Seguidores

2º LIBRO - Pasado y Presente









26.
Genes

Eran casi las 7 de la mañana del viernes. El cielo estaba amaneciendo completamente despejado pese a estar en pleno invierno, y el sol ya estaba asomando por el horizonte, si bien el frío seguía calando hasta los huesos. Para algunos, era hora de despertarse para ir a trabajar un día más; para otros, era hora de llegar a casa a descansar después de un duro turno doble.

Lex entró por la puerta de su piso, procurando hacer el menor ruido posible con las llaves; dejó los zapatos, el abrigo y la cartera en la entrada, y se adentró en el salón arrastrando los pies. Le pesaba todo el cuerpo. Supuso que Riku aún estaba durmiendo, pues la casa estaba muy silenciosa.

Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa del comedor. Llevaba con ellas puestas tantas horas que tenía marca en el puente de la nariz. Se sentó un momento en una butaca del salón, y sintió que le llevaban los ángeles por el cielo y se le recolocaban algunos huesos.

Bonté divine... —murmuró en francés, quedándose en el nirvana un rato, con sus ojos azules estáticos en el techo.

Pero no se permitió a sí mismo estarlo demasiado tiempo. Tenía algo importante que hacer, y ya llegaba tarde. Se arrodilló frente al mueble grande de la televisión, que hacía a la vez de estantería con cajoneras. Abrió uno de los cajones de abajo y sacó un grueso álbum de fotos. Se pasó unos minutos hojeándolo, hasta que encontró la fotografía que quería, y la sacó. Se fue a otro mueble del salón, una cómoda bajita, con adornos encima, los cuales apartó un poco para dejar un espacio en el centro. En él, colocó la fotografía, dos velas, y entre medias, una bandejita de plata; se fue a la cocina un momento, y volvió rato después con una pequeña taza de chocolate caliente, poniéndola sobre la bandejita, frente a la foto.

Encendió las velas y se arrodilló delante de este pequeño altar. Miró la foto. En ella, aparecía un hombre moreno de unos 35 años, de cabello negro muy corto y ojos negros como el azabache, posando con una sonrisa y con un puño en alto, mostrando un brazo grande y fuerte. Lex sonrió con tristeza.

—Hola, tío Sai. Llego un poco tarde, espero que no te importe. Siento no haber ido a visitarte antes de ayer en el cementerio con el resto de la familia. Tenía programada una cirugía, ya sabes, de las chungas. Uah… —se le escapó un bostezo—. Creo que sólo he dormido 4 horas en las últimas 50 horas. Pero ha merecido la pena. Ha merecido cada segundo de angustia, estrés y miedo. Hemos logrado extirpar con éxito un tumor maligno en el cerebro de una niña de 8 años. Va a recuperarse. Va a tener una vida normal. Sus padres, sus abuelos, la verán crecer junto a sus hermanos. Hasta sus tíos y primos estaban en el hospital. Eso hacen las familias, ¿no? Estar unidas.

Lex agachó un poco la cabeza y se quedó mirando el suelo sin un motivo en especial.

—Tengo un equipo fantástico, tío Sai. Mis compañeros también lo han dado todo. Los humanos, juntos, podemos lograr tantas cosas increíbles… Ojalá el mundo entero fuera como mi equipo. Ojalá pudiéramos demostrarles a los iris que nosotros también podemos. ¿No crees? —levantó de nuevo la mirada hacia la foto, y volvió a sonreír—. Te echo de menos. También al primo Yousuke. Mei Ling y yo pensamos en vosotros todo el tiempo. Espero que mi madre esté en vuestra compañía también. Y los abuelos Emiliya y Hideki. Ojalá pudiera decirles a los abuelos que he retomado el contacto con el tío Brey hace poco, y que lo he notado feliz. Con mucha pena y dolor, y con una culpa sin motivo… pero con una nueva felicidad brillando poco a poco por encima de esas cosas. Parece que vivir con mi hermana es en parte la causa, pero, sobre todo, son sin duda esos dos niños, que ha tenido por accidente, la mayor razón de la luz de su iris. Pude conocerlos brevemente hace un par de semanas. Me recordaron tanto a los primos You y Kyo cuando eran pequeños… ¿Sería mucho pedir volver a reconectar con el tío Ichi también? Sé que aún está por ahí… en algún lugar… Me niego a creer que esté muerto, o… cambiado…

Cerró los ojos y dejó salir un suspiro con un deje molesto.

—¿Por qué tenemos una familia tan complicada, tío Sai? Es como un jarrón que hace años se rompió en varios trozos. Algunos se perdieron para siempre. Otros intentan volver a unirse, pero… no quedan igual que antes. Por mucho que se junten, aún queda esa línea entre medias, esa fisura. ¿Sabes? Al menos tengo una relación con los abuelos Lian y Ming, pero cuando estamos en público, cuando la gente mira o pregunta, estoy harto de fingir que somos simples conocidos de dos familias distintas. A Mei Ling tengo que tratarla como una amiga. A Kyo hace un año que no lo veo por su entrenamiento, hace poco que ha vuelto, pero ahora debe ir con cuidado, porque ahora es un iris… Lo mismo pasa con el tío Brey. Al menos, a él sí puedo tratarlo como mi tío en cualquier lado y no tener que mentir, fingir, aparentar… Odio mentir, tío Sai, me agota y me carcome… Mil cirugías durante mil días seguidos no son nada… comparadas con estos siete años.

Lex dejó de hablar y se quedó cabizbajo con los ojos cerrados, tomándose un respiro. A veces, estas cosas eran terapéuticas. Pero Lex realmente desearía tener ahí delante a su tío Sai en carne y hueso y escucharle una vez más dándole sus consejos y su comprensión humana.

En ese momento, se oyeron unas pisadas desde el pasillo, y apareció en el salón Riku en pijama, dando un bostezo.

—¡Oh! Lex, cariño, ya estás aquí. Me pareció oír tu voz —sonrió contenta al verlo, y se fue hasta él; se arrodilló a su lado y lo abrazó, apoyando la mejilla en su hombro—. Bienvenido a casa. Has debido de dormir y de comer fatal estos dos días sin salir del hospital.

—Dormir fatal, sí. Comer fatal, no tanto. Tengo la suerte de reconocer como un manjar cualquier tipo de comida mezclada. Ayer cené unos doritos picantes de la máquina expendedora mezclados con el arroz con brócoli de la cafetería, con una loncha de salami que un compañero no quería comerse de su bocadillo, y todo bañado con mostaza y sirope de chocolate que la cocinera de la cafetería me dejó coger de la nevera.

—Hm, hm… —se rio—. Qué asco. Pues te he dejado en la nevera un táper llenito con un montón de cosas asquerosas mezcladas, pero saludables, cocinadas de forma casera.

—Oh, gracias, cariño, eres la mejor.

—Oh… —Riku vio el pequeño altar con las velas encendidas en el mueble frente a ellos, y comprendió que era algo que tenía pendiente de hacer, ya que el pasado miércoles no pudo ir—. ¿Estabas hablando con tu tío Sai Lao? Lo siento, te he interrumpido…

—No, no… Ya había terminado cuando has venido.

Riku juntó las palmas de las manos frente al altar, cerró los ojos y le dedicó un rezo. Después volvió a abrazarse a Lex.

—¿Le estabas contando la buena noticia? Felicidades otra vez por la exitosa cirugía, cielo, no sabes qué grito de alegría pegué cuando me mandaste el mensaje en la madrugada. Eres todo un héroe.

—Hm… —Lex disfrutó de su abrazo y también apoyó la mejilla en su cabeza, y agarró su brazo con el que lo rodeaba—. No creo que sea heroísmo. Creo que debería ser el comportamiento humano normal.

—Pero sabes que no es así, Lex. Somos una especie complicada. Unos abrazan la luz y otros abrazan la oscuridad. Cada cual por sus motivos o circunstancias. Siempre ha sido así. Por eso, quien elige abrazar la luz pese a toda la adversidad que sufra, merece el reconocimiento de héroe.

—En ese caso, deberías incluirte —Lex la separó un poco y la tomó de las mejillas—. ¿Cuántos ancianos y niños has cuidado con devoción y cuántas familias con problemas has ayudado?

—No podría aguantarlo tan bien si no fuera por tu eterno apoyo, comprensión y seguridad.

—Yo sólo te devuelvo lo mismo que tú me das. Eres mi heroína, Riku —le pasó un mechón de pelo tras la oreja.

—Y tú el mío —ella lo acercó hacia sí y lo besó con cariño—. Te hemos echado de menos —le susurró, agarrando una de sus manos y poniéndola sobre su vientre.

Lex sonrió con calidez, manteniendo la mano ahí.

—Siento tener que preguntártelo, pero… ¿Cuándo se lo dirás a tu padre? —quiso saber Riku.

Él no dijo nada. No tenía respuesta aún. Sólo puso una cara dubitativa.

—Y no sólo esto, sino lo de nuestra boda también —continuó Riku—. Neuval tiene que estar ahí, igual que lo estarán mis padres, cariño. Tu padre siempre ha sido maravilloso conmigo, y muy amable y generoso con mis padres. Sé que para ti es diferente, pero para mí…

—Lo sé, lo sé. Él es muy buena persona. Eso nunca lo he negado. Y no puedo no invitarlo a nuestra boda. Eso lo haría si lo odiara, pero no es para nada el caso.

—Lo entiendo. Sé que en verdad quieres mucho a tu padre, pero aún te pesa esa decepción, por un error que él cometió, por algo que hizo que te dolió. No hace falta que me cuentes qué es lo que pasó exactamente si no quieres, pero… Lex… después de siete años… —le dijo con un tono de ruego y pesar, acariciando su mejilla—. Es tanto tiempo…

Lex agarró su mano y besó su palma, sonriendo.

—No te preocupes. Se lo diré pronto. Las dos cosas.

Riku también sonrió, pero observó su rostro, pensativa, notando algo nuevo.

—Lex… ¿Ha pasado algo recientemente? Cada vez que hablamos de este tema, te sueles sentir molesto y alicaído. Pero ahora pareces más tranquilo y bienhumorado.

Lex la miró a los ojos, admirando lo bien que se le daba a Riku leerle. No le había contado que el pasado miércoles por la mañana su padre había tenido un incidente iris con Hana, que por eso se presentó en el hospital y que tuvieron una conversación que, por primera vez, le había traído un pequeño cambio de parecer, porque aún no le había contado a Riku nada sobre la existencia de los iris y la Asociación. Al menos, no directamente. Había muchas cosas que no le había contado o terminado de contar. Sabía que eso tenía que cambiar.

—Va siendo hora de que te vaya contando todas esas cosas que te dije que no podía contarte.

—Lex… —murmuró sorprendida—. ¿Estás seguro?

—¿Cómo es que no te cabrea?

—Hah… Cariño, ya te lo he dicho muchas veces. Llevamos cinco años juntos, y desde que empezamos nuestro segundo año juntos, no has parado de hablarme de eso, de que hay “cosas” de tu familia muy difíciles de aceptar, secretos importantes y que pueden ser peligrosos. Me has advertido muchas veces, y todas esas veces te he dicho lo mismo: “lo aceptaré con tal de estar contigo”. Ya me contaste hace años que tu padre vino de una familia horrible y que fue adoptado ilegalmente por otra familia —señaló un momento la foto de Sai en el altar—, y que él y tu abuelo lo siguen ocultando para proteger la empresa y esas cosas… Pero sabes que me alegro de que lo hicieran, aunque fuese ilegal, porque aquí seguir la ley no habría arreglado el problema, sino que lo habría empeorado. Este es uno de esos pocos casos en los que yo no habría estado de acuerdo con la ley. En este tipo de casos es donde el sistema falla, y créeme, en mi trabajo he visto unos cuantos…

—Ya, pero eso no es nada, Riku, comparado con los otros secretos que guarda mi familia.

—Ya me confirmaste que tu familia no tiene relación con ninguna banda criminal, ni con la mafia ni tampoco con hacer algún tipo de daño a gente inocente, que es lo único que te dije que yo no podría aceptar.

—Sí, pero…

—Con eso me basta, Lex —le interrumpió—. Si me dices que tu familia comete otro tipo de delitos… mientras no estén haciendo daño a gente inocente… puedo aceptarlo. Yo sólo quiero estar contigo.

—Pero tú siempre eres muy estricta con cumplir la ley y las normas, como yo.

—Sí, pero también soy muy estricta en mi amor por ti —lo miró fijamente a los ojos, con firmeza—. Por eso llevo ya un tiempo comentándotelo… que estoy lista para saber lo que quiera que tengas que contarme. Y que estoy lista para aceptarlo. Ahora más que nunca. Porque vamos a unirnos, y porque va a haber algo que nos unirá aún más —posó las manos sobre su vientre—. Confía en mí, Lex. Soy más comprensiva de lo que puedas imaginar. Ya adoro a tu padre, y adoro a tus hermanos, y a tus abuelos… Va a ser difícil encontrar un motivo para hacerme cambiar de opinión.

—¿Y si te digo que no hacen daño y no matan a gente inocente, pero sí a gente mala? —insistió Lex, esta vez más alterado.

Riku se quedó en silencio. Lex se puso nervioso por su perpleja mirada y por su repentino enmudecimiento, por eso se puso en pie y caminó unos pasos por el salón, dándole la espalda. Ella permaneció arrodillada en el suelo junto al mueble bajo, junto al altar, sin apartar la vista de él. Pero entonces, parpadeó y miró un momento la fotografía de Sai. Riku se quedó reflexionando. No esperaba una declaración así tan imprevista. Por un segundo, pensó que Lex estaba bromeando, o exagerando, pero él no bromeaba con esas cosas nunca.

—Entonces yo te pediría… —le respondió Riku finalmente—… que me cuentes todo el contexto que hay alrededor de eso. —Se puso en pie y caminó hasta él, y lo abrazó por la espalda, apoyando la cara sobre su omóplato—. Sabes que no me gusta forjar una opinión sólo basada en saber algo. También necesito entenderlo.

—Si no aceptarías que lo hicieran con gente inocente, ¿por qué aceptarías que lo hicieran con gente mala? Es gente, al fin y al cabo. Personas.

—Pero… ¿eliminan a cualquiera que haga algo malo así sin más?

Lex suspiró. Él ya habló de este tema la semana pasada con Brey, cuando comieron juntos, después de años sin verse. Lex sabía que no era tan blanco o tan negro el modo en que la Asociación veía a los humanos. Sobre todo, desde que Alvion estaba al mando. Había matices y matices y días, semanas, meses de estudio y análisis antes de tomar la decisión final. Era verdad que los iris no mataban a todo criminal que se cruzaban. De hecho, sólo terminaban ejecutando al 10 % de todos los criminales con quienes se enfrentaban. Un 10 % irremediable, aberrante, sin solución alguna.

En el fondo, Lex lo entendía muy bien. Más que entenderlo, reconocía que la labor de los iris era necesaria. Lo que le dolía era que, en este mundo, en esta realidad, esa tuviera que ser la mejor opción y no otra. No le daba rabia que los iris tuvieran que matar a un porcentaje de criminales o terroristas exactamente, sino que ese porcentaje existiera, que todavía hubiera humanos metidos en esa oscuridad por elección propia y sin intención ni deseo de salir jamás de ella, porque realmente disfrutaban matando, torturando, violando o destruyendo. Y muchos de ellos tenían los suficientes recursos, contactos y dinero para eludir la cárcel, o para salir de ella en poco tiempo, para así volver a cometer atrocidades.

Otra cosa que Lex sabía en el fondo, era que Riku iba a tener un sentimiento y una opinión al respecto muy afines a los suyos. Los dos trabajaban en algo que les hacía ver casi a diario esa cara de la sociedad, de la humanidad, que a otras personas quitaría el sueño. Lex había visto en docenas de pacientes un sin fin de heridas y traumatismos producidos por pura maldad humana, y a muchos de esos pacientes guardar silencio por miedo, sabiendo que el sistema judicial y su necesidad de pruebas y evidencias que no siempre se conseguían no era perfecto. Riku se había topado con docenas de familias y hogares en situación de maltrato, muerte, suciedad extrema, negligencia, niños golpeados y desatendidos, ancianos abandonados en camas llenas de heces, padres con problemas de drogas y alcohol reincidiendo no una ni dos, sino veinte veces…

Lex se dio la vuelta y abrazó a Riku, cerrando los ojos y acariciando su pelo. Riku también cerró los ojos y acarició su espalda.

—¿Qué tal si dejamos este tema para otro día… y desde hora mismo hasta el mediodía del domingo nos centramos en descansar y disfrutar del fin de semana? —le preguntó ella—. Te han dado hoy el día libre, y merecidamente, al fin y al cabo.

—¿Y tú?

—Bueno, mi horario es de turno rotativo. Esta semana tengo el día de hoy y de mañana libres —sonrió, mirándolo a sus ojos azules, y se sonrojó por tan bello rostro.

—¿Te toca trabajar este domingo? Qué crueles —se rio Lex.

—Sólo tengo dos visitas asignadas el domingo por la tarde. Así que te propongo un plan. Sabiendo que ahora mismo estás reventado, vamos a dejar de hablar de trabajo desde ya. Mientras comes la comida que te he hecho, te voy preparando un baño caliente con sales aromáticas, que vas a compartir conmigo, para darte masajitos en la espalda. Después te vas a dar una larga siesta para recuperar todas las horas de sueño perdidas, mientras yo hago unos recados. Cuando te despiertes, pediremos una cena a domicilio algo más temprano de lo normal, y unas cervezas, la mía sin alcohol, claro, y veremos varios capítulos de nuestra serie favorita, y haremos el vago hasta el anochecer. Si todavía te quedan energías, podemos aprovecharlas, para que así te agotes, y te duermas de nuevo a una hora decente, para recuperar tu horario normal. Y mañana… saldremos a pasear, o podemos ir a la casita de campo de mis padres y desconectar de la ciudad hasta el domingo al mediodía… Lo que tú quieras.

—¿Lo entiendes ahora? —sonrió Lex.

—¿El qué?

—Cuando tengo estos turnos infernales en el hospital, muchas veces me preguntas cómo puedo seguir con vida. Y es por esto. Eres mi kit de supervivencia. Me cuidas demasiado.

—Pero si tú haces lo mismo conmigo cada vez que vengo derrotada a casa tras un día duro, ¿cómo no voy a hacer lo mismo por ti?

—Fíjate. Tengo los mejores compañeros de trabajo y tengo la mejor compañera de vida. ¿Qué más puedo pedir? —la besó con ganas, y ella se rio—. Lo único que me queda por pedir, es que todo salga bien —comentó, poniendo la mano sobre el vientre de Riku.

—Saldrá de fábula —susurró ella—. Este bebé tiene unos genes estupendos.

Mientras Riku se iba a preparar la bañera, Lex se fue a la cocina a comer algo y se quedó reflexionando, pensando en muchas cosas, en la familia, en lo que había estado contándole a Sai. En un momento, se acordó de que la semana pasada, el día que se reencontró con Brey y salieron a comer, este le dijo que Riku era su nueva asistente social y que la conocía de una primera visita que ya le había hecho. La verdad, a Lex no le sorprendía, Riku visitaba a muchas familias cada semana en este cuadrante de la ciudad que le habían asignado.

No le había hablado a Riku sobre ese reencuentro, porque ni siquiera le había mencionado la existencia de sus dos tíos maternos, solamente la de su tío paterno, Sai, y no por otro motivo que el de la seguridad. Especialmente por el delicado tema de Izan. Sin embargo, Lex decidió que se lo contaría otro día junto con el resto de cosas, para que todo tuviera más sentido para ella.


* * * *


El día pasó tan lento como había pasado la semana. Al menos, para Neuval se había hecho eterno, tanto de trabajo iris como de trabajo en Hoteitsuba. El resultado de ello era estar ahora en su despacho, tendido en un sofá como si hubiera caído desde arriba en una postura al azar, con la cabeza colgando del borde y la boca abierta de par en par, profundamente dormido. Eso sí, no emitía ni el más mínimo ronquido o sonido. Igual que los Sui tenían la cualidad de no sudar nunca y tener un cuerpo impecable e inodoro, y otros iris tenían sus otras respectivas cualidades, los Fuu nunca roncaban, siempre tenían una respiración perfecta y silenciosa.

Como tenía un despacho muy amplio, tenía este rincón reservado para el descanso, bien apartado de donde estaba su escritorio atestado de papeles. Era una zona con un cómodo sofá, dos butacas y mesita, junto a un pequeño mueble bar con fregadero propio, nevera, microondas y cafetera. A su lado, en la mesita frente al sofá, reposaban unas tres tazas de té vacías, un paquete de 1 kilo de azúcar casi vacío, dos tarros de miel, frutos secos caramelizados y una cesta con una docena de melocotones japoneses de la variedad más dulce del mundo, de los cuales se había comido como cuatro o cinco y los huesos estaban en un plato.

Esta voracidad que sentía por los sabores dulces le aparecía esporádicamente, y le sucedía desde siempre, desde que tenía memoria. Si fuera humano, los atracones de azúcares que se daba ya lo habrían mandado a la tumba hace tiempo. Lo curioso es que también se los daba antes de convertirse en iris, y más que empacharlo o ponerlo enfermo, le vivificaban y reconfortaban.

De todas la adicciones que había tenido, esta era la más inofensiva y la única que hoy en día se permitía seguir saciando. No era cuestión de salud, ya que a un iris nada le afectaba a la salud física. Dejar las drogas fue más bien por cómo le hacían comportarse, afectando más a la mente y al estado psicológico. Empacharse de azúcares no le afectaba al comportamiento ni hacía daño a nadie más.

Y aun a día de hoy, todavía no había hallado el motivo por el que a veces padecía estos episodios de hambre voraz de sabores dulces. No era por estrés ni por un mal estado emocional, pues también le habían venido en días tranquilos; tampoco por agotamiento o falta de sueño o alimento, pues también le habían venido en momentos de saciedad y bienestar. Simplemente, le venían de repente. Hace tiempo que él ya lo había asumido y normalizado como “ya estoy trastornado en todos los sentidos, no me sorprende un trastorno más en mis papilas gustativas”.

Katya le decía que, sencillamente, era un goloso, igual que ella. Pero Neuval sabía que no era lo mismo. Cuando a Katya le daban antojos golosos –como heredó de su madre y como le transmitió a Cleven–, eran sobre un alimento en específico: chocolate, un pastel, un bollo relleno de crema, un helado, y siempre para llenar el estómago. Lo que Neuval tenía eran repentinos picos de deseo voraz de sentir el mero sabor dulce en la boca, de cualquier cosa, pero que tuviera el sabor más dulce. Ya podían barnizar la barandilla de las escaleras de una estación de autobuses con un almíbar o sacarina líquida, que él la lamería entera.


No estaba vestido con uno de sus habituales trajes elegantes con corbata. Estaba con un pantalón negro de chándal y una camiseta blanca con algunas manchas de grasa para motores. Después de haber pasado la mitad de la mañana de reuniones, la otra mitad supervisando proyectos en los laboratorios comunes, luego la mitad de la tarde haciendo el rutinario papeleo y revisando las cuentas, y entre medias de esos tiempos repasando los planes para cumplir con la misión antiterrorista que Alvion le había encomendado, decidió pasar el otro trozo de la tarde en lo que más amaba hacer y que sólo podía hacer cuando pillaba algún rato libre: se había ido a su laboratorio privado, que estaba en una de las edificaciones exteriores detrás del rascacielos, y había estado un buen rato en completa soledad y concentración, siguiendo con sus experimentos personales sobre física cuántica y materia oscura, hasta que el peso de toda la semana recayó sobre él y decidió volver a su despacho a echar una cabezada.

En su despacho, Hoti mantenía activas dos cortinas holográficas, es decir, dos pantallas digitales enormes que caían desde el techo hasta el suelo. Una de ellas estaba allá cerca de su escritorio; era la misma pantalla negra, repleta de ecuaciones escritas en blanco, que sacó el otro día conversando con Lao y que solía sacar de vez en cuando para ir añadiendo más cálculos en lo que era, sin duda, su mayor proyecto tecnológico secreto.

La otra pantalla estaba ahí delante de él, frente al sofá y la mesita, y estaba reproduciendo un vídeo en bucle. Uno de los muchos vídeos que solía observar cuando estaba a solas. Este era una recopilación de imágenes donde sólo aparecía Katya y solamente ella, en diferentes lugares, en diferentes fechas.

Katya siempre había sido una mujer muy seria, sosegada, disciplinada. Por eso, cada vez que sonreía, lo hacía de manera real, e impresionaba. Y se notaba más cuando estaba con Neuval cerca, o con sus hijos. Y cuando se contagiaba de la payasería de Neuval y le daba por hacer una tontería o gastar un broma, era siempre una sorpresa inesperada.

Ahora, el vídeo estaba mostrando una escena, donde aparecía una joven Katya, vestida de blanco, deslumbrante, en una enorme sala del templo Zou llena de decoraciones y de gente celebrando con música y comida. Se le notaba, además, un poco de barriguita, ya que en ese momento ya llevaba unos cinco meses embarazada de Lex. Fue un día feliz, y de locos. Estaba toda la familia, y muchos iris y almaati y monjes y demás personas invitadas.

—“Dime, Katya, ¿qué se siente?” —se oía la voz de Suzu, que era quien sujetaba la cámara—. “¿Sigues cuerda? ¿Sigues en tus cabales?”

—“Hahah… ¿De qué hablas, Suzu? ¡Si tú y Sai también vais a casaros, el año que viene!”

—“Pero, amiga, por mucho que Sai y yo seamos la pareja de humanos más genial y guay del mundo, tú te acabas de casar con un espécimen único en el cosmos.”

—“¿A qué te refieres?”

—“Bueno, tú misma lo describes como un ‘poderosísimo payaso bipolar con buen corazón’, ¿no?”

—“Sí, ese es él” —se rio Katya.

—“Pues dime, ¿cuál de esas cuatro características hizo que te enamoraras de él? La de tener buen corazón, supongo…”

—“Pues no” —dijo ella, y empezó a dar vueltas suaves al son de la música—. “Todas ellas. Todas juntas. Casi tiene 21 años y ya es uno de los iris más poderosos e inteligentes del mundo. También es un payaso que a veces me saca de quicio con sus bobadas y sus bromas y, por alguna razón, me encanta que me saque de quicio. Tiene claros problemas psicológicos, sí; no es su culpa padecer un majin. A veces se propasa desatando una gran maldad contra los enemigos, y otras veces se comporta como un sol, generoso, protector y amoroso… Y a pesar de que el mundo ha sido cruel con él desde que nació, él tiene claro que su lugar está en salvarlo y amarlo cada día, incluso si tiene que sacar su propio lado oscuro para combatir el lado oscuro de otros. Y yo adoro este contraste, todas sus luces y sombras, porque entre ellas se encuentra algo más, algo más importante.”

—“¿El qué?”

Katya dejó de dar vueltas y miró a la cámara.

—“Una hermosa verdad. Algo real y auténtico. Un destino grandioso.”

—“Hmmm… No tengo ni idea de lo que hablas” —se rio Suzu.

—“Yo sé lo que veo” —dijo Katya, cerrando los ojos con un aire satisfecho, poniéndose a danzar de nuevo.

Con el sonido de estas palabras evaporándose con el silencio del despacho, Neuval, completamente dormido, empezó a tener sueños, trozos de memorias flotando hasta la superficie y hundiéndose de nuevo, reflejos de caras y voces… Poco a poco, una de esas voces empezó a hacerse más notoria, sonando por encima del resto, más diáfana… Era una voz sin igual, una voz que nunca en su vida podría olvidar, la voz más poderosa que había escuchado jamás.

«“Yo sé lo que veo”» decía esa voz suave y femenina, hablando en francés. «“Pero sé que tú tardarás mucho más tiempo en ver lo mismo, Neu. Un día, tendrás que conocer el secreto de esos genes que pesan sobre los hombros de papá y sobre los tuyos, y no te va a gustar. Pero porque lo malinterpretarás”».

«Déjalo salir» interrumpió otra voz diferente, en otra parte de su cabeza. Era su propia voz, era él mismo. «Déjame salir».

«“Cuando llegue el día, tendrás que entenderlo por ti mismo… porque no creo que papá lo consiga”» seguía hablando la voz femenina. «“No creo que él logre llegar cuerdo hasta ese día para poder ayudarte a entenderlo. Perdóname, Neu. Estoy haciendo lo que puedo por cuidaros a ambos. Pero no sé si… mm… no sé si…”».

«Saca las alas» habló de nuevo su otra voz. «Bátelas… Libérame…».

«“No temas. La Vida pondrá las cosas en su sitio en su debido momento, cuando tú la traigas al mundo, en una nueva persona”».

«Libera las alas negras… Destruye, arrasa, como hace siete años…».

«“Duerme tranquilo, hermanito. El día ya ha terminado. Duerme sin más miedo por hoy… sin más dolor por hoy… sin preocupaciones… Mañana será una nueva hoja en blanco”».

«Despierta lo que eres realmente… ¡Despierta!».

De repente, Neuval dio un respingo y abrió los ojos, despertándose de golpe. De lo que no se dio cuenta, es de que ambos ojos le brillaban de una luz plateada. Pero se apagaron en un segundo.

—¿Monique? —la llamó, incorporándose sobre el sofá y mirando a su alrededor por el despacho, desorientado. Pero sólo había silencio.

Cuando fue despertando del todo, entendió que simplemente había estado soñando. Se frotó los ojos y se desperezó. Todavía estaba cansado. Desde que Katya murió, llevaba siete años padeciendo un trastorno del sueño, por el cual le era imposible dormir más de tres horas diarias, porque, cada vez que lo hacía, tenía sueños o bien terribles o bien insoportablemente tristes. Le daba miedo dormir el tiempo suficiente para ser presa de esas pesadillas, por eso procuraba hacerlo lo menos posible.


* * * *


En casa de Brey, la tarde también estaba transcurriendo con una muy inusual calma. Hacía más de una hora que los niños habían vuelto del colegio y Brey también había salido de la universidad temprano en la tarde. Ahora, estaban en casa los tres solos.

Sorprendentemente, los niños estaban muy tranquilos; no había gritos, no había jaleo, no había juguetes volando por los aires ni pasos correteando por toda la casa. Al llegar del colegio, Clover había estado un poco rara, y mientras Brey les estuvo cambiando de ropa para guardar los uniformes, Daisuke fue el único cotorreando sin parar sobre su día en el colegio, mientras su hermana se quedaba callada, mirando distraída a otra parte. Brey no prestó mucha atención a esto. Había entrado en modo automático nada más llegar a casa, su cerebro sólo se había dedicado a organizar los quehaceres con su habitual eficiencia de iris: cambiar de ropa a los niños, guardar los uniformes, poner una lavadora, recoger un poco la cocina, ordenar sus papeles de la universidad… y, finalmente, se sentó en la mesa del comedor con un ordenador portátil, un café, una lamparita y unos cuadernos para ponerse a estudiar uno de sus próximos exámenes. Se puso auriculares para oír música suave y les dijo a los niños que, si se ponían a jugar, procurasen no dar gritos o armar escándalo.

Cuando estaba él solo en casa con los niños y tenía que estudiar, Brey no tenía más remedio que hacerlo en un lugar donde tuviese a los mellizos a la vista, porque no podía dejar de vigilarlos a la par que estudiaba. No era un gran reto para la mente de un iris tener la mente concentrada en dos cosas distintas. Él, además, ya estaba acostumbrado a esto desde los 15 años, y lo llevaba bien.

Sin embargo, al parecer, los mellizos se tomaron su orden al pie de la letra. No se oía ni una mosca. Clover había estado un largo rato pintando con su hermano, y luego se había ido a sentar frente al piano de cola en la otra esquina del salón, y se había puesto a tocar algunas melodías sencillas que su padre le había enseñado, o a inventárselas, con la sordina puesta, por lo que se oía bajito. Y Daisuke estaba arrodillado junto a la mesita baja del salón, rodeado de hojas y de pinturas y lápices, dibujando sin parar diversas cosas, especialmente kanjis y otros símbolos raros.

Brey no recordaba la última vez que pudo estudiar tan a gusto en una misma habitación con los mellizos. De hecho, quizá era la primera vez. Fue después de una hora y pico cuando se dio cuenta de esto. Levantó la vista de sus cuadernos para comprobar, una vez más, que los mellizos seguían cada uno entretenido con su propia actividad. Esto le intrigó. Este comportamiento era nuevo, diferente. ¿Calmados durante tanto tiempo seguido? ¿¡Y sin andar pidiendo nada!?

Se preguntó si esto era una señal de que Clover y Daisuke estaban creciendo, pasando ya a otra fase de madurez. Era lo habitual en humanos –al menos, en aquellos afortunados que recibían una crianza coherente y adecuada– que con los años se hacían menos nerviosos, menos caóticos, menos dependientes. Y un día… ¡puf! Clover y Daisuke ya no le necesitarían en absoluto.

Esto le hizo sentirse extraño. Un poco triste. Y no lo entendía, por qué el hecho de pensar en esto le hacía sentir, y además de forma natural, esta pequeña tristeza, cuando la voz racional de su iris le decía por el otro oído que esa era la meta esperada de una crianza exitosa; que, por eso, ese pensamiento de Clover y Daisuke yéndose algún día de casa para vivir por su cuenta de manera autosuficiente y sin necesitar nada más de él, lo que debía hacerle sentir, era paz y satisfacción; que ese pensamiento, el de no sufrir más dolores de cabeza, agotamiento o estrés por los constantes gritos, berrinches, desobediencias, accidentes de cosas rotas, fiebres altas en la madrugada… debía hacerle sentir alivio y felicidad.

Pues no sentía esas cosas. Y esto le sorprendió de sí mismo. Debía de estar perdiendo la cabeza, o estar contagiado de alguna enfermedad, porque si no, no se explicaba por qué la idea de que algún día dejaría de oír sus gritos y berrinches y problemas le entristecía tanto.

Se había quedado tanto rato sumergido en sus pensamientos, que dio un bote sobre la silla con susto, cuando notó que algo tocaba sus piernas. Miró hacia abajo y vio la cabeza rubia de Daisuke, que se había colado por debajo de la mesa y estaba intentando salir por entre sus piernas. Brey dejó que el niño lo trepase y se sentase sobre su regazo, mirando hacia la mesa aquel libro abierto y cuadernos con apuntes de Medicina. Esta vez, Brey no lo regañó por interrumpir su estudio con ese descaro. En vez de eso, siguió terminando de escribir un párrafo que le quedaba por apuntar, intentando ver por encima de la cabeza del niño, que estaba en todo el medio.

—¿Qué es esto? —preguntó Daisuke, señalando en el libro abierto una pequeña imagen.

—La red de venas y arterias del cuerpo humano —contestó Brey, todavía escribiendo en el cuaderno.

—¿Y qué es esto? —señaló otra pequeña imagen.

—Eso es cómo se ve un ojo por dentro.

Daisuke se quedó embelesado viendo esa imagen.

—¿Qué es esto?

—La retina.

—¿Y esto?

—La pupila.

Daisuke se llevó una mano a uno de sus ojos y se lo tocó con el párpado cerrado, intentando entender.

—¿Por qué la gente tiene esto de diferente color? —señaló la parte del iris del ojo de la imagen.

—Por la misma razón por la que hay diferentes colores de piel y pelo. La melanina. Cuanta más cantidad de melanina, más oscuro es el ojo, el pelo o la piel.

—¿Por eso la gente morenita tiene hijos morenitos y la gente blanquita tiene hijos blanquitos, porque reciben la misma menilina que los papás?

—Generalmente, sí, pero eso depende de la genética, que es una ciencia mucho más complicada que depende de más factores.

—Entonces… ¿Entonces por qué yo no tengo los ojos verdes como tú y Clover?

Brey, que en ese momento ya terminó de escribir, se quedó callado unos segundos mirando su cuaderno.

—La gente… puede heredar rasgos de otros familiares, como de los abuelos, también.

—Los abuelos Joji y Norie tienen los ojos marrones y el pelo negro. ¿Por eso Clover tiene el pelo negro?

—Eh…

Obviamente los mellizos ignoraban que Joji y Norie no eran sus abuelos biológicos. Pero sería muy complicado explicarles a esta edad que sus auténticos abuelos biológicos maternos, si no estaban muertos, estarían por algún lugar de China viviendo merecidamente en la miseria carcomidos por la conciencia después de haber abandonado a Yue en un contenedor cuando era bebé, o eso esperaba Brey.

—¿Tu papá también era rubio con ojos verdes? ¿Yo soy rubio porque tú también, o porque lo era tu papá?

—No, él… tenía ojos azules y el pelo como tu prima Cleven —intentó explicarle Brey, sin saber cómo de repente había acabado en esta conversación.

—¿Dónde está tu papá? ¿Se murió de viejito? ¿Era más viejo que el abuelo Joji? En mi clase, un niño tenía un abuelo, pero se murió porque era ya muy viejo.

—Bueno…

—Si Joji es mi abuelo, ¿por qué él no es tu papá?

—Pues…

—Clover y la prima Cleven tienen los ojos verdes como tú, y Cleven tiene el pelo como tu papá, y Clover tiene el pelo negro como los abuelos Joji y Norie, y yo tengo el pelo rubio como tú… Pero nadie tiene los ojos como yo. Ni tú, ni los abuelitos, ni la prima pedorra, ni tampoco el papá de la prima pedorra… Ni siquiera en el cole, nadie tiene unos ojos como los míos. Una niña tonta de mi clase me dijo que tengo los ojos mal porque no son negros ni tampoco azules y deberían ser como uno de los dos al menos.

—Tienes los ojos de color azul índigo, Daisuke, es un color poco usual, pero no tiene nada de malo ni de raro, ¿de acuerdo? —le explicó, sentándolo mejor sobre su regazo, y rodeándolo con los brazos—. Esa niña de tu clase simplemente no sabe nada sobre genética. Cuando la gente de mente débil no entiende algo ni hace el esfuerzo, su primer impulso es insultarlo, para compensar la incomodidad de su ignorancia.

—Entonces… ¿alguna vez has conocido a alguien más con los mismos ojos que yo? —preguntó el niño, mirando fijamente a la mesa, pero esta vez su tono, además de la curiosidad que venía todo ese rato mostrando, traía una extraña tristeza.

Hace casi tres semanas, el mismo día que Brey estuvo acompañando a Cleven por las calles para enseñarle la zona de Shibuya, Cleven se encontró brevemente con los mellizos jugando en un parque, mientras Brey se escondía tras un árbol. Aquella vez, después de que Cleven se marchara, Daisuke le preguntó a su hermana sobre la palabra que la pelirroja había mencionada, “mamá”, y Clover le comentó que así era como la gente llamaba a las señoras que cuidaban a los niños y que eran las mejores amigas de los papás. Daisuke le preguntó por qué su padre no tenía este tipo de mejor amiga, y Clover le dijo que antes tenía una, pero se murió, y que, pese a eso, Clover había hablado con ella varias veces. Daisuke sabía que su hermana hablaba con espíritus y fantasmas desde siempre, algo que a él le aterraba, pero Clover le dijo algo que últimamente había estado rondando por su cabeza: “Ella no te daría ningún miedo. Tienes sus ojos”.

Brey no sabía qué responderle. Pero no pasó por alto ese matiz que su iris detectó en la voz del niño. Sintió que Daisuke en realidad estaba como… intentando hacerle otra pregunta, de manera indirecta. Por eso, creció una preocupación él, una sospecha, algo que siempre había sabido que algún día ocurriría, pero que siempre había deseado que ocurriese lo más tarde posible. ¿Estaba Daisuke empezando a preguntarse si tuvo una madre?

Brey no quería responderle. Siempre esperó que, el día que tuviera que contarles esto a los mellizos, debía ser en un momento preparado, con ellos dos listos para escuchar, y con él listo para contarles la verdad y revivir el dolor.

Así que, se quedó en silencio, con un nudo en la garganta, abrazando al niño, e intentó disimular, apoyando la mejilla sobre su cabeza como si estuviera tranquilamente pasando el rato, esperando que el niño olvidara esa pregunta. Y, al parecer, terminó sucediendo.

—Papá.

—¿Sí?

—Quiero agua.

Brey cerró los ojos un segundo con alivio. Entonces bajó al niño al suelo, dejó los auriculares sobre la mesa y se levantó para ir a la cocina. Daisuke fue tras él. Brey le dio un vaso de agua, pero al momento que fue a salir de la cocina para volver al comedor y retomar el estudio, Daisuke volvió a llamarlo.

—Papá, quiero un yogur.

Brey suspiró brevemente, dio media vuelta y fue hasta la nevera. Decidió que a él también le apetecía tomarse uno, así que sacó dos.

—¿Con miel o mermelada?

—¡Con miel! —brincó el niño.

Brey sacó el tarro de miel, preparó los yogures, le dio el suyo a Daisuke con su cuchara de plástico de Spiderman y él se apoyó en la encimera para comerse el suyo. Daisuke se quedó de pie a su lado, llevándose un cucharón colmado tras otro, disfrutando de ese rato de merienda con su padre.

—Papá, quiero la cuchara de Pikachu.

—Está para lavar. Y ya tienes una cuchara —discrepó él tranquilamente—. ¿Tanto dolor te causaría pedir las cosas por favor? Mira que te lo repito cada día. Espero que no hagas eso con el resto de la gente.

—Nah, sólo me causa dolor decírtelo a ti —le contestó descaradamente, con un bigote blanco—. Yo soy el rey Korol’ dramy, y tú eres un sirviente a mi servicio y a los sirvientes no se les pide por favor.

—Ni lo uno ni lo otro, niño tocapelotas, ni soy tu sirviente ni a los sirvientes se les trata así. El “por favor” se usa con todo el mundo.

—¿Y cuándo fue la última vez que tú me pediste algo por favor a mí?

—Mm, ¿hace hora y media? ¿Cuando te pedí por favor que te quitaras el uniforme de la escuela? —dijo con sarcasmo.

—¿Sí? No te oí —le espetó con una sonrisa juguetona.

—¿Que no me oíste? Tú me estás vacilando…

—¿Tienes pruebas?

—La prueba es que soy tu padre, y pedirte a ti algo por favor es más una cortesía que un deber.

—¿Por qué?

—Porque soy mayor que tú.

—Pero no eres mayor. Los demás siempre te han dicho que eres un menor de edad.

—Dejé de ser menor de edad hace diez meses, mocoso. ¿Vas a dejar ya de tocarme las narices o no?

—No sé… Si me lo pides por favor, quizá… —se encogió de hombros, terminándose su yogur, y estiró los bracitos para tenderle la cuchara y el envase vacío.

Brey se lo quedó mirando otra vez con una de esas caras con una vena hinchada en la frente, viendo que ese microbio tenía una labia muy peligrosa. Cogió su envase y su cuchara para echarlos a la basura y al fregadero respectivamente junto con los suyos propios.

—Si no hubiera descubierto hace ya tiempo que esa afición de tocarme las narices te viene del mismo lugar que el color de tus ojos… —murmuró para sí mismo, y volvió hacia Daisuke con una servilleta para limpiarle la cara—. ¿Por qué eres así conmigo? ¿Es que te caigo mal?

—¡No! Es porque molestarte es lo más superdivertido que hay —sonrió tan campante.

Brey al principio pensó que Daisuke se estaba pasando de insolente, y que debería pararle los pies con una seria regañina. Pero el niño lo miraba con esa sonrisa inocente y juguetona, y con esos grandes ojos expectantes, esperando algo, algún tipo de reacción por su parte, una respuesta a sus provocaciones. Brey se calmó. Se dio cuenta de que Daisuke sólo le estaba provocando para jugar, no para faltarle al respeto ni para hacerle sentir mal.

A Brey se le pasó por la cabeza un fugaz recuerdo, de sí mismo, cuando era muy pequeño, dirigiéndole una vez ese tipo de provocación a su padre. Y Hideki, aunque estaba ocupado con algo en ese momento, abandonó por un rato su serio semblante y su serio carácter para echar a correr hacia él, riendo. Brey atesoraba ese recuerdo, especialmente porque, unas semanas más tarde, sus padres fueron a una misión y nunca más regresaron.

—¡Oh! —exclamó Brey de repente, haciéndose el sorprendido pero no el ofendido—. ¿Así que se trata de eso? Pues es una pena, Daisuke. Lamento informarte que tú a mí no me molestas ni una pizca.

Daisuke le puso una mueca enfurruñada.

—Aunque no puedo decir lo mismo de la mano-enchufe —continuó diciendo Brey, fingiendo una voz dramática—. Ella sí que se siente muy molesta contigo.

—¡Ahh! —dio un respigo de suspense.

—De hecho, creo que ahora mismo está muy molesta… creo que… se está despertando… —Brey empezó a levantar su mano derecha lentamente, con el puño cerrado, y repentinamente estiró el dedo índice y luego el meñique, imitando la forma de un enchufe—. ¡Oh, no! ¡Está megacabreada contigo!

—¡No! ¡No la mano-enchufe! ¡No la mano-enchufe! —exclamó el niño con emoción y nervios.

—Lo siento, Dai, ya sabes que no puedo controlarla…

—¡Nooo! ¡La mano-enchufeee!

—¡Que vienen los calambres en el trasero! ¡Corre!

Daisuke se rio a carcajadas y salió corriendo hacia el salón como un puro nervio. A Brey se le escapó también un risa, y salió corriendo tras él con la mano-enchufe por delante. Empezaron a corretear por todo el salón y el comedor. Tiraron algunos juguetes por ahí, volcaron alguna silla… Daisuke no paraba de reírse y gritar con diversión, y Brey no podía evitar contagiarse de esas risas y esa diversión, solo que no fueron contagiadas, sino genuinas y naturales. Rodeando la mesa del comedor, Brey alcanzó al niño por un instante, y le dio un inofensivo calambrito en el trasero con los dedos estirados. Daisuke pegó un brinco con más carcajadas y corrió escopetado hacia el salón. Brey lo vio esconderse al otro lado del sofá, agachándose en el suelo, pero el niño se imaginó en su cabeza que había sido muy veloz y que su padre no había llegado a verlo.

—¿Qué dices, mano-enchufe? ¿Que Daisuke ha desaparecido? —fingió Brey, haciendo su teatro—. ¿Pero cómo puede ser? Un mocoso tan enano como él no puede tener ese poder… Espera, ¿qué has dicho, mano-enchufe? ¿Detectas que puede estar… por el salón?

Se oyó una risita contenida al otro lado del sofá. Por su parte, Brey reprimió una risa, le hacía gracia lo inocente que era Daisuke. Después miró a Clover, que hacía rato había dejado de tocar el piano y seguía allá sentada en la banqueta, observándolos, callada.

—Creo que necesitamos ayuda experta, mano-enchufe —dijo Brey bien alto, para que lo oyeran—. Alguien que sepa encontrar cualquier cosa perdida o desaparecida en cuestión de segundos. Mishka! ¿Sabes dónde se ha podido meter Daisuke?

Se oyó la vocecilla de Daisuke tras el sofá susurrándole a su hermana “no, no, no…”. Clover, desde donde estaba, podía ver a su hermano agachado delante del sofá. Lo miró un momento, y luego miró a su padre, dubitativa. No obstante, no pareció interesada en unirse al juego, y volvió a mirar las teclas del piano, tocándolas un poco con una mano.

Brey frunció el ceño. Obviamente a Clover le pasaba algo. Pero él había estado cinco años acostumbrado a una cosa concreta, y es que ese comportamiento, que lo había visto ya muchas veces en ambos niños, siempre era por un motivo de lo más simple. Tenía apuntada en su mente la lista de motivos lógicos que ya había vivido y repetido: tiene la tripa revuelta; le duele un diente; está cansada; está aburrida; está enfadada porque alguien le ha quitado un juguete; está triste porque ha sido regañada por algo malo que ha hecho; está de mal humor porque quiere comer pasteles y sabe que no puede…

Siempre había sido uno de los motivos de la lista. Como cabría esperar de los bebés y los niños pequeños, que sólo tenían problemas simples, de entendimiento simple, con solución simple. Por eso, Brey no le dio importancia y tampoco la atosigó, y siguió jugando con Daisuke unos minutos más, hasta que el niño acabó agotado, tumbado encima de Brey, que estaba tendido en el suelo fingiendo que lo había derrotado.

—¡Tengo que ir al baño! —declaró Daisuke, reviviendo.

—¿Qué dices? ¿La mano-enchufe no sólo tiene que sufrir esta humillante derrota, sino que además la pobre tiene que ir a limpiarte el trasero?

—¡Jajaja! ¡No! Sólo voy a hacer pipí —se marchó corriendo por el pequeño pasillo junto a la puerta de la cocina, donde había otro baño, y una puerta al fondo cerrada con llave, que originalmente era un dormitorio para el servicio, pero Brey la usaba para guardar y hacer sus cosas iris.

Brey se incorporó sobre el suelo, todavía con una leve sonrisa en la cara. Miró a Clover, y decidió ir a averiguar cuál de los simples problemas tenía ahora para ponerle su fácil solución. Sin embargo, antes de dar un paso hacia ella, se oyó el sonido de la puerta y de unas llaves.

Salut, mes belles Saehara! —saludó la voz de Cleven, entrando en el salón, pero no sola, sino acompañada de Mei Ling y de Kyo.

—Hola —saludó Kyo.

—Con permiso —dijo Mei Ling, con un tono más tímido que casi no se oyó, quedándose parada en la entrada.

—Hey, ¿qué pasggh…? —saludó Brey, pero casi se ahogó cuando Cleven le dio un abrazo demasiado fuerte, para después soltarlo y dejar su mochila sobre la mesa del comedor.

—¿Qué hay, Raijin? —lo saludó Kyo con un choque de puños—. Mei y yo vamos a hacer una merienda-cena en nuestra casa, con Cleven, Drasik y Eliam, y en un rato vienen Nakuru, su novia Álex y Raven también. Con la nevada que está cayendo esta tarde, no se puede hacer planes de salir. Apúntate con los niños. Haremos juegos, será divertido.

—Ah… —Brey no sabía muy bien qué responder, especialmente cuando vio que Mei Ling estaba allá, en la entrada, sin pasar al salón, mirando las musarañas con aire discreto.

Mei Ling era una mujer generalmente con carácter y decidida. Pero a veces adoptaba este tipo de actitud reservada y dubitativa cuando se sentía una intrusa o sentía que estaba molestando en algún lugar. Brey sabía por qué se sentía así, pero a él mismo le incomodaba que se sintiera así, porque en parte era su culpa. Ya había pasado tiempo desde la última vez que tuvieron una discusión, de las muchas discusiones tontas y típicas entre dos amigos que habían tenido prácticamente toda la vida. Mei Ling aún se sentía mal por aquella discusión y Brey se sentía mal porque ella se sentía mal.

Pero es que algo absurdo e irracional le pasaba a Brey con Mei Ling desde toda la vida, que con ella se volvía el doble de torpe de lo que ya se volvía con el resto de humanos a la hora de abordar conflictos emocionales por motivos cotidianos, porque si fuera por motivos de peligro, trauma o supervivencia, en eso sería experto, como iris nato que era, ya que estos motivos para su iris eran los más razonables.

Sabía que tenía que ir hasta ella ahora mismo y decirle que pasara adentro, pero las piernas no se le movían, estaba como atorado. Kyo, en el medio, observando de reojo tanto a Brey como a su hermana, no podía hacer otra cosa que poner los ojos en blanco y suspirar por milésima vez ante las tensiones que esos dos siempre formaban entre ellos innecesariamente.

—Kyo, ¿me ayudas a llevar los refrescos? —le dijo Cleven, yendo hacia la cocina—. ¿Llevo yo las botellas y tú los hielos?

—Aeh… ¿Te importa si mejor llevo yo las botellas y tú los hielos? Las botellas pesarán más… —contestó el chico, esperando no tener que tocar nada frío.

—¡Ah! ¡Mei Liiing! —exclamó Daisuke cuando regresó al salón desde el baño y la vio allá medio escondida tras el tabique que separaba el salón de la entrada.

Al oírlo, Clover dio un brinco sobre la banqueta del piano, y por primera vez en ese día, le apareció una sonrisa en la cara. Se bajó de la banqueta y corrió igual que su hermano hacia Mei Ling, abrazándola los dos a la vez.

—¡Mis pollitos! ¡Cuánto os he echado de menos! —rio Mei Ling felizmente, agachándose para achucharlos.

Brey sintió alivio, gracias a los niños la tensión y la incomodidad se fueron disipando. También le alivió ver a Clover contenta otra vez, o sea, que cualquiera que fuera el problema simple que tenía, ya se le había pasado. O eso creía.

—Ehem… —se acercó Brey, procurando parecer natural—. No te quedes ahí. Pasa al salón.

Mei Ling lo miró un momento, con una leve sonrisa. Ella también parecía sentir alivio.

—Gracias. Es que… sólo quería ser educada —intentó excusarse.

—Hmp… —bufó Brey con descaro, cruzándose de brazos y mirando a otro lado.

—Eh. ¿Qué significa ese “hmp”? —se mosqueó Mei Ling, poniendo los brazos en jarra.

—Te has pasado toda la vida entrando cuando te daba la gana, no me vengas con lo de ser educada ahora de repente.

—¡Oye, niño gruñón! ¡Aunque no lo creas, yo sé cuándo debo respetar las distancias!

—Que no me llames “niño” —le gruñó Brey—. Si Kyo entra en mi salón y en mi cocina sin problema mientras tú te quedas parada en la entrada, haces parecer que te estoy castigando o algo…

—Ya me castigaste la semana pasada cuando saliste de casa escopetado y me estampaste literalmente contra la pared del rellano.

—¡Eso fue sin querer! —se defendió enseguida, apurado, pensando para su horror que, después de todo, aquel incidente había causado un trauma inolvidable en Mei Ling, y hacerle eso a un humano inocente era una gravísima falta como iris.

No obstante, de repente Mei Ling le soltó una carcajada, y le posó una mano en el hombro, indicando que sólo le estaba tomando el pelo y lo fácil que siempre le resultaba. «¡Esta humana me confunde más que Cleven!» gruñó Brey para sus adentros.

—¿Podemos ir a la merienda en casa de los Lao, papá? —le preguntó Daisuke—. ¿Vas a venir tú también? ¡Porfi, porfi!

—Sí, sí… Pero estaré sólo una hora, quiero aprovechar para terminar de estudiar un temario hoy, ya que el domingo será imposible tener tiempo.

—¿Qué pasa el domingo? —quiso saber Mei Ling.

—Tengo “un trabajo” por la mañana —contestó, y Mei Ling entendió enseguida que se refería a una misión iris—. Y por la tarde tenemos la visita de nuestra nueva asistente social. Por lo que los niños y la casa… tiene que estar todo perfecto.

—Claro… ya veo —sonrió Mei Ling suavemente, sabiendo que, para Brey, mostrarles la mayor perfección a los asistentes sociales era igual de vital que cumplir una misión antiterrorista.









26.
Genes

Eran casi las 7 de la mañana del viernes. El cielo estaba amaneciendo completamente despejado pese a estar en pleno invierno, y el sol ya estaba asomando por el horizonte, si bien el frío seguía calando hasta los huesos. Para algunos, era hora de despertarse para ir a trabajar un día más; para otros, era hora de llegar a casa a descansar después de un duro turno doble.

Lex entró por la puerta de su piso, procurando hacer el menor ruido posible con las llaves; dejó los zapatos, el abrigo y la cartera en la entrada, y se adentró en el salón arrastrando los pies. Le pesaba todo el cuerpo. Supuso que Riku aún estaba durmiendo, pues la casa estaba muy silenciosa.

Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa del comedor. Llevaba con ellas puestas tantas horas que tenía marca en el puente de la nariz. Se sentó un momento en una butaca del salón, y sintió que le llevaban los ángeles por el cielo y se le recolocaban algunos huesos.

Bonté divine... —murmuró en francés, quedándose en el nirvana un rato, con sus ojos azules estáticos en el techo.

Pero no se permitió a sí mismo estarlo demasiado tiempo. Tenía algo importante que hacer, y ya llegaba tarde. Se arrodilló frente al mueble grande de la televisión, que hacía a la vez de estantería con cajoneras. Abrió uno de los cajones de abajo y sacó un grueso álbum de fotos. Se pasó unos minutos hojeándolo, hasta que encontró la fotografía que quería, y la sacó. Se fue a otro mueble del salón, una cómoda bajita, con adornos encima, los cuales apartó un poco para dejar un espacio en el centro. En él, colocó la fotografía, dos velas, y entre medias, una bandejita de plata; se fue a la cocina un momento, y volvió rato después con una pequeña taza de chocolate caliente, poniéndola sobre la bandejita, frente a la foto.

Encendió las velas y se arrodilló delante de este pequeño altar. Miró la foto. En ella, aparecía un hombre moreno de unos 35 años, de cabello negro muy corto y ojos negros como el azabache, posando con una sonrisa y con un puño en alto, mostrando un brazo grande y fuerte. Lex sonrió con tristeza.

—Hola, tío Sai. Llego un poco tarde, espero que no te importe. Siento no haber ido a visitarte antes de ayer en el cementerio con el resto de la familia. Tenía programada una cirugía, ya sabes, de las chungas. Uah… —se le escapó un bostezo—. Creo que sólo he dormido 4 horas en las últimas 50 horas. Pero ha merecido la pena. Ha merecido cada segundo de angustia, estrés y miedo. Hemos logrado extirpar con éxito un tumor maligno en el cerebro de una niña de 8 años. Va a recuperarse. Va a tener una vida normal. Sus padres, sus abuelos, la verán crecer junto a sus hermanos. Hasta sus tíos y primos estaban en el hospital. Eso hacen las familias, ¿no? Estar unidas.

Lex agachó un poco la cabeza y se quedó mirando el suelo sin un motivo en especial.

—Tengo un equipo fantástico, tío Sai. Mis compañeros también lo han dado todo. Los humanos, juntos, podemos lograr tantas cosas increíbles… Ojalá el mundo entero fuera como mi equipo. Ojalá pudiéramos demostrarles a los iris que nosotros también podemos. ¿No crees? —levantó de nuevo la mirada hacia la foto, y volvió a sonreír—. Te echo de menos. También al primo Yousuke. Mei Ling y yo pensamos en vosotros todo el tiempo. Espero que mi madre esté en vuestra compañía también. Y los abuelos Emiliya y Hideki. Ojalá pudiera decirles a los abuelos que he retomado el contacto con el tío Brey hace poco, y que lo he notado feliz. Con mucha pena y dolor, y con una culpa sin motivo… pero con una nueva felicidad brillando poco a poco por encima de esas cosas. Parece que vivir con mi hermana es en parte la causa, pero, sobre todo, son sin duda esos dos niños, que ha tenido por accidente, la mayor razón de la luz de su iris. Pude conocerlos brevemente hace un par de semanas. Me recordaron tanto a los primos You y Kyo cuando eran pequeños… ¿Sería mucho pedir volver a reconectar con el tío Ichi también? Sé que aún está por ahí… en algún lugar… Me niego a creer que esté muerto, o… cambiado…

Cerró los ojos y dejó salir un suspiro con un deje molesto.

—¿Por qué tenemos una familia tan complicada, tío Sai? Es como un jarrón que hace años se rompió en varios trozos. Algunos se perdieron para siempre. Otros intentan volver a unirse, pero… no quedan igual que antes. Por mucho que se junten, aún queda esa línea entre medias, esa fisura. ¿Sabes? Al menos tengo una relación con los abuelos Lian y Ming, pero cuando estamos en público, cuando la gente mira o pregunta, estoy harto de fingir que somos simples conocidos de dos familias distintas. A Mei Ling tengo que tratarla como una amiga. A Kyo hace un año que no lo veo por su entrenamiento, hace poco que ha vuelto, pero ahora debe ir con cuidado, porque ahora es un iris… Lo mismo pasa con el tío Brey. Al menos, a él sí puedo tratarlo como mi tío en cualquier lado y no tener que mentir, fingir, aparentar… Odio mentir, tío Sai, me agota y me carcome… Mil cirugías durante mil días seguidos no son nada… comparadas con estos siete años.

Lex dejó de hablar y se quedó cabizbajo con los ojos cerrados, tomándose un respiro. A veces, estas cosas eran terapéuticas. Pero Lex realmente desearía tener ahí delante a su tío Sai en carne y hueso y escucharle una vez más dándole sus consejos y su comprensión humana.

En ese momento, se oyeron unas pisadas desde el pasillo, y apareció en el salón Riku en pijama, dando un bostezo.

—¡Oh! Lex, cariño, ya estás aquí. Me pareció oír tu voz —sonrió contenta al verlo, y se fue hasta él; se arrodilló a su lado y lo abrazó, apoyando la mejilla en su hombro—. Bienvenido a casa. Has debido de dormir y de comer fatal estos dos días sin salir del hospital.

—Dormir fatal, sí. Comer fatal, no tanto. Tengo la suerte de reconocer como un manjar cualquier tipo de comida mezclada. Ayer cené unos doritos picantes de la máquina expendedora mezclados con el arroz con brócoli de la cafetería, con una loncha de salami que un compañero no quería comerse de su bocadillo, y todo bañado con mostaza y sirope de chocolate que la cocinera de la cafetería me dejó coger de la nevera.

—Hm, hm… —se rio—. Qué asco. Pues te he dejado en la nevera un táper llenito con un montón de cosas asquerosas mezcladas, pero saludables, cocinadas de forma casera.

—Oh, gracias, cariño, eres la mejor.

—Oh… —Riku vio el pequeño altar con las velas encendidas en el mueble frente a ellos, y comprendió que era algo que tenía pendiente de hacer, ya que el pasado miércoles no pudo ir—. ¿Estabas hablando con tu tío Sai Lao? Lo siento, te he interrumpido…

—No, no… Ya había terminado cuando has venido.

Riku juntó las palmas de las manos frente al altar, cerró los ojos y le dedicó un rezo. Después volvió a abrazarse a Lex.

—¿Le estabas contando la buena noticia? Felicidades otra vez por la exitosa cirugía, cielo, no sabes qué grito de alegría pegué cuando me mandaste el mensaje en la madrugada. Eres todo un héroe.

—Hm… —Lex disfrutó de su abrazo y también apoyó la mejilla en su cabeza, y agarró su brazo con el que lo rodeaba—. No creo que sea heroísmo. Creo que debería ser el comportamiento humano normal.

—Pero sabes que no es así, Lex. Somos una especie complicada. Unos abrazan la luz y otros abrazan la oscuridad. Cada cual por sus motivos o circunstancias. Siempre ha sido así. Por eso, quien elige abrazar la luz pese a toda la adversidad que sufra, merece el reconocimiento de héroe.

—En ese caso, deberías incluirte —Lex la separó un poco y la tomó de las mejillas—. ¿Cuántos ancianos y niños has cuidado con devoción y cuántas familias con problemas has ayudado?

—No podría aguantarlo tan bien si no fuera por tu eterno apoyo, comprensión y seguridad.

—Yo sólo te devuelvo lo mismo que tú me das. Eres mi heroína, Riku —le pasó un mechón de pelo tras la oreja.

—Y tú el mío —ella lo acercó hacia sí y lo besó con cariño—. Te hemos echado de menos —le susurró, agarrando una de sus manos y poniéndola sobre su vientre.

Lex sonrió con calidez, manteniendo la mano ahí.

—Siento tener que preguntártelo, pero… ¿Cuándo se lo dirás a tu padre? —quiso saber Riku.

Él no dijo nada. No tenía respuesta aún. Sólo puso una cara dubitativa.

—Y no sólo esto, sino lo de nuestra boda también —continuó Riku—. Neuval tiene que estar ahí, igual que lo estarán mis padres, cariño. Tu padre siempre ha sido maravilloso conmigo, y muy amable y generoso con mis padres. Sé que para ti es diferente, pero para mí…

—Lo sé, lo sé. Él es muy buena persona. Eso nunca lo he negado. Y no puedo no invitarlo a nuestra boda. Eso lo haría si lo odiara, pero no es para nada el caso.

—Lo entiendo. Sé que en verdad quieres mucho a tu padre, pero aún te pesa esa decepción, por un error que él cometió, por algo que hizo que te dolió. No hace falta que me cuentes qué es lo que pasó exactamente si no quieres, pero… Lex… después de siete años… —le dijo con un tono de ruego y pesar, acariciando su mejilla—. Es tanto tiempo…

Lex agarró su mano y besó su palma, sonriendo.

—No te preocupes. Se lo diré pronto. Las dos cosas.

Riku también sonrió, pero observó su rostro, pensativa, notando algo nuevo.

—Lex… ¿Ha pasado algo recientemente? Cada vez que hablamos de este tema, te sueles sentir molesto y alicaído. Pero ahora pareces más tranquilo y bienhumorado.

Lex la miró a los ojos, admirando lo bien que se le daba a Riku leerle. No le había contado que el pasado miércoles por la mañana su padre había tenido un incidente iris con Hana, que por eso se presentó en el hospital y que tuvieron una conversación que, por primera vez, le había traído un pequeño cambio de parecer, porque aún no le había contado a Riku nada sobre la existencia de los iris y la Asociación. Al menos, no directamente. Había muchas cosas que no le había contado o terminado de contar. Sabía que eso tenía que cambiar.

—Va siendo hora de que te vaya contando todas esas cosas que te dije que no podía contarte.

—Lex… —murmuró sorprendida—. ¿Estás seguro?

—¿Cómo es que no te cabrea?

—Hah… Cariño, ya te lo he dicho muchas veces. Llevamos cinco años juntos, y desde que empezamos nuestro segundo año juntos, no has parado de hablarme de eso, de que hay “cosas” de tu familia muy difíciles de aceptar, secretos importantes y que pueden ser peligrosos. Me has advertido muchas veces, y todas esas veces te he dicho lo mismo: “lo aceptaré con tal de estar contigo”. Ya me contaste hace años que tu padre vino de una familia horrible y que fue adoptado ilegalmente por otra familia —señaló un momento la foto de Sai en el altar—, y que él y tu abuelo lo siguen ocultando para proteger la empresa y esas cosas… Pero sabes que me alegro de que lo hicieran, aunque fuese ilegal, porque aquí seguir la ley no habría arreglado el problema, sino que lo habría empeorado. Este es uno de esos pocos casos en los que yo no habría estado de acuerdo con la ley. En este tipo de casos es donde el sistema falla, y créeme, en mi trabajo he visto unos cuantos…

—Ya, pero eso no es nada, Riku, comparado con los otros secretos que guarda mi familia.

—Ya me confirmaste que tu familia no tiene relación con ninguna banda criminal, ni con la mafia ni tampoco con hacer algún tipo de daño a gente inocente, que es lo único que te dije que yo no podría aceptar.

—Sí, pero…

—Con eso me basta, Lex —le interrumpió—. Si me dices que tu familia comete otro tipo de delitos… mientras no estén haciendo daño a gente inocente… puedo aceptarlo. Yo sólo quiero estar contigo.

—Pero tú siempre eres muy estricta con cumplir la ley y las normas, como yo.

—Sí, pero también soy muy estricta en mi amor por ti —lo miró fijamente a los ojos, con firmeza—. Por eso llevo ya un tiempo comentándotelo… que estoy lista para saber lo que quiera que tengas que contarme. Y que estoy lista para aceptarlo. Ahora más que nunca. Porque vamos a unirnos, y porque va a haber algo que nos unirá aún más —posó las manos sobre su vientre—. Confía en mí, Lex. Soy más comprensiva de lo que puedas imaginar. Ya adoro a tu padre, y adoro a tus hermanos, y a tus abuelos… Va a ser difícil encontrar un motivo para hacerme cambiar de opinión.

—¿Y si te digo que no hacen daño y no matan a gente inocente, pero sí a gente mala? —insistió Lex, esta vez más alterado.

Riku se quedó en silencio. Lex se puso nervioso por su perpleja mirada y por su repentino enmudecimiento, por eso se puso en pie y caminó unos pasos por el salón, dándole la espalda. Ella permaneció arrodillada en el suelo junto al mueble bajo, junto al altar, sin apartar la vista de él. Pero entonces, parpadeó y miró un momento la fotografía de Sai. Riku se quedó reflexionando. No esperaba una declaración así tan imprevista. Por un segundo, pensó que Lex estaba bromeando, o exagerando, pero él no bromeaba con esas cosas nunca.

—Entonces yo te pediría… —le respondió Riku finalmente—… que me cuentes todo el contexto que hay alrededor de eso. —Se puso en pie y caminó hasta él, y lo abrazó por la espalda, apoyando la cara sobre su omóplato—. Sabes que no me gusta forjar una opinión sólo basada en saber algo. También necesito entenderlo.

—Si no aceptarías que lo hicieran con gente inocente, ¿por qué aceptarías que lo hicieran con gente mala? Es gente, al fin y al cabo. Personas.

—Pero… ¿eliminan a cualquiera que haga algo malo así sin más?

Lex suspiró. Él ya habló de este tema la semana pasada con Brey, cuando comieron juntos, después de años sin verse. Lex sabía que no era tan blanco o tan negro el modo en que la Asociación veía a los humanos. Sobre todo, desde que Alvion estaba al mando. Había matices y matices y días, semanas, meses de estudio y análisis antes de tomar la decisión final. Era verdad que los iris no mataban a todo criminal que se cruzaban. De hecho, sólo terminaban ejecutando al 10 % de todos los criminales con quienes se enfrentaban. Un 10 % irremediable, aberrante, sin solución alguna.

En el fondo, Lex lo entendía muy bien. Más que entenderlo, reconocía que la labor de los iris era necesaria. Lo que le dolía era que, en este mundo, en esta realidad, esa tuviera que ser la mejor opción y no otra. No le daba rabia que los iris tuvieran que matar a un porcentaje de criminales o terroristas exactamente, sino que ese porcentaje existiera, que todavía hubiera humanos metidos en esa oscuridad por elección propia y sin intención ni deseo de salir jamás de ella, porque realmente disfrutaban matando, torturando, violando o destruyendo. Y muchos de ellos tenían los suficientes recursos, contactos y dinero para eludir la cárcel, o para salir de ella en poco tiempo, para así volver a cometer atrocidades.

Otra cosa que Lex sabía en el fondo, era que Riku iba a tener un sentimiento y una opinión al respecto muy afines a los suyos. Los dos trabajaban en algo que les hacía ver casi a diario esa cara de la sociedad, de la humanidad, que a otras personas quitaría el sueño. Lex había visto en docenas de pacientes un sin fin de heridas y traumatismos producidos por pura maldad humana, y a muchos de esos pacientes guardar silencio por miedo, sabiendo que el sistema judicial y su necesidad de pruebas y evidencias que no siempre se conseguían no era perfecto. Riku se había topado con docenas de familias y hogares en situación de maltrato, muerte, suciedad extrema, negligencia, niños golpeados y desatendidos, ancianos abandonados en camas llenas de heces, padres con problemas de drogas y alcohol reincidiendo no una ni dos, sino veinte veces…

Lex se dio la vuelta y abrazó a Riku, cerrando los ojos y acariciando su pelo. Riku también cerró los ojos y acarició su espalda.

—¿Qué tal si dejamos este tema para otro día… y desde hora mismo hasta el mediodía del domingo nos centramos en descansar y disfrutar del fin de semana? —le preguntó ella—. Te han dado hoy el día libre, y merecidamente, al fin y al cabo.

—¿Y tú?

—Bueno, mi horario es de turno rotativo. Esta semana tengo el día de hoy y de mañana libres —sonrió, mirándolo a sus ojos azules, y se sonrojó por tan bello rostro.

—¿Te toca trabajar este domingo? Qué crueles —se rio Lex.

—Sólo tengo dos visitas asignadas el domingo por la tarde. Así que te propongo un plan. Sabiendo que ahora mismo estás reventado, vamos a dejar de hablar de trabajo desde ya. Mientras comes la comida que te he hecho, te voy preparando un baño caliente con sales aromáticas, que vas a compartir conmigo, para darte masajitos en la espalda. Después te vas a dar una larga siesta para recuperar todas las horas de sueño perdidas, mientras yo hago unos recados. Cuando te despiertes, pediremos una cena a domicilio algo más temprano de lo normal, y unas cervezas, la mía sin alcohol, claro, y veremos varios capítulos de nuestra serie favorita, y haremos el vago hasta el anochecer. Si todavía te quedan energías, podemos aprovecharlas, para que así te agotes, y te duermas de nuevo a una hora decente, para recuperar tu horario normal. Y mañana… saldremos a pasear, o podemos ir a la casita de campo de mis padres y desconectar de la ciudad hasta el domingo al mediodía… Lo que tú quieras.

—¿Lo entiendes ahora? —sonrió Lex.

—¿El qué?

—Cuando tengo estos turnos infernales en el hospital, muchas veces me preguntas cómo puedo seguir con vida. Y es por esto. Eres mi kit de supervivencia. Me cuidas demasiado.

—Pero si tú haces lo mismo conmigo cada vez que vengo derrotada a casa tras un día duro, ¿cómo no voy a hacer lo mismo por ti?

—Fíjate. Tengo los mejores compañeros de trabajo y tengo la mejor compañera de vida. ¿Qué más puedo pedir? —la besó con ganas, y ella se rio—. Lo único que me queda por pedir, es que todo salga bien —comentó, poniendo la mano sobre el vientre de Riku.

—Saldrá de fábula —susurró ella—. Este bebé tiene unos genes estupendos.

Mientras Riku se iba a preparar la bañera, Lex se fue a la cocina a comer algo y se quedó reflexionando, pensando en muchas cosas, en la familia, en lo que había estado contándole a Sai. En un momento, se acordó de que la semana pasada, el día que se reencontró con Brey y salieron a comer, este le dijo que Riku era su nueva asistente social y que la conocía de una primera visita que ya le había hecho. La verdad, a Lex no le sorprendía, Riku visitaba a muchas familias cada semana en este cuadrante de la ciudad que le habían asignado.

No le había hablado a Riku sobre ese reencuentro, porque ni siquiera le había mencionado la existencia de sus dos tíos maternos, solamente la de su tío paterno, Sai, y no por otro motivo que el de la seguridad. Especialmente por el delicado tema de Izan. Sin embargo, Lex decidió que se lo contaría otro día junto con el resto de cosas, para que todo tuviera más sentido para ella.


* * * *


El día pasó tan lento como había pasado la semana. Al menos, para Neuval se había hecho eterno, tanto de trabajo iris como de trabajo en Hoteitsuba. El resultado de ello era estar ahora en su despacho, tendido en un sofá como si hubiera caído desde arriba en una postura al azar, con la cabeza colgando del borde y la boca abierta de par en par, profundamente dormido. Eso sí, no emitía ni el más mínimo ronquido o sonido. Igual que los Sui tenían la cualidad de no sudar nunca y tener un cuerpo impecable e inodoro, y otros iris tenían sus otras respectivas cualidades, los Fuu nunca roncaban, siempre tenían una respiración perfecta y silenciosa.

Como tenía un despacho muy amplio, tenía este rincón reservado para el descanso, bien apartado de donde estaba su escritorio atestado de papeles. Era una zona con un cómodo sofá, dos butacas y mesita, junto a un pequeño mueble bar con fregadero propio, nevera, microondas y cafetera. A su lado, en la mesita frente al sofá, reposaban unas tres tazas de té vacías, un paquete de 1 kilo de azúcar casi vacío, dos tarros de miel, frutos secos caramelizados y una cesta con una docena de melocotones japoneses de la variedad más dulce del mundo, de los cuales se había comido como cuatro o cinco y los huesos estaban en un plato.

Esta voracidad que sentía por los sabores dulces le aparecía esporádicamente, y le sucedía desde siempre, desde que tenía memoria. Si fuera humano, los atracones de azúcares que se daba ya lo habrían mandado a la tumba hace tiempo. Lo curioso es que también se los daba antes de convertirse en iris, y más que empacharlo o ponerlo enfermo, le vivificaban y reconfortaban.

De todas la adicciones que había tenido, esta era la más inofensiva y la única que hoy en día se permitía seguir saciando. No era cuestión de salud, ya que a un iris nada le afectaba a la salud física. Dejar las drogas fue más bien por cómo le hacían comportarse, afectando más a la mente y al estado psicológico. Empacharse de azúcares no le afectaba al comportamiento ni hacía daño a nadie más.

Y aun a día de hoy, todavía no había hallado el motivo por el que a veces padecía estos episodios de hambre voraz de sabores dulces. No era por estrés ni por un mal estado emocional, pues también le habían venido en días tranquilos; tampoco por agotamiento o falta de sueño o alimento, pues también le habían venido en momentos de saciedad y bienestar. Simplemente, le venían de repente. Hace tiempo que él ya lo había asumido y normalizado como “ya estoy trastornado en todos los sentidos, no me sorprende un trastorno más en mis papilas gustativas”.

Katya le decía que, sencillamente, era un goloso, igual que ella. Pero Neuval sabía que no era lo mismo. Cuando a Katya le daban antojos golosos –como heredó de su madre y como le transmitió a Cleven–, eran sobre un alimento en específico: chocolate, un pastel, un bollo relleno de crema, un helado, y siempre para llenar el estómago. Lo que Neuval tenía eran repentinos picos de deseo voraz de sentir el mero sabor dulce en la boca, de cualquier cosa, pero que tuviera el sabor más dulce. Ya podían barnizar la barandilla de las escaleras de una estación de autobuses con un almíbar o sacarina líquida, que él la lamería entera.


No estaba vestido con uno de sus habituales trajes elegantes con corbata. Estaba con un pantalón negro de chándal y una camiseta blanca con algunas manchas de grasa para motores. Después de haber pasado la mitad de la mañana de reuniones, la otra mitad supervisando proyectos en los laboratorios comunes, luego la mitad de la tarde haciendo el rutinario papeleo y revisando las cuentas, y entre medias de esos tiempos repasando los planes para cumplir con la misión antiterrorista que Alvion le había encomendado, decidió pasar el otro trozo de la tarde en lo que más amaba hacer y que sólo podía hacer cuando pillaba algún rato libre: se había ido a su laboratorio privado, que estaba en una de las edificaciones exteriores detrás del rascacielos, y había estado un buen rato en completa soledad y concentración, siguiendo con sus experimentos personales sobre física cuántica y materia oscura, hasta que el peso de toda la semana recayó sobre él y decidió volver a su despacho a echar una cabezada.

En su despacho, Hoti mantenía activas dos cortinas holográficas, es decir, dos pantallas digitales enormes que caían desde el techo hasta el suelo. Una de ellas estaba allá cerca de su escritorio; era la misma pantalla negra, repleta de ecuaciones escritas en blanco, que sacó el otro día conversando con Lao y que solía sacar de vez en cuando para ir añadiendo más cálculos en lo que era, sin duda, su mayor proyecto tecnológico secreto.

La otra pantalla estaba ahí delante de él, frente al sofá y la mesita, y estaba reproduciendo un vídeo en bucle. Uno de los muchos vídeos que solía observar cuando estaba a solas. Este era una recopilación de imágenes donde sólo aparecía Katya y solamente ella, en diferentes lugares, en diferentes fechas.

Katya siempre había sido una mujer muy seria, sosegada, disciplinada. Por eso, cada vez que sonreía, lo hacía de manera real, e impresionaba. Y se notaba más cuando estaba con Neuval cerca, o con sus hijos. Y cuando se contagiaba de la payasería de Neuval y le daba por hacer una tontería o gastar un broma, era siempre una sorpresa inesperada.

Ahora, el vídeo estaba mostrando una escena, donde aparecía una joven Katya, vestida de blanco, deslumbrante, en una enorme sala del templo Zou llena de decoraciones y de gente celebrando con música y comida. Se le notaba, además, un poco de barriguita, ya que en ese momento ya llevaba unos cinco meses embarazada de Lex. Fue un día feliz, y de locos. Estaba toda la familia, y muchos iris y almaati y monjes y demás personas invitadas.

—“Dime, Katya, ¿qué se siente?” —se oía la voz de Suzu, que era quien sujetaba la cámara—. “¿Sigues cuerda? ¿Sigues en tus cabales?”

—“Hahah… ¿De qué hablas, Suzu? ¡Si tú y Sai también vais a casaros, el año que viene!”

—“Pero, amiga, por mucho que Sai y yo seamos la pareja de humanos más genial y guay del mundo, tú te acabas de casar con un espécimen único en el cosmos.”

—“¿A qué te refieres?”

—“Bueno, tú misma lo describes como un ‘poderosísimo payaso bipolar con buen corazón’, ¿no?”

—“Sí, ese es él” —se rio Katya.

—“Pues dime, ¿cuál de esas cuatro características hizo que te enamoraras de él? La de tener buen corazón, supongo…”

—“Pues no” —dijo ella, y empezó a dar vueltas suaves al son de la música—. “Todas ellas. Todas juntas. Casi tiene 21 años y ya es uno de los iris más poderosos e inteligentes del mundo. También es un payaso que a veces me saca de quicio con sus bobadas y sus bromas y, por alguna razón, me encanta que me saque de quicio. Tiene claros problemas psicológicos, sí; no es su culpa padecer un majin. A veces se propasa desatando una gran maldad contra los enemigos, y otras veces se comporta como un sol, generoso, protector y amoroso… Y a pesar de que el mundo ha sido cruel con él desde que nació, él tiene claro que su lugar está en salvarlo y amarlo cada día, incluso si tiene que sacar su propio lado oscuro para combatir el lado oscuro de otros. Y yo adoro este contraste, todas sus luces y sombras, porque entre ellas se encuentra algo más, algo más importante.”

—“¿El qué?”

Katya dejó de dar vueltas y miró a la cámara.

—“Una hermosa verdad. Algo real y auténtico. Un destino grandioso.”

—“Hmmm… No tengo ni idea de lo que hablas” —se rio Suzu.

—“Yo sé lo que veo” —dijo Katya, cerrando los ojos con un aire satisfecho, poniéndose a danzar de nuevo.

Con el sonido de estas palabras evaporándose con el silencio del despacho, Neuval, completamente dormido, empezó a tener sueños, trozos de memorias flotando hasta la superficie y hundiéndose de nuevo, reflejos de caras y voces… Poco a poco, una de esas voces empezó a hacerse más notoria, sonando por encima del resto, más diáfana… Era una voz sin igual, una voz que nunca en su vida podría olvidar, la voz más poderosa que había escuchado jamás.

«“Yo sé lo que veo”» decía esa voz suave y femenina, hablando en francés. «“Pero sé que tú tardarás mucho más tiempo en ver lo mismo, Neu. Un día, tendrás que conocer el secreto de esos genes que pesan sobre los hombros de papá y sobre los tuyos, y no te va a gustar. Pero porque lo malinterpretarás”».

«Déjalo salir» interrumpió otra voz diferente, en otra parte de su cabeza. Era su propia voz, era él mismo. «Déjame salir».

«“Cuando llegue el día, tendrás que entenderlo por ti mismo… porque no creo que papá lo consiga”» seguía hablando la voz femenina. «“No creo que él logre llegar cuerdo hasta ese día para poder ayudarte a entenderlo. Perdóname, Neu. Estoy haciendo lo que puedo por cuidaros a ambos. Pero no sé si… mm… no sé si…”».

«Saca las alas» habló de nuevo su otra voz. «Bátelas… Libérame…».

«“No temas. La Vida pondrá las cosas en su sitio en su debido momento, cuando tú la traigas al mundo, en una nueva persona”».

«Libera las alas negras… Destruye, arrasa, como hace siete años…».

«“Duerme tranquilo, hermanito. El día ya ha terminado. Duerme sin más miedo por hoy… sin más dolor por hoy… sin preocupaciones… Mañana será una nueva hoja en blanco”».

«Despierta lo que eres realmente… ¡Despierta!».

De repente, Neuval dio un respingo y abrió los ojos, despertándose de golpe. De lo que no se dio cuenta, es de que ambos ojos le brillaban de una luz plateada. Pero se apagaron en un segundo.

—¿Monique? —la llamó, incorporándose sobre el sofá y mirando a su alrededor por el despacho, desorientado. Pero sólo había silencio.

Cuando fue despertando del todo, entendió que simplemente había estado soñando. Se frotó los ojos y se desperezó. Todavía estaba cansado. Desde que Katya murió, llevaba siete años padeciendo un trastorno del sueño, por el cual le era imposible dormir más de tres horas diarias, porque, cada vez que lo hacía, tenía sueños o bien terribles o bien insoportablemente tristes. Le daba miedo dormir el tiempo suficiente para ser presa de esas pesadillas, por eso procuraba hacerlo lo menos posible.


* * * *


En casa de Brey, la tarde también estaba transcurriendo con una muy inusual calma. Hacía más de una hora que los niños habían vuelto del colegio y Brey también había salido de la universidad temprano en la tarde. Ahora, estaban en casa los tres solos.

Sorprendentemente, los niños estaban muy tranquilos; no había gritos, no había jaleo, no había juguetes volando por los aires ni pasos correteando por toda la casa. Al llegar del colegio, Clover había estado un poco rara, y mientras Brey les estuvo cambiando de ropa para guardar los uniformes, Daisuke fue el único cotorreando sin parar sobre su día en el colegio, mientras su hermana se quedaba callada, mirando distraída a otra parte. Brey no prestó mucha atención a esto. Había entrado en modo automático nada más llegar a casa, su cerebro sólo se había dedicado a organizar los quehaceres con su habitual eficiencia de iris: cambiar de ropa a los niños, guardar los uniformes, poner una lavadora, recoger un poco la cocina, ordenar sus papeles de la universidad… y, finalmente, se sentó en la mesa del comedor con un ordenador portátil, un café, una lamparita y unos cuadernos para ponerse a estudiar uno de sus próximos exámenes. Se puso auriculares para oír música suave y les dijo a los niños que, si se ponían a jugar, procurasen no dar gritos o armar escándalo.

Cuando estaba él solo en casa con los niños y tenía que estudiar, Brey no tenía más remedio que hacerlo en un lugar donde tuviese a los mellizos a la vista, porque no podía dejar de vigilarlos a la par que estudiaba. No era un gran reto para la mente de un iris tener la mente concentrada en dos cosas distintas. Él, además, ya estaba acostumbrado a esto desde los 15 años, y lo llevaba bien.

Sin embargo, al parecer, los mellizos se tomaron su orden al pie de la letra. No se oía ni una mosca. Clover había estado un largo rato pintando con su hermano, y luego se había ido a sentar frente al piano de cola en la otra esquina del salón, y se había puesto a tocar algunas melodías sencillas que su padre le había enseñado, o a inventárselas, con la sordina puesta, por lo que se oía bajito. Y Daisuke estaba arrodillado junto a la mesita baja del salón, rodeado de hojas y de pinturas y lápices, dibujando sin parar diversas cosas, especialmente kanjis y otros símbolos raros.

Brey no recordaba la última vez que pudo estudiar tan a gusto en una misma habitación con los mellizos. De hecho, quizá era la primera vez. Fue después de una hora y pico cuando se dio cuenta de esto. Levantó la vista de sus cuadernos para comprobar, una vez más, que los mellizos seguían cada uno entretenido con su propia actividad. Esto le intrigó. Este comportamiento era nuevo, diferente. ¿Calmados durante tanto tiempo seguido? ¿¡Y sin andar pidiendo nada!?

Se preguntó si esto era una señal de que Clover y Daisuke estaban creciendo, pasando ya a otra fase de madurez. Era lo habitual en humanos –al menos, en aquellos afortunados que recibían una crianza coherente y adecuada– que con los años se hacían menos nerviosos, menos caóticos, menos dependientes. Y un día… ¡puf! Clover y Daisuke ya no le necesitarían en absoluto.

Esto le hizo sentirse extraño. Un poco triste. Y no lo entendía, por qué el hecho de pensar en esto le hacía sentir, y además de forma natural, esta pequeña tristeza, cuando la voz racional de su iris le decía por el otro oído que esa era la meta esperada de una crianza exitosa; que, por eso, ese pensamiento de Clover y Daisuke yéndose algún día de casa para vivir por su cuenta de manera autosuficiente y sin necesitar nada más de él, lo que debía hacerle sentir, era paz y satisfacción; que ese pensamiento, el de no sufrir más dolores de cabeza, agotamiento o estrés por los constantes gritos, berrinches, desobediencias, accidentes de cosas rotas, fiebres altas en la madrugada… debía hacerle sentir alivio y felicidad.

Pues no sentía esas cosas. Y esto le sorprendió de sí mismo. Debía de estar perdiendo la cabeza, o estar contagiado de alguna enfermedad, porque si no, no se explicaba por qué la idea de que algún día dejaría de oír sus gritos y berrinches y problemas le entristecía tanto.

Se había quedado tanto rato sumergido en sus pensamientos, que dio un bote sobre la silla con susto, cuando notó que algo tocaba sus piernas. Miró hacia abajo y vio la cabeza rubia de Daisuke, que se había colado por debajo de la mesa y estaba intentando salir por entre sus piernas. Brey dejó que el niño lo trepase y se sentase sobre su regazo, mirando hacia la mesa aquel libro abierto y cuadernos con apuntes de Medicina. Esta vez, Brey no lo regañó por interrumpir su estudio con ese descaro. En vez de eso, siguió terminando de escribir un párrafo que le quedaba por apuntar, intentando ver por encima de la cabeza del niño, que estaba en todo el medio.

—¿Qué es esto? —preguntó Daisuke, señalando en el libro abierto una pequeña imagen.

—La red de venas y arterias del cuerpo humano —contestó Brey, todavía escribiendo en el cuaderno.

—¿Y qué es esto? —señaló otra pequeña imagen.

—Eso es cómo se ve un ojo por dentro.

Daisuke se quedó embelesado viendo esa imagen.

—¿Qué es esto?

—La retina.

—¿Y esto?

—La pupila.

Daisuke se llevó una mano a uno de sus ojos y se lo tocó con el párpado cerrado, intentando entender.

—¿Por qué la gente tiene esto de diferente color? —señaló la parte del iris del ojo de la imagen.

—Por la misma razón por la que hay diferentes colores de piel y pelo. La melanina. Cuanta más cantidad de melanina, más oscuro es el ojo, el pelo o la piel.

—¿Por eso la gente morenita tiene hijos morenitos y la gente blanquita tiene hijos blanquitos, porque reciben la misma menilina que los papás?

—Generalmente, sí, pero eso depende de la genética, que es una ciencia mucho más complicada que depende de más factores.

—Entonces… ¿Entonces por qué yo no tengo los ojos verdes como tú y Clover?

Brey, que en ese momento ya terminó de escribir, se quedó callado unos segundos mirando su cuaderno.

—La gente… puede heredar rasgos de otros familiares, como de los abuelos, también.

—Los abuelos Joji y Norie tienen los ojos marrones y el pelo negro. ¿Por eso Clover tiene el pelo negro?

—Eh…

Obviamente los mellizos ignoraban que Joji y Norie no eran sus abuelos biológicos. Pero sería muy complicado explicarles a esta edad que sus auténticos abuelos biológicos maternos, si no estaban muertos, estarían por algún lugar de China viviendo merecidamente en la miseria carcomidos por la conciencia después de haber abandonado a Yue en un contenedor cuando era bebé, o eso esperaba Brey.

—¿Tu papá también era rubio con ojos verdes? ¿Yo soy rubio porque tú también, o porque lo era tu papá?

—No, él… tenía ojos azules y el pelo como tu prima Cleven —intentó explicarle Brey, sin saber cómo de repente había acabado en esta conversación.

—¿Dónde está tu papá? ¿Se murió de viejito? ¿Era más viejo que el abuelo Joji? En mi clase, un niño tenía un abuelo, pero se murió porque era ya muy viejo.

—Bueno…

—Si Joji es mi abuelo, ¿por qué él no es tu papá?

—Pues…

—Clover y la prima Cleven tienen los ojos verdes como tú, y Cleven tiene el pelo como tu papá, y Clover tiene el pelo negro como los abuelos Joji y Norie, y yo tengo el pelo rubio como tú… Pero nadie tiene los ojos como yo. Ni tú, ni los abuelitos, ni la prima pedorra, ni tampoco el papá de la prima pedorra… Ni siquiera en el cole, nadie tiene unos ojos como los míos. Una niña tonta de mi clase me dijo que tengo los ojos mal porque no son negros ni tampoco azules y deberían ser como uno de los dos al menos.

—Tienes los ojos de color azul índigo, Daisuke, es un color poco usual, pero no tiene nada de malo ni de raro, ¿de acuerdo? —le explicó, sentándolo mejor sobre su regazo, y rodeándolo con los brazos—. Esa niña de tu clase simplemente no sabe nada sobre genética. Cuando la gente de mente débil no entiende algo ni hace el esfuerzo, su primer impulso es insultarlo, para compensar la incomodidad de su ignorancia.

—Entonces… ¿alguna vez has conocido a alguien más con los mismos ojos que yo? —preguntó el niño, mirando fijamente a la mesa, pero esta vez su tono, además de la curiosidad que venía todo ese rato mostrando, traía una extraña tristeza.

Hace casi tres semanas, el mismo día que Brey estuvo acompañando a Cleven por las calles para enseñarle la zona de Shibuya, Cleven se encontró brevemente con los mellizos jugando en un parque, mientras Brey se escondía tras un árbol. Aquella vez, después de que Cleven se marchara, Daisuke le preguntó a su hermana sobre la palabra que la pelirroja había mencionada, “mamá”, y Clover le comentó que así era como la gente llamaba a las señoras que cuidaban a los niños y que eran las mejores amigas de los papás. Daisuke le preguntó por qué su padre no tenía este tipo de mejor amiga, y Clover le dijo que antes tenía una, pero se murió, y que, pese a eso, Clover había hablado con ella varias veces. Daisuke sabía que su hermana hablaba con espíritus y fantasmas desde siempre, algo que a él le aterraba, pero Clover le dijo algo que últimamente había estado rondando por su cabeza: “Ella no te daría ningún miedo. Tienes sus ojos”.

Brey no sabía qué responderle. Pero no pasó por alto ese matiz que su iris detectó en la voz del niño. Sintió que Daisuke en realidad estaba como… intentando hacerle otra pregunta, de manera indirecta. Por eso, creció una preocupación él, una sospecha, algo que siempre había sabido que algún día ocurriría, pero que siempre había deseado que ocurriese lo más tarde posible. ¿Estaba Daisuke empezando a preguntarse si tuvo una madre?

Brey no quería responderle. Siempre esperó que, el día que tuviera que contarles esto a los mellizos, debía ser en un momento preparado, con ellos dos listos para escuchar, y con él listo para contarles la verdad y revivir el dolor.

Así que, se quedó en silencio, con un nudo en la garganta, abrazando al niño, e intentó disimular, apoyando la mejilla sobre su cabeza como si estuviera tranquilamente pasando el rato, esperando que el niño olvidara esa pregunta. Y, al parecer, terminó sucediendo.

—Papá.

—¿Sí?

—Quiero agua.

Brey cerró los ojos un segundo con alivio. Entonces bajó al niño al suelo, dejó los auriculares sobre la mesa y se levantó para ir a la cocina. Daisuke fue tras él. Brey le dio un vaso de agua, pero al momento que fue a salir de la cocina para volver al comedor y retomar el estudio, Daisuke volvió a llamarlo.

—Papá, quiero un yogur.

Brey suspiró brevemente, dio media vuelta y fue hasta la nevera. Decidió que a él también le apetecía tomarse uno, así que sacó dos.

—¿Con miel o mermelada?

—¡Con miel! —brincó el niño.

Brey sacó el tarro de miel, preparó los yogures, le dio el suyo a Daisuke con su cuchara de plástico de Spiderman y él se apoyó en la encimera para comerse el suyo. Daisuke se quedó de pie a su lado, llevándose un cucharón colmado tras otro, disfrutando de ese rato de merienda con su padre.

—Papá, quiero la cuchara de Pikachu.

—Está para lavar. Y ya tienes una cuchara —discrepó él tranquilamente—. ¿Tanto dolor te causaría pedir las cosas por favor? Mira que te lo repito cada día. Espero que no hagas eso con el resto de la gente.

—Nah, sólo me causa dolor decírtelo a ti —le contestó descaradamente, con un bigote blanco—. Yo soy el rey Korol’ dramy, y tú eres un sirviente a mi servicio y a los sirvientes no se les pide por favor.

—Ni lo uno ni lo otro, niño tocapelotas, ni soy tu sirviente ni a los sirvientes se les trata así. El “por favor” se usa con todo el mundo.

—¿Y cuándo fue la última vez que tú me pediste algo por favor a mí?

—Mm, ¿hace hora y media? ¿Cuando te pedí por favor que te quitaras el uniforme de la escuela? —dijo con sarcasmo.

—¿Sí? No te oí —le espetó con una sonrisa juguetona.

—¿Que no me oíste? Tú me estás vacilando…

—¿Tienes pruebas?

—La prueba es que soy tu padre, y pedirte a ti algo por favor es más una cortesía que un deber.

—¿Por qué?

—Porque soy mayor que tú.

—Pero no eres mayor. Los demás siempre te han dicho que eres un menor de edad.

—Dejé de ser menor de edad hace diez meses, mocoso. ¿Vas a dejar ya de tocarme las narices o no?

—No sé… Si me lo pides por favor, quizá… —se encogió de hombros, terminándose su yogur, y estiró los bracitos para tenderle la cuchara y el envase vacío.

Brey se lo quedó mirando otra vez con una de esas caras con una vena hinchada en la frente, viendo que ese microbio tenía una labia muy peligrosa. Cogió su envase y su cuchara para echarlos a la basura y al fregadero respectivamente junto con los suyos propios.

—Si no hubiera descubierto hace ya tiempo que esa afición de tocarme las narices te viene del mismo lugar que el color de tus ojos… —murmuró para sí mismo, y volvió hacia Daisuke con una servilleta para limpiarle la cara—. ¿Por qué eres así conmigo? ¿Es que te caigo mal?

—¡No! Es porque molestarte es lo más superdivertido que hay —sonrió tan campante.

Brey al principio pensó que Daisuke se estaba pasando de insolente, y que debería pararle los pies con una seria regañina. Pero el niño lo miraba con esa sonrisa inocente y juguetona, y con esos grandes ojos expectantes, esperando algo, algún tipo de reacción por su parte, una respuesta a sus provocaciones. Brey se calmó. Se dio cuenta de que Daisuke sólo le estaba provocando para jugar, no para faltarle al respeto ni para hacerle sentir mal.

A Brey se le pasó por la cabeza un fugaz recuerdo, de sí mismo, cuando era muy pequeño, dirigiéndole una vez ese tipo de provocación a su padre. Y Hideki, aunque estaba ocupado con algo en ese momento, abandonó por un rato su serio semblante y su serio carácter para echar a correr hacia él, riendo. Brey atesoraba ese recuerdo, especialmente porque, unas semanas más tarde, sus padres fueron a una misión y nunca más regresaron.

—¡Oh! —exclamó Brey de repente, haciéndose el sorprendido pero no el ofendido—. ¿Así que se trata de eso? Pues es una pena, Daisuke. Lamento informarte que tú a mí no me molestas ni una pizca.

Daisuke le puso una mueca enfurruñada.

—Aunque no puedo decir lo mismo de la mano-enchufe —continuó diciendo Brey, fingiendo una voz dramática—. Ella sí que se siente muy molesta contigo.

—¡Ahh! —dio un respigo de suspense.

—De hecho, creo que ahora mismo está muy molesta… creo que… se está despertando… —Brey empezó a levantar su mano derecha lentamente, con el puño cerrado, y repentinamente estiró el dedo índice y luego el meñique, imitando la forma de un enchufe—. ¡Oh, no! ¡Está megacabreada contigo!

—¡No! ¡No la mano-enchufe! ¡No la mano-enchufe! —exclamó el niño con emoción y nervios.

—Lo siento, Dai, ya sabes que no puedo controlarla…

—¡Nooo! ¡La mano-enchufeee!

—¡Que vienen los calambres en el trasero! ¡Corre!

Daisuke se rio a carcajadas y salió corriendo hacia el salón como un puro nervio. A Brey se le escapó también un risa, y salió corriendo tras él con la mano-enchufe por delante. Empezaron a corretear por todo el salón y el comedor. Tiraron algunos juguetes por ahí, volcaron alguna silla… Daisuke no paraba de reírse y gritar con diversión, y Brey no podía evitar contagiarse de esas risas y esa diversión, solo que no fueron contagiadas, sino genuinas y naturales. Rodeando la mesa del comedor, Brey alcanzó al niño por un instante, y le dio un inofensivo calambrito en el trasero con los dedos estirados. Daisuke pegó un brinco con más carcajadas y corrió escopetado hacia el salón. Brey lo vio esconderse al otro lado del sofá, agachándose en el suelo, pero el niño se imaginó en su cabeza que había sido muy veloz y que su padre no había llegado a verlo.

—¿Qué dices, mano-enchufe? ¿Que Daisuke ha desaparecido? —fingió Brey, haciendo su teatro—. ¿Pero cómo puede ser? Un mocoso tan enano como él no puede tener ese poder… Espera, ¿qué has dicho, mano-enchufe? ¿Detectas que puede estar… por el salón?

Se oyó una risita contenida al otro lado del sofá. Por su parte, Brey reprimió una risa, le hacía gracia lo inocente que era Daisuke. Después miró a Clover, que hacía rato había dejado de tocar el piano y seguía allá sentada en la banqueta, observándolos, callada.

—Creo que necesitamos ayuda experta, mano-enchufe —dijo Brey bien alto, para que lo oyeran—. Alguien que sepa encontrar cualquier cosa perdida o desaparecida en cuestión de segundos. Mishka! ¿Sabes dónde se ha podido meter Daisuke?

Se oyó la vocecilla de Daisuke tras el sofá susurrándole a su hermana “no, no, no…”. Clover, desde donde estaba, podía ver a su hermano agachado delante del sofá. Lo miró un momento, y luego miró a su padre, dubitativa. No obstante, no pareció interesada en unirse al juego, y volvió a mirar las teclas del piano, tocándolas un poco con una mano.

Brey frunció el ceño. Obviamente a Clover le pasaba algo. Pero él había estado cinco años acostumbrado a una cosa concreta, y es que ese comportamiento, que lo había visto ya muchas veces en ambos niños, siempre era por un motivo de lo más simple. Tenía apuntada en su mente la lista de motivos lógicos que ya había vivido y repetido: tiene la tripa revuelta; le duele un diente; está cansada; está aburrida; está enfadada porque alguien le ha quitado un juguete; está triste porque ha sido regañada por algo malo que ha hecho; está de mal humor porque quiere comer pasteles y sabe que no puede…

Siempre había sido uno de los motivos de la lista. Como cabría esperar de los bebés y los niños pequeños, que sólo tenían problemas simples, de entendimiento simple, con solución simple. Por eso, Brey no le dio importancia y tampoco la atosigó, y siguió jugando con Daisuke unos minutos más, hasta que el niño acabó agotado, tumbado encima de Brey, que estaba tendido en el suelo fingiendo que lo había derrotado.

—¡Tengo que ir al baño! —declaró Daisuke, reviviendo.

—¿Qué dices? ¿La mano-enchufe no sólo tiene que sufrir esta humillante derrota, sino que además la pobre tiene que ir a limpiarte el trasero?

—¡Jajaja! ¡No! Sólo voy a hacer pipí —se marchó corriendo por el pequeño pasillo junto a la puerta de la cocina, donde había otro baño, y una puerta al fondo cerrada con llave, que originalmente era un dormitorio para el servicio, pero Brey la usaba para guardar y hacer sus cosas iris.

Brey se incorporó sobre el suelo, todavía con una leve sonrisa en la cara. Miró a Clover, y decidió ir a averiguar cuál de los simples problemas tenía ahora para ponerle su fácil solución. Sin embargo, antes de dar un paso hacia ella, se oyó el sonido de la puerta y de unas llaves.

Salut, mes belles Saehara! —saludó la voz de Cleven, entrando en el salón, pero no sola, sino acompañada de Mei Ling y de Kyo.

—Hola —saludó Kyo.

—Con permiso —dijo Mei Ling, con un tono más tímido que casi no se oyó, quedándose parada en la entrada.

—Hey, ¿qué pasggh…? —saludó Brey, pero casi se ahogó cuando Cleven le dio un abrazo demasiado fuerte, para después soltarlo y dejar su mochila sobre la mesa del comedor.

—¿Qué hay, Raijin? —lo saludó Kyo con un choque de puños—. Mei y yo vamos a hacer una merienda-cena en nuestra casa, con Cleven, Drasik y Eliam, y en un rato vienen Nakuru, su novia Álex y Raven también. Con la nevada que está cayendo esta tarde, no se puede hacer planes de salir. Apúntate con los niños. Haremos juegos, será divertido.

—Ah… —Brey no sabía muy bien qué responder, especialmente cuando vio que Mei Ling estaba allá, en la entrada, sin pasar al salón, mirando las musarañas con aire discreto.

Mei Ling era una mujer generalmente con carácter y decidida. Pero a veces adoptaba este tipo de actitud reservada y dubitativa cuando se sentía una intrusa o sentía que estaba molestando en algún lugar. Brey sabía por qué se sentía así, pero a él mismo le incomodaba que se sintiera así, porque en parte era su culpa. Ya había pasado tiempo desde la última vez que tuvieron una discusión, de las muchas discusiones tontas y típicas entre dos amigos que habían tenido prácticamente toda la vida. Mei Ling aún se sentía mal por aquella discusión y Brey se sentía mal porque ella se sentía mal.

Pero es que algo absurdo e irracional le pasaba a Brey con Mei Ling desde toda la vida, que con ella se volvía el doble de torpe de lo que ya se volvía con el resto de humanos a la hora de abordar conflictos emocionales por motivos cotidianos, porque si fuera por motivos de peligro, trauma o supervivencia, en eso sería experto, como iris nato que era, ya que estos motivos para su iris eran los más razonables.

Sabía que tenía que ir hasta ella ahora mismo y decirle que pasara adentro, pero las piernas no se le movían, estaba como atorado. Kyo, en el medio, observando de reojo tanto a Brey como a su hermana, no podía hacer otra cosa que poner los ojos en blanco y suspirar por milésima vez ante las tensiones que esos dos siempre formaban entre ellos innecesariamente.

—Kyo, ¿me ayudas a llevar los refrescos? —le dijo Cleven, yendo hacia la cocina—. ¿Llevo yo las botellas y tú los hielos?

—Aeh… ¿Te importa si mejor llevo yo las botellas y tú los hielos? Las botellas pesarán más… —contestó el chico, esperando no tener que tocar nada frío.

—¡Ah! ¡Mei Liiing! —exclamó Daisuke cuando regresó al salón desde el baño y la vio allá medio escondida tras el tabique que separaba el salón de la entrada.

Al oírlo, Clover dio un brinco sobre la banqueta del piano, y por primera vez en ese día, le apareció una sonrisa en la cara. Se bajó de la banqueta y corrió igual que su hermano hacia Mei Ling, abrazándola los dos a la vez.

—¡Mis pollitos! ¡Cuánto os he echado de menos! —rio Mei Ling felizmente, agachándose para achucharlos.

Brey sintió alivio, gracias a los niños la tensión y la incomodidad se fueron disipando. También le alivió ver a Clover contenta otra vez, o sea, que cualquiera que fuera el problema simple que tenía, ya se le había pasado. O eso creía.

—Ehem… —se acercó Brey, procurando parecer natural—. No te quedes ahí. Pasa al salón.

Mei Ling lo miró un momento, con una leve sonrisa. Ella también parecía sentir alivio.

—Gracias. Es que… sólo quería ser educada —intentó excusarse.

—Hmp… —bufó Brey con descaro, cruzándose de brazos y mirando a otro lado.

—Eh. ¿Qué significa ese “hmp”? —se mosqueó Mei Ling, poniendo los brazos en jarra.

—Te has pasado toda la vida entrando cuando te daba la gana, no me vengas con lo de ser educada ahora de repente.

—¡Oye, niño gruñón! ¡Aunque no lo creas, yo sé cuándo debo respetar las distancias!

—Que no me llames “niño” —le gruñó Brey—. Si Kyo entra en mi salón y en mi cocina sin problema mientras tú te quedas parada en la entrada, haces parecer que te estoy castigando o algo…

—Ya me castigaste la semana pasada cuando saliste de casa escopetado y me estampaste literalmente contra la pared del rellano.

—¡Eso fue sin querer! —se defendió enseguida, apurado, pensando para su horror que, después de todo, aquel incidente había causado un trauma inolvidable en Mei Ling, y hacerle eso a un humano inocente era una gravísima falta como iris.

No obstante, de repente Mei Ling le soltó una carcajada, y le posó una mano en el hombro, indicando que sólo le estaba tomando el pelo y lo fácil que siempre le resultaba. «¡Esta humana me confunde más que Cleven!» gruñó Brey para sus adentros.

—¿Podemos ir a la merienda en casa de los Lao, papá? —le preguntó Daisuke—. ¿Vas a venir tú también? ¡Porfi, porfi!

—Sí, sí… Pero estaré sólo una hora, quiero aprovechar para terminar de estudiar un temario hoy, ya que el domingo será imposible tener tiempo.

—¿Qué pasa el domingo? —quiso saber Mei Ling.

—Tengo “un trabajo” por la mañana —contestó, y Mei Ling entendió enseguida que se refería a una misión iris—. Y por la tarde tenemos la visita de nuestra nueva asistente social. Por lo que los niños y la casa… tiene que estar todo perfecto.

—Claro… ya veo —sonrió Mei Ling suavemente, sabiendo que, para Brey, mostrarles la mayor perfección a los asistentes sociales era igual de vital que cumplir una misión antiterrorista.





Comentarios