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2º LIBRO - Pasado y Presente

5.
Enlaces familiares

Miércoles por la mañana, la amenaza del despertador-pato continúa. Pero Raijin se limitó a ponerse la almohada sobre la cabeza, hecho polvo. No lo entendía, Cleven parecía estar sorda. Sólo esperó a que se despertase y se levantase para que le tocase a ella hacer el desayuno. Pasó un cuarto de hora hasta que el dichoso pato por fin cerró el pico, y a Raijin ya se le habían puesto los pelos de punta, literalmente, por la electricidad estática que solía generar involuntariamente cuando se irritaba.

Justo cuando por fin podía recuperar el relax con el silencio, la pequeña Clover entró en su cuarto dando saltitos y voces.

—¡Despierta, papi, despierta! —exclamó, subiéndose a la cama, y empezó a dar botes sobre ella—. ¡Ya es por la mañana, despierta! ¡Despiertff...!

Brey alargó un brazo, la atrapó y la derribó sobre la cama, encerrándola entre su cuerpo y su brazo de manera que la niña tenía la cabeza hundida en la almohada, lo que la calló enseguida.

—¡Mmm! ¡Fuéltamem! —trató de gritar la niña, cuya voz se oía lejana.

Sin embargo, Brey se tumbó sobre ella y empezó a roncar adrede, haciéndola rabiar. Procurando no ahogarla, claro.

—¡Fmcorro! ¡Daiii!

Como si Daisuke tuviera ultra instinto, acudió a la llamada de su hermana entrando en el cuarto con un portazo a lo héroe.

—¡Suéltala! —exclamó con autoridad, y de un salto se sentó sobre Brey e intentó tirar de su hombro para girarlo y liberar a Clover, pero el chico no se movió lo más mínimo, sólo daba ronquidos—. ¡Que la liberes te he dicho, malvado! —se enfadó el niño, dándole tortas en el brazo.

Por consiguiente, Brey se giró poco a poco con pereza y Daisuke se cayó al suelo, soltando un grito.

—¿¡Cómo te atreves, villano!? —saltó enfadado, agarrando el pantalón del pijama de su padre con el fin de tirar de su pierna y así tirarlo de la cama, pero como pesaba demasiado, lo único que consiguió fue bajarle los pantalones.

—¡Oye! —se sobresaltó Brey, irguiéndose al instante sobre la cama.

—Eh, el desayuno ya está lis... —se asomó Cleven a la habitación—. ¡Aaah! —exclamó, tapándose los ojos.

Brey se apresuró a subirse el pantalón de nuevo.

—¡Degenerado! —saltó Cleven, aún con los ojos tapados, y roja—. ¿¡Qué hacías con el culo al aire delante de los niños!?

—El niño dramático me ha bajado los pantalones, pelmaza —gruñó el rubio—. No te escandalices tanto, ellos han visto de todo.

—¿Eh? ¿Cómo que ellos han visto de todo?

—Eh… ¿Tú qué crees? —dijo con sarcasmo—. A veces me baño con ellos.

Cleven recordó que su tío estaba más ligado a las costumbres japonesas, y era normal compartir la actividad del baño, sobre todo entre padres con hijos pequeños, donde primero se sentaban en un pequeño taburete y se ayudaban a enjabonar el cuerpo, luego se aclaraban y luego se metían en la bañera con agua con sales.

—Oooh, me gusta esa naturalidad… —dijo Cleven—. ¡Cuenta conmigo para el próximo baño colectivo!

—Ni hablar.

—¿¡Por qué no!? ¡Somos familia!

—Porque estás loca.

—¡Yo me bañaré contigo, prima! —brincó Clover felizmente—. ¡Te frotaré la espalda con mi esponjita con forma de delfín!

—Ahy… —Cleven se tapó la boca, con ojos llorosos y con un sollozo lleno de ternura.

—¿Me echarás un suavizante que huele muy bien? —preguntó la pequeña.

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

—Algunas veces, cuando Mei Ling se quedaba con nosotros para cuidarnos mientras papá iba a un trabajo, se bañaba con Dai y conmigo y siempre me echaba en el pelo un suavizante que olía muyyy bien, y me dejaba el pelo muyyy suave, porque tengo algunos rizos.

—Hey, a lo mejor a mí también me viene bien un suavizante, tenemos el mismo pelo lleno de ondas y rizos —pensó Cleven—. Espera, ¿quién es Mei Ling? —le preguntó a su tío.

En ese momento, Brey se sentó al borde de su cama, dándole la espalda, mientras se frotaba los ojos para terminar de despejarse. Se quedó en un silencio raro por unos segundos.

—Es… la hermana mayor de Kyo.

—¿Qué? ¿De Kyo, el chico de mi clase? —se sorprendió—. ¿De qué la conoces…? Aaah, debe de ser también cliente habitual de la cafetería de Yako, como Kyo —dedujo para sí misma—. ¿Así que ella también te ayuda con los niños? Tío Brey, estás rodeado de muy buenos amigos —sonrió.

Brey seguía de espaldas. Se le colorearon un poco las mejillas. Es verdad que a veces lo daba por sentado, y olvidaba que realmente era bastante afortunado por la gente que lo rodeaba. Incluso si a veces tenía desacuerdos o discusiones con Mei Ling y su humana forma de ver el mundo, era cierto que era una humana con un buen corazón, como Cleven. Y… con un impresionante y bastante atractivo espíritu por luchar por la justicia y por el bien.

Hace tiempo que Brey aprendió que ese espíritu de lucha corría por la sangre de todos los Lao, fueran “iris” o humanos, y por eso el viejo Lao y su familia eran tan queridos en la Asociación y por todo el mundo. Pero tenía que recordar que Cleven también era una Lao. No de sangre, pero sí que tenía un espíritu similar al de los Lao porque Neuval la crio a ella y a sus hermanos con él. Entonces, una vocecilla molesta le decía a Brey que, si era capaz de llevarse tan bien con Cleven a pesar de su terquedad humana, ¿por qué no también con Mei Ling?

—¡Sí, Mei Ling es superbuena! —dijo Clover—. Mei Ling siempre ha sido cariñosa con Dai y conmigo. Nos quiere mucho. Y nosotros a ella, mucho, mucho. ¿Verdad, Dai?

—Mei Ling es muy guay… —murmuró el niño, mirando al suelo con aire vergonzoso y tímido—. Me gusta mucho. Pero hace tiempo que no viene a cuidarnos o a jugar con nosotros. Dice papá que es porque ahora está muy ocupada con su universidad y no tiene tiempo.

—Aah… —entendió Cleven.

Pero hubo algo que le dio una sensación rara. Y era ese silencio en el que su tío seguía inmerso. Hasta que el rubio se fijó en algo que le llamó la atención. Clover llevaba colgando del cuello con un cordel largo un cazasueños pequeño, con una plumita roja. Y ese objeto le sonaba mucho de algo.

—Eh, ¿qué es eso que tienes ahí, mishka?

—¿Esto? —sonrió felizmente—. ¡Es un cazasueños pequeñito! Me lo ha regalado un niño del cole muy gracioso, que lo usaba como pendiente en su oreja.

—¿¡Qué niño!? —se angustió Daisuke, él tan celoso.

—Es un poco mayor que nosotros —le explicó—. Tiene muchos pendientes, y un pelo muy clarito, y las cejas y las pestañas también muy claritas. Y fue muy simpático.

—¿¡Qué niño!? —repitió su hermano.

—Se llamaba... eh... Jannik —trató de pronunciar.

—¿Jannik Knive? —se sobresaltó Brey—. ¿Que Jannik te ha dado uno de sus pendientes?

—¿Qué pasa, tito? —se extrañó Cleven—. ¿Quién es ese niño del que habla?

Brey no contestó, seguía turbado. En general, ni él ni los demás “iris” de generaciones aún jóvenes sabían ya gran cosa sobre los Knive. Sólo habían oído historias de los “iris” más mayores y veteranos. Brey había crecido oyendo a Neuval, a Lao y a Pipi contando algunas historias sobre los Knive, alguna vivencia que ellos mismos habían experimentado alguna vez, muy escasas, pero sobre todo, historias más antiguas que se habían ido contando entre “iris” al paso de los años.

Brey sabía que las dos personas que lo sabían todo acerca de los Knive eran Alvion y Yako y nadie más en toda la Asociación. Para los Zou era una obligación estricta conocer la historia. Y aunque Yako había rechazado su aprendizaje como Zou, Alvion lo había obligado a estudiarse con extrema precisión los 400 años de historia que tenía la Asociación, incluida su larga, compleja y conflictiva relación con el linaje Knive. Pero tanto él como Alvion tenían prohibido hablar de los Knive a otras personas, una condición que los Knive de la rama secundaria que se alió con ellos les habían hecho jurar.

El propio Jannik y su padre, el monje Viggo, igualmente guardaban silencio sobre muchas cosas de su familia. Aseguraban que era la única forma de proteger a la Asociación de la repetición de viejos conflictos, pues la rama primaria aún seguía existiendo, retirada en el exilio, entre las sombras de la sociedad humana, y ellos no eran en absoluto indulgentes con quien fuese revelando por ahí información o secretos de los Knive.

Lo único que Yako le llegó a contar a Brey en privado una vez, es que Jannik había nacido a partir de una situación muy complicada y su imprevista conversión en “iris” hace dos años había terminado por crear gran problema entre los Knive de las dos ramas, por lo que Jannik estaba bajo la estricta protección del Monte Zou junto a su padre.

Y también le contó que, a excepción de una gran razón de peso, los miembros de la familia Knive tenían terminantemente prohibido dar, regalar o prestar sus artilugios y accesorios a otras personas fuera de su familia. A ojos de cualquier persona, incluidos “iris” y Zou, parecían simples pendientes, anillos, pulseras y demás. Sólo un Knive, y también “gente especial” como Daisuke y Clover, podían ver qué eran en realidad, y eran talismanes, creados o forjados por la propia familia Knive.

Por eso, Brey estaba contrariado, y preocupado, preguntándose qué gran razón de peso había llevado a Jannik a regalar uno de sus artilugios a su hija.

No es que desconfiara de ese niño. De hecho, desde que Jannik vino a Japón, integrado en la SRS de Pipi hace poco más de un año, había tenido tiempo para conocerlo bastante, porque Jannik, al igual que Brey, era el Guardián de su RS y habían trabajado en bastantes vigilancias y pequeñas misiones juntos. Y Jannik había demostrado ser un espléndido “iris” y, más sorprendente aún, un espléndido Guardián totalmente entregado a sus compañeros, a pesar de ser el miembro más reciente.

No es que desconfiara de Jannik como “iris”, pero como Knive… tal vez… como que aún tenía costumbres raras, como su forma de hablar, siempre usando el voseo de máxima cortesía, o su forma de luchar, con movimientos que Brey nunca había visto.

No es que desconfiara de él… pero le repateaba en el culo que se hubiera acercado a su hija y le hubiera hecho un regalo prohibido. «¡Es porque se ha encaprichado con ella!» terminó deduciendo Brey, poniendo una mueca del más puro horror. «¡Ese mocoso… ya lo he visto otras veces tratando a las niñas de su edad con exagerada pasión romántica! ¡Es eso! ¡Está colado por mi Clover! ¡No! ¡Por encima de mi cadáver!».

—Tío, ¿estás bien? —lo llamó Cleven, dándole toquecitos con el dedo en el ombligo.

Nye moya doch’! Nyet! —exclamó de pronto este con enfado, mirando a la ventana.

Cleven entornó los ojos, mirando a su tío, pensando que se le había ido un tornillo por su habitual falta de sueño y necesitaba con urgencia tomarse un café.

—En fin, vamos a desayunar —se cansó Cleven, llevándose a Clover de la mano al piso de abajo.

Brey miró a Daisuke, que seguía ahí parado con una cara muy mosqueada.

—Oye, Dai —le dijo en voz baja, agachándose junto a él—. Hazme un favor, trata de mantener a Clover vigilada mientras estás con ella en el colegio.

—¿Puedo darle una paliza a ese Jannik? —se entusiasmó.

—No, no. Mejor que ni intentes provocarle, ¿entendido? No es buena idea. Sólo quiero que no te despegues de ella, a ver si se mete en algún lío. No quiero que se relacione con ese tipo de gente.

—Mmm… pero papá, sabes que si es un niño malo, Clover solita lo hará morder el polvo.

—Ese es el problema, que este no es un niño malo. De hecho, a ojos de Clover, este niño podría ser… demasiado encantador.

—Aaah… ya te capto, mi avispado esbirro —empezó Daisuke con su teatro, poniendo cara de sospecha mientras se acicalaba una barba imaginaria—. Clover a veces es demasiado amable con los niños encantadores y a veces se aprovechan de ella por eso. No temas, esbirro. Yo, el rey Drama, protegeré a la reina de las babosas del reino Encantador.

—Dai. ¿Sabes lo que significa “drama”? —le preguntó Brey.

—Al fin y al cabo, ese es mi cometido como su hermano mayor, hm, hm… —se cruzó de brazos con postura orgullosa.

—Sois mellizos. Tenéis la misma edad —le aclaró su padre.

—Oh… Pero yo nací antes, ¿no? ¿O ella? —lo miró pensativo y curioso—. ¿O aparecimos justo a la vez? ¿No nos viste nacer?

—Eh... —musitó, un poco incómodo.

—Por cierto, papá, ¿de dónde nacimos? ¿De dónde vienen los niños?

Ahí estaba. La pregunta más temida por un padre, ya había salido a la luz. Y normalmente, ningún padre sabía cómo responderle a su hijo pequeño esa pregunta. Pero Brey se rascó la perilla, pensativo.

—¿Que de dónde vienen? —preguntó entonces—. Pues verás, es muy simple. Los testículos del hombre producen espermatozoides, que son células haploides del gameto masculino, y las mujeres tienen ovarios que producen óvulos, que también son células haploides. Cuando se fusionan sus núcleos, dan lugar al cigoto. Para que un espermatozoide llegue al óvulo, el hombre tiene que…

—¡Tío Brey! —exclamó Cleven, reapareciendo en la puerta de la habitación tras haberlos escuchado.

—¿Qué? —se sorprendió.

—¿Qué estás haciendo? ¡Daisuke es muy pequeño para saber esas cosas!

—Pero me ha preguntado —Brey no lo comprendía—. Es lógico que yo le explique un proceso biológico natural sobre el origen de los seres vivos si me pregunta. El cerebro de un niño de su edad aún está adquiriendo los conocimientos clave para el desarrollo de su crecimiento y…

—¿Qué demonios pasa contigo? —le interrumpió Cleven, perpleja, y se llevó Daisuke al piso de abajo—. Como todos los padres, tienes que contarle lo de la cigüeña, la fábrica de niños o lo que sea. Maldición, que sólo tiene 5 años…

«¿Pero qué pasa?» se turbó Brey. «¿Cigüeña? ¿Fábrica de niños? Qué irracional… No entiendo a los humanos».

Cleven, en el comedor, se sentó al lado de su prima y empezó a beberse el café tranquilamente. Mientras tanto, se fijó en esos accesorios tan diversos que la niña llevaba. Siempre solía recogerse su voluminoso cabello negro en dos coletas bajas cayendo sobre cada hombro, y cada pocos días se cambiaba los coleteros. Unas veces eran unas margaritas, otras veces eran unas calabazas, unas abejas, unas bolitas… hoy llevaba en el lado derecho un coletero que tenía una estrella y una luna juntas, amarillas y con caritas sonrientes, y en el lado izquierdo tenía uno similar pero con dos corazones rojos juntos. Luego, en la muñeca derecha, como ya estaba siendo habitual, llevaba la pulsera de plata y flor de lirio que su padre le compró en el festival. Y en la muñeca izquierda, una pulsera nueva que Cleven no había visto antes, un poco rudimentaria, hecha de finas tiras de cuero trenzado a mano, de color blanco, con cierres de metal un poco oxidados.

—Cómo te gustan los accesorios, ¿eh? —le dijo Cleven.

—¿Eh? ¡Ah, sí! —dijo la niña, comiéndose sus tostadas con bocados tan grandes que se dejaba las mejillas llenas de mermelada, igual a como solía comer Cleven—. Me gustan mucho las cosas. Los objetos. Sobre todo los antiguos, y raros.

—¿Y eso?

—Porque cuentan historias muy interesantes —sonrió, columpiando los pies sobre la silla.

—¡Historias! Y dime, ¿de dónde has sacado esos coleteros y pulseras tan bonitas?

—Pues mira, este es el coletero que el abuelo Joji y la abuela Norie hicieron conmigo en la Navidad de cuando yo tenía 4 añitos. Fue una tarde muy divertida, y no tenían trabajo porque era Nochebuena, e hicimos manualidades en su casa, e hicimos figuritas con escayola, y ellos hicieron esta estrellita y esta luna para mí. Yo los ayudé a pintarlas con un pincel, y me las regalaron. Por eso, este coletero me cuenta esa historia. Hay diversión y amor en ella.

Cleven se vio a sí misma embelesada escuchándola.

—Este coletero me lo regaló Agatha cuando yo todavía era un bebé chiquitito. Papá lo guardó hasta que me creciera el pelo lo suficiente. La goma es nueva, pero son dos corazoncitos hechos de piedra granate, muyyy antiguos. Me cuenta la historia de una niña que vivía en otro país, hace mucho tiempo, y que jugaba mucho junto a un río cerca de una torre de reloj muyyy alta, y de mayor se convirtió en modista, hacía vestidos superelegantes, y se casó con un señor simpático, y tuvo cinco hijitos, y cuando se hizo viejita, se murió contenta.

Cleven se olvidó de su café, enfriándose en su mano.

—Me da alegría, pero también me da… mmm… —caviló la niña—. ¿Cómo se llama cuando echas mucho de menos a alguien, y estás medio triste y medio conforme?

—¿Nostalgia?

—¡Ajá! Eso, este coletero me da nostalgia. Creo que es porque esa mujer de la historia era alguien a quien Agatha quería mucho. Luego, esta es la horquilla más bonita del mundo entero. Me la regaló papá el primer día del festival. No te puedo contar su historia porque es un secreto.

—Aaahh… —Cleven asintió.

—Sí, a mí me regaló este colgante tan guay —le enseñó Daisuke esa moneda antigua de plata, atada junto a unos abalorios de howlita—. El pobre papá cree que son baratijas de latón porque alguien se las vendió casi gratis. Pero son auténticos.

—Aaahh… —Cleven asintió otra vez, para seguirles la corriente, pero seguía anonadada con esas cosas que Clover le contaba, con esa gran imaginación que tenían los dos. «Carajos…» pensó de pronto, «El primer día del festival… ¿O sea, que… en aquel rato en que Raijin despareció de repente… es porque se reunió en otro lado con Agatha y con los mellizos? ¿Y les compró estos regalitos? Madre mía… quién me lo iría a decir en aquel momento…».

—Y… —Clover le enseñó la pulsera blanca nueva, de desgastado cuero trenzado y oxidado metal—… esta… es… bueno…

Cleven frunció el ceño. Le extrañó que ahora se mostrase más dubitativa, cuando le había hablado de los otros accesorios con tanto entusiasmo. Se dio cuenta de que la niña miró discretamente hacia la escalera de caracol y hacia el piso superior, como si vigilara que su padre no estaba cerca.

—Encontré esta pulsera en casa de mis abuelitos Joji y Norie. En una habitación que tenían cerrada, llena de cajas y muebles tapados con sábanas.

«Espera, ¿qué…?» sospechó Cleven. Podía equivocarse, pero probablemente Clover había encontrado esa pulsera en la habitación que pertenecía a su madre.

—Me gustó y la cogí sin permiso. Por favor, no se lo digas a mis abuelitos ni a papá, prima Cleven.

—Hmm… —le sonrió cálidamente, y se inclinó hacia ella—. Mis labios están sellados.

Clover se rio cuando Cleven le hizo unas cosquillas.

—La historia de esta pulsera es muy complicada —le explicó la niña—. Por eso, a veces duermo con ella puesta. Intento soñar con la historia para comprenderla. Tiene partes buenas y partes malas. Y el problema es que las partes malas me hacían tener un mal sueño. Pero hoy, por primera vez, he podido dormir muy bien con esta pulsera y ver con mayor claridad su historia. Porque me he puesto esto al ladito de mi cama —le enseñó el pequeño cazasueños rojo que le regaló Jannik—. Me protege de sueños malos.

Irónicamente, esta fue la razón por la que Clover tuvo un problema de sueño la otra noche, cuando se quedaron a dormir en casa de Agatha, por el cual Daisuke se preocupó y Agatha acabó llamando a un médico que resultó ser el propio Lex. Fue cuando a Daisuke se le ocurrió quitarle a su hermana esa pulsera de la mano, cuando Clover recuperó la normalidad.

—Caray, Clover… —se sorprendió Cleven—. No sabía que te fuesen tanto los temas sobre energías y espíritus y esas cosas. Me parecen fascinantes. ¿Sabes? Yo también suelo ir al instituto recogiéndome el pelo de la misma forma que tú. Creo que las dos nos parecemos bastante a la abuela Emily —se rio—. Pero siempre uso los mismos coleteros aburridos. ¿Me prestarías algunos de los tuyos tan chulos?

—¡Claro que sí! —exclamó Clover, la mar de contenta por tener algo en común que compartir con ella.

—Y tú, mi primo desalmado, ¿qué es lo que te va a ti? —le preguntó Cleven con curiosidad—. He visto que en tu mesa siempre tienes montones de pinceles, lápices, papeles, dibujos, letras y símbolos raros. ¿Eres un artista? ¿O un escritor?

—Clover es quien ve las historias que cuentan las cosas —le explicó el niño, sosteniendo su taza de cacao con leche de forma sofisticada—. Yo soy quien crea las cosas que cuentan historias.

—¿Ah? —Cleven no entendió.

Por un momento, pensó que Daisuke estaba otra vez haciendo uno de sus teatros, sorbiendo su batido de chocolate de su taza de Pikachu con el meñique estirado como si fuera un aristócrata inglés. Sin embargo, por alguna razón, Cleven tuvo una sensación extraña… un escalofrío… Quizá fuera porque se le había subido el café muy rápido, pero notó un aura muy misteriosa emanando de Daisuke. Hasta que al niño no se le ocurrió otra cosa que romper ese momento inclinándose a un lado y soltando un pedo, a lo que continuó tomando otro sorbo de su taza como un marqués.

—¡Daisuke! ¡No te tires pedos en la mesa! —le regañó Cleven.

—Solamente estaba demostrando qué es lo que te va a ti.

—¡Yo no soy una pedorra!

Clover se echó a reír con ganas, y acabó contagiando a Daisuke, y al final Cleven también se contagió.

—A ver… —apareció Brey ya vestido y arreglado bajando las escaleras, llevando los uniformes de los niños—. ¿Habéis terminado de desayunar?

Se quedó quieto a mitad de camino, encontrando esa escena, de Cleven y los niños sentados a la mesa, desayunando, riendo… Esto hizo que se le formara una pequeña sonrisa en los labios sin darse cuenta. Era este tipo de cosas las que a Brey le solía costar mucho entender, su importancia, su significado, porque su “iris” era demasiado racional y sólo le daba valor a las cosas que mantenían el orden y a la gente a salvo. Pero, al mismo tiempo, llenaban su “iris” de regocijo. Por eso, estas pequeñas cosas de la cotidianeidad humana, esos pequeños felices momentos absurdos, llegaban a hacerle sonreír, pero él no llegaba a ser realmente consciente de ello. A sentirlo de verdad. Formar parte de ello como un humano más. Quizá, porque le faltaba entrenar esta parte.

—Trae, tito, yo los ayudaré a vestirse —le cogió Cleven los uniformes—. Ya he terminado de desayunar. Tú ve a prepararte tu café tranquilo.

—Cleven, no hace falta, ya te dije que no es necesario que me ayudes con mis responsab-…

—Te he dicho que te vayas a preparar tu café y que te sientes a la mesa a desayunar con calma —le dijo ella con una inesperada actitud severa que dejó a Brey trastocado, señalando a la cocina.

—Vale, esta es la faceta Saehara que aún no te había visto sacar… —murmuró el chico, asustado, obedeciendo y yéndose a la cocina.

Cleven sonrió y ayudó a los mellizos a vestirse ahí junto a la mesa del comedor. Al poco rato, cuando fue a llevarse su plato y su taza vacíos a la cocina, oyó un ruido en la entrada y algo que se arrastraba. Cleven se quedó un poco extrañada, sin moverse, hasta que vio aparecer a Drasik entrando en el salón, medio dormido, vestido sólo con el pantalón del pijama y arrastrando los pies. Entonces, a la joven se le cayó la taza de las manos a la mesa.

—¡Drasiiik! —exclamó Clover, saltando de su silla y corriendo hacia él.

—Hola, bonita —bostezó el chico—. ¿Estás desayunando?

—¡Ya terminé!

Y ahí fue cuando se cruzó con la mirada de Cleven.

—¿¡Qué!? —gritaron al unísono, apuntándose con el dedo.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Brey, saliendo de la cocina con su taza de café—. Tú, ¿qué haces en mi casa?

—Vengo... a por huevos —contestó Drasik, sin apartar la mirada perpleja de Cleven, hasta que cayó en la cuenta—. ¡Ah, es verdad, que ahora esta vive contigo!

—Pe... Pero... —tartamudeó Cleven, y también cayó—. ¡Ah! Es verdad, que sois vecinos... ¡No! —agonizó—. ¡También es mi vecino! ¿¡Y cómo te atreves a entrar así sin camiseta en casa de otra persona!?

—Tengo calor —se defendió Drasik.

—¡Pero si hace frío! —replicó Cleven.

—No el suficiente para mí.

—¿Qué? Bueno, aun así, aparecer así en esta casa...

—Es cierto que sólo llevo unos pantalones, pero tienen más tela que todo tu pijama —sonrió Drasik con burla, señalándolo.

Cleven se tapó con los brazos, aunque en realidad no era para tanto, pero estaba muerta de la vergüenza por que un compañero de clase la viese en pijama de corazoncitos y osos panda.

—Buenos días —bostezó Kyo, apareciendo también en el salón pero de forma contraria a Drasik, cubierto hasta arriba con un pijama calentito y un jersey grueso.

—¿¡Qué!? —Cleven se consumió del todo—. ¿¡Tú también aquí!?

—Ah —se sorprendió Kyo—. ¿Cleven? Vaya, se me había olvidado que ahora vives con Raijin —sonrió alegremente.

—¡Pero… ¿tú también vives aquí?! ¿¡O has pasado la noche en casa de Jones como invitado!?

—Eh… Lo siento, creía que ya lo sabías —se disculpó Kyo—. Mi hermana Mei Ling y yo vivimos en la otra puerta de esta planta, en la puerta C. Por cierto, me gusta tu pijama.

Cleven pasó de rojo a morado de la vergüenza, y automáticamente se agachó y se escondió bajo la mesa, con la cabeza asomada, sin salir de su trauma.

—¿Tú también vienes a por huevos? —preguntó Brey, ignorando la escenita de sorpresas.

—No, yo a por leche —contestó Kyo tranquilamente.

—Pues hala —dijo Brey, encogiéndose de hombros y sentándose en la mesa.

Cleven seguía ofuscada, observándolos a todos con un rompecabezas en la cabeza. Vio a Clover pegando saltitos a los pies de Kyo con los brazos en alto, pidiendo que la cogiera. Kyo sonrió y la cogió, mientras Drasik se iba hacia la cocina y de paso le revolvió el pelo a Daisuke. Luego Brey empezó a desayunar. Era toda una escena completamente normal. A Cleven la pilló por sorpresa.

Al parecer, Kyo y Drasik, a juzgar por la confianza que tenían de entrar así de campantes en la casa de su tío, lo hacían muy a menudo. Unos entraban en casa de los otros, ya bien para pedir comida, para pasar el rato o para a saber qué. Cleven se preguntó si esto lo iba a ver más veces, y esto la inquietaba. No se hacía a la idea de que esos dos ahora eran sus vecinos, y vecinos de confianza. Lo de Drasik, vale, era cierto que ya sabía por Eliam que vivía al lado de su tío, pero lo de Kyo no tenía ni idea.

Agatha en la puerta A, Brey con los mellizos en la puerta B, los hermanos Lao en la puerta C y los hermanos Jones en la puerta D, ocupaban así las cuatro viviendas de la quinta planta, que previamente eran propiedad de Agatha. A Drasik y a Eliam les cedió la vivienda D hace casi doce años, cuando Neuval se llevó a Drasik del Monte Zou consigo a Japón, junto con su hermano Eliam, pasando primero una temporada en la propia casa de Neuval para adaptarse –siendo así cómo Cleven conoció a los hermanos Jones a los 4 años, algo que ya no estaba en sus memorias–, y después Agatha les dio su vivienda actual y enseñó a ambos hermanos huérfanos cómo cuidar de sí mismos.

A los Lao les cedió la vivienda C hace nueve años. Tras la muerte de Sai, Suzu quiso mudarse a otro sitio con sus tres hijos, y Agatha le facilitó este piso. No obstante, debido a su trabajo, al poco tiempo Suzu se tuvo que mudar a la ciudad vecina de Yokohama, pero lo hizo sola, quedándose Mei Ling con sus hermanos Yousuke y Kyosuke en esta vivienda por su mejor comunicación con el instituto y la universidad.

Y a Brey le dio la vivienda B cuando perdió a Yue y se vio solo con dos bebés recién nacidos.

La Taimu había cuidado de estas tres familias en los últimos años igual que había cuidado de otros miles de “iris” a lo largo de los últimos siglos. Y al contrario de lo que pensaban algunos, que era parte de su trabajo como miembro de la Asociación bajo la potestad de los Zou, Agatha siempre defendía que ella jamás hacía algo porque alguien se lo ordenaba, sino que todo lo que hacía era porque a ella le daba la gana. Y esto tenía bastante que ver con la turbulenta mala relación que Agatha llevaba siglos manteniendo con sus creadores, los Dioses del Yin.

—Cleven, ¿te pasa algo? —le preguntó su tío con un tono intencionadamente burlón, descubriéndola tensa.

—N… no… —murmuró, pero cuando Kyo y Drasik se perdieron dentro de la cocina, le clavó una mirada fiera—. ¡Podrías haberme avisado de esto! ¡Son compañeros de clase y yo aquí en pijama!

—¿Te ponen? Incómoda, digo —siguió burlándose Brey.

Cleven cogió una servilleta de tela y se la lanzó a la cara con una descarga de enfado.

—¿Se te olvidó mencionarme el detalle de Kyo cuando antes estábamos hablando de su hermana Mei Ling y de lo cercana que es con los mellizos? ¡Esto es demasiado intrusivo, tío Brey!

—Pelmaza, Drasik y Kyo viven en las puertas de al lado —le explicó—. Es normal que entren aquí de repente. Yo también lo hago en sus casas, pero siempre respetamos los horarios apropiados, tampoco es que podamos colarnos en la casa del otro cuando queramos. Así que ten cuidado si algún día se te ocurre pasearte por aquí en bragas o tirarte una ventosidad...

—¡Capullo! —exclamó irritada, haciendo ademán de lanzarle una silla.

Cuando Drasik y Kyo salieron de la cocina, pillaron a Cleven cogiendo una silla por lo alto de su cabeza a punto de estampársela a Brey, y se quedaron quietos, reflexivos. La joven se mordió los labios, dejó la silla rápidamente en su sitio y subió las escaleras a toda mecha para vestirse lo antes posible.

—Ehm... —murmuró Kyo, dejando de lado la rara escena que acababa de ver—. Esto... Cleven, ¿qué tal si te vienes con nosotros a clase?

—Ah... eh... uh... —titubeó, volviendo a ponerse roja—. Aheo... hi... —contestó, y se perdió de vista en el pasillo de arriba.

—¿Traducción? —preguntó Kyo, mirando a Brey.

—Dice que vale —le aclaró este, removiendo su café con la cuchara.

Kyo sonrió, pero inesperadamente Drasik le dio un leve codazo. Kyo se sobresaltó y miró a su amigo con un interrogante, y la respuesta de Drasik fue una mirada molesta acompañada por un suspiro. Seguidamente se fue de la casa con sus huevos sin decir palabra alguna. Kyo volvió la vista a Brey y puso una mueca de confusión, señalando hacia donde se había marchado su amigo. Brey se encogió de hombros como respuesta y continuó con su desayuno.

—Qué raro está este Drasik últimamente —comentó Kyo—. Bueno, Raijin, dile a Cleven que dentro de quince minutos estamos en el portal.

—Vale, pero una cosa —lo detuvo, y le habló en un tono precavido, aprovechando que los mellizos se habían puesto a jugar allá en el salón—. Estás teniendo cuidado, ¿verdad? Por la seguridad de la familia Lao y de la familia Vernoux y de la empresa Hoteitsuba, sobre todo que ahora el Gobierno está patas arriba con la muerte del ministro Takeshi y Hatori estará investigando la matanza que Neuval nos dijo que causó la semana pasada, Cleven debe seguir ignorando vuestra relación familiar.

—Sí, ya lo sé, no hace falta que me recuerdes que Mei Ling y yo hemos perdido media familia y que tú en cambio la has recuperado —refunfuñó.

—Tampoco se trata de eso, Ka-chan —lo calmó Brey—. Solamente hay que procurar que el menor número de personas sepa la relación de estas dos familias Lao y Vernoux.

—Odio cuando la gente dice “las dos familias” seguido de esos dos apellidos —protestó Kyo—. No hay dos familias, no hay “Lao y Vernoux”. Somos una sola familia y todos somos Lao. Si el tío Neuval decidió adoptar nuevamente su apellido biológico cuando se mudó a Japón con mi padre y cuando se casó con tu hermana, solamente era para proteger su identidad y la de mi abuelo como “iris” y así proteger a la familia y a la empresa Hoteitsuba. Ese apellido para mi tío sólo es un recurso. Pero el verdadero apellido del tío Neu es Lao y siempre será Lao.

—Kyo… Entiendo que esta situación familiar en la que vivimos actualmente sea injusta y te dé rabia. A mí también me disgusta que Lao y Vernoux tengan que actuar como familias diferentes y sin relación. Mis padres y tus abuelos, los cuatro fundaron todo lo que somos ahora, somos un solo árbol, pero que se ha quedado lleno de grietas por culpa de los sucesos y las tragedias que Lao y Saehara hemos sufrido a lo largo de los años. Sin embargo, nuestra misión principal siempre es proteger y sobrevivir. Incluso si eso significa separarse, actuar como extraños.

—Tú has recuperado la conexión con Cleven…

—Era apropiado. Obviamente, yo deseaba recuperar este lazo familiar, pero también era algo necesario. Piénsalo. Neuval acaba de volver a la Asociación, ya de primeras tiene un problema con Hatori, y ya está organizándonos nuestra primera misión superior en años. Tener a Cleven aquí conmigo le va a dar más libertad y más tranquilidad, porque con tener que ocultarles todo esto a Hana y a Yenkis ya tiene bastante. Y porque la conexión de ella conmigo es perfectamente normal, inofensiva y legal a ojos del Gobierno y la sociedad humana. Yo soy simplemente su tío materno. En cambio, para ella, tú y Mei Ling sois…

—Ya… —le cortó Kyo, con un tono apagado, mirando al suelo—. Parientes de una familia adoptiva.

—Para nosotros y la Asociación es una cosa, pero para el mundo humano y sus leyes, tu abuelo Kei Lian adoptó a Neuval ilegalmente, ya que el padre biológico de Neuval seguía vivo entonces. Y supuestamente lo sigue estando. Por lo tanto, Neuval sigue siendo, desde el punto de vista legal además de sangre, propiedad de Jean Vernoux, y no de Kei Lian Lao. Así que tu abuelo le robó el hijo a otro, y como el Gobierno se entere de eso, será cuestión de tiempo que empiecen a investigar el “y por qué lo hizo, y dónde, y cuándo, y quiénes les facilitaron falsificar los papeles, y por qué lo ocultan ahora”… hasta que llegue a oídos de Hatori, y él termine sospechando que son “iris”, y expanda la sospecha a nosotros y el resto de la familia.

—Siempre tuve la esperanza de que esta situación sería temporal —dijo Kyo, entristecido.

—Son sacrificios que, de toda la vida, los “iris” debemos hacer por el bien de los humanos, primordialmente los de nuestra propia familia —dijo Brey—. Yo no quiero que a Cleven se le joda la vida por culpa de todo lo que Neuval Vernoux y Kei Lian Lao ocultan ante el Gobierno y la sociedad humana, ni tú tampoco quieres eso.

—Hmm… —suspiró Kyo por la nariz, mirando a otro lado, resignado—. Ya… Lo sé… Rara vez el deber y el deseo coinciden. Y nosotros siempre debemos priorizar el deber.

—¿Y por qué tiene que ser tan malo? —apuntó Brey, dándole otro sorbo a su café.

—¿Eh?

—Nada te dice que no puedas ser amigo de Cleven. ¿Verdad?

Kyo puso una cara de sorpresa. Y luego, pensativa, contemplando esa idea.

—Tú no le cuentes nada del pasado ni de la relación familiar que una vez os unió y ya está —concluyó Brey, poniéndose a ver mensajes en su móvil.

El problema no era no poder tener relación alguna con Cleven, con Yenkis, con Lex o con Neuval, sino evitar tener una relación del tipo familiar con ellos. Obviamente, una relación de amistad no iba a ser tan poderosa como la relación familiar que tenían antes Lao y Vernoux, y con la que Kyo y sus hermanos y Cleven y los suyos habían crecido desde que nacieron. Pero al menos era una relación, y la verdad es que a Kyo le hacía ilusión recuperar contacto con Cleven, aunque fuera pequeño, aunque fuera como dos simples compañeros de clase, aunque ella no le recordara en absoluto. El lunes y ayer martes ya estuvo hablando y conectando con ella, pero todavía tenía en la cabeza la idea de no poder acercarse a ella más que eso y de que seguirían siendo medio extraños, solamente conocidos.

Brey tenía razón. No podía ser su primo, pero al menos no suponía ningún problema ser su amigo y mantener ese contacto más tiempo, convertirlo en algo más duradero, una rutina normal e inofensiva, como ahora, lo de quedar con ella para ir juntos al instituto, hablar con ella en clase, en el recreo, en la calle, visitarla como vecina…

—Qué diferente habría sido todo si tu hermana y mi madre no hubieran sido las mejores amigas del mundo —opinó Kyo—. La tía Katz nunca habría ido a Hong Kong con ella como estudiantes de intercambio de último año y nunca habría conocido al tío Neuval.

—Ya, yo sólo nací cuatro años antes que tú, esa juventud de tu madre y mi hermana me suena a prehistoria. Por favor, ten cuidado a partir de ahora de no referirte a mi hermana como “tía”, Cleven podría oírte.

—Siempre me conmueve tu sensibilidad —bufó Kyo con sarcasmo, pero sonriendo—. En fin, voy a tomarme un chocolate caliente rápido y a vestirme.

—Ah, espera… —recordó Brey algo, levantando la vista de su móvil un momento, con expresión escamada—. ¿Por qué el idiota de Drasik sigue llevando el antebrazo vendado?

—Ni idea. Dijo que se hizo un esguince en la muñeca, pero creo que miente. Tal vez tenga esa venda para esconder su tatuaje del antebrazo. Como lo tiene en un sitio muy visible... Lo cierto es que a mí el mío me pica un poco... —dijo tocándose la parte derecha del cuello y el hombro.

—¿Que te pica? —Brey arrugó el ceño—. Estos tatuajes son códigos sensoriales conectados al estado energético de nuestro “iris”. ¿Desde cuándo sientes esa sensación de picor en el tuyo?

—Pues... —pensó, pero enseguida recordó que era desde que se encontró con Izan en aquel bar de carretera y fue atacado por él.

Kyo se puso tenso. Miró a otro lado, disimulando. No había caído en la cuenta de que tal vez eso tuviera relación con el picor del tatuaje que sentía. Drasik ya le dijo, cuando por fin terminó de prepararle el opuritaserum y dárselo, que podía sentir algunas molestias físicas de vez en cuando, pero que eran normales y que acabarían disipándose conforme el opurita fuera eliminando los microcampos de vacío de su “iris”.  

Tenía que haberse callado, había sido un descuido mencionarlo. No podía decir nada de eso, y a Brey muchísimo menos. Neuval ya le pidió que no le dijera a nadie que había visto a Izan, le pidió que sobre todo no se lo dijera a Brey, y Kyo creyó comprender por qué. La reacción de Brey podría ocasionar problemas si alguien le decía que su hermano había reaparecido después de tantos años desaparecido y perseguido por rumores negativos, porque Brey jamás quiso creer que esos rumores sobre su hermano fuesen ciertos.

—Ah, en realidad es una tontería —contestó Kyo finalmente.

Brey puso al instante una cara muy seria, viendo algo raro en él, de lo que el chico se dio cuenta.

—Bah, será porque Alvion me lo hizo recientemente. O será este jersey de lana que llevo, ¡me pica hasta en los brazos! —sonrió Kyo, haciendo aspavientos, y se marchó a su casa.

El rubio seguía sin estar muy conforme con aquella respuesta. Tenía la sensación de que había algo detrás de ese asunto, el de Drasik y su vendaje, y el de Kyo omitiendo alguna información. No sabía... Estaban pasando algunas cosas un poco raras últimamente. Todavía no se quitaba de la cabeza el extraño caso que Denzel les contó ayer a él y a Neuval, la niña que creyó ver. No sabía, no. Pero algo sentía… Era como esa calma antes de una tormenta, esa electricidad estática, en suspensión, antes del relámpago estallando.

Sin embargo, Clover y Daisuke aparecieron asomando las cabezas desde debajo de la mesa, entre sus piernas, sonriéndole divertidamente, y esas nubes negras tormentosas de mal presentimiento se evaporaron enseguida de su cabeza.


* * * *


Tal y como habían quedado, Cleven se encontró con los dos chicos en el portal y se fueron juntos al instituto, también con los mellizos. La joven supo que al parecer ellos solían ir juntos, y que ahora ella iría con ellos. Podía ser divertido, pensó, aunque estuviera el pesado de Drasik. No obstante, Cleven confiaba en que estaría a salvo de las perversiones del neoyorquino teniendo a Kyo al lado. De todas formas, vio, un poco contrariada, que Drasik estaba un poco distante, y encima muy callado.

La joven todavía no lo conocía muy bien, así que no podía justificar esa actitud comparada con la que ya conocía. Pensó que tal vez él era así a veces y luego le daban esos prontos de escandaloso. Pero Kyo, por el contrario, se preguntaba con extrañeza qué le pasaba a su amigo, pues lo conocía bien y esa actitud no era normal en él.

Por otra parte, Brey ya estaba listo para irse. Tenía que ir directamente al Hospital Kyoko, donde habían quedado los de su clase con el profesor que les anunció lo de la visita el día anterior. Estaba un poco lejos, y tenía que estar allí dentro de dos minutos. Sin embargo, como estaba solo, tenía la libertad para hacer trampa, pues Brey era la persona más veloz del mundo. Como Denjin-sama que era, de máximo nivel, podía desplazarse a la velocidad de la luz. Aunque esta no era la habilidad máxima que poseía como tal. En su nivel, Brey podía convertirse a sí mismo en electricidad. Igual que Neuval podía convertirse a sí mismo en aire.

Sin embargo, nada más salir por la puerta de casa con la aceleración ya iniciada, se dio de bruces con Mei Ling, que justo en ese momento estaba pasando por medio de camino a los ascensores con su enorme bolso cargado de libros. Fue un choque tan fuerte que la pobre Mei Ling se estampó contra la pared de enfrente.

Blyat! —exclamó Brey con los pelos de punta, pensando que después de 20 años con un impecable expediente como “iris”, acaba de cargarse a su primer humano inocente.

No obstante, a pesar del brusco golpe, Mei Ling se repuso rápidamente y se frotó la cabeza con cara molesta.

—¡Joder, Brey!

—Disculpa, lo siento, no esperaba que justo fueras a… ¿Estás bien? —preguntó un poco sorprendido al verla tan recuperada.

—Sí, estoy bien, pero vaya torpeza para un “iris” —rezongó—. No me mires así, no soy tan frágil. Soy una Lao y soy más fuerte de lo que parezco. Mi abuelo me ha dado porrazos peores en sus entrenamientos.

—Ya… —recordó Brey ese detalle. Por un momento pensó que ella iba a ponerse hecha una furia con él y a gritarle con ese carácter fuerte que solía tener, pero al parecer esto no fue motivo para ella.

—Oye, ¿cómo lo está llevando Cleven, lo de vivir contigo y todo eso? —quiso preguntarle Mei Ling, mientras recogía su bolso de diez kilos de peso del suelo—. Menuda sorpresa me llevé cuando me enteré. ¿Está contenta? ¿Y los niños?

—Eh… sí, lo está llevando bien. Los niños también.

—Por fin surge un cambio en esta familia. Para mejor —sonrió con un brillo melancólico en sus ojos negros.

Brey volvió a sonrojarse un poco sin darse cuenta.

—¿Puedo haceros una visita algún día? —le pidió ella—. Sería mi primera oportunidad en años de volver a hablar con Cleven… Sé lo de su memoria borrada, tendré cuidado, claro. Puedo traer un bizcocho casero, el preferido de los niños.

El chico se quedó un poco cohibido. No sabía qué responderle. Había tenido muchos roces con Mei Ling en los últimos años y la verdad es que ya habían pasado muchos meses desde la última vez que Brey la dejó cuidar de los niños… La había estado apartando bastante últimamente. Meses atrás tuvieron una discusión fuerte, como otras veces antes, y ya era casi como algo normal entre ellos, y volvían a llevarse bien tiempo después, como ahora. Pero seguía siendo un poco incómodo.

Mei Ling interpretó su silencio de esa forma. Por eso, borró su sonrisa y miró a un lado, más reservada.

—Bueno, puedo verla igualmente por aquí si me la cruzo por el rellano o los ascensores.

—Mei…

—Nooo, no —le interrumpió ella, recuperando su carácter seguro y firme, moviendo el dedo índice mientras se iba hacia los ascensores—. No me vengas a hablar por pena, svarlivyy, hoy estoy de un humor fantástico y nada me lo va a estropear. Además —se giró hacia él mientras se abría la puerta del ascensor, sonriéndole—. La semana pasada rescataste a mi hermanito, y eso te lo debo.

Mei Ling se marchó. Y Brey se quedó ahí en medio del rellano, mudo, con cara de asombro, pero sin descifrar aún qué le asombraba tanto. Después de estamparla contra la pared como para haberla matado, ella seguía tan campante y de buen humor como si no hubiera pasado… Svarlivyy era la única palabra rusa que Mei Ling se había aprendido y con la que a veces lo llamaba como una pequeña burla. Significaba “gruñón” o “cascarrabias”. Pero cuando ella la pronunciaba, con ese acento diferente, y esa voz…

Brey empezó a sentirse muy raro por dentro y no le gustaba, así que optó por dejar de perder el tiempo pensando en tonterías y, ya sí, usó su velocidad de la luz para aparecer una fracción de segundo después en un callejón al lado del edificio del hospital, donde no había nadie que pudiera asustarse. Tras colocarse un poco el pelo despeinado, salió del callejón y se encaminó tranquilamente hacia el patio principal del hospital, donde ya estaban sus compañeros y otros que estaban llegando.

—Bien, ¿estamos listos? —dijo el viejo profesor, que portaba treinta carpetitas en las manos, y empezó a repartirlas—. Nos dividiremos en dos grupos de quince. Uno empezará viendo una parte y el otro la otra. Yo me hago cargo del primer grupo; del segundo, uno de los médicos del hospital. Tomad todas las notas que podáis, os recuerdo que esto va para examen.

El profesor se fue yendo hacia el edificio y los demás lo siguieron por detrás, montando barullo.

—Lenny, ¿ha pasado lista? —le preguntó Brey a su amigo alemán.

—No, será ya dentro cuando reparta las tarjetas de visita y verá quién falta o llega tarde. Has llegado a tiempo, tranquilo.

Se detuvieron todos en la inmensa sala de recepción. A su alrededor había un montón de gente yendo de aquí para allá y otros que esperaban sentados en unas sillas. A Brey le tocó en el segundo grupo, ya que era uno de los últimos de la lista por la inicial de su apellido. Mientras esperaban a que llegase el médico que guiaría al segundo grupo, el profesor les estuvo comentando algunas cosas sobre la visita.

—Por supuesto nadie tocará maquinita alguna salvo yo y el doctor que acompañará al segundo grupo —les advirtió—. Sólo limitaos a tomar notas, ¿de acuerdo?, que hubo un año que una clase se cargó uno de los escáneres por tocar sin permiso. Cuando empecéis las prácticas dentro de poco, ya tocaréis lo que queráis, ¿entendido? Con respecto al médico que estamos esperando, os comunico que es un profesional en medicina general y está especializado en Neurología, y tan sólo tiene 25 años.

Los jóvenes se miraron unos a otros con sorpresa.

—Es muy respetado y conocido por aquí, así que espero que no se os ocurra comportaros como críos de 16 años —prosiguió—. Es el más indicado para atender las visitas universitarias, pero esto le quita tiempo de su trabajo, por lo que se toma gran molestia en hacerlo. Por eso, espero que os comportéis. Es un médico sublime. Ah, aquí viene.

El viejo levantó una mano como saludo hacia el hombre que se acercaba a ellos, el cual respondió con un gesto de cabeza. Muchos de los estudiantes lo observaron con curiosidad, sobre todo las chicas, que empezaron a mirarse las unas a las otras soltando risillas y repeinándose como por instinto, como si pretendieran con ello ponerse más guapas o llamar la atención del joven doctor.

—Debe de ser un crack —comentó Lenny—. Medicina General y Neurología... ¿Qué piensas tú, Brey? En la uni debió de ser otro prodigio como tú.

El rubio no contestó. Lenny vio que su amigo tenía una cara muy concentrada, con los ojos entornados y la boca entreabierta, como si tratase de reconocer a alguien.

—¿Te pasa algo? —se extrañó Lenny.

Entonces, cuando el joven doctor se reunió con ellos, sonrió y le hizo una inclinación de saludo al profesor, Brey cayó en la cuenta de la misma forma que si cayera de bruces contra el suelo. Lo reconoció, le costó pero lo reconoció, y se vio a sí mismo petrificado.

—Este es el doctor Vernoux —presentó el profesor.

—Buenos días —saludaron todos.

—Buenos días —contestó Lex.

—Habéis de saber, alumnos —añadió el profesor—, que todos los aparatos y la maquinaria de este hospital proceden de la empresa tecnológica Hoteitsuba. Aquí el doctor Lex Vernoux es el hijo del fundador de esta empresa, por eso es el más indicado para hablaros del funcionamiento de los escáneres de última generación, pues conoce bien el trabajo de su padre. ¿Bien? A ver, el primer grupo, que me siga —ordenó el profesor.

El primer grupo empezó a moverse y a alejarse hospital adentro tras el viejo, dejando a los demás con Lex. Lex se dispuso a comenzar a hablar, pero se quedó un momento ofuscado por la manera en que los estudiantes lo contemplaban, como con admiración y análisis. Sobre todo, les cautivaba esa mirada azul tan profunda y serena tras sus elegantes gafas, como si tuviesen delante a un venerable sabio.

—Eh... Bueno —comenzó Lex—. Seguidme, empezaremos por los aparatos básicos de estructuras óseas.

El grupo lo siguió rápidamente por detrás, las chicas en primera fila, con sus miradas recorriendo desde su trasero hasta su cabeza. Brey permaneció detrás del todo con Lenny en sumo silencio, sin quitarle la vista de encima a Lex.

Fueron yendo de una sala a otra, vacías para disposición de los visitantes, viendo todo tipo de aparatos. Todo era muy complejo de entender a primera vista, pero Lex lo explicaba todo con tanta soltura y facilidad que enseguida comprendían el funcionamiento y apuntaban rápidamente en sus carpetitas. Todos mostraban una atención que los profesores de la universidad envidiarían. Y Brey no era diferente; sin darse cuenta, también se quedaba embelesado escuchándolo.

Una hora después, cerca del final de la visita, el segundo grupo se encontraba en una sala donde estaba el escáner cerebral, tomando información del área de Neurología. Lex, medio sentado en una mesa de la sala les explicaba, y ellos apuntaban.

—Ya sabemos la diferencia entre el escáner y la radiografía convencional, pero ¿qué pasa si queda una laguna en el diagnóstico? —preguntó una alumna.

—El EEG —dijo Brey por ahí al fondo, entretenido tomando apuntes.

—Eh… Efectivamente —respondió Lex, un poco extrañado tras oír aquella voz del fondo, sin saber de dónde venía, pero sintiéndola ligeramente familiar—. Como acaba de decir alguno de tus compañeros, si no hay certeza en el diagnóstico, puede ser útil usar tres tipos de electroencefalograma. El EEG activado con depravación del sueño, donde el paciente permanece sin dormir de 24 a 48 horas; el EEG prolongado, que se realiza durante varios días, utilizando simultáneamente un vídeo que graba los ataques; y por último el... —titubeó, y se quedó un poco perdido. Seguía pensando en esa voz que había oído.

—El EEG ambulatorio realizado de 24 a 72 horas durante la actividad normal del paciente —lo ayudó Brey.

—Exacto —musitó Lex, sorprendido.

—Pero, por ejemplo, en un paciente con epilepsia —dijo otra de las alumnas—, ¿el EEG daría resultados normales?

—Aun existiendo ataques epilépticos, tanto el EEG como el escáner cerebral y la resonancia magnética pueden dar resultados normales —respondió Lex.

—Pero esos recursos pueden ser perjudiciales, ¿no? —preguntó Lenny.

—La resonancia magnética se basa en el uso de ondas magnéticas y de radio, por lo que no hay exposición a los rayos X u otras formas de radiación perjudicial —le aclaró Lex.

Los estudiantes hicieron una pequeña pausa para apuntar. Se suponía que Lex ya les había explicado lo que debía explicarles, pero el grupo estaba tan interesado que seguían preguntando cosas.

—En las radiografías que se obtienen de este escáner —continuó otro chico—, ¿qué tipo de resultados se pueden ver?

—Pues, por ejemplo —contestó Lex—, en el momento en que sufrimos el conflicto, el choque alcanza un área específica en el cerebro provocando una lesión que es claramente visible en un escáner cerebral como un grupo de anillos objetivos y nítidos, así que con el impacto... —titubeó de nuevo.

Había algo que impedía a Lex dejar de pensar en esa lejana voz de antes con ese diminuto acento ruso, y eso le mosqueaba. Se quedó intrigado, tratando de descubrir de quién se trataba. Los demás se preguntaron por qué alzaba la cabeza constantemente, intentando mirar hacia el fondo de la sala.

—Con el impacto, las células cerebrales afectadas envían una señal bioquímica a las células en el órgano correspondiente, produciendo el crecimiento de un tumor, o de una degradación de tejido o una pérdida funcional, dependiendo de qué capa cerebral recibe el choque del conflicto —concluyó Brey, y sus compañeros lo miraron con sorpresa.

—Mira el señorito que se duerme en las clases... —masculló Lenny, dándole un codazo al rubio.

Lex se levantó de la mesa y miró por encima de las cabezas, entornando los ojos. Los estudiantes murmuraban unos con otros sobre sus cosas, y al moverse estos un poco, Lex alcanzó a ver el rostro de Brey. Su reacción fue lógica, se quedó patidifuso. ¿Quién iba a decirle que se lo encontraría en un grupo de estudiantes de Medicina hoy aquí? Nadie, nunca, jamás. Para Lex fue algo inesperado. Pero no pudo evitar formar una sonrisa en su cara.

—Pretendiendo dejarme mal en público —dijo Lex—. ¿Eh, tío Brey?

El grupo se quedó en silencio de pronto.

—¿Eh? ¿Cómo ha dicho? —se sobresaltaron los jóvenes, mirando a ambos con desconcierto.

—Quería comprobar si seguías teniendo miedo escénico —contestó Brey.

—¡Hey! —insistieron los demás estudiantes—. ¿¡Pero usted es sobrino de Brey, doctor!?

—Así es —asintió tranquilamente.

—¡Pero si usted es mucho mayor que él! —apuntó una chica.

—Sí, ya lo sé.

A partir de ahí la sala quedó inundada de voces y exclamaciones, nadie se esperaba algo así.

—Bueno, aquí acaba la visita —declaró Lex—. Podéis iros ya. Vamos, vamos, que hay médicos esperando para usar esta habitación.

Los estudiantes tardaron un poco en moverse, pero al final fueron saliendo poco a poco, sin parar de hablar. Brey se fue con ellos de nuevo a la sala de Recepción, donde ya estaban los del primer grupo con el profesor.


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