2º LIBRO - Pasado y Presente
Poco antes de las 6 de esa tarde de sábado, Yenkis, Evie y otros tres amigos de su edad, junto con los padres de uno de ellos, ya habían salido del cine y se encontraban en la calle pasando el rato, esperando la llegada de alguien.
Mientras Evie y los otros tres jóvenes charlaban sin parar, Yenkis estaba entre medias, muy callado y tenso, y algo preocupado. Le sentaba fatal haber mentido a Hana y a su padre, y por otro lado le daba miedo que algo saliera mal y lo descubriesen. Pero no dejaba de convencerse a sí mismo de que era por una razón de peso. Necesitaba hacer esto. Necesitaba conocer la verdad de una vez por todas, y lo iba a hacer de forma completa.
Evie no sabía que Yenkis había mentido a Hana y a su padre sobre con quién iba a hacer el trabajo escolar y dónde, el chico no había querido hacerla cómplice, por eso ella creía que todos sus nervios se debían solamente al plan arriesgado que su amigo pretendía realizar.
—Chicos, creo que ya vienen a por vosotros —les indicaron los señores Fujimoto a Yenkis y a Evie, señalando un coche grande negro que se detuvo en el aparcamiento al otro lado de la carretera.
Cuando el conductor de aquel vehículo se bajó y comenzó a caminar hacia ellos, Yenkis tragó saliva, y se forzó a sí mismo a apagar todos los indicadores de su cuerpo que pudieran delatarlo, por lo que de repente se relajó y adoptó una actitud de lo más natural e inocente.
—Un honor conocerlo en persona, señor Nonomiya —saludaron el señor y la señora Fujimoto con una inclinación respetuosa.
Pero se sorprendieron cuando Hatori les hizo la misma inclinación con el mismo nivel de respeto.
—Les agradezco haber cuidado de mi sobrina hoy —les dijo.
Su tono de voz era tan serio como su mirada afilada, la cual causaba una sensación fría por el color azul hielo de sus ojos. Impresionaba e intimidaba. Pero a los Fujimoto les asombró el contraste de las expectativas. La educación de Hatori era exquisita. Y humilde. A pesar de ser ahora una de las personas más importantes del país.
—Ha sido todo un placer. Los chicos se han divertido mucho hoy —sonrió el señor Fujimoto—. Bien, pues, nosotros ya nos vamos.
Después de que se despidieran todos, los Fujimoto se marcharon con su hijo Ichiro y con los otros dos jóvenes por otro lado, mientras que Yenkis e Evie permanecieron ahí con Hatori.
Cuando su mirada afilada se posó sobre él, Yenkis sintió un extraño escalofrío. Pero la causa no fue la impresión que le daba su semblante. Fue algo físico, e invisible. Por un instante, Yenkis sintió estar delante de algo que no formaba parte de este mundo ni de esta realidad. Por un instante, sintió que, si parpadeaba, iba a desaparecer.
Imaginaciones o no, sin duda Hatori lo estaba taladrando con la mirada. No obstante, el chico se sobrepuso como pudo y se ciñó a su papel, por lo que saludó al ministro con la inclinación adecuada.
—Encantado de conocerlo, señor Nonomiya. Gracias por aceptarme hoy en su casa. Soy Yenkis Vernoux, compañero de clase de Evie, y del grupo de música, y…
—Tranquilo, Kis, ya sabe muy bien quién eres —lo frenó Evie, sonriendo.
—No. Ni idea —declaró Hatori.
—¿¡Qué!? —exclamó la chica—. ¡Pero si te he hablado de Yenkis cincuenta mil veces, todas las veces que te cuento cosas sobre el colegio y mis amigos, o sobre nuestro grupo de música!
—Ah, ¿sí? —dijo desinteresadamente—. ¿Tienes un grupo de música?
A Evie se le hinchó una vena en la frente y le clavó una mirada fiera. Fue a darle un empujón, pero Hatori le estampó una mano en la cara y la desvió a un lado como quien se quita de en medio un chihuahua molesto.
—Vete yendo al coche y lleva la mochila de nuestro invitado al maletero —le ordenó, dándole las llaves.
Evie refunfuñó mientras cogía la mochila de su amigo y se fue yendo hacia el aparcamiento.
—¡Oh, no! ¡No es necesario que me la lleve ella! —se apuró Yenkis—. En todo caso, debería llevar yo tanto la suya como la mía.
—Que un hombre sea un caballero con una mujer es tan correcto y noble como que una mujer también realice actos de cortesía con un hombre, atendiendo por supuesto a las capacidades de cada persona. Si tu mochila pesara demasiado, no dejaría que Evie cargara con ella, pero como no es el caso, ella debe cumplir su papel de anfitriona, llevando la bolsa de nuestro invitado.
Yenkis se quedó callado. La verdad, no encontró fallos en su lógica. Si Evie fuera un chico, vería muy normal que llevara el equipaje de un invitado. No sabía por qué le tendría que chocar tanto si lo hiciera siendo chica. El peso no era problema porque Yenkis había traído muy pocas cosas. Entonces, cuando el peso, la dificultad o el esfuerzo no era impedimento ni para una mujer ni para un hombre realizar una acción de cortesía, para Hatori primaba realizar la acción de cortesía a quien correspondiese, sin importar quién era hombre o mujer, o un niño, o adulto o anciano.
«Caray, sí que es estricto en la correcta educación equitativa» pensó Yenkis. «Oh, no… Papá me ha enseñado muchas cosas de correcta educación, pero ¿serán suficientes? Espero estar a la altura. Por nada en el mundo debo permitir que Hatori tenga una mala imagen de mí».
—Así que, Yenkis Vernoux —le habló Hatori de repente—. No sólo eres uno de los mejores amigos de Evie, compañero de clase, y el vocalista y guitarrista de vuestro grupo de música desde hace casi tres años. También eres su vecino, ¿no es así? Eres de la familia Vernoux, que vive en la casa de al lado de mi cuñado y hermana.
—Oh… —Yenkis se quedó algo cortado, porque resultaba que Hatori sí escuchaba a su sobrina—. Aeh… Sí, así es, señor.
—¿No deberías proporcionarme el número de contacto de tus padres, por si ocurriera algo y tuviera que llamarlos?
—Oh, ah… ¡Sí! —se apresuró a sacar del bolsillo un papelito doblado y se lo tendió—. E-este es el número de Hana Kotobuki. Es la pareja de mi padre. Puede llamarla para lo que quiera.
Hatori cogió el papelito y se quedó pensativo unos segundos, asimilando ese dato sobre el estado civil del padre de Yenkis.
—La pareja de tu padre… ¿vive en tu casa y es oficialmente alguien que se encarga de ti igual que tu padre? ¿Tiene ella la autorización de tu padre para ser responsable de ti?
—Sí, señor. Le… le doy el número de ella porque es mucho más fácil contactar con ella. Mi padre es un hombre muy ocupado la mayor parte del tiempo, tanto que incluso este sábado se encuentra trabajando en su empresa.
Hatori volvió a quedarse pensativo unos segundos.
—Bien —dijo finalmente, guardando el papelito en su chaqueta.
Dio media vuelta y fue marchando hacia el aparcamiento sin más. Yenkis se dio cuenta de que su conversación había terminado ahí y se apresuró a seguirlo hasta el coche. «Vale. Parece conforme» pensó el chico, suspirando aliviado. «Espero que no se le ocurra llamar a Hana en ningún momento y que no haya nada que le dé motivos, o será mi sentencia». Al subirse al coche, recordó enviarle a su padre un mensaje diciéndole que todo estaba bien y que ya estaba de camino a la casa de los Fujimoto.
* * * *
En casa de Brey, todos estaban pasando una tarde de relax, después de haber hecho planes de ocio por la mañana. En un momento dado, mientras Brey recogía la cocina, Cleven bajó a la calle a tirar la basura. Al salir del portal, se encontró a Drasik haciendo lo mismo, caminando ya hacia los contenedores de la acera. Sin embargo, a mitad de camino, se le rompió la bolsa y se le cayó media basura fuera.
Al darse cuenta, Drasik se quedó unos segundos mirando el estropicio, y luego se llevó las manos a la cara, tratando de calmarse, pero no pudo contenerse y gritó con una rabia que por un momento asustó a Cleven.
—Fuck my life! —exclamó el chico mientras le daba una patada a la bolsa.
—Con esa actitud es imposible que las cosas te salgan bien —le dijo Cleven, acercándose a él con una sonrisa suave.
Drasik se dio la vuelta y la miró sorprendido. Cleven se agachó y, usando un pañuelo, recogió la basura del suelo y volvió a meterla en la bolsa rota, y la cerró con un nudo. Entonces, fue ella misma a los contenedores a tirar tanto su propia bolsa como la de él. Cuando regresó hasta él, Drasik relajó los hombros, y se quedó algo cohibido.
—Ya… gracias.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Cleven entonces.
—¿Eh? —se sorprendió de nuevo, pero empezó a ponerse nervioso—. Pues sí. ¿Por qué preguntas?
—Parecías… extremadamente estresado hace un momento —se encogió de hombros.
—¿Extremadamente? —casi rio, intentando restarle importancia.
—Bueno, sí… Es que… este continuo contraste tuyo se nota bastante, Drasik. Ayer lo pasamos bien todos juntos en la merienda-cena en casa de Mei y Kyo y parecías estar perfectamente. Y ahora… sueltas otra vez esas pequeñas explosiones de rabia por motivos absurdos.
—¿Y? —replicó él, procurando sonar indiferente, pero se notó en su voz un deje molesto.
—Pues que llevas dos semanas así y dice Kyo que nunca habías estado así tanto tiempo seguido. Anda un poco preocupado, sólo eso.
—Pfff… —hizo un aspaviento, sonriendo impasible—. No me des tú también la tabarra con eso, princesa. Kyo está alucinando, viendo problemas donde no los hay. A lo mejor es porque deberíais ocuparos de vuestros propios problemas.
Cleven lo miró molesta, por su tono y por llamarla así otra vez.
—Oye. Princeso. Sólo te he comentado que tu amigo anda un poco preocupado por ti por tus constantes cambios de humor. Nadie te está criticando. Al contrario. Si tienes algún problema, tienes amigos dispuestos a ayu-…
—Cleven… —la interrumpió enseguida, alzando un poco las manos con un gesto ansioso, y puso una mueca de contención; respiró hondo—. Yo nada más quería tirar la basura en paz.
—Tú mismo te has perturbado esa paz.
—Pues a lo mejor prefiero que se me rompan diez bolsas de basura antes que tenerte aquí dándome la charla.
—¿Pero qué charla? Sólo te pregunté si te encontrabas bien, y a partir de ahí te has puesto a la defensiva.
—Princesa, sé que a veces no te percatas, pero es que a veces preguntas y hablas más de la cuenta, ¿sabes?
—Cuando te pones así, te vuelves insoportable, Drasik —se enfadó ella, ofendida por lo que él le había dicho, porque, para ser francos, no era la primera persona que la acusaba de meterse demasiado donde no debía—. Lo que no puede ser es que estés día tras día cambiando de actitud constantemente. Haces difícil… no, haces que sea imposible saber cómo tratarte o entenderte. Y eso es porque no te da la gana de sacar afuera lo que quiera que te pase. ¡Si tienes un problema, suéltalo de una vez!
Drasik no dijo nada. Pero le temblaban un poco los labios, como si quisiera decir algo.
—¿Es por esto? —Cleven señaló su brazo derecho, concretamente, su antebrazo todavía vendado.
—¿Qué? —Drasik dio un paso atrás, girándose, para esconder el brazo de ella.
—Dijiste que te hiciste un esguince. ¿No se te está curando aún? ¿Todavía te duele y por eso te pones de mal humor, y te lo callas dentro porque quieres hacerte el fuerte o algo?
Drasik no respondió, estaba al borde de los nervios, porque, aunque Cleven no estaba acertando con las palabras, sí estaba acertando con la idea. Si alguien descubría lo que le estaba pasando a su tatuaje iris, para él sería la ruina.
—No seas cabezota y deja que mi tío Brey te lo examine —insistió Cleven, esta vez, manteniendo un tono más dócil—. Él ya ha hecho docenas de prácticas con esguinces y fracturas —hizo un amago de tocar su brazo—. Sabes que se le da muy bie-…
—¿¡Y si por una vez dejas de meterte en los problemas de los demás y te vas a la mierda!? —exclamó de pronto, volviendo a apartarse de ella con el brazo por detrás.
Reinó un silencio pesado por el patio ajardinado frente al edificio. Cleven se quedó inmóvil ante esa reacción, y asustada. Pero no por el grito. Fue la mirada de Drasik la que, por un momento, emitió algo oscuro y cruel. Sin embargo, al cabo de unos segundos, Cleven divisó otra cosa más en sus ojos, y era un Drasik más asustado que ella. Aun así, ella captó el mensaje por fin y, sin decir nada, se fue caminando de vuelta al portal.
Drasik soltó un resoplido arrepentido, y se llevó las manos a la frente, haciendo lo posible por controlar ese torrente de emociones negativas con su iris.
—Cleven… Lo siento —le dijo antes de perderla.
Ella se detuvo y se giró para mirarlo.
—Lo siento, me he pasado de idiota, no quería gritarte —insistió él—. Es que… no sé… Bueno…
Respiraba angustiado y avergonzado, y sin saber cómo arreglarlo. Cleven siguió mirándolo fijamente un rato. Notaba cosas. Sentía cosas ocultas. Las veía. Lo que pasa, es que Cleven había perdido la práctica tras siete años con esa parte de sí misma borrada de su memoria, y lo que tenía muy oxidado, era saber meterse donde no la llamaban con más cautela y astucia; proceder con más cuidado la próxima vez.
—¿Vienes mañana a natación? —le preguntó ella.
—¿Qué?
—Te apuntaste a natación. ¿Recuerdas? El domingo pasado tuvimos la primera práctica, pero no viniste porque no te encontrabas bien… ¿Vas a venir a la práctica de mañana?
Drasik seguía con la boca entreabierta, intentando asimilar este cambio de conversación. No sabía si sentirse aliviado o no de ver que Cleven parecía no estar enfadada ni nada. Era verdad, la natación… Sinceramente, por más que le gustaría ir mañana, esta vez no iba a poder, y no por un motivo de su estado humor, sino por trabajo.
—Eh… No, no podré ir mañana tampoco. Tengo un recado muy importante que hacer… Ya iré el próximo domingo.
—Bueno —asintió Cleven—. Pues… hasta otra.
Se despidió con naturalidad y se marchó de vuelta a casa. Drasik se sintió mucho más tranquilo después de eso. La verdad es que no sabía si Cleven lo había adivinado o no, pero eso era justo lo que necesitaba sentir. Ella tenía motivos para irse cabreada, pero en vez de eso, optó por apaciguar la situación. Drasik lo agradecía.
No obstante, eso no quería decir que la paciencia de Drasik no se estuviera agotando ya. La paciencia consigo mismo.
Por otra parte, cuando Brey salió de la cocina, comprobó que los niños seguían ahí tranquilos, cada uno a lo suyo. Daisuke estaba jugando a los videojuegos frente a la tele, y Clover, una vez más, se encontraba sentada frente al piano, cabizbaja, tocando notas al azar. Otra vez, repitiendo ese mismo comportamiento de ayer, confundía a Brey.
Y no sólo eso. Desde ayer hasta ahora, había estado notando que Clover lo estaba evitando. Ayer en la merienda-cena, y hoy durante el ocio, se comportó cálida y cercana con todos los demás, pero cada vez que él se había acercado a ella, a Clover se le apagaba la sonrisa y se volvía retraída y distante.
Lo primero que Brey pensó, fue que Clover debía de haber hecho algo malo, y se portaba distante con él porque estaba avergonzada. Decidió que era hora de averiguar qué problema simple y trivial tenía, para darle su fácil solución.
Al verlo venir, Clover no hizo nada, tan sólo siguió mirando el teclado y tocando desinteresadamente algunas notas al azar con un dedo tímido. Brey se sentó a su lado, ya que la banqueta era bastante larga.
—¿No quieres merendar nada, enana? ¿No te apetece un yogur o algo?
La niña negó con la cabeza, sin mirarlo.
—Hmm… ¿Quieres aprender una melodía nueva? Estarás aburrida de tocar las mismas —insistió Brey, preparando una mano sobre el teclado, pero la niña volvió a negar—. Hm. Ya sé lo quieres. Ir a la cafetería a comer algún pastel, ¿verdad? Pero podemos ir otro día, no podemos estar toda la vida yendo allí. —Clover hizo un leve encogimiento de hombros—. ¿Qué te parece… si nos vamos Dai, tú y yo un rato al parque, antes de que se haga de noche? Podemos jugar a lo que queráis. —Clover negó con la cabeza—. ¿Seguro? Hace nada te quejabas porque no tenía tiempo de jugar con vosotros. ¿Sabes qué te digo? Que hoy me da igual lo que sea, ¡hasta estoy dispuesto a dejar que me maquilles!
Esta vez, Clover alzó la vista y miró a su padre unos segundos. Detrás de sus ojos había un poco de emociones opuestas. Parecía que, por un lado, esa última proposición despertó una pequeña sorpresa e ilusión en ella. No es que Brey fuera la persona más estricta, seria y fría del mundo, pero solía serlo bastante, y la mayor parte del tiempo, porque así era su manera natural de ser. Aun así, de vez en cuando podía sacar una faceta más cálida y relajada, una faceta que había procurado ir entrenando en los últimos años, porque tanto Agatha como Mei Ling le habían señalado repetidas veces la importancia que eso tenía para los mellizos. Por eso, esta actitud más cálida y relajada de su padre, aunque no era desconocida para Clover, siempre era una grata sorpresa.
No obstante, la niña volvió a agachar la cabeza y a negar.
Brey se quedó pensativo, analizando sin parar los pocos gestos que hacía, el tipo de respuesta, la demora o la rapidez en responder… Su iris siempre le había facilitado detectar problemas delatados por los microgestos o las reacciones porque para eso existía, para detectar los engaños, los impulsos, las intenciones y comportamientos de los criminales humanos y así verlos venir o frenarlos a tiempo, o adelantarse a ellos y salvar vidas. Brey no tenía la culpa de ver el mundo con este filtro porque había nacido con él. Era fácil calar a los criminales, o a la gente humana en general, cuando escondían emociones evidentes, apresuradas por una situación de peligro o por un plan a punto de ejecutarse. Lo que ya no era tan fácil, era adivinar emociones más profundas, bien escondidas en una situación de calma y quietud, aparentemente sin razón lógica. Esta era la parte de los humanos que a Brey se le escapaba.
—Dime… ¿se ha portado mal algún compañero de clase contigo? Normalmente, es lo primero de lo que tu hermano me informa nada más llegar a casa. Pero quizás… ¿ha pasado algo que Dai no sabe?
Clover no respondió ni hizo nada. Se quedó mirando el piano sin más.
—Me lo puedes contar a mí —insistió Brey—. Si has pegado a otro niño, te prometo que no me enfadaré, siempre y cuando hablemos de ello. Y si es otro niño el que te ha hecho daño a ti, es mejor que me lo digas. Te puedo aconsejar qué hacer. El colegio puede darte a veces un mal día, y no pasa nada, es normal, mientras no permitas que ese mal se repita y lo afrontes positivamente.
La niña siguió sin darle ningún tipo de respuesta. Y aquí Brey empezó a darse cuenta de que estaba ocurriendo algo distinto. Conforme un niño crecía, iba a ir presentando problemas más complejos que un simple dolor de tripa o un capricho negado. Pero esto él aún no lo concebía porque consideraba que los mellizos aún eran demasiado pequeños. Le había costado unos 3 o 4 años obtener el control total sobre ellos y sus necesidades, y ahora, estaba notando que se le volvía a escapar.
Ahora, el que se quedó callado mirando el piano fue Brey, sintiéndose, para su disgusto, igual que como se sintió a los 15 años: perdido, inseguro, sin saber qué hacer. Si no eran los motivos simples de la lista, ¿qué era?
—¿Eres tú quien le ha dicho a Jannik… —Clover cortó el silencio de repente, sin levantar la cabeza—… que dejase de ser mi amigo?
—¿Eh? —Brey la miró con sorpresa.
—Ayer, en el recreo… me dijo que ya no podía ser mi amigo. Que ya no podemos vernos ni hablar ni nada.
¿Se trataba de eso? Esto pilló a Brey un poco desprevenido. La verdad es que no esperaba que Jannik fuera a cumplir de forma tan rápida y de sopetón la petición que le hizo anteayer de que dejara de hacer amistades con su hija, porque no quería a más iris relacionándose con los mellizos, aparte de los de la KRS. ¿Será que Jannik se había puesto en su lugar como iris, lo había entendido desde su mismo punto de vista racional y había decidido cumplirlo sin más? Bueno, al menos era lo que Brey quería.
—Hm… —suspiró—. Clover… Es mejor que hagas otro tipo de amigos. Con los de tu clase, por ejemplo, que tienen tu misma edad y puedes estar más tiempo con ellos jugando a cosas normales. Jannik es un niño… que encaja mejor con los de su edad, y… —no sabía muy bien cómo seguir explicándoselo.
—Los niños de mi clase dicen que soy rara —murmuró Clover.
Brey no dijo nada. Pero oír eso también le chocó. Dudaba que fuera cierto. Para él, Clover era la niña más linda del planeta, y simpática, y agradable, a veces bruta, y tan normal como cualquier niño. ¿Quién en su sano juicio no querría ser amigo de ella? Vale, quizá, a veces Clover tenía algunas rarezas, pero ¿qué niño no las tenía? ¿Qué niño no hablaba a veces con seres imaginarios, o se quedaba mirando al infinito durante un par minutos, o inventaba extrañas historias sobre cualquier objeto que tocaba, a veces espeluznantes?
—¿Quién te dice eso? ¿La misma niña que criticó tu peinado una vez?
Clover no contestó, en vez de eso miró para otro lado, sonrojándose con vergüenza. Este gesto Brey supo leerlo. Al parecer, se lo decía más de un niño.
—No dejes que eso te ofenda, Clover. Hacer amigos es un proceso de varias semanas o meses, y tú aún estás en el principio. Los niños de tu clase… aún no entienden muy bien la persona que eres. Pero están en proceso de entenderte. Dales tiempo, y ya verás que un día, de repente, uno de ellos se te acercará y le interesará lo que haces y le gustará cómo eres.
—¿Como Jannik? —apuntó ella.
Brey volvió a quedarse callado. La verdad es que ni él sabía cómo argumentar contra eso. Realmente parecía que Jannik y Clover tenían muchas cosas en común, a pesar de las casi imposibles probabilidades de que un Knive pudiera congeniar con alguien. Por eso, para Brey era difícil de entender esto.
—¿Qué tiene Jannik de malo? —preguntó ella.
—Pues… no tiene nada de malo, es sólo que prefiero que hagas otros amigos.
—¿Por qué has tenido que obligarlo incluso a pedirme de vuelta su regalo?
—Su… ¿Qué? —frunció el ceño.
—El regalo que me dio. El cazasueños de plumas rojas. Era un regalo especial… —murmuró cabizbaja—. Me gustaba mucho…
—¿Te ha pedido que le devolvieras esa cosa? —se sorprendió otra vez.
Brey no podía negar que esto le dio otro alivio. A pesar de que sabía que aquel objeto que Jannik le dio a Clover era un artilugio Knive pero totalmente inofensivo –porque, de no serlo, habría matado o sometido a Clover a un coma sólo con tocarlo unos segundos o minutos como podía pasar con otros talismanes Knive–, la verdad es que prefería que Clover no tuviera algo así. Por si acaso.
Ahora, la cuestión que no le encajaba, era que él no le había dicho a Jannik nada de recuperar su talismán. Supuso que había sido decisión del propio Jannik, pero Brey no entendía muy bien la razón. Pensaba que, aunque Jannik había obedecido su petición de cortar la amistad, le dejaría a Clover quedarse al menos con ese obsequio. Pero, claro… Brey ignoraba que la única razón por la que Jannik había cortado su amistad con Clover y recuperado su amuleto era porque Denzel le había ordenado estrictamente hacer ambas cosas.
—¿No podías dejar siquiera que me quedase con su regalo? —Clover levantó la cabeza por fin y lo miró directamente a los ojos con expresión de enfado y tristeza.
Esa mirada impactó a Brey de manera especial. Esto era distinto, esto era algo desconocido. Tal como Brey le explicó a Lex el otro día, Clover solía expresar su enfado de la misma forma en que solía hacerlo Hideki, o el propio Lex, o él mismo, y le reconoció a su sobrino que Clover había llegado a darle escalofríos con sus miradas de enfado. Pero seguían siendo enfados por motivos simples, porque Brey la había regañado por algo, o porque no le había dejado comer pastel, o cosas así.
Esta vez, fue algo totalmente diferente y Brey lo sintió por todo el cuerpo. No fue un escalofrío. Fue una sensación de impotencia y culpa. Lo que Clover expresaba con sus ojos era una tremenda decepción con él, y esta le afectó por primera vez, porque sentía que, esta vez, ella tenía una razón de peso. Brey jamás se había esperado que algún día uno de ellos lo miraría de esa forma. Acostumbrado a que lo adorasen, a que se les pasasen los enfados en cuestión de segundos…
Si había algo que a un iris le doliese más que ver a alguien ajeno haciendo cualquier tipo de daño a un ser querido, es ser él mismo el causante de ese daño.
Aquí Brey se vio verdaderamente perdido. No sabía qué decir o qué hacer. Había subestimado los sentimientos de Clover, los había herido. Había fallado a su confianza. Había decepcionado a su hija. Notaba que, si abría la boca para intentar otra vez persuadirla con las mismas explicaciones baratas de antes, abriría una grieta más grande entre él y ella. Clover ya no era tan ingenua e inocente como el año pasado. No podía esperar que, al paso de los años, ellos siguieran conformándose con sus explicaciones, órdenes o persuasiones. Especialmente ellos, que eran más listos que los demás niños de su edad.
Se sintió atascado. Porque se sentía avergonzado. Y era tan ilógico para él sentirse así, que necesitaba un rato para procesarlo y entenderlo. Para él, sentir emociones naturales seguía siendo terreno desconocido. Para él y para el resto de la Asociación. Para empezar, no se entendía aún por qué Brey nació iris, así como tampoco se entendía por qué, si su mente nació supuestamente incapaz de sentir por sí misma emociones naturales, las había llegado a sentir alguna que otra vez solamente en casos relacionados con los seres que más quería. Un ápice de humanidad, en una mente no humana. Como si una máquina comenzara a desarrollar algunas células orgánicas en su interior.
—¿Por qué… es tan importante para ti tener un amigo como Jannik? —quiso comprender Brey.
—Era la única persona del mundo aparte de Daisuke que podía entenderme de verdad —murmuró ella, y se bajó de la banqueta, marchándose al centro del salón. Se arrodilló frente a la mesita baja y siguió pintando en las hojas donde ya estaba pintando antes, sin muchas ganas.
Esa frase le dolió. Y la sintió injusta, porque, ¿cómo iba Jannik a ser alguien que entendía a Clover mejor que él? Brey la había criado desde que era una recién nacida hasta ahora, había estado literalmente cinco años sin despegarse de ella. Había curado sus fiebres, vómitos, dolores, pesadillas y miedos, y había atendido todas y cada una de sus necesidades alimenticias, de higiene, de abrigo, refugio y educación e incluso no pocos caprichos.
Había jugado con ella, la había felicitado por sus logros y regañado por sus errores, habían dialogado sobre muchas cosas respecto al buen comportamiento, la seguridad y el deber… ¿Y si le había faltado dialogar más sobre otras cosas, esas otras cosas que Brey había visto tan absurdas o irrelevantes? Clover tenía, por ejemplo, la afición de coleccionar objetos desde que tenía año y medio, lo cual él siempre vio como una tontería. Pero para ella… era importante.
Estaba ocurriendo lo que siempre más había temido. Había tenido pleno éxito en cuidar sus necesidades superficiales, pero estaba fallando en cuidar su humanidad interior. Algo en lo que Mei Ling siempre solía ayudarlo mucho, a pesar de que no era fácil –y de ahí las habituales discusiones entre ambos–. Y todo porque él era un iris nato, un ser inhumano, insensible, raro, frío… Hacía tiempo que Brey no se sentía tan mal consigo mismo. A veces se hartaba. A veces le agotaba ser así, y deseaba haber nacido como el resto de la gente. Clover y Daisuke merecían tener un padre más humano.
Tal vez Brey lo estaba pensando en exceso o viéndolo más grave de lo que era. Pero es que tampoco había que olvidar que, iris o no, él seguía siendo un chico de 20 años y todavía no lo sabía todo ni tenía las respuestas para muchas cosas.
En ese momento, Cleven regresó a casa después de haber tirado la basura. Brey notó que venía bastante callada y seria, como muy sumergida en sus pensamientos, y le pareció raro, porque antes de salir de casa tenía el humor contrario. Al pasar junto al sofá, Cleven cogió la manta, que había estado colgando desordenadamente del reposabrazos y tapando parte de la mesilla que había al lado. Por eso, dejó al descubierto el aparato del teléfono fijo, y Brey divisó que tenía una luz roja parpadeando.
—Mierda… ¿Cuánto tiempo ha estado eso así? —se preguntó—. Cleven, ¿puedes pulsar ese botón amarillo, grande y redondo del teléfono?
Ella, dejando la manta a un lado, se acercó al aparato y señaló con duda dicho botón. Su tío asintió con la cabeza, entonces ella lo pulsó.
—“Tiene un mensaje, recibido a las tres y diez de la tarde” —declaró la voz femenina.
—Uy… eso fue hace como tres horas —dijo Cleven.
—“Reproduciendo mensaje” —dijo la voz del aparato, y se oyó un pitido—. “Hola” —habló una voz masculina—. “Llamo de las oficinas de la Seguridad Social, soy Kori Nakamura.”
Brey se levantó de la banqueta de un brinco y clavó una mirada tensa en el aparato, prestando toda su atención.
—“Este es un recordatorio para Brey Saehara de que la visita de la señorita Riku Ishida no podrá efectuarse el domingo por la tarde por asuntos personales. Por lo que, tal como se le informó por email el pasado jueves, la visita sigue en pie para hoy sábado a las seis y media de la tarde, y acudiré yo en sustitución de la señorita Ishida. Buenas tardes.”
—¿Riku Ishida? —saltó Cleven—. ¿Tu asistente…? ¡Ostras!
—¿¡Qué!? —exclamó Brey, agarrándose de los pelos—. ¿¡Qué cojones…!? ¿¡Pero cuándo…!? No puede ser…
Se fue corriendo hacia la mesa del comedor, donde tenía su ordenador portátil, y se metió en su correo electrónico a toda prisa. Lo que encontró no tenía sentido para él. Resulta que sí, que tenía un email recibido el pasado jueves de las oficinas de la Seguridad Social, informándole de que la visita de Riku del domingo se cancelaba y se sustituía por la visita de un tal Kori Nakamura el sábado por la tarde, y que, de no poder recibirla en la nueva fecha, lo comunicara a las oficinas.
Lo que no le cuadraba, es que el correo le aparecía como “leído”. Él no recordaba haber abierto y leído ese email. Pero si así aparecía, tenía que haber ocurrido en algún momento. Brey no veía otra explicación que la de haberlo pasado por alto. Seguramente, de tantas cosas que tenía metidas en la cabeza y tantas tareas y obligaciones y estrés y falta de sueño, debió de abrir ese correo junto con los demás de ese día y no prestarle atención. Lo mismo que el mensaje en el teléfono, que lo había recibido hace tres horas.
Por lo visto, lo habían avisado con tiempo, así que Brey tenía toda la culpa de haberse enterado a última hora. Esto le podía costar caro. Porque apenas faltaban unos pocos minutos para que llegara el asistente, y si veía algo que no le gustase… podía marcarlo como una falta grave y cumplir así su mayor peor pesadilla.
Brey saltó a lo depredador sobre Daisuke y lo agarró bajo un brazo. Un segundo después, voló hacia la mesita del salón y agarró a Clover bajo el otro, y subió las escaleras como un rayo, para ir a vestir a los niños con sus mejores galas y ordenar todo el piso de arriba. Cleven se quedó ahí paralizada en mitad del salón sin saber qué pasaba.
—¡Cleven, recoge y limpia! —oyó la voz de su tío desde la lejanía—. ¡Recoge y limpia…!
—¿¡Pero qué pasa!?
—¡Va a venir el asistente social y todo debe estar impoluto!
—Ahí va… —se alarmó la joven.
Unos minutos después, los cuatro ya estaban en el salón recuperando el aliento. Cleven había conseguido dejar el piso de abajo bastante decente y se había puesto una ropa más bonita, y Brey se había encargado de todo el piso de arriba, hasta de limpiar los baños, y de asear y vestir a los niños con camisa, blusa, falda y pantalón. No hacía ninguna falta vestirlos como si fueran a asistir a la coronación de un rey, no había nada de malo en que unos niños vistieran con ropas cómodas y poco elegantes en su casa, pero Brey no quería correr ni un solo riesgo.
—Tío… —jadeó Cleven, aprovechando que los niños se pusieron a ver la tele—. ¿Por qué tanta importancia… en dejarlo todo perfecto?
—Cualquier defecto o pega… —jadeó también—. Me quitarán puntos… Si… si me quitan todos los puntos…
No acabó la frase, y Cleven vio auténtico miedo y angustia en sus ojos.
—Pero… no serán tan estrictos como para restarte puntos si ven a los niños en chándal, o un cojín del sofá tirado en el suelo, o la mesa de comedor con algunos vasos sucios, ¿verdad? De hecho, eso sería pasarse de la raya y seguro que ni es legal.
—No se trata de eso —suspiró Brey—. Normalmente, esas nimiedades no son motivos para bajar puntos, pero mi caso es diferente, porque tengo que competir contra “otro lugar familiar mejor”.
—¿“Otro lugar familiar mejor”? —repitió ella—. Oh… ¿Te refieres… a que tienes que competir con los padres de Yue?
—La Seguridad Social siempre, siempre buscará determinar cuál es la vivienda, el entorno y los familiares o tutores más idóneos para los niños. Si comprueban que la casa de Norie y Joji es más limpia, segura, cómoda y ordenada que la mía, ellos ganarían más puntos. Si comprueban que Joji y Norie son mejores cuidadores, más atentos, más mentalmente sanos y estables, más responsables y sin malos hábitos o vicios, ellos ganarían más puntos.
—Pero… ¿puntos para ganar qué premio?
—La custodia completa —contestó Brey, cerrando los ojos—. No sólo tengo que demostrar ser un buen padre, también tengo que demostrar ser mejor opción que Joji y Norie.
Cleven al final comprendió este problema con el que su tío llevaba cinco años lidiando. No debía ser nada fácil mantenerse como la mejor opción para los niños, cuando él era un padre adolescente, y huérfano, y soltero, y Joji y Norie eran un muy respetado matrimonio japonés en una edad idónea y trabajando como funcionarios del Gobierno.
—La única razón por la que me dieron a mí la custodia a los 15 años es por la relación de parentesco, ya que yo soy el progenitor directo y biológico, mientras que Joji y Norie son los abuelos y además no biológicos. Y por la tutoría de Agatha. Si Agatha no se hubiera declarado en el juicio como mi tutora legal y la responsable de enseñarme a cuidar apropiadamente de los niños con su participación directa, no habría nada que hacer. Y a eso había que añadirle la condición irrevocable de recibir periódicas visitas de los asistentes sociales para evaluar si la custodia me la sigo mereciendo yo o no.
Cleven resopló y abrazó a su tío, indicándole que entendía lo duro que era y que le apoyaba totalmente. Brey se sorprendió un poco, pero inesperadamente se sintió más relajado. No tenía nada que temer. Habían conseguido dejarlo todo impecable a tiempo, especialmente porque Cleven había estado ahí para ayudar.
—Hah… —suspiró el rubio—. Preferiría que viniese Riku. De todos los asistentes que han venido, ella me pareció la más lógica y comprensiva.
—Mm, hm… ¿Sabes que esa asistente social llamada Riku Ishida es la novia de Lex? —le informó Cleven.
—Querrás decir su prometida.
—¿¡Quééé!? —exclamó con ojos como platos—. ¿¡Que se han prometido!? ¿Y tú cómo sabes eso?
—Oh… Pues Lex me lo dijo, cuando me encontré con él el miércoles de la semana pasada durante la visita universitaria a su hospital que ya te conté. ¿Tú… no sabías eso?
—¡No! ¡Ni idea! ¡Voy a decirle cuatro cosas a ese idiota de hermano por no haberme contado semejante bomba! —gruñó Cleven—. ¡Y luego él se enfada conmigo si no le cuento mis cosas más importantes! ¡Tendrá cara…!
—Creo que se está tomando su tiempo para informárselo a toda la familia, Cleven, no es nada personal contra ti.
—De todas formas, ¿por qué todavía vienen asistentes a supervisarte si con 20 años ya tienes la mayoría de edad?
—Lo alargan un año más, ya que casos como el mío son pocos, especialmente cuando, de los dos progenitores, sólo uno se está haciendo cargo, y siempre miran por la máxima seguridad y bienestar de los niños. Cuando cumpla 21 este próximo abril, por fin dejarán de venir.
En ese momento, sonó el telefonillo, y todos dieron un brinco. Clover y Daisuke apagaron la tele y se fueron a la entrada, y se pusieron juntos y firmes, mostrando su mejor comportamiento, tal como Brey les había enseñado. Después de pulsar el botón del telefonillo para abrirle la puerta del portal al asistente, también se colocó frente a la puerta y respiró hondo.
Pasó un minuto más y sonó el timbre. Cuando Brey abrió la puerta, esperó encontrarse con un hombre de porte serio y elegante, con un ceño fruncido expresando un aire examinador, meticuloso y sosegado. Pero no. Le dio un escalofrío de grima al encontrarse con un señor encorvado, horribles y gruesas gafas que hacían de sus ojos negros dos pozos sin fondo; una nariz como una patata de concurso y una cara de la que las pasas tendrían envidia. Luego, su pelo era similar a la melena de un león africano color negro. Y la cara que tenía era de verdadero nerd. Sujetaba una carpetita en un brazo para tomar apuntes.
El señor miró a Brey amigablemente, espantándolo con una sonrisa de dientes de caballo. «Esto debe de ser una irracional broma de la Madre Naturaleza» pensó Brey, procurando que su cara no hiciera el más mínimo gesto de disgusto.
—Buenas tardes —saludó el viejo con una voz fea y con gallos, pero con un tono muy simpático.
—¡Un trol! —exclamaron los mellizos, apuntándole con el dedo.
—¡Niños! —se enfadó Brey—. ¡Más respeto!
—¡Oh! Estos deben de ser Clover y Daisuke —sonrió el viejo, quitándose los zapatos en el umbral de la entrada y pasando adentro; se inclinó hacia los dos niños para observarlos bien—. ¡Qué niños tan lindos e impecables! Lo veo en vuestros ojos. Sois unos niños muy pero que muy buenos, ¿a que sí?
—¡Sí! —exclamaron ambos—. ¡Somos muy buenos!
El viejo se rio alegremente, pero luego se quedó varios segundos mirando fijamente a Clover, sin pestañear, con esa sonrisa de dientes feos. Ella hizo un gesto tímido, propio de un niño cuando un desconocido le dirigía toda su atención, pero también por otra razón. Clover sintió algo raro, una energía fría e incómoda que no supo descifrar.
—Ehm… —murmuró Brey, cerrando la puerta, y el viejo se irguió de nuevo hacia él.
—Usted, jovencito, debe de ser Brey Saehara. Encantado, soy Kori Nakamura, el asistente que sustituye a Riku Ishida, como ya se le informó —le tendió su identificador, que era como una billetera de cuero donde los asistentes solían mostrar su tarjeta de identidad de las oficinas.
La mayoría de la gente solía mirarla y asentir sin más, pero Brey la cogió para observarla bien. No era porque desconfiase de ese señor, sino porque todos los iris del planeta tenían bien aprendido comprobar siempre y al detalle toda placa, tarjeta o documento identificador que alguien les mostrase. Efectivamente, su tarjeta era auténtica, y se la devolvió.
—Sí, encantado igualmente —contestó Brey—. Pase, por favor.
—Oooh, es una vivienda encantadora, encantadora —apreció el señor Nakamura al adentrarse en el salón, pero cuando se encontró a Cleven ahí de pie, frenó en seco, y por un segundo, se le borró la sonrisa, eclipsada por un fugaz sentimiento de desconcierto y disgusto. No obstante, enseguida recuperó su expresión risueña—. Ah, disculpe el sobresalto. No esperaba que el joven Saehara tuviera otra visita hoy.
—Oh, no se preocupe, señor —se apresuró a saludar Cleven con una inclinación educada—. Soy la sobrina de Brey, Cleventine Vernoux. Estoy actualmente viviendo con él. No os molestaré, haced como si no estuviera…
—Ah, ya veo, ya veo… —caviló el viejo entre dientes, y miró al rubio—. Lo siento. No me habían informado en las oficinas que está usted a cargo de otra menor.
—Ya, sobre eso… —le explicó Brey, un poco nervioso—. Mi sobrina lleva apenas dos semanas aquí con nosotros. Por supuesto, su padre está al corriente y tenemos su permiso.
—Oh, en ese caso, ¡le vendrá de maravilla la compañía de una querida sobrina que lo ayuda! —celebró el viejo.
—Sí, la verdad es que con Cleven en casa, la vida se nos ha vuelto más fácil… y más feliz —afirmó Brey, pero se asustó un poco cuando vio a Cleven dirigiéndole una de sus enormes sonrisas de tarada con ojos llorosos de ternura.
—Me alegra oírlo, joven. Por favor, no esté nervioso. Hoy solamente vengo a realizar una supervisión de la vivienda. Las entrevistas personales a usted y a los niños serán preferiblemente pospuestas a la próxima visita que realice la señorita Riku Ishida, ya que ella es su asignada oficial.
—Oh… De acuerdo. En ese caso… proceda libremente, por favor —le dijo Brey, sintiéndose bastante aliviado de que esta visita al final sólo fuera un análisis del entorno.
El señor Nakamura fue caminando a un lado y a otro de la casa, comprobando el estado de los muebles, las ventanas, abriendo cajones de los muebles por si había objetos peligrosos, mirando los enchufes de las paredes, los baños, la cocina… Como caminaba encorvado y de vez en cuando mostraba un tic de jugar con los dedos de las manos y los codos encogidos contra el cuerpo, parecía una gamba. Los niños iban detrás de él, persiguiéndolo, retándose el uno al otro para tocarle la espalda, a pesar de que Brey les decía una y otra vez que parasen.
Cuando el señor Nakamura se detuvo ante las escaleras de caracol y se agachó para mirar los escalones, Daisuke pareció echarle valor y acercó el dedo lenta y discretamente hacia él.
—¡Uuh! —exclamó el viejo de repente, girándose hacia ellos con cara de fantasma.
—¡Aaah! —chillaron los pequeños, partiéndose de risa.
—¡Jujujuju! ¡Que tengo ojos en la nuca, pequeñuelos! —se rio el viejo, volviendo a ponerse en pie.
Continuó con su reconocimiento con la carpeta en mano, escribiendo cosas de vez en cuando, y subió a la planta superior, perseguido por los niños otra vez.
—Parece un orco de Mordor, pero es muy simpático y bueno con los niños —opinó Cleven, y subió también con su tío las escaleras.
—Muy bien, muy bien, muy bien… —dijo el viejo una vez más, tras hacer un reconocimiento de todas las habitaciones y baños, más exhaustivo en el dormitorio de los niños—. Tienen los niños una habitación encantadora. Francamente, jovencito, me ha gustado mucho todo lo que he visto por aquí.
Al oír eso, Cleven casi pudo divisar ese par de toneladas de tensión abandonando el cuerpo de su tío y la enorme sensación de alivio que disimuló bajo su habitual semblante serio.
—Gracias, señor.
—¿Dispone la casa de algún sistema de seguridad antirrobo?
—Sí, tengo instalado el mejor sistema de seguridad…
Mientras Brey y el señor Nakamura se ponían a conversar en el pasillo de los últimos aspectos de la vivienda, el edificio y el barrio, Cleven agarró las manos de sus primos y se los llevó escaleras abajo para jugar en el salón y darles algo de privacidad a su tío y al asistente.
—Permítame la indiscreción, jovencito —le dijo el viejo, cambiando a un tono más formal—. No puedo evitar sentir interés por un caso como el suyo. Estoy al tanto de la situación. La madre fallecida… y sus abuelos maternos seguramente en desacuerdo con la custodia actual…
—Hah… sí… —suspiró Brey—. Es… un poco complicado. Pero nada de eso afecta negativamente a los niños, se lo aseguro. Ellos aún son pequeños, sus abuelos y yo todavía no les hemos hablado de… bueno, acerca de su madre y cómo murió… y… en cualquier caso, los señores Saitou y yo no dejamos que los niños perciban en absoluto las tensiones que hay entre nosotros. Al menos ellos y yo estamos de acuerdo en que los niños merecen sentirse queridos, a salvo y sin problemas a su alrededor.
—Bien. Porque eso es lo que deben hacer. Proteger la inocencia y la felicidad de los pequeños —asintió el viejo con vehemencia—. No obstante… a mí me gustaría saber, jovencito, cómo se siente usted realmente por dentro, más allá de su compromiso con el deber.
—¿Sobre qué? —frunció el ceño.
—Sobre toda la situación general. Con este evidente giro de 180 grados que dio su vida a tan temprana edad.
—Ahm… Disculpe… creía que dijo que no haría entrevistas personales… —dijo Brey, algo incómodo.
—No se preocupe por eso. Tan sólo se trata de un capricho mío, de satisfacer mi curiosidad. No quedará registrado nada de lo que digamos en esta conversación. Por supuesto, usted es libre de negarse a tener esta conversación. Le pido disculpas de antemano, pero los asistentes sociales, ya sabe… solemos ser así de directos.
—Ya… entiendo. Entonces…
—Entonces, dígame, querido muchacho —le sonrió con calma, dando un paso hacia él, y Brey se sobresaltó un poco—. Cuénteme. Cómo le hace sentir realmente toda esta situación. ¿Le parece injusta? Un chico de 15 años… con toda la vida por delante y con planes de futuro… se ve de repente destruido por una tragedia y una inesperada carga de la que no podía deshacerse.
—¿Carga? —repitió Brey, no muy contento con ese término.
—No malinterprete. Los niños son una bendición. Pero es que usted también era un niño entonces. Y se le presentó delante una gran carga, una ardua responsabilidad, un azar que la vida le impuso sin previo aviso. No niego lo mucho que usted debe de querer a esos niños. Pero, precisamente, de amar tanto a alguien es de donde viene el sufrimiento. Usted lo sabía mejor que nadie. Y aun así eligió quedarse con los niños, sabiendo que irremediablemente acabaría amándolos, y sabiendo que irremediablemente se arriesgaba, una vez más, al sufrimiento que viene con ello. ¿No era más fácil para todos, incluso para los niños, y sobre todo para usted, rechazar la custodia y cedérsela a los señores Saitou desde el principio? Los niños habrían crecido igualmente felices y a salvo bajo el amor y protección de sus abuelos. Y usted podría haber seguido con su vida, libre, con las pocas preocupaciones de cualquier quinceañero, sin sufrir innecesariamente por esos dos niños.
Brey se quedó en silencio. De repente, se sentía abrumado por todas esas cuestiones que le planteaba el viejo. Realmente estaba siendo muy directo, y Brey no sabía descifrar si estaba siendo acusador, o simplemente tenía genuina curiosidad por cómo alguien, en su piel, optaría por la opción que parecía más dura y no por la otra que parecía más sencilla, en una decisión que a cualquiera le cambiaría la vida radicalmente.
—No… —respondió finalmente—. No creo que hubiese sido más fácil para todos. Elegí la opción que yo quería, que además es la opción que creía, y sigo creyendo firmemente, que es lo que Clover y Daisuke también habrían querido.
—Entonces, no sólo eligió la opción del sufrimiento hace cinco años, sino que usted todavía hoy está decidido a seguir eligiéndola —asintió el señor Nakamura—. Pero eso es desolador, ¿no le parece, jovencito? Recibir el regalo de la vida en este planeta paraíso, con el lazo dorado del libre albedrío, para gastarla entera no haciendo otra cosa que sufrir y sufrir… Nada de lo que haga usted para combatir el sufrimiento y enviarlo lejos será garante de librarse de él por siempre, pues siempre que uno decide atarse emocionalmente a alguien, tiene el sufrimiento garantizado, encontrando siempre su camino de regreso con una nueva tragedia tras otra.
A este punto, Brey estaba convencido de que el señor Nakamura lo estaba sometiendo a algún tipo de prueba moral. Pero Brey consideraba que tenía una moral férrea, por lo que no temió ni un poco expresar sus respuestas con total honestidad.
—Pero es que ese no es mi objetivo en la vida. El sentido de mi vida no es tener la vida más sencilla y feliz con el menor sufrimiento posible; es procurar que las demás personas buenas la tengan. Empezando por las personas más cercanas e importantes para mí.
—¿Está entonces diciendo que, a pesar de seguir teniendo en bandeja la opción de cederles la custodia a los Saitou y desatarse física y emocionalmente de los niños y ser libre de sufrimiento, está totalmente dispuesto a sacrificar su propia felicidad y sus propios sueños trabajando en conseguir la felicidad y los sueños de los mellizos?
—Me plantea usted una contradicción —le indicó Brey, sin menguar la firmeza de su voz, que sostenía la firmeza de sus creencias—. Ahí el verbo no es “sacrificar”, es “hacer realidad”.
El señor Nakamura se quedó callado. Su respuesta no pareció satisfacerle. Brey creía que le estaba haciendo estas cuestiones de forma imparcial, pero era como si el propio Nakamura, por dentro, quisiera que Brey reconociera que elegir el sufrimiento era absurdo e irracional. No iba a suceder. Brey era un iris de nacimiento. Sufrir por los buenos humanos, prioritariamente los seres queridos más cercanos, era su dogma, su ADN.
—¡Espléndido! —exclamó el viejo de repente, y el rubio se llevó un buen susto.
Brey no se había dado cuenta, pero era como si en los últimos minutos el ambiente alrededor de ellos se hubiera estado oscureciendo poco a poco. Y cuando el señor Nakamura volvió a sonreír, era como si ese tono lúgubre desapareciera y el ambiente recuperara su luz y normalidad.
Finalmente, cuando lo despidieron en la puerta, el viejo les dio unos caramelos a los mellizos, deleitó a Brey y a Cleven con una última sonrisa de horrorosos dientes de caballo, y se marchó.
* * * *
Quince minutos después, Izan se encontraba sobre la azotea de un edificio de la ciudad. Después de quitarse unas gafas de pasta gruesa, se quitó también la peluca de león negro africano. Lo fue metiendo todo en una maleta negra. Se despegó de la cara la nariz falsa de patata, la máscara de piel arrugada, y las lentillas negras, dejando al descubierto sus ojos verdes. Por último, se quitó la dentadura postiza de dientes de caballo, la guardó en un bote dentro de la maleta y la cerró.
Se quedó un rato ahí arrodillado sobre el suelo de grava de la azotea, mirando al frente las vistas de la ciudad anocheciendo. Se oyeron unos pasos acercándose detrás de él. Esa persona se paró a su lado.
—¿Y bien? —preguntó ella.
—Se ha cumplido mi plan. No hay ni rastro del talismán en toda la casa y Clover tampoco lo lleva encima. Jannik se lo ha pedido de vuelta.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque he entrado y salido de la casa ileso.
Izan volvió quedarse un rato en silencio, mientras sus rastas rubias se movían con el viento.
—Hmm… —suspiró por la nariz—. Cleventine estaba ahí. Está viviendo con él.
—No sé de quién hablas ni me importa. La cuestión es si será un impedimento.
—No. El propio Brey me ha informado cuando hemos estado charlando. Él se irá a las 8 de la mañana a “hacer un recado importante de la universidad”, es decir, se irá con Drasik a la prefectura de Ibaraki a cumplir su parte de la misión antiterrorista, tal como Kaoru ya me confirmó el otro día. Cleventine tiene práctica de natación y se irá de casa a las 9. Y entonces vendrá Agatha a despertar a los niños y hacerles el desayuno. Esta noche todos dormirán, nadie tiene previsto quedarse despierto estudiando, o viendo la tele o ese tipo de posibilidades. Sólo necesitaré incomodar al pequeño Daisuke lo suficiente para que vaya a pedirle a su querido papá que lo deje dormir con él, y deje así a Clover sola. Bastará con enrarecer el ambiente. Daisuke es un niño extremadamente sensible a las energías. Y necesito que no se interponga. No sé hasta qué punto maneja su poder. Dudo que a su edad lo haya desarrollado mucho, pero enfrentarse al poder de Daisuke, desarrollado o no, es lo último a lo que cualquier criatura de las tres dimensiones querría enfrentarse.
—¿Por qué no me usas a mí para esto? ¿No sería más fácil? Me teletransporto en plena noche y me la llevo.
—Neidara, ya lo hemos hablado. En primer lugar, Agatha vive en ese mismo edificio. Si realizas un teletransporte en casa de Brey, será lo suficientemente cerca para que Agatha lo note desde su casa. Y si decide ir a comprobarlo y te descubre poniéndole las manos encima a esos dos niños, no le va a importar quién seas, te devorará en un instante. Y en segundo lugar, no vas a hacer uso alguno de tu don hasta que recupere la energía de tu último viaje al pasado. Las condiciones del Pacto taimu son un auténtico fastidio, pero son justas. Debo ahorrar cada ápice de energía para volver a enviarte al pasado dentro de unos días, y en la fecha correcta al primer intento, antes de que termine el periodo de alimentación del Denzel de ese pasado y por tanto siga indefenso con su don anulado. Además, ese Denzel del pasado ya está en alerta por culpa de tu cagada y me temo que será inevitable que el Denzel actual le haga saber en algún momento que tu objetivo no es matarlo, sino quitarle el anillo.
—Da igual que sepa que lo que queremos es su anillo. Aunque él quisiera, le es físicamente imposible quitárselo para esconderlo en otro lado. Y sin sus hijos allí y sin su don activo será un simple e indefenso chico ciego como cualquier otro. Ni siquiera podrá decirles a los iris de su ciudad de esa época que lo protejan y lo escolten hasta que termine su alimentación, porque se arriesgará a que la Asociación, y por derivación los dioses, se acaben enterando de la verdad sobre su anillo.
—Trágico… trágico sin duda… —suspiró Izan una vez más, mirando la ciudad—. Y todo por elegir… el camino de portarse bien… de cumplir las normas… de amar a la gente… y tener un miedo constante a perderla…
Neidara se cruzó de brazos con su habitual aire indiferente y frío. Pero, tal vez, fue más bien un gesto involuntario de incomodidad y aprensión, como si esas palabras le provocaran un pequeño conflicto interno. Difícilmente se podía adivinar a través de su rostro, dado que llevaba la cabeza cubierta por un gorro hasta la nariz, como siempre tapando sus ojos por completo. De todas formas, Izan estaba distraído con sus propios pensamientos tras esa visita que le había hecho a Brey. Habían pasado poco más de siete años desde que lo tuvo cara a cara. Pero, para Izan, no significaba nada. No sentía nada. Sólo le importaba su misión, sus intereses, sus beneficios futuros, su propio bienestar y felicidad individual. Para un arki, no había camino más lógico e idóneo que ese.
—Ya veremos si sigues aguantando el sufrimiento que tanto te empeñas en elegir, hermanito —murmuró.
Poco antes de las 6 de esa tarde de sábado, Yenkis, Evie y otros tres amigos de su edad, junto con los padres de uno de ellos, ya habían salido del cine y se encontraban en la calle pasando el rato, esperando la llegada de alguien.
Mientras Evie y los otros tres jóvenes charlaban sin parar, Yenkis estaba entre medias, muy callado y tenso, y algo preocupado. Le sentaba fatal haber mentido a Hana y a su padre, y por otro lado le daba miedo que algo saliera mal y lo descubriesen. Pero no dejaba de convencerse a sí mismo de que era por una razón de peso. Necesitaba hacer esto. Necesitaba conocer la verdad de una vez por todas, y lo iba a hacer de forma completa.
Evie no sabía que Yenkis había mentido a Hana y a su padre sobre con quién iba a hacer el trabajo escolar y dónde, el chico no había querido hacerla cómplice, por eso ella creía que todos sus nervios se debían solamente al plan arriesgado que su amigo pretendía realizar.
—Chicos, creo que ya vienen a por vosotros —les indicaron los señores Fujimoto a Yenkis y a Evie, señalando un coche grande negro que se detuvo en el aparcamiento al otro lado de la carretera.
Cuando el conductor de aquel vehículo se bajó y comenzó a caminar hacia ellos, Yenkis tragó saliva, y se forzó a sí mismo a apagar todos los indicadores de su cuerpo que pudieran delatarlo, por lo que de repente se relajó y adoptó una actitud de lo más natural e inocente.
—Un honor conocerlo en persona, señor Nonomiya —saludaron el señor y la señora Fujimoto con una inclinación respetuosa.
Pero se sorprendieron cuando Hatori les hizo la misma inclinación con el mismo nivel de respeto.
—Les agradezco haber cuidado de mi sobrina hoy —les dijo.
Su tono de voz era tan serio como su mirada afilada, la cual causaba una sensación fría por el color azul hielo de sus ojos. Impresionaba e intimidaba. Pero a los Fujimoto les asombró el contraste de las expectativas. La educación de Hatori era exquisita. Y humilde. A pesar de ser ahora una de las personas más importantes del país.
—Ha sido todo un placer. Los chicos se han divertido mucho hoy —sonrió el señor Fujimoto—. Bien, pues, nosotros ya nos vamos.
Después de que se despidieran todos, los Fujimoto se marcharon con su hijo Ichiro y con los otros dos jóvenes por otro lado, mientras que Yenkis e Evie permanecieron ahí con Hatori.
Cuando su mirada afilada se posó sobre él, Yenkis sintió un extraño escalofrío. Pero la causa no fue la impresión que le daba su semblante. Fue algo físico, e invisible. Por un instante, Yenkis sintió estar delante de algo que no formaba parte de este mundo ni de esta realidad. Por un instante, sintió que, si parpadeaba, iba a desaparecer.
Imaginaciones o no, sin duda Hatori lo estaba taladrando con la mirada. No obstante, el chico se sobrepuso como pudo y se ciñó a su papel, por lo que saludó al ministro con la inclinación adecuada.
—Encantado de conocerlo, señor Nonomiya. Gracias por aceptarme hoy en su casa. Soy Yenkis Vernoux, compañero de clase de Evie, y del grupo de música, y…
—Tranquilo, Kis, ya sabe muy bien quién eres —lo frenó Evie, sonriendo.
—No. Ni idea —declaró Hatori.
—¿¡Qué!? —exclamó la chica—. ¡Pero si te he hablado de Yenkis cincuenta mil veces, todas las veces que te cuento cosas sobre el colegio y mis amigos, o sobre nuestro grupo de música!
—Ah, ¿sí? —dijo desinteresadamente—. ¿Tienes un grupo de música?
A Evie se le hinchó una vena en la frente y le clavó una mirada fiera. Fue a darle un empujón, pero Hatori le estampó una mano en la cara y la desvió a un lado como quien se quita de en medio un chihuahua molesto.
—Vete yendo al coche y lleva la mochila de nuestro invitado al maletero —le ordenó, dándole las llaves.
Evie refunfuñó mientras cogía la mochila de su amigo y se fue yendo hacia el aparcamiento.
—¡Oh, no! ¡No es necesario que me la lleve ella! —se apuró Yenkis—. En todo caso, debería llevar yo tanto la suya como la mía.
—Que un hombre sea un caballero con una mujer es tan correcto y noble como que una mujer también realice actos de cortesía con un hombre, atendiendo por supuesto a las capacidades de cada persona. Si tu mochila pesara demasiado, no dejaría que Evie cargara con ella, pero como no es el caso, ella debe cumplir su papel de anfitriona, llevando la bolsa de nuestro invitado.
Yenkis se quedó callado. La verdad, no encontró fallos en su lógica. Si Evie fuera un chico, vería muy normal que llevara el equipaje de un invitado. No sabía por qué le tendría que chocar tanto si lo hiciera siendo chica. El peso no era problema porque Yenkis había traído muy pocas cosas. Entonces, cuando el peso, la dificultad o el esfuerzo no era impedimento ni para una mujer ni para un hombre realizar una acción de cortesía, para Hatori primaba realizar la acción de cortesía a quien correspondiese, sin importar quién era hombre o mujer, o un niño, o adulto o anciano.
«Caray, sí que es estricto en la correcta educación equitativa» pensó Yenkis. «Oh, no… Papá me ha enseñado muchas cosas de correcta educación, pero ¿serán suficientes? Espero estar a la altura. Por nada en el mundo debo permitir que Hatori tenga una mala imagen de mí».
—Así que, Yenkis Vernoux —le habló Hatori de repente—. No sólo eres uno de los mejores amigos de Evie, compañero de clase, y el vocalista y guitarrista de vuestro grupo de música desde hace casi tres años. También eres su vecino, ¿no es así? Eres de la familia Vernoux, que vive en la casa de al lado de mi cuñado y hermana.
—Oh… —Yenkis se quedó algo cortado, porque resultaba que Hatori sí escuchaba a su sobrina—. Aeh… Sí, así es, señor.
—¿No deberías proporcionarme el número de contacto de tus padres, por si ocurriera algo y tuviera que llamarlos?
—Oh, ah… ¡Sí! —se apresuró a sacar del bolsillo un papelito doblado y se lo tendió—. E-este es el número de Hana Kotobuki. Es la pareja de mi padre. Puede llamarla para lo que quiera.
Hatori cogió el papelito y se quedó pensativo unos segundos, asimilando ese dato sobre el estado civil del padre de Yenkis.
—La pareja de tu padre… ¿vive en tu casa y es oficialmente alguien que se encarga de ti igual que tu padre? ¿Tiene ella la autorización de tu padre para ser responsable de ti?
—Sí, señor. Le… le doy el número de ella porque es mucho más fácil contactar con ella. Mi padre es un hombre muy ocupado la mayor parte del tiempo, tanto que incluso este sábado se encuentra trabajando en su empresa.
Hatori volvió a quedarse pensativo unos segundos.
—Bien —dijo finalmente, guardando el papelito en su chaqueta.
Dio media vuelta y fue marchando hacia el aparcamiento sin más. Yenkis se dio cuenta de que su conversación había terminado ahí y se apresuró a seguirlo hasta el coche. «Vale. Parece conforme» pensó el chico, suspirando aliviado. «Espero que no se le ocurra llamar a Hana en ningún momento y que no haya nada que le dé motivos, o será mi sentencia». Al subirse al coche, recordó enviarle a su padre un mensaje diciéndole que todo estaba bien y que ya estaba de camino a la casa de los Fujimoto.
* * * *
En casa de Brey, todos estaban pasando una tarde de relax, después de haber hecho planes de ocio por la mañana. En un momento dado, mientras Brey recogía la cocina, Cleven bajó a la calle a tirar la basura. Al salir del portal, se encontró a Drasik haciendo lo mismo, caminando ya hacia los contenedores de la acera. Sin embargo, a mitad de camino, se le rompió la bolsa y se le cayó media basura fuera.
Al darse cuenta, Drasik se quedó unos segundos mirando el estropicio, y luego se llevó las manos a la cara, tratando de calmarse, pero no pudo contenerse y gritó con una rabia que por un momento asustó a Cleven.
—Fuck my life! —exclamó el chico mientras le daba una patada a la bolsa.
—Con esa actitud es imposible que las cosas te salgan bien —le dijo Cleven, acercándose a él con una sonrisa suave.
Drasik se dio la vuelta y la miró sorprendido. Cleven se agachó y, usando un pañuelo, recogió la basura del suelo y volvió a meterla en la bolsa rota, y la cerró con un nudo. Entonces, fue ella misma a los contenedores a tirar tanto su propia bolsa como la de él. Cuando regresó hasta él, Drasik relajó los hombros, y se quedó algo cohibido.
—Ya… gracias.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Cleven entonces.
—¿Eh? —se sorprendió de nuevo, pero empezó a ponerse nervioso—. Pues sí. ¿Por qué preguntas?
—Parecías… extremadamente estresado hace un momento —se encogió de hombros.
—¿Extremadamente? —casi rio, intentando restarle importancia.
—Bueno, sí… Es que… este continuo contraste tuyo se nota bastante, Drasik. Ayer lo pasamos bien todos juntos en la merienda-cena en casa de Mei y Kyo y parecías estar perfectamente. Y ahora… sueltas otra vez esas pequeñas explosiones de rabia por motivos absurdos.
—¿Y? —replicó él, procurando sonar indiferente, pero se notó en su voz un deje molesto.
—Pues que llevas dos semanas así y dice Kyo que nunca habías estado así tanto tiempo seguido. Anda un poco preocupado, sólo eso.
—Pfff… —hizo un aspaviento, sonriendo impasible—. No me des tú también la tabarra con eso, princesa. Kyo está alucinando, viendo problemas donde no los hay. A lo mejor es porque deberíais ocuparos de vuestros propios problemas.
Cleven lo miró molesta, por su tono y por llamarla así otra vez.
—Oye. Princeso. Sólo te he comentado que tu amigo anda un poco preocupado por ti por tus constantes cambios de humor. Nadie te está criticando. Al contrario. Si tienes algún problema, tienes amigos dispuestos a ayu-…
—Cleven… —la interrumpió enseguida, alzando un poco las manos con un gesto ansioso, y puso una mueca de contención; respiró hondo—. Yo nada más quería tirar la basura en paz.
—Tú mismo te has perturbado esa paz.
—Pues a lo mejor prefiero que se me rompan diez bolsas de basura antes que tenerte aquí dándome la charla.
—¿Pero qué charla? Sólo te pregunté si te encontrabas bien, y a partir de ahí te has puesto a la defensiva.
—Princesa, sé que a veces no te percatas, pero es que a veces preguntas y hablas más de la cuenta, ¿sabes?
—Cuando te pones así, te vuelves insoportable, Drasik —se enfadó ella, ofendida por lo que él le había dicho, porque, para ser francos, no era la primera persona que la acusaba de meterse demasiado donde no debía—. Lo que no puede ser es que estés día tras día cambiando de actitud constantemente. Haces difícil… no, haces que sea imposible saber cómo tratarte o entenderte. Y eso es porque no te da la gana de sacar afuera lo que quiera que te pase. ¡Si tienes un problema, suéltalo de una vez!
Drasik no dijo nada. Pero le temblaban un poco los labios, como si quisiera decir algo.
—¿Es por esto? —Cleven señaló su brazo derecho, concretamente, su antebrazo todavía vendado.
—¿Qué? —Drasik dio un paso atrás, girándose, para esconder el brazo de ella.
—Dijiste que te hiciste un esguince. ¿No se te está curando aún? ¿Todavía te duele y por eso te pones de mal humor, y te lo callas dentro porque quieres hacerte el fuerte o algo?
Drasik no respondió, estaba al borde de los nervios, porque, aunque Cleven no estaba acertando con las palabras, sí estaba acertando con la idea. Si alguien descubría lo que le estaba pasando a su tatuaje iris, para él sería la ruina.
—No seas cabezota y deja que mi tío Brey te lo examine —insistió Cleven, esta vez, manteniendo un tono más dócil—. Él ya ha hecho docenas de prácticas con esguinces y fracturas —hizo un amago de tocar su brazo—. Sabes que se le da muy bie-…
—¿¡Y si por una vez dejas de meterte en los problemas de los demás y te vas a la mierda!? —exclamó de pronto, volviendo a apartarse de ella con el brazo por detrás.
Reinó un silencio pesado por el patio ajardinado frente al edificio. Cleven se quedó inmóvil ante esa reacción, y asustada. Pero no por el grito. Fue la mirada de Drasik la que, por un momento, emitió algo oscuro y cruel. Sin embargo, al cabo de unos segundos, Cleven divisó otra cosa más en sus ojos, y era un Drasik más asustado que ella. Aun así, ella captó el mensaje por fin y, sin decir nada, se fue caminando de vuelta al portal.
Drasik soltó un resoplido arrepentido, y se llevó las manos a la frente, haciendo lo posible por controlar ese torrente de emociones negativas con su iris.
—Cleven… Lo siento —le dijo antes de perderla.
Ella se detuvo y se giró para mirarlo.
—Lo siento, me he pasado de idiota, no quería gritarte —insistió él—. Es que… no sé… Bueno…
Respiraba angustiado y avergonzado, y sin saber cómo arreglarlo. Cleven siguió mirándolo fijamente un rato. Notaba cosas. Sentía cosas ocultas. Las veía. Lo que pasa, es que Cleven había perdido la práctica tras siete años con esa parte de sí misma borrada de su memoria, y lo que tenía muy oxidado, era saber meterse donde no la llamaban con más cautela y astucia; proceder con más cuidado la próxima vez.
—¿Vienes mañana a natación? —le preguntó ella.
—¿Qué?
—Te apuntaste a natación. ¿Recuerdas? El domingo pasado tuvimos la primera práctica, pero no viniste porque no te encontrabas bien… ¿Vas a venir a la práctica de mañana?
Drasik seguía con la boca entreabierta, intentando asimilar este cambio de conversación. No sabía si sentirse aliviado o no de ver que Cleven parecía no estar enfadada ni nada. Era verdad, la natación… Sinceramente, por más que le gustaría ir mañana, esta vez no iba a poder, y no por un motivo de su estado humor, sino por trabajo.
—Eh… No, no podré ir mañana tampoco. Tengo un recado muy importante que hacer… Ya iré el próximo domingo.
—Bueno —asintió Cleven—. Pues… hasta otra.
Se despidió con naturalidad y se marchó de vuelta a casa. Drasik se sintió mucho más tranquilo después de eso. La verdad es que no sabía si Cleven lo había adivinado o no, pero eso era justo lo que necesitaba sentir. Ella tenía motivos para irse cabreada, pero en vez de eso, optó por apaciguar la situación. Drasik lo agradecía.
No obstante, eso no quería decir que la paciencia de Drasik no se estuviera agotando ya. La paciencia consigo mismo.
Por otra parte, cuando Brey salió de la cocina, comprobó que los niños seguían ahí tranquilos, cada uno a lo suyo. Daisuke estaba jugando a los videojuegos frente a la tele, y Clover, una vez más, se encontraba sentada frente al piano, cabizbaja, tocando notas al azar. Otra vez, repitiendo ese mismo comportamiento de ayer, confundía a Brey.
Y no sólo eso. Desde ayer hasta ahora, había estado notando que Clover lo estaba evitando. Ayer en la merienda-cena, y hoy durante el ocio, se comportó cálida y cercana con todos los demás, pero cada vez que él se había acercado a ella, a Clover se le apagaba la sonrisa y se volvía retraída y distante.
Lo primero que Brey pensó, fue que Clover debía de haber hecho algo malo, y se portaba distante con él porque estaba avergonzada. Decidió que era hora de averiguar qué problema simple y trivial tenía, para darle su fácil solución.
Al verlo venir, Clover no hizo nada, tan sólo siguió mirando el teclado y tocando desinteresadamente algunas notas al azar con un dedo tímido. Brey se sentó a su lado, ya que la banqueta era bastante larga.
—¿No quieres merendar nada, enana? ¿No te apetece un yogur o algo?
La niña negó con la cabeza, sin mirarlo.
—Hmm… ¿Quieres aprender una melodía nueva? Estarás aburrida de tocar las mismas —insistió Brey, preparando una mano sobre el teclado, pero la niña volvió a negar—. Hm. Ya sé lo quieres. Ir a la cafetería a comer algún pastel, ¿verdad? Pero podemos ir otro día, no podemos estar toda la vida yendo allí. —Clover hizo un leve encogimiento de hombros—. ¿Qué te parece… si nos vamos Dai, tú y yo un rato al parque, antes de que se haga de noche? Podemos jugar a lo que queráis. —Clover negó con la cabeza—. ¿Seguro? Hace nada te quejabas porque no tenía tiempo de jugar con vosotros. ¿Sabes qué te digo? Que hoy me da igual lo que sea, ¡hasta estoy dispuesto a dejar que me maquilles!
Esta vez, Clover alzó la vista y miró a su padre unos segundos. Detrás de sus ojos había un poco de emociones opuestas. Parecía que, por un lado, esa última proposición despertó una pequeña sorpresa e ilusión en ella. No es que Brey fuera la persona más estricta, seria y fría del mundo, pero solía serlo bastante, y la mayor parte del tiempo, porque así era su manera natural de ser. Aun así, de vez en cuando podía sacar una faceta más cálida y relajada, una faceta que había procurado ir entrenando en los últimos años, porque tanto Agatha como Mei Ling le habían señalado repetidas veces la importancia que eso tenía para los mellizos. Por eso, esta actitud más cálida y relajada de su padre, aunque no era desconocida para Clover, siempre era una grata sorpresa.
No obstante, la niña volvió a agachar la cabeza y a negar.
Brey se quedó pensativo, analizando sin parar los pocos gestos que hacía, el tipo de respuesta, la demora o la rapidez en responder… Su iris siempre le había facilitado detectar problemas delatados por los microgestos o las reacciones porque para eso existía, para detectar los engaños, los impulsos, las intenciones y comportamientos de los criminales humanos y así verlos venir o frenarlos a tiempo, o adelantarse a ellos y salvar vidas. Brey no tenía la culpa de ver el mundo con este filtro porque había nacido con él. Era fácil calar a los criminales, o a la gente humana en general, cuando escondían emociones evidentes, apresuradas por una situación de peligro o por un plan a punto de ejecutarse. Lo que ya no era tan fácil, era adivinar emociones más profundas, bien escondidas en una situación de calma y quietud, aparentemente sin razón lógica. Esta era la parte de los humanos que a Brey se le escapaba.
—Dime… ¿se ha portado mal algún compañero de clase contigo? Normalmente, es lo primero de lo que tu hermano me informa nada más llegar a casa. Pero quizás… ¿ha pasado algo que Dai no sabe?
Clover no respondió ni hizo nada. Se quedó mirando el piano sin más.
—Me lo puedes contar a mí —insistió Brey—. Si has pegado a otro niño, te prometo que no me enfadaré, siempre y cuando hablemos de ello. Y si es otro niño el que te ha hecho daño a ti, es mejor que me lo digas. Te puedo aconsejar qué hacer. El colegio puede darte a veces un mal día, y no pasa nada, es normal, mientras no permitas que ese mal se repita y lo afrontes positivamente.
La niña siguió sin darle ningún tipo de respuesta. Y aquí Brey empezó a darse cuenta de que estaba ocurriendo algo distinto. Conforme un niño crecía, iba a ir presentando problemas más complejos que un simple dolor de tripa o un capricho negado. Pero esto él aún no lo concebía porque consideraba que los mellizos aún eran demasiado pequeños. Le había costado unos 3 o 4 años obtener el control total sobre ellos y sus necesidades, y ahora, estaba notando que se le volvía a escapar.
Ahora, el que se quedó callado mirando el piano fue Brey, sintiéndose, para su disgusto, igual que como se sintió a los 15 años: perdido, inseguro, sin saber qué hacer. Si no eran los motivos simples de la lista, ¿qué era?
—¿Eres tú quien le ha dicho a Jannik… —Clover cortó el silencio de repente, sin levantar la cabeza—… que dejase de ser mi amigo?
—¿Eh? —Brey la miró con sorpresa.
—Ayer, en el recreo… me dijo que ya no podía ser mi amigo. Que ya no podemos vernos ni hablar ni nada.
¿Se trataba de eso? Esto pilló a Brey un poco desprevenido. La verdad es que no esperaba que Jannik fuera a cumplir de forma tan rápida y de sopetón la petición que le hizo anteayer de que dejara de hacer amistades con su hija, porque no quería a más iris relacionándose con los mellizos, aparte de los de la KRS. ¿Será que Jannik se había puesto en su lugar como iris, lo había entendido desde su mismo punto de vista racional y había decidido cumplirlo sin más? Bueno, al menos era lo que Brey quería.
—Hm… —suspiró—. Clover… Es mejor que hagas otro tipo de amigos. Con los de tu clase, por ejemplo, que tienen tu misma edad y puedes estar más tiempo con ellos jugando a cosas normales. Jannik es un niño… que encaja mejor con los de su edad, y… —no sabía muy bien cómo seguir explicándoselo.
—Los niños de mi clase dicen que soy rara —murmuró Clover.
Brey no dijo nada. Pero oír eso también le chocó. Dudaba que fuera cierto. Para él, Clover era la niña más linda del planeta, y simpática, y agradable, a veces bruta, y tan normal como cualquier niño. ¿Quién en su sano juicio no querría ser amigo de ella? Vale, quizá, a veces Clover tenía algunas rarezas, pero ¿qué niño no las tenía? ¿Qué niño no hablaba a veces con seres imaginarios, o se quedaba mirando al infinito durante un par minutos, o inventaba extrañas historias sobre cualquier objeto que tocaba, a veces espeluznantes?
—¿Quién te dice eso? ¿La misma niña que criticó tu peinado una vez?
Clover no contestó, en vez de eso miró para otro lado, sonrojándose con vergüenza. Este gesto Brey supo leerlo. Al parecer, se lo decía más de un niño.
—No dejes que eso te ofenda, Clover. Hacer amigos es un proceso de varias semanas o meses, y tú aún estás en el principio. Los niños de tu clase… aún no entienden muy bien la persona que eres. Pero están en proceso de entenderte. Dales tiempo, y ya verás que un día, de repente, uno de ellos se te acercará y le interesará lo que haces y le gustará cómo eres.
—¿Como Jannik? —apuntó ella.
Brey volvió a quedarse callado. La verdad es que ni él sabía cómo argumentar contra eso. Realmente parecía que Jannik y Clover tenían muchas cosas en común, a pesar de las casi imposibles probabilidades de que un Knive pudiera congeniar con alguien. Por eso, para Brey era difícil de entender esto.
—¿Qué tiene Jannik de malo? —preguntó ella.
—Pues… no tiene nada de malo, es sólo que prefiero que hagas otros amigos.
—¿Por qué has tenido que obligarlo incluso a pedirme de vuelta su regalo?
—Su… ¿Qué? —frunció el ceño.
—El regalo que me dio. El cazasueños de plumas rojas. Era un regalo especial… —murmuró cabizbaja—. Me gustaba mucho…
—¿Te ha pedido que le devolvieras esa cosa? —se sorprendió otra vez.
Brey no podía negar que esto le dio otro alivio. A pesar de que sabía que aquel objeto que Jannik le dio a Clover era un artilugio Knive pero totalmente inofensivo –porque, de no serlo, habría matado o sometido a Clover a un coma sólo con tocarlo unos segundos o minutos como podía pasar con otros talismanes Knive–, la verdad es que prefería que Clover no tuviera algo así. Por si acaso.
Ahora, la cuestión que no le encajaba, era que él no le había dicho a Jannik nada de recuperar su talismán. Supuso que había sido decisión del propio Jannik, pero Brey no entendía muy bien la razón. Pensaba que, aunque Jannik había obedecido su petición de cortar la amistad, le dejaría a Clover quedarse al menos con ese obsequio. Pero, claro… Brey ignoraba que la única razón por la que Jannik había cortado su amistad con Clover y recuperado su amuleto era porque Denzel le había ordenado estrictamente hacer ambas cosas.
—¿No podías dejar siquiera que me quedase con su regalo? —Clover levantó la cabeza por fin y lo miró directamente a los ojos con expresión de enfado y tristeza.
Esa mirada impactó a Brey de manera especial. Esto era distinto, esto era algo desconocido. Tal como Brey le explicó a Lex el otro día, Clover solía expresar su enfado de la misma forma en que solía hacerlo Hideki, o el propio Lex, o él mismo, y le reconoció a su sobrino que Clover había llegado a darle escalofríos con sus miradas de enfado. Pero seguían siendo enfados por motivos simples, porque Brey la había regañado por algo, o porque no le había dejado comer pastel, o cosas así.
Esta vez, fue algo totalmente diferente y Brey lo sintió por todo el cuerpo. No fue un escalofrío. Fue una sensación de impotencia y culpa. Lo que Clover expresaba con sus ojos era una tremenda decepción con él, y esta le afectó por primera vez, porque sentía que, esta vez, ella tenía una razón de peso. Brey jamás se había esperado que algún día uno de ellos lo miraría de esa forma. Acostumbrado a que lo adorasen, a que se les pasasen los enfados en cuestión de segundos…
Si había algo que a un iris le doliese más que ver a alguien ajeno haciendo cualquier tipo de daño a un ser querido, es ser él mismo el causante de ese daño.
Aquí Brey se vio verdaderamente perdido. No sabía qué decir o qué hacer. Había subestimado los sentimientos de Clover, los había herido. Había fallado a su confianza. Había decepcionado a su hija. Notaba que, si abría la boca para intentar otra vez persuadirla con las mismas explicaciones baratas de antes, abriría una grieta más grande entre él y ella. Clover ya no era tan ingenua e inocente como el año pasado. No podía esperar que, al paso de los años, ellos siguieran conformándose con sus explicaciones, órdenes o persuasiones. Especialmente ellos, que eran más listos que los demás niños de su edad.
Se sintió atascado. Porque se sentía avergonzado. Y era tan ilógico para él sentirse así, que necesitaba un rato para procesarlo y entenderlo. Para él, sentir emociones naturales seguía siendo terreno desconocido. Para él y para el resto de la Asociación. Para empezar, no se entendía aún por qué Brey nació iris, así como tampoco se entendía por qué, si su mente nació supuestamente incapaz de sentir por sí misma emociones naturales, las había llegado a sentir alguna que otra vez solamente en casos relacionados con los seres que más quería. Un ápice de humanidad, en una mente no humana. Como si una máquina comenzara a desarrollar algunas células orgánicas en su interior.
—¿Por qué… es tan importante para ti tener un amigo como Jannik? —quiso comprender Brey.
—Era la única persona del mundo aparte de Daisuke que podía entenderme de verdad —murmuró ella, y se bajó de la banqueta, marchándose al centro del salón. Se arrodilló frente a la mesita baja y siguió pintando en las hojas donde ya estaba pintando antes, sin muchas ganas.
Esa frase le dolió. Y la sintió injusta, porque, ¿cómo iba Jannik a ser alguien que entendía a Clover mejor que él? Brey la había criado desde que era una recién nacida hasta ahora, había estado literalmente cinco años sin despegarse de ella. Había curado sus fiebres, vómitos, dolores, pesadillas y miedos, y había atendido todas y cada una de sus necesidades alimenticias, de higiene, de abrigo, refugio y educación e incluso no pocos caprichos.
Había jugado con ella, la había felicitado por sus logros y regañado por sus errores, habían dialogado sobre muchas cosas respecto al buen comportamiento, la seguridad y el deber… ¿Y si le había faltado dialogar más sobre otras cosas, esas otras cosas que Brey había visto tan absurdas o irrelevantes? Clover tenía, por ejemplo, la afición de coleccionar objetos desde que tenía año y medio, lo cual él siempre vio como una tontería. Pero para ella… era importante.
Estaba ocurriendo lo que siempre más había temido. Había tenido pleno éxito en cuidar sus necesidades superficiales, pero estaba fallando en cuidar su humanidad interior. Algo en lo que Mei Ling siempre solía ayudarlo mucho, a pesar de que no era fácil –y de ahí las habituales discusiones entre ambos–. Y todo porque él era un iris nato, un ser inhumano, insensible, raro, frío… Hacía tiempo que Brey no se sentía tan mal consigo mismo. A veces se hartaba. A veces le agotaba ser así, y deseaba haber nacido como el resto de la gente. Clover y Daisuke merecían tener un padre más humano.
Tal vez Brey lo estaba pensando en exceso o viéndolo más grave de lo que era. Pero es que tampoco había que olvidar que, iris o no, él seguía siendo un chico de 20 años y todavía no lo sabía todo ni tenía las respuestas para muchas cosas.
En ese momento, Cleven regresó a casa después de haber tirado la basura. Brey notó que venía bastante callada y seria, como muy sumergida en sus pensamientos, y le pareció raro, porque antes de salir de casa tenía el humor contrario. Al pasar junto al sofá, Cleven cogió la manta, que había estado colgando desordenadamente del reposabrazos y tapando parte de la mesilla que había al lado. Por eso, dejó al descubierto el aparato del teléfono fijo, y Brey divisó que tenía una luz roja parpadeando.
—Mierda… ¿Cuánto tiempo ha estado eso así? —se preguntó—. Cleven, ¿puedes pulsar ese botón amarillo, grande y redondo del teléfono?
Ella, dejando la manta a un lado, se acercó al aparato y señaló con duda dicho botón. Su tío asintió con la cabeza, entonces ella lo pulsó.
—“Tiene un mensaje, recibido a las tres y diez de la tarde” —declaró la voz femenina.
—Uy… eso fue hace como tres horas —dijo Cleven.
—“Reproduciendo mensaje” —dijo la voz del aparato, y se oyó un pitido—. “Hola” —habló una voz masculina—. “Llamo de las oficinas de la Seguridad Social, soy Kori Nakamura.”
Brey se levantó de la banqueta de un brinco y clavó una mirada tensa en el aparato, prestando toda su atención.
—“Este es un recordatorio para Brey Saehara de que la visita de la señorita Riku Ishida no podrá efectuarse el domingo por la tarde por asuntos personales. Por lo que, tal como se le informó por email el pasado jueves, la visita sigue en pie para hoy sábado a las seis y media de la tarde, y acudiré yo en sustitución de la señorita Ishida. Buenas tardes.”
—¿Riku Ishida? —saltó Cleven—. ¿Tu asistente…? ¡Ostras!
—¿¡Qué!? —exclamó Brey, agarrándose de los pelos—. ¿¡Qué cojones…!? ¿¡Pero cuándo…!? No puede ser…
Se fue corriendo hacia la mesa del comedor, donde tenía su ordenador portátil, y se metió en su correo electrónico a toda prisa. Lo que encontró no tenía sentido para él. Resulta que sí, que tenía un email recibido el pasado jueves de las oficinas de la Seguridad Social, informándole de que la visita de Riku del domingo se cancelaba y se sustituía por la visita de un tal Kori Nakamura el sábado por la tarde, y que, de no poder recibirla en la nueva fecha, lo comunicara a las oficinas.
Lo que no le cuadraba, es que el correo le aparecía como “leído”. Él no recordaba haber abierto y leído ese email. Pero si así aparecía, tenía que haber ocurrido en algún momento. Brey no veía otra explicación que la de haberlo pasado por alto. Seguramente, de tantas cosas que tenía metidas en la cabeza y tantas tareas y obligaciones y estrés y falta de sueño, debió de abrir ese correo junto con los demás de ese día y no prestarle atención. Lo mismo que el mensaje en el teléfono, que lo había recibido hace tres horas.
Por lo visto, lo habían avisado con tiempo, así que Brey tenía toda la culpa de haberse enterado a última hora. Esto le podía costar caro. Porque apenas faltaban unos pocos minutos para que llegara el asistente, y si veía algo que no le gustase… podía marcarlo como una falta grave y cumplir así su mayor peor pesadilla.
Brey saltó a lo depredador sobre Daisuke y lo agarró bajo un brazo. Un segundo después, voló hacia la mesita del salón y agarró a Clover bajo el otro, y subió las escaleras como un rayo, para ir a vestir a los niños con sus mejores galas y ordenar todo el piso de arriba. Cleven se quedó ahí paralizada en mitad del salón sin saber qué pasaba.
—¡Cleven, recoge y limpia! —oyó la voz de su tío desde la lejanía—. ¡Recoge y limpia…!
—¿¡Pero qué pasa!?
—¡Va a venir el asistente social y todo debe estar impoluto!
—Ahí va… —se alarmó la joven.
Unos minutos después, los cuatro ya estaban en el salón recuperando el aliento. Cleven había conseguido dejar el piso de abajo bastante decente y se había puesto una ropa más bonita, y Brey se había encargado de todo el piso de arriba, hasta de limpiar los baños, y de asear y vestir a los niños con camisa, blusa, falda y pantalón. No hacía ninguna falta vestirlos como si fueran a asistir a la coronación de un rey, no había nada de malo en que unos niños vistieran con ropas cómodas y poco elegantes en su casa, pero Brey no quería correr ni un solo riesgo.
—Tío… —jadeó Cleven, aprovechando que los niños se pusieron a ver la tele—. ¿Por qué tanta importancia… en dejarlo todo perfecto?
—Cualquier defecto o pega… —jadeó también—. Me quitarán puntos… Si… si me quitan todos los puntos…
No acabó la frase, y Cleven vio auténtico miedo y angustia en sus ojos.
—Pero… no serán tan estrictos como para restarte puntos si ven a los niños en chándal, o un cojín del sofá tirado en el suelo, o la mesa de comedor con algunos vasos sucios, ¿verdad? De hecho, eso sería pasarse de la raya y seguro que ni es legal.
—No se trata de eso —suspiró Brey—. Normalmente, esas nimiedades no son motivos para bajar puntos, pero mi caso es diferente, porque tengo que competir contra “otro lugar familiar mejor”.
—¿“Otro lugar familiar mejor”? —repitió ella—. Oh… ¿Te refieres… a que tienes que competir con los padres de Yue?
—La Seguridad Social siempre, siempre buscará determinar cuál es la vivienda, el entorno y los familiares o tutores más idóneos para los niños. Si comprueban que la casa de Norie y Joji es más limpia, segura, cómoda y ordenada que la mía, ellos ganarían más puntos. Si comprueban que Joji y Norie son mejores cuidadores, más atentos, más mentalmente sanos y estables, más responsables y sin malos hábitos o vicios, ellos ganarían más puntos.
—Pero… ¿puntos para ganar qué premio?
—La custodia completa —contestó Brey, cerrando los ojos—. No sólo tengo que demostrar ser un buen padre, también tengo que demostrar ser mejor opción que Joji y Norie.
Cleven al final comprendió este problema con el que su tío llevaba cinco años lidiando. No debía ser nada fácil mantenerse como la mejor opción para los niños, cuando él era un padre adolescente, y huérfano, y soltero, y Joji y Norie eran un muy respetado matrimonio japonés en una edad idónea y trabajando como funcionarios del Gobierno.
—La única razón por la que me dieron a mí la custodia a los 15 años es por la relación de parentesco, ya que yo soy el progenitor directo y biológico, mientras que Joji y Norie son los abuelos y además no biológicos. Y por la tutoría de Agatha. Si Agatha no se hubiera declarado en el juicio como mi tutora legal y la responsable de enseñarme a cuidar apropiadamente de los niños con su participación directa, no habría nada que hacer. Y a eso había que añadirle la condición irrevocable de recibir periódicas visitas de los asistentes sociales para evaluar si la custodia me la sigo mereciendo yo o no.
Cleven resopló y abrazó a su tío, indicándole que entendía lo duro que era y que le apoyaba totalmente. Brey se sorprendió un poco, pero inesperadamente se sintió más relajado. No tenía nada que temer. Habían conseguido dejarlo todo impecable a tiempo, especialmente porque Cleven había estado ahí para ayudar.
—Hah… —suspiró el rubio—. Preferiría que viniese Riku. De todos los asistentes que han venido, ella me pareció la más lógica y comprensiva.
—Mm, hm… ¿Sabes que esa asistente social llamada Riku Ishida es la novia de Lex? —le informó Cleven.
—Querrás decir su prometida.
—¿¡Quééé!? —exclamó con ojos como platos—. ¿¡Que se han prometido!? ¿Y tú cómo sabes eso?
—Oh… Pues Lex me lo dijo, cuando me encontré con él el miércoles de la semana pasada durante la visita universitaria a su hospital que ya te conté. ¿Tú… no sabías eso?
—¡No! ¡Ni idea! ¡Voy a decirle cuatro cosas a ese idiota de hermano por no haberme contado semejante bomba! —gruñó Cleven—. ¡Y luego él se enfada conmigo si no le cuento mis cosas más importantes! ¡Tendrá cara…!
—Creo que se está tomando su tiempo para informárselo a toda la familia, Cleven, no es nada personal contra ti.
—De todas formas, ¿por qué todavía vienen asistentes a supervisarte si con 20 años ya tienes la mayoría de edad?
—Lo alargan un año más, ya que casos como el mío son pocos, especialmente cuando, de los dos progenitores, sólo uno se está haciendo cargo, y siempre miran por la máxima seguridad y bienestar de los niños. Cuando cumpla 21 este próximo abril, por fin dejarán de venir.
En ese momento, sonó el telefonillo, y todos dieron un brinco. Clover y Daisuke apagaron la tele y se fueron a la entrada, y se pusieron juntos y firmes, mostrando su mejor comportamiento, tal como Brey les había enseñado. Después de pulsar el botón del telefonillo para abrirle la puerta del portal al asistente, también se colocó frente a la puerta y respiró hondo.
Pasó un minuto más y sonó el timbre. Cuando Brey abrió la puerta, esperó encontrarse con un hombre de porte serio y elegante, con un ceño fruncido expresando un aire examinador, meticuloso y sosegado. Pero no. Le dio un escalofrío de grima al encontrarse con un señor encorvado, horribles y gruesas gafas que hacían de sus ojos negros dos pozos sin fondo; una nariz como una patata de concurso y una cara de la que las pasas tendrían envidia. Luego, su pelo era similar a la melena de un león africano color negro. Y la cara que tenía era de verdadero nerd. Sujetaba una carpetita en un brazo para tomar apuntes.
El señor miró a Brey amigablemente, espantándolo con una sonrisa de dientes de caballo. «Esto debe de ser una irracional broma de la Madre Naturaleza» pensó Brey, procurando que su cara no hiciera el más mínimo gesto de disgusto.
—Buenas tardes —saludó el viejo con una voz fea y con gallos, pero con un tono muy simpático.
—¡Un trol! —exclamaron los mellizos, apuntándole con el dedo.
—¡Niños! —se enfadó Brey—. ¡Más respeto!
—¡Oh! Estos deben de ser Clover y Daisuke —sonrió el viejo, quitándose los zapatos en el umbral de la entrada y pasando adentro; se inclinó hacia los dos niños para observarlos bien—. ¡Qué niños tan lindos e impecables! Lo veo en vuestros ojos. Sois unos niños muy pero que muy buenos, ¿a que sí?
—¡Sí! —exclamaron ambos—. ¡Somos muy buenos!
El viejo se rio alegremente, pero luego se quedó varios segundos mirando fijamente a Clover, sin pestañear, con esa sonrisa de dientes feos. Ella hizo un gesto tímido, propio de un niño cuando un desconocido le dirigía toda su atención, pero también por otra razón. Clover sintió algo raro, una energía fría e incómoda que no supo descifrar.
—Ehm… —murmuró Brey, cerrando la puerta, y el viejo se irguió de nuevo hacia él.
—Usted, jovencito, debe de ser Brey Saehara. Encantado, soy Kori Nakamura, el asistente que sustituye a Riku Ishida, como ya se le informó —le tendió su identificador, que era como una billetera de cuero donde los asistentes solían mostrar su tarjeta de identidad de las oficinas.
La mayoría de la gente solía mirarla y asentir sin más, pero Brey la cogió para observarla bien. No era porque desconfiase de ese señor, sino porque todos los iris del planeta tenían bien aprendido comprobar siempre y al detalle toda placa, tarjeta o documento identificador que alguien les mostrase. Efectivamente, su tarjeta era auténtica, y se la devolvió.
—Sí, encantado igualmente —contestó Brey—. Pase, por favor.
—Oooh, es una vivienda encantadora, encantadora —apreció el señor Nakamura al adentrarse en el salón, pero cuando se encontró a Cleven ahí de pie, frenó en seco, y por un segundo, se le borró la sonrisa, eclipsada por un fugaz sentimiento de desconcierto y disgusto. No obstante, enseguida recuperó su expresión risueña—. Ah, disculpe el sobresalto. No esperaba que el joven Saehara tuviera otra visita hoy.
—Oh, no se preocupe, señor —se apresuró a saludar Cleven con una inclinación educada—. Soy la sobrina de Brey, Cleventine Vernoux. Estoy actualmente viviendo con él. No os molestaré, haced como si no estuviera…
—Ah, ya veo, ya veo… —caviló el viejo entre dientes, y miró al rubio—. Lo siento. No me habían informado en las oficinas que está usted a cargo de otra menor.
—Ya, sobre eso… —le explicó Brey, un poco nervioso—. Mi sobrina lleva apenas dos semanas aquí con nosotros. Por supuesto, su padre está al corriente y tenemos su permiso.
—Oh, en ese caso, ¡le vendrá de maravilla la compañía de una querida sobrina que lo ayuda! —celebró el viejo.
—Sí, la verdad es que con Cleven en casa, la vida se nos ha vuelto más fácil… y más feliz —afirmó Brey, pero se asustó un poco cuando vio a Cleven dirigiéndole una de sus enormes sonrisas de tarada con ojos llorosos de ternura.
—Me alegra oírlo, joven. Por favor, no esté nervioso. Hoy solamente vengo a realizar una supervisión de la vivienda. Las entrevistas personales a usted y a los niños serán preferiblemente pospuestas a la próxima visita que realice la señorita Riku Ishida, ya que ella es su asignada oficial.
—Oh… De acuerdo. En ese caso… proceda libremente, por favor —le dijo Brey, sintiéndose bastante aliviado de que esta visita al final sólo fuera un análisis del entorno.
El señor Nakamura fue caminando a un lado y a otro de la casa, comprobando el estado de los muebles, las ventanas, abriendo cajones de los muebles por si había objetos peligrosos, mirando los enchufes de las paredes, los baños, la cocina… Como caminaba encorvado y de vez en cuando mostraba un tic de jugar con los dedos de las manos y los codos encogidos contra el cuerpo, parecía una gamba. Los niños iban detrás de él, persiguiéndolo, retándose el uno al otro para tocarle la espalda, a pesar de que Brey les decía una y otra vez que parasen.
Cuando el señor Nakamura se detuvo ante las escaleras de caracol y se agachó para mirar los escalones, Daisuke pareció echarle valor y acercó el dedo lenta y discretamente hacia él.
—¡Uuh! —exclamó el viejo de repente, girándose hacia ellos con cara de fantasma.
—¡Aaah! —chillaron los pequeños, partiéndose de risa.
—¡Jujujuju! ¡Que tengo ojos en la nuca, pequeñuelos! —se rio el viejo, volviendo a ponerse en pie.
Continuó con su reconocimiento con la carpeta en mano, escribiendo cosas de vez en cuando, y subió a la planta superior, perseguido por los niños otra vez.
—Parece un orco de Mordor, pero es muy simpático y bueno con los niños —opinó Cleven, y subió también con su tío las escaleras.
—Muy bien, muy bien, muy bien… —dijo el viejo una vez más, tras hacer un reconocimiento de todas las habitaciones y baños, más exhaustivo en el dormitorio de los niños—. Tienen los niños una habitación encantadora. Francamente, jovencito, me ha gustado mucho todo lo que he visto por aquí.
Al oír eso, Cleven casi pudo divisar ese par de toneladas de tensión abandonando el cuerpo de su tío y la enorme sensación de alivio que disimuló bajo su habitual semblante serio.
—Gracias, señor.
—¿Dispone la casa de algún sistema de seguridad antirrobo?
—Sí, tengo instalado el mejor sistema de seguridad…
Mientras Brey y el señor Nakamura se ponían a conversar en el pasillo de los últimos aspectos de la vivienda, el edificio y el barrio, Cleven agarró las manos de sus primos y se los llevó escaleras abajo para jugar en el salón y darles algo de privacidad a su tío y al asistente.
—Permítame la indiscreción, jovencito —le dijo el viejo, cambiando a un tono más formal—. No puedo evitar sentir interés por un caso como el suyo. Estoy al tanto de la situación. La madre fallecida… y sus abuelos maternos seguramente en desacuerdo con la custodia actual…
—Hah… sí… —suspiró Brey—. Es… un poco complicado. Pero nada de eso afecta negativamente a los niños, se lo aseguro. Ellos aún son pequeños, sus abuelos y yo todavía no les hemos hablado de… bueno, acerca de su madre y cómo murió… y… en cualquier caso, los señores Saitou y yo no dejamos que los niños perciban en absoluto las tensiones que hay entre nosotros. Al menos ellos y yo estamos de acuerdo en que los niños merecen sentirse queridos, a salvo y sin problemas a su alrededor.
—Bien. Porque eso es lo que deben hacer. Proteger la inocencia y la felicidad de los pequeños —asintió el viejo con vehemencia—. No obstante… a mí me gustaría saber, jovencito, cómo se siente usted realmente por dentro, más allá de su compromiso con el deber.
—¿Sobre qué? —frunció el ceño.
—Sobre toda la situación general. Con este evidente giro de 180 grados que dio su vida a tan temprana edad.
—Ahm… Disculpe… creía que dijo que no haría entrevistas personales… —dijo Brey, algo incómodo.
—No se preocupe por eso. Tan sólo se trata de un capricho mío, de satisfacer mi curiosidad. No quedará registrado nada de lo que digamos en esta conversación. Por supuesto, usted es libre de negarse a tener esta conversación. Le pido disculpas de antemano, pero los asistentes sociales, ya sabe… solemos ser así de directos.
—Ya… entiendo. Entonces…
—Entonces, dígame, querido muchacho —le sonrió con calma, dando un paso hacia él, y Brey se sobresaltó un poco—. Cuénteme. Cómo le hace sentir realmente toda esta situación. ¿Le parece injusta? Un chico de 15 años… con toda la vida por delante y con planes de futuro… se ve de repente destruido por una tragedia y una inesperada carga de la que no podía deshacerse.
—¿Carga? —repitió Brey, no muy contento con ese término.
—No malinterprete. Los niños son una bendición. Pero es que usted también era un niño entonces. Y se le presentó delante una gran carga, una ardua responsabilidad, un azar que la vida le impuso sin previo aviso. No niego lo mucho que usted debe de querer a esos niños. Pero, precisamente, de amar tanto a alguien es de donde viene el sufrimiento. Usted lo sabía mejor que nadie. Y aun así eligió quedarse con los niños, sabiendo que irremediablemente acabaría amándolos, y sabiendo que irremediablemente se arriesgaba, una vez más, al sufrimiento que viene con ello. ¿No era más fácil para todos, incluso para los niños, y sobre todo para usted, rechazar la custodia y cedérsela a los señores Saitou desde el principio? Los niños habrían crecido igualmente felices y a salvo bajo el amor y protección de sus abuelos. Y usted podría haber seguido con su vida, libre, con las pocas preocupaciones de cualquier quinceañero, sin sufrir innecesariamente por esos dos niños.
Brey se quedó en silencio. De repente, se sentía abrumado por todas esas cuestiones que le planteaba el viejo. Realmente estaba siendo muy directo, y Brey no sabía descifrar si estaba siendo acusador, o simplemente tenía genuina curiosidad por cómo alguien, en su piel, optaría por la opción que parecía más dura y no por la otra que parecía más sencilla, en una decisión que a cualquiera le cambiaría la vida radicalmente.
—No… —respondió finalmente—. No creo que hubiese sido más fácil para todos. Elegí la opción que yo quería, que además es la opción que creía, y sigo creyendo firmemente, que es lo que Clover y Daisuke también habrían querido.
—Entonces, no sólo eligió la opción del sufrimiento hace cinco años, sino que usted todavía hoy está decidido a seguir eligiéndola —asintió el señor Nakamura—. Pero eso es desolador, ¿no le parece, jovencito? Recibir el regalo de la vida en este planeta paraíso, con el lazo dorado del libre albedrío, para gastarla entera no haciendo otra cosa que sufrir y sufrir… Nada de lo que haga usted para combatir el sufrimiento y enviarlo lejos será garante de librarse de él por siempre, pues siempre que uno decide atarse emocionalmente a alguien, tiene el sufrimiento garantizado, encontrando siempre su camino de regreso con una nueva tragedia tras otra.
A este punto, Brey estaba convencido de que el señor Nakamura lo estaba sometiendo a algún tipo de prueba moral. Pero Brey consideraba que tenía una moral férrea, por lo que no temió ni un poco expresar sus respuestas con total honestidad.
—Pero es que ese no es mi objetivo en la vida. El sentido de mi vida no es tener la vida más sencilla y feliz con el menor sufrimiento posible; es procurar que las demás personas buenas la tengan. Empezando por las personas más cercanas e importantes para mí.
—¿Está entonces diciendo que, a pesar de seguir teniendo en bandeja la opción de cederles la custodia a los Saitou y desatarse física y emocionalmente de los niños y ser libre de sufrimiento, está totalmente dispuesto a sacrificar su propia felicidad y sus propios sueños trabajando en conseguir la felicidad y los sueños de los mellizos?
—Me plantea usted una contradicción —le indicó Brey, sin menguar la firmeza de su voz, que sostenía la firmeza de sus creencias—. Ahí el verbo no es “sacrificar”, es “hacer realidad”.
El señor Nakamura se quedó callado. Su respuesta no pareció satisfacerle. Brey creía que le estaba haciendo estas cuestiones de forma imparcial, pero era como si el propio Nakamura, por dentro, quisiera que Brey reconociera que elegir el sufrimiento era absurdo e irracional. No iba a suceder. Brey era un iris de nacimiento. Sufrir por los buenos humanos, prioritariamente los seres queridos más cercanos, era su dogma, su ADN.
—¡Espléndido! —exclamó el viejo de repente, y el rubio se llevó un buen susto.
Brey no se había dado cuenta, pero era como si en los últimos minutos el ambiente alrededor de ellos se hubiera estado oscureciendo poco a poco. Y cuando el señor Nakamura volvió a sonreír, era como si ese tono lúgubre desapareciera y el ambiente recuperara su luz y normalidad.
Finalmente, cuando lo despidieron en la puerta, el viejo les dio unos caramelos a los mellizos, deleitó a Brey y a Cleven con una última sonrisa de horrorosos dientes de caballo, y se marchó.
* * * *
Quince minutos después, Izan se encontraba sobre la azotea de un edificio de la ciudad. Después de quitarse unas gafas de pasta gruesa, se quitó también la peluca de león negro africano. Lo fue metiendo todo en una maleta negra. Se despegó de la cara la nariz falsa de patata, la máscara de piel arrugada, y las lentillas negras, dejando al descubierto sus ojos verdes. Por último, se quitó la dentadura postiza de dientes de caballo, la guardó en un bote dentro de la maleta y la cerró.
Se quedó un rato ahí arrodillado sobre el suelo de grava de la azotea, mirando al frente las vistas de la ciudad anocheciendo. Se oyeron unos pasos acercándose detrás de él. Esa persona se paró a su lado.
—¿Y bien? —preguntó ella.
—Se ha cumplido mi plan. No hay ni rastro del talismán en toda la casa y Clover tampoco lo lleva encima. Jannik se lo ha pedido de vuelta.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque he entrado y salido de la casa ileso.
Izan volvió quedarse un rato en silencio, mientras sus rastas rubias se movían con el viento.
—Hmm… —suspiró por la nariz—. Cleventine estaba ahí. Está viviendo con él.
—No sé de quién hablas ni me importa. La cuestión es si será un impedimento.
—No. El propio Brey me ha informado cuando hemos estado charlando. Él se irá a las 8 de la mañana a “hacer un recado importante de la universidad”, es decir, se irá con Drasik a la prefectura de Ibaraki a cumplir su parte de la misión antiterrorista, tal como Kaoru ya me confirmó el otro día. Cleventine tiene práctica de natación y se irá de casa a las 9. Y entonces vendrá Agatha a despertar a los niños y hacerles el desayuno. Esta noche todos dormirán, nadie tiene previsto quedarse despierto estudiando, o viendo la tele o ese tipo de posibilidades. Sólo necesitaré incomodar al pequeño Daisuke lo suficiente para que vaya a pedirle a su querido papá que lo deje dormir con él, y deje así a Clover sola. Bastará con enrarecer el ambiente. Daisuke es un niño extremadamente sensible a las energías. Y necesito que no se interponga. No sé hasta qué punto maneja su poder. Dudo que a su edad lo haya desarrollado mucho, pero enfrentarse al poder de Daisuke, desarrollado o no, es lo último a lo que cualquier criatura de las tres dimensiones querría enfrentarse.
—¿Por qué no me usas a mí para esto? ¿No sería más fácil? Me teletransporto en plena noche y me la llevo.
—Neidara, ya lo hemos hablado. En primer lugar, Agatha vive en ese mismo edificio. Si realizas un teletransporte en casa de Brey, será lo suficientemente cerca para que Agatha lo note desde su casa. Y si decide ir a comprobarlo y te descubre poniéndole las manos encima a esos dos niños, no le va a importar quién seas, te devorará en un instante. Y en segundo lugar, no vas a hacer uso alguno de tu don hasta que recupere la energía de tu último viaje al pasado. Las condiciones del Pacto taimu son un auténtico fastidio, pero son justas. Debo ahorrar cada ápice de energía para volver a enviarte al pasado dentro de unos días, y en la fecha correcta al primer intento, antes de que termine el periodo de alimentación del Denzel de ese pasado y por tanto siga indefenso con su don anulado. Además, ese Denzel del pasado ya está en alerta por culpa de tu cagada y me temo que será inevitable que el Denzel actual le haga saber en algún momento que tu objetivo no es matarlo, sino quitarle el anillo.
—Da igual que sepa que lo que queremos es su anillo. Aunque él quisiera, le es físicamente imposible quitárselo para esconderlo en otro lado. Y sin sus hijos allí y sin su don activo será un simple e indefenso chico ciego como cualquier otro. Ni siquiera podrá decirles a los iris de su ciudad de esa época que lo protejan y lo escolten hasta que termine su alimentación, porque se arriesgará a que la Asociación, y por derivación los dioses, se acaben enterando de la verdad sobre su anillo.
—Trágico… trágico sin duda… —suspiró Izan una vez más, mirando la ciudad—. Y todo por elegir… el camino de portarse bien… de cumplir las normas… de amar a la gente… y tener un miedo constante a perderla…
Neidara se cruzó de brazos con su habitual aire indiferente y frío. Pero, tal vez, fue más bien un gesto involuntario de incomodidad y aprensión, como si esas palabras le provocaran un pequeño conflicto interno. Difícilmente se podía adivinar a través de su rostro, dado que llevaba la cabeza cubierta por un gorro hasta la nariz, como siempre tapando sus ojos por completo. De todas formas, Izan estaba distraído con sus propios pensamientos tras esa visita que le había hecho a Brey. Habían pasado poco más de siete años desde que lo tuvo cara a cara. Pero, para Izan, no significaba nada. No sentía nada. Sólo le importaba su misión, sus intereses, sus beneficios futuros, su propio bienestar y felicidad individual. Para un arki, no había camino más lógico e idóneo que ese.
—Ya veremos si sigues aguantando el sufrimiento que tanto te empeñas en elegir, hermanito —murmuró.
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