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2º LIBRO - Pasado y Presente

9.
Demi'ons, brujos, "arki" y Taimu

A la mañana siguiente, cuando notó la calidez del primer rayo de sol en la frente, parpadeó después de no haberlo hecho durante horas. Tenía una taza medio llena de tila en las manos, y tres más en la mesa de al lado ya vacías. Aun así, no consiguió dormir. Sentado en una butaca de su habitación, se puso las gafas negras y giró lentamente la cabeza para ver a ese hombre joven que dormía profundamente en su cama.

Anoche todo pasó muy rápido. Fueron a su casa, y Owen, declarando que estaba demasiado agotado, se quedó dormido enseguida en su habitación. Normal, un salto en el tiempo no era algo a lo que su cuerpo estuviese acostumbrado. A partir de ahí, Denzel estuvo largo rato dando vueltas por la habitación, cavilando, haciéndose preguntas, observando a Owen dormir para asegurarse de que era real y no un espejismo… Hasta que se hizo las tilas y se quedó el resto de la noche sentado en la butaca, vigilando que Owen seguía durmiendo tranquilo y que no sucedía ninguna otra anomalía.

Dos siglos, eran. Dos largos siglos hacía que dejó esa vida atrás, físicamente, pero por dentro jamás la había olvidado. Para Denzel era su mayor desgracia, vivir tanto.

Una de las cosas que más le impresionaban era verlo con ese aspecto joven, y haber oído el sonido de su joven voz. Porque, la última vez que lo “vio”, mejor dicho, que estuvo con él, Owen era un anciano lleno de arrugas, y los últimos recuerdos que Denzel tenía de él y su “aspecto” eran las arrugas de su cara, la aspereza de sus manos, y su voz desgastada. Lo había “visto” nacer, crecer, formar su propia familia, envejecer... y morir, como a todos los demás seres queridos que tuvo. Y mientras tanto, él seguía siendo joven, seguía estando vivo y experimentando el pasar del tiempo con las relativamente cortas vidas de su familia. Una gran condena.

¿Pero qué era una gran condena? ¿Vivir una larga vida sin amar, o amar y perder lo amado? Aquí, la opinión de Agatha y la de Denzel diferían. Sin duda, Agatha había demostrado su firme postura en su modo de llevar a cabo la vida de un Taimu. Se había casado nueve veces, sólo se había divorciado una, y enviudado las otras ocho. O sea, que Agatha, cada vez que amó y el tiempo se lo quitó, sufría un periodo de duelo, y después decidía volver a experimentarlo con alguien nuevo, sabiendo que después volvería a sentir el dolor de la pérdida, una y otra vez.

Denzel no. Se casó una vez, perdió una vez, y no se atrevió a volver a pasar por ello. A veces, rechazar a las mujeres que iban tras él era fácil, como con la acosadora pesada de anoche; pero, otras veces, se había cruzado con mujeres que realmente merecían la pena, por las que en un principio comenzó a sentir algo… pero el pavor acabó haciéndole huir, justo antes de que empezara a encariñarse demasiado. Para él, la condena era tener una vida como la de Agatha, y para Agatha, la condena era llevar una vida como la de Denzel.

El día en que Agatha sintió el mayor de los orgullos por él, fue cuando él decidió casarse con aquella muchacha humana china que había estado conociendo durante unos pocos años y de la que se había acabado enamorando perdidamente. Denzel siempre pensó que su abuela se alegró solamente porque, con ese acto, él desafió y desobedeció a los dioses. Y nada en el mundo satisfacía más a Agatha que molestar y desobedecer a los dioses.

Pero quizá Denzel estaba siendo irónicamente ciego con esta visión de las cosas. Por supuesto que casarse y tener descendencia fue un acto de desobediencia contra los dioses y esto regocijó a Agatha. Pero esa vieja Taimu había vivido demasiado tiempo como para creer que molestar a los dioses era la única razón por la que merecía la pena hacer las cosas. Aquella vez, Agatha sintió el mayor de los orgullos por él, porque él decidió darle un sentido a su propia existencia; porque Denzel lo hizo por libre albedrío, y lo hizo por él mismo. Y por nadie más.

Y, aun así, esto no pareció ser suficientemente extraordinario para él como para repetirlo. En este caso, el dolor pesaba mucho más que la satisfacción para él. Para Agatha, era al revés.

Así que, ¿cómo podía sentirse ahora mismo, viendo justo delante de él una reaparición de lo que tanto le dolió perder? ¿Podía permitirse a sí mismo sentirse feliz, disfrutar de esta casualidad, sabiendo que, una vez más, iba a ser temporal?

Cuando quiso darse cuenta, Owen ya estaba despierto, sentado sobre la cama y mirándolo en silencio.

—¿Ya puedes hablar?

Denzel respiró nervioso al escuchar su voz de nuevo, pero trató de calmarse. Intentó hacer como los “iris”, ponerse sin más a pensar en las posibles razones lógicas de este suceso e ir planteando modos de lidiar con ello de manera ordenada y eficaz. Pero no fue capaz. No era un “iris”. Denzel funcionaba mentalmente igual que un humano, y contener las emociones ante un evento de gran impacto no era algo de esperar de una mente humana sana.

Mientras Owen se desperezaba y se sentaba al borde la cama, frotándose los ojos, todavía algo cansado, Denzel se teletransportó a sí mismo con la butaca incluida hasta el lado de la cama, delante de Owen, para evitarse el esfuerzo de arrastrarse con la butaca hacia él los tres metros que los separaban. Denzel quiso observarlo de cerca una vez más, estudiar sus rasgos, cada centímetro de su aspecto. Estaba anonadado, viendo por primera vez la cara de una persona a la que conoció durante 81 años.

—No puedo creer que seas tú… —murmuró el Taimu, hablándole en mandarín.

Owen sonrió y se puso sus pequeñas gafas de lentes circulares.

—Soy más guapo de lo que creías, ¿eh?

—Nunca creí lo contrario, ya que todo el mundo lo decía —se rio Denzel.

—Yo no puedo creer que me estés viendo de verdad. Pero ya deduje ayer que son estas raras lentes negras que llevas las que te otorgan la capacidad de la visión, ¿no es así? Después de observarte caminar anoche por esa calle, mirando a esa acosadora y mirándome a mí…

—Sí. Estas gafas son un regalo especial y único. Diseñadas exclusivamente para mis ojos. Solamente llevo usándolas un par de décadas. Me permiten verlo todo, aunque sin color.

—Fascinante… ¿Puedo probarlas? —le pidió Owen con gran curiosidad.

—No te mostrarán más que negro —Denzel le dejó sus gafas negras y Owen se las probó. Se las quitó a los tres segundos.

—Sin duda, yo no veo absolutamente nada con ellas. Es igual que si cerrara los ojos —volvió a dárselas.

Denzel se las puso de vuelta, y se quedó mirando las manos de Owen sobre sus piernas. Entonces Denzel se las agarró con fuerza, denotando de regreso esa mezcla de preocupación y tristeza.

—Owen… mi querido hijo… Desearía poder creer que esto es un sueño, o algún tipo de milagro, y no despertar nunca… Pero sé que no lo es. Y que debo mantener los pies sobre el mundo real y no perder la cabeza. Así que cuéntame, por favor, ¿qué ha sucedido? ¿Cómo has llegado hasta aquí, por qué estás aquí?

—No temas, padre, llegaremos al fondo del asunto —le apretó las manos de vuelta—. Es una larga historia que he de contarte cuanto antes. Pero sólo puedo contarte lo que sé, y no es suficiente. Creo que Link está más enterado.

Owen ya le mencionó a Link anoche, pero volver a escucharlo hizo que Denzel apoyara la frente en las manos con el triple de preocupación.

—Dios, no me digas que Link también está aquí… Este incidente hará que me salgan el resto de canas en un día, ¿verdad?

—Recuerdo que desaparecí con él —asintió Owen—. Por eso es seguro que también ha ido a parar al mismo lugar que yo. Bueno, no exactamente al mismo, me refiero a esta ciudad. Debe de estar cerca de aquí.

—¿Quién os ha teletransportado? No fui yo, ¿verdad?

—Lo dudo, porque el tú de nuestra época, el tú con el que yo estaba ayer, estaba inconsciente en el suelo, porque apareció un intruso en nuestra casa y te atacó. Una niña, era.

—¿Cómo que una niña? —Denzel se puso en pie de un salto. Le dio un vuelco el corazón, pensando inmediatamente en la niña que lo atacó aquí en esta habitación la semana pasada.

—Sí, bueno, una preadolescente, seguramente de unos 12 años, con un cabello liso, negro y muy largo…

—Ah… —Denzel se calmó enseguida. Y se quedó algo decepcionado. Esa descripción era muy diferente de la niña de 5 años con los rasgos de Clover que vio la otra noche—. Pues seguramente se tratase de una ninja. Esos ataques eran habituales para mí en esa época.

—Sí… tenía toda la pinta de ser una ninja… pero… —titubeó Owen, balanceando la cabeza.

—¿Pero qué? —se impacientó Denzel, viendo que no decía nada.

—Bueno… es que esa muchacha tenía algunas habilidades un poco… diferentes a las que podemos esperar de un ninja… Mira —levantó la palma de la mano—. Es mejor que hablemos de ello con Link presente, ¿vale? Teniendo en cuenta que he dado un salto temporal de unos 200 años y que me di un buen porrazo en la cabeza nada más aterrizar en esta ciudad, quiero asegurarme de que mis recuerdos de lo que sucedió en casa concuerdan con los de Link, para así poder darte una información más correcta y no dar paso a… posibles preocupantes suposiciones.

Denzel arqueó una ceja. Obviamente Owen estaba un poco nervioso acerca de algún tipo de información que ahora mismo no quería mencionarle.

—Bueno, ¿y ese ataque ocurrió en nuestra casa familiar, dices? ¿Quiénes estabais allí en aquel momento, aparte de Link y tú?

—Estábamos todos.

—¿¡Todos!?

—Ajá.

—Por favor… —Denzel se recostó en la butaca, agarrándose el pecho con angustia—. Por favor, no me digas que los demás también han saltado en el tiempo aquí…

Owen se quedó callado, mirándolo con cara de circunstancia.

—Owen, contesta.

—Padre, si me dices que no te diga una mala noticia mientras te agarras el pecho, me estás dando a entender que te va a dar un infarto. Pero no sé si es simple disgusto, o si de verdad tienes edad para sufrir un infarto. ¿Cuántos años tienes?

—Owen.

—A ver —apaciguó con las manos—. No estoy seguro, no sé qué es de los demás. Link fue al último que vi antes de desaparecer, por eso la importancia de ir a buscarlo y preguntarle si sabe algo más. Dime... ¿tú no te acuerdas de que te pasase algo así?

Denzel negó con la cabeza rotundamente.

—Qué extraño —caviló Owen. Sin embargo, una estantería llena de libros ahí delante de la cama pronto captó toda su atención—. ¿Querrá eso decir que este suceso ha ocurrido por primera vez en el tiempo…? ¡Espera, ¿ese libro es un nuevo volumen del filósofo Ye Wong?! —se levantó de la cama y fue corriendo a la estantería con entusiasmo.

—Eh, eh, eh, quieto ahí, muchacho —apareció Denzel de la nada justo delante de la estantería, cortándole el paso y sujetándolo de los brazos—. Escucha, Owen. Obviamente hay mucho conocimiento aquí nuevo para ti, y de cosas inimaginables en tu época. Es evidente que cuando os devuelva a vuestra época, os tendré que borrar la memoria igualmente de todo lo que habéis vivido y visto aquí. Pero ese borrado me será mucho más fácil y será más sano para vosotros cuantas menos cosas tenga que borrar. Si te llenas la cabeza de muchas cosas y conocimientos que no deberías tener, borrártelo todo de la memoria será más bien tedioso.

—Pe… Pero padre… —protestó infantilmente, señalando el libro como si fuera un juguete en un escaparate—. Es un tomo de Ye Wong… Uno de mis ídolos… Publicado ocho años después de donde yo vengo…

—Pues cuando regreses a tu época, te esperas ocho años a poder leerlo, pero te lo pido por favor, Owen, a ver si eres capaz de no meter la nariz entre las páginas de ningún libro de esta época. No merece la pena si luego lo vas a olvidar.

—Si me vas a hacer pasar hambre intelectual, al menos no me hagas pasar hambre física —le espetó con descaro—. Dame algo de comer, demonio, por lo que más quieras. ¡Llevo todo un día con el estómago vacío! Este bello rostro y este bello cuerpo no se mantienen con agua de lluvia, ¿sabes? Por no hablar de que mi preciado cerebro necesita nutrientes.

—Oh… —sonrió el Taimu con exagerada ternura mientras pasaba un brazo por encima de los hombros de Owen, y de repente lo aprisionó contra su cuerpo, medio ahorcándolo—. Este es el Owen de mis recuerdos que se vuelve insoportable e insolente cuando tiene hambre.

—Kggh… ¡Vale! ¡Me rindo! ¡Humilde y educadamente te pido algo de comer, por favor!

—Eso está mejor —Denzel lo soltó y salió de la habitación para ir a la cocina a preparar algo de comer.

Por alguna razón, toda la carga de malestar, preocupación y tristeza que tenía sobre los hombros desde anoche se le alivió bastante sólo con revivir esa tonta escena.

—Hey, espera… —Owen se asomó cautelosamente por la puerta de la habitación, mirando a un lado y a otro del pasillo—. ¿No hay nadie aquí del que deba ser advertido?

Denzel se paró al final del pasillo y se giró para mirarlo confuso.

—¿Como quién?

—Pues… no sé… —balbució, pero al final no pudo evitar mostrarle una sonrisa ilusionada—. ¿Quizá algún nuevo hermano o hermana? ¿O… una dama especial…?

—Vivo soltero, Owen. Y los únicos hermanos que tienes son los que ya conoces.

—Oh… ¿En serio? —lamentó—. ¿Significa eso que en dos siglos no has vuelto a…?

—¿Qué tal si yo te hago algo de desayunar y tú te metes en tus propios asuntos, niño? —le dio la espalda y cruzó el salón para meterse en la cocina.

Owen se quedó refunfuñando, pero viendo que realmente ellos eran los únicos en esa casa, salió del cuarto para explorarla y cotillear un poco. Al final, cuando Denzel salió de la cocina con dos platos de tortilla y arroz blanco, antes de dejarlos sobre la mesa del comedor, oyó unos ruidos detrás del tabique que resguardaba un rincón del salón que Denzel usaba de librería, y nada más asomarse, encontró a Owen arrodillado en el suelo con veinte libros abiertos a su alrededor y cogiendo más de la estantería, hojeándolos ansiosamente.

—¡Niño! —se enfadó el Taimu.

Al final tuvo que apartarlo de esos libros a la fuerza y obligarlo a sentarse a desayunar. Este Owen ya era un hombre adulto de veintitantos, pero tenía una pasión por los libros que lo volvía un poco infantil. Esto al final tuvo que robarle a Denzel una sonrisa. En el fondo siempre le hizo gracia sentir esos aires que se daba de intelectual sabelotodo. Después de todo, Owen era un erudito a contracorriente, un académico rebelde, de esos que se pasaban un tercio del tiempo leyendo todo tipo de libros, otro tercio durmiendo y otro tercio participando en debates con otros intelectuales fumando pipa y vagueando. El genio de la familia. Link era el guerrero. Los demás... ¿Qué es de los demás?

Con esta cuestión en la cabeza, Denzel quería perder el menor tiempo posible, así que, justo antes de que Owen se terminara su comida, le trajo ropa suya moderna, para que se cambiase y no llamara la atención con ese anticuado vestuario chino. Viéndose Owen con unos vaqueros oscuros con bolsillos, una camiseta y una cazadora, prefirió no decir nada al respecto sobre lo extraña que le parecía la ropa de esa época.

—¿Sabes siquiera por dónde empezar? ¿Tienes alguna pista? —le preguntó Denzel mientras se guardaba sus llaves y su móvil y se ponía los zapatos en la entrada, dándole a Owen otro calzado suyo. Como tenían más o menos el mismo físico, compartían la misma talla.

—Pensaba partir desde el punto donde yo me aparecí, y desde ahí seguir un rastro de cosas rotas o cortadas con una espada.

Denzel se lo quedó mirando con una ceja arqueada.

—No bromeo. ¿Conoces a Link? —insistió Owen.

—No… Eso no servirá —reflexionó Denzel, frotándose la barbilla—. Si no hallaste pistas de él ayer por la zona donde te apareciste, él pudo haberse aparecido a kilómetros, en cualquier otro punto de la ciudad. De esta inmensa ciudad. Hm… ¿Qué os enseñé, si alguna vez os veíais en serios problemas o perdidos en algún lugar?

—Buscar “iris” y pedirles ayuda.

—Vamos a preguntar a “iris” de esta zona de la ciudad. Donde seguro que hallaremos a varios es en el instituto donde trabajo. Lugar al que, de todas formas, tengo que ir sin falta para comunicar que hoy no podré dar clases.

Denzel abrió la puerta y salieron del apartamento.

—¿Instituto? ¿Clases? ¿Otra vez te dedicas a la enseñanza? —sonrió con sorna—. ¿No dijiste una vez que lo odiabas?

—Muchacho. Estoy condenado a recaer en viejas costumbres y a reconciliarme con ellas.


* * * *


Cleven, Drasik y Kyo, además de Nakuru y su pareja Álex tras ellos, se dirigían al instituto. Cleven iba en cabeza a paso de soldado, con mucho ímpetu. Tenía en mente nada más que el examen, el cual se lo había aprendido sobremanera y estaba rebosando orgullo, aunque no podría haber hecho nada si no hubiese sido por Kyo. Una noche sin dormir había merecido la pena. Por otro lado, Kyo iba medio dormido. Drasik había tenido que salvarlo cinco veces desde que salieron de casa de chocarse con una farola. Luego, Álex y Nakuru iban detrás hablando de sus cosas.

Y tan centrada iba Cleven en lo suyo que se había olvidado de traer consigo a los mellizos, había salido escopetada de casa, y no se dio cuenta de eso hasta que vio a su tío en la puerta del colegio apoyado en su coche de brazos cruzados y conversando con sus hijos. Al parecer, Raijin ya se había dado cuenta del despiste de Cleven y había traído a los niños él mismo. «¡Uy, se me olvidó!» pensó la joven, dándose una torta en la frente.

—Deja de decir mentiras, papá —refunfuñaba Daisuke con su vocecilla, poniendo los bracitos en jarra—. Es imposible que los niños vengan de las fábricas de niños, eso no existe.

—Que sí, svarlivyy —replicó Raijin—. Y los reparten unos pájaros con el pico muy largo.

—¿En serio? —se maravilló Clover—. ¿Fue un pájaro el que nos llevó hasta ti?

—Sí, y el de Daisuke era un pajarraco feo, muy feo.

—¡No es verdad! —se enfadó el niño—. ¡Seguro que no sabes nada, eres una birria de padre! ¡Seguro que era un pájaro muy guapo y fuerte y guay!

—Feo, feote —repitió Raijin, sonriendo con burla.

Daisuke se puso a soltar inofensivas y adorables palabrotas de niño pequeño, pensando que eran palabrotas muy graves, y a darle tortitas a su padre en las piernas para expresar su indignación ante la falta de estética de las aves repartidoras de niños. Raijin, sin inmutarse, comenzó a cantar “qué fea, qué fea, qué fea era la cigüeña de Dai...”. Clover no paraba de reírse, diciéndole a su hermano que su padre sólo le tomaba el pelo. Pero Daisuke sólo quería que él admitiera que el pájaro que lo trajo era de una belleza sin igual.

—¡Raijin! —lo llamó Nakuru, acercándose con los demás.

—Ah, hola —saludó al verlos venir, apartando disimuladamente al niño con la pierna como si fuese un perro molesto.

—Tío, lo siento —rio Cleven con vergüenza.

—Tranquila, no es mi primer rodeo con los despistes. Y hoy tenía tiempo.

—¡Cleven! —le gritó Daisuke, apuntando con el dedo a su padre—. ¡Dile ahora mismo a papá que admita que el pájaro que me trajo era el más grande y el más guapo!

—¿De qué empanada mental me hablas ahora, niño? —le espetó esta, pero no tardó en entenderlo y dio un respingo—. Tío —lo miró con reproche y los brazos en jarra.

—¿Qué? Fuiste tú la que me sugirió contarles esas idioteces sobre de dónde vienen los niños.

—¡Madre mía, madre mía! —brincó Álex de repente frente a los mellizos y se agachó delante de ellos—. ¡Aquí están de nuevo los mellizos más guais que he visto nunca! El día del festival sólo pude veros de lejos, y Cleven y Nakuru no paran de hablar de vosotros.

—Ah, tú eres la chica de la que Nakuru tampoco para de hablar —comentó Daisuke—, mientras se le queda cara de boba con sonrisa de boba.

—¡Oye! —exclamó Nakuru, poniéndose roja.

—¡Hahah! —se rio Álex—. ¡Pero qué razón tienes, Daisuke!

—¿Eh?

—¡Es imposible que un niño tan perspicaz y fuerte y genial no haya sido traído por el pájaro más poderoso y estéticamente agraciado del mundo!

Daisuke se la quedó mirando. Después miró a los demás.

—¿Por qué no podéis todos tener más novias como ella?

—Dai… —suspiró Brey, mientras los demás se reían.

—¡No creas que no lo intento! —declaró Drasik—. Pero es que hoy en día es difícil encontrar a chicas que no te taladren con la mirada sólo por respirar cerca de ellas… —dijo esto mirando de reojo a Cleven.

—¿¡Por qué me miras a mí!? —le rugió Cleven, taladrándolo con la mirada.

—Ya se comió el ogro a la princesa…

—¡Este ogro todavía tiene hambre! —le advirtió Cleven.

—Ya os vaaale… —trató Kyo de poner calma entre esos dos, algo ya habitual para él cada vez que se chinchaban mutuamente, mientras los niños, Nakuru y Álex no paraban de reírse.

Normalmente, cuando Brey se encontraba de repente en medio de una escena tan molesta y tan tonta, no hacía más que pensar lo tarados que estaban los humanos e incluso los “iris” comunes. Pero, esta vez, lo que le produjo esta escena fue una sonrisa en los labios. A lo mejor es que ya se estaba acostumbrando, y se sentía a gusto en medio de esta estupidez.

—Lo cual me recuerda… —se dijo Álex, sacando algo de su mochila—. ¡Clover, Dai! Drasik me ha contado que sois muy fans de los Mecha-Aliens.

—¡Sí, son los nuevos dibujos que Drasik nos enseñó la otra semana! —brincó Clover—. ¡A mí me gusta GurGur el que más!

—¡Y a mí VasVas! —dijo Daisuke.

—Yo soy una tremenda friki de esa serie y tengo un montón de figuritas de los Mecha-Aliens, ¿sabéis? —sonrió Álex, mostrándoles unos muñequitos de los dos personajes mencionados, una especie de alien robot muy esbelto y bonito y el otro era rematadamente feo.

—¡Ahhh! —a los niños les brillaron los ojos con emoción.

—Bueno, si le parece bien que les dé estos muñecos a sus hijos, señor Saehara —añadió Álex educadamente, mirando a Brey, pidiéndole permiso.

Pero este no reaccionó. Estaba tan tranquilo e indiferente mirando los muñequitos. Álex se quedó con la mano fría.

—“Señor Saehara” —repitió Cleven, dándole un codazo a su tío para que espabilara.

—¿Qué? Ah, ¿yo?

—No, el fantasma del abuelo, que está detrás del coche —ironizó Cleven—. Discúlpalo, Álex, no está acostumbrado a que lo traten con un lenguaje tan respetuoso.

—¡Oh! Vaya, lo siento —dijo esta—. Aún estoy aprendiendo cosas nuevas sobre las costumbres de aquí. Creía que la gente que ya es padre o madre, y por tanto cabezas de familia, recibían el trato honorífico como la gente anciana.

—¡Acabo de cumplir la mayoría de edad! —protestó Brey, y les clavó la mirada a Kyo y a Drasik, que se estaban riendo—. En este país es a los 20 años. Te lo dije la otra vez que me crucé contigo y con Nakuru por la calle, Álex, tienes que tutearme. Sólo soy tres años mayor que tú.

—Aun así —le sonrió ella, mostrándole los muñequitos.

—Sí, claro que puedes dárselos. Ni que fueran armas o drogas —hizo aspavientos.

—¡Bieeen! —gritaron los niños, mientras Clover recibía a su querido y horrendo GurGur y Daisuke recibía su estiloso VasVas.

—Cuando te canses de ser la novia de Nakuru, te aviso que, si te interesa, yo estaré disponible, generosa y bella dama —le comunicó Daisuke a la española, mirándola de la forma solemne, seria y digna de un caballero.

Álex quedó inmediatamente hechizada por semejante relámpago de “adorabilidad”.

—Creo que voy a llorar… —murmuró esta, y miró al rubio—. Brey. Me compadezco de ti.

—¿Por qué?

—Te deseo mucha suerte y mucha fuerza, salvando a tus hijos de las manadas de gente que van a querer casarse con ellos —le explicó, toda dramática.

En ese momento, Brey se dio cuenta de que lo que Álex acababa de decir no era ninguna tontería. Se le quedó una cara de lo más pálida y abrumada por el horror. Y entonces miró a sus tres compañeros de la KRS.

—¿A partir de qué edad se le podía enseñar a un humano a manejar escopetas?

—Tío Brey, no vas a enseñar a los niños a usar armas —le frenó Cleven.

—Entonces no queda otra que encerrarlos en casa conmigo para siempre.

—¡Tampoco!

—Pues entonces, Daisuke y Clover, dejad de ser tan condenadamente poderosos contra la débil fuerza de voluntad de los demás.

—¿Ah? —preguntó Daisuke, que se estaba hurgando la nariz.

—¡Soy una bruja ultrapoderosa! —saltó Clover, levantando los bracitos con alegría, con su horrendo muñeco en una mano—. Y te voy a hechizar con polvitos de azúcar a ti, y a ti, y a ti… —fue señalando a Álex, a Nakuru, a Kyo y a los demás.

Todo el grupo no pudo resistirse más y se abalanzaron sobre los mellizos con abrazos de ternura.

—¡Oye! ¡No! —se alarmó Brey, intentando rescatar a los niños—. ¡Nadie se casará con ellos jamás! ¡No los toquéis!

En el otro lado de la valla, ya dentro del recinto del colegio, había un impaciente Jannik sentado en el bordillo de la fuente en el centro del patio frontal, observando desde ahí la puerta de la verja de la entrada, donde atisbaba a esos “iris” de la KRS y a los mellizos con ellos. Pero él sólo tenía ojos para su adorada Clover. Esperaba que entrase ya en el colegio simplemente para darle un cortés saludo de buenos días y después cada uno se iría a su respectiva aula de prescolar y de primero de primaria. A pesar de que Daisuke iba a lanzarle sus habituales gruñidos y a intentar espantarlo, ya le daba igual.

La opción de acercarse directamente a ese grupo y saludar a Clover ahí junto a los demás la descartaba por completo. Tenía plena confianza con los miembros de la KRS, por no hablar de que gracias a Jannik se resolvió el duelo contra la MRS de manera limpia y eficaz y Kyo se salvó de aquel altercado, pero ya intuía que Raijin no estaba muy abierto a tolerar que Clover tuviera una relación de amistad con un “iris”. Era normal que Brey procurase mantener a los mellizos alejados de la Asociación y de sus miembros lo máximo posible, casi todos los “iris” con hijos humanos lo hacían. Solamente confiaba en sus propios compañeros de la KRS lo suficiente para dejar que Clover y Daisuke tuvieran una relación constante con ellos.

Sin embargo, al parecer Jannik no era el único que estaba observando a ese grupo allá junto a la verja de la entrada. Con su perspicacia de “iris”, captó por el rabillo del ojo algo sospechoso. Quizá es porque había estado ya muchos días vigilando a esa misma persona, que cualquier ápice de su presencia le ponía en alerta. Era Daiya, el “iris” Ka de 14 años que pertenecía a la ARS, el mismo chico que una semana atrás había compartido un recreo con Clover ayudándolo a resolver su problema con la fantasma del cobertizo y con el anillo perdido de una madre. Estaba en la acera opuesta de la calle, mucho más lejos, pero no lo suficiente para Jannik para notar que, sin duda, el chico observaba al grupo de Brey, Cleven y los otros todavía reunidos en la puerta del colegio. Lo hacía con disimulo, apoyado en la estructura de una parada de bus, con su uniforme del instituto de la secundaria inferior y su mochila.

Jannik se puso en pie, pero no se movió de la fuente del patio. No le quitó el ojo de encima, esperando a ver qué hacía. A los pocos segundos, otro estudiante se acercó a Daiya, un chico un par de años mayor, de la secundaria superior. Jannik vio que se trataba de Kaoru, el Sui de la ARS. Le dijo algo a Daiya al oído, y luego miró discretamente por encima del hombro hacia el grupo de los otros. Jannik podía entender la cara de pocos amigos con la que Kaoru los miró. Razones no le faltaban, ya que en ese grupo estaba su exnovia Cleven, su rival Drasik, también Nakuru, quien le hizo morder el polvo hace un par de semanas cuando él y Drasik se estuvieron peleando en el parque de madrugada después de haber agredido a Cleven, y Kyo, a quien había delatado ante la MRS como aquel que guardaba el pergamino de la KRS.

Sí, Kaoru tenía bastantes problemas con varios de los miembros de la KRS. Sin embargo, Jannik percibió que se traía algo más entre manos con su compañero Daiya.

De repente, los dos chicos echaron a correr por aquella acera y se metieron en un callejón. Cuando un “iris” se metía en un callejón, solía ser para saltar hasta lo alto de los edificios sin ser vistos y desplazarse a algún lugar evitando las calles. Esto puso a Jannik en alerta. «¿A dónde van, tan de repente?» pensó, y no dudó en ir a averiguarlo. Su maestro Pipi ya les había encargado a él y a sus compañeros de la SRS vigilar de vez en cuando a los miembros de la ARS, ya que Pipi sentía que algo raro pasaba con esta RS aliada, y para Jannik era obvio que tenía razón.

Evitó salir por la verja de entrada del colegio, para que Brey y los otros no lo vieran y se alarmaran innecesariamente, y corrió hacia la zona arbolada del lateral del recinto escolar, la cruzó hasta llegar al solitario fondo, saltó los tres metros del muro blanco hacia la calle y fue hacia ese mismo callejón de la acera opuesta, a tiempo para ver en una fracción de segundo el pie de Kaoru desapareciendo por encima de la cornisa del edificio. El pequeño Yami también saltó hasta la azotea y trató de seguirles el rastro. Pero, al poco rato, terminó perdiéndolos.

Jannik se quedó en mitad de la azotea de un edificio, mirando a un lado y a otro con los brazos en jarra, sin saber por dónde se habían ido. Le llevaban bastante ventaja, no tenía nada que hacer. «For fanden…» blasfemó en danés, suspirando.


Kaoru y Daiya no terminaron yendo muy lejos. Aterrizaron en una estrecha calle llena de pequeñas tiendas y bares tradicionales. Había algunos paseantes, amas de casa haciendo unas compras, algunos vendedores en las puertas de sus locales llamando a clientes, algunas personas trajeadas tomando un desayuno antes de ir a la oficina…

—¿Seguro que te ha citado aquí? —le preguntó Daiya a su compañero Sui.

—Sí, esta es la calle —protestó este.

—No lo veo por ninguna…

—Deberíais mejorar esa capacidad de percepción —oyeron una bonita voz masculina tras ellos, y ambos chicos se dieron la vuelta con sobresalto.

Encontraron, tan sólo a un par de metros de donde estaban, a un hombre joven, de ojos verdes, rastas rubias y bien vestido con camisa, pantalón y una chaqueta casual, sentado en una pequeña mesita en el umbral exterior de una modesta cafetería. Ni siquiera levantó la vista, estaba ensimismado viendo algo en su teléfono móvil. Hasta que por fin lo apartó a un lado y los miró.

—Aunque los Yami somos los más difíciles de detectar —añadió.

Lo que desconcertó a los dos chicos fue que, frente a él, en la mesita, se sentaba un policía algo más mayor, con su uniforme, y un platito con una galleta grande que tenía virutas de chocolate y de cacahuete todavía sin tocar. Izan tenía una taza de café humeante. Al principio no se lo podían creer, no entendían qué estaba pasando, qué demonios hacía Izan tomándose un café con un policía. Hasta que se dieron cuenta de que había algo raro en este. Aquel agente no se movía, ni hacía nada ni hablaba, solamente parpadeaba, mirando al frente, al infinito.

—No os preocupéis por él —les dijo Izan, tomando un sorbo de su taza de café, y se puso otra vez a mirar cosas en su móvil—. ¿Novedades?

—Ehm… —se aventuró a empezar Daiya, pues era evidente que ambos chicos no podían evitar estar en tensión cada vez que estaban ante él—. Yo sigo sin poder acercarme más a la niña. No hay manera. En las horas escolares, Jannik está constantemente con ella, y cuando no está con ella, la está vigilando igualmente desde la distancia a todas horas, y no veo la forma, ni el momento ni el lugar de volver a intentar una aproximación suficiente para comprobar si la niña todavía tiene ese talismán o no…

Kaoru le dio un codazo a su compañero, para que dejara de hablar tanto.

—Sí… ese pequeño Yami es un auténtico dolor de huevos… —suspiró Izan, resignado, y apoyó la cabeza en una mano, todavía distraído con su móvil—. Pero sorprendentemente listo e intuitivo para su edad. Hm… Se nota que tiene esos genes de Knive. Será un espléndido fichaje para nuestro bando algún día. Mirad cómo todavía os tiembla el pulso cuando me tenéis delante —se mofó, mirándolos—. Os doy miedo. Y tenéis razones. Pues, imaginaos un “arki” que, además de Yami como yo, es un Knive. Sería yo el que temblaría ante él. Hahah…

—Por lo visto, el resto de nuestros compañeros también están sufriendo constante vigilancia por parte de otros miembros de la SRS —le dijo Kaoru.

—Muy propio de Pipi —sonrió Izan—. Ese sí que tiene el instinto más afilado de todos. No por nada acabó siendo el sucesor de mi padre… Pero eso no es problema. El único inconveniente que me quiero quitar de encima cuanto antes, es separar a Clover de ese maldito talismán de protección que Jannik le dio hace una semana. Espero que mi instinto también esté lo suficientemente afilado, y me salga bien la jugada.

—¿Jannik se lo dio porque sabía que Clover podía correr peligro? —quiso saber Daiya.

—Se lo dio como una medida de prevención. Después de descubrirte hablando con ella aquel lunes en el recreo, se mosqueó, sólo eso. Para Jannik es un “por si acaso”, pero no tiene ni idea de cuál es el peligro exacto que puede correr Clover. Aun así, ese cazasueños es un muro para mí.

—¿Qué es lo que has planeado para hacer que ella se desprenda de él? —preguntó Daiya—. ¿He de hacer algo yo?

—No, tú ya me proporcionaste la valiosa información que quería confirmar, sobre qué poderes tiene Clover y en qué grado los controla. Su comunicación con fantasmas y espíritus ya es impecable, su lectura de objetos simples también. Acertó con lo de la dueña de aquel anillo perdido, siendo de una mujer cualquiera que ella ni conocía. Pero sus predicciones, al parecer son espontáneas, le vienen cuando le vienen… Hm… —Por un momento parecía que Izan se había puesto más bien a hablar consigo mismo, poniéndose reflexivo—. Sería buena idea entrenarla para que aprenda a hacer predicciones intencionadas… con las debidas instrucciones… Así su poder estaría más completo y fuerte, para cuando mi Señor quiera hacerse con él…

Kaoru y Daiya cruzaron una mirada extrañada. Izan parecía más distraído de lo normal. Se le había olvidado responder a la pregunta.

—Ahm… Yamijin-sama… —balbució Daiya, precavido, viéndolo tan ensimismado y atento a otras cosas del entorno que temía interrumpirle en algún pensamiento importante.

—¡Oh! Sí… —brincó el rubio de repente, sonriendo suavemente—. Cuando aquel lunes me informaste de que Jannik te había descubierto hablando con Clover en el recreo y que sospechaba algo raro de ti, y que por eso terminó dándole el cazasueños a ella… supe que la única forma de que Clover se despojara de su regalito, es que el propio Jannik se lo pidiera de vuelta. Y la única forma de que Jannik se viera irremediablemente forzado a quitarle ese talismán a Clover, es que alguien, con una autoridad superior indudable, se lo ordenara y él tuviera que obedecer sin remedio.

—Nuestra Líder una vez nos contó —dijo Kaoru, arrugando el ceño— que ningún “iris” tiene autoridad para decirle a un Knive lo que puede hacer o no con sus talismanes. Entonces su Líder Pipi no puede ser.

—Pero si ahora ese Knive se ha convertido en “iris”, ¿no cambiaría la cosa? —dijo Daiya.

—Por mucho que Jannik sea un “iris” bajo su mando, Pipi no le puede decir nada respecto a sus talismanes —les explicó Izan—. Pero hay otras autoridades que sí. Alvion, Denzel, su padre el monje Knive, los dioses…

—Con los dioses no puedes contar, y monk Knive vive en el Monte, al igual que Alvion, lugar al que tú no puedes acceder —caviló Kaoru—. Además, Alvion no tendría razones para ordenarle a Jannik que le pida de vuelta a una niña humana un inofensivo amuleto de buena energía que además la protege.

—Y por eso, sólo nos queda el segundo al mando de la Asociación —asintió Izan—. Alguien con una autoridad muy cercana a la de Alvion, y, además, con una muy antigua animadversión hacia los Knive. Jannik y su padre son buena gente. Pero Denzel aún arrastra algunos traumas con sus antepasados.

—¿Y qué vas a hacer para que Denzel acabe en el escenario deseado en el que le ordena a Jannik recuperar ese talismán? —preguntó Daiya—. Primero, tendrá que saber que se lo dio a Clover. Seguramente todavía lo ignora.

—Cuando no puedes comunicarte directamente con las fichas que quieres mover —explicó Izan, dando otro sorbo a su café—, ni puedes manipularlas en persona porque dicha ficha no puede saber siquiera que existes… manipulas otras fichas a su alrededor y factores de su entorno sobre los que sí tienes poder, para que al final causen un efecto en él, una reacción, y así, él mismo se conduzca hacia el escenario que quiero que ocurra. Simplemente, planté la semilla la misma noche de aquel lunes. El primer paso, era hacer que Denzel tuviera un motivo para empezar a fijarse en Jannik, a centrar su atención en él, y a despertar su vieja animadversión hacia los Knive, para que crezca en él una prejuiciosa sospecha sobre Jannik, que al mismo tiempo lo aleja de sospechar de cualquier otra cosa, como de mí, o incluso de vosotros.

Kaoru y Daiya estaban muy callados escuchándolo.

—Envié a nuestra querida nueva amiga a su casa —prosiguió el rubio—, aparentando el aspecto de Clover, y fingiendo el intento de robarle el anillo dorado de su dedo. Esto lo desconcertaría plenamente. No encontraría lógica alguna a lo que vio. Pensaría en varias posibilidades poco probables. Un “iris” loco o enfermo disfrazado… una ninja… un espíritu… una Técnica de cambio de aspecto que todavía no ha terminado de diseñar… Para él, sólo podía quedar una explicación: un truco visual. Una habilidad propia y bien conocida de los Knive, por la cual pueden hacerle a persona ver una alucinación o espejismo de unos escasos segundos. ¿Y encima tenía el aspecto de Clover Saehara? “¿Por qué, por qué, qué tiene que ver, qué relación hay, qué pinta ella en un truco visual?” se habrá preguntado sin parar. —Hizo una pausa. Cerró los ojos un momento y se llevó una mano a la frente, como si acabara de sufrir un mareo, un breve lapsus que volvió a extrañar a Kaoru y a Daiya. Pero Izan volvió a reponerse—. No me cabe duda de que hace días Denzel ya se figuró por sí mismo la relación entre Clover Saehara y el truco visual de aquel ataque. Ya que me dijiste que Jannik estaba tan constantemente apegado a Clover, usé eso. Denzel habrá visto por sí mismo lo cercano que Jannik se ha vuelto con Clover, habrá determinado que no puede tratarse de una casualidad, y él mismo hará sus conjeturas al respecto y se dejará llevar por sus viejos prejuicios.

Tras concluir su explicación, Izan pareció volver a desconectarse de la conversación. Estaba haciendo algún tipo de esfuerzo, porque tenía una vena hinchada en la frente y estaba sudando. Se quedó muy callado mirando muy fijamente al policía que se sentaba con él en la mesa.

—¡¡Cómete la maldita galleta de una vez!! —gritó, de forma tan imprevista y fuerte que Daiya y Kaoru se quedaron petrificados y temieron por su vida por unos segundos.

Miraron perplejos al policía, que seguía sin reaccionar a nada, y luego a la gente de alrededor, que seguía alegremente con su actividad en las tiendas. Kaoru se percató de algo raro. Juraría que los peatones que había visto en esta calle al llegar hace quince minutos eran los mismos que había ahora, y que estaban recorriendo la calle por tercera vez, como si hubieran entrado en bucle. Además, la ama de casa que vio hace quince minutos comprándole una barra de pan a la panadera de más allá, estaba comprándole la barra de pan otra vez, repitiendo los mismos gestos y palabras de antes con la panadera.

Cuando volvieron la vista hacia Izan, este estaba pellizcándose el entrecejo con aire cansado.

—¿Qué… está pasando aquí? —murmuró Daiya.

—Oh… estoy entrenando mi nuevo poder prestado —les sonrió Izan dulcemente—. Disculpad que haya estado algo ido en nuestra conversación. Es jodidamente difícil tener la mente separada en tantas otras mentes durante tanto tiempo.

—¿Qué? —preguntó Kaoru, confuso.

—Pero ya puedo comprobar que, en definitiva, este increíble poder tiene una interesante prohibición —dijo mirando nuevamente al policía—. Por más que se lo ordene, por más que le presione, no puedo hacer que aquí, este… agente Oka… —leyó el nombre en la pequeña placa que tenía el oficial en su pecho—… se coma esta galleta con trozos de cacahuete. El pobre es mortalmente alérgico a los cacahuetes. Si se come un bocado de esta galleta, morirá. Curioso… Puedo hacer que se levante y ataque violentamente a alguien, o que saque su pistola y dispare y mate a alguien… pero no puedo controlar su mente para que se mate a sí mismo. Su mente está protegida de esta orden mental. Pero el resto de la gente no está protegida de él si yo le ordeno que la mate. Curioso, curioso… mi Señor quería que descubriera esto yo solo…

—¿Estás… controlando su mente? —preguntó Kaoru, con voz temblorosa—. Pero… Ese es un poder que tanto los dioses como los Zou ya dijeron que no podía existir ni ser desarrollado por nadie, ni siquiera por Denzel.

—Existen tres tipos de control mental —les contó Izan tranquilamente, cogiendo la galleta del policía y dándole un bocado—. Mm, qué rica… La posesión motriz, la posesión cognitiva, y la posesión completa. La primera es controlar el cuerpo de alguien, sus movimientos físicos. Pero tiene sus desventajas. Primero, porque la persona todavía es consciente y es un fastidio si se pone a entrar en pánico y a gritar; y segundo, porque sólo puedes ordenar una coreografía: si controlas a una persona, hará el movimiento que le ordenes, pero si controlas a varias a la vez, todas harán el mismo movimiento sincronizado, así que no puedes controlar a varias personas para hacer distintos movimientos.

»La segunda es controlar la consciencia, su capacidad de decisión y raciocinio. Y la tercera, es la combinación de las dos anteriores, el control total sobre la mente y el cuerpo de una persona. Es literalmente meter tu mente dentro de la cabeza de otra persona y tener acceso tanto a su cuerpo como a sus recuerdos y conocimientos. Cuando los dioses dicen que no existe el poder del control mental ni puede existir, se refieren a este, el control mental total. Por eso, este tercer tipo es el único que es teórico.

—Pe… ¿Entonces sí son posibles los otros dos tipos de control? —dijo Daiya—. ¿Y los dioses lo saben? ¿Por qué no se lo han dicho nunca a los Zou?

—Si supieras cuántas cosas no les han dicho los dioses a los Zou… —casi rio el rubio, terminándose su galleta—. Los dioses no quieren decirles a los Zou que el control mental es un poder que existe, porque entonces tendrán que decirles “quiénes” poseen este poder.

Los dos chicos entendieron eso enseguida.

—Así que, tengo que practicar bien el segundo tipo —murmuró Izan, observando atentamente a la gente que ocupaba esa pequeña calle.

Kaoru y Daiya se giraron de nuevo, para encontrar un escenario todavía más escalofriante que el anterior. Vieron atónitos cómo toda la gente de la calle, los paseantes, los vendedores y los clientes, se habían puesto por parejas y estaban jugando una y otra vez a piedra, papel o tijeras.

—¿Qué les estás…?

—Es sencillo —dijo el Yami—. Podría controlar a una persona para que juegue a piedra, papel o tijeras, controlando el movimiento de sus brazos y manos y sacado el tipo de objeto que yo quiera cada vez. Pero no podría soportar sus lloriqueos de pánico mientras tanto, preguntándose por que sus manos se están moviendo solas. Así que es mejor controlar a una persona, dándole la orden “juega a piedra, papel o tijeras”, y esa persona cumplirá la orden, procediendo por sí misma, decidiendo por sí misma qué pasos dar para cumplirla.

—Cuando dices que estás practicando, ¿es que vas a usar este poder para algo en los planes? —preguntó Kaoru—. ¿Por qué entonces no lo usas sobre los “iris” de las otras RS que nos estorban, o sobre Denzel?

—Porque sólo funciona en humanos. Y en un rango limitado de distancia. Los “iris”, incluso los que están bastante “enfermos” como vosotros, seguís conectados mentalmente a Alvion. Mientras un Zou esté conectado a vuestra mente, ningún otro ser podrá entrar. Y en cuanto a Denzel, su mente igualmente está férreamente protegida por sus dueños, los Dioses del Yin. Sin embargo, es importante ir paso por paso. No puedo continuar con el plan hasta que Clover se quite de encima ese talismán. Y Neidara regrese con el botín.

Más vale que ocurra antes de terminar la semana —dijo Kaoru—, porque, según he podido averiguar, el momento que Raijin tiene previsto para irse junto a Drasik a cumplir su parte de la misión antiterrorista, es el domingo muy temprano. Y se supone que es Agatha quien vendrá después a despertar a los niños y hacerles el desayuno. Porque, además, los niños no van a pasar este fin de semana con sus abuelos, por motivo de trabajo. Así que... este domingo que viene sería el momento idóneo.

—Vaya… —se sorprendió Izan, rascándose la barbilla, pensativo, y luego sonrió hacia el Sui—. Buen trabajo averiguando esa información, Sui-chan. Con lo cuidadoso que siempre ha sido Brey hablando en voz alta sobre las misiones… ¿estará perdiendo facultades? Parece que lo que dicen es cierto, la paternidad te erosiona, tengas la edad que tengas. Bien, Kaoru, creo que esto redime un poco tu reputación, después de habértelo hecho encima la noche que te cruzaste con Neuval por la calle.

Daiya miró a un lado para disimular rápidamente una risa, y Kaoru lo miró con enfado, y la cara roja.

—No os riais, cualquiera se mearía encima si tuviera un encuentro así con Fuujin, no tenéis ni idea de cómo fue, esa forma de mirarme, con esos ojos… Cuando me dijo que era Fuujin, obviamente temí por mi vida, teniendo en cuenta que tú ya nos habías contado qué tipo de ser es Fuujin en realidad —le dijo a Izan.

—Tranquilo, chaval, no te sulfures tanto —dijo este con aspavientos—. Y tú, Daiya. Tu relación con Yenkis. ¿Cómo va?

—Según lo esperado. Sigo estando en su grupo de música como bajista, hemos practicado algunas veces en el garaje de la casa de Evie, otras veces en el estudio que a veces le prestan al teclista… Pero como su clase lleva desde el viernes pasado en un viaje de granja escuela, llevo cinco días sin contactar con él.

—¿Cuándo regresa de ese viaje escolar?

—Hoy. A mediodía los trae el bus al colegio.

—Mm. Dime, teniendo también una relación cercana con Evie en ese grupo de música, ¿crees que puede existir alguna mínima sospecha en Evie hacia su madre? ¿Te ha comentado, así entre amigos, que últimamente le parece raro el comportamiento de su madre, se hace preguntas sobre lo que hace fuera de casa…?

—Nada. Evie no sospecha ni una pizca de su madre, ni de mí. No es raro, teniendo en cuenta que nuestra Líder es la “iris” más infalible guardando apariencias.

—Sí, pero esa habilidad infalible de Viernes no ha sido suficiente ante el instinto de Pipi, que ya viene oliéndose algo raro con vuestra ARS desde hace tiempo. —Izan hizo una pausa para sacar algo del bolsillo de su pantalón, un pequeño USB, y se lo dio a Daiya—. Toma. Lo que le prometiste a Yenkis que le darías. Dáselo hoy.

—Entendido —el chico lo cogió y lo guardó en su mochila—. ¿Puedo preguntar… en qué nos beneficia que Yenkis tenga este programa y destape los archivos secretos de su padre?

—Necesitamos estresar a Fuujin poco a poco. Cuantas más molestias provoquemos a su alrededor, más agotaremos su famosa fuerza mental. En fin. Marchaos ya a clase, seguid aparentando normalidad y…

Se vio interrumpido cuando llegó hasta ellos una mujer joven de una forma muy apresurada, que ni siquiera prestó atención a esa calle llena de gente jugando a piedra, papel o tijeras sin parar.

—Yamijin-sama —se paró delante de Izan, ignorando a sus dos jóvenes compañeros.

—Fuujin-san —saludó este.

—Tenemos un problema —le informó, directa, y el rubio frunció el ceño—. Te lo ha tenido que contar Neidara.

—Neidara no ha regresado aún desde ayer.

—Sí, Yamijin-sama. Regresó ayer al atardecer. Pero no sola.

—¿Qué? —Izan se levantó de su silla, no le estaba gustando nada lo que estaba oyendo.

Tanto Kaoru y Daiya como su compañera Fuu se pusieron algo tensos. Izan era bastante alto, al menos, más que ellos. Y su aura era aterradora, incluso cuando se mostraba dócil y risueño.

—Yamijin-sama —intentó recomponerse la Fuu, tragando saliva—. Tenemos noticia de que hay al menos tres o cuatro hijos de Denzel aquí en esta ciudad, en este tiempo. Podrían ser más. En todo caso, han aparecido por separado, algunos andan perdidos, pero son bastante escurridizos y desconfiados. No nos ha sido fácil seguirles la pista.

El silencio de Izan ensombreció todo el ambiente alrededor de ellos. El sol, aunque temprano, ya estaba en el cielo despejado, y aun así la calle quedó como si estuviera bajo un eclipse. Incluso para Kaoru, siendo un Sui, el frío que emanó de Izan le caló hasta los huesos. Los humanos normales, bajo su control mental, se quedaron quietos, de pie, aletargados.

—Marchaos —les ordenó a los tres “iris” de la ARS.

Estos asintieron obedientemente y se largaron de ahí en un instante. Después lo hizo Izan. Se transformó en un remolino de sombras negras y ascendió hasta la azotea de uno de los edificios de esa misma calle. Miró un momento abajo, y liberó a toda esa gente de su yugo mental. Aquellos humanos recobraron la consciencia, y al principio se mostraron confundidos, pero luego recordaron qué habían venido a hacer y siguieron con su rutina. Izan permaneció en aquella azotea para evitar estar a la vista en las calles.

—Manifiéstate —dijo en voz alta.

De pronto, apareció de la nada, detrás de él, una niña que no aparentaba más de 12 años. Aquella llamada pareció haberla pillado por sorpresa, pues nada más aparecer, tropezó y cayó sobre el suelo de cemento, como si hace un segundo estuviera caminando por otro lugar y había sido traída aquí en un parpadeo. Tenía un aspecto extraño. Vestía con leggins negros y zapatillas de correr muy ligeras. Por encima, la cubría un chubasquero verde oscuro de unas tres tallas más grande de lo que debería, pero lo que llamaba la atención, era que tenía media cabeza cubierta por un gorro de una fina tela negra de licra, como la de sus leggins, ceñido y tapándole la mitad de la cara, hasta la mitad de su nariz. Por tanto, tapando por completo sus ojos. Por debajo del gorro, le caían largos mechones de cabello negro y liso. Excepto uno, que era de color blanco.

Cuando volvió a ponerse en pie, se mostró notablemente nerviosa. Izan se giró hacia ella.

—¿Qué has hecho? —siseó.

—No salió… como estaba planeado —contestó ella. Claramente, sabía que tarde o temprano Izan iba a invocarla a pedirle explicaciones.

—Te fuiste ayer al mediodía… y por lo visto regresaste por la tarde sin decirme nada —fue caminando hacia ella—. ¿Cuándo pensabas hablarme de tu cagada?

—Pensaba solucionarla antes.

—¿Cuántas personas has traído contigo?

—¡Escucha! —exclamó ella, respirando nerviosa, cuando lo notó parado frente a ella a escasos centímetros—. ¡Fue una locura, no contaba con que en ese momento todos sus hijos estarían ahí también! ¡Se supone que en esa época sólo vivía con la mitad de ellos! ¡En cuanto supieron que estaba atacando a su padre, vinieron todos de inmediato a por mí para protegerlo, todos a la vez! Eran demasiados para mí… Me sobresalté… y… al huir, alcanzaron a tener contacto físico conmigo, todos en cadena. Me teletransporté aquí de vuelta con todos ellos por accidente. Y cada uno se apareció en un lugar diferente del espacio al azar.

Izan acercó lentamente la mano hacia su cuello, y con la misma delicadeza, se lo agarró y lo fue apretando cada vez más. La muchacha comenzó a tener dificultad para respirar, pero no se movió ni alzó las manos siquiera.

—Te mando a robar un simple anillo de un Denzel pasado, que en ese momento es tan débil e inofensivo como cualquier humano ciego porque tiene su don anulado por su cumpleaños… y en lugar de eso me traes ocho demi’ons aquí, a una época a la que no pertenecen. ¿Me acabas de poner encima un maldito “nudo latente”, Neidara?

—Tú decidiste la fecha a la que tenía que ir… me has enviado a un momento en el que Denzel estaba de todo menos desprotegido, con todos sus demi’ons ahí con él en su casa…

Izan apretó su cuello más fuerte. Su furia era muy silenciosa, pero palpable. Sin embargo, al poco rato terminó soltándola. Igual que un “iris”, un “arki” no debía dejarse llevar por sus emociones. Era un ser racional, solo que con una moral y unos principios contrarios a los de los “iris”.

—Piensa… —se dijo a sí mismo, mirando hacia otra parte. Estuvo cavilando un par de minutos, y volvió a mirar a la niña—. A lo mejor puedo sacar provecho de esto. Pero esta cagada me va a costar otras tres semanas de retraso, vejestoria.

Neidara se mantuvo callada, cabizbaja.

—Tengo que volver a enviarte allí a intentarlo otra vez. Si esos demi’ons están aquí, significa que han desaparecido de aquel momento pasado. Sus hijos ya no están con ese Denzel de 194 años recién cumplidos para protegerlo, así que volverás a ese mismo momento pasado, a quitarle a aquel Denzel el dichoso anillo, esta vez sin nadie que te lo impida. Un "nudo latente" crea una nueva línea temporal jamás existida antes, donde no hay nada escrito ni destinado a pasar, donde este presente nuestro y ese pasado a donde fuiste comparten las consecuencias al mismo tiempo. Y es la única ventaja que puedo aprovechar.

—Pero si los hijos encuentran ahora al Denzel actual aquí, este los volverá a lleva a su tiempo, al mismo instante de su desaparición. Como si nunca hubiera pasado. El "nudo latente" se cerrará dejando todo como estaba antes.

—Para eso, tiene que llevarlos a todos a la vez, y para eso, primero tiene que encontrarlos y reunirlos a todos junto a él —dejó salir un suspiro y se quedó de espaldas a ella, mirando la ciudad—. La ARS ahora va a tener el doble de trabajo impidiendo esto durante tres semanas, hasta que pueda volver a enviarte a ese tiempo pasado. Y todo porque las reglas del Pacto son así de puñeteras.

—Yo no inventé las normas del Pacto. ¿Por qué necesitas ese dichoso anillo, de todas formas? ¿Y por qué concretamente el que tiene aquel Denzel de 194 años y no otro? Si necesitas ese anillo, ¿por qué me dijiste que fingiera intentar robárselo al Denzel del lunes de la semana pasada mientras dormía, en lugar de robárselo de verdad? El anillo que lleva ahora y el que llevó hace 200 años, ¿acaso no es el mismo?

—Oh… ¿Ahora me haces estas preguntas? Creo que recordar que cuando hicimos el Pacto y empecé a explicarte lo que yo quería, me dijiste algo como “no me cuentes tu vida, sólo dime qué quieres que haga”.

—Entonces no tenía ni idea de que lo que querías estaba tan relacionado con Denzel y con cosas, poderes y objetos que nunca antes había oído. Nunca nadie me había querido usar para favores de esta índole. ¿Cuál es tu objetivo final?

Izan se dio la vuelta y se quedó un rato observando a la niña, muy callado, como analizándola.

—¿Por qué has fracasado en realidad, Neidara? —volvió a acercarse a ella, con aire tranquilo, y también amenazante—. Décadas de experiencia en misiones el triple de complicadas… y por primera vez en tu vida bajas la guardia en una simple tarea. Dime, ¿te volviste emocional por Denzel? ¿O porque uno de “los ocho” que vino a contraatacarte es un poquito especial para ti?

—No guardo ni un solo sentimiento hacia algo que jamás que tenido ni conocido.

—Se supone que tienes prohibido mentirle a tu amo.

—Amo temporal —replicó ella.

—Tú, pequeña demonio —se impuso Izan, palpándole la cabeza—, procura cumplir mejor con tu parte del trato. O no podré yo darte la mía. Lo que tanto ansías… que yo haga desaparecer —susurró con voz vacía y oscura.


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