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2º LIBRO - Pasado y Presente

2.
El Knive y la Oráculo

A la mañana siguiente, lunes...

Cuak... Eso era lo que se oía... Cuak, cuak, ¡cuak!, ¡cuak, CUAK!

Raijin, en la habitación de su sobrina, observó aquel despertador con forma de pato, muy fijamente, muy seriamente. Sostenía entre sus manos su bate de béisbol. Estaba en mitad de una profunda reflexión sobre su problema existencial con ese aparato, ese aparato que lo había despertado media hora antes de su propia hora, ¡sacrilegio! Cleven seguía durmiendo a pierna suelta, soñando con un tal Chris Hemsworth. El chico siguió sosteniendo el bate, con el cuak-cuak retumbándole en las orejas. ¿Destrozarlo, o no destrozarlo? El patito del demonio... ¿¡Cuánto tiempo podía llegar a estar Cleven sin oírlo!?

—Uaaah... —bostezó la joven de pronto, meneándose entre las mantas con una sonrisa de bienestar en la cara y, alargando un brazo, apagó el despertador—. Mmm, qué bien he dormido... ¡Ah, buenos días, tito Brey! ¿Qué haces aquí?

Raijin permaneció en silencio, ahí de pie junto a su cama.

—Sí que madrugas tú —le sonrió la chica, levantándose de la cama—. Y luego te quejas de tener sueño, anda que...

Cleven salió de la habitación justo cuando Daisuke iba a entrar, frotándose un ojo con cara somnolienta. Cleven, al verlo, no pudo resistirse.

—Oh... —lo cogió en brazos y se puso a achucharlo—. Mi pequeño y despiadado primo, no se puede ser tan mono.

—¡Suéltame, pedorra! —rezongó el niño, tratando de esquivar su beso mortal.

—Mmmuak —se lo estampó en toda la cara, hundiéndose en su moflete, y lo bajó al suelo, tan feliz.

Daisuke se frotó la mejilla con la manga de su pijama con asco, como si le llevase la vida en ello. Después se acercó a Raijin.

—Guau, papi, tienes una vena muy grande palpitando en tu frente.

Raijin cogió aire profundamente y luego lo soltó poquito a poco, calmándose. Ese pato... tenía que hacer algo con él.

—Tengo hambre —protestó el niño, pegándole tirones en el pantalón de su pijama—. ¡Tengo hambreee!

—¿Y tu hermana? —preguntó el rubio, saliendo de la habitación y dejando el bate a un lado.

—Sigue dormiendo —contestó, caminando tras él.

—Durmiendo —le corrigió.

Dormiendo —replicó, pero de repente se paró en medio del pasillo, dando un mortífero respingo que sobresaltó a Raijin, entonces se agarró el estómago con una mano y alzó la otra mano al cielo—. ¡Gaggh! —emitió un gemido terrible, cayó de rodillas al suelo y luego se tiró al suelo.

—¡¡Daisuke!! —gritó Raijin con tremendo horror, con los pelos de punta por la electricidad y el ojo izquierdo brillando, echándose al suelo para sujetarlo.

El niño entreabrió los ojos y alzó una manita.

—Esto es lo que pasa… —musitó moribundo—… cuando te digo que tengo hambre y no me das de comer… birria de padre… bugh… —cerró los ojos y se hizo el muerto.

Raijin se quedó como una estatua. Se planteó la idea de matarlo de verdad. Como no oía ni sucedía nada, Daisuke volvió a abrir un ojillo con disimulo para ver, y encontró la cara de su padre poseída por la furia de Zeus.

—¿Qué? —preguntó el pequeño, impasible.

—Niño de los cojones, ¡casi me das un infarto! —Raijin volvió a dejarlo en el suelo y volvió a colocar el corazón dentro del pecho mientras cesaba la electricidad estática del ambiente y se puso en pie—. Igual que su madre… —murmuró en bajo.

—Si no quieres que me muera de verdad, aliméntame —insistió Daisuke.

—¡Que ya te he oído! —refunfuñó Raijin—. Ahora voy.

Daisuke se fue al piso de abajo dando saltos, tan contento, mientras Raijin suspiraba con fuerza, recuperando la calma. O ese niño tenía un talento notable para ofrecer actuaciones extremadamente creíbles, o realmente Raijin padecía una gran debilidad por cualquier mal que les ocurriese a los mellizos. Un poco de cada.

Raijin se fue a la habitación de los niños a despertar a Clover. Tenía una cara de muerto que asustaba, si es que apenas había dormido, el pobre. Con lo tarde que todos se fueron ayer a sus casas, porque todos los que habían venido a ver a Fuujin los habían estado entreteniendo un buen rato, y encima el despertador de Cleven lo había despertado media hora antes. Él tenía que despertarse a su hora, para él era sagrada. Pero él aguantaba, siempre, lo que hiciera falta.

Se sentó al borde de la cama de la niña, la cual estaba repleta de peluches. Raijin se inclinó hacia ella, posándole una mano en la cabeza y apartándole sus cabellos negros suavemente.

Mishka... —susurró.

Clover se meneó un poco por las cosquillas que sentía en la cara por el pelo, pero Raijin empezó a toquetear su cara con la punta del dedo. La pequeña soltó una risa y abrió los ojos poco a poco.

—Cinco minutos —pidió con ojitos brillantes.

—¿Y tú sabes cuánto son cinco minutos?

—Sí, lo mismo que una semana —contestó—. Buenas noches —dijo rápidamente, quedándose dormida otra vez.

—Me vacila, la niña —rezongó Raijin, y la sacó de la cama, cargándola sobre el hombro como si fuese un saco de patatas y llevándosela al piso de abajo.

—¡Aaah! —chilló la niña—. ¡Que me secuestran! ¡Daisuke!

Nada más bajar las escaleras, Raijin se topó con el niño, que lo miró con desafío y poniendo los brazos en jarra. Después puso una cara adulta.

—Villano, suelte a la señorita o tendré que llamar a las utoridades —le amenazó el pequeño, haciendo como que se acicalaba un bigote varonil e imaginario.

—Dejad de tomarme el pelo, canijos —farfulló Raijin, dejando a la niña en el suelo.

—¡Mi salvador! —exclamó Clover, echándose a los brazos de su hermano.

—¿Ves, Clo? Aquí es donde queda claro quién es el hombre de la casa —celebró Daisuke con triunfo, inflando el pecho.

—¿¡Y por qué tendría yo que limpiarle los mocos al hombre de la casa!? —le dijo Raijin, agarrándole las orejas.

—¡Ay, ay! ¡Porque estás a mi servicio, birria de padre! ¡Ay! —protestó el niño, tratando de escabullirse.

—¡Claro! A su servicio, señor marqués, déjeme que le dé un masaje capilar —sonrió Raijin con malicia, revolviéndole el pelo con las manos sin parar.

—¡Ayyy, abusón, abusón! ¡Se lo voy a decir a la asistente social cuando venga!

—¡Adelante! Y ya de paso le dices que este mes has mojado la cama doce veces y he tenido que tirar las sábanas desgastadas de tanto lavarlas —replicó Raijin.

—¡Ahh! —Daisuke dio un respingo y se volvió hacia él con horror—. ¡Papá! ¡Me dijiste que eso era secreto entre tú y yo! ¡Eres tonto! —le pegó con la manita en la pierna con rabia y vergüenza.

—Vamos, mocoso, como si no lo supiera todo el mundo —rio con burla.

Daisuke se picó más con él y fue a pegarle en las piernas dando manotazos, pero Raijin les lanzó a los dos un rugido de león, haciendo como que se lanzaba sobre ellos. Los dos niños soltaron un grito y se fueron pitando hacia la cocina, riéndose a carcajadas. Raijin suspendió su postura de monstruo al notar los ojos de Cleven clavados en su nuca. Se volvió hacia ella con cara de normalidad, pero Cleven empezó a reírse descaradamente, bajando las escaleras.

—¡Jaja, no me digas que sois así de divertidos todas las mañanas!

—Hm... —masculló el rubio, apartando la mirada con vergüenza—. Son ellos los que montan las películas. ¡Y no comentes esto a nadie!

—Vale, tranqui, chico duro —lo calmó, haciendo aspavientos—. Escenas así tan bonitas de vosotros tres quedarán grabadas en mi memoria. Debes de pasártelo genial con esos dos, ¿eh? Te he oído reír hace unos segundos.

—Mm… —gruñó de nuevo.

A partir de ahí, Raijin se tomó sus deberes de padre a toda mecha. Cleven le dijo que lo ayudaría, pero apenas le pudo seguir el ritmo. Lo hizo todo él con una destreza que Cleven pudo comprender de cinco años de experiencia. Asó un poco de carne, cortó algunas frutas en trozos pequeños perfectos y preparó un par de sándwiches que luego pondría en dos fiambreras o loncheras para que los niños se las llevaran al colegio. Mientras dejaba el arroz y huevos cociendo, sacó uniformes limpios del cuarto de la lavadora y vistió a los niños ahí en el salón mientras veían unos dibujos en la tele. Luego él subió a ducharse y vestirse y en cinco minutos volvió a bajar con su mochila llena de libros. Sentó a los niños en la mesa y Cleven y él trajeron el desayuno, y comenzaron a comer.

Cleven, sentada en su sitio con su taza de café en las manos, seguía anonadada con lo perfecto que hacía todo su tío, los niños estaban impecables, incluso el desayuno estaba riquísimo. Mientras comían, Raijin tenía junto a su plato un libro muy gordo abierto que iba leyendo de vez en cuando.

—¿Qué lees? —quiso saber Cleven.

—Anatomía avanzada —respondió el chico, dándole un bocado a su tostada—. Tengo un examen pronto. Lo cual me recuerda… ¿terminasteis los deberes en casa de los abuelos? —les preguntó a los mellizos, y estos asintieron—. Dejadme verlos.

Los niños sacaron unos cuadernos de sus mochilas, que estaban junto a sus sillas, y Raijin echó un vistazo primero al de Clover. Como estaban en prescolar, tampoco eran deberes muy serios, pero a Raijin le servían para analizar las capacidades cognitivas e intelectuales de los niños, algo que le interesaba mucho como “iris”. Cleven se levantó para mirarlos, por simple curiosidad. La verdad es que le parecieron algo difíciles para unos niños de 5 años. Eran ejercicios de señalar figuras que no seguían el patrón de las demás, o de poner cuántas caras y aristas tenían unas figuras geométricas, o de encontrar un pajarito amarillo escondido en diez partes diferentes de una ilustración de una selva llena de cosas y detalles con muchos colores.

—¿Os ayudó alguien? —preguntó Raijin.

—No —contestó Clover—. Hiroko nos dijo que si necesitábamos ayuda, que la llamáramos, pero al final no lo necesitamos, y lo hicimos solitos.

—¿Quién es Hiroko? —preguntó Cleven.

—La empleada del hogar que limpia y cocina en la casa de sus abuelos. También hace de niñera cuando los niños están allí. De acuerdo, Clover —le dijo a la niña, y no se reprimió en mostrarle una sonrisa—. Está todo muy bien, otra vez.

Clover también sonrió contenta y volvió a guardar su cuaderno. Entonces Raijin revisó el de Daisuke.

—Hmm… —murmuró.

—¿Qué? —preguntó el niño.

—Me extraña que no compartáis los resultados cuando hacéis los deberes. Tú tienes un fallo aquí, en el número de caras de este poliedro. Y te faltan dos pájaros amarillos.

—Es que me mareo buscándolo en un dibujo tan mal hecho… —refunfuñó el niño—. No le quiero preguntar a Clo ni ver sus deberes porque quiero poder hacerlo yo solo.

—Ese es el tipo de orgullo que está muy bien tener, Dai. Copiar a los demás, al final, es impedir tu propia evolución. Vuelve a revisar este poliedro, intenta ver mejor. Y… ¿se te olvida darme algo?

El niño recordó, y sacó de su mochila otro cuaderno, de hojas grandes con cuadrículas grandes. Era un cuaderno de práctica de kanjis. Eso sí que sorprendió a Cleven, porque no es sólo que los niños en Japón solían empezar a estudiar lectura y escritura de kanji a partir de los 6 años, es que ese cuaderno era de tercer año, el que daban a los niños de 9 años. Y no es sólo que Daisuke tuviera todos los kanjis correctamente escritos; Cleven nunca había visto una caligrafía tan bonita. No salía de su asombro. Miró a Daisuke, y luego a su tío, el cual revisaba las hojas dando un sorbo a su café con aire satisfecho.

—Perfecto —le dijo al niño sin más, devolviéndole el cuaderno.

—Guau, ¿cómo está tan avanzado Daisuke en escritura? —preguntó Cleven.

—Desde que tenía 2 años, Dai cogía un lápiz o un pincel o lo que fuera y se ponía a pintar todo tipo de cosas, incluso letras, números y kanjis completos —le explicó el chico, poniéndose con ella a recoger la mesa—. Pintaba hasta por las paredes. Tuve que darle otra mano de pintura a la casa, pero he de reconocer que me asombró su talento tan temprano. Por eso, aunque ha empezado prescolar hace tres semanas, le he apuntado a una academia aparte para que desarrolle lengua y escritura acorde a su nivel más avanzado.

—¿De dónde ha sacado ese talento? ¿Tú o Yue lo teníais? —preguntó en voz baja, dejando los platos en la cocina.

—No. Esto es algo nuevo que veo en la familia.

—Oye, y no sólo él. ¿Clover hace ese tipo de deberes visuales siempre tan bien?

—Sí, ya los hacía en la guardería, y nunca falla en ese tipo de ejercicios. También desde los 2 años noté que tenía una alta capacidad de atención visual y de visión espacial de las cosas. Por cierto, si alguna vez pierdes algo por esta casa, díselo a Clover. Tardará un minuto en encontrarlo o decirte dónde está.

—¡Tío Brey! —exclamó eufórica, zarandeándolo del jersey como una loca—. ¡Qué primitos más listos tengo! ¡Es injusto! ¡Soy la única tonta de la familia!

—No recuerdo que fueras nada tonta durante toda tu infancia. De hecho, lo recuerdo al contrario… —frunció el ceño—. Pero sí. Clover y Daisuke son mejores que todo el resto de niños del mundo.

—Ohy… —Cleven volvió a mirarlo con ojos empañados de ternura—. Papi orgulloso…

—No. Es cierto —gruñó molesto—. Hablo de hechos y motivos lógicos que les hacen ser mejores que los demás niños.

—Y según tus razones lógicas y opinión objetiva después de obviamente haber conocido en persona a todos los niños del mundo, ¿cuáles son los niños más bonitos que has visto en tu vida? —sonrió perversa, jugando totalmente con su racional manera de ver las cosas.

—Clover y Daisuke, por supuesto. Y no necesito haber conocido a todos los niños del mundo. La simetría facial que tienen ellos dos cumple muy por encima del estándar según los rasgos en medidas proporcionales…

—Papi ultra mega amoroso y orgulloso… —siguió gimoteando Cleven.

—¡Que no! —gruñó el rubio, rojo de vergüenza.

Viendo la hora que era, Brey sacó a todos de casa a patadas y se subieron al coche. A medio camino hacia el Tomonari, Cleven siguió interesada en saber más cosas.

—Por cierto, tío. He notado en varias ocasiones que a veces los llamas con otros nombres.

—¿Otros nombres? —no entendió.

—Sí, por ejemplo, he oído que a Clover la llamas a veces mika… ¿o miski?

Mishka —le corrigió Brey—. No es un nombre, es sólo una palabra en ruso.

—¡Oh! ¿Y qué significa?

—Si te lo digo, ¿vas a volver a poner esa cara de tarada y a hacer ruidos raros con tu garganta y a darme grima?

—¡No me digas que significa algo adorable! —Cleven ya se enterneció en medio segundo.

—¡Mishka significa “osito de peluche”! —exclamó Clover felizmente, ahí atrás en su silla—. O “peluche”. Papá me llama así porque tengo montones y montones de peluches, porque me gustan muuuucho. Y porque soy blandiiiita, y abrazaaable.

—Ahyyy… —Cleven volvió a hacer ese ruido gatuno y a mirar a su tío con ojos melosos.

—Pelmaza… —masculló este, manteniendo su aire estoico.

Brey paró el coche en la zona de entrada del colegio Tomonari, junto a otros muchos coches de padres que traían a sus hijos. Cleven lo ayudó a desabrocharlos de sus sillas y a ponerles de nuevo sus pequeños abrigos y bufandas.

—¿Y qué me dices de Daisuke? ¿Qué es eso de kokol… kol dram…?

Korol’ dramy —le explicó su tío, mientras le daba a cada mellizo sus respectivas mochilas con ruedas—. Es como el “drama King” del inglés. Porque es el niño más dramático que vas a conocer en tu vida.

—Exacto, soy un rey, de un reino que se llama Drama —declaró el niño, mientras se hurgaba la nariz.

—No has podido escoger unos motes más acertados para ellos —le aseguró Cleven a su tío.

—No sé… A Clover le voy a cambiar el nombre por uno que signifique “bruta” o algo así. Si sigue dando rienda suelta a esa pequeña parte de su carácter… heredado de su abuela… —añadió en voz baja, acercándose al oído de Cleven.

Cleven se tapó la boca y se rio a escondidas, recordando las historias que había oído sobre su abuela Emily siendo una mujer muy cariñosa y al mismo tiempo… un poco salvaje.

—¡No, papá, yo sigo siendo un osito de peluche! —le rogó Clover.

—Los osos de peluche no le pegan un puñetazo a un abusón y lo mandan volando al otro lado del parque, ¿sabes? —objetó él, arrodillándose frente a la niña y mirándola muy de cerca, desafiante.

—Los peluches tal vez no, pero los osos sí. Y yo soy ambas cosas —le contestó la niña, solemne, poniéndole las manitas en las mejillas y mirándolo de vuelta fijamente.

—¿Por qué siempre tienes respuesta para todo, enana?

—Estos niños son más listos que el hambre, tío Brey —corroboró Cleven, riéndose—. Y eso debería alegrarte.

—No me alegra tanto cuando lo usan contra mí —suspiró.

El chico no se olvidó de darles un abrazo de despedida a los dos niños. Cleven observó con curiosidad ese gesto de cariño, de los muy pocos que solía mostrar su tío. Porque, alrededor de ellos, había padres que no lo hacían y simplemente despedían a sus hijos con la mano. Cleven intuyó por qué su tío lo hacía, y no era por cualquier razón. Seguramente, como él perdió a sus padres a los 4 años y de forma abrupta, no quería que los mellizos vivieran nada parecido o se quedaran sin una debida despedida. Ella lo entendía, por su madre. No recordaba qué hizo con ella la última vez que estuvieron juntas antes de su muerte, pero nunca le faltaron sus abrazos de despedida, aunque fuera para ir al colegio. Por supuesto, para Brey tenía un significado mayor, porque para él la probabilidad de morir no dependía sólo de un accidente de tráfico, o de un incendio o de atragantarse con un trozo de comida.

—Uyyy, qué rabia... —murmuró Cleven, mirando hacia el colegio y hacia ambos lados de la calle mientras los mellizos ya se marchaban a su edificio de prescolar.

—¿Qué? —preguntó Brey, subiéndose de nuevo al coche.

—Acabo de recordar que los lunes mi hermanito entra una hora antes porque tiene turno de limpieza. Ya está en su clase. Por un momento había pensado que ahora sería una buena oportunidad de que os conocierais, o al menos para saludaros, antes de empezar las clases. Tío, ¿te parecería bien invitar un día a Yenkis a casa para que te conozca a ti y a los mellizos?

—Por supuesto. Siempre que a tu padre le parezca bien, claro. Me gustaría ver cuánto ha crecido Yenkis. ¿Qué edad tiene ya?

—Ya tiene 12 —contestó alegremente—. Yenkis ha estado conmigo todo este tiempo apoyándome en mis planes de encontrarte.

—¿Se acuerda de mí?

—Qué va. No tenía ni idea de que tuviésemos un tío.

«Ya veo…» reflexionó el chico, mientras arrancaba de nuevo el coche, «Fuujin les borró a Lex y a Cleven los recuerdos, y con Yenkis no hizo falta porque era demasiado pequeño. Por lo que sé, la Técnica no funcionó bien en Lex y recuperó los recuerdos sepultados apenas un par de días después. Yenkis no me extraña que no sepa quién soy, pero Cleven… ¿Cómo es que sí, y con ello se fue a buscarme? ¿Cómo se acordó de mí, aunque sólo fuese de mi existencia o de mi simple nombre? No me cabe duda de que Fuujin se cercioró de no dejar en su memoria ningún cabo suelto. Entonces… ¿se tratará de uno de esos indicios que Fuujin nos mencionó anoche? Una palabra clave, o una imagen concreta, en un momento determinado… pueden crear grietas en la Técnica. Puede que Cleven viera u oyera algo en un momento específico. O quizá ella misma, su propia mente, haya podido romper desde dentro, como le pasó a Lex… Tal vez Cleven tenga la misma capacidad que su hermano, solo que mucho más lenta… Hah, no tengo ni idea».

Cuando Cleven se despidió para irse al edificio del instituto Tomonari, al que se accedía por otra puerta cerca de la del colegio, y Brey fue a pisar el acelerador, vio de repente una cabeza de tersa piel oscura con un peinado de finas trenzas negras a dos centímetros de su nariz.

—¿¡Qué demonios!? —exclamó Raven, metiendo la cabeza de lleno por su ventana—. ¿¡Que tú eres el tío de Cleven!? ¡Dios mío, el rubio que casi nos atropelló hace una semana! ¡Encantada, soy Raven Willers, para lo que gustes! —se exaltó, estrechándole la mano enérgicamente.

—¿Raven Willers? —se sorprendió Brey. «Es… ¡la hermana pequeña de Sarah!».

—¡Aaah! ¡Ha dicho mi nombre! —gritó histérica, a punto de desmayarse.

—Tranquilo, Brey, ahora nos la llevamos —le dijo Nakuru, apareciendo por la acera y sujetando a Raven.

—¡Nos vemos, tío! —se despidió Cleven, marchándose con sus amigas.

«Su carácter no se parece en nada a Sarah, desde luego» opinó Brey, siguiéndolas con la mirada, y después volvió a arrancar.

—¡Eh! —exclamó Drasik, pegando las manos sobre el capó y Brey frenó en seco—. No me mates, por favor.

—Hola, Raijin —lo saludó Kyo, y se marchó con Drasik hacia el edificio.

El rubio suspiró, yéndose por fin. Lo que le extrañaba es que había visto algo raro en la expresión de Drasik hacía un momento. Notó algo raro en su tono. No parecía el de siempre.

Pero Brey era un “iris” y podía detectar todas las posibles razones de esa pequeña variación en el tono de alguien. Sobre todo, de Drasik. Era el compañero de la KRS al que más conocía a la perfección. Al fin y al cabo, era con el que más había hecho trabajo de campo, porque en la mayoría de las misiones que realizaron, Fuujin solía dividirlos en parejas y siempre ponía a Brey con Drasik por la combinación peligrosa y efectiva de sus elementos. Aunque Brey sabía que había otra razón también. Drasik era, no sólo de la KRS, sino también de la Asociación, uno de los “iris” más sensibles, es decir, de los más propensos a padecer la enfermedad del majin. Igual que le pasaba al propio Neuval y a otros “iris” más. Y Brey era todo lo contrario, el más racional y con mayor capacidad de autocontrol. Por eso, trabajar cerca de Brey ayudaba a Drasik.

El único peligro que tenía Brey era que le podían contagiar un majin. Pero dicho contagio duraba el mismo tiempo en que estuviera expuesto a ese majin. Es decir, era como un espejo. Y el majin de la otra persona tenía que ser muy fuerte para llegar a afectarle. Por eso, si un “iris” estaba dando síntomas de un majin alto, a partir del quinto grado, directamente contra él, él podía padecerlo de manera igual. Pero se le pasaba en cuanto dejaba de estar expuesto. Y podía llegar a combatirlo muy bien gracias a ser un “iris” nato.

Brey solamente llegó a padecer un contagio grave que le costó combatir una vez, nada más. Fue antes de morir Katz. Ocurrió en una misión complicada de la KRS, y se lo contagió alguien que en aquel entonces estaba ya muy enfermo. Su hermano, Izan.

El majin del “iris” consistía en un trastorno de la personalidad del individuo. Había siete grados, y los que tenían los de I y II eran los que esporádicamente mostraban signos no comunes en su forma de ser diaria, como leves ataques de agresividad, o depresión e impotencia, o bien cometían actos poco peligrosos, nada de lo que preocuparse de verdad. Los que tenían de III y IV, lo mismo, pero ya con mayor frecuencia; ahí había que empezar a controlar la cosa.

Ya en el majin de grado V, ocurría una pérdida de autocontrol del “iris”, consciente de sus actos pero que le llevaba tiempo frenarlos; podía ser muy peligroso. De grado VI, el de Fuujin: cambio radical de la personalidad, una vez cada mucho tiempo, causado por una emoción fuerte de disgusto, de ira o de rabia, o bien por la acumulación de estos durante demasiado tiempo, es decir, se convertía en otra persona, letal y cruel. Ahí el individuo ya no podía controlarse y no era consciente de sus actos, raras veces podía volver en sí sin ayuda de nadie.

Y, por último, de grado VII, el de Izan: cambio de la personalidad permanente, es decir, era ya otra persona, creada por completo dentro de sí y que salía a la luz para siempre una vez que el individuo había sufrido o experimentado la peor de las emociones. Ahí ya no había que preocuparse; había que alejarse. Como tal, la persona que siempre había sido había muerto, por lo que la nueva persona, dueña de la mente y del cuerpo, actuaba por sí sola y, por supuesto, para nada bueno.

Los humanos crean sentimientos y viven dominados por ellos; los “iris” también tienen sentimientos, pero los dominan eficazmente. Y Brey era un espécimen único: la mayor parte del tiempo no tenía sentimientos, sólo los básicos, y únicamente los tenía de manera natural con las personas que más quería, y en cuanto a los contagiados, podía dominarlos enseguida. Esto hacía que, por ejemplo, si un criminal le amenazaba, lo torturaba o lo insultaba personalmente, Brey no sentía enfado ni se ofendía ni nada. O si veía en la tele cadáveres de niños muertos en una guerra, tampoco sentía tristeza ni rabia ni horror. Pero obviamente pensaba que era algo terrible y que ojalá no hubiera pasado. Lo pensaba, pero no lo sentía, como ya adivinó Cleven aquella vez. Ese enfado, o esa tristeza, sí las sentiría de manera genuina e intensa si se tratara de un criminal amenazando o insultando a Cleven, o a alguno de sus “hermanos” de la KRS, o si los cadáveres de la guerra se tratasen de sus propios hijos.

Por eso, vivir en este mundo donde todos eran humanos o “iris” normales, o seres extraños con parte humana como los Zou, no era fácil para Brey. Y este tema le hizo acordarse, una vez más, de Mei Ling. Sobre todo, por el comentario que el viejo Lao le hizo anoche, en la madrugada, cuando todos los “iris” aliados vinieron a darle la bienvenida a Fuujin y más tarde ya se iban yendo todos a casa. Lao se le acercó en un momento determinado, dándole una fuerte palmada en el hombro de las suyas.

«—Ya podrás tomarte un respiro, chaval —le dijo el viejo, muy contento—. Lo has hecho bien. Pero ya puedes volver a dejarnos el peso a Neu y a mí. Ojalá hubiera podido ayudarte más. Lo único que he podido hacer es organizaros las pocas misiones grandes que hemos tenido en los últimos siete años, como mi labor de Segundo. Pero el resto de misiones inferiores y problemas cotidianos te los has tragado tú.

—No podías ayudar más, Lao —contestó Brey—. Cuando Neuval se exilió, tenías a agentes de Takeshi con los ojos muy pegados a tu actividad empresarial en Hoteitsuba. No podías hacer más sin levantar más sospechas. Hiciste lo debido. Y yo, lo que he hecho, no es ninguna carga, es mi deber.

—Hah… me recuerdas tanto a tu padre cuando hablas así… —murmuró Lao con tristeza, recordando a su mejor amigo—. En fin, ya no te preocupes por nada más allá de tus deberes de Guardián, ¿de acuerdo? Quiero que estés más relajado ahora, que vivas más tranquilo y tengas más tiempo con tus mellizos, lo cual es la misión más importante de tu vida.

Brey asintió en silencio, serio, pero estaba realmente agradecido por las palabras del Ka.

—Y… —añadió Lao, mirándolo a los ojos—… espero que trates a mi nieta mejor de lo que tratas a mi otra nieta.

—¿¡Qué!? —brincó contrariado, y como el viejo no dijo nada, Brey se quedó pensando—. ¿Qué te ha contado Kyo?

—Kyo, nada. Me lo cuenta la propia Mei Ling.

—¿¡Y qué te dice ella!? —se puso un poco nervioso—. ¿¡Que la trato mal!? Eso es mentira. Una vez más, un humano malinterpreta mi modo de ser.

—¡De eso nada! —se rio el viejo—. ¿Qué te crees? Mei Ling te conoce desde que naciste y sabe cómo eres. Pero ella nota que con ella eres menos amable que con el resto de la gente.

—No es verdad, de pequeños nos llevábamos bien. Es solo que, desde que me mudé al mismo edificio con los niños, Mei Ling se ha pasado estos cinco años dándome la lata con mi modo de criar a los mocosos.

—Brey, Mei te aprecia, y adora a Clover y a Daisuke desde el primer momento en que apareciste con ellos. Lo que ella siempre ha pretendido es ayudarte, ofrecerse a echarte una mano. Dejas que Agatha lo haga, incluso Yako, incluso Sam y los otros chavales de la cafetería, pero no dejas que Mei lo haga.

—Le dejé hacerlo, durante un tiempo, después de que ella me convenciera pidiéndomelo veinte veces seguidas. Algunas veces ella se llevaba a los niños a jugar al parque para que yo pudiera dormir algo, o ella los llevaba a la guardería los días en que yo tenía las clases especiales del instituto muy tempranas.

—¿Y? ¿Los trataba mal? ¿Les daba de comer cosas que tú no permitías? ¿Fue negligente alguna vez? ¿Se resfriaron alguna vez por su culpa?

—No —gruñó, mirando al suelo y cruzándose de brazos—. Pero opinaba.

—¿Qué? ¿De qué? ¿Y qué tiene eso de malo?

—No lo entiendes, Lao. No es agradable cuando intentas criar hijos lo mejor posible y otra persona externa viene a opinar sobre lo que deberías mejorar o no.

—Mei Ling no lo hace con mala intención.

—Ya sé que ella lo hace con su mejor intención. Pero no es agradable.

—¿Por qué? ¿Porque no estás de acuerdo con las cosas que ella te aconseja?

—No es por eso —volvió a cruzar los brazos y a mirar a otro lado—. Es porque no las entiendo.

Lao sonrió más suavemente. Él ya sabía a qué se refería Brey, porque su nieta Mei Ling ya le había explicado lo que sucedía.

—Ella no niega que cuidas de la alimentación de los niños, de su seguridad, de sus modales, de su higiene, de su educación y de su salud física con una perfección pasmosa, Raijin. Lo que ella simplemente ve que falta… es un poco más de atención en el desarrollo emocional de los niños, sobre todo ahora que ya tienen edad de razonar, sentir y entender.

—Los trato bien. Los quiero y se lo demuestro cada día.

—No me cabe duda. Pero no se trata sólo de eso. Clover y Daisuke son humanos. Para ellos, saber qué cosas sanas comer, qué cosas hacer por su seguridad y evitar daños o qué hábitos correctos llevar en su vida no lo es todo. En sus mentes humanas de 5 años, hay un mundo entero de imaginación, de cosas complicadas difíciles de entender, de preguntas, misterios, enigmas y emociones de todo tipo que vienen provocadas por motivos de todo tipo. No es lo mismo hacerle entender a un “iris” de 5 años qué es la muerte y por qué alguien está muerto, o por qué siente ansiedad, tristeza o enfado sin motivo aparente, o por qué a veces ven a adultos tristes o enfadados, que hacérselo entender a un humano de 5 años. Esa parte de la enseñanza en la mente emocional de un humano no es tu mayor fuerte, que digamos, pero es obvio y comprensible, porque eres un “iris” nato. Yo también he tenido carencias o defectos en la apropiada enseñanza de mis hijos, incluso mi ex, o incluso tus padres. Pero por eso es tan valioso y bueno que alguien pueda complementarte esta parte que te falta. Lo único que Mei Ling hace es enseñar a los niños a entender las emociones humanas de una manera más apropiada para sus pequeñas mentes inocentes y humanas.

Brey no dijo nada, se quedó callado mirando al suelo, todavía un poco huraño.

—¿Es por eso que la apartas? ¿Porque te da rabia que Mei Ling sepa hacer eso mejor que tú?

El chico siguió en silencio.

—¿O no será… —Lao captó algo raro en ese silencio tan silencioso de él, y se acercó más a su cara, clavándole una mirada escamada—… por algún otro motivo más personal?

—¡No! —saltó Brey de pronto, nervioso, y se sonrojó un poco—. No digas cosas raras. Es sólo que no me gusta que se metan en mi vida y en mis asuntos. Ni ella ni nadie.

—Pero a mi otra nieta sí que la has aceptado enseguida dentro de tu vida y de tus asuntos.

—Cleven es mi sobrina, y Mei Ling no. Obviamente hay una diferencia abismal. O sea, Mei Ling y Kyo sí eran sobrinos de mi hermana, pero no míos.

—Un poquito.

—Muy indirectamente. Y Cleven es de mi sangre.

—No me hables de la sangre como requisito de ser familia —discrepó Lao, dándole otras palmaditas en el hombro. Brey no dijo nada, recordando cómo era la visión de Lao respecto a ese tema—. Todos somos familia. Lao, Vernoux y Saehara. No te pido que dejes a Mei Ling hacer todo lo que te pide si no quieres. Sólo te pido que seas un poco más cálido con ella.»


Una única persona puramente racional en un mundo lleno de sentimientos, es normal que Brey a veces se sienta culpable si otros le dicen que esa forma suya de ser no es apropiada o agradable. No hay nadie como él, que piense como él.

Por ello, al final acaba creyendo que el que hace las cosas mal es él. E inconscientemente se deja contagiar, luchando por comprender a esos seres, luchando para evitar estar solo; para ser como ellos y dejar de sentirse confundido. ¿Qué podía hacer sino? Después de todo, son millones de personas a quienes él no comprende, y son millones de personas quienes no le comprenden a él.


* * * *


—Buenos días, buenos días... —fue saludando Denzel a medida que entraban los alumnos en su clase.

Nakuru se fue hacia su mesa nada más entrar, sonriente, mientras todos se iban sentando y dejando sus cosas por los percheros de las paredes.

—Sí, ya lo sé —dijo el hombre antes de que ella abriera la boca—. La KRS renace.

—Claro, tú lo sabes todo —refunfuñó—. No se te puede sorprender con nada. ¿Pero a que no sabes...?

—Sí, tu amiga ha reconectado con su tío Raijin y ahora vive con él.

—¡Jo, Denzel! —refunfuñó más.

—Venga, venga —sonrió—. Ahora a centrarse en clase.

—¡Denzel! ¿A que no sabes qué? —se acercaron Drasik y Kyo con la misma energía.

—Ains... —suspiró el hombre con desasosiego.

Pasaron la primera hora dando Física, y no todos estaban muy despiertos, que digamos. Ni siquiera Denzel, que parecía haberse pasado la noche anterior de ocio con otros profesores amigos o viajando por el planeta recogiendo nuevos “iris”.

Cleven estuvo toda la hora hablando en bajo con Raven, y vio que esta ya se había enterado de todo lo que le había pasado con su tío. Nakuru se lo había contado todo de camino al instituto, excepto lo del "incidente". Cleven estaba tan absorta contándole otra vez todo a su amiga que ni siquiera se daba cuenta de que Drasik, sentado delante con Nakuru, la miraba constantemente de reojo. El chico parecía, desde luego, muy raro cada vez que la miraba. Nakuru, una vez más, reparó en esto y se preguntó qué le pasaría ahora. Sin embargo, cuando Drasik se daba cuenta de que Nakuru lo miraba, sonreía alegremente y volvía la vista al frente.

«Hah… mierda…» pensó Nakuru. «Espero que todavía no esté dándole vueltas al asunto de Cleven… y sospechando de las cosas que no encajan con su memoria…  Ay, ¡pues claro que está mosqueado, Nakuru! Drasik es un payaso, pero no es tonto. Y otra vez, oculta cómo se siente por dentro detrás de esa sonrisa. ¿Cree que no me doy cuenta? ¿Y si está enfadado conmigo por pensar que le oculto algo? En ese caso, ¿no me dice nada al respecto? ¿No me pregunta?». Nakuru sabía que Drasik no iba a hacer eso.

Drasik, desde los últimos años, cada vez que se había mencionado algo acerca de lo que él no sabe por tener la memoria borrada y él se daba cuenta de que algo no le cuadraba, pasaba del tema sin decir nada a nadie. Nakuru era la única que sabía que Drasik se mosqueaba con estas cosas, por mucho que lo intentase disimular. Sabía que se sentía relativamente apartado del grupo, porque no se enteraba de lo que hablaban cuando mencionaban cosas del pasado y no se lo explicaban. No hacía preguntas, era como si hubiese asumido que él no tenía derecho a enterarse. Y ahora, con lo de Cleven, que era hija de Fuujin...

Nakuru lo vio todo en ese preciso instante. Drasik estaba con la vista fija en el pupitre, en el vacío, en lo más profundo de su ser. Una mirada difícil de describir, entre llena de pesadumbre y llena de rabia. Pero él permanecía en silencio, aparentemente escuchando las explicaciones de Denzel.

«Nunca te has quejado de este asunto» pensó Nakuru. «Si yo estuviese en tu lugar, sospechando que la gente más cercana a mí me oculta cosas importantes de mi vida, me hartaría de pegar patadas hasta que me aclaren lo que pasa a mi alrededor. ¿Por qué no luchas por saber la verdad? No es que yo quiera que lo hagas, por alguna razón te borraron la memoria, por tu bien. Pero... me da rabia que no hagas nada. Y que encima te lo guardes todo dentro. Si sigues así... algo insano crecerá en tu interior, Drasik».

A mitad de clase de la segunda hora, con el profesor de mates Ishiguro, el que duchaba al hablar, Cleven se dedicaba a pintar dibujitos de Yako, de Raijin, de ella y de sus primitos en su hoja de ejercicios, mientras Raven se pintaba las uñas bajo la mesa con esmalte blanco. A Cleven se le ocurrió mirar atrás un momento, y se encontró con Kyo, que también estaba dibujando en su hoja aburridamente. Se quedó perpleja al ver que dibujaba el retrato de una persona.

Entonces volvió a ponerse derecha, arrancó un trozo de papel y escribió: “Regálame ese dibujo, lo enmarcaré. ¿Quién es?” y puso una carita sonriente. Alargó un brazo atrás con discreción y le pasó la nota a Kyo, el cual la cogió con cierta sorpresa. Un minuto después, Kyo se la volvió a pasar: “No es nadie en particular, pero bueno, si lo quieres te lo doy, espera que lo acabe. Mientras tanto, ¿qué te cuentas? ¿Qué tal los días festivos?” leyó Cleven, y sonrió. Le contestó: “Para contártelo necesitaría un cuaderno entero. Ha sido una semana inolvidable. ¿Y tú qué?”. Se la pasó y tras dos minutos la volvió a recibir: “Me han intentado matar, raptar, disparar y robar, luego me he tomado una poción que sabía a mierda y después he jugado un poco a los videojuegos”. Cleven contestó: “¿¡Que has jugado a los videojuegos!? ¡No me lo creo, Dios mío! Jaja… Venga, mis días de fiesta han sido más emocionantes, seguro”.

Y así estuvieron toda la hora, pasándose notitas. Drasik los vio por el rabillo del ojo una vez, pero después no desvió la mirada de la ventana, en silencio. «¿Qué está haciendo Kyo?» se preguntó Drasik. «¿Desde cuándo se pasa notitas con alguien? Si bien tengo entendido, Cleven no debe saber que Kyo y ella son primos. ¿Por qué se pasan notitas?» volvió a preguntarse. Empezó a sentirse incómodo.


Llegó la hora del recreo. Cleven, Nakuru, Raven y Kyo se fueron con otros chicos a la cafetería del instituto. Drasik, siendo algo que no solía hacer, decidió irse a otro lado con sus colegas de fútbol. No se percataron mucho de su ausencia porque Raven les estuvo contando su semana en San Francisco con ímpetu con un montón de cotilleos.

Por otra parte, en el recinto del colegio de primaria, Clover se encontraba cruzando el patio de la zona infantil, a esa hora llena de niños de varias edades jugando, portando un cubo y una pala hacia las fuentes que estaban en la parte de atrás del edificio, para llenar de agua el cubo y así seguir haciendo montañas y castillos de arena con las otras niñas y niños. Daisuke estaba jugando a la pelota con otros compañeros.

Una vez que Clover dobló la esquina del edificio y puso el cubo debajo de uno de los varios grifos de la pared, oyó unos ruidos raros. Esa parte trasera del edificio era un rincón solitario que conectaba con la zona arbolada del perímetro de la escuela y con un pequeño jardín o huerto que solían usar los maestros para enseñar a los niños de primero de primaria a cultivar cosas. Se suponía que era un recinto cerrado, pero no era ningún secreto que algunos estudiantes de la secundaria inferior se colaban ahí para fumar tabaco a escondidas.

Clover de repente vio salir de entre los arbustos a un chico de la secundaria inferior, de unos 14 años, con muchas prisas, pálido y con cara de susto. Al toparse con la niña ahí, se paró de golpe y se mostró culpable y nervioso.

—Por favor, no te chives —le dijo él.

—No me voy a chivar —le sonrió Clover de forma amigable—. No te preocupes. Sé que algunos chicos mayores se meten por esa zona para fumar tabaco. Sé que está prohibido, no se puede comprar tabaco ni fumar hasta los 20 años. Pero la verdad es que mi papá, el año pasado, tenía 19 años, y aun así fumaba tabaco, pero se lo tenía que comprar su amigo Yako porque él sí tenía 20 años. Además, mi papá dice que a él no le perjudica la salud. Pero a lo mejor a ti sí te perjudica.

—Ah… No… Oye… —intentó explicarle el chico—. No estaba fumando a escondidas, no es eso lo que estaba haciendo. Es que… —se tomó un momento para recuperar el aliento, parecía todavía alterado. Entonces, se dejó caer contra la pared junto a los grifos y se sentó en el suelo dando un resoplido—. No importa. Me tomarías por loco.

—¡No! No te tomaría por loco —se le acercó Clover—. ¿Te has hecho daño? ¿Qué te ha pasado?

—Bueno… pues… Verás, es una tontería, pero… En mi clase se ha hecho famoso un juego de valor, que consiste en ir al cobertizo abandonado del rincón más profundo del jardín, y coger una de las macetas de cerámica que hay dentro. Dicen que hay un fantasma que, si te ve haciendo eso, te cierra la puerta para que no puedas salir, y… yo no me lo creía, pero… —respiró hondo—. Justo cuando iba a salir, la puerta me dio un golpe, ¡se movió sola! Pero por suerte se cerró cuando yo ya estaba fuera, y… ¡me ha dado un susto de muerte!

—No me extraña. A Mizuki le enfada mucho que cojan sus cosas.

—¿Mizuki? —el chico no entendió.

—Sí. Era la jardinera del colegio hace muchos años. Se mató a sí misma hace 30 años o así, ahí en ese mismo cobertizo… —le explicó Clover—. Su fantasma todavía ronda por esta zona solitaria del patio, y le gusta vigilar que nadie toque sus viejas cosas en su cobertizo. Ella misma hacía estas macetitas de arcilla —señaló dicho objeto que el chico sostenía entre sus manos—. Cada vez que los niños mayores roban una de su cobertizo, se pone a llorar. Les cierra la puerta para que no puedan salir porque quiere que vuelvan a poner la macetita en su sitio. Te deja salir si la devuelves.

—¿Me estás diciendo… que hay un fantasma de verdad guardando esa caseta abandonada? —preguntó atónito—. Y tú… ¿puedes verla o algo así? —Clover asintió con la cabeza—. Guau… No lo creía cierto… Si lo llegara a saber antes, no habría participado en este estúpido juego… En ese caso, por nada del mundo quiero a un fantasma enfadado conmigo.

—Entonces, devuelve esa macetita a su sitio.

—M… Me da un poco de miedo, la verdad… Oye, si tú conoces a esa fantasma y puedes verla… ¿Te importaría acompañarme?

—Ven, vamos.

Clover agarró al chico de una muñeca sin más y lo llevó con ella entre la maleza, atravesando esa zona boscosa unos minutos hasta llegar a una vieja caseta de madera ya astillada, ventanas rotas y tejado de chapa oxidada. El chico agarró el pomo de la puerta y trató de abrirla, pero estaba completamente bloqueada.

—Qué raro, si ni siquiera hay cerradura…

—Es Mizuki, está al otro lado bloqueándola —le indicó Clover—. Dile que vienes a devolver lo que has robado y que lo sientes.

—Vale… esto es aterrador… ehm… —carraspeó el muchacho—. S… señorita Mizuki… eh… Perdón por haber cogido una de sus piezas de barro sin permiso… eh… Vengo a devolverla. No sabía que eran suyas. No volveré a hacerlo.

El chico esperó un rato y tragó saliva, preguntándose si de verdad funcionaría. Y de repente, la puerta se abrió sola. Él se quedó tan perplejo que se le paralizaron las piernas, sin poder creérselo. Pero Clover, tomándoselo como algo rutinario y sin importancia, le quitó la pequeña vasija de las manos, entró en la caseta y la puso junto a las demás macetitas artesanas apiladas en una mugrienta caja de madera. El chico observó cómo la niña, al girarse, se quedó mirando fijamente un espacio vacío junto a la puerta.

—Porque me he encontrado con él de casualidad —habló Clover de repente, y se quedó otros segundos callada mirando la nada—. No, no puedo hacer nada por las otras macetitas robadas, no conozco a los otros niños mayores que las cogieron. —Se quedó otros segundos en silencio, escuchando, y después miró al chico—. Bueno, vale, se lo diré…

Clover salió del cobertizo y fue regresando al lugar de antes. El chico, mirando con miedo esa caseta tan vacía y silenciosa una última vez, corrió tras ella.

—¿Qué te ha dicho? ¿Va a perseguirme?

—No, pero me ha pedido que te diga que a ver si puedes convencer a tus amigos de que paren de hacer esta trastada.

—¡C-Claro! ¡Lo haré! —dijo con ímpetu, y llegaron de nuevo a donde estaban las fuentes y el cubo de Clover—. Caray, no me puedo creer que de verdad puedas comunicarte con fantasmas… ¿Desde cuándo puedes hacer algo así?

—Mm… Desde siempre —contestó Clover con simpleza, abriendo la llave del agua.

—Oh… Por cierto —el chico sacó de su bolsillo un bonito anillo de mujer decorado con pequeñas piedras brillantes—. Le he preguntado ya a varias personas. He encontrado este anillo en los pasillos de la primera planta, cerca de la puerta de salida. ¿Por casualidad es tuyo, o de alguna compañera que conozcas? ¿O de alguna de tus maestras?

—¿Mm? —Clover miró el anillo que él le mostraba sobre la palma de su mano—. No, nunca lo había visto.

—Vaya. Es una lástima. No encuentro a su dueña, y este anillo parece realmente caro y valioso. La única pista que tengo es una diminuta inscripción en el interior, que dice: “Para mi cielo”. No sólo ella, seguro que su marido también se llevará un gran disgusto… En fin, tendré que llevarlo a Objetos Perdidos —dijo dando media vuelta para marcharse.

—Espera, yo puedo ayudar a encontrar a la dueña —le dijo Clover, dejando su cubo de agua a un lado.

—¿Qué? ¿En serio?

—En Objetos Perdidos podrían acabar robándolo, o dejándolo olvidado, y eso sería muy injusto y triste, sobre todo para un objeto tan sentimentalmente valioso.

—Pero… ¿Cómo podrías averiguarlo?

—No te preocupes. Déjame el anillo —le sonrió entusiasmada, y el chico se lo dio. Entonces, Clover lo encerró entre sus manitas, y cerró los ojos. Estuvo un par de minutos concentrada, y volvió a abrirlos—. La dueña de este anillo no es una maestra, es una de las mamás que viene a recoger todos los días a su hijo, que es de mi edad, pero él va a la clase de Los Patitos. Yo estoy en la clase de Los Ositos. Ella se llama Keiko Ogura. Pero este anillo no se lo dio su marido, se lo regaló su papá cuando era pequeña, tres años antes de morirse de una enfermedad. Ella perdió este anillo hace dos días. Dile al señor de la Recepción que lo guarde, y que se lo dé a Keiko Ogura esta tarde cuando venga a recoger a su hijo Takahiro.

Clover le devolvió el anillo, y el chico lo cogió despacio, intentando recapacitar sobre lo que acababa de ver y de oír. Estaba realmente asombrado. O al menos, fingiéndolo muy bien.

—Debes de ser una niña muy lista. ¡Eres increíble! Dime, ¿podrías incluso adivinar si esta tarde va a llover y arruinar mi entrenamiento de fútbol? ¡Porque ya sería lo más alucinante que he visto hacer a una niña de prescolar!

—Hahah… bueno… —balbució Clover con vergüenza, algo sonrojada—. Eso sí que no sé decírtelo. A veces veo cosas que van a pasar, o que pueden pasar… pero estas visiones vienen cuando vienen, yo no las controlo.

—Comprendo, no pasa nada, ¡para eso tenemos Internet, hahah! De verdad, gracias por toda tu ayuda.

—Ha sido un placer —respondió la niña educadamente, y se fue marchando con su cubo de agua de vuelta al patio infantil.

—Ehm… —el chico corrió de nuevo tras ella, y se puso a caminar a su lado—. Tu padre debe de estar muy orgulloso de que uses esas habilidades tan alucinantes para ayudar a los demás, ¿no?

—No… bueno… mi papá no lo sabe. Yo quiero decírselo algún día, pero es que a mi papá le dan mucho miedo los fantasmas y los espíritus, y entonces no sé si decirle que yo puedo verlos y hablar con ellos le va a asustar o le va a preocupar… Todavía lo estoy pensando.

—Aaah, entiendo, entiendo… —asintió el chico, observándola de reojo con un brillo malicioso.

Sin embargo, antes de entrar en el patio lleno de niños, pasaron de largo junto a la esquina del edificio, donde había un niño pequeño apoyado y de brazos cruzados con aire normal y tranquilo, y cuya presencia por alguna razón ninguno de los dos llegó a percibir a pesar de pasar justo a su lado.

—Daiya —dijo una vocecita suave tras ellos.

El chico de la secundaria inferior se paró de golpe al reconocerla. Clover se alejó unos pasos más hasta que se dio cuenta de que el adolescente se había quedado atrás, y también se paró, a unos pocos metros de ellos. Los observó un poco confusa y con curiosidad, con su cubo de agua colgando de sus manos.

Daiya solamente giró la cabeza para mirar al niño de la esquina con cara de pocos amigos.

—¿Por qué no dejáis a la damisela en paz? —le preguntó el niño con un tono educado.

Aquel niño era muy peculiar. Era de primero de primaria, por lo que sólo tenía 7 años. La expresión de su cara era bonita, gentil, suave como su voz. Su pelo revuelto era tan clarito que parecía blanco, y su piel era muy blanca y rosada por las mejillas, con pecas en la nariz. Parecía ser albino, aunque sus ojos eran castaños claros. Sus orejas tenían varios pendientes. Aparte del uniforme del colegio, llevaba en el cuello un collar de pequeños pinchos; en sus muñecas, pulseras negras con tachuelas metálicas y un anillo en cada pulgar. Clover contempló al niño con asombro, preguntándose si los profesores no le habían dicho que con ese aspecto no se podía ir al colegio. Sin duda, ese niño destacaba bastante.

Por su parte, Daiya no contestó nada y optó por irse de ahí tranquilamente por otro camino, pasando por su lado. Pero el niño albino se puso justo delante, cortándole el paso.

—¿Qué habéis estado haciendo con ella, en esos rincones alejados del patio? —le preguntó el pequeño, levantando la cabeza para poder clavarle esa mirada recelosa a Daiya, a pesar de que este le sacaba tres cabezas de altura.

—No lo pintes como algo raro, ¿quieres? Simplemente tenía curiosidad por conocer a uno de los hijos de Raijin. Nada más —contestó Daiya en voz baja, molesto.

—¿Sí? ¿Y en algún momento le habéis preguntado su nombre? —replicó con calma—. ¿Y por qué curiosidad por conocerla a ella y no a su hermano también?

—Hah… —Daiya dio un fuerte suspiro de hartazgo—. Me encontré con ella de casualidad ahí junto a las fuentes.

—¿Qué tiene tan de interesante conocer a uno de los hijos de Raijin? —insistió el niño, cada vez con un tono más acusador.

—Raijin es el único “iris” de nacimiento. Muchos “iris” se preguntan si sus hijos también serían como él o si nacerían humanos. ¿Tú qué vas a entender, Jannik? Sólo llevas un par de años siendo “iris” en la Asociación. Los que llevamos más de cinco años en ella sentimos más aprecio por su historia y sus curiosidades.

—Yo nací en el Monte Zou. Los mismos años que vos habéis sido “iris”, los he vivido yo dentro de la sede de la Asociación. Así que no me vengáis con excusas.

Daiya no se contuvo más y se inclinó de golpe hacia él, como gesto desafiante y enfadado.

—¿Se puede saber por qué me interrogas, Yami?

—Controlaos, Ka —le espetó, sin dejarse intimidar—. O parecerá que os cuesta hacerlo… ¿quizá por culpa de unos grados de majin?

—No me vuelvas a seguir, Jannik —le siseó Daiya fríamente—. Métete en tus asuntos, ¿me oyes? Te habrás convertido en “iris”, pero algunos sabemos que en realidad eres un bicho raro de una familia de sanguinarios bichos raros. ¿Tienes alguna desconfianza hacia mí? Pues deberías saber que así es como se siente el resto de “iris” hacia ti.

Daiya pasó de largo, golpeando al niño en el hombro adrede, y se alejó de allí. Jannik lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista, con ojos entornados de suspicacia.

A pesar de su muy joven edad y su muy reciente conversión en “iris”, el extravagante Jannik era el actual Guardián de la SRS de Pipi, y quien la otra noche, durante el duelo que la KRS y la SRS entablaron con los miembros de la MRS por la posesión del pergamino, salvó el pellejo de varios de sus compañeros apareciendo en el último momento con sus campos de oscuridad y sombras. Pero Pipi no lo había nombrado Guardián de su RS sin una razón de peso. Daiya tenía razón. Jannik era un bicho raro, un tipo de persona especial, tanto como lo es su padre, Viggo Knive, el monje más poderoso del Monte Zou, el mismo con el que Neuval se encontró en el Bosque Plenario durante su camino al Templo Zou y estuvieron hablando precisamente de Jannik.

Porque el caso de Jannik no tenía precedentes. Era el primer Knive en convertirse en “iris”. A ojos de la Asociación, históricamente, eso era como si un león se hiciera vegetariano, o como si la lava se convirtiera en nieve, algo contra natura, incompatible. En el pasado, los Knive eran los auténticos cazadores de los “iris”. Tenían su origen en la nobleza europea, más exactamente, en la “nobleza oculta” que siempre buscó controlar el mundo desde las sombras para instaurar lo que ellos denominaban como “la paz y el orden verdaderos”. Para ellos, los “iris” eran las existencias que más alteraban el orden de lo que debería ser un mundo naturalmente humano.

Todos los Knive eran humanos, pero no eran normales. Sus habilidades y su fabricación de objetos especiales habían estado en este antiguo linaje de pura sangre desde siempre. No obstante, ahora era un linaje dividido en dos. Jannik y su padre pertenecían a la rama secundaria de los Knive, que se hicieron aliados de la Asociación hace un siglo al considerar que los “iris”, más que alterar el orden, de verdad podían ayudar a alcanzar uno, donde todos con ideas diferentes pudieran convivir.

Por eso, esas últimas palabras que Daiya le había dicho fueron un golpe muy bajo. Pero no fue suficiente para minar el ánimo del niño, que, nada más girarse para mirar a Clover, lo hizo con la sonrisa más radiante. Pero encontró que esta ya había dado media vuelta y se estaba marchando por el patio con su cubo tan tranquila. Por eso, el niño dio un respingo de disgusto, y fue hacia ella en un santiamén.

De repente, saltó frente a Clover como un felino, frenándole el paso; cogió delicadamente una de sus manos y se la llevó a los labios, rozando su dorso suavemente con ellos como saludo cortés.

—¡Qué bella dama ha llegado a hechizar mis ojos, cual rayo del alba y del atardecer! —exclamó apasionadamente.

Clover se quedó en silencio, sin entender nada de lo que había dicho.

—¿Qué?

—Oh... vuestra voz es tan dulce como un trago de miel en un gélido día de invierno.

—¿Qué? —volvió a preguntar—. ¿Quién eres tú?

—Mi nombre es Jannik Knive, damisela. He de confesaros que habéis cautivado mi humilde corazón. Con vuestra mirada de aurora esmeralda, mi alma se agita dentro de mí ansiando alzarse a la cima del mundo.

Se interrumpió cuando Clover empezó a reírse.

—¡Eres muy gracioso! —se rio—. Yo me llamo Clover Saehara. Mi difunta mamá suele decirme que los tréboles de cuatro hojas dan fortuna.

—¡Clover! También existe esa palabra en mi idioma natal, aunque la pronunciación es algo diferente: kløver.

—¿Los profes no te regañan por llevar tantos pendientes, anillos y los ojos pintados de negro?

—Forman parte de mi cultura y religión. Soy gotisksmed, damisela, aunque no sé bien cómo traducirlo al japonés. Quizá como “gótico forjador”… o algo así.

—Oh... Me gusta ese pendiente —señaló uno de los pendientes que el niño tenía en una oreja.

—¡Ah! Decidme cuál, mi bella Oráculo —saltó con énfasis.

—Ese —le señaló el tercer pendiente de la oreja izquierda, un mini cazasueños con una plumita de color rojizo—. ¿Cómo sabes que soy oráculo? —sonrió felizmente—. Se supone que es secreto, me lo dijo el espíritu de mi mamá.

—¿Cómo alguien como yo no iba a saberlo, mi bella adivina, veedora de todo? —preguntó apasionadamente—. Un Knive como yo puede reconocer perfectamente a otro ser que también domina los poderes místicos. Habéis elegido bien, permitidme que os dé el talismán que por una razón vuestros ojos clarividentes han elegido, damisela.

Jannik se quitó enseguida ese pequeño pendiente y lo encerró en la mano de Clover.

—Quedáoslo como obsequio. Protegerá vuestros sueños, alguien como vos debe de tener complicaciones a la hora de dormir, pudiendo percibir tantas energías, ¿verdad? No os preocupéis, con esto dormiréis solamente con la energía positiva y alejará de vos a los malos fantasmas.

—¿En serio? ¡Muchas gracias! —se exaltó Clover, muy ilusionada—. La verdad es que hay un fantasma en mi edificio con el que hablo a veces, pero ha llegado a ser muy siniestro y molesto, me da miedo y quiero que se aleje —dijo mientras guardaba el cazasueños en su bolsillo de la blusa—. Bueno, me voy a hacer castillos. Mis amigos me esperan.

—Por favor —susurró Jannik, dejándole el paso libre con gran cortesía.

Clover se fue alejando de allí pegando saltos, contemplando su regalo en el bolsillito de su pecho. Jannik la siguió con la mirada, con una mano en el corazón y dando un suspiro tras otro. «Qué hermosa energía» pensaba.

—¿Tengo que recordarte que sólo tienes 7 años, donjuán de la oscuridad? —se mofó Pipi.

Jannik se dio la vuelta rápidamente, y vio a Pipi un poco más allá, sentado en lo más alto del muro que separaba ese patio infantil de la calle, mirándolo con una sonrisa burlona. Acababa de aparecer, por lo que no había escuchado aquella conversación. Al tener el cabello algo largo y ondulado, traía la mitad recogida en un pequeño moño, y venía con ropa casual, sudadera grande y vaqueros.

—Maestro... me he enamorado... —declaró el niño, haciendo un gesto propio del teatro melodramático—. El amor no tiene edad.

—Ya, ya, oye... —cambió de tema, ignorando sus locos arrebatos de pasión por la vida—. ¿Alguna información de utilidad sobre lo que te ordené?

El niño se puso serio de nuevo.

—Sin duda. Acaba de pasar algo extraño, de hecho. He descubierto al Ka de la ARS charlando a solas con la hija de Raijin.

Al principio Pipi se quedó callado, esperando que siguiera hablando. Pero Jannik parecía haber terminado ahí. Pipi puso una mueca de estar confuso y se rascó la frente.

—A ver… Para catalogar eso como “extraño”, tiene que haber más fundamento, Jannik. Un chaval de 14 años que estudia en el mismo centro escolar que una niña de 5, se pueden encontrar por cualquier motivo e intercambiar algunas palabras.

—Os aseguro que Daiya presentaba un comportamiento sospechoso, maestro.

—¿Qué ha hecho?

—No he llegado a verlo u oírlo todo, pero parecía que Daiya le hacía muchas preguntas. Él me dijo que solamente tenía curiosidad por conocer a uno de los hijos de Raijin. ¡Qué barata excusa!

—Mmm, Daiya no sería el único de la Asociación con esa curiosidad, Jannik —intentó defender Pipi—. Quitando el caso de Yenkis Vernoux, que nació “iris” pero por alguna razón desconocida su mente funciona como la de cualquier humano o “iris” común, Brey es el primer y único “iris” nato, y a muchos nos picó la curiosidad en su momento cuando nacieron sus mellizos y la gente se preguntaba si también serían “iris” natos y…

—Maestro —le interrumpió, y se puso tan serio que Pipi se sobresaltó un poco—. Os lo prometo. Ese Daiya anda tramando algo. Y no me da buena espina que ronde cerca de Clover Saehara.

—¿Por qué?

—Porque ella… —Jannik no continuó la frase. Se dio cuenta de que había cosas que el resto de la gente no podía saber. Jannik sabía lo que Clover era, y por muy “iris” que fuese y por mucha lealtad que debiese a la Asociación, había cosas, conocimientos e informaciones fáciles de saber para un Knive, que podían ser un poco problemáticos si se revelaban sin cuidado a otros.

—Está bien, Jannik —le dijo Pipi finalmente, con un tono afectivo—. Ya tuvimos esa charla hace más de un año, cuando te recogí del Monte Zou para llevarte aquí y a mi SRS, sobre las veces que ibas a ver necesario callarte alguna información. Pero hicimos una promesa, ¿no? Confío en ti. Si consideras que has visto un comportamiento sospechoso en Daiya, te creo. Además, me encaja, pues no sería el único de su ARS.

—¿Sí? —se sorprendió Jannik—. ¿Habéis averiguado algo similar sobre otros miembros de la ARS?

—Al principio sólo era su Líder. Desde hace meses, ella ha estado comportándose cada vez más raro. Siendo la vecina de Neuval, incluso él la ha notado rara en todo este tiempo, cada vez más ausente y menos comunicativa. De hecho, ni ella ni su ARS vinieron siquiera anoche a la Torre de Tokio a darle la bienvenida a Fuujin. Yo he estado esta mañana espiando un poco a su Guardiana, hasta que me he acercado y le he preguntado directamente si va todo bien y por qué no vinieron anoche. Después de responderme: “Es que anoche estuvimos ocupados con una misión”, se fue calle abajo diciendo que tenía mucha prisa. Luego, tal y como Drasik y Kyo les han contado a tus compañeros Sakura y Eddie, el conflicto del pergamino contra la MRS comenzó con Kaoru delatando a esta RS enemiga quién de la KRS salvaguardaba el pergamino.

—Así que, de los miembros de la ARS, la Líder ya comenzó a estar algo rara hace meses. Kaoru puso en problemas la semana pasada a Kyosuke y su KRS contra la MRS, que aunque lo excuse como un acto inconsciente de su majin, es un golpe bajo para una alianza entre RS. La Guardiana esta mañana os ha dado un respuesta escueta e indiferente. Y yo acabo de ver a Daiya en una situación extraña con la hija de Raijin.

—Tengo a Waine y a Effie espiando a los otros miembros de la ARS por si ven que ellos también hacen cosas raras o se saltan demasiado las normas de alianza. Yagami sigue en el Monte Zou con el recado que le mandé de tu parte… Por cierto, ¿vas a decirme ya por qué querías que Yagami fuera al Monte Zou a indagar sobre ciertos libros? Sigo sin entender eso de que es una corazonada tuya.

—Os prometo que es importante. Creo solemnemente que será de utilidad. Y si no me equivoco, ya veremos sus frutos.

—Hahh… Ahora entiendo a Alvion cuando dice que los Knive pueden ser un poco desesperantes con su afán de guardar tanto misterio.

—Cualquier cosa que mi padre y yo ocultemos, nunca jamás será para perjudicar a la Asociación, os lo aseguro.

—Vale, vale, ya lo sé… —apaciguó Pipi, sonriendo paciente—. Bueno. Sigue haciendo lo que veas necesario hacer. Quiero averiguar qué demonios pasa con la ARS. Porque si están haciendo algo que no casa con nuestras ideas, Neuval y yo deberemos plantear seriamente cortar la alianza con ella.

Jannik asintió con la cabeza, y Pipi se marchó, desapareciendo detrás del muro a la calle. Entonces, Jannik se giró, y buscó con la mirada a Clover, encontrándola allá a lo lejos jugando con otros niños en los cajones de arena. Sin duda, iba a hacer lo que considerase necesario, y para él, era proteger a Clover y su poder, de quienquiera que lo acechase o lo codiciase.


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