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2º LIBRO - Pasado y Presente









37.
El maestro de Yenkis

Sacó su teléfono móvil del bolsillo del pantalón. Buscó algo en él, en la aplicación de chat; bajó hasta el final, donde había recibido un audio, pulsó play y sostuvo el aparato frente a ella, dejando que se oyera.

—“Viernes. Evie ya te lo explicará cuando la veas o te llame, pero te informo yo de antemano. Ha ocurrido un incidente en mi casa en la madrugada, un intruso se ha colado, pero no ha causado daños y no ha puesto en peligro a Evie ni a su amigo en ningún momento. Ambos están bien. Todo está en orden ahora, pero he de encargarme personalmente de averiguar lo sucedido. Los dos niños regresarán a casa en un vehículo oficial escoltados por dos subordinados míos por la mañana.”

La voz del mensaje terminó ahí, sin más. Después de eso, fue a otro chat y reprodujo uno de los últimos audios.

—“Viernes, ¿por qué no respondes mis llamadas y mensajes? Estás muy desaparecida desde el funeral de tu padre. Llevo días intentando comunicarme contigo, pero ahora sí que necesito que contestes, con urgencia.”

El mensaje terminó ahí, y reprodujo el siguiente, recibido unos minutos después.

—“¡Te lo digo en serio, responde al teléfono! Sé que no estás en ninguna misión ahora. Lo siento, pero he tenido que meter las narices y lo he comprobado usando a Hoti. No estás ocupada con nada, ni con una misión inferior, ni superior, ni tampoco con tu trabajo humano en tu oficina tal como tu marido e hija siguen creyendo. ¡Y estás despierta ahora, oyendo esto justo después de enviártelo! Sé que estás recibiendo todos mis mensajes, ¡y sé que Hatori ya te habrá llamado o escrito contándote algo! ¡Tenemos que hablar ahora!”

Terminó ahí el audio, y entonces reprodujo el último mensaje.

—“¿¡Qué demonios pasa contigo!? ¿¡Tienes idea de lo que ha pasado!? ¿¡De lo que casi llega a pasar!? Es imposible, ¡imposible que mi hijo haya sido invitado a la casa de tu hermano sin que tú lo supieras y lo aprobaras! ¡Eres tú quien lo ha permitido en primer lugar! A mí Yenkis me ha mentido, ¡pero si tu hija invita a mi hijo a ir juntos a la casa de Hatori, Evie primero te pide permiso, por lo que tú has sido la primera en saberlo, en informar a Hatori y permitirlo! ¿¡Por qué coño lo has permitido, Viernes!? ¡A mi hijo le brilla un maldito ojo y lo has enviado a la casa de un puto Cazador! ¡Quiero una explicación! ¡Ha podido ocurrir una desgracia, ¿entiendes?! Si tienes algo contra mí, ¡sabes que nuestras familias son sagradas, joder! No tocamos a los nuestros, no tocamos a los inocentes. Algo raro pasa contigo… Y sabes a qué me refiero… No me hagas creer que has caído, ¡cualquiera menos tú! Es obvio que Alvion no está pudiendo detectarlo, no sé por qué, así que te lo ruego, Viernes, para, frénalo, lucha contra el maldito majin. Si estás teniendo un largo brote desde hace días, pide ayuda ya, antes de que sea irreversible, por favor. No podemos perderte a ti ahora. Si te conviertes en arki, o si alguno de mis hijos vuelve a correr peligro o a salir perjudicado por tus acciones… ya no importará el aprecio, el respeto y la admiración que te tengo como iris… Te despedazaré.”

Se hizo el silencio en toda la ruinosa sala principal de la mansión abandonada. Sólo se oía el zumbido del generador eléctrico que habían instalado en un rincón, para colgar algunas bombillas por las viejas y agrietadas vigas de madera del techo. Al otro lado de los ventanales, empezaba a aclararse el cielo, pero la cantidad de maleza y enredaderas de la fachada exterior apenas dejaba entrar la luz natural.

Viernes volvió a guardar el móvil en su bolsillo y esperó ahí de pie, frente a la larga mesa de comedor. Frente a ella, sentado con las botas sobre la mesa, Izan se columpiaba lentamente con los ojos cerrados. Pero entonces los abrió, se sentó correctamente y la miró, apoyando los codos sobre la mesa.

—¿A qué hora los recibiste?

—De madrugada, entre las tres y las cuatro.

—¿Qué hora es ahora?

—Las 8 de la mañana.

—Hmm… —se tocó el aro de su labio inferior—. Brey se estará despertando ahora mismo para ir a su misión con Drasik. ¿No te parece irónico lo sosegado y racional que sonaba Hatori el humano explicándote lo sucedido y lo desquiciado y colérico que sonaba Neuval el iris?

—Tú has crecido con él, ya debes de saberlo. Siempre se ha puesto así cuando se trata de los suyos. Siempre ha sido más emocional que otros pese a tener un iris poderoso.

—Sí, ¿verdad? Supongo que eso es lo que pasa cuando sólo la mitad de ti es iris y la otra mitad es una historia aparte. Pero ahora había algo diferente en su voz, diferente a los otros muchos cabreos comunes que ha tenido. ¿Lo has oído?

—He oído una distorsión. ¿No es cosa del micrófono de su móvil o de mi altavoz?

—No… —sonrió Izan, mirando hacia el techo y apoyando la barbilla en una mano—. Su voz… casi le sale su verdadera voz. Me ha dado escalofríos, ¿a ti no? Pero también había un sonoro desaliento… una desesperación… a un milímetro de quebrarse algo insano y terrible en él. Su iris… está fallando.

—Entonces ha funcionado. Se está desmoronando, está acumulando cada vez más hartazgo, estrés…

—Ha salido mejor de lo que esperaba. Porque no ha sido sólo el gran disgusto de enterarse de que Yenkis le ha mentido y que se ha puesto a sí mismo en una situación gravísima. Parece ser que se enteró en medio de la noche de que el chico estaba en la vivienda de Hatori y que fue a buscarlo allí directamente. Me pregunto qué habrá pasado exactamente, pero parece que Hatori y Fuujin han tenido algún breve encontronazo en el intento de este de buscar a su hijo allí. Por lo visto se ha librado de ser pillado y no ha ocurrido mayor problema con Yenkis. Sea lo que sea… Neuval ha recibido algo más que un disgusto. Está rozando su límite.

—¿Tenemos que seguir provocándole?

—Sólo un poco más. No hace falta que tú hagas nada. Ya el solo hecho de ignorar sus llamadas y mensajes lo está desquiciando.

—¿Y qué pasa ahora con las dos taimuki y la hija de Raijin?

—Nada. Están durmiendo ahora, dejémoslas descansar. Ya he organizado los turnos de vigilancia con tus chicos. ¿Quién más dices que te vio?

—Solamente Sakura, Drasik y Kyosuke.

—Entonces es cuestión de horas que Pipi y Neuval se enteren y discutan qué hacer. Da igual lo que indaguen, investiguen o vayan descubriendo. Eso es inevitable. Deberemos tener el triple de cuidado con ellos, pero al mismo tiempo seguir con los planes.


* * * *


El móvil de Neuval sonó por vigesimoquinta vez desde la madrugada. El aparato estaba en el suelo, casi debajo del sofá. Una mano pesada cayó sobre él y lo agarró al tercer intento. Tumbado sobre el sofá, Neuval entreabrió los ojos y miró el mensaje que acababa de recibir. Era Yenkis, diciéndole que ya lo estaban trayendo a él y a Evie de vuelta a casa. Pero no los estaba llevando Hatori, sino dos agentes, en un vehículo oficial, ya que, al parecer, Hatori se había ido temprano a una reunión.

El ministro de Interior… reuniéndose bien temprano en la mañana… de un domingo… después de haber disparado y casi capturado al iris más importante del mundo actual en su propia casa…

Neuval sabía que podía estar jodido. Aunque en realidad había muchas probabilidades de que no. No todavía. Sin una cara, una identidad, una prueba siquiera, Hatori no tenía nada. Podía reunirse con sus agentes dentro del grupo de Cazadores todo lo que quisiera, y doblar la vigilancia en las calles y las investigaciones sobre rastros de actividad iris todo cuanto quisiera. No tenía nada. Solamente el disgusto, carcomiéndole, y la rabia de haber dejado escapar lo que toda su vida llevaba soñando cazar. Cuando se le pasara el berrinche, Hatori volvería a calmar las aguas. Mientras tanto, Neuval debía seguir manteniendo un perfil bajo, como Lao le dijo la semana pasada, después de que Alvion le comunicara mentalmente que, aunque no parecía estar logrando nada, Hatori no parecía tener intención alguna de rendirse con la investigación de la masacre del callejón.

Volvió a dejar caer el brazo por el borde del sofá y soltó el móvil de nuevo, dejándolo por ahí tirado. Volvió a cerrar los ojos. Se oía una melodía de guitarra, al otro lado del dulce humo que flotaba por todo el salón. Haru estaba igual, tendido sobre una butaca, con la cabeza colgando hacia atrás, mientras rascaba las cuerdas de la guitarra que reposaba sobre él.

Pasó otro rato. No supo cuánto. Ahora mismo no le importaba. Entonces, sonó el timbre de casa. Le costó reaccionar, y por eso el timbre fue tocado una segunda vez. De nuevo dejó caer el peso de su brazo; agarró el móvil del suelo; dejó caer una pierna y, con enorme lentitud, se fue poniendo en pie.

Fuera, al otro lado de la puerta de entrada, Yenkis aguardaba nervioso, agarrando entre sus manos el asa de su mochila. Hizo ademán de tocar el timbre por tercera vez, pero no se atrevió. Llevaba horas sin parar de pensar en ello, de preguntarse si su padre estaría bien, si aquel disparo llegó a alcanzarlo o no, si seguía furioso con él, si le abriría la puerta de casa o lo desterraría para siempre.

Desde que Neuval logró huir de Hatori, Yenkis no había parado de escribirle mensajes, informándole con todo detalle de dónde estaba, qué hacía, que si seguía en casa de Hatori, que si todo estaba bien con él y con Evie, que si a Hatori se le veía alterado pero fingía normalidad delante de ellos, que si se había encerrado varias veces en su habitación para hablar con gente por teléfono mientras él e Evie desayunaban, que si dos agentes de policía acababan de presentarse en el piso y que Hatori les ordenó llevar a ambos niños escoltados a casa mientras él se iba a una reunión a la comisaría…

Yenkis había procurado hacerle saber todo, con todo detalle, todo el rato sin parar, pensando que así su padre se iría quedando tranquilo. Pero no sabía si eso era así, ya que Neuval solamente le había respondido a su primer mensaje en la madrugada, diciéndole que estaba bien y que lo esperaba en casa por la mañana. Desde entonces, pasó el resto de la noche y del amanecer sin recibir más señales de su padre. Sabía que le estaban llegando sus mensajes y que los estaba leyendo. Así que, a Yenkis le angustiaba comprender que, por primera vez en su vida, su padre le estaba ignorando completamente, porque estaba furioso hasta ese punto.

Giró la cabeza y miró hacia la casa de al lado, la casa de Evie. La había acompañado hasta su puerta, donde su padre Iori los había recibido preocupado diciendo que Hatori ya le había informado del incidente de madrugada. Pero Evie lo tranquilizó diciendo que no había pasado nada y que habían estado seguros y a salvo con Hatori en todo momento. Iori la abrazó aliviado, e invitó a Yenkis a pasar si quería. Pero el chico le dijo que debía irse a su casa.

A lo mejor, habría sido buena idea aceptar la invitación del padre de Evie y estar ahora con ellos, en un ambiente agradable y tranquilo, para así evitar la terrible tormenta que Yenkis pensaba que estaba a punto de caerle encima.

Pero, entonces, se abrió la puerta por fin. Yenkis se quedó mudo al instante. Su padre apareció ahí, apoyando un brazo contra el marco de la puerta como si le pesara el cuerpo, vistiendo con el mismo chándal negro de ayer –aunque se había cambiado la camiseta blanca de debajo, ya que la de anoche quedó ensangrentada con el agujero de bala, y la había incinerado directamente–. Llevaba la capucha de la sudadera medio puesta, dejando ver parcialmente su cabello totalmente despeinado, y la barba desaliñada. Y tenía los ojos algo enrojecidos, entrecerrados. Teniendo en cuenta que el color de sus iris era de un gris casi blanquecino, rodeados de ese rojo sangriento parecían los ojos de un vampiro o un demonio.

Yenkis tragó saliva, nunca lo había visto con ese aspecto tan… horrible. Parecía un drogadicto de la calle. Por un momento, vio a su padre mirar de reojo hacia la casa de al lado, con aire receloso. Yenkis supo que se estaba asegurando de que ya no había por la zona ningún policía ni subordinado de Hatori. Pero luego volvió a mirar al chico, con absoluta inexpresividad. Y sin decir nada. Al muchacho le aumentó la angustia, pensando que el rojo de sus ojos era fruto de la ira.

—Ahm… ¿Por qué huele tan raro dentro de casa? —preguntó Yenkis.

Por un momento, Neuval reprimió una mueca de sorpresa, como si acabara de percatarse de ese detalle. Enseguida le brilló el ojo izquierdo y, agarrando a Yenkis de un hombro para apartarlo a un lado, hizo que de repente saliera por la puerta un gran vendaval, sacando todo ese humo al exterior hasta no dejar ni un rastro del delito dentro de la casa. Y como si nada hubiera pasado, volvió a colocar a Yenkis donde estaba. De nuevo apoyó un brazo en el marco y se quedó mirando al chico fijamente, sin decir nada. Yenkis se dio cuenta de que no lo estaba dejando entrar en casa, seguramente porque esperaba oír primero sus disculpas en persona, porque las 25 disculpas en los 25 mensajes que le había enviado no le valían.

—Ehm… Me alegro de ver que estás bien —dijo el chico tímidamente—. ¿Eso significa que no recibiste el disparo? Menos mal, porque creía que Hatori te había…

Neuval seguía callado, mirándolo seriamente.

—Y… bueno… yo… Lo siento de verdad, papá. No esperaba que fuera a torcerse tanto… Perdón por haberte mentido. No lo volveré a ha-…

—El dispositivo —le interrumpió su padre, tendiéndole una mano.

—Eh… ¿Qué?

—Lo que quiera que hayas construido para hackear a Hoti. Dámelo.

—Bueno, en realidad nunca he logrado hackearla…

—Dámelo. Ahora.

Yenkis se estremeció un poco ante la grave voz de su padre. Se preguntó cómo sabía lo del cubito. Quizá es que Hoti todavía superaba sus conocimientos de programación y había acabado reconociendo la existencia del dispositivo a raíz del intento de hackeo que Yenkis perpetró la otra noche cuando quería salir de casa y Hoti no le dejaba, obligándolo entonces a salir por la ventana de su cuarto para ir a ver a Evie.

No tenía más remedio que obedecer. Sacó el cubito de su mochila y se lo dio. Neuval lo cogió y lo observó unos segundos. Ahora no tenía ganas de ponerse a analizarlo, así que se lo guardó en el bolsillo de la sudadera.

—Por favor, no me lo rompas —le rogó Yenkis—. Hazle lo que quieras, pero no me lo rompas. Le metí bastante programación de mamá… Me costó mucho…

Neuval volvió a quedarse en silencio mirándolo seriamente. Pero después dio media vuelta, para adentrarse de nuevo en la casa.

—E… Espera… —lo detuvo Yenkis, contrariado; la tormenta que esperaba, no parecía llegar—. ¿No vas… a preguntarme nada sobre…?

No terminó la pregunta, pero Neuval sabía que se refería a las preguntas evidentes que cualquiera en su situación le haría hasta la saciedad. ¿Para qué había usado ese dispositivo? ¿Qué había hecho con él en la casa de Hatori? ¿Cómo había acabado exactamente caminando por la cornisa? Neuval no hacía más que mirarlo por encima del hombro, callado, medio tapado con su capucha y ojos cansados, que poco a poco dejaban de estar rojizos. Y ese silencio empezó a desquiciar a Yenkis. ¿Por qué su padre no le hablaba, por qué no le regañaba, por qué no le hacía preguntas sobre la grave situación en la que lo había encontrado?

—¿Por qué no dices nada?

—Entra de una vez. Tengo que presentarte a alguien —dijo Neuval con tono pasivo, dándole la espalda otra vez.

—¡Papá! —insistió Yenkis; se metió en casa, dejó su mochila en el suelo y corrió a ponerse delante de él, cortándole el paso—. ¿Por qué no quieres hablar conmigo? Me he pasado horas pensando cómo explicarte todo. Estoy dispuesto a explicártelo. ¿Tan enfadado estás que no me has respondido a los mensajes y ahora no quieres hablarme?

—No estoy enfadado, Yenkis.

Su voz sonó igual de apagada que su actitud. Yenkis hizo un gesto impaciente de incomprensión, pero cuando fue a preguntarle qué demonios le pasaba, fue cuando se dio cuenta. Por un momento, dejó de mirar la superficie y, con su iris, vio lo que realmente le estaban diciendo todos esos signos que había estado pasando desapercibidos. Su comportamiento, su tono de voz, y sobre todo su mirada.

No era enfado. Yenkis sintió un gran peso cayendo sobre él. Su padre le interrumpió antes, cuando Yenkis le estaba diciendo que no volvería a mentirle, le cortó la frase antes de terminarla. Le cortó la frase porque no quería oírla. Porque para Neuval, esa frase era otra mentira. Yenkis le podía jurar todo lo que quisiese que no le mentiría más. Daba igual. Porque Neuval ya no confiaba en él.

Esa mirada no era de enfado, y ahora Yenkis desearía que fuera enfado, porque lo que sentía ahora su padre hacia él era una gran decepción, y esta dolía más. Se quedó helado, en medio del vestíbulo, mientras Neuval pasaba de largo y se metía en el salón. No pudo reaccionar. Nunca imaginó que le sucedería esto. Siempre había sido un orgullo para su padre, un chico “perfecto”. Y daba por sentado que siempre sería así. Pero, en este punto de su vida, a poco de cumplir 13 años, había decepcionado a su padre por primera vez.

Había pecado de orgullo. Él le pidió, durante la visita al cementerio, que por favor fuera paciente, que esperase a que las cosas se fueran asentando, que le iría contando más cosas poco a poco. Yenkis no escuchó. Fue impaciente, e imprudente. Y había traicionado la confianza de su padre.

Ahora entendía por qué él no quería hablar con él. Algo se había roto entre ellos y Yenkis comprendió que no lo iba a poder arreglar hablando o prometiendo cosas. Cuando la confianza se rompía, las palabras dejaban de valer, y sólo quedaba ganarse el perdón mediante acciones.

Por tanto, Yenkis decidió no insistirle más a su padre sobre el asunto. Iba a tener que compensarle de otro modo, empezando al menos por no volver a desobedecerle ni aunque simplemente le pidiera recoger los platos o acostarse temprano.

Recordó que su padre le acababa de decir que quería presentarle a alguien. Es verdad… Hace días le dijo que le iba a buscar a un maestro. La verdad, no sabía si sentir algo de ánimo o emoción por esto, dentro de lo horrible que se sentía ahora consigo mismo.

Cuando entró en el salón, se quedó de piedra. Por un instante, se olvidó de todo lo malo que sentía. Y de respirar. Y casi le explotaron los ojos. Se preguntó si había acabado afectándole algo de ese humo de olor raro que su padre había sacado antes de la casa con un patoso disimulo, porque no podía asimilar ver ahí, relajadamente tumbado en una butaca del salón de su casa y toqueteando una guitarra, a su ídolo musical, al mismísimo guitarrista y vocalista de Higashikaze.

—¿Ha… ru…? —musitó, sin poder cerrar la mandíbula.

—Oooh, mira quién se ha dignado a aparecer por fin… —dijo Haru, tomando una profunda calada de su porro de marihuana—… después de liarla pardísima como un novato y casi causarle un infarto al pobre Fuujin-sama —concluyó, soltando el humo con un largo soplido, haciendo que el aire formara figuras varias en él, como estrellas, cubos, triángulos, aros, corcheas y claves de sol…

A Yenkis se le cayó más la mandíbula. Sólo movió los ojos para mirar un momento a su padre. Neuval estaba recogiendo tranquilamente la docena de vasos, chupitos, latas de cerveza y botellas de alcohol y los ceniceros cargados de colillas. Y no, no eran de tabaco. Esto también desconcertó a Yenkis, preguntándose si todo eso lo había consumido Haru, porque no imaginaba a su padre consumiendo cosas así. Estuvo a punto de preguntarle si ese de verdad era el mismísimo Haru, pero su padre pasó de largo sin más, marchándose a la cocina. Yenkis optó por mejor no molestarlo, así que volvió a mirar a Haru, que se había quedado solo en el salón con él.

—No me puedo creer q… ¿¡Tú!? ¿¡Eres un iris!? ¿¡Tú!?

Haru simplemente se repeinó el tupé un poco y volvió a acomodarse sobre la butaca, mirándolo con aire pasivo y arrogante.

—¡Joder, por eso te salen esos acordes tan espeluznantes en la voz y te sale ese efecto de amplitud de onda que ni yo he podido recrear con un programa de audio! —brincó el niño con desconcierto, como si hubiera tenido una revelación divina—. ¡Eres… eres…! Como mi padre y yo… el aire…

—Basta de babeos, chaval. Olvídate de Haru, de la música y de todo tu fanatismo. A partir de ahora, soy tu maestro.

—¿¡Mi maestro va a ser Haru del grupo de Higashikaze!? —se agarró de los pelos, todavía sin poder creérselo.

—¿¡Qué te acabo de decir!? —le reprimió Haru, apuntándole con un dedo—. De hecho, no. A partir de ahora, soy tu dios. Así que me respetarás, me adorarás, me rendirás culto, y si te digo que me beses los pies, lo harás.

—P… pero… eso es fanatismo…

—¡No me contradigas! —volvió a apuntarle con el dedo—. Esa será la regla número uno. Y nada de “Haru”, ni de “colega”, ni de “hey, tío”. Te dirigirás a mí como “maestro” a secas, siempre.

—P… pero… ¿en qué quedamos, eres mi dios o eres mi maestro?

—¡Eh! ¡La regla número uno! ¡Que se te olvida! —le apuntó otra vez con el dedo, mientras se levantaba de la butaca de un salto, y puso una pose como si estuviera en un escenario, separando bien las piernas, sosteniendo esa guitarra que colgaba de su hombro con un asa y alzando el dedo hacia el techo—. Tú, novato, a partir de ahora eres un Fuu-chan. Y lo primero que vas a aprender, es a respetar y a acatar órdenes.

—Espera un momento… —señaló Yenkis esa guitarra, horrorizado—. ¡Esa es mi guitarra!

—No —objetó Haru, bajando el brazo y tocando un acorde con descaro—. Es mía.

—¿¡Estás majara!? ¡Nadie, absolutamente nadie toca mi guitarra! —se enfadó—. ¡Ni siquiera mi dios barra ídolo barra maestro a secas!

—¡“Maestro” a secas, sin “a secas”! —le corrigió Haru.

—¿¡Qué te has fumado, diez kilos de hierba!? ¡Dame mi guitarra, es sagrada!

De pronto, Yenkis apenas vio cómo Haru, que estaba al otro lado del salón, apareció a dos centímetros de su cara antes de que pudiera parpadear siquiera. No le dio tiempo ni a respingar del susto, pues Haru lo agarró de la chaqueta y lo alzó del suelo. El chico se quedó asombrado, sobre todo por su fuerza, pero intentó soltarse pataleando en el aire.

—Empiezo a ver a qué se refería Fuujin-sama… —siseó Haru—. El chico de oro se está volviendo un poquito rebelde y contestón, ¿eh? Fíjate, incluso la pubertad pasa factura a un iris de nacimiento.

—¡Suéltame!

—Vamos a empezar a entendernos mejor tú y yo, niño especial. Porque voy a ser el primero en estudiar y aprender qué carajos eres.

—¿A qué te refieres?

Haru volvió a ponerlo en el suelo y lo soltó.

—Jamás ha existido nadie como tú.

—No es cierto. Sé que… —se interrumpió enseguida, teniendo cuidado con lo que iba a decir—. Tengo entendido que mi tío Brey nació iris también.

—Oh, ¿tienes entendido? —repitió con sarcasmo, sabiendo que supuestamente no debería saber ese dato y que, comoquiera que lo hubiera averiguado, no se lo iba a decir—. Pues te equivocas. Porque sin duda tú funcionas de un modo diferente a él —le explicó, comenzando a caminar en círculos a su alrededor—. Tú no te contagias de emociones ajenas sin entender la causa ni ves el mundo con un filtro extremadamente racional. Tú funcionas como los demás. Como nosotros. Pero no el 100 % del tiempo. Naciste con una mente iris, que nunca ha sido humana, por lo que nadie puede entender aún por qué tienes sentimientos normales y por qué estos te dominan a veces como a cualquier humano.

—Soy más racional que los demás.

—Sí, eres más maduro y racional que los niños de tu edad y que incluso muchos adultos. Pero no eres racional el 100 % del tiempo. A veces te falla la lógica y te puede la emoción. Prueba de ello es la locura en la que te metiste anoche. Así que… eres algo raro que nadie aún entiende.

—¡Lo de anoche fue un fallo de cálculo! Y una gran falta de información que no esperaba… —añadió entre dientes, avergonzado—. Pero no por eso soy raro. ¡Y no causo problemas! Yo no busco causarlos, y no le deseo el mal a nadie.

—Claro. Porque esa es tu parte iris. Pero hay algo más dentro de ti, estorbando a veces la pureza y sensatez de tu iris. La única posibilidad es que naciste con una parte humana suelta, separada de tu iris, que a veces te domina y actúa bajo alguna emoción que no puedes dominar.

Yenkis pensó en esas palabras, sorprendido. Haru dejó de caminar a su alrededor y se paró frente a él de nuevo.

—Pero esta teoría sigue siendo extremadamente improbable, diría que imposible. Una parte humana nunca convive por separado de un iris dentro de una misma mente. El iris es, precisamente, la parte humana… reforzada con un gigantesco plus de energía. Nace… de la parte humana… sin dejarse ni un trozo de ella suelto. Sí que puede suceder que un iris nazca de una parte humana demasiado sensible como para que el iris pueda controlar sus emociones al 100 %, pero estos pequeños fallos de control, en los que al iris le cuesta un poco más calmar las intensas emociones de la parte humana que ha inundado, siguen estando bajo merced del iris, en su territorio mental, y ocurre únicamente con emociones negativas, dando paso a un pequeño primer brote de majin, una enfermedad que ya te explicaré, pero que tú, sin lugar a dudas, no padeces en absoluto.

—Pero si volé el comedor… porque me puse furioso…

—Porfa… —le sonrió Haru con burla—. No me compares un adorable berrinche de adolescente con una pura emoción de ira, dolor, agresividad o tristeza. Tú tienes la mayor parte del tiempo un comportamiento racional y controlas bien tus buenas y malas emociones, como pasa con cualquier iris normal. Pero al parecer también tienes… a veces… comportamientos típicamente humanos en los que tu iris parece no tener jurisdicción. Tienes manifestaciones de emociones tanto buenas como menos buenas, que son completamente típicas de un humano y completamente normales en una mente sana. Por eso eres diferente a todo. ¡Un iris sano! ¡Un oxímoron! Un iris sin trauma de origen es como un fuego que arde sin leña u oxígeno. ¿Dónde está tu origen, tu motivo, tu gasolina? ¿Qué eras, el único espermatozoide de entre millones con la esencia genética del iris de Neuval?

—No sé si quiero seguir oyéndote…

—Tienes el poder físico de un iris y de ahí tu dominio del aire, y fuerza, salud y agilidad superiores, pero no una mente completamente iris. Una contradicción tremenda, ya que el iris nace primero en la mente, y cuando ya está 100 % asentado en ella, se expande al cuerpo. Es que ni siquiera sé si te debería catalogar como un iris. ¿Quizá como… semi-iris? En fin, lo que sea —hizo una floritura con la mano—. Cuanto mejor te entienda, mejor podré entrenarte. Y mejor podrás tú… entenderte a ti mismo.

—¡Yo me entiendo a mí mismo! ¡Sé cómo soy!

—Pero no lo que eres. ¿Por qué volaste el comedor el otro día con una ráfaga de viento salida de tu mano, y ahora, si te pido que vuelques esa lámpara, no puedes hacerlo? —señaló una lámpara que había sobre una mesita baja junto al lateral del sofá.

Yenkis frunció el ceño. ¿Cómo sabía que no podía hacerlo? La verdad, no estaba seguro. Probó entonces a tirar la lámpara desde donde estaba; sacudió los brazos, movió las manos, pero no salía nada. Frustrado y con rabia, Yenkis optó por otro modo y respiró hondo, llenando sus pulmones. Pero justo cuando fue a liberar su soplido, Haru le tapó la boca con la mano y al final el aire salió interrumpido.

—¡Hey! —protestó el niño.

—Volcar una lámpara o agitar las ramas de un árbol mediante un soplido por la boca lo puede hacer cualquier Fuu del nivel más bajo. El nivel de tu control se refleja en cómo el resto de tu cuerpo domina y se compenetra con tu elemento, Yenkis. Y cuando uno pasa ese nivel, la compenetración con tu elemento pasa a ser mental, de modo que un Fuu de alto nivel podría volcar esa lámpara incluso estando ahí fuera, al otro lado de la calle, con una sola orden mental dirigida al aire que está aquí dentro del salón.

—Vale… Entonces… ¿Cómo empiezo, qué hago?

—Simple —Haru volvió a hacer ese gesto de repeinarse su tupé con la mano—. Yendo a la nevera y trayéndome una cerveza.

—¡Son las diez de la mañana!

—Sólo en Japón.

—¿¡Y cómo es eso entrenarme!?

—Ya te lo he dicho antes. Primero aprendes a respetar y a acatar órdenes. Así que, si lo próximo que sale de tu boca es algo diferente a las palabras “sí, maestro”, cojo la puerta y me largo con tu extraordinaria guitarra y no me vuelves a ver el pelo. Lo mismo ocurrirá si te vuelvo a oír una queja o mencionar tu guitarra.

—P… —Yenkis estuvo a punto de protestar otra vez, pero se frenó a tiempo. Por una vez, dejó a un lado ese torrente de estrés, agobio, malestar, culpa y rabia que sentía desde la madrugada y dejó que su iris le ayudara a recuperar el control. Escuchó. Y entendió que la advertencia de Haru no era un farol. Se iba a largar de verdad, si no hacía lo que le decía. Recordó por qué estaba ahí, por qué necesitaba un maestro. Sobre todo, recordó que su padre lo había traído expresamente para él, para ayudarlo a dominar su elemento. No quería causarle a su padre más disgustos y decepciones—. Sí, maestro —contestó a regañadientes, y se fue a la cocina para traerle la cerveza.

Haru sonrió y su expresión se volvió más dócil, abandonando por un momento su pose estricta y actitud dramática. Y se puso a toquetear algunos acordes más en la guitarra.

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Un pequeño rato después, habiendo dejado a Yenkis en casa en manos de Haru para que fueran conociéndose, Neuval se encontraba paseando por ese barrio de chalets lujosos.

Como evidentemente hoy no estaba de humor, había salido directamente con las pantuflas de casa en lugar de ponerse unas deportivas u otro calzado de calle. Seguía llevando la capucha puesta y le asomaban cabellos despeinados. Quizá por eso una vieja chismosa, viéndolo desde la ventana de su casa tras una cortina, arrugó la cara con desaprobación y murmuró cómo se había podido colar un pordiosero en un barrio de ricos.

Neuval iba ensimismado mirando su móvil, sosteniéndolo entre las dos manos y tecleando sin parar, comprobando varios correos de Hoteitsuba importantes. Procuró contestarlos lo más rápido posible para quitárselos de encima. Después se fue a la aplicación de chat, a ver si Hana le había mandado algún mensaje. Pero nada. Había pasado menos de un día desde que se marchó a su viaje misterioso. Suspiró intranquilo, quería llamarla y preguntarle si había llegado bien, si estaba a salvo, si necesitaba algo. Pero no lo vio apropiado. Hana le dijo que ya le escribiría ella pronto y que no se preocupara. Así que procuró calmar su manía sobreprotectora y tener paciencia.

Tenía que calmarse. Los “remedios” de Haru habían funcionado, obrado milagros, y menos mal. Porque al llegar a casa, y pese a haber sobrevivido al brote de majin y a la herida de bala, no pudo frenar su cabreo al ver que el coche de Viernes seguía ausente en la casa vecina, y la llamó al móvil varias veces, sin éxito, aumentando su furia, y dejándole las cosas claras en los mensajes. Lo que había pasado con Yenkis había sido la gota que colmó el vaso. Y Viernes seguía sin dar señales, ni explicaciones… La que él creía una amiga y aliada, había puesto en serio peligro a su hijo, y adrede. ¿Qué demonios le pasaba?

Neuval se estaba volviendo a poner nervioso e irascible. Volvió a invadirle esa sensación reciente de estas últimas semanas, de que algo estaba yendo muy mal, algo grande, oculto… Algo llamó su atención. Al estar cabizbajo mirando su móvil, vio sus pantuflas deteniéndose justo encima de una larga grieta formada en la acera. En ese preciso momento, salió una cucaracha de la grieta, y se quedó quieta al lado de sus pies, moviendo sus antenas.

No supo por qué, esto le molestó. Y no porque un barrio de clase alta no debería tener semejantes bichos y desperfectos, sino porque esta simple imagen lo transportó sin permiso a Ferraille. Ese maldito, sucio y miserable suburbio, donde solamente habitaba una cosa buena.

«“Espérame ahí abajo”».

Neuval giró la cabeza a un lado con sobresalto, pensando que acababa de oír una voz femenina familiar. Pero estaba él solo en la acera; a un lado tenía la carretera, y al otro lado un pequeño jardín de la calle. No parecía haber venido de alguna de las cercanas casas de alrededor. Volvió a mirar la grieta. Se quedó absorto.

«—No deberíamos estar aquí —dijo la voz inquieta de un niño pequeño—. ¡Mon, te vas a hacer daño!

—Tranquilo, deja de dar voces o acabarás haciendo que el viejo Pierre nos pille.

El pequeño no dijo nada más, pero comenzó a retorcer entre sus manos la tela de su raído peto. Miró nervioso a los lados. Estaban en el desguace de coches, rodeados de varias montañas de vehículos rotos y chatarra oxidada. El calor era achicharrante. La niña de 12 años que lo había traído consigo escalaba sin miedo una montaña de coches, hasta llegar al que ella quería. Metió medio cuerpo por la ventanilla del conductor, que no tenía cristal, y estuvo unos segundos toqueteando algo, hasta que volvió a salir con algo entre las manos. Descendió de regreso al suelo junto al niño, y le mostró esa pequeña caja negra que había arrancado.

—¿Qué es esta basura?

—¡Neu! ¿No lo entiendes? Dentro de poco va a ser tu séptimo cumple, así que es hora de que te construya un nuevo regalo. Sólo necesito otro cacharro como este en buen estado, y los voy a transformar en dos transmisores de radio. Uno para ti y otro para mí. Y nos podremos comunicar por radio desde la distancia. ¿A que es divertido? Me he leído tres veces el libro de la biblioteca que explica cómo se hace.

El niño miraba asombrado a su hermana mayor. Su piel blanca como la nieve, las pecas de sus mejillas, ahora un poco coloradas por el sol del verano; sus largos cabellos negros, sus vivos ojos azules, y la ausencia de un diente, que se le había caído hace poco. Su voz, su sonrisa, siempre le hacían sentirse a salvo. Pero entonces, sonó otra voz, grave, masculina, contraria, que desde hacía un par de años había comenzado a aterrarle.

—¿¡Qué hacéis aquí!?

Ambos niños se dieron un susto. No era el viejo Pierre, pero era igual o peor. Aquel hombre se aproximaba a ellos, furioso. Monique se puso delante de Neuval, y miró valiente al frente.

—¿¡Sólo queréis buscarme problemas!? ¿¡Que me despidan del trabajo!? ¡No aprendéis, ¿verdad?!

—Cálmate —le dijo Monique con voz firme y poderosa—. Tienes que calmarte.

Aquel hombre entonces se detuvo antes de llegar a ellos, gruñó con rabia, se agarró del pelo, cerró los ojos, como si luchara consigo mismo. Neuval lo observaba asustado. Nunca lo llegó a entender. Pero Monique lo arrimó a su espalda con un brazo protector. De repente, aquel hombre se echó de rodillas al suelo, al pie de un montículo de chatarra; agarró un pedazo de metal y se lo clavó en la mano, y soltó un grito de dolor. Se quedó ahí agazapado, agonizando, respirando.

—Vámonos —le susurró Monique al pequeño, agarrando su mano y marchándose de allí rápidamente—. No temas. Volverá más tranquilo a casa.»

Neuval volvió a abrir los ojos. Había perdido la noción del tiempo unos minutos. La cucaracha ya no estaba. No sabía por qué había tenido este recuerdo sin motivo aparente. En él, Jean volvía a aparecer con la cara cubierta de sombras, de una mancha de humo negro, con dos aterradores ojos de luz blanca. No es que hubiera olvidado el rostro de Jean. De hecho, era imposible, teniendo en cuenta que era casi idéntico a él. Pero cuando recordaba cosas de él, siempre aparecía en su mente con ese nubarrón de tinieblas en lugar de su cara. Siempre pensó que esto era producto de su traumada imaginación de niño, una visión infantil de lo que sería un monstruo, y todavía le acompañaba.

Se metió una mano en el bolsillo del pantalón chándal y sacó un pequeño canuto de marihuana de Haru, que se había guardado por si acaso. Se lo encendió con un mechero y dio una profunda, larga calada, cerrando los ojos hacia el cielo, relajando los hombros, y dejando que una inesperada brisa le acariciara, y agitara las hojas perennes de los árboles de la calle, produciendo un sonido tintineante.

Sí… eso estaba mejor. Sus cien pensamientos se redujeron a la mitad. Se sentó en el borde de la acera, apoyó los brazos sobre las rodillas y, sujetando el canutillo entre los labios, volvió a desbloquear el móvil y se metió en la otra aplicación de comunicación clandestina que solamente usaba con su KRS. No podía olvidar que tenía a dos de sus chicos en medio de una misión. Brey y Drasik habían ido actualizando. Hasta ahora, habían confirmado ya su infiltración exitosa en la base enemiga, y después en el laboratorio, y ahora Drasik se encontraba realizándoles el test a los componentes químicos que estaban fabricando allí, para averiguar si coincidían con los que Alvion había indicado en la información inicial de la misión.

Dio otra calada y se puso a escribirle a Lao un mensaje, diciéndole que se fuera preparando ejecutar su parte de la misión en otra base, ahora que Drasik estaba a poco de confirmar el objetivo de la primera fase.

En ese momento, una desaliñada gata tricolor callejera se le acercó desde el jardincillo que tenía detrás y se sentó en la acera a su lado, lamiéndose una pata tranquilamente.

Nada más enviarle el mensaje a Lao, le apareció en la pantalla una notificación nueva. Cuando vio que era un mensaje de Cleven, se atragantó con el humo y tosió un poco, y volvió a mirar la pantalla con sorpresa, quitándose el canutillo de los labios.

—¿Qué? ¿Un mensaje de la mismísima Cleventine Vernoux? ¿¡Para mí!? —dijo en voz alta. Después miró a la gata que tenía al lado y le enseñó la pantalla—. ¿Te lo puedes creer? Ayer me visita a mi oficina. Y hoy me escribe. ¿Qué crees que será? ¿“Estoy en problemas”? ¿“Necesito dinero”? ¿“Tengo un nuevo novio que está esperando que lo aniquiles”?

—Miaaah… —maulló la gata desinteresadamente, y siguió lamiéndose el lomo.

—Ah —Neuval se quedó trastocado un momento. Juraría que acababa de oír en su cabeza: “No perturbes mi espacio”.

Le restó importancia y abrió el mensaje de Cleven. Era una selfi de ella, donde se la veía con el gorro de natación puesto, pero tenía por arriba dos agujeros, por donde le salían dos grandes mechones de su ondulado cabello rojo, que parecía que le habían salido dos cuernos. También salía con las gafas de nadar puestas, y posaba con ojos bizcos y sonrisa sacando la lengua. Abajo, había escrito: “Se me rompió el gorro al final del entrenamiento y ahora mis compis me han apodado ‘La Cabra Acuática’. Siento manchar tu reputación en la alta sociedad, pero debo aceptar mi nueva identidad”.

A Neuval se le habían puesto unos ojos tan grandes y llorosos y se le había formado en la cara una sonrisa tan enorme y boba que la gata callejera se lo quedó mirando juzgadoramente.

—Ufm… —sollozó Neuval, llevándose un puño a la boca, contemplando esa horrible foto de Cleven como si fuera una milagrosa estrella brillante en medio del cosmos—. Es tan bonita… Y tan payasa…

Se puso enseguida a contestar el mensaje: “Es un honor ser el padre de ‘La Cabra Acuática’. Así podré yo cambiarme el nombre por fin a ‘El Cabrón Aristocrático’ y cumplir así uno de mis sueños”. Tras unos instantes, Cleven le respondió con múltiples emojis de la risa. Neuval no podía dejar de sonreír. Ni siquiera se había dado cuenta de que se le había caído el porrito de marihuana al suelo. De hecho, se olvidó de él por completo. Tras unos mensajes tontos más, Cleven se despidió diciendo que iba a pasar un rato con sus compañeros de natación.

Neuval suspiró y miró al cielo, contento. Luego miró a la gata, que se había puesto en pie y miraba a los alrededores, oscilando la cola suavemente.

—No lo entiendo. Parece que cuando se me encarrila uno, se me descarrila el otro —se tumbó sobre la acera para ponerse a la altura de la minina—. ¿Tú lo puedes entender, Katyusha 2? ¿Te importa si te llamo Katyusha 2? Tienes unos increíbles ojos verdes juzgadores y letales, no puedes llamarte de otra forma. ¿De dónde ha salido una calicó tan bonita, eh?

La gata, tan tranquila, se acercó a él y comenzó a restregarse contra su cabeza, su hombro, y dio varios maullidos.

«“Comida. ¿Tienes comida? Soy amigable. ¿Comida?”».

—Qu-… —Neuval se incorporó de nuevo, apartándose del animal con cara de shock. Se llevó una mano a la frente—. Oh, no… Me está pasando otra vez…

Le preocupó porque él siempre había considerado esto una pequeña señal de esquizofrenia o de que se le estaba yendo la olla. Sin duda, le había pasado otras veces antes, no muchas, pero si las suficientes para recordarlas, sobre todo con los gatos con los que siempre solía acabar compartiendo comida de la basura o callejones en las ciudades por las que transitaba de pequeño. También con perros, alguna vez. Era raro. Oía sus ladridos, o maullidos, y al mismo tiempo, oía en su cabeza palabras. Pero no eran palabras ni tampoco una voz, era una interpretación de su cerebro, como cuando uno mira una pelota roja y en su mente se proyecta el entendimiento de “pelota” y “roja”.

Neuval daba por sentado que creer que entendía lo que los animales decían era un síntoma comprensible de su desajustada salud mental, lo cual no era una sorpresa, pero tampoco era tranquilizador. Se quedó mirando a la gata, en suspense, preguntándose si volvería a imaginar que le hablaba. Pero entonces, la gata maulló una vez más. Y esta vez, sólo fue un maullido.

—Uff… No me des esos sustos, Katyusha 2, por Dios —resopló con una mano en el pecho—. La gente pensará que estoy fatal…

En ese momento, la vieja chismosa de la ventana de la casa de más allá volvió a negar con la cabeza con desaprobación, viendo ahora a ese pordiosero sentado en la acera hablando con un gato. Por suerte no reconocía quién era porque tenía la capucha puesta.

—Parece que a La Cabra Acuática le está yendo bien. Parece que le vuelvo a caer bien —murmuró el Fuu, sonriendo, rascando la barbilla de la gata, pero luego se le apagó un poco la sonrisa—. ¿Cómo le estará yendo al otro? Haru ha dicho que logró una hazaña enorme hace unos días en su trabajo. Una niña… con un tumor maligno imposible, rechazado por los mejores médicos del mundo… salvada en el último momento por la implacable tozudez del chico. Qué propio de él… —negó con la cabeza, denotando orgullo—. Pero esa tozudez suya no resuelve otros problemas. Daría lo que fuera por poder felicitarlo… hablar con él… que me cuente con detalle cómo ha sido la experiencia incluso si tengo que ponerme al lado un cubo donde poder vomitar. Me da igual mi fobia, le escucharía cada palabra médica. Pero sé, por descontado, que no me cogerá la llamada, ni me recibiría una visita. Dejé de intentarlo hace tiempo, Katyusha 2. Por mi parte… no sé qué más hacer para recuperarle —dejó salir otro suspiro melancólico—. ¿Tú qué opinas? —miró a su lado, pero descubrió que la gata no estaba. Se había marchado hace rato—. ¿¡Katyusha 2!? Me ha dejado aquí, hablando solo como los locos…

Rechistó un poco más, mientras se metía una mano en el bolsillo de la sudadera para sacar de nuevo el cubito y curiosearlo. No obstante, su móvil comenzó a sonar antes.

—Oh… —se sorprendió al mirar la pantalla, y descolgó la llamada—. Hola, Mei, ¿qué tal estás?

—“Tío Neu, hola, lo siento, ¿te pillo ocupado?” —oyó la voz agitada de la mujer.

—Para nada, ¿qué necesitas? ¿Qué ocurre?

—“Ahm… Necesitamos que vengas a mi casa. Estoy con mi hermano, con Agatha, Yako y Eliam. Y con Daisuke. Pero… —sollozó angustiada—… ha ocurrido algo… La pequeña Clover… ha desaparecido en algún momento de la noche y… y nadie se ha dado cuenta hasta que Agatha ha venido a hacerles el desayuno y… y… llevamos rato indagando y todo apunta a un secuestro, pero las posibilidades no tienen sentido…”

Neuval se puso en pie al instante. Le cambió el rostro, y se le fue ensombreciendo cada vez más, conforme Mei Ling le describía más a fondo los detalles de la situación entre lágrimas. Fue para allá de inmediato.









37.
El maestro de Yenkis

Sacó su teléfono móvil del bolsillo del pantalón. Buscó algo en él, en la aplicación de chat; bajó hasta el final, donde había recibido un audio, pulsó play y sostuvo el aparato frente a ella, dejando que se oyera.

—“Viernes. Evie ya te lo explicará cuando la veas o te llame, pero te informo yo de antemano. Ha ocurrido un incidente en mi casa en la madrugada, un intruso se ha colado, pero no ha causado daños y no ha puesto en peligro a Evie ni a su amigo en ningún momento. Ambos están bien. Todo está en orden ahora, pero he de encargarme personalmente de averiguar lo sucedido. Los dos niños regresarán a casa en un vehículo oficial escoltados por dos subordinados míos por la mañana.”

La voz del mensaje terminó ahí, sin más. Después de eso, fue a otro chat y reprodujo uno de los últimos audios.

—“Viernes, ¿por qué no respondes mis llamadas y mensajes? Estás muy desaparecida desde el funeral de tu padre. Llevo días intentando comunicarme contigo, pero ahora sí que necesito que contestes, con urgencia.”

El mensaje terminó ahí, y reprodujo el siguiente, recibido unos minutos después.

—“¡Te lo digo en serio, responde al teléfono! Sé que no estás en ninguna misión ahora. Lo siento, pero he tenido que meter las narices y lo he comprobado usando a Hoti. No estás ocupada con nada, ni con una misión inferior, ni superior, ni tampoco con tu trabajo humano en tu oficina tal como tu marido e hija siguen creyendo. ¡Y estás despierta ahora, oyendo esto justo después de enviártelo! Sé que estás recibiendo todos mis mensajes, ¡y sé que Hatori ya te habrá llamado o escrito contándote algo! ¡Tenemos que hablar ahora!”

Terminó ahí el audio, y entonces reprodujo el último mensaje.

—“¿¡Qué demonios pasa contigo!? ¿¡Tienes idea de lo que ha pasado!? ¿¡De lo que casi llega a pasar!? Es imposible, ¡imposible que mi hijo haya sido invitado a la casa de tu hermano sin que tú lo supieras y lo aprobaras! ¡Eres tú quien lo ha permitido en primer lugar! A mí Yenkis me ha mentido, ¡pero si tu hija invita a mi hijo a ir juntos a la casa de Hatori, Evie primero te pide permiso, por lo que tú has sido la primera en saberlo, en informar a Hatori y permitirlo! ¿¡Por qué coño lo has permitido, Viernes!? ¡A mi hijo le brilla un maldito ojo y lo has enviado a la casa de un puto Cazador! ¡Quiero una explicación! ¡Ha podido ocurrir una desgracia, ¿entiendes?! Si tienes algo contra mí, ¡sabes que nuestras familias son sagradas, joder! No tocamos a los nuestros, no tocamos a los inocentes. Algo raro pasa contigo… Y sabes a qué me refiero… No me hagas creer que has caído, ¡cualquiera menos tú! Es obvio que Alvion no está pudiendo detectarlo, no sé por qué, así que te lo ruego, Viernes, para, frénalo, lucha contra el maldito majin. Si estás teniendo un largo brote desde hace días, pide ayuda ya, antes de que sea irreversible, por favor. No podemos perderte a ti ahora. Si te conviertes en arki, o si alguno de mis hijos vuelve a correr peligro o a salir perjudicado por tus acciones… ya no importará el aprecio, el respeto y la admiración que te tengo como iris… Te despedazaré.”

Se hizo el silencio en toda la ruinosa sala principal de la mansión abandonada. Sólo se oía el zumbido del generador eléctrico que habían instalado en un rincón, para colgar algunas bombillas por las viejas y agrietadas vigas de madera del techo. Al otro lado de los ventanales, empezaba a aclararse el cielo, pero la cantidad de maleza y enredaderas de la fachada exterior apenas dejaba entrar la luz natural.

Viernes volvió a guardar el móvil en su bolsillo y esperó ahí de pie, frente a la larga mesa de comedor. Frente a ella, sentado con las botas sobre la mesa, Izan se columpiaba lentamente con los ojos cerrados. Pero entonces los abrió, se sentó correctamente y la miró, apoyando los codos sobre la mesa.

—¿A qué hora los recibiste?

—De madrugada, entre las tres y las cuatro.

—¿Qué hora es ahora?

—Las 8 de la mañana.

—Hmm… —se tocó el aro de su labio inferior—. Brey se estará despertando ahora mismo para ir a su misión con Drasik. ¿No te parece irónico lo sosegado y racional que sonaba Hatori el humano explicándote lo sucedido y lo desquiciado y colérico que sonaba Neuval el iris?

—Tú has crecido con él, ya debes de saberlo. Siempre se ha puesto así cuando se trata de los suyos. Siempre ha sido más emocional que otros pese a tener un iris poderoso.

—Sí, ¿verdad? Supongo que eso es lo que pasa cuando sólo la mitad de ti es iris y la otra mitad es una historia aparte. Pero ahora había algo diferente en su voz, diferente a los otros muchos cabreos comunes que ha tenido. ¿Lo has oído?

—He oído una distorsión. ¿No es cosa del micrófono de su móvil o de mi altavoz?

—No… —sonrió Izan, mirando hacia el techo y apoyando la barbilla en una mano—. Su voz… casi le sale su verdadera voz. Me ha dado escalofríos, ¿a ti no? Pero también había un sonoro desaliento… una desesperación… a un milímetro de quebrarse algo insano y terrible en él. Su iris… está fallando.

—Entonces ha funcionado. Se está desmoronando, está acumulando cada vez más hartazgo, estrés…

—Ha salido mejor de lo que esperaba. Porque no ha sido sólo el gran disgusto de enterarse de que Yenkis le ha mentido y que se ha puesto a sí mismo en una situación gravísima. Parece ser que se enteró en medio de la noche de que el chico estaba en la vivienda de Hatori y que fue a buscarlo allí directamente. Me pregunto qué habrá pasado exactamente, pero parece que Hatori y Fuujin han tenido algún breve encontronazo en el intento de este de buscar a su hijo allí. Por lo visto se ha librado de ser pillado y no ha ocurrido mayor problema con Yenkis. Sea lo que sea… Neuval ha recibido algo más que un disgusto. Está rozando su límite.

—¿Tenemos que seguir provocándole?

—Sólo un poco más. No hace falta que tú hagas nada. Ya el solo hecho de ignorar sus llamadas y mensajes lo está desquiciando.

—¿Y qué pasa ahora con las dos taimuki y la hija de Raijin?

—Nada. Están durmiendo ahora, dejémoslas descansar. Ya he organizado los turnos de vigilancia con tus chicos. ¿Quién más dices que te vio?

—Solamente Sakura, Drasik y Kyosuke.

—Entonces es cuestión de horas que Pipi y Neuval se enteren y discutan qué hacer. Da igual lo que indaguen, investiguen o vayan descubriendo. Eso es inevitable. Deberemos tener el triple de cuidado con ellos, pero al mismo tiempo seguir con los planes.


* * * *


El móvil de Neuval sonó por vigesimoquinta vez desde la madrugada. El aparato estaba en el suelo, casi debajo del sofá. Una mano pesada cayó sobre él y lo agarró al tercer intento. Tumbado sobre el sofá, Neuval entreabrió los ojos y miró el mensaje que acababa de recibir. Era Yenkis, diciéndole que ya lo estaban trayendo a él y a Evie de vuelta a casa. Pero no los estaba llevando Hatori, sino dos agentes, en un vehículo oficial, ya que, al parecer, Hatori se había ido temprano a una reunión.

El ministro de Interior… reuniéndose bien temprano en la mañana… de un domingo… después de haber disparado y casi capturado al iris más importante del mundo actual en su propia casa…

Neuval sabía que podía estar jodido. Aunque en realidad había muchas probabilidades de que no. No todavía. Sin una cara, una identidad, una prueba siquiera, Hatori no tenía nada. Podía reunirse con sus agentes dentro del grupo de Cazadores todo lo que quisiera, y doblar la vigilancia en las calles y las investigaciones sobre rastros de actividad iris todo cuanto quisiera. No tenía nada. Solamente el disgusto, carcomiéndole, y la rabia de haber dejado escapar lo que toda su vida llevaba soñando cazar. Cuando se le pasara el berrinche, Hatori volvería a calmar las aguas. Mientras tanto, Neuval debía seguir manteniendo un perfil bajo, como Lao le dijo la semana pasada, después de que Alvion le comunicara mentalmente que, aunque no parecía estar logrando nada, Hatori no parecía tener intención alguna de rendirse con la investigación de la masacre del callejón.

Volvió a dejar caer el brazo por el borde del sofá y soltó el móvil de nuevo, dejándolo por ahí tirado. Volvió a cerrar los ojos. Se oía una melodía de guitarra, al otro lado del dulce humo que flotaba por todo el salón. Haru estaba igual, tendido sobre una butaca, con la cabeza colgando hacia atrás, mientras rascaba las cuerdas de la guitarra que reposaba sobre él.

Pasó otro rato. No supo cuánto. Ahora mismo no le importaba. Entonces, sonó el timbre de casa. Le costó reaccionar, y por eso el timbre fue tocado una segunda vez. De nuevo dejó caer el peso de su brazo; agarró el móvil del suelo; dejó caer una pierna y, con enorme lentitud, se fue poniendo en pie.

Fuera, al otro lado de la puerta de entrada, Yenkis aguardaba nervioso, agarrando entre sus manos el asa de su mochila. Hizo ademán de tocar el timbre por tercera vez, pero no se atrevió. Llevaba horas sin parar de pensar en ello, de preguntarse si su padre estaría bien, si aquel disparo llegó a alcanzarlo o no, si seguía furioso con él, si le abriría la puerta de casa o lo desterraría para siempre.

Desde que Neuval logró huir de Hatori, Yenkis no había parado de escribirle mensajes, informándole con todo detalle de dónde estaba, qué hacía, que si seguía en casa de Hatori, que si todo estaba bien con él y con Evie, que si a Hatori se le veía alterado pero fingía normalidad delante de ellos, que si se había encerrado varias veces en su habitación para hablar con gente por teléfono mientras él e Evie desayunaban, que si dos agentes de policía acababan de presentarse en el piso y que Hatori les ordenó llevar a ambos niños escoltados a casa mientras él se iba a una reunión a la comisaría…

Yenkis había procurado hacerle saber todo, con todo detalle, todo el rato sin parar, pensando que así su padre se iría quedando tranquilo. Pero no sabía si eso era así, ya que Neuval solamente le había respondido a su primer mensaje en la madrugada, diciéndole que estaba bien y que lo esperaba en casa por la mañana. Desde entonces, pasó el resto de la noche y del amanecer sin recibir más señales de su padre. Sabía que le estaban llegando sus mensajes y que los estaba leyendo. Así que, a Yenkis le angustiaba comprender que, por primera vez en su vida, su padre le estaba ignorando completamente, porque estaba furioso hasta ese punto.

Giró la cabeza y miró hacia la casa de al lado, la casa de Evie. La había acompañado hasta su puerta, donde su padre Iori los había recibido preocupado diciendo que Hatori ya le había informado del incidente de madrugada. Pero Evie lo tranquilizó diciendo que no había pasado nada y que habían estado seguros y a salvo con Hatori en todo momento. Iori la abrazó aliviado, e invitó a Yenkis a pasar si quería. Pero el chico le dijo que debía irse a su casa.

A lo mejor, habría sido buena idea aceptar la invitación del padre de Evie y estar ahora con ellos, en un ambiente agradable y tranquilo, para así evitar la terrible tormenta que Yenkis pensaba que estaba a punto de caerle encima.

Pero, entonces, se abrió la puerta por fin. Yenkis se quedó mudo al instante. Su padre apareció ahí, apoyando un brazo contra el marco de la puerta como si le pesara el cuerpo, vistiendo con el mismo chándal negro de ayer –aunque se había cambiado la camiseta blanca de debajo, ya que la de anoche quedó ensangrentada con el agujero de bala, y la había incinerado directamente–. Llevaba la capucha de la sudadera medio puesta, dejando ver parcialmente su cabello totalmente despeinado, y la barba desaliñada. Y tenía los ojos algo enrojecidos, entrecerrados. Teniendo en cuenta que el color de sus iris era de un gris casi blanquecino, rodeados de ese rojo sangriento parecían los ojos de un vampiro o un demonio.

Yenkis tragó saliva, nunca lo había visto con ese aspecto tan… horrible. Parecía un drogadicto de la calle. Por un momento, vio a su padre mirar de reojo hacia la casa de al lado, con aire receloso. Yenkis supo que se estaba asegurando de que ya no había por la zona ningún policía ni subordinado de Hatori. Pero luego volvió a mirar al chico, con absoluta inexpresividad. Y sin decir nada. Al muchacho le aumentó la angustia, pensando que el rojo de sus ojos era fruto de la ira.

—Ahm… ¿Por qué huele tan raro dentro de casa? —preguntó Yenkis.

Por un momento, Neuval reprimió una mueca de sorpresa, como si acabara de percatarse de ese detalle. Enseguida le brilló el ojo izquierdo y, agarrando a Yenkis de un hombro para apartarlo a un lado, hizo que de repente saliera por la puerta un gran vendaval, sacando todo ese humo al exterior hasta no dejar ni un rastro del delito dentro de la casa. Y como si nada hubiera pasado, volvió a colocar a Yenkis donde estaba. De nuevo apoyó un brazo en el marco y se quedó mirando al chico fijamente, sin decir nada. Yenkis se dio cuenta de que no lo estaba dejando entrar en casa, seguramente porque esperaba oír primero sus disculpas en persona, porque las 25 disculpas en los 25 mensajes que le había enviado no le valían.

—Ehm… Me alegro de ver que estás bien —dijo el chico tímidamente—. ¿Eso significa que no recibiste el disparo? Menos mal, porque creía que Hatori te había…

Neuval seguía callado, mirándolo seriamente.

—Y… bueno… yo… Lo siento de verdad, papá. No esperaba que fuera a torcerse tanto… Perdón por haberte mentido. No lo volveré a ha-…

—El dispositivo —le interrumpió su padre, tendiéndole una mano.

—Eh… ¿Qué?

—Lo que quiera que hayas construido para hackear a Hoti. Dámelo.

—Bueno, en realidad nunca he logrado hackearla…

—Dámelo. Ahora.

Yenkis se estremeció un poco ante la grave voz de su padre. Se preguntó cómo sabía lo del cubito. Quizá es que Hoti todavía superaba sus conocimientos de programación y había acabado reconociendo la existencia del dispositivo a raíz del intento de hackeo que Yenkis perpetró la otra noche cuando quería salir de casa y Hoti no le dejaba, obligándolo entonces a salir por la ventana de su cuarto para ir a ver a Evie.

No tenía más remedio que obedecer. Sacó el cubito de su mochila y se lo dio. Neuval lo cogió y lo observó unos segundos. Ahora no tenía ganas de ponerse a analizarlo, así que se lo guardó en el bolsillo de la sudadera.

—Por favor, no me lo rompas —le rogó Yenkis—. Hazle lo que quieras, pero no me lo rompas. Le metí bastante programación de mamá… Me costó mucho…

Neuval volvió a quedarse en silencio mirándolo seriamente. Pero después dio media vuelta, para adentrarse de nuevo en la casa.

—E… Espera… —lo detuvo Yenkis, contrariado; la tormenta que esperaba, no parecía llegar—. ¿No vas… a preguntarme nada sobre…?

No terminó la pregunta, pero Neuval sabía que se refería a las preguntas evidentes que cualquiera en su situación le haría hasta la saciedad. ¿Para qué había usado ese dispositivo? ¿Qué había hecho con él en la casa de Hatori? ¿Cómo había acabado exactamente caminando por la cornisa? Neuval no hacía más que mirarlo por encima del hombro, callado, medio tapado con su capucha y ojos cansados, que poco a poco dejaban de estar rojizos. Y ese silencio empezó a desquiciar a Yenkis. ¿Por qué su padre no le hablaba, por qué no le regañaba, por qué no le hacía preguntas sobre la grave situación en la que lo había encontrado?

—¿Por qué no dices nada?

—Entra de una vez. Tengo que presentarte a alguien —dijo Neuval con tono pasivo, dándole la espalda otra vez.

—¡Papá! —insistió Yenkis; se metió en casa, dejó su mochila en el suelo y corrió a ponerse delante de él, cortándole el paso—. ¿Por qué no quieres hablar conmigo? Me he pasado horas pensando cómo explicarte todo. Estoy dispuesto a explicártelo. ¿Tan enfadado estás que no me has respondido a los mensajes y ahora no quieres hablarme?

—No estoy enfadado, Yenkis.

Su voz sonó igual de apagada que su actitud. Yenkis hizo un gesto impaciente de incomprensión, pero cuando fue a preguntarle qué demonios le pasaba, fue cuando se dio cuenta. Por un momento, dejó de mirar la superficie y, con su iris, vio lo que realmente le estaban diciendo todos esos signos que había estado pasando desapercibidos. Su comportamiento, su tono de voz, y sobre todo su mirada.

No era enfado. Yenkis sintió un gran peso cayendo sobre él. Su padre le interrumpió antes, cuando Yenkis le estaba diciendo que no volvería a mentirle, le cortó la frase antes de terminarla. Le cortó la frase porque no quería oírla. Porque para Neuval, esa frase era otra mentira. Yenkis le podía jurar todo lo que quisiese que no le mentiría más. Daba igual. Porque Neuval ya no confiaba en él.

Esa mirada no era de enfado, y ahora Yenkis desearía que fuera enfado, porque lo que sentía ahora su padre hacia él era una gran decepción, y esta dolía más. Se quedó helado, en medio del vestíbulo, mientras Neuval pasaba de largo y se metía en el salón. No pudo reaccionar. Nunca imaginó que le sucedería esto. Siempre había sido un orgullo para su padre, un chico “perfecto”. Y daba por sentado que siempre sería así. Pero, en este punto de su vida, a poco de cumplir 13 años, había decepcionado a su padre por primera vez.

Había pecado de orgullo. Él le pidió, durante la visita al cementerio, que por favor fuera paciente, que esperase a que las cosas se fueran asentando, que le iría contando más cosas poco a poco. Yenkis no escuchó. Fue impaciente, e imprudente. Y había traicionado la confianza de su padre.

Ahora entendía por qué él no quería hablar con él. Algo se había roto entre ellos y Yenkis comprendió que no lo iba a poder arreglar hablando o prometiendo cosas. Cuando la confianza se rompía, las palabras dejaban de valer, y sólo quedaba ganarse el perdón mediante acciones.

Por tanto, Yenkis decidió no insistirle más a su padre sobre el asunto. Iba a tener que compensarle de otro modo, empezando al menos por no volver a desobedecerle ni aunque simplemente le pidiera recoger los platos o acostarse temprano.

Recordó que su padre le acababa de decir que quería presentarle a alguien. Es verdad… Hace días le dijo que le iba a buscar a un maestro. La verdad, no sabía si sentir algo de ánimo o emoción por esto, dentro de lo horrible que se sentía ahora consigo mismo.

Cuando entró en el salón, se quedó de piedra. Por un instante, se olvidó de todo lo malo que sentía. Y de respirar. Y casi le explotaron los ojos. Se preguntó si había acabado afectándole algo de ese humo de olor raro que su padre había sacado antes de la casa con un patoso disimulo, porque no podía asimilar ver ahí, relajadamente tumbado en una butaca del salón de su casa y toqueteando una guitarra, a su ídolo musical, al mismísimo guitarrista y vocalista de Higashikaze.

—¿Ha… ru…? —musitó, sin poder cerrar la mandíbula.

—Oooh, mira quién se ha dignado a aparecer por fin… —dijo Haru, tomando una profunda calada de su porro de marihuana—… después de liarla pardísima como un novato y casi causarle un infarto al pobre Fuujin-sama —concluyó, soltando el humo con un largo soplido, haciendo que el aire formara figuras varias en él, como estrellas, cubos, triángulos, aros, corcheas y claves de sol…

A Yenkis se le cayó más la mandíbula. Sólo movió los ojos para mirar un momento a su padre. Neuval estaba recogiendo tranquilamente la docena de vasos, chupitos, latas de cerveza y botellas de alcohol y los ceniceros cargados de colillas. Y no, no eran de tabaco. Esto también desconcertó a Yenkis, preguntándose si todo eso lo había consumido Haru, porque no imaginaba a su padre consumiendo cosas así. Estuvo a punto de preguntarle si ese de verdad era el mismísimo Haru, pero su padre pasó de largo sin más, marchándose a la cocina. Yenkis optó por mejor no molestarlo, así que volvió a mirar a Haru, que se había quedado solo en el salón con él.

—No me puedo creer q… ¿¡Tú!? ¿¡Eres un iris!? ¿¡Tú!?

Haru simplemente se repeinó el tupé un poco y volvió a acomodarse sobre la butaca, mirándolo con aire pasivo y arrogante.

—¡Joder, por eso te salen esos acordes tan espeluznantes en la voz y te sale ese efecto de amplitud de onda que ni yo he podido recrear con un programa de audio! —brincó el niño con desconcierto, como si hubiera tenido una revelación divina—. ¡Eres… eres…! Como mi padre y yo… el aire…

—Basta de babeos, chaval. Olvídate de Haru, de la música y de todo tu fanatismo. A partir de ahora, soy tu maestro.

—¿¡Mi maestro va a ser Haru del grupo de Higashikaze!? —se agarró de los pelos, todavía sin poder creérselo.

—¿¡Qué te acabo de decir!? —le reprimió Haru, apuntándole con un dedo—. De hecho, no. A partir de ahora, soy tu dios. Así que me respetarás, me adorarás, me rendirás culto, y si te digo que me beses los pies, lo harás.

—P… pero… eso es fanatismo…

—¡No me contradigas! —volvió a apuntarle con el dedo—. Esa será la regla número uno. Y nada de “Haru”, ni de “colega”, ni de “hey, tío”. Te dirigirás a mí como “maestro” a secas, siempre.

—P… pero… ¿en qué quedamos, eres mi dios o eres mi maestro?

—¡Eh! ¡La regla número uno! ¡Que se te olvida! —le apuntó otra vez con el dedo, mientras se levantaba de la butaca de un salto, y puso una pose como si estuviera en un escenario, separando bien las piernas, sosteniendo esa guitarra que colgaba de su hombro con un asa y alzando el dedo hacia el techo—. Tú, novato, a partir de ahora eres un Fuu-chan. Y lo primero que vas a aprender, es a respetar y a acatar órdenes.

—Espera un momento… —señaló Yenkis esa guitarra, horrorizado—. ¡Esa es mi guitarra!

—No —objetó Haru, bajando el brazo y tocando un acorde con descaro—. Es mía.

—¿¡Estás majara!? ¡Nadie, absolutamente nadie toca mi guitarra! —se enfadó—. ¡Ni siquiera mi dios barra ídolo barra maestro a secas!

—¡“Maestro” a secas, sin “a secas”! —le corrigió Haru.

—¿¡Qué te has fumado, diez kilos de hierba!? ¡Dame mi guitarra, es sagrada!

De pronto, Yenkis apenas vio cómo Haru, que estaba al otro lado del salón, apareció a dos centímetros de su cara antes de que pudiera parpadear siquiera. No le dio tiempo ni a respingar del susto, pues Haru lo agarró de la chaqueta y lo alzó del suelo. El chico se quedó asombrado, sobre todo por su fuerza, pero intentó soltarse pataleando en el aire.

—Empiezo a ver a qué se refería Fuujin-sama… —siseó Haru—. El chico de oro se está volviendo un poquito rebelde y contestón, ¿eh? Fíjate, incluso la pubertad pasa factura a un iris de nacimiento.

—¡Suéltame!

—Vamos a empezar a entendernos mejor tú y yo, niño especial. Porque voy a ser el primero en estudiar y aprender qué carajos eres.

—¿A qué te refieres?

Haru volvió a ponerlo en el suelo y lo soltó.

—Jamás ha existido nadie como tú.

—No es cierto. Sé que… —se interrumpió enseguida, teniendo cuidado con lo que iba a decir—. Tengo entendido que mi tío Brey nació iris también.

—Oh, ¿tienes entendido? —repitió con sarcasmo, sabiendo que supuestamente no debería saber ese dato y que, comoquiera que lo hubiera averiguado, no se lo iba a decir—. Pues te equivocas. Porque sin duda tú funcionas de un modo diferente a él —le explicó, comenzando a caminar en círculos a su alrededor—. Tú no te contagias de emociones ajenas sin entender la causa ni ves el mundo con un filtro extremadamente racional. Tú funcionas como los demás. Como nosotros. Pero no el 100 % del tiempo. Naciste con una mente iris, que nunca ha sido humana, por lo que nadie puede entender aún por qué tienes sentimientos normales y por qué estos te dominan a veces como a cualquier humano.

—Soy más racional que los demás.

—Sí, eres más maduro y racional que los niños de tu edad y que incluso muchos adultos. Pero no eres racional el 100 % del tiempo. A veces te falla la lógica y te puede la emoción. Prueba de ello es la locura en la que te metiste anoche. Así que… eres algo raro que nadie aún entiende.

—¡Lo de anoche fue un fallo de cálculo! Y una gran falta de información que no esperaba… —añadió entre dientes, avergonzado—. Pero no por eso soy raro. ¡Y no causo problemas! Yo no busco causarlos, y no le deseo el mal a nadie.

—Claro. Porque esa es tu parte iris. Pero hay algo más dentro de ti, estorbando a veces la pureza y sensatez de tu iris. La única posibilidad es que naciste con una parte humana suelta, separada de tu iris, que a veces te domina y actúa bajo alguna emoción que no puedes dominar.

Yenkis pensó en esas palabras, sorprendido. Haru dejó de caminar a su alrededor y se paró frente a él de nuevo.

—Pero esta teoría sigue siendo extremadamente improbable, diría que imposible. Una parte humana nunca convive por separado de un iris dentro de una misma mente. El iris es, precisamente, la parte humana… reforzada con un gigantesco plus de energía. Nace… de la parte humana… sin dejarse ni un trozo de ella suelto. Sí que puede suceder que un iris nazca de una parte humana demasiado sensible como para que el iris pueda controlar sus emociones al 100 %, pero estos pequeños fallos de control, en los que al iris le cuesta un poco más calmar las intensas emociones de la parte humana que ha inundado, siguen estando bajo merced del iris, en su territorio mental, y ocurre únicamente con emociones negativas, dando paso a un pequeño primer brote de majin, una enfermedad que ya te explicaré, pero que tú, sin lugar a dudas, no padeces en absoluto.

—Pero si volé el comedor… porque me puse furioso…

—Porfa… —le sonrió Haru con burla—. No me compares un adorable berrinche de adolescente con una pura emoción de ira, dolor, agresividad o tristeza. Tú tienes la mayor parte del tiempo un comportamiento racional y controlas bien tus buenas y malas emociones, como pasa con cualquier iris normal. Pero al parecer también tienes… a veces… comportamientos típicamente humanos en los que tu iris parece no tener jurisdicción. Tienes manifestaciones de emociones tanto buenas como menos buenas, que son completamente típicas de un humano y completamente normales en una mente sana. Por eso eres diferente a todo. ¡Un iris sano! ¡Un oxímoron! Un iris sin trauma de origen es como un fuego que arde sin leña u oxígeno. ¿Dónde está tu origen, tu motivo, tu gasolina? ¿Qué eras, el único espermatozoide de entre millones con la esencia genética del iris de Neuval?

—No sé si quiero seguir oyéndote…

—Tienes el poder físico de un iris y de ahí tu dominio del aire, y fuerza, salud y agilidad superiores, pero no una mente completamente iris. Una contradicción tremenda, ya que el iris nace primero en la mente, y cuando ya está 100 % asentado en ella, se expande al cuerpo. Es que ni siquiera sé si te debería catalogar como un iris. ¿Quizá como… semi-iris? En fin, lo que sea —hizo una floritura con la mano—. Cuanto mejor te entienda, mejor podré entrenarte. Y mejor podrás tú… entenderte a ti mismo.

—¡Yo me entiendo a mí mismo! ¡Sé cómo soy!

—Pero no lo que eres. ¿Por qué volaste el comedor el otro día con una ráfaga de viento salida de tu mano, y ahora, si te pido que vuelques esa lámpara, no puedes hacerlo? —señaló una lámpara que había sobre una mesita baja junto al lateral del sofá.

Yenkis frunció el ceño. ¿Cómo sabía que no podía hacerlo? La verdad, no estaba seguro. Probó entonces a tirar la lámpara desde donde estaba; sacudió los brazos, movió las manos, pero no salía nada. Frustrado y con rabia, Yenkis optó por otro modo y respiró hondo, llenando sus pulmones. Pero justo cuando fue a liberar su soplido, Haru le tapó la boca con la mano y al final el aire salió interrumpido.

—¡Hey! —protestó el niño.

—Volcar una lámpara o agitar las ramas de un árbol mediante un soplido por la boca lo puede hacer cualquier Fuu del nivel más bajo. El nivel de tu control se refleja en cómo el resto de tu cuerpo domina y se compenetra con tu elemento, Yenkis. Y cuando uno pasa ese nivel, la compenetración con tu elemento pasa a ser mental, de modo que un Fuu de alto nivel podría volcar esa lámpara incluso estando ahí fuera, al otro lado de la calle, con una sola orden mental dirigida al aire que está aquí dentro del salón.

—Vale… Entonces… ¿Cómo empiezo, qué hago?

—Simple —Haru volvió a hacer ese gesto de repeinarse su tupé con la mano—. Yendo a la nevera y trayéndome una cerveza.

—¡Son las diez de la mañana!

—Sólo en Japón.

—¿¡Y cómo es eso entrenarme!?

—Ya te lo he dicho antes. Primero aprendes a respetar y a acatar órdenes. Así que, si lo próximo que sale de tu boca es algo diferente a las palabras “sí, maestro”, cojo la puerta y me largo con tu extraordinaria guitarra y no me vuelves a ver el pelo. Lo mismo ocurrirá si te vuelvo a oír una queja o mencionar tu guitarra.

—P… —Yenkis estuvo a punto de protestar otra vez, pero se frenó a tiempo. Por una vez, dejó a un lado ese torrente de estrés, agobio, malestar, culpa y rabia que sentía desde la madrugada y dejó que su iris le ayudara a recuperar el control. Escuchó. Y entendió que la advertencia de Haru no era un farol. Se iba a largar de verdad, si no hacía lo que le decía. Recordó por qué estaba ahí, por qué necesitaba un maestro. Sobre todo, recordó que su padre lo había traído expresamente para él, para ayudarlo a dominar su elemento. No quería causarle a su padre más disgustos y decepciones—. Sí, maestro —contestó a regañadientes, y se fue a la cocina para traerle la cerveza.

Haru sonrió y su expresión se volvió más dócil, abandonando por un momento su pose estricta y actitud dramática. Y se puso a toquetear algunos acordes más en la guitarra.

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Un pequeño rato después, habiendo dejado a Yenkis en casa en manos de Haru para que fueran conociéndose, Neuval se encontraba paseando por ese barrio de chalets lujosos.

Como evidentemente hoy no estaba de humor, había salido directamente con las pantuflas de casa en lugar de ponerse unas deportivas u otro calzado de calle. Seguía llevando la capucha puesta y le asomaban cabellos despeinados. Quizá por eso una vieja chismosa, viéndolo desde la ventana de su casa tras una cortina, arrugó la cara con desaprobación y murmuró cómo se había podido colar un pordiosero en un barrio de ricos.

Neuval iba ensimismado mirando su móvil, sosteniéndolo entre las dos manos y tecleando sin parar, comprobando varios correos de Hoteitsuba importantes. Procuró contestarlos lo más rápido posible para quitárselos de encima. Después se fue a la aplicación de chat, a ver si Hana le había mandado algún mensaje. Pero nada. Había pasado menos de un día desde que se marchó a su viaje misterioso. Suspiró intranquilo, quería llamarla y preguntarle si había llegado bien, si estaba a salvo, si necesitaba algo. Pero no lo vio apropiado. Hana le dijo que ya le escribiría ella pronto y que no se preocupara. Así que procuró calmar su manía sobreprotectora y tener paciencia.

Tenía que calmarse. Los “remedios” de Haru habían funcionado, obrado milagros, y menos mal. Porque al llegar a casa, y pese a haber sobrevivido al brote de majin y a la herida de bala, no pudo frenar su cabreo al ver que el coche de Viernes seguía ausente en la casa vecina, y la llamó al móvil varias veces, sin éxito, aumentando su furia, y dejándole las cosas claras en los mensajes. Lo que había pasado con Yenkis había sido la gota que colmó el vaso. Y Viernes seguía sin dar señales, ni explicaciones… La que él creía una amiga y aliada, había puesto en serio peligro a su hijo, y adrede. ¿Qué demonios le pasaba?

Neuval se estaba volviendo a poner nervioso e irascible. Volvió a invadirle esa sensación reciente de estas últimas semanas, de que algo estaba yendo muy mal, algo grande, oculto… Algo llamó su atención. Al estar cabizbajo mirando su móvil, vio sus pantuflas deteniéndose justo encima de una larga grieta formada en la acera. En ese preciso momento, salió una cucaracha de la grieta, y se quedó quieta al lado de sus pies, moviendo sus antenas.

No supo por qué, esto le molestó. Y no porque un barrio de clase alta no debería tener semejantes bichos y desperfectos, sino porque esta simple imagen lo transportó sin permiso a Ferraille. Ese maldito, sucio y miserable suburbio, donde solamente habitaba una cosa buena.

«“Espérame ahí abajo”».

Neuval giró la cabeza a un lado con sobresalto, pensando que acababa de oír una voz femenina familiar. Pero estaba él solo en la acera; a un lado tenía la carretera, y al otro lado un pequeño jardín de la calle. No parecía haber venido de alguna de las cercanas casas de alrededor. Volvió a mirar la grieta. Se quedó absorto.

«—No deberíamos estar aquí —dijo la voz inquieta de un niño pequeño—. ¡Mon, te vas a hacer daño!

—Tranquilo, deja de dar voces o acabarás haciendo que el viejo Pierre nos pille.

El pequeño no dijo nada más, pero comenzó a retorcer entre sus manos la tela de su raído peto. Miró nervioso a los lados. Estaban en el desguace de coches, rodeados de varias montañas de vehículos rotos y chatarra oxidada. El calor era achicharrante. La niña de 12 años que lo había traído consigo escalaba sin miedo una montaña de coches, hasta llegar al que ella quería. Metió medio cuerpo por la ventanilla del conductor, que no tenía cristal, y estuvo unos segundos toqueteando algo, hasta que volvió a salir con algo entre las manos. Descendió de regreso al suelo junto al niño, y le mostró esa pequeña caja negra que había arrancado.

—¿Qué es esta basura?

—¡Neu! ¿No lo entiendes? Dentro de poco va a ser tu séptimo cumple, así que es hora de que te construya un nuevo regalo. Sólo necesito otro cacharro como este en buen estado, y los voy a transformar en dos transmisores de radio. Uno para ti y otro para mí. Y nos podremos comunicar por radio desde la distancia. ¿A que es divertido? Me he leído tres veces el libro de la biblioteca que explica cómo se hace.

El niño miraba asombrado a su hermana mayor. Su piel blanca como la nieve, las pecas de sus mejillas, ahora un poco coloradas por el sol del verano; sus largos cabellos negros, sus vivos ojos azules, y la ausencia de un diente, que se le había caído hace poco. Su voz, su sonrisa, siempre le hacían sentirse a salvo. Pero entonces, sonó otra voz, grave, masculina, contraria, que desde hacía un par de años había comenzado a aterrarle.

—¿¡Qué hacéis aquí!?

Ambos niños se dieron un susto. No era el viejo Pierre, pero era igual o peor. Aquel hombre se aproximaba a ellos, furioso. Monique se puso delante de Neuval, y miró valiente al frente.

—¿¡Sólo queréis buscarme problemas!? ¿¡Que me despidan del trabajo!? ¡No aprendéis, ¿verdad?!

—Cálmate —le dijo Monique con voz firme y poderosa—. Tienes que calmarte.

Aquel hombre entonces se detuvo antes de llegar a ellos, gruñó con rabia, se agarró del pelo, cerró los ojos, como si luchara consigo mismo. Neuval lo observaba asustado. Nunca lo llegó a entender. Pero Monique lo arrimó a su espalda con un brazo protector. De repente, aquel hombre se echó de rodillas al suelo, al pie de un montículo de chatarra; agarró un pedazo de metal y se lo clavó en la mano, y soltó un grito de dolor. Se quedó ahí agazapado, agonizando, respirando.

—Vámonos —le susurró Monique al pequeño, agarrando su mano y marchándose de allí rápidamente—. No temas. Volverá más tranquilo a casa.»

Neuval volvió a abrir los ojos. Había perdido la noción del tiempo unos minutos. La cucaracha ya no estaba. No sabía por qué había tenido este recuerdo sin motivo aparente. En él, Jean volvía a aparecer con la cara cubierta de sombras, de una mancha de humo negro, con dos aterradores ojos de luz blanca. No es que hubiera olvidado el rostro de Jean. De hecho, era imposible, teniendo en cuenta que era casi idéntico a él. Pero cuando recordaba cosas de él, siempre aparecía en su mente con ese nubarrón de tinieblas en lugar de su cara. Siempre pensó que esto era producto de su traumada imaginación de niño, una visión infantil de lo que sería un monstruo, y todavía le acompañaba.

Se metió una mano en el bolsillo del pantalón chándal y sacó un pequeño canuto de marihuana de Haru, que se había guardado por si acaso. Se lo encendió con un mechero y dio una profunda, larga calada, cerrando los ojos hacia el cielo, relajando los hombros, y dejando que una inesperada brisa le acariciara, y agitara las hojas perennes de los árboles de la calle, produciendo un sonido tintineante.

Sí… eso estaba mejor. Sus cien pensamientos se redujeron a la mitad. Se sentó en el borde de la acera, apoyó los brazos sobre las rodillas y, sujetando el canutillo entre los labios, volvió a desbloquear el móvil y se metió en la otra aplicación de comunicación clandestina que solamente usaba con su KRS. No podía olvidar que tenía a dos de sus chicos en medio de una misión. Brey y Drasik habían ido actualizando. Hasta ahora, habían confirmado ya su infiltración exitosa en la base enemiga, y después en el laboratorio, y ahora Drasik se encontraba realizándoles el test a los componentes químicos que estaban fabricando allí, para averiguar si coincidían con los que Alvion había indicado en la información inicial de la misión.

Dio otra calada y se puso a escribirle a Lao un mensaje, diciéndole que se fuera preparando ejecutar su parte de la misión en otra base, ahora que Drasik estaba a poco de confirmar el objetivo de la primera fase.

En ese momento, una desaliñada gata tricolor callejera se le acercó desde el jardincillo que tenía detrás y se sentó en la acera a su lado, lamiéndose una pata tranquilamente.

Nada más enviarle el mensaje a Lao, le apareció en la pantalla una notificación nueva. Cuando vio que era un mensaje de Cleven, se atragantó con el humo y tosió un poco, y volvió a mirar la pantalla con sorpresa, quitándose el canutillo de los labios.

—¿Qué? ¿Un mensaje de la mismísima Cleventine Vernoux? ¿¡Para mí!? —dijo en voz alta. Después miró a la gata que tenía al lado y le enseñó la pantalla—. ¿Te lo puedes creer? Ayer me visita a mi oficina. Y hoy me escribe. ¿Qué crees que será? ¿“Estoy en problemas”? ¿“Necesito dinero”? ¿“Tengo un nuevo novio que está esperando que lo aniquiles”?

—Miaaah… —maulló la gata desinteresadamente, y siguió lamiéndose el lomo.

—Ah —Neuval se quedó trastocado un momento. Juraría que acababa de oír en su cabeza: “No perturbes mi espacio”.

Le restó importancia y abrió el mensaje de Cleven. Era una selfi de ella, donde se la veía con el gorro de natación puesto, pero tenía por arriba dos agujeros, por donde le salían dos grandes mechones de su ondulado cabello rojo, que parecía que le habían salido dos cuernos. También salía con las gafas de nadar puestas, y posaba con ojos bizcos y sonrisa sacando la lengua. Abajo, había escrito: “Se me rompió el gorro al final del entrenamiento y ahora mis compis me han apodado ‘La Cabra Acuática’. Siento manchar tu reputación en la alta sociedad, pero debo aceptar mi nueva identidad”.

A Neuval se le habían puesto unos ojos tan grandes y llorosos y se le había formado en la cara una sonrisa tan enorme y boba que la gata callejera se lo quedó mirando juzgadoramente.

—Ufm… —sollozó Neuval, llevándose un puño a la boca, contemplando esa horrible foto de Cleven como si fuera una milagrosa estrella brillante en medio del cosmos—. Es tan bonita… Y tan payasa…

Se puso enseguida a contestar el mensaje: “Es un honor ser el padre de ‘La Cabra Acuática’. Así podré yo cambiarme el nombre por fin a ‘El Cabrón Aristocrático’ y cumplir así uno de mis sueños”. Tras unos instantes, Cleven le respondió con múltiples emojis de la risa. Neuval no podía dejar de sonreír. Ni siquiera se había dado cuenta de que se le había caído el porrito de marihuana al suelo. De hecho, se olvidó de él por completo. Tras unos mensajes tontos más, Cleven se despidió diciendo que iba a pasar un rato con sus compañeros de natación.

Neuval suspiró y miró al cielo, contento. Luego miró a la gata, que se había puesto en pie y miraba a los alrededores, oscilando la cola suavemente.

—No lo entiendo. Parece que cuando se me encarrila uno, se me descarrila el otro —se tumbó sobre la acera para ponerse a la altura de la minina—. ¿Tú lo puedes entender, Katyusha 2? ¿Te importa si te llamo Katyusha 2? Tienes unos increíbles ojos verdes juzgadores y letales, no puedes llamarte de otra forma. ¿De dónde ha salido una calicó tan bonita, eh?

La gata, tan tranquila, se acercó a él y comenzó a restregarse contra su cabeza, su hombro, y dio varios maullidos.

«“Comida. ¿Tienes comida? Soy amigable. ¿Comida?”».

—Qu-… —Neuval se incorporó de nuevo, apartándose del animal con cara de shock. Se llevó una mano a la frente—. Oh, no… Me está pasando otra vez…

Le preocupó porque él siempre había considerado esto una pequeña señal de esquizofrenia o de que se le estaba yendo la olla. Sin duda, le había pasado otras veces antes, no muchas, pero si las suficientes para recordarlas, sobre todo con los gatos con los que siempre solía acabar compartiendo comida de la basura o callejones en las ciudades por las que transitaba de pequeño. También con perros, alguna vez. Era raro. Oía sus ladridos, o maullidos, y al mismo tiempo, oía en su cabeza palabras. Pero no eran palabras ni tampoco una voz, era una interpretación de su cerebro, como cuando uno mira una pelota roja y en su mente se proyecta el entendimiento de “pelota” y “roja”.

Neuval daba por sentado que creer que entendía lo que los animales decían era un síntoma comprensible de su desajustada salud mental, lo cual no era una sorpresa, pero tampoco era tranquilizador. Se quedó mirando a la gata, en suspense, preguntándose si volvería a imaginar que le hablaba. Pero entonces, la gata maulló una vez más. Y esta vez, sólo fue un maullido.

—Uff… No me des esos sustos, Katyusha 2, por Dios —resopló con una mano en el pecho—. La gente pensará que estoy fatal…

En ese momento, la vieja chismosa de la ventana de la casa de más allá volvió a negar con la cabeza con desaprobación, viendo ahora a ese pordiosero sentado en la acera hablando con un gato. Por suerte no reconocía quién era porque tenía la capucha puesta.

—Parece que a La Cabra Acuática le está yendo bien. Parece que le vuelvo a caer bien —murmuró el Fuu, sonriendo, rascando la barbilla de la gata, pero luego se le apagó un poco la sonrisa—. ¿Cómo le estará yendo al otro? Haru ha dicho que logró una hazaña enorme hace unos días en su trabajo. Una niña… con un tumor maligno imposible, rechazado por los mejores médicos del mundo… salvada en el último momento por la implacable tozudez del chico. Qué propio de él… —negó con la cabeza, denotando orgullo—. Pero esa tozudez suya no resuelve otros problemas. Daría lo que fuera por poder felicitarlo… hablar con él… que me cuente con detalle cómo ha sido la experiencia incluso si tengo que ponerme al lado un cubo donde poder vomitar. Me da igual mi fobia, le escucharía cada palabra médica. Pero sé, por descontado, que no me cogerá la llamada, ni me recibiría una visita. Dejé de intentarlo hace tiempo, Katyusha 2. Por mi parte… no sé qué más hacer para recuperarle —dejó salir otro suspiro melancólico—. ¿Tú qué opinas? —miró a su lado, pero descubrió que la gata no estaba. Se había marchado hace rato—. ¿¡Katyusha 2!? Me ha dejado aquí, hablando solo como los locos…

Rechistó un poco más, mientras se metía una mano en el bolsillo de la sudadera para sacar de nuevo el cubito y curiosearlo. No obstante, su móvil comenzó a sonar antes.

—Oh… —se sorprendió al mirar la pantalla, y descolgó la llamada—. Hola, Mei, ¿qué tal estás?

—“Tío Neu, hola, lo siento, ¿te pillo ocupado?” —oyó la voz agitada de la mujer.

—Para nada, ¿qué necesitas? ¿Qué ocurre?

—“Ahm… Necesitamos que vengas a mi casa. Estoy con mi hermano, con Agatha, Yako y Eliam. Y con Daisuke. Pero… —sollozó angustiada—… ha ocurrido algo… La pequeña Clover… ha desaparecido en algún momento de la noche y… y nadie se ha dado cuenta hasta que Agatha ha venido a hacerles el desayuno y… y… llevamos rato indagando y todo apunta a un secuestro, pero las posibilidades no tienen sentido…”

Neuval se puso en pie al instante. Le cambió el rostro, y se le fue ensombreciendo cada vez más, conforme Mei Ling le describía más a fondo los detalles de la situación entre lágrimas. Fue para allá de inmediato.





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