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2º LIBRO - Pasado y Presente









32.
Desconexión

Haru se encontraba otra vez tumbado sobre el capó de la furgoneta, aparcada en una calle tranquila y solitaria a la luz del escaparate de una tienda y de las farolas. Se estaba bebiendo un zumo de naranja de un brik con pajita, mirando las nubes oscuras del cielo. Se podría decir que él siempre tenía la cabeza en ellas, y de ahí le venía la inspiración para sus canciones. Pero procuraba no quedarse mucho tiempo en las nubes, temiendo que algún día pudiera perderse en ellas y olvidarlo todo y a las personas que quería, como le había pasado a la mente de su madre.

Oyó un ruido un poco más allá. Se incorporó y vio por fin a Neuval aterrizando en medio de la carretera de esa pequeña calle. Pero, al dar dos pasos, le fallaron las piernas y cayó de rodillas al suelo.

—Hostia… —Haru escupió el zumo y reaccionó al instante, corriendo hasta él, sujetándolo de un brazo—. ¿Qué ha pasado?

—Hah… tus amigos… —jadeó Neuval con dificultad, con la mano en la cadera ya manchada de rojo.

—Estaban cansados, se han pirado a dormir a un hotel. Me han dejado la furgo, estoy solo. ¿Qué cojones ha pasado? —preguntó impaciente, ayudándolo a caminar hasta la furgoneta—. ¿Dónde está tu hijo? ¿Está a salvo?

—Por ahora…

—¿Quién te ha herido?

—No más preguntas…

Eso fue una orden, así que Haru dejó de preguntar. Apoyó a Neuval contra el capó y le subió la camiseta para ver qué tipo de herida tenía y cuánta sangre estaba perdiendo. Reconoció enseguida una herida de bala, estando esta todavía dentro, pero no sangraba demasiado, y no parecía haberle alcanzado ningún órgano. Algo no le cuadraba. Esta herida de bala, para Fuujin, era de las más inofensivas que había recibido, pero se estaba comportando como si algo le retorciera de dolor, descontrolando su respiración, y la luz blanca de su ojo izquierdo no paraba de parpadear, caótica, inestable. Oía sus jadeos como si tuviera asma, y es que eso, en un Fuu, era imposible.

—¡¡Aaaahh!! —Neuval soltó un gran alarido repentino.

Haru se estremeció, el sonido de su voz había sonado escalofriante. Más que un grito de dolor, parecía contener rabia.

—¡Ah! —exclamó el chico al notar que Neuval le agarraba el brazo con tanta fuerza que estuvo a punto de rompérselo. Intentó sujetarlo de otra forma, y enderezarlo para meterlo en el vehículo, pero Neuval tenía todos los músculos del cuerpo tan agarrotados que parecía que iba a explotar—. Fuujin-sama, ¿¡qué te pasa!? —le sujetó de la cabeza para mirarlo a la cara, pero el hombre no paraba de moverla de un lado a otro—. ¿Es el dolor de la herida? ¡Conviértete en aire! ¡Neuval, transforma tu cuerpo en aire para que la bala caiga sola y después vuelve a hacerte de carne y hueso! ¡Sólo necesitas un instante, vamos! ¿Neuval? Responde, ¡di algo! ¿Estás aquí?

No. No había respuesta por su parte, estaba ido, algo iba mal. Haru procuró mantener la cabeza fría y encargarse de la situación. Sacó su teléfono móvil y llamó a su compañero Shokubutsu.

—Yagami, necesito tus dotes curativas. Tengo aquí a alguien herido de bala —decidió no decirle quién, ya que con lo de “No más preguntas”, intuyó que Neuval quería mantener este suceso lo más privado posible.

—“Haru, ¿qué ocurre? ¿Es una urgencia? ¿Dónde estás?”

—En Tokio.

—“Vale, no voy a poder ayudarte, ‘hermanito’. Estoy pasando unos días en el Monte Zou, haciendo un trabajo de investigación que me ha ordenado el maestro Pipi. Llama a Yako.”

Haru entonces colgó la llamada y llamó a Yako. Diez minutos después, ya estaba en el callejón de atrás de la cafetería, esperando, cargando con Neuval a la espalda, el cual seguía quejándose de algo, sin responderle el cuerpo, pero apretando las manos como garras, como si algo le quemara por dentro. Apareció una luz verde claro saltando veloz por encima de los edificios, y aterrizando en el callejón en dos segundos.

—Sígueme —le dijo Yako sin perder ni un segundo, sacando unas llaves, y abrió la puerta trasera de la cafetería.

Se metieron dentro, Yako encendió las luces y Haru dejó a Neuval sentado sobre un sofá, apartando la mesa a un lado. No hacía más que cerrar los ojos con fuerza, y apretar los dientes, y respirar erráticamente. A veces se tensaba y agarrotaba los dedos de las manos.

—Maestro, ¿puedes responderme? ¿Estás consciente? —le preguntó Yako, mientras sacaba de la mochila que había traído varios tarros con ungüentos y pastas vegetales. Pero Neuval no le respondió—. Súbele la camiseta, Haru, y mantenlo sujeto.

—¿Por qué está así? ¿Lo han envenenado o algo?

—¿Se ha enfrentado a una situación grave, de mucho estrés, o algo que le haya enfurecido?

—Lo siento, tronco. Antes de que dejara de responder, me ha ordenado discreción. Pero puedo decir que es muy probable que sí, algo lo ha alterado mazo, pero a tope.

—Mierda… —lamentó Yako, mientras cogía unas pinzas para sacar la bala; se agachó a la altura de Neuval y miró la herida, preparando las pinzas—. Vale, Haru, escucha. No es la herida de bala lo que le está torturando por dentro. Está teniendo un brote de majin. Pero necesito que no te asustes y me ayudes a mantenerlo bajo control, necesito sacarle la bala para poder cerrale la herida y que le deje de doler. El dolor no le está causando el brote de majin pero tampoco ayuda a apaciguarlo.

—Tienes suerte de que me haya fumado la cantidad suficiente de marihuana para no cagarme en los pantalones, porque estar aquí los dos solos sujetando con nuestras humildes manos el majin de Fuujin-sama es la definición más pura del terror.

—No estamos solos. Alvion debe de llevar todo este rato encargándose de apaciguar el brote a través de la conexión con su mente, por eso Neuval aún está resistiendo. Alvion está haciendo su parte y nosotros tenemos que cooperar, ¿de acuerdo? No temas, no permitiré que te pase nada.

—De acuerdo —suspiró Haru, centrándose en mantener al parisino lo más quieto posible sobre el sofá.

Neuval no había aguantado este inminente brote de majin ni cinco minutos. Volando de regreso a donde estaba Haru ya había empezado a perder la cabeza. Y todo por sufrir un enorme conflicto mental, donde su lado más humano intentaba obligarlo a volver a aquella vivienda en el ático de aquel edificio para llevarse a Yenkis cuanto antes de allí, y la racionalidad de su iris lo obligaba a ser lógico y aceptar que dejarlo allí era la mejor opción para ambos, eso si Yenkis de verdad había logrado evitar que Hatori sospechara de él o descubriera la luz de su ojo.

Su majin no había explotado por lo que había pasado, sino por la idea de lo que podría pasar. Sólo pensar, sólo imaginar, que Hatori descubría la luz en el ojo de Yenkis o que había husmeado donde no debía, y como consecuencia indudable no volvería a ver a su hijo nunca más porque el grupo de caza de Hatori lo había encerrado en el lugar más oculto del mundo para someterlo a evidentes torturas y experimentos… sólo pensar en ello le causaba la peor asfixia, y furia, y miedo. Si se enteraba de que Hatori le hacía algo de esto a Yenkis, esta vez la mitad de Japón no sería suficiente.

Yako intentó ya varias veces introducir las pinzas en la herida, pero su maestro no paraba de agitarse, cada vez más.

—No puedo, Yako, es demasiado fuerte… —resopló Haru.

—Algo no va bien… algo es diferente… —murmuró Yako, empezando a notar esta sensación por todo su cuerpo. Entonces se dio cuenta de que el aire que les rodeaba emitía una escalofriante vibración. No… no sólo el aire… toda la materia, los átomos.

«Alvion, ¿¡por qué tarda tanto!?» preguntó Yako mentalmente. «¿No lleva usted desde el primer momento intentando frenar su brote? ¡Neuval lleva así ya 20 minutos! ¡Lo ha hecho miles de veces! ¡Anúlele el majin de una vez, está sufriendo!».

«“¡Silencio, niño! Me desconcentras…”» respondió la voz del anciano en su cabeza. Yako se sorprendió, porque notó en la voz del anciano que él también estaba teniendo dificultades para apaciguar el brote.

«Alvion…» insistió Yako, sin poder evitar sacar un viejo temor. «Se siente como hace siete años… cuando él…».

«“Escucha, muchacho. Si en dos minutos no ves que la situación mejora, agarra a tu compañero y alejaos, marchaos de la zona. Llegaré ante él personalmente a la velocidad de la luz y me lo llevaré lejos, pero bajo ningún concepto debes permitir que ese iris que está contigo salga perjudicado. Dame ese tiempo, intentaré reconectarme a él una última vez, no bajes la guardia”».

—Ven, Haru —Yako dejó las pinzas a un lado, agarró al joven músico y se apartaron una distancia.

—¿Y su herida?

—Aguarda.

Neuval seguía agonizando. Al final cayó del sofá al suelo. Yako no soportaba verlo sufrir así. Odiaba esa enfermedad, odiaba el majin con todas sus fuerzas. Sin embargo, reparó en algo que acababa de escuchar. “Intentaré reconectarme a él una última vez”, le había dicho Alvion. «¿Qué? ¡Eso quiere decir que ha perdido la conexión con el iris de Neuval! ¡Pero eso es imposible! ¡Sólo una causa puede romper la conexión de un Zou con un iris, y es que este haya alcanzado el séptimo grado de majin! Neuval está en el sexto, pero no ha llegado al séptimo. Si hubiera llegado al séptimo, no estaría todavía padeciendo este ataque de locura. La señal de haber llegado al séptimo grado es alcanzar un nuevo estado mental racional, tranquilo, controlado y estable de forma permanente, y con nuevos valores malignos contrarios al iris. Neuval aún está luchando… y eso es señal de que sigue en el sexto grado, y que su conexión con Alvion debería seguir intacta. Si Alvion de verdad se refería a que la ha perdido... ¿qué cosa imposible lo ha causado?».

—Yako, tranquilo, tu abuelo lo solucionará, una vez más —le dijo Haru al notarlo angustiado—. Nunca es agradable ver a Fuujin-sama ni a ningún otro compañero sufrir este tipo de brotes, pero siempre se acaban solucionando.

—Oh, no… su herida… —señaló Yako—. ¡Le está saliendo más sangre!

—¡Espera! —lo frenó Haru del brazo.

Los dos se quedaron observando fijamente. Neuval de pronto había dejado de moverse tanto, estaba más quieto, tendido sobre el suelo. Su respiración se fue haciendo más estable. Pero luego ocurrió algo inexplicable. La única razón por la que la herida expulsó un poco más de sangre fue porque la bala se estaba abriendo paso de regreso por donde había entrado. Estaba saliendo por sí sola de la herida, como si el propio cuerpo de Neuval la estuviera expulsando. El pequeño proyectil cayó al suelo, y Yako y Haru vieron la cosa más extraña. La herida se cerró, y no quedó ni rastro de ella en la piel.

Neuval soltó un suspiro de alivio. Algo dentro de su mente calmó su furia, y dejó de luchar contra Alvion. Lo dejó entrar, como si pudiera de verdad darle permiso, y el Zou pudo al fin volver a conectarse a su iris.

Alvion procedió, pues, a aplacar el brote de majin.

Todo volvió a la calma. Pero Yako y Haru se miraron, con las mismas caras desconcertadas.

—¿Le acaba de desaparecer… la herida de bala? ¿Tu abuelo puede hacernos eso transmitiendo algún tipo de energía sanadora, o…?

—No. Ningún Zou puede hacer eso. Ya nos gustaría… —le aseguró Yako, y corrió a ayudar a Neuval a sentarse de nuevo en el sofá al ver que estaba recuperándose.

—Hahh… ¿Yako? —farfulló Neuval—. Qué mareo… ¿Qué ha pasado?

—Un pequeño brote de majin. Por eso no recuerdas nada.

—Ah…

—¿Pequeño? —masculló Haru, pero Yako le dio un codazo disimulado.

—Gracias, Haru… A los dos… Os debo una. Y gracias también al vejete. Sabía que no me fallaría —dio un largo suspiro, y se miró las manos manchadas de sangre, y luego se subió la ropa para mirarse la cadera—. Madre mía, ¡Yako! ¿Has usado una nueva planta de las tuyas? No me has dejado ni cicatriz.

Yako y Haru volvieron a cruzar una mirada silenciosa, de reojo. Todavía no entendían muy bien lo que habían visto. Y no estaban seguros de explicárselo a Neuval.

—Maestro, ¿va todo bien? —quiso saber Yako—. ¿A dónde has ido?

—Por favor, no… —Neuval se puso en pie, le posó una mano en el hombro y pasó de largo, dirigiéndose hacia la salida trasera del local—… no preguntes… No te preocupes. Necesito… Sólo necesito ir a casa, pensar y mantener la calma, y… que sea lo que Dios quiera…

Ni Yako ni Haru le insistieron, pero no por eso dejaron de estar preocupados, sobre todo cuando le oyeron hablando solo, diciendo cosas como “Katya, dame fuerzas… para no colgar a ese niño de un árbol de por vida en cuanto lo vea mañana…”.

Neuval le hizo un gesto a Haru, indicándole que se marchara con él a su casa en la furgoneta, ya que, esperando que la situación de Yenkis se zanjara sin más catástrofes y volviera a casa en la mañana, tenía que presentarle a Haru como su nuevo maestro.


* * * *


Los problemas en esa noche de sábado aún estaban lejos de acabar. En el Monte Zou, todo el valle dormía en una madrugada silenciosa y tranquila. Excepto los monjes que hacían turno de noche, en las salas de ordenadores del templo, conectados a todos los rincones del planeta, atentos a cada noticia, suceso, problema y misiones en curso que ocurrían por todo el globo, trabajando en seguir manteniendo la actividad de la Asociación en funcionamiento, una actividad que era estrictamente continua.

Al menos ellos hacían turnos para descansar, dormir, comer… El Zou que los dirigía no tenía ese lujo. Si tuviera a otros Zou a su lado repartiendo el trabajo, quizá. Pero Alvion se mantenía al pie del cañón, cargando con el peso por decimoséptimo año consecutivo. Cuando Yeilang tenía 16 años, fue cuando ya comenzó a ayudarlo y a tener un papel activo como Señor heredero. Y a pesar de que Yeilang se escaqueaba muchas veces a su cafetería de Tokio, siempre acababa haciendo un buen trabajo.

Un Zou podía sobrevivir sin comer o beber tanto tiempo que nadie había podido calcularlo, pero como mínimo un año seguro. Y sin dormir, el triple de tiempo que un humano. Aun así, incluso ellos tenían un límite, igual que tenían un tiempo límite de vida.

Alvion procuraba no pensar en eso, solamente en seguir cumpliendo su deber. Además, ya se lo dijo a Yako. Ya habían hecho preparativos. La Asociación iba a seguir activa tras su muerte, si bien con un funcionamiento algo diferente. Denzel y los monjes de mayor rango se encargarían de todo.

Por supuesto, la ausencia de un Zou iba a dar la vuelta a muchas cosas. Los taimu y los monjes iban a tener que arreglárselas para poder detectar los nacimientos de iris en distintas partes del mundo, localizarlos y rescatarlos a tiempo. Aquellos con majin iban a tener que depender de tratamientos especiales a manos de los monjes expertos en eso, como monk Knive, más lentos e ineficaces que el poder de un Zou. Y las misiones de gran calibre que combatían los conflictos más graves que surgían por el mundo –terrorismo, bandas grandes de tráfico de personas, armas, órganos o drogas, tensiones bélicas entre países, etc.– iban a tardar mucho más en organizarse a manos de los monjes, por muy preparados o expertos que fueran, porque ni todos juntos podían compararse con el cerebro de un Zou, que trabajaba a una velocidad sin igual.

En cualquier caso, hoy estaba siendo una noche igual de dura que otras miles para Alvion, nada del otro mundo. Pero esto no era motivo para monk Knive para no preocuparse por él. No es sólo porque monk Knive fuera su mano derecha dirigiendo el templo y las tierras Zou, era también porque el monje mantenía una promesa. Su gratitud y admiración por Alvion eran infinitas, estaba en deuda con él de por vida. Y juró servirle a él y a su estirpe hasta el fin de sus días.

Por eso, el danés se había levantado de la cama y vestido rápidamente nada más llegarle la noticia de que Alvion había tenido un nuevo vahído hace un rato. Ahora mismo estaba recorriendo el templo apresuradamente en dirección a lo más alto de la Torre Mayor, que era donde estaba el despacho del Zou y el Árbol de Lixue, acompañado por una joven monje novata, una muchacha nepalí y aprendiz suya, que había estado presente durante el incidente.

—Repetídmelo una vez más, Radha. ¿Le vino la señal de un brote grave de majin antes o después de lidiar con el paciente?

—Durante, fue durante —trató de explicarle la joven, sin parar de caminar por los pasillos, y suspiró con paciencia—. A ver. Estábamos teniendo problemas con uno de los pacientes más recientes que hemos recibido, que se volvió agresivo y descontrolado en mitad de la noche. El problema no es que amenazara con matarnos en cuanto abriéramos la puerta de su celda, es que amenazó con quitarse la vida si no lo soltábamos, y empezó a darse cabezazos contra la pared como loco…

»Alvion vino para encargarse personalmente del paciente. Abrió su celda y trató de calmarlo. ¡Y no se puede imaginar usted qué rabia me dio, diantres! —no pudo evitar expresar la muchacha—. Ese desagradecido criminal humano, ya ha recibido la visita de Alvion cuatro veces antes. Alvion siempre dirigiéndole palabras amables y pacíficas, tratándolo como si fuera un amigo… y va ese tipo y empieza a gritarle, a atacarlo y a insultarlo una vez más… No podía soportar ver eso, monk Knive, ¡pero los otros monjes que estaban ahí no me dejaban intervenir! Ni siquiera cuando ese miserable le escupió en la cara a Alvion dos veces, ¡dos! Y le golpeó varias veces, y le dio patadas, y cuando Alvion volvió a acercarse a él con la mano extendida, el tipo lo atacó con arañazos y más golpes…

“Paciente” era el término con el que llamaban a aquellos criminales humanos que los iris habían capturado en alguna misión, y que, debido a su peligrosidad y a su impunidad ante la ley humana por falta de pruebas o ignorancia de las autoridades humanas, eran llevados al Monte Zou para cumplir una condena justa por el crimen que habían cometido y una reforma para cambiar a mejor. No una reforma de pasar unos meses haciendo manualidades o leyendo libros en la biblioteca. Una reforma real de la mente, para reducir su energía Yin y aumentar su Yang mediante el aprendizaje de valores y experiencias a los que los sometía Alvion. El fin no era obligarlos a ser buenos si querían ser liberados; era que ellos mismos eligieran el bien por genuino deseo.

La joven miró al monje Knive esperando que manifestara la misma indignación y rabia que ella, pero él seguía con su expresión serena de siempre.

—¡Monk Knive! ¿¡No le enfurece saber esto!? ¿Cómo puede Alvion dejar que un sucio criminal lo trate de esa manera? No le gritó, no lo detuvo ni se defendió en ningún momento, dejó que ese tipo siguiera dándole golpes en la cara, y escupiéndole e insultándolo… ¿Por qué los demás monjes no fueron a ayudarlo? ¿Por qué no me dejaron intervenir?

—Radha, todavía os quedan muchas cosas por entender de este trabajo. Hacedme un favor. Imaginad que vos vais por la calle y os encontráis con un perrito, un pequeño cachorrito escondido en un agujero de alcantarilla. Vos tenéis buen corazón, así que vais a rescatarlo, no lo podéis dejar ahí al pobrecito. Pero el perrito está asustado y es agresivo hacia vos. Os muerde cada vez que acercáis la mano, una, dos, tres… veinte veces. Os ladra, os repulsa, no entiende vuestra intención de ayudarlo, de sacarlo de ese agujero. Comparado con vos, el perrito es tan pequeño, y adorable, con un cuerpecito tan débil… ¿Os sentiríais ofendida, o indignada, o furiosa, porque el perrito insiste en atacaros?

—¡No! ¡En absoluto! Yo insistiría todo lo que hiciera falta hasta sacarlo de ahí, incluso si recibo alguno de sus insignificantes mordisquitos.

—¿Entonces reconocéis que, comparada con el perrito, sois una criatura enorme, superior, con un poder mil veces mayor?

La muchacha se quedó callada, dándose cuenta al fin de la comparativa que le estaba explicando su mentor.

—¿Por qué razón iríais a rescatar al perrito? ¿Qué sentís al verlo? —le preguntó monk Knive.

—Pues… no le mentiré, pero ese caso que describe sí que me pasó una vez. Solo que era un gatito en vez de un perrito. Cuando lo vi debajo de ese coche con tan mal aspecto y tembloroso… me generó lástima, y mucha ternura. Incluso cuando me arañaba y bufaba sin parar, no me importaba, porque sabía que él no entendía lo que yo pretendía. Yo sólo quería que se sintiera a salvo y querido. ¿Es así como Alvion ve a los criminales humanos… o a los humanos en general?

—Bueno, no es que Alvion nos vea como animalitos, en absoluto. Pero él es plenamente consciente de lo poderoso que es comparado a nosotros. Mas no malinterpretéis esto. En lo único en lo que Alvion se siente superior a los humanos es en las capacidades físicas, intelectuales y morales, porque esto es obvio. Pero no en lo demás.

—¿Lo demás?

—Alvion tiene todas las razones para sentirse como un dios entre humanos. O como un humano entre perritos pequeños. Pero él no se considera mejor ni peor que ellos, ni más valioso ni más importante, ni tampoco más merecedor de vivir en el mundo que ellos. De hecho, es al contrario. Alvion tiene la firme creencia de que este mundo pertenece a los humanos más que a nadie, que sus vidas son las más valiosas de todas, y que él solo es un invitado que ha venido a echar una mano a quienes más lo necesitan. Para él, la responsabilidad de haber nacido con un poder supremo no es para someter a la humanidad, sino para ser un poderoso sirviente de la humanidad.

—De los inocentes —corrigió Radha.

—No —recorrigió Knive—. Sus antepasados sólo pensaban en ayudar a los inocentes, sí… Pero él desarrolló desde niño un deseo que iba más allá, el de ayudar a todos los que fuera posible, sin importar el color de su energía predominante. Por eso su programa de reforma de malos humanos. No los puede dejar libres porque matarían otra vez a humanos inocentes o causarían nuevas tragedias, pero tampoco él quiere condenarlos a muerte sin más. Para Alvion, el enemigo no son los humanos malos. Es la energía Yin apoderándose de su débil, agotada, trastornada o corrompida voluntad. Lo que Alvion busca es ayudarlos a recuperar o fortalecer esa voluntad perdida o debilitada, para que la energía Yin no lo tenga tan fácil sobre ellos la próxima vez. Y no es una tarea nada fácil. Alvion no tiene éxito con todos. Es un idealista, pero no deja de ser realista cuando el mundo más necesita que lo sea. Y por eso hay un porcentaje de criminales irremediables a los que tiene que mandar ejecutar.

Radha volvió a quedarse callada, mirando con ojos asombrados a su mentor.

—Él es el único Zou que más ha salido de aquí, el primero en haber viajado por todo el planeta, no una ni dos veces, sino muchas veces. También es cierto que él ha tenido más libertad y suerte que sus antecesores. Antes de que mi linaje se dividiera en dos ramas, los Knive de antaño eran una temida amenaza para los Zou. Si supierais, muchacha, la cantidad de veces y de humanos malos que han golpeado y pisoteado a Alvion durante sus viajes y misiones individuales… la cantidad de veces que le han escupido e insultado… la cantidad de veces que él se ha vuelto a levantar, y a acercarse, y acercarse otra vez a ellos, desarmado, pacífico, para tenderles la mano… Una mano que sin duda podría volatilizarlos con un simple toque del dedo meñique… Una idea completamente impensable para Alvion.

—No lo consigo, monk Knive. No soy capaz de entender cómo puede existir alguien así. Alguien que nunca siente odio aunque le den todos los motivos.

—Hay una razón detrás de eso —sonrió el monje—. Una hermosa razón. Mas es un secreto.

La joven aprendiz frunció el ceño, confusa. No estaba segura, pero monk Knive lo dijo como si él fuera el único en el mundo en saber ese secreto, incluso a espaldas del propio Alvion.

—Bueno, ¿y qué sigue? —le preguntó el hombre, retomando la conversación de antes.

—Oh, sí… Pues verá. Alvion estaba sujetando como buenamente podía al paciente, porque este quería venir hasta nosotros violentamente, cuando pareció darle alguna molestia en la cabeza. Cerró los ojos con fuerza. No soltó al paciente, pero era como si otra cosa estuviera distrayendo a Alvion. Entonces nos pidió que nos encargáramos del paciente, que acababa de detectar un brote grave de majin.

—¿Dijo de qué iris?

—No, sólo dijo que necesitaba un momento para concentrarse en eso, parecía urgente. Mientras los otros monjes se llevaban al paciente a otro lado para calmarlo, acompañé a Alvion a sentarse en un banco del pasillo. Estuvo como 20 minutos sin abrir los ojos, yo lo veía tenso, luchando dentro de su mente.

—¿20 minutos? —repitió monk Knive, tan sorprendido por ese dato que se paró de golpe en medio de las últimas escaleras de piedra beige de la Torre Mayor.

La joven asintió con la cabeza. Entonces monk Knive, mirando para otro lado, tuvo una leve sospecha.

—No sé qué estaba pasando, monk Knive, pero Alvion estaba haciendo unos esfuerzos muy grandes, se notaba que le estaba costando mucho solucionar ese problema. Al final lo consiguió y respiró más tranquilo, pero, al levantarse del banco, se desplomó contra el suelo. No estaba desmayado, pero sí exhausto. Llamé corriendo a monk Squal, ya que es tan grande y musculoso, y pudo cargar con él en brazos sin problema. Lo fue a llevar a la enfermería, pero Alvion le pidió que lo dejara en su despacho, que sólo necesitaba descansar y estar solo un rato. Por eso… no sé si usted debería…

—Tranquila, Radha —dijo el monje, parándose a las puertas de doble hoja del despacho, y se giró hacia ella con una sonrisa—. Son muchos años ya lidiando con la terquedad del anciano. Gracias por informarme de todo. Si no os importa…

—Claro —entendió ella, y se despidió con una respetuosa inclinación—. Buenas noches, maestro.

La muchacha se marchó y monk Knive entró en el despacho después de dar un aviso con los nudillos. Cerró la puerta tras él y se quitó su sombrero negro de copa por respeto. Se echó hacia atrás sus cabellos castaños ondulados.

Encontró a Alvion en medio de un ritual de relax. Estaba tumbado sobre un diván, allá en la zona del despacho que era una semicircunferencia de ventanales alargados entre arcos de piedra, y cerca del embriagador Árbol de Lixue, emitiendo su pura luz blanca a veces con reflejos de colores a través de sus hojas con forma de plumas caídas hacia abajo y su retorcido tronco rojizo.

Estaba descalzo, y con las telas de su kimono cayendo desperdigadas por los bordes del diván, igual que los largos mechones de su cabellera blanca, llegando hasta el suelo. Tenía el rostro completamente tapado bajo un trapo blanco húmedo. Como estaba con un brazo doblado contra el respaldo y con los dedos de la mano estirados y apoyados en su frente para sujetar el trapo, el monje supo que no estaba dormido.

Al lado del diván había una mesilla de madera, con un pequeño cuenco en su centro, que desprendía un vapor o humo azulado. Olía por todo el despacho como un incienso. Alvion estaba quemando las hojas secas de una de las típicas y raras plantas de los Zou, a modo de aromaterapia relajante. Pero para un humano era un poquito intenso.

—¡Cogh! Abrid al menos una ventana… —comentó monk Knive, abanicando con el brazo entero de un lado a otro, y se fue ahí a la semicircunferencia a sentarse en la mesita del té, la misma en la que se sentaron Denzel y Leander Zou hace tres siglos y medio.

—Deberías estar durmiendo, Viggo —se oyó la voz cansada y paciente de Alvion bajo el trapo—. Pareces mi niñera.

—Prefiero llamarlo “amigo” —discrepó tranquilamente, cogiendo unas uvas del frutero que había sobre la mesa—. Y como amigo os insisto en que sois vos quien más necesita pasar una noche de al menos 8 horas de sueño como hace la gente normal.

Alvion se apartó el trapo de la cara y giró la cabeza, solamente para lanzarle una mirada incrédula.

—Os recuerdo que sois 50 % humano —añadió el monje.

—Es el otro 50 % lo que me aleja a años luz de ser “normal”.

—Pero no sois inmortal.

—Me lo recuerdan mis huesos cada vez que subo escaleras.

—Si queréis resistir el mayor tiempo posible… —insistió el monje una vez más—… sólo os hace falta una noche de debido descanso. ¿Qué queréis, fenecer mañana mismo?

Alvion no dijo nada. Simplemente volvió a taparse la cara con ese trapo húmedo.

—Me han contado que otro paciente os ha vuelto a escupir y golpear. ¿Estáis bien?

—El paciente está más tranquilo. Sólo necesita descargar esa batería de ira y rabia con la que lleva cargando años de mala vida, hasta que se le agote, y esté abierto al cambio.

—Y vos tenéis que ser siempre el saco de boxeo —bufó, dejando salir un tono molesto, mirando el paisaje nocturno del valle a través de uno de los ventanales de su lado—. Después de tantos años, empiezo a pensar que os gusta.

—Me has descubierto. Soy sadomasoquista.

Monk Knive volvió a mirarlo, con una expresión de sorpresa, y casi se le escapó una risa.

—¿Vos, haciendo bromas? Bastante sufren mis compañeros los monjes, cada vez que os ven así, dejándoos maltratar por un insolente criminal humano, sin alzarle la voz, ni la mano.

Alvion permaneció callado, relajado bajo el trapo. Monk Knive chistó con la lengua con fastidio. Sin embargo, reflexionó sus palabras, las mismas que le había estado diciendo a la joven Radha rato antes. No tenía más que recordar que Alvion había tratado personalmente con unos dos mil criminales humanos a lo largo de casi un siglo de su mandato, de esos que parecían no tener remedio. Y había conseguido que el 77 % de ellos abandonaran la vida criminal y que su Yang interior superara su Yin de manera genuina.

Tras lograr la reforma, antes de volver a soltarlos en la sociedad, se les borraba la memoria solamente del Monte Zou y de las personas que había visto ahí, y se les modificaba un poco, haciéndolos creer que habían estado en una clínica mental, o un reformatorio o una especie de prisión pagando por sus crímenes. No se les borraba la experiencia, el aprendizaje. Eso ya se les quedaba dentro para siempre. Y por eso, pasar de ser malas personas a buenas personas era una transformación real.

Algunos llegaban a preguntar por qué a estos criminales no les borraban de la memoria directamente sus traumas o los motivos que los llevaron a elegir la mala vida y con ellos sus crímenes. Alvion decía que eso era como matarlos y convertirlos en otras personas nuevas. Personas nuevas que, de vuelta a la sociedad, si se topaban nuevamente con esos motivos, volverían a hacerles caer en la mala vida, repitiendo entonces el problema.

El aprendizaje era la clave del auténtico cambio. Esos criminales no olvidaban sus demonios interiores, sus crímenes y traumas; aprendían a superarlos y controlarlos y no viceversa, de modo que, si la vida volvía a plantarles una tentación o un motivo para volver a caer, ellos, esta vez, sabrían evitarlo, eligiendo permanecer en el bien por sí mismos.

¿Qué importancia tenían entonces unos escupitajos, golpes y humillaciones, comparados con el milagro final? Era lo único que le importaba a Alvion.

—Me han informado también… —continuó hablando el Knive—… de que os ha venido la señal de un brote grave de majin de algún iris del mundo. Maese Alvion… —se levantó de la silla y se acercó a él, para quitarle el trapo de la cara y mirarlo a los ojos—. ¿20 minutos? —le preguntó con un claro tono incrédulo, y preocupado.

—Tengo 110 años —se excusó.

—Por favor —rechistó el monje—. Calmar un majin de cuarto, quinto o sexto grado, lo habéis hecho miles de veces, y jamás os lleva más de 3 minutos. No me hagáis creer que la vejez es culpable de minar vuestro poder mental. Bien sabemos que vuestro cuerpo de carne y hueso es lo único que se deteriora. Informadme, Alvion, ¿de quién se trataba? Por favor, decídmelo.

—Viggo. Tranquilo —le pidió el anciano—. Sé por qué estás tan preocupado. Pero no temas, no se trata de tu hijo. El pequeño Jannik por ahora va lidiando con su majin por sí solo. Le has enseñado bien.

El monje no pudo ocultarlo, dejó salir esa tensión que había estado conteniendo en una honda respiración de alivio.

—¿Entonces? ¿Quién os ha supuesto tanta dificultad? Dejadme estar al tanto. Lidiar con el majin de los iris también es mi trabajo.

El anciano, finalmente, dejó salir un suspiro resignado y se incorporó sobre el diván, con un poco de esfuerzo, lo que sus huesos le permitieron, y se quedó con los codos apoyados en las piernas, mirando hacia un rincón del despacho. El monje Knive descifró ese silencio y esa cara, aunque ya lo venía sospechando de todas formas.

—¿Estaba muy mal?

—Ha vuelto a ocurrir —murmuró Alvion.

—¿El qué?

—Mi conexión con su iris. Desapareció en medio del brote. Por eso he tardado tanto en aplacar el brote.

—¿Se rompió la conexión? —dijo perplejo—. Eso es que reactivó su Técnica de Desvío, entonces.

—No. No hizo eso. Y de todas formas no puede hacerlo en medio de un ataque de locura.

—Pero… es imposible, a no ser que su majin ya haya teñido de negro toda la energía blanca de su iris. No me digáis que…

—No. Sigue en el sexto grado, y su iris todavía tiene una persistente energía blanca. Pequeña, pero fuerte.

—¿Entonces? Mientras a su iris le quede aunque fuera un simple 1 % de energía Yang, no se puede producir una desconexión así porque sí.

—Es la cuarta vez que pasa desde que se convirtió en iris —masculló el anciano entre dientes, levantándose del diván, y caminó hacia los ventanales con forma de arco—. La primera, cuando Kei Lian lo trajo aquí e intenté la conexión por primera vez. Aquel Neuval de 10 años me repelió de manera inexplicable, y ni él pareció darse cuenta. La segunda, a sus 17 años, cuando casi perdió la vida en el hospital por esa herida letal. La tercera… cuando Ekaterina murió y él perdió completamente la cordura hace siete años. Y esta noche, de nuevo, ha debido de sufrir algún pico de pánico o estrés extremo. Y aun así… en ninguna ocasión dejó de ser un iris. Nunca se ha convertido en arki, nunca ha llegado a ese punto. Es como si en su mente hubiera algo más, algo capaz de romper mi conexión como si nada… algo que no encaja con ninguna de todas las teorías que llevo 45 años barajando.

Monk Knive se quedó unos segundos pensando en sus palabras, mirando al suelo. Pero de repente levantó la cabeza de golpe, arqueando una ceja.

—¿Cómo que lleváis 45 años teorizando tal misterio? Si Neuval se convirtió en iris hace 35 años, maese —le dijo, pensando que se había confundido con los cálculos.

Alvion se giró un poco, mirándolo por encima del hombro.

—Antes de Neuval, ya hubo un iris… con quien también tuve esos mismos problemas de conexión.

—Ah… Cierto —asintió Knive, recordando ese dato, sabiendo que era un tema delicado—. ¿Creéis que el hecho de que Neuval tenga eso en común con él es una casualidad?

—No lo sé. Pero son tan idénticos en tantas cosas…

—¿Tenéis pensado contárselo a Neuval algún día? Ni siquiera se lo habéis contado a Kei Lian.

—No. Está terminantemente prohibido revelarle a nadie quién fue un iris o dejó de serlo. Por seguridad, y por respeto.

—Pero… tal vez saberlo ayude a Neuval a comprender mejor algunas partes de su trágica vida temprana.

—Ni siquiera yo he conseguido comprender qué diantres pasó realmente en esa pequeña familia de París hace 45 años —discrepó Alvion enseguida, sin disimular su rabia al respecto—. Por mucho que investigué, nada tenía sentido. Sólo sé que en un momento determinado comencé a sentir que me estaba metiendo en un asunto muy peligroso… incluso para mí. No, Viggo —negó con una respiración inquieta—. No creo que contarle eso a Neuval lo ayude en absoluto. Sólo le traería más dolor… y él ya ha tenido suficiente. Lo necesito centrado en aquello que mejor sabe hacer. Esa misión que le he encargado es bastante grave, las probabilidades de ese ataque terrorista en Tokio son muy altas y hay que evitarlo. Cumplir misiones, salvar al mundo, es lo que le hace feliz, y lo que le hace feliz lo mantiene sano y cuerdo.

Monk Knive no dijo nada por un rato. Caminó un poco por el despacho, y cogió una figurita de madera que había sobre un mueble para entretenerse.

—Si le contarais a Neuval eso… podría, quizá, hacer que su venganza perdiera todo el sentido. Y quizá, así, su majin sanaría solo.

—O lo empeoraría del todo —negó Alvion con rotundidad—. Hace ya muchos años que Neuval no piensa en su venganza. Él no es como los demás iris. Sólo quiere vivir… vivir como un hombre libre de su pasado. Cumplir misiones emocionantes con su KRS, estar con sus hijos, seguir inventando cosas increíbles en Hoteitsuba para el mundo… seguir sacándome de quicio como el insufrible payaso anarquista que es… —añadió con un tono más desenfadado, dando media vuelta para dirigirse hacia su escritorio y sentarse en su silla para seguir trabajando.

El monje resopló, cesando su insistencia, pero conforme con la postura del Zou, confiando plenamente en que él sabía mejor que nadie qué era lo mejor para sus iris.

—Un cosa más —se puso el monje frente a su escritorio—. El paciente con el que estabais tratando esta noche… ¿No lo habíais sentenciado a muerte cuando vino aquí? Comprobasteis sus atroces crímenes y que sus posibilidades de mejora eran inexistentes, y que iba a ser un peligro irremediable para docenas de vidas inocentes en el futuro.

—La certeza se ha vuelto difusa.

—¿Cómo es eso? —se sorprendió el monje, y frunció el ceño—. La Hoti negra… ¿está dando datos contradictorios?

—Me temo que es una consecuencia lógica ante lo que está ocurriendo ahora mismo —asintió el anciano, mientras se ponía a ordenar unos papeles sobre su mesa.

—Entiendo. Es a causa del nudo latente en el que estamos viviendo ahora mismo —recordó Knive—. Entonces, hasta que el maestro Denzel no logre arreglar el nudo latente en la Corriente del Tiempo, regresando a sus hijos a su época pasada, los datos que recibimos de la Hoti del futuro serán inciertos, imprecisos, incluso sobre la vida de un simple criminal humano que no tiene que ver con nada.

—El conocido efecto mariposa. Por eso, ya no sé si este paciente tiene posibilidades de cambio o no, pero, hasta que se arregle el nudo y la Hoti negra lo vuelva a confirmar, lo voy a tratar como si sí las tuviera. Por si acaso. Así será con el resto. No podemos confiar en la Hoti negra mientras este tiempo presente tenga un nudo sin resolver.









32.
Desconexión

Haru se encontraba otra vez tumbado sobre el capó de la furgoneta, aparcada en una calle tranquila y solitaria a la luz del escaparate de una tienda y de las farolas. Se estaba bebiendo un zumo de naranja de un brik con pajita, mirando las nubes oscuras del cielo. Se podría decir que él siempre tenía la cabeza en ellas, y de ahí le venía la inspiración para sus canciones. Pero procuraba no quedarse mucho tiempo en las nubes, temiendo que algún día pudiera perderse en ellas y olvidarlo todo y a las personas que quería, como le había pasado a la mente de su madre.

Oyó un ruido un poco más allá. Se incorporó y vio por fin a Neuval aterrizando en medio de la carretera de esa pequeña calle. Pero, al dar dos pasos, le fallaron las piernas y cayó de rodillas al suelo.

—Hostia… —Haru escupió el zumo y reaccionó al instante, corriendo hasta él, sujetándolo de un brazo—. ¿Qué ha pasado?

—Hah… tus amigos… —jadeó Neuval con dificultad, con la mano en la cadera ya manchada de rojo.

—Estaban cansados, se han pirado a dormir a un hotel. Me han dejado la furgo, estoy solo. ¿Qué cojones ha pasado? —preguntó impaciente, ayudándolo a caminar hasta la furgoneta—. ¿Dónde está tu hijo? ¿Está a salvo?

—Por ahora…

—¿Quién te ha herido?

—No más preguntas…

Eso fue una orden, así que Haru dejó de preguntar. Apoyó a Neuval contra el capó y le subió la camiseta para ver qué tipo de herida tenía y cuánta sangre estaba perdiendo. Reconoció enseguida una herida de bala, estando esta todavía dentro, pero no sangraba demasiado, y no parecía haberle alcanzado ningún órgano. Algo no le cuadraba. Esta herida de bala, para Fuujin, era de las más inofensivas que había recibido, pero se estaba comportando como si algo le retorciera de dolor, descontrolando su respiración, y la luz blanca de su ojo izquierdo no paraba de parpadear, caótica, inestable. Oía sus jadeos como si tuviera asma, y es que eso, en un Fuu, era imposible.

—¡¡Aaaahh!! —Neuval soltó un gran alarido repentino.

Haru se estremeció, el sonido de su voz había sonado escalofriante. Más que un grito de dolor, parecía contener rabia.

—¡Ah! —exclamó el chico al notar que Neuval le agarraba el brazo con tanta fuerza que estuvo a punto de rompérselo. Intentó sujetarlo de otra forma, y enderezarlo para meterlo en el vehículo, pero Neuval tenía todos los músculos del cuerpo tan agarrotados que parecía que iba a explotar—. Fuujin-sama, ¿¡qué te pasa!? —le sujetó de la cabeza para mirarlo a la cara, pero el hombre no paraba de moverla de un lado a otro—. ¿Es el dolor de la herida? ¡Conviértete en aire! ¡Neuval, transforma tu cuerpo en aire para que la bala caiga sola y después vuelve a hacerte de carne y hueso! ¡Sólo necesitas un instante, vamos! ¿Neuval? Responde, ¡di algo! ¿Estás aquí?

No. No había respuesta por su parte, estaba ido, algo iba mal. Haru procuró mantener la cabeza fría y encargarse de la situación. Sacó su teléfono móvil y llamó a su compañero Shokubutsu.

—Yagami, necesito tus dotes curativas. Tengo aquí a alguien herido de bala —decidió no decirle quién, ya que con lo de “No más preguntas”, intuyó que Neuval quería mantener este suceso lo más privado posible.

—“Haru, ¿qué ocurre? ¿Es una urgencia? ¿Dónde estás?”

—En Tokio.

—“Vale, no voy a poder ayudarte, ‘hermanito’. Estoy pasando unos días en el Monte Zou, haciendo un trabajo de investigación que me ha ordenado el maestro Pipi. Llama a Yako.”

Haru entonces colgó la llamada y llamó a Yako. Diez minutos después, ya estaba en el callejón de atrás de la cafetería, esperando, cargando con Neuval a la espalda, el cual seguía quejándose de algo, sin responderle el cuerpo, pero apretando las manos como garras, como si algo le quemara por dentro. Apareció una luz verde claro saltando veloz por encima de los edificios, y aterrizando en el callejón en dos segundos.

—Sígueme —le dijo Yako sin perder ni un segundo, sacando unas llaves, y abrió la puerta trasera de la cafetería.

Se metieron dentro, Yako encendió las luces y Haru dejó a Neuval sentado sobre un sofá, apartando la mesa a un lado. No hacía más que cerrar los ojos con fuerza, y apretar los dientes, y respirar erráticamente. A veces se tensaba y agarrotaba los dedos de las manos.

—Maestro, ¿puedes responderme? ¿Estás consciente? —le preguntó Yako, mientras sacaba de la mochila que había traído varios tarros con ungüentos y pastas vegetales. Pero Neuval no le respondió—. Súbele la camiseta, Haru, y mantenlo sujeto.

—¿Por qué está así? ¿Lo han envenenado o algo?

—¿Se ha enfrentado a una situación grave, de mucho estrés, o algo que le haya enfurecido?

—Lo siento, tronco. Antes de que dejara de responder, me ha ordenado discreción. Pero puedo decir que es muy probable que sí, algo lo ha alterado mazo, pero a tope.

—Mierda… —lamentó Yako, mientras cogía unas pinzas para sacar la bala; se agachó a la altura de Neuval y miró la herida, preparando las pinzas—. Vale, Haru, escucha. No es la herida de bala lo que le está torturando por dentro. Está teniendo un brote de majin. Pero necesito que no te asustes y me ayudes a mantenerlo bajo control, necesito sacarle la bala para poder cerrale la herida y que le deje de doler. El dolor no le está causando el brote de majin pero tampoco ayuda a apaciguarlo.

—Tienes suerte de que me haya fumado la cantidad suficiente de marihuana para no cagarme en los pantalones, porque estar aquí los dos solos sujetando con nuestras humildes manos el majin de Fuujin-sama es la definición más pura del terror.

—No estamos solos. Alvion debe de llevar todo este rato encargándose de apaciguar el brote a través de la conexión con su mente, por eso Neuval aún está resistiendo. Alvion está haciendo su parte y nosotros tenemos que cooperar, ¿de acuerdo? No temas, no permitiré que te pase nada.

—De acuerdo —suspiró Haru, centrándose en mantener al parisino lo más quieto posible sobre el sofá.

Neuval no había aguantado este inminente brote de majin ni cinco minutos. Volando de regreso a donde estaba Haru ya había empezado a perder la cabeza. Y todo por sufrir un enorme conflicto mental, donde su lado más humano intentaba obligarlo a volver a aquella vivienda en el ático de aquel edificio para llevarse a Yenkis cuanto antes de allí, y la racionalidad de su iris lo obligaba a ser lógico y aceptar que dejarlo allí era la mejor opción para ambos, eso si Yenkis de verdad había logrado evitar que Hatori sospechara de él o descubriera la luz de su ojo.

Su majin no había explotado por lo que había pasado, sino por la idea de lo que podría pasar. Sólo pensar, sólo imaginar, que Hatori descubría la luz en el ojo de Yenkis o que había husmeado donde no debía, y como consecuencia indudable no volvería a ver a su hijo nunca más porque el grupo de caza de Hatori lo había encerrado en el lugar más oculto del mundo para someterlo a evidentes torturas y experimentos… sólo pensar en ello le causaba la peor asfixia, y furia, y miedo. Si se enteraba de que Hatori le hacía algo de esto a Yenkis, esta vez la mitad de Japón no sería suficiente.

Yako intentó ya varias veces introducir las pinzas en la herida, pero su maestro no paraba de agitarse, cada vez más.

—No puedo, Yako, es demasiado fuerte… —resopló Haru.

—Algo no va bien… algo es diferente… —murmuró Yako, empezando a notar esta sensación por todo su cuerpo. Entonces se dio cuenta de que el aire que les rodeaba emitía una escalofriante vibración. No… no sólo el aire… toda la materia, los átomos.

«Alvion, ¿¡por qué tarda tanto!?» preguntó Yako mentalmente. «¿No lleva usted desde el primer momento intentando frenar su brote? ¡Neuval lleva así ya 20 minutos! ¡Lo ha hecho miles de veces! ¡Anúlele el majin de una vez, está sufriendo!».

«“¡Silencio, niño! Me desconcentras…”» respondió la voz del anciano en su cabeza. Yako se sorprendió, porque notó en la voz del anciano que él también estaba teniendo dificultades para apaciguar el brote.

«Alvion…» insistió Yako, sin poder evitar sacar un viejo temor. «Se siente como hace siete años… cuando él…».

«“Escucha, muchacho. Si en dos minutos no ves que la situación mejora, agarra a tu compañero y alejaos, marchaos de la zona. Llegaré ante él personalmente a la velocidad de la luz y me lo llevaré lejos, pero bajo ningún concepto debes permitir que ese iris que está contigo salga perjudicado. Dame ese tiempo, intentaré reconectarme a él una última vez, no bajes la guardia”».

—Ven, Haru —Yako dejó las pinzas a un lado, agarró al joven músico y se apartaron una distancia.

—¿Y su herida?

—Aguarda.

Neuval seguía agonizando. Al final cayó del sofá al suelo. Yako no soportaba verlo sufrir así. Odiaba esa enfermedad, odiaba el majin con todas sus fuerzas. Sin embargo, reparó en algo que acababa de escuchar. “Intentaré reconectarme a él una última vez”, le había dicho Alvion. «¿Qué? ¡Eso quiere decir que ha perdido la conexión con el iris de Neuval! ¡Pero eso es imposible! ¡Sólo una causa puede romper la conexión de un Zou con un iris, y es que este haya alcanzado el séptimo grado de majin! Neuval está en el sexto, pero no ha llegado al séptimo. Si hubiera llegado al séptimo, no estaría todavía padeciendo este ataque de locura. La señal de haber llegado al séptimo grado es alcanzar un nuevo estado mental racional, tranquilo, controlado y estable de forma permanente, y con nuevos valores malignos contrarios al iris. Neuval aún está luchando… y eso es señal de que sigue en el sexto grado, y que su conexión con Alvion debería seguir intacta. Si Alvion de verdad se refería a que la ha perdido... ¿qué cosa imposible lo ha causado?».

—Yako, tranquilo, tu abuelo lo solucionará, una vez más —le dijo Haru al notarlo angustiado—. Nunca es agradable ver a Fuujin-sama ni a ningún otro compañero sufrir este tipo de brotes, pero siempre se acaban solucionando.

—Oh, no… su herida… —señaló Yako—. ¡Le está saliendo más sangre!

—¡Espera! —lo frenó Haru del brazo.

Los dos se quedaron observando fijamente. Neuval de pronto había dejado de moverse tanto, estaba más quieto, tendido sobre el suelo. Su respiración se fue haciendo más estable. Pero luego ocurrió algo inexplicable. La única razón por la que la herida expulsó un poco más de sangre fue porque la bala se estaba abriendo paso de regreso por donde había entrado. Estaba saliendo por sí sola de la herida, como si el propio cuerpo de Neuval la estuviera expulsando. El pequeño proyectil cayó al suelo, y Yako y Haru vieron la cosa más extraña. La herida se cerró, y no quedó ni rastro de ella en la piel.

Neuval soltó un suspiro de alivio. Algo dentro de su mente calmó su furia, y dejó de luchar contra Alvion. Lo dejó entrar, como si pudiera de verdad darle permiso, y el Zou pudo al fin volver a conectarse a su iris.

Alvion procedió, pues, a aplacar el brote de majin.

Todo volvió a la calma. Pero Yako y Haru se miraron, con las mismas caras desconcertadas.

—¿Le acaba de desaparecer… la herida de bala? ¿Tu abuelo puede hacernos eso transmitiendo algún tipo de energía sanadora, o…?

—No. Ningún Zou puede hacer eso. Ya nos gustaría… —le aseguró Yako, y corrió a ayudar a Neuval a sentarse de nuevo en el sofá al ver que estaba recuperándose.

—Hahh… ¿Yako? —farfulló Neuval—. Qué mareo… ¿Qué ha pasado?

—Un pequeño brote de majin. Por eso no recuerdas nada.

—Ah…

—¿Pequeño? —masculló Haru, pero Yako le dio un codazo disimulado.

—Gracias, Haru… A los dos… Os debo una. Y gracias también al vejete. Sabía que no me fallaría —dio un largo suspiro, y se miró las manos manchadas de sangre, y luego se subió la ropa para mirarse la cadera—. Madre mía, ¡Yako! ¿Has usado una nueva planta de las tuyas? No me has dejado ni cicatriz.

Yako y Haru volvieron a cruzar una mirada silenciosa, de reojo. Todavía no entendían muy bien lo que habían visto. Y no estaban seguros de explicárselo a Neuval.

—Maestro, ¿va todo bien? —quiso saber Yako—. ¿A dónde has ido?

—Por favor, no… —Neuval se puso en pie, le posó una mano en el hombro y pasó de largo, dirigiéndose hacia la salida trasera del local—… no preguntes… No te preocupes. Necesito… Sólo necesito ir a casa, pensar y mantener la calma, y… que sea lo que Dios quiera…

Ni Yako ni Haru le insistieron, pero no por eso dejaron de estar preocupados, sobre todo cuando le oyeron hablando solo, diciendo cosas como “Katya, dame fuerzas… para no colgar a ese niño de un árbol de por vida en cuanto lo vea mañana…”.

Neuval le hizo un gesto a Haru, indicándole que se marchara con él a su casa en la furgoneta, ya que, esperando que la situación de Yenkis se zanjara sin más catástrofes y volviera a casa en la mañana, tenía que presentarle a Haru como su nuevo maestro.


* * * *


Los problemas en esa noche de sábado aún estaban lejos de acabar. En el Monte Zou, todo el valle dormía en una madrugada silenciosa y tranquila. Excepto los monjes que hacían turno de noche, en las salas de ordenadores del templo, conectados a todos los rincones del planeta, atentos a cada noticia, suceso, problema y misiones en curso que ocurrían por todo el globo, trabajando en seguir manteniendo la actividad de la Asociación en funcionamiento, una actividad que era estrictamente continua.

Al menos ellos hacían turnos para descansar, dormir, comer… El Zou que los dirigía no tenía ese lujo. Si tuviera a otros Zou a su lado repartiendo el trabajo, quizá. Pero Alvion se mantenía al pie del cañón, cargando con el peso por decimoséptimo año consecutivo. Cuando Yeilang tenía 16 años, fue cuando ya comenzó a ayudarlo y a tener un papel activo como Señor heredero. Y a pesar de que Yeilang se escaqueaba muchas veces a su cafetería de Tokio, siempre acababa haciendo un buen trabajo.

Un Zou podía sobrevivir sin comer o beber tanto tiempo que nadie había podido calcularlo, pero como mínimo un año seguro. Y sin dormir, el triple de tiempo que un humano. Aun así, incluso ellos tenían un límite, igual que tenían un tiempo límite de vida.

Alvion procuraba no pensar en eso, solamente en seguir cumpliendo su deber. Además, ya se lo dijo a Yako. Ya habían hecho preparativos. La Asociación iba a seguir activa tras su muerte, si bien con un funcionamiento algo diferente. Denzel y los monjes de mayor rango se encargarían de todo.

Por supuesto, la ausencia de un Zou iba a dar la vuelta a muchas cosas. Los taimu y los monjes iban a tener que arreglárselas para poder detectar los nacimientos de iris en distintas partes del mundo, localizarlos y rescatarlos a tiempo. Aquellos con majin iban a tener que depender de tratamientos especiales a manos de los monjes expertos en eso, como monk Knive, más lentos e ineficaces que el poder de un Zou. Y las misiones de gran calibre que combatían los conflictos más graves que surgían por el mundo –terrorismo, bandas grandes de tráfico de personas, armas, órganos o drogas, tensiones bélicas entre países, etc.– iban a tardar mucho más en organizarse a manos de los monjes, por muy preparados o expertos que fueran, porque ni todos juntos podían compararse con el cerebro de un Zou, que trabajaba a una velocidad sin igual.

En cualquier caso, hoy estaba siendo una noche igual de dura que otras miles para Alvion, nada del otro mundo. Pero esto no era motivo para monk Knive para no preocuparse por él. No es sólo porque monk Knive fuera su mano derecha dirigiendo el templo y las tierras Zou, era también porque el monje mantenía una promesa. Su gratitud y admiración por Alvion eran infinitas, estaba en deuda con él de por vida. Y juró servirle a él y a su estirpe hasta el fin de sus días.

Por eso, el danés se había levantado de la cama y vestido rápidamente nada más llegarle la noticia de que Alvion había tenido un nuevo vahído hace un rato. Ahora mismo estaba recorriendo el templo apresuradamente en dirección a lo más alto de la Torre Mayor, que era donde estaba el despacho del Zou y el Árbol de Lixue, acompañado por una joven monje novata, una muchacha nepalí y aprendiz suya, que había estado presente durante el incidente.

—Repetídmelo una vez más, Radha. ¿Le vino la señal de un brote grave de majin antes o después de lidiar con el paciente?

—Durante, fue durante —trató de explicarle la joven, sin parar de caminar por los pasillos, y suspiró con paciencia—. A ver. Estábamos teniendo problemas con uno de los pacientes más recientes que hemos recibido, que se volvió agresivo y descontrolado en mitad de la noche. El problema no es que amenazara con matarnos en cuanto abriéramos la puerta de su celda, es que amenazó con quitarse la vida si no lo soltábamos, y empezó a darse cabezazos contra la pared como loco…

»Alvion vino para encargarse personalmente del paciente. Abrió su celda y trató de calmarlo. ¡Y no se puede imaginar usted qué rabia me dio, diantres! —no pudo evitar expresar la muchacha—. Ese desagradecido criminal humano, ya ha recibido la visita de Alvion cuatro veces antes. Alvion siempre dirigiéndole palabras amables y pacíficas, tratándolo como si fuera un amigo… y va ese tipo y empieza a gritarle, a atacarlo y a insultarlo una vez más… No podía soportar ver eso, monk Knive, ¡pero los otros monjes que estaban ahí no me dejaban intervenir! Ni siquiera cuando ese miserable le escupió en la cara a Alvion dos veces, ¡dos! Y le golpeó varias veces, y le dio patadas, y cuando Alvion volvió a acercarse a él con la mano extendida, el tipo lo atacó con arañazos y más golpes…

“Paciente” era el término con el que llamaban a aquellos criminales humanos que los iris habían capturado en alguna misión, y que, debido a su peligrosidad y a su impunidad ante la ley humana por falta de pruebas o ignorancia de las autoridades humanas, eran llevados al Monte Zou para cumplir una condena justa por el crimen que habían cometido y una reforma para cambiar a mejor. No una reforma de pasar unos meses haciendo manualidades o leyendo libros en la biblioteca. Una reforma real de la mente, para reducir su energía Yin y aumentar su Yang mediante el aprendizaje de valores y experiencias a los que los sometía Alvion. El fin no era obligarlos a ser buenos si querían ser liberados; era que ellos mismos eligieran el bien por genuino deseo.

La joven miró al monje Knive esperando que manifestara la misma indignación y rabia que ella, pero él seguía con su expresión serena de siempre.

—¡Monk Knive! ¿¡No le enfurece saber esto!? ¿Cómo puede Alvion dejar que un sucio criminal lo trate de esa manera? No le gritó, no lo detuvo ni se defendió en ningún momento, dejó que ese tipo siguiera dándole golpes en la cara, y escupiéndole e insultándolo… ¿Por qué los demás monjes no fueron a ayudarlo? ¿Por qué no me dejaron intervenir?

—Radha, todavía os quedan muchas cosas por entender de este trabajo. Hacedme un favor. Imaginad que vos vais por la calle y os encontráis con un perrito, un pequeño cachorrito escondido en un agujero de alcantarilla. Vos tenéis buen corazón, así que vais a rescatarlo, no lo podéis dejar ahí al pobrecito. Pero el perrito está asustado y es agresivo hacia vos. Os muerde cada vez que acercáis la mano, una, dos, tres… veinte veces. Os ladra, os repulsa, no entiende vuestra intención de ayudarlo, de sacarlo de ese agujero. Comparado con vos, el perrito es tan pequeño, y adorable, con un cuerpecito tan débil… ¿Os sentiríais ofendida, o indignada, o furiosa, porque el perrito insiste en atacaros?

—¡No! ¡En absoluto! Yo insistiría todo lo que hiciera falta hasta sacarlo de ahí, incluso si recibo alguno de sus insignificantes mordisquitos.

—¿Entonces reconocéis que, comparada con el perrito, sois una criatura enorme, superior, con un poder mil veces mayor?

La muchacha se quedó callada, dándose cuenta al fin de la comparativa que le estaba explicando su mentor.

—¿Por qué razón iríais a rescatar al perrito? ¿Qué sentís al verlo? —le preguntó monk Knive.

—Pues… no le mentiré, pero ese caso que describe sí que me pasó una vez. Solo que era un gatito en vez de un perrito. Cuando lo vi debajo de ese coche con tan mal aspecto y tembloroso… me generó lástima, y mucha ternura. Incluso cuando me arañaba y bufaba sin parar, no me importaba, porque sabía que él no entendía lo que yo pretendía. Yo sólo quería que se sintiera a salvo y querido. ¿Es así como Alvion ve a los criminales humanos… o a los humanos en general?

—Bueno, no es que Alvion nos vea como animalitos, en absoluto. Pero él es plenamente consciente de lo poderoso que es comparado a nosotros. Mas no malinterpretéis esto. En lo único en lo que Alvion se siente superior a los humanos es en las capacidades físicas, intelectuales y morales, porque esto es obvio. Pero no en lo demás.

—¿Lo demás?

—Alvion tiene todas las razones para sentirse como un dios entre humanos. O como un humano entre perritos pequeños. Pero él no se considera mejor ni peor que ellos, ni más valioso ni más importante, ni tampoco más merecedor de vivir en el mundo que ellos. De hecho, es al contrario. Alvion tiene la firme creencia de que este mundo pertenece a los humanos más que a nadie, que sus vidas son las más valiosas de todas, y que él solo es un invitado que ha venido a echar una mano a quienes más lo necesitan. Para él, la responsabilidad de haber nacido con un poder supremo no es para someter a la humanidad, sino para ser un poderoso sirviente de la humanidad.

—De los inocentes —corrigió Radha.

—No —recorrigió Knive—. Sus antepasados sólo pensaban en ayudar a los inocentes, sí… Pero él desarrolló desde niño un deseo que iba más allá, el de ayudar a todos los que fuera posible, sin importar el color de su energía predominante. Por eso su programa de reforma de malos humanos. No los puede dejar libres porque matarían otra vez a humanos inocentes o causarían nuevas tragedias, pero tampoco él quiere condenarlos a muerte sin más. Para Alvion, el enemigo no son los humanos malos. Es la energía Yin apoderándose de su débil, agotada, trastornada o corrompida voluntad. Lo que Alvion busca es ayudarlos a recuperar o fortalecer esa voluntad perdida o debilitada, para que la energía Yin no lo tenga tan fácil sobre ellos la próxima vez. Y no es una tarea nada fácil. Alvion no tiene éxito con todos. Es un idealista, pero no deja de ser realista cuando el mundo más necesita que lo sea. Y por eso hay un porcentaje de criminales irremediables a los que tiene que mandar ejecutar.

Radha volvió a quedarse callada, mirando con ojos asombrados a su mentor.

—Él es el único Zou que más ha salido de aquí, el primero en haber viajado por todo el planeta, no una ni dos veces, sino muchas veces. También es cierto que él ha tenido más libertad y suerte que sus antecesores. Antes de que mi linaje se dividiera en dos ramas, los Knive de antaño eran una temida amenaza para los Zou. Si supierais, muchacha, la cantidad de veces y de humanos malos que han golpeado y pisoteado a Alvion durante sus viajes y misiones individuales… la cantidad de veces que le han escupido e insultado… la cantidad de veces que él se ha vuelto a levantar, y a acercarse, y acercarse otra vez a ellos, desarmado, pacífico, para tenderles la mano… Una mano que sin duda podría volatilizarlos con un simple toque del dedo meñique… Una idea completamente impensable para Alvion.

—No lo consigo, monk Knive. No soy capaz de entender cómo puede existir alguien así. Alguien que nunca siente odio aunque le den todos los motivos.

—Hay una razón detrás de eso —sonrió el monje—. Una hermosa razón. Mas es un secreto.

La joven aprendiz frunció el ceño, confusa. No estaba segura, pero monk Knive lo dijo como si él fuera el único en el mundo en saber ese secreto, incluso a espaldas del propio Alvion.

—Bueno, ¿y qué sigue? —le preguntó el hombre, retomando la conversación de antes.

—Oh, sí… Pues verá. Alvion estaba sujetando como buenamente podía al paciente, porque este quería venir hasta nosotros violentamente, cuando pareció darle alguna molestia en la cabeza. Cerró los ojos con fuerza. No soltó al paciente, pero era como si otra cosa estuviera distrayendo a Alvion. Entonces nos pidió que nos encargáramos del paciente, que acababa de detectar un brote grave de majin.

—¿Dijo de qué iris?

—No, sólo dijo que necesitaba un momento para concentrarse en eso, parecía urgente. Mientras los otros monjes se llevaban al paciente a otro lado para calmarlo, acompañé a Alvion a sentarse en un banco del pasillo. Estuvo como 20 minutos sin abrir los ojos, yo lo veía tenso, luchando dentro de su mente.

—¿20 minutos? —repitió monk Knive, tan sorprendido por ese dato que se paró de golpe en medio de las últimas escaleras de piedra beige de la Torre Mayor.

La joven asintió con la cabeza. Entonces monk Knive, mirando para otro lado, tuvo una leve sospecha.

—No sé qué estaba pasando, monk Knive, pero Alvion estaba haciendo unos esfuerzos muy grandes, se notaba que le estaba costando mucho solucionar ese problema. Al final lo consiguió y respiró más tranquilo, pero, al levantarse del banco, se desplomó contra el suelo. No estaba desmayado, pero sí exhausto. Llamé corriendo a monk Squal, ya que es tan grande y musculoso, y pudo cargar con él en brazos sin problema. Lo fue a llevar a la enfermería, pero Alvion le pidió que lo dejara en su despacho, que sólo necesitaba descansar y estar solo un rato. Por eso… no sé si usted debería…

—Tranquila, Radha —dijo el monje, parándose a las puertas de doble hoja del despacho, y se giró hacia ella con una sonrisa—. Son muchos años ya lidiando con la terquedad del anciano. Gracias por informarme de todo. Si no os importa…

—Claro —entendió ella, y se despidió con una respetuosa inclinación—. Buenas noches, maestro.

La muchacha se marchó y monk Knive entró en el despacho después de dar un aviso con los nudillos. Cerró la puerta tras él y se quitó su sombrero negro de copa por respeto. Se echó hacia atrás sus cabellos castaños ondulados.

Encontró a Alvion en medio de un ritual de relax. Estaba tumbado sobre un diván, allá en la zona del despacho que era una semicircunferencia de ventanales alargados entre arcos de piedra, y cerca del embriagador Árbol de Lixue, emitiendo su pura luz blanca a veces con reflejos de colores a través de sus hojas con forma de plumas caídas hacia abajo y su retorcido tronco rojizo.

Estaba descalzo, y con las telas de su kimono cayendo desperdigadas por los bordes del diván, igual que los largos mechones de su cabellera blanca, llegando hasta el suelo. Tenía el rostro completamente tapado bajo un trapo blanco húmedo. Como estaba con un brazo doblado contra el respaldo y con los dedos de la mano estirados y apoyados en su frente para sujetar el trapo, el monje supo que no estaba dormido.

Al lado del diván había una mesilla de madera, con un pequeño cuenco en su centro, que desprendía un vapor o humo azulado. Olía por todo el despacho como un incienso. Alvion estaba quemando las hojas secas de una de las típicas y raras plantas de los Zou, a modo de aromaterapia relajante. Pero para un humano era un poquito intenso.

—¡Cogh! Abrid al menos una ventana… —comentó monk Knive, abanicando con el brazo entero de un lado a otro, y se fue ahí a la semicircunferencia a sentarse en la mesita del té, la misma en la que se sentaron Denzel y Leander Zou hace tres siglos y medio.

—Deberías estar durmiendo, Viggo —se oyó la voz cansada y paciente de Alvion bajo el trapo—. Pareces mi niñera.

—Prefiero llamarlo “amigo” —discrepó tranquilamente, cogiendo unas uvas del frutero que había sobre la mesa—. Y como amigo os insisto en que sois vos quien más necesita pasar una noche de al menos 8 horas de sueño como hace la gente normal.

Alvion se apartó el trapo de la cara y giró la cabeza, solamente para lanzarle una mirada incrédula.

—Os recuerdo que sois 50 % humano —añadió el monje.

—Es el otro 50 % lo que me aleja a años luz de ser “normal”.

—Pero no sois inmortal.

—Me lo recuerdan mis huesos cada vez que subo escaleras.

—Si queréis resistir el mayor tiempo posible… —insistió el monje una vez más—… sólo os hace falta una noche de debido descanso. ¿Qué queréis, fenecer mañana mismo?

Alvion no dijo nada. Simplemente volvió a taparse la cara con ese trapo húmedo.

—Me han contado que otro paciente os ha vuelto a escupir y golpear. ¿Estáis bien?

—El paciente está más tranquilo. Sólo necesita descargar esa batería de ira y rabia con la que lleva cargando años de mala vida, hasta que se le agote, y esté abierto al cambio.

—Y vos tenéis que ser siempre el saco de boxeo —bufó, dejando salir un tono molesto, mirando el paisaje nocturno del valle a través de uno de los ventanales de su lado—. Después de tantos años, empiezo a pensar que os gusta.

—Me has descubierto. Soy sadomasoquista.

Monk Knive volvió a mirarlo, con una expresión de sorpresa, y casi se le escapó una risa.

—¿Vos, haciendo bromas? Bastante sufren mis compañeros los monjes, cada vez que os ven así, dejándoos maltratar por un insolente criminal humano, sin alzarle la voz, ni la mano.

Alvion permaneció callado, relajado bajo el trapo. Monk Knive chistó con la lengua con fastidio. Sin embargo, reflexionó sus palabras, las mismas que le había estado diciendo a la joven Radha rato antes. No tenía más que recordar que Alvion había tratado personalmente con unos dos mil criminales humanos a lo largo de casi un siglo de su mandato, de esos que parecían no tener remedio. Y había conseguido que el 77 % de ellos abandonaran la vida criminal y que su Yang interior superara su Yin de manera genuina.

Tras lograr la reforma, antes de volver a soltarlos en la sociedad, se les borraba la memoria solamente del Monte Zou y de las personas que había visto ahí, y se les modificaba un poco, haciéndolos creer que habían estado en una clínica mental, o un reformatorio o una especie de prisión pagando por sus crímenes. No se les borraba la experiencia, el aprendizaje. Eso ya se les quedaba dentro para siempre. Y por eso, pasar de ser malas personas a buenas personas era una transformación real.

Algunos llegaban a preguntar por qué a estos criminales no les borraban de la memoria directamente sus traumas o los motivos que los llevaron a elegir la mala vida y con ellos sus crímenes. Alvion decía que eso era como matarlos y convertirlos en otras personas nuevas. Personas nuevas que, de vuelta a la sociedad, si se topaban nuevamente con esos motivos, volverían a hacerles caer en la mala vida, repitiendo entonces el problema.

El aprendizaje era la clave del auténtico cambio. Esos criminales no olvidaban sus demonios interiores, sus crímenes y traumas; aprendían a superarlos y controlarlos y no viceversa, de modo que, si la vida volvía a plantarles una tentación o un motivo para volver a caer, ellos, esta vez, sabrían evitarlo, eligiendo permanecer en el bien por sí mismos.

¿Qué importancia tenían entonces unos escupitajos, golpes y humillaciones, comparados con el milagro final? Era lo único que le importaba a Alvion.

—Me han informado también… —continuó hablando el Knive—… de que os ha venido la señal de un brote grave de majin de algún iris del mundo. Maese Alvion… —se levantó de la silla y se acercó a él, para quitarle el trapo de la cara y mirarlo a los ojos—. ¿20 minutos? —le preguntó con un claro tono incrédulo, y preocupado.

—Tengo 110 años —se excusó.

—Por favor —rechistó el monje—. Calmar un majin de cuarto, quinto o sexto grado, lo habéis hecho miles de veces, y jamás os lleva más de 3 minutos. No me hagáis creer que la vejez es culpable de minar vuestro poder mental. Bien sabemos que vuestro cuerpo de carne y hueso es lo único que se deteriora. Informadme, Alvion, ¿de quién se trataba? Por favor, decídmelo.

—Viggo. Tranquilo —le pidió el anciano—. Sé por qué estás tan preocupado. Pero no temas, no se trata de tu hijo. El pequeño Jannik por ahora va lidiando con su majin por sí solo. Le has enseñado bien.

El monje no pudo ocultarlo, dejó salir esa tensión que había estado conteniendo en una honda respiración de alivio.

—¿Entonces? ¿Quién os ha supuesto tanta dificultad? Dejadme estar al tanto. Lidiar con el majin de los iris también es mi trabajo.

El anciano, finalmente, dejó salir un suspiro resignado y se incorporó sobre el diván, con un poco de esfuerzo, lo que sus huesos le permitieron, y se quedó con los codos apoyados en las piernas, mirando hacia un rincón del despacho. El monje Knive descifró ese silencio y esa cara, aunque ya lo venía sospechando de todas formas.

—¿Estaba muy mal?

—Ha vuelto a ocurrir —murmuró Alvion.

—¿El qué?

—Mi conexión con su iris. Desapareció en medio del brote. Por eso he tardado tanto en aplacar el brote.

—¿Se rompió la conexión? —dijo perplejo—. Eso es que reactivó su Técnica de Desvío, entonces.

—No. No hizo eso. Y de todas formas no puede hacerlo en medio de un ataque de locura.

—Pero… es imposible, a no ser que su majin ya haya teñido de negro toda la energía blanca de su iris. No me digáis que…

—No. Sigue en el sexto grado, y su iris todavía tiene una persistente energía blanca. Pequeña, pero fuerte.

—¿Entonces? Mientras a su iris le quede aunque fuera un simple 1 % de energía Yang, no se puede producir una desconexión así porque sí.

—Es la cuarta vez que pasa desde que se convirtió en iris —masculló el anciano entre dientes, levantándose del diván, y caminó hacia los ventanales con forma de arco—. La primera, cuando Kei Lian lo trajo aquí e intenté la conexión por primera vez. Aquel Neuval de 10 años me repelió de manera inexplicable, y ni él pareció darse cuenta. La segunda, a sus 17 años, cuando casi perdió la vida en el hospital por esa herida letal. La tercera… cuando Ekaterina murió y él perdió completamente la cordura hace siete años. Y esta noche, de nuevo, ha debido de sufrir algún pico de pánico o estrés extremo. Y aun así… en ninguna ocasión dejó de ser un iris. Nunca se ha convertido en arki, nunca ha llegado a ese punto. Es como si en su mente hubiera algo más, algo capaz de romper mi conexión como si nada… algo que no encaja con ninguna de todas las teorías que llevo 45 años barajando.

Monk Knive se quedó unos segundos pensando en sus palabras, mirando al suelo. Pero de repente levantó la cabeza de golpe, arqueando una ceja.

—¿Cómo que lleváis 45 años teorizando tal misterio? Si Neuval se convirtió en iris hace 35 años, maese —le dijo, pensando que se había confundido con los cálculos.

Alvion se giró un poco, mirándolo por encima del hombro.

—Antes de Neuval, ya hubo un iris… con quien también tuve esos mismos problemas de conexión.

—Ah… Cierto —asintió Knive, recordando ese dato, sabiendo que era un tema delicado—. ¿Creéis que el hecho de que Neuval tenga eso en común con él es una casualidad?

—No lo sé. Pero son tan idénticos en tantas cosas…

—¿Tenéis pensado contárselo a Neuval algún día? Ni siquiera se lo habéis contado a Kei Lian.

—No. Está terminantemente prohibido revelarle a nadie quién fue un iris o dejó de serlo. Por seguridad, y por respeto.

—Pero… tal vez saberlo ayude a Neuval a comprender mejor algunas partes de su trágica vida temprana.

—Ni siquiera yo he conseguido comprender qué diantres pasó realmente en esa pequeña familia de París hace 45 años —discrepó Alvion enseguida, sin disimular su rabia al respecto—. Por mucho que investigué, nada tenía sentido. Sólo sé que en un momento determinado comencé a sentir que me estaba metiendo en un asunto muy peligroso… incluso para mí. No, Viggo —negó con una respiración inquieta—. No creo que contarle eso a Neuval lo ayude en absoluto. Sólo le traería más dolor… y él ya ha tenido suficiente. Lo necesito centrado en aquello que mejor sabe hacer. Esa misión que le he encargado es bastante grave, las probabilidades de ese ataque terrorista en Tokio son muy altas y hay que evitarlo. Cumplir misiones, salvar al mundo, es lo que le hace feliz, y lo que le hace feliz lo mantiene sano y cuerdo.

Monk Knive no dijo nada por un rato. Caminó un poco por el despacho, y cogió una figurita de madera que había sobre un mueble para entretenerse.

—Si le contarais a Neuval eso… podría, quizá, hacer que su venganza perdiera todo el sentido. Y quizá, así, su majin sanaría solo.

—O lo empeoraría del todo —negó Alvion con rotundidad—. Hace ya muchos años que Neuval no piensa en su venganza. Él no es como los demás iris. Sólo quiere vivir… vivir como un hombre libre de su pasado. Cumplir misiones emocionantes con su KRS, estar con sus hijos, seguir inventando cosas increíbles en Hoteitsuba para el mundo… seguir sacándome de quicio como el insufrible payaso anarquista que es… —añadió con un tono más desenfadado, dando media vuelta para dirigirse hacia su escritorio y sentarse en su silla para seguir trabajando.

El monje resopló, cesando su insistencia, pero conforme con la postura del Zou, confiando plenamente en que él sabía mejor que nadie qué era lo mejor para sus iris.

—Un cosa más —se puso el monje frente a su escritorio—. El paciente con el que estabais tratando esta noche… ¿No lo habíais sentenciado a muerte cuando vino aquí? Comprobasteis sus atroces crímenes y que sus posibilidades de mejora eran inexistentes, y que iba a ser un peligro irremediable para docenas de vidas inocentes en el futuro.

—La certeza se ha vuelto difusa.

—¿Cómo es eso? —se sorprendió el monje, y frunció el ceño—. La Hoti negra… ¿está dando datos contradictorios?

—Me temo que es una consecuencia lógica ante lo que está ocurriendo ahora mismo —asintió el anciano, mientras se ponía a ordenar unos papeles sobre su mesa.

—Entiendo. Es a causa del nudo latente en el que estamos viviendo ahora mismo —recordó Knive—. Entonces, hasta que el maestro Denzel no logre arreglar el nudo latente en la Corriente del Tiempo, regresando a sus hijos a su época pasada, los datos que recibimos de la Hoti del futuro serán inciertos, imprecisos, incluso sobre la vida de un simple criminal humano que no tiene que ver con nada.

—El conocido efecto mariposa. Por eso, ya no sé si este paciente tiene posibilidades de cambio o no, pero, hasta que se arregle el nudo y la Hoti negra lo vuelva a confirmar, lo voy a tratar como si sí las tuviera. Por si acaso. Así será con el resto. No podemos confiar en la Hoti negra mientras este tiempo presente tenga un nudo sin resolver.





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