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2º LIBRO - Pasado y Presente









20.
Zou (2/2)

«La historia de la Asociación comenzó con un joven llamado Wei Zou. Apenas había cumplido la segunda década de edad cuando la guerra de los bárbaros que querían conquistar territorio chino del noroeste se llevó a su padre y a dos de sus hermanos. Los cuatro, siguiendo la tradición familiar, se habían especializado en Medicina, aunque Wei se especializó en Psicología, y combatieron en la guerra en calidad de sanadores. Su padre y hermano mayor fueron destinados a otro territorio y murieron. Wei fue destinado con su hermano menor a otro lugar, y tuvo que verlo morir.

Un par de años después de terminar la guerra, aún desolado por la pérdida, Wei siguió trabajando en su ciencia y se mudó a un templo situado en un monte, donde instaló su propio estudio con todos sus libros, pergaminos, incontables plantas medicinales y herramientas para tratarlas. Estaba a pocos kilómetros de la aldea donde vivían su madre y sus dos hermanas pequeñas. Al menos seguía teniéndolas a ellas.

El templo, aunque en él habitaban monjes budistas que sólo meditaban y también otros monjes que estaban especializados en otras materias como arquitectura, filosofía y arte, era propiedad de un señor feudal de la capital, quien, según los rumores, tenía una relación algo sospechosa con el monje superior. Algunos decían que juntos llevaban a escondidas un negocio de transporte ilegal de contrabando inglés, usando el templo como tapadera. Otros decían que el señor feudal quería convertir ese templo, el monte y el gran valle en una gran base militar para el imperio. Sea como fuere, en general allí la vida era pacífica.

Wei estudiaba mucho, se cuestionaba muchas cosas sobre la mente humana, las reacciones químicas del cuerpo, el comportamiento humano y de otros seres vivos, en especial, las maravillosas propiedades tanto curativas como mortales que podían aportar las diferentes sustancias de las plantas de diversas partes del mundo. Experimentaba medicinas, mientras trataba en su estudio, a modo de consulta, a las personas que acudían a él con algún problema, ya fuera emocional, ya fuera una enfermedad mental o un trastorno psicológico, y se le daba muy bien. Sus pacientes solían ser habitantes de las aldeas próximas al templo, como las que reposaban en el gran valle, y de ciudades cercanas.

Entonces, una noche, recibió la visita de un paciente muy especial. Era un niño pequeño que llevaba un parche en un ojo, según él, porque tuvo un accidente doméstico labrando en el campo, y Wei quedó deslumbrado por la madurez, la inteligencia y la fuerza que tenía desarrolladas, que ni en un adulto era normal.

Estuvo estudiando a ese chico durante meses, y descubrió que sus problemas emocionales partían del trauma que le produjo presenciar la muerte de sus padres, unos humildes y buenos campesinos que no podían pagar los impuestos y los mandaron ejecutar, en lo que el niño estuvo presente. El niño le contó lo que sintió en ese momento, y la mayoría de sus palabras describían su incesante odio hacia los que mataron a sus padres, y su deseo de vengarse de la forma más cruel y de hacer justicia por otras inocentes víctimas de algo similar.

Después, cuando cogió confianza, el niño le enseñó el ojo, y Wei vio que no llevaba el parche para ocultar un ojo herido, sino un ojo que brillaba de una luz tenue y grisácea. Luego le explicó que a veces se sentía extraño, extraño de sí mismo. Sentía que algo desconocido le hacía comportarse de forma agresiva repentinamente, lo que le tenía atemorizado. Por eso acudió a él cuando oyó hablar del doctor Wei Zou.

Wei lo tuvo un par de años con él, viviendo en el templo para seguir estudiándolo. Al principio veía que no había forma de mantener a raya ese odio, que no había nada que pudiera distraer la cabeza del niño de sus ansias agresivas. Entonces, Wei estuvo desarrollando técnicas especiales con él, para probar, como ponerse bajo una cascada durante largo rato, ponerse sobre un poste o en la cima de un pico donde soplaba mucho el viento, desarrollar la caligrafía sobre la arena, contemplar el fuego... Esto último parecía que era lo que más le hacía efecto, pues contemplar el fuego hacía que se relajase considerablemente, que su raciocinio volviera a tomar el control.

Ahí fue cuando descubrió que ese niño tenía una capacidad inhumana. Podía someter el fuego, no quemarse con él y formar llamas en la palma de la mano. Incluso la luz de su ojo dejó de ser grisácea y adoptó un vivo color rojo. El niño también quedó sorprendido, y Wei supo que había descubierto algo trascendental. Lo estuvo entrenando con el fuego y, como esperaba de sus estudios anteriores con él, el odio pareció calmarse y mantenerse en un equilibrio, hasta obtener el pleno dominio de sus propias emociones y de su elemento, e incluso de su atención y análisis lógico del entorno y de los detalles. De todo. Era una persona superior al resto en inteligencia y fuerza. Y en bondad.

Wei creó más técnicas de mentalización y de ejercicio corporal, obsesionado con el muchacho, el cual se estaba convirtiendo en algo más que un paciente para él. Wei añoraba a su difunto hermano menor y no pudo evitar estrechar un lazo similar con ese joven, divertido y bienhumorado chico inhumano lleno de energía y de espíritu de justicia, de ganas de vivir y ayudar a los demás.

Tras unos pocos años juntos, Wei y el primer iris llegaron a convertirse en mejores amigos, en hermanos, uniéndolos un poderoso vínculo. Fue a estas alturas cuando Wei logró descubrir que había más personas como ese muchacho, con un ojo que brillaba de luz grisácea. Las traía a su consulta para tratarlas y vio que algunos calmaban más su odio entreteniéndose con otros elementos distintos del fuego. Todos tenían en común haber presenciado la injusta muerte de alguien a quien amaban.

Llegó con este asunto hasta tal punto que Wei acabó desarrollando dentro de sí una sabiduría y capacidad únicas. Tal vez fuese de tanto enseñar a esa gente a dominar sus distintos elementos, que Wei vio que él mismo podía dominarlos todos, y junto al excesivo empleo de sus técnicas mentales, acabó desarrollando la capacidad de detectar a esa gente especial estuviese donde estuviese. Y viendo que esto era algo nuevo, único y realmente significativo para el ser humano, se adueñó del templo y creó sus propios ideales, teorías y principios, expresamente para esta gente inhumana, con la cooperación de un buen grupo de monjes estudiosos como él y que creían en él.

Algo había cambiado en Wei, de repente. Había dejado de ser humano, de repente. No se sabía lo que era, pues humano no era e iris tampoco.

Cada vez sus alumnos y pacientes aumentaban en número y pensó que habría que sacar provecho de sus habilidades. Así que, en el año 1622, a sus 23 años, Wei consolidó una asociación dedicada a combatir los males del mundo, aquellos males humanos injustos e innecesarios de los que habían nacido esas personas inhumanas. Su objetivo siempre fue "curar" a esa gente y evitar que cayesen "enfermos" más.

Con la ayuda de al menos veinte personas inhumanas, a las que llamó iris, y con unos quince monjes, empezó su proyecto. No eran muchos en aquel momento, pero Wei sabía que sólo era el principio.


No obstante, toda esta historia enormemente resumida debía ir acompañada por un "tal vez". Porque, en realidad, esto es lo que se contaba escuetamente en los libros. Nadie había llegado a saber nunca de dónde sacó Wei el poder que ahora tienen los Zou, si en teoría él al principio era humano. No existía ningún otro documento que contuviese el resto de la historia... No, no el resto, sino la verdadera historia de Wei.

Sólo se sabía que él, justo después de fundar la Asociación, de repente sentía una gran afición por la cultura griega –de hecho, adquirió varios gustos y aficiones nuevas–. Por eso, a esas personas con un ojo de luz de distinto color según cual fuera su elemento, las bautizó como iris, por la diosa griega Iris, mensajera de los pulcros dioses olímpicos, que unía mediante su puente de luz y color a los seres supremos del cielo con los humanos de la tierra.


Aun así, los inicios de la Asociación no fueron fáciles. Pese al poder de esa gente, no resultó tan fácil combatir todos los males que había en el mundo, ni siquiera los que había en China, porque faltaba algo más que el mero dominio de los elementos: una organización, un sistema, sobre todo cuando el número de iris se multiplicó en las siguientes décadas, y nuevas técnicas o habilidades. Otro problema era que Wei detectaba el nacimiento de muchos iris fuera de su país y continente, y le era imposible dar con todos ellos para traerlos a su Asociación.

Años después, cuando Wei ya murió, su hijo, Leander Zou, quien había heredado el mismo poder supremo de su padre, había seguido con su proyecto. Pero se vio todavía con los mismos problemas. Estuvo unos años tratando de encontrar soluciones hasta que, cuando estaba a punto de decidir abolir la Asociación por falta de recursos para mantenerla, conoció a un pequeño viajero muy peculiar que fue a parar a sus tierras. Era un niño que no parecía tener más de 9 años, y era ciego, nunca abría los ojos. Vestía con ropas elegantes propias de la Inglaterra del siglo XVII y una abultada alforja de cuero, ya desgastado, como la suela de sus zapatos.

El pequeño viajero, tras pasar parte del día curioseando por esas increíbles tierras todo lo que sus oídos, olfato y tacto podían permitirle, unas tierras que habían cambiado drásticamente desde que Wei se adueñó de ellas, llegó hasta la Ciudadela del templo en la ladera del monte después de cruzar el gran valle a doscientos metros de altura sobre el colosal Puente Blanco.

Pasó desapercibido mientras caminaba por las hermosas calles de la Ciudadela, hasta llegar a un gran patio con una inmensa y amplia escalinata de piedra que conducía a los altos portones de madera y cristal de entrada al templo. Solicitó ver a quienquiera que fuese el dirigente de aquel lugar, pero los Guardianes de la entrada le dieron largas, tomándolo por un niño pequeño sin importancia. Sin embargo, al niño sólo le bastó que le dijeran que el gobernador estaba muy ocupado en su despacho de la más alta torre, y nada más conocer que ese despacho existía, desapareció literalmente de ahí y un segundo después reapareció de la nada en mitad del despacho del Zou, donde Leander se llevó un susto de muerte y quedó atónito.

Tras la petición del niño de robarle un poco de su tiempo para hablar, Leander lo invitó a sentarse en una mesilla del té al otro lado del despacho, en una zona semicircular rodeada de media circunferencia de ventanales en arcos de piedra.

En el centro de esta zona semicircular de la sala, se hallaba la cosa que más llamaba la atención y contrastaba en todo el despacho, quizá en todo el templo; probablemente, la cosa más bella y valiosa de todo el lugar. En el propio suelo de losas de piedra, había plantado un árbol muy grande, tan alto que sobresalía por una cavidad en el techo al exterior. Tenía un tronco grueso, retorcido, igual que sus ramas, con vetas de diferentes tonalidades de marrón. Era muy parecido al pino longevo o pino bristlecone. Sus hojas tenían forma de plumas, caídas hacia abajo, y eran de un luminoso color blanco, brillaban de una energía embriagadora que parecía estar viva, pues a veces se podían divisar pequeñas corrientes de luz de sutiles colores azulados, verdes, rojos, violetas, amarillos…

Lo más importante sobre este árbol plantado en el suelo del despacho del Zou en la torre más alta del templo, es que sus raíces atravesaban el interior de todos los suelos y muros del templo, de la Ciudadela, del valle, de las ciudades del valle, de forma subterránea, y estaban conectadas a los Arcos Divinos, aquellas colosales estructuras que parecían anillos de roca o de madera fosilizada sobresaliendo del suelo del valle y pasando por encima de la Ciudad Desierto y la Ciudad Nevada.

El Árbol de Lixue, o como solamente los Zou solían llamarlo, el Árbol Madre o Árbol de la Madre Lixue, tenía sus raíces principales conectadas con la Sala Shén, una sala subterránea bajo el templo que contenía un núcleo de pura energía Yang, creado por Wei el día que terraformó el valle y el monte. Este núcleo de energía era el que otorgaba todo lo necesario para la vida en las tierras Zou: energía eléctrica, calefacción, agua potable, cultivos fértiles… Y el Árbol de Lixue era el que, con sus raíces propagadas por todas las tierras, repartía esta energía en todas partes.

Cada generación Zou tenía el deber de mantener activo el núcleo de energía en la Sala Shén para que todas las tierras y sus habitantes subsistieran, y el Árbol de Lixue conectado a él permitía a los Zou detectar si el núcleo tenía algún fallo o descenso de energía, si sus hojas perdían algo de luz o parpadeaban.

Denzel, sentado en la mesita del té, no podía ver esta maravilla que se encontraba justo al lado de ellos, pero sí que podía percibir el suave zumbido que emitía.

Leander preparó té y se lo sirvió al pequeño extraño con la amabilidad propia de los Zou, y después se sentó en una de las sillas, preguntándole al niño si venía buscando tratamiento psicológico por un trauma causado por la muerte de algún ser querido.

—Mm... No —contestó el niño, mientras se quitaba la gorra y se revolvía sus cabellos negros ondulados. Después se tomó la libertad para coger una pila de libros de la mesa del Zou, encontrándolos con las manos y el olfato, y los puso sobre su silla con el fin de sentarse a la misma altura que Leander, ya que era bastante pequeño y la mesa muy alta para él—. Sólo pasaba por aquí. Si con seres queridos se refiere a mis padres, siguen viviendo allá en Londres, aunque están muy ancianos ya.

—¿Entonces... no tienes los ojos cerrados todo el tiempo para esconder la luz en uno de ellos? —se extrañó Leander.

—¿La luz? —arrugó el ceño sin entender, mientras palpaba la mesa con cuidado hasta localizar su taza de té, y le dio un sorbo—. Tengo los ojos cerrados todo el tiempo porque de nada me sirve tenerlos abiertos. Soy ciego de nacimiento. Llevo varios años viajando por Europa y Asia y este lugar es uno de los destinos que llevo varios meses queriendo visitar.

—¿Varios años? —se sobresaltó Leander—. No comprendo nada de lo que dices, ¿cómo puedes decir haber viajado por medio mundo, tan pequeño, y ciego, y solo?

—Usted es más joven que yo y seguro que ha visto tanto mundo como yo —sonrió, mirando hacia él al otro lado de la mesilla, sin abrir los párpados—. Me llamo Denzel, doctor Zou. Tengo 50 años de edad. Los dioses me hablaron de este lugar hace tiempo y la curiosidad me ha llevado aquí. Quería conocer qué se cuece por aquí.

—¿Qué...? —Leander estaba asombrado, se inclinó sobre su asiento para mirarlo con atención—. ¿50 años? ¿Y tienes relación con los dioses? No puede ser, ¿eres una nueva criatura?

—¿Nueva? —casi rio—. Sólo hay otra como yo, pero existe ya desde hace tres siglos. Los llamados "Zou", lo que quiera que sean usted, su padre y ahora su hijo, son ustedes más recientes y más raros.

—Pero ¿qué eres tú?

—Soy un demonio. Un demonio del Espacio-Tiempo. Aunque muchos quieren simplificarlo en Tiempo únicamente, ya que, de todos modos, en esta realidad, el tiempo no existe sin el espacio, de modo que el espacio va implícito en el concepto del tiempo. Mi predecesora fue creada por los Dioses del Yin. Ha tenido descendencia humana, de la cual he nacido yo. Por eso, tengo padres humanos y soy medio humano, pero he heredado el poder de Agatha.

Se hizo un silencio repentino en la sala. Leander procuró no hacer notar su estado de alarma. Tenso, en su silla, sin apartar la vista del niño, trató de dirigir la mano lentamente hacia una espada enfundada que colgaba del respaldo tras él. Denzel oyó ese sutil movimiento, en especial los latidos acelerados de su anfitrión. Intuyó lo que estaba pretendiendo.

—Tranquilo —le dijo con voz suave, sonriendo, con un gesto dócil de la mano—. No tengo ningún interés ni intención de hacerle daño. Que no le asuste mi naturaleza. Ella no define mi mente, ella no condiciona mi libertad para escoger. Soy un ser de energía Yin, pero mi mente no difiere de la de cualquier persona curiosa con ganas de aprender y experimentar cosas nuevas. No me interesa hacer el mal. Sólo quiero hacer algo útil para este mundo. Algo propio, mío, decidido por mí. Por una vez, algo que no sea una orden de los dioses.

Leander acababa de conocer al que sería su socio y mayor salvación. No pudo llegar en mejor momento. Escuchó todo lo que ese niño de 50 años tenía que decirle, lo que venía a ofrecerle. Y fue la clave que hizo a la Asociación tal y como se conoce en el presente.

—Desde hace diez años, he estado tratando de experimentar con habilidades derivadas de mi propio poder —le comentaba Denzel—. Descubrí mi afición por crear mis propias fórmulas y técnicas. Verá… Mi padre y los otros muchos descendientes que Agatha ha tenido, llamados taimuki por los dioses, a pesar de ser humanos, heredaron de ella una centésima parte de su poder, por lo que existen algunos humanos que, como mi padre, son capaces de ejercer un diminuto dominio sobre el espacio y el tiempo. Pero nada de lo que se pueda sacar verdadero provecho, lamentablemente. Aparte de Agatha, nadie puede dominar el espacio como yo, nadie puede dominar el tiempo como yo. Sin embargo… siempre he tenido el deseo de que tal vez yo pudiera ayudar a otros a intentarlo.

»Para mi decepción, los humanos comunes demostraron no tener capacidad alguna de ejercer ni un mínimo dominio sobre el espacio-tiempo, por mucho que siguieran mis indicaciones. Tienen demasiada poca energía. Mucha imaginación y extraordinaria creatividad, eso sí. De hecho, es de ahí de donde vienen las mías, de mi parte humana. Mis parientes taimuki son los únicos humanos que sí tienen potencial para ejercer un dominio espaciotemporal más allá de ese 1 % con el que ya nacieron siguiendo mis pautas, mis técnicas. Pero a los dioses no les gusta que yo enseñe estas cosas a los taimuki, según dicen, porque al ser humanos, son libres, y al ser libres, los dioses no pueden controlar si ellos hacen un uso adecuado de este poder. Por tanto, me he quedado sin sujetos de prueba.

»Sin embargo, esta gente... —giró la cabeza hacia uno de los ventanales de al lado para señalar a los iris entrenando en los jardines y patios de fuera—. Son muy interesantes. Jamás llegué a imaginar que algunos humanos pudieran desarrollar esas capacidades físicas, y tienen energía suficiente para ejercer influencia e incluso dominio sobre una materia primaria o elemento. Y además, al haber dejado de ser humanos, están dentro de la jurisdicción de los dioses, por lo que seguramente estos me permitan enseñar mis técnicas a estos nuevos seres. Me gustaría mucho estudiar a estos... ¿cómo los llama, iris? Estoy pensando ya en algunas técnicas que ellos podrían poner en práctica.

—¿Como cuál? —preguntó Leander, anonadado con su invitado.

—Ahora ando con una en concreto, la telepatía y modificación de la memoria. Si ellos pudieran... —insistió con énfasis—... tener energía suficiente para manipular una pequeña porción del espacio-tiempo... sería mi primer logro personal en este mundo y una gran ayuda para su proyecto. Siguiendo con mis instrucciones y cálculos al pie de la letra, con un cuidadoso entrenamiento, podría hacer que uno de sus iris aprendiera a usar su energía para desplazar en el espacio... —hizo un gesto con sus manitas de un lado a otro—... las ondas neuronales de otra persona dentro de las suyas propias, permitiéndole escuchar en su propia mente los pensamientos de la otra persona en tiempo real. Y también podría ser capaz de desplazar las ondas neuronales que albergan la memoria hacia la zona subconsciente del cerebro, es decir, meter literalmente un recuerdo dentro de la zona no consciente del cerebro, lo que se traduciría en “borrar o sepultar un recuerdo”. Y más habilidades del estilo, ¿lo entiende?

—¿Que si lo entiendo? ¡Me va a causar usted un ataque al corazón, señor demonio! —sonrió Leander, con sus ojos dorados brillando de emoción—. ¡Empecemos ya mismo!

—No se precipite, doctor Zou —se rio Denzel ante ese juvenil ímpetu de su anfitrión—. Usted me ha dicho que no quiere hacer nada que pueda perjudicar a los iris. Que siente un gran aprecio por todos ellos y que quiere cuidar de ellos a toda costa. Recuerde: no existe don más poderoso y valioso que el de saber gestionar y respetar el tiempo. Debemos empezar poco a poco, con cuidado.

—Claro... Perdone mi fervor, pero llevo ya meses desesperado por hallar cualquier oportunidad de salvar el proyecto de mi padre, Wei. Él falleció hace nueve años, cuando yo tenía 25, y llevo desde entonces haciendo lo posible por mantener a flote todo esto. Porque cada vez vienen más personas, cada año somos más y más, y eso requiere una reorganización en todo. Sobre todo porque ahora recibimos algunos iris que provienen de otros países e incluso continentes. Al terminar su entrenamiento aquí, regresan allí a sus países, y muchos de esos países sólo disponen de un solo iris, a veces de dos o tres, para luchar contra el crimen. Podrían ser más, si pudiera yo traer aquí a más iris de esos mismos países lejanos y entrenarlos, porque nacen más de los que pueden venir.

—Lo que quiere decir es que es insostenible que por ejemplo en Italia haya solamente uno o dos iris en activo tratando de ayudar y salvar a todos los inocentes del país entero. —Leander asintió—. Y que al mismo tiempo haya más iris naciendo en Italia, sin entrenar, sin poder formar parte de esa actividad con sus escasos iris paisanos entrenados.

—Mi mente ha captado más de trescientos nacimientos en los últimos dos años. Antes de eso, he estado ingeniándomelas para traer aquí a los que captaba desde países lejanos, mandando barcos y grupos viajeros de inspección formado por monjes y otros iris, yendo yo en la mayoría de ellos. Pero por eso, me quedaba sin estos monjes e iris disponibles para seguir entrenando. Y antes nacían muchos menos iris. Es imposible...

—De acuerdo, tranquilo —lo calmó Denzel, terminándose el té de su taza, y la agitó por encima de su boca para que cayera dentro hasta la última gota. Leander no pudo evitar torcer una sonrisa, viendo que, pese a su edad real, Denzel aún realizaba algunas malas costumbres infantiles—. Yo me encargaré de traerlos aquí.

—¿Cómo?

—Viajo en espacio y tiempo, y puedo llevar conmigo cualquier tipo de materia si la toco. Cuando usted capte un iris, avíseme e infórmeme de su paradero. Para mí, un teletransporte supone un mísero segundo de tiempo. No me cuesta nada.

—¡E... Eso es estupendo! —brincó desde su silla—. Pero... ¿sabe los miles de iris que debe de haber por ahí?

—Mm... —frunció los labios, pensativo—. Le pediré a esa vieja que colabore.

—¿Quién?

—Mi tátara-tátara-tatarabuela Agatha. Yo lo resumo en "abuela". No se preocupe. No pondrá objeciones. La conozco, y sé que ayudar a una criatura de tanto Yang como usted en un proyecto tan noble la complacerá y le dará un poco de entretenimiento. Su tercer marido ha muerto hace poco y también algunos de sus hijos más ancianos del matrimonio anterior, y anda un poco deprimida. Estará de luto unos años, como siempre.

—Oh... Bueno. Estaré encantado de conocerla —procuró asimilar lo que acababa de oír con la misma normalidad con la que el niño lo había contado—. No puedo esperar a contarle todo esto a mi esposa. Amarey. Ella va a estar incluso más feliz que yo si esto sale bien. Volverá mañana al anochecer, hace dos semanas se marchó a Turquía para visitar a sus padres. Ah... espero que no le importe que mi hijo nos acompañe en todo momento de este proceso que vamos a iniciar, Denzel. Tiene 14 años y está aprendiendo todo lo que sé. Si a mí me pasara algo, solamente él podría continuar dirigiendo esto. Mi padre me explicó que los Zou sólo podemos tener un hijo con la misma capacidad que nosotros.

—Qué curioso... —murmuró Denzel—. Claro, lo entiendo, y no hay problema. Si voy a vivir siglos, necesitaré siempre a un Zou a mi lado para poder seguir implementando mis aportaciones a esta Asociación. Será más eficaz si yo enseño mis técnicas y mis conocimientos a sus monjes, para que luego ellos puedan enseñárselas a los iris. Aunque sus monjes sean humanos, usted ha podido enseñarles a despertar un potencial algo más superior y eso es fascinante. Usted será el maestro de los iris, y yo lo seré de los monjes. Me interesa que esta Asociación exista. Porque es útil. Y yo quiero invertir en cosas útiles. Sin ustedes, yo no podré hacer nada aquí.

—Y sin usted, nosotros tampoco podremos hacer nada aquí —sonrió Leander.

Ambos compartieron un rato agradable de silencio, aprovechando para rellenarse otra taza de té.

—¿Le importa si le pregunto qué es? —comentó el niño, señalando con el dedo a su derecha, donde estaba el árbol.

—Lo percibe, ¿eh? —entendió Leander, pero su sonrisa se entristeció un poco—. Mi padre lo bautizó como Árbol de Lixue. Así es como se llamaba mi madre, por eso yo a veces lo llamo Árbol Madre. Mi padre fue quien creó esta especie de planta única, poco después de que mi madre muriera, que fue un par de años antes que él. Mi padre decía que, al igual que él, que yo y que mi hijo, este árbol es un híbrido biológico-energético. Fue mi madre quien tuvo la idea de su creación. Ella quería averiguar un método para que la energía del núcleo que mi padre almacenó en una sala bajo el templo pudiera llegar a todas las tierras, a todas las viviendas de la gente que aquí habita, para proporcionales luz, calor, alimento, agua… Mi padre lo hizo realidad. Este árbol es un conducto de vida, que cuida de todos los habitantes de estas tierras. Por eso mi padre lo nombró como mi madre. Hace lo mismo que ella hizo en vida.

—No me hace falta ser vidente para saber lo hermoso que es —dijo Denzel, con la taza entre sus manos, escuchando ese tenue y agradable zumbido que emitía el árbol—. ¿Da frutos?

—Sí, da unas semillas especiales de color blanco, se parecen a las nueces. Sólo florecen en contacto físico con personas que contienen una buena cantidad de energía Yang.

—Mm… Entonces en contacto conmigo se pudrirían —se rio el niño—. El 70 % de mi cuerpo está hecho de energía Yin, al fin y al cabo. Si no, mi don no funcionaría. Por curiosidad, ¿su madre era como usted y como su padre?

—No. Mi madre era humana. Igual que lo es mi mujer. El “poder Zou”, la parte no humana que tanto mi hijo como yo poseemos, proviene de mi padre.

—Qué interesante. ¿Y su padre también la obtuvo de su propio padre? Si son ustedes un linaje antiguo de seres supremos, claramente no se ha sabido nada de ello por parte de los dioses hasta la llegada de su padre.

—Hmmm… —Leander frunció el ceño y se frotó la barbilla, reflexivo—. De niño, le pregunté a mi padre de dónde venía mi poder, de manipular todas las materias físicas naturales o elementos, transformarme en ellas, y dominar la energía Yang, y conectarme mentalmente a todos los iris… pero… por alguna razón, nunca se me ocurrió preguntarle de dónde sacó o heredó él su poder. De todas formas, él era un hombre muy reservado y callado respecto a su pasado y sus orígenes. Lo único que sé es que él venía de una familia humana. Perdió a su padre y a dos de sus hermanos en una guerra. Sólo le quedó su madre y sus dos hermanas pequeñas, que vivieron felizmente el resto de sus vidas aquí, después de que mi padre cogiera las riendas de este lugar. Mi abuela y mis tías Zou, humanas, ya murieron recientemente, de vejez.

Denzel asintió con la cabeza y le dio otro sorbo a su taza. Optó por no preguntar más cosas personales, por simple educación. Lo que más le importaba, era hacer realidad un nuevo proyecto conjunto con este poderoso y bondadoso hombre de ojos dorados.

—Entonces, ¿le interesa formar equipo conmigo? Nunca haré nada sin antes consultárselo a usted. Usted es quien manda, eso no cambiará. Yo sólo quiero ver si realmente puedo ser útil para este mundo por mi propio pie. Quiero saber... si puedo llegar a ser una persona auténtica que puede hacer cosas por decisión propia... en vez de ser un mero instrumento, como mis amos dicen. Creo que este proyecto puede darme lo que quiero. Además, usted me agrada.

—Oh... —casi rio el Zou por el inesperado comentario—. Puedo decir lo mismo —lo miró fijamente con una sonrisa halagada—. Créame. Jamás habría pensado que usted es un ser del Yin si no me lo hubiera dicho directamente. Parece que usted ha podido cambiar su propia naturaleza porque es así como usted quiere ser y actuar, ¿no? Creo que eso ya es un primer logro para ser una persona libre.

—Hm… —el pequeño Denzel dejó su taza sobre la mesa y miró hacia un lado con aire taciturno, esta vez, abriendo un poco sus tenebrosos ojos—. A veces pienso que sólo estoy persiguiendo un deseo absurdo e imposible, como cualquier niño humano iluso que sueña con volar cuando su naturaleza física dicta estrictamente lo contrario. Si nací para ser un simple instrumento de los dioses… si ellos son quienes me hicieron así… ¿cómo cambiar un ley divina? —le preguntó, con un gesto desanimado—. ¿No?

Leander lo escuchó, y se quedó pensativo, con las manos entrelazadas bajo la nariz. Entonces, miró el Árbol de Lixue ahí junto a ellos.

—¿Quiere probarlo? —se levantó de su silla y cogió del suelo, entre las raíces del árbol, una de las nueces que había ahí caídas, con unas pinzas de hierro.

—¿A qué se refiere?

—Extienda la mano.

Denzel no sabía qué estaba haciendo o qué iba a hacer, pero le intrigó, y confió. Extendió una mano hacia delante, y Leander le colocó el fruto blanco sobre ella. Denzel entendió enseguida lo que era, una de las semillas que le mencionó antes, y por un momento, contuvo la respiración, preguntándose qué pasaría. Leander observó, ahí de pie junto a él. La semilla tardó mucho en reaccionar, cuando solía ser inmediato. Sin embargo, finalmente, de ella salió un brote verde, una hoja y una pequeña flor. El niño seguía en suspense, algo nervioso, y preocupado, sin atreverse a mover la mano, sintiendo todavía el peso de la semilla en ella.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber.

Leander sonrió cálidamente. Se agachó frente a él, cogió su otra mano y la guio hacia la flor. Denzel murmuró una exclamación de asombro.

—No lo entiendo…

—Mi querida Amarey las llama Semillas de Bondad —le explicó Leander—. Porque no reaccionan a la energía física del cuerpo, sino a la energía que importa; la energía que está aquí dentro —le tocó la frente con la punta del dedo—. La energía de nuestra mente o alma. Usted tiene un cuerpo de demonio Yin para poder ejercer y manifestar físicamente su tipo de poder. Pero luego está su mente, la que decide con qué fin, con qué intención, utilizar ese poder físico. Si un demonio de cuerpo Yin ha hecho florecer una Semilla de Bondad, es porque ha cambiado su mente a una energía diferente. Y si ha cambiado la energía de su mente, significa que usted posee una mente humana, Denzel.

—¿Cómo?

—Los humanos son los únicos seres… los únicos de las tres dimensiones… que tienen la capacidad de cambiar la energía de su mente. Los Zou nacemos con Yang y siempre seremos Yang queramos o no. Los iris igual, siempre serán de mente Yang a no ser que enfermen de majin y les haga desarrollar Yin a la fuerza. Los humanos, en cambio, pueden elegir cuando quieran y todo cuanto quieran el tipo de mentalidad que desean tener. Una buena persona humana puede un día decidir empezar a hacer el mal tanto como una mala persona humana puede decidir un día hacer el bien.

—¿Por qué es eso?

—Mi padre me contó una vez que los humanos poseen el poder del cambio, y siempre lo poseerán, porque “alguien” los creó así explícitamente y mantiene esta capacidad humana protegida eternamente. Por tanto, los humanos, al contrario que los dioses, que los Zou y que los iris, y que los animales, las plantas y los elementos, son las únicas existencias de este mundo que no están atadas al equilibrio de los dioses. Son libres. Ningún dios puede manipular o modificar la mente ni la energía de un humano, ni darle órdenes. Los Dioses del Yin y del Yang solamente pueden ejercer dominio y autoridad sobre todas las cosas que están atadas a las normas de su equilibrio, sobre las energías del Yin y del Yang que no pueden variar.

Denzel se quedó callado, recapacitando sobre esas palabras. Siempre había sido un tema confuso y complicado para él, porque desde que nació, tenía arraigado en la mente que era un instrumento propiedad de los Dioses del Yin igual que Agatha. Al principio de su vida, Agatha fue eso al cien por cien. Era como una máquina autómata que cumplía órdenes, y cumplía con una mentalidad Yin además de poseer un cuerpo artificial de energía Yin. Pero un día, esta máquina sintió. Sintió hartazgo. Y muchas cosas más. Y al sentir emociones, sintió deseos. Y deseó el cambio. De este modo, Agatha cambió su naturaleza mental. Sin embargo, Denzel se preguntaba cómo pudo hacerlo, si esta sólo era una capacidad humana.

Lo que estaba claro, es que, aunque él y Agatha habían demostrado poder cambiar su mente por elección propia, seguían bajo el yugo de los dioses, quienes todavía podían ejercer perfecto control sobre ellos, revertir y modificar la energía de sus mentes si querían, y esto se lo dijo ahora a Leander.

—Entonces… —dijo el Zou, regresando a su silla para sentarse de nuevo—… parece ser que existe algo todavía dentro de ustedes fuertemente atado a los dioses y a su derecho de controlarlos. Tiene usted la mente cambiante de un humano, pero no libre. Un hilo lo ata al equilibrio.

—Un hilo inevitable —suspiró Denzel.

—Pero usted ha venido aquí a mi templo a verme, y a proponerme un proyecto de vida compartido, porque quiere averiguar qué es exactamente ese hilo que aún lo ata a los dioses, y si hay alguna manera de cortarlo, ¿no es así? Toque esa flor en su mano, Denzel. Todo comienza con un pequeño brote. Hoja a hoja, tallo a tallo… paso a paso. Y usted… tiene por delante todo el tiempo del mundo como para perder la esperanza nada más haber dado el primer brote. ¿No cree? Hahh… —suspiró con bienestar, mirando hacia los ventanales—. Debe de ser maravilloso tener una vida tan larga, con la oportunidad de hacer muchas y diversas cosas...

Denzel sonrió agradecido por sus palabras de ánimo, pensando igual que él, que era una gran suerte poder vivir tanto tiempo. Pero luego, cuando lo pensó bien, no le pareció tan maravilloso. Algún día, este Zou moriría, y él tendría que despedirse de él, de décadas de amistad con él, de muchos recuerdos con él… y después, de su hijo… y después, del hijo de este… y un día, Denzel tendría que despedirse de su propia familia, de sus propios hijos, de sus propios nietos...»


—Es sólo que está metido en un pequeño lío temporal —le explicó Yako al monje Knive, hablándole sobre lo de Denzel—. Mi Segundo al mando ha decidido que vaya yo a informar a Alvion, ya que he tenido contacto de primera mano con una persona implicada en el suceso. Pero es confidencial.

—Hm... —asintió monk Knive, y ambos comenzaron a caminar en dirección al poblado del borde del acantilado que custodiaba el comienzo del gran Puente Blanco, que conectaba con las puertas de la Ciudadela del templo en mitad del monte del otro lado del valle—. Por cierto, Señor. Me gustaría pediros que tratéis de despejar la mente y de relajaros. Liberad esa tensión y agobio, esa irritación que ahora mismo estáis intentando ocultar.

—¿Qué? —se sorprendió—. ¿Por qué lo dices? ¿Cómo lo sabes?

Knive le señaló la vegetación marchita por la que Yako había caminado, y comprendió qué quería decir. Estaba claro que no podía disimular con el mejor monje de comprensión de la mente.

—Ya… —murmuró apenado, y monk Knive le puso una mano en el hombro.

—Si no os importa… ¿podría hablar unos minutos con vos? Antes no fui del todo sincero con vos. Hay algo que debéis saber sobre Alvion.


* * * *


Media hora después, Yako ya había cruzado el kilométrico Puente Blanco sobre el gran valle y las ciudades que lo ocupaban, y llegó a las puertas de la muralla de la Ciudadela. Había venido todo el camino con la capucha de su chaqueta puesta, cabizbajo, con las manos en los bolsillos, pasando exitosamente desapercibido entre los centenares de personas que había por el puente y por la zona.

No iba a tener tanta suerte dentro de la Ciudadela, que estaba llena de monjes, iris y personal del templo. No quería arriesgarse. Sólo quería cumplir con su recado discretamente y marcharse de regreso a Tokio. Por fortuna, había un camino secreto que él se conocía desde niño, para entrar al templo sin tener que cruzar primero las calles de la Ciudadela. Y era escalando el monte por fuera de las murallas de la Ciudadela. Parte del templo estaba arquitectónicamente unido a la ladera del monte. Visualmente, la parte trasera del templo, que era más bien como un extenso palacio, parecía estar fusionado con las rocas y la tierra de la ladera.

Tras diez minutos escalando un sendero escarpado con la agilidad propia de un iris, llegó a un pequeño terreno plano detrás del templo, encerrado por un corro de maleza y rocas, que custodiaba la entrada a una cueva. Aquel era un lugar sagrado para los Zou. Decorada con un pórtico formado por tres megalitos de roca de howlita, como la del Puente Blanco, la entrada conducía al mausoleo familiar. Ahí reposaban las lápidas y las cenizas de los catorce Zou que precedían a Yako, desde Wei, y sin contar con Alvion, y todos ellos junto con las lápidas de sus respectivas esposas humanas y otros familiares cercanos de ellas.

Fuera, en el llano, entre la maleza y las rocas, asomaban aleatoriamente pequeños obeliscos de jade negro, con nombres de iris grandiosos muertos en combate grabados con letras doradas. Se ganaban el honor tener sus nombres tallados junto al mausoleo de los Zou aquellos que habían sacrificado mucho para salvar a muchos. Entre esos nombres estaban los de los abuelos maternos de Cleven. Pero lo que pocos sabían, es que se había hecho una especial excepción, y se había añadido el nombre de una humana. Debajo de los nombres de Hideki y de Emiliya, estaba el de Ekaterina.

Hasta ahora, el misterio sobre la muerte de Katya seguía irresoluto, pero lo que se sabía sin duda, es que cuando ella ofreció su vida ante los desconocidos atacantes que estaban destruyendo Tokio, ellos cumplieron y cesaron su ataque. Katya salvó a miles. Aunque no pudo hacer nada una vez que Neuval la encontró sin vida, y como consecuencia él perdió la cabeza y se convirtió en una nueva amenaza que arrasó medio Japón. Insólitamente, nadie murió. Que se supiera en un principio. Porque sí que murieron muchas personas bajo la ira de Neuval. Pero alguien las trajo de vuelta en secreto.

Yako miró un momento la entrada a la cueva, siempre iluminada con dos antorchas de fuego azul. Ahí descansaban los restos de su padre y de su madre. Lamentaba no haber podido conocer a su madre, pero no albergaba odio por su muerte, porque se la llevó una enfermedad natural humana que no se pudo curar a tiempo. En cambio, la muerte de su padre… se convirtió en iris por ella y el iris nacía de la más pura y dolorosa rabia por una inaceptable injusticia, no hacía falta decir más.

Dejó salir un suspiro incómodo y siguió su camino. El llano tenía una escalinata de piedra que descendía hacia una puerta en la parte de atrás del templo, una puerta privada, que solamente los Zou podían cruzar. Estaba tapada por una red formada por las raíces retorcidas del Árbol de Lixue. Sus raíces llegaban a todos lados, al fin y al cabo. Yako sólo tuvo que tocar el arco con su mano para que las raíces reaccionaran específicamente a su energía Zou. Entonces, Yako podía ejercer dominio sobre ellas y hacer que se apartaran con una orden mental.

Cruzó la puerta, y continuó atravesando pasadizos. En un determinado momento, salió al exterior, a un callejón entre los muros del templo. Descartó la idea de ir por dentro, porque, de nuevo, quería evitar cruzarse con iris o con el personal del templo, así que, usando las propias raíces del Árbol Madre que recorrían algunas superficies y aristas de los edificios, fue escalando veloz. Impulsándose salto a salto, siguió trepando por la torre central y más alta, y al fin llegó al balcón del despacho de Alvion.

Primero se subió al tejado, para colgar la cabeza discretamente del borde y así echar un vistazo. A través de los ventanales alargados y verticales con forma arqueada, pudo ver a Alvion ahí dentro, sentado en su enorme escritorio atestado de papeles, carpetas, mapas, tres ordenadores –de la marca Hoteitsuba, por supuesto– y algunos raros objetos más. Desde su punto de vista, Alvion estaba de lado, pero parecía estar totalmente sumergido en su trabajo, sin parar de escribir en unos papeles. Seguramente estaría recopilando los últimos datos internacionales del día, o terminando de organizar alguna misión antiterrorista para alguna RS del mundo.

Yako volvió a enderezarse sobre el tejado y respiró hondo. No sabía qué hacer. Es decir, sí sabía qué hacer, entrar e informarle sobre el caso de Denzel. Pero más allá de eso, no sabía qué más decirle, o preguntarle, o qué hacer… Podría perfectamente no hacer ni decir nada más, pero…

Monk Knive se lo había contado antes. Le había dicho la verdad sobre Alvion. Y la verdad atemorizaba a Yako.

Le pesaba encima un gran sentimiento de algo que no se ponía de acuerdo. No sabía si era una gran carga de culpa, de preocupación o de responsabilidad. Sobre todo ahora, observando desde el punto más alto de la torre todas esas tierras, ciudades y aldeas que se expandían ante él por el gran valle.

Quizá fuera por tener la cabeza llena de cosas, que al bajar del tejado y apoyar un pie sobre la barandilla de piedra, este se le resbaló y acabó dándose un tortazo en el balcón.

Alvion oyó el ruido del golpetazo y una exclamación de dolor. Dando un suspiro lleno de paciencia, se levantó de su silla, se acercó a la puerta acristalada del balcón, la abrió y regresó a su escritorio para seguir escribiendo. Yako, entonces, entró en el despacho con aire cauteloso y disimulando la vergüenza por semejante torpeza, frotándose la cabeza.

—Vaya, mmm… ¿Desde cuándo está tan pulida la barandilla? —preguntó inocentemente.

—Cierra. Está entrando frío —le dijo el anciano tranquilamente, sin levantar la mirada de sus papeles.

Yako lo hizo, y caminó un poco al interior, quitándose la capucha, mientras echaba un vistazo para comprobar el mismo despacho de siempre, con el bello y majestuoso Árbol de Lixue allá en la zona semicircular. Cerca de allí, había algunos muebles junto a la pared, mesillas, una alacena y algunas vitrinas.

Una de las vitrinas contenía objetos extraños, raros, de diferentes orígenes o culturas. Uno de ellos, era una bola de cristal, en cuyo interior, preservada en resina, había una Semilla de Bondad con un brote, una hoja y una flor. Era la misma semilla que Denzel hizo germinar hace tres siglos y medio en ese mismo despacho. Leander la conservó como un objeto valioso, y con mucho significado. Era la muestra de que un demonio Yin que debería tener naturaleza cien por cien Yin había cambiado su naturaleza mental a una cantidad de Yang mayor, porque así lo había querido. Y eso lo había logrado porque Agatha lo hizo antes que él, teniendo todavía más mérito, porque ella no tenía ni una célula de su cuerpo ni mente humanos. Supuestamente. Después de todo, lo que hace que una mente sea humana es que tenga la capacidad de cambiar o alternar sus energías Yin y Yang. Ser una buena persona durante una época, ser una mala persona durante otra… redimirse de nuevo, tomar malas decisiones otra vez después… Agatha y Denzel habían vivido en ambos lados y habían cambiado su forma de ver y de ser varias veces, como sólo las mentes humanas podían hacer. En el mundo de los iris, “mente” era sinónimo de “alma”.

Lo que contenía esa bola de cristal era una muestra de elección, libertad y cambio, y no sólo era un recordatorio para Denzel, sino también para los humanos. Cuando Cleven era pequeña, este era su objeto favorito del templo.

Sin embargo, igual que tenía un lado positivo, tenía un lado negativo, porque, igual que Denzel decidió abandonar poco a poco su instinto Yin y dejar de devorar humanos, hacer pactos con ellos para fines de beneficio mutuo y usar su don exclusivamente para sí mismo y para los dioses, podía decidir volver a recuperar estos hábitos y regresar de nuevo al lado del Yin. Por supuesto, como sucedía con todas las mentes humanas, esa decisión debía venir provocada por un motivo.

Por eso Yako estaba aquí. Y por eso su KRS estaba preocupada por Denzel. Sabían que Denzel se había sentido feliz y lleno viviendo en el lado del bien, de ayudar a los demás, de contribuir en la Asociación generosamente, de haber conocido gracias a eso el amor, haber tenido su propia familia… Pero, precisamente por haber tenido amor y felicidad, solamente bastaba con arrebatárselos, o destruirlos, para que el taimu abandonara el motivo por el que decidió ser “una buena persona”. Como le sucedería a cualquier humano. Solo que Denzel poseía un poder extremadamente peligroso que ni los Zou ni los dioses podían controlar.

—Podrías haber aprovechado a darle un baño a Sahab —le comentó Alvion.

Yako despertó de sus pensamientos y se giró hacia él. El anciano seguía escribiendo. El chico se sorprendió.

—¿Cómo sabe…? Hah… —resopló con fastidio—. Es porque me vio antes en el bosque, ¿verdad? Desde la Nube Rocosa.

—No. Es porque vienes oliendo a él.

Yako se olió los brazos. También era verdad.

—Aun así, usted sabe desde hace rato que yo había venido a las tierras. No le ha sorprendido nada verme aparecer por el balcón.

—Yako, puedo captar el Yang de iris que viven ahora mismo en la Patagonia. ¿Cómo no voy a captar el tuyo acercándose a mis fronteras?

—Mm… ya… —murmuró.

El chico volvió a ponerse a dar unas vueltas por el despacho, distrayéndose con las decoraciones, toqueteando los cuadros, cogiendo objetos de los muebles para observarlos, juguetear con ellos entre las manos… No podía evitarlo. Porque lo que monk Knive le había contado, cada minuto que pasaba, le pesaba cien gramos más.

—¿Quieres preguntarme algo? ¿Sobre la diosa Yero hablando conmigo en aquella Nube? —volvió Alvion a cortar el silencio, mientras cambiaba varios de sus papeles, y se puso otra vez a escribir en una hoja nueva.

—¿Eh? No —respondió Yako, fingiendo indiferencia, jugueteando con una reliquia de porcelana como si fuera una pelota entre sus manos—. Soy un iris. Esos temas no me incumben.

—Ah… pero sí le incumbe a un iris entrar en mi despacho por la ventana y ponerse a tocar todas mis cosas sin permiso y hacer lo que le venga en gana mientras estoy trabajando —ironizó el anciano, levantando un poco la hoja para releer los datos que había apuntado.

—Bueno, no es diferente de aquello a lo que Neuval le tiene acostumbrado —se encogió de hombros.

—Y tú quieres ser igualito que él —ironizó de nuevo—. Me alegra que al menos quieras seguir los pasos de alguien.

—Sí, seguro que usted se alegra mucho —ironizó Yako también, con un deje molesto, mientras rascaba con la uña unos restos de pintura en el marco de un cuadro.

—¿Y para eso has venido desde Tokio, sólo para alegrarme replicando las manías de tu adorado maestro?

Yako suspiró. Siempre le resultaba difícil hablar con él. Pero tenía que avanzar.

—No. He venido porque debo contarle algo muy importante.

Al oír eso, Alvion se quedó inmóvil por un segundo. Dejó la pluma sobre sus papeles y levantó por fin la cabeza hacia él. Cuando Yako se giró, vio una expresión totalmente cambiada en los ojos dorados de Alvion. El anciano seguía serio, pero su mirada tenía un brillo más dócil y atento. Ahí estaba, de nuevo, ese mismo brillo de esperanza que su abuelo manifestaba cada vez que creía que Yako le iba a decir por fin lo que llevaba veinte años esperando que le dijera.

Se sintió culpable. Se sintió fatal. Yako estaba acostumbrado a decepcionarle cuando esto sucedía. Pero, esta vez, le dolía más que nunca no decirle las palabras que su abuelo llevaba mucho tiempo esperando oír.

—Se trata de Denzel. Ha tenido lugar un suceso temporal directamente ligado con sus ocho hijos. Un salto en el tiempo accidental, pero con un causante detrás que podría tratarse de una nueva taimu. Yo he conocido a Lincoln, el mayor, lo tuve en mi casa una noche antes de llevarlo con Denzel…

Yako vio cómo el brillo en los ojos de Alvion se fue apagando poco a poco conforme le contaba eso. El anciano volvió a perder esa esperanza. Ya estaba acostumbrado.

El joven terminó de contarle todo lo que sabía sobre el tema. Alvion se quedó en silencio, con la mirada perdida en los papales de su mesa.

—Así que nos hallamos en un “nudo latente” —dijo por fin.

—Sí —respondió Yako—. Denzel por ahora quiere tratar de solucionarlo por su cuenta. Cree que sólo es un asunto cerrado entre taimu. Pero mis compañeros de la KRS y yo hemos visto necesario informarle a usted ya mismo sobre esto, porque, no tenemos pruebas, pero intuimos que este suceso podría tener relación más allá de la familia de Denzel. Y que podría afectar a más personas de las que él cree. Que podría afectar… más cosas de las que él cree —añadió con un tono más contenido.

Cuando dijo eso, Alvion dirigió la mirada hacia la vitrina del otro lado del despacho, hacia la bola de cristal que contenía aquella flor, brotada en una Semilla de Bondad. Yako sabía lo que su abuelo estaba observando. Después se miraron entre ellos, en silencio, unos segundos.

—Bien —el anciano volvió a inclinarse sobre sus papeles y se puso a escribir otra vez.

—¿Quiere… que le diga algo a Denzel de su parte?

—No. No hace falta. Así está bien. Indagaré, pero no haré nada directo si él no me lo pide. Según lo que me has contado, Denzel aún se encuentra investigando por su cuenta, así que estaré preparado por si descubre algo y necesita mi ayuda. Has hecho bien en informarme, así estaré al tanto si me llega la noticia de alguna anomalía relacionada que a Denzel se le pueda escapar.

Yako asintió.

—Puedes marcharte ya, no hace falta que sufras más. Sé que no te gusta estar por aquí —murmuró Alvion en bajo con algo de pesar.

El chico hizo un gesto dubitativo, pero no se movió. No sabía qué hacer, una parte de él quería quedarse un poco más, pues tenía la vaga necesidad de decirle algo y no sabía cómo. Disimuló su intranquilidad mirando distraídamente el despacho por quinta vez. Se acercó a la mesa de Alvion y curioseó un poco. Encontró a un lado una taza, con restos de una infusión con trozos de hoja de ortiga y arándanos. Eran sólo dos de los ingredientes de un tipo de infusión que Yako ya conocía, y no era una infusión común, sino con fines médicos. Se la había preparado el propio Yagami.

Yako disimuló que había visto la taza tomándose la libertad de robar de un cuenco cercano un puñado de almendras, y las comió desinteresadamente, mientras seguía observando cosas. Al otro lado de la mesa, reposaba, como siempre, el precioso marco que contenía la fotografía de una mujer árabe, posando felizmente en un campo de tulipanes. Lo que llamó la atención de Yako, fueron unas hojas de papel que eran distintas al resto, junto al marco. Eran más pequeñas, de un suave color verdoso y con los bordes recortados con ondulaciones. Eran unas hojas algo cursis, pero muy cucas. Al acercarse para verlas, Yako descubrió que tenían varios versos escritos en árabe, y los leyó por encima.

—¡Hala! ¿Todavía sigue escribiendo poemas de amor dedicados a la abuela Lubna? —preguntó Yako con sorpresa.

Fue a coger una de esas hojas para leer más, pero de repente Alvion se lo impidió dando un manotazo veloz sobre ellas. Le clavó una mirada enfadada a Yako, pero tenía la cara roja.

—¿En serio? —sonrió Yako con burla.

—¡Muchacho! ¿¡No tienes nada mejor que hacer!? —Alvion cogió todos esos papeles tan bonitos y los guardó en un cajón del escritorio bajo llave a toda prisa.

Yako no dijo nada. Solamente miró para otro lado, dando un suspiro apesadumbrado. Y ahí fue cuando el anciano se dio cuenta.

Jen jang… —blasfemó en coreano—. Por eso estás tan raro. ¡Monk Knive te lo ha contado! —dijo con fastidio, levantándose de su silla y dando unos pasos por el despacho.

—Bueno, habría sido una enorme falta de consideración que no me lo hubiera contado, ¿no cree? —defendió Yako.

—No, no lo creo. Viggo no debería haberte dicho nada.

—¿Por qué no?

—¡Porque eres un iris!

—¡Ah, ¿para esto sí soy un iris?! —se enfadó Yako.

—No, muchacho, ¡no entiendes! Por mucho que sea un tema privado mío y te incumba como familia, no se puede olvidar el hecho de que tienes un iris, tan real y auténtico como cualquier otro iris. Noticias así, ¡no te hacen ningún bien!

—Mi iris está perfectamente sano, ¡no va a desestabilizarse o a desarrollar algo malo por saber algo así! Corro al menos con esa ventaja. Mi iris nunca fue gris, nada más nacer ya era una energía Yang completa, porque al no poseer ni una mota de Yin como los humanos, mi iris sólo podía abrazar la única energía que contengo.

—No hablo de que tu iris se desestabilice o se vuelva peligroso —farfulló el anciano, parándose frente al Árbol de Lixue, dándole la espalda.

Yako lo vio agachar la cabeza y frotarse los ojos con agotamiento.

—Alvion…

—Todo está bajo control —le interrumpió—. No hay nada de lo que debas preocuparte más allá de tu deber como iris. Está todo preparado. ¿De acuerdo? No va a ser lo mismo… pero podrá seguir funcionando. De algún modo —murmuró.

Se quedaron en silencio un rato. Finalmente, Alvion se calmó y regresó a su mesa.

—Vamos, muchacho, vuelve a casa. Se está haciendo tarde y mañana tienes clase en la universidad.

Yako ya no tenía más que hacer ahí. Había cumplido su recado, y aun así sentía que no había cumplido nada, que todavía había algo que hacer, algo que quedaba sin concluir, sin solucionar. Una vez más, el elefante en la habitación permaneció en la habitación. Yako se marchó de regreso a Tokio.


Una hora y media antes...

«—Alvion a veces puede llegar a ser duro con la gente —le dijo monk Knive cuando estaban paseando antes por el bosque—. A veces puede decir cosas que hacen daño. Pero, al final, todos acaban entendiendo por qué. Porque luego descubren, se dan cuenta, abren los ojos hacia aquello que antes no veían. Él lo intenta, porque sólo quiere que el mundo deje de tener miedo a la verdad.

—¿Qué verdad? —preguntó Yako.

—La que cada uno encierra dentro —respondió el monje—. Seres de puro Yin, seres de puro Yang, seres de mezcla de Yin y Yang… no importa. Todos tenemos monstruos internos, espinas clavadas, fantasmas del pasado que nos persiguen. Nadie está por encima de los errores, de los remordimientos, de la rabia y la tristeza, ni de soñar con cosas imposibles. Ni siquiera Alvion.

—Ya. Nadie es perfecto, y todo eso que se suele decir para consolarnos —dijo Yako, encogiéndose de hombros con fingido aire indiferente—. Y en cambio, él espera que yo lo sea.

—No es eso lo que Alvion espera de vos.

—Pues lleva casi veinte años dándome esa impresión.

—Porque todavía no queréis ver. Porque todavía tenéis miedo.

Yako se detuvo de golpe. No ocultó lo molesto que se sentía, mirando al monje sin sonrisa alguna. Pero monk Knive era un experto en su trabajo y mantuvo su calma de siempre.

—Ya veo. Como Alvion está “pachucho”, me das tú el sermón de siempre de su parte.

—Yako… —intentó hablarle el monje.

Sin embargo, el ojo iris de Yako brilló unos segundos de su luz verde claro y de repente recuperó la calma, y volvió a mostrar su habitual sonrisa cálida y encantadora. Siguió caminando sin más.

Monk Knive lo observó en silencio, suspirando un poco, y fue con él.

—Es de gran importancia que me escuchéis, Señor.

—Quizá cuando dejes de llamarme de esa forma —siguió sonriendo.

—No estoy conversando ahora con vos por petición de Alvion. De hecho, él no querría que yo ahora esté hablando con vos. Mas me veo obligado a desobedecer por una vez, e intervenir en el destino.

—¿De qué hablas? —frunció el ceño.

—¿Hasta qué punto os molesta que Alvion saque fuera vuestros problemas personales delante de vuestros amigos?

—Heh, ¡bastante! Me parece algo muy infantil de su parte, la verdad. Y sé perfectamente por qué lo hace.

—¿Por qué lo hace?

—Pues para fastidiarme, por supuesto.

—¿De verdad creéis eso?

—Sí —contestó Yako tajantemente, parándose delante de él.

—¿Tanto os costaría ser honesto conmigo?

La mirada de Yako se ensombreció en un instante. Todo el malestar y el agobio y otras cosas insanas que llevaba acumulando desde que aterrizó el jet hasta ahora empezaron a revolverse dentro de él. Y el monje Knive continuó en total calma.

—Alvion no lleva manteniendo la esperanza en vos durante 18 años porque no le quede más remedio o porque vos seáis el único recurso que queda, sino porque nunca ha dejado de creer en vos.

—¿De creer en mí? Soy una decepción para él, Viggo. Y todo porque no quise hacer lo que él quería que hiciera.

—Lo que me sorprende, no es ver lo equivocado que estáis, sino ver que vos sabéis lo equivocado que estáis y aun así insistir en engañaros a vos mismo.

—No me engaño —replicó Yako, cada vez más alterado.

—Alvion respetó la decisión que tomasteis de niño de llevar la vida de un iris más, ¿recordáis? Y estuvo algunos años sin deciros nada. Pero entonces, Alvion comenzó a observaros, cómo desempeñabais vuestro trabajo como iris, y comenzó a ver el auténtico potencial que poseéis dentro. Que poseéis más potencial del que vos queréis reconocer. Y por eso sus insistentes comentarios que tanto os molestan, su insistente intento de persuadiros. Sois de todo menos una decepción para él, Yako. El único pesar que guarda en su corazón es ver que aún sois presa del miedo y del dolor, que os impiden abrazar vuestra verdad interior.

Los ojos de Yako habían empezado a humedecerse, a pesar de su mirada todavía fría y severa.

—No es cierto… —murmuró.

—No os miento. Y como Zou, obviamente lo sabéis.

—No quiero seguir hablando de esto —volvió a echar a andar, a zancadas.

—Cuánto de ese miedo y de ese dolor menguaría, si reconocierais que Alvion siente por vos un amor tan inmenso como el que vos sentís por él —dijo sin moverse de donde estaba.

—Heh… ¿que yo le quiero? —se rio Yako con sarcasmo, retrocediendo y volviendo a donde estaba el monje, y entornó los ojos cada vez más irritado—. No le necesito como tú piensas, monk. Para mí él no es nadie, igual que para él yo no soy nadie.

—No os creo —insistió.

—Pues me da igual que no me creas —Yako empezó a elevar su tono de voz—. No quiero seguir hablando de esto, Viggo. Las cosas cambiaron hace muchos años y seguirán así.

—¿Eso es lo que pensáis? —dijo una vez más.

—Por favor, basta.

—¿Es lo que pensáis de verdad o no?

—¡¡Sí!! ¡¡Es lo que pienso y lo que es!!

Yako terminó estallando por primera vez en años. Y su voz sonó diferente. Se volvió grave, potente y casi distorsionada como el rugido de un trueno. Incluso la expresión de su cara se transformó en un semblante terrorífico.

—¿¡Quieres saber lo que en realidad siento hacia él!? ¡Odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio desde que mi padre murió! ¡Debió morir él, y no mi padre! ¡Mi padre al menos me quería! ¡Y ni siquiera puedo vengarle, ni siquiera pude verle la cara a quien me lo arrebató!

El monje tuvo que protegerse los ojos con el brazo cuando los de Yako brillaron como dos cegadores soles dorados por un breve instante. En ese momento, el aire, la tierra, todo a su alrededor producía una extraña y poderosa vibración que emanaba de la energía del cuerpo de Yako, como si el mundo estuviese temblando de miedo ante un poder divino y estuviera a punto de quebrarse.

Yako se dio cuenta y trató de calmarse enseguida, respirando hondo varias veces. Se apoyó sobre sus rodillas. Si no se calmaba, podría acabar destruyendo todo el bosque con un simple pestañeo, o incluso toda China.

Monk Knive volvió a bajar el brazo tranquilamente. Dejó que Yako terminara de sosegarse. Claramente llevaba mucho tiempo sin desahogarse de aquella manera. El chico dejó salir un sollozo, pero enseguida respiró hondo una vez más, enderezándose, mirando al cielo. Y dejó salir el aire más calmado, despacio. Después se quedó callado, cabizbajo.

—Alvion se muere —le confesó monk Knive por fin.

Yako levantó la cabeza de golpe, desconcertado y horrorizado ante esas palabras.

—No se ha levantado pachucho hoy. Esta mañana ha sufrido un ataque al corazón. Ya es el segundo este año. Pero esta vez, los monjes médicos han tardado el doble en reanimarlo, cuatro minutos.

—¿El… segundo…? —musitó Yako.

—Simplemente, se acerca su hora. Su cuerpo ya está en el límite de vuestra longevidad media, los 110 años.

Yako volvió a descender la mirada poco a poco, conforme iba asimilando la noticia.

—Por eso… la diosa Yero estaba ahí…

—Yero simplemente vino a comprobar qué tal se encontraba Alvion —asintió monk Knive—. A informarse de su estado. Y a preguntarle qué pasaría.

—Con la Asociación —entendió Yako, alicaído.

—Pero Alvion le ha explicado que todo seguirá en marcha. Los Monjes del Consejo ya tenemos instrucciones. La sede de la Asociación seguirá operando, bajo nuestra dirección y la de Denzel. Con un poco más de cooperación entre todos y un poco más de esfuerzo, la Asociación se mantendrá activa.

—Pero… los iris… —balbució Yako, mirando para los lados, consternado—. Los iris necesitan… el nivel de actividad no será el mismo, y… El núcleo de energía… El Árbol Madre… estas tierras…

Yako no era capaz de ordenar sus palabras porque su mente ahora estaba hecha un lío.

—Me temo que eso es sólo un asunto entre vos y vuestros pensamientos. Sólo lo sabemos algunos monjes. Alvion nos ordenó, después de recuperarse, que no se lo dijésemos a nadie más. Mas me parecía inconcebible ocultaros una noticia así acerca de, no vuestro Señor, sino de vuestro abuelo. Ahora, Alvion se encuentra bien, como si nada hubiese pasado, pero la probabilidad de que tenga más achaques, de ahora en adelante ha aumentado. Su hora se está acercando, poco a poco, lentamente.

Yako seguía cabizbajo. Ya no tenía fuerzas para decir nada. Sólo quería pensar.

—Siento que hayamos tenido esta conversación, Señor —continuó monk Knive, quitándose el sombrero y echándose el cabello hacia atrás—. Os dejo tranquilo para que vayáis al despacho de Alvion ahora y terminéis de realizar vuestro recado. Lamento haberos alterado y hecho pasar un mal rato. Espero que comprendáis por qué lo he hecho. No es sólo por la Asociación. También por vos.»









20.
Zou (2/2)

«La historia de la Asociación comenzó con un joven llamado Wei Zou. Apenas había cumplido la segunda década de edad cuando la guerra de los bárbaros que querían conquistar territorio chino del noroeste se llevó a su padre y a dos de sus hermanos. Los cuatro, siguiendo la tradición familiar, se habían especializado en Medicina, aunque Wei se especializó en Psicología, y combatieron en la guerra en calidad de sanadores. Su padre y hermano mayor fueron destinados a otro territorio y murieron. Wei fue destinado con su hermano menor a otro lugar, y tuvo que verlo morir.

Un par de años después de terminar la guerra, aún desolado por la pérdida, Wei siguió trabajando en su ciencia y se mudó a un templo situado en un monte, donde instaló su propio estudio con todos sus libros, pergaminos, incontables plantas medicinales y herramientas para tratarlas. Estaba a pocos kilómetros de la aldea donde vivían su madre y sus dos hermanas pequeñas. Al menos seguía teniéndolas a ellas.

El templo, aunque en él habitaban monjes budistas que sólo meditaban y también otros monjes que estaban especializados en otras materias como arquitectura, filosofía y arte, era propiedad de un señor feudal de la capital, quien, según los rumores, tenía una relación algo sospechosa con el monje superior. Algunos decían que juntos llevaban a escondidas un negocio de transporte ilegal de contrabando inglés, usando el templo como tapadera. Otros decían que el señor feudal quería convertir ese templo, el monte y el gran valle en una gran base militar para el imperio. Sea como fuere, en general allí la vida era pacífica.

Wei estudiaba mucho, se cuestionaba muchas cosas sobre la mente humana, las reacciones químicas del cuerpo, el comportamiento humano y de otros seres vivos, en especial, las maravillosas propiedades tanto curativas como mortales que podían aportar las diferentes sustancias de las plantas de diversas partes del mundo. Experimentaba medicinas, mientras trataba en su estudio, a modo de consulta, a las personas que acudían a él con algún problema, ya fuera emocional, ya fuera una enfermedad mental o un trastorno psicológico, y se le daba muy bien. Sus pacientes solían ser habitantes de las aldeas próximas al templo, como las que reposaban en el gran valle, y de ciudades cercanas.

Entonces, una noche, recibió la visita de un paciente muy especial. Era un niño pequeño que llevaba un parche en un ojo, según él, porque tuvo un accidente doméstico labrando en el campo, y Wei quedó deslumbrado por la madurez, la inteligencia y la fuerza que tenía desarrolladas, que ni en un adulto era normal.

Estuvo estudiando a ese chico durante meses, y descubrió que sus problemas emocionales partían del trauma que le produjo presenciar la muerte de sus padres, unos humildes y buenos campesinos que no podían pagar los impuestos y los mandaron ejecutar, en lo que el niño estuvo presente. El niño le contó lo que sintió en ese momento, y la mayoría de sus palabras describían su incesante odio hacia los que mataron a sus padres, y su deseo de vengarse de la forma más cruel y de hacer justicia por otras inocentes víctimas de algo similar.

Después, cuando cogió confianza, el niño le enseñó el ojo, y Wei vio que no llevaba el parche para ocultar un ojo herido, sino un ojo que brillaba de una luz tenue y grisácea. Luego le explicó que a veces se sentía extraño, extraño de sí mismo. Sentía que algo desconocido le hacía comportarse de forma agresiva repentinamente, lo que le tenía atemorizado. Por eso acudió a él cuando oyó hablar del doctor Wei Zou.

Wei lo tuvo un par de años con él, viviendo en el templo para seguir estudiándolo. Al principio veía que no había forma de mantener a raya ese odio, que no había nada que pudiera distraer la cabeza del niño de sus ansias agresivas. Entonces, Wei estuvo desarrollando técnicas especiales con él, para probar, como ponerse bajo una cascada durante largo rato, ponerse sobre un poste o en la cima de un pico donde soplaba mucho el viento, desarrollar la caligrafía sobre la arena, contemplar el fuego... Esto último parecía que era lo que más le hacía efecto, pues contemplar el fuego hacía que se relajase considerablemente, que su raciocinio volviera a tomar el control.

Ahí fue cuando descubrió que ese niño tenía una capacidad inhumana. Podía someter el fuego, no quemarse con él y formar llamas en la palma de la mano. Incluso la luz de su ojo dejó de ser grisácea y adoptó un vivo color rojo. El niño también quedó sorprendido, y Wei supo que había descubierto algo trascendental. Lo estuvo entrenando con el fuego y, como esperaba de sus estudios anteriores con él, el odio pareció calmarse y mantenerse en un equilibrio, hasta obtener el pleno dominio de sus propias emociones y de su elemento, e incluso de su atención y análisis lógico del entorno y de los detalles. De todo. Era una persona superior al resto en inteligencia y fuerza. Y en bondad.

Wei creó más técnicas de mentalización y de ejercicio corporal, obsesionado con el muchacho, el cual se estaba convirtiendo en algo más que un paciente para él. Wei añoraba a su difunto hermano menor y no pudo evitar estrechar un lazo similar con ese joven, divertido y bienhumorado chico inhumano lleno de energía y de espíritu de justicia, de ganas de vivir y ayudar a los demás.

Tras unos pocos años juntos, Wei y el primer iris llegaron a convertirse en mejores amigos, en hermanos, uniéndolos un poderoso vínculo. Fue a estas alturas cuando Wei logró descubrir que había más personas como ese muchacho, con un ojo que brillaba de luz grisácea. Las traía a su consulta para tratarlas y vio que algunos calmaban más su odio entreteniéndose con otros elementos distintos del fuego. Todos tenían en común haber presenciado la injusta muerte de alguien a quien amaban.

Llegó con este asunto hasta tal punto que Wei acabó desarrollando dentro de sí una sabiduría y capacidad únicas. Tal vez fuese de tanto enseñar a esa gente a dominar sus distintos elementos, que Wei vio que él mismo podía dominarlos todos, y junto al excesivo empleo de sus técnicas mentales, acabó desarrollando la capacidad de detectar a esa gente especial estuviese donde estuviese. Y viendo que esto era algo nuevo, único y realmente significativo para el ser humano, se adueñó del templo y creó sus propios ideales, teorías y principios, expresamente para esta gente inhumana, con la cooperación de un buen grupo de monjes estudiosos como él y que creían en él.

Algo había cambiado en Wei, de repente. Había dejado de ser humano, de repente. No se sabía lo que era, pues humano no era e iris tampoco.

Cada vez sus alumnos y pacientes aumentaban en número y pensó que habría que sacar provecho de sus habilidades. Así que, en el año 1622, a sus 23 años, Wei consolidó una asociación dedicada a combatir los males del mundo, aquellos males humanos injustos e innecesarios de los que habían nacido esas personas inhumanas. Su objetivo siempre fue "curar" a esa gente y evitar que cayesen "enfermos" más.

Con la ayuda de al menos veinte personas inhumanas, a las que llamó iris, y con unos quince monjes, empezó su proyecto. No eran muchos en aquel momento, pero Wei sabía que sólo era el principio.


No obstante, toda esta historia enormemente resumida debía ir acompañada por un "tal vez". Porque, en realidad, esto es lo que se contaba escuetamente en los libros. Nadie había llegado a saber nunca de dónde sacó Wei el poder que ahora tienen los Zou, si en teoría él al principio era humano. No existía ningún otro documento que contuviese el resto de la historia... No, no el resto, sino la verdadera historia de Wei.

Sólo se sabía que él, justo después de fundar la Asociación, de repente sentía una gran afición por la cultura griega –de hecho, adquirió varios gustos y aficiones nuevas–. Por eso, a esas personas con un ojo de luz de distinto color según cual fuera su elemento, las bautizó como iris, por la diosa griega Iris, mensajera de los pulcros dioses olímpicos, que unía mediante su puente de luz y color a los seres supremos del cielo con los humanos de la tierra.


Aun así, los inicios de la Asociación no fueron fáciles. Pese al poder de esa gente, no resultó tan fácil combatir todos los males que había en el mundo, ni siquiera los que había en China, porque faltaba algo más que el mero dominio de los elementos: una organización, un sistema, sobre todo cuando el número de iris se multiplicó en las siguientes décadas, y nuevas técnicas o habilidades. Otro problema era que Wei detectaba el nacimiento de muchos iris fuera de su país y continente, y le era imposible dar con todos ellos para traerlos a su Asociación.

Años después, cuando Wei ya murió, su hijo, Leander Zou, quien había heredado el mismo poder supremo de su padre, había seguido con su proyecto. Pero se vio todavía con los mismos problemas. Estuvo unos años tratando de encontrar soluciones hasta que, cuando estaba a punto de decidir abolir la Asociación por falta de recursos para mantenerla, conoció a un pequeño viajero muy peculiar que fue a parar a sus tierras. Era un niño que no parecía tener más de 9 años, y era ciego, nunca abría los ojos. Vestía con ropas elegantes propias de la Inglaterra del siglo XVII y una abultada alforja de cuero, ya desgastado, como la suela de sus zapatos.

El pequeño viajero, tras pasar parte del día curioseando por esas increíbles tierras todo lo que sus oídos, olfato y tacto podían permitirle, unas tierras que habían cambiado drásticamente desde que Wei se adueñó de ellas, llegó hasta la Ciudadela del templo en la ladera del monte después de cruzar el gran valle a doscientos metros de altura sobre el colosal Puente Blanco.

Pasó desapercibido mientras caminaba por las hermosas calles de la Ciudadela, hasta llegar a un gran patio con una inmensa y amplia escalinata de piedra que conducía a los altos portones de madera y cristal de entrada al templo. Solicitó ver a quienquiera que fuese el dirigente de aquel lugar, pero los Guardianes de la entrada le dieron largas, tomándolo por un niño pequeño sin importancia. Sin embargo, al niño sólo le bastó que le dijeran que el gobernador estaba muy ocupado en su despacho de la más alta torre, y nada más conocer que ese despacho existía, desapareció literalmente de ahí y un segundo después reapareció de la nada en mitad del despacho del Zou, donde Leander se llevó un susto de muerte y quedó atónito.

Tras la petición del niño de robarle un poco de su tiempo para hablar, Leander lo invitó a sentarse en una mesilla del té al otro lado del despacho, en una zona semicircular rodeada de media circunferencia de ventanales en arcos de piedra.

En el centro de esta zona semicircular de la sala, se hallaba la cosa que más llamaba la atención y contrastaba en todo el despacho, quizá en todo el templo; probablemente, la cosa más bella y valiosa de todo el lugar. En el propio suelo de losas de piedra, había plantado un árbol muy grande, tan alto que sobresalía por una cavidad en el techo al exterior. Tenía un tronco grueso, retorcido, igual que sus ramas, con vetas de diferentes tonalidades de marrón. Era muy parecido al pino longevo o pino bristlecone. Sus hojas tenían forma de plumas, caídas hacia abajo, y eran de un luminoso color blanco, brillaban de una energía embriagadora que parecía estar viva, pues a veces se podían divisar pequeñas corrientes de luz de sutiles colores azulados, verdes, rojos, violetas, amarillos…

Lo más importante sobre este árbol plantado en el suelo del despacho del Zou en la torre más alta del templo, es que sus raíces atravesaban el interior de todos los suelos y muros del templo, de la Ciudadela, del valle, de las ciudades del valle, de forma subterránea, y estaban conectadas a los Arcos Divinos, aquellas colosales estructuras que parecían anillos de roca o de madera fosilizada sobresaliendo del suelo del valle y pasando por encima de la Ciudad Desierto y la Ciudad Nevada.

El Árbol de Lixue, o como solamente los Zou solían llamarlo, el Árbol Madre o Árbol de la Madre Lixue, tenía sus raíces principales conectadas con la Sala Shén, una sala subterránea bajo el templo que contenía un núcleo de pura energía Yang, creado por Wei el día que terraformó el valle y el monte. Este núcleo de energía era el que otorgaba todo lo necesario para la vida en las tierras Zou: energía eléctrica, calefacción, agua potable, cultivos fértiles… Y el Árbol de Lixue era el que, con sus raíces propagadas por todas las tierras, repartía esta energía en todas partes.

Cada generación Zou tenía el deber de mantener activo el núcleo de energía en la Sala Shén para que todas las tierras y sus habitantes subsistieran, y el Árbol de Lixue conectado a él permitía a los Zou detectar si el núcleo tenía algún fallo o descenso de energía, si sus hojas perdían algo de luz o parpadeaban.

Denzel, sentado en la mesita del té, no podía ver esta maravilla que se encontraba justo al lado de ellos, pero sí que podía percibir el suave zumbido que emitía.

Leander preparó té y se lo sirvió al pequeño extraño con la amabilidad propia de los Zou, y después se sentó en una de las sillas, preguntándole al niño si venía buscando tratamiento psicológico por un trauma causado por la muerte de algún ser querido.

—Mm... No —contestó el niño, mientras se quitaba la gorra y se revolvía sus cabellos negros ondulados. Después se tomó la libertad para coger una pila de libros de la mesa del Zou, encontrándolos con las manos y el olfato, y los puso sobre su silla con el fin de sentarse a la misma altura que Leander, ya que era bastante pequeño y la mesa muy alta para él—. Sólo pasaba por aquí. Si con seres queridos se refiere a mis padres, siguen viviendo allá en Londres, aunque están muy ancianos ya.

—¿Entonces... no tienes los ojos cerrados todo el tiempo para esconder la luz en uno de ellos? —se extrañó Leander.

—¿La luz? —arrugó el ceño sin entender, mientras palpaba la mesa con cuidado hasta localizar su taza de té, y le dio un sorbo—. Tengo los ojos cerrados todo el tiempo porque de nada me sirve tenerlos abiertos. Soy ciego de nacimiento. Llevo varios años viajando por Europa y Asia y este lugar es uno de los destinos que llevo varios meses queriendo visitar.

—¿Varios años? —se sobresaltó Leander—. No comprendo nada de lo que dices, ¿cómo puedes decir haber viajado por medio mundo, tan pequeño, y ciego, y solo?

—Usted es más joven que yo y seguro que ha visto tanto mundo como yo —sonrió, mirando hacia él al otro lado de la mesilla, sin abrir los párpados—. Me llamo Denzel, doctor Zou. Tengo 50 años de edad. Los dioses me hablaron de este lugar hace tiempo y la curiosidad me ha llevado aquí. Quería conocer qué se cuece por aquí.

—¿Qué...? —Leander estaba asombrado, se inclinó sobre su asiento para mirarlo con atención—. ¿50 años? ¿Y tienes relación con los dioses? No puede ser, ¿eres una nueva criatura?

—¿Nueva? —casi rio—. Sólo hay otra como yo, pero existe ya desde hace tres siglos. Los llamados "Zou", lo que quiera que sean usted, su padre y ahora su hijo, son ustedes más recientes y más raros.

—Pero ¿qué eres tú?

—Soy un demonio. Un demonio del Espacio-Tiempo. Aunque muchos quieren simplificarlo en Tiempo únicamente, ya que, de todos modos, en esta realidad, el tiempo no existe sin el espacio, de modo que el espacio va implícito en el concepto del tiempo. Mi predecesora fue creada por los Dioses del Yin. Ha tenido descendencia humana, de la cual he nacido yo. Por eso, tengo padres humanos y soy medio humano, pero he heredado el poder de Agatha.

Se hizo un silencio repentino en la sala. Leander procuró no hacer notar su estado de alarma. Tenso, en su silla, sin apartar la vista del niño, trató de dirigir la mano lentamente hacia una espada enfundada que colgaba del respaldo tras él. Denzel oyó ese sutil movimiento, en especial los latidos acelerados de su anfitrión. Intuyó lo que estaba pretendiendo.

—Tranquilo —le dijo con voz suave, sonriendo, con un gesto dócil de la mano—. No tengo ningún interés ni intención de hacerle daño. Que no le asuste mi naturaleza. Ella no define mi mente, ella no condiciona mi libertad para escoger. Soy un ser de energía Yin, pero mi mente no difiere de la de cualquier persona curiosa con ganas de aprender y experimentar cosas nuevas. No me interesa hacer el mal. Sólo quiero hacer algo útil para este mundo. Algo propio, mío, decidido por mí. Por una vez, algo que no sea una orden de los dioses.

Leander acababa de conocer al que sería su socio y mayor salvación. No pudo llegar en mejor momento. Escuchó todo lo que ese niño de 50 años tenía que decirle, lo que venía a ofrecerle. Y fue la clave que hizo a la Asociación tal y como se conoce en el presente.

—Desde hace diez años, he estado tratando de experimentar con habilidades derivadas de mi propio poder —le comentaba Denzel—. Descubrí mi afición por crear mis propias fórmulas y técnicas. Verá… Mi padre y los otros muchos descendientes que Agatha ha tenido, llamados taimuki por los dioses, a pesar de ser humanos, heredaron de ella una centésima parte de su poder, por lo que existen algunos humanos que, como mi padre, son capaces de ejercer un diminuto dominio sobre el espacio y el tiempo. Pero nada de lo que se pueda sacar verdadero provecho, lamentablemente. Aparte de Agatha, nadie puede dominar el espacio como yo, nadie puede dominar el tiempo como yo. Sin embargo… siempre he tenido el deseo de que tal vez yo pudiera ayudar a otros a intentarlo.

»Para mi decepción, los humanos comunes demostraron no tener capacidad alguna de ejercer ni un mínimo dominio sobre el espacio-tiempo, por mucho que siguieran mis indicaciones. Tienen demasiada poca energía. Mucha imaginación y extraordinaria creatividad, eso sí. De hecho, es de ahí de donde vienen las mías, de mi parte humana. Mis parientes taimuki son los únicos humanos que sí tienen potencial para ejercer un dominio espaciotemporal más allá de ese 1 % con el que ya nacieron siguiendo mis pautas, mis técnicas. Pero a los dioses no les gusta que yo enseñe estas cosas a los taimuki, según dicen, porque al ser humanos, son libres, y al ser libres, los dioses no pueden controlar si ellos hacen un uso adecuado de este poder. Por tanto, me he quedado sin sujetos de prueba.

»Sin embargo, esta gente... —giró la cabeza hacia uno de los ventanales de al lado para señalar a los iris entrenando en los jardines y patios de fuera—. Son muy interesantes. Jamás llegué a imaginar que algunos humanos pudieran desarrollar esas capacidades físicas, y tienen energía suficiente para ejercer influencia e incluso dominio sobre una materia primaria o elemento. Y además, al haber dejado de ser humanos, están dentro de la jurisdicción de los dioses, por lo que seguramente estos me permitan enseñar mis técnicas a estos nuevos seres. Me gustaría mucho estudiar a estos... ¿cómo los llama, iris? Estoy pensando ya en algunas técnicas que ellos podrían poner en práctica.

—¿Como cuál? —preguntó Leander, anonadado con su invitado.

—Ahora ando con una en concreto, la telepatía y modificación de la memoria. Si ellos pudieran... —insistió con énfasis—... tener energía suficiente para manipular una pequeña porción del espacio-tiempo... sería mi primer logro personal en este mundo y una gran ayuda para su proyecto. Siguiendo con mis instrucciones y cálculos al pie de la letra, con un cuidadoso entrenamiento, podría hacer que uno de sus iris aprendiera a usar su energía para desplazar en el espacio... —hizo un gesto con sus manitas de un lado a otro—... las ondas neuronales de otra persona dentro de las suyas propias, permitiéndole escuchar en su propia mente los pensamientos de la otra persona en tiempo real. Y también podría ser capaz de desplazar las ondas neuronales que albergan la memoria hacia la zona subconsciente del cerebro, es decir, meter literalmente un recuerdo dentro de la zona no consciente del cerebro, lo que se traduciría en “borrar o sepultar un recuerdo”. Y más habilidades del estilo, ¿lo entiende?

—¿Que si lo entiendo? ¡Me va a causar usted un ataque al corazón, señor demonio! —sonrió Leander, con sus ojos dorados brillando de emoción—. ¡Empecemos ya mismo!

—No se precipite, doctor Zou —se rio Denzel ante ese juvenil ímpetu de su anfitrión—. Usted me ha dicho que no quiere hacer nada que pueda perjudicar a los iris. Que siente un gran aprecio por todos ellos y que quiere cuidar de ellos a toda costa. Recuerde: no existe don más poderoso y valioso que el de saber gestionar y respetar el tiempo. Debemos empezar poco a poco, con cuidado.

—Claro... Perdone mi fervor, pero llevo ya meses desesperado por hallar cualquier oportunidad de salvar el proyecto de mi padre, Wei. Él falleció hace nueve años, cuando yo tenía 25, y llevo desde entonces haciendo lo posible por mantener a flote todo esto. Porque cada vez vienen más personas, cada año somos más y más, y eso requiere una reorganización en todo. Sobre todo porque ahora recibimos algunos iris que provienen de otros países e incluso continentes. Al terminar su entrenamiento aquí, regresan allí a sus países, y muchos de esos países sólo disponen de un solo iris, a veces de dos o tres, para luchar contra el crimen. Podrían ser más, si pudiera yo traer aquí a más iris de esos mismos países lejanos y entrenarlos, porque nacen más de los que pueden venir.

—Lo que quiere decir es que es insostenible que por ejemplo en Italia haya solamente uno o dos iris en activo tratando de ayudar y salvar a todos los inocentes del país entero. —Leander asintió—. Y que al mismo tiempo haya más iris naciendo en Italia, sin entrenar, sin poder formar parte de esa actividad con sus escasos iris paisanos entrenados.

—Mi mente ha captado más de trescientos nacimientos en los últimos dos años. Antes de eso, he estado ingeniándomelas para traer aquí a los que captaba desde países lejanos, mandando barcos y grupos viajeros de inspección formado por monjes y otros iris, yendo yo en la mayoría de ellos. Pero por eso, me quedaba sin estos monjes e iris disponibles para seguir entrenando. Y antes nacían muchos menos iris. Es imposible...

—De acuerdo, tranquilo —lo calmó Denzel, terminándose el té de su taza, y la agitó por encima de su boca para que cayera dentro hasta la última gota. Leander no pudo evitar torcer una sonrisa, viendo que, pese a su edad real, Denzel aún realizaba algunas malas costumbres infantiles—. Yo me encargaré de traerlos aquí.

—¿Cómo?

—Viajo en espacio y tiempo, y puedo llevar conmigo cualquier tipo de materia si la toco. Cuando usted capte un iris, avíseme e infórmeme de su paradero. Para mí, un teletransporte supone un mísero segundo de tiempo. No me cuesta nada.

—¡E... Eso es estupendo! —brincó desde su silla—. Pero... ¿sabe los miles de iris que debe de haber por ahí?

—Mm... —frunció los labios, pensativo—. Le pediré a esa vieja que colabore.

—¿Quién?

—Mi tátara-tátara-tatarabuela Agatha. Yo lo resumo en "abuela". No se preocupe. No pondrá objeciones. La conozco, y sé que ayudar a una criatura de tanto Yang como usted en un proyecto tan noble la complacerá y le dará un poco de entretenimiento. Su tercer marido ha muerto hace poco y también algunos de sus hijos más ancianos del matrimonio anterior, y anda un poco deprimida. Estará de luto unos años, como siempre.

—Oh... Bueno. Estaré encantado de conocerla —procuró asimilar lo que acababa de oír con la misma normalidad con la que el niño lo había contado—. No puedo esperar a contarle todo esto a mi esposa. Amarey. Ella va a estar incluso más feliz que yo si esto sale bien. Volverá mañana al anochecer, hace dos semanas se marchó a Turquía para visitar a sus padres. Ah... espero que no le importe que mi hijo nos acompañe en todo momento de este proceso que vamos a iniciar, Denzel. Tiene 14 años y está aprendiendo todo lo que sé. Si a mí me pasara algo, solamente él podría continuar dirigiendo esto. Mi padre me explicó que los Zou sólo podemos tener un hijo con la misma capacidad que nosotros.

—Qué curioso... —murmuró Denzel—. Claro, lo entiendo, y no hay problema. Si voy a vivir siglos, necesitaré siempre a un Zou a mi lado para poder seguir implementando mis aportaciones a esta Asociación. Será más eficaz si yo enseño mis técnicas y mis conocimientos a sus monjes, para que luego ellos puedan enseñárselas a los iris. Aunque sus monjes sean humanos, usted ha podido enseñarles a despertar un potencial algo más superior y eso es fascinante. Usted será el maestro de los iris, y yo lo seré de los monjes. Me interesa que esta Asociación exista. Porque es útil. Y yo quiero invertir en cosas útiles. Sin ustedes, yo no podré hacer nada aquí.

—Y sin usted, nosotros tampoco podremos hacer nada aquí —sonrió Leander.

Ambos compartieron un rato agradable de silencio, aprovechando para rellenarse otra taza de té.

—¿Le importa si le pregunto qué es? —comentó el niño, señalando con el dedo a su derecha, donde estaba el árbol.

—Lo percibe, ¿eh? —entendió Leander, pero su sonrisa se entristeció un poco—. Mi padre lo bautizó como Árbol de Lixue. Así es como se llamaba mi madre, por eso yo a veces lo llamo Árbol Madre. Mi padre fue quien creó esta especie de planta única, poco después de que mi madre muriera, que fue un par de años antes que él. Mi padre decía que, al igual que él, que yo y que mi hijo, este árbol es un híbrido biológico-energético. Fue mi madre quien tuvo la idea de su creación. Ella quería averiguar un método para que la energía del núcleo que mi padre almacenó en una sala bajo el templo pudiera llegar a todas las tierras, a todas las viviendas de la gente que aquí habita, para proporcionales luz, calor, alimento, agua… Mi padre lo hizo realidad. Este árbol es un conducto de vida, que cuida de todos los habitantes de estas tierras. Por eso mi padre lo nombró como mi madre. Hace lo mismo que ella hizo en vida.

—No me hace falta ser vidente para saber lo hermoso que es —dijo Denzel, con la taza entre sus manos, escuchando ese tenue y agradable zumbido que emitía el árbol—. ¿Da frutos?

—Sí, da unas semillas especiales de color blanco, se parecen a las nueces. Sólo florecen en contacto físico con personas que contienen una buena cantidad de energía Yang.

—Mm… Entonces en contacto conmigo se pudrirían —se rio el niño—. El 70 % de mi cuerpo está hecho de energía Yin, al fin y al cabo. Si no, mi don no funcionaría. Por curiosidad, ¿su madre era como usted y como su padre?

—No. Mi madre era humana. Igual que lo es mi mujer. El “poder Zou”, la parte no humana que tanto mi hijo como yo poseemos, proviene de mi padre.

—Qué interesante. ¿Y su padre también la obtuvo de su propio padre? Si son ustedes un linaje antiguo de seres supremos, claramente no se ha sabido nada de ello por parte de los dioses hasta la llegada de su padre.

—Hmmm… —Leander frunció el ceño y se frotó la barbilla, reflexivo—. De niño, le pregunté a mi padre de dónde venía mi poder, de manipular todas las materias físicas naturales o elementos, transformarme en ellas, y dominar la energía Yang, y conectarme mentalmente a todos los iris… pero… por alguna razón, nunca se me ocurrió preguntarle de dónde sacó o heredó él su poder. De todas formas, él era un hombre muy reservado y callado respecto a su pasado y sus orígenes. Lo único que sé es que él venía de una familia humana. Perdió a su padre y a dos de sus hermanos en una guerra. Sólo le quedó su madre y sus dos hermanas pequeñas, que vivieron felizmente el resto de sus vidas aquí, después de que mi padre cogiera las riendas de este lugar. Mi abuela y mis tías Zou, humanas, ya murieron recientemente, de vejez.

Denzel asintió con la cabeza y le dio otro sorbo a su taza. Optó por no preguntar más cosas personales, por simple educación. Lo que más le importaba, era hacer realidad un nuevo proyecto conjunto con este poderoso y bondadoso hombre de ojos dorados.

—Entonces, ¿le interesa formar equipo conmigo? Nunca haré nada sin antes consultárselo a usted. Usted es quien manda, eso no cambiará. Yo sólo quiero ver si realmente puedo ser útil para este mundo por mi propio pie. Quiero saber... si puedo llegar a ser una persona auténtica que puede hacer cosas por decisión propia... en vez de ser un mero instrumento, como mis amos dicen. Creo que este proyecto puede darme lo que quiero. Además, usted me agrada.

—Oh... —casi rio el Zou por el inesperado comentario—. Puedo decir lo mismo —lo miró fijamente con una sonrisa halagada—. Créame. Jamás habría pensado que usted es un ser del Yin si no me lo hubiera dicho directamente. Parece que usted ha podido cambiar su propia naturaleza porque es así como usted quiere ser y actuar, ¿no? Creo que eso ya es un primer logro para ser una persona libre.

—Hm… —el pequeño Denzel dejó su taza sobre la mesa y miró hacia un lado con aire taciturno, esta vez, abriendo un poco sus tenebrosos ojos—. A veces pienso que sólo estoy persiguiendo un deseo absurdo e imposible, como cualquier niño humano iluso que sueña con volar cuando su naturaleza física dicta estrictamente lo contrario. Si nací para ser un simple instrumento de los dioses… si ellos son quienes me hicieron así… ¿cómo cambiar un ley divina? —le preguntó, con un gesto desanimado—. ¿No?

Leander lo escuchó, y se quedó pensativo, con las manos entrelazadas bajo la nariz. Entonces, miró el Árbol de Lixue ahí junto a ellos.

—¿Quiere probarlo? —se levantó de su silla y cogió del suelo, entre las raíces del árbol, una de las nueces que había ahí caídas, con unas pinzas de hierro.

—¿A qué se refiere?

—Extienda la mano.

Denzel no sabía qué estaba haciendo o qué iba a hacer, pero le intrigó, y confió. Extendió una mano hacia delante, y Leander le colocó el fruto blanco sobre ella. Denzel entendió enseguida lo que era, una de las semillas que le mencionó antes, y por un momento, contuvo la respiración, preguntándose qué pasaría. Leander observó, ahí de pie junto a él. La semilla tardó mucho en reaccionar, cuando solía ser inmediato. Sin embargo, finalmente, de ella salió un brote verde, una hoja y una pequeña flor. El niño seguía en suspense, algo nervioso, y preocupado, sin atreverse a mover la mano, sintiendo todavía el peso de la semilla en ella.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber.

Leander sonrió cálidamente. Se agachó frente a él, cogió su otra mano y la guio hacia la flor. Denzel murmuró una exclamación de asombro.

—No lo entiendo…

—Mi querida Amarey las llama Semillas de Bondad —le explicó Leander—. Porque no reaccionan a la energía física del cuerpo, sino a la energía que importa; la energía que está aquí dentro —le tocó la frente con la punta del dedo—. La energía de nuestra mente o alma. Usted tiene un cuerpo de demonio Yin para poder ejercer y manifestar físicamente su tipo de poder. Pero luego está su mente, la que decide con qué fin, con qué intención, utilizar ese poder físico. Si un demonio de cuerpo Yin ha hecho florecer una Semilla de Bondad, es porque ha cambiado su mente a una energía diferente. Y si ha cambiado la energía de su mente, significa que usted posee una mente humana, Denzel.

—¿Cómo?

—Los humanos son los únicos seres… los únicos de las tres dimensiones… que tienen la capacidad de cambiar la energía de su mente. Los Zou nacemos con Yang y siempre seremos Yang queramos o no. Los iris igual, siempre serán de mente Yang a no ser que enfermen de majin y les haga desarrollar Yin a la fuerza. Los humanos, en cambio, pueden elegir cuando quieran y todo cuanto quieran el tipo de mentalidad que desean tener. Una buena persona humana puede un día decidir empezar a hacer el mal tanto como una mala persona humana puede decidir un día hacer el bien.

—¿Por qué es eso?

—Mi padre me contó una vez que los humanos poseen el poder del cambio, y siempre lo poseerán, porque “alguien” los creó así explícitamente y mantiene esta capacidad humana protegida eternamente. Por tanto, los humanos, al contrario que los dioses, que los Zou y que los iris, y que los animales, las plantas y los elementos, son las únicas existencias de este mundo que no están atadas al equilibrio de los dioses. Son libres. Ningún dios puede manipular o modificar la mente ni la energía de un humano, ni darle órdenes. Los Dioses del Yin y del Yang solamente pueden ejercer dominio y autoridad sobre todas las cosas que están atadas a las normas de su equilibrio, sobre las energías del Yin y del Yang que no pueden variar.

Denzel se quedó callado, recapacitando sobre esas palabras. Siempre había sido un tema confuso y complicado para él, porque desde que nació, tenía arraigado en la mente que era un instrumento propiedad de los Dioses del Yin igual que Agatha. Al principio de su vida, Agatha fue eso al cien por cien. Era como una máquina autómata que cumplía órdenes, y cumplía con una mentalidad Yin además de poseer un cuerpo artificial de energía Yin. Pero un día, esta máquina sintió. Sintió hartazgo. Y muchas cosas más. Y al sentir emociones, sintió deseos. Y deseó el cambio. De este modo, Agatha cambió su naturaleza mental. Sin embargo, Denzel se preguntaba cómo pudo hacerlo, si esta sólo era una capacidad humana.

Lo que estaba claro, es que, aunque él y Agatha habían demostrado poder cambiar su mente por elección propia, seguían bajo el yugo de los dioses, quienes todavía podían ejercer perfecto control sobre ellos, revertir y modificar la energía de sus mentes si querían, y esto se lo dijo ahora a Leander.

—Entonces… —dijo el Zou, regresando a su silla para sentarse de nuevo—… parece ser que existe algo todavía dentro de ustedes fuertemente atado a los dioses y a su derecho de controlarlos. Tiene usted la mente cambiante de un humano, pero no libre. Un hilo lo ata al equilibrio.

—Un hilo inevitable —suspiró Denzel.

—Pero usted ha venido aquí a mi templo a verme, y a proponerme un proyecto de vida compartido, porque quiere averiguar qué es exactamente ese hilo que aún lo ata a los dioses, y si hay alguna manera de cortarlo, ¿no es así? Toque esa flor en su mano, Denzel. Todo comienza con un pequeño brote. Hoja a hoja, tallo a tallo… paso a paso. Y usted… tiene por delante todo el tiempo del mundo como para perder la esperanza nada más haber dado el primer brote. ¿No cree? Hahh… —suspiró con bienestar, mirando hacia los ventanales—. Debe de ser maravilloso tener una vida tan larga, con la oportunidad de hacer muchas y diversas cosas...

Denzel sonrió agradecido por sus palabras de ánimo, pensando igual que él, que era una gran suerte poder vivir tanto tiempo. Pero luego, cuando lo pensó bien, no le pareció tan maravilloso. Algún día, este Zou moriría, y él tendría que despedirse de él, de décadas de amistad con él, de muchos recuerdos con él… y después, de su hijo… y después, del hijo de este… y un día, Denzel tendría que despedirse de su propia familia, de sus propios hijos, de sus propios nietos...»


—Es sólo que está metido en un pequeño lío temporal —le explicó Yako al monje Knive, hablándole sobre lo de Denzel—. Mi Segundo al mando ha decidido que vaya yo a informar a Alvion, ya que he tenido contacto de primera mano con una persona implicada en el suceso. Pero es confidencial.

—Hm... —asintió monk Knive, y ambos comenzaron a caminar en dirección al poblado del borde del acantilado que custodiaba el comienzo del gran Puente Blanco, que conectaba con las puertas de la Ciudadela del templo en mitad del monte del otro lado del valle—. Por cierto, Señor. Me gustaría pediros que tratéis de despejar la mente y de relajaros. Liberad esa tensión y agobio, esa irritación que ahora mismo estáis intentando ocultar.

—¿Qué? —se sorprendió—. ¿Por qué lo dices? ¿Cómo lo sabes?

Knive le señaló la vegetación marchita por la que Yako había caminado, y comprendió qué quería decir. Estaba claro que no podía disimular con el mejor monje de comprensión de la mente.

—Ya… —murmuró apenado, y monk Knive le puso una mano en el hombro.

—Si no os importa… ¿podría hablar unos minutos con vos? Antes no fui del todo sincero con vos. Hay algo que debéis saber sobre Alvion.


* * * *


Media hora después, Yako ya había cruzado el kilométrico Puente Blanco sobre el gran valle y las ciudades que lo ocupaban, y llegó a las puertas de la muralla de la Ciudadela. Había venido todo el camino con la capucha de su chaqueta puesta, cabizbajo, con las manos en los bolsillos, pasando exitosamente desapercibido entre los centenares de personas que había por el puente y por la zona.

No iba a tener tanta suerte dentro de la Ciudadela, que estaba llena de monjes, iris y personal del templo. No quería arriesgarse. Sólo quería cumplir con su recado discretamente y marcharse de regreso a Tokio. Por fortuna, había un camino secreto que él se conocía desde niño, para entrar al templo sin tener que cruzar primero las calles de la Ciudadela. Y era escalando el monte por fuera de las murallas de la Ciudadela. Parte del templo estaba arquitectónicamente unido a la ladera del monte. Visualmente, la parte trasera del templo, que era más bien como un extenso palacio, parecía estar fusionado con las rocas y la tierra de la ladera.

Tras diez minutos escalando un sendero escarpado con la agilidad propia de un iris, llegó a un pequeño terreno plano detrás del templo, encerrado por un corro de maleza y rocas, que custodiaba la entrada a una cueva. Aquel era un lugar sagrado para los Zou. Decorada con un pórtico formado por tres megalitos de roca de howlita, como la del Puente Blanco, la entrada conducía al mausoleo familiar. Ahí reposaban las lápidas y las cenizas de los catorce Zou que precedían a Yako, desde Wei, y sin contar con Alvion, y todos ellos junto con las lápidas de sus respectivas esposas humanas y otros familiares cercanos de ellas.

Fuera, en el llano, entre la maleza y las rocas, asomaban aleatoriamente pequeños obeliscos de jade negro, con nombres de iris grandiosos muertos en combate grabados con letras doradas. Se ganaban el honor tener sus nombres tallados junto al mausoleo de los Zou aquellos que habían sacrificado mucho para salvar a muchos. Entre esos nombres estaban los de los abuelos maternos de Cleven. Pero lo que pocos sabían, es que se había hecho una especial excepción, y se había añadido el nombre de una humana. Debajo de los nombres de Hideki y de Emiliya, estaba el de Ekaterina.

Hasta ahora, el misterio sobre la muerte de Katya seguía irresoluto, pero lo que se sabía sin duda, es que cuando ella ofreció su vida ante los desconocidos atacantes que estaban destruyendo Tokio, ellos cumplieron y cesaron su ataque. Katya salvó a miles. Aunque no pudo hacer nada una vez que Neuval la encontró sin vida, y como consecuencia él perdió la cabeza y se convirtió en una nueva amenaza que arrasó medio Japón. Insólitamente, nadie murió. Que se supiera en un principio. Porque sí que murieron muchas personas bajo la ira de Neuval. Pero alguien las trajo de vuelta en secreto.

Yako miró un momento la entrada a la cueva, siempre iluminada con dos antorchas de fuego azul. Ahí descansaban los restos de su padre y de su madre. Lamentaba no haber podido conocer a su madre, pero no albergaba odio por su muerte, porque se la llevó una enfermedad natural humana que no se pudo curar a tiempo. En cambio, la muerte de su padre… se convirtió en iris por ella y el iris nacía de la más pura y dolorosa rabia por una inaceptable injusticia, no hacía falta decir más.

Dejó salir un suspiro incómodo y siguió su camino. El llano tenía una escalinata de piedra que descendía hacia una puerta en la parte de atrás del templo, una puerta privada, que solamente los Zou podían cruzar. Estaba tapada por una red formada por las raíces retorcidas del Árbol de Lixue. Sus raíces llegaban a todos lados, al fin y al cabo. Yako sólo tuvo que tocar el arco con su mano para que las raíces reaccionaran específicamente a su energía Zou. Entonces, Yako podía ejercer dominio sobre ellas y hacer que se apartaran con una orden mental.

Cruzó la puerta, y continuó atravesando pasadizos. En un determinado momento, salió al exterior, a un callejón entre los muros del templo. Descartó la idea de ir por dentro, porque, de nuevo, quería evitar cruzarse con iris o con el personal del templo, así que, usando las propias raíces del Árbol Madre que recorrían algunas superficies y aristas de los edificios, fue escalando veloz. Impulsándose salto a salto, siguió trepando por la torre central y más alta, y al fin llegó al balcón del despacho de Alvion.

Primero se subió al tejado, para colgar la cabeza discretamente del borde y así echar un vistazo. A través de los ventanales alargados y verticales con forma arqueada, pudo ver a Alvion ahí dentro, sentado en su enorme escritorio atestado de papeles, carpetas, mapas, tres ordenadores –de la marca Hoteitsuba, por supuesto– y algunos raros objetos más. Desde su punto de vista, Alvion estaba de lado, pero parecía estar totalmente sumergido en su trabajo, sin parar de escribir en unos papeles. Seguramente estaría recopilando los últimos datos internacionales del día, o terminando de organizar alguna misión antiterrorista para alguna RS del mundo.

Yako volvió a enderezarse sobre el tejado y respiró hondo. No sabía qué hacer. Es decir, sí sabía qué hacer, entrar e informarle sobre el caso de Denzel. Pero más allá de eso, no sabía qué más decirle, o preguntarle, o qué hacer… Podría perfectamente no hacer ni decir nada más, pero…

Monk Knive se lo había contado antes. Le había dicho la verdad sobre Alvion. Y la verdad atemorizaba a Yako.

Le pesaba encima un gran sentimiento de algo que no se ponía de acuerdo. No sabía si era una gran carga de culpa, de preocupación o de responsabilidad. Sobre todo ahora, observando desde el punto más alto de la torre todas esas tierras, ciudades y aldeas que se expandían ante él por el gran valle.

Quizá fuera por tener la cabeza llena de cosas, que al bajar del tejado y apoyar un pie sobre la barandilla de piedra, este se le resbaló y acabó dándose un tortazo en el balcón.

Alvion oyó el ruido del golpetazo y una exclamación de dolor. Dando un suspiro lleno de paciencia, se levantó de su silla, se acercó a la puerta acristalada del balcón, la abrió y regresó a su escritorio para seguir escribiendo. Yako, entonces, entró en el despacho con aire cauteloso y disimulando la vergüenza por semejante torpeza, frotándose la cabeza.

—Vaya, mmm… ¿Desde cuándo está tan pulida la barandilla? —preguntó inocentemente.

—Cierra. Está entrando frío —le dijo el anciano tranquilamente, sin levantar la mirada de sus papeles.

Yako lo hizo, y caminó un poco al interior, quitándose la capucha, mientras echaba un vistazo para comprobar el mismo despacho de siempre, con el bello y majestuoso Árbol de Lixue allá en la zona semicircular. Cerca de allí, había algunos muebles junto a la pared, mesillas, una alacena y algunas vitrinas.

Una de las vitrinas contenía objetos extraños, raros, de diferentes orígenes o culturas. Uno de ellos, era una bola de cristal, en cuyo interior, preservada en resina, había una Semilla de Bondad con un brote, una hoja y una flor. Era la misma semilla que Denzel hizo germinar hace tres siglos y medio en ese mismo despacho. Leander la conservó como un objeto valioso, y con mucho significado. Era la muestra de que un demonio Yin que debería tener naturaleza cien por cien Yin había cambiado su naturaleza mental a una cantidad de Yang mayor, porque así lo había querido. Y eso lo había logrado porque Agatha lo hizo antes que él, teniendo todavía más mérito, porque ella no tenía ni una célula de su cuerpo ni mente humanos. Supuestamente. Después de todo, lo que hace que una mente sea humana es que tenga la capacidad de cambiar o alternar sus energías Yin y Yang. Ser una buena persona durante una época, ser una mala persona durante otra… redimirse de nuevo, tomar malas decisiones otra vez después… Agatha y Denzel habían vivido en ambos lados y habían cambiado su forma de ver y de ser varias veces, como sólo las mentes humanas podían hacer. En el mundo de los iris, “mente” era sinónimo de “alma”.

Lo que contenía esa bola de cristal era una muestra de elección, libertad y cambio, y no sólo era un recordatorio para Denzel, sino también para los humanos. Cuando Cleven era pequeña, este era su objeto favorito del templo.

Sin embargo, igual que tenía un lado positivo, tenía un lado negativo, porque, igual que Denzel decidió abandonar poco a poco su instinto Yin y dejar de devorar humanos, hacer pactos con ellos para fines de beneficio mutuo y usar su don exclusivamente para sí mismo y para los dioses, podía decidir volver a recuperar estos hábitos y regresar de nuevo al lado del Yin. Por supuesto, como sucedía con todas las mentes humanas, esa decisión debía venir provocada por un motivo.

Por eso Yako estaba aquí. Y por eso su KRS estaba preocupada por Denzel. Sabían que Denzel se había sentido feliz y lleno viviendo en el lado del bien, de ayudar a los demás, de contribuir en la Asociación generosamente, de haber conocido gracias a eso el amor, haber tenido su propia familia… Pero, precisamente por haber tenido amor y felicidad, solamente bastaba con arrebatárselos, o destruirlos, para que el taimu abandonara el motivo por el que decidió ser “una buena persona”. Como le sucedería a cualquier humano. Solo que Denzel poseía un poder extremadamente peligroso que ni los Zou ni los dioses podían controlar.

—Podrías haber aprovechado a darle un baño a Sahab —le comentó Alvion.

Yako despertó de sus pensamientos y se giró hacia él. El anciano seguía escribiendo. El chico se sorprendió.

—¿Cómo sabe…? Hah… —resopló con fastidio—. Es porque me vio antes en el bosque, ¿verdad? Desde la Nube Rocosa.

—No. Es porque vienes oliendo a él.

Yako se olió los brazos. También era verdad.

—Aun así, usted sabe desde hace rato que yo había venido a las tierras. No le ha sorprendido nada verme aparecer por el balcón.

—Yako, puedo captar el Yang de iris que viven ahora mismo en la Patagonia. ¿Cómo no voy a captar el tuyo acercándose a mis fronteras?

—Mm… ya… —murmuró.

El chico volvió a ponerse a dar unas vueltas por el despacho, distrayéndose con las decoraciones, toqueteando los cuadros, cogiendo objetos de los muebles para observarlos, juguetear con ellos entre las manos… No podía evitarlo. Porque lo que monk Knive le había contado, cada minuto que pasaba, le pesaba cien gramos más.

—¿Quieres preguntarme algo? ¿Sobre la diosa Yero hablando conmigo en aquella Nube? —volvió Alvion a cortar el silencio, mientras cambiaba varios de sus papeles, y se puso otra vez a escribir en una hoja nueva.

—¿Eh? No —respondió Yako, fingiendo indiferencia, jugueteando con una reliquia de porcelana como si fuera una pelota entre sus manos—. Soy un iris. Esos temas no me incumben.

—Ah… pero sí le incumbe a un iris entrar en mi despacho por la ventana y ponerse a tocar todas mis cosas sin permiso y hacer lo que le venga en gana mientras estoy trabajando —ironizó el anciano, levantando un poco la hoja para releer los datos que había apuntado.

—Bueno, no es diferente de aquello a lo que Neuval le tiene acostumbrado —se encogió de hombros.

—Y tú quieres ser igualito que él —ironizó de nuevo—. Me alegra que al menos quieras seguir los pasos de alguien.

—Sí, seguro que usted se alegra mucho —ironizó Yako también, con un deje molesto, mientras rascaba con la uña unos restos de pintura en el marco de un cuadro.

—¿Y para eso has venido desde Tokio, sólo para alegrarme replicando las manías de tu adorado maestro?

Yako suspiró. Siempre le resultaba difícil hablar con él. Pero tenía que avanzar.

—No. He venido porque debo contarle algo muy importante.

Al oír eso, Alvion se quedó inmóvil por un segundo. Dejó la pluma sobre sus papeles y levantó por fin la cabeza hacia él. Cuando Yako se giró, vio una expresión totalmente cambiada en los ojos dorados de Alvion. El anciano seguía serio, pero su mirada tenía un brillo más dócil y atento. Ahí estaba, de nuevo, ese mismo brillo de esperanza que su abuelo manifestaba cada vez que creía que Yako le iba a decir por fin lo que llevaba veinte años esperando que le dijera.

Se sintió culpable. Se sintió fatal. Yako estaba acostumbrado a decepcionarle cuando esto sucedía. Pero, esta vez, le dolía más que nunca no decirle las palabras que su abuelo llevaba mucho tiempo esperando oír.

—Se trata de Denzel. Ha tenido lugar un suceso temporal directamente ligado con sus ocho hijos. Un salto en el tiempo accidental, pero con un causante detrás que podría tratarse de una nueva taimu. Yo he conocido a Lincoln, el mayor, lo tuve en mi casa una noche antes de llevarlo con Denzel…

Yako vio cómo el brillo en los ojos de Alvion se fue apagando poco a poco conforme le contaba eso. El anciano volvió a perder esa esperanza. Ya estaba acostumbrado.

El joven terminó de contarle todo lo que sabía sobre el tema. Alvion se quedó en silencio, con la mirada perdida en los papales de su mesa.

—Así que nos hallamos en un “nudo latente” —dijo por fin.

—Sí —respondió Yako—. Denzel por ahora quiere tratar de solucionarlo por su cuenta. Cree que sólo es un asunto cerrado entre taimu. Pero mis compañeros de la KRS y yo hemos visto necesario informarle a usted ya mismo sobre esto, porque, no tenemos pruebas, pero intuimos que este suceso podría tener relación más allá de la familia de Denzel. Y que podría afectar a más personas de las que él cree. Que podría afectar… más cosas de las que él cree —añadió con un tono más contenido.

Cuando dijo eso, Alvion dirigió la mirada hacia la vitrina del otro lado del despacho, hacia la bola de cristal que contenía aquella flor, brotada en una Semilla de Bondad. Yako sabía lo que su abuelo estaba observando. Después se miraron entre ellos, en silencio, unos segundos.

—Bien —el anciano volvió a inclinarse sobre sus papeles y se puso a escribir otra vez.

—¿Quiere… que le diga algo a Denzel de su parte?

—No. No hace falta. Así está bien. Indagaré, pero no haré nada directo si él no me lo pide. Según lo que me has contado, Denzel aún se encuentra investigando por su cuenta, así que estaré preparado por si descubre algo y necesita mi ayuda. Has hecho bien en informarme, así estaré al tanto si me llega la noticia de alguna anomalía relacionada que a Denzel se le pueda escapar.

Yako asintió.

—Puedes marcharte ya, no hace falta que sufras más. Sé que no te gusta estar por aquí —murmuró Alvion en bajo con algo de pesar.

El chico hizo un gesto dubitativo, pero no se movió. No sabía qué hacer, una parte de él quería quedarse un poco más, pues tenía la vaga necesidad de decirle algo y no sabía cómo. Disimuló su intranquilidad mirando distraídamente el despacho por quinta vez. Se acercó a la mesa de Alvion y curioseó un poco. Encontró a un lado una taza, con restos de una infusión con trozos de hoja de ortiga y arándanos. Eran sólo dos de los ingredientes de un tipo de infusión que Yako ya conocía, y no era una infusión común, sino con fines médicos. Se la había preparado el propio Yagami.

Yako disimuló que había visto la taza tomándose la libertad de robar de un cuenco cercano un puñado de almendras, y las comió desinteresadamente, mientras seguía observando cosas. Al otro lado de la mesa, reposaba, como siempre, el precioso marco que contenía la fotografía de una mujer árabe, posando felizmente en un campo de tulipanes. Lo que llamó la atención de Yako, fueron unas hojas de papel que eran distintas al resto, junto al marco. Eran más pequeñas, de un suave color verdoso y con los bordes recortados con ondulaciones. Eran unas hojas algo cursis, pero muy cucas. Al acercarse para verlas, Yako descubrió que tenían varios versos escritos en árabe, y los leyó por encima.

—¡Hala! ¿Todavía sigue escribiendo poemas de amor dedicados a la abuela Lubna? —preguntó Yako con sorpresa.

Fue a coger una de esas hojas para leer más, pero de repente Alvion se lo impidió dando un manotazo veloz sobre ellas. Le clavó una mirada enfadada a Yako, pero tenía la cara roja.

—¿En serio? —sonrió Yako con burla.

—¡Muchacho! ¿¡No tienes nada mejor que hacer!? —Alvion cogió todos esos papeles tan bonitos y los guardó en un cajón del escritorio bajo llave a toda prisa.

Yako no dijo nada. Solamente miró para otro lado, dando un suspiro apesadumbrado. Y ahí fue cuando el anciano se dio cuenta.

Jen jang… —blasfemó en coreano—. Por eso estás tan raro. ¡Monk Knive te lo ha contado! —dijo con fastidio, levantándose de su silla y dando unos pasos por el despacho.

—Bueno, habría sido una enorme falta de consideración que no me lo hubiera contado, ¿no cree? —defendió Yako.

—No, no lo creo. Viggo no debería haberte dicho nada.

—¿Por qué no?

—¡Porque eres un iris!

—¡Ah, ¿para esto sí soy un iris?! —se enfadó Yako.

—No, muchacho, ¡no entiendes! Por mucho que sea un tema privado mío y te incumba como familia, no se puede olvidar el hecho de que tienes un iris, tan real y auténtico como cualquier otro iris. Noticias así, ¡no te hacen ningún bien!

—Mi iris está perfectamente sano, ¡no va a desestabilizarse o a desarrollar algo malo por saber algo así! Corro al menos con esa ventaja. Mi iris nunca fue gris, nada más nacer ya era una energía Yang completa, porque al no poseer ni una mota de Yin como los humanos, mi iris sólo podía abrazar la única energía que contengo.

—No hablo de que tu iris se desestabilice o se vuelva peligroso —farfulló el anciano, parándose frente al Árbol de Lixue, dándole la espalda.

Yako lo vio agachar la cabeza y frotarse los ojos con agotamiento.

—Alvion…

—Todo está bajo control —le interrumpió—. No hay nada de lo que debas preocuparte más allá de tu deber como iris. Está todo preparado. ¿De acuerdo? No va a ser lo mismo… pero podrá seguir funcionando. De algún modo —murmuró.

Se quedaron en silencio un rato. Finalmente, Alvion se calmó y regresó a su mesa.

—Vamos, muchacho, vuelve a casa. Se está haciendo tarde y mañana tienes clase en la universidad.

Yako ya no tenía más que hacer ahí. Había cumplido su recado, y aun así sentía que no había cumplido nada, que todavía había algo que hacer, algo que quedaba sin concluir, sin solucionar. Una vez más, el elefante en la habitación permaneció en la habitación. Yako se marchó de regreso a Tokio.


Una hora y media antes...

«—Alvion a veces puede llegar a ser duro con la gente —le dijo monk Knive cuando estaban paseando antes por el bosque—. A veces puede decir cosas que hacen daño. Pero, al final, todos acaban entendiendo por qué. Porque luego descubren, se dan cuenta, abren los ojos hacia aquello que antes no veían. Él lo intenta, porque sólo quiere que el mundo deje de tener miedo a la verdad.

—¿Qué verdad? —preguntó Yako.

—La que cada uno encierra dentro —respondió el monje—. Seres de puro Yin, seres de puro Yang, seres de mezcla de Yin y Yang… no importa. Todos tenemos monstruos internos, espinas clavadas, fantasmas del pasado que nos persiguen. Nadie está por encima de los errores, de los remordimientos, de la rabia y la tristeza, ni de soñar con cosas imposibles. Ni siquiera Alvion.

—Ya. Nadie es perfecto, y todo eso que se suele decir para consolarnos —dijo Yako, encogiéndose de hombros con fingido aire indiferente—. Y en cambio, él espera que yo lo sea.

—No es eso lo que Alvion espera de vos.

—Pues lleva casi veinte años dándome esa impresión.

—Porque todavía no queréis ver. Porque todavía tenéis miedo.

Yako se detuvo de golpe. No ocultó lo molesto que se sentía, mirando al monje sin sonrisa alguna. Pero monk Knive era un experto en su trabajo y mantuvo su calma de siempre.

—Ya veo. Como Alvion está “pachucho”, me das tú el sermón de siempre de su parte.

—Yako… —intentó hablarle el monje.

Sin embargo, el ojo iris de Yako brilló unos segundos de su luz verde claro y de repente recuperó la calma, y volvió a mostrar su habitual sonrisa cálida y encantadora. Siguió caminando sin más.

Monk Knive lo observó en silencio, suspirando un poco, y fue con él.

—Es de gran importancia que me escuchéis, Señor.

—Quizá cuando dejes de llamarme de esa forma —siguió sonriendo.

—No estoy conversando ahora con vos por petición de Alvion. De hecho, él no querría que yo ahora esté hablando con vos. Mas me veo obligado a desobedecer por una vez, e intervenir en el destino.

—¿De qué hablas? —frunció el ceño.

—¿Hasta qué punto os molesta que Alvion saque fuera vuestros problemas personales delante de vuestros amigos?

—Heh, ¡bastante! Me parece algo muy infantil de su parte, la verdad. Y sé perfectamente por qué lo hace.

—¿Por qué lo hace?

—Pues para fastidiarme, por supuesto.

—¿De verdad creéis eso?

—Sí —contestó Yako tajantemente, parándose delante de él.

—¿Tanto os costaría ser honesto conmigo?

La mirada de Yako se ensombreció en un instante. Todo el malestar y el agobio y otras cosas insanas que llevaba acumulando desde que aterrizó el jet hasta ahora empezaron a revolverse dentro de él. Y el monje Knive continuó en total calma.

—Alvion no lleva manteniendo la esperanza en vos durante 18 años porque no le quede más remedio o porque vos seáis el único recurso que queda, sino porque nunca ha dejado de creer en vos.

—¿De creer en mí? Soy una decepción para él, Viggo. Y todo porque no quise hacer lo que él quería que hiciera.

—Lo que me sorprende, no es ver lo equivocado que estáis, sino ver que vos sabéis lo equivocado que estáis y aun así insistir en engañaros a vos mismo.

—No me engaño —replicó Yako, cada vez más alterado.

—Alvion respetó la decisión que tomasteis de niño de llevar la vida de un iris más, ¿recordáis? Y estuvo algunos años sin deciros nada. Pero entonces, Alvion comenzó a observaros, cómo desempeñabais vuestro trabajo como iris, y comenzó a ver el auténtico potencial que poseéis dentro. Que poseéis más potencial del que vos queréis reconocer. Y por eso sus insistentes comentarios que tanto os molestan, su insistente intento de persuadiros. Sois de todo menos una decepción para él, Yako. El único pesar que guarda en su corazón es ver que aún sois presa del miedo y del dolor, que os impiden abrazar vuestra verdad interior.

Los ojos de Yako habían empezado a humedecerse, a pesar de su mirada todavía fría y severa.

—No es cierto… —murmuró.

—No os miento. Y como Zou, obviamente lo sabéis.

—No quiero seguir hablando de esto —volvió a echar a andar, a zancadas.

—Cuánto de ese miedo y de ese dolor menguaría, si reconocierais que Alvion siente por vos un amor tan inmenso como el que vos sentís por él —dijo sin moverse de donde estaba.

—Heh… ¿que yo le quiero? —se rio Yako con sarcasmo, retrocediendo y volviendo a donde estaba el monje, y entornó los ojos cada vez más irritado—. No le necesito como tú piensas, monk. Para mí él no es nadie, igual que para él yo no soy nadie.

—No os creo —insistió.

—Pues me da igual que no me creas —Yako empezó a elevar su tono de voz—. No quiero seguir hablando de esto, Viggo. Las cosas cambiaron hace muchos años y seguirán así.

—¿Eso es lo que pensáis? —dijo una vez más.

—Por favor, basta.

—¿Es lo que pensáis de verdad o no?

—¡¡Sí!! ¡¡Es lo que pienso y lo que es!!

Yako terminó estallando por primera vez en años. Y su voz sonó diferente. Se volvió grave, potente y casi distorsionada como el rugido de un trueno. Incluso la expresión de su cara se transformó en un semblante terrorífico.

—¿¡Quieres saber lo que en realidad siento hacia él!? ¡Odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio desde que mi padre murió! ¡Debió morir él, y no mi padre! ¡Mi padre al menos me quería! ¡Y ni siquiera puedo vengarle, ni siquiera pude verle la cara a quien me lo arrebató!

El monje tuvo que protegerse los ojos con el brazo cuando los de Yako brillaron como dos cegadores soles dorados por un breve instante. En ese momento, el aire, la tierra, todo a su alrededor producía una extraña y poderosa vibración que emanaba de la energía del cuerpo de Yako, como si el mundo estuviese temblando de miedo ante un poder divino y estuviera a punto de quebrarse.

Yako se dio cuenta y trató de calmarse enseguida, respirando hondo varias veces. Se apoyó sobre sus rodillas. Si no se calmaba, podría acabar destruyendo todo el bosque con un simple pestañeo, o incluso toda China.

Monk Knive volvió a bajar el brazo tranquilamente. Dejó que Yako terminara de sosegarse. Claramente llevaba mucho tiempo sin desahogarse de aquella manera. El chico dejó salir un sollozo, pero enseguida respiró hondo una vez más, enderezándose, mirando al cielo. Y dejó salir el aire más calmado, despacio. Después se quedó callado, cabizbajo.

—Alvion se muere —le confesó monk Knive por fin.

Yako levantó la cabeza de golpe, desconcertado y horrorizado ante esas palabras.

—No se ha levantado pachucho hoy. Esta mañana ha sufrido un ataque al corazón. Ya es el segundo este año. Pero esta vez, los monjes médicos han tardado el doble en reanimarlo, cuatro minutos.

—¿El… segundo…? —musitó Yako.

—Simplemente, se acerca su hora. Su cuerpo ya está en el límite de vuestra longevidad media, los 110 años.

Yako volvió a descender la mirada poco a poco, conforme iba asimilando la noticia.

—Por eso… la diosa Yero estaba ahí…

—Yero simplemente vino a comprobar qué tal se encontraba Alvion —asintió monk Knive—. A informarse de su estado. Y a preguntarle qué pasaría.

—Con la Asociación —entendió Yako, alicaído.

—Pero Alvion le ha explicado que todo seguirá en marcha. Los Monjes del Consejo ya tenemos instrucciones. La sede de la Asociación seguirá operando, bajo nuestra dirección y la de Denzel. Con un poco más de cooperación entre todos y un poco más de esfuerzo, la Asociación se mantendrá activa.

—Pero… los iris… —balbució Yako, mirando para los lados, consternado—. Los iris necesitan… el nivel de actividad no será el mismo, y… El núcleo de energía… El Árbol Madre… estas tierras…

Yako no era capaz de ordenar sus palabras porque su mente ahora estaba hecha un lío.

—Me temo que eso es sólo un asunto entre vos y vuestros pensamientos. Sólo lo sabemos algunos monjes. Alvion nos ordenó, después de recuperarse, que no se lo dijésemos a nadie más. Mas me parecía inconcebible ocultaros una noticia así acerca de, no vuestro Señor, sino de vuestro abuelo. Ahora, Alvion se encuentra bien, como si nada hubiese pasado, pero la probabilidad de que tenga más achaques, de ahora en adelante ha aumentado. Su hora se está acercando, poco a poco, lentamente.

Yako seguía cabizbajo. Ya no tenía fuerzas para decir nada. Sólo quería pensar.

—Siento que hayamos tenido esta conversación, Señor —continuó monk Knive, quitándose el sombrero y echándose el cabello hacia atrás—. Os dejo tranquilo para que vayáis al despacho de Alvion ahora y terminéis de realizar vuestro recado. Lamento haberos alterado y hecho pasar un mal rato. Espero que comprendáis por qué lo he hecho. No es sólo por la Asociación. También por vos.»





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