo estruendo en medio de la noche, se despertó sobresaltado, pero ya no en estado de pánico, sino en estado de alerta y control, con sus ojos bien abiertos, pero ninguno brillando. Luego se encontró con su padre ahí de pie en medio de su habitación con el espray preparado, mirándolo boquiabierto.
Sinceramente, Neuval esperaba que Yenkis lograra controlar esta pequeña parte de su iris al cabo de un par de semanas, igual que los demás, ¡pero no al segundo día! Entonces pensó que, quizá, Yenkis corría con la ventaja de tener una capacidad de aprendizaje mucho más veloz que cualquiera, porque él nunca había sido humano. Nació iris, y el iris era para él, literalmente, como una pierna o un brazo más, un trozo más de su ser. Brey había tenido el mismo caso, respecto al aprendizaje más rápido que el resto, aunque no con ese otro detalle de que le brillara el ojo a veces sin razón, otra cosa que reafirmaba la creencia de Neuval de que Brey y Yenkis no eran iris natos por la misma razón ni funcionaban igual.
De todas formas, Yenkis siguió practicándolo, no sólo porque su padre se lo pidió, sino, más bien, para estar mejor preparado para el sábado. Desde que Evie le comentó que ese fin de semana iba a estar con su tío porque sus padres iban a dejarla sola por trabajo, Yenkis ya había decidido que tenía que aprovechar la ocasión, con la excusa del trabajo escolar que tenían que hacer para el lunes.
Tenía su cubito mejorado, y tenía el programa que Daiya le dio en un USB aquel mismo miércoles que su padre fue a recogerlo al colegio y se peleó con él y voló el comedor. Aunque después de aquello hablaron, se reconciliaron, fueron juntos al cementerio y después hablaron más sobre temas más profundos, la ambición de Yenkis por descubrir toda la verdad seguía vigente, y, en parte, el manojo de nervios que le oprimía el pecho se debía a un inevitable sentimiento de culpabilidad.
Sentía que estaba traicionando a su padre con este plan. Él le pidió que tuviera más paciencia, que dejara que los nuevos cambios y secretos recién revelados terminaran de asentarse… pero, por mucho que aquel miércoles se revelaran muchas cosas junto con la familia Lao, Yenkis llevaba ya muchos años esperando por la verdad completa y por fin tenía los recursos. Y el lugar idóneo.
Tenía todos los archivos secretos de su padre guardados en su cubito y protegidos bajo el programa-candado creado por su madre, y en el USB tenía el único programa-llave, también creado por su madre, que podía abrir el otro.
En principio, tenía pensado abrir los archivos en su propio ordenador de mesa en su cuarto, pero ahí corría un riesgo. Igual que sucedía con su móvil, su padre también vigilaba su ordenador. No es que Neuval espiase toda su actividad, pero tenía a Hoti vinculada al ordenador de su hijo simplemente para protegerlo, para que Hoti le avisara si Yenkis estaba siendo hackeado, afectado por algún virus o acosado por algún ciberdelincuente o pedófilo de las redes sociales. Yenkis temía que, a la hora de abrir los archivos secretos, Hoti pudiera identificarlo como otro peligro, y avisaría a su padre. Por tanto, le preguntó a Evie si podría hacerlo en algún ordenador de su casa el fin de semana. Y ella le dijo que ese fin de semana estaría en casa de su tío, y le confirmó que él, al igual que el resto de personas perfectamente sanas y capacitadas, no usaba una Hoti doméstica.
Lo que Yenkis vio aquí fue una oportunidad única. Ir a la casa del exjefe de la Policía y actual ministro de Interior del país podía darle más información de la que jamás había soñado. A pesar de que Yenkis no sabía que había bastante historia entre los iris y la policía, le parecía muy probable la idea de que algo debía de haber, y aún más le parecía imprescindible no dejar pasar la oportunidad de saber si al menos el Gobierno sabía algo sobre los iris, y en caso de que sí, cuánto y qué cosas sabía.
Llegaron a un alto edificio de la ciudad, en el distrito de Shinjuku, tan sobrio y moderno como el resto de edificios de esa zona. Su fachada era como una torre de líneas negras y blancas, las ventanas de cada planta eran oscuras cristaleras ininterrumpidas, alternándose con los muros blancos de un piso a otro. Estaba dentro de una urbanización vallada y llena de cámaras de seguridad, con un patio ajardinado propio y privado, en el que además había dos casetas y dos vigilantes, cada uno a un lado opuesto de todo el recinto.
Los nervios de Yenkis comenzaron a aumentar un poquito más. En este edificio debía de vivir más gente importante aparte de Hatori. Incluso la tecnología de la puerta del garaje, las de acceso al edificio, así como de las viviendas, tenían un escáner de retina, y las cerraduras no se abrían con llave, sino con tarjeta.
«Si algo saliera mal… no tendría forma de escapar por las puertas, eso seguro» pensó Yenkis, reprimiendo un suspiro tembloroso mientras el ascensor se detenía en la última planta de todas. Caminaron por un pasillo elegante de colores blancos y grises, con iluminación moderna, oculta en las esquinas del techo y del suelo, y Hatori abrió una puerta blanca acercando la tarjeta a un dispositivo de la pared y después mirando hacia el escáner de retina un poco más arriba. Quizá lo hizo inconscientemente, pero Yenkis procuró agachar la mirada mientras sucedía esto. No sabía hasta qué punto el escáner de retina podría accidentalmente alcanzar sus ojos, en concreto, su ojo de luz, y cómo reaccionaría.
Pasaron dentro. De un primer vistazo al vestíbulo, y pasado el vestíbulo una puerta doble que llevaba al salón y comedor, la verdad es que nada sorprendió a Yenkis. La vivienda de Hatori era tal como la había imaginado. Sobria, moderna, elegante. Y muy minimalista. No había ningún cuadro, ni ningún objeto decorativo. Había muebles, pero los justos, y eran rectos, perfectamente colocados donde debían. El sofá, un par de butacas y las sillas del comedor tenían un solo color beige suave, la mesa del comedor y otros muebles como una estantería larga eran de madera oscura, igual que el suelo. Las paredes eran de un agradable y tenue gris claro, y los techos blancos.
Yenkis respiró un poco el aire con disimulo, porque era la única cosa que sí le sorprendió. De todas las casas que había visitado, nunca ninguna le había impresionado por tener el aire tan limpio y puro, casi tan limpio y puro como el de su propia casa y como el del edificio Hoteitsuba. Ningún lugar llegaba al nivel de aire limpio de la casa de Neuval y de su empresa por obvias razones, pero la casa de Hatori se le acercaba. No había partículas de polvo, ni olor alguno. Esa vivienda parecía el núcleo del orden absoluto.
* * * *
Neuval y Pipi todavía estaban practicando con sus Técnicas compartidas. Seguían en pie en medio del despacho, cara a cara, mirándose fijamente a los ojos, con sus respectivos ojos izquierdos brillando de luz blanca y de luz verde oscuro. Tras un rato de silencio e inmovilidad, y de suma concentración, Pipi giró un poco sobre sus talones hacia su derecha, apuntando hacia el este, y Neuval se movió para seguir sosteniéndole la mirada. Un minuto después, Pipi dio media vuelta de golpe y se quedó mirando hacia el oeste. Neuval se apresuró a ponerse frente él.
—Por fin, carajo —murmuró Pipi—. Ha costado localizarlo con tu mente de por medio.
—¡Hey! —exclamó Neuval, acercándose más a la cara de su amigo—. No me lo creo… ¡Lo estoy viendo!
—¿Ves lo mismo que yo? Yo estoy viendo a Haru.
—Sí, es… ¡es una sensación muy rara! Sigo viendo tu cara, pero es como si en mi mente se proyectase la imagen que tú también debes de estar viendo. Veo a Haru tumbado sobre el capó de una furgoneta, y a otros tres jóvenes dentro —entornó los ojos—. Estos deben ser de su grupo de música. Pero… ¿Dónde están?
—Parados en mitad de una carretera rodeados de campo desértico, ¿no lo ves?
—Sí —dijo con paciencia—. ¿Pero eso dónde está exactamente? ¿Tu Técnica te da conocimiento de la dirección y la distancia?
—Sí. Están al oeste, más allá de Tokio, no reconozco la región. Percibo que son… unos… 172 kilómetros desde aquí. A mí me da que se les ha averiado la furgoneta y se han quedado tirados en la carretera. No hay nada más por ahí que campo y bosque. A lo mejor están esperando una grúa.
Neuval entornó más los ojos, concentrándose en la cara de Haru, que se veía un poco difusa y con poca luminosidad por el anochecer de su alrededor. Trató de meterse en su mente, pero no pudo. Lo intentó otra vez.
—Chulapo, ayúdame, céntrate en Haru lo mejor que puedas, ya casi lo tengo.
Pipi lo hizo, y su Técnica le permitió aproximarse más al rostro del chico en la imagen de su mente. Ahí Neuval empezó a llamarlo. «Haru… ¡Haru!». Ambos Líderes se sorprendieron al ver a Haru incorporándose sobre el capó de sopetón, con sobresalto, mirando a su alrededor.
—C’est pas vrai! —rio Neuval, alucinado—. ¡Me ha oído!
—Pues era fácil —opinó Pipi.
«Haru, ¿me oyes?» preguntó Neuval.
El chico se quedó quieto unos segundos, analizando lo que le estaba pasando, poniendo cara escamada. Para cualquier Fuu, distinguir qué era un sonido y qué no era inmediatamente evidente. Por eso, Haru supo que lo que había oído había sido dentro de su cabeza, y no un sonido que había viajado por el aire, por lo que decidió responder mentalmente, sin abrir la boca. «“¿Quién demonios es?”» oyeron Pipi y Neuval la voz del joven en sus mentes.
Neuval sintió un escalofrío de la emoción, empezó a disfrutar de aquello como un niño. «Haru…» le dijo con voz grave y potente. «Te estoy hablando yo. Soy… Dios».
«“¿Dios? Sólo conozco a diez dioses, ¿cuál eres tú?”».
Pipi le pegó un pisotón a Neuval para que se dejase de tonterías y este reprimió una exclamación. «No, no, era broma, soy yo, Neuval».
«“¿Fuujin-sama?”». El muchacho se incorporó más sobre el capó del vehículo, intrigado. «“¿Cómo es esto posible? Tu telepatía tiene un límite de distancia. Por aquí no te veo”».
«No estoy ahí, me comunico contigo telepáticamente desde Shibuya. Pipi y yo estamos combinando nuestras Técnicas. Es la primera vez que probamos a hacer esto. Dime, ¿dónde estás?».
Vieron a Haru volviendo a tumbarse perezosamente sobre el capó. «“No tengo ni idea, y mis compañeros tampoco. Aquí ni hay cobertura, ni gasolinera ni casa alguna. Íbamos de camino a un onsen de Nagano a pasar un finde de relax los cuatro solos, cuando ha explotado algo en el motor de la furgo. Ya no hay forma de arrancarla”».
«Ay…» suspiró Neuval. «A ver. ¿Qué has visto cuando has abierto el capó?».
«“Nada”» contestó. «“Porque no he abierto el capó”».
«Así que ves que algo explota en el motor del vehículo que estás conduciendo, que se te para y ya no arranca, ¿y no se te ocurre abrir el capó a echar un vistazo?».
«“¿Bromeas? Si ha explotado algo en el motor, no voy a abrir el capó para que me explote algo más en la cara”».
«Pero sí que te tumbas sobre él».
«“Está calentito. ¿Sabes la rasca que pega por aquí?”».
Pipi puso una mueca.
—Neu. ¿Seguro que quieres que Haru sea el entrenador de Yenkis? —tuvo que preguntarle una vez más.
—Hah… No hay errores en su lógica, Nico —le dijo el parisino—. De nada le sirve abrir el capó si no tiene ni idea de mecánica, sólo se arriesgaría a tocar lo que no debe, sufrir alguna quemadura o que algo le explote en la cara. Se ha tumbado encima para notar posibles vibraciones y para ir comprobando si el motor se enfría o se sobrecalienta. Si nota lo segundo, avisará a sus amigos humanos para que salgan del vehículo y se alejen. Mientras no sea este el caso, necesitan guarecerse del frío dentro del vehículo. Está manteniendo a sus amigos protegidos del frío y al mismo tiempo de cualquier otro imprevisto inminente del motor.
—Guau… Me avergüenza admitir que después de una década teniéndolo bajo mi ala, todavía me cuesta entender el idioma escueto de mi Fuu.
«Vale, Haru, quedaos donde estáis, voy a ir a buscaros» le dijo Neuval mentalmente.
«“No hay necesidad, Fuujin-sama. En cuanto me asegure de que el motor se queda frío y deja de echar humo, iré a pie a encontrar el pueblo más cercano y volveré con la grúa. Con mi velocidad no tardaría nada. No es nada del otro mundo”».
«Te ahorraré las molestias de todo eso. Te necesito en Tokio lo antes posible para encomendarte un favor personal».
«“¿No te ha dicho Pipi que estoy en mi periodo vacacional?”».
«Te lo compensaré con creces, Haru. Es algo muy importante para mí».
Neuval vio que el chico se quedaba pensativo un momento. Luego bostezó perezosamente, estirando los brazos, y volvió a quedarse cómodamente tumbado sobre el capó con su estrafalario y estiloso abrigo de triángulos de colores. Neuval interpretó eso como un “pues vale”, y anuló la Técnica, apartándose al fin de su amigo.
Pipi parpadeó varias veces al notar su mente libre por fin y también desactivó su Técnica. Después vio cómo Neuval se iba directamente hacia la moderna estantería blanca que cubría toda aquella pared al lado de su escritorio, concretamente, frente a un hueco que tenía un pequeño mostrador saliente semicircular. Neuval dijo del tirón y en voz alta el nombre de una serie de objetos, y aquel mostrador, girando como una cinta, fue sacando del interior de la pared todo lo que pedía de manera instantánea, que básicamente fue una extraña llave mecánica, una especie de tuerca, un clip metálico, un pequeño estuche plano donde guardar estas cosas y una camiseta y sudadera limpias.
Después de sujetarse aquel pequeño estuche en la parte de atrás de la cintura del pantalón chándal con un simple gancho especial, dejó la camiseta sucia sobre el mostrador y este se la llevó al interior de la pared, y se fue poniendo las prendas limpias.
—¿Para qué la herramienta? —le preguntó Pipi.
—¿Cómo que para qué? No voy a malgastar combustible y contaminar el aire de más yendo yo con otro vehículo. Iré hasta allí volando, repararé el suyo y regresaremos todos en él.
—¿De verdad pretendes ir a arreglarle el motor explotado a Haru con una llave, una tuerca y un clip? ¿Cómo sabes siquiera qué tipo de avería es y que te basta con esas cosas?
Neuval paró inmediatamente de hacer lo que estaba haciendo y se quedó muy quieto y callado mirándolo fijamente. Pipi sintió el frío polar de sus ojos grises y de ese súbito silencio. Entonces se dio cuenta de que preguntarle a Neuval si sabría arreglar una avería de un motor de coche con un par de herramientas era como preguntarle a una computadora cuántica si sabría resolver la suma de 2+2.
—Perdón, Neuval. Te pido disculpas por tamaña ofensa. Eso es lo que pasa cuando te exilias y pasamos tanto tiempo separados. ¿Me perdonas por haberte hecho esa pregunta tan trágica y aberrante?
—Por favor, no sufras —se le acercó dramáticamente, posando las manos en sus hombros—. Los amigos están para perdonarse cualquier cosa, incluso ese tipo de preguntas tan enormemente ofensivas.
—Gracias, “hermano”, no volverá a pasar —sonrió Pipi, conmovido.
—Te quiero, “hermanito” —lo abrazó Neuval.
Una vez concluyeron la emotiva escena, el Fuu fue a apagar los ordenadores de su mesa.
—¿Te imaginas que Haru se hubiese creído que soy alguno de los dioses? —preguntó divertido, abriendo la puerta corrediza del balcón, y entró una gélida ráfaga de viento al despacho—. Podría haberme hecho pasar por Zero o Kero.
—Neuval, eres el único ser vivo de este planeta que ya ha tenido un par de roces con los dioses hace años. Procura, por favor, no hacer más cosas que les pueda cabrear —gruñó Pipi—. Te recuerdo que las almas y espíritus de nuestros seres queridos están bajo el dominio de Zero en su Dimensión Yang.
—Mejor que no estén en la Dimensión Yin de Kero —repuso, y se subió al borde de la baranda de piedra de un salto—. Quédate cuanto quieras.
—Pensaba robarte otra cerveza —asintió Pipi, y cuando Neuval se marchó volando por el cielo, cerró el balcón y volvió al saloncito para relajarse y tomarse otro trago.
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