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2º LIBRO - Pasado y Presente

11.
Saltos y consecuencias

En el rascacielos de la empresa Hoteitsuba, un grupo de seis personas trajeadas y elegantes, tres hombres y tres mujeres, se adentraron en el edificio con aire serio e importante. Iban todos repeinados e impecables, nada que ver con cómo solían ir en verdad. Bajo la manga de la chaqueta, se podía ver que tenían una cinta roja y ancha atada en la muñeca.

Al internarse en la zona de recepción, algunos de ellos no pudieron evitar admirar aquella arquitectura. Era un espacio inmenso, y muy alto. La zona de recepción estaba cubierta por una fachada acristalada inclinada de unos tres pisos de alto, y había algunas zonas con butacas entre grandes maceteros con árboles pequeños y plantas. Más allá, al fondo, estaban los tornos, por los que accedían los empleados y personal autorizado al edificio principal y los ascensores. Por otro lado, se accedía a la cafetería. En un lateral, estaban los dos mostradores, con forma curva, tras los que estaban los recepcionistas atendiendo a varias personas.

Al estar todo cubierto por la fachada acristalada, predominaba la luz solar del exterior, y el resto eran colores elegantes, blancos, grises metálicos, negros, y algunos decorados de algunas columnas, paredes y muebles ofrecían algún color llamativo y agradable, como rojos, azules, verdes y amarillo anaranjado. Pipi no había escatimado en gastos para construirle a su mejor amigo ese rascacielos.

Los seis trajeados se dirigieron al mostrador más cercano donde estaban los recepcionistas. Una de ellos levantó la vista de su ordenador al notar su presencia y se estremeció un poco al ver sus caras tan severas.

—Bienvenidos a Hoteitsuba. ¿En qué puedo ayudarles?

—Somos los delegados de la compañía Vontaure, de Washington —contestó el más alto de ellos con autoridad, y todos mostraron sus pases, unas tarjetas plastificadas enganchadas a unas correas—. Teníamos una cita con el director general.

—Oh, sí, en efecto —dijo, revisando una de sus agendas—. Llegan pronto, señores. Uno de nuestros chóferes fue enviado a recogerlos del aeropuerto y llevarlos a su hotel antes de traerlos aquí…

Los trajeados se miraron en silencio.

—Le hemos pedido al chófer que nos trajera directamente aquí desde el aeropuerto —le dijo una de las mujeres—. Su jefe debe de haber olvidado avisarla, señorita, hemos acordado adelantar la hora de la reunión. El señor Vernoux ya nos está esperando arriba.

—Ah… Muy bien… —asintió, indicándoles el paso con educación, aunque seguía un poco extrañada por ese cambio de planes, pero no era nada raro que a veces sucedieran cambios de fechas y horas de última hora.

Aquel grupo de empresarios pasó por los tornos deslizando sus tarjetas autorizadas por el sensor sin problema. Por eso, la recepcionista consideró que todo estaba en orden y siguió con su trabajo. Así, los seis visitantes se metieron en uno de los ascensores y se perdieron de vista.

Hana, que acababa de salir de la cafetería y los había visto de lejos, se fue hacia donde estaba la recepcionista, extrañada, con una taza de café entre las manos.

—¿Quiénes eran? —le preguntó.

—Los del Comité de la empresa de Vontaure. Tenían cita a las doce, pero han llegado media hora antes. Dicen que ordenaron al chófer que los trajera directamente aquí, sin pasar por el hotel que el señor Vernoux había reservado para ellos. Y que el señor Vernoux está al tanto.

—¿Qué? No, espera… —Hana torció una mueca—. Justo hace un cuarto de hora hablé con Neuval, le pregunté sobre la reunión esta, y me dijo que seguía siendo a las doce.

—¿El señor Vernoux habrá hablado con ellos en el último cuarto de hora cambiando el momento de la reunión? —supuso la recepcionista.

Hana no contestó. Era una posibilidad, pero sería inusual. Se quedó observando los ascensores, reflexiva. Tenía la intuición de que había algo raro. El aspecto exterior, elegante y limpio que esos hombres y mujeres tenían no llegaba a ser suficiente para tapar su verdadero aspecto interior. Hana tenía mucha experiencia en saber reconocer a ese tipo de gente, ese tipo de calaña, no importaba cuánta gomina, colonia o trajes caros les cubriesen. Ella había pasado toda su vida rodeada de ellos. Ella misma había sido de esa calaña.


En ese momento, Neuval, con su elegante traje y corbata y su pelo peinado hacia atrás, estaba en su despacho, sentado en su gran escritorio, de espaldas al gran ventanal desde el que podía verse toda la ciudad, trabajando... Trabajando en dar rienda suelta a su faceta más infantil aprovechando los escasos momentos que podía disfrutar a solas sin que nadie lo viera. Estaba jugando con varios muñequitos de Playmobil sobre su mesa y con un muñeco Ken que sólo llevaba puestos unos calzoncillos.

—¡Nnnooo...! ¡Sálvanos, Fuujin, sálvanooos...! —dijo poniendo una vocecilla aguda mientras agitaba los muñequitos de mujeres—. ¡Sálvanos del vejete gruñón, por favor! ¿¡Qué está pasando aquí!? —puso una voz grave de repente, agitando el muñequito de un viejo con su pelo y su barba de plástico blanco—. ¡Doblegaos ante mí, “iris” jovencitas, os ordeno no sonreír, os ordeno no ser guais! ¡Nooo, Fuujin, Alvion no nos deja ser tan guais como tú, sálvanooos...! —volvió con la voz aguda—. ¡No temáis, mis preciosas fans de grandes pechos! —puso otra voz varonil, agitando el muñeco de Ken—. ¡A mí Alvion no puede darme órdenes, porque soy yo quien le da órdenes! ¡De eso nada, estúpido gamberro! —dijo el muñequito de Alvion—. ¡No dejaré que un macarra callejero como tú mancille mi noble apellido, tengo mi as en la manga!

»¡Oh, no, ¿qué es eso?! —dijo el muñeco de Ken, mientras Neuval acercaba junto al de Alvion un muñequito vestido de doctor—. ¡Oh, no, es un médico! ¡Jajaja, he traído a tu peor pesadilla! —carcajeó el muñeco de Alvion vilmente—. ¡Nooo! —rugió el muñeco de Ken, corriendo hacia el médico, y lo mandó al otro lado del despacho de una patada, estampándolo contra la pared—. ¡A tomar por culo el médico! —gritó Ken, victorioso—. ¡Oh, Fuujin, eres demasiado poderoso y guay para mí! —sollozó el muñeco de Alvion, arrodillándose ante el de Ken—. ¡Síiii, Fuujin, eres nuestro salvador! —gritaron histéricas las muñequitas—. ¡Queremos un hijo tuyooo! ¡Ogh... ogh...! —una de las muñecas cayó desmayada—. ¡Oh, no, Felicity, mon amour! —corrió Ken a socorrerla—. ¿Qué te ocurre? ¡Tus grandes pechos están muy tristes! ¡Oh, Fuujin, eres demasiado atractivo y bien dotado para mí, tu “alucinancia” y genialidad me ciegan! ¡Oh, no, Felicity, prometo ser delicado...!

¡Pi-pi-pi! De repente sonó el teléfono sobre su mesa, parpadeando una luz roja por la línea privada. Neuval dejó a la pobre Felicity a un lado y apretó el botón para descolgar.

—“Neuval” —se oyó la voz del viejo Lao—. “¿Estás ocupado?”

Neuval se quedó un rato en silencio con cara de póker.

—Sí.

—“¿O quizá estás otra vez haciendo el tonto con tus juguetitos?”

Neuval se quedó otro rato en silencio con cara de póker.

—No.

—“Ya, claro...” —se rio Lao falsamente—. “¡Ponte a trabajar!” —le gritó con enfado.

—¡Odio estar en un despacho, Lao, me muero del asco! —se defendió.

—“¡Pues haberlo pensado antes de fundar una empresa, es ahí donde te toca estar!”

—¡De eso nada! Estoy aquí metido porque tú me obligaste a hacer ese máster empresarial. Yo quiero estar en los laboratorios con mi cómodo uniforme de mecánico, mis guantes y mis gafas de soldar continuando con mi investigación del comportamiento no-atómico de la materia oscura. ¡Soy un científico, no un empresario!

—“Con tu cociente intelectual superior al del resto de los mortales, has de ser las dos cosas para seguir haciendo navegar todo este buque. No puedes estar en los laboratorios todas tus horas de trabajo, así que ponte a trabajar ahora mismo estudiando las nuevas acciones del mercado y decidiendo cuáles nos convienen, que ya es hora.”

—¿Por qué no podemos contratar a otro que haga ese trabajo?

—“No sé… a lo mejor porque manejamos una corporación tecnológica mundial cargada de producciones ilegales para abastecer de armamento y tecnología a una asociación secreta de seres inhumanos.”

—¿Ni siquiera un par de horitas?

—“¡Neuval!” —se cabreó Lao.

—¡Venga ya! No puedes darme órdenes, ¡eres el vicepresidente! —le espetó.

—“Aaah, conque soy el vicepresidente” —sonrió Lao—. “Voy a ir ahora a tu despacho para que repitas eso delante de la cara del chino que ha sido tu padre durante 35 años de tu vida.”

—¡Vale, vale! —se rindió Neuval, refunfuñando de mala gana mientras echaba los muñequitos al interior de un cajón de su mesa—. Ya me pongo a trabajar, no te pongas así.

Con un largo suspiro desganado, Neuval se preparó para leer los últimos informes de los proyectos en curso. Cuando cogió la primera carpeta, lo hizo de la forma más lenta y asqueada que pudo, como si le costase ponerse a hacer lo que él consideraba la cosa más extremadamente aburrida del mundo, y esperaba que en esos segundos de retardo algo o alguien sucediese y le interrumpiera…

—“Llamada entrante de Yenkis” —dijo la voz femenina de Hoti por el despacho.

—¡Toma ya! —celebró Neuval, soltando esa carpeta con el mayor desprecio del mundo, pero enseguida carraspeó y recobró la compostura, mientras cogía su móvil y descolgaba la llamada en él—. Hola, mi oportuno genio. ¿Qué tal? ¿A qué hora llegas? … Así que os dejan en el colegio antes de la hora de comer, ¿no? ¿Irás a casa en metro? … Bien. Hana tiene plan de ir a casa a hacer la comida, estará contigo… ¿Y qué tal lo has pasado en esa granja escuela? … ¿Cómo? ¿Que has ordeñado a un rey? ¿¡Por dónde!? … Aaah, a un buey, a un buey, claro, claro… ¿Qué? ¿Que has plantado un pino? ¿Sólo uno en cinco días? Habrá que llevarte al médico, tienes un estreñimiento grave… Aaah, que has plantado un árbol de pino, yaaa, ya… ¿Yo? Nooo, yo no estoy haciendo chistes, no sé de qué hablas…

Yenkis no paraba de reírse al otro lado de línea por las tonterías que le decía su padre. Neuval estaba disfrutando con esa llamada.

—¿Qué más cosas has hecho? Cuéntame… Aaah, vale, vale, en ese caso obedece a tu profesora, corre a subirte al bus… Bien sûr, tu me le raconteras ce soir… Adieu.

Neuval colgó la llamada dando un resoplido de fastidio. Ahora no tenía más remedio que seguir con los aburridos informes. Cuando cogió un folio con el sello de una de las fábricas con las que trabajaban y vio debajo de un montón de números la factura final, se quedó desconcertado. Leyó el contenido del folio. Había una larga lista de diversas piezas de construcción con sus respectivos precios, cuya suma subía por las nubes. «¿Qué demonios...?» se alarmó, preguntándose de dónde venía ese pedido, y enseguida se le vino la imagen del viejo Lao a la cabeza.

Al parecer, eso que estaba haciendo Lao, su proyecto secreto, lo de su carpeta negra, era muy caro. Y no saber de qué se trataba a Neuval le asustó, temiendo que alguien no deseado de la empresa se enterase de esa cosa supuestamente ilegal y secreta que estaba fabricando Lao. «Se acabó, voy a hablar con ese viejo, cara a cara, como a él le gusta» pensó mientras se levantaba de un salto de la silla y cruzó el despacho con paso firme.

En ese momento, los presuntos empresarios de Washington llegaron al pasillo de fuera. Cuando el tipo alto se detuvo delante de la puerta del despacho de Neuval, hizo un gesto con la cabeza a uno de sus hombres, el más bajito, y este se adelantó y se preparó para abrirla.

¡Pam! El bajito salió despedido un par de metros cuando Neuval abrió de golpe la puerta desde el otro lado. Al notar el golpe, extrañado, se asomó al pasillo. Entonces vio a un hombrecillo tirado en el suelo agonizando como un niño, cubriéndose la cara ensangrentada con las manos, pues tenía la nariz rota, y luego vio a otras cinco personas patidifusas a su alrededor. Neuval fue a pedir unas simples disculpas por el accidente, hasta que vio una cinta roja en suelo al lado de su víctima, que se le había desatado de la muñeca.

Comenzó un duelo de miradas de todo tipo entre todos, donde las palabras sobraban. Los trajeados no tardaron en percatarse de que su oponente había visto y reconocido la cinta, la misma cinta roja que tenían los doce criminales que Neuval mató hace días en un callejón, que identificaba a su banda, y la misma cinta roja que Daisuke describió de los intrusos que divisó merodeando por el instituto durante la reunión de padres y alumnos. Neuval, por su parte, lo entendió todo al sentir sus ojos clavándose en su alma.

—Ahí va... —musitó.


Hana estaba de camino al despacho de Neuval. No pudo evitar sentir que algo no iba bien y, preocupada, subió por uno de los ascensores lo más rápido que pudo para advertirle. Este despacho estaba bastante aislado de otras salas donde solía estar o pasar la gente, ya que Neuval le pidió a Pipi una estancia lo más privada y tranquila posible. El rascacielos Hoteitsuba era una estructura de 325 metros de altura, que tenía una parte cóncava vertical de mitad para arriba con pequeños balcones y jardines verdes intercalados.

A pesar de la altura, los ascensores eran los más modernos del mundo, capaces de subir y bajar 52 plantas en escasos segundos, con un sistema de aceleración tan sutil que los ocupantes apenas la notaban. Por eso, Hana no tardó mucho en llegar a la planta 47, en cuya ala norte estaba el despacho de Neuval.

Tras cruzar algunos pasillos, un jardín y las áreas de paso que había entre medias, los vio a lo lejos, al final del último hall. Vio a los cinco trajeados, al sexto levantándose del suelo, y a Neuval en la puerta del despacho. De pronto, los seis desconocidos se le echaron encima, metiéndose de nuevo al interior, y Hana los perdió de vista. 

—¡Neuval! —exclamó alarmada.

Uno de los hombres había agarrado a Neuval por detrás y otro se disponía a atacarlo de frente. No obstante, Neuval reaccionó a tiempo y, apoyándose en el que lo agarraba, levantó las piernas y le dio una doble patada al otro, mandándolo al otro lado de la estancia. Con el impulso de la patada Neuval dio una voltereta por encima de quien lo agarraba, consiguiendo que lo soltase, y al aterrizar a sus espaldas, le dio un empujón y este chocó con los otros.

¡Hoti, cierra la puerta! —exclamó Neuval, hablando en español—. Libera argón.

La puerta del despacho se cerró de golpe por sí sola. Neuval eligió hablarle a Hoti en un idioma que consideró muy poco probable que sus asaltantes conocieran, y pareció acertar, pues los seis no reaccionaron ante lo último que él había dicho. Se repusieron del ataque anterior y le hicieron frente, con postura de ataque, en guardia. Ellos estaban dándole la espalda a la puerta, y Neuval estaba en medio del despacho, con su escritorio detrás.

—¿En serio? Después de saber lo que les hice a doce de vuestros amigos hace un par de semanas —les dijo Neuval, mientras se reajustaba la corbata y se colocaba bien las mangas de su traje—, porque seguramente ya os habréis informado con detalle del número de trozos que quedó de ellos pintando el callejón entero… ¿Venís a atacarme solamente seis, y al epicentro de mis dominios? —negó con la cabeza, suspirando—. Hay maneras más suaves de suicidarse.

—Ya te regañaron por esa masacre. Dudo que vayas a repetirla —le dijo el hombre más alto y fortachón del grupo.

Neuval frunció el ceño. ¿Cómo demonios sabían ellos eso? Sin embargo, los seis atacantes empezaron a mostrar síntomas de mareo y fatiga. Una de ellos cayó de rodillas al suelo, tambaleándose, con fuertes náuseas. El jefe del grupo miró a sus compañeros con problemas para mantenerse en pie, y él mismo notó que le costaba respirar y se le nublaba la vista. Luego miró los conductos de ventilación en las esquinas del suelo, seguramente de ellos estaba emanando el gas que los estaba asfixiando. Cuando miró a Neuval, vio que tenía su ojo izquierdo brillando de luz blanca.

—Mmmm… —Neuval inspiró hondo por la nariz, y después dejó salir un largo suspiro placentero—. Sí… Un gas noble como el argón no sólo es increíblemente útil en la industria. Agradeced que no esté usando un gas letal sobre vosotros.

El jefe, en cuanto empezó a jadear por falta de oxígeno en el despacho, reunió sus últimas fuerzas para correr hasta el enorme escritorio, pasando por el lado de Neuval, el cual lo observó confuso. Pero cuando Neuval lo vio agarrar y levantar el escritorio de 200 kilos por encima de su cabeza y blandirlo contra el ventanal del fondo, se quedó patidifuso. Al impactar contra el ventanal, el escritorio rebotó y cayó volcado al suelo, con los tres ordenadores destrozados y los papeles desperdigados, y aquel panel de cristal se llenó de fisuras, hasta que estalló en millones de añicos.

—¿Pero qué hostias…? —musitó Neuval.

No le dio tiempo a hablar más, porque los otros cuatro oponentes, pudiendo por fin respirar aire normal que entraba por el ventanal roto, se abalanzaron sobre él. La sexta intrusa, que por lo visto era un poco más débil que el resto, todavía seguía arrodillada en el suelo, recuperándose de las náuseas anteriores.

Mientras tanto, al otro lado de la puerta, Hana no paraba de gritar el nombre de Neuval y de intentar abrir la puerta, aporreándola con el hombro, desesperada, oyendo el jaleo del interior. Le pidió a Hoti una y otra vez que la abriera, pero esta no le hacía caso, manteniendo la anterior orden de Neuval como prioritaria. Sin embargo, Hana ya conocía bien el modo que tenía Hoti de comprender las cosas por sí misma, para decidir si cumplir una orden o no cumplirla era conveniente para la seguridad y bienestar del humano que tenía que cuidar. Al fin y al cabo, Hoti había sido programada por Neuval.

—¡Hoti, estoy sufriendo un infarto, abre la puerta para que Neuval me salve!

Hoti abrió la puerta. Y Hana entró al despacho justo para presenciar cómo cinco personas trajeadas embestían a Neuval, saliendo por el hueco roto de la cristalera del fondo, y caían al vacío. Hana palideció del horror.

—Ne… ¡Neuvaaal! —gritó con todas sus fuerzas.

Vio que una de los intrusos aún seguía ahí, pero se había colocado en el ventanal roto y estaba apuntando con una pistola hacia el exterior, con intención de disparar a su presa, como si no tuviera suficiente con caer de un rascacielos. Hana perdió la cabeza y corrió hacia ella, vociferando palabras horribles; la agarró del pelo y de un brazo, trató de quitarle su arma. La intrusa era inesperadamente fuerte, pero la ira de Hana era mayor. Subida a su espalda, intentando ahorcarla con los brazos, Hana llegó a divisar a través del ventanal a Neuval y a los otros cinco atacantes cayendo hacia las lejanas calles, y se le encogía el corazón sólo con pensar que Neuval iba a morir irremediablemente al llegar al suelo. No obstante, lo vio hacer algo insólito.

En medio de aquella caída de 300 metros, Neuval tenía a los tres hombres agarrados a su tronco, espalda y piernas, mientras las otras dos mujeres venían cayendo unos metros más arriba. Entonces, dio un fuerte viraje en el aire, y los tres agarrados a él se soltaron, saliendo despedidos. Neuval siguió cayendo junto a su rascacielos, con una expresión muy tranquila y atenta, únicamente centrado en observar a esos oponentes, porque algo le decía que no eran humanos normales. Vio cómo esos tres hombres de los que se acababa de soltar, en lugar de chocar contra la fachada del rascacielos, la utilizaron para impulsarse en ella con las piernas y así saltar hacia los tejados de los edificios cercanos. Acto seguido, vio a las otras dos mujeres, varios metros por encima de él, disparándole con dos armas cada una.

A Neuval no le gustó esto, porque al estar apuntando hacia abajo, los disparos podían llegar hasta las calles, llenas de gente inocente. Por eso, después de respirar hondo, Neuval abrió la boca y expulsó con su voz un estallido de infrasonido tan potente que onduló el aire por un segundo y sonó como un trueno seco. Las dos trajeadas fueron golpeadas por esa onda y cada una salió despedida a un lado. Sin embargo, una de ellas, al aproximarse a la fachada del edificio, hizo lo mismo que sus compañeros y se impulsó con las piernas; en pleno vuelo, agarró a su compañera, y ambas fueron a aterrizar a la azotea de otro edificio cercano.

Viéndose por fin solo, Neuval se dio la vuelta, y justo cuando estaba a pocos metros del suelo del gran patio ajardinado del rascacielos, hizo un amago en el aire; pasó a ras del suelo y se elevó de nuevo hacia arriba, tan veloz que la gente que caminaba por la calle cercana se sobresaltó al sentir una fuerte brisa, pero no vieron a nadie.

Una vez llegó a una buena altura, algo apartado de su rascacielos, aminoró la velocidad y sobrevoló los edificios colindantes, viendo allá a esos cinco trajeados en dos azoteas diferentes, ilesos, preparándose para dispararle con más armas. «Vale, esto no me lo esperaba» pensó. «No cabe duda. No son humanos normales, son Menores entrenados. Y por eso saben cosas de mí. ¿Pero por qué demonios me atacan? Mierda… ¿Quiere eso decir que aquellos doce tipos que maté el otro día también eran Menores? No, imposible… Se comportaron como criminales, querían robarme y matarme, y tenían el mismo intelecto que un pomelo. Y de haber sido Menores, obviamente Alvion me habría condenado definitivamente. Entonces, estos seis idiotas de ahora, ¿qué son? ¿Menores desertores, que les ha dado por juntarse con criminales comunes, y han venido a vengarse de sus doce amigos? Lo que me faltaba por ver…».

Al bajar la guardia por estar pensando en esto, además de estar ocupado frenando con golpes de viento las balas que venían hacia él, no se dio cuenta de que la sexta atacante que se había quedado la última en el despacho había saltado ya por la ventana rota, y cuando lo tuvo en el punto de mira y a una altura adecuada, se impulsó con las piernas en la fachada y cayó en picado sobre él.

—¡Ugh! —exclamó Neuval al notar el impacto, y ambos comenzaron a caer hacia el suelo otra vez.

Ella empezó lanzarle puñetazos y codazos muy veloces, pero era lo mismo que intentar golpear una plumilla en el aire, parecía intocable. Neuval la esquivaba a una velocidad mucho mayor, sin siquiera pestañear. No obstante, cuando ella sacó su pistola de nuevo y apuntó a su cara, Neuval le lanzó un fuerte soplido por la boca, la repelió a varios metros y, acto seguido, sacudió sus brazos en aspa con un movimiento limpio. Dos cortes aparecieron al instante en cada muslo de la mujer trajeada, superficiales, pero muy largos, y fueron manchando de sangre sus elegantes pantalones. La mujer gritó de dolor. Neuval, entonces, la agarró de un brazo y la llevó volando hacia la azotea de un edificio cercano, donde la dejó caer. Ella soltó otro gemido por el golpe contra el suelo y apretó los dientes, llevándose las manos hacia los cortes de sus piernas.

Neuval descendió lentamente cerca de ella y se quedó levitando a treinta centímetros del suelo, observándola.

—No morirás por eso —la tranquilizó, pero con un tono frío.

—¿Por qué no me matas? —preguntó ella, entre riendo y agonizando.

—No quiero ni debo hacerlo.

—¡No me hagas reír! —replicó, tratando de incorporarse—. ¡Tampoco querías ni debías matar a aquellos doce hombres! ¿¡Verdad!?

Neuval se quedó un momento en silencio, incómodo.

—No era yo.

—¡Y una mierda, poderoso Fuujin! —exclamó llena de rabia, y luego comenzó a reírse por lo bajo, más calmada—. ¿Por qué Alvion te deja aún con vida? —murmuró.

Neuval desvió la mirada, un poco sorprendido por esa pregunta.

—Dices que no eras tú —continuó la mujer—. Pero sí eras tú. Era tu otro yo. Tú eres el “iris”, y tu otro yo el majin. Muchos lo sabemos, gran Fuujin, que estás en grado VI. Poco te queda para llegar al grado VII y convertirte en “arki”.

—Eso no ocurrirá.

—Claro que sí —sonrió fríamente—. No niegues que sabes perfectamente que los majin crecen con el tiempo. Crees estar ahora a salvo porque Alvion te controla, pero llegará un punto en que tu otro yo se haga tan fuerte que ni Dios podrá salvarte. Eres una amenaza para el mundo. Y lo sabes, pero no lo quieres reconocer.

—Eso no ocurrirá —repitió.

La ex-Menor volvió a reírse por lo bajo y se quedó un rato en silencio.

—Los “iris” acaban con las amenazas del mundo —musitó—. Pero contigo hacen la vista gorda. ¡Tú... —exclamó de pronto, llena de rabia—... deberías morir! Muchos sabemos las cosas horribles que tu majin ha hecho desde que eres un “iris”. ¡Destruiste la mitad de este país hace siete años!

—¡Eso fue…! —exclamó Neuval, alterado. Iba a decir que fue un accidente, pero no pudo decir eso, porque era mentira—. Mi majin se descontroló esa vez hasta límites inesperados. Habían asesinado a mi mujer y me volví loco. Pero la Asociación lo arregló todo, los Taimu detuvieron el tiempo del mundo unos días hasta que todo fue reconstruido con el poder de Alvion y de los demás "iris" de Japón. Las memorias de los inocentes fueron borradas. Y no murió nadie.

—Eso es lo más extraño. ¿Arrasas medio país con tu furia y tu viento y nadie acabó muerto? Debes de ser el hombre más suertudo del mundo, Fuujin. Pero también de los más sensibles. Durante años han ido aumentando los grados de tu majin. Te falta poco para convertirte en otra persona, es inevitable, y lo sabes. Entonces seguirán haciendo la vista gorda... hasta que ya nadie pueda hacer nada cuando llegues al grado VII y destruyas el mundo entero, como hacen los "arki", que son lo opuesto a los "iris".

—Si quieres vengar a esos doce colegas tuyos de mierda que intentaron atacarme el otro día en un callejón...

—Sé la importancia que tiene diferenciar a un inocente de un culpable, y tuviste suerte de que esos doce fueran culpables. —Hizo una pausa para respirar hondo y aguantar el dolor de los cortes—. No te equivoques. Ellos, ni eran nuestros colegas ni eran Menores. Sólo eran humanos comunes, criminales comunes. Puedes respirar aliviado.

—¿¡Y por qué coño unos Menores como vosotros se juntarían con unos criminales!? —exclamó enfadado—. ¿¡De qué vais!? ¿Sois desertores y ahora os pasáis al bando enemigo?

—¿Cuál crees tú que es el bando enemigo? —sonrió fríamente.

—¡Los criminales humanos, el único que hay!

—Dios, Fuujin... Uno de los hombres más inteligentes del mundo, y no sabes nada.

Neuval entornó sus ojos grises con desafío, no sabía si ella sólo pretendía provocarle o de verdad estaba escondiendo algo importante que ignoraba.

—Tu conciencia puede estar libre por tu inexplicable suerte. ¿Pero qué harás cuando tu majin acabe matando a un inocente? Tú, el bueno de Fuujin, jamás serás capaz de perdonártelo, y Alvion no tendrá más remedio que tomar medidas drásticas. Nadie ni nada podrá frenarte. Como pasa con Yamijin-sama.

Neuval abrió los ojos con desconcierto al oír ese apodo. Supo que se refería a Izan.

—¿Qué has dicho...?

—No estamos aquí para vengar a esos criminales normales que mataste —le explicó la mujer, incorporándose sobre el suelo de grava un poco más, con dificultad—. Fuimos nosotros quienes te los enviamos.

—¿¡Qué!?

—Sí, Fuujin, somos desertores, ya no ayudamos a los "iris" a salvar a los buenos e inocentes humanos. Ahora somos lo que llamarías criminales. Es la única posibilidad a la que nos hemos aferrado para sobrevivir. Izan Saehara ha alcanzado el grado VII de su majin, ¡ahora es un "arki"! Está en esta ciudad y está tramando algo terrible. Ni Alvion puede detenerlo, porque si un "iris" se convierte en "arki", él ya no podrá controlarlo. Todos aquellos que sean del bando del bien son los enemigos directos del “arki”, y serán los primeros a los que destruya.

—¿Es eso lo que tú y tus amigos habéis hecho? —entendió Neuval, mirando un momento a los edificios cercanos, donde estaban los otros ex-Menores vigilándolos—. ¿Cambiaros al bando del mal para que Izan no vaya a por vosotros, como unos putos cobardes?

—Ese chico... tiene un poder superior. Y nadie puede frenarle. Por eso te enviamos a esos criminales que mataste. Ellos no tenían ni idea sobre la Asociación, ni de que nosotros éramos Menores, sólo eran una banda criminal callejera. Y esto —se arrancó la cinta roja de la muñeca— sólo era para hacerles creer que éramos de los suyos. Los usamos de cobayas, les dijimos que eras un tipo rico y patético, les dijimos que te localizaran y que te robasen y te dieran una buena paliza. Queríamos comprobar si tu majin explotaba, si seguías teniendo un grado alto. Y nos demostraste que sí.

—¿Pero por qué ibais a…?

—Tú, como el "iris" más poderoso, podrías haber sido el único capaz de detener a Izan. Pero no puedes... si te estás convirtiendo en lo mismo que él. Si hubieras frenado a esos doce criminales sin perder el autocontrol, al modo "iris", habríamos tenido la esperanza de que tú podrías detener a Izan. Pero eres el mismo peligro que él, o lo serás. Y por eso nuestro único modo de sobrevivir al mal de los "arki" es quitarnos del bando del bien. Con Izan, con Yamijin-sama, es demasiado tarde. Por eso tú deberías morir ya, antes de que sea tarde.

—Sólo dices tonterías.

—Quizás —sonrió con calma—. Lo mismo pensamos de Yamijin-sama, y mira qué ha pasado. No lo niegues, porque tú lo conocías bien. Siempre fue tu favorito, hasta le pusiste el apodo de “Ichi”: número uno. Seguro que antes nunca llegaste a imaginar que él acabaría así, ¿verdad? Mal hecho. Ahora deberías pensar en ti mismo.

Neuval respiró aceleradamente, empezando a alterarse. Esas palabras se introducían en su mente como ríos de verdad y lógica, y no podía asimilarlo.

—Dices que es inevitable que yo llegue a ese grado —dijo Neuval—. Yo lo evitaré, y tendrás que tragarte tus palabras. No me llames iluso por esto, porque juro por mi vida y la de mi familia que jamás permitiré convertirme en alguien como Yamijin-sama: una amenaza para el mundo.

—Lo juras muy seguro de ti mismo. Pero ¿y si te equivocas?

Neuval se quedó un momento en silencio, y cerró los ojos.

—Está claro —contestó—. Acabaré yo mismo el trabajo que estáis haciendo ahora. Antes de que sea tarde. Si no lo consigo a tiempo, Alvion lo hará, y no pasará nada.

—Pues que así sea —masculló—. Si sales vivo de esta.

Neuval se volvió con sobresalto, y vio a los otros tres hombres y las otras dos mujeres aproximándose hacia él rápidamente, saltando por las azoteas.

—Te recuerdo —le dijo a la mujer herida—. Tú eras una Menor de la ARS, ¿cierto?

—Así es —suspiró, empezando a debilitarse.

—¿Sabe tu ex-Líder que te has convertido en una criminal de mierda?

—¡Hah...! Ingenuo Fuujin, ¿crees que a Viernes le importa? Quizá hace años, pero ahora no. Ella ha cambiado… y será demasiado tarde cuando descubras a qué me refiero.

Neuval entornó los ojos con un mal presentimiento, le preocupó un poco que dijera algo así de Viernes, y ciertamente no entendía ahora a qué se refería con eso. Pero sus oponentes ya estaban llegando a ellos.

—Será mejor que te vea un médico —se despidió Neuval.

Saltó de aquella azotea justo cuando los otros cinco trajeados aterrizaron en ella. Las dos mujeres se quedaron junto a la herida, y los otros tres hombres siguieron persiguiéndolo. Neuval decidió descender al suelo en un callejón, y corrió hacia las calles más transitadas de Shibuya, con el fin de confundirse entre la gente que caminaba por allí y despistar a los otros. La gente, al ver a un hombre elegante con traje y corbata corriendo como un atleta por su lado, soltaron exclamaciones de sorpresa y curiosidad, y más al ver a otros igual tras él.

Neuval saltó las vallas que limitaban unos pequeños jardines de la calle y se acercó a la plaza donde estaba la estatua de Hachiko. Sin embargo, de detrás de Hachiko apareció una mujer. Tenía tez pálida y el pelo negro y muy liso, con flequillo y un corte por encima de los hombros muy recto, y vestía con un qipao antiguo bastante lujoso.

—¡Disculpe! —exclamó Neuval en el momento de esquivarla por los pelos.

—¡Hey! —saltó esta.

Los perseguidores de Neuval pasaron por el mismo sitio y el primero también la esquivó por poco, pero los otros dos no la vieron y se chocaron con ella.

—¡Ah! —gritó la mujer, y empezó a soltar palabras en otro idioma, tan irritada que cogió su bolso de cuero antiguo y comenzó a aporrearlos con él—. ¡Malditos pervertidos! ¡No volváis tocarme!

Les dio una y otra vez.

—¡Eh! —protestó uno.

—¡Estate quieta! —se alteró el otro, pero recibió un bolsazo en toda la cara, sumándose a la nariz que ya tenía rota por el portazo que le dio Neuval.

El otro hombre, el jefe del grupo, se volvió con sorpresa al ver a sus compañeros siendo aniquilados por aquella alta y delgada mujer pero aparentemente más fuerte de lo que parecía. Neuval también se detuvo y se quedó igual de asombrado.

—¡Tú también, no huyas! —dijo la mujer en ese otro idioma extranjero que el ex-Menor jefe no entendió, cuando dejó a los otros dos agonizando en el suelo y corrió hacia él.

A este no le dio tiempo a reaccionar y recibió los mortales bolsazos de la mujer. Neuval siguió ahí, de espectador, recapacitando sobre la vida y sus interesantes giros.

La gente ya había formado un corro alrededor del altercado. Cuando el último Menor desertor de la cinta roja cayó al suelo, dolorido, la mujer de repente le clavó una mirada fiera a Neuval. «¡Ostras, qué miedo…!» se asustó Neuval, a punto de salir huyendo. Sin embargo, la mujer dio un espectacular salto de varios metros y aterrizó justo delante de él, blandiendo su bolso con gran fuerza, pero Neuval se inclinó hacia atrás con increíble flexibilidad y la esquivó por poco. Ella apretó los dientes y siguió con el intento de darle.

—¡Eh! —exclamó Neuval.

¡Fiuu! Esquivó otro bolsazo.

—¡Es...!

¡Fiuu! Volvió a esquivarlo.

—¡... pere!

¡Fiuu!

—¡Que yo soy bueno!

¡Fiuu! La mujer empezó a llamarlo con palabras muy feas, y Neuval reconoció que el idioma que hablaba era chino mandarín. Como él se había criado en Hong Kong, se había criado con el cantonés, pero no tenía ningún problema con entenderla, ya que de los 18 idiomas que Neuval sabía hablar, estaban incluidas algunas variantes del chino.

Llegó un momento en que ella se cansó de dar bolsazos, y lo que hizo fue sacar del propio bolso un pincel húmedo y un largo pergamino enrollado, extendiéndolo frente a ella en el aire. Su mirada de ojos negros se volvió fría y serena, y al mismo tiempo pareció pintar algo en el papel con asombrosa velocidad, en apenas dos segundos. Neuval abrió los ojos con gran pasmo, cuando creyó ver algo parecido a un animal de tinta, con colmillos y vida propia, saliendo del papel. Era como si el dibujo cobrase vida.

—Es… toy… —Neuval se fue llevando las manos a la cabeza conforme asumía lo que era eso—… ¡¡alucinando pepinos!! ¡No me lo puedo creer! ¡Ah! —brincó de repente, mirando alarmado a la gente que los rodeaba, y saltó inmediatamente sobre la mujer—. ¡Para, para, guarda eso! —le habló en mandarín, agarrando la muñeca de la mujer por donde sostenía el pincel y dándole un manotazo al pergamino tan fuerte que espachurró a la criatura de tinta que estaba emergiendo de él, y con más movimientos brutos metió el papel arrugado de regreso a su bolso dejándolo todo hecho un desastre.

—¿¡Qué te crees que haces, pervertido!? —le rugió la mujer, intentando soltarse de él.

—¿¡Qué te crees que haces tú, demi’on!? —replicó Neuval con enfado.

—¿¡Qué…!? —se quedó perpleja—. ¿Cómo sabes…?

—¡Hahah! —se rio Neuval con inocencia, girándose hacia la gente—. No hay nada que ver aquí. Sólo ha sido un pequeño altercado. Está todo controlado…

La gente seguía mirando y comentando lo sucedido, y Neuval aprovechó que ahora estaban prestando atención a los tres criminales malheridos que seguían agonizando en el suelo.

—Tú, estate quieta, ¿cómo se te ocurre usar el Poder de los Sellos en plena calle delante de tantos humanos inocentes? —le reprimió Neuval.

—¿¡Quién eres!? ¿¡Qué sabes tú de eso!? —desconfió ella, intentando soltarse de él, pero Neuval seguía agarrando su muñeca.

—¿Trabajas en la Asociación?

—¡No!

—¿Entonces cómo demonios es posible que sepas usar ese poder? ¿Por qué Denzel te lo ha enseñado si sólo eres una demi’on común, ajena a la Asociación? Si te lo ha enseñado sin ser miembro de la Asociación, tiene que ser por una buena razón. Él debe tener mucho cuidado con eso, los dioses suelen ponerse insoportables si este tipo de cosas no se controlan.

—¡No es asunto tuyo! ¡Suéltame de una vez! ¡Tu gente siempre es de lo más descarada y sinvergüenza!

—¿Mi gente? —preguntó confuso—. ¿Los “iris”?

—¡Los franceses! —le espetó ella.

—¡Racista! —protestó Neuval, dolido.

—Se te nota en el acento. ¿Y encima eres un “iris”? ¿Así tratas a una víctima atacada por tres delincuentes? —señaló a los malheridos de allá.

—¡Eh, la víctima de esos idiotas era yo! —gruñó Neuval.

—Escucha, yo uso el Poder de los Sellos para sobrevivir, ¡llevo un día en este espantoso lugar y ya han intentado atacarme cinco maleantes, y tres de ellos no querían mi dinero solamente!

—Vale —Neuval soltó su muñeca, y levantó las manos—. Discúlpame, no volveré a tocarte, pero por favor, deja de llamar así la atención. Es que no me explico… —de pronto se quedó mudo, le vino a la mente una posibilidad—. Oh, espera… Espera… ¿Por casualidad…? —la miró con un brillo ilusionado en los ojos, aproximándose más a ella, y ella retrocedió de nuevo, pensando que estaba loco—. ¿Tenías un hermano mayor llamado Yong? ¿Eres por casualidad una de las hermanas pequeñas de Yong?

—¿De qué hablas? Mi único hermano mayor se llama Lincoln y de mis otros seis hermanos pequeños ninguno se llama Yong.

—Ah… —lamentó el Fuu, perdiendo esa ilusión.

Cuando Neuval tenía unos 17 años y todavía vivía en Hong Kong y trabajaba en la SRS de Hideki, en esta SRS había un Menor hongkonés llamado Yong, unos tres años mayor que él, pero era uno de sus muy mejores amigos. Neuval y su hermano Sai solían salir siempre con Yong para divertirse, además del trabajo que hacían juntos cuando la SRS tenía una misión. Era, además, un demi’on que Denzel encontró y reconoció como su descendiente cuando era pequeño, cuando los padres del chico murieron en un accidente de avión, una tragedia que tuvo bastante repercusión en el país, y el viejo Lao fue uno de los muchos “iris” que fueron a salvar a los heridos, y entre los supervivientes estaban Yong y sus tres hermanas pequeñas.

Cuando Denzel descubrió que aquel niño y sus tres hermanas eran demi’ons de su sangre, y que habían quedado huérfanos, él mismo se hizo cargo de ellos, ayudándolos a salir adelante hasta que Yong ya se hiciera mayor y autosuficiente para cuidar de sus hermanas y de sí mismo, razón también por la que Yong eligió convertirse en Menor y servir a la Asociación. Denzel les tenía tanto cariño que les enseñó a él y a sus hermanas a usar el Poder de los Sellos, algo que era bastante exclusivo, porque tampoco podía enseñárselo a todos los descendientes con los que se encontrase por ahí, al ser un poder bastante peligroso en manos no responsables.

En esa época, cuando Neuval tenía 17, Yong estaba perdidamente enamorado de la hija del Líder, es decir, de Katz. Y resultaba que Neuval también. El problema era que Katz, en aquel entonces, odiaba a Neuval –y tenía razones– y parecía que Yong le gustaba. Para Neuval, aquello era una batalla perdida, o eso pensaba entonces. Sin embargo, una nueva tragedia lo cambió todo. En una misión que se torció, Yong salió gravemente herido y acabó muriendo en el hospital, el mismo hospital donde Neuval y Katz también estuvieron a punto de morir.

Sin previo aviso, Neuval despertó de sus recuerdos y se encontró a la mujer volviendo a dibujar una bestia en su pergamino arrugado tranquilamente.

—¿¡Qué haces, loca!? —la frenó alarmado, dándole otro manotazo al papel.

—¡Se están recuperando, hay que darles más fuerte! —señaló ella hacia los ex-Menores, que se estaban empezando a levantar del suelo, y esquivó a Neuval para seguir dibujando.

—¡Compórtate, demi’on! —se echó sobre ella, agarrándola por detrás para inmovilizar sus brazos.

—¿¡Cómo te atreves, “iris”!? ¡Que seas extremadamente atractivo no significa que yo vaya a permitirte semejante contacto físico!

—¿Ah? —Neuval se quedó turbado por un momento, y sonrojado.

La mujer, harta, logró apartarse de él, pero no continuó con su intento de usar el Poder de los Sellos. En lugar de eso, corrió hacia los tres criminales al grito de guerra y blandiendo su bolso letal de nuevo. Se formó un gran jaleo en la plaza de Hachiko, la gente gritaba, tanto de disgusto como de miedo o incluso animando la pelea. Neuval no sabía qué hacer, porque muchos ya habían sacado sus teléfonos móviles para grabar el altercado y él debía procurar estar bien lejos de las grabaciones y de las cosas que llamasen demasiado la atención, sobre todo teniendo en cuenta que Hatori había abierto una investigación directa para cazar a Fuujin.


—¡Demonios, es Naminé! —saltó Link al ver a su hermana ahí al otro lado de la calle desde la ventana de la cafetería.

Se levantó de la silla de tal forma que casi vuelca la mesa, y salió escopetado del local. Owen también se sobresaltó y corrió detrás de su hermano. Denzel, por su parte, se pegó a la ventana para verla, dándole un vuelco el corazón.

—¡Nami! —apareció Link tras abrirse paso entre la masa de gente, y la detuvo, agarrándola de los brazos.

—¡Cálmate, Naminé! —se apuró Owen, sujetando su bolso para que dejara de sacudirlo—. ¡Que estás llamando demasiado la atención!

—¡Suéltame, Link, suéltame! —se agitó—. ¡Son bandidos que merecen ser arrestados, yo misma los llevaré ante los soldados imperiales!

—¡No, Nami, aquí no es como en casa! —intentó explicarle Link—. Estamos 200 años en el futuro. Aquí tienen nuevas leyes y agentes especializados en…

Nada más decirlo, aparecieron tres policías con las porras a mano, y se quedaron de piedra al ver a tres hombres tirados en el suelo viendo las estrellas. Después miraron con desafío a Owen y a Link, que seguían sujetando a su hermana.

—¿¡Qué pasa aquí!?

Los tres hermanos se quedaron mudos, en tensión, sin saber qué decir. Neuval, viendo que esas tres extrañas personas no sabían tratar con policías, tuvo que intervenir antes de que los agentes los tachasen a ellos erróneamente como los agresores.

—No pasa nada —les dijo Neuval, interponiéndose rápidamente—. Son esos hombres, venían con actitud agresiva hacia mí y luego han intentado atacar a esa mujer. Miren, ¡van armados! —señaló las pistolas que los tres ex-Menores tenían en los estuches a cada costado, bajo la chaqueta del traje.

—¡Esposadlos, rápido! —ordenó uno de los agentes a sus dos compañeros, y cada uno se encargó de un ex-Menor, poniéndolos bocabajo para esposarlos por la espalda, y les quitaron las armas con cuidado—. Increíble que tengamos algo así en esta ciudad de repente.

—Muere Takeshi Nonomiya y ya se creen los delincuentes que tienen vía libre… —bufó otro de los policías—. Verán cuando Hatori Nonomiya termine de establecerse en el puesto y comience a poner orden, las alimañas no podrán ni respirar.

De regreso a la normalidad en la plaza, Neuval giró sobre sus talones y se encontró con la mujer volviendo a perder los nervios contra los dos que la sujetaban.

—¿¡Y vosotros dónde os habíais metido!? —les gritó con enfado—. ¡Llevo buscándoos desde ayer en este lugar tan raro! ¿¡Dónde estamos!? ¿¡Qué es de los demás!? ¡Respondedme! Quiero volver a casa…

—Calma, calma… —insistía Link.

—¿Dónde estamos? Quiero volver a casa…

Sus hermanos intentaron tranquilizarla. Ella había estado perdida en la ciudad más tiempo y seguramente no había tenido la misma suerte que ellos de no encontrarse con peligros.

—Disculpad... —se les acercó Neuval, hablándoles en mandarín—. ¿Estáis bien?

—Sí, no se preocupe —le dijo Link—. Somos sus hermanos. Siento lo ocurrido, es que está asustada.

Neuval asintió y se quedó observándolos con curiosidad. «Tres hermanos demi’ons chinos muy raros en medio de Tokio» pensó intrigado, «¿Los otros dos también manejarán el Poder de los Sellos? ¿Denzel los conoce? Sólo él ha podido enseñarles ese poder. Hmmm…». Le sonaba mucho la camiseta que Owen llevaba puesta, era igual que una que tenía Denzel. Y la ropa que llevaba Link le recordaba a la de Yako.

Justo en ese momento, Denzel por fin llegó hasta ellos, parándose un momento para recuperar el aliento, apoyado en sus rodillas.

—Naminé… —musitó Denzel, contemplándola con admiración por primera vez en su vida a través de sus gafas—. Nami, eres tú…

La mujer levantó un poco la cabeza entre los brazos de Owen y lo miró con sorpresa, frunciendo el ceño.

—¿Padre?

Denzel sonrió con emoción, sin poder creérselo. Naminé corrió hacia él al instante, abrazándolo exasperada. Él la abrazó de vuelta, cerrando los ojos con tristeza, apoyando la mejilla sobre su cabeza para sentirla, oliendo el perfume de su cabello.

—Mi querida Nami…

—Menos mal que estás aquí —sollozó Naminé, apartándose un poco para mirarlo, y se quedó algo extrañada—. ¿También has saltado en el tiempo con nosotros? Estás... Estás algo diferente, pareces un poco más mayor, y te has cortado el pelo… ¿Y qué tipo de lentes llevas puestas? Estabas inconsciente en el suelo, en tu estudio, y…

—Nami —le sonrió con cariño—. No soy el de tu época.

—¿Qué? —se sorprendió—. Entonces ¿qué ha pasado?

—Veo que tendremos que explicárt… —Denzel se calló cuando se dio cuenta de que el parisino estaba ahí con cara de cotilla—. ¡Neuval!

Este levantó una mano tímida y saludó con ella, sin salir de su confusión.

—¿Lo conoces, padre? —preguntó Link.

—¡Sí, él es…! —sonrió, casi riendo por la casualidad—. Este es el “iris” más poderoso del mundo actual. Y no sólo eso. Él es quien hizo para mí estas gafas que me permiten ver.

Link, Owen y Naminé volvieron la vista hacia Neuval con gran asombro, y este volvió a saludar tímidamente.

—¿Puedo saber de qué va esto? —preguntó, completamente perdido—. Denzel, ¿es que has encontrado nuevos descendientes de esta época? Sabes que eres libre de enseñarles el Poder de los Sellos si quieres, pero parece que aquí “doña bolsazos” no sabe que está prohibido exhibirlo delante de humanos inocentes.

—Lo siento, Neu —sonrió el Taimu—. No están acostumbrados a esta época y ciudad. No son lejanos descendientes de esta época. Ellos son Link, Naminé y Owen, tres de mis hijos.

—¿C…? —Neuval se quedó atónito, e hizo un gesto precavido, asegurándose de que no había gente cerca que pudiera oír—. ¿Pero qué me estás contando? —susurró—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué hacen en esta época? ¿Por qué los has traído? No me digas que la nostalgia al final te ha vencido y le has robado los hijos a tu “yo” del pasado para volver a estar con ellos.

—¡No! ¡No inventes películas! ¡No he sido yo! —le aseguró Denzel—. Escucha, Fuujin, necesito máxima discreción con esto. Se han visto involucrados en un salto en el tiempo, estoy intentando encontrarle una explicación, investigando qué es lo que ha ocurrido para darle solución, a ser posible, sin que los dioses se enteren y metan las narices. Por favor, Neu, he encontrado a tres de ellos, pero los otros cinco aún andan perdidos por esta ciudad. Si ves algo fuera de lo normal, si te encuentras por ejemplo con alguien que te dé sospechas, como te ha pasado ahora con Naminé, avísame enseguida.

—Dame descripciones al menos, edades, nombres…

—Christine tiene 29 años, es un poco más joven que Naminé. An Ju tiene 21 y está embarazada de seis meses. James y Lu Kai son gemelos de 17 años. Y Robin, el pequeño, tiene 13.

—De acuerdo. Ya veo… Caray, menudo problema, Denzel… —resopló, asimilando la noticia—. ¿Sabes? Por un momento había imaginado que ella podría ser una de las hermanas pequeñas de Yong —dijo señalando a Naminé, con un tono algo apenado—. Ya que Yong y sus hermanas son los únicos descendientes tuyos de última generación a los que enseñaste el Poder de los Sellos.

—Yong… —murmuró Denzel, y su cara se tornó triste al recordarlo. Luego sonrió con pesar—. Ya, no… Las hermanas de Yong se mudaron al Monte Zou poco después de la muerte de él. Ya tuvieron demasiadas desgracias en sus vidas. No han salido de allí desde entonces, son felices ahora, con familias propias y trabajos comunes.

—Parece que les tienes un cariño especial, padre —observó Owen—. ¿Puedo saber de quién descienden?

—Son descendientes de Robin —contestó—. Yong me recordaba muchísimo a él…

—Tranquilo, Denzel —le dijo Neuval—. Te ayudaré en todo lo posible, con la máxima discreción. Puedes contar conm-…

—¡Neuval!

Todos pegaron un bote del susto al oír la voz de Lao resonando por toda la calle. Vieron al viejo acercándose a ellos, cruzando la carretera, dado que la empresa estaba cerca de la zona.

—¡Kei Lian! —exclamó Denzel, viendo la cara irritada del viejo.

Lao se paró a una distancia de ellos y primero miró a Denzel, luego a los otros tres desconocidos, y por último a Neuval, respirando profundamente por la nariz. Estaba furioso.

—Neuval. Ven ahora mismo —le dijo fríamente.

—Pero Denzel tiene un problema... —titubeó este, inquieto por la actitud del viejo—. De hecho, es algo insólito, no te lo vas a creer, resulta que...

—Te he dicho... que vengas ahora mismo —le cortó Lao, manteniendo la calma—. Y no te lo voy a repetir. Sabes lo que pasa si me haces repetirte las cosas.

Reinaron unos segundos de tenso silencio entre los cinco. Denzel y los otros tres no entendían nada del comportamiento de Lao, pero Neuval ya lo intuía y se giró hacia los otros.

—Vale, parece que hoy es el día de los dramas entre padres e hijos. Me voy o me castigan. Pero tranquilo, Denzel, estaré alerta con tu asunto.

Denzel le asintió agradecido, pero cuando el Fuu ya se marchó con el viejo de regreso a Hoteitsuba, frunció el ceño y miró hacia arriba, hacia una de las plantas del edificio de la empresa, que se veía asomando sobre los demás edificios. Vio una ventana rota, y eso era suficiente para comprender un poco.

—Fuujin regresa a la Asociación y apenas tarda un par de días en destrozar algo... —suspiró el Taimu, negando con la cabeza—. Bueno, ya hablaremos con él luego. Vamos, chicos. Nami, iremos a mi casa. No tienes buen aspecto, no has comido ni bebido nada desde ayer, ¿verdad? Ya no te preocupes por nada —la rodeó con un brazo cálidamente.


* * * *


Lao se paró en seco nada más llegar a uno de los soportales laterales del rascacielos Hoteitsuba, y Neuval casi se choca con él. El viejo estaba de espaldas en un silencio extraño, por lo que Neuval miró para los lados, un tanto intrigado e inquieto. Entonces Lao se dio la vuelta con una expresión terrible.

—¿En qué estabas pensando?

Neuval cerró los ojos con cansancio, preguntándose si se refería a lo de su despacho.

—¿Qué esperabas? Al final han venido a por mí. Me han pillado por sorpresa. Eran ex-Menores, sabían cómo burlar el…

—Me da igual, Neuval. ¿Cuántas veces tengo que decirte que seas más discreto cuando te pasan imprevistos?

—¿Te da igual que me maten?

—Nadie puede matarte. Deberías haber zanjado el asunto con esos tipos antes, o si no, no haber venido a un lugar público sabiendo que alguien te estaba siguiendo para saldar cuentas pendientes.

—¿Cómo iba a saberlo? —suspiró, empezando a cansarse de esa charla.

—Esto te lo puedes perdonar, ya que llevas siete años sin estar activo y aún tienes que quitarte el óxido y recuperar el ritmo. Pero no tienes más remedio que darte prisa en centrarte en tus asuntos como “iris”. Un “iris” tiene en cuenta todos los detalles en todo momento. Una metedura de pata más y puedes darte por perdido.

—Lao... ¿Una charla de este tipo a mis 45 años? ¿En serio? —dijo con sarcasmo.

—Tómatelo como quieras, pero no a broma. Yo estoy a esto… —puso el dedo índice y pulgar como si cogieran un dado invisible—… de que el Gobierno me descubra. Saben quién es Kajin-san, y quién es Kei Lian Lao, sólo les falta relacionar a los dos con alguna prueba, ¿comprendes? No llegues al mismo punto que yo. No llames más la atención de esta manera. Hatori está obsesionado con Fuujin, así que ten cuidado.

—Sabes que lo tendré, te preocupas demasiado. Ya soy mayorcito para cuidar de mí mismo.

—¿¡Y de tu familia qué!? —le espetó Lao.

—¿¡A qué viene todo esto!? —se alteró Neuval—. Ya bastante he tenido con esos tipos y con la desagradable charla que me ha dado una de ellos. ¿¡Por qué me sacas ahora el tema de la familia!?

—¿Ni siquiera sabías que Hana entró en tu despacho?

—Pe… ¿Qué? ¿A qué te refieres? —musitó alarmado.

—Ahí arriba... —señaló al edificio—… están ahora mismo Tai y Arisa a las puertas de tu despacho tratando de reanimar a Hana.

A Neuval se le cayó el alma a los pies. Se quedó blanco.

—Hoti me ha relatado lo ocurrido y le he ordenado que lo guarde como información privada, y que mantenga los accesos del ala norte cerrados para que nadie más se acerque a tu despacho. Hana entró en tu despacho en el momento en que tú saliste por la ventana con cinco de ellos encima. La intrusa que quedaba en el despacho se preparó para disparar desde la ventana hacia ti y Hana se abalanzó sobre ella. Al final, la intrusa la empujó contra una pared y Hana se golpeó la cabeza. Está inconsciente.

—¡Aparta! —exclamó Neuval, entrando en pánico, yendo a meterse en el edificio, pero Lao lo agarró de un brazo con mucha fuerza y Neuval lo miró perplejo—. ¿¡Qué haces!?

—Antes de perder el conocimiento, te ha visto salir despedido por la ventana. Te ha visto no estrellarte contra el suelo y violar la ley de la gravedad. Te ha visto pelearte en pleno vuelo con esos tipos. ¿¡Qué… demonios… piensas decirle!? —le preguntó lo más claro que pudo. Neuval entendió, y se quedó paralizado, tragando saliva—. ¿Quién le explicará quiénes eran esas personas que de repente han atacado al hombre al que ama, un hombre al que ella creía normal y corriente? ¿Quién le explicará ahora quién eres en realidad? Puedes arreglarlo con tu Técnica de Borrado de Memoria, pero ¿te sentirás bien por ello?

Neuval dio un paso adelante y se dispuso a correr hacia el edificio de nuevo, pero Lao lo agarró otra vez.

—Piénsalo —le dijo—. Primero fue Lex, y Cleven, y ahora es Hana. Piénsalo. Si le borras la memoria ahora, será la primera de muchas más. Tienes suerte de que Cleven viva ahora fuera de casa y de que Yenkis aún siga siendo pequeño, pero a Hana... ¿Cuántas veces más tendrás que borrarle la memoria cuando pasen estas cosas? Porque no podrás evitar que pasen por sorpresa. Hace pocos años que ella está contigo, con un “iris” inactivo, pero ahora está con un “iris” activo con todas sus consecuencias. Sabes lo peligrosa que es tu Técnica empleada más de tres veces en una misma persona. ¿Vas a arriesgarte con ella también?

—¿Arriesgarme a destrozarle el cerebro?

—O eso, o contárselo todo antes de que sea tarde, y así ella decida si quiere seguir contigo o alejarse de la Asociación y dejarte como Lex te dejó, o como Mai Tsi me dejó —contestó con tristeza—. No descartes la posibilidad de que tengas que volver a borrarle la memoria a Hana en un futuro por otro incidente. Y después por otro.

—¿Me estás diciendo que le cuente toda la verdad sobre mí? —se le hizo un nudo en el estómago.

—¿Tienes miedo? —replicó el viejo—. No cometas el mismo error. Estás a tiempo. Sabes por qué Hana está contigo, Neuval. Tú y tu familia sois lo único que tiene. Lo que decida hacer después de saber la verdad depende de ella y de lo que siente por ti. ¿Prefieres eso, o prefieres tener que valerte de tu Técnica de ahora en adelante, meterle más mentiras, freírle más el cerebro? Ahora que Hana te ha visto no hay vuelta atrás, te juro por mi pelo blanco que esta vez no se tragará ninguna excusa. Tú decides ahora, luego decide ella.

Neuval respiró con impaciencia y apretó los dientes. Se soltó de Lao y se metió rápidamente en el edificio, impaciente por ir a verla. Lao, por su parte, se sentó en un murillo de los soportales y se quedó un rato mirando al suelo. Después se encendió un cigarrillo y reflexionó sobre el asunto. Una vez más, veía lo complicado que era para un “iris” tener una familia protegida con una mentira.

Cuando Neuval llegó en ascensor hasta la planta 47 y cruzó los pasillos y las zonas de descanso hacia el ala norte, después de que Hoti le permitiera el acceso, corrió hasta la puerta abierta de su despacho y encontró dentro a Tai y a Arisa agachados en el suelo junto al cuerpo inconsciente de Hana. Tai era un hombre algo mayor que él, que llevaba muchos años en Hoteitsuba y antes de eso ya era un viejo amigo de Lao. Era un humano normal, pero, al igual que unos pocos más, conocía el secreto de los “iris” y la Asociación, la relación familiar entre Neuval y Lao y todas las cosas secretas de Hoteitsuba.

Arisa era una mujer también mayor, rondando los 60. Llevaba sólo una década en Hoteitsuba, pero también se había convertido en una fiel confidente del secreto de los “iris”, pues hace unos años ella y Lao estuvieron manteniendo una relación sentimental, cuando Lao ya llevaba cuatro años divorciado. Lao cortó con ella hace tan sólo un año, tras la muerte de Yousuke, por la que Lao quedó obviamente destrozado y no quiso arrastrar a Arisa a ese dolor.

—Jefe, ¿qué ha pasado? —le preguntó Tai, preocupado.

—¿Cómo está? —preguntó Neuval, arrodillándose junto a Hana.

—Pulso y respiración normal, pero deberías llevarla al hospital, Neuval —le dijo Arisa seriamente—. Se ha golpeado la cabeza y eso puede ser peligroso.

—¿Qué hacemos nosotros? —dijo Tai.

—Contactad con los auténticos delegados de la empresa Vontaure. O recibidlos ahora en la planta de Recepción, si resulta que ya están llegando aquí. Tanto si ya se han dado cuenta como si no de que les han robado las tarjetas de identidad, probablemente en el hotel o en el aeropuerto, les decís que no pasa nada y les dais unas nuevas. Les pedís disculpas de mi parte, diciéndoles que he de atender una urgencia imprevista, que aplazamos la reunión a mañana y que pueden regresar al hotel y hacer lo que deseen, que yo cargaré con todos los gastos. ¿De acuerdo? Esto ha sido un asunto “iris” y ya ha acabado. Lao y yo nos encargamos. No digáis ni hagáis nada, seguid con vuestro trabajo con normalidad. Hoti mantendrá esta zona cerrada hasta que este destrozo sea arreglado.

Tai y Arisa asintieron con la cabeza, hicieron una inclinación de respeto y se marcharon de ahí. Neuval cruzó su despacho, pisando sobre cristales rotos, papeles y pedazos de sus ordenadores y de su mesa volcada. Saltó por parte de la cristalera que estaba rota y se fue volando con Hana en brazos. A pesar de que le gustaría evitarlo, no tenía más opción que llevarla al hospital más cercano, ya que lo más importante era que Hana estuviese bien cuanto antes.

Aterrizó en un callejón solitario entre el edificio del hospital y unos jardines. Se encaminó hacia la fachada delantera, pero cuando la tuvo de frente, se detuvo un momento. Miró el edificio del hospital unos segundos con un suspiro estremecido. No, no podía ahora estancarse en sus miedos, así que cogió aire y se adentró en la sala de recepción rápidamente.

Desde uno de los mostradores, un enfermero lo avistó y se le acercó corriendo. Neuval, al verlo, no pudo evitar contener la respiración y dar un paso atrás. Sabía que sólo era un simple enfermero con buenas intenciones, pero no podía evitarlo, los hospitales y los médicos lo aterrorizaban.

—Buenos días, ¿qué ha pasado? —preguntó, examinando los ojos de Hana con una linterna pequeña.

—Ha... —tartamudeó Neuval, procurando no mirarlo—. Se ha caído y golpeado la cabeza… hace unos quince o veinte minutos. Y… lleva inconsciente hasta ahora.

—De acuerdo. Respiración y pulso normales, eso es buena señal. Llamaré a un neurólogo enseguida. Espere aquí.

—¿Un neurólogo? —repitió Neuval, nervioso—. ¿No puede ser… otro tipo de médico?

—Podría tener alguna contusión en la cabeza, es recomendable que la atienda un neurólogo, señor. No se preocupe, estará en buenas manos.

El enfermero se perdió de vista entre la gente con prisa. Neuval se quedó donde estaba, al lado de una de las salas de espera. A su alrededor había un montón de gente con sus respectivos problemas, todo el mundo parecía ocupado, yendo de aquí para allá. Pero él se quedó quieto, con Hana en brazos, mirando al frente sin parpadear. «Por favor... que no sea él… que no sea él... que no sea él...» rezó, escudriñando los rincones del hospital, poniéndose más y más nervioso.

Y cómo no... el destino tenía que volver a fastidiarle. Un joven hombre, de cabello castaño caoba, ojos azules y de porte esbelto, salió de uno de los pasillos y se adentró en la recepción. Llevaba unas gafas elegantes y una larga bata blanca ondeando a su marcha mientras se abría paso entre la gente.

Lex frenó en seco cuando lo vio, a unos diez metros de distancia. El aire entre ellos se volvió tenso por completo, se podría decir que literalmente, por el "iris" de Neuval. Lex se mostró frío ante esa escena que estaba viendo. Si Brey no le hubiese contado hace una semana que Fuujin había regresado a la Asociación, podría interpretar esa repentina visita como que Hana había tenido un simple accidente. Pero como sabía que Fuujin había vuelto a la Asociación y a su actividad “iris”, ahí sólo veía la culpa y toda la culpa del estado de Hana en ese hombre, convencido de que él la había puesto en peligro con sus asuntos de “iris”.

Por eso, Lex no se sorprendió, pero no pudo evitar mirarlo con resquemor, y Neuval se estremeció, sabiendo perfectamente lo que Lex estaba pensando. Se sintió aún más culpable, no sólo por lo de Hana, sino también porque hace ya años se juró a sí mismo no volver a darle motivos a Lex para que lo mirase de aquella forma, y encima, a través de las gafas de Hideki. Le pesaba todavía más que Lex tuviera que limpiar o solucionar sus propios descuidos.

—Lo siento. Yo… —murmuró Neuval.

—No —le cortó Lex, cerrando los ojos—. No digas nada.

Neuval se mordió los labios, y Lex dio un suspiro.

—Esto es trabajo. Nada más. Acompáñame.

Neuval se abstuvo un poco, pero finalmente lo siguió hacia el interior con Hana. No sabía si fue mala suerte, pero tal vez fue porque el enfermero lo había reconocido, ya que toda la tecnología del hospital era de Hoteitsuba y Neuval era conocido por varios sectores de la sociedad, y por eso el enfermero había llamado a Lex, creyendo que era lo que él habría preferido.

Siempre había dos caminos que construían dos mundos potenciales, pero sólo uno que se hacía realidad. Puede pasar esto, o no pasar. Hana podría no haber visto nada, así Neuval no tendría que tomar otra difícil decisión de su vida, y así Lex no tendría que haberse encontrado con él. Por eso, había dos palabras que definían perfectamente a los “iris” y al motivo de su existencia, que marcaban una realidad real y una imaginaria, una desgracia y una felicidad: “¿Y si...?”.


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