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2º LIBRO - Pasado y Presente

7.
Dando paso al cambio

A pesar de que ya había anochecido, Neuval seguía en su rascacielos, en su despacho, terminando el último papeleo del día, pero, no sólo de cosas de la empresa, sino también de los deberes de Alvion. Y a pesar de que esta novedad tras siete años de exilio era motivo de sobra para haberle hecho recuperar su sonrisa infantil y maléfica, ansioso por zurrar a criminales y hacer explotar algún edificio enemigo, tenía una cara más bien pesarosa.

—Hey... qué cara más larga —dijo el viejo Lao al entrar en el despacho, viéndolo ahí en su escritorio mirando la pantalla de uno de sus ordenadores con ese aire desganado.

El viejo se acercó para dejar unos papeles sobre su mesa.

—Toma —murmuró Neuval, tendiéndole una carpetita que contenía su parte de la misión que Alvion les había encomendado.

Lao la cogió con entusiasmo, contento de tener por fin deberes de “iris” mayor y no las aburridas tareas inferiores de los últimos siete años. Pero, al ver que Neuval seguía alicaído, se sentó en la silla de enfrente con cara preocupada.

—A ver. ¿Qué te ocurre?

—¿Mm? ¿A mí? —preguntó Neuval distraídamente, todavía mirando cosas en su ordenador de mesa.

—No. Al terrorista que tienes detrás sujetando un paraguas.

—Bueno, si no os importa al terrorista y a ti ir a hablar a otra parte mientras zanjo esto… —dijo Neuval, tecleando algo en el ordenador, sin hacerle caso. Sin embargo, Lao siguió mirándolo, esperando, demostrándole que no tenía ninguna prisa ni nada mejor que hacer—. Hahh… —suspiró Neuval, rindiéndose; apagó el ordenador por fin y se recostó sobre el respaldo de su silla—. Vale… Un par de cosas. La primera: anoche hablé con Sarah.

—¡Ah! ¿Qué te ha dicho?

—Que no. No vuelve con nosotros.

—¿Por qué? —saltó Lao decepcionado—. No será por Hatori, ¿verdad?

—Claro que es por Hatori. Lo ha estado pensando mucho, y ha decidido que no. Me ha dicho que ella quiere volver y cumplir su venganza con nosotros, pero… lo que no quiere es ponernos en peligro. Me lo estuvo explicando y tiene parte de razón. Ahora que Hatori tiene el mando de Interior, que Sarah vuelva con nosotros puede traer muchos riesgos, y ella necesita mantener su puesto en el FBI de Japón, así que…

—Vaya… —lamentó Lao—. No le falta razón. ¿Y qué va a hacer con respecto a su venganza?

—Sobre eso no lo tiene muy seguro. Está tratando de hacer cambios en sus planes ahora que Hatori ha ascendido y se ha complicado la cosa.

—Ojalá pudiéramos ayudarla.

—Ya… —lamentó Neuval, mientras se desataba y se quitaba la corbata.

—¿Y lo otro?

—Pues verás… Un caso extraño de Denzel. La noche del lunes le pasó algo que no tiene ninguna lógica. Una niña pequeña, presuntamente con el aspecto de la hija de Raijin, entró en su casa, en su habitación, mientras dormía. Dice Denzel que estaba tratando de robarle el anillo de su dedo.

—¿Qué anillo?

—El que lleva sin quitarse 200 años.

—Ah, ya —entendió Lao.

—Denzel se despertó a tiempo y ella huyó, por la ventana, sin dejar rastro.

—¿Una niña con la misma apariencia que la pequeña Clover que después se va por la ventana, teniendo en cuenta que Denzel vive en una decimoséptima planta? Lo ha soñado.

—No es posible —le explicó Neuval—. Porque, aparte de su rostro, llegó a ver una marca distintiva en ella. Una pequeña mancha de nacimiento en esta parte de la muñeca izquierda —le señaló su propia mano—. Nos la dibujó a Brey y a mí, y era exactamente la misma mancha que tenía Emily en el mismo lugar. Y la misma que tiene Brey también.

—Ah, y la misma que tienen Daisuke y Clover —asintió Lao.

—¿Cómo lo sabes?

—A diferencia de ti, exiliado ausente marginado, yo conozco a los niños desde que nacieron y los he visto miles de veces —le dijo el viejo con burla.

—Bueno, pues resulta que Denzel tenía eso en común conmigo, el hecho de no haber visto nunca a los mellizos hasta ahora. Él no tenía ni idea de qué aspecto tenía Clover, y nos describió a la intrusa con los mismos rasgos, y la irrefutable mancha de nacimiento en la piel de la muñeca. Nadie puede soñar con una persona existente que nunca antes había visto.

—Vale… —reconoció Lao, llevándose la mano a la barbilla y poniendo cara pensativa y preocupada—. Es extraño.

Neuval asintió, mirándolo con la misma expresión de intriga.

—¿Qué probabilidades hay —caviló Neuval una hipótesis— de que una niña pequeña, que por fuerza ha de ser una “iris” al saber huir por la ventana de una planta 17, se haya disfrazado de Clover con detalle?

—¿Para robarle a un demonio del Tiempo el objeto que más adora en el mundo y pretender seguir viva para contarlo? Cero —aseguró Lao.

—Pero alguna pequeña “iris” con un brote de majin

—Cero —repitió Lao, vehemente—. El majin no vuelve loco a un “iris”. Lo vuelve malvado, pero no estúpido. Y dime tú para qué narices quiere alguien un viejo anillo que un Taimu tiene en el dedo, si no es para despertar su furia. Todos apreciamos muchísimo a Denzel, pero jugar con sus emociones más íntimas y valiosas es como ponerse a jugar junto al botón rojo que activa ojivas nucleares por todo el mundo.

—Hah… Ni cien mil bombas nucleares por todo el globo podrían equipararse a lo que un Taimu podría hacerle al planeta —bufó Neuval.

—Y eso es algo que toda la Asociación sabe —concluyó Lao.

—¿Entonces podía ser alguien que no es de la Asociación? ¿Un humano loco o loca de verdad? ¿Con una agilidad tan desarrollada como para huir por una ventana de un decimoséptimo en una fachada lisa?

—Ninjas —comentó Lao con ironía.

—Haha… —se rio Neuval, pero luego puso cara de sorpresa y horror—. Mierda… Denzel estuvo un par de siglos enemistado con casi una docena de clanes ninja de China y de Japón.

—Neuval, lo decía en broma. No puede ser una niña ninja. Los que sabían de la existencia de los Taimu ya no existen, Denzel se los merendó a todos. A algunos, de forma literal.

—Mmmya… Hoti, ¿puedes llamar a Denzel? —dijo Neuval de todas formas, todavía inconforme.

—“Voy” —contestó una voz femenina por el despacho, y se oyeron unos pitidos en altavoz.

—“Dime” —respondió la voz de Denzel.

—¿Qué pasa con los ninjas que sabían de tu poder y tu existencia? —le preguntó Neuval directamente.

—“Que me los merendé hace un siglo. ¿Por?”

Lao le hizo un gesto a Neuval, como diciendo “¿ves?”.

—Pero tienen talento para el disfraz y una buena agilidad, ¿no? —insistió el parisino.

—“¿De qué estamos hablando? Ah…” —cayó el inglés en la cuenta—. “Ya, no creas que no ha sido una de las primeras ideas que se me pasaron por la cabeza… y la descarté en dos segundos.”

—¿Por qué? Todavía existen algunas comunidades ninja secretas por Japón y por China. Ya apenas hay, pero los que hay, quizá alguno haya podido enterarse de quién eres… y de qué eres. Pero por una obvia falta de información, ha decidido cometer la estupidez de mandar a una niña de su clan a hacer el trabajo sucio. ¿Quizá para llevar a cabo una venganza simbólica, robándote algo valioso, por todos los ninjas que aniquilaste en el pasado?

—“Quienquiera que me atacara la otra noche no era humano, Neuval. Ni siquiera un “iris”, ni siquiera enfermo de majin. Dado que Agatha y yo somos lo primero que un “iris” conoce nada más convertirse, no existe ningún “iris” en este mundo que no sepa quién soy, y más importante, qué soy, y sea tan soberanamente estúpido de atacarme o de tocar lo que no debe.”

Lao volvió a hacerle un gesto a Neuval, diciendo “¿ves?”.

—¿Por qué descartas que sea algún tipo de humano con habilidades suficientes para encajar con lo que pasó? —insistió Neuval.

—“Tú eres experto en física. Y yo domino los dos pilares primarios de la física: el espacio y el tiempo. Así que calcula. La niña se suelta de mi mano, y recorre 2’8 metros hacia mi ventana abierta en 2 segundos y 33 centésimas. En el segundo 1’28 de su huida, yo ya estoy levantado y corriendo tras ella. Ella sale por la ventana. Un segundo y cinco centésimas después, yo me asomo. Miro arriba, abajo, a los lados, durante poco más de 3 segundos, desde una ventana en el centro de una fachada lisa sin cornisas ni balcones, lejos de las esquinas, del suelo de la calle y de la azotea. No hay cuerdas, no hay arneses, y no hay ni rastro de la niña, la cual tampoco portaba ningún instrumento o herramienta. Sólo estaba vestida con el uniforme de prescolar, el mismo que usa Clover.”

—Denzel, lo que describes es una desaparición literal e instantánea —dijo Neuval con asombro—. Y eso es físicamente imposible… —frunció el ceño—… a no ser que seas un Taimu.

—“Bueno, pero como Agatha y yo somos los únicos que podemos desaparecer física e instantáneamente de un lugar…”

—¿Y si viajas de regreso a la noche del lunes para pillar a esa intrusa?

—“Neuval, sabes perfectamente que está estrictamente prohibido viajar al pasado e interactuar con un suceso ya ocurrido. Lo que no quita…” —añadió con un tono perspicaz—“… que no se me haya ocurrido ya esa idea, pero no para pillar a la intrusa, sino para observar, sin interactuar con nada.”

—¿Ya has hecho ese breve viaje a la noche del pasado lunes? —preguntó Lao con sorpresa—. ¿Te apareciste en tu habitación?

—“No. De haberme aparecido en mi habitación, no hay forma posible de que tanto mi ‘yo’ pasado como la intrusa no pudieran verme, lo cual causaría esa prohibidísima influencia temporal en el suceso ya ocurrido. Decidí observar desde otro ángulo de interés, completamente inofensivo y seguro, que es desde la calle. Para observar mi ventana, digo.”

—¿Y? —preguntó Neuval con gran curiosidad.

—“Me aparecí en mi calle a las once y veinticinco, que es cuando apagué la luz y me acosté, y me oculté entre unos árboles, para que nadie que pasara por allí pudiera verme, pues eso también modificaría el pasado. Observé durante horas mi ventana, que ya tenía abierta, así como el portal de mi edificio, esperando ver cuándo y de qué forma entró la intrusa en mi casa en primer lugar. Me empecé a mosquear al ver que se acercaban las cuatro y diez de la madrugada, que es la hora exacta en que la intrusa agarró mi mano y me despertó, porque, efectivamente, no vi a nadie ni entrando al edificio ni entrando por mi ventana antes de ese momento. Entonces, el reloj marca las cuatro y diez, dos segundos después veo que se enciende la luz en mi ventana, tal como hizo mi ‘yo’ pasado, y justo 2’33 segundos después, veo la silueta de la niña saliendo por mi ventana y… fush.”

—¿“Fush”? ¿“Fush” qué? —brincó Neuval.

—“Se esfuma en pleno aire. Desaparece en un instante.”

De repente se formó un silencio en el despacho. Lao también estaba perplejo ante este suceso. Uno de los detalles que les llamaba la atención era que, tal como Denzel lo describía, parecía que la intrusa se apareció directamente en su casa o en su habitación, sin haber pasado por el portal del edificio o haber entrado por la ventana igual que salió.

—¡AJÁ! —gritó Neuval, tan fuerte y tan de repente y con un manotazo en la mesa, que Lao brincó veinte centímetros sobre su silla al otro lado del escritorio. Pero no fue el único.

—“¡Niño!” —exclamó Denzel—. “¡Me has hecho escupir el té por todo mi sofá!”

—Un espíritu —declaró el Fuu con una sonrisa emocionada y convencida—. Aunque esté prohibido, un espíritu puede colarse aquí en la Dimensión Terrestre, y puede materializarse y hacerse sólido y visible por un rato, y puede desaparecer, esfumarse cuando quiera, de regreso a su dimensión.

—“¿Y la apariencia de Clover?”

—Ahm… Pues… —ahí Neuval ya dudó—. ¿Puede un espíritu mostrarse con la apariencia de otra persona igual que pueden mostrarse vestidos con ropa ilusoria?

—“No. No pueden” —contesto Denzel rotundamente.

—Agh… —Neuval se dejó caer sobre el respaldo de su silla, chafado—. Vale, Denzel, sabes lo mucho que sufre mi cerebro cuando no consigue resolver un enigma, así que si sientes aprecio por mi delicada salud mental, dime que la respuesta está en la única opción que queda a pesar de que ya conozco su baja probabilidad.

—“Vas a preguntarme si ya he terminado de crear aquella Técnica que comencé a diseñar hace dos décadas, por la cual un “iris” podría adoptar la apariencia física exterior de otra persona. Y la respuesta es no. Esa Técnica la tengo temporalmente aparcada y sin terminar. Así que es imposible que la haya usado alguien para transformarse en Clover. Y, de nuevo, en ese caso, sólo los “iris” pueden efectuar mis Técnicas y ya hemos aclarado que un “iris” no fue.”

—Los “iris”… y el millón de humanos que descienden de tu sangre y de la de Agatha —apuntó el Fuu.

—“Que no está terminada, Neuval” —repitió pacientemente—. “Ahora, si me disculpáis, tengo que cenar y deberes de Inglés que corregir…”

—Denzel —intervino Lao sin previo aviso, y se acomodó en su silla, entrelazando los dedos sobre su vientre—. Hace ya casi 60 años que nos conocemos. He estado todo este rato escuchando la conversación, y no he podido evitar advertir ese tono.

—¿Qué tono? —dijo Neuval.

—“Hahh…” —se oyó a Denzel suspirar con cansancio.

—¿No has notado lo rápido que Denzel ha ido refutando cada posible explicación que sacabas, sin considerar valorarlas ni un segundo? —le preguntó el viejo.

—Oh, no… —comprendió Neuval—. Denzel… vamos… no me hagas esto…

—“Tengo para cenar un pollo en el horno que se me va a quemar.”

—Tú ya llevas más de un día creyendo en una posible explicación… ¿¡y no la vas a compartir conmigo!? Nos cuentas a Brey y a mí el suceso tan raro que te pasó, ¿¡y me vas a dejar colgado!?

—“Si le quito la piel quemada al pollo, todavía me puedo comer la carne, ¿verdad?”

—¡Denzel! ¡Mi salud mental! —protestó Neuval.

—“Niño, tranquilízate. Ya sé que accedí a que me ayudaras a investigar sobre el asunto, pero por ahora quiero que te olvides de ello y te centres en tus otros deberes como “iris”. De momento, quiero investigar este asunto yo solo. Si necesito la ayuda de “iris”, ya la pediré, pero ahora necesito aclarar algunas cosas por mi cuenta.”

—¡Pero Denzel…!

—Que aproveche el pollo —dijo Lao como despedida.

—“Gracias” —respondió el Taimu, y colgó.

Neuval se rindió y se cruzó de brazos, refunfuñando, recostado en su silla giratoria.

—Tiene razón, Neu. Nosotros tenemos otros asuntos “iris” en los que centrarnos ahora, y ese suceso raro que le ha pasado a él por ahora es un asunto privado suyo.

El Fuu no dijo nada, tan sólo continuó rezongando en voz baja, girando su silla hacia el ventanal y dándole la espalda a Lao, sin parar de moverse. El viejo negó con la cabeza, viendo que estaba volviendo a tener uno de esos episodios de hiperactividad mental. Podía pasarse mucho tiempo quieto, tranquilo y normal, pero, desde que era pequeño, a Neuval a veces le daban unos breves picos de hiperactividad. Solía sucederle por dos razones: tras recibir un estímulo intelectual de mucho interés, que tomaba carrerilla, se aceleraba y luego se le iba pasando poco a poco, o bien, cuando intentaba solapar unos malos sentimientos con los que no quería lidiar.

Lao se preguntó cuál de las dos razones sería esta vez. Lo de Denzel seguro que le había dejado en ascuas, pero… Lao captó que también había un poco de la segunda razón.

De repente, Neuval se levantó de la silla, sin parar de murmurar más hipótesis sobre la intrusa de Denzel, mientras iba al centro del despacho y, haciendo un movimiento con el brazo, hizo aparecer de un proyector del techo controlado por Hoti una pantalla holográfica muy grande que ocupó desde el techo hasta el suelo, de un color negro opaco, y ya estaba atestada de un sinfín de símbolos y números matemáticos escritos en color blanco, constituyendo una larguísima ecuación que todavía estaba por la mitad de la pantalla. Neuval siguió murmurando cosas mientras escribía con su dedo índice más números y símbolos, añadiéndolos a la cola de la ecuación. Luego hizo otro gesto del brazo, la pantalla volvió a desaparecer y él regresó de nuevo hacia su escritorio, pero no para sentarse. Se quedó de pie frente al ventanal mirando la ciudad, todavía dándole fuelle a los engranajes de su cabeza.

Lao ya estaba acostumbrado a estas rarezas suyas, lo que no quería decir que no siguieran asombrándole. Neuval era capaz de pensar en muchas cosas a la vez y de forma separada. Mientras charlaba con él, seguramente una parte de su mente estaba pensando en el caso de Denzel; otra parte de su mente estaba todavía tratando de completar esa ecuación de antes; otra parte estaba repasando los pasos y fases de la misión de Alvion; y otras tantas partes estaban pensando en varios de los asuntos de la empresa y otras más en otras muchas cosas.

A Lao no dejaba de intrigarle esto de Neuval porque había estado décadas viendo una capacidad y un comportamiento similar en el propio Alvion. Pero es que se supone que no había nadie en el mundo que se pudiera comparar con un Zou…

Además, el tema de la ecuación de esa pantalla negra captó el interés de Lao. Actualmente, Neuval tenía en marcha unas catorce ecuaciones con las que estaba experimentando personalmente. La mayoría eran cálculos de aerodinámica y astrofísica, para los proyectos en curso en la fabricación de naves y lanzaderas espaciales, y otras eran sobre otras cosas. Aparte de estar todas dentro de su cabeza, también estaban en esas pantallas holográficas que Hoti custodiaba, pero eran blancas con las ecuaciones escritas en negro.

La pantalla negra con la larguísima operación escrita en blanco era una decimoquinta ecuación con la que Neuval llevaba peleándose doce años, y, a diferencia de las demás, era la única que Lao no conseguía comprender ni un poco. Y cada vez que le había preguntado a Neuval por ella, él siempre respondía lo mismo: “Nah, es una tontería mía, una idea loca”. Por eso, Lao dejó de preguntarle por ella. Si estaba intentando inventar algo nuevo con ella, supuso que ya le hablaría de ello cuando estuviese preparado. Al fin y al cabo, Lao también tenía sus proyectos secretos. Actualmente, a punto de concluir el más importante de su carrera.

—¿Hana no se asusta cuando te pones así, a hablar solo, sobre ocho temas distintos a la vez? —le preguntó Lao.

—Ella ya sabe que estoy tarumba —contestó Neuval, poniéndose ya a guardar sus papeles y sus cosas dentro de su cartera sobre la mesa, y apagando los otros dos ordenadores.

—¿Sabes? A veces me pregunto si uno de estos episodios te haría explotar la cabeza un día… o si por el contrario te explotaría la cabeza si por un minuto intentaras no pensar en absolutamente nada. ¿Me dejarías abrirte el cráneo y estudiar tu masa encefálica?

—Ponte a la cola. Lex me lo pidió primero.

—¿Cuándo? —se sorprendió Lao.

—Cuando tenía 15 años.

—Heheh… incluso él bromea con ello.

—¿Conoces a Lex? —discrepó Neuval, echándose la cartera al hombro—. Me lo preguntó totalmente en serio.

—Ah… ¿Y qué le respondiste?

—Le dije: “Lex, te quiero con toda mi alma, pero si alguna vez te acercas a mí con una jeringuilla, un fonendoscopio, un bisturí o una sierra corta-cráneos, te desheredo”.

Lao se echó a reír y fueron saliendo del despacho, de camino a los ascensores. Se metieron en uno de ellos.

—Bueno, ¿y qué tal fue la reunión de instituto de ayer? —quiso saber Lao—. Suzu ya me contó con detalle lo maravilloso que es Kyo y lo orgullosa que está de él. ¿Qué pasa con Cleven?

—Que es un desastre —respondió Neuval, mirando ensimismado la pantalla del ascensor donde estaban mostrando las noticias del tiempo.

—¿En serio? —lamentó Lao—. ¿Estudiando?

—No. Acatando las normas. El problema no es que ella no sepa hacer los deberes, es que no quiere hacerlos.

—¡Oh! Me recuerda a alguien —ironizó el viejo, sonriendo divertido—. ¿Y eso a ti no te gusta, señor Fuujin?

—No me importa que Cleven no haga los deberes. Lo que me importa… es el motivo que haya detrás.

—¿Mm?

—Para mí, los deberes escolares sólo son un recordatorio de: “no olvides seguir usando el cerebro y hacer algo útil con tu existencia un par de horas más hoy”. Si Cleven no quiere hacer los deberes, prefiero que sea porque tiene algo mejor que hacer o porque quiere usar su cerebro para otra cosa útil. Me preocupa que el motivo de que no quiera hacerlos sea porque no tiene ganas de usar su mente y sólo quiera evadirse del mundo que la rodea, no pensar, olvidar, no creer que sirva de algo…

—Tampoco puedes esperar que Cleven renuncie a hacer los deberes para gastar ese tiempo en irse a un laboratorio casero a experimentar con la física, o a alguna biblioteca o universidad a leer un libro de Matemáticas más avanzadas.

—Yo no espero que Cleven sea una científica como yo. No se trata de eso. Cuando yo renunciaba a hacer los aburridos deberes del instituto, era para dedicar ese tiempo a mi particular pasión. A aquello en lo que sé que soy bueno, útil y feliz.

Salieron del ascensor al llegar la planta de Recepción, y se fueron por otro pasillo para dirigirse a una salida lateral del edificio, donde estaba el aparcamiento privado al aire libre.

—Cleven tiene tanto potencial… —continuó diciendo Neuval—. Pero tan estancado, durante tantos años… Puede que no tuviera un don con las matemáticas, pero sí que lo tenía con la gente. Con entender a la gente… al ser humano… su historia, sus culturas, sus conflictos, su comportamiento en sociedad… Le encantaban esos temas. ¿Cuántas veces se me escapaba esa niña durante las visitas al Monte Zou por su afán de colarse en la biblioteca privada de Alvion, o en reuniones sobre asuntos de la Asociación, o incluso en misiones? Su pasión era meterse por todas grietas y agujeros del mundo que la rodeaba, para averiguar qué había en ellos, por qué se habían formado, y cómo podía arreglarlos. ¿Y ahora? —se paró justo en la puerta de salida y se giró hacia Lao—. Ahora no le apetece hacer los deberes… porque prefiere encerrarse en su cuarto, tumbarse en la cama, ponerse los casos de música, mirar al techo… olvidarlo todo y dejar de pensar.

Neuval se quedó mirando al suelo con pesadumbre. Lao podía ver en sus ojos que una gran parte de él se culpaba a sí mismo de que Cleven hubiese estado así los últimos años.

—¿“Ahora”? —repitió Lao, posándole una mano en el hombro, y le sonrió con calma—. ¿O antes?

—¿Cómo saberlo? Ya no vive conmigo. Y me da pereza pedirle a mi jovencísimo cuñado que me haga un informe diario sobre el estado psicológico de mi hija y sobre todo lo que hace.

—Tal vez porque eso ya se pasa de controlador. A ver. ¿Qué tal la viste ayer en la reunión? ¿Cómo la notaste?

—Empachada de bollos —respondió con tono resignado, siendo eso algo muy habitual para él. Sin embargo, luego se quedó pensativo, recordando los pequeños detalles que detectó en ella, cuando hablaba con su tío, cuando hablaba con sus amigas, su actitud después de la reunión… Neuval acabó dibujando una sonrisa más cálida—. Y contenta.

—¿Ves? —dijo Lao—. El cambio que tú has permitido que pase después de siete años, ha dado un pequeño primer fruto en los dos primeros días. Deja que esa semilla de cambio siga creciendo de forma natural, Neu. Ten paciencia. La verdadera Cleven que tú conoces resurgirá de las cenizas. Dale tiempo.

—Bueno —dijo saliendo ya al aparcamiento exterior—, sólo espero que aprenda que, en esta vida, muchas veces, tendrá que hacer cosas que no le gustan o que no quiere hacer, para llegar al lugar donde desea estar. Y que por eso, por muy tedioso que sea para ella hacer deberes o exámenes, los acabará haciendo, porque sabe que sólo son un peldaño más para subir a su meta deseada.

—¿Crees que la meta deseada de Cleven es estar en una carrera universitaria o en un trabajo que requiera esas exigencias académicas?

Neuval se quedó callado unos segundos, sentándose de brazos cruzados sobre el capó de su coche. Para muchas personas, el éxito no estaba en una carrera universitaria o en una profesión importante como la de abogado, médico o ejecutivo de una empresa. Músicos, artistas, incluso creadores de un negocio propio, no necesitaron pasar por la universidad para hallar el éxito. Y aunque no hallaran el éxito, al menos hallaron su particular felicidad ahí, lo cual se traducía como un éxito personal.

Neuval había visto morir a demasiada gente inocente, incluyendo niños que no llegaron a cumplir ni los 10 años de edad, como para creer que en la vida había que cumplir con el deber por encima de ser feliz. Para él, era al contrario. Todos tenían una vida y con un tiempo limitado, después de eso no hay más. Si una persona tiene libertad de elegir, y elige un camino por el que no disfruta su vida en ningún sentido y lo único que tiene es sufrimiento, estrés y dolor, es que está desperdiciando un regalo que a muchas otras personas les fue arrebatado. Neuval luchó y pasó por mil cosas terribles con tal de tener esa libertad de elegir y su meta deseada. Y también eligió luchar y sacrificarse un tiempo, con tal de que su tres hijos también tuvieran la inmensa fortuna que es la libertad de elegir lo que querían hacer.

Lex halló su felicidad en la universidad y en su profesión como médico y neurólogo, al final de un camino muy duro lleno de sacrificios, pero que él había elegido libremente cruzar. Yenkis tenía cerebro de sobra para hacer exactamente lo mismo que su padre, pero la música también era su pasión, y a lo mejor elegía dedicarse a la música, donde podía tener éxito o no, pero mientras fuera lo que hiciera feliz a Yenkis, Neuval lo apoyaría completamente. Lo mismo iba a hacer con Cleven, tanto si elegía ser camarera o peluquera, profesiones que no requerían universidad pero sí eran muy necesarias en la sociedad, como si quería ser abogada o ingeniera, siempre y cuando eligiera aquello que le hiciera dormir satisfecha y con ganas de levantarse al día siguiente.

¿Qué quería hacer Cleven con su vida? Neuval tuvo una vez una conversación con ella. Teniendo en cuenta que ocurrió cuando ella tenía unos 8 años, a lo mejor ahora era algo ya irrelevante. Porque, ¿qué iba a saber una niña con 8 años, verdad? Pero Neuval aún recordaba esa conversación. En aquel entonces, Cleven era un poco distinta a como era ahora. Y no por ser más pequeña. Incluso a esa corta edad, ella tenía claro lo que quería hacer. Pero aún era un poco ingenua en el sentido de creer saber cómo hacerlo.

Ese afán de colarse en las grietas y en los agujeros del mundo humano para curiosear sus misterios y arreglarlos estaba muy bien, pero era muy peligroso hacerlo sin haber aprendido bien cómo funciona el mundo, no sólo en esas grietas, sino también en la superficie. Había normas, leyes y requisitos de por medio, personas en desacuerdo, o incluso seres divinos muy prohibidores que, por desgracia, seguían teniendo más poder. Por eso, aquella vez, Neuval le explicó que si quería arreglar el mundo, necesitaba obtener mucho poder, en todas sus formas: ser poderosa físicamente, fuerte, ágil, sana, saber luchar y defenderse, y saber manejar el mayor número de objetos, armas y máquinas posible; ser poderosa psicológicamente, conocer sus propios límites de paciencia, de miedo, de ira, de sufrimiento, de tolerancia…; y ser poderosa intelectualmente, obteniendo siempre el mayor conocimiento de las cosas posible, la sabiduría, la experiencia…

Cuando un adulto oye a un niño decir que de mayor quiere cambiar el mundo o hacer del mundo un lugar mejor, el adulto suele sonreír y decirle: “eso está muy bien, niño”, pero por dentro piensa: “no tienes ni pajolera idea de lo que dices, niño”. Neuval también pudo pensar eso de Cleven aquella vez, sentirlo como algo adorable y no tomárselo en serio. Pero entonces, sería como no tomarse en serio a sí mismo, porque él le dijo esas mismas palabras a Lao cuando era pequeño. Y Neuval aún tenía entre manos esa firme meta.

Neuval era un “iris”, así que, para él, el camino hacia esa meta era uno concreto, que era con la Asociación, las normas de la Asociación y sus métodos y recursos. Pero para Cleven iba a tener que ser otro camino, porque ella era humana. Y los humanos que querían cambiar el mundo, para obtener poder, tenían que ir hacia donde residía el poder humano: el Gobierno, o una gran corporación empresarial. Para ambas cosas, para bien o para mal, había que pasar por requisitos académicos.

—Si la Cleven actual eligiera retomar el sueño que solía tener de pequeña —comentó Neuval finalmente—, ya sabe que pasar por esos molestos deberes y exámenes es imprescindible. Yo sólo quiero que no acabe eligiendo algo que acabe destruyéndola, o convirtiéndola en algo que ella misma odie ser. Como le pasó a Lilian.

Lao, que estaba ahí abriendo la puerta de su coche aparcado junto al de Neuval, levantó la cabeza de golpe y lo miró muy sorprendido. Era la primera vez en muchos años que oía a Neuval pronunciar ese nombre. En especial, le chocaba que lo hubiera mencionado con ese aire tan tranquilo. Neuval seguía sentado sobre el capó de su vehículo, y miró al viejo de reojo.

—No lo pensarás en serio, ¿verdad? —le preguntó Lao.

—¿El qué?

—Que los trastornos mentales o los defectos que tuviera Lilian podrían pasar genéticamente a tus hijos.

—Sólo digo… —levantó una mano apaciguadora—… que sé lo que le pasa a una mente humana cuando cae por una rampa de depresión, autodesprecio y malas decisiones, especialmente si hay antecedentes familiares. Seamos realistas. Si yo no me hubiera convertido en “iris” y me hubiera quedado en París, habría acabado exactamente igual que ella. De hecho, incluso siendo “iris”, he sido igualito que ella durante algunas etapas.

—Neuval. ¿Qué sabes de tu madre biológica? Es decir, ¿en qué entorno creció ella? ¿Cómo fue su infancia?

—No tengo ni idea. Sólo sé que se casó con otro monstruo como ella.

—Que te quede clara una cosa —le dijo Lao seriamente—. Todas las personas de este mundo, y con personas me refiero a “iris” y humanos… todos tenemos el mismo potencial de convertirnos tanto en monstruos como en personas normales o como en héroes. Todos tenemos esa mecha, unos más larga y otros más corta según nuestro genes, y el tipo de entorno y de gente que nos rodee son la cerilla que podría prenderla. Sabes que no simpatizo con tus progenitores, pero quizá Lilian cayó por esa rampa hasta el fondo y sin freno, porque no hubo nada ni nadie a quien agarrarse para frenar. No obtuvo la ayuda concreta que necesitaba. Sí, de acuerdo, tú has sido como ella varias veces durante tu vida, depresivo, drogodependiente, violento con los demás, autodestructivo… Pero siempre tuviste algo que te frenaba. Tu madre y yo, Sai, Pipi, Katz, Hideki y Emily, Alvion, Hana, tus hijos…

—Yo no debería tener esas etapas oscuras y comportamientos deplorables, en primer lugar.

—Neuval, ¡yo también podría haber tenido etapas así y comportamientos así! No es ningún secreto. Tengo 67 años y todavía arrastro un severo trauma de abandono. Mi primera memoria es estar en una habitación mugrienta con un pañal de tela áspera y meado hasta arriba, pegándome con un niño desconocido por un trozo de pan, y extraños adultos metiéndome en un pequeño corral durante horas para que dejara de molestar. Si yo no hubiera tenido un hermano gemelo siendo mi total apoyo y amigo y mi única evidencia en el mundo de que se puede amar y confiar en alguien, yo en ese orfanato habría sido un pequeño monstruo despiadado con el resto. Y si no me hubiera convertido en “iris” y Alvion no hubiera estado en mi vida, y posteriormente tu madre, yo podría haber acabado perfectamente pudriéndome en un callejón, muerto de hambre o con agujas en mis brazos.

Neuval no dijo nada. Tan sólo lo escuchaba en silencio.

—Tu hija no va a acabar jamás por el camino de Lilian, Neuval, porque, tenga o no propensión genética de caer por la rampa, tiene a su alrededor muchas manos a las que agarrarse. Tiene unos hermanos y un tío que la quieren a rabiar, unos abuelos que la adoran, y un padre lo suficientemente loco como para liarse a patadas hasta con los mismísimos dioses por ella.

—Hm… —Neuval soltó una pequeña risa—. ¿Recuerdas que casi le di una patada de verdad al dios Zero por insinuar el disparate de que Yeilang pudo morir por suicidio?

—Recuerdo al Yako de 5 años adelantándote, yendo a propinarle a Zero la patada antes que tú —se rio Lao, y Neuval también se rio—. ¿No te marchas? —le preguntó, abriendo ya la puerta de su coche.

—Estoy esperando a Hana, iremos juntos a casa. Estará al salir.

Lao asintió y dejó caer su cartera en el asiento del copiloto. Se giró una vez más hacia él.

—Neu. Dentro de una semana…

—Lo sé, papá —respondió este tranquilamente, observando las nubes en el cielo nocturno—. No faltaré. Como cada año.

El viejo volvió a asentir.

—Entonces, el miércoles que viene a las seis en el cementerio —dijo Lao.

—Sí —respondió Neuval—. Avisaré a mamá y a Suzu.

—Y yo a Mei Ling y a Kyo, para que no hagan planes ese día.


* * * *


Aquella semana pasó rápido. Para algunos, como Cleven, pasó volando. Cada día, para ella, era una novedad distinta. Cada vez conocía más cosas sobre su tío, o los mellizos la sorprendían con sus rarezas y ocurrencias. Sobre todo, irse con Kyo casi todos los días al instituto juntos era muy entretenido.

Drasik a veces los acompañaba y a veces no, dependía del humor que tuviera. Su actitud con Cleven se había moderado bastante. Desde que se enteró de que era la hija de Fuujin, ya no se le ocurría perseguirla y flirtear con ella como hacía antes, porque el respeto por su maestro pesaba mucho más. Aunque sí que mantenía la manía de llamarla “princesa”, eso ya le salía de manera natural. A Cleven le irritaba, pero él lo veía divertido y a veces la hacía un poco rabiar. Eso, cuando estaba de buen humor. Cuando no lo estaba, se convertía en un chico callado o no estaba con ellos y se iba a otro lado.

Kyo no conseguía descifrar si su amigo seguía locamente encaprichado con Cleven pero se forzaba a sí mismo a disimularlo por respeto a Fuujin, o si resultaba que Drasik ya había perdido interés en ella en ese sentido. Porque a veces notaba que Drasik realmente quería acercarse a ella, pero parecía como que había algo que se lo impedía, o le reprimía. Kyo conocía a Drasik desde que eran pequeños, habían sido íntimos amigos desde siempre, pero tenía que reconocer que, para ser un chico de lo más escandaloso, bocazas y extrovertido, Drasik a veces le parecía alguien que guardaba mucho misterio.

También, Cleven tuvo oportunidad de cruzarse alguna vez en el portal con el hermano de Drasik, a quien ya conoció en el hotel y en aquel restaurante turco durante sus días fugada, y también con la hermana de Kyo, que, al verla por primera vez, Cleven se quedó anonadada con su belleza.

Lo que embriagó a Cleven, es que tanto Mei Ling como Eliam eran enormemente simpáticos con ella. No sabía si es que ellos eran así con cualquier persona, o si es que ella les caía tan de maravilla. Había un poco de cada cosa. Mei Ling adoraba a Cleven, pero no sólo ahora, sino desde que nació. Obviamente a Mei Ling le dolía en el alma tener que fingir que no la conocía de antes y que no compartieron muchas cosas en el pasado, siendo ambas las dos únicas nietas Lao. Aun así, Mei Ling se moderaba y procuraba no parecer demasiado cercana, es decir, lejos del límite de lo raro que pudiera hacer a Cleven sospechar algo.

Con Eliam no había problema, porque él obtuvo el mismo tipo de borrado de memoria que Drasik, que era el de no recordar nada sobre la Cleven del pasado, precisamente para que Drasik continuara lejos del alcance de esos recuerdos durante aquellos siete años. Para Eliam, era como conocerla otra vez por primera vez. Y él se llevaba bien con todo el mundo, por lo que era muy fácil que con Cleven también.

Así que, el único que parecía no estar encajando del todo en ese conjunto armonioso de vecinos y amigos, era Drasik. O al menos, lo hacía de forma intermitente. Pero nadie se quejaba al respecto. Los que lo conocían, sabían que Drasik a veces tenía esas etapas cambiantes. La mayor parte del tiempo era él mismo, muy alegre, ruidoso, dando la lata, juntándose con todo el mundo… y otras veces tenía unos pocos días de estar más distraído, callado, yendo a su bola, prefiriendo estar más tranquilo y solo con sus cosas. Esto era tipiquísimo en los “iris” con majin de uno o dos grados, algo totalmente inofensivo. Por eso, ni Brey, ni Kyo ni Eliam estaban demasiado preocupados, sólo un poco, lo normal, esperando que fuera, una vez más, una corta etapa pasajera.

Por otra parte, Cleven había tenido la ocasión de conocer a Agatha en condiciones un día. Brey tenía que quedarse todo el día en la universidad, y Cleven salía un poco tarde, por lo que Agatha recogió a los mellizos y se los llevó a su casa y les hizo la comida. Cleven llegó un rato después, y Agatha la invitó a comer con ellos, diciendo que todavía estaba a tiempo.

Cleven aceptó agradecida, pero, no supo por qué, desde que entró en su casa y cada una se presentó debidamente ante la otra, desde que la pudo observar bien de cerca y de frente, empezó a sentir algo raro. De las pocas veces que Cleven la había visto en la distancia los otros días, la había visto como una anciana de lo más normal. Pero, en este momento, estando tan cerca de ella, la envolvió una sensación inexplicable del más puro misterio.

Puede que tuviera algo que ver el hecho de que Cleven estuviese ante un demonio creado artificialmente, que podía dominar las Corrientes Divinas del Espacio y del Tiempo, que había pisado todos los metros cuadrados de ese planeta durante 767 años, y que durante una parte de su vida hubiese sido un instrumento utilizado por los mismísimos Dioses del Yin para realizar recados divinos absolutamente secretos para el resto de los mortales… Pero, también, Cleven notaba una rara aura de relación. De relación con qué exactamente, no sabía, pero de relación con ella, o de algo de ella.

Por eso, la joven estuvo la mitad de la comida con una actitud muy tímida y reservada, a pesar de que la anciana no dejaba de sonreír con calidez, con sus ojos siempre cerrados, y de preguntarle por cosas normales, como qué tal le iba viviendo con Brey, o qué curso estudiaba en el instituto, o qué deportes o aficiones le gustaba hacer… Los mellizos rompían constantemente esa pequeña tensión de timidez que emitía Cleven con algún comentario divertido o cotilleo en su colegio. No obstante, lo que acabó borrando la timidez de Cleven hacia la anciana, fue enterarse de algo que no se esperaba para nada.

—¿Cómo? ¿Tu tutor se llama Denzel Sanders? —dijo la anciana, con los codos apoyados en la mesa junto a su plato ya vacío—. Ya veo. ¿Y qué tal te trata ese terco? Como si fuera el más sabiondo del mundo, ¿no?

—Eh… —Cleven se quedó algo turbada, sin entender muy bien por qué decía eso—. Bueno, en realidad, el profesor Sanders ha sido fantástico conmigo desde el primer día de curso. Me ha ayudado mucho, o al menos, lo ha intentado mucho, ya que he tenido un mal comienzo en el curso… aunque estoy tratando de mejorar. Y él ha sido supercomprensivo y simpático conmigo.

—Hmpf… —bufó Agatha, tomado un sorbo de su taza de manzanilla—. Él siempre ha sentido debilidad por los problemáticos y los raros. La verdad es que yo también.

—Pero… eh… ¿usted conoce a Denzel, señora Bennet?

—Querida. Es mi nieto. ¿No lo sabías?

—¿¡Qué!? —brincó perpleja—. ¡No! ¡No tenía ni idea!

—Ata. Nosotros tampoco hemos conocido a tu nieto aún —comentó Daisuke, con toda la boca manchada del yogur que se estaba tomando de postre.

—No te pierdes nada, cielo.

—¿Es guapo o es feo? —preguntó su melliza, también con la cara manchada de yogur.

—Clover. Soy ciega —le dijo la anciana.

—Pues sí es atractivo, y elegante —le sonrió Cleven a su prima—. A mí me cae muy bien. Me encanta cómo enseña y explica. Y cómo trata a sus alumnos. Tiene mucha paciencia.

—Viene ya con mucha práctica detrás —añadió Agatha—. Querida, no te he ofrecido nada de postre.

—¡No, no se preocupe! Se lo prometo, no me cabe ni un gramo más. Para ser sincera, creo que es el mejor arroz con curry que he comido jamás. Y he comido muchos.

—Me enseñó la receta uno de mis antiguos maridos. Era natural del norte de la India —sonrió.

—Oh… —murmuró con sorpresa, pero con el ceño fruncido. «¿Uno de sus…?» pensó confusa, «Pero ¿cuántas veces se ha casado esta mujer?».

—Dile a Brey que te lo haga algún día, que para eso le enseñé a cocinar —comentó Agatha mientras se ponía en pie y recogía los platos.

—No, no… Permítame —se levantó Cleven enseguida, y fue recogiéndolo todo ella y llevándolo a la cocina—. Dai, Clover, id cogiendo vuestras cosas, nos vamos a casa. Ya hemos molestado suficiente a la señora Bennet.

—Molestia ninguna, cielo —dijo Agatha, riéndose—. Aunque, desafortunadamente, tengo que atender un recado importante ahora.

—Claro, no se preocupa por nada —Cleven regresó de la cocina y cogió también su mochila y su abrigo de la silla del comedor donde estaba sentada—. El tío Brey ya me ha comentado que usted es una persona muy ocupada y que viaja mucho. ¿Es por trabajo? No se ofenda, pero… parece tener edad ya de jubilada.

—¡Hahah! Y no te falta razón, niña mía. Pero se trata, más bien, de un trabajo que me gusta hacer voluntariamente. Intento ayudar a muchas personas.

—Eso tengo entendido —sonrió Cleven, yéndose ya hacia la entrada con los niños y con ella, y cuando llegó hasta la puerta, se giró hacia la anciana—. Usted salvó a mi tío y a mis primitos. Y les dio estas viviendas tanto a él como a los Jones y a los Lao por un precio muy inferior a lo que en realidad valen. Es usted una persona formidable —se inclinó ante ella como despedida respetuosa—. Gracias por invitarme a com-…

Cleven se vio interrumpida cuando, nada más volver a erguirse, Agatha la rodeó con un cálido abrazo. No se esperó este repentino gesto. Le dio un poco de vergüenza, porque pensó que quizá, al ser Agatha inglesa, este era un tipo de despedida más adecuado en su cultura, en lugar de la inclinación… No tenía ni idea. Y la verdad es que ese abrazo duró algo más de lo que se consideraría normal.

Entonces, Agatha se separó de ella, pero la sujetó de las mejillas, sonriendo con cariño.

—Si sigues brillando de esta manera, Cleventine… un día cegarás a ese vil dios que me cegó a mí —murmuró la anciana, y la besó en la frente.

Por supuesto, Cleven no entendió nada. Se quedó callada, con cara confusa. Pero Agatha soltó una suave risa y se separó de ella. Los niños se despidieron alegremente, cruzaron el rellano y ya se metieron con su prima en la casa de Brey. Cleven se quedó meditabunda, preguntándose aún que había querido decir la anciana con eso. Sin embargo, acabó deduciendo que, tal vez, Agatha era una persona muy religiosa y al parecer estaba enfadada con Dios o algo así.


En cuanto a los mellizos, a Daisuke le estuvo costando bastante cumplir con lo que su padre le encargó, que era mantener a Jannik y a Clover lo más separados posible en el colegio. Obviamente, el pobre Daisuke era un niño de 5 años y no podía estar más de veinte minutos haciendo una misma cosa o concentrándose en una misma tarea. Y cada vez que le podía la distracción y se alejaba del lado de su hermana un rato para ir a jugar a otra cosa con otros niños, Jannik aparecía de las sombras al lado de Clover. Simplemente hablaban, o jugaban juntos a algo, o Clover le contaba las “historias ocultas” que había visto en algunos objetos y Jannik escuchaba embelesado… Y entonces, Daisuke venía corriendo, con sus malas pulgas, ordenándole a Jannik que se alejara de su hermana, y este se iba enseguida, sonriendo, diciéndole a Clover que no quería tener problemas con su hermano y que ya la vería de nuevo en otro momento.

Relacionado con esto, Denzel había estado espiando a Clover unas cuantas veces más, aprovechando los ratos de descanso en el instituto que coincidían con los ratos de recreo de los niños en el edificio de prescolar. No se le podía culpar por seguir un poco obsesionado con el asunto de aquella intrusa con el aspecto de Clover que lo despertó en medio de la noche intentando quitarle su anillo de la mano. Tampoco era algo como para dejarlo pasar o restarle importancia. Un acto así, no es sólo que pudiera enfadar a Denzel, es que debía de haber un motivo muy poderoso detrás.

No había querido decírselo a Neuval, ni a Lao ni a nadie, pero cada vez estaba más convencido de la única teoría que podía explicar el suceso de la intrusa que vio con el aspecto de Clover, y era la del truco visual. Sólo los Knive tenían la habilidad de crear espejismos o alucinaciones en los demás durante varios segundos e hiperrealistas, incluso sobre gente tan poderosa como los Zou, o incluso en el particular modo de ver que tenía Denzel, a través de sus gafas especiales.

Por eso, cada vez que iba a observar a Clover desde la lejanía y la encontraba jugando o paseando con Jannik, no podía creer que fuera una coincidencia. Por lo que todas sus sospechas recaían sobre el pequeño Knive albino.


Por su parte, sus deberes como nuevo ministro de Interior habían mantenido a Hatori extremadamente ocupado con muchos asuntos que no tenían que ver con los “iris”, pero era el proceso inevitable de empezar a cambiar las cosas por el Ministerio y establecer su modo de hacerlas, además de cimentar sus objetivos prioritarios y asegurarse de que los cuerpos policiales y militares cumplían con su línea ideológica. No fue difícil. Todo el mundo ya venía manteniendo un profundo respeto por Takeshi Nonomiya. Su hijo no quería hacer más que lo mismo que él, pero con más fervor. Y a nadie le parecía mal en absoluto.

En cuanto las cosas terminaran de asentarse en su nuevo cargo, Hatori continuaría investigando el caso que más ansiaba resolver, la masacre que ocasionó Fuujin en un callejón contra doce criminales.


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