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2º LIBRO - Pasado y Presente

8.
Visitantes del pasado

Llegó el martes de la nueva semana, y hacia las seis de la tarde, Cleven, Nakuru, Raven, Drasik y Kyo se encontraban en la cafetería de Yako tomando un respiro después de las clases, mientras fuera se había puesto a llover con fuerza. Agatha acababa de pasar por allí para dejar a los mellizos, saludar al grupo y marcharse de nuevo, pues tenía nuevos “iris” nacidos que ir a recoger en otros lugares del planeta y llevarlos al Monte Zou. Así que, sentados en la barra, los cinco charlaban. Drasik parecía estar de buen humor hoy, quizá porque la ciudad estaba cargada de humedad y lluvia. A Kyo y a Nakuru les alegraba, pensado que ya se le estaba pasando su etapa de humor cambiante por culpa de su pequeño majin.

Quien estaba un poco inquieto era Yako, que iba de un lado a otro mirando el reloj continuamente. Entonces, la puerta del local se abrió y apareció alguien, posiblemente Sam, pues iba tapado de pies a cabeza por el frío y empapado por la lluvia.

—¡Sammy! ¿Dónde estabas? —preguntó Yako, alzando las manos.

Sam se acercó y se fue quitando la capucha del abrigo, de la sudadera, la braga de nieve y los guantes. Al pasar al otro lado de la barra, se puso el delantal reglamentario después de dejar su mochila en un rincón. Se recogió con una goma los mechones largos de su cabello rubio ceniza, y volvió a abrir sus ojos de color café con su mirada serena y profunda de siempre. Raven se quedó prendada.

Era el primer día que Raven venía a la cafetería. Durante la anterior semana, Cleven había estado intentando hacerla ir varias veces para que conociera así por fin a Yako y a los demás. Lo que extrañó mucho a Cleven, incluso a Nakuru, es que Raven había rechazado todas esas invitaciones porque siempre tenía un recado importante que hacer, cuando Raven había sido la más entusiasta por conocer la cafetería cuando Cleven le habló de ella por primera vez hace dos semanas tras fugarse de casa. Pero hoy, al fin, había venido, y había estado, como siempre, llenando el ambiente de alegría con su cotorreo. Hasta ahora. Momento en que Sam apareció y se descubrió de debajo de esos kilos de abrigo.

—He estado echando una mano en la clínica de mi padre, ya que este se ha ido al Monte Zou otra vez para saciar su capricho de convertirse en Menor —le explicó Sam a Yako, un poco alejados de los demás—. Y… —añadió en voz baja con énfasis, mirando a Cleven con cuidado y señalando su mochila—… me he encontrado con Fuujin de camino aquí. Me ha dado tu parte de la misión, la mía, la de Nakuru y la de Kyo.

—¿Y la parte de Raijin y de Drasik?

—Fuujin ya le dio su parte a Raijin, que la tiene conjunta con Drasik. La parte tuya, mía, de Nakuru y de Kyo son las últimas, por lo que no hay prisa, hasta que Lao cumpla la suya primero, y luego Drasik y Raijin.

—Bien —sonrió Yako.

En ese momento, mientras los mellizos iban corriendo de aquí para allá con sus juegos, Clover de repente se paró en seco cuando pasaba entre unas mesas vacías y se quedó con la vista clavada en el vacío. Daisuke, al percatarse de esto, se acercó extrañado.

—Clo, ¿qué te pasa? ¿Ya no quieres jugar al pilla-pilla?

La niña no contestó, seguía mirando al frente con aire ausente. Pero Daisuke se fijó en que sus ojos parpadeaban rápida y brevemente de vez en cuando. Volvía a estar en trance.

—¿Estás teniendo otra de tus visiones? —preguntó Daisuke con curiosidad.

—Dentro de veinte segundos, un hombre estará a punto de ser atropellado por un coche enfrente de la cafetería —le dijo la niña, mirándolo por fin de vuelta a la normalidad—. Pero las gotas de lluvia lo salvarán.

—¡Hala, qué bien, yo quiero verlo! —se entusiasmó el niño.

Los dos se sonrieron con emoción, se cogieron de la mano y fueron corriendo hacia los ventanales de la cafetería para observar el exterior con atención, esperando. Mientras, los demás seguían con su tertulia tan tranquilos en la barra.

—Hey, ¿y ese? —saltó Cleven, señalando hacia la calle.

Todos giraron la cabeza y vieron a través del ventanal a un hombre caminando por medio de la carretera, notablemente perdido, pues estaba constantemente mirando a su alrededor y dando pasos titubeantes. Y lo que más les llamaba la atención eran sus ropas, llevaba un traje tradicional muy elegante del estilo chino tang, y por encima, sin embargo, una chaqueta larga y negra algo gastada y deshilachada que recordaba, más bien, al estilo británico de la época georgiana.

Sólo cuando vieron cómo se paraba en mitad de la calzada, dubitativo, y un coche venía muy rápido por la calle, Drasik saltó de su taburete y fue escopetado afuera. Los demás también se sobresaltaron.

El hombre se dio la vuelta al oír un sonido rugiente y apenas vislumbró entre la lluvia dos luces blancas aproximándose a gran velocidad.

—¡Cuidado! —le dijo Drasik, corriendo hacia él, y acto seguido guiñó su ojo y sacudió sus manos hacia delante con un movimiento vertiginoso.

Cientos de gotas que caían con la lluvia formaron un remolino, cambiando su trayectoria velozmente, y fueron a impactar contra la espalda del hombre, empujándolo con la suficiente fuerza como para moverlo unos metros y salvarlo de ser atropellado. El coche pasó de largo dando pitidos de queja. Así, pues, el hombre se quedó medio tumbado sobre el capó de uno de los coches aparcados en la acera, atónito, y Drasik se le acercó corriendo.

—¿Está bien? —le preguntó, ayudándolo a incorporarse.

—¿Qué demonios era eso? —dijo este, llevándose una mano a la cabeza—. Qué máquinas con ruedas más extrañas, por todas partes...

Ahí Drasik descubrió que hablaba en otro idioma, pues no pudo entender nada de lo que decía.

—Oiga —vocalizó Drasik, y el hombre lo miró con sorpresa—. Usted —lo señaló, haciendo gestos—. ¿Bien? ¿Tener pupa?

El hombre se lo quedó mirando como si Drasik fuese un demente.

—A ver —se impacientó Drasik, y trató de mover los labios lentamente para vocalizar bien—. Do… you… speak… English?

—¿Qué te pasa en la boca? —preguntó el hombre, ladeando la cabeza.

Drasik no entendió, pero, harto, optó por agarrarlo de un brazo y llevárselo a la cafetería para no estar bajo la lluvia. Los demás seguían donde estaban, viéndolos entrar con intriga. Clover y Daisuke, por su parte, celebraron a escondidas que la predicción de Clover se hubiese cumplido y el hombre se hubiese salvado.

Aquel extraño era alto y fornido, de mediana edad, y a pesar de sus ojos negros asiáticos, tenía el pelo marrón claro y medio largo, con la mitad superior recogida en una pequeña coleta, además de barba. En su cintura, asomando un poco bajo su chaqueta negra deshilachada, llevaba un cincho que sujetaba una katana en su funda.

—Hey, este tipo no habla ni japonés ni inglés —les dijo Drasik a los demás—. A lo mejor es un yonqui con el mono.

El hombre se detuvo frente a ellos con cara confusa, y se observaron mutuamente en silencio, ellos porque les parecían raras sus ropas y él porque todos ellos lo estaban mirando raro.

—¿Alguno de vosotros habla mi idioma o puedo soltar palabrotas para desahogarme sin que nadie me entienda? —preguntó el hombre, cansado.

Los únicos que pusieron cara de sorpresa fueron Yako y Kyo.

—Ehm… habla mandarín, Yako —le dijo Kyo—. Apenas le he entendido la mitad. Yo soy más del cantonés. ¿Te encargas tú?

—Hm —asintió este, salió de la barra y se acercó al extraño despacio—. Yo hablo su idioma, señor —le dijo en mandarín—. Soy el dueño de este local. Puede hablar conmigo. ¿Se encuentra bien?

—Más bien, no me encuentro —contestó.

Yako frunció los labios, pensativo. Se giró hacia los demás.

—Voy a hablar con él, para ver qué pasa, quizá necesita ayuda para encontrar alguna dirección. Seguid con vuestro rollo, no pasa nada.

Los “iris” y Cleven asintieron y Yako se llevó al desconocido a una mesa lejana y solitaria para poder hablar con calma. El extraño, antes de sentarse, se quedó anonadado observando la enorme pantalla de televisión que había en la pared, emitiendo videoclips de música. Pero Yako carraspeó y entonces se sentó. De nuevo, se quedó observando anonadado la mesa y las sillas, tocando con sus manos sus superficies de plástico.

—¿En qué puedo ayudarlo? —le preguntó Yako—. ¿Qué dirección está buscando? ¿Está en Tokio de turismo, o…?

—¿En qué época estamos? —le interrumpió.

—¿Cómo dice? —se sorprendió.

Yako pensó que le estaba tomando el pelo, pero al ver que este lo miraba fijamente, supo que iba en serio.

—A principios del siglo XXI —contestó.

—Buff... —lamentó el extraño, dejando caer la cabeza hacia atrás como gesto de fastidio.

Yako arrugó el ceño, empezando a creer que Drasik tenía razón y este hombre era un drogadicto perdiendo la cabeza por culpa del mono.

—¿Qué es lo que pasa, señor? —se impacientó—. Si no me lo explica, no podré ayudarlo.

—¿Eres humano?

A Yako le impactó esta pregunta. De hecho, le puso un poco nervioso. No sabía qué responderle, no sabía por qué estaba haciendo esa pregunta en concreto. Debía tener cuidado. El otro, al ver que el chico tenía una mirada recelosa, hizo un gesto conciliador con las manos.

—Perdona. A ver si lo puedo decir de otra manera… ¿Cabe la posibilidad de que por fin mis horas de tormento en este lugar terminen y seas un miembro de la Asociación del Monte Zou?

—Oooh, ¿eres un “iris”? —comprendió Yako, sorprendido—. No, espera, no percibo un “iris” en ti… ¿Eres un Menor? ¿O un humano habitante de las tierras que nunca ha estado en Tokio antes?

—¡Joder! —gritó el hombre de repente, dando un manotazo sobre la mesa, dándole a Yako un susto de muerte—. ¡Por fin! ¡Menos mal! ¡Te lo juro, chico! —le clavó una mirada exasperada—. ¡Llevo horas dando vueltas por esta ciudad! Le he preguntado como a una docena de personas: “¿Asociación? ¿“Iris”? ¿Asociación? ¿“Iris”?”, una y otra vez, y nadie me entendía una palabra. Tenía la esperanza de encontrar a algún “iris”, ya que sólo ellos podrían ayudarme aunque no hablasen mi idioma. Sabía que tarde o temprano encontraría a algún miembro de la Asociación. Entonces tú eres un “iris”, ¿no?

—Mmmsí… más o menos —Yako seguía mirándolo con duda—. Disculpe, ¿entonces es usted miembro de la Asociación o habitante de las tierras Zou?

—No —le respondió sin más, sonriéndole y encogiéndose de hombros. Pero luego se arremangó un poco e hizo un gesto de paciencia ante la cara de hartazgo del chico—. De acuerdo, escucha. Ahora que puedo hablar con seguridad. Estoy en esta época por error. He dado un gran salto en el tiempo por accidente. Si no me ves en pánico es porque estoy familiarizado con este tipo de fenómeno.

—¿Cómo? —se quedó perplejo.

—Vengo del año 1812.

Yako sabía que existía la posibilidad de viajar en el tiempo, para la Asociación era un suceso muy poco común pero posible, por eso no lo tomó por loco. Lo que le preocupaba es que los viajes en el tiempo eran un asunto muy serio, quizá el más serio que la Asociación manejaba. Obviamente, los únicos seres que hacían esto posible eran Agatha y Denzel, pero siempre, siempre debían estar autorizados por el Zou que gobernase en ese momento. Y este extraño le había dicho que su salto había sido un accidente.

«Esto es grave» pensó Yako, «Un viaje en el tiempo no autorizado es una de las cosas más peligrosas del mundo. Debo comunicárselo a Alvion ahora mismo, de inmediato... Pero… No, espera. Calma. Recuerda, siempre hay que informarse primero de todo lo que puedas averiguar, no actúes sin saberlo todo. Al menos este hombre me está informando a mí de este salto no autorizado, no está aquí para ocultarlo o sacar provecho».

—¿De verdad esto es Tokio? —preguntó el hombre.

—Eh… Sí, estamos en la capital de Japón.

—Pero la capital de Japón es Kioto —discrepó.

—Se cambió en 1868 —le aclaró.

—Vaya, cómo han cambiado las cosas en dos siglos.

—Por favor, acláreme más cosas. ¿Cómo ha sucedido este accidente, qué estaba haciendo usted antes de que pasara, con quién estaba?

—Despacio —lo frenó con las manos—. No creo que estés autorizado para acceder a los detalles de un suceso de esta índole, joven “iris”. Es información confidencial. Sólo puedo hablar con un Zou. ¿Puedes hacer alguna llamada mental con tu Señor o transmitirle alguna señal? No sé muy bien cómo funciona vuestra conexión mental con él…

—Mmmya… —balbució Yako con un deje de fastidio, porque no quería decírselo, pero al mismo tiempo quería que él le contase lo sucedido—. No… No puedo llamar a mi Señor ahora, seguro que ya está durmiendo… Pero puede informarme a mí. De verdad, no pasa nada.

—¿Qué te hace pensar que tienes ese derecho, muchacho? —le espetó, riéndose, pero de repente dejó de reírse y se quedó boquiabierto mirando muy fijamente sus ojos—. Espera un momento…

—No —contestó Yako de antemano.

—Tus ojos…

—Mierda… —masculló.

—¡Pero si tienes los ojos dorados!

—Son las bombillas del techo, que dan esta luz cálida.

—¿Me tomas por tonto? —se echó a reír, tan sorprendido que se levantó un momento de su silla haciendo gestos de incredulidad y asombro—. ¡Hah…! ¿Pero por qué no lo dijiste antes? ¡Y yo desesperado por encontrar a algún “iris” o Menor en esta enorme ciudad futurística y voy y encuentro a un mismísimo Zou! —lo señaló con las dos manos abiertas como si señalase a Dios.

De repente, los “iris” que estaban allá en la barra se dieron la vuelta con sorpresa al oírle exclamar el apellido de Yako, y miraron al extraño con caras desconfiadas. Sólo los “iris” y los Menores conocían la existencia de los Zou, nadie más debía saberlo, y sabían muy bien que ese hombre no era ni “iris” ni Menor dada su torpeza de antes, por lo que pensaron que quizá podría ser una amenaza y se pusieron en guardia como por instinto, dispuestos a proteger a Yako si era necesario. Pero Yako se volvió hacia sus amigos y les hizo un gesto con la mano para tranquilizarlos.

—Te pareces muchísimo a Elaye —siguió diciéndole el hombre a Yako, volviendo a sentarse en su silla. Se apoyó en la mesa cómodamente y la cabeza en una mano, con esa sonrisa emocionada que no se le despegaba de la cara.

—¿Usted conoce a mi tatara-tatarabuelo en persona? —se sorprendió Yako—. Pero si usted no es miembro de la Asociación, ¿cómo demonios…?

—¿Sois el Zou gobernante? —lo interrumpió de nuevo.

—Tutéeme. Y no, el actual Zou al mando es mi abuelo.

—Vale, eso no es inconveniente. Escuchad, eminencia.

—Yako —le corrigió molesto—. Nada de “eminencia”.

—Ya que vos sois un Zou, sólo necesito preguntaros una cosa.

—Tutéeme.

—El Taimu Denzel —dijo, e hizo una pausa; de repente parecía preocupado—. ¿Sigue vivo actualmente?

—Sí, claro. Vive aquí en Tokio, además.

El hombre soltó un sonoro suspiro como si hubiese estado conteniendo la respiración, e hizo unos aspavientos de gran alivio y de no poder creer la buena suerte que había tenido, restregándose las manos por la cara.

—Vale —se puso serio de nuevo, sentándose bien en la silla—. Vale… ¿Sigue sirviendo a la Asociación? ¿Sigue pareciendo un muchacho de 20 años? ¿Sabríais vos llevarme a su actual vivienda?

—Sí, sigue siendo el segundo al mando en la Asociación. No, ahora tiene la apariencia de un hombre de unos 26 años. Y no, no sabría decirle dónde vive exactamente, creo que cambió de apartamento hace pocos meses... Pero oiga, si le urge hablar con él ahora, puedo llamarlo —sacó su teléfono móvil del bolsillo y se lo mostró.

—Oh… ooohh… —al hombre le brillaron los ojos con extrema curiosidad por ese aparatito.

—Es una máquina que puede comunicar a dos personas a distancia y en tiempo real —le resumió, y comenzó a buscar el número de Denzel en su agenda.

—Esperad… —el extraño lo detuvo, posando sus manos sobre las de él—. En persona. Debo hablar con él en persona.

—No es problema, lo puedo llamar y decirle que venga aquí.

—No, no. No en este lugar. Una taberna no es lugar para hablar de ciertos temas.

—Es una cafetería.

—Por favor. Es mejor que me llevéis ante él directamente. Pero… No lo aviséis ahora, no será fácil para él. Tampoco será fácil para mí cómo abordar el encuentro para no traumatizarlo.

—No entiendo nada.

—Llevadme al lugar donde trabaja cuando amanezca, os lo ruego. De lo demás me encargaré yo. Lo que tengo que contarle, sólo se lo puedo contar a él, ¿entendéis? Es un asunto privado.

—¿Su salto en el tiempo accidental es su asunto privado? —repitió Yako con un claro tono de objeción.

—Sí, es un asunto familiar y privado.

—¿Familiar?

—¿Podéis llevarme con él o no?

Yako suspiró cansado. Claramente, ese hombre quería informar de su suceso temporal a un Taimu y no a un Zou. En este campo, Taimu y Zou tenían el mismo derecho a estar informados de cualquier suceso de esta clase, y si este hombre quería hablar con un Taimu y no con un Zou, tenía que respetarlo igualmente. De todas formas, si era importante, Denzel acabaría contándoselo a Alvion.

—De acuerdo, pero deberá contarle todo a Denzel, todo con detalle —le advirtió Yako, y el otro le sonrió agradecido—. ¿Seguro que quiere esperar hasta mañana? En ese caso, a primera hora lo llevaré al lugar donde él trabaja. Con la condición de que me tutee y se deje de formalismos.

—¿Por qué un ser supremo le insiste tanto a un hombrecillo como yo que lo trate a un nivel inferior?

—Mire, yo sólo soy un chico normal. Quiero que me traten como a un chico normal, ¿vale?

—Aaah… Ya entiendo, ya entiendo —asintió risueño, apuntándole con un dedo cómplice—. Dijisteis que sois el dueño de este local y supuse que lo usáis como pasatiempo. ¿No es así? Aquí vienen humanos comunes. Queréis mantener un perfil bajo y discreto. Y por eso a mí me tratáis de “usted”, que es lo que se espera de un joven hacia alguien mayor que él.

—Algo así —dijo resignado; mientras dejara de tratarlo de “vos” no le importaba cómo lo entendiese—. Entonces, ¿esperará hasta mañana?

—Si no me mata antes una máquina, supongo que sí. ¿Dónde puedo encontrar una posada para pasar la noche? ¿Crees que aquí aceptarían el pago con monedas de cobre?

—Necesitaría 45 kilos de cobre para permitirse una noche en un hotel de por aquí. Pero no se preocupe por eso. Puede pasar la noche en mi casa. De hecho, no puedo dejarle pasar la noche en otro lado donde no lo tenga a la vista.

—Lo entiendo, lo entiendo —sonrió tranquilamente—. No dejar suelto y sin vigilancia a un sospechoso involucrado en un salto en el tiempo no autorizado. Son las normas. No es problema por mi parte, es más, te lo agradezco sinceramente, y es un honor que un Zou me dé cobijo en su morada. En toda esta ciudad llena de torres, luces y máquinas espantosas, no me sentiría más seguro que en la casa de un ser supremo. Espero que no sea molestia para tu esposa.

—¿Esp…? ¿Qué? —brincó Yako, sonrojándose.

—¿Es por eso que vives en Tokio? ¿Tu esposa es japonesa y vivís aquí temporalmente, hasta que tú asciendas a Señor de los “Iris” y os mudéis de vuelta al Monte Zou?

Yako tenía la boca abierta pero no era capaz de articular palabra, estaba un poco colapsado, e incómodo.

—No estoy casado. Vivo solo.

—¿Qué? —arqueó una ceja—. Oh, disculpa. Por tu apariencia, habría jurado que tienes unos 20 o 21 años. ¿Tienes 17 años aún? Pareces mayor.

—Tengo 21.

—Pe… Un momento, ¿21 años y no estás casado aún? —le apuntó con el dedo otra vez, incrédulo—. ¿Qué mundo es este? Deberías haberte casado ya, ¿no? Yo tengo 35 años y llevo felizmente casado unos 15.

—Otro como mi abuelo —farfulló Yako—. Mire, aquí la gente se casa de mayor, no de bebés. Y vivo en Tokio porque… —pensó bien qué decir, tampoco quería darle explicaciones si le revelaba que era un desertor—… porque estoy estudiando Derecho en la universidad de aquí.

—Bueno, bueno, lo que tú digas —bostezó, haciendo aspavientos, y luego se cruzó de brazos—. Mejor así. Así no molestaré a la esposa que no tienes.

Yako soltó un gruñido, volviendo a sonrojarse con vergüenza. Pero el otro soltó una risa conciliadora indicándole que ya dejaría de bromear con él. Ciertamente, ese hombre, a pesar de ser bastante expresivo, era muy inteligente y sabía captar ciertas cosas que no se veían a simple vista. Durante ese silencio, se quedó medio tumbado en su respaldo, mirando a Yako detenidamente con una sonrisa astuta.

—¿Seguro que estarás bien? ¿Teniéndome en tu casa?

—¿Que si yo estaré bien? ¿A qué se refiere?

—Lo hueles, ¿verdad? —alargó su sonrisa, y se dio unos toques en la nariz—. Por eso llevas sintiéndote incómodo todo el rato desde que nos sentamos a hablar. Y no es por mis impertinentes comentarios. —Yako frunció el ceño, no muy seguro de qué estaba hablando—. Hueles mi energía Yin. Como si fuera más del 50 %.

—Escuche —le interrumpió Yako, haciendo un gesto apaciguador con las manos—. No quiero problemas. No quiero hacerle daño. Si es usted una mala persona o un criminal, no importa, cumpliré mi palabra de llevarlo ante Denzel para que le cuente lo que ha pasado y él mismo ya informará a mi abuelo de si usted debe permanecer bajo vigilancia.

—O bajo tierra —añadió él, sin borrar su sonrisa pícara. Yako se quedó callado, algo tenso—. Tranquilo. Yo estoy tranquilo, ¿no me ves? Pero pienso… que debe de ser bastante difícil estar delante de una persona que huele a Yin más que a Yang y contener el poderoso impulso y deseo de matarme.

Yako siguió callado y serio. Estaba muy quieto.

—Oiga…

—Los Zou aborrecéis el olor de la energía Yin en cuanto supera el porcentaje de Yang. Sólo con que una persona contenga 49 % de Yang y un 51 % de Yin, este ya os entra por la nariz como el olor a arsénico y os hace hervir la sangre.

Yako volvió a quedarse en silencio. Tenía el rostro ensombrecido, pero sus ojos emitían un siniestro reflejo dorado.

—No voy a hacerle daño —repitió.

—Sé que no lo harás, Yako. Pues el cumplimiento de las normas y del deber han de estar por encima de tu instinto natural. Lo que lamento es que pasarás una noche incómoda conmigo en tu casa, con el olor de mi Yin.

—Sólo es una noche. Y soy ya mayorcito para controlarme. ¿Qué cree? Desde que nacemos, ya nos acostumbramos a estar cerca de incluso personas de gran Yin, como el que contienen Agatha y Denzel. No es un problema para los Zou, ya que ellos dos están arraigados a una mentalidad Yang, que es lo que importa, y el Yin que emiten no es más que el Yin natural que contienen sus cuerpos para poder utilizar su don.

—No necesitas convencerme, Yako. No estoy preocupado. Porque no soy una mala persona ni soy un criminal. De hecho, soy un buen hombre, muy bueno.

—Pero… —lo miró confuso—. Eso no puede ser. Su energía Yin es superior a su Yang.

—Nunca antes habías tenido delante a alguien de mi clase, ¿verdad?

—¿A alguien de su clase? No entiendo nada, ¿podría al menos decirme quién es?

—Me llamo Link.

—De acuerdo, Link sin apellido, ¿y qué tipo de relación tiene usted con Denzel? —preguntó, y miró su katana enfundada, apoyada contra la mesa a su lado—. ¿Es usted un samurái?

—Sí, soy un bushi nómada de maestros japoneses, y sin embargo se me da fatal hablar japonés. Pero desde hace ya unos años, vivo en Pekín con mi mujer e hijo.

Yako no pudo evitar sentirse asombrado por tener ante él a un auténtico samurái de una época antigua.

—¿De qué conoce a Denzel? ¿No será por casualidad alguno de sus amigos, un guerrero de sus tropas que luchaba junto a él en sus magníficas batallas imperiales de aquella época?

—¡Ohoh...! No, para nada —se rio, haciendo aspavientos con la mano—. Sí que he luchado junto a él en algunas de sus batallas contra los enemigos del Imperio, pero sólo cuando él me dejaba. Él y yo tenemos una relación muy estrecha. En mi época, él tiene 194 años, pero como tiene la apariencia de un muchacho de casi 20 años, ¡la gente allí se cree que Denzel es mi hijo! ¡Jajajaja! Qué disparate, ¿verdad?

—¿Por qué un disparate?

—Porque es al revés.

De repente a Yako se le abrieron los ojos como dos platos, acompañado de un prolongado respingo conforme las piezas, por fin, encajaban en su mente.

—¿Entiendes ya lo de mi Yin? —sonrió Link.


* * * *


Denzel se encontraba de camino a casa por una pequeña calle vacía cerca del barullo del centro, bajo la luz de las farolas. Se había pasado toda la tarde en el instituto corrigiendo exámenes y ordenando el papeleo y estaba agotado. No por el trabajo, sino por ese pulpo gritón que lo perseguía por detrás.

—¡Te crees muy hombre! ¿No? —protestaba con enfado la profesora de Informática del instituto, la misma con la que hace unos días había estado hablando hasta que apareció Agatha y le dio capones con el bastón.

Denzel la ignoraba, acelerando la marcha.

—¡Es muy grosero por tu parte no aceptar siquiera tomar unas copas conmigo! ¡Para ser británico, eres muy poco caballeroso!

—Sólo dije, y si mal no recuerdo con una cortesía inglesa envidiable, que no me interesaba —replicó Denzel.

La mujer empezó a gritar más, indignada. Lo cierto es que se había pasado toda la tarde así allí en el instituto hasta que Denzel se hartó y decidió irse a casa, desgraciadamente con ella en los talones. Estaba muy claro que esa mujer estaba obsesionada con él, rozando el acoso, pero ella pecaba de soberbia y quería hacer parecer que él debía tener interés en ella. Por consiguiente, era una loca insoportable.

—¡No lo entiendo, es que no lo entiendo! —resopló ella, cruzando los brazos, sin dejar de seguirlo por detrás—. ¡Cualquiera mataría por pasar un rato conmigo! ¡Ogh! —sacudió su melena—. ¿Acaso te parezco fea?

—Pues no —contestó simplemente.

—¡Pues es porque soy mayor que tú! ¿Verdad? ¡Eres de esos que prefieren estar con las más jovencitas para tenerlas controladas! ¡Los hombres sois unos cerdos! ¡Ogh!

Denzel se paró en seco y se volvió hacia ella.

—Pues te debe de encantar el cerdo, que lo vas persiguiendo —le espetó—. ¡Vaca, más que vaca!

—¿¡Qué has dicho!? —exclamó con una mirada fiera.

Denzel le dio la espalda y siguió caminando, perdiendo la paciencia. No le gustaba insultar a la gente, pero es que esa le había dado una semanita infernal.

Mientras la mujer seguía pisándole los talones llamándolo de todo, Denzel se vio envuelto en una difícil decisión. «¿Y si la paro en el tiempo, la desnudo, me llevo la ropa y la dejo ahí en mitad de la nada?» se preguntó. «O mejor, la paro en el tiempo y la tiro al mar... ¡No, ya sé! Podría saltar al día de su nacimiento y ahogarla con el cordón umbilical y se acabó el problema». Lo pensaba por pensar, no porque de verdad fuera a hacerlo.

Aún le faltaba para llegar a casa, y lamentó no poder teletransportarse, porque estaba ella delante y eso crearía problemas. Le iba a estallar la cabeza, hasta que, de repente, vio a alguien salir de entre los árboles del parque de al lado.

Era otro joven como él, que tenía un pelo muy largo pero muy enmarañado, caminaba exageradamente encorvado y cojo, y tenía una mueca feísima con la cara manchada de barro, sujetando un cigarrillo en los labios. Lo primero que pensó Denzel es que era algún vagabundo, y encima llevaba unas ropas extrañas. Dejó de caminar al ver que el sujeto se dirigía dando tumbos hacia la mujer.

—¡Ah! —se asustó esta.

—Enséñame el opio, el opio... —decía el desconocido con una voz borracha y ronca, haciendo gestos con la mano—. Dame pipa...

—¡Qué horror! —exclamó la mujer, histérica.

—Quítate la falda —siguió balbuciendo, y empezó a reírse como un loco.

Denzel estaba atónito. La profesora chilló cuando aquel joven hizo ademán de abrazarla, y echó a correr calle abajo hasta que se perdió de vista. Denzel la vio alejarse, pero se sobresaltó de nuevo al oír al desconocido partiéndose de risa. Estuvo convencido de que ese pobre joven tenía graves problemas mentales.

Pensó en seguir su camino e ignorarlo, pero permaneció quieto. «¿Debería ayudarlo?» se preguntó el Taimu. «Es un inocente perdido, se supone que estando yo en la Asociación, debo ayudar a los desamparados. Pero… yo en realidad no existo para eso… ¿verdad?».

Estuvo un rato observando al otro. «Doscientos cincuenta años atrás, yo ahora estaría devorando a deliciosos humanos como él». Denzel despertó de sus oscuros pensamientos cuando aquel joven dejó de reírse.

—Mucho carácter tienen las mujeres de aquí, ¿eh? —dijo el joven—. Pero reaccionan igual que hace dos siglos.

—¿Eh? —murmuró Denzel, confuso, acercándose a él con curiosidad.

El joven desconocido abandonó su postura encorvada y se puso bien recto. Denzel vio cómo se limpiaba el barro de la cara; se acicaló el pelo y se lo recogió en una coleta, y después se puso unas gafas de lentes pequeñas y redondas, de las antiguas. Desde luego, parecía otro, había pasado de ser un vagabundo asqueroso a un joven muy apuesto e intelectual. Mientras se encendía en los labios una pipa de tabaco, miró a Denzel con una sonrisa amigable y soltó el humo por la nariz.

—No estarías pensando en comerme, ¿verdad, Taimu? —le preguntó, hablándole en mandarín—. Porque, si no recuerdo mal, desde que estás bajo la supervisión de los Zou y desde que eres miembro de la Asociación, tienes prohibido morder a la gente.

Denzel entornó los ojos con recelo, un poco ofendido.

—Disculpa, muchacho, pero, en primer lugar, llevo siglos sin darle siquiera un mordisquito a un humano, porque ya no me hace falta alimentarme de ellos. Y no es mi culpa que esta fuera mi única manera de alimentarme antes de conocer la Asociación. Y en segundo lugar, te agradecería que no hablases de eso en voz alta en mitad de la calle. ¿Eres algún “iris” o Menor? Un poco descarado hablarme de esa forma, ¿no crees?

—Vamos, no seas así —le dio otra calada a su pipa—. Que te he estado buscando durante horas en este lugar tan inquietante, preguntando a un montón de personas hasta que una Menor ha tenido la amabilidad de confirmarme que vives aquí y que trabajas cerca de esta zona. Y encima te he salvado de esa acosadora —se rio—. Qué suerte haberte encontrado por fin. Has cambiado, te veo un poco más crecido, ¡ahora aparentas mi edad! Y además tienes ya el tercer mechón de canas en el pelo, lo que significa que ya tienes más de trescientos años.

—Espera… —Denzel sintió algo familiar en su voz, su forma de hablar—. ¿Te conozco?

El joven sujetó la pipa entre sus labios y se acercó a él.

—Puedes verme. Pero no reconocerme.

Denzel frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir nada, el chico le quitó las gafas, dejando al descubierto sus ojos inhumanos.

—Ahora mírame de verdad, como siempre lo has hecho.

Denzel no veía absolutamente nada. Sus globos oculares negros con sus iris argénteos rasgados, que reflejaban diminutas franjas multicolores, y sus pupilas dobles en forma de cruz apuntaban al vacío a pesar de estar frente a frente con él. Pero algo le dijo por dentro que levantase las manos, y lo hizo lentamente. Las posó sobre la cara del joven y empezó a palparla. Los párpados tras sus lentes, la nariz, la barbilla, los labios... Se olvidó del rostro que había visto para dar lugar al rostro que construyó en su mente con las manos.

Soltó un leve gemido nervioso y cayó de rodillas al suelo al no responderle las piernas. Arrodillado a los pies del joven, casi no se dio cuenta de que le caían lágrimas de los ojos.

—¿Owen...? —sollozó con un hilo de voz.

Denzel estaba en shock. El joven se agachó junto a él y lo abrazó. Comprendía su reacción, Denzel ni siquiera podía moverse. Podía esperar muchas cosas en ese mundo, menos esa.

—Hola, padre. Nos has añorado mucho, ¿verdad? —susurró Owen, acariciando su pelo como consuelo—. Tenemos que encontrar a Link, tenemos que hablar contigo. Tu don del tiempo y tu "yo" del pasado están en peligro.


* * * *


Poco antes de que llegase la hora de cerrar la cafetería, Brey, que ya había terminado sus clases de la tarde, se encaminó hacia allí para recoger a los mellizos. Nada más entrar y quitarse la capucha de su abrigo, echó un vistazo al local, viendo que, aparte de Cleven y compañía charlando en la barra, ya no había más clientes y reinaba la calma.

—¡Hey, Raijin! —lo saludó Yako al verlo desde la barra, y los demás también lo saludaron con la mano.

—¿La cafetería no se ha incendiado hoy? —preguntó a propósito en voz alta con sarcasmo, mientras se desabrochaba el abrigo y se quitaba la bufanda—. ¿No hay sillas y mesas volcadas por todas partes? ¿No hay mocosos insoportables dando por saco?

—¡Eh! ¡Nos hemos portado muy bien hoy! —le dijo Clover, que estaba sentada con su hermano en una mesa de por ahí viendo dibujos animados en la tele de la pared.

—¡Papáaa! —vociferó Daisuke cuando lo divisó, saltando de la silla y corriendo hacia él—. ¡Por fin has llegadooo!

Brey lo vio venir, pero, a mitad de camino, el niño se tropezó y se dio de bruces contra el suelo. Los demás dieron un brinco alarmado, pues el golpe había sido tremendo. Brey se fue pitando hacia él al ver que Daisuke no se movía, y cuando se agachó y lo levantó, se lo encontró con una cara de gran susto y a punto de llorar.

—¿Estás bien? —preguntó Brey.

—Sí... Soy un hombre, soy un machote. No siento dolor —musitó el niño, con unos ojos llenos de tristeza, y le empezó a sangrar la nariz un poco.

—Te sangra la nariz —le indicó.

Daisuke rompió a llorar desconsoladamente. Brey dio un suspiro y lo cargó en brazos. Se fue hacia donde estaban los demás mientras trataba de consolar al pequeño, frotándole la cara.

—Esto te pasa por comer tantos pasteles —le reprimió, aunque en verdad era porque tenía los cordones desatados y se los había pisado.

Clover apareció enseguida junto a ellos, mirando con cara preocupada a su hermano y aferrándose a la pierna de su padre como un koala.

—Oooh... —se derritió Raven al ver la tierna escena—. Cleven, el móvil.

—Estoy de acuerdo —afirmó, sacándolo del bolsillo, y le hizo una foto a su tío—. Raijin es un papá adorableee...

—Oye, pelmaza, tú deberías estar estudiando a estas horas —le reprochó Brey a Cleven—. ¿Quieres que tu padre me culpe si suspendes tus exámenes?

—No me seas sargento. Si todavía no tengo ningún examen.

Kyo, Drasik y Nakuru la miraron en silencio.

—¿Qué... pasa...? —se asustó Cleven.

—Mañana hay examen de Física —le dijo Kyo.

—¡Aaah! —gritó, tirándose de los pelos—. ¡Nnnooo…!

Cleven se fue velozmente de la cafetería a casa para estudiar todo lo que pudiera en lo que le quedaba de noche. Los demás se quedaron mudos, sin comentar nada.

—Bueno, yo también me voy —declaró Nakuru, poniéndose en pie, y Kyo, Drasik y Raven decidieron lo mismo.

Antes de que saliesen, Sam se les acercó con tres carpetitas que contenían su parte de la próxima misión.

—Ah, genial —celebró Kyo al reconocer el sello de la Asociación, y cogió la suya.

—¡Sam! Que está Raven delante —le susurró Nakuru con apuro.

—No parece darse mucha cuenta de lo que está pasando —se encogió de hombros y volvió hacia la barra.

Nakuru se dio la vuelta y se encontró a Raven con una cara de gran atontamiento, mientras Kyo y Drasik salían del lugar.

—No me digas que te has colado por Sam —se sorprendió Nakuru—. Anda, vamos —suspiró, llevándosela afuera.

Brey decidió quedarse un rato más para cenar algo y aprovechar a charlar con Yako antes de irse a casa. Los mellizos se pusieron a jugar a un juego interactivo que había en el móvil de su padre, dando vueltas por la cafetería. Yako no había podido contarles nada a los demás acerca de Link porque Cleven estaba delante. Pero ahora que estaba a solas con su amigo, no escondió esa actitud intrigante que el rubio no tardó en percibir.

—¿Qué te pasa? ¿Tanto te emociona que Fuujin nos haya dado ya nuestras partes de la misión?

—Vas a alucinar, Brey. No podía decir nada hasta ahora con Cleven y Raven delante. Te tengo que presentar a alguien, pero no puedes hablar mucho de esto, es un asunto confidencial.

Brey miró a su alrededor, confuso, preguntándose si había pasado por alto la presencia de alguien allí, porque la cafetería estaba vacía.

—Ah, bueno, es que ahora está en el servicio —le explicó Yako—. Lleva ahí metido diez minutos. Si no sale pronto, tendré que ir a buscarlo. Espero que no se haya ahogado en el inodoro o algo… Oh, no —puso cara preocupada—. No creo que sepa usar un inodoro japonés…

—¿De quién estás hablando?

—Apareció hace unos 40 minutos, Drasik tuvo que salvarlo, casi lo atropella un coche. Sólo habla el mandarín, así que sólo ha podido hablar conmigo a solas. No vas a creer quién es…

—Uaahhhh… —se oyó de repente un fuerte resoplido de bienestar.

Los dos chicos vieron a Link saliendo por la puerta del baño de hombres, de donde se oía el sonido de la cisterna, palpándose la tripa con una gran sonrisa satisfecha. Se giró hacia ellos.

—Nunca cagar había sido tan divertido —les dijo—. ¿Así son todos los inodoros de esta época? Qué cantidad de botones. Eso sí que es higiénico. Y ese chorrito de agua cuando te da en…

—Eh… Sí, bueno —le interrumpió Yako, pues no quería oírle continuar la frase—, este tipo de inodoros son más comunes en este país, en los demás son más mecánicos.

—Ojalá pudiera llevarme uno a mi casa, a mi mujer le encantaría. Lástima que mi padre tendrá que borrarme la memoria de todo lo que he visto aquí cuando me lleve de regreso a mi época.

—¿De qué habláis? —preguntó Brey, sin entender el idioma.

Yako intentó seguir explicándole, pero Link ahora se había quedado absorto con la televisión de la pared y ya estaba acercando una silla para subirse a ella y empezar a toquetear y curiosear ese aparato. Yako cogió el mando a distancia y lo apagó enseguida, salvando su tele de un posible peligro. Link se sobresaltó y se quedó con las manos en alto, muy quieto.

—Oh, no… ¿He roto la caja embrujada?

—No, la he apagado —contestó Yako—. Es hora de irse, Link, voy a cerrar en breves. Por favor, venga.

Link se bajó de la silla y se acercó a ellos, observando a Brey con curiosidad mientras se mecía la barba. Brey lo observó a él con una ceja arqueada, preguntándose qué demonios le pasaba. Estuvieron así un rato. Nadie decía nada...

¡PAF! De pronto, Link le dio un sopapo a Brey en toda la cara con la mano bien abierta.

—¡Ah! —exclamó Brey, llevándose la mano a la mejilla con cara perpleja, y cabreada—. Suka! ¿¡De qué coño vas!?

—¡Link! —se apuró Yako.

—Jajaja… —se rio el hombre, sacudiendo la mano—. ¡Un “iris” Den! He sentido el calambrazo por todos los huesos de mi mano, jajaj…

—¿Lo has abofeteado para comprobarlo? —alucinó Yako.

—Yako, ¿quién es este tío y por qué no debería partirle la cara? —gruñó Brey, sin quitarle ojo de encima al otro, preparando el puño.

—¡Es un demi’on! —le dijo entusiasmado.

Brey se quedó inmóvil unos segundos. Y enseguida se levantó del taburete y se alejó unos pasos de Link.

—¡Hahah…! No, tranqui, tranqui —se rio Yako—. Es inofensivo. La verdad, yo creía que era un humano maligno porque estaba percibiendo en él un Yin superior a su Yang, pero eso es porque la energía Yin que destaca en él es el Yin biológico de los genes Taimu, de la energía de su cuerpo. No es un Yin de la energía de su alma y mente, o sea que no es una persona malvada. De hecho, en su energía mental hay mucho más Yang que Yin. Es buen tipo, solo que tiene Yin Taimu, que en los demi’ons no afecta a su mentalidad.

—Vaya… —murmuró con curiosidad—. Justo la semana pasada, conversando con Lex, mencionamos el tema de los demi’ons. ¿Por qué está aquí? —dijo señalando a Link, el cual se había aburrido de oírlos hablar en japonés y se había puesto a dar vueltas—. Es imposible que los demi’ons de esta época puedan saber que lo son. A no ser que se conviertan en “iris” o Menores de la Asociación y, bajo alguna sospecha, se descubra y se confirme su ascendencia Taimu, comprobándolo con los recursos del Monte Zou.

—Es que este no es un demi’on cualquiera. ¡Es el primer hijo de Denzel!

—¿Cómo dices? ¿Cómo es eso siquiera posible?

—Un accidental salto en el tiempo. Por eso la confidencialidad. Ha estado perdido desde que se apareció aquí hace unas horas, soy el primer enlace de confianza que ha encontrado. Lo tendré esta noche en mi casa, protegido, y mañana a primera hora lo llevaré hasta Denzel en el instituto. No ha querido darme detalles del suceso, dice que prefiere hablarlo directamente con Denzel, que es algo privado.

—Eso es preocupante… —opinó Brey, tratando de analizar la situación con lógica—. ¿Y sólo habla en mandarín? ¿No habla inglés? Parece asiático mestizo, como nosotros. Teníamos la noción de que Denzel a lo mejor tuvo hijos en alguna época y lugar, pero nada confirmado.

—Pues… —titubeó Yako, y miró a Link, que se había metido tras la barra para toquetear los botones de la cafetera—. Link, por curiosidad, ¿le puedo preguntar de dónde es su madre…?

—Sí, sí, china, natural de Beijing, de clase alta, dulce y hermosa. Padre se mudó de Inglaterra a China hace unos 80 años, conoció a madre hace 37 años, dos años antes de nacer yo, somos su primera familia y tal y tal… —dijo desinteresadamente, como si hubiera tenido que responder esa pregunta otras muchas veces ante la curiosidad de miembros de la Asociación de su época—. Y sí, sí, tenemos poderes de demi'on, y sí, somos anglo-chinos y tal y tal... Pero a mí los idiomas se me dan de pena.

—¿Somos? —repitió Yako—. ¿Se refiere… a algún hermano también? ¿Cuántos hermanos son?

—Unos cuantos —contestó con aspavientos aburridos, más concentrado en el mecanismo del tubo de la cafetera que soltaba vapor.

—¿Qué dice? —le preguntó Brey a su amigo.

Mientras Yako le contaba, Daisuke, al otro lado del local, de repente se quedó mirando a Link muy fijamente. Dejó a su hermana en el sofá entretenida con los juegos del móvil de su padre y se acercó sigilosamente hacia la barra. Se quedó en el hueco de entrada, observando al extraño muy desconfiado, mientras Link estaba de espaldas toqueteando el misterioso plástico de unos botes de kétchup. El niño vio una especie de tarjetas de papel grueso y amarillento asomando en uno de sus bolsillos de la chaqueta, con símbolos escritos en tinta. Se acercó y se las cogió sin permiso para echarles un vistazo, y Link lo notó.

—¡Hey! —giró sobre sus talones, llevándose la mano al bolsillo vacío, y vio al niño—. Oye, pequeño, no debes robar las pertenencias de los demás —le reprimió.

Daisuke no le entendió porque no sabía hablar chino. Pero aquello no fue un problema, porque el niño cogió un pequeño rotulador negro de una repisa tras la barra que Yako solía usar para apuntar cosas, y se empezó a pintar una serie de rayas y puntos por todo el contorno de su oreja izquierda, que a simple vista parecían garabatos, aunque era similar al código Morse. Después hizo lo mismo en su garganta, y a pesar de que no podía ver lo que se pintaba, lo hizo con mucha destreza.

—¿Qué estás haciendo? —se turbó Link.

—Esta caligrafía es buena —le dijo Daisuke en perfecto chino mandarín, después de dejar el rotulador en su sitio, mostrándole sus tarjetas.

—¡Eh! ¿Hablas mi idioma, pequeñín? —se sorprendió mientras se agachaba a su altura con una sonrisa—. ¿Te gustan estas tarjetas? No puedo dejártelas, son muy importantes.

—Estas cinco tarjetas contienen un Código Metafísico muy avanzado —le señaló los diminutos símbolos que estaban pintados en los bordes de las tarjetas, rodeando los kanjis de dentro.

—¿Qué? —la palmó Link—. ¿Cómo sabes tú eso?

—¿Quién se las ha hecho? ¿De dónde las ha sacado? —siguió preguntándole con recelo.

—Las he hecho yo, chico —le explicó con tono defensivo—. Son mías. Hace ya tiempo que mi padre me enseñó a manejar el Poder de los Sellos, y él lo aprendió de otra persona que conoció hace muchas décadas. ¿Cómo es que sabes reconocerlo? Eres muy pequeño...

—Porque este tipo de poder es mío —le dijo Daisuke seriamente.

Link arrugó el ceño. Al principio no le comprendió, pero entonces se fijó en los garabatos que el niño se había pintado en las orejas y en la garganta.

—Códigos Comunicativos... —abrió los ojos como platos, sin poder creérselo, y luego miró a Daisuke a los ojos—. No puede ser… Sólo el brujo Zhen Qing tenía ese poder, ¿qué significa esto?

—¿Usted conoce a ese señor antiguo? —preguntó Daisuke.

—¿Qué? No, él murió un siglo y medio antes de nacer yo, pequeño. Pero mi padre y él eran mejores amigos. ¿Qué sabes tú de él?

El niño fue a abrir la boca, pero de repente le sobresaltó la voz de su hermana.

—Daisuke —interrumpió Clover, apareciendo detrás de él tras entrar por el hueco de la barra.

El niño se dio la vuelta, y vio que ella le hizo un gesto negando con la cabeza, sin decir nada.

—Oh... —comprendió Daisuke, volviendo con Link, y le devolvió sus tarjetas—. Tome. Sólo quería saber de dónde las había sacado.

—E… Espera, niño, no me has respondido…

Sin embargo, Daisuke cogió un paño húmedo del fregadero y se limpió los garabatos de las orejas y de la garganta, de modo que ya no podía entender ni hablar su idioma. Dio media vuelta y se marchó con su hermana de regreso al lugar donde Yako y Brey seguían hablando entre las mesas. Link se quedó intrigado, sin comprender el significado de lo que había visto en ese niño.

Cuando ya se hizo tarde, y todo aquel asunto quedó ya en manos de Yako, Brey fue regresando a casa andando, llevando a Clover y a Daisuke en cada brazo, pues los dos estaban ya adormecidos sobre sus hombros. Clover seguía teniendo el pequeño cazasueños de plumillas rojas que le regaló Jannik como colgante, ahora encerrado en su mano.

«Mm…» cavilaba Brey, «Me pregunto si este suceso tiene algo que ver con lo que nos contó Denzel la semana pasada a Neuval y a mí, lo de aquella misteriosa persona con la falsa apariencia de Clover que entró en su casa para quitarle su anillo mientras dormía. ¿Por qué alguien querría quitarle eso? Sólo es un anillo…».


* * * *


—Sí, sí... Entendido... —decía Kyo, con el teléfono en la oreja—. Mei y yo llevaremos los cojines de siempre… Y la abuela, ¿ha confirmado que también podrá venir a esa hora? … ¿Que no lo sabes? … Ah, o sea, que todavía es el tío Neu quien la llama de tu parte… —sonrió con sorna, y despegó un momento el teléfono porque Lao exclamó algo con enfado—. Pues insinúo que todavía te tiemblan las piernas al hablar con la abuela... ¡Ay, vale! —se sobresaltó al oír otra exclamación, apartando de nuevo el teléfono—. Sí, sí... Tú también. Buenas noches, abuelo.

Kyo colgó el teléfono y lo lanzó sobre su cama, dejando caer los hombros con desánimo, sentado en su taburete. Se quedó quieto observando el lienzo a medio acabar que tenía delante, sobre el caballete. Aún eran las doce de la noche. Cuando no podía dormir se ponía a pintar, pero ahora había otra cosa que le impedía el sueño, y pintar no le era suficiente.

Lao le había estado recordando durante esa semana que mañana irían a visitar a su padre al cementerio y a realizar la ceremonia. Seguían una tradición que consistía en vestir al menos una prenda blanca, ir al mausoleo familiar que Mai Tsi se había encargado de trasladar a Japón, encender unos inciensos, arrodillarse delante de la lápida del difunto y cada uno rezarle en silencio recordando sus vivencias pasadas.

En realidad, Kyo no quería ir. Todavía después de 10 años le seguía afectando la muerte de su padre, y era aún más doloroso el hecho de que la lápida de Yousuke había sido añadida en el mausoleo hace tan sólo un año. Aún recordaba nítidamente las imágenes de su hermano muriendo, y cada una era como un taladro en el pecho. Pero Kyo no se desquiciaba ni tenía pesadillas al respecto. Era afortunado. Tenía un “iris” que en la Asociación se calificaba como de tipo “ejemplar”, que poseía una capacidad de autocontrol emocional muy limpia, siendo así inmune a la enfermedad del majin. Algo que también tenían su abuelo Lao, Nakuru y Sam.

Mei Ling entró en la habitación y Kyo despertó de los recuerdos de golpe.

—¿Kyo? —bostezó la joven—. ¿Qué haces despierto? ¿Estabas hablando con alguien?

—Me ha llamado el abuelo. Para confirmar los últimos preparativos para mañana.

Mei Ling se quedó en silencio un rato. Se acercó a su hermano y lo abrazó por detrás, mirando el lienzo, que tenía varias pinceladas aparentemente al azar.

—¿Qué significado tiene eso? —se extrañó.

—Ninguno... —suspiró el chico con cansancio, y de pronto el lienzo estalló en llamas y a los pocos segundos se hizo ceniza—. Absolutamente nada, otra vez.

Mei Ling parpadeó con susto, preguntándose a qué había venido esa breve acción de rabia. No obstante, supuso que estaba desanimado por lo de mañana, así que le dio un beso en la mejilla y se fue a acostar, dejándolo tranquilo.

Kyo se quedó un buen rato sentado en su taburete, con sus pensamientos. Pero no duró mucho. Se puso en pie y se fue a la casa de Raijin, a ver si este estaba viendo la tele y hacerle compañía. Cogió una ganzúa antes de salir y ya en la puerta B abrió la cerradura con ella, como de costumbre. Se adentró hacia el salón y le sorprendió encontrarse todo oscuro y a Cleven en la mesa del comedor con una lamparita encendida, estudiando como una posesa. Se la veía agobiada.

—Eres un desastre —casi rio.

Cleven pegó un bote del susto.

—¡Kyosuke! Fuf, qué susto me has dado.

—Perdona. ¿Brey?

—Ah, ya está dormido, y los niños también. Creo que me voy a pasar la noche en vela. Espero que Denzel no sea muy duro con los que suspenden sus asignaturas, ya que es el primer examen que tenemos con él.

—Qué va, él no se enfada, no como Ishiguro —dijo, e imitó la postura y la cara del profesor de Matemáticas.

Cleven se rio con ganas, lo había clavado.

—¿Cómo lo llevas? —le preguntó Kyo.

—Un poco bastante mal. Me avergüenza admitir que muchas veces he tenido que acudir a mi hermano pequeño para que me ayudara a entender cosas de física, tecnología y mates.

—Hm —sonrió Kyo—. ¿Me vas a decir que él no ha acudido alguna vez a ti para que lo ayudaras con alguna materia?

Cleven se quedó callada, pensativa. La verdad es que no había caído en ello.

—Oh… Bueno, alguna vez sí que me ha pedido ayuda con Educación Física, es decir, para practicar agilidad con objetos. Atrapar una pelota a diferentes velocidades o direcciones, lanzarla para acertar en un objetivo…

—¿Tú… eres buena en eso?

—Heh… heh… —soltó una sonrisilla altanera, cerrando los ojos—. Kyosuke, no sé si sabes que tienes ante ti a la número 1 en el ranking de juegos de disparos y lanzamiento de bolas en los tres recreativos más grandes de Akihabara.

—¿Qué? —se rio, asombrado—. ¿Tienes el récord en los juegos de puntería en tres locales distintos?

—Hace un par de años un tal Minoru Oulong me rompió el récord, pero entonces yo fui y lo volví a batir, y sigo la primera a día de hoy —se frotó las uñas en el jersey y se las miró con coquetería.

Kyo parpadeó fuerte un par de veces. Sabía quién era Minoru Oulong, era el “iris” Hoosha de la ORS de Tokio. Por lo visto Cleven tenía la misma o incluso mejor puntería que un “iris”.

—Y también en Geografía e Historia me ha pedido ayuda alguna vez… —continuó contándole Cleven—. Es decir, no es que Yenkis tenga problemas para memorizar datos, de hecho, él puede memorizar mil cosas. Pero lo que le costaba era más bien entender el porqué de algunas cosas. Por ejemplo, de eventos históricos, por qué se dieron, de qué sirvió…

—Ya. ¿Y qué le decías?

—Solía decirle que el ser humano lleva toda su existencia haciendo tremendas estupideces por motivos muy importantes.

—¿Qué? —se rio el chico—. Eso es algo contradictorio.

—Hahah… lo sé. Eso es porque, lo que desde fuera nos puede parecer estúpido o maligno… nos puede parecer algo muy diferente una vez lo miramos desde dentro —le explicó Cleven, y Kyo se quedó callado, algo sorprendido—. Al menos, es lo que yo creo. El bien y el mal no significa lo mismo para todas las personas. Son conceptos relativos. Y por eso se desencadenan eventos históricos que más allá de ser buenos o malos, podían ser muy necesarios para algunos y lo contrario para otros. Y de ahí las consecuencias de que haya unas fronteras geográficas y no otras, religiones expandidas y otras extinguidas, y la absoluta imposibilidad de que exista una sola ideología que favorezca a todos. Siempre habrá ideologías que, para favorecer a unos, inevitablemente tiene que perjudicar a otros. Por eso, el ser humano es una criatura bélica y siempre lo será, porque no puede no serlo.

Kyo seguía en silencio. La verdad, no se esperaba que ella tratara ese tema con tanta profundidad. Hasta ahora la había visto como una chica sencilla que no tenía preocupaciones ni opiniones más allá de lo que pasaba en su entorno más cercano.

—Cleventine. ¿Crees que en este mundo siempre existirán los crímenes y las guerras? ¿Y si un grupo muy grande de personas muy eficaces se uniera para impedirlo?

—Ese grupo de personas tendría que entender que no puede luchar contra la naturaleza humana, igual que no puede hacer que el fuego congele cosas. Lo que no quiere decir que no estén haciendo algo muy necesario, por supuesto. Si no limpias tu casa al menos una vez por semana, la suciedad se acaba acumulando más y más y más, hasta el infinito. Ese grupo de personas que limpian el mundo aquí y allá de forma continua, como los policías o los médicos o todas aquella personas que aportan su granito, no van a conseguir que las guerras y los crímenes desaparezcan, pero sí van a impedir que se acumulen, lo cual es imprescindible, al final, para todo el mundo.

A pesar de que eso era un poco diferente a lo que les enseñaban en la Asociación, Kyo admiró a Cleven por tener ese tipo de opinión. La Asociación tenía el firme objetivo de eliminar las guerras y las injusticias por completo algún día, o al menos reducirlas a un porcentaje tan pequeño que ni siquiera se notarían. Los “iris” creían que algún día alcanzarán ese objetivo, y que por eso existe el poder del “iris”, por eso surgió.

—¿Qué crees que se necesitaría para que el ser humano deje de crear guerras e injusticias? —quiso saber Kyo—. ¿Darles más poder a las personas buenas que intentan luchar contra ello? ¿Eliminar directamente a todas las personas malas?

—Aeh… —balbució Cleven, jugando con su lápiz, poniéndoselo de bigote—. Teniendo que en cuenta que la maldad está escrita en el código genético o en el alma de las personas junto con la bondad… tendrías que eliminar a toda la humanidad si quieres eliminar el mal. Pero no queremos eso, así que… reducir los factores ambientales que provocan que una persona desarrolle más su lado malo que el bueno es lo más viable, aunque también lo más largo. La solución más infalible pero también utópica es que algo cambie la genética humana, o el instinto o la mente humana. Ya sabes, como… cambiarle la programación al robot, para que siempre tenga más ganas de tomar decisiones compasivas y sensatas, y que tomar decisiones bélicas o egoístas le sea más desagradable. Porque uno de los problemas de esto, es que muchos sienten gran placer al tomar decisiones egoístas y bélicas.

Kyo volvió a quedarse callado. Pero sonreía. Había olvidado muchas cosas de la Cleven del pasado, pero esta era una de las cosas de las que ya la había oído hablar de pequeña. Y le gustaba que ella tuviera sus propias ideas.

—¿A ti se te da bien esto? —le preguntó Cleven, señalando su libro sobre la mesa.

—Sí. ¿Quieres que te ayude? No puedo dormir, no tengo nada que hacer.

Cleven lo observó un momento. A ella también le gustaban muchas cosas de él. Kyo siempre transmitía calma y cercanía.

—Por favor —contestó ella con un tono agradecido—. Yenkis lleva desde el viernes pasado en un viaje de granja escuela con su clase y no vuelve hasta mañana, así que eres el único salvavidas que tengo ahora.

Kyo se sentó al lado de Cleven. Cruzaron una mirada sonriente y la chica empezó a soltarle del tirón todas sus dudas, que no eran pocas. Kyo la observaba, en silencio. «Cómo me gustaría que por un día lo recordases todo» pensó, «y vinieses mañana con nosotros al cementerio, a visitar a aquel que fue el hermano de tu padre».


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