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2º LIBRO - Pasado y Presente









31.
Las historias bajo llave

Si había algo con lo que Yenkis tenía engañado a todo el mundo, a su familia, a sus amigos más cercanos, era con su imagen de chico sensato y prudente. Pero esto no era culpa del muchacho. Él era como era. Eran los demás quienes malinterpretaban su forma de ser, sus decisiones y modo de actuar. Porque Yenkis, el 90 % del tiempo, sí que era sensato y prudente, y por eso la gente pensaba que era así la totalidad del tiempo. Pero estaba ese 10 % del tiempo restante, en que al joven Vernoux le venían ciertas necesidades, inquietudes, curiosidades que satisfacer.

Yenkis poseía la misma contradicción de su padre. Cuando desobedecía las normas y las leyes, era por causas justas; cuando tomaba decisiones malas o peligrosas, era en busca de cosas buenas o de seguridad; y cuando cometía enormes imprudencias, lo hacía con la mayor prudencia posible.

Por eso, antes de hacer nada, el chico dejó pasar otra media hora, para cerciorarse de que Hatori realmente había entrado en sueño profundo. Había esperado todo ese rato, parado en el pasillo en medio del silencio y de la oscuridad, con el ojo guiñado, con su cubito en la mano, simplemente escuchando las respiraciones de Evie y de Hatori en sus respectivas habitaciones. Ambos dormían con la puerta sin cerrar del todo. Por la rendija, Yenkis pudo observar al ministro acostado en su cama, y oír cómo su respiración cambiaba de normal a pesada en esa media hora.

No había recibido ningún entrenamiento iris, pero el chico ya tenía innatas las características naturales de un Fuu. Era extremadamente silencioso, ágil, escurridizo, invisible… Incluso cuando se metió en el despacho de Hatori, logró no emitir sonido alguno a la hora de encender uno de sus ordenadores –apretando el botón con un nudillo en lugar de la punta del dedo para no dejar su huella–, dejar su cubito sobre la mesa y sentarse en la silla, que ni siquiera chirrió un poco.

No perdió ni un segundo. La conexión de su cubito con el ordenador de Hatori fue inmediata, indetectable, y le susurró que mostrara los archivos de su padre en la pantalla. Aparecieron en una ventana, en carpetas bloqueadas. Después enchufó en la torre el USB que le dio Daiya. Emergió una nueva ventana negra de comandos. Yenkis no tuvo que hacer nada, vio cómo los códigos se iban ejecutando solos a toda velocidad. Sintió una pequeña emoción de melancolía. Todo lo que veía, esos miles de símbolos, letras, números, espacios… habían sido tecleados por las manos de su madre.

Se quedó unos minutos abstraído, recordando cosas sobre ella. Tardó en darse cuenta de lo que la pantalla, al fin, le mostraba: todas las carpetas de su padre sin el bloqueo. Dio un sobresalto en la silla. Sacó del bolsillo de su pantalón de pijama una pequeña bolsita de plástico; metió la mano en ella y luego la colocó sobre el ratón, para así no dejar huellas, y comenzó a abrir varias carpetas a la vez.

De repente notó la garganta seca. Tragó saliva. Los latidos de su corazón iban en aumento. Esto era. Esto era lo que llevaba toda su corta vida buscando. Sus ojos fueron saltando de un lado a otro de la pantalla, pues aquellas nuevas ventanas le mostraban diversos formatos de archivos: imágenes, textos, gráficas, vídeos… Las carpetas principales informaban sobre la fecha y el lugar, y también había subcarpetas. Algunas tenían nombres que no entendía.

Misiones Superiores, Misiones Inferiores, Armas, Hoteitsuba, Monte Zou, Gobierno, HRS, KRS, SRS, ARS, ORS... No sabía por dónde empezar, la verdad.

Pero, quizá, lo que más le llamó la atención, fue ver que las carpetas más antiguas databan desde hace 33 años.

«Hace 33 años… papá tenía mi edad» pensó. «Fue adoptado por los Lao a los 10 años, ¿pero fue a los 12 cuando empezó a guardar estos archivos? ¿Qué diablos es esto de “misiones”? ¿A qué se refiere?».

Dubitativo, probó a abrir un vídeo de los más antiguos, después de asegurarse de que el volumen del ordenador estaba bajo. Se abrió el reproductor. Al principio se veía negro, y con unos sonidos raros, hasta que de repente aparecieron los dos agujeros de una nariz, después unos ojos grises, y después un alborotado pelo castaño claro, todo del revés. Era un Neuval de unos 14 años, que parecía estar probando la cámara.

—“Guau… ¿Qué te parece? Papá acaba de inventar la cámara más pequeña del mundo” —se oyó la joven voz de ese Neuval, mientras enfocaba mejor la cámara hacia delante, y mostró a otro chico de su edad, chino, de cabello negro, sentado sobre un taburete frente a un atril, pintando sobre un óleo, en una amplia habitación con dos camas en litera—. “Esto quedará guardado para la posteridad. Observad, estáis siendo testigos de los orígenes del mejor artista de Hong Kong, mi hermano Sai. Nos hará ricos y famosos.”

—“¡Dìdì, no! ¡No está terminado!” —Sai se puso de pie delante del óleo, con brazos extendidos, tratando de taparlo con vergüenza—. “¡Hala! ¿Ese soy yo?” —señaló hacia un lado.

Neuval movió la cámara hacia una pantalla de televisión que estaba mostrando lo mismo que la cámara enfocaba. Eran los años 80, así que era una de esas televisiones antiguas.

—“¡Sí! ¿Ves? Se te ve en tiempo real.”

—“¿Por qué llevas la cámara en el pecho con esos arneses como si fuera una mochila?”

—“Se supone que son para que los iris las llevemos a las misiones internacionales más gordas y peligrosas.”

—“Pero… ¿Dónde están los cables? ¿O las antenas?”

—“¡Exacto! ¡Es una pasada! Estoy deseando destripar esta cosa para entender exactamente cómo funciona.”

—“¿¡Qué!? ¡De eso nada!” —irrumpió la voz de un hombre; Neuval se giró de golpe y por eso la grabación mostró a un joven Kei Lian entrando por la puerta de la habitación—. “¿¡Qué te he dicho sobre tocar mis prototipos!? ¿¡Tienes idea de lo que cuestan!? ¡Lo único que se va a destripar aquí eres tú como no me des ahora mismo ese dispositivo!”

—“¿Qué te preocupa tanto?” —decía Neuval—. “Sabes que yo nunca rompo ninguna máquina, papá. De hecho, si desmonto esta cámara para ver su interior, ¡lo más probable es que acabe mejorándola!”

—“¡Ahhh!” —Kei Lian dio un respingo dolido—. “¡Mequetrefe! ¡Ven aquí!”

—“¡Hahah! ¡Corre, Neu!” —se oía la risa de Sai.

En la grabación, Neuval esquivaba los intentos de Kei Lian de atraparlo, dirigiéndole burlas, y correteando por toda la casa con más risas, hasta que tomó carrerilla hacia el balcón abierto del salón y saltó al vacío.

—“¡Wuhuuu!”

Yenkis dio un bote sobre la silla. La grabación mostraba la perspectiva en primera persona, y por eso le causó gran impresión y algo de vértigo ver las piernas de su padre sobrevolando varios tejados del barrio hasta aterrizar en la azotea de un edifico cercano con una voltereta, para después seguir corriendo hasta el borde y volver dar un gran salto sobre otros edificios.

Yenkis estaba maravillado. Eso era imposible para un humano, para una persona normal. En un momento determinado, aquel joven Neuval se giró hacia atrás, y se pudo ver a Kei Lian en la lejanía saltando también sobre los edificios, persiguiéndolo.

—“¡Granujaaa!” —se le oía gritar.

—“¡Jajaja…!” —se reía Neuval.

«¿Qué?» se sorprendió Yenkis. «¿El abuelo Lian también tiene esa agilidad inhumana?». Ese vídeo no le sirvió de mucho, porque habían estado hablando en chino todo el rato y Yenkis no pudo entender nada.

Decidió ver otros vídeos de años posteriores en la carpeta de “Misiones Superiores”. Y lo que vio aquí fue la clave para entenderlo todo. Al ser el tipo de misiones más importantes y graves, las imágenes no mostraban ni una sola cosa agradable. Con la perspectiva de la primera persona, Yenkis iba quedándose cada vez más helado en la silla, intentando convencerse de que era una película. Pero era real. Se oía la voz de su padre a veces comunicándose con sus compañeros de la SRS de esos tiempos. Estaban en alguna especie de base militar en unas recónditas montañas. Había más personas con ojos de luz, de otros colores. Había fuego, rayos, rocas, hielo, viento arrasando con el lugar… y con hombres armados.

Yenkis se estremecía, cada vez que veía a uno de esos criminales armados siendo aniquilado violentamente, o golpeado brutalmente, quemado, cortado, electrocutado o acribillado a balas, pero no podía parpadear ni apartar la vista de la pantalla. Sin embargo, si sentía algo seguro, era horror. Y shock. Porque sabía que eran asesinatos reales, cometidos por su padre y otros como él.

Vio a su abuelo Lian en esos escenarios, a través de la cámara corporal de su padre, calcinando los terrenos con su feroz fuego. Pero el nuevo shock vino cuando reconoció, también, a sus otros abuelos. Siempre los había visto en fotos. Pero no le cabía la menor duda, esos eran Hideki y Emiliya, el primero partiendo en dos un helicóptero enemigo con un estruendoso relámpago cegador, la segunda enterrando bajo tierra un tanque entero en dos segundos con unas gigantescas raíces vegetales vivientes que rompían el suelo…

Luego veía que su padre volaba por un cielo al atardecer sobre un vasto océano, persiguiendo un avión militar de carga. Al alcanzarlo, lo agarró meramente de uno de los estabilizadores horizontales de la cola con las dos manos y, de una sacudida, lo hizo girar entero con una fuerza abismal, como si lanzara una almohada, para después hacerlo trizas con un huracán de categoría 5, trizas que luego cayeron al mar. Con Neuval levitando en las alturas sobre el océano, se podía ver en el encuadre de la cámara, segundos después, a otra persona con un ojo de luz azul claro, allá abajo, surfeando en una gran ola, recogiendo todos esos pedazos para no dejar rastro en el mar.

Yenkis se olvidó de respirar. Lo primero que pensó, sin siquiera darse cuenta, es que eran monstruos. No quería pensar eso de su padre y abuelos, pero estaba trastornado. Entonces, el vídeo mostró una escena más calmada, su padre aterrizando en la playa de alguna isla del mundo y reuniéndose con aquella SRS de entonces, mientras el sol se ponía.

—“Gran trabajo, todos” —les dijo Hideki, y los demás hablaban contentos—. “Esto hay que celebrarlo.”

—“¿Celebrarlo?” —preguntó Kei Lian—. “No es la primera ni la segunda misión de clase S que cumplimos con éxito, ¿qué tiene esta de especial?”

—“Que, por primera vez, Neuval ha obedecido todas mis órdenes” —contestó Hideki, cuyo habitual semblante serio había desaparecido y estaba mostrando una genuina sonrisa emocionada, y los demás se echaron a reír.

—“Qué poca fe, maestro, te dije que podía aguantar la urticaria y los picores” —bufó el aludido.

—“Por más que insistas, no me vas a convencer de que darte órdenes te produce de verdad reacciones alérgicas” —le gruñó Hideki.

—“¡Has estado sensacional, oh, mi gran Fuujin-sama!” —atrapó Emiliya a Neuval entre sus brazos, estrujándolo con cariño.

—“Emi, deja de mimarlo, que ya está mayorcito” —rezongó Hideki.

—“Oh, no, no, amor, sabes que siempre he adorado a mi catastrófico Fuu desde que tenía 12 añitos. Es un chico especial, por si no me has oído antes llamarlo ‘Fuujin-sama’. Se merece todo mi afecto y elogios.”

—“Suegra… no puedo respirar…” —agonizaba Neuval, pues Emiliya lo apretujaba demasiado fuerte.

—“Bueno, quizá ser el primer iris en la historia de la Asociación en alcanzar un nuevo nivel máximo del iris puede ser una muestra de que estás madurando por fin” —dijo Hideki finalmente, torciendo una sonrisa—. “¿Me deleitarás con más misiones como esta, obedeciendo todas las órdenes?”

—“No prometo nada” —dijo Neuval.

—“Nah, maestro Hideki, ya sabes por qué Neu está hoy en día más responsable” —dijo el joven Pipi de aquel entonces—. “Tiene ese típico estado constante de alerta, concentración y moderación que tiene cualquier padre primerizo. Ya no se permite a sí mismo ser un cabeza loca todo el tiempo. Sólo la mitad del tiempo.”

—“Tres cuartas partes del tiempo” —le corrigió Neuval a su mejor amigo.

—“Jaja… Hideki también está en ese estado” —se rio Emiliya—. “A veces parece un puro nervio. Hubo una noche que se despertó dos veces en la madrugada todo estresado, pensando que nos habíamos quedado sin pañales.”

—“¿Te sorprende? No habíamos tenido un bebé en 20 años” —se defendió Hideki ante su mujer—. “Parece que fue hace un siglo cuando tuvimos a Katyusha. Ya casi me había olvidado de lo que es.”

—“Lo cual me recuerda…” —interrumpió Neuval, mirando su reloj—. “Katya está ahora en la otra punta del mundo con ambos bebés y tiene que irse a trabajar en treinta minutos. ¡Tengo que ir enseguida a relevarla!”

—“Pero bueno, Fuu, ¿aún te quedan energías después de toda esta misión?” —le preguntó incrédula una compañera de la SRS.

—“¿Para estar con mi hijo? ¡Siempre!” —sonrió Neuval con ilusión.

—“Recuerda cuidarte tú también, ¿me oyes?” —le advirtió Kei Lian.

—“Qué pesado, papá. Por si no te has dado cuenta aún…” —dijo Neuval despegando los pies del suelo y empezando a flotar por el aire—. “¡Estoy mejor que todos vosotros juntos! Tengo los mejores padres, el mejor hermano, los mejores suegros, los mejores amigos y compañeros iris, el mejor proyecto tecnológico en camino, la mejor salud, inteligencia y poder, y a la mejor mujer de este universo a mi lado. ¡Tengo literalmente el mundo entero bajo mis pies! Y lo mejor de todo, es que tengo a la persona más importante de mi mundo esperándome para enseñárselo y verlo crecer en él” —añadió sonriente y extendiendo los brazos—. “Y para que le cambie el pañal, probablemente.”

—“Este está cada vez más majareta” —comentó Pipi, mientras otros compañeros se reían.

—“¡Me voy adelantando, tortugas terrestres!” —les espetó Neuval, y se fue volando hacia el cielo.

—“¡Ya que vas a llegar antes, dale también a Izan su biberón de las 8, por favor!” —se oyó la voz lejana de Hideki—. “¡Emi y yo tenemos que ir al Monte a sellar el reporte de la misión!”

—“¡Acuesta a Lex y a Izan en la misma cuna, suelen dormir más tranquilos en compañía! ¡Y ve guardándome un par de cervezas frías, yerno!” —añadió Emiliya.

—“¡Eso está hecho!” —les respondió Neuval, y, tomando un impulso, desapareció, sobrevolando medio planeta a la velocidad del sonido.

El vídeo ya había terminado, pero Yenkis permaneció quieto en la silla al menos diez minutos, recapacitando sobre lo que acababa de ver y oír. Empezó a entenderlo. Empezó a comprender lo que pasaba. El secreto de su padre. No era sólo ser un iris, sino también para qué lo usaba. Descubrir que su padre, incluso sus abuelos, eran una especie de espías secretos, le resultó un cliché disparatado de las películas. Pero tenía que meterse en la cabeza que esto era real.

Para ellos era normal, hacer volar terroristas por los aires, y después regresar a casa con la familia. Ahí es donde Yenkis reconoció la existencia de ese peligro del que tanto su hermano como su padre le habían hablado, o insinuado. Reconoció que su padre tenía toda la razón de ocultar algo así. Se dedicaba a un trabajo con el que pinchaba constantemente los avisperos de los peores criminales del mundo. Un solo descuido, y una de esas avispas podía destruir ese hogar y esa familia a los que el iris regresaba, a los que amaba y protegía. Fue lo que le pasó a Kei Lian con su hijo Sai.

Hubo una pequeña cuestión que se le cruzó a Yenkis por la mente. «¿Quién es Izan? ¿Había otro bebé además de Lex? Pero… ¿de los abuelos? ¿Seguro que no se refería al tío Brey? No, pero Cleven me dijo la edad del tío Brey… Lex ya era un niño de 5 años cuando él nació… Hmm…». No entendió esto. De todas formas, necesitaba acabar con esto cuanto antes, se estaba arriesgando demasiado. Siguió abriendo archivos, leyendo, aprendiendo.

Todo terminó de cobrar sentido cuando abrió la carpeta de “Monte Zou”. Ahí estaba toda la historia de la Asociación, y Yenkis, aunque no salía de su estado de horror y desengaño, una parte de él no podía evitar sentir también asombro, y admiración, al entender contra qué luchaban, por qué, para qué. Era el cómo lo que le generaba dudas, pero, al final, tuvo que admitir que era la única forma efectiva para salvar continuamente miles de vidas inocentes.

«Así que los llamados Zou son los que dirigen todo eso desde hace cuatrocientos años… Vale, pero… ¿Qué son los Zou exactamente? Dominan todo tipo de materia natural… hasta pueden transformarse en ellas… y se conectan mentalmente con todos los iris, pero no para controlarlos, ¿sino para protegerlos? Espera, ¿hay algún Zou conectado a mí? Papá dijo que soy un caso aparte… supongo que no».

«Así que papá… se convirtió en Líder de su propia RS después de que los abuelos murieran» siguió navegado por los textos, datos y fichas. «Es… ¡Nakuru! ¡Nakuru es uno de ellos! ¡De la RS de papá! ¿¡Desde que era pequeña!? ¿Cleven realmente nunca supo esto? Y estos… Samuel Ssewanyana, Drasik Jones, Sarah Willers… ¿Yako Zou? ¿Papá tiene a uno de estos Zou en su grupo? No entiendo… Espera, ¿quién se supone que es este Yousuke Lao? Pero si es idéntico al primo Kyo… ¿El primo Kyo antes se llamaba así y cambió de nombre? A ver qué dice este archivo con su nombre…».

Yenkis acabó leyendo sobre la misión iris en la que murió Yousuke. Fue hace tan sólo un año. Se quedó acongojado. También llegó a descubrir cómo y por qué murió su tío Sai hace diez años. «Los pobres abuelos Lian y Ming perdieron un hijo y un nieto… Ya me parecía a mí que tanto la abuela Ming como la tía Suzu, a pesar de sonreírme tan alegres en el cementerio, tenían una marcada tristeza permanente en los ojos».

«Oh, ¡no puede ser! ¿¡El tío Brey, también es un iris, en el grupo de papá!? ¡Es el tío con el que Cleven se ha ido a vivir! ¡Pero… pero si hay un montón de iris en nuestra familia! ¿Eh? ¿Qué es esto de “conversión y venganza de Sarah Willers, clasificado”?».

Pensó que sería la historia de otra misión. Pero no.

«Sarah Willers… ¿tiene una venganza contra Hatori?».

Una gota de sudor frío cayó por un lado de su cara. Volvió a quedarse con la garganta seca, no podía ni tragar. Su instinto iris le decía a gritos que cerrara ahora mismo todos los archivos, desconectara y apagara todo y volviera a su sofá cama antes de que Hatori lo pillara, no sólo husmeando en su ordenador, sino descubriendo una historia muy peligrosa.

«“Dawson Willers… Hermano mayor de Sarah Willers… Acusado sin pruebas suficientes de pertenencia a una banda en Estados Unidos con afiliación a la Yakuza… Caso de tráfico de armas internacional con la colaboración de Estados Unidos, Japón, Australia y Canadá… Persecución de Dawson Willers iniciada en California por el aquel de entonces agente Nonomiya… El agente Nonomiya no siguió el procedimiento y causó por negligencia la muerte de un matrimonio y un bebé… fueron arrollados por su vehículo. Finalmente, capturó a Dawson y lo acusó a él como el responsable de esas muertes… Como consecuencia, Dawson fue condenado a la inyección letal por el estado de Arizona… Sarah lo presenció… y se convirtió”».

Yenkis no podía cerrar la boca. Le costaba respirar. «¿Hatori es un asesino? ¿Culpó a otro? ¿Condenaron a ese chico a la pena capital por culpa de Hatori? Espera… ¿no es Willers el apellido de Raven, la amiga de Cleven? Esa tal Sarah es su hermana… y pertenece al grupo de papá… Espera… ¡Espera!» volvió a poner la mano sobre el ratón y buscó rápidamente por el ordenador. «Este caso tan grave tiene que estar presente también en los propios archivos de Hatori».

Con la ayuda de su cubito y el programa que le dio Daiya, no le costó abrir los archivos privados que Hatori guardaba en ese equipo, y hallar este en concreto, coincidiendo con la fecha del archivo de su padre.

«“Informe oficial, desmantelamiento de banda de tráfico de armas con sede en Los Ángeles, redactado por el agente Hatori Nonomiya”. ¡Este es!». Clicó sobre ese documento policial y leyó todo el reporte.

Y, por supuesto, no coincidía.

«“Dawson Willers… Se presentaron pruebas sólidas de su pertenencia y participación en la banda de traficantes… En busca y captura por cargos de tráfico de armas… La pista principal resultó en su encuentro y posterior huida… Robó un vehículo… Los agentes del FBI le cortaron la autopista este… Lo perseguí por la autopista sur por mi cuenta, cruzamos la frontera con Arizona… Trató de cambiar de vehículo en una gasolinera en medio del desierto… Llegué al lugar y, tras un forcejeo, acabó tomando el control de mi vehículo… Arrolló con mi vehículo a un matrimonio y su bebé… Abandonó mi vehículo enseguida para después robar el de sus víctimas… No pude hacer nada por salvar a las víctimas… Continué con la persecución… Finalmente, fue acorralado y capturado en el siguiente pueblo con la colaboración del FBI y oficiales japoneses… Un total de veintiún arrestados, entre ellos seis miembros de la Yakuza, cuatro australianos y once estadounidenses”». El resto, contaba el procedimiento judicial igual a como lo contaba el archivo de su padre.

Yenkis estaba perplejo. Necesitó varios minutos para procesar toda esta información. «Así que… aquí hay dos versiones diferentes sobre lo que ocurrió. La versión que defiende esta Asociación del Monte Zou… y la versión que defiende la policía y Hatori. Por Dios… ¿Cuál es la verdadera? Pero… ¿qué digo? La que defienden papá y los iris tiene que ser la verdadera, ¿no? ¿O sea que Hatori mintió… incluso si eso conducía a ese chico a la pena capital? N… No tomaba a Hatori por ese tipo de policía… ¿Corrupto? No puedo creerlo… Mierda, por nada en el mundo puedo contarle esto a Evie. Es mejor que no lo sepa. Esto es… más grave de lo que creía».

«Pero debo sacar algo útil de aquí. No sólo los secretos de papá. Por eso he planeado esto, estar aquí ahora. Tengo que averiguar si la policía sabe algo sobre los iris, y, de ser así, cuánto y qué cosas».

Deslizó el ratón de un lado a otro, infiltrándose en el resto de archivos de Hatori. Puso la palabra “iris” en el buscador interno, pero le mostró cero resultados. Frunció el ceño. Probó a poner “Monte Zou”, o “Asociación”… pero nada. Se quedó pensando unos segundos.

—Cubito —le susurró a su dispositivo sobre la mesa—. Busca en este equipo la ubicación de archivos bloqueados con restricción encriptada.

Una de las líneas de luz que recorrían el cubo cambió de color y parpadeó un poco. A los tres segundos, se abrió una ventana en la pantalla, que solamente contenía una carpeta: “La Caza”.

«¿La Caza?» se sorprendió Yenkis. Con el mismo programa con que había abierto los archivos de su padre, desbloqueó esa carpeta. Y se desplegaron como un centenar de carpetas más.

«“IrisIris Europa… Iris Australia… de África, de Norteamérica, de Sudamérica, Asia occidental, Asia oriental, Japón, Estados Unidos, Alemania, China, Argentina”… ¿Qué? ¿¡Qué!?» se horrorizó, mientras sus ojos navegaban velozmente de una carpeta a otra. «“Caza #19 en Reino Unido… Caza #32 en México… Caza #4 en Japón”… ¡Todos son intentos de caza contra iris de todo el mundo! Carpeta “Cazadores”, ¿qué es esto?» abrió aquella, y comenzó a leer los archivos. Se llevó una mano a la boca para ahogar un respingo. «“Un grupo clandestino de aliados internacionales… formado por policías, políticos, funcionarios y colaboradores de todo el mundo… Fundado por vez primera por Takeshi Nonomiya”. ¡Dios mío, todo esto…! ¡Tienen todo esto! ¡Saben muchas cosas sobre los iris, y las saben desde hace décadas!» pensó, palideciendo, cada vez más asustado.

«“Objetivo y protocolo de actuación. Prioridad mundial. Investigación, persecución y caza de los llamados iris. En caso de capturar a uno… permitido el Protocolo 56… confinamiento para prevención de riesgos… tortura para obtener información… y experimentación para… conocer mejor su biología diferente… con el fin de localizar su sede… abolirla… y erradicar la existencia total de los iris”».

Yenkis separó la mano del ratón. La miró y vio que le temblaba. Todo el cuerpo le temblaba. Pero no podía moverse, no le obedecían los músculos.

He aquí la verdad, toda la verdad. ¿Qué culpa tenía un niño de 12 años por pensar que sería interesante descubrirla, que no podía hacer daño, y que lo más grave que presentaría sería, si acaso, un conflicto entre dos partes que podría resolverse con explicaciones o entendimiento? Nunca lo imaginó, lo alarmantemente grave que era en realidad toda la situación de los iris y su conflicto, no sólo con la policía de Japón, sino también con gente poderosa de todo el mundo que llevaba una operación clandestina al margen de los derechos humanos.

Le temblaba el cuerpo, porque por fin se dio cuenta de que, si Hatori descubría que era un iris… ya nunca regresaría a casa, ya nunca vería la luz del sol. Y en esos archivos dejaban claro que no importaba que fuera un niño.

Se quedó en blanco un momento, sin saber qué hacer, intentando ordenar sus pensamientos, asimilar las cosas… Empezó a cerrar todos los archivos y ventanas a toda prisa.

Sin embargo, se topó con uno que antes había pasado por alto. Sólo el título bastó para hacerle arriesgar unos segundos más. Aquello sí que le causó el mayor desconcierto. Era otro de los archivos de su padre, un informe clasificado de la Asociación, redactado por él mismo.

«Hatori… ¿¡Estuvo en el Monte Zou hace 9 años!?» brincó Yenkis, y leyó más. «“Los dioses ordenaron su captura, para enjuiciamiento y análisis”… ¿Qué? ¿Pero de qué dioses habla esto? ¿Y cómo que enjuiciamiento? “El antecedente se refiere al fallecimiento de… Hatori Nonomiya… Se presume que fue asesinado en acto de servicio por un criminal humano. Según los dioses, estuvo oficialmente muerto al presentarse su espíritu en la Puerta Intermedia… pero… el espíritu desapareció ante los ojos de todos ellos y Hatori despertó en su cuerpo físico, de regreso a la vida sin explicación posible”».

Yenkis parpadeó un par de veces. Pensó que este informe sería algún tipo de broma o de falsedad, porque lo que contaba era sin duda un disparate. «“Como consecuencia, los dioses calificaron esto como un ‘fenómeno prohibido’ y por eso ordenaron a la Asociación la captura de Hatori, de la cual se ocuparon los iris de la ORS de Kanon Yuudai, y su traslado al Monte Zou para ser sometido a un análisis… quedando finalmente sin explicación posible o resultado concluyente. Pero algo no me cuadra. Los dioses cambiaron su comportamiento tras analizar la energía de Hatori y las memorias previas a su muerte. Le dijeron a Alvion que no iniciara ninguna investigación sobre el presunto asesino. Sé que esos dioses vieron algo… y nos lo ocultan… y no me sorprende… No obstante, Hatori Nonomiya fue sometido a un borrado de memoria y devuelto a su vida para no alterar posibles implicaciones de las energías del Equilibrio, quedando este caso como una investigación pendiente hasta el día de hoy sin que los dioses se hayan vuelto a pronunciar sobre ello”».

Yenkis necesitaba respirar. Su cabeza ya no podía más, no sabía qué tipo de locura acababa de leer. Luego se dio cuenta de que, a consecuencia de este estado de pánico y estrés, su ojo izquierdo estaba brillando. Lo vio en su propio reflejo en el otro ordenador apagado que había sobre la mesa. Dando un respingo horrorizado, se tapó el ojo rápidamente con las dos manos.

No conseguía calmarse ni pensar con claridad; no estaba acostumbrado a esto. Colarse en propiedades privadas de reciclaje para robar algunos aparatos y chatarra y ser perseguido por policías de barrio no era nada comparado. Le ordenó a su cubito con un susurro entrecortado que cerrase todas las ventanas y se desconectara del ordenador, y este lo hizo en un instante. Sin embargo, en el momento de levantarse, coger el cubito y prepararse para apagar el equipo y salir de ahí, no atinó bien. Con un ojo tapado con una mano y casi a oscuras, en lugar de agarrar el cubito, lo tiró de la mesa sin querer y cayó al suelo, haciendo bastante ruido.

El chico, con el corazón en la boca, contuvo la respiración; recogió el cubito de inmediato y corrió hasta la puerta medio cerrada del despacho, asomándose, para comprobar si la había cagado. Y sí. Vio allá al fondo del pasillo que en la habitación de Hatori se encendía una luz. Hatori había oído el ruido. Y era obvio en toda su persona que iba a comprobar de qué había sido.

Yenkis reprimió una exclamación. No le iba a dar tiempo a salir del despacho, cruzar medio pasillo y regresar al salón, Hatori estaba a punto de salir de su habitación y lo iba a ver sin duda. Por eso, volvió a meterse dentro. Reuniendo toda la agilidad que sus nervios le permitieron, cerró la puerta por dentro, acercó una silla y bloqueó la puerta con ella.

Un segundo de tiempo era demasiado valioso, por lo que decidió no perderlo en apagar el ordenador e ir directamente hacia la ventana. No tenía más remedio. Imposible. No había otra opción. El despacho no tenía ningún escondite viable, y aunque lo tuviera, sería muy insultante pensar que Hatori no lo descubriría. Abrió la ventana y se asomó. Como ya se había fijado antes cuando Evie le enseñó la terraza exterior, había una cornisa bajo la ventana que recorría todas las fachadas exteriores del edificio, y era lo suficientemente ancha para caminar por ella, siempre que se mantuviera bien pegado a la pared y diera los pasos correctamente.

Salió por la ventana, con cuidado, pero con prisa. Posó los pies sobre la cornisa, poniéndose de cara a la pared mejor que de cara al precipicio. La calle quedaba muy lejana. Yenkis dudaba de su capacidad de sobrevivir a una caída así, por mucho que su iris reaccionara como cuando se cayó del árbol del jardín.

Procuró tener la mirada fija en la cornisa y en la esquina de allá, donde la pared del edificio terminaba y comenzaba la barandilla de la terraza doblando la esquina. Sólo tenía que llegar hasta la terraza, correr hasta la puerta corredera, forzarla para abrirla desde fuera de algún modo, entrar de vuelta al salón, meterse de cabeza bajo la manta de su sofá cama y fingir estar dormido. Tenía la esperanza de que, al haber bloqueado la puerta del despacho, Hatori, al intentar abrirla sin éxito, se alarmaría lo suficiente para ocupar al menos un par de minutos de tiempo en intentar abrirla, para después gastar más segundos en comprobar el interior del despacho, el ordenador aún encendido, y la ventana abierta. Tiempo que Yenkis esperaba que fuera suficiente para que él regresara al sofá.

En el momento en que Hatori salió de su habitación y se paró en el pasillo con cara extrañada y desconfiada, prestando atención antes de dar un paso, Yenkis ya había llegado hasta la mitad del trayecto por la cornisa. Sin embargo, de repente el viento sopló mucho más fuerte de lo normal, obligándolo a pararse y a agarrarse bien a la pared.

MAIS QU’EST-CE QUE TU FOUS BORDEL ?! —oyó un inesperado alarido a sus espaldas, con una voz tan atronadora y poderosa que Yenkis pensó que un trueno acababa de partir el edificio en dos.

El niño se dio la vuelta inmediatamente, pegando bien la espalda y las manos a la pared, y se le encogieron las pupilas con gran horror. Tenía delante a un hombre levitando en pleno aire, vestido entero con chándal negro deportivo, con la capucha puesta, pero supo enseguida que era su padre por la inconfundible luz blanca que emitía uno de sus ojos, que estaban abiertos con más horror que los suyos.

—¡Pa…! —Yenkis se ahogó en un respingo, porque de la tensión y el susto le temblaron las rodillas y el cuerpo se le fue cayendo hacia delante.

Pero Neuval se posó en la cornisa con él y lo empujó contra la pared, agarrándolo del pijama.

—¿¡Qué significa esto, Yenkis!? —le gritó.

—¡Espera…! ¡No…! —respiró el chico, mirando un momento hacia la ventana por la que había salido, temeroso de que Hatori se asomara por ella en algún momento—. ¡Tienes…! ¡Tienes que irte! ¡Espera! ¡Llévame hasta la terraza, llévame enseguida o estaremos en graves problemas!

—¡Te aseguro que tú ya estás en graves problemas, Yenkis! ¡En mi puta vida me habría esperado encontrarte en una situación así!

—¡Papá, no hay tiempo! —le suplicó—. ¡Te lo explicaré, pero ahora no…!

—¿¡De quién es esta vivienda!? ¿¡Qué haces aquí!?

—¡E-Es la casa de… del tío de Evie! —le tembló la voz, sabiendo que era lo último que su padre querría oír—. El trabajo escolar… no fui a hacerlo con el hijo de los Fujimoto, fui a hacerlo con Evie… porque iba a pasar este fin de semana con su tío… y… por conocerlo, yo…

Neuval se quedó pálido, le costó unos segundos darse cuenta de lo que eso significaba.

—¡Le mentí a Hana, lo siento! —sollozaba Yenkis con lágrimas en los ojos, fruto de la tensión.

—¿Te ha hecho algo…? —murmuró Neuval enseguida, denotando su peor miedo en el temblor de su voz y de sus ojos grises—. ¿¡Te ha hecho algo!? —repitió ansioso.

—¡No, no! ¡Él no sabe nada! ¡No me ha hecho nada malo! ¡Sólo soy un invitado, y me llevará mañana de vuelta a casa con Evie! ¡No sospecha de mí, te lo juro! ¡Pero eso se acabará si no me llevas ahora mismo a la terraza! ¡Tengo que volver al sofá cama antes de que él vaya al salón y vea no estoy ahí…!

—¡Ni de coña vas a volver a meterte a esa casa, tengo que alejarte de aquí y de él a toda costa!

—¡Papá, no, lo estropearás todo! ¡Debo seguir fingiendo, debo quedarme aquí!

—¡Yenkis, no eres consciente del peligro que corres con él!

—¡Sí, lo sé, y por eso debo quedarme! ¡Si ve que he desaparecido de su casa, sospechará de inmediato! ¡Papá, te juro que no verá la luz de mi ojo, te juro que estaré a salvo!

—¿¡Pero por qué demonios…!?

—¡¡Te lo explicaré en otro momento, pero si no me llevas ya, los dos estaremos acabados!! ¡YA! —le dio una sacudida en los hombros.

Neuval tuvo un par de segundos para, al menos, leer la situación tan disparatada con la que se había encontrado. En un instante vio aquella ventana abierta, dedujo que Yenkis había escapado por ella por haber estado husmeando donde no debía y que había despertado a Hatori accidentalmente y no había podido huir por el pasillo. Luego miró hacia el otro lado, la terraza a la vuelta de la esquina al final de la cornisa.

Durante ese pequeño rato, Hatori había terminado yendo directo hacia la puerta de su despacho, porque verla cerrada llamó toda su atención, recordando que antes de acostarse la había dejado medio abierta. «¿Pero qué…? ¿Quién ha…?» pensaba desconcertado, y se alarmó cuando intentó abrirla y no pudo, estaba bloqueada. Ya está. Su primer pensamiento es que se había colado un iris en su casa. Porque sólo un iris podría haber entrado por la única vía posible en un ático de un alto edificio cargado de seguridad: una ventana abierta de manera forzada.

Volvió corriendo sobre sus pasos hacia su habitación, pero primero se asomó rápidamente a la de Evie para comprobar que ella seguía dormida y a salvo en su cama. Tras coger de su habitación una pistola cargada, regresó frente a la puerta de su despacho y comenzó a golpearla con el hombro para derribar lo que quiera que la bloquease al otro lado. Intentó hacerlo lo más rápido posible por si lograba pillar al intruso de dentro antes de que huyera por la ventana alertado por los golpes.

Cuando consiguió abrir por fin la puerta, apuntó al instante con su arma al interior, preparado para reaccionar ante el intruso, pero se encontró con el despacho ya vacío y la ventana abierta. Y uno de sus ordenadores encendidos.

—No… —murmuró con rabia, bajando un momento el arma y corriendo hacia el otro lado de su mesa para mirar la pantalla; sin embargo, no descubrió nada abierto, ni rastro de actividad, ningún programa abierto ni ninguna notificación de alarma de su programa de seguridad instalado—. ¡Joder! —blasfemó, y corrió hasta la ventana, asomándose a un lado y a otro, con la pistola preparada, pero no había nadie por ningún lado.

Volvió a meterse dentro del despacho, miró por todas partes, por los rincones, los libros y papeles, por si el intruso se había dejado alguna pista u objeto o lo que fuera. Se pasó una mano por el pelo, frustrado, cabreado y nervioso, sin poder creer que le hubiera pasado algo así por primera vez, ¡en su casa!

—¿Tío? —apareció Evie en la puerta, con cara preocupada—. ¿Qué eran esos golpes?

—Vuelve a tu habitación, rápido —fue hasta ella y la empujó de regreso a su habitación, y la obligó a sentarse en la cama, agarrando sus brazos—. No te muevas de aquí, Evie.

—¿Pero qué pas-…?

—Nada, no te preocupes. Creo que se ha colado un intruso en mi despacho, pero ya se ha ido.

—¿¡Qué!? —Evie sintió que se le paraba el corazón, porque lo primero que pensó fue que Yenkis, finalmente, la había cagado.

—Tranquila, no te va a pasar nada mientras yo esté aquí. Voy a comprobar que tu amigo está bien, pero tú no te muevas de aquí. Enseguida regreso, ¿entendido?

Evie no se atrevió a decir ni una sílaba, le daba miedo que su tío acabara sospechando, o peor, descubriendo a Yenkis con las manos en la masa. No sabía exactamente qué había pasado o si de verdad era cosa de su amigo, pero antes de darse cuenta, su tío ya había salido de su cuarto, cerrando la puerta. La muchacha esperó ahí, paralizada, en tensión.

Cuando Hatori cruzó corriendo el pasillo y llegó hasta el salón, volvió a alzar el arma, preparado para disparar si veía a un intruso. Al mismo tiempo, giró la cabeza para mirar hacia el sofá cama. Suspiró aliviado al ver a Yenkis ahí dormido bajo la manta.

Apenas veinte segundos antes, el niño había entrado por la ventana de la cocina, la cual su padre había logrado forzar y abrir en un instante, allá en la otra punta de la estancia, y había cruzado la cocina, la zona de comedor y el salón más rápido que en toda su vida para acabar saltando de cabeza al sofá cama y meterse bajo la manta, un segundo antes de que Hatori entrara ahí. El ministro no lo veía porque el chico estaba tumbado de costado dándole la espalda, pero Yenkis tenía los ojos cerrados con mucha fuerza y el corazón en la boca.

Había entrado por la ventana de la cocina porque su padre había detectado nada más verlo que las puertas correderas de la terraza tenían instalado el mismo sistema de alarma que la puerta principal, algo lógico y de esperar en la casa del ministro, pero en lo que Yenkis no había caído. Si su padre no hubiera aparecido, Yenkis habría intentado forzar la puerta corredera de la terraza únicamente para hacer saltar la alarma y que Hatori lo acabase pillando ahí fuera.

Había tenido una suerte tremenda. Pero ahí no había acabado la cosa, porque en el momento en que Hatori entró en el salón y vio a Yenkis en el sofá, captó por el rabillo del ojo el movimiento veloz de una sombra negra alejándose de la ventana de la cocina, por el exterior, en dirección hacia la terraza. Por eso, el ministro no dudó ni un segundo en correr a por ella. Abrió la puerta corredera y salió a la terraza exterior a tiempo de cruzarse con esa sombra sobrevolándolo unos metros más allá.

«¿¡Vuela!? ¡Fuujin! ¡Es Fuujin!» pensó Hatori con desconcierto, y sus brazos se movieron automáticamente, apuntando con su arma con la impecable agilidad con la que había sido entrenado desde bien pequeño.

¡PUM! El sonido del disparo hizo que Yenkis saltara del sofá y se pusiera en pie, mirando directamente hacia la terraza, horripilado.

—¡Kis! —apareció Evie ahí desde el pasillo, y se puso a mirar con él—. ¿Estás bien? ¿Qué es lo que…?

Yenkis estaba petrificado y dejó de respirar, porque lo que divisó justo después de oír el disparo, fue a aquella figura negra cayendo en picado sobre la pérgola que cubría el pequeño saloncito de la terraza, allá al otro extremo, donde la barandilla.

Neuval había recibido la bala, se le introdujo por encima de la cadera, quedándose muy cerca del riñón. Como estaba acostumbrado a recibir disparos, golpes y dolor desde que era pequeño, no emitió quejido alguno, pero había perturbado la concentración de su iris lo suficiente para hacerle perder el vuelo por un segundo y caer. Estaba entre las piezas destrozadas de la pérgola y su pesada lona de plástico, y oyó los pasos de Hatori, por lo que se dio prisa en levantarse y saltar por la barandilla al vacío.

Al momento llegó Hatori, ansioso, y apuntó nuevamente con su arma por encima de la barandilla. Divisó esa silueta negra volando velozmente sobre las lejanas calles, alzándose después hacia arriba, y finalmente perdiéndose en el cielo nocturno.

—¡Fuujiiiin! —gritó con rabia, dando con el puño sobre la baranda de piedra.

—Tío Hatori… —lo llamó Evie desde la puerta del salón.

Este se dio la vuelta y vio a los dos niños ahí mirándolo con caras de espanto.

—¡Volved adentro! —les ordenó, yendo hasta ellos, y los empujó al interior, alejándolos de la terraza—. Ya ha pasado todo. El intruso se ha ido.

—¿¡Le ha disparado!? —preguntó Yenkis, muerto de preocupación.

—Ha huido. Pero vosotros estáis a salvo. Volved a la cama, yo me encargo de todo, nadie va a volver a acercarse a esta casa, ¿entendido? Podéis estar tranquilos. Vamos, ahora mismo —recogió las almohadas y la manta del sofá y se llevó a los niños por el pasillo hacia la habitación de Evie; sacó del armario de ese cuarto un futón enrollado, lo desplegó sobre el suelo y puso la manta y las almohadas encima—. Chico, dormirás aquí con Evie.

—P-Pero… —balbució Yenkis.

—Hacedme caso. Evie, vamos, obedéceme —señaló su cama. La chica se fue a su cama sin rechistar, y Yenkis también se sentó sobre el futón—. Si tenéis que ir al baño o beber agua, id al baño de aquí del pasillo, no al otro. Quedaos tranquilos esta noche, por la mañana todo estará normal.

Después de asegurarse de que la ventana de esa habitación estaba bien cerrada y de bajar las persianas para mayor seguridad, Hatori salió del cuarto cerrando la puerta. Entonces, Evie giró la cabeza y miró a Yenkis. Su amigo seguía ido, en shock, con la vista estática en la puerta.

—Kis… —se bajó de la cama y se arrodilló a su lado, y le tomó la mejilla para obligarlo a mirarla a los ojos.

Evie no lo atosigó con ninguna pregunta, tan sólo lo observó atentamente, asegurándose de que él se diera cuenta de que ella estaba ahí para ayudarlo y apoyarlo, para que, al menos, su sola presencia lo tranquilizara un poco. El ojo izquierdo de Yenkis no brillaba, pero estaba a punto. Si miraba con mucha atención, Evie podía ver un diminuto destello blanco en su pupila, parpadeante, contenido y tenso.

—Cálmate, Kis.

—P… ¿Puedes…? —tartamudeó el chico—. ¿Puedes traerme… mi móvil… por favor?

Evie asintió y se fue corriendo al salón, después de comprobar que su tío estaba ocupado en su habitación hablando con alguien por teléfono. Se fue y volvió en apenas unos segundos, discreta. Cerró la puerta de nuevo y le dio el teléfono a su amigo. Yenkis lo cogió con manos un poco temblorosas. No quería arriesgarse a hacer una llamada. Le escribió un mensaje a su padre preguntándole si estaba bien. Se quedó largo rato esperando, minutos, un cuarto de hora… No había respuesta. Evie, sentada a su lado, bajó sus manos para que dejara de mirar el teléfono.

—Sé paciente. Sea lo que sea que haya pasado, no me lo cuentes si no quieres, pero necesitas recuperar la calma. No ganas nada estando así toda la noche. No puedes hacer nada más por ahora. Espera a la mañana.

Yenkis sabía que ella tenía razón. Se tumbó sobre el futón, con el teléfono sobre el pecho, y se quedó mirando al techo, respirando hondo. Tenía el cubito en el bolsillo de su pantalón de pijama, pero ahora no quería ni tocarlo. Evie se subió a su cama y se tumbó, pero se quedó vigilando a Yenkis, procurando mantener su preocupación bajo una capa de templanza, preparada para ayudarlo si la necesitaba.









31.
Las historias bajo llave

Si había algo con lo que Yenkis tenía engañado a todo el mundo, a su familia, a sus amigos más cercanos, era con su imagen de chico sensato y prudente. Pero esto no era culpa del muchacho. Él era como era. Eran los demás quienes malinterpretaban su forma de ser, sus decisiones y modo de actuar. Porque Yenkis, el 90 % del tiempo, sí que era sensato y prudente, y por eso la gente pensaba que era así la totalidad del tiempo. Pero estaba ese 10 % del tiempo restante, en que al joven Vernoux le venían ciertas necesidades, inquietudes, curiosidades que satisfacer.

Yenkis poseía la misma contradicción de su padre. Cuando desobedecía las normas y las leyes, era por causas justas; cuando tomaba decisiones malas o peligrosas, era en busca de cosas buenas o de seguridad; y cuando cometía enormes imprudencias, lo hacía con la mayor prudencia posible.

Por eso, antes de hacer nada, el chico dejó pasar otra media hora, para cerciorarse de que Hatori realmente había entrado en sueño profundo. Había esperado todo ese rato, parado en el pasillo en medio del silencio y de la oscuridad, con el ojo guiñado, con su cubito en la mano, simplemente escuchando las respiraciones de Evie y de Hatori en sus respectivas habitaciones. Ambos dormían con la puerta sin cerrar del todo. Por la rendija, Yenkis pudo observar al ministro acostado en su cama, y oír cómo su respiración cambiaba de normal a pesada en esa media hora.

No había recibido ningún entrenamiento iris, pero el chico ya tenía innatas las características naturales de un Fuu. Era extremadamente silencioso, ágil, escurridizo, invisible… Incluso cuando se metió en el despacho de Hatori, logró no emitir sonido alguno a la hora de encender uno de sus ordenadores –apretando el botón con un nudillo en lugar de la punta del dedo para no dejar su huella–, dejar su cubito sobre la mesa y sentarse en la silla, que ni siquiera chirrió un poco.

No perdió ni un segundo. La conexión de su cubito con el ordenador de Hatori fue inmediata, indetectable, y le susurró que mostrara los archivos de su padre en la pantalla. Aparecieron en una ventana, en carpetas bloqueadas. Después enchufó en la torre el USB que le dio Daiya. Emergió una nueva ventana negra de comandos. Yenkis no tuvo que hacer nada, vio cómo los códigos se iban ejecutando solos a toda velocidad. Sintió una pequeña emoción de melancolía. Todo lo que veía, esos miles de símbolos, letras, números, espacios… habían sido tecleados por las manos de su madre.

Se quedó unos minutos abstraído, recordando cosas sobre ella. Tardó en darse cuenta de lo que la pantalla, al fin, le mostraba: todas las carpetas de su padre sin el bloqueo. Dio un sobresalto en la silla. Sacó del bolsillo de su pantalón de pijama una pequeña bolsita de plástico; metió la mano en ella y luego la colocó sobre el ratón, para así no dejar huellas, y comenzó a abrir varias carpetas a la vez.

De repente notó la garganta seca. Tragó saliva. Los latidos de su corazón iban en aumento. Esto era. Esto era lo que llevaba toda su corta vida buscando. Sus ojos fueron saltando de un lado a otro de la pantalla, pues aquellas nuevas ventanas le mostraban diversos formatos de archivos: imágenes, textos, gráficas, vídeos… Las carpetas principales informaban sobre la fecha y el lugar, y también había subcarpetas. Algunas tenían nombres que no entendía.

Misiones Superiores, Misiones Inferiores, Armas, Hoteitsuba, Monte Zou, Gobierno, HRS, KRS, SRS, ARS, ORS... No sabía por dónde empezar, la verdad.

Pero, quizá, lo que más le llamó la atención, fue ver que las carpetas más antiguas databan desde hace 33 años.

«Hace 33 años… papá tenía mi edad» pensó. «Fue adoptado por los Lao a los 10 años, ¿pero fue a los 12 cuando empezó a guardar estos archivos? ¿Qué diablos es esto de “misiones”? ¿A qué se refiere?».

Dubitativo, probó a abrir un vídeo de los más antiguos, después de asegurarse de que el volumen del ordenador estaba bajo. Se abrió el reproductor. Al principio se veía negro, y con unos sonidos raros, hasta que de repente aparecieron los dos agujeros de una nariz, después unos ojos grises, y después un alborotado pelo castaño claro, todo del revés. Era un Neuval de unos 14 años, que parecía estar probando la cámara.

—“Guau… ¿Qué te parece? Papá acaba de inventar la cámara más pequeña del mundo” —se oyó la joven voz de ese Neuval, mientras enfocaba mejor la cámara hacia delante, y mostró a otro chico de su edad, chino, de cabello negro, sentado sobre un taburete frente a un atril, pintando sobre un óleo, en una amplia habitación con dos camas en litera—. “Esto quedará guardado para la posteridad. Observad, estáis siendo testigos de los orígenes del mejor artista de Hong Kong, mi hermano Sai. Nos hará ricos y famosos.”

—“¡Dìdì, no! ¡No está terminado!” —Sai se puso de pie delante del óleo, con brazos extendidos, tratando de taparlo con vergüenza—. “¡Hala! ¿Ese soy yo?” —señaló hacia un lado.

Neuval movió la cámara hacia una pantalla de televisión que estaba mostrando lo mismo que la cámara enfocaba. Eran los años 80, así que era una de esas televisiones antiguas.

—“¡Sí! ¿Ves? Se te ve en tiempo real.”

—“¿Por qué llevas la cámara en el pecho con esos arneses como si fuera una mochila?”

—“Se supone que son para que los iris las llevemos a las misiones internacionales más gordas y peligrosas.”

—“Pero… ¿Dónde están los cables? ¿O las antenas?”

—“¡Exacto! ¡Es una pasada! Estoy deseando destripar esta cosa para entender exactamente cómo funciona.”

—“¿¡Qué!? ¡De eso nada!” —irrumpió la voz de un hombre; Neuval se giró de golpe y por eso la grabación mostró a un joven Kei Lian entrando por la puerta de la habitación—. “¿¡Qué te he dicho sobre tocar mis prototipos!? ¿¡Tienes idea de lo que cuestan!? ¡Lo único que se va a destripar aquí eres tú como no me des ahora mismo ese dispositivo!”

—“¿Qué te preocupa tanto?” —decía Neuval—. “Sabes que yo nunca rompo ninguna máquina, papá. De hecho, si desmonto esta cámara para ver su interior, ¡lo más probable es que acabe mejorándola!”

—“¡Ahhh!” —Kei Lian dio un respingo dolido—. “¡Mequetrefe! ¡Ven aquí!”

—“¡Hahah! ¡Corre, Neu!” —se oía la risa de Sai.

En la grabación, Neuval esquivaba los intentos de Kei Lian de atraparlo, dirigiéndole burlas, y correteando por toda la casa con más risas, hasta que tomó carrerilla hacia el balcón abierto del salón y saltó al vacío.

—“¡Wuhuuu!”

Yenkis dio un bote sobre la silla. La grabación mostraba la perspectiva en primera persona, y por eso le causó gran impresión y algo de vértigo ver las piernas de su padre sobrevolando varios tejados del barrio hasta aterrizar en la azotea de un edifico cercano con una voltereta, para después seguir corriendo hasta el borde y volver dar un gran salto sobre otros edificios.

Yenkis estaba maravillado. Eso era imposible para un humano, para una persona normal. En un momento determinado, aquel joven Neuval se giró hacia atrás, y se pudo ver a Kei Lian en la lejanía saltando también sobre los edificios, persiguiéndolo.

—“¡Granujaaa!” —se le oía gritar.

—“¡Jajaja…!” —se reía Neuval.

«¿Qué?» se sorprendió Yenkis. «¿El abuelo Lian también tiene esa agilidad inhumana?». Ese vídeo no le sirvió de mucho, porque habían estado hablando en chino todo el rato y Yenkis no pudo entender nada.

Decidió ver otros vídeos de años posteriores en la carpeta de “Misiones Superiores”. Y lo que vio aquí fue la clave para entenderlo todo. Al ser el tipo de misiones más importantes y graves, las imágenes no mostraban ni una sola cosa agradable. Con la perspectiva de la primera persona, Yenkis iba quedándose cada vez más helado en la silla, intentando convencerse de que era una película. Pero era real. Se oía la voz de su padre a veces comunicándose con sus compañeros de la SRS de esos tiempos. Estaban en alguna especie de base militar en unas recónditas montañas. Había más personas con ojos de luz, de otros colores. Había fuego, rayos, rocas, hielo, viento arrasando con el lugar… y con hombres armados.

Yenkis se estremecía, cada vez que veía a uno de esos criminales armados siendo aniquilado violentamente, o golpeado brutalmente, quemado, cortado, electrocutado o acribillado a balas, pero no podía parpadear ni apartar la vista de la pantalla. Sin embargo, si sentía algo seguro, era horror. Y shock. Porque sabía que eran asesinatos reales, cometidos por su padre y otros como él.

Vio a su abuelo Lian en esos escenarios, a través de la cámara corporal de su padre, calcinando los terrenos con su feroz fuego. Pero el nuevo shock vino cuando reconoció, también, a sus otros abuelos. Siempre los había visto en fotos. Pero no le cabía la menor duda, esos eran Hideki y Emiliya, el primero partiendo en dos un helicóptero enemigo con un estruendoso relámpago cegador, la segunda enterrando bajo tierra un tanque entero en dos segundos con unas gigantescas raíces vegetales vivientes que rompían el suelo…

Luego veía que su padre volaba por un cielo al atardecer sobre un vasto océano, persiguiendo un avión militar de carga. Al alcanzarlo, lo agarró meramente de uno de los estabilizadores horizontales de la cola con las dos manos y, de una sacudida, lo hizo girar entero con una fuerza abismal, como si lanzara una almohada, para después hacerlo trizas con un huracán de categoría 5, trizas que luego cayeron al mar. Con Neuval levitando en las alturas sobre el océano, se podía ver en el encuadre de la cámara, segundos después, a otra persona con un ojo de luz azul claro, allá abajo, surfeando en una gran ola, recogiendo todos esos pedazos para no dejar rastro en el mar.

Yenkis se olvidó de respirar. Lo primero que pensó, sin siquiera darse cuenta, es que eran monstruos. No quería pensar eso de su padre y abuelos, pero estaba trastornado. Entonces, el vídeo mostró una escena más calmada, su padre aterrizando en la playa de alguna isla del mundo y reuniéndose con aquella SRS de entonces, mientras el sol se ponía.

—“Gran trabajo, todos” —les dijo Hideki, y los demás hablaban contentos—. “Esto hay que celebrarlo.”

—“¿Celebrarlo?” —preguntó Kei Lian—. “No es la primera ni la segunda misión de clase S que cumplimos con éxito, ¿qué tiene esta de especial?”

—“Que, por primera vez, Neuval ha obedecido todas mis órdenes” —contestó Hideki, cuyo habitual semblante serio había desaparecido y estaba mostrando una genuina sonrisa emocionada, y los demás se echaron a reír.

—“Qué poca fe, maestro, te dije que podía aguantar la urticaria y los picores” —bufó el aludido.

—“Por más que insistas, no me vas a convencer de que darte órdenes te produce de verdad reacciones alérgicas” —le gruñó Hideki.

—“¡Has estado sensacional, oh, mi gran Fuujin-sama!” —atrapó Emiliya a Neuval entre sus brazos, estrujándolo con cariño.

—“Emi, deja de mimarlo, que ya está mayorcito” —rezongó Hideki.

—“Oh, no, no, amor, sabes que siempre he adorado a mi catastrófico Fuu desde que tenía 12 añitos. Es un chico especial, por si no me has oído antes llamarlo ‘Fuujin-sama’. Se merece todo mi afecto y elogios.”

—“Suegra… no puedo respirar…” —agonizaba Neuval, pues Emiliya lo apretujaba demasiado fuerte.

—“Bueno, quizá ser el primer iris en la historia de la Asociación en alcanzar un nuevo nivel máximo del iris puede ser una muestra de que estás madurando por fin” —dijo Hideki finalmente, torciendo una sonrisa—. “¿Me deleitarás con más misiones como esta, obedeciendo todas las órdenes?”

—“No prometo nada” —dijo Neuval.

—“Nah, maestro Hideki, ya sabes por qué Neu está hoy en día más responsable” —dijo el joven Pipi de aquel entonces—. “Tiene ese típico estado constante de alerta, concentración y moderación que tiene cualquier padre primerizo. Ya no se permite a sí mismo ser un cabeza loca todo el tiempo. Sólo la mitad del tiempo.”

—“Tres cuartas partes del tiempo” —le corrigió Neuval a su mejor amigo.

—“Jaja… Hideki también está en ese estado” —se rio Emiliya—. “A veces parece un puro nervio. Hubo una noche que se despertó dos veces en la madrugada todo estresado, pensando que nos habíamos quedado sin pañales.”

—“¿Te sorprende? No habíamos tenido un bebé en 20 años” —se defendió Hideki ante su mujer—. “Parece que fue hace un siglo cuando tuvimos a Katyusha. Ya casi me había olvidado de lo que es.”

—“Lo cual me recuerda…” —interrumpió Neuval, mirando su reloj—. “Katya está ahora en la otra punta del mundo con ambos bebés y tiene que irse a trabajar en treinta minutos. ¡Tengo que ir enseguida a relevarla!”

—“Pero bueno, Fuu, ¿aún te quedan energías después de toda esta misión?” —le preguntó incrédula una compañera de la SRS.

—“¿Para estar con mi hijo? ¡Siempre!” —sonrió Neuval con ilusión.

—“Recuerda cuidarte tú también, ¿me oyes?” —le advirtió Kei Lian.

—“Qué pesado, papá. Por si no te has dado cuenta aún…” —dijo Neuval despegando los pies del suelo y empezando a flotar por el aire—. “¡Estoy mejor que todos vosotros juntos! Tengo los mejores padres, el mejor hermano, los mejores suegros, los mejores amigos y compañeros iris, el mejor proyecto tecnológico en camino, la mejor salud, inteligencia y poder, y a la mejor mujer de este universo a mi lado. ¡Tengo literalmente el mundo entero bajo mis pies! Y lo mejor de todo, es que tengo a la persona más importante de mi mundo esperándome para enseñárselo y verlo crecer en él” —añadió sonriente y extendiendo los brazos—. “Y para que le cambie el pañal, probablemente.”

—“Este está cada vez más majareta” —comentó Pipi, mientras otros compañeros se reían.

—“¡Me voy adelantando, tortugas terrestres!” —les espetó Neuval, y se fue volando hacia el cielo.

—“¡Ya que vas a llegar antes, dale también a Izan su biberón de las 8, por favor!” —se oyó la voz lejana de Hideki—. “¡Emi y yo tenemos que ir al Monte a sellar el reporte de la misión!”

—“¡Acuesta a Lex y a Izan en la misma cuna, suelen dormir más tranquilos en compañía! ¡Y ve guardándome un par de cervezas frías, yerno!” —añadió Emiliya.

—“¡Eso está hecho!” —les respondió Neuval, y, tomando un impulso, desapareció, sobrevolando medio planeta a la velocidad del sonido.

El vídeo ya había terminado, pero Yenkis permaneció quieto en la silla al menos diez minutos, recapacitando sobre lo que acababa de ver y oír. Empezó a entenderlo. Empezó a comprender lo que pasaba. El secreto de su padre. No era sólo ser un iris, sino también para qué lo usaba. Descubrir que su padre, incluso sus abuelos, eran una especie de espías secretos, le resultó un cliché disparatado de las películas. Pero tenía que meterse en la cabeza que esto era real.

Para ellos era normal, hacer volar terroristas por los aires, y después regresar a casa con la familia. Ahí es donde Yenkis reconoció la existencia de ese peligro del que tanto su hermano como su padre le habían hablado, o insinuado. Reconoció que su padre tenía toda la razón de ocultar algo así. Se dedicaba a un trabajo con el que pinchaba constantemente los avisperos de los peores criminales del mundo. Un solo descuido, y una de esas avispas podía destruir ese hogar y esa familia a los que el iris regresaba, a los que amaba y protegía. Fue lo que le pasó a Kei Lian con su hijo Sai.

Hubo una pequeña cuestión que se le cruzó a Yenkis por la mente. «¿Quién es Izan? ¿Había otro bebé además de Lex? Pero… ¿de los abuelos? ¿Seguro que no se refería al tío Brey? No, pero Cleven me dijo la edad del tío Brey… Lex ya era un niño de 5 años cuando él nació… Hmm…». No entendió esto. De todas formas, necesitaba acabar con esto cuanto antes, se estaba arriesgando demasiado. Siguió abriendo archivos, leyendo, aprendiendo.

Todo terminó de cobrar sentido cuando abrió la carpeta de “Monte Zou”. Ahí estaba toda la historia de la Asociación, y Yenkis, aunque no salía de su estado de horror y desengaño, una parte de él no podía evitar sentir también asombro, y admiración, al entender contra qué luchaban, por qué, para qué. Era el cómo lo que le generaba dudas, pero, al final, tuvo que admitir que era la única forma efectiva para salvar continuamente miles de vidas inocentes.

«Así que los llamados Zou son los que dirigen todo eso desde hace cuatrocientos años… Vale, pero… ¿Qué son los Zou exactamente? Dominan todo tipo de materia natural… hasta pueden transformarse en ellas… y se conectan mentalmente con todos los iris, pero no para controlarlos, ¿sino para protegerlos? Espera, ¿hay algún Zou conectado a mí? Papá dijo que soy un caso aparte… supongo que no».

«Así que papá… se convirtió en Líder de su propia RS después de que los abuelos murieran» siguió navegado por los textos, datos y fichas. «Es… ¡Nakuru! ¡Nakuru es uno de ellos! ¡De la RS de papá! ¿¡Desde que era pequeña!? ¿Cleven realmente nunca supo esto? Y estos… Samuel Ssewanyana, Drasik Jones, Sarah Willers… ¿Yako Zou? ¿Papá tiene a uno de estos Zou en su grupo? No entiendo… Espera, ¿quién se supone que es este Yousuke Lao? Pero si es idéntico al primo Kyo… ¿El primo Kyo antes se llamaba así y cambió de nombre? A ver qué dice este archivo con su nombre…».

Yenkis acabó leyendo sobre la misión iris en la que murió Yousuke. Fue hace tan sólo un año. Se quedó acongojado. También llegó a descubrir cómo y por qué murió su tío Sai hace diez años. «Los pobres abuelos Lian y Ming perdieron un hijo y un nieto… Ya me parecía a mí que tanto la abuela Ming como la tía Suzu, a pesar de sonreírme tan alegres en el cementerio, tenían una marcada tristeza permanente en los ojos».

«Oh, ¡no puede ser! ¿¡El tío Brey, también es un iris, en el grupo de papá!? ¡Es el tío con el que Cleven se ha ido a vivir! ¡Pero… pero si hay un montón de iris en nuestra familia! ¿Eh? ¿Qué es esto de “conversión y venganza de Sarah Willers, clasificado”?».

Pensó que sería la historia de otra misión. Pero no.

«Sarah Willers… ¿tiene una venganza contra Hatori?».

Una gota de sudor frío cayó por un lado de su cara. Volvió a quedarse con la garganta seca, no podía ni tragar. Su instinto iris le decía a gritos que cerrara ahora mismo todos los archivos, desconectara y apagara todo y volviera a su sofá cama antes de que Hatori lo pillara, no sólo husmeando en su ordenador, sino descubriendo una historia muy peligrosa.

«“Dawson Willers… Hermano mayor de Sarah Willers… Acusado sin pruebas suficientes de pertenencia a una banda en Estados Unidos con afiliación a la Yakuza… Caso de tráfico de armas internacional con la colaboración de Estados Unidos, Japón, Australia y Canadá… Persecución de Dawson Willers iniciada en California por el aquel de entonces agente Nonomiya… El agente Nonomiya no siguió el procedimiento y causó por negligencia la muerte de un matrimonio y un bebé… fueron arrollados por su vehículo. Finalmente, capturó a Dawson y lo acusó a él como el responsable de esas muertes… Como consecuencia, Dawson fue condenado a la inyección letal por el estado de Arizona… Sarah lo presenció… y se convirtió”».

Yenkis no podía cerrar la boca. Le costaba respirar. «¿Hatori es un asesino? ¿Culpó a otro? ¿Condenaron a ese chico a la pena capital por culpa de Hatori? Espera… ¿no es Willers el apellido de Raven, la amiga de Cleven? Esa tal Sarah es su hermana… y pertenece al grupo de papá… Espera… ¡Espera!» volvió a poner la mano sobre el ratón y buscó rápidamente por el ordenador. «Este caso tan grave tiene que estar presente también en los propios archivos de Hatori».

Con la ayuda de su cubito y el programa que le dio Daiya, no le costó abrir los archivos privados que Hatori guardaba en ese equipo, y hallar este en concreto, coincidiendo con la fecha del archivo de su padre.

«“Informe oficial, desmantelamiento de banda de tráfico de armas con sede en Los Ángeles, redactado por el agente Hatori Nonomiya”. ¡Este es!». Clicó sobre ese documento policial y leyó todo el reporte.

Y, por supuesto, no coincidía.

«“Dawson Willers… Se presentaron pruebas sólidas de su pertenencia y participación en la banda de traficantes… En busca y captura por cargos de tráfico de armas… La pista principal resultó en su encuentro y posterior huida… Robó un vehículo… Los agentes del FBI le cortaron la autopista este… Lo perseguí por la autopista sur por mi cuenta, cruzamos la frontera con Arizona… Trató de cambiar de vehículo en una gasolinera en medio del desierto… Llegué al lugar y, tras un forcejeo, acabó tomando el control de mi vehículo… Arrolló con mi vehículo a un matrimonio y su bebé… Abandonó mi vehículo enseguida para después robar el de sus víctimas… No pude hacer nada por salvar a las víctimas… Continué con la persecución… Finalmente, fue acorralado y capturado en el siguiente pueblo con la colaboración del FBI y oficiales japoneses… Un total de veintiún arrestados, entre ellos seis miembros de la Yakuza, cuatro australianos y once estadounidenses”». El resto, contaba el procedimiento judicial igual a como lo contaba el archivo de su padre.

Yenkis estaba perplejo. Necesitó varios minutos para procesar toda esta información. «Así que… aquí hay dos versiones diferentes sobre lo que ocurrió. La versión que defiende esta Asociación del Monte Zou… y la versión que defiende la policía y Hatori. Por Dios… ¿Cuál es la verdadera? Pero… ¿qué digo? La que defienden papá y los iris tiene que ser la verdadera, ¿no? ¿O sea que Hatori mintió… incluso si eso conducía a ese chico a la pena capital? N… No tomaba a Hatori por ese tipo de policía… ¿Corrupto? No puedo creerlo… Mierda, por nada en el mundo puedo contarle esto a Evie. Es mejor que no lo sepa. Esto es… más grave de lo que creía».

«Pero debo sacar algo útil de aquí. No sólo los secretos de papá. Por eso he planeado esto, estar aquí ahora. Tengo que averiguar si la policía sabe algo sobre los iris, y, de ser así, cuánto y qué cosas».

Deslizó el ratón de un lado a otro, infiltrándose en el resto de archivos de Hatori. Puso la palabra “iris” en el buscador interno, pero le mostró cero resultados. Frunció el ceño. Probó a poner “Monte Zou”, o “Asociación”… pero nada. Se quedó pensando unos segundos.

—Cubito —le susurró a su dispositivo sobre la mesa—. Busca en este equipo la ubicación de archivos bloqueados con restricción encriptada.

Una de las líneas de luz que recorrían el cubo cambió de color y parpadeó un poco. A los tres segundos, se abrió una ventana en la pantalla, que solamente contenía una carpeta: “La Caza”.

«¿La Caza?» se sorprendió Yenkis. Con el mismo programa con que había abierto los archivos de su padre, desbloqueó esa carpeta. Y se desplegaron como un centenar de carpetas más.

«“IrisIris Europa… Iris Australia… de África, de Norteamérica, de Sudamérica, Asia occidental, Asia oriental, Japón, Estados Unidos, Alemania, China, Argentina”… ¿Qué? ¿¡Qué!?» se horrorizó, mientras sus ojos navegaban velozmente de una carpeta a otra. «“Caza #19 en Reino Unido… Caza #32 en México… Caza #4 en Japón”… ¡Todos son intentos de caza contra iris de todo el mundo! Carpeta “Cazadores”, ¿qué es esto?» abrió aquella, y comenzó a leer los archivos. Se llevó una mano a la boca para ahogar un respingo. «“Un grupo clandestino de aliados internacionales… formado por policías, políticos, funcionarios y colaboradores de todo el mundo… Fundado por vez primera por Takeshi Nonomiya”. ¡Dios mío, todo esto…! ¡Tienen todo esto! ¡Saben muchas cosas sobre los iris, y las saben desde hace décadas!» pensó, palideciendo, cada vez más asustado.

«“Objetivo y protocolo de actuación. Prioridad mundial. Investigación, persecución y caza de los llamados iris. En caso de capturar a uno… permitido el Protocolo 56… confinamiento para prevención de riesgos… tortura para obtener información… y experimentación para… conocer mejor su biología diferente… con el fin de localizar su sede… abolirla… y erradicar la existencia total de los iris”».

Yenkis separó la mano del ratón. La miró y vio que le temblaba. Todo el cuerpo le temblaba. Pero no podía moverse, no le obedecían los músculos.

He aquí la verdad, toda la verdad. ¿Qué culpa tenía un niño de 12 años por pensar que sería interesante descubrirla, que no podía hacer daño, y que lo más grave que presentaría sería, si acaso, un conflicto entre dos partes que podría resolverse con explicaciones o entendimiento? Nunca lo imaginó, lo alarmantemente grave que era en realidad toda la situación de los iris y su conflicto, no sólo con la policía de Japón, sino también con gente poderosa de todo el mundo que llevaba una operación clandestina al margen de los derechos humanos.

Le temblaba el cuerpo, porque por fin se dio cuenta de que, si Hatori descubría que era un iris… ya nunca regresaría a casa, ya nunca vería la luz del sol. Y en esos archivos dejaban claro que no importaba que fuera un niño.

Se quedó en blanco un momento, sin saber qué hacer, intentando ordenar sus pensamientos, asimilar las cosas… Empezó a cerrar todos los archivos y ventanas a toda prisa.

Sin embargo, se topó con uno que antes había pasado por alto. Sólo el título bastó para hacerle arriesgar unos segundos más. Aquello sí que le causó el mayor desconcierto. Era otro de los archivos de su padre, un informe clasificado de la Asociación, redactado por él mismo.

«Hatori… ¿¡Estuvo en el Monte Zou hace 9 años!?» brincó Yenkis, y leyó más. «“Los dioses ordenaron su captura, para enjuiciamiento y análisis”… ¿Qué? ¿Pero de qué dioses habla esto? ¿Y cómo que enjuiciamiento? “El antecedente se refiere al fallecimiento de… Hatori Nonomiya… Se presume que fue asesinado en acto de servicio por un criminal humano. Según los dioses, estuvo oficialmente muerto al presentarse su espíritu en la Puerta Intermedia… pero… el espíritu desapareció ante los ojos de todos ellos y Hatori despertó en su cuerpo físico, de regreso a la vida sin explicación posible”».

Yenkis parpadeó un par de veces. Pensó que este informe sería algún tipo de broma o de falsedad, porque lo que contaba era sin duda un disparate. «“Como consecuencia, los dioses calificaron esto como un ‘fenómeno prohibido’ y por eso ordenaron a la Asociación la captura de Hatori, de la cual se ocuparon los iris de la ORS de Kanon Yuudai, y su traslado al Monte Zou para ser sometido a un análisis… quedando finalmente sin explicación posible o resultado concluyente. Pero algo no me cuadra. Los dioses cambiaron su comportamiento tras analizar la energía de Hatori y las memorias previas a su muerte. Le dijeron a Alvion que no iniciara ninguna investigación sobre el presunto asesino. Sé que esos dioses vieron algo… y nos lo ocultan… y no me sorprende… No obstante, Hatori Nonomiya fue sometido a un borrado de memoria y devuelto a su vida para no alterar posibles implicaciones de las energías del Equilibrio, quedando este caso como una investigación pendiente hasta el día de hoy sin que los dioses se hayan vuelto a pronunciar sobre ello”».

Yenkis necesitaba respirar. Su cabeza ya no podía más, no sabía qué tipo de locura acababa de leer. Luego se dio cuenta de que, a consecuencia de este estado de pánico y estrés, su ojo izquierdo estaba brillando. Lo vio en su propio reflejo en el otro ordenador apagado que había sobre la mesa. Dando un respingo horrorizado, se tapó el ojo rápidamente con las dos manos.

No conseguía calmarse ni pensar con claridad; no estaba acostumbrado a esto. Colarse en propiedades privadas de reciclaje para robar algunos aparatos y chatarra y ser perseguido por policías de barrio no era nada comparado. Le ordenó a su cubito con un susurro entrecortado que cerrase todas las ventanas y se desconectara del ordenador, y este lo hizo en un instante. Sin embargo, en el momento de levantarse, coger el cubito y prepararse para apagar el equipo y salir de ahí, no atinó bien. Con un ojo tapado con una mano y casi a oscuras, en lugar de agarrar el cubito, lo tiró de la mesa sin querer y cayó al suelo, haciendo bastante ruido.

El chico, con el corazón en la boca, contuvo la respiración; recogió el cubito de inmediato y corrió hasta la puerta medio cerrada del despacho, asomándose, para comprobar si la había cagado. Y sí. Vio allá al fondo del pasillo que en la habitación de Hatori se encendía una luz. Hatori había oído el ruido. Y era obvio en toda su persona que iba a comprobar de qué había sido.

Yenkis reprimió una exclamación. No le iba a dar tiempo a salir del despacho, cruzar medio pasillo y regresar al salón, Hatori estaba a punto de salir de su habitación y lo iba a ver sin duda. Por eso, volvió a meterse dentro. Reuniendo toda la agilidad que sus nervios le permitieron, cerró la puerta por dentro, acercó una silla y bloqueó la puerta con ella.

Un segundo de tiempo era demasiado valioso, por lo que decidió no perderlo en apagar el ordenador e ir directamente hacia la ventana. No tenía más remedio. Imposible. No había otra opción. El despacho no tenía ningún escondite viable, y aunque lo tuviera, sería muy insultante pensar que Hatori no lo descubriría. Abrió la ventana y se asomó. Como ya se había fijado antes cuando Evie le enseñó la terraza exterior, había una cornisa bajo la ventana que recorría todas las fachadas exteriores del edificio, y era lo suficientemente ancha para caminar por ella, siempre que se mantuviera bien pegado a la pared y diera los pasos correctamente.

Salió por la ventana, con cuidado, pero con prisa. Posó los pies sobre la cornisa, poniéndose de cara a la pared mejor que de cara al precipicio. La calle quedaba muy lejana. Yenkis dudaba de su capacidad de sobrevivir a una caída así, por mucho que su iris reaccionara como cuando se cayó del árbol del jardín.

Procuró tener la mirada fija en la cornisa y en la esquina de allá, donde la pared del edificio terminaba y comenzaba la barandilla de la terraza doblando la esquina. Sólo tenía que llegar hasta la terraza, correr hasta la puerta corredera, forzarla para abrirla desde fuera de algún modo, entrar de vuelta al salón, meterse de cabeza bajo la manta de su sofá cama y fingir estar dormido. Tenía la esperanza de que, al haber bloqueado la puerta del despacho, Hatori, al intentar abrirla sin éxito, se alarmaría lo suficiente para ocupar al menos un par de minutos de tiempo en intentar abrirla, para después gastar más segundos en comprobar el interior del despacho, el ordenador aún encendido, y la ventana abierta. Tiempo que Yenkis esperaba que fuera suficiente para que él regresara al sofá.

En el momento en que Hatori salió de su habitación y se paró en el pasillo con cara extrañada y desconfiada, prestando atención antes de dar un paso, Yenkis ya había llegado hasta la mitad del trayecto por la cornisa. Sin embargo, de repente el viento sopló mucho más fuerte de lo normal, obligándolo a pararse y a agarrarse bien a la pared.

MAIS QU’EST-CE QUE TU FOUS BORDEL ?! —oyó un inesperado alarido a sus espaldas, con una voz tan atronadora y poderosa que Yenkis pensó que un trueno acababa de partir el edificio en dos.

El niño se dio la vuelta inmediatamente, pegando bien la espalda y las manos a la pared, y se le encogieron las pupilas con gran horror. Tenía delante a un hombre levitando en pleno aire, vestido entero con chándal negro deportivo, con la capucha puesta, pero supo enseguida que era su padre por la inconfundible luz blanca que emitía uno de sus ojos, que estaban abiertos con más horror que los suyos.

—¡Pa…! —Yenkis se ahogó en un respingo, porque de la tensión y el susto le temblaron las rodillas y el cuerpo se le fue cayendo hacia delante.

Pero Neuval se posó en la cornisa con él y lo empujó contra la pared, agarrándolo del pijama.

—¿¡Qué significa esto, Yenkis!? —le gritó.

—¡Espera…! ¡No…! —respiró el chico, mirando un momento hacia la ventana por la que había salido, temeroso de que Hatori se asomara por ella en algún momento—. ¡Tienes…! ¡Tienes que irte! ¡Espera! ¡Llévame hasta la terraza, llévame enseguida o estaremos en graves problemas!

—¡Te aseguro que tú ya estás en graves problemas, Yenkis! ¡En mi puta vida me habría esperado encontrarte en una situación así!

—¡Papá, no hay tiempo! —le suplicó—. ¡Te lo explicaré, pero ahora no…!

—¿¡De quién es esta vivienda!? ¿¡Qué haces aquí!?

—¡E-Es la casa de… del tío de Evie! —le tembló la voz, sabiendo que era lo último que su padre querría oír—. El trabajo escolar… no fui a hacerlo con el hijo de los Fujimoto, fui a hacerlo con Evie… porque iba a pasar este fin de semana con su tío… y… por conocerlo, yo…

Neuval se quedó pálido, le costó unos segundos darse cuenta de lo que eso significaba.

—¡Le mentí a Hana, lo siento! —sollozaba Yenkis con lágrimas en los ojos, fruto de la tensión.

—¿Te ha hecho algo…? —murmuró Neuval enseguida, denotando su peor miedo en el temblor de su voz y de sus ojos grises—. ¿¡Te ha hecho algo!? —repitió ansioso.

—¡No, no! ¡Él no sabe nada! ¡No me ha hecho nada malo! ¡Sólo soy un invitado, y me llevará mañana de vuelta a casa con Evie! ¡No sospecha de mí, te lo juro! ¡Pero eso se acabará si no me llevas ahora mismo a la terraza! ¡Tengo que volver al sofá cama antes de que él vaya al salón y vea no estoy ahí…!

—¡Ni de coña vas a volver a meterte a esa casa, tengo que alejarte de aquí y de él a toda costa!

—¡Papá, no, lo estropearás todo! ¡Debo seguir fingiendo, debo quedarme aquí!

—¡Yenkis, no eres consciente del peligro que corres con él!

—¡Sí, lo sé, y por eso debo quedarme! ¡Si ve que he desaparecido de su casa, sospechará de inmediato! ¡Papá, te juro que no verá la luz de mi ojo, te juro que estaré a salvo!

—¿¡Pero por qué demonios…!?

—¡¡Te lo explicaré en otro momento, pero si no me llevas ya, los dos estaremos acabados!! ¡YA! —le dio una sacudida en los hombros.

Neuval tuvo un par de segundos para, al menos, leer la situación tan disparatada con la que se había encontrado. En un instante vio aquella ventana abierta, dedujo que Yenkis había escapado por ella por haber estado husmeando donde no debía y que había despertado a Hatori accidentalmente y no había podido huir por el pasillo. Luego miró hacia el otro lado, la terraza a la vuelta de la esquina al final de la cornisa.

Durante ese pequeño rato, Hatori había terminado yendo directo hacia la puerta de su despacho, porque verla cerrada llamó toda su atención, recordando que antes de acostarse la había dejado medio abierta. «¿Pero qué…? ¿Quién ha…?» pensaba desconcertado, y se alarmó cuando intentó abrirla y no pudo, estaba bloqueada. Ya está. Su primer pensamiento es que se había colado un iris en su casa. Porque sólo un iris podría haber entrado por la única vía posible en un ático de un alto edificio cargado de seguridad: una ventana abierta de manera forzada.

Volvió corriendo sobre sus pasos hacia su habitación, pero primero se asomó rápidamente a la de Evie para comprobar que ella seguía dormida y a salvo en su cama. Tras coger de su habitación una pistola cargada, regresó frente a la puerta de su despacho y comenzó a golpearla con el hombro para derribar lo que quiera que la bloquease al otro lado. Intentó hacerlo lo más rápido posible por si lograba pillar al intruso de dentro antes de que huyera por la ventana alertado por los golpes.

Cuando consiguió abrir por fin la puerta, apuntó al instante con su arma al interior, preparado para reaccionar ante el intruso, pero se encontró con el despacho ya vacío y la ventana abierta. Y uno de sus ordenadores encendidos.

—No… —murmuró con rabia, bajando un momento el arma y corriendo hacia el otro lado de su mesa para mirar la pantalla; sin embargo, no descubrió nada abierto, ni rastro de actividad, ningún programa abierto ni ninguna notificación de alarma de su programa de seguridad instalado—. ¡Joder! —blasfemó, y corrió hasta la ventana, asomándose a un lado y a otro, con la pistola preparada, pero no había nadie por ningún lado.

Volvió a meterse dentro del despacho, miró por todas partes, por los rincones, los libros y papeles, por si el intruso se había dejado alguna pista u objeto o lo que fuera. Se pasó una mano por el pelo, frustrado, cabreado y nervioso, sin poder creer que le hubiera pasado algo así por primera vez, ¡en su casa!

—¿Tío? —apareció Evie en la puerta, con cara preocupada—. ¿Qué eran esos golpes?

—Vuelve a tu habitación, rápido —fue hasta ella y la empujó de regreso a su habitación, y la obligó a sentarse en la cama, agarrando sus brazos—. No te muevas de aquí, Evie.

—¿Pero qué pas-…?

—Nada, no te preocupes. Creo que se ha colado un intruso en mi despacho, pero ya se ha ido.

—¿¡Qué!? —Evie sintió que se le paraba el corazón, porque lo primero que pensó fue que Yenkis, finalmente, la había cagado.

—Tranquila, no te va a pasar nada mientras yo esté aquí. Voy a comprobar que tu amigo está bien, pero tú no te muevas de aquí. Enseguida regreso, ¿entendido?

Evie no se atrevió a decir ni una sílaba, le daba miedo que su tío acabara sospechando, o peor, descubriendo a Yenkis con las manos en la masa. No sabía exactamente qué había pasado o si de verdad era cosa de su amigo, pero antes de darse cuenta, su tío ya había salido de su cuarto, cerrando la puerta. La muchacha esperó ahí, paralizada, en tensión.

Cuando Hatori cruzó corriendo el pasillo y llegó hasta el salón, volvió a alzar el arma, preparado para disparar si veía a un intruso. Al mismo tiempo, giró la cabeza para mirar hacia el sofá cama. Suspiró aliviado al ver a Yenkis ahí dormido bajo la manta.

Apenas veinte segundos antes, el niño había entrado por la ventana de la cocina, la cual su padre había logrado forzar y abrir en un instante, allá en la otra punta de la estancia, y había cruzado la cocina, la zona de comedor y el salón más rápido que en toda su vida para acabar saltando de cabeza al sofá cama y meterse bajo la manta, un segundo antes de que Hatori entrara ahí. El ministro no lo veía porque el chico estaba tumbado de costado dándole la espalda, pero Yenkis tenía los ojos cerrados con mucha fuerza y el corazón en la boca.

Había entrado por la ventana de la cocina porque su padre había detectado nada más verlo que las puertas correderas de la terraza tenían instalado el mismo sistema de alarma que la puerta principal, algo lógico y de esperar en la casa del ministro, pero en lo que Yenkis no había caído. Si su padre no hubiera aparecido, Yenkis habría intentado forzar la puerta corredera de la terraza únicamente para hacer saltar la alarma y que Hatori lo acabase pillando ahí fuera.

Había tenido una suerte tremenda. Pero ahí no había acabado la cosa, porque en el momento en que Hatori entró en el salón y vio a Yenkis en el sofá, captó por el rabillo del ojo el movimiento veloz de una sombra negra alejándose de la ventana de la cocina, por el exterior, en dirección hacia la terraza. Por eso, el ministro no dudó ni un segundo en correr a por ella. Abrió la puerta corredera y salió a la terraza exterior a tiempo de cruzarse con esa sombra sobrevolándolo unos metros más allá.

«¿¡Vuela!? ¡Fuujin! ¡Es Fuujin!» pensó Hatori con desconcierto, y sus brazos se movieron automáticamente, apuntando con su arma con la impecable agilidad con la que había sido entrenado desde bien pequeño.

¡PUM! El sonido del disparo hizo que Yenkis saltara del sofá y se pusiera en pie, mirando directamente hacia la terraza, horripilado.

—¡Kis! —apareció Evie ahí desde el pasillo, y se puso a mirar con él—. ¿Estás bien? ¿Qué es lo que…?

Yenkis estaba petrificado y dejó de respirar, porque lo que divisó justo después de oír el disparo, fue a aquella figura negra cayendo en picado sobre la pérgola que cubría el pequeño saloncito de la terraza, allá al otro extremo, donde la barandilla.

Neuval había recibido la bala, se le introdujo por encima de la cadera, quedándose muy cerca del riñón. Como estaba acostumbrado a recibir disparos, golpes y dolor desde que era pequeño, no emitió quejido alguno, pero había perturbado la concentración de su iris lo suficiente para hacerle perder el vuelo por un segundo y caer. Estaba entre las piezas destrozadas de la pérgola y su pesada lona de plástico, y oyó los pasos de Hatori, por lo que se dio prisa en levantarse y saltar por la barandilla al vacío.

Al momento llegó Hatori, ansioso, y apuntó nuevamente con su arma por encima de la barandilla. Divisó esa silueta negra volando velozmente sobre las lejanas calles, alzándose después hacia arriba, y finalmente perdiéndose en el cielo nocturno.

—¡Fuujiiiin! —gritó con rabia, dando con el puño sobre la baranda de piedra.

—Tío Hatori… —lo llamó Evie desde la puerta del salón.

Este se dio la vuelta y vio a los dos niños ahí mirándolo con caras de espanto.

—¡Volved adentro! —les ordenó, yendo hasta ellos, y los empujó al interior, alejándolos de la terraza—. Ya ha pasado todo. El intruso se ha ido.

—¿¡Le ha disparado!? —preguntó Yenkis, muerto de preocupación.

—Ha huido. Pero vosotros estáis a salvo. Volved a la cama, yo me encargo de todo, nadie va a volver a acercarse a esta casa, ¿entendido? Podéis estar tranquilos. Vamos, ahora mismo —recogió las almohadas y la manta del sofá y se llevó a los niños por el pasillo hacia la habitación de Evie; sacó del armario de ese cuarto un futón enrollado, lo desplegó sobre el suelo y puso la manta y las almohadas encima—. Chico, dormirás aquí con Evie.

—P-Pero… —balbució Yenkis.

—Hacedme caso. Evie, vamos, obedéceme —señaló su cama. La chica se fue a su cama sin rechistar, y Yenkis también se sentó sobre el futón—. Si tenéis que ir al baño o beber agua, id al baño de aquí del pasillo, no al otro. Quedaos tranquilos esta noche, por la mañana todo estará normal.

Después de asegurarse de que la ventana de esa habitación estaba bien cerrada y de bajar las persianas para mayor seguridad, Hatori salió del cuarto cerrando la puerta. Entonces, Evie giró la cabeza y miró a Yenkis. Su amigo seguía ido, en shock, con la vista estática en la puerta.

—Kis… —se bajó de la cama y se arrodilló a su lado, y le tomó la mejilla para obligarlo a mirarla a los ojos.

Evie no lo atosigó con ninguna pregunta, tan sólo lo observó atentamente, asegurándose de que él se diera cuenta de que ella estaba ahí para ayudarlo y apoyarlo, para que, al menos, su sola presencia lo tranquilizara un poco. El ojo izquierdo de Yenkis no brillaba, pero estaba a punto. Si miraba con mucha atención, Evie podía ver un diminuto destello blanco en su pupila, parpadeante, contenido y tenso.

—Cálmate, Kis.

—P… ¿Puedes…? —tartamudeó el chico—. ¿Puedes traerme… mi móvil… por favor?

Evie asintió y se fue corriendo al salón, después de comprobar que su tío estaba ocupado en su habitación hablando con alguien por teléfono. Se fue y volvió en apenas unos segundos, discreta. Cerró la puerta de nuevo y le dio el teléfono a su amigo. Yenkis lo cogió con manos un poco temblorosas. No quería arriesgarse a hacer una llamada. Le escribió un mensaje a su padre preguntándole si estaba bien. Se quedó largo rato esperando, minutos, un cuarto de hora… No había respuesta. Evie, sentada a su lado, bajó sus manos para que dejara de mirar el teléfono.

—Sé paciente. Sea lo que sea que haya pasado, no me lo cuentes si no quieres, pero necesitas recuperar la calma. No ganas nada estando así toda la noche. No puedes hacer nada más por ahora. Espera a la mañana.

Yenkis sabía que ella tenía razón. Se tumbó sobre el futón, con el teléfono sobre el pecho, y se quedó mirando al techo, respirando hondo. Tenía el cubito en el bolsillo de su pantalón de pijama, pero ahora no quería ni tocarlo. Evie se subió a su cama y se tumbó, pero se quedó vigilando a Yenkis, procurando mantener su preocupación bajo una capa de templanza, preparada para ayudarlo si la necesitaba.





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