Seguidores

2º LIBRO - Pasado y Presente









27.
Amigos

Llegó el sábado, aunque para Neuval seguía siendo como un viernes muy largo. De hecho, no había pasado por casa aún. Después de despertarse ayer por la tarde de su breve siesta, se le había quedado una molesta sensación en la cabeza.

Hacía tiempo que no soñaba con la voz de Monique. No era lo mismo que soñar con su imagen o con recuerdos visuales de ella. Soñar únicamente con el sonido de su voz le había sucedido con menos frecuencia, pero siempre había solido venir precedido de algo malo. Era como un mal augurio. Neuval se convenció hace tiempo de que existía un patrón, porque cada vez que soñaba con la voz de su hermana, diciéndole aquellas palabras que nunca lograba entender, al poco tiempo ocurría una desgracia. La última vez que soñó esto, fue poco antes de la tragedia que acabó con la vida de Katya y el posterior descontrol que se apoderó de él, haciéndole enloquecer y destruir medio Japón.

Esto le traía malestar, ansiedad, paranoia, y lo único que conseguía apaciguarlas, antes eran las drogas, pero ahora procuraba acudir a otras prácticas, como ponerse a trabajar y concentrarse en cosas lógicas y racionales, como la ciencia. Por eso, cuando ayer por la tarde toda la empresa se fue vaciando de empleados que se marchaban a sus casas a descansar, él se quedó en el edificio toda la noche, alternando trabajo en su despacho y en su laboratorio privado, sin dormir ni un minuto.

Lao no le había dicho nada porque estaba acostumbrado a que Neuval tuviera estos episodios de aislamiento e insomnio, y ya había aprendido que lo mejor era dejarlo tranquilo. Hana también sabía esto. Por eso, ayer, antes de irse, le dijo que no se preocupase por nada, que ella estaría con Yenkis en casa. Para Neuval, Hana realmente era un salvavidas.

No obstante, a pesar de que ella le juraba de corazón que encargarse ella sola de Yenkis –y de Cleven antes– y de la casa durante los días que hicieran falta le encantaba y no le suponía ni una sola molestia, él lo seguía viendo injusto. Pero esto les pasaba a todos los iris, especialmente a Brey, que les costaba muchísimo pedir ayuda a los humanos para encargarse de cosas que supuestamente eran su responsabilidad y de nadie más. En esos casos, los iris siempre buscaban compensarlo. Normalmente, Hana se cabreaba con él cuando él le preguntaba cómo le gustaría que le compensara este tipo de favores, porque ella estaba harta de recordarle que, si estaba viva y sana y con un hogar y con empleo, era gracias a él, y eso ya era una compensación de por vida.

Sin embargo, esta vez Hana sí que necesitó de él un favor de vuelta. Le dijo que necesitaba irse de viaje este fin de semana, este sábado al mediodía, y que no quería dar explicaciones sobre ello hasta que regresase. Esto chocó a Neuval al principio, pero luego pensó que, tal vez, Hana quería ir a visitar a algún amigo, o a algún familiar, después de pasar los últimos años sin contacto alguno. Neuval sabía que ella se peleó con su padres y se marchó de casa cuando tenía 17 años, y que vivió un tiempo con una prima, y luego con amigos y malas compañías… Fuera lo que fuese, Neuval confiaba en Hana.

«—¿De verdad que no te importa ni te enfada? —le hubo preguntado ella ayer, antes de irse a casa—. Sé que debería informarte y darte detalles, pero…

—Las únicas veces que estás obligada a informarme y darme detalles es cuando se trata de un asunto de trabajo. Ya que es lo que pone en tu contrato laboral —sonrió él—. Pero en asuntos de tu vida personal y cotidiana… No eres de mi propiedad, Hana —intentó hacerle entender—. Eres una adulta y libre de hacer lo que quieras. Informarme sobre adónde vas y por qué es una decisión que tomas sólo para dos fines: conocer mi opinión y facilitarme el localizarte si desapareces o te pasa algo malo. No querer mi opinión ni mi seguridad en esto es de tu libre elección.

—Vale, Neuval. Pero eso no responde a mi pregunta.

—Hm… —casi rio, posando una mano en su mejilla—. No. No me enfada en absoluto, es absurdo enfadarse por eso.

—O muy humano —repuso ella.

—Exacto, cosa que no soy. Escucha, lo único que me importa es que estés bien, hagas lo que hagas. Si me quieres contar algo, me lo cuentas. Si quieres saber mi opinión, me preguntas. Si me quieres a tu lado, me llamas y voy volando, literalmente.

—Hahah… De acuerdo, Neu —acarició sus cabellos en su nuca—. Sólo te diré que no te preocupes. No voy a hacer nada peligroso ni ver a nadie peligroso.

—Lo único que te pido aparte de que estés a salvo, es que también tengas cuidado con tu identidad, Hana. Por favor, es muy importante. Si vas a ver a algún viejo familiar o amigo, no uses tu antiguo nombre. Ya te lo conté, pero la identidad que te di hace tres años la elaboraron los monjes del Monte Zou, y si algún policía cerca de ti se enterara o no le encajara al-…

—Descuiiiida —le interrumpió pacientemente—. No habrá problema con eso, te lo prometo. Y volveré en unos días, aún no sé cuándo, pero pronto. Sólo es un viaje que necesito hacer sola.

—Créeme, entiendo mejor que nadie ese tipo de viajes. Así que, ve tranquila. ¿Es al mediodía?

—Sí, tomaré un avión al mediodía, pero no te preocupes por Yenkis. Estaré con él esta noche y toda la mañana. Yenkis me ha dicho que él ya tiene planes mañana: comerá al mediodía con sus amigos en un restaurante, los acompañarán los padres de Ichiro Fujimoto. Y después, se irá a la casa de los Fujimoto, porque Ichiro y él tienen que hacer un trabajo escolar juntos, sobre la granja escuela. Lo han invitado a dormir también.

—Oh… De acuerdo. ¿Tengo que ir a recogerlo el domingo, entonces? Tenemos el número de los Fujimoto, ¿verdad?

—Sí, pero Yenkis dice que te escribirá sin falta cuando se vaya con ellos, cuando llegue a su casa, y un mensaje de buenas noches antes de irse a dormir. Y que no hace falta que lo recojas, que los Fujimoto lo traen de vuelta ellos mismos el domingo.

—Hm… Tengo que hacerles un buen regalo a los Fujimoto —se dijo Neuval, pensativo.

—Dios, sabía que ibas a decir eso ahora mismo —se rio ella.»


Por consiguiente, ya era sábado por la tarde, y el parisino volvía a encontrarse durmiendo sobre el sofá de su despacho como un cadáver, pasándole factura haberse pasado toda la noche y toda la mañana fundiendo los engranajes de su cerebro. Seguía vistiendo con su pantalón chándal negro y su camiseta blanca con algunas manchas de aceite de motor, y volvía a tener la mesita de al lado repleta de cosas dulces, y la pantalla digital mostrando diapositivas de Katya.

Esta vez, no puso vídeos ni sonido, esperando que eso no indujera nuevamente a su mente a soñar con la voz de Monique. Sin embargo, cuando ya llevaba un par de horas dormido, empezó a oír una voz femenina llamándolo, sacándolo de los brazos de Morfeo.

Entonces, se dio cuenta de que lo que le estaba despertando era la voz de Hoti.

—“Neuval” —repetía—. “Neuval. Neuval.”

—Uaaahh… —bostezó este, enderezándose y frotándose los ojos—. Quém… ¿Qué hora es?

—“Las cuatro y treinta y cinco de la tarde. Neuval. Hay alguien en el exterior.”

—¿Qué? —frunció el ceño.

—“Hay una criatura indefinida en el exterior. En la fachada, bajo el ventanal detrás de tu escritorio.”

El hombre se levantó del sofá con cara confusa, y mosqueada. Había un tramo de pared en su despacho, a continuación del ventanal tras su escritorio, que era una cristalera, que daba a un balcón exterior, donde tenía una mesa, unas sillas, una hamaca y algunas plantas. Abrió la cristalera corrediza y salió al balcón. En ese momento de la tarde, y a esa gran altura del rascacielos, soplaba un viento fuerte y gélido que le agitaba el pelo, la camiseta y el chándal violentamente, pero él ni siquiera parpadeaba, para él era como una agradable brisa.

Se fue al extremo del balcón para poder ver el ventanal por fuera; se asomó hacia abajo, pero no encontró nada fuera de lo normal… hasta que de pronto vio aparecer una cabeza asomando por debajo de la base de hormigón del balcón. Era la de un hombre de cabello castaño oscuro, algo de barba por el filo de su fuerte mandíbula, y unos enormes ojos amarillos de sapo. Sus manos también parecían de sapo, tenían membranas y las puntas de los dedos aplanadas, y estaban adheridas a la pared del edificio. La piel de su cara y de sus manos tenía algunas escamas pardas.

Ambos se quedaron mirándose mutuamente un rato, mudos. Hasta que Neuval chasqueó la lengua con fastidio, se acercó a unas macetas con plantas y cogió del suelo uno de los botes de espray que había junto a otros productos de jardinería.

—Dichosos hombres salamandra… —gruñó, y comenzó a pulverizar al otro con el líquido del bote—… anidando en mis balcones…

—¡Aaaggh! —exclamó Pipi al recibir aquel espray en la cara—. ¿¡Qué haces…!? ¡Para! ¡Cogh…! ¡Serás gabacho de mierda…!

—¡Shu! ¡Fuera, bicho!

—¡Me estás echando pesticida, cabrón! ¡Verás como te agarre…! —Pipi escaló hacia el balcón, literalmente como una salamandra, con sus manos y pies desnudos modificados, y sujetando sus botas en uno de sus brazos, colgando mediante los cordones atados.

Neuval soltó una risilla infantil y maléfica mientras corría a meterse dentro del despacho, pero Pipi fue más rápido y se abalanzó sobre él, recuperando el aspecto humano normal de sus ojos, manos y pies. Rodaron por el suelo del despacho y empezaron a darse de golpes, como dos críos.

—“Neuval. ¿Libero un gas letal?” —preguntó Hoti.

—¡¡No!! —exclamó Pipi, mirando un momento arriba—. ¡Joder, Hoti, que soy yo! ¡Pugh! —recibió un rodillazo de Neuval.

—¿Qué es esto? ¿Te estás haciendo viejo? —se burló Neuval—. ¡Ugh! —recibió una sacudida de Pipi.

—¡Mira quién habla! Eres dos meses mayor que yo y te llevo vapuleando desde que éramos críos —lo ahorcó entre sus brazos mientras seguían rodando por el suelo.

—¡Bugh…! ¡Eso es porque yo te dejaba…!

—¡Ya, claro! Suerte intentando quitarme de encima. Esperaré con gusto que me ofrezcas tu rendición por milésima vez.

El Fuu lo tenía crudo, Pipi tenía por norma más fuerza física que él. Pero Neuval era, por su elemento y por su nivel, la persona más ágil y escurridiza del mundo. Pipi se llevó un gran susto cuando, de repente, la cabeza que aprisionaba entre sus brazos desapareció, esfumándose junto con el resto del cuerpo. Se incorporó sobre el suelo y vio que debajo de él solamente estaba la ropa abandonada de Neuval. Unos segundos después, sopló una ráfaga de viento por el despacho, que terminó concentrándose en un remolino, el cual fue cambiando de materia, formándose nuevamente el cuerpo de Neuval en carne y hueso. Aunque ahora estaba desnudo.

—¡No vale! ¡Trampa! ¡Sabes que eso es trampa! —protestó Pipi, aún arrodillado en el suelo. Agarró las prendas y se las lanzó—. ¡Deja de exhibir tus impresionantes joyas francesas! De hecho, ¿qué pasa contigo? He venido aquí en son de paz a verte porque tú me lo has pedido.

—¿Y qué demonios hacías ahí pegado a mi balcón a 47 plantas de altura? —preguntó Neuval, mientras volvía a vestirse.

—¡Estaba revisando el ventanal! El mismo ventanal que hace tres días te cargaste a pedazos y que mis almaati —enfatizó, señalándose a sí mismo— vinieron a arreglar.

—Sí, pero les he pagado con mi dinero —se defendió Neuval.

—Sabes lo mucho que me duele que rompas cualquier trozo de mi edificio. Este rascacielos es mi mejor obra. Obviamente quiero comprobar que mis cooperadores han hecho una reparación adecuada.

—Si me lo regalaste, es mío. Y el ventanal lo rompieron los atacantes, no yo.

—Qué cara más dura… —masculló Pipi, poniéndose en pie y sacudiéndose la ropa. Tanto él como Neuval tenían rasguños y rojeces en la cara de los golpes que se habían propinado—. ¿Qué se supone que hacías, aquí en chándal, sobando en el sofá y con sobredosis de dulzura? —preguntó, y por un momento miró la gran pantalla desplegada en esa zona de butacas, todavía reproduciendo imágenes de Katya. Sin embargo, Neuval hizo un rápido gesto con la mano, y esa pantalla volvió a meterse en el techo en un segundo.

—Tomándome un descanso.

—¿Desde cuándo conoces el significado de esa palabra? —bufó Pipi, y se fue a sentar en una de las butacas, cogiendo de paso uno de los melocotones de la cesta de la mesa, y lo olisqueó—. ¡Mm! Son los mismos melocotones que el maestro Hideki solía regalarnos.

Neuval fue a la nevera de la minicocina que tenía ahí, sacó una lata de cerveza fría y se la lanzó a Pipi, el cual la atrapó con una mano veloz sin levantar la vista siquiera. Después de comerse aquel melocotón entero, hueso incluido, olisqueó la lata también, antes de abrirla. Solía hacer eso con todo lo que cogía o tenía delante, olfatearlo. Era una costumbre instintiva. Llevaba más de 30 años siendo un Dobutsu y su afinidad principal era con los cánidos. Otros Dobutsu tenían manías o instintos más afines con las aves, como Sam, o con los reptiles, los félidos, primates, etc. Pipi le dio un trago a su cerveza y después resopló largamente, acomodándose en la butaca.

—¿Qué, un día duro? —le preguntó Neuval.

—Para los iris que nunca nos hemos exiliado, todos lo son —respondió el español.

—¿Estás en medio de alguna misión? —quiso saber, sentándose en el sofá, al otro lado de la mesita, mientras picaba varios frutos secos que se había puesto en un cuenco.

—Terminamos una muy gorda hace tres semanas, justo antes de que Brey nos pidiera ayuda para rescatar a Kyo de los palurdos de la MRS.

—¿Terminamos? —captó que no se refería sólo a él y a su SRS.

—Kanon y yo —le explicó Pipi—. Fue una misión de alto calibre, así que le pedí ayuda a Kanon y a su ORS. Con ellos, la terminamos en la mitad de tiempo de lo previsto.

—Os ha estado yendo muy bien sin mí, entonces —sonrió Neuval.

—No digas eso. Sin ti no era lo mismo. Aburridísimo. Y por cierto, Kanon está mosca contigo.

—¿Qué? ¿Y yo qué le he hecho?

—Vino a darte la bienvenida aquella noche, junto a todas las otras RS aliadas que fuimos a verte a la Torre de Tokio, pero ella esperaba que algún día de la semana pasada fueras a quedar explícitamente con ella, en condiciones, para charlar.

—¿Dijo ella “charlar”? —Neuval mostró una sonrisilla irónica.

—Dijo que dependía.

—¿De qué?

—De si seguías estando con Hana o de si llevabas con ella una relación abierta o no.

—Bueno. Le habrás dicho a Kanon que, efectivamente, estoy con Hana actualmente, y que tengo una relación fiel y formal con ella, ¿no?

—Yo a Kanon no puedo decirle cosas que no sé, y mucho menos decirle cosas que a mí no me incumbe decir —se encogió de hombros Pipi—. De todas formas, Neu, le debes una visita a Kanon. Es tan amiga íntima tuya como yo. La única diferencia es que conmigo no te acuestas —sonrió con burla.

—Han pasado más de tres años desde la última vez que Kanon y yo nos acostamos. Ya dejamos esos encuentros cuando Hana apareció en mi vida, Pipi, no me des la lata con eso —farfulló Neuval, mientras se metía un puñado de almendras a la boca—. De todas formas… —habló con la boca llena, pero luego tragó—… tienes razón. He estado tan desconectado de ella como de ti. O incluso más. Y la verdad es que la he añorado mucho.

—¿Y por qué tardas tanto en quedar con ella un día y poneros al día con una cerveza, como estás haciendo ahora conmigo?

—Mmm… —Neuval ladeó la cabeza de un lado a otro, un poco remiso—. Me preguntaba si… me sigue viendo tan amigo como antes. Contigo es diferente porque somos “hermanos” desde los 12 años. Ya podemos pasar un siglo sin vernos, y seguiremos siéndolo. Kanon se nos unió hace quince años. Entre tú, ella y yo hay una amistad inquebrantable, pero… siento que he podido decepcionarla o que la he alejado desde que estoy con Hana…

—Memeces —le espetó Pipi—. Cómo se nota que eres un iris sensible. A Kanon le importa un carajo si dejáis de acostaros o no. Ambos estáis en la misma onda con eso, estáis de acuerdo en que lo vuestro es mera atracción física y nada más. Habéis sido dos viudos que han encontrado consuelo mutuo de vez en cuando, y tanto ella como tú sabíais que no había más que eso, y que, por encima de cualquier cambio, vuestra amistad era invariable. Y si crees que se siente decepcionada por tu distanciamiento durante tu exilio… —hizo un gesto con los brazos—… joder, Neu, eso es como insultarla. Kanon es probablemente la iris que mejor te entiende, incluso más que yo. Cuando ella perdió a su marido, ya llevaba años de experiencia siendo iris y aun así le costó recuperarse de esa pérdida en los años siguientes. Créeme, ella te añora tanto como tú a ella. Los tres, ¡míranos!, somos el trío de Líderes más guapos y geniales de la Asociación.

Neuval se rio, y se quedó más aliviado al escuchar las palabras de su viejo amigo.

—Si de verdad ella está esperando reconectar nuestra amistad como antes, la invitaré a comer un día. De hecho, Pipi, deberías apuntarte. Deberíamos quedar los tres juntos, algún día, para comer, y por la tarde podríamos hacer patrulla por toda la ciudad y partirles la cara a los criminales que nos encontremos, como en los viejos tiempos, y luego podemos jugar a los bolos, unas cervezas…

—Hahh… qué bien suena eso —suspiró Pipi, y le sonrió a su amigo, y ambos se rieron—. Es un gusto ver que las cosas se van arreglando poco a poco tu alrededor, Neu.

El parisino hizo un gesto agradecido. Denzel le dijo lo mismo anteayer. Tenía mucha gente que le quería. Pero todavía se seguía preguntando si de verdad era digno de eso.

—Bueno… —se encogió de hombros, y miró al suelo con aire apesadumbrado—. Es lo que hay. Me merezco toda la mierda que me ha caído. Por haber sido tan débil… y mentalmente inestabl-…

¡POM! No pudo terminar la frase porque de repente Pipi le lanzó la butaca entera. Del impacto, Neuval se volcó con el sofá incluido y la butaca encima. Luego apareció Pipi apartando la butaca, volcándola a otro lado, para sentarse sobre su espalda y ahorcarlo con los brazos otra vez.

—Kkgh… Pipiiiiggkhh…

—Esto, gabacho, es lo que realmente te mereces cuando te pones a decir esas putas sandeces de que te mereces las cosas malas que te han pasado.

—Eres peor que mi madregggh…

—Me extraña que Ming Jie no te haya dado ya un definitivo escarmiento por tu maldita manía de autodespreciarte.

—“Neuval. ¿Libero un gas letal?” —preguntó la voz de Hoti.

Con tanto jaleo, ninguno de los dos oyó que Hoti, después de esa pregunta, les avisó de un visitante inminente.

—¡Sooor-… —se oyó una voz fuera del despacho, al otro lado de la puerta cerrada, y de repente se abrió de golpe, apareciendo una Cleven sonriente—… -presaaa!

Todo se quedó en pausa. Pipi y Neuval, petrificados como estatuas, la miraron con caras ojipláticas. Cleven, por su parte, los miró a ellos con la sonrisa congelada en extrema confusión. No sabía qué de todo aquello la descolocó más, si ver a su padre con esas pintas de chándal y camiseta de mecánico con manchas, tirado bocabajo en el suelo y despeinado, o a otro hombre sentado encima de él presuntamente estrangulándolo, o que estuvieran entre un sofá y una butaca volcados. Pero sólo pasaron dos segundos y medio cuando Pipi y Neuval se levantaron como el rayo y se pusieron ambos a sostener el sofá por cada extremo.

—Sí, por aquí me parece bien —decía Neuval—. Muévelo un poquito hacia la izquierda.

—Ajá, donde tú me digas. ¿Está bien en este ángulo? —decía Pipi, mientras colocaban el sofá de vuelta a su sitio.

—Perfecto. Gracias por ayudarme a redecorar mi despacho. Estos muebles pesan mucho.

—No hay de qué. Permite que te coloque la butaca donde creo que va mejor —cogió Pipi la butaca volcada para devolverla a su lugar.

—Ehm… ¡Vaya, dichosos los ojos! —Neuval se giró hacia Cleven velozmente con una gran sonrisa inocente mientras el corazón seguía latiéndole en los tímpanos y le palpitaba un chichón en la frente—. Cleven, mon doudou, qué inesperada sorpresa…

—Símm… esa era la idea —dijo ella, todavía sin comprender del todo lo que había visto, y mirando al otro hombre, más reservada—. Perdón, no sabía que estabas reunido. Yenkis me había dicho por mensaje que hoy estabas en la empresa y Hoti me ha dicho que estabas de descanso en este momento… Pero si estás trabajando…

—Oh, no, no. No estoy trabajando ahora —se acercó a ella y la empujó suavemente a sentarse en una de las sillas frente a su escritorio, y él se sentó en el borde de este.

—¿Por qué estás así vestido? —señaló Cleven, mirando después sus cabellos despeinados—. Guau, pareces otra persona…

—¿Eh? —se miró a sí mismo—. Esta es la ropa que me pongo cuando trabajo en el laboratorio.

—Ah… A veces olvido que también haces cosas de mecánico y experimentos y esas cosas.

—¿Y tú por qué vas así? —brincó Neuval al ver que tenía una vistosa mancha marrón en el jersey a la altura del pecho—. No me digas que vas así de sucia a los lugares, Cleven. ¿No pone Brey lavadoras en su casa? —cogió de un cajón de su escritorio una toallita húmeda un poco gruesa y de color azul y se puso a frotarla sobre la mancha para limpiarla.

—Papá… —protestó Cleven en voz baja, mirando de reojo y abochornada al otro hombre desconocido, allá sentado en una de las butacas del saloncito.

—Es importante cuidar la higiene y el aspecto si quieres que la gente te tenga un mínimo de respeto. ¿Quieres que te lave la ropa en casa?

—Papá, ¡que no! —se puso más roja—. Siempre voy impecable a todos lados. Esta mancha me la acabo de hacer por accidente. Al entrar al edificio, he cogido un par de bollitos de la cafetería y me los he comido en el ascensor de camino a tu despacho, y se me ha caído un poco de crema de chocolate. Luego en la calle me la taparé cerrándome el abrigo, así que no hace falta q-… —se quedó muda cuando su padre terminó de frotar con esa toallita en su jersey, y no sólo la mancha había desaparecido por completo, sino que la tela quedó seca y como nueva—. ¡Oh! ¿¡De dónde has sacado esas toallitas mágicas!? ¿¡De qué marca son!? ¿¡Dónde las puedo comprar!?

—Oh, ahm… —titubeó Neuval, y miró un momento a Pipi con disimulo—. Me temo que las compré… en algún viaje al extranjero, no recuerdo dónde, y apenas me quedan.

Lo cierto es que esas toallitas eran un invento iris. Al igual que Drasik, muchos otros Sui especializados en Química habían llegado a inventar productos bastante útiles y especiales. En este caso, estas toallitas que limpiaban literalmente cualquier mancha sin dejar ni siquiera un rastro molecular las había inventado Sakura, la presumida Sui de Pipi y la chica del instituto que Cleven no podía aguantar. Para los iris, este tipo de producto era muy importante, cuando necesitaban limpiar de forma inmediata, por ejemplo, manchas de sangre u otras sustancias de la ropa, o del coche o de cualquier cosa para tenerlo todo libre de rastros en caso de que la policía analizara algo.

—Pero bueno, Cleventine, ¿también vas con la boca manchada? —rechistó, viendo que tenía los labios algo manchados de chocolate también, y esta vez cogió un pañuelo de papel normal de una cajita sobre el escritorio y fue a limpiarle él mismo.

—¡Papá! —lo frenó ella, volviendo a ponerse roja hasta las orejas, y le quitó el pañuelo para limpiarse ella misma de mala gana—. ¡Que ya no soy una niña pequeña!

—¿Estás segura? —le espetó—. Comes como una.

Arrête ça!

—Ooh… —sonrió con exagerada ternura, haciéndola rabiar—. No te enfades. Lex comiendo da más asco que tú y sigue siendo un hombre muy decente.

—¿Y cuál es tu excusa? —señaló Cleven la camiseta sucia de él.

—¿Esto? Aceite de motor. Manchas de trabajo. Son manchas que dignifican a uno —dijo con tono petulante, cerrando los ojos con aire digno.

Cleven le lanzó una mirada asesina. Su padre era irritante, con sus respuestas para todo. Pero… esta vez era muy diferente. Esta vez, no estaban discutiendo de algo serio, no había dolor, no había rencor ni frustración. Era simplemente una discusión tonta, y ella no pasó por alto el claro tono de broma y divertido de él. Hasta ahora, no lo había pensado, porque había estado dándolo por sentado, el hecho de que todos estos últimos siete años su padre era quien había estado ocupándose de estos pequeños detalles de la vida cotidiana, de procurar que sus hijos tuvieran la ropa limpia, y la cara, las manos, y que cuidaran su higiene y el aspecto, e ir a limpiar las manchas nada más verlas… Eso también lo hacía su madre cuando vivía, esa atención, esos gestos de cuidado cotidiano.

Cleven volvió a sonrojarse un poco, pero esta vez no de rabia, sino de una sensación cálida. Quizá su padre no era el hombre tan frío y distante que ella había creído en los últimos años, porque estos gestos de él, en realidad, habían sido muy comunes, solo que ella no los había tenido en consideración, o valorado o recordado.

Por su parte, Neuval, que seguía sonriendo tranquilamente, empezó a sentirse incómodo ante ese silencio tan raro de Cleven. Temió haberse pasado con la broma y haberla molestado y enfadado de verdad, como muchas otras veces había pasado sólo por decir o hacer algo fuera de lugar. Los adolescentes podían ser muy irascibles y enfadarse enseguida por cualquier cosa. Él mismo había sido así a su edad. Como iris, podría identificar la verdadera razón de ese silencio de Cleven, que era de pura realización de darse cuenta de esta faceta de su padre que tantos años había ignorado, pero como ella lo tenía tan acostumbrado a otra actitud, esto se le escapaba.

—Bueno… esto… ¿Estás bien? —intentó Neuval calmar el supuesto enfado de Cleven—. ¿Has venido aquí para pedirme algo? ¿Cuánto dinero necesitas?

—¿Qué? —lo miró contrariada, mientras se ponía su bolso sobre el regazo. Pero luego se dio cuenta—. Caray… ¿Sólo te tengo acostumbrado a eso?

—¿Estás en problemas?

—¿Q…? ¡No! Papá —suspiró ella pacientemente—. No he venido a verte para pedirte algo. Sino para enseñarte algo.

—¿Ah?

Entonces Cleven metió las manos en su bolso y sacó una hoja, y la estampó sobre el escritorio de un manotazo, poniéndose otra vez de pie de un salto.

—¡Bam! —le sonrió con mirada desafiante—. ¡Toma ya! ¿¡Qué te parece!?

Neuval, que se había pegado un pequeño susto, se inclinó para ver esa hoja. La reconoció porque era la misma hoja que buscó y encontró anteayer hurgando en la cartera de Denzel, solo que anteayer no estaba aún corregido. Era el primer examen gordo que Cleven había tenido este curso, de Ciencias.

Neuval tenía fe en que Cleven iba a poner esfuerzo, tal como ella le prometió, y esperaba que realmente conseguiría aprobarlo aunque fuera por los pelos, aunque fuera con 60 puntos raspados, que era la mínima nota para aprobar. Por eso, casi le dio un vuelco el corazón cuando vio que tenía 78 puntos. Eso era un B+, a dos puntos de llegar a la A, la cual abarcaba desde los 80 hasta los 100, mientras que la B abarcaba desde los 70 hasta los 80, y la C de 60 a 70. Neuval esperaba al menos una C-. Y había sacado un B+.

Esto no era ninguna nimiedad. Esto estaba pasando por primera vez en muchos años. Para Cleven, era aprobar por fin un examen sin una triste C. Para Neuval, era una señal de que su hija estaba recuperando la ilusión de la vida y la confianza en sí misma.

Cogió la hoja entre sus manos y la revisó entera, con sus ojos grises ocultando un brillo emocionado, mientras Cleven esperaba algún comentario ahí de pie, sonriendo orgullosa con la barbilla alta.

—¿Qué? ¿Pasmado? ¿A que no te lo esperabas? ¿Creías que no podía sacar una nota así?

—Que yo recuerde, fui yo quien te dijo a ti que podías de sobra sacar buenas notas. Eras tú la que se consideraba tonta a sí misma cuando para nada es cierto.

Cleven recordó que eso era verdad. De los dos, era ella la que tenía bajas expectativas en sí misma. Pero entonces volvió a sonreír, sonrojándose un poco con vergüenza.

—¿Por eso has venido aquí… en persona? —le preguntó Neuval, sorprendido ante ese detalle—. ¿Para verme y enseñármelo en persona?

—Sí… bueno… es que mi profesor, Denzel, me sugirió que fuera a enseñártelo en persona… aunque reconozco que yo misma me he emocionado con la nota y… no sé, me ha parecido buena idea ir a mostrártelo esta tarde… y darte una sorpresa… Pero sé que debería haberte llamado antes, sé que no te gusta que la gente venga aquí sin avisar…

Neuval la abrazó sin previo aviso, y Cleven se quedó muda. Pero ese abrazo le produjo una sensación maravillosa. Por supuesto, ella siempre había deseado, en el fondo, recibir la aprobación de su padre igual que había visto a sus hermanos recibirla siempre con los logros que ellos obtenían constantemente. Sin embargo, tal vez había estado siete años sin recibirla porque ella misma lo había estado impidiendo, creyéndose no merecedora de ello. Si el autodesprecio fuera hereditario, esta sería una prueba. Cleven aún no sabía lo mucho que se parecía a él. Tal vez, debería haberse permitido a sí misma atreverse a hacer esto más veces, ver a su padre en persona, para mostrarle un logro, aunque fuera pequeño, y recibir de él una aprobación que él siempre había estado deseando darle.

—Bueno… Mm… —balbució Cleven una vez se separaron, y se rascó la nariz, tímida—. El mérito no ha sido sólo mío. Me han ayudado.

—¿Sí? ¿Tu tío?

—No, un compañero de mi clase superamable y superbueno y supergenial… —se le escapó una sonrisilla boba—. B-bueno, o sea… Tú seguro que tienes que saber quién es. Kyosuke Lao. Resulta que es el nieto de tu socio, el viejo señor Lao.

—¡Prff! —Pipi, allá en la zona del sofá y las butacas, se atragantó un momento cuando le estaba dando un sorbo a su lata de cerveza.

Cleven lo miró sobresaltada un instante, pero luego vio que su padre tenía una mueca muy rara, un tercio sonrisa, un tercio nervios y un tercio esfuerzo por disimularlos.

—Aaeh… —titubeó Neuval—. Sííí… Kyosuke Lao, claro… Había oído que está en tu misma clase este año. Así que… ¿os estáis haciendo amigos y tal?

—Sí, y es genial —le dijo ella muy contenta—. Me ayudó a estudiar para este examen. Y siempre es amable conmigo… ¡Papá! ¿A qué viene esa cara? Te aseguro que este chico no es para nada como esos otros con los que andaba antes y que tanto disgusto te daban. Creo que Kyo se está volviendo uno de mis mejores amigos.

—Amigos… vale —murmuró Neuval, sin saber si eso seguía siendo buena idea o no y sin poder dejar de estar tenso.

—Cof… —se oyó una tosecilla de Pipi por ahí.

—De hecho, este curso estoy haciendo más buenos amigos —siguió contándole Cleven con entusiasmo—. Aparte de Kyo, y Nakuru y Raven, también está el amigo de Kyo, Drasik, pero sólo se nos une unos días sí y otros no. Es muy raro, depende de qué humor tenga, pero a mí ese me da igual. ¡Oh! También está Álex, nos la ha presentado Nakuru. Alejandra Suárez, es supersimpática, y hace kickboxing, es muy guay…

—¡Ahh! —Pipi dio un respingo y un brinco sobre la butaca de allá—. ¿Eres amiga de mi Álex?

—Ah… ¿Qué? —lo miró Cleven con desconcierto—. Disculpe… ¿usted es su padre?

—¡Sí! —respondió alegremente, y se acercó hasta ellos, con una mano en el pecho—. Permite que interrumpa un momento tu conversación con tu padre para presentarme. Soy Nicolás Suárez, Cleventine, un gusto.

Cleven se quedó perpleja por esta inesperada casualidad.

—Oh, guau… Y pensar que el otro día Álex y yo estuvimos despotricando sobre vosotros dos…

A Pipi se le borró la sonrisa y puso una enorme cara de desilusión.

—¡Cleventine! —le reprochó Neuval con enfado.

—¡Uy! ¡No, no, pero no de mal rollo! —se apuró a explicarle Cleven a Pipi—. Ya sabe, las chicas de mi edad hacemos eso, nos gusta hablar de lo plastas que son nuestros padres… Pero todas las veces que Álex le ha mencionado, se nota que le quiere. Dice que mudarse aquí para vivir con usted es la mejor decisión de su vida y está muy feliz.

—¿Dice eso? —Pipi volvió a recuperar la sonrisa mientras se le empañaban los ojos como a un bebé, conmovido.

—De hecho, ¿cómo es que usted está aquí, señor Suárez? ¿Se conocen mi padre y usted? ¿Desde cuándo? —preguntó curiosa.

Pipi y Neuval cruzaron una discreta mirada.

—¿Cómo no vamos a conocernos? —dijo su padre—. Estás ante el arquitecto de mi castillo.

—¡El…! —se asombró la muchacha—. Sí, ya… ¿¡En serio!? ¿¡Es usted quien construyó este rascacielos!? ¡Qué pasada!

—Bueno… —Pipi se rascó la cabeza, halagado.

—En fin, jovencita. Tengo que seguir zanjando algunos asuntos —le dijo su padre.

—Ah, sí. Ya me voy —dijo ella, volviendo a guardar su examen en su bolso—. ¿Te ha gustado esta sorpresa, entonces?

—Cleven —le puso las manos en las mejillas y se inclinó hacia ella para mirarla a los ojos, sonriente—. No te lo puedes ni imaginar.

Ella volvió a quedarse muda. Su padre realmente parecía una persona distinta últimamente. O eso, o es que ella estaba abriendo más los ojos y viéndolo como era realmente. O una mezcla de ambas cosas.

—Papá, te noto cambiado —decidió comentárselo ahora directamente, pues ya desde el día de la reunión del instituto le había estado llamando la atención e intrigando.

—Ah, ¿sí? ¿Y te gusta el cambio?

—Depende. ¿Eres más feliz con este cambio?

Neuval se sorprendió con esa pregunta. Por un momento, tuvo la sensación de estar con la vieja Cleven del pasado, una Cleven que, pese a su corta edad, era espléndidamente perspicaz y empática.

—Sí.

—Entonces, me gusta —sonrió Cleven.

—Yo noto lo mismo en ti —le dijo él—. Has cambiado. ¿Es un cambio que te hace feliz?

—Sí —contestó ella, y miró al suelo con vergüenza.

Nous devrions le célébrer —declaró Neuval, volviendo a erguirse, y rodeó el escritorio para ir a sentarse en su silla—. Ton meilleur examen depuis des années. (= Deberíamos celebrarlo. Tu mejor examen en años.)

Qu'est-ce que tu as en tête? —se ilusionó Cleven. (= ¿Qué tienes en mente?)

—Pues… Podríamos hacer una gran cena en casa un día de estos, con pizzas y hamburguesas, con un gran pastel de postre… —Conforme iba describiendo eso, a Cleven se le abrían más los ojos y se le caía la baba—. Después, podrías pasar la noche en casa… y mientras duermes, cerraré todas las puertas y ventanas para que no puedas salir nunca jamás.

—¿Q…? —a Cleven se le quedó cara de horror—. ¡Papá! ¡No hablarás en serio!

—Hahah… —se rio Pipi—. Me parece que tu padre te echa de menos, Cleventine.

—Venga ya… ¿Es eso verdad? —frunció el ceño, mirando al susodicho—. Yo creía… que vivías más tranquilo sin mí.

—Más tranquilo y más triste —aclaró Neuval.

—¿Sí? —murmuró Cleven, sin esperarse oír eso, y volvió a mirar al suelo, sin saber cómo responder.

—Tranquila, Cleven —sonrió su padre más suavemente—. Sólo estoy bromeando. Es decir, sí que añoro tenerte en casa, eso ni lo dudes. Pero viendo lo bien que te va en la casa de tu tío y con tus primos, no se me ocurriría obligarte a irte de allí. Aun así… me gusta mucho que vengas a hablarme de tus cosas de vez en cuando. Hazlo más veces.

Cleven suspiró aliviada, y más entusiasmada de lo que ya había venido.

—Gracias, papá —se llevó el bolso al hombro—. Bueno. Me voy a casa ya. Encantada, señor Suárez —se despidió de él con una inclinación.

—Igualmente.

Cuando Cleven se marchó y volvieron a quedarse los dos solos, Pipi se giró hacia Neuval, mostrándole una mueca sobrecogedoramente afligida.

—¿Y a ti qué te pasa? —se sorprendió el Fuu.

—Oírla llamarme “señor Suárez” es como una puñalada en el pecho —casi sollozó el hombretón.

—¿Y cómo quieres que te llame? —se rio.

—Ella antes solía llamarme “tito Nico”, ¿recuerdas? —siguió lamentando, nostálgico, y Neuval le respondió con una cara comprensiva—. Está muy mayor…

—Lo sé.

—Está enorme… —insistió Pipi, asimilando haber visto de nuevo a Cleven después de siete años, mientras se sentaba en una de las sillas frente al escritorio.

—Sí.

—Y es el vivo retrato de Katya.

—Pero tiene mi nariz.

—¡Neu! ¿Te das cuenta de lo que ha pasado? —sonrió de repente, contento, y el otro lo miró confuso—. ¿No he estado años diciéndote que uno de mis deseos era que ojalá nuestras hijas fueran amigas? ¡Ha ocurrido! ¡Y de casualidad!

—Oh, es verdad. Me dabas la tabarra con eso desde que éramos jóvenes, antes de que acabáramos el instituto incluso. Y luego el sensiblero soy yo —se rio.

—Vamos, sabes que era una de mis ilusiones del futuro, y también sabes por qué —se defendió Pipi—. Entre tu hermano, tú y yo, soñaba con la idea de que los tres tuviéramos familias unidas en el futuro. Como Hideki, Emiliya y Kei Lian. Álex apenas lleva un par de meses en este país y no sólo acaba haciéndose amiga íntima de Nakuru de pura casualidad en los primeros días del curso, ¡sino también de Cleven y de Kyo! ¡Al final se ha cumplido! ¡Mi hija, tu hija y el hijo de Sai! Por cierto… te he notado preocupado por esto último.

—Hahh… —suspiró Neuval, apoyando la barbilla en las manos—. No creo que deba preocuparme. Ya sabía que existía la posibilidad de que Kyo y Cleven entablaran amistad si están este año en la misma clase. Y además, sé que Kyo sabe el cuidado que debe tener, y por qué debe tenerlo. Confío en él, tanto como en Nakuru, para saber mantener a Cleven protegida y alejada del mundo de los iris. Y a ti, ¿te preocupa?

—Hmm… —suspiró también, mirando al suelo—. No lo sé. Desde los 4 años hasta ahora, Álex ha vivido solamente con su madre en Madrid por razones inevitables. No he podido tenerla conmigo en todos esos años. Y todo por culpa de que en 30 años no he sabido cumplir mi venganza.

—La tuya es de las más difíciles que hay, Nico. Y la seguridad de tu hija estaba por encima de cualquier cosa.

—Sí. Pero… lo he estado pensando mucho últimamente. Primero voy a esperar, tantear el terreno, ver qué tal se aclimata Álex aquí en esta nueva vida conmigo… y después creo que se lo contaré.

—¿El qué? —preguntó Neuval, pero viendo que Pipi prolongaba el silencio, cayó en la cuenta y lo miró con horror—. ¿¡Qué dices, estás loco!? ¡Es tu única hija, y humana, e inocente, y…!

—Acaba de cumplir 17 años —repuso Pipi—. La he visto crecer a trozos, con algunas visitas al año, y hablando por teléfono y videollamada cada semana… Al menos me he sentido unido a ella de esa forma, y sobre todo porque ella siempre ha querido verme y llamarme y contarme siempre sus cosas. Pero creo que ahora me ha llegado la oportunidad de estar unido a mi hija de manera completa. Ya sabes… sin secretos, sin mentiras…

—Pero Pipi… ¿Y su seguridad?

—Sinceramente, creo que esta es una de esas ocasiones en que la verdad la protegerá más que la mentira. Se nos están haciendo mayores, Neuval, se nos van de entre las manos, se nos están independizando… Creo que Álex debería saber la verdad sobre su familia.

—¿También le vas contar de qué familia procede?

—Por mucho que me disgustara, Álex ha tenido toda la vida una relación muy cercana con mi padre, mis hermanos, mis sobrinos, primos, primos segundos… Para todos ellos también será más fácil relacionarse con Álex sin tener que ocultarle todo el tiempo que todos son iris y almaati. Y para mí también —añadió con un tono más emocionado—. Quiero que Álex me conozca. Que sepa quién soy realmente. ¿Entiendes?

Neuval no dijo nada. Obviamente, Pipi estaba hablando de su propio caso y de sus circunstancias, pero Neuval no podía evitar escuchar todas esas palabras como si estuviera hablando de él y de Cleven. Después de un rato de silencio, le vino un detalle a la cabeza.

—¿Dices que tu hija se hizo amiga íntima de Nakuru al poco de comenzar el curso?

—Sí —sonrió Pipi felizmente—. Me llevé una alegría, cuando Álex me dijo que ya había hecho una amiga y me dijo el nombre de Nak. Es decir, ya me entiendes, todo padre querría que su hijo o hija tuviera de amiga a alguien como Nakuru, ¿verdad?

—Sin duda, mi Suna es una chica excepcional —dijo Neuval con orgullo, aunque luego entornó los ojos, denotando su sospecha sobre algo—. ¿Cómo de íntima… es con ella? —quiso saber.

—Pues… se ven todos los días en el instituto, pero por lo visto también quedan juntas después, para dar una vuelta y tomar algo… Todos los fines de semana también quedan… Hablan constantemente por el móvil… —A Neuval le fue creciendo una sonrisilla pícara—. ¿A qué viene esa cara de duende maléfico? —se mosqueó Pipi.

—Sí que son íntimas, sí…

—Eh, ¿qué insinúas? Tu hija ha sido íntima de Nakuru desde la infancia. Ellas hacen exactamente lo mismo, ¿no?

—Mmnno, “hermanito”, Cleven y Nakuru son íntimas amigas, pero la relación que llevan es un 35 % menos intensa que lo que acabas de describir.

—¿Ah?

—Pipi. Nicolás. Amigo —intentó explicarle Neuval—. ¿Dónde está tu infalible instinto supremo, tu olfato, tu perspicacia? ¿Sólo te funciona con los criminales o qué?

—¿Ah? —repitió.

—Vamos a ver. Las veces que Álex te ha hablado de Nakuru, y las veces que tú la has mirado mientras hablaba con ella por el móvil y tal… ¿Qué tipo de expresión emocional tenía durante esas acciones?

Pipi se quedó procesando un rato. Recordó dichas ocasiones con detalle, y esta vez, las analizó como iris. Ojos brillantes, pupilas dilatadas, mejillas sonrojadas, sonrisa radiante, voz ligera y dulce… Todo este tiempo, y se daba cuenta ahora.

Pipi se quedó como un monigote en la silla.

—Mm, hm —asintió Neuval, sonriendo divertido.

—¿¡Qué!? —exclamó por fin.

—Mm, hm.

—¡Pero ella…! ¡Q…! —casi se levantó de su silla, y se puso a mirar de un lado a otro, como intentando encontrar todo el resto de señales que se había estado perdiendo en años—. ¡No puede ser verdad!

—¿Tanto te disgusta esta noticia? —se sorprendió el Fuu.

—¡Claro que me disgusta! ¿¡Cómo no me va a disgustar que Álex no me haya dicho nunca nada!? ¡Esto es algo importante de ella, y yo creía que ella me lo contaba todo! ¿Por qué no me lo ha dicho nunca? —miró a su amigo con pena—. Yo creía que Álex sabía que podía contarme cualquier cosa, ¿por qué esto no? ¿Es porque en realidad no me ve de confianza? ¿Le he dado esa impresión? Siempre he procurado ser ese tipo de padre cuya hija sintiera que podía contarle cualquier cosa. ¿Le da miedo mi reacción o algo? ¿Cree que mi reacción la defraudaría? ¿Cómo puede pensar eso de mí? ¿Cuándo le he hecho pensar eso…?

—Ssh, ssh… —Neuval, que se había levantado de su sitio y se había acercado a él, fue posando las manos en sus hombros y dándole palmaditas—. No pasa naaada, ssh… Estás teniendo otro de esos ataquitos de pánico irracional que tanta satisfacción me dan.

—¡Neu! —levantó la cabeza con ojos dolidos y enfadados.

—¿Qué? Los “soldados ejemplares” siempre sois tan emocionalmente perfectos que veros por una vez mostrar vulnerabilidad por algo irracional es como ver un eclipse o cualquier otro evento cósmico poco habitual.

—¿Y si te eclipso la cara? —le gruñó.

—Pipi, te ahogas en un vaso de agua siempre que se trata de tu hija. Relájate. Tener una relación ejemplar o de plena confianza con ellos no significa que ellos vayan a contarte todo o a contártelo al instante. A veces simplemente quieren guardarse cosas para sí mismos, y no necesariamente es porque desconfíen o teman tu reacción.

—¿Hablas por experiencia? No me creo que Lex llegara a ocultarte algo alguna vez. Él siempre te lo contaba todo, cualquier cosa. Erais inseparables.

—Alguna vez Lex se guardaba algunos secretos o cosas personales, y eso es totalmente normal. Así que no montes un drama por este tema con Álex y mucho menos vayas a sonsacárselo como haría un humano infantil. Si ella quiere contártelo lo hará cuando ella quiera. Aunque tú te hayas enterado ahora por tu cuenta, lo único que debes hacer es esperar, y cuando llegue ese momento, escucharla.

—¿Desde cuándo Neuval Lao se ha convertido en el Líder más maduro y sabio de los dos? —ironizó Pipi con una sonrisilla de burla.

—Toda la vida he sido más maduro y sabio que tú —refunfuñó Neuval.

Pipi se lo quedó mirando un momento. Y de repente estalló a carcajadas. Se rio sin pausa durante dos minutos. Neuval lo miraba con cara de buldog y una vena hinchada en la frente.

—Ahy… ay… —se fue calmando el Dobutsu, secándose las lágrimas—. Clásico Neuval con sus chistes…

—Todavía no le he respondido a Hoti si libera ese gas letal o no —gruñó otra vez.

—El maestro Hideki también se habría reído… Uff…

—De los dos, eres tú quien ha venido a mí pidiendo consejo paternal, y no pocas veces.

—Bueno, en eso te tengo que dar la razón. Al final, el que decía que nunca quería tener hijos ha acabado criando a tres y dándole consejos al que sí deseaba tener hijos y ha acabado medio criando a una —suspiró, y Neuval hizo un asentimiento satisfecho—. Lo cual me recuerda el motivo por el que me has pedido que viniera a verte esta tarde. ¿De verdad crees que va a funcionar?

—Lo creo —afirmó Neuval—. El proceso es tan sencillo como lógico. Si tu Técnica puede traerte una visión a la mente de una persona en otro lugar en tiempo real, cabe esperar que yo también pueda verla, si me conecto a ti telepáticamente…

—Ya, ya, no. Me refiero a lo de Yenkis —le interrumpió Pipi, y el otro lo miró confuso—. ¿De verdad crees que Yenkis necesita a Haru como maestro particular?

—¿Qué dices? Tu Fuu es excelente en su dominio del aire.

—Me refiero a si es suficiente. ¿No sería mejor que Yenkis se entrenara… ya sabes… de una manera más completa, bajo la tutela de más profesionales…?

—No, porque Yenkis no va a entrenarse para ser un iris, sino para saber manejar su dominio y nada más —dijo Neuval con un tono bien claro y conciso. Pipi fue a decir algo, pero le interrumpió de nuevo—. Lo único que Yen necesita es no tener miedo de sí mismo ni de su poder, para así poder seguir teniendo la vida normal, libre y feliz que debe tener. Y sin recibir órdenes de nadie más que de mí, hasta que cumpla la mayoría de edad y vaya por su cuenta.

Pipi no dijo nada por un rato. Veía que este tema alteraba un poco a su amigo. Pero siempre había sido así. No era sólo que el hecho de haber tenido un hijo nacido iris ya traía una inevitable preocupación y una eterna incertidumbre sobre su misteriosa causa. Era, más bien, todo el tema de ser iris. Toda la vida había notado en su amigo ese pequeño e imperceptible descontento. Igual que lo percibía Lao.

—Neu —no pudo evitar preguntarle—. ¿Odias ser un iris?

—¿Qué? —se sorprendió—. No… no lo odio —contestó, pero luego miró hacia el suelo, pensativo—. Bueno… no lo sé… —dio un resoplido incómodo y se giró hacia el ventanal, mirando su reflejo—. Es solo que nadie me preguntó…

—Ya, no jodas —se rio Pipi—. ¿Desde cuándo la vida te pregunta primero, antes de ponerte delante una tragedia o una catástrofe o un cambio radical? No por eso odiamos la vida.

—Te aseguro que, si yo fuera Dios, le haría unos cuantos arreglos a toda esta realidad —murmuró Neuval para sí mismo, no observando su reflejo traslúcido, sino a través de él las inmensas vistas de la ciudad hasta el horizonte.

Pipi frunció el ceño. Sintió un escalofrío de repente, una sensación rara e inquietante. Una energía vibrante. No obstante, de pronto Neuval se dio la vuelta, con una cara muy diferente.

—Bueno, ¿qué? ¿Vamos a probarlo? —preguntó impaciente y con entusiasmo.

—Ay, como se me fría el cerebro por tu culpa… —suspiró Pipi, levantándose de la silla, mientras Neuval se ponía frente a él—. A ver. ¿Qué hago? ¿Te conectas y me conecto, o me conecto y te conectas?

—Creo que es mejor lo primero. Si conectas con Haru y luego yo conecto contigo, podría sentirse como una intrusión para tu Técnica y fallar. Es mejor ver si tu Técnica funciona cuando yo ya esté conectado a ti.

—Tiene sentido, una conexión en cadena ordenada, ya que tú eres el emisor, yo el canal y Haru el destinatario.

—Bien. Ponte aquí y mírame a los ojos, procurando no moverte ni parpadear —Neuval le sujetó la cabeza, acercándose mucho a él, y empezó a concentrarse.

—Cualquiera que entre en el despacho ahora y nos vea así, pensará que estamos a punto de besarnos —comentó Pipi.

—Puedo besarte, si es lo que quieres. Sabes que puedo llegar a ser muy cariñoso —sonrió Neuval.

—Los franceses sois tan raros...

—Estoy bromeando, idiota.

—Como entre aquí otro de tus hijos por sorpresa, no habrá disimulo que justifique esto.

—En ese caso, esta vez oiremos a Hoti.

—Neuval, te juro que como cotillees en mi mente mis pensamientos o memorias más íntimas o privadas, te morderé y te inyectaré veneno.

—Conozco de sobra todos tus secretos y privacidades desde hace más de tres décadas y no tengo ningún interés en verlas ahora mismo, créeme.

—Como si tus privacidades fueran más agradables e inocentes…

—Calla, Nicolás. Ponte a hacer tu parte.

Pipi intentó aplacar los pocos nervios y dudas que tenía y ceder finalmente al experimento. Abrió bien sus ojos avellana y procuró no parpadear para que Neuval pudiese meterse en su mente más fácilmente. Esperó a que su ojo izquierdo desprendiese su luz blanca para indicar que ya estaba metido mediante la Técnica de Telepatía, y una vez lo hizo, Pipi activó su Técnica de Localización, haciendo brillar su ojo izquierdo de su luz iris verde oscuro. Hicieron algunos intentos. Iba a llevarles un rato.









27.
Amigos

Llegó el sábado, aunque para Neuval seguía siendo como un viernes muy largo. De hecho, no había pasado por casa aún. Después de despertarse ayer por la tarde de su breve siesta, se le había quedado una molesta sensación en la cabeza.

Hacía tiempo que no soñaba con la voz de Monique. No era lo mismo que soñar con su imagen o con recuerdos visuales de ella. Soñar únicamente con el sonido de su voz le había sucedido con menos frecuencia, pero siempre había solido venir precedido de algo malo. Era como un mal augurio. Neuval se convenció hace tiempo de que existía un patrón, porque cada vez que soñaba con la voz de su hermana, diciéndole aquellas palabras que nunca lograba entender, al poco tiempo ocurría una desgracia. La última vez que soñó esto, fue poco antes de la tragedia que acabó con la vida de Katya y el posterior descontrol que se apoderó de él, haciéndole enloquecer y destruir medio Japón.

Esto le traía malestar, ansiedad, paranoia, y lo único que conseguía apaciguarlas, antes eran las drogas, pero ahora procuraba acudir a otras prácticas, como ponerse a trabajar y concentrarse en cosas lógicas y racionales, como la ciencia. Por eso, cuando ayer por la tarde toda la empresa se fue vaciando de empleados que se marchaban a sus casas a descansar, él se quedó en el edificio toda la noche, alternando trabajo en su despacho y en su laboratorio privado, sin dormir ni un minuto.

Lao no le había dicho nada porque estaba acostumbrado a que Neuval tuviera estos episodios de aislamiento e insomnio, y ya había aprendido que lo mejor era dejarlo tranquilo. Hana también sabía esto. Por eso, ayer, antes de irse, le dijo que no se preocupase por nada, que ella estaría con Yenkis en casa. Para Neuval, Hana realmente era un salvavidas.

No obstante, a pesar de que ella le juraba de corazón que encargarse ella sola de Yenkis –y de Cleven antes– y de la casa durante los días que hicieran falta le encantaba y no le suponía ni una sola molestia, él lo seguía viendo injusto. Pero esto les pasaba a todos los iris, especialmente a Brey, que les costaba muchísimo pedir ayuda a los humanos para encargarse de cosas que supuestamente eran su responsabilidad y de nadie más. En esos casos, los iris siempre buscaban compensarlo. Normalmente, Hana se cabreaba con él cuando él le preguntaba cómo le gustaría que le compensara este tipo de favores, porque ella estaba harta de recordarle que, si estaba viva y sana y con un hogar y con empleo, era gracias a él, y eso ya era una compensación de por vida.

Sin embargo, esta vez Hana sí que necesitó de él un favor de vuelta. Le dijo que necesitaba irse de viaje este fin de semana, este sábado al mediodía, y que no quería dar explicaciones sobre ello hasta que regresase. Esto chocó a Neuval al principio, pero luego pensó que, tal vez, Hana quería ir a visitar a algún amigo, o a algún familiar, después de pasar los últimos años sin contacto alguno. Neuval sabía que ella se peleó con su padres y se marchó de casa cuando tenía 17 años, y que vivió un tiempo con una prima, y luego con amigos y malas compañías… Fuera lo que fuese, Neuval confiaba en Hana.

«—¿De verdad que no te importa ni te enfada? —le hubo preguntado ella ayer, antes de irse a casa—. Sé que debería informarte y darte detalles, pero…

—Las únicas veces que estás obligada a informarme y darme detalles es cuando se trata de un asunto de trabajo. Ya que es lo que pone en tu contrato laboral —sonrió él—. Pero en asuntos de tu vida personal y cotidiana… No eres de mi propiedad, Hana —intentó hacerle entender—. Eres una adulta y libre de hacer lo que quieras. Informarme sobre adónde vas y por qué es una decisión que tomas sólo para dos fines: conocer mi opinión y facilitarme el localizarte si desapareces o te pasa algo malo. No querer mi opinión ni mi seguridad en esto es de tu libre elección.

—Vale, Neuval. Pero eso no responde a mi pregunta.

—Hm… —casi rio, posando una mano en su mejilla—. No. No me enfada en absoluto, es absurdo enfadarse por eso.

—O muy humano —repuso ella.

—Exacto, cosa que no soy. Escucha, lo único que me importa es que estés bien, hagas lo que hagas. Si me quieres contar algo, me lo cuentas. Si quieres saber mi opinión, me preguntas. Si me quieres a tu lado, me llamas y voy volando, literalmente.

—Hahah… De acuerdo, Neu —acarició sus cabellos en su nuca—. Sólo te diré que no te preocupes. No voy a hacer nada peligroso ni ver a nadie peligroso.

—Lo único que te pido aparte de que estés a salvo, es que también tengas cuidado con tu identidad, Hana. Por favor, es muy importante. Si vas a ver a algún viejo familiar o amigo, no uses tu antiguo nombre. Ya te lo conté, pero la identidad que te di hace tres años la elaboraron los monjes del Monte Zou, y si algún policía cerca de ti se enterara o no le encajara al-…

—Descuiiiida —le interrumpió pacientemente—. No habrá problema con eso, te lo prometo. Y volveré en unos días, aún no sé cuándo, pero pronto. Sólo es un viaje que necesito hacer sola.

—Créeme, entiendo mejor que nadie ese tipo de viajes. Así que, ve tranquila. ¿Es al mediodía?

—Sí, tomaré un avión al mediodía, pero no te preocupes por Yenkis. Estaré con él esta noche y toda la mañana. Yenkis me ha dicho que él ya tiene planes mañana: comerá al mediodía con sus amigos en un restaurante, los acompañarán los padres de Ichiro Fujimoto. Y después, se irá a la casa de los Fujimoto, porque Ichiro y él tienen que hacer un trabajo escolar juntos, sobre la granja escuela. Lo han invitado a dormir también.

—Oh… De acuerdo. ¿Tengo que ir a recogerlo el domingo, entonces? Tenemos el número de los Fujimoto, ¿verdad?

—Sí, pero Yenkis dice que te escribirá sin falta cuando se vaya con ellos, cuando llegue a su casa, y un mensaje de buenas noches antes de irse a dormir. Y que no hace falta que lo recojas, que los Fujimoto lo traen de vuelta ellos mismos el domingo.

—Hm… Tengo que hacerles un buen regalo a los Fujimoto —se dijo Neuval, pensativo.

—Dios, sabía que ibas a decir eso ahora mismo —se rio ella.»


Por consiguiente, ya era sábado por la tarde, y el parisino volvía a encontrarse durmiendo sobre el sofá de su despacho como un cadáver, pasándole factura haberse pasado toda la noche y toda la mañana fundiendo los engranajes de su cerebro. Seguía vistiendo con su pantalón chándal negro y su camiseta blanca con algunas manchas de aceite de motor, y volvía a tener la mesita de al lado repleta de cosas dulces, y la pantalla digital mostrando diapositivas de Katya.

Esta vez, no puso vídeos ni sonido, esperando que eso no indujera nuevamente a su mente a soñar con la voz de Monique. Sin embargo, cuando ya llevaba un par de horas dormido, empezó a oír una voz femenina llamándolo, sacándolo de los brazos de Morfeo.

Entonces, se dio cuenta de que lo que le estaba despertando era la voz de Hoti.

—“Neuval” —repetía—. “Neuval. Neuval.”

—Uaaahh… —bostezó este, enderezándose y frotándose los ojos—. Quém… ¿Qué hora es?

—“Las cuatro y treinta y cinco de la tarde. Neuval. Hay alguien en el exterior.”

—¿Qué? —frunció el ceño.

—“Hay una criatura indefinida en el exterior. En la fachada, bajo el ventanal detrás de tu escritorio.”

El hombre se levantó del sofá con cara confusa, y mosqueada. Había un tramo de pared en su despacho, a continuación del ventanal tras su escritorio, que era una cristalera, que daba a un balcón exterior, donde tenía una mesa, unas sillas, una hamaca y algunas plantas. Abrió la cristalera corrediza y salió al balcón. En ese momento de la tarde, y a esa gran altura del rascacielos, soplaba un viento fuerte y gélido que le agitaba el pelo, la camiseta y el chándal violentamente, pero él ni siquiera parpadeaba, para él era como una agradable brisa.

Se fue al extremo del balcón para poder ver el ventanal por fuera; se asomó hacia abajo, pero no encontró nada fuera de lo normal… hasta que de pronto vio aparecer una cabeza asomando por debajo de la base de hormigón del balcón. Era la de un hombre de cabello castaño oscuro, algo de barba por el filo de su fuerte mandíbula, y unos enormes ojos amarillos de sapo. Sus manos también parecían de sapo, tenían membranas y las puntas de los dedos aplanadas, y estaban adheridas a la pared del edificio. La piel de su cara y de sus manos tenía algunas escamas pardas.

Ambos se quedaron mirándose mutuamente un rato, mudos. Hasta que Neuval chasqueó la lengua con fastidio, se acercó a unas macetas con plantas y cogió del suelo uno de los botes de espray que había junto a otros productos de jardinería.

—Dichosos hombres salamandra… —gruñó, y comenzó a pulverizar al otro con el líquido del bote—… anidando en mis balcones…

—¡Aaaggh! —exclamó Pipi al recibir aquel espray en la cara—. ¿¡Qué haces…!? ¡Para! ¡Cogh…! ¡Serás gabacho de mierda…!

—¡Shu! ¡Fuera, bicho!

—¡Me estás echando pesticida, cabrón! ¡Verás como te agarre…! —Pipi escaló hacia el balcón, literalmente como una salamandra, con sus manos y pies desnudos modificados, y sujetando sus botas en uno de sus brazos, colgando mediante los cordones atados.

Neuval soltó una risilla infantil y maléfica mientras corría a meterse dentro del despacho, pero Pipi fue más rápido y se abalanzó sobre él, recuperando el aspecto humano normal de sus ojos, manos y pies. Rodaron por el suelo del despacho y empezaron a darse de golpes, como dos críos.

—“Neuval. ¿Libero un gas letal?” —preguntó Hoti.

—¡¡No!! —exclamó Pipi, mirando un momento arriba—. ¡Joder, Hoti, que soy yo! ¡Pugh! —recibió un rodillazo de Neuval.

—¿Qué es esto? ¿Te estás haciendo viejo? —se burló Neuval—. ¡Ugh! —recibió una sacudida de Pipi.

—¡Mira quién habla! Eres dos meses mayor que yo y te llevo vapuleando desde que éramos críos —lo ahorcó entre sus brazos mientras seguían rodando por el suelo.

—¡Bugh…! ¡Eso es porque yo te dejaba…!

—¡Ya, claro! Suerte intentando quitarme de encima. Esperaré con gusto que me ofrezcas tu rendición por milésima vez.

El Fuu lo tenía crudo, Pipi tenía por norma más fuerza física que él. Pero Neuval era, por su elemento y por su nivel, la persona más ágil y escurridiza del mundo. Pipi se llevó un gran susto cuando, de repente, la cabeza que aprisionaba entre sus brazos desapareció, esfumándose junto con el resto del cuerpo. Se incorporó sobre el suelo y vio que debajo de él solamente estaba la ropa abandonada de Neuval. Unos segundos después, sopló una ráfaga de viento por el despacho, que terminó concentrándose en un remolino, el cual fue cambiando de materia, formándose nuevamente el cuerpo de Neuval en carne y hueso. Aunque ahora estaba desnudo.

—¡No vale! ¡Trampa! ¡Sabes que eso es trampa! —protestó Pipi, aún arrodillado en el suelo. Agarró las prendas y se las lanzó—. ¡Deja de exhibir tus impresionantes joyas francesas! De hecho, ¿qué pasa contigo? He venido aquí en son de paz a verte porque tú me lo has pedido.

—¿Y qué demonios hacías ahí pegado a mi balcón a 47 plantas de altura? —preguntó Neuval, mientras volvía a vestirse.

—¡Estaba revisando el ventanal! El mismo ventanal que hace tres días te cargaste a pedazos y que mis almaati —enfatizó, señalándose a sí mismo— vinieron a arreglar.

—Sí, pero les he pagado con mi dinero —se defendió Neuval.

—Sabes lo mucho que me duele que rompas cualquier trozo de mi edificio. Este rascacielos es mi mejor obra. Obviamente quiero comprobar que mis cooperadores han hecho una reparación adecuada.

—Si me lo regalaste, es mío. Y el ventanal lo rompieron los atacantes, no yo.

—Qué cara más dura… —masculló Pipi, poniéndose en pie y sacudiéndose la ropa. Tanto él como Neuval tenían rasguños y rojeces en la cara de los golpes que se habían propinado—. ¿Qué se supone que hacías, aquí en chándal, sobando en el sofá y con sobredosis de dulzura? —preguntó, y por un momento miró la gran pantalla desplegada en esa zona de butacas, todavía reproduciendo imágenes de Katya. Sin embargo, Neuval hizo un rápido gesto con la mano, y esa pantalla volvió a meterse en el techo en un segundo.

—Tomándome un descanso.

—¿Desde cuándo conoces el significado de esa palabra? —bufó Pipi, y se fue a sentar en una de las butacas, cogiendo de paso uno de los melocotones de la cesta de la mesa, y lo olisqueó—. ¡Mm! Son los mismos melocotones que el maestro Hideki solía regalarnos.

Neuval fue a la nevera de la minicocina que tenía ahí, sacó una lata de cerveza fría y se la lanzó a Pipi, el cual la atrapó con una mano veloz sin levantar la vista siquiera. Después de comerse aquel melocotón entero, hueso incluido, olisqueó la lata también, antes de abrirla. Solía hacer eso con todo lo que cogía o tenía delante, olfatearlo. Era una costumbre instintiva. Llevaba más de 30 años siendo un Dobutsu y su afinidad principal era con los cánidos. Otros Dobutsu tenían manías o instintos más afines con las aves, como Sam, o con los reptiles, los félidos, primates, etc. Pipi le dio un trago a su cerveza y después resopló largamente, acomodándose en la butaca.

—¿Qué, un día duro? —le preguntó Neuval.

—Para los iris que nunca nos hemos exiliado, todos lo son —respondió el español.

—¿Estás en medio de alguna misión? —quiso saber, sentándose en el sofá, al otro lado de la mesita, mientras picaba varios frutos secos que se había puesto en un cuenco.

—Terminamos una muy gorda hace tres semanas, justo antes de que Brey nos pidiera ayuda para rescatar a Kyo de los palurdos de la MRS.

—¿Terminamos? —captó que no se refería sólo a él y a su SRS.

—Kanon y yo —le explicó Pipi—. Fue una misión de alto calibre, así que le pedí ayuda a Kanon y a su ORS. Con ellos, la terminamos en la mitad de tiempo de lo previsto.

—Os ha estado yendo muy bien sin mí, entonces —sonrió Neuval.

—No digas eso. Sin ti no era lo mismo. Aburridísimo. Y por cierto, Kanon está mosca contigo.

—¿Qué? ¿Y yo qué le he hecho?

—Vino a darte la bienvenida aquella noche, junto a todas las otras RS aliadas que fuimos a verte a la Torre de Tokio, pero ella esperaba que algún día de la semana pasada fueras a quedar explícitamente con ella, en condiciones, para charlar.

—¿Dijo ella “charlar”? —Neuval mostró una sonrisilla irónica.

—Dijo que dependía.

—¿De qué?

—De si seguías estando con Hana o de si llevabas con ella una relación abierta o no.

—Bueno. Le habrás dicho a Kanon que, efectivamente, estoy con Hana actualmente, y que tengo una relación fiel y formal con ella, ¿no?

—Yo a Kanon no puedo decirle cosas que no sé, y mucho menos decirle cosas que a mí no me incumbe decir —se encogió de hombros Pipi—. De todas formas, Neu, le debes una visita a Kanon. Es tan amiga íntima tuya como yo. La única diferencia es que conmigo no te acuestas —sonrió con burla.

—Han pasado más de tres años desde la última vez que Kanon y yo nos acostamos. Ya dejamos esos encuentros cuando Hana apareció en mi vida, Pipi, no me des la lata con eso —farfulló Neuval, mientras se metía un puñado de almendras a la boca—. De todas formas… —habló con la boca llena, pero luego tragó—… tienes razón. He estado tan desconectado de ella como de ti. O incluso más. Y la verdad es que la he añorado mucho.

—¿Y por qué tardas tanto en quedar con ella un día y poneros al día con una cerveza, como estás haciendo ahora conmigo?

—Mmm… —Neuval ladeó la cabeza de un lado a otro, un poco remiso—. Me preguntaba si… me sigue viendo tan amigo como antes. Contigo es diferente porque somos “hermanos” desde los 12 años. Ya podemos pasar un siglo sin vernos, y seguiremos siéndolo. Kanon se nos unió hace quince años. Entre tú, ella y yo hay una amistad inquebrantable, pero… siento que he podido decepcionarla o que la he alejado desde que estoy con Hana…

—Memeces —le espetó Pipi—. Cómo se nota que eres un iris sensible. A Kanon le importa un carajo si dejáis de acostaros o no. Ambos estáis en la misma onda con eso, estáis de acuerdo en que lo vuestro es mera atracción física y nada más. Habéis sido dos viudos que han encontrado consuelo mutuo de vez en cuando, y tanto ella como tú sabíais que no había más que eso, y que, por encima de cualquier cambio, vuestra amistad era invariable. Y si crees que se siente decepcionada por tu distanciamiento durante tu exilio… —hizo un gesto con los brazos—… joder, Neu, eso es como insultarla. Kanon es probablemente la iris que mejor te entiende, incluso más que yo. Cuando ella perdió a su marido, ya llevaba años de experiencia siendo iris y aun así le costó recuperarse de esa pérdida en los años siguientes. Créeme, ella te añora tanto como tú a ella. Los tres, ¡míranos!, somos el trío de Líderes más guapos y geniales de la Asociación.

Neuval se rio, y se quedó más aliviado al escuchar las palabras de su viejo amigo.

—Si de verdad ella está esperando reconectar nuestra amistad como antes, la invitaré a comer un día. De hecho, Pipi, deberías apuntarte. Deberíamos quedar los tres juntos, algún día, para comer, y por la tarde podríamos hacer patrulla por toda la ciudad y partirles la cara a los criminales que nos encontremos, como en los viejos tiempos, y luego podemos jugar a los bolos, unas cervezas…

—Hahh… qué bien suena eso —suspiró Pipi, y le sonrió a su amigo, y ambos se rieron—. Es un gusto ver que las cosas se van arreglando poco a poco tu alrededor, Neu.

El parisino hizo un gesto agradecido. Denzel le dijo lo mismo anteayer. Tenía mucha gente que le quería. Pero todavía se seguía preguntando si de verdad era digno de eso.

—Bueno… —se encogió de hombros, y miró al suelo con aire apesadumbrado—. Es lo que hay. Me merezco toda la mierda que me ha caído. Por haber sido tan débil… y mentalmente inestabl-…

¡POM! No pudo terminar la frase porque de repente Pipi le lanzó la butaca entera. Del impacto, Neuval se volcó con el sofá incluido y la butaca encima. Luego apareció Pipi apartando la butaca, volcándola a otro lado, para sentarse sobre su espalda y ahorcarlo con los brazos otra vez.

—Kkgh… Pipiiiiggkhh…

—Esto, gabacho, es lo que realmente te mereces cuando te pones a decir esas putas sandeces de que te mereces las cosas malas que te han pasado.

—Eres peor que mi madregggh…

—Me extraña que Ming Jie no te haya dado ya un definitivo escarmiento por tu maldita manía de autodespreciarte.

—“Neuval. ¿Libero un gas letal?” —preguntó la voz de Hoti.

Con tanto jaleo, ninguno de los dos oyó que Hoti, después de esa pregunta, les avisó de un visitante inminente.

—¡Sooor-… —se oyó una voz fuera del despacho, al otro lado de la puerta cerrada, y de repente se abrió de golpe, apareciendo una Cleven sonriente—… -presaaa!

Todo se quedó en pausa. Pipi y Neuval, petrificados como estatuas, la miraron con caras ojipláticas. Cleven, por su parte, los miró a ellos con la sonrisa congelada en extrema confusión. No sabía qué de todo aquello la descolocó más, si ver a su padre con esas pintas de chándal y camiseta de mecánico con manchas, tirado bocabajo en el suelo y despeinado, o a otro hombre sentado encima de él presuntamente estrangulándolo, o que estuvieran entre un sofá y una butaca volcados. Pero sólo pasaron dos segundos y medio cuando Pipi y Neuval se levantaron como el rayo y se pusieron ambos a sostener el sofá por cada extremo.

—Sí, por aquí me parece bien —decía Neuval—. Muévelo un poquito hacia la izquierda.

—Ajá, donde tú me digas. ¿Está bien en este ángulo? —decía Pipi, mientras colocaban el sofá de vuelta a su sitio.

—Perfecto. Gracias por ayudarme a redecorar mi despacho. Estos muebles pesan mucho.

—No hay de qué. Permite que te coloque la butaca donde creo que va mejor —cogió Pipi la butaca volcada para devolverla a su lugar.

—Ehm… ¡Vaya, dichosos los ojos! —Neuval se giró hacia Cleven velozmente con una gran sonrisa inocente mientras el corazón seguía latiéndole en los tímpanos y le palpitaba un chichón en la frente—. Cleven, mon doudou, qué inesperada sorpresa…

—Símm… esa era la idea —dijo ella, todavía sin comprender del todo lo que había visto, y mirando al otro hombre, más reservada—. Perdón, no sabía que estabas reunido. Yenkis me había dicho por mensaje que hoy estabas en la empresa y Hoti me ha dicho que estabas de descanso en este momento… Pero si estás trabajando…

—Oh, no, no. No estoy trabajando ahora —se acercó a ella y la empujó suavemente a sentarse en una de las sillas frente a su escritorio, y él se sentó en el borde de este.

—¿Por qué estás así vestido? —señaló Cleven, mirando después sus cabellos despeinados—. Guau, pareces otra persona…

—¿Eh? —se miró a sí mismo—. Esta es la ropa que me pongo cuando trabajo en el laboratorio.

—Ah… A veces olvido que también haces cosas de mecánico y experimentos y esas cosas.

—¿Y tú por qué vas así? —brincó Neuval al ver que tenía una vistosa mancha marrón en el jersey a la altura del pecho—. No me digas que vas así de sucia a los lugares, Cleven. ¿No pone Brey lavadoras en su casa? —cogió de un cajón de su escritorio una toallita húmeda un poco gruesa y de color azul y se puso a frotarla sobre la mancha para limpiarla.

—Papá… —protestó Cleven en voz baja, mirando de reojo y abochornada al otro hombre desconocido, allá sentado en una de las butacas del saloncito.

—Es importante cuidar la higiene y el aspecto si quieres que la gente te tenga un mínimo de respeto. ¿Quieres que te lave la ropa en casa?

—Papá, ¡que no! —se puso más roja—. Siempre voy impecable a todos lados. Esta mancha me la acabo de hacer por accidente. Al entrar al edificio, he cogido un par de bollitos de la cafetería y me los he comido en el ascensor de camino a tu despacho, y se me ha caído un poco de crema de chocolate. Luego en la calle me la taparé cerrándome el abrigo, así que no hace falta q-… —se quedó muda cuando su padre terminó de frotar con esa toallita en su jersey, y no sólo la mancha había desaparecido por completo, sino que la tela quedó seca y como nueva—. ¡Oh! ¿¡De dónde has sacado esas toallitas mágicas!? ¿¡De qué marca son!? ¿¡Dónde las puedo comprar!?

—Oh, ahm… —titubeó Neuval, y miró un momento a Pipi con disimulo—. Me temo que las compré… en algún viaje al extranjero, no recuerdo dónde, y apenas me quedan.

Lo cierto es que esas toallitas eran un invento iris. Al igual que Drasik, muchos otros Sui especializados en Química habían llegado a inventar productos bastante útiles y especiales. En este caso, estas toallitas que limpiaban literalmente cualquier mancha sin dejar ni siquiera un rastro molecular las había inventado Sakura, la presumida Sui de Pipi y la chica del instituto que Cleven no podía aguantar. Para los iris, este tipo de producto era muy importante, cuando necesitaban limpiar de forma inmediata, por ejemplo, manchas de sangre u otras sustancias de la ropa, o del coche o de cualquier cosa para tenerlo todo libre de rastros en caso de que la policía analizara algo.

—Pero bueno, Cleventine, ¿también vas con la boca manchada? —rechistó, viendo que tenía los labios algo manchados de chocolate también, y esta vez cogió un pañuelo de papel normal de una cajita sobre el escritorio y fue a limpiarle él mismo.

—¡Papá! —lo frenó ella, volviendo a ponerse roja hasta las orejas, y le quitó el pañuelo para limpiarse ella misma de mala gana—. ¡Que ya no soy una niña pequeña!

—¿Estás segura? —le espetó—. Comes como una.

Arrête ça!

—Ooh… —sonrió con exagerada ternura, haciéndola rabiar—. No te enfades. Lex comiendo da más asco que tú y sigue siendo un hombre muy decente.

—¿Y cuál es tu excusa? —señaló Cleven la camiseta sucia de él.

—¿Esto? Aceite de motor. Manchas de trabajo. Son manchas que dignifican a uno —dijo con tono petulante, cerrando los ojos con aire digno.

Cleven le lanzó una mirada asesina. Su padre era irritante, con sus respuestas para todo. Pero… esta vez era muy diferente. Esta vez, no estaban discutiendo de algo serio, no había dolor, no había rencor ni frustración. Era simplemente una discusión tonta, y ella no pasó por alto el claro tono de broma y divertido de él. Hasta ahora, no lo había pensado, porque había estado dándolo por sentado, el hecho de que todos estos últimos siete años su padre era quien había estado ocupándose de estos pequeños detalles de la vida cotidiana, de procurar que sus hijos tuvieran la ropa limpia, y la cara, las manos, y que cuidaran su higiene y el aspecto, e ir a limpiar las manchas nada más verlas… Eso también lo hacía su madre cuando vivía, esa atención, esos gestos de cuidado cotidiano.

Cleven volvió a sonrojarse un poco, pero esta vez no de rabia, sino de una sensación cálida. Quizá su padre no era el hombre tan frío y distante que ella había creído en los últimos años, porque estos gestos de él, en realidad, habían sido muy comunes, solo que ella no los había tenido en consideración, o valorado o recordado.

Por su parte, Neuval, que seguía sonriendo tranquilamente, empezó a sentirse incómodo ante ese silencio tan raro de Cleven. Temió haberse pasado con la broma y haberla molestado y enfadado de verdad, como muchas otras veces había pasado sólo por decir o hacer algo fuera de lugar. Los adolescentes podían ser muy irascibles y enfadarse enseguida por cualquier cosa. Él mismo había sido así a su edad. Como iris, podría identificar la verdadera razón de ese silencio de Cleven, que era de pura realización de darse cuenta de esta faceta de su padre que tantos años había ignorado, pero como ella lo tenía tan acostumbrado a otra actitud, esto se le escapaba.

—Bueno… esto… ¿Estás bien? —intentó Neuval calmar el supuesto enfado de Cleven—. ¿Has venido aquí para pedirme algo? ¿Cuánto dinero necesitas?

—¿Qué? —lo miró contrariada, mientras se ponía su bolso sobre el regazo. Pero luego se dio cuenta—. Caray… ¿Sólo te tengo acostumbrado a eso?

—¿Estás en problemas?

—¿Q…? ¡No! Papá —suspiró ella pacientemente—. No he venido a verte para pedirte algo. Sino para enseñarte algo.

—¿Ah?

Entonces Cleven metió las manos en su bolso y sacó una hoja, y la estampó sobre el escritorio de un manotazo, poniéndose otra vez de pie de un salto.

—¡Bam! —le sonrió con mirada desafiante—. ¡Toma ya! ¿¡Qué te parece!?

Neuval, que se había pegado un pequeño susto, se inclinó para ver esa hoja. La reconoció porque era la misma hoja que buscó y encontró anteayer hurgando en la cartera de Denzel, solo que anteayer no estaba aún corregido. Era el primer examen gordo que Cleven había tenido este curso, de Ciencias.

Neuval tenía fe en que Cleven iba a poner esfuerzo, tal como ella le prometió, y esperaba que realmente conseguiría aprobarlo aunque fuera por los pelos, aunque fuera con 60 puntos raspados, que era la mínima nota para aprobar. Por eso, casi le dio un vuelco el corazón cuando vio que tenía 78 puntos. Eso era un B+, a dos puntos de llegar a la A, la cual abarcaba desde los 80 hasta los 100, mientras que la B abarcaba desde los 70 hasta los 80, y la C de 60 a 70. Neuval esperaba al menos una C-. Y había sacado un B+.

Esto no era ninguna nimiedad. Esto estaba pasando por primera vez en muchos años. Para Cleven, era aprobar por fin un examen sin una triste C. Para Neuval, era una señal de que su hija estaba recuperando la ilusión de la vida y la confianza en sí misma.

Cogió la hoja entre sus manos y la revisó entera, con sus ojos grises ocultando un brillo emocionado, mientras Cleven esperaba algún comentario ahí de pie, sonriendo orgullosa con la barbilla alta.

—¿Qué? ¿Pasmado? ¿A que no te lo esperabas? ¿Creías que no podía sacar una nota así?

—Que yo recuerde, fui yo quien te dijo a ti que podías de sobra sacar buenas notas. Eras tú la que se consideraba tonta a sí misma cuando para nada es cierto.

Cleven recordó que eso era verdad. De los dos, era ella la que tenía bajas expectativas en sí misma. Pero entonces volvió a sonreír, sonrojándose un poco con vergüenza.

—¿Por eso has venido aquí… en persona? —le preguntó Neuval, sorprendido ante ese detalle—. ¿Para verme y enseñármelo en persona?

—Sí… bueno… es que mi profesor, Denzel, me sugirió que fuera a enseñártelo en persona… aunque reconozco que yo misma me he emocionado con la nota y… no sé, me ha parecido buena idea ir a mostrártelo esta tarde… y darte una sorpresa… Pero sé que debería haberte llamado antes, sé que no te gusta que la gente venga aquí sin avisar…

Neuval la abrazó sin previo aviso, y Cleven se quedó muda. Pero ese abrazo le produjo una sensación maravillosa. Por supuesto, ella siempre había deseado, en el fondo, recibir la aprobación de su padre igual que había visto a sus hermanos recibirla siempre con los logros que ellos obtenían constantemente. Sin embargo, tal vez había estado siete años sin recibirla porque ella misma lo había estado impidiendo, creyéndose no merecedora de ello. Si el autodesprecio fuera hereditario, esta sería una prueba. Cleven aún no sabía lo mucho que se parecía a él. Tal vez, debería haberse permitido a sí misma atreverse a hacer esto más veces, ver a su padre en persona, para mostrarle un logro, aunque fuera pequeño, y recibir de él una aprobación que él siempre había estado deseando darle.

—Bueno… Mm… —balbució Cleven una vez se separaron, y se rascó la nariz, tímida—. El mérito no ha sido sólo mío. Me han ayudado.

—¿Sí? ¿Tu tío?

—No, un compañero de mi clase superamable y superbueno y supergenial… —se le escapó una sonrisilla boba—. B-bueno, o sea… Tú seguro que tienes que saber quién es. Kyosuke Lao. Resulta que es el nieto de tu socio, el viejo señor Lao.

—¡Prff! —Pipi, allá en la zona del sofá y las butacas, se atragantó un momento cuando le estaba dando un sorbo a su lata de cerveza.

Cleven lo miró sobresaltada un instante, pero luego vio que su padre tenía una mueca muy rara, un tercio sonrisa, un tercio nervios y un tercio esfuerzo por disimularlos.

—Aaeh… —titubeó Neuval—. Sííí… Kyosuke Lao, claro… Había oído que está en tu misma clase este año. Así que… ¿os estáis haciendo amigos y tal?

—Sí, y es genial —le dijo ella muy contenta—. Me ayudó a estudiar para este examen. Y siempre es amable conmigo… ¡Papá! ¿A qué viene esa cara? Te aseguro que este chico no es para nada como esos otros con los que andaba antes y que tanto disgusto te daban. Creo que Kyo se está volviendo uno de mis mejores amigos.

—Amigos… vale —murmuró Neuval, sin saber si eso seguía siendo buena idea o no y sin poder dejar de estar tenso.

—Cof… —se oyó una tosecilla de Pipi por ahí.

—De hecho, este curso estoy haciendo más buenos amigos —siguió contándole Cleven con entusiasmo—. Aparte de Kyo, y Nakuru y Raven, también está el amigo de Kyo, Drasik, pero sólo se nos une unos días sí y otros no. Es muy raro, depende de qué humor tenga, pero a mí ese me da igual. ¡Oh! También está Álex, nos la ha presentado Nakuru. Alejandra Suárez, es supersimpática, y hace kickboxing, es muy guay…

—¡Ahh! —Pipi dio un respingo y un brinco sobre la butaca de allá—. ¿Eres amiga de mi Álex?

—Ah… ¿Qué? —lo miró Cleven con desconcierto—. Disculpe… ¿usted es su padre?

—¡Sí! —respondió alegremente, y se acercó hasta ellos, con una mano en el pecho—. Permite que interrumpa un momento tu conversación con tu padre para presentarme. Soy Nicolás Suárez, Cleventine, un gusto.

Cleven se quedó perpleja por esta inesperada casualidad.

—Oh, guau… Y pensar que el otro día Álex y yo estuvimos despotricando sobre vosotros dos…

A Pipi se le borró la sonrisa y puso una enorme cara de desilusión.

—¡Cleventine! —le reprochó Neuval con enfado.

—¡Uy! ¡No, no, pero no de mal rollo! —se apuró a explicarle Cleven a Pipi—. Ya sabe, las chicas de mi edad hacemos eso, nos gusta hablar de lo plastas que son nuestros padres… Pero todas las veces que Álex le ha mencionado, se nota que le quiere. Dice que mudarse aquí para vivir con usted es la mejor decisión de su vida y está muy feliz.

—¿Dice eso? —Pipi volvió a recuperar la sonrisa mientras se le empañaban los ojos como a un bebé, conmovido.

—De hecho, ¿cómo es que usted está aquí, señor Suárez? ¿Se conocen mi padre y usted? ¿Desde cuándo? —preguntó curiosa.

Pipi y Neuval cruzaron una discreta mirada.

—¿Cómo no vamos a conocernos? —dijo su padre—. Estás ante el arquitecto de mi castillo.

—¡El…! —se asombró la muchacha—. Sí, ya… ¿¡En serio!? ¿¡Es usted quien construyó este rascacielos!? ¡Qué pasada!

—Bueno… —Pipi se rascó la cabeza, halagado.

—En fin, jovencita. Tengo que seguir zanjando algunos asuntos —le dijo su padre.

—Ah, sí. Ya me voy —dijo ella, volviendo a guardar su examen en su bolso—. ¿Te ha gustado esta sorpresa, entonces?

—Cleven —le puso las manos en las mejillas y se inclinó hacia ella para mirarla a los ojos, sonriente—. No te lo puedes ni imaginar.

Ella volvió a quedarse muda. Su padre realmente parecía una persona distinta últimamente. O eso, o es que ella estaba abriendo más los ojos y viéndolo como era realmente. O una mezcla de ambas cosas.

—Papá, te noto cambiado —decidió comentárselo ahora directamente, pues ya desde el día de la reunión del instituto le había estado llamando la atención e intrigando.

—Ah, ¿sí? ¿Y te gusta el cambio?

—Depende. ¿Eres más feliz con este cambio?

Neuval se sorprendió con esa pregunta. Por un momento, tuvo la sensación de estar con la vieja Cleven del pasado, una Cleven que, pese a su corta edad, era espléndidamente perspicaz y empática.

—Sí.

—Entonces, me gusta —sonrió Cleven.

—Yo noto lo mismo en ti —le dijo él—. Has cambiado. ¿Es un cambio que te hace feliz?

—Sí —contestó ella, y miró al suelo con vergüenza.

Nous devrions le célébrer —declaró Neuval, volviendo a erguirse, y rodeó el escritorio para ir a sentarse en su silla—. Ton meilleur examen depuis des années. (= Deberíamos celebrarlo. Tu mejor examen en años.)

Qu'est-ce que tu as en tête? —se ilusionó Cleven. (= ¿Qué tienes en mente?)

—Pues… Podríamos hacer una gran cena en casa un día de estos, con pizzas y hamburguesas, con un gran pastel de postre… —Conforme iba describiendo eso, a Cleven se le abrían más los ojos y se le caía la baba—. Después, podrías pasar la noche en casa… y mientras duermes, cerraré todas las puertas y ventanas para que no puedas salir nunca jamás.

—¿Q…? —a Cleven se le quedó cara de horror—. ¡Papá! ¡No hablarás en serio!

—Hahah… —se rio Pipi—. Me parece que tu padre te echa de menos, Cleventine.

—Venga ya… ¿Es eso verdad? —frunció el ceño, mirando al susodicho—. Yo creía… que vivías más tranquilo sin mí.

—Más tranquilo y más triste —aclaró Neuval.

—¿Sí? —murmuró Cleven, sin esperarse oír eso, y volvió a mirar al suelo, sin saber cómo responder.

—Tranquila, Cleven —sonrió su padre más suavemente—. Sólo estoy bromeando. Es decir, sí que añoro tenerte en casa, eso ni lo dudes. Pero viendo lo bien que te va en la casa de tu tío y con tus primos, no se me ocurriría obligarte a irte de allí. Aun así… me gusta mucho que vengas a hablarme de tus cosas de vez en cuando. Hazlo más veces.

Cleven suspiró aliviada, y más entusiasmada de lo que ya había venido.

—Gracias, papá —se llevó el bolso al hombro—. Bueno. Me voy a casa ya. Encantada, señor Suárez —se despidió de él con una inclinación.

—Igualmente.

Cuando Cleven se marchó y volvieron a quedarse los dos solos, Pipi se giró hacia Neuval, mostrándole una mueca sobrecogedoramente afligida.

—¿Y a ti qué te pasa? —se sorprendió el Fuu.

—Oírla llamarme “señor Suárez” es como una puñalada en el pecho —casi sollozó el hombretón.

—¿Y cómo quieres que te llame? —se rio.

—Ella antes solía llamarme “tito Nico”, ¿recuerdas? —siguió lamentando, nostálgico, y Neuval le respondió con una cara comprensiva—. Está muy mayor…

—Lo sé.

—Está enorme… —insistió Pipi, asimilando haber visto de nuevo a Cleven después de siete años, mientras se sentaba en una de las sillas frente al escritorio.

—Sí.

—Y es el vivo retrato de Katya.

—Pero tiene mi nariz.

—¡Neu! ¿Te das cuenta de lo que ha pasado? —sonrió de repente, contento, y el otro lo miró confuso—. ¿No he estado años diciéndote que uno de mis deseos era que ojalá nuestras hijas fueran amigas? ¡Ha ocurrido! ¡Y de casualidad!

—Oh, es verdad. Me dabas la tabarra con eso desde que éramos jóvenes, antes de que acabáramos el instituto incluso. Y luego el sensiblero soy yo —se rio.

—Vamos, sabes que era una de mis ilusiones del futuro, y también sabes por qué —se defendió Pipi—. Entre tu hermano, tú y yo, soñaba con la idea de que los tres tuviéramos familias unidas en el futuro. Como Hideki, Emiliya y Kei Lian. Álex apenas lleva un par de meses en este país y no sólo acaba haciéndose amiga íntima de Nakuru de pura casualidad en los primeros días del curso, ¡sino también de Cleven y de Kyo! ¡Al final se ha cumplido! ¡Mi hija, tu hija y el hijo de Sai! Por cierto… te he notado preocupado por esto último.

—Hahh… —suspiró Neuval, apoyando la barbilla en las manos—. No creo que deba preocuparme. Ya sabía que existía la posibilidad de que Kyo y Cleven entablaran amistad si están este año en la misma clase. Y además, sé que Kyo sabe el cuidado que debe tener, y por qué debe tenerlo. Confío en él, tanto como en Nakuru, para saber mantener a Cleven protegida y alejada del mundo de los iris. Y a ti, ¿te preocupa?

—Hmm… —suspiró también, mirando al suelo—. No lo sé. Desde los 4 años hasta ahora, Álex ha vivido solamente con su madre en Madrid por razones inevitables. No he podido tenerla conmigo en todos esos años. Y todo por culpa de que en 30 años no he sabido cumplir mi venganza.

—La tuya es de las más difíciles que hay, Nico. Y la seguridad de tu hija estaba por encima de cualquier cosa.

—Sí. Pero… lo he estado pensando mucho últimamente. Primero voy a esperar, tantear el terreno, ver qué tal se aclimata Álex aquí en esta nueva vida conmigo… y después creo que se lo contaré.

—¿El qué? —preguntó Neuval, pero viendo que Pipi prolongaba el silencio, cayó en la cuenta y lo miró con horror—. ¿¡Qué dices, estás loco!? ¡Es tu única hija, y humana, e inocente, y…!

—Acaba de cumplir 17 años —repuso Pipi—. La he visto crecer a trozos, con algunas visitas al año, y hablando por teléfono y videollamada cada semana… Al menos me he sentido unido a ella de esa forma, y sobre todo porque ella siempre ha querido verme y llamarme y contarme siempre sus cosas. Pero creo que ahora me ha llegado la oportunidad de estar unido a mi hija de manera completa. Ya sabes… sin secretos, sin mentiras…

—Pero Pipi… ¿Y su seguridad?

—Sinceramente, creo que esta es una de esas ocasiones en que la verdad la protegerá más que la mentira. Se nos están haciendo mayores, Neuval, se nos van de entre las manos, se nos están independizando… Creo que Álex debería saber la verdad sobre su familia.

—¿También le vas contar de qué familia procede?

—Por mucho que me disgustara, Álex ha tenido toda la vida una relación muy cercana con mi padre, mis hermanos, mis sobrinos, primos, primos segundos… Para todos ellos también será más fácil relacionarse con Álex sin tener que ocultarle todo el tiempo que todos son iris y almaati. Y para mí también —añadió con un tono más emocionado—. Quiero que Álex me conozca. Que sepa quién soy realmente. ¿Entiendes?

Neuval no dijo nada. Obviamente, Pipi estaba hablando de su propio caso y de sus circunstancias, pero Neuval no podía evitar escuchar todas esas palabras como si estuviera hablando de él y de Cleven. Después de un rato de silencio, le vino un detalle a la cabeza.

—¿Dices que tu hija se hizo amiga íntima de Nakuru al poco de comenzar el curso?

—Sí —sonrió Pipi felizmente—. Me llevé una alegría, cuando Álex me dijo que ya había hecho una amiga y me dijo el nombre de Nak. Es decir, ya me entiendes, todo padre querría que su hijo o hija tuviera de amiga a alguien como Nakuru, ¿verdad?

—Sin duda, mi Suna es una chica excepcional —dijo Neuval con orgullo, aunque luego entornó los ojos, denotando su sospecha sobre algo—. ¿Cómo de íntima… es con ella? —quiso saber.

—Pues… se ven todos los días en el instituto, pero por lo visto también quedan juntas después, para dar una vuelta y tomar algo… Todos los fines de semana también quedan… Hablan constantemente por el móvil… —A Neuval le fue creciendo una sonrisilla pícara—. ¿A qué viene esa cara de duende maléfico? —se mosqueó Pipi.

—Sí que son íntimas, sí…

—Eh, ¿qué insinúas? Tu hija ha sido íntima de Nakuru desde la infancia. Ellas hacen exactamente lo mismo, ¿no?

—Mmnno, “hermanito”, Cleven y Nakuru son íntimas amigas, pero la relación que llevan es un 35 % menos intensa que lo que acabas de describir.

—¿Ah?

—Pipi. Nicolás. Amigo —intentó explicarle Neuval—. ¿Dónde está tu infalible instinto supremo, tu olfato, tu perspicacia? ¿Sólo te funciona con los criminales o qué?

—¿Ah? —repitió.

—Vamos a ver. Las veces que Álex te ha hablado de Nakuru, y las veces que tú la has mirado mientras hablaba con ella por el móvil y tal… ¿Qué tipo de expresión emocional tenía durante esas acciones?

Pipi se quedó procesando un rato. Recordó dichas ocasiones con detalle, y esta vez, las analizó como iris. Ojos brillantes, pupilas dilatadas, mejillas sonrojadas, sonrisa radiante, voz ligera y dulce… Todo este tiempo, y se daba cuenta ahora.

Pipi se quedó como un monigote en la silla.

—Mm, hm —asintió Neuval, sonriendo divertido.

—¿¡Qué!? —exclamó por fin.

—Mm, hm.

—¡Pero ella…! ¡Q…! —casi se levantó de su silla, y se puso a mirar de un lado a otro, como intentando encontrar todo el resto de señales que se había estado perdiendo en años—. ¡No puede ser verdad!

—¿Tanto te disgusta esta noticia? —se sorprendió el Fuu.

—¡Claro que me disgusta! ¿¡Cómo no me va a disgustar que Álex no me haya dicho nunca nada!? ¡Esto es algo importante de ella, y yo creía que ella me lo contaba todo! ¿Por qué no me lo ha dicho nunca? —miró a su amigo con pena—. Yo creía que Álex sabía que podía contarme cualquier cosa, ¿por qué esto no? ¿Es porque en realidad no me ve de confianza? ¿Le he dado esa impresión? Siempre he procurado ser ese tipo de padre cuya hija sintiera que podía contarle cualquier cosa. ¿Le da miedo mi reacción o algo? ¿Cree que mi reacción la defraudaría? ¿Cómo puede pensar eso de mí? ¿Cuándo le he hecho pensar eso…?

—Ssh, ssh… —Neuval, que se había levantado de su sitio y se había acercado a él, fue posando las manos en sus hombros y dándole palmaditas—. No pasa naaada, ssh… Estás teniendo otro de esos ataquitos de pánico irracional que tanta satisfacción me dan.

—¡Neu! —levantó la cabeza con ojos dolidos y enfadados.

—¿Qué? Los “soldados ejemplares” siempre sois tan emocionalmente perfectos que veros por una vez mostrar vulnerabilidad por algo irracional es como ver un eclipse o cualquier otro evento cósmico poco habitual.

—¿Y si te eclipso la cara? —le gruñó.

—Pipi, te ahogas en un vaso de agua siempre que se trata de tu hija. Relájate. Tener una relación ejemplar o de plena confianza con ellos no significa que ellos vayan a contarte todo o a contártelo al instante. A veces simplemente quieren guardarse cosas para sí mismos, y no necesariamente es porque desconfíen o teman tu reacción.

—¿Hablas por experiencia? No me creo que Lex llegara a ocultarte algo alguna vez. Él siempre te lo contaba todo, cualquier cosa. Erais inseparables.

—Alguna vez Lex se guardaba algunos secretos o cosas personales, y eso es totalmente normal. Así que no montes un drama por este tema con Álex y mucho menos vayas a sonsacárselo como haría un humano infantil. Si ella quiere contártelo lo hará cuando ella quiera. Aunque tú te hayas enterado ahora por tu cuenta, lo único que debes hacer es esperar, y cuando llegue ese momento, escucharla.

—¿Desde cuándo Neuval Lao se ha convertido en el Líder más maduro y sabio de los dos? —ironizó Pipi con una sonrisilla de burla.

—Toda la vida he sido más maduro y sabio que tú —refunfuñó Neuval.

Pipi se lo quedó mirando un momento. Y de repente estalló a carcajadas. Se rio sin pausa durante dos minutos. Neuval lo miraba con cara de buldog y una vena hinchada en la frente.

—Ahy… ay… —se fue calmando el Dobutsu, secándose las lágrimas—. Clásico Neuval con sus chistes…

—Todavía no le he respondido a Hoti si libera ese gas letal o no —gruñó otra vez.

—El maestro Hideki también se habría reído… Uff…

—De los dos, eres tú quien ha venido a mí pidiendo consejo paternal, y no pocas veces.

—Bueno, en eso te tengo que dar la razón. Al final, el que decía que nunca quería tener hijos ha acabado criando a tres y dándole consejos al que sí deseaba tener hijos y ha acabado medio criando a una —suspiró, y Neuval hizo un asentimiento satisfecho—. Lo cual me recuerda el motivo por el que me has pedido que viniera a verte esta tarde. ¿De verdad crees que va a funcionar?

—Lo creo —afirmó Neuval—. El proceso es tan sencillo como lógico. Si tu Técnica puede traerte una visión a la mente de una persona en otro lugar en tiempo real, cabe esperar que yo también pueda verla, si me conecto a ti telepáticamente…

—Ya, ya, no. Me refiero a lo de Yenkis —le interrumpió Pipi, y el otro lo miró confuso—. ¿De verdad crees que Yenkis necesita a Haru como maestro particular?

—¿Qué dices? Tu Fuu es excelente en su dominio del aire.

—Me refiero a si es suficiente. ¿No sería mejor que Yenkis se entrenara… ya sabes… de una manera más completa, bajo la tutela de más profesionales…?

—No, porque Yenkis no va a entrenarse para ser un iris, sino para saber manejar su dominio y nada más —dijo Neuval con un tono bien claro y conciso. Pipi fue a decir algo, pero le interrumpió de nuevo—. Lo único que Yen necesita es no tener miedo de sí mismo ni de su poder, para así poder seguir teniendo la vida normal, libre y feliz que debe tener. Y sin recibir órdenes de nadie más que de mí, hasta que cumpla la mayoría de edad y vaya por su cuenta.

Pipi no dijo nada por un rato. Veía que este tema alteraba un poco a su amigo. Pero siempre había sido así. No era sólo que el hecho de haber tenido un hijo nacido iris ya traía una inevitable preocupación y una eterna incertidumbre sobre su misteriosa causa. Era, más bien, todo el tema de ser iris. Toda la vida había notado en su amigo ese pequeño e imperceptible descontento. Igual que lo percibía Lao.

—Neu —no pudo evitar preguntarle—. ¿Odias ser un iris?

—¿Qué? —se sorprendió—. No… no lo odio —contestó, pero luego miró hacia el suelo, pensativo—. Bueno… no lo sé… —dio un resoplido incómodo y se giró hacia el ventanal, mirando su reflejo—. Es solo que nadie me preguntó…

—Ya, no jodas —se rio Pipi—. ¿Desde cuándo la vida te pregunta primero, antes de ponerte delante una tragedia o una catástrofe o un cambio radical? No por eso odiamos la vida.

—Te aseguro que, si yo fuera Dios, le haría unos cuantos arreglos a toda esta realidad —murmuró Neuval para sí mismo, no observando su reflejo traslúcido, sino a través de él las inmensas vistas de la ciudad hasta el horizonte.

Pipi frunció el ceño. Sintió un escalofrío de repente, una sensación rara e inquietante. Una energía vibrante. No obstante, de pronto Neuval se dio la vuelta, con una cara muy diferente.

—Bueno, ¿qué? ¿Vamos a probarlo? —preguntó impaciente y con entusiasmo.

—Ay, como se me fría el cerebro por tu culpa… —suspiró Pipi, levantándose de la silla, mientras Neuval se ponía frente a él—. A ver. ¿Qué hago? ¿Te conectas y me conecto, o me conecto y te conectas?

—Creo que es mejor lo primero. Si conectas con Haru y luego yo conecto contigo, podría sentirse como una intrusión para tu Técnica y fallar. Es mejor ver si tu Técnica funciona cuando yo ya esté conectado a ti.

—Tiene sentido, una conexión en cadena ordenada, ya que tú eres el emisor, yo el canal y Haru el destinatario.

—Bien. Ponte aquí y mírame a los ojos, procurando no moverte ni parpadear —Neuval le sujetó la cabeza, acercándose mucho a él, y empezó a concentrarse.

—Cualquiera que entre en el despacho ahora y nos vea así, pensará que estamos a punto de besarnos —comentó Pipi.

—Puedo besarte, si es lo que quieres. Sabes que puedo llegar a ser muy cariñoso —sonrió Neuval.

—Los franceses sois tan raros...

—Estoy bromeando, idiota.

—Como entre aquí otro de tus hijos por sorpresa, no habrá disimulo que justifique esto.

—En ese caso, esta vez oiremos a Hoti.

—Neuval, te juro que como cotillees en mi mente mis pensamientos o memorias más íntimas o privadas, te morderé y te inyectaré veneno.

—Conozco de sobra todos tus secretos y privacidades desde hace más de tres décadas y no tengo ningún interés en verlas ahora mismo, créeme.

—Como si tus privacidades fueran más agradables e inocentes…

—Calla, Nicolás. Ponte a hacer tu parte.

Pipi intentó aplacar los pocos nervios y dudas que tenía y ceder finalmente al experimento. Abrió bien sus ojos avellana y procuró no parpadear para que Neuval pudiese meterse en su mente más fácilmente. Esperó a que su ojo izquierdo desprendiese su luz blanca para indicar que ya estaba metido mediante la Técnica de Telepatía, y una vez lo hizo, Pipi activó su Técnica de Localización, haciendo brillar su ojo izquierdo de su luz iris verde oscuro. Hicieron algunos intentos. Iba a llevarles un rato.





Comentarios