2º LIBRO - Pasado y Presente
El reloj de la mesilla marcó las ocho en punto y empezó a dar pitidos. Normalmente, Brey se tomaría su tiempo en apagar la alarma, dejar que sonara después de otros cinco minutos, volver a apagarla, y así ir saliendo del sueño poco a poco. Pero esta vez era un caso diferente. Apagó la alarma y abrió los ojos, despertando por completo. Era hora de cumplir su parte de la misión antiterrorista, y por eso dejó que su iris activara toda su energía y atención en su cuerpo y mente.
Se incorporó sobre la cama y vio que Daisuke seguía ahí bajo el edredón, dormido junto a él. Procuró no hacer mucho ruido mientras se vestía rápidamente, usando ropas oscuras y una sudadera con capucha. Sacó de debajo de su cama una maleta negra llena de armas, que ya había preparado el día anterior.
Fue a salir por la puerta, pero entonces se detuvo, mirando atrás. No debía olvidarse. Aunque estuviera dormido. Fue hasta la cama y se inclinó hacia Daisuke, posando una mano sobre su cabeza.
—Nos vemos más tarde, enano —murmuró.
Sus padres siempre se despedían de él, de Izan y de Katya debidamente antes de irse, pero no sólo a una misión, sino a cualquier parte. Era algo importante en la familia Saehara. Finalmente, Brey salió de la habitación y fue a la de los niños, donde estaba Clover durmiendo sola en su cama en la esquina del fondo de la habitación. La lucecita de la pared seguía dando una penumbra suficiente para ver el entorno. Brey vio los oscuros cabellos ondulados de Clover esparcidos sobre su almohada, y el bulto de su cuerpo bajo el edredón. De igual forma, se inclinó hacia ella y posó una mano sobre ella.
—Volveré, Clover. Y hablaremos, te lo prometo.
Antes de bajar por las escaleras, se asomó a la habitación de Cleven, y también la vio pacíficamente dormida en su cama. Sabía que ella tenía la alarma programada para dentro de un pequeño rato, así que procuró no arriesgarse a despertarla y arruinarle esos benditos minutos más que tenía para dormir.
—Te veo luego, pelmaza chiflada —se despidió en voz baja desde la puerta, la volvió a dejar medio cerrada y, ya sí, salió de casa con su bolsa llena de armas.
Cruzó el rellano del quinto piso hacia la puerta D. Ya empezó a gruñir por lo bajo, porque se supone que Drasik debería estar ahí esperándolo. Sabiendo que Eliam hoy también madrugaba porque tenía que estudiar para un examen importante, llamó al timbre sin reparo. Eliam no tardó en abrir la puerta. Seguía en pijama, y tenía su cabello castaño muy despeinado, pareciéndose mucho a Drasik ahora mismo. Pero tenía sus gafas de leer puestas. Debía de llevar poco rato levantado.
—Qué susto, creí que era Riku llamando a la puerta ya a estas horas. Pero acabo de recordar que no viene hasta la tarde —comentó Eliam.
—¿Riku? —se extrañó Brey—. Riku no viene hoy, ¿no te han llamado de las oficinas?
—¿Cómo? No, no me dijeron nada.
—A mí me mandaron un email el jueves, que por alguna razón pasé desapercibido hasta ayer mismo. Y me dejaron un mensaje en el teléfono. Yo ayer recibí a su sustituto, otro asistente social. Creía que a ti te habrían llamado para avisarte y enviarte a otro, porque el mío me dijo que Riku no podía hacer la visita hoy.
—Pues… no sé nada de eso. Yo acabo de revisar mi correo y mis llamadas, no tengo cambio de planes —Eliam se rascó la cabeza y pegó un bostezo—. Uah… A lo mejor es que Riku no podía hacerte la visita a vos hoy por falta de tiempo, y sólo tiene tiempo de hacernos la visita a Dras y a mí.
—Hm… Puede ser —murmuró, aunque se quedó todavía un poco extrañado—. Hablando del pelmazo…
—¿Qué tienen, misión hoy? —adivinó Eliam.
—Sí, ¿no te lo ha dicho?
—Hah… Drasik ni siquiera me cuenta qué ha desayunado. Lleva ya unas semanas con unos cambios de humor impredecibles y está bastante distante conmigo… Pero… —se rascó la oreja, y miró un momento al suelo, un poco apenado—. Tampoco lo quiero agobiar. Si son pequeños brotes de su majin… Ya sabés que a veces le vienen estas etapas, y luego se le pasan.
Brey no dijo nada, pero el semblante de su mirada se volvió muy serio. Decidió ahorrarse el comentario de que esas etapas de Drasik de padecer días de cambios de humor por culpa de su pequeño majin no solían durar ni la mitad de tiempo que esta de ahora. No quería que Eliam se preocupase más.
—¿Es una misión peligrosa? —quiso saber Eliam, algo tímido, sabiendo que no debería hacer esas preguntas.
—No te preocupes, es un tipo de operación que hemos hecho ya muchas veces. Ahora es con otra gente mala en otro lugar malo —ironizó—. Que dejará de existir hoy. Pan comido para dos veteranos como él y yo.
—Bueno. Pues al parecer Dras se olvidó, porque… —en lugar de acabar la frase, Eliam abrió la puerta del todo para dejar entrar a Brey y dejarle descubrir que Drasik estaba ahí mismo en el salón, totalmente dormido sobre el sofá, en una postura horrible y todavía llevando la ropa de ayer, incluso las botas puestas—. Creo que regresó a casa de madrugada.
Brey cerró los ojos, con una vena palpitando en su frente, mientras llenaba de aire sus pulmones, abandonando poco a poco la calma y el silencio de su constante estado de electricidad estática para convertirse en una tormenta.
—¡¡Drasik Jones, o te levantas o te parto el culo con un rayo!! —exclamó, sonando su voz tan atronadora que Drasik pegó un salto de metro y medio sobre el sofá y cayó al suelo.
Unos segundos después se incorporó y se apoyó sobre la mesilla del salón con cara medio infartada.
—¡Virgen santa de Pernambuco! —respiró con fuerza, recuperándose del susto—. ¿¡Qué hora es!?
—Pregunta que qué hora es —le tradujo Eliam a Brey.
—Yo te diré qué hora es… —gruñó el rubio, arremangándose los brazos rápidamente mientras le corrían rayitos eléctricos azules por ellos.
—Fuck! ¡La misión, sí, sí, sí! —se ubicó Drasik por fin, haciéndole un gesto apaciguador con las manos—. Olvidé poner el despertador… Ya voy, ya voy…
Se puso en pie mientras se frotaba la cara y los ojos, tratando de terminar de despejarse; agarró una mochila negra que reposaba sobre una de las sillas de la mesa del comedor, que contenía el material que necesitaba para la misión, y se reunió con su compañero en la puerta de la entrada.
—¿Ves? Estoy ya vestido y todo, vamos.
Brey lo miró de arriba abajo. Llevaba toda la ropa arrugada, y sus pelos… bueno, sus pelos estaban como siempre, desordenados como los de un auténtico loco.
—Vas hecho una pena. Podrías al menos asearte, si no fuéramos tarde ya.
—¿Qué dices de asearme? Te recuerdo que los Sui no tenemos que bañarnos. Somos inoloros y siempre estamos limpios.
—Me refiero a que planches un poco tu ropa o te sacudas el polvo de los pantalones
—Oh, tienes razón… —se miró Drasik a sí mismo—. Mi aspecto descuidado podría ofender a los criminales que voy a matar hoy —añadió, con un sarcasmo muy natural, volviendo a mirar a Brey a los ojos.
—Es porque no quiero que me ensucies el coche —replicó el rubio, y resopló con paciencia—. Ya da igual, vamos de una vez, ya hemos perdido quince minutos —dio media vuelta y se dirigió directo a los ascensores.
—Hey, Dras… —lo llamó Eliam antes de que saliera por la puerta—. Tené cuidado, y… bueno. Te veré luego. Que vaya bien.
—Ah… sí… gracias —respondió un poco distraído, pues se estaba mirando los pantalones por segunda vez, que, en efecto, traían un poco de polvo y tenían una rasgadura grande en un lado, y esto le hizo recordar la pelea de ayer contra los miembros de la ARS. Contra Viernes… Esto le hizo también recobrar esa preocupación sobre la gravedad de la situación de lo que ocurrió anoche, pero no podía decir nada de ello, no hasta que Sakura informara oficialmente a Pipi.
Sin más palabra, Drasik se fue con Brey y se marcharon dentro de un ascensor hacia el garaje subterráneo. Eliam se quedó en la puerta, mirando durante unos minutos más los ascensores. No le entristecía que Drasik no le prestara más atención. Le entristecía la idea de que Drasik olvidara que él estaba ahí para cualquier cosa que necesitase, no para estorbarle ni molestarle.
Durante la bajada en el ascensor, a Brey le chocó notar que Drasik estaba quieto y callado. Es decir, podía esperar que soltara alguno de sus ingeniosos comentarios, o algún chiste, o incluso alguna queja sobre tener hambre, tener sueño o lo que sea. Pero vio al chico extremadamente inmóvil, mirando sin parpadear los botones del ascensor. Brey se preguntó si es que había dormido demasiado poco y su cerebro estaba aún esperando la señal wifi o si ayer estuvo bebiendo y tenía resaca… La verdad es que Drasik estaba pensando sin parar. No podía quitárselo de la cabeza, el grave suceso de anoche. Recordó haberle preguntado a Kaoru si es que estaban actuando bajo las órdenes de Izan. Kaoru le contestó que un arki no tenía suficiente poder para prometerles lo que querían y que estaban “sirviendo a otros Señores”.
Esa respuesta no sólo le confirmaba que sí, que Izan ya era un arki y que la ARS tenía algún contacto o relación con él… le revelaba que había alguien más detrás. Otros Señores. “La persona que llevas idolatrando toda tu vida es uno de ellos”, le dijo Kaoru. Y esto le inquietaba, y le intrigaba. No lo comprendía, por qué dijo eso, no tenía sentido. Para empezar, no hay otros Señores aparte de los Zou. Y para acabar, ¿qué demonios tenía Neuval que ver con algo de eso? «Kaoru quería confundirme» pensó Drasik ahora, «Aunque no sé para qué. No veo la utilidad de decirme esos disparates». La verdad es que su ya experto iris le decía que no hubo gesto, ni tono de voz ni detalle alguno que indicara que Kaoru le estuviera mintiendo.
Si estaba inmóvil, era de lo tenso que estaba, por lo difícil que era saber estos datos teniendo a Brey ahí al lado clavándole una mirada inquisitiva y escamada. Sentía que Brey merecía ser el primero en haberse enterado, que Kyo y él se lo tenían que haber dicho desde el principio, que Kyo se cruzó con Izan hace unas semanas, siendo la primera evidencia en siete años. Pero Neuval les había dado esta orden estricta de no mencionar a Izan a nadie, y mucho menos a Brey. En el fondo, Drasik comprendía por qué.
—¿Debo preocuparme de tu lucidez? —le preguntó el Den cuando salieron del ascensor y se adentraron en el garaje subterráneo.
—¿Qué? No… No empieces a darme la lata, estoy perfectamente centrado, llevo haciendo esto desde que llevaba pañales, literalmente —contestó el Sui, poniendo toda la firmeza que pudo.
Se pararon detrás del coche de Brey, pero antes de abrir el maletero, el rubio agarró el brazo derecho de Drasik sin previo aviso y lo miró de arriba abajo, analizando especialmente los trazos negros de su tatuaje.
—¿¡Qué haces, sobón!? —intentó Drasik recuperar su brazo, pero Brey no le dejó, siguió examinándolo, y encontró esas dos diminutas marcas de pinchazos con aguja.
—¿Estás ahora mismo probando otro experimento?
—No, ahora mismo no —Drasik se soltó de él por fin, molesto—. Deja de cuestionar mi profesionalidad. Es lo que más me saca de quicio de ti, joder. No me tienes ni un poco de respeto.
—No se trata de faltar al respeto, se trata de estar al tanto de todos los detalles y factores con los que tengo que trabajar hoy en esta misión. Para mí una misión nunca es un juego, por muy fácil que sea. Quiero saber si tendré que preocuparme por ti más de lo que ya hago naturalmente. Si estás ahora mismo experimentando en tu cuerpo algún nuevo componente químico y te tiene bajo algún tipo de efecto, dímelo y me ajustaré a tu estado, para protegerte en caso de que tus capacidades o reflejos estén mermados.
En un principio, Drasik se sintió ofendido, insultado por esas palabras, pensando que Brey le estaba diciendo que lo avisara si tenía que cargar con él como si fuera un niño pequeño. Pero la mirada de Brey no expresaba ningún tipo de insulto, enfado, sarcasmo o burla. Expresaba que estaba hablando en serio.
Drasik relajó los hombros, pero estaba sorprendido de detectar esto en él. Por lo visto, Brey respetaba sus experimentos químicos hasta el punto de aceptar ajustarse a su estado para que su experimento siguiera su debido curso. Es decir, que, para Brey, los experimentos químicos de Drasik merecían la misma importancia de no ser interrumpidos o alterados. Pero es que esta consideración no era de extrañar. Drasik había creado bastantes cosas increíbles desde que era niño, cosas que ayudaban y salvaban a los iris.
Los Sui especializados en química no sólo tenían un gran control sobre las sustancias que manejaban, sino también sobre la química de sus propios cuerpos. Por eso ellos mismos eran los mejores sujetos de pruebas para sus propios experimentos. Siempre estaban pendientes de los efectos secundarios y de cómo reaccionar ante ellos a tiempo, dominando el agua que contenían sus propios cuerpos para modificar o desprenderse de la sustancia si era necesario.
Una vez más… Drasik se había puesto a la defensiva con alguien sin merecerlo, sólo por malentender sus palabras, a causa de la paranoia que su propio menosprecio e inseguridades le generaban.
—Estoy… —balbució el Sui, más calmado y algo avergonzado—. No. Tengo el torrente sanguíneo limpio desde hace horas. No tengo plan de inocularme el experimento hoy, le tengo que hacer… más mejoras. Así que estoy al 100 % de mis capacidades, no tienes que estar pendiente de mí.
—De acuerdo —contestó Brey, abriendo ya el maletero, y ambos metieron sus respectivas bolsas. Después, Brey volvió a ponerse frente a él—. Te mataré, Drasik.
—¡P…! ¿¡Qué!? —brincó perplejo.
—Si le haces un solo arañazo a mi coche —terminó de decir el rubio muy seriamente, tendiéndole las llaves.
—Jobar… tranquilo —refunfuñó, mientras se subía al asiento del conductor y Brey se subía al del copiloto.
Al final, debido a esta acumulación de retrasos, había pasado ya un buen rato en esa temprana mañana, y cuando sacaron el coche a la calle, coincidió con el momento en que Cleven salía del portal del edificio unos metros más allá, con su bolsa de deporte con su equipamiento de natación.
Drasik detuvo el coche al final de la rampa, antes de entrar en la calzada, y Brey se bajó. Él, más veloz, se iba a adelantar para hacer un reconocimiento previo del terreno, mientras Drasik se encargaba de llevar el vehículo. El rubio intercambió unas palabras con su compañero a través de la ventanilla abierta. Fue cuando Cleven bebió un sorbo de su brik de zumo y, al bajar de nuevo la cabeza, su mirada aterrizó sobre la espalda de su tío. Lo vio ahí junto a su propio coche, en la salida del garaje.
«¿Eh? ¿Sigue aquí? ¿No tenía que hacer un trámite de la universidad a las ocho y media?» se extrañó, mirando su reloj. Caminó hacia él por el patio ajardinado frente al edificio, pero entonces divisó a aquel que estaba en el interior del coche, sentado al volante. «¿¡Pero qué…!?» se sorprendió, y se escondió tras el tronco de un árbol, observándolos. «¿Drasik? ¿Conduciendo? ¿Con 16 años? ¿Eso es legal? Será en Estados Unidos, pero aquí no lo es. ¿Pero adónde va con el coche de mi tío? Oh, cierto… ayer Drasik me dijo que hoy tampoco podía venir a la práctica de natación, que tenía un recado muy importante que hacer. Aun así, ¡manejar un coche con 16 años es ilegal en Tokio! ¿El tío Brey se lo está permitiendo?».
Calló sus pensamientos cuando vio que Drasik se marchaba en el coche calle arriba hasta perderse de vista. Brey se quedó ahí solo, y miró a su alrededor con disimulo. Cleven, no supo muy bien por qué, volvió a esconderse enseguida tras el árbol, y se asomó un poco entre los arbustos que rodeaban el tronco, bien camuflada.
Brey no llegó a verla. Una vez que comprobó que no había nadie más por los alrededores ni en ninguna ventana de los edificios, el rubio dio un paso y, antes de dar el segundo, desapareció a la velocidad de la luz, como difuminándose con el aire. Ante esto, a Cleven se le cayó el brik de zumo al suelo sin darse cuenta. Se quedó petrificada. «Ha… ¡Ha desaparecido como el rayo!».
Estuvo unos segundos pensando, tratando de entender con lógica lo que acababa de ver. Había sido tan rápido que lo primero que su raciocinio le decía es que lo había imaginado, que había apartado la mirada o se había distraído por dos segundos y por eso había perdido de vista a su tío en lo que para ella había sido un instante, y su tío seguramente se había ido girando la esquina del edificio.
No estaba muy segura. Pero llegaba tarde a la natación.
* * * *
Unos minutos después, Agatha apareció de la nada en medio de su dormitorio, en su casa. Acababa de irse del Monte Zou con Yagami. A él lo había dejado en su casa en otra parte de Tokio, y luego ella había venido aquí. Llegaba justo a tiempo para encargarse de los mellizos, tal como había acordado con Brey.
Sin embargo, necesitó tomarse un par de minutos para ella misma. Para respirar hondo y reponer fuerzas. Llevaba toda la semana sin parar de hacer recados o favores a varios iris y almaati por distintos países del mundo. Siempre ayudando, siempre poniendo su extraordinario don al servicio de los demás, pero… lo mejor de todo, es que era porque ella misma quería, y no porque alguien la obligara.
Yagami le había dicho que tenía unas pequeñas salpicaduras de sangre en su larga falda marrón, y manchas de barro en el dobladillo. No podía presentarse así ante los mellizos. Fue hasta su armario a cambiarse de ropa, con sus ojos siempre cerrados. Y después fue al baño para lavarse la cara y las manos y arreglarse la larga trenza con la que recogía su cabello blanco.
Mientras se aclaraba el jabón de las manos en el lavabo bajo el chorro de agua, se quedó abstraída por un rato, sin darse cuenta. Antes de llegar al Monte Zou, había estado rescatando a una nueva iris. Era una mujer adulta, que se había visto en medio de un bombardeo mientras daba clases en un colegio de primaria en un país que ahora mismo estaba bajo un conflicto bélico con otro. Había visto a su hija pequeña morir en una explosión junto a más niños y profesores de la escuela.
Agatha había vivido este tipo de rescates en medio de guerras ya unas docenas de veces. Procuraba centrarse en su deber, en lo más importante, que era encontrar al nuevo iris y llevarlo sano y salvo al Monte, mientras los iris de aquella ciudad ya se encargaban del resto de humanos inocentes.
Esta vez, le había afectado de una manera especial. Porque Agatha perdió de una manera muy similar a una de sus muchas hijas, de la misma edad que la hija de esta nueva iris, hace cinco siglos. Oír los gritos de agonía de la madre le recordó a sí misma. Agatha a veces se preguntaba si, de haberlo visto con ojos que podían ver, se habría convertido en iris también. O quizá no hacía falta ser vidente, porque lo cierto es que había habido unos pocos humanos ciegos que, tras presenciar con los otros cuatro sentidos la muerte injusta de un ser querido, se habían convertido. Y, al convertirse, la energía del iris les había curado la ceguera como hacía con cualquier otra enfermedad o discapacidad humana.
No obstante, al parecer, estos cuatro siglos de existencia de los iris y de la Asociación habían demostrado que sólo los humanos y quienes tuvieran una parte humana, como los Zou, podían convertirse.
Llevaba viviendo en este mundo más de siete siglos y medio, y seguía deseando hallar las respuestas a las preguntas que toda su vida la habían perseguido: “¿Tengo parte humana? ¿Tengo alma? Si no la tengo, ¿puedo ganármela?”. De todas formas, para ella ya había sido una bendición el hecho de que su cuerpo pudiera concebir, gestar y dar a luz hijos humanos auténticos y normales. De hecho, esto pilló a los dioses un poco por sorpresa. No entraba en sus planes diseñarla con esta capacidad. Pero la experimentación con energías divinas y materia orgánica había resultado así.
Terminó de secarse las manos, y le dedicó un breve rezo a su duodécima hija que perdió hace cinco siglos en medio de una contienda entre dos reinos europeos. Ahora, tenía que centrarse en el presente, y agradecer el presente, donde estaba feliz teniendo a Clover y a Daisuke, dos niños especiales que había ayudado a criar y a los que adoraba.
No perdió otro segundo. Desapareció de su dormitorio y se teletransportó directamente al interior de la vivienda de su vecino, a la entrada de la casa de Brey. Se quitó los zapatos en el escalón y pasó al salón.
—¡Niños! ¡Ya estoy aquí, despertad! ¡Voy a haceros el desayuno! —exclamó hacia la planta de arriba mientras se iba a la cocina.
Al cabo de un minuto, apareció Daisuke entrando en la cocina, con su cabello rubio despeinado, los ojos entrecerrados y todavía vistiendo con la camiseta gris grande prestada de su padre.
—Uaah… —bostezó el niño, y abrazó las piernas de la anciana—. Pasteles…
—Aaah, no —objetó la taimu, al mismo tiempo que iba de un lado a otro sacando huevos, arroz y un par de sartenes—. Se acabaron los pasteles una temporada. Le he prometido a vuestro padre que os haría un desayuno nutritivo. ¿No has bajado con tu hermana?
—Vengo de la habitación de mi papá… —se frotó un ojo.
—¿Has tenido pesadillas? ¿O es que otra vez has mojado la cama?
—Bueno, mojé la cama un poquitito. Pero no pasa nada. Lo estoy entrenando —declaró el niño con firmeza, poniendo los bracitos en jarra e inflando el pecho, repitiendo las palabras que el propio Brey le dijo.
—Vaya, es la primera vez que no te oigo avergonzarte. ¿Y te fuiste a su cama? ¿Lo dejaste descansar?
—Papá me dejó dormir con él. Es que yo ayer por la noche estaba teniendo también algunas pesadillas… o era más como una sensación incómoda… Incluso en la cama de papá me desperté otra vez y no podía estarme quieto y no me conseguía dormir… Pero entonces papá me abrazó y dejé de sentirme nervioso y por fin me dormí otra vez más tranquilo.
—Hm… no importa lo frío o racional que sea, sigue siendo un iris —murmuró Agatha para sí misma, con una sonrisa complacida—. Bueno, Dai, hazme el favor de ir a despertar a tu hermana, ¿quieres? El desayuno estará listo enseguida.
Daisuke se fue dando trotes de vuelta al piso de arriba y entró en su habitación.
—Clover, despiertaaa —dijo mientras iba directamente a abrir las cortinas de las dos ventanas que había, dejando pasar la luz del amanecer—. Ya está Ata aquí. Nos está haciendo un desayuno nutrioso —se acercó a la cama de su hermana y meneó el bulto bajo el edredón con las manos—. Cloveeer. ¿Tienes mucho sueño porque has dormido mal? ¿También has notado la energía mala?
Daisuke meneó más el bulto, pero este no respondía. Empezó a tener una mala sensación. Destapó el edredón, y durante unos segundos no pudo comprender bien lo que veía. No era el cuerpo de su hermana, eran varios peluches amontonados, y sobre la almohada había una peluca negra de un disfraz. Daisuke giró la cabeza y miró tímido por la habitación, preguntándose si estaba siendo víctima de una broma que Clover le estaba gastando, y estaba esperando a darle algún susto. Pero, al mismo tiempo, esa sensación de que algo iba mal seguía recorriéndole el cuerpo.
—¿Clover?
Se puso a revisar la habitación entera, mirando bajo ambas camas, bajo los escritorios, dentro de los armarios, tras las cortinas… Dudaba que fuera el escenario de una broma. Daisuke tenía una especial sensibilidad con los sustos, no los aguantaba bien, y sabía que su hermana no le haría pasar por ese sufrimiento, incluso en el hipotético caso de que ella estuviera enfadada con él por no tratar bien a Jannik.
—¡Clover! ¿¡Dónde estás!? —exclamó, empezando a preocuparse de verdad, y a respirar nervioso.
Al no recibir ni un sonido de respuesta, corrió derecho hacia su escritorio, que siempre estaba repleto de hojas de papel, pinceles, lápices, dibujos, símbolos, escrituras… Apartó bruscamente un puñado de hojas de la mesa, buscando algo entre ellas. Encontró por fin su rotulador negro predilecto, uno de esos marcadores de punta gruesa y tinta imborrable. Acto seguido, se colocó en el centro de la habitación, abrió la tapa del rotulador y dibujó rápidamente en el aire un círculo en vertical. Se formó, así, una circunferencia de tinta negra flotando en el propio aire. En su interior, dibujó con una destreza pasmosa tres símbolos complejos, cargados de trazos y patrones, y los unió mediante el dibujo de unos trazos más. Al terminarlo, le dio un manotazo. De repente, los trazos de tinta negra se iluminaron de una luz azulada intensa; el círculo se transformó en una esfera, de un azul traslúcido, y comenzó a expandirse por toda la habitación, atravesando las paredes para seguir expandiéndose por el resto de la casa.
Daisuke esperó ansioso, sin apartar la mirada del símbolo de luz azul que seguía flotando en medio de la habitación. Finalmente, este se apagó, volviendo a convertirse en tinta negra, y esta se desvaneció en el aire como el humo. Esto le confirmó que su hermana no estaba en ningún lugar de todo el edificio.
—No, no, no, no… —comenzó a sollozar, y bajó corriendo las escaleras y volvió con Agatha—. ¡No está, no está…! —gritó, abrazándose a las piernas de la anciana, que en ese momento estaba poniendo arroz ya cocido en unos cuencos.
—¿Qué…? Daisuke, ¿qué pasa? ¿Quién no está?
—¡Clover! ¡Clover no está en casa, no está por ningún lado, lo he comprobado, no está aquí!
—¿¡Qué me estás diciendo!? —se alarmó Agatha—. ¿¡Estás seguro!?
—¡Sí! —lloró y lloró, ahogándose—. ¡Ella sabe que no me gustan los sustos, así que no está escondida, y no está en ninguna habitación, ni en los baños, ni… ni…!
Agatha, con el corazón en la garganta, cogió al niño en brazos y lo llevó a sentar a una butaca del salón.
—Tranquilo, respira despacio. No te muevas de aquí.
La anciana se giró y le dio la espalda. Entonces, abrió sus tenebrosos ojos, y miró con atención todo el entorno espacial que la rodeaba. Todo estaba atestado de corrientes de luz blanca, de luz negra y otras de una mezcla de luz gris; unas eran finas, otras más gruesas y otras colosales, fluyendo como ríos de energía por todas las direcciones de las tres dimensiones del espacio. Todas las cosas físicas, y el techo, los muros y los tabiques eran invisibles a sus ojos, permitiéndole comprobar incluso la planta de arriba desde ahí. Buscó, entre todo ese amasijo de corrientes de energías negras, blancas y grises un pequeño espacio vacío, un hueco, que representaría la ubicación de un humano. Y no. Aparte del de Daisuke, no había ningún hueco más. Clover sin duda no estaba en la casa.
Agatha volvió a cerrar los ojos. No podía mantenerlos mucho tiempo abiertos porque la estremecedora visión de las Corrientes de Realidad la mareaban. Salió rápidamente de la casa y aporreó varias veces la puerta C. Abrió Mei Ling, con cara de susto.
—¿Qué pasa?
—Mei Ling, ¿está Clover en tu casa? Dime, ¿¡lo está!?
—¿Eh? No, no está aquí. ¿Qué ocurre?
—Ay, Dios mío… —agonizó.
—¿Agatha? —apareció Kyo junto a su hermana.
—¡Kyo, ayúdame! ¡Ayúdame a buscar a la niña! ¡No está en casa!
Kyo agarró al instante una chaqueta del perchero que tenía al lado para ponérsela encima y salió al rellano rápidamente. Pero luego rectificó y volvió a entrar en su casa, saltando directamente a la planta de arriba para coger algo de su habitación. Regresó enseguida al rellano, mostrándoles un pequeño USB con la forma de un bombón de chocolate.
—Le pediré al conserje que me deje ver las grabaciones de cada escalera y salida del edificio. Utilizaré este programa de Hoti que la tía Katya le regaló a Yousuke cuando era pequeño para hacerlo el triple de rápido —dijo bajando por las escaleras velozmente.
Mientras Agatha fue a llamar a la puerta de Eliam, Mei Ling entró en la casa de Brey para hacerse cargo de Daisuke, que estaba de pie en medio del salón sin saber qué hacer.
—Mei… —lloró el niño al verla, alzando las manos.
—Daisuke, mi pollito, no te preocupes, ven aquí —lo cargó en brazos y lo abrazó con cariño—. Tranquilo, la encontraremos a toda costa. ¿Me ayudas a dar un repaso a toda la casa? ¿Y me cuentas todo lo que sepas sobre la última vez que la viste y qué has visto al despertar?
El pequeño asintió con la cabeza, secándose las lágrimas. Mientras Mei Ling subía a la planta de arriba para buscar pistas o señales, Eliam le abrió la puerta a Agatha, con sus gafas de leer puestas y un bolígrafo en la mano.
—Hola, señora Bennet, ¿qué…?
—¿Está Clover contigo, muchacho? —preguntó directa, a la par que marcaba el número de Brey en su móvil.
—¿Clover? No. ¿¡Ha desaparecido!? —brincó preocupado.
—¿Sabes algo de Brey de esta mañana?
—Sí, precisamente vino aquí a buscar a Drasik hace como 40 minutos. Estaba bien, como siempre. Y se marcharon a su misión.
—Ah, diantres… —farfulló la anciana, volviendo a guardase el teléfono en el bolsillo de su falda larga—. Por eso no me da señal. Tanto él como Drasik habrán desconectado los móviles para evitar ser detectados en algún territorio enemigo. A ver qué dice Kyo cuando revise todas las grabaciones… Por si acaso, voy a llamar a Yako.
Volvió a sacar el teléfono, tratando de mantener la compostura. Pero Eliam podía ver la angustia apoderándose de ella. No le sorprendía, porque, para Agatha, los mellizos eran como sus propios hijos, o como sus nietos.
—Yako, ¿sabes algo de Clover, o hay alguna posibilidad de que haya ido a tu cafetería en algún momento de esta madrugada o esta mañana temprano? —preguntó Agatha por su móvil.
—“¿Cómo…? Oh, Dios… No, nadie ha estado en mi cafetería, aparte de mí, Haru y Neuval a primeras horas de la madrugada solucionando un asunto… La aplicación de seguridad en mi móvil me lo habría notificado. Además que literalmente nadie aparte de mí y de Alvion puede abrir las persianas. Agatha, dime qué pasa.”
—Kyo ha ido a ver las grabaciones del edificio. Esperemos a ver qué dice.
—“Vale, ponme en manos libres.”
Unos minutos después, regresó Kyo al rellano del quinto piso subiendo por las escaleras saltando de tramo a tramo. Mei Ling también regresó con ellos con el niño en brazos, quedándose en la puerta abierta de la casa de Brey. Eliam podía ver en ella un sentimiento de angustia igual al que tenía Agatha; sus ojos negros temblaban y contenían las lágrimas, haciendo lo posible por mostrarse calmada para transmitírsela a Daisuke lo mejor posible. Tanto Agatha como Mei Ling y Eliam se quedaron mirando a Kyo, conteniendo la respiración, esperando oír algo con lógica.
—No tiene ningún sentido… —respiró Kyo—. He mirado todas las grabaciones y Hoti ha analizado todo el metraje de las siete plantas, de los ascensores y accesos, incluso de la azotea…
—¿Qué has visto exactamente de aquí de este rellano? —le preguntó Mei Ling—. Si Clover ha salido de casa, sólo ha podido hacerlo por esta puerta y la cámara de ahí ha tenido que grabarlo por narices —señaló a una esquina del techo.
—He revisado desde la última vez que Clover estuvo sin duda en su casa. Ayer por la tarde se ve a Brey recibiendo la visita de un asistente social.
—Oh, sí —apuntó Eliam—. Brey me dijo esta mañana que le mandaron ayer un sustituto porque le habían notificado que nuestra asistente actual no lo podía visitar hoy.
—Cleven me contó ayer por mensajes que la visita había ido bien —continuó Kyo—. Y desde que se marchó ese asistente, no ha habido ni una sola persona más saliendo o entrando por la puerta de Brey hasta ahora, excepto Brey saliendo hace menos de una hora, con su equipamiento para la misi-ooh… para el recado en la universidad —se corrigió rápidamente, mirando con cuidado a Daisuke en los brazos de su hermana—. Y al poco rato ha salido Cleven con su bolsa de natación. Aunque no se ha visto a Agatha entrar…
—No he usado la puerta… pero he debido de llegar pocos minutos después de que Cleventine se marchara —dijo la anciana—. Esto no es posible… No está en toda la casa. Las ventanas siguen cerradas con el sistema de seguridad. Y no ha salido por la puerta. Daisuke, cielo. Dime, ¿tu hermana sabría abrir el pestillo de seguridad de las ventanas o del balcón?
—No. Ni siquiera con todas nuestras fuerzas podemos abrirlos. Papá ya nos dijo que lo intentáramos, y lo intentamos y no pudimos. Solamente podemos abrirlas de la forma vertical… de la forma que sólo se queda abierta un poquito en la parte de arriba para que nada más entre el aire.
—Y aunque hubiera podido abrir alguna —añadió Mei Ling—, mi abuelo le instaló a Brey el sistema de seguridad para niños. Si el sistema detecta que un niño está subido a la repisa de una ventana abierta, al instante despliega una red tapando todo el hueco de la ventana. Y en la terraza del salón sucede lo mismo en la barandilla.
—¿Qué única opción queda de todo esto, entonces? —preguntó Eliam, alzando las manos con incomprensión.
Todos miraron a Kyo, esperando de él un análisis iris más desarrollado. Kyo se dio cuenta de sus miradas, y se quedó pensativo.
—Mei. ¿Has ido a ver la cama de Clover? —le preguntó a su hermana, y esta asintió—. Descríbela.
—Bueno, esto os parecerá raro, pero por lo visto Daisuke encontró que el bulto bajo el edredón eran unos cuantos peluches apilados, y sobre la almohada había una peluca negra, de un disfraz de Halloween.
—¿Por qué decís que es raro? —inquirió Eliam—. Parece que Clover puso esas cosas ahí adrede para engañar y poder escaparse.
—No —objetó Mei Ling tajantemente—. Clover nunca haría eso. Jamás haría un engaño así adrede.
—¿Cómo estás tan segura? Quizás Clover estaba enojada con alguien, con su padre, con su hermano, o con Cleven… No sería la primera niña que se escapa o finge escaparse para expresar su enojo. Y no suelen ir muy lejos, los niños de esa edad no se atreven a alejarse demasiado. Puede que haya ido a la casa de algún otro vecino.
—Te aseguro que nadie ha cruzado esta puerta desde ayer hasta que Brey salió esta mañana temprano —aseveró Kyo.
—Y por muy enfadada que esté con cualquier persona, yo te aseguro que Clover jamás le haría algo así a Daisuke —dijo Mei Ling con firmeza.
—¿Y si…? —de repente Daisuke levantó la cabeza de su hombro—. ¿Y si es por tristeza y no por enfado? —Los demás lo miraron sin entender—. Clover ha estado muy triste desde el viernes. Y es porque Jannik ha dejado de ser su amigo. Clover estaba muy feliz cuando Jannik era su amigo.
—¿El pequeño Knive, el hijo de Viggo? —murmuró Agatha, sorprendida de aprender este dato. Pero luego puso una mueca algo escamada. No pudo evitarlo, su primer pensamiento fue sospechar de Jannik. Pero porque, al igual que Denzel, conservaba aún bastantes prejuicios sobre los Knive, fueran de la rama que fueran.
—No, Dai, cariño, te prometo que Clover nunca lo haría —lo consoló Mei Ling—. Ella me lo dijo una vez. No importa lo furiosa que esté, no importa si tiene miedo o tristeza; jamás se alejaría de ti sin decírtelo.
Los dos humanos y la taimu volvieron a mirar a Kyo, expectantes, quedándose sin ideas. Entonces, el joven Lao los miró seriamente.
—Sólo hay dos opciones posibles dentro de la lógica. O se la ha llevado Denzel mediante teletransporte, o se la ha llevado alguien que ha sido capaz de abrir desde fuera alguna ventana.
—¿Denzel? ¿Pero qué disparate dices? —protestó su hermana.
—¡Cierto! Denzel no haría algo tan cruel —saltó Eliam—. Llevarse a una niña humana de 5 años es pura malicia.
A pesar de las quejas de Mei Ling y Eliam, Kyo no apartaba una mirada seria de Agatha, esperando de ella una opinión con criterio. Cuando Mei Ling y Eliam se dieron cuenta, se quedaron callados, y miraron a Agatha con las mismas expresiones de espanto.
—¿Agatha? —le preguntó enseguida Mei Ling, con un tono preocupado y cuidadoso—. Denzel no haría… él nunca… ¿verdad?
—Querida, la mente de un taimu siempre va a ser un abanico de posibilidades imprevisibles oscilando entre el bien y el mal, mientras estemos a total merced de los dioses tanto del Yin como del Yang —contestó Agatha con calma, pero denotando en el fondo esa rabia contra los dioses con la que cargaba desde hace siglos—. Aun así. Denzel no ha sido. Ni siquiera aunque los dioses le hubieran controlado mentalmente. Así que los dioses tampoco han sido.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque tanto Denzel como los dioses saben perfectamente lo que estos niños significan para mí. Nadie más que ellos lo sabe mejor, cielo. Vosotros creéis que lo sabéis, pero no tenéis ni idea… de lo que yo haría si me entero de que los dioses han utilizado a mi descendiente para raptar o hacerle el más mínimo daño a cualquiera de estos dos niños.
Los otros tres se quedaron helados y tragaron saliva ante esa declaración. No lo cuestionaron. Porque Agatha podía parecer por fuera una anciana amable, amorosa y servicial, pero, igual que ocurría con Denzel, nadie en su sano juicio querría hacer enfurecer a un taimu. Ni siquiera los dioses.
—Creo que Kyosuke tiene razón —añadió la inglesa—. Se la ha llevado alguien. No Denzel. Pero sí alguien con capacidades o habilidades sobrehumanas, de alguna forma. Y por supuesto con maldad.
—¿Quién entra en esa posibilidad? —preguntó Eliam.
—Un Knive o un arki —contestó Agatha con seguridad.
En ese momento, Kyo abrió los ojos con pasmo. Contuvo la respiración para no hacer oír un respingo de horror, cuando recordó el suceso de anoche de madrugada, cuando recordó que Viernes y su ARS se habían convertido oficialmente en traidores de la Asociación, que todas las sospechas de las últimas semanas apuntaban a su posible relación con Izan, y sobre todo, cuando Drasik le comentó de camino a casa que mientras él y Sakura estaban inconscientes, había visto a Viernes y a sus subordinados desaparecer de la escena tras hacer contacto físico con una niña extraña que había aparecido de la nada, y el modo de esfumarse era igual al teletransporte que Agatha y Denzel tenían el poder de efectuar.
En aquel momento, Kyo se detuvo en seco delante de su amigo. Le preguntó qué aspecto tenía esa niña, y Drasik le describió lo que más destacaba en ella, ir con un gorro tapándole media cabeza incluyendo los ojos, y un mechón de pelo blanco entre el resto de un largo cabello negro. Esto le trajo a Kyo una revelación. Él había visto a esa niña en dos ocasiones al comienzo del curso. Era la razón por la que lo castigaron al despacho del director, creyendo que Kyo se había metido en peleas con otros chicos en las inmediaciones del instituto, cuando en esas ocasiones lo que estaba haciendo era proteger a esa niña extraña del acoso de unos abusones.
No entender qué hacía esa niña de aspecto raro y sin uniforme merodeando por los alrededores del instituto dos veces en pocos días le llevaba escamando desde entonces, como si su iris le dijera que mantuviera la sospecha.
«¿Y si estaba ahí esperando a alguien de mi instituto? Si es la misma niña de ayer que dice Dras… y está al servicio de la ARS… ¿Es posible que cuando la vi en esas ocasiones hace unas semanas ya tuviera relación con Kaoru y Daiya? ¿Los estaría esperando, para llevarlos a algún sitio? Porque si lo que Drasik vio ayer es cierto… esa niña, por su aspecto y por lo que puede hacer… tiene que ser una taimu. Dios… y entre medias de todo esto ocurre el salto en el tiempo de los hijos de Denzel. ¿Ha hablado Denzel ya con Agatha de ello? Pero no entiendo si algo de esto tiene algo que ver con la desaparición de Clover… Están pasando muchas cosas en estos días, hay demasiadas piezas que aún no sabemos unir. Mierda… tengo órdenes de no hablar de lo de anoche a nadie hasta que Sakura informe a Pipi».
—Pero vamos a ver, ¿¡qué querría un Knive o un arki de Clover!? —exclamó Mei Ling, cada vez más alterada—. ¿¡Por qué querría alguien, quien sea, llevarse a una niña humana inocente!? Tampoco es que Brey sea millonario…
—¡Quizás para tenderle a Brey una trampa! —brincó Eliam—. Piénsenlo. Es uno de los iris más poderosos del mundo. Quizás lo quieran obligar a ir a rescatar a Clover a algún lugar y atacarlo y derrotarlo, o llevarse algo que él guarde, algún arma…
—¿Quién quiere atacar a mi papá? —preguntó Daisuke de repente, lleno de miedo.
Eliam se tapó la boca enseguida.
—Nooo, no, no, Dai, no es eso —lo calmó Mei Ling rápidamente, llevándoselo otra vez dentro de la casa para alejarlo de estas conversaciones que no debería oír—. Nadie quiere atacar a tu papá. No te preocupes, tenemos de nuestro lado a los mejores héroes e investigadores del mundo que ya han salvado a cientos de niños antes, y encontrarán a Clover sana y salva, ya verás…
—Perdón… —lamentó Eliam, cerrando los ojos y ladeando la cabeza.
—Tranquilo. Pero no vas desencaminado —caviló Kyo—. Si hay un Knive o un arki detrás de esto, primero: tenemos que confirmar cuál de los dos es, porque son seres muy diferentes. Y a partir de ahí, averiguar el maldito motivo.
—Vamos a necesitar toda la ayuda posible —dijo Agatha, que todavía sostenía el móvil en su mano con Yako al otro lado de la línea.
—“Voy para allá” —declaró el Zou finalmente, y colgó.
* * * *
MJ se dio un susto cuando Yako entró de golpe en la cocina. Dejó de remover su famosa salsa casera para observar, sorprendida, cómo Yako cogía su abrigo y sus cosas, dando a entender que se iba.
—¿Qué ocurre? —le preguntó.
—Me voy a atender un asunto importante, haceos cargo de la cafetería en mi ausencia.
—E… Espera —trató de detenerlo—. Quería hablar contigo sobre algo. Ayer me dijiste que hoy tendrías tiempo.
—Lo siento, MJ, ahora no puedo.
—Pero… Yako…
Yako ya había salido y MJ se quedó con la palabra en la boca. «Nunca tienes tiempo» pensó malhumorada. Había estado varios días tratando de decírselo en clase o por la universidad, pero ni en la cafetería tenían descanso. Ya era tarde para decírselo, esperaba que esa mañana pudiera conseguirlo, pero al parecer todo estaba lleno de inconvenientes. MJ miró su reloj. Tenía planeado hacerlo hoy y, si no se ponía ahora a prepararse, no llegaría.
Apagó el fuego y dejó la salsa reposando. Era una buena hora para irse. Tantas semanas pensándolo y por fin se había decidido, harta de quedarse siempre en el margen. Y deseaba contárselo a Yako. Sin embargo, ya no había remedio. Cogió sus cosas y se dispuso a salir, pero justo entró Kain.
—Mmm… ¡Qué bien huele eso! —exclamó, observando la olla de la salsa—. Oh, ¿te vas?
MJ dio un largo suspiro, cerrando los ojos. Tendría que decírselo.
—Kain, me voy un tiempo.
—¿Qué? ¿Adónde?
—A… A visitar a mis abuelos en la Isla Shikoku, mi abuela se ha puesto enferma… y tal —se inventó—. Díselo a Yako por mí, a ver si tiene tiempo para ti.
—No, espera, espera… —se apuró—. No puedes irte. Si te vas, la cafetería se quedará corta de empleados. Yo también pensaba irme hoy, ahora.
—¿Adónde? —frunció el ceño.
—Mm… A… pasar un tiempo con los padres de mi prometida en Shizuoka —se inventó también—. Yo tampoco he podido decírselo a Yako. No sé, últimamente ha estado un poco raro.
—¿Tú también lo has notado? —se sorprendió, y Kain asintió—. Desde que volvió del Monte Zou, ha estado muy callado. ¿Crees que Alvion al final le dijo algo que le sentó mal?
—No sé… Pero a Yako no lo he notado molesto o enfadado, lo he notado como… triste. Y preocupado.
—Oh, no… ¿Y si algo va mal con su abuelo? ¿O con el Monte Zou? ¿Habrá pasado algo? ¿Y si los dioses los han puesto en problemas? Yako siempre habla mal de ellos, tendrá sus razones…
—Bueno, mira… —titubeó Kain—. Si tú te vas y yo también… Sam se lo dirá a Yako, entonces. Los demás empleados tendrán que sustituirnos.
MJ asintió y ambos salieron de la cocina, poniéndose los abrigos. Sam, que pasaba por ahí con una bandeja, les clavó una mirada recelosa.
—¿Significa esto que me quedo solo con todos estos clientes? ¿Un domingo?
—Eres un iris, ¿qué es un reto para ti? —se mofó Kain.
—Oye, Kain se va un tiempo con la familia de su prometida a Shizuoka y yo a Shikoku a visitar a mi abuela enferma —le informó MJ—. Díselo a Yako, yo tengo prisa.
—Y yo, adiós —dijo Kain, marchándose con ella.
Sam los siguió con la mirada, pensando que tenían un morro de oso hormiguero. Justo cuando salieron por la puerta, Kain se paró para dejar entrar amablemente a una chica afroamericana y ya se perdieron de vista. Sam vio que se trataba de Raven. Le extrañó un poco que viniera sola y no con Cleven o con Nakuru, pero le restó importancia y se metió detrás de la barra para recoger algunas tazas y platos.
No obstante, se percató de que Raven lo estaba mirando detenidamente desde la puerta. Decidió ignorarla, ya que eso era precisamente lo único que veía hacer a Raven; todas las veces que se la había cruzado en el instituto o había venido a la cafetería con Cleven o Nakuru, cuando él pasaba o estaba cerca, ella se quedaba absorta mirándolo.
La última vez fue el miércoles pasado, cuando se encontró con Raven y Nakuru en el patio delantero del instituto pasando el rato. Previamente, Kyo y Cleven también estaban con ellas, pero Cleven ya se había ido a casa a cuidar de los mellizos y Kyo se había ido afuera a reunirse con el viejo Lao, recibiendo el recado de transmitirle a Yako la orden de ir al Monte Zou a informar a Alvion sobre el asunto de Denzel.
Sam recordaba que, al salir del edificio y cruzarse con Nakuru y con Raven, estaba muy arisco y alterado. Recordó la razón. Ese día había vuelto a tener otra nueva visión de algo raro, un fenómeno o alucinación que Sam ya había padecido otras veces desde que era pequeño. Ese día, fue el hecho de ver un cuervo con una pata atrofiada en el aparcamiento del instituto a punto de ser arrollado por un coche, y cuando la rueda estaba ya a un centímetro de aplastarlo, el ave de pronto apareció a un lado, a casi medio metro de donde estaba antes, en un instante, en un microsegundo, y se salvó de ser arrollado.
Sam no se explicaba aún cómo pudo el cuervo estar en un lugar y, en menos de un parpadeo, aparecer unos centímetros más lejos, sin mover las patas, ni las alas ni nada. Acudió a Brey más tarde para contárselo, buscando alguna explicación racional, sin éxito. Al final, Sam decidió hacerle caso e ir a visitar a los monjes médicos del Monte Zou el próximo día que tuviera libre. Iba a hacerlo hoy al mediodía cuando acabase su turno, pero, gracias a MJ y Kain, al parecer le iba a tocar hacer turno doble.
Se había sumergido tanto en estos pensamientos mientras limpiaba unas tazas en el fregadero que, cuando volvió al mundo real, se dio un susto al encontrar a Raven ahí justo frente a él, al otro lado de la barra, mirándolo con esos ojos negros abiertos de expectación, con sus largas pestañas.
—Jesus… —murmuró en inglés, recuperándose—. ¿Se puede saber qué pasa contigo? ¿Vienes a pedir algo para comer o beber o sólo para quedarte otra vez mirándome como una lunática?
Raven entonces parpadeó por fin. Se dio cuenta de que tenía razón, estaba empezando a ser ya muy rarita con este comportamiento. El miércoles pasado le volvió a pasar, se quedó muda y paralizada como una boba mirándolo y Nakuru tuvo que intervenir para que dejara de incomodar a Sam. Cuando Sam se fue, Nakuru trató de animarla para decirle algo, hablar con él, porque Nakuru pensaba que lo que le pasaba a Raven es que estaba coladita por Sam. Pero en ese momento, lo que Nakuru halló en los ojos de su amiga era una expresión de gran miedo, de un miedo grave, y Raven se despidió de ella corriendo con una excusa.
Estaba siendo difícil esta situación. Llevaba ya muchos días cargando con el dilema. Raven agachó la mirada, sin decir nada. Al verla tan triste, Sam pensó que la había ofendido y se sintió algo culpable.
—Ehm… Lo siento —dijo, mirando incómodo para los lados—. No quería ofenderte. Siempre que estoy estresado recurro al sarcasmo. Es una mala costumbre.
Raven volvió a levantar la mirada hacia él, sorprendida. Se sonrojó un poco. Y, esta vez, fue Sam quien se quedó un poco embelesado. Algo tenían sus ojos que le incomodaban, sí, pero no era el hecho de quedársele mirando como una rarita. Era simplemente que ella tenía naturalmente unos ojos realmente bellos, más allá del rímel o de cualquier maquillaje. Eran grandes, intensos, del color de las bellotas.
—Cuando puedas —rompió Raven el silencio por fin, deslizando sobre la barra hacia él un sobre blanco cerrado.
Sam frunció el ceño y lo cogió. Por un momento, pensó que se trataba de una carta de amor. Tendría sentido, dada la actitud que Raven había tenido hacia él hasta ahora. Sin embargo, su instinto empezó a oler algo diferente, a detectar algo raro.
—¿Qué es esto? —preguntó, yendo a abrir el sobre, pero Raven lo detuvo rápidamente.
—No es para ti. Es para Fuujin. Se lo tienes que dar en el momento en que lo veas más frustrado y perdido. Sabrás cuál es ese momento oportuno, tu instinto te lo dirá. Cuando veas que Fuujin no sabe por dónde más avanzar, se lo das.
Sam tenía los ojos tan abiertos de perplejidad que no parecía él. Se tomó unos segundos para analizar lo que acababa de oír.
—Tú… ¿por qué conoces el apodo Fuujin?
—Por favor, haz lo que te pido, sólo puedo confiarte esto a ti —suplicó ella—. Por favor, no le hables de esto a nadie, no le des ese sobre a nadie, guárdalo hasta el momento que te digo, Fuujin debe ser el primero en abrirlo y leerlo. Debe ser cuando esté estancado en la misión. Si no haces tal y como te digo, si lees la carta tú u otra persona antes de tiempo, varias vidas inocentes correrán peligro. Por favor, es una cuestión de vida o muerte…
—Espera… ¿Tú…? —comenzó a sospechar Sam, y su expresión se volvió hostil, en alerta—. Joder… no puede ser…
—Yo… —balbució Raven, dando un paso atrás, pero Sam saltó por encima de la barra para ir hacia ella—. Espera…
—¿Para qué RS trabajas? ¿Para qué es este sobre? —la interrogó.
Raven dio media vuelta y se dispuso a salir de la cafetería, pero Sam la agarró de un brazo, impidiéndoselo.
—De eso nada, no vas a salir de aquí hasta que me cuentes todo. ¿Eres una espía? ¿De quién? Dices que hay vidas inocentes corriendo peligro, ¿por culpa de quién? ¿De quién sigues órdenes?
—Para, para, por favor —le rogó, mirando apurada a los clientes de la cafetería, pues había algunos que los estaban mirando—. Estás llamando la atención.
—¿Qué eres? ¿Eres iris?
—No… Suéltame…
—¿Sabe Nakuru que eres una almaati? Llevas un año viviendo en Tokio y siendo su amiga, ¿por qué se lo ocultas? ¿Estás espiándola de parte de alguien?
—¡No! ¡Mi amistad con Nakuru y con Cleven es auténtica!
—Entiendo que engañes a Cleven, es humana y su padre nos ha ordenado mantenerla alejada y protegida del mundo de la Asociación, pero ¿a Nakuru? Si eres un miembro de la Asociación igual que nosotros, no entiendo por qué…
—¡Las cosas se han complicado! —intentó defenderse Raven, soltándose de él de una sacudida, sobresaltándolo—. ¡Todo se ha complicado, yo no esperaba…! No puedo… No puedo decírtelo, no puedo… Me estoy jugando mucho ahora, pero creo que es lo que debo hacer. Mírame con tu iris, analízame con tu olfato, tu instinto… se supone que los de tu elemento sois los mejores en eso… Sabes que lo que te digo es sincero, sé que detectas mi honesta intención de ayudaros…
—Huelo eso, pero también una enorme cantidad de información omitida. Una información muy grave… —murmuró Sam, mientras la observaba fijamente y ladeaba la cabeza justamente como un animal estudiando a otro—… que guardas dentro.
—Es por vuestra seguridad y la mía. No puedo hablar más. Todo tendrá su explicación, lo prometo, pero no ahora. En un nudo latente, hay que tener extremo cuidado con qué decir y qué hacer en su debido momento. No lo olvides.
Tras decir eso, Raven se cubrió con la capucha de su abrigo y salió corriendo de la cafetería, alejándose calle arriba. Sam se quedó ahí en medio de las mesas, asimilando lo que acababa de pasar. Miró el sobre en su mano. Más allá del enfado por el engaño que Raven había mantenido con todos y especialmente con Nakuru, más allá de la hostilidad ante lo que podría ser la amenaza de un enemigo tratando de meterle en alguna trampa, Sam, en el fondo, estaba preocupado, por el miedo que no había parado de percibir en esos ojos.
El reloj de la mesilla marcó las ocho en punto y empezó a dar pitidos. Normalmente, Brey se tomaría su tiempo en apagar la alarma, dejar que sonara después de otros cinco minutos, volver a apagarla, y así ir saliendo del sueño poco a poco. Pero esta vez era un caso diferente. Apagó la alarma y abrió los ojos, despertando por completo. Era hora de cumplir su parte de la misión antiterrorista, y por eso dejó que su iris activara toda su energía y atención en su cuerpo y mente.
Se incorporó sobre la cama y vio que Daisuke seguía ahí bajo el edredón, dormido junto a él. Procuró no hacer mucho ruido mientras se vestía rápidamente, usando ropas oscuras y una sudadera con capucha. Sacó de debajo de su cama una maleta negra llena de armas, que ya había preparado el día anterior.
Fue a salir por la puerta, pero entonces se detuvo, mirando atrás. No debía olvidarse. Aunque estuviera dormido. Fue hasta la cama y se inclinó hacia Daisuke, posando una mano sobre su cabeza.
—Nos vemos más tarde, enano —murmuró.
Sus padres siempre se despedían de él, de Izan y de Katya debidamente antes de irse, pero no sólo a una misión, sino a cualquier parte. Era algo importante en la familia Saehara. Finalmente, Brey salió de la habitación y fue a la de los niños, donde estaba Clover durmiendo sola en su cama en la esquina del fondo de la habitación. La lucecita de la pared seguía dando una penumbra suficiente para ver el entorno. Brey vio los oscuros cabellos ondulados de Clover esparcidos sobre su almohada, y el bulto de su cuerpo bajo el edredón. De igual forma, se inclinó hacia ella y posó una mano sobre ella.
—Volveré, Clover. Y hablaremos, te lo prometo.
Antes de bajar por las escaleras, se asomó a la habitación de Cleven, y también la vio pacíficamente dormida en su cama. Sabía que ella tenía la alarma programada para dentro de un pequeño rato, así que procuró no arriesgarse a despertarla y arruinarle esos benditos minutos más que tenía para dormir.
—Te veo luego, pelmaza chiflada —se despidió en voz baja desde la puerta, la volvió a dejar medio cerrada y, ya sí, salió de casa con su bolsa llena de armas.
Cruzó el rellano del quinto piso hacia la puerta D. Ya empezó a gruñir por lo bajo, porque se supone que Drasik debería estar ahí esperándolo. Sabiendo que Eliam hoy también madrugaba porque tenía que estudiar para un examen importante, llamó al timbre sin reparo. Eliam no tardó en abrir la puerta. Seguía en pijama, y tenía su cabello castaño muy despeinado, pareciéndose mucho a Drasik ahora mismo. Pero tenía sus gafas de leer puestas. Debía de llevar poco rato levantado.
—Qué susto, creí que era Riku llamando a la puerta ya a estas horas. Pero acabo de recordar que no viene hasta la tarde —comentó Eliam.
—¿Riku? —se extrañó Brey—. Riku no viene hoy, ¿no te han llamado de las oficinas?
—¿Cómo? No, no me dijeron nada.
—A mí me mandaron un email el jueves, que por alguna razón pasé desapercibido hasta ayer mismo. Y me dejaron un mensaje en el teléfono. Yo ayer recibí a su sustituto, otro asistente social. Creía que a ti te habrían llamado para avisarte y enviarte a otro, porque el mío me dijo que Riku no podía hacer la visita hoy.
—Pues… no sé nada de eso. Yo acabo de revisar mi correo y mis llamadas, no tengo cambio de planes —Eliam se rascó la cabeza y pegó un bostezo—. Uah… A lo mejor es que Riku no podía hacerte la visita a vos hoy por falta de tiempo, y sólo tiene tiempo de hacernos la visita a Dras y a mí.
—Hm… Puede ser —murmuró, aunque se quedó todavía un poco extrañado—. Hablando del pelmazo…
—¿Qué tienen, misión hoy? —adivinó Eliam.
—Sí, ¿no te lo ha dicho?
—Hah… Drasik ni siquiera me cuenta qué ha desayunado. Lleva ya unas semanas con unos cambios de humor impredecibles y está bastante distante conmigo… Pero… —se rascó la oreja, y miró un momento al suelo, un poco apenado—. Tampoco lo quiero agobiar. Si son pequeños brotes de su majin… Ya sabés que a veces le vienen estas etapas, y luego se le pasan.
Brey no dijo nada, pero el semblante de su mirada se volvió muy serio. Decidió ahorrarse el comentario de que esas etapas de Drasik de padecer días de cambios de humor por culpa de su pequeño majin no solían durar ni la mitad de tiempo que esta de ahora. No quería que Eliam se preocupase más.
—¿Es una misión peligrosa? —quiso saber Eliam, algo tímido, sabiendo que no debería hacer esas preguntas.
—No te preocupes, es un tipo de operación que hemos hecho ya muchas veces. Ahora es con otra gente mala en otro lugar malo —ironizó—. Que dejará de existir hoy. Pan comido para dos veteranos como él y yo.
—Bueno. Pues al parecer Dras se olvidó, porque… —en lugar de acabar la frase, Eliam abrió la puerta del todo para dejar entrar a Brey y dejarle descubrir que Drasik estaba ahí mismo en el salón, totalmente dormido sobre el sofá, en una postura horrible y todavía llevando la ropa de ayer, incluso las botas puestas—. Creo que regresó a casa de madrugada.
Brey cerró los ojos, con una vena palpitando en su frente, mientras llenaba de aire sus pulmones, abandonando poco a poco la calma y el silencio de su constante estado de electricidad estática para convertirse en una tormenta.
—¡¡Drasik Jones, o te levantas o te parto el culo con un rayo!! —exclamó, sonando su voz tan atronadora que Drasik pegó un salto de metro y medio sobre el sofá y cayó al suelo.
Unos segundos después se incorporó y se apoyó sobre la mesilla del salón con cara medio infartada.
—¡Virgen santa de Pernambuco! —respiró con fuerza, recuperándose del susto—. ¿¡Qué hora es!?
—Pregunta que qué hora es —le tradujo Eliam a Brey.
—Yo te diré qué hora es… —gruñó el rubio, arremangándose los brazos rápidamente mientras le corrían rayitos eléctricos azules por ellos.
—Fuck! ¡La misión, sí, sí, sí! —se ubicó Drasik por fin, haciéndole un gesto apaciguador con las manos—. Olvidé poner el despertador… Ya voy, ya voy…
Se puso en pie mientras se frotaba la cara y los ojos, tratando de terminar de despejarse; agarró una mochila negra que reposaba sobre una de las sillas de la mesa del comedor, que contenía el material que necesitaba para la misión, y se reunió con su compañero en la puerta de la entrada.
—¿Ves? Estoy ya vestido y todo, vamos.
Brey lo miró de arriba abajo. Llevaba toda la ropa arrugada, y sus pelos… bueno, sus pelos estaban como siempre, desordenados como los de un auténtico loco.
—Vas hecho una pena. Podrías al menos asearte, si no fuéramos tarde ya.
—¿Qué dices de asearme? Te recuerdo que los Sui no tenemos que bañarnos. Somos inoloros y siempre estamos limpios.
—Me refiero a que planches un poco tu ropa o te sacudas el polvo de los pantalones
—Oh, tienes razón… —se miró Drasik a sí mismo—. Mi aspecto descuidado podría ofender a los criminales que voy a matar hoy —añadió, con un sarcasmo muy natural, volviendo a mirar a Brey a los ojos.
—Es porque no quiero que me ensucies el coche —replicó el rubio, y resopló con paciencia—. Ya da igual, vamos de una vez, ya hemos perdido quince minutos —dio media vuelta y se dirigió directo a los ascensores.
—Hey, Dras… —lo llamó Eliam antes de que saliera por la puerta—. Tené cuidado, y… bueno. Te veré luego. Que vaya bien.
—Ah… sí… gracias —respondió un poco distraído, pues se estaba mirando los pantalones por segunda vez, que, en efecto, traían un poco de polvo y tenían una rasgadura grande en un lado, y esto le hizo recordar la pelea de ayer contra los miembros de la ARS. Contra Viernes… Esto le hizo también recobrar esa preocupación sobre la gravedad de la situación de lo que ocurrió anoche, pero no podía decir nada de ello, no hasta que Sakura informara oficialmente a Pipi.
Sin más palabra, Drasik se fue con Brey y se marcharon dentro de un ascensor hacia el garaje subterráneo. Eliam se quedó en la puerta, mirando durante unos minutos más los ascensores. No le entristecía que Drasik no le prestara más atención. Le entristecía la idea de que Drasik olvidara que él estaba ahí para cualquier cosa que necesitase, no para estorbarle ni molestarle.
Durante la bajada en el ascensor, a Brey le chocó notar que Drasik estaba quieto y callado. Es decir, podía esperar que soltara alguno de sus ingeniosos comentarios, o algún chiste, o incluso alguna queja sobre tener hambre, tener sueño o lo que sea. Pero vio al chico extremadamente inmóvil, mirando sin parpadear los botones del ascensor. Brey se preguntó si es que había dormido demasiado poco y su cerebro estaba aún esperando la señal wifi o si ayer estuvo bebiendo y tenía resaca… La verdad es que Drasik estaba pensando sin parar. No podía quitárselo de la cabeza, el grave suceso de anoche. Recordó haberle preguntado a Kaoru si es que estaban actuando bajo las órdenes de Izan. Kaoru le contestó que un arki no tenía suficiente poder para prometerles lo que querían y que estaban “sirviendo a otros Señores”.
Esa respuesta no sólo le confirmaba que sí, que Izan ya era un arki y que la ARS tenía algún contacto o relación con él… le revelaba que había alguien más detrás. Otros Señores. “La persona que llevas idolatrando toda tu vida es uno de ellos”, le dijo Kaoru. Y esto le inquietaba, y le intrigaba. No lo comprendía, por qué dijo eso, no tenía sentido. Para empezar, no hay otros Señores aparte de los Zou. Y para acabar, ¿qué demonios tenía Neuval que ver con algo de eso? «Kaoru quería confundirme» pensó Drasik ahora, «Aunque no sé para qué. No veo la utilidad de decirme esos disparates». La verdad es que su ya experto iris le decía que no hubo gesto, ni tono de voz ni detalle alguno que indicara que Kaoru le estuviera mintiendo.
Si estaba inmóvil, era de lo tenso que estaba, por lo difícil que era saber estos datos teniendo a Brey ahí al lado clavándole una mirada inquisitiva y escamada. Sentía que Brey merecía ser el primero en haberse enterado, que Kyo y él se lo tenían que haber dicho desde el principio, que Kyo se cruzó con Izan hace unas semanas, siendo la primera evidencia en siete años. Pero Neuval les había dado esta orden estricta de no mencionar a Izan a nadie, y mucho menos a Brey. En el fondo, Drasik comprendía por qué.
—¿Debo preocuparme de tu lucidez? —le preguntó el Den cuando salieron del ascensor y se adentraron en el garaje subterráneo.
—¿Qué? No… No empieces a darme la lata, estoy perfectamente centrado, llevo haciendo esto desde que llevaba pañales, literalmente —contestó el Sui, poniendo toda la firmeza que pudo.
Se pararon detrás del coche de Brey, pero antes de abrir el maletero, el rubio agarró el brazo derecho de Drasik sin previo aviso y lo miró de arriba abajo, analizando especialmente los trazos negros de su tatuaje.
—¿¡Qué haces, sobón!? —intentó Drasik recuperar su brazo, pero Brey no le dejó, siguió examinándolo, y encontró esas dos diminutas marcas de pinchazos con aguja.
—¿Estás ahora mismo probando otro experimento?
—No, ahora mismo no —Drasik se soltó de él por fin, molesto—. Deja de cuestionar mi profesionalidad. Es lo que más me saca de quicio de ti, joder. No me tienes ni un poco de respeto.
—No se trata de faltar al respeto, se trata de estar al tanto de todos los detalles y factores con los que tengo que trabajar hoy en esta misión. Para mí una misión nunca es un juego, por muy fácil que sea. Quiero saber si tendré que preocuparme por ti más de lo que ya hago naturalmente. Si estás ahora mismo experimentando en tu cuerpo algún nuevo componente químico y te tiene bajo algún tipo de efecto, dímelo y me ajustaré a tu estado, para protegerte en caso de que tus capacidades o reflejos estén mermados.
En un principio, Drasik se sintió ofendido, insultado por esas palabras, pensando que Brey le estaba diciendo que lo avisara si tenía que cargar con él como si fuera un niño pequeño. Pero la mirada de Brey no expresaba ningún tipo de insulto, enfado, sarcasmo o burla. Expresaba que estaba hablando en serio.
Drasik relajó los hombros, pero estaba sorprendido de detectar esto en él. Por lo visto, Brey respetaba sus experimentos químicos hasta el punto de aceptar ajustarse a su estado para que su experimento siguiera su debido curso. Es decir, que, para Brey, los experimentos químicos de Drasik merecían la misma importancia de no ser interrumpidos o alterados. Pero es que esta consideración no era de extrañar. Drasik había creado bastantes cosas increíbles desde que era niño, cosas que ayudaban y salvaban a los iris.
Los Sui especializados en química no sólo tenían un gran control sobre las sustancias que manejaban, sino también sobre la química de sus propios cuerpos. Por eso ellos mismos eran los mejores sujetos de pruebas para sus propios experimentos. Siempre estaban pendientes de los efectos secundarios y de cómo reaccionar ante ellos a tiempo, dominando el agua que contenían sus propios cuerpos para modificar o desprenderse de la sustancia si era necesario.
Una vez más… Drasik se había puesto a la defensiva con alguien sin merecerlo, sólo por malentender sus palabras, a causa de la paranoia que su propio menosprecio e inseguridades le generaban.
—Estoy… —balbució el Sui, más calmado y algo avergonzado—. No. Tengo el torrente sanguíneo limpio desde hace horas. No tengo plan de inocularme el experimento hoy, le tengo que hacer… más mejoras. Así que estoy al 100 % de mis capacidades, no tienes que estar pendiente de mí.
—De acuerdo —contestó Brey, abriendo ya el maletero, y ambos metieron sus respectivas bolsas. Después, Brey volvió a ponerse frente a él—. Te mataré, Drasik.
—¡P…! ¿¡Qué!? —brincó perplejo.
—Si le haces un solo arañazo a mi coche —terminó de decir el rubio muy seriamente, tendiéndole las llaves.
—Jobar… tranquilo —refunfuñó, mientras se subía al asiento del conductor y Brey se subía al del copiloto.
Al final, debido a esta acumulación de retrasos, había pasado ya un buen rato en esa temprana mañana, y cuando sacaron el coche a la calle, coincidió con el momento en que Cleven salía del portal del edificio unos metros más allá, con su bolsa de deporte con su equipamiento de natación.
Drasik detuvo el coche al final de la rampa, antes de entrar en la calzada, y Brey se bajó. Él, más veloz, se iba a adelantar para hacer un reconocimiento previo del terreno, mientras Drasik se encargaba de llevar el vehículo. El rubio intercambió unas palabras con su compañero a través de la ventanilla abierta. Fue cuando Cleven bebió un sorbo de su brik de zumo y, al bajar de nuevo la cabeza, su mirada aterrizó sobre la espalda de su tío. Lo vio ahí junto a su propio coche, en la salida del garaje.
«¿Eh? ¿Sigue aquí? ¿No tenía que hacer un trámite de la universidad a las ocho y media?» se extrañó, mirando su reloj. Caminó hacia él por el patio ajardinado frente al edificio, pero entonces divisó a aquel que estaba en el interior del coche, sentado al volante. «¿¡Pero qué…!?» se sorprendió, y se escondió tras el tronco de un árbol, observándolos. «¿Drasik? ¿Conduciendo? ¿Con 16 años? ¿Eso es legal? Será en Estados Unidos, pero aquí no lo es. ¿Pero adónde va con el coche de mi tío? Oh, cierto… ayer Drasik me dijo que hoy tampoco podía venir a la práctica de natación, que tenía un recado muy importante que hacer. Aun así, ¡manejar un coche con 16 años es ilegal en Tokio! ¿El tío Brey se lo está permitiendo?».
Calló sus pensamientos cuando vio que Drasik se marchaba en el coche calle arriba hasta perderse de vista. Brey se quedó ahí solo, y miró a su alrededor con disimulo. Cleven, no supo muy bien por qué, volvió a esconderse enseguida tras el árbol, y se asomó un poco entre los arbustos que rodeaban el tronco, bien camuflada.
Brey no llegó a verla. Una vez que comprobó que no había nadie más por los alrededores ni en ninguna ventana de los edificios, el rubio dio un paso y, antes de dar el segundo, desapareció a la velocidad de la luz, como difuminándose con el aire. Ante esto, a Cleven se le cayó el brik de zumo al suelo sin darse cuenta. Se quedó petrificada. «Ha… ¡Ha desaparecido como el rayo!».
Estuvo unos segundos pensando, tratando de entender con lógica lo que acababa de ver. Había sido tan rápido que lo primero que su raciocinio le decía es que lo había imaginado, que había apartado la mirada o se había distraído por dos segundos y por eso había perdido de vista a su tío en lo que para ella había sido un instante, y su tío seguramente se había ido girando la esquina del edificio.
No estaba muy segura. Pero llegaba tarde a la natación.
* * * *
Unos minutos después, Agatha apareció de la nada en medio de su dormitorio, en su casa. Acababa de irse del Monte Zou con Yagami. A él lo había dejado en su casa en otra parte de Tokio, y luego ella había venido aquí. Llegaba justo a tiempo para encargarse de los mellizos, tal como había acordado con Brey.
Sin embargo, necesitó tomarse un par de minutos para ella misma. Para respirar hondo y reponer fuerzas. Llevaba toda la semana sin parar de hacer recados o favores a varios iris y almaati por distintos países del mundo. Siempre ayudando, siempre poniendo su extraordinario don al servicio de los demás, pero… lo mejor de todo, es que era porque ella misma quería, y no porque alguien la obligara.
Yagami le había dicho que tenía unas pequeñas salpicaduras de sangre en su larga falda marrón, y manchas de barro en el dobladillo. No podía presentarse así ante los mellizos. Fue hasta su armario a cambiarse de ropa, con sus ojos siempre cerrados. Y después fue al baño para lavarse la cara y las manos y arreglarse la larga trenza con la que recogía su cabello blanco.
Mientras se aclaraba el jabón de las manos en el lavabo bajo el chorro de agua, se quedó abstraída por un rato, sin darse cuenta. Antes de llegar al Monte Zou, había estado rescatando a una nueva iris. Era una mujer adulta, que se había visto en medio de un bombardeo mientras daba clases en un colegio de primaria en un país que ahora mismo estaba bajo un conflicto bélico con otro. Había visto a su hija pequeña morir en una explosión junto a más niños y profesores de la escuela.
Agatha había vivido este tipo de rescates en medio de guerras ya unas docenas de veces. Procuraba centrarse en su deber, en lo más importante, que era encontrar al nuevo iris y llevarlo sano y salvo al Monte, mientras los iris de aquella ciudad ya se encargaban del resto de humanos inocentes.
Esta vez, le había afectado de una manera especial. Porque Agatha perdió de una manera muy similar a una de sus muchas hijas, de la misma edad que la hija de esta nueva iris, hace cinco siglos. Oír los gritos de agonía de la madre le recordó a sí misma. Agatha a veces se preguntaba si, de haberlo visto con ojos que podían ver, se habría convertido en iris también. O quizá no hacía falta ser vidente, porque lo cierto es que había habido unos pocos humanos ciegos que, tras presenciar con los otros cuatro sentidos la muerte injusta de un ser querido, se habían convertido. Y, al convertirse, la energía del iris les había curado la ceguera como hacía con cualquier otra enfermedad o discapacidad humana.
No obstante, al parecer, estos cuatro siglos de existencia de los iris y de la Asociación habían demostrado que sólo los humanos y quienes tuvieran una parte humana, como los Zou, podían convertirse.
Llevaba viviendo en este mundo más de siete siglos y medio, y seguía deseando hallar las respuestas a las preguntas que toda su vida la habían perseguido: “¿Tengo parte humana? ¿Tengo alma? Si no la tengo, ¿puedo ganármela?”. De todas formas, para ella ya había sido una bendición el hecho de que su cuerpo pudiera concebir, gestar y dar a luz hijos humanos auténticos y normales. De hecho, esto pilló a los dioses un poco por sorpresa. No entraba en sus planes diseñarla con esta capacidad. Pero la experimentación con energías divinas y materia orgánica había resultado así.
Terminó de secarse las manos, y le dedicó un breve rezo a su duodécima hija que perdió hace cinco siglos en medio de una contienda entre dos reinos europeos. Ahora, tenía que centrarse en el presente, y agradecer el presente, donde estaba feliz teniendo a Clover y a Daisuke, dos niños especiales que había ayudado a criar y a los que adoraba.
No perdió otro segundo. Desapareció de su dormitorio y se teletransportó directamente al interior de la vivienda de su vecino, a la entrada de la casa de Brey. Se quitó los zapatos en el escalón y pasó al salón.
—¡Niños! ¡Ya estoy aquí, despertad! ¡Voy a haceros el desayuno! —exclamó hacia la planta de arriba mientras se iba a la cocina.
Al cabo de un minuto, apareció Daisuke entrando en la cocina, con su cabello rubio despeinado, los ojos entrecerrados y todavía vistiendo con la camiseta gris grande prestada de su padre.
—Uaah… —bostezó el niño, y abrazó las piernas de la anciana—. Pasteles…
—Aaah, no —objetó la taimu, al mismo tiempo que iba de un lado a otro sacando huevos, arroz y un par de sartenes—. Se acabaron los pasteles una temporada. Le he prometido a vuestro padre que os haría un desayuno nutritivo. ¿No has bajado con tu hermana?
—Vengo de la habitación de mi papá… —se frotó un ojo.
—¿Has tenido pesadillas? ¿O es que otra vez has mojado la cama?
—Bueno, mojé la cama un poquitito. Pero no pasa nada. Lo estoy entrenando —declaró el niño con firmeza, poniendo los bracitos en jarra e inflando el pecho, repitiendo las palabras que el propio Brey le dijo.
—Vaya, es la primera vez que no te oigo avergonzarte. ¿Y te fuiste a su cama? ¿Lo dejaste descansar?
—Papá me dejó dormir con él. Es que yo ayer por la noche estaba teniendo también algunas pesadillas… o era más como una sensación incómoda… Incluso en la cama de papá me desperté otra vez y no podía estarme quieto y no me conseguía dormir… Pero entonces papá me abrazó y dejé de sentirme nervioso y por fin me dormí otra vez más tranquilo.
—Hm… no importa lo frío o racional que sea, sigue siendo un iris —murmuró Agatha para sí misma, con una sonrisa complacida—. Bueno, Dai, hazme el favor de ir a despertar a tu hermana, ¿quieres? El desayuno estará listo enseguida.
Daisuke se fue dando trotes de vuelta al piso de arriba y entró en su habitación.
—Clover, despiertaaa —dijo mientras iba directamente a abrir las cortinas de las dos ventanas que había, dejando pasar la luz del amanecer—. Ya está Ata aquí. Nos está haciendo un desayuno nutrioso —se acercó a la cama de su hermana y meneó el bulto bajo el edredón con las manos—. Cloveeer. ¿Tienes mucho sueño porque has dormido mal? ¿También has notado la energía mala?
Daisuke meneó más el bulto, pero este no respondía. Empezó a tener una mala sensación. Destapó el edredón, y durante unos segundos no pudo comprender bien lo que veía. No era el cuerpo de su hermana, eran varios peluches amontonados, y sobre la almohada había una peluca negra de un disfraz. Daisuke giró la cabeza y miró tímido por la habitación, preguntándose si estaba siendo víctima de una broma que Clover le estaba gastando, y estaba esperando a darle algún susto. Pero, al mismo tiempo, esa sensación de que algo iba mal seguía recorriéndole el cuerpo.
—¿Clover?
Se puso a revisar la habitación entera, mirando bajo ambas camas, bajo los escritorios, dentro de los armarios, tras las cortinas… Dudaba que fuera el escenario de una broma. Daisuke tenía una especial sensibilidad con los sustos, no los aguantaba bien, y sabía que su hermana no le haría pasar por ese sufrimiento, incluso en el hipotético caso de que ella estuviera enfadada con él por no tratar bien a Jannik.
—¡Clover! ¿¡Dónde estás!? —exclamó, empezando a preocuparse de verdad, y a respirar nervioso.
Al no recibir ni un sonido de respuesta, corrió derecho hacia su escritorio, que siempre estaba repleto de hojas de papel, pinceles, lápices, dibujos, símbolos, escrituras… Apartó bruscamente un puñado de hojas de la mesa, buscando algo entre ellas. Encontró por fin su rotulador negro predilecto, uno de esos marcadores de punta gruesa y tinta imborrable. Acto seguido, se colocó en el centro de la habitación, abrió la tapa del rotulador y dibujó rápidamente en el aire un círculo en vertical. Se formó, así, una circunferencia de tinta negra flotando en el propio aire. En su interior, dibujó con una destreza pasmosa tres símbolos complejos, cargados de trazos y patrones, y los unió mediante el dibujo de unos trazos más. Al terminarlo, le dio un manotazo. De repente, los trazos de tinta negra se iluminaron de una luz azulada intensa; el círculo se transformó en una esfera, de un azul traslúcido, y comenzó a expandirse por toda la habitación, atravesando las paredes para seguir expandiéndose por el resto de la casa.
Daisuke esperó ansioso, sin apartar la mirada del símbolo de luz azul que seguía flotando en medio de la habitación. Finalmente, este se apagó, volviendo a convertirse en tinta negra, y esta se desvaneció en el aire como el humo. Esto le confirmó que su hermana no estaba en ningún lugar de todo el edificio.
—No, no, no, no… —comenzó a sollozar, y bajó corriendo las escaleras y volvió con Agatha—. ¡No está, no está…! —gritó, abrazándose a las piernas de la anciana, que en ese momento estaba poniendo arroz ya cocido en unos cuencos.
—¿Qué…? Daisuke, ¿qué pasa? ¿Quién no está?
—¡Clover! ¡Clover no está en casa, no está por ningún lado, lo he comprobado, no está aquí!
—¿¡Qué me estás diciendo!? —se alarmó Agatha—. ¿¡Estás seguro!?
—¡Sí! —lloró y lloró, ahogándose—. ¡Ella sabe que no me gustan los sustos, así que no está escondida, y no está en ninguna habitación, ni en los baños, ni… ni…!
Agatha, con el corazón en la garganta, cogió al niño en brazos y lo llevó a sentar a una butaca del salón.
—Tranquilo, respira despacio. No te muevas de aquí.
La anciana se giró y le dio la espalda. Entonces, abrió sus tenebrosos ojos, y miró con atención todo el entorno espacial que la rodeaba. Todo estaba atestado de corrientes de luz blanca, de luz negra y otras de una mezcla de luz gris; unas eran finas, otras más gruesas y otras colosales, fluyendo como ríos de energía por todas las direcciones de las tres dimensiones del espacio. Todas las cosas físicas, y el techo, los muros y los tabiques eran invisibles a sus ojos, permitiéndole comprobar incluso la planta de arriba desde ahí. Buscó, entre todo ese amasijo de corrientes de energías negras, blancas y grises un pequeño espacio vacío, un hueco, que representaría la ubicación de un humano. Y no. Aparte del de Daisuke, no había ningún hueco más. Clover sin duda no estaba en la casa.
Agatha volvió a cerrar los ojos. No podía mantenerlos mucho tiempo abiertos porque la estremecedora visión de las Corrientes de Realidad la mareaban. Salió rápidamente de la casa y aporreó varias veces la puerta C. Abrió Mei Ling, con cara de susto.
—¿Qué pasa?
—Mei Ling, ¿está Clover en tu casa? Dime, ¿¡lo está!?
—¿Eh? No, no está aquí. ¿Qué ocurre?
—Ay, Dios mío… —agonizó.
—¿Agatha? —apareció Kyo junto a su hermana.
—¡Kyo, ayúdame! ¡Ayúdame a buscar a la niña! ¡No está en casa!
Kyo agarró al instante una chaqueta del perchero que tenía al lado para ponérsela encima y salió al rellano rápidamente. Pero luego rectificó y volvió a entrar en su casa, saltando directamente a la planta de arriba para coger algo de su habitación. Regresó enseguida al rellano, mostrándoles un pequeño USB con la forma de un bombón de chocolate.
—Le pediré al conserje que me deje ver las grabaciones de cada escalera y salida del edificio. Utilizaré este programa de Hoti que la tía Katya le regaló a Yousuke cuando era pequeño para hacerlo el triple de rápido —dijo bajando por las escaleras velozmente.
Mientras Agatha fue a llamar a la puerta de Eliam, Mei Ling entró en la casa de Brey para hacerse cargo de Daisuke, que estaba de pie en medio del salón sin saber qué hacer.
—Mei… —lloró el niño al verla, alzando las manos.
—Daisuke, mi pollito, no te preocupes, ven aquí —lo cargó en brazos y lo abrazó con cariño—. Tranquilo, la encontraremos a toda costa. ¿Me ayudas a dar un repaso a toda la casa? ¿Y me cuentas todo lo que sepas sobre la última vez que la viste y qué has visto al despertar?
El pequeño asintió con la cabeza, secándose las lágrimas. Mientras Mei Ling subía a la planta de arriba para buscar pistas o señales, Eliam le abrió la puerta a Agatha, con sus gafas de leer puestas y un bolígrafo en la mano.
—Hola, señora Bennet, ¿qué…?
—¿Está Clover contigo, muchacho? —preguntó directa, a la par que marcaba el número de Brey en su móvil.
—¿Clover? No. ¿¡Ha desaparecido!? —brincó preocupado.
—¿Sabes algo de Brey de esta mañana?
—Sí, precisamente vino aquí a buscar a Drasik hace como 40 minutos. Estaba bien, como siempre. Y se marcharon a su misión.
—Ah, diantres… —farfulló la anciana, volviendo a guardase el teléfono en el bolsillo de su falda larga—. Por eso no me da señal. Tanto él como Drasik habrán desconectado los móviles para evitar ser detectados en algún territorio enemigo. A ver qué dice Kyo cuando revise todas las grabaciones… Por si acaso, voy a llamar a Yako.
Volvió a sacar el teléfono, tratando de mantener la compostura. Pero Eliam podía ver la angustia apoderándose de ella. No le sorprendía, porque, para Agatha, los mellizos eran como sus propios hijos, o como sus nietos.
—Yako, ¿sabes algo de Clover, o hay alguna posibilidad de que haya ido a tu cafetería en algún momento de esta madrugada o esta mañana temprano? —preguntó Agatha por su móvil.
—“¿Cómo…? Oh, Dios… No, nadie ha estado en mi cafetería, aparte de mí, Haru y Neuval a primeras horas de la madrugada solucionando un asunto… La aplicación de seguridad en mi móvil me lo habría notificado. Además que literalmente nadie aparte de mí y de Alvion puede abrir las persianas. Agatha, dime qué pasa.”
—Kyo ha ido a ver las grabaciones del edificio. Esperemos a ver qué dice.
—“Vale, ponme en manos libres.”
Unos minutos después, regresó Kyo al rellano del quinto piso subiendo por las escaleras saltando de tramo a tramo. Mei Ling también regresó con ellos con el niño en brazos, quedándose en la puerta abierta de la casa de Brey. Eliam podía ver en ella un sentimiento de angustia igual al que tenía Agatha; sus ojos negros temblaban y contenían las lágrimas, haciendo lo posible por mostrarse calmada para transmitírsela a Daisuke lo mejor posible. Tanto Agatha como Mei Ling y Eliam se quedaron mirando a Kyo, conteniendo la respiración, esperando oír algo con lógica.
—No tiene ningún sentido… —respiró Kyo—. He mirado todas las grabaciones y Hoti ha analizado todo el metraje de las siete plantas, de los ascensores y accesos, incluso de la azotea…
—¿Qué has visto exactamente de aquí de este rellano? —le preguntó Mei Ling—. Si Clover ha salido de casa, sólo ha podido hacerlo por esta puerta y la cámara de ahí ha tenido que grabarlo por narices —señaló a una esquina del techo.
—He revisado desde la última vez que Clover estuvo sin duda en su casa. Ayer por la tarde se ve a Brey recibiendo la visita de un asistente social.
—Oh, sí —apuntó Eliam—. Brey me dijo esta mañana que le mandaron ayer un sustituto porque le habían notificado que nuestra asistente actual no lo podía visitar hoy.
—Cleven me contó ayer por mensajes que la visita había ido bien —continuó Kyo—. Y desde que se marchó ese asistente, no ha habido ni una sola persona más saliendo o entrando por la puerta de Brey hasta ahora, excepto Brey saliendo hace menos de una hora, con su equipamiento para la misi-ooh… para el recado en la universidad —se corrigió rápidamente, mirando con cuidado a Daisuke en los brazos de su hermana—. Y al poco rato ha salido Cleven con su bolsa de natación. Aunque no se ha visto a Agatha entrar…
—No he usado la puerta… pero he debido de llegar pocos minutos después de que Cleventine se marchara —dijo la anciana—. Esto no es posible… No está en toda la casa. Las ventanas siguen cerradas con el sistema de seguridad. Y no ha salido por la puerta. Daisuke, cielo. Dime, ¿tu hermana sabría abrir el pestillo de seguridad de las ventanas o del balcón?
—No. Ni siquiera con todas nuestras fuerzas podemos abrirlos. Papá ya nos dijo que lo intentáramos, y lo intentamos y no pudimos. Solamente podemos abrirlas de la forma vertical… de la forma que sólo se queda abierta un poquito en la parte de arriba para que nada más entre el aire.
—Y aunque hubiera podido abrir alguna —añadió Mei Ling—, mi abuelo le instaló a Brey el sistema de seguridad para niños. Si el sistema detecta que un niño está subido a la repisa de una ventana abierta, al instante despliega una red tapando todo el hueco de la ventana. Y en la terraza del salón sucede lo mismo en la barandilla.
—¿Qué única opción queda de todo esto, entonces? —preguntó Eliam, alzando las manos con incomprensión.
Todos miraron a Kyo, esperando de él un análisis iris más desarrollado. Kyo se dio cuenta de sus miradas, y se quedó pensativo.
—Mei. ¿Has ido a ver la cama de Clover? —le preguntó a su hermana, y esta asintió—. Descríbela.
—Bueno, esto os parecerá raro, pero por lo visto Daisuke encontró que el bulto bajo el edredón eran unos cuantos peluches apilados, y sobre la almohada había una peluca negra, de un disfraz de Halloween.
—¿Por qué decís que es raro? —inquirió Eliam—. Parece que Clover puso esas cosas ahí adrede para engañar y poder escaparse.
—No —objetó Mei Ling tajantemente—. Clover nunca haría eso. Jamás haría un engaño así adrede.
—¿Cómo estás tan segura? Quizás Clover estaba enojada con alguien, con su padre, con su hermano, o con Cleven… No sería la primera niña que se escapa o finge escaparse para expresar su enojo. Y no suelen ir muy lejos, los niños de esa edad no se atreven a alejarse demasiado. Puede que haya ido a la casa de algún otro vecino.
—Te aseguro que nadie ha cruzado esta puerta desde ayer hasta que Brey salió esta mañana temprano —aseveró Kyo.
—Y por muy enfadada que esté con cualquier persona, yo te aseguro que Clover jamás le haría algo así a Daisuke —dijo Mei Ling con firmeza.
—¿Y si…? —de repente Daisuke levantó la cabeza de su hombro—. ¿Y si es por tristeza y no por enfado? —Los demás lo miraron sin entender—. Clover ha estado muy triste desde el viernes. Y es porque Jannik ha dejado de ser su amigo. Clover estaba muy feliz cuando Jannik era su amigo.
—¿El pequeño Knive, el hijo de Viggo? —murmuró Agatha, sorprendida de aprender este dato. Pero luego puso una mueca algo escamada. No pudo evitarlo, su primer pensamiento fue sospechar de Jannik. Pero porque, al igual que Denzel, conservaba aún bastantes prejuicios sobre los Knive, fueran de la rama que fueran.
—No, Dai, cariño, te prometo que Clover nunca lo haría —lo consoló Mei Ling—. Ella me lo dijo una vez. No importa lo furiosa que esté, no importa si tiene miedo o tristeza; jamás se alejaría de ti sin decírtelo.
Los dos humanos y la taimu volvieron a mirar a Kyo, expectantes, quedándose sin ideas. Entonces, el joven Lao los miró seriamente.
—Sólo hay dos opciones posibles dentro de la lógica. O se la ha llevado Denzel mediante teletransporte, o se la ha llevado alguien que ha sido capaz de abrir desde fuera alguna ventana.
—¿Denzel? ¿Pero qué disparate dices? —protestó su hermana.
—¡Cierto! Denzel no haría algo tan cruel —saltó Eliam—. Llevarse a una niña humana de 5 años es pura malicia.
A pesar de las quejas de Mei Ling y Eliam, Kyo no apartaba una mirada seria de Agatha, esperando de ella una opinión con criterio. Cuando Mei Ling y Eliam se dieron cuenta, se quedaron callados, y miraron a Agatha con las mismas expresiones de espanto.
—¿Agatha? —le preguntó enseguida Mei Ling, con un tono preocupado y cuidadoso—. Denzel no haría… él nunca… ¿verdad?
—Querida, la mente de un taimu siempre va a ser un abanico de posibilidades imprevisibles oscilando entre el bien y el mal, mientras estemos a total merced de los dioses tanto del Yin como del Yang —contestó Agatha con calma, pero denotando en el fondo esa rabia contra los dioses con la que cargaba desde hace siglos—. Aun así. Denzel no ha sido. Ni siquiera aunque los dioses le hubieran controlado mentalmente. Así que los dioses tampoco han sido.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque tanto Denzel como los dioses saben perfectamente lo que estos niños significan para mí. Nadie más que ellos lo sabe mejor, cielo. Vosotros creéis que lo sabéis, pero no tenéis ni idea… de lo que yo haría si me entero de que los dioses han utilizado a mi descendiente para raptar o hacerle el más mínimo daño a cualquiera de estos dos niños.
Los otros tres se quedaron helados y tragaron saliva ante esa declaración. No lo cuestionaron. Porque Agatha podía parecer por fuera una anciana amable, amorosa y servicial, pero, igual que ocurría con Denzel, nadie en su sano juicio querría hacer enfurecer a un taimu. Ni siquiera los dioses.
—Creo que Kyosuke tiene razón —añadió la inglesa—. Se la ha llevado alguien. No Denzel. Pero sí alguien con capacidades o habilidades sobrehumanas, de alguna forma. Y por supuesto con maldad.
—¿Quién entra en esa posibilidad? —preguntó Eliam.
—Un Knive o un arki —contestó Agatha con seguridad.
En ese momento, Kyo abrió los ojos con pasmo. Contuvo la respiración para no hacer oír un respingo de horror, cuando recordó el suceso de anoche de madrugada, cuando recordó que Viernes y su ARS se habían convertido oficialmente en traidores de la Asociación, que todas las sospechas de las últimas semanas apuntaban a su posible relación con Izan, y sobre todo, cuando Drasik le comentó de camino a casa que mientras él y Sakura estaban inconscientes, había visto a Viernes y a sus subordinados desaparecer de la escena tras hacer contacto físico con una niña extraña que había aparecido de la nada, y el modo de esfumarse era igual al teletransporte que Agatha y Denzel tenían el poder de efectuar.
En aquel momento, Kyo se detuvo en seco delante de su amigo. Le preguntó qué aspecto tenía esa niña, y Drasik le describió lo que más destacaba en ella, ir con un gorro tapándole media cabeza incluyendo los ojos, y un mechón de pelo blanco entre el resto de un largo cabello negro. Esto le trajo a Kyo una revelación. Él había visto a esa niña en dos ocasiones al comienzo del curso. Era la razón por la que lo castigaron al despacho del director, creyendo que Kyo se había metido en peleas con otros chicos en las inmediaciones del instituto, cuando en esas ocasiones lo que estaba haciendo era proteger a esa niña extraña del acoso de unos abusones.
No entender qué hacía esa niña de aspecto raro y sin uniforme merodeando por los alrededores del instituto dos veces en pocos días le llevaba escamando desde entonces, como si su iris le dijera que mantuviera la sospecha.
«¿Y si estaba ahí esperando a alguien de mi instituto? Si es la misma niña de ayer que dice Dras… y está al servicio de la ARS… ¿Es posible que cuando la vi en esas ocasiones hace unas semanas ya tuviera relación con Kaoru y Daiya? ¿Los estaría esperando, para llevarlos a algún sitio? Porque si lo que Drasik vio ayer es cierto… esa niña, por su aspecto y por lo que puede hacer… tiene que ser una taimu. Dios… y entre medias de todo esto ocurre el salto en el tiempo de los hijos de Denzel. ¿Ha hablado Denzel ya con Agatha de ello? Pero no entiendo si algo de esto tiene algo que ver con la desaparición de Clover… Están pasando muchas cosas en estos días, hay demasiadas piezas que aún no sabemos unir. Mierda… tengo órdenes de no hablar de lo de anoche a nadie hasta que Sakura informe a Pipi».
—Pero vamos a ver, ¿¡qué querría un Knive o un arki de Clover!? —exclamó Mei Ling, cada vez más alterada—. ¿¡Por qué querría alguien, quien sea, llevarse a una niña humana inocente!? Tampoco es que Brey sea millonario…
—¡Quizás para tenderle a Brey una trampa! —brincó Eliam—. Piénsenlo. Es uno de los iris más poderosos del mundo. Quizás lo quieran obligar a ir a rescatar a Clover a algún lugar y atacarlo y derrotarlo, o llevarse algo que él guarde, algún arma…
—¿Quién quiere atacar a mi papá? —preguntó Daisuke de repente, lleno de miedo.
Eliam se tapó la boca enseguida.
—Nooo, no, no, Dai, no es eso —lo calmó Mei Ling rápidamente, llevándoselo otra vez dentro de la casa para alejarlo de estas conversaciones que no debería oír—. Nadie quiere atacar a tu papá. No te preocupes, tenemos de nuestro lado a los mejores héroes e investigadores del mundo que ya han salvado a cientos de niños antes, y encontrarán a Clover sana y salva, ya verás…
—Perdón… —lamentó Eliam, cerrando los ojos y ladeando la cabeza.
—Tranquilo. Pero no vas desencaminado —caviló Kyo—. Si hay un Knive o un arki detrás de esto, primero: tenemos que confirmar cuál de los dos es, porque son seres muy diferentes. Y a partir de ahí, averiguar el maldito motivo.
—Vamos a necesitar toda la ayuda posible —dijo Agatha, que todavía sostenía el móvil en su mano con Yako al otro lado de la línea.
—“Voy para allá” —declaró el Zou finalmente, y colgó.
* * * *
MJ se dio un susto cuando Yako entró de golpe en la cocina. Dejó de remover su famosa salsa casera para observar, sorprendida, cómo Yako cogía su abrigo y sus cosas, dando a entender que se iba.
—¿Qué ocurre? —le preguntó.
—Me voy a atender un asunto importante, haceos cargo de la cafetería en mi ausencia.
—E… Espera —trató de detenerlo—. Quería hablar contigo sobre algo. Ayer me dijiste que hoy tendrías tiempo.
—Lo siento, MJ, ahora no puedo.
—Pero… Yako…
Yako ya había salido y MJ se quedó con la palabra en la boca. «Nunca tienes tiempo» pensó malhumorada. Había estado varios días tratando de decírselo en clase o por la universidad, pero ni en la cafetería tenían descanso. Ya era tarde para decírselo, esperaba que esa mañana pudiera conseguirlo, pero al parecer todo estaba lleno de inconvenientes. MJ miró su reloj. Tenía planeado hacerlo hoy y, si no se ponía ahora a prepararse, no llegaría.
Apagó el fuego y dejó la salsa reposando. Era una buena hora para irse. Tantas semanas pensándolo y por fin se había decidido, harta de quedarse siempre en el margen. Y deseaba contárselo a Yako. Sin embargo, ya no había remedio. Cogió sus cosas y se dispuso a salir, pero justo entró Kain.
—Mmm… ¡Qué bien huele eso! —exclamó, observando la olla de la salsa—. Oh, ¿te vas?
MJ dio un largo suspiro, cerrando los ojos. Tendría que decírselo.
—Kain, me voy un tiempo.
—¿Qué? ¿Adónde?
—A… A visitar a mis abuelos en la Isla Shikoku, mi abuela se ha puesto enferma… y tal —se inventó—. Díselo a Yako por mí, a ver si tiene tiempo para ti.
—No, espera, espera… —se apuró—. No puedes irte. Si te vas, la cafetería se quedará corta de empleados. Yo también pensaba irme hoy, ahora.
—¿Adónde? —frunció el ceño.
—Mm… A… pasar un tiempo con los padres de mi prometida en Shizuoka —se inventó también—. Yo tampoco he podido decírselo a Yako. No sé, últimamente ha estado un poco raro.
—¿Tú también lo has notado? —se sorprendió, y Kain asintió—. Desde que volvió del Monte Zou, ha estado muy callado. ¿Crees que Alvion al final le dijo algo que le sentó mal?
—No sé… Pero a Yako no lo he notado molesto o enfadado, lo he notado como… triste. Y preocupado.
—Oh, no… ¿Y si algo va mal con su abuelo? ¿O con el Monte Zou? ¿Habrá pasado algo? ¿Y si los dioses los han puesto en problemas? Yako siempre habla mal de ellos, tendrá sus razones…
—Bueno, mira… —titubeó Kain—. Si tú te vas y yo también… Sam se lo dirá a Yako, entonces. Los demás empleados tendrán que sustituirnos.
MJ asintió y ambos salieron de la cocina, poniéndose los abrigos. Sam, que pasaba por ahí con una bandeja, les clavó una mirada recelosa.
—¿Significa esto que me quedo solo con todos estos clientes? ¿Un domingo?
—Eres un iris, ¿qué es un reto para ti? —se mofó Kain.
—Oye, Kain se va un tiempo con la familia de su prometida a Shizuoka y yo a Shikoku a visitar a mi abuela enferma —le informó MJ—. Díselo a Yako, yo tengo prisa.
—Y yo, adiós —dijo Kain, marchándose con ella.
Sam los siguió con la mirada, pensando que tenían un morro de oso hormiguero. Justo cuando salieron por la puerta, Kain se paró para dejar entrar amablemente a una chica afroamericana y ya se perdieron de vista. Sam vio que se trataba de Raven. Le extrañó un poco que viniera sola y no con Cleven o con Nakuru, pero le restó importancia y se metió detrás de la barra para recoger algunas tazas y platos.
No obstante, se percató de que Raven lo estaba mirando detenidamente desde la puerta. Decidió ignorarla, ya que eso era precisamente lo único que veía hacer a Raven; todas las veces que se la había cruzado en el instituto o había venido a la cafetería con Cleven o Nakuru, cuando él pasaba o estaba cerca, ella se quedaba absorta mirándolo.
La última vez fue el miércoles pasado, cuando se encontró con Raven y Nakuru en el patio delantero del instituto pasando el rato. Previamente, Kyo y Cleven también estaban con ellas, pero Cleven ya se había ido a casa a cuidar de los mellizos y Kyo se había ido afuera a reunirse con el viejo Lao, recibiendo el recado de transmitirle a Yako la orden de ir al Monte Zou a informar a Alvion sobre el asunto de Denzel.
Sam recordaba que, al salir del edificio y cruzarse con Nakuru y con Raven, estaba muy arisco y alterado. Recordó la razón. Ese día había vuelto a tener otra nueva visión de algo raro, un fenómeno o alucinación que Sam ya había padecido otras veces desde que era pequeño. Ese día, fue el hecho de ver un cuervo con una pata atrofiada en el aparcamiento del instituto a punto de ser arrollado por un coche, y cuando la rueda estaba ya a un centímetro de aplastarlo, el ave de pronto apareció a un lado, a casi medio metro de donde estaba antes, en un instante, en un microsegundo, y se salvó de ser arrollado.
Sam no se explicaba aún cómo pudo el cuervo estar en un lugar y, en menos de un parpadeo, aparecer unos centímetros más lejos, sin mover las patas, ni las alas ni nada. Acudió a Brey más tarde para contárselo, buscando alguna explicación racional, sin éxito. Al final, Sam decidió hacerle caso e ir a visitar a los monjes médicos del Monte Zou el próximo día que tuviera libre. Iba a hacerlo hoy al mediodía cuando acabase su turno, pero, gracias a MJ y Kain, al parecer le iba a tocar hacer turno doble.
Se había sumergido tanto en estos pensamientos mientras limpiaba unas tazas en el fregadero que, cuando volvió al mundo real, se dio un susto al encontrar a Raven ahí justo frente a él, al otro lado de la barra, mirándolo con esos ojos negros abiertos de expectación, con sus largas pestañas.
—Jesus… —murmuró en inglés, recuperándose—. ¿Se puede saber qué pasa contigo? ¿Vienes a pedir algo para comer o beber o sólo para quedarte otra vez mirándome como una lunática?
Raven entonces parpadeó por fin. Se dio cuenta de que tenía razón, estaba empezando a ser ya muy rarita con este comportamiento. El miércoles pasado le volvió a pasar, se quedó muda y paralizada como una boba mirándolo y Nakuru tuvo que intervenir para que dejara de incomodar a Sam. Cuando Sam se fue, Nakuru trató de animarla para decirle algo, hablar con él, porque Nakuru pensaba que lo que le pasaba a Raven es que estaba coladita por Sam. Pero en ese momento, lo que Nakuru halló en los ojos de su amiga era una expresión de gran miedo, de un miedo grave, y Raven se despidió de ella corriendo con una excusa.
Estaba siendo difícil esta situación. Llevaba ya muchos días cargando con el dilema. Raven agachó la mirada, sin decir nada. Al verla tan triste, Sam pensó que la había ofendido y se sintió algo culpable.
—Ehm… Lo siento —dijo, mirando incómodo para los lados—. No quería ofenderte. Siempre que estoy estresado recurro al sarcasmo. Es una mala costumbre.
Raven volvió a levantar la mirada hacia él, sorprendida. Se sonrojó un poco. Y, esta vez, fue Sam quien se quedó un poco embelesado. Algo tenían sus ojos que le incomodaban, sí, pero no era el hecho de quedársele mirando como una rarita. Era simplemente que ella tenía naturalmente unos ojos realmente bellos, más allá del rímel o de cualquier maquillaje. Eran grandes, intensos, del color de las bellotas.
—Cuando puedas —rompió Raven el silencio por fin, deslizando sobre la barra hacia él un sobre blanco cerrado.
Sam frunció el ceño y lo cogió. Por un momento, pensó que se trataba de una carta de amor. Tendría sentido, dada la actitud que Raven había tenido hacia él hasta ahora. Sin embargo, su instinto empezó a oler algo diferente, a detectar algo raro.
—¿Qué es esto? —preguntó, yendo a abrir el sobre, pero Raven lo detuvo rápidamente.
—No es para ti. Es para Fuujin. Se lo tienes que dar en el momento en que lo veas más frustrado y perdido. Sabrás cuál es ese momento oportuno, tu instinto te lo dirá. Cuando veas que Fuujin no sabe por dónde más avanzar, se lo das.
Sam tenía los ojos tan abiertos de perplejidad que no parecía él. Se tomó unos segundos para analizar lo que acababa de oír.
—Tú… ¿por qué conoces el apodo Fuujin?
—Por favor, haz lo que te pido, sólo puedo confiarte esto a ti —suplicó ella—. Por favor, no le hables de esto a nadie, no le des ese sobre a nadie, guárdalo hasta el momento que te digo, Fuujin debe ser el primero en abrirlo y leerlo. Debe ser cuando esté estancado en la misión. Si no haces tal y como te digo, si lees la carta tú u otra persona antes de tiempo, varias vidas inocentes correrán peligro. Por favor, es una cuestión de vida o muerte…
—Espera… ¿Tú…? —comenzó a sospechar Sam, y su expresión se volvió hostil, en alerta—. Joder… no puede ser…
—Yo… —balbució Raven, dando un paso atrás, pero Sam saltó por encima de la barra para ir hacia ella—. Espera…
—¿Para qué RS trabajas? ¿Para qué es este sobre? —la interrogó.
Raven dio media vuelta y se dispuso a salir de la cafetería, pero Sam la agarró de un brazo, impidiéndoselo.
—De eso nada, no vas a salir de aquí hasta que me cuentes todo. ¿Eres una espía? ¿De quién? Dices que hay vidas inocentes corriendo peligro, ¿por culpa de quién? ¿De quién sigues órdenes?
—Para, para, por favor —le rogó, mirando apurada a los clientes de la cafetería, pues había algunos que los estaban mirando—. Estás llamando la atención.
—¿Qué eres? ¿Eres iris?
—No… Suéltame…
—¿Sabe Nakuru que eres una almaati? Llevas un año viviendo en Tokio y siendo su amiga, ¿por qué se lo ocultas? ¿Estás espiándola de parte de alguien?
—¡No! ¡Mi amistad con Nakuru y con Cleven es auténtica!
—Entiendo que engañes a Cleven, es humana y su padre nos ha ordenado mantenerla alejada y protegida del mundo de la Asociación, pero ¿a Nakuru? Si eres un miembro de la Asociación igual que nosotros, no entiendo por qué…
—¡Las cosas se han complicado! —intentó defenderse Raven, soltándose de él de una sacudida, sobresaltándolo—. ¡Todo se ha complicado, yo no esperaba…! No puedo… No puedo decírtelo, no puedo… Me estoy jugando mucho ahora, pero creo que es lo que debo hacer. Mírame con tu iris, analízame con tu olfato, tu instinto… se supone que los de tu elemento sois los mejores en eso… Sabes que lo que te digo es sincero, sé que detectas mi honesta intención de ayudaros…
—Huelo eso, pero también una enorme cantidad de información omitida. Una información muy grave… —murmuró Sam, mientras la observaba fijamente y ladeaba la cabeza justamente como un animal estudiando a otro—… que guardas dentro.
—Es por vuestra seguridad y la mía. No puedo hablar más. Todo tendrá su explicación, lo prometo, pero no ahora. En un nudo latente, hay que tener extremo cuidado con qué decir y qué hacer en su debido momento. No lo olvides.
Tras decir eso, Raven se cubrió con la capucha de su abrigo y salió corriendo de la cafetería, alejándose calle arriba. Sam se quedó ahí en medio de las mesas, asimilando lo que acababa de pasar. Miró el sobre en su mano. Más allá del enfado por el engaño que Raven había mantenido con todos y especialmente con Nakuru, más allá de la hostilidad ante lo que podría ser la amenaza de un enemigo tratando de meterle en alguna trampa, Sam, en el fondo, estaba preocupado, por el miedo que no había parado de percibir en esos ojos.
Comentarios
Publicar un comentario