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2º LIBRO - Pasado y Presente









18.
Amor y odio a primera vista

«Al llegar al último piso y salir del ascensor, Neuval respiró hondo cuando se pararon frente a una de las puertas del rellano. Lao la abrió con la llave y…

—¡Bienvenidooo! —exclamaron dos voces llenas de júbilo.

Neuval se dio un susto de muerte, en medio del salón brincaron una mujer y un niño, sujetando una pancarta larga donde habían pintado de colores “Bienvenue” en francés. Y había algunos globos de colores pegados al techo. También, sobre la mesa del comedor, había una tarta, y paquetes envueltos en papel de regalo, que eran juguetes y ropa.

La mujer era un poco bajita, y tenía un cabello negro muy largo y muy liso que brillaba igual que sus ojos negros cándidos y sus labios rosados. Se había puesto un vestido veraniego blanco y muy bonito. El niño que estaba con ella era muy parecido a Lao. Tenía el pelo muy corto, y una complexión fortachona aun con 10 años. Neuval nunca había visto unas sonrisas tan grandes y radiantes aparte de la de Monique.

—Uy… —Ming Jie miró confusa a su marido—. Creía que venías con Neuval, cariño.

—¿Dónde está? —preguntó Sai.

—¿Qué decís? Pero si está justo aq-… —cuando Lao bajó la mirada, Neuval había desaparecido—. ¡Ah!

Al parecer había sido tan rápido que ni a Ming Jie ni a Sai les dio tiempo de verlo. Lao volvió a salir por la puerta y se asomó afuera, al pasillo del rellano, y lo vio ahí pegado a la pared, pálido y tenso.

—¡No me seas cobarde! —exclamó, cogiéndolo de un brazo y tirando de él—. ¡Ven aquí, patán!

—¡No! —se resistió Neuval, agarrándose al marco de la puerta—. ¡Creo que he cambiado de idea! ¡Yo no encajo aquí! ¡Son personas demasiado buenas, voy a estropearlas, mi lugar está en la basura con los gatos!

—¡Ven aquíii! —hizo fuerza, apretando los dientes.

Ming Jie y Sai se quedaron atónitos con la escena, viendo a Lao agarrando las piernas de ese niño mientras este se aferraba con las manos al marco de la puerta, pegando voces en francés. Al final, Lao lo cogió en brazos, logrando soltarlo, y se volvió hacia los otros dos.

—Ay... —jadeó el hombre, exhausto—. Ming, Sai, os presento a Neuval... ay...

—¡Míralo! —saltó la mujer con ojos de asombro, llevándose las manos a los labios—. ¡Qué adorable y guapo es!

—¡Por fin está aquí! —celebró Sai.

Neuval se puso más tenso, ya incapaz de escaparse al estar colgado de los brazos de Lao y mirando sin pestañear a esa mujer que ahora mismo se le estaba acercando.

—¡Menudos ojos! —le sonrió ella con emoción, pero procuró no atosigarlo y evitó la tentación de abrazarlo así sin más, de sostenerle las mejillas, coger sus manos o acariciar su cabeza, pues ella era muy cariñosa y Lao ya le había dicho que Neuval necesitaba ir poco a poco con los gestos de cariño. Comenzó a hablarle en francés—. Hola, un placer conocer al final, Neuval. Mi francés… no perfecto. Puedes decir mis errores, y me enseñas, por mejorar mi francés. Me llamo Ming Jie. Puedes llamar Ming. Y… bueno… quizá un día… si tú quieres… puedes llamar “mamá”… ¡Bu-bueno! —agitó las manos de repente con apuro—. Yo sé esa muy importante palabra… usarla puede ser a ti difícil… porque ahora yo soy desconocida a ti, y yo no merecer ese título muy importante… Pero prometo a ti me esforzaré, y merecerme ese título a tus ojos… espero… algún día… y… —respiró un poco, sin saber cómo continuar, parecía incluso más nerviosa que él—. Perdón, no me paro de hablar… Soy muy emocionada. Deseaba conocer a ti tanto…

Neuval había estado mudo todo ese rato en que ella no había parado de hablar. Se le había quedado cara de bobo mirándola, y estaba rojo. No sabía si era por la sonrisa tan cálida de esa mujer, o su tierna torpeza al hablarle tan rápido en un francés con algunos errores, o por verla más nerviosa que él mismo, pero se quedó absorto con ella. Y además de eso, sintió que sus propios nervios desaparecían. ¿Qué era esa sensación? ¿Qué tenía esa mujer que le calmaba tanto, que le hacía sentirse tan arropado de la nada?

—Oh, no… —se alarmó Ming Jie, y se tapó la cara con vergüenza—. Mi francés está peor de lo que imaginaba, seguro que he sonado ridícula, ¡no me ha entendido ni una palabra!

—¡Hahaha…! —se rio su marido con ganas—. Ming, tranquila, tu francés ha estado bastante bien. Te ha entendido, créeme. Lo que pasa es que le has conmovido por dentro y eso es extraño para él.

—¿Le he conmovido?

—Neu. ¿Quieres decirle algo a Ming? —le preguntó entonces Lao, volviendo a dejarlo en el suelo.

Neuval volvió con ese gesto de retorcerse la camiseta con las manos, sin apartar la mirada boba de Ming Jie.

—Yo también lo haré —le dijo, tímido.

—Oh… ¿El qué, cielo? —sonrió ella.

—Me esforzaré… lo que haga falta… para ganarme el título de “hijo”. Y… tu francés… suena muy bonito.

Ming Jie le brillaron los ojos con tanto candor que estuvo a punto de rodearlo con sus brazos y estrujarlo y morirse de amor. Pero no lo hizo, sabía que esta situación para él no era tan fácil como lo era para ella, y era mejor ir poco a poco.

—Sai, vamos, acércate, te toca presentarte —lo apremió su padre.

Sai se acercó corriendo al instante, se había estado conteniendo, estaba igual de emocionado que su madre. Se paró delante de él, sonriente.

—¡Llevas puesta mi camiseta! —lo señaló—. ¡Se la di a papá para que te la diera a ti!

Neuval se quedó algo confuso. Como habló en chino, solamente entendió la palabra “camiseta” y recordó que estaba llevando esa prenda que Lao le había dado al salir de la clínica. Pensó que Sai le estaba diciendo que era suya y que la quería de vuelta. Fue a quitársela.

—¡Oh, no, no, no! —lo detuvo Sai, riéndose—. No quiero tú regreso a mí. Mi francés muy malo. La camisa, para ti —se ayudó de gestos—. Está muy bien, tamaño perfecta. Poco pequeña para mí. Perfecta para ti. ¡Regalo!

—Oh… —entendió Neuval, y sonrió tímido—. Gracias. Te la pagaré.

—¡Neuval, por lo que más quieras, capaz eres de decirle a Dios que le pagarás por el aire que respiras! —le reprochó Lao una vez más—. Te ha dicho que es un regalo.

—¡Yo debería hacerle otro! —se preocupó Neuval.

—No hace falta, Neu, por favor, ¡que vienes de las calles!

—Bueno, ahora no tengo nada, pero cuando lo tenga —volvió a mirar a Sai—, yo también te regalaré algo. Un día ganaré dinero, y compraré algo y te lo regalaré.

Sai se rio.

—Sólo si tú lo deseases —le respondió—. Lo deseas… —dudó un poco si lo había dicho bien—. Lo desea… ses…

Sai empezó a poner caras raras y muy graciosas y a decir el verbo de varias formas cada vez más erróneas. Y sucedió algo que dejó a Lao desconcertado, las caras de Sai le arrancaron una carcajada a Neuval. Luego Sai también se rio. Lao estaba asombrado porque, como iris, y sabiendo lo machacada que estaba la mente de Neuval, sabía identificar una carcajada genuina y natural, de la más inocente diversión que un niño podía expresar. Y entonces estuvo convencido. Sai y él iban a ser muy buenos hermanos.

—Hijo, enséñale su habitación. Y déjale que duerma en la cama que quiera.

—¡Sí! —exclamó Sai.

A Neuval no le dio tiempo de decir ni de hacer nada, pues Sai lo agarró de un brazo y se lo llevó corriendo por la puerta del pasillo a su habitación. Ming Jie se llevó una mano al pecho. Sus ojos estaban húmedos. Lao la rodeó con un brazo.

—¿Estás bien?

Ming Jie asintió con la cabeza, reprimiendo un sollozo de alegría.

—La monje Liu tendrá preparado mañana el papeleo de la adopción —le dijo Lao—. Se encargará de falsificar los datos necesarios para que la adopción sea “legal”. Su padre biológico, por lo visto, está en prisión. Y las autoridades francesas ya dejaron de investigar la desaparición de Neuval hace varios meses. Estando aquí en la otra punta del mundo, no necesitará cambiar de nombre ni nada. Sus padres biológicos no podrán encontrar a Neuval nunca. No podrán volver a hacerle daño.

—Lo protegeremos a toda costa —asintió Ming Jie—. ¿Has visto cómo se ha puesto Sai? El pobre, llevando años queriendo tener un hermano. Desde que me curé de ese cáncer y me quedé estéril siempre estuve rezando por volver a ser bendecidos. Qué bien que lo encontraste, Lian, es un muchacho muy especial. Ahora tiene un hogar. ¿Crees que está contento? Parecía un poco cohibido.

—Le cuesta expresar lo que siente porque lo han traicionado miles de veces desde que nació. Pero yo puedo verlo con claridad. Neuval contiene una gran emoción de felicidad, de alivio y de paz, probablemente por primera vez en muchos años. No está acostumbrado a sentirse así y lo está procesando. Está asustado, porque sabe que hará cosas mal, sabe que cometerá errores, que nos causará problemas, disgustos y preocupaciones…

—Pero claro que lo hará, es un niño, todos hemos causado problemas y cometido errores de niños. Es lo normal…

—Y eso es lo que le tuve que explicar para que lo entendiera. Le dije que eso no nos iba a sorprender, que, de hecho, lo esperábamos. Y que cuando sucediese algo así, lo hablaríamos, lo trataríamos y lo solucionaríamos como familia. Y por eso ha aceptado darse a sí mismo esta oportunidad. Está aquí porque quiere.

Ming Jie sonrió y se resguardó entre los enormes brazos de su marido, cerrando los ojos con bienestar.

—Tengo amor de sobra para dos niños maravillosos.

—Eres la mejor del mundo —susurró él.

En el pasillo, Neuval se detuvo en la puerta de la habitación de Sai, una estancia muy amplia con una litera al frente, en mitad, y a ambos lados de esta unas estanterías, dos armarios, dos escritorios, pegados a una larga ventana que recorría toda la pared de enfrente. Uno de los escritorios era usado para las tareas escolares, y en el otro había una máquina de escribir, unos lienzos, pinturas y unos pinceles. Para Neuval, todo aquello era muy lujoso.

—¿Dónde? —le preguntó Sai, señalándole la litera.

Neuval la miró dubitativo.

—¿Dónde duermes tú? —preguntó, ayudándose de gestos por si acaso.

—En bajo. Pero eliges puedes.

Neuval sonrió y escogió la cama de arriba. No estaban exactamente una encima de la otra. La de abajo sólo tenía encima la de arriba hasta la mitad, como escalonadas, y no eran de barrotes, sino construidas en una estructura de madera, con cajones incorporados, muy moderna.

—¿Cómo se dice? —quiso saber—. “Cama”.

—Se decir chuáng.

Shuang... —repitió con su pronunciación francesa.

—Todo tú necesitas pides mí, ¿es bien? —sonrió Sai, y Neuval asintió—. ¿Mes cumpleaños?

—Eh… Agosto. ¿Por qué?

—Ah, es ocho mes. Yo mes cumpleaños mayo, es cinco mes. Yo, a tú, llamo dìdì —le explicó una de las costumbres de allí—. Es "menor hermano". Tú, a yo, llames gege, es "mayor hermano".

—Ah… —entendió—. Ye... gugue... —trató de pronunciar.

Gege —le corrigió, casi riendo.

Neuval intentó repetirlo, pero se hizo un lío y acabaron riéndose. No obstante, después Neuval dejó de reír y adoptó una expresión preocupada, agachando la cabeza. Sai se acercó un paso a él al percatarse, y le hizo un gesto interrogante, pensando que se encontraba mal.

—¿Duele tripa?

—Eh... no —murmuró Neuval, rascándose un brazo, retraído—. Es que... Eres muy amable conmigo ahora. Y… yo a veces no soy tan bueno. ¿Y si soy un mal hermano para ti? ¿Y si... no te gusto en un futuro?

Sai se quedó callado un rato, recapacitando sobre esas palabras, tratando de repasarlas en su cabeza para entenderlas poco a poco con el escaso francés que sabía. Entonces, le posó una mano en el hombro.

—Si tú tendrás cosas malas. Está bien. No problema nunca —le sonrió—. Haces mal cosas, haces mal a mí… no problema. No importante. Yo siempre… ayudo a tú. Con tú... eh… contigo... yo siempre estoy. Te quereré y te cuidaré.

Neuval lo miró con asombro por esa respuesta. ¿De verdad existían personas en el mundo con el mismo buen corazón que tenía su hermana? ¿Por qué eran tan pocas? Quizá por eso eran tan valiosas. Ese niño de ahí lo miraba y le hablaba igual que Monique solía hacerlo. Lo aceptaba pese a la advertencia, y lo decía muy en serio. Neuval supo en ese momento que jamás haría nada que perjudicase a Sai.»


Seis años después de que Neuval fuera adoptado por la familia Lao...

«En los vestuarios del instituto masculino se estaban duchando los chicos después de su clase de gimnasia. Sai salió de las duchas, cubriéndose con una toalla desde la cintura y se dirigió a las taquillas para vestirse. Se metió por otro pasillo y se encontró con otros chicos cambiándose y a Neuval sentado en el banquito al lado de su taquilla, aparentemente serio y concentrado en la lectura de su libro de Matemáticas avanzadas. Él ya estaba vestido, como siempre, el primero de todos.

—Oye, dìdì, me han dicho que hoy vienen las estudiantes del internado Pàn Tóu a visitar el instituto —le comentó mientras sacaba su ropa de la taquilla.

—Sí, es que la gobernanta del Pàn Tóu es una vieja conocida del director —le explicó Neuval, sin levantar la mirada de su lectura—. Han venido a este distrito para visitar el museo de arte, y de paso vienen aquí, por capricho de la gobernanta de ver al dire.

—¿Cómo sabes tanto de eso? —se sorprendió Sai, pero cuando Neuval fue a abrir la boca para contestar, Sai lo frenó—. Espera, calla, no me lo digas. Acabo de acordarme de que todas las chicas del Pàn Tóu te conocen muy bien y que además la gobernanta te puso una orden de alejamiento.

—Esa vieja es una exagerada, ¿es un delito que me interese conocer a sus estudiantes y charlar con ellas? Hacer contactos y obtener información es lo que hace cualquier iris.

—No, pero es que “charlar” y “obtener información” no es lo único que haces con ellas —ironizó—. Cada vez que voy allí a recoger a Suzu, todas siempre me preguntan por ti entre suspiros. En fin… Qué bien que van a venir, en ese caso quizá pueda ver a Suzu —sonrió Sai como un bobo—. Por cierto, ¿cómo os va a vosotros?

Neuval levantó la vista un momento hacia su hermano, pero luego la volvió a bajar.

—Mm… —murmuró—. No sé, gege. Últimamente no está yendo muy bien la cosa.

—¿Por qué? —se sorprendió Sai.

—Hace poco llegó el día que tanto me temía. Yénova quiere que nuestra relación se haga seria y oficial. Que seamos novios formales y esas cosas.

—Y… ¿tú no quieres?

—Joder, no, ¿desde cuándo quiero una relación formal con alguien? Yo ya le dije a Yénova cuando empezamos hace dos años que yo no quería una relación así, y ella aceptó que fuésemos una pareja libre. Yo he salido con otras, y ella ha salido con otros, pero entre nosotros dos siempre existía esa conexión especial, y me gustaba tener eso con ella… Pero ahora, de repente, quiere que seamos una pareja cerrada. Ha dejado de ver a otros chicos y quiere que yo haga lo mismo. Y se cabrea conmigo porque me niego. Así que… —suspiró pacientemente, pasando a la siguiente página de su libro, todavía leyéndolo—… no puedo corresponderla. Y si ella no cambia de opinión, no tendrá más remedio que cortar conmigo. Porque yo no pienso cambiar la mía. ¿Ah? Esta ecuación diferencial es errónea —dijo de repente, extrañado, cerró el libro y miró la portada y el lomo—. ¿Quién ha escrito esto?

—¿Seguramente un catedrático universitario de gran prestigio? Ese libro te costó muy caro.

—Tendré que hablar con ese catedrático y enseñarle cómo se calculan las derivadas parciales —Neuval dejó el libro a un lado—. Total. Yo sólo quiero divertirme libremente, y hay muuuchas chicas en esta ciudad que todavía no he tenido el placer de conocer —sonrió perverso, y se puso a mordisquear el cordón de su capucha.

—Eres todo un donjuán —le dijo Sai con sarcasmo—. Pero Neu… mm… —pensó cómo preguntárselo—. Siento que haya pasado esto… ¿Estás bien?

—¿Por qué no voy a estarlo?

—Has tenido una relación abierta con Yénova, pero sé que con ella siempre has tenido más conexión que con nadie. Tú mismo lo has dicho antes. No la quieres como para ser el amor de tu vida, pero… no es ningún secreto que ella te importa mucho.

Neuval miró hacia el suelo, y se encogió de hombros, sin decir nada. Quería seguir mostrando que se resignaba a aceptar la situación, pero Sai sabía que este cambio con Yénova le afectaba.

—Es mejor así —murmuró Neuval, cruzándose de brazos con aire impasible, mordisqueando sin parar el cordón de su capucha—. Dos años con ella ya es mucho tiempo. Estará mejor si se aleja de alguien como yo…

—¿Eh? —preguntó Sai, pues no consiguió oírlo.

—¿En qué año planeas terminar de vestirte? —protestó, volviendo a levantar la cabeza—. El aire aquí dentro apesta.

—Pues cámbialo. ¿No podías hacer eso de inhalar un gas y expulsar de tus pulmones otro gas distinto?

—¿Qué soy, una depuradora?

—Entre otras cosas —sonrió Sai, sacando su ropa de su taquilla.

—El problema aquí no es que nos envuelva un gas natural tóxico que yo pueda transformar en otro tipo de gas no tóxico. El problema aquí es que nos envuelve aire normal, pero cargado de las malolientes partículas de sudor ¡porque el puerco de Peng no se lava nunca! —exclamó a propósito, pues el susodicho estaba pasando justo delante de ellos todavía con la ropa de deporte puesta, yendo directo a su taquilla cambiarse.

—¡Cállate, Lao! —le encaró este, que era un chico larguirucho con cara de malas pulgas.

—¡Dúchate por una vez, Peng, que me toca sentarme a tu lado en Lengua! —le espetó Neuval.

—¿¡Quieres pelea, blancucho europeo!? —se enfadó.

—¡Creía que nunca lo pedirías! —se levantó Neuval de un brinco, exaltado de entusiasmo.

—Eeeh, ni hablar —Sai se puso entre los dos—. Peng, por favor, vete a ducharte. A nadie le importa que tengas una enorme mancha de nacimiento en la cadera, y si alguien te dice algo ya se las verá conmigo —le señaló hacia las duchas con tanta autoridad que Peng lo hizo sin rechistar—. Y tú, hermanito, deja ya de buscar pelea con todo el que te cruzas, ¡hasta con el panadero! Y para ya de morder esto —le quitó el cordón de la capucha de la boca—. Por favor, no me digas que estás otra vez consumiendo esas sustancias malas —susurró preocupado.

—Precisamente porque llevo un tiempo sin tomar nada estoy con los tics de la abstinencia —Neuval volvió a llevarse el cordón a los dientes, se apartó de él y volvió a sentarse en el banquito con su libro—. Pero tranquilo, que pronto conseguiré más “caramelos” y estaré más calmadito.

—Oh, vamos, Neu… —protestó Sai con cierta decepción—. Creía que ya habías dejado esas sustancias raras. No son buenas para ti.

—No me perjudican la salud, soy un iris —dijo impasible, pasando otra hoja de su libro.

—No, pero te hacen comportarte de una forma extraña —insistió su hermano—. Hacen que no seas tú.

—Esa es la idea.

—Neu, me preocupa que…

—Basta, Sai. Tengo mis razones —le interrumpió con un tono sombrío, pero no levantó la vista de su libro—. Ya lo hemos hablado muchas veces. Ya te dije que tengo problemas que me cuesta controlar, y te pedí que me dejaras lidiar con ello solo. No quiero que te inmiscuyas en esta parte de mí, ni que te preocupes, ¿vale?

Sai suspiró amargamente, pero no dijo nada más. Confió en que su hermano sabía lo que hacía. Ya había conocido que Neuval tenía algunos vicios que por alguna razón se desvivía por saciar, vicios malos, necesidades inapropiadas, que por lo visto su iris no era capaz de controlar porque ya formaban parte de él incluso antes del trauma de la muerte de su hermana y de convertirse en iris. Neuval siempre sospechó que este lado corrupto de él nunca tuvo nada que ver con el iris ni con el majin, sino con algo más anterior; que su sangre estaba maldita, y por eso procuraba alejar a Sai, y a todos, de ese lado suyo que tanto odiaba pero que no podía evitar. Lo de consumir drogas, por tanto, en su caso no era por simple acto de rebeldía, de estupidez o de capricho, sino una forma parcialmente eficaz de sobrevivir a su propia mente atormentada y de callar las voces diabólicas que le pedían “liberar las alas negras”.

—Bueno —dijo Sai, recuperando el buen humor para animar a su hermano—. Espero que Yénova y tú no acabéis muy mal. Por lo que he oído, ella está a punto de licenciarse como monje de armas, así que estará más centrada en eso. No os dejaréis de hablar para siempre ni nada de eso, ¿verdad?

—Espero que no —respondió Neuval—. Quizá ella acabe odiándome o guardándome rencor por no querer lo mismo que ella quiere. Pero no me importa. Aunque yo no quiera ser su pareja formal y oficial, Yénova seguirá siendo una persona muy importante para mí. Así que no pasa nada si ella ya no quiere hablarme, yo seguiré estando ahí si alguna vez me necesita.

Sai asintió, conforme. Puede que su hermano no fuera un chico del todo correcto o decente con las chicas, pero sí era alguien que sabía la importancia de valorar a quienes quería.

Cuando Sai se secó entero al fin, dejó la toalla a un lado y fue a ponerse los calzoncillos, Neuval lo miró por el rabillo del ojo y se alejó de él un poco con disimulo.

—¿Qué pasa? —se extrañó Sai.

—No, nada... —se encogió de hombros, volviendo con su lectura, y se alejó un poco más cuando Sai se puso la prenda.

—¿Por qué huyes de mí? —desconfió Sai, entornando los ojos.

—No, por nada, nada... —volvió a encogerse de hombros.

—No me gusta cómo lo dices... ¿Qué has hecho esta v-...? ¡Ah! ¡Aaah, la madre que...! —gritó, empezando a brincar como un loco, llevándose las manos a la entrepierna.

—¡Jajajaja...!

Neuval se tiró por los suelos llorando de la risa. A los pocos segundos, los demás chicos se acercaron a ver qué pasaba, sorprendidos por los alaridos que pegaba Sai, que ya estaba dándose golpes contra las taquillas y corriendo de un lado a otro.

—¡Jajaja, son los Lao otra vez! —carcajearon los chicos.

Sai dio un traspié del pavor que tenía encima, y al caer al suelo se quitó los calzoncillos y los tiró muy lejos, pero los efectos de la planta de ortiga aún seguían torturándole las partes nobles. Descartando la idea de ir a las duchas, puesto que soltaban agua caliente y ardiendo ya tenía otra cosa, salió pitando de los vestuarios para ir a los baños pequeños completamente desnudo, tapándose con las manos y dando más gritos de sufrimiento.

Neuval se puso en pie con dificultad por el ataque de risa y fue tras sus pasos. Al adentrarse en los pasillos, siguiendo los gritos de su hermano, lo vio a punto de doblar una esquina, pero justo ahí aparecieron cincuenta chicas de uniforme y porte educado tras una vieja con cara de pasa.

—¡Uaaah! —chillaron las chicas, escandalizadas, tapándose los ojos.

La gobernanta del internado femenino se llevó una mano al pecho, asustada e indignada, y no pudo poner orden, pues sus alumnas habían montado un buen alboroto. Sai, por su parte, estaba paralizado frente a todas ellas, más pálido que un folio y sin saber a dónde ir, pues pronto empezaron a salir chicos de las aulas para ver a qué venía tanto chillido. Lo que sí hizo fue coger una papelera del suelo y taparse con ella, y entonces vio ahí plantada a Suzu, observándolo con la mandíbula abierta de par en par. Ahí Neuval cayó muerto al suelo. Infarto de risa.

—¿¡Qué demonios pasa aquí!? —intervino el director con una voz que retumbó las paredes, viniendo desde un pasillo—. ¡Silencio, dejad de pegar chillidos, todas!

Sai estaba a punto de darle un síncope cuando los ojos del viejo director se posaron en él, y la cara que puso el hombre podía espantar al mismísimo Siddharta Gautama.

Diez minutos después, Sai se encontraba en el despacho del director, solo y vestido, sentado en una de las sillas frente a la mesa, tratando de no moverse ni un milímetro, pues aún sufría la molestia de sus pobres partes. La hoja de ortiga era letal. De repente, la puerta del despacho se abrió y el director empujó a Neuval al interior bruscamente.

—¡Ay! —exclamó, a punto de tropezarse.

—Esperad aquí quietecitos y callados —les ordenó el viejo, con la vena de la sien hinchada—. Vuestro padre llegará ahora mismo para llevaros a casa. Yo todavía he de tranquilizar a las pobres chicas del Pàn Tóu. —Cerró la puerta con un golpe seco.

Neuval suspiró y se sentó en la silla de al lado de Sai. Pronto notó un escalofrío producido por la mirada de su hermano clavada en él.

—Heheh... —rio.

—Cabronazo... —musitó Sai con fiereza, lamentando no poder moverse.

—Ha sido divertidísimo —celebró Neuval felizmente—. Acabo de venir de la enfermería porque sufrí un fuerte mareo de tanto reírme. ¿Qué tal?

—Te voy a matar...

—Bueno, normal —asintió—. Esta es mi venganza por la broma que tú me jugaste la semana pasada, que fuimos al lago, y desapareciste con mi ropa cuando yo me estaba bañando. Tuve que cruzar el bosque con unas hojas de taparrabos hasta la cabaña, y en ella me encontré con una anciana con su nieta de 7 años, la cual quedó traumatizada. ¿Recuerdas?

—Aaah, debí haber previsto que te vengarías... —refunfuñó Sai—. Pero esta ha ido muy lejos, cincuenta chicas no es lo mismo que una viejecita y una niña pequeña.

—Sí... Y la cara de Suzu... Debí traerme la cámara de fotos. Tranquilo, yo le explicaré lo que ha pasado.

Se quedaron un momento en silencio, mirándose.

—Reconócelo —sonrió Neuval.

—Sí, ha sido buena —sonrió también—. A ver cómo la supero ahora. ¿Desde cuándo llevamos gastándonos bromas pesadas?

—Hm... —pensó—. Desde que terminé mi año de entrenamiento en el Monte. Hace cuatro años.

¡Pum! Los dos chicos pegaron un bote en sus sillas al oír la puerta abrirse, que casi rompió la pared. Se giraron lentamente, con el corazón en la garganta. Ahí estaba Kei Lian, con su traje de trabajo, su cabello negro bien peinado y dándole una profunda calada a su cigarrillo. Luego soltó el humo poco a poco con un deje siniestro.

—Tenéis veinte segundos para explicarme por qué os han expulsado tres días del instituto —dijo, y guardó silencio, sin moverse de la puerta—. De todas formas, haré una deliciosa barbacoa con vosotros.

Sai y Neuval se miraron de reojo, boquiabiertos. Veinte segundos para explicarle eso... había otra forma mejor de aprovechar esos segundos de vida.

—¡Corre! —saltó Sai de la silla a la vez que Neuval, y los dos salieron pitando por la puerta del despacho, pasando por ambos lados de su padre.

Sin embargo, Kei Lian ni se inmutó. Sujetó el cigarrillo entre los labios y se arremangó los brazos tranquilamente.

—Huir de mí… Pobres ilusos —murmuró, dándose la vuelta para iniciar la caza rutinaria.»


Un año después...

«Era un atardecer apacible y templado en Hong Kong. Sai y Neuval, pasando el rato en la azotea del edificio de casa, fumando y bebiendo, contemplaban la ciudad expandida frente a ellos, bañada por una luz anaranjada, y más allá el mar comiéndose al sol poco a poco.

Gege, ¿una carrera por encima de los edificios? —invitó Neuval, mientras enrollaba un canuto de marihuana.

—Aaah, qué pereza. Además, por tu culpa le he cogido miedo a las alturas. Oye, ¿quedamos mañana con los de clase? Dicen de ir a la playa.

—No sé, depende de si tengo trabajo o no —contestó, dándole el canuto para que lo encendiera.

Sai encendió el mechero, pero justo cuando la llama fue a rozar el extremo, oyeron los pasos de alguien subiendo por las escaleras de la trampilla. Sobresaltados, Sai le dio el canuto rápidamente y Neuval lo escondió en sus bolsillos. Luego se pusieron de pie y llevaron las botellas de cerveza detrás de una casetilla de ahí, ocultándolas bien. Cuando Kei Lian abrió la portilla, se los encontró tumbaditos en el lugar de siempre, tranquilitos y buenos.

—¿Quién quiere una delicia de mamá? —preguntó, sujetando una especie de pinchitos de una masa esponjosa cubierta de chocolate y tres tazas, dos de chocolate caliente y una de té.

—¡Yo! —saltaron, arrebatándole con ansia las brochetas.

—Hala, hala, calma —se rio el hombre—. Tu chocolate caliente, Sai. Y tu té excesivamente azucarado, Neu —les dio sus tazas.

Los tres se sentaron en el bordillo de la azotea a merendar y observaron la ciudad, que ya empezaba a encender sus primeras luces.

—Mañana no tenéis clase —dijo Kei Lian—. Neu, espero que no hayas hecho planes.

—No, estaba esperando a ver si había trabajo.

—Lo hay —afirmó—. El maestro Hideki te ha encargado encontrar a este hombre, un traficante de armas —sacó una fotografía del bolsillo del pantalón y se la entregó—. Se espera que llegue a alguno de los puertos de la ciudad entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde. Tienes que ir con Pipi para cubrir más zona. Cuando lo encontréis, informad a Emiliya.

—Vale —asintió, guardando la foto.

Kei Lian sonrió, revolviéndole el pelo, y posó un brazo sobre los hombros de Sai.

—¿Qué, Sai? Mamá me ha dicho que Suzu va a venir ahora a casa —le dijo.

—Sí, le tengo que devolver los vinilos que me prestó el mes pasado. La grabadora de discos que has construido va genial. Ah, Suzu trae a una amiga consigo, una estudiante de intercambio de Japón que vino la semana pasada y que vive ahora en su residencia. Sólo van a quedarse unos minutos. Como han estado todo el día haciendo recados, se quieren ir pronto a casa, y Suzu viene de paso a por los discos.

—Ay, el amor... —suspiró Kei Lian, levantándose para irse—. Hijo, pronto te veo casándote con Suzu.

—¿En serio? —sonrió Sai con vergüenza, sonrojándose—. Si sólo tenemos 17 años... pero no niego que es una idea que me atrae... —titubeó, soñando despierto—. Heheh...

—Pero qué cursi te has vuelto —rezongó Neuval.

—Neu, a ver si se te pega algo de tu hermano —le reprochó Kei Lian—. A ver si ya dejas esa golfería y te metes en una relación seria con alguien.

—Pfff... Yo paso de esas cursiladas, papá —bufó, haciendo aspavientos—. Matrimonio, compromisos, hijos... Buah, ese rollo no me va para nada, nunca.

Kei Lian puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Cuando se marchó por la trampilla y los dejó solos de nuevo, Sai se sentó poniéndose de cara a Neuval.

Dìdì, ¿tú crees que Suzu y yo acabaremos casados? —le preguntó emocionado.

—Claro... —Neuval se encogió de hombros pasivamente—. Con lo empalagosos que sois...

—Sería genial... —murmuró, perdiendo la vista hacia las nubes del cielo como un buen enamorado—. La quiero tanto...

—Sai, llevas con ella dos años, ¿no te cansas? No lo entiendo.

—No sabría explicártelo... —sonrió atontadamente.

—Ya verás, acabaréis con once hijos y comiendo perdices de desayuno todos los días hasta que se os caigan los dientes y la piel de la cara.

—¿Tú crees? —siguió con su trance—. Si tengo una hija, me gustaría llamarla Mei Ling, y si tengo un hijo... se lo daría a elegir a Suzu, querrá ponerle un nombre japonés. Sólo sé que sería muy feliz formando una familia con Suzu.

—Sí, sí, lo que tú digas... Yo, desde que Yénova y yo lo dejamos, prefiero ser un colibrí, de flor en flor.

—Tú mismo —sonrió Sai—. Ah, por cierto —saltó de pronto, meneándole el brazo—, ¿cómo era el apellido de tu maestro de la SRS?

—¿De Hideki? Se apellida Saehara, ¿por qué?

—Lo sabía... —negó con la cabeza—. ¡Lo sabía! ¡Sabía que me sonaba de algo!

—¿El qué?

—La estudiante de intercambio que vive con Suzu —le contó Sai, emocionado—, me parece que es su hija.

—¿¡Cómo!? —se sorprendió Neuval—. ¿Que esa amiga de Suzu es la hija de mi maestro Hideki y de Emiliya?

—¿Tú sabías sobre ella?

—Sí, sabía que Emiliya y Hideki tenían una hija, pero nunca la he visto. No sabía que iba a venir aquí a estudiar. Vaya, qué casualidad... ¿Tú la conoces?

—Sí, la conocí hace unos días cuando fui a quedar con Suzu, me la presentó.

—¡Sai! —oyeron la voz de Ming Jie en el interior de la casa—. ¡Suzu y su amiga ya han llegado, están esperando en el salón!

—¡Voy! —contestó Sai, poniéndose en pie de un salto—. Vamos, dìdì, ven a saludar a Suzu.

—Jo... —protestó con gran pereza.

Ambos se metieron por la trampilla y bajaron hacia casa. Se adentraron por una puerta trasera de la cocina y anduvieron hacia el salón, donde vieron a Suzu ahí de pie en el centro, mientras otra chica con una voluminosa melena roja y ojos verdes se dedicaba a observar con curiosidad unos libros de la estantería del fondo que trataban de informática, de espaldas a ellos.

Neuval se cruzó de brazos y miró al techo pacientemente mientras Sai y Suzu se saludaban con una fusión de labios.

—Hola, Neuval —le sonrió la chica.

—¿Qué hay, Suzu? —saludó aburrido.

—Voy ahora mismo a traerte los vinilos, vuelvo enseguida —le dijo Sai a Suzu, perdiéndose de vista por el pasillo.

—¿Cómo te va, Neu? —le preguntó Suzu, mirándolo con recelo, aunque sonriente—. ¿Sigues causando catástrofes en tu instituto?

—Es un pasatiempo sano —se excusó Neuval.

—Ya —casi rio, y se volvió hacia su amiga—. Katyusha, ven —la llamó.

La chica pelirroja la miró y se acercó a ellos, dejando a un lado su afición por esos libros. Llevaba gafas, y tenía pecas en la nariz.

—Este es Neuval, el hermano de Sai —le explicó Suzu—. Bueno, no es exactamente su hermano. En realidad es adoptado, creo que lo encontraron debajo de un puente o en un contenedor de basura —dijo, tratando de hacer rabiar a Neuval como siempre solía hacer, o al menos intentaba hacer—. Neuval, esta es Ekaterina Saehara.

Cuando los dos se miraron a los ojos por primera vez, las reacciones fueron muy opuestas. Katya entornó los ojos con incredulidad, y pronto su expresión se tornó a una mirada de odio. Por otra parte, el corazón de Neuval se paró de golpe y se quedó paralizado. Ni parpadeaba ni respiraba, su cara era de completa imbecilidad. Se había quedado prendado. En ese momento llegó Sai con los discos, y se sorprendió al notar cierta tensión en el aire.

—Oye, un saludito... —dijo Suzu entre esos dos.

—Estás de coña, Suzu —replicó Katya, cruzándose de brazos—. Este chico es el mismo idiota con el que me choqué el otro día por la calle, y me tiró el bollo de chocolate y los libros al suelo. Ni se disculpó ni me ayudó a recoger los libros. Sin siquiera mirarme a la cara, me dijo: “¡Mira por dónde vas, cuatro ojos!” Y se esfumó sin más.

—¿En serio? —se sorprendió Suzu—. ¿Entonces era Neuval ese desconocido idiota que me dijiste? Oye, Neu, ¡qué grosero eres!

—Anda, ¿o sea que ya te cruzaste con él, Katya? —preguntó Sai.

—Desgraciadamente —asintió la pelirroja—. Permíteme decirte que tienes un hermano muy idiota.

—Bueno —sonrió Sai, apurado—. Vale que no tenga mucho cuidado con las chicas, pero es bueno, ¿verdad, dìdì? ¿Verdad que te vas a disculpar? —giró la cabeza hacia él—. Dìdì? ¿Hola? ¿Estás bien?

Le dio toquecitos en la cabeza, pero Neuval seguía agilipollado, con la vista clavada en la pelirroja. Él ni se acordaba de aquel choque accidental del otro día. Como Katya bien había dicho, Neuval ni se paró. Pero ahora que la veía por primera vez... pensó que era la criatura más bella del universo. Pero no sólo por su evidente aspecto, su rizado y voluminoso cabello rojo cayendo de una coleta como una cascada de rosas, sus ojos verdes y peligrosos como las espinas, sus rasgos mestizos, sus inocentes pecas… Además de todo eso, esa chica emitía una mirada inteligente, una energía fuerte, una personalidad culta, segura, hermosa.

Neuval estaba sonrojado hasta las orejas. Se le estaban secando sus ojos plateados por no pestañear.

En ese momento, vino Kei Lian desde el pasillo.

—¡Hey, Suzu! —la saludó.

—Hola, señor Lao —sonrió ella.

—¡Hey, amiga de Suzu! Tú eres la hija de Hideki, ¿verdad? —le preguntó Kei Lian a Katya, inclinándose ante ella para verla detenidamente—. Heheh... Los ojos verdes de tu madre y el pelo rojo de tu padre. Es un placer conocerte por fin. He oído hablar de ti sin parar desde hace años.

—Señor Lao, el placer es mío —sonrió Katya con emoción, inclinándose con respeto como saludo—. Disculpe si mi chino está algo oxidado. Yo también he oído hablar mucho de usted, de cómo mi padre y usted se conocieron y se hicieron buenos amigos desde la infancia. Cuando hace dos años Suzu me dijo que había conocido a un chico aquí en Hong Kong, y que estaban saliendo juntos —señaló a Sai—, me sorprendí mucho al saber que su padre era usted.

—Claro que yo no sabía nada sobre los iris cuando Sai y yo comenzamos a salir —se rio Suzu—. Hasta que Sai me lo contó hace un año. Entonces a mí también me sorprendió descubrir la relación, que el padre de mi novio es un iris que trabaja con los padres de mi mejor amiga.

—Tu padre me llamó hace tres semanas por teléfono diciéndome que ibas a venir a esta ciudad como estudiante de intercambio —le comentó Kei Lian a Katya—. Y me pidió que, si podía, te vigilara y te protegiera.

—Oh, venga ya... —rezongó Katya, pellizcándose el entrecejo—. Qué bochorno... Señor Lao, no haga caso a mi padre, yo sé cuidarme muy bien solita. Él es demasiado sobreprotector.

—Lo sé. Por eso, cinco minutos después de terminar la llamada con él, me llamó tu madre diciéndome que olvidara lo que tu padre acababa de decirme, y que, si por casualidad te veía por la ciudad, te mandara un saludo de su parte.

—Tus padres son como la noche y el día, Katya —casi rio Suzu

—Casi literal, Suzu, mi padre es un Den y mi madre casi llegó a ser una Yami.

—Me alegra que seas amiga de Suzu, Ekaterina, así podremos verte de vez en cuando, ya que mi Sai no se despega de tu amiga, jejeje... —zarandeó a Sai del hombro, y el chico se sonrojó tímido, mientras que Neuval seguía ahí como una estatua—. Igual que le decimos a Suzu, esta casa también es tu casa, tenlo en cuenta.

—Oh... Es muy amable, señor Lao, gracias —sonrió Katya educadamente—. Me siento muy arropada... —mientras terminaba esa frase, se le desvió la mirada hacia ese pasmarote con cara de tonto que no paraba, ni un segundo, de contemplarla sin parpadear. Katya casi se retractó de lo que acababa de decir, la verdad es que ese chico de ojos grises le estaba dando un poco de miedo—. Ehm...

—Oíd, fuera está anocheciendo —declaró el hombre—. Será mejor que os lleve yo de vuelta a vuestra residencia en coche. Esperadme aquí, voy a coger las llaves.

—Gracias, señor Lao —dijo Suzu.

Cuando Kei Lian desapareció de nuevo por el pasillo, en el salón se formó un silencio la mar de incómodo. Al menos, no por parte de Suzu y Sai, que no paraban de mirarse a los ojos con suspiros y sonrisas bobas, cogidos de las manos, que casi podían atisbarse mariposas, corazones y arcoíris flotando entre los dos. El contraste estaba ahí justo al lado de ellos, en donde flotaba oscuridad, glaciares, pesadillas y maldiciones satánicas entre Katya y Neuval. Bueno, esas cosas iban dirigidas de ella hacia él, porque de él no salía nada. Seguía ahí quieto con los ojos abiertos como platos y mudo.

—Eh, un momento... —Katya afiló la mirada—. ¿Tú eres...? Espera... —le apuntó con el dedo—. Tengo entendido que en la SRS de mi padre trabajan un padre con su hijo. El señor Lao es el único lo suficientemente mayor para tener un hijo. Si Sai es humano... ¿No será este chico...? —preguntó hacia su amiga.

—Oh... Sí... Verás, Neuval también es un iris.

—Oh, no... —dijo Katya con fastidio, poniendo los brazos en jarra con reproche—. ¿Tú eres el Fuu de la SRS de mi padre? ¿Ese Fuu? Mi padre dice que a pesar de que te falta disciplina, eres buen chico. Y mi madre dice que siempre se lo pasa en grande contigo gastando bromas por ahí. No me puedo creer que el mismo idiota que me humilló el otro día sea un iris, y menos como lo describen mis padres. Tú no eres bueno.

Aquella última frase que le espetó fue quizá un poco dura. Hizo que Neuval pestañease por primera vez en cinco minutos. Aunque siguió sin moverse y con la misma cara prendada mirando a Katya, casi se pudo percibir que esas palabras le hicieron un poco de daño. Pero Neuval estaba acostumbrado a ocultar el daño desde que tenía 5 años. Suzu y Sai se quedaron callados con incomodidad. No se atrevieron a decir nada porque Katya de repente estaba estremecedoramente seria mirando a Neuval muy fijamente.

—Pero tampoco eres malo —concluyó la pelirroja, frunciendo el ceño por unos segundos, como si estuviera viendo o analizando algo más en él—. Simplemente eres una persona perdida. Porque tienes dos fuerzas opuestas dentro de ti y te da demasiado miedo reconocer que ambas pueden formar parte de ti de por vida. Quieres deshacerte de esa parte de ti que tanto odias, pero al ver que no puedes, te enfadas contigo mismo y te comportas como un idiota. Tienes graves problemas de identidad. Aun así, no es excusa. Quiero oír tus disculpas por lo del otro día —se cruzó de brazos, firme—. Ese bollo de chocolate era mi mejor momento tras un día duro de estudio.

Si antes Neuval parecía estupefacto con esa pelirroja, ahora lo estaba el doble. Nunca antes una chica le había hablado de esa forma, mirado de esa forma, intimidado de esa forma. Normalmente, las chicas siempre estaban babeando a sus pies, yendo tras él, vacías de amor propio, o acechándole como buitres para usar su estatus, su gran popularidad, su enorme atractivo y demás atributos por intereses propios y egoístas. O bien se ponían por debajo de él, o por detrás de él, o incluso a veces intentaban ponerse por encima de él. Pero esta chica... estaba firmemente plantada enfrente de él, con la verdad directa y cruda por delante, sin complejos, inseguridades, filtros o hipocresías. Ella era lista. Ella sabía ver a través de él y sólo habían estado diez minutos el uno frente al otro. Ella era fuerte. Auténtica. Ella era... ¡era ella! ¡Ella!

—En serio, ¿este chico de verdad es idiota o le ha dado un infarto cerebral? —les tuvo que preguntar Katya a los otros dos, porque Neuval estaba ya rozando límites insospechados de comportamiento extraterrestre.

—Bueno, ya estoy —apareció Kei Lian en el salón tras salir del pasillo otra vez, y les hizo un gesto a las dos chicas mientras caminaba hacia la puerta de entrada allá a unos metros del centro del salón.

—¡Ah, ya vamos! —dijo Suzu—. Nos vemos mañana, Sai.

Sai sonrió felizmente y las dos chicas se marcharon con Kei Lian. El salón quedó reinado por un silencio sepulcral. Sai volvió a ver que Neuval seguía ahí plantado con cara de tonto.

—Oye, Neu, ya en serio, ¿te encuentras bien? —le preguntó preocupado.

Gege! —exclamó de pronto, desprendiendo dos ríos de lágrimas, dándole un susto de muerte—. Gegeeee!

Neuval se arrodilló a sus pies y le clavó los dedos en las piernas con fuerza, mirándolo con una cara completamente apocalíptica.

—¿Qué pasa? —se asustó Sai.

—¡Tiene que ser mía! ¡Esa chica... tiene que ser mía!

—¿Quién...? ¿¡Ekaterina!? ¿¡Que te has colado por Katya!? —se llevó las manos a la cabeza, perplejo.

—¡La quiero! —afirmó eufórico.

—A… acabas de conocerla... —balbució incrédulo—. Y además, ella te odia, no sé si te has dado cuenta.

—¡Ayúdame! —imploró—. ¡Me ayudarás! ¿¡Verdad!?

—Oh, no... —Sai se frotó la cara con las manos—. Por Dios, Neu, te está volviendo a pasar.

—¿¡El qué!?

—Estás teniendo ahora mismo otro de esos impulsivos caprichos tuyos. No vas a parar de remover cielo y tierra hasta conseguir satisfacerlo, ¿verdad?

—¿Te has fijado... —susurró Neuval con tono intrigante, ignorando por completo lo que Sai decía—... en cómo me ha perforado el alma con esas dagas de verde esmeralda?

—Todo el mundo se ha fijado.

—Qué poder... Me ha destrozado por dentro y luego me ha revivido con un último puñal de compasiva tregua...

—Yo creo que le has dado lástima.

—¿Debería sorprenderme, siendo hija de los mismísimos Hideki y Emiliya? —seguía Neuval hablando solo, mirando a las musarañas, soñando despierto—. Qué humana más poderosa... ¡Sai! —se giró hacia él de nuevo y lo agarró de los hombros—. Tienes que ayudarme.

—Neuval, lo veo complicado —se rascó la cabeza—. Sinceramente, hermanito, no quiero que te hagas ilusiones con cosas que pueden ser imposibles. Ya sabes cómo te afectan esas cosas, eres una persona muy sensible...

—¿Cuándo he sido yo sensible?

—Ayer mismo, te echaste a llorar cuando encontramos aquel pájaro en el parque que había nacido con las alas atrofiadas.

—Imagina nacer con alas y no poder usarlas nunca, Sai, es horrible... —se defendió Neuval, a punto de ponerse a llorar de nuevo al recordarlo.

—Hmm... —se puso pensativo—. Oye, pues a lo mejor podría ayudar que Katya conociera ese lado sensible tuyo. Creo que ahora piensa que sólo eres un arrogante desalmado. Bueno, algunas veces lo eres...

—¿¡Crees que puede funcionar!? ¡Me echaré a llorar encima de ella si hace falta, la inundaré de lágrimas hasta ahogarla!

—Vaaale, frena ahí, mi querido y chiflado hermano, vamos a calmarnos un momento y a empezar a pensar con lógica, ¿de acuerdo? —lo apaciguó Sai, pasándole un brazo sobre los hombros y sentándolo en una de las butacas del salón, sentándose él enfrente, en la mesita del centro—. Corres con la ventaja de que Katya ya sabe bastantes cosas sobre ti, de lo que ha escuchado de sus padres, mayormente son cosas buenas, pero ella ha tenido ya una primera mala experiencia personal contigo y esa primera impresión pesa mucho.

—Ni recuerdo haber chocado con alguien recientemente —aseguró Neuval—. Oh, no... ¿fue en algún momento en que estaba bajo los efectos de mi majin? Sus padres le habrán dicho que tengo majin, ¿verdad? Ella lo entenderá, ¿verdad?

—Neuval, el problema es que, con majin o sin él, eres una persona muuuyyy compleja. No te voy a ayudar a fingir ser alguien que no eres para gustar a una chica. Pero lo que sí puedo es aconsejarte qué pequeñas cosas mejorar y otras que potenciar. Empezando por tus modales. ¿Sabes por qué Suzu y yo tenemos una relación tan sana y fuerte? Porque ambos reconocemos los defectos propios y del otro, y ambos tratamos de mejorar algunos y aceptar aquellos que no se pueden cambiar.

—Sai... ¿¡Entonces me vas a ayudar de verdad!? —le preguntó con una sonrisa radiante—. ¡Eres el mejor hermano mayor del mundo! —lo abrazó con fuerza.

—Hahah... bueno, bueno, no exageres. Pero te lo advierto. Tienes que poner mucho de tu parte. Esta chica no es como las demás, con ella no hay juegos que valgan.

—Haré lo que sea —contestó Neuval firmemente—. Lo que sea por estar con Keisy.

—¿¡Quién demonios es Keisy!? ¡Se llama Katya, bruto!»


Dieciocho años después...

«En la casa de los Vernoux estaba reunida toda la familia y todos los compañeros de trabajo y amigos de Sai, unos vestidos de blanco, otros de negro, según la tradición que siguiesen. Blanco o negro, todos iban de luto. Neuval estaba sentado en el sofá del salón principal, con la cabeza apoyada en las manos y la mirada perdida. Katya estaba a su lado con cara afligida, con un brazo sobre sus hombros y en el otro sujetando a un Yenkis bebé que dormía plácidamente.

Al pie de las escaleras había dos niños idénticos de 6 años que lloraban en silencio. Suzu trataba de consolar a Mei Ling en el porche. Cuando empezó a atardecer, los invitados se fueron yendo, hasta dejarlos solos en la casa. Lex se acercó a los pequeños gemelos de las escaleras y se sentó junto a ellos para hacerles compañía, tan triste como ellos. Al pequeño Yousuke le brillaba un ojo con una pobre luz gris. Agatha estaba allí. Dentro de un rato iba a llevarse a You al Monte Zou.

—Voy a ver qué tal está Ming Jie —le susurró Katya a Neuval, frotándole la espalda, y lo besó en la mejilla.

Katya se fue hacia la cocina con Yenkis en brazos. Sin embargo, no llegó a entrar, se quedó tras la puerta, escuchando las voces de Ming Jie y de Kei Lian. Estaban discutiendo. Katya entornó los ojos con pena, pues Ming Jie, a juzgar por cómo gritaba y lloraba, parecía estar sufriendo un ataque de ansiedad.

Oyó cómo Kei Lian trataba de calmarla, pero Ming Jie se negaba. La oyó decir que no podía más, que esto la superaba y que no podía soportarlo. Entre sus gritos oyó cosas como “malditos iris...”, “estoy harta de vivir temiendo que le pueda pasar algo a mi familia”, “no quiero seguir estando relacionada con esto...”, etc.

Katya cerró los ojos. Podía entender a Ming Jie perfectamente, la comprendía. Sai, su hijo, había muerto a manos de unos criminales que llevaban muchos años siendo enemigos de la Asociación. Sin embargo... lo sentía muchísimo por Kei Lian. Se imaginó que en ese momento él debía de estar temblando de miedo, miedo de que el amor de su vida se separase de él. Al parecer, así iba a ocurrir, pues Katya llegó a oír que Ming Jie pronunciaba la palabra “divorcio”, y también lo sintió por Neuval.

Una niña pelirroja con un vestido blanco, subida a una banqueta, miraba por la ventana cómo se marchaban los invitados. Se bajó de la banqueta y se acercó al hombre del sofá. Al tener la cabeza gacha, no le veía la cara, así que se puso entre sus piernas y se asomó por debajo para verla. Se entristeció al ver sus ojos plateados húmedos, y le puso la manita en la mejilla.

—No estés triste, papi —le dijo—. Por favor. No llores. Tío Sai no querría verte así.

Le secó una lágrima con la mano, entonces Neuval dejó salir un sollozo y abrazó a la pequeña con fuerza.

—Tienes razón, Cleven, no le gustaría verme así —murmuró—. Pero no puedo evitarlo. Ya no volveré a verlo. No he podido protegerlo… otra vez… he perdido otro hermano… Lo echo de menos, Cleven… sólo quiero que vuelva…

Cleven puso una cara llena de pena, sin saber qué hacer para hacerle sentirse mejor. Ella no estaba tan afligida. Para Cleven, en aquella época, la muerte no era un fin. Ella tenía otro concepto de esta, porque en ese entonces, aunque los demás nunca lo supieron, Cleven era alguien que dominaba la muerte; en ese entonces, ella era lo que nació siendo. Hace dos años conoció a Drasik, cuando su padre lo trajo del Monte Zou y, con él, ambos, juntos, podrían traer a Sai de regreso a la vida. Pero para ello, la venganza hacia los responsables debía ser cumplida primero, y su complicación iba a durar años.

Claro que esto no podía contárselo a su padre, nadie debía saberlo. Empezó a ver que no iba a poder consolarlo. De todas formas, en ese momento Neuval no quería hablar con nadie.

—Cleven —oyó una voz tras ella.

La pequeña se volvió y vio a dos chicos rubios muy parecidos, solo que uno era más grande que el otro. Uno tenía 15 años y el otro 10, los hermanos pequeños de Katya.

—Tío Ichi, tío Brey... Todos están muy tristes —lamentó Cleven—. ¿Qué puedo hacer por ellos? El primo Kyo y el primo You llevan toda la tarde sin moverse de las escaleras... Mi papá llora...

—Vamos, ven —le sonrió Izan con tristeza, cogiéndola de la mano y separándola de Neuval—. Algunos necesitan estar solos ahora.

Brey agarró su otra mano y la miró.

—Vamos a pasear un rato, Cleven —le dijo—. Vamos a buscar caracoles en el jardín. ¿Vale?

Cleven asintió y se fue con sus jóvenes tíos.»


Neuval abrió los ojos de golpe, viéndose aún en el mausoleo. No sabía cómo se le había colado ese triste recuerdo, y trató de quitárselo de la mente. Miró a los demás, y estos ya se estaban poniendo de pie. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero los palitos de incienso ya estaban a punto de extinguirse. Todos se dispusieron a salir y Yenkis los siguió en silencio. El niño vio caras nostálgicas en cada uno de ellos, y se preguntó qué habría revivido cada uno del pasado. Así, pues, Lao le pasó un brazo a Neuval sobre los hombros y Neuval agarró a Yenkis de la mano, y se marcharon a casa.









18.
Amor y odio a primera vista

«Al llegar al último piso y salir del ascensor, Neuval respiró hondo cuando se pararon frente a una de las puertas del rellano. Lao la abrió con la llave y…

—¡Bienvenidooo! —exclamaron dos voces llenas de júbilo.

Neuval se dio un susto de muerte, en medio del salón brincaron una mujer y un niño, sujetando una pancarta larga donde habían pintado de colores “Bienvenue” en francés. Y había algunos globos de colores pegados al techo. También, sobre la mesa del comedor, había una tarta, y paquetes envueltos en papel de regalo, que eran juguetes y ropa.

La mujer era un poco bajita, y tenía un cabello negro muy largo y muy liso que brillaba igual que sus ojos negros cándidos y sus labios rosados. Se había puesto un vestido veraniego blanco y muy bonito. El niño que estaba con ella era muy parecido a Lao. Tenía el pelo muy corto, y una complexión fortachona aun con 10 años. Neuval nunca había visto unas sonrisas tan grandes y radiantes aparte de la de Monique.

—Uy… —Ming Jie miró confusa a su marido—. Creía que venías con Neuval, cariño.

—¿Dónde está? —preguntó Sai.

—¿Qué decís? Pero si está justo aq-… —cuando Lao bajó la mirada, Neuval había desaparecido—. ¡Ah!

Al parecer había sido tan rápido que ni a Ming Jie ni a Sai les dio tiempo de verlo. Lao volvió a salir por la puerta y se asomó afuera, al pasillo del rellano, y lo vio ahí pegado a la pared, pálido y tenso.

—¡No me seas cobarde! —exclamó, cogiéndolo de un brazo y tirando de él—. ¡Ven aquí, patán!

—¡No! —se resistió Neuval, agarrándose al marco de la puerta—. ¡Creo que he cambiado de idea! ¡Yo no encajo aquí! ¡Son personas demasiado buenas, voy a estropearlas, mi lugar está en la basura con los gatos!

—¡Ven aquíii! —hizo fuerza, apretando los dientes.

Ming Jie y Sai se quedaron atónitos con la escena, viendo a Lao agarrando las piernas de ese niño mientras este se aferraba con las manos al marco de la puerta, pegando voces en francés. Al final, Lao lo cogió en brazos, logrando soltarlo, y se volvió hacia los otros dos.

—Ay... —jadeó el hombre, exhausto—. Ming, Sai, os presento a Neuval... ay...

—¡Míralo! —saltó la mujer con ojos de asombro, llevándose las manos a los labios—. ¡Qué adorable y guapo es!

—¡Por fin está aquí! —celebró Sai.

Neuval se puso más tenso, ya incapaz de escaparse al estar colgado de los brazos de Lao y mirando sin pestañear a esa mujer que ahora mismo se le estaba acercando.

—¡Menudos ojos! —le sonrió ella con emoción, pero procuró no atosigarlo y evitó la tentación de abrazarlo así sin más, de sostenerle las mejillas, coger sus manos o acariciar su cabeza, pues ella era muy cariñosa y Lao ya le había dicho que Neuval necesitaba ir poco a poco con los gestos de cariño. Comenzó a hablarle en francés—. Hola, un placer conocer al final, Neuval. Mi francés… no perfecto. Puedes decir mis errores, y me enseñas, por mejorar mi francés. Me llamo Ming Jie. Puedes llamar Ming. Y… bueno… quizá un día… si tú quieres… puedes llamar “mamá”… ¡Bu-bueno! —agitó las manos de repente con apuro—. Yo sé esa muy importante palabra… usarla puede ser a ti difícil… porque ahora yo soy desconocida a ti, y yo no merecer ese título muy importante… Pero prometo a ti me esforzaré, y merecerme ese título a tus ojos… espero… algún día… y… —respiró un poco, sin saber cómo continuar, parecía incluso más nerviosa que él—. Perdón, no me paro de hablar… Soy muy emocionada. Deseaba conocer a ti tanto…

Neuval había estado mudo todo ese rato en que ella no había parado de hablar. Se le había quedado cara de bobo mirándola, y estaba rojo. No sabía si era por la sonrisa tan cálida de esa mujer, o su tierna torpeza al hablarle tan rápido en un francés con algunos errores, o por verla más nerviosa que él mismo, pero se quedó absorto con ella. Y además de eso, sintió que sus propios nervios desaparecían. ¿Qué era esa sensación? ¿Qué tenía esa mujer que le calmaba tanto, que le hacía sentirse tan arropado de la nada?

—Oh, no… —se alarmó Ming Jie, y se tapó la cara con vergüenza—. Mi francés está peor de lo que imaginaba, seguro que he sonado ridícula, ¡no me ha entendido ni una palabra!

—¡Hahaha…! —se rio su marido con ganas—. Ming, tranquila, tu francés ha estado bastante bien. Te ha entendido, créeme. Lo que pasa es que le has conmovido por dentro y eso es extraño para él.

—¿Le he conmovido?

—Neu. ¿Quieres decirle algo a Ming? —le preguntó entonces Lao, volviendo a dejarlo en el suelo.

Neuval volvió con ese gesto de retorcerse la camiseta con las manos, sin apartar la mirada boba de Ming Jie.

—Yo también lo haré —le dijo, tímido.

—Oh… ¿El qué, cielo? —sonrió ella.

—Me esforzaré… lo que haga falta… para ganarme el título de “hijo”. Y… tu francés… suena muy bonito.

Ming Jie le brillaron los ojos con tanto candor que estuvo a punto de rodearlo con sus brazos y estrujarlo y morirse de amor. Pero no lo hizo, sabía que esta situación para él no era tan fácil como lo era para ella, y era mejor ir poco a poco.

—Sai, vamos, acércate, te toca presentarte —lo apremió su padre.

Sai se acercó corriendo al instante, se había estado conteniendo, estaba igual de emocionado que su madre. Se paró delante de él, sonriente.

—¡Llevas puesta mi camiseta! —lo señaló—. ¡Se la di a papá para que te la diera a ti!

Neuval se quedó algo confuso. Como habló en chino, solamente entendió la palabra “camiseta” y recordó que estaba llevando esa prenda que Lao le había dado al salir de la clínica. Pensó que Sai le estaba diciendo que era suya y que la quería de vuelta. Fue a quitársela.

—¡Oh, no, no, no! —lo detuvo Sai, riéndose—. No quiero tú regreso a mí. Mi francés muy malo. La camisa, para ti —se ayudó de gestos—. Está muy bien, tamaño perfecta. Poco pequeña para mí. Perfecta para ti. ¡Regalo!

—Oh… —entendió Neuval, y sonrió tímido—. Gracias. Te la pagaré.

—¡Neuval, por lo que más quieras, capaz eres de decirle a Dios que le pagarás por el aire que respiras! —le reprochó Lao una vez más—. Te ha dicho que es un regalo.

—¡Yo debería hacerle otro! —se preocupó Neuval.

—No hace falta, Neu, por favor, ¡que vienes de las calles!

—Bueno, ahora no tengo nada, pero cuando lo tenga —volvió a mirar a Sai—, yo también te regalaré algo. Un día ganaré dinero, y compraré algo y te lo regalaré.

Sai se rio.

—Sólo si tú lo deseases —le respondió—. Lo deseas… —dudó un poco si lo había dicho bien—. Lo desea… ses…

Sai empezó a poner caras raras y muy graciosas y a decir el verbo de varias formas cada vez más erróneas. Y sucedió algo que dejó a Lao desconcertado, las caras de Sai le arrancaron una carcajada a Neuval. Luego Sai también se rio. Lao estaba asombrado porque, como iris, y sabiendo lo machacada que estaba la mente de Neuval, sabía identificar una carcajada genuina y natural, de la más inocente diversión que un niño podía expresar. Y entonces estuvo convencido. Sai y él iban a ser muy buenos hermanos.

—Hijo, enséñale su habitación. Y déjale que duerma en la cama que quiera.

—¡Sí! —exclamó Sai.

A Neuval no le dio tiempo de decir ni de hacer nada, pues Sai lo agarró de un brazo y se lo llevó corriendo por la puerta del pasillo a su habitación. Ming Jie se llevó una mano al pecho. Sus ojos estaban húmedos. Lao la rodeó con un brazo.

—¿Estás bien?

Ming Jie asintió con la cabeza, reprimiendo un sollozo de alegría.

—La monje Liu tendrá preparado mañana el papeleo de la adopción —le dijo Lao—. Se encargará de falsificar los datos necesarios para que la adopción sea “legal”. Su padre biológico, por lo visto, está en prisión. Y las autoridades francesas ya dejaron de investigar la desaparición de Neuval hace varios meses. Estando aquí en la otra punta del mundo, no necesitará cambiar de nombre ni nada. Sus padres biológicos no podrán encontrar a Neuval nunca. No podrán volver a hacerle daño.

—Lo protegeremos a toda costa —asintió Ming Jie—. ¿Has visto cómo se ha puesto Sai? El pobre, llevando años queriendo tener un hermano. Desde que me curé de ese cáncer y me quedé estéril siempre estuve rezando por volver a ser bendecidos. Qué bien que lo encontraste, Lian, es un muchacho muy especial. Ahora tiene un hogar. ¿Crees que está contento? Parecía un poco cohibido.

—Le cuesta expresar lo que siente porque lo han traicionado miles de veces desde que nació. Pero yo puedo verlo con claridad. Neuval contiene una gran emoción de felicidad, de alivio y de paz, probablemente por primera vez en muchos años. No está acostumbrado a sentirse así y lo está procesando. Está asustado, porque sabe que hará cosas mal, sabe que cometerá errores, que nos causará problemas, disgustos y preocupaciones…

—Pero claro que lo hará, es un niño, todos hemos causado problemas y cometido errores de niños. Es lo normal…

—Y eso es lo que le tuve que explicar para que lo entendiera. Le dije que eso no nos iba a sorprender, que, de hecho, lo esperábamos. Y que cuando sucediese algo así, lo hablaríamos, lo trataríamos y lo solucionaríamos como familia. Y por eso ha aceptado darse a sí mismo esta oportunidad. Está aquí porque quiere.

Ming Jie sonrió y se resguardó entre los enormes brazos de su marido, cerrando los ojos con bienestar.

—Tengo amor de sobra para dos niños maravillosos.

—Eres la mejor del mundo —susurró él.

En el pasillo, Neuval se detuvo en la puerta de la habitación de Sai, una estancia muy amplia con una litera al frente, en mitad, y a ambos lados de esta unas estanterías, dos armarios, dos escritorios, pegados a una larga ventana que recorría toda la pared de enfrente. Uno de los escritorios era usado para las tareas escolares, y en el otro había una máquina de escribir, unos lienzos, pinturas y unos pinceles. Para Neuval, todo aquello era muy lujoso.

—¿Dónde? —le preguntó Sai, señalándole la litera.

Neuval la miró dubitativo.

—¿Dónde duermes tú? —preguntó, ayudándose de gestos por si acaso.

—En bajo. Pero eliges puedes.

Neuval sonrió y escogió la cama de arriba. No estaban exactamente una encima de la otra. La de abajo sólo tenía encima la de arriba hasta la mitad, como escalonadas, y no eran de barrotes, sino construidas en una estructura de madera, con cajones incorporados, muy moderna.

—¿Cómo se dice? —quiso saber—. “Cama”.

—Se decir chuáng.

Shuang... —repitió con su pronunciación francesa.

—Todo tú necesitas pides mí, ¿es bien? —sonrió Sai, y Neuval asintió—. ¿Mes cumpleaños?

—Eh… Agosto. ¿Por qué?

—Ah, es ocho mes. Yo mes cumpleaños mayo, es cinco mes. Yo, a tú, llamo dìdì —le explicó una de las costumbres de allí—. Es "menor hermano". Tú, a yo, llames gege, es "mayor hermano".

—Ah… —entendió—. Ye... gugue... —trató de pronunciar.

Gege —le corrigió, casi riendo.

Neuval intentó repetirlo, pero se hizo un lío y acabaron riéndose. No obstante, después Neuval dejó de reír y adoptó una expresión preocupada, agachando la cabeza. Sai se acercó un paso a él al percatarse, y le hizo un gesto interrogante, pensando que se encontraba mal.

—¿Duele tripa?

—Eh... no —murmuró Neuval, rascándose un brazo, retraído—. Es que... Eres muy amable conmigo ahora. Y… yo a veces no soy tan bueno. ¿Y si soy un mal hermano para ti? ¿Y si... no te gusto en un futuro?

Sai se quedó callado un rato, recapacitando sobre esas palabras, tratando de repasarlas en su cabeza para entenderlas poco a poco con el escaso francés que sabía. Entonces, le posó una mano en el hombro.

—Si tú tendrás cosas malas. Está bien. No problema nunca —le sonrió—. Haces mal cosas, haces mal a mí… no problema. No importante. Yo siempre… ayudo a tú. Con tú... eh… contigo... yo siempre estoy. Te quereré y te cuidaré.

Neuval lo miró con asombro por esa respuesta. ¿De verdad existían personas en el mundo con el mismo buen corazón que tenía su hermana? ¿Por qué eran tan pocas? Quizá por eso eran tan valiosas. Ese niño de ahí lo miraba y le hablaba igual que Monique solía hacerlo. Lo aceptaba pese a la advertencia, y lo decía muy en serio. Neuval supo en ese momento que jamás haría nada que perjudicase a Sai.»


Seis años después de que Neuval fuera adoptado por la familia Lao...

«En los vestuarios del instituto masculino se estaban duchando los chicos después de su clase de gimnasia. Sai salió de las duchas, cubriéndose con una toalla desde la cintura y se dirigió a las taquillas para vestirse. Se metió por otro pasillo y se encontró con otros chicos cambiándose y a Neuval sentado en el banquito al lado de su taquilla, aparentemente serio y concentrado en la lectura de su libro de Matemáticas avanzadas. Él ya estaba vestido, como siempre, el primero de todos.

—Oye, dìdì, me han dicho que hoy vienen las estudiantes del internado Pàn Tóu a visitar el instituto —le comentó mientras sacaba su ropa de la taquilla.

—Sí, es que la gobernanta del Pàn Tóu es una vieja conocida del director —le explicó Neuval, sin levantar la mirada de su lectura—. Han venido a este distrito para visitar el museo de arte, y de paso vienen aquí, por capricho de la gobernanta de ver al dire.

—¿Cómo sabes tanto de eso? —se sorprendió Sai, pero cuando Neuval fue a abrir la boca para contestar, Sai lo frenó—. Espera, calla, no me lo digas. Acabo de acordarme de que todas las chicas del Pàn Tóu te conocen muy bien y que además la gobernanta te puso una orden de alejamiento.

—Esa vieja es una exagerada, ¿es un delito que me interese conocer a sus estudiantes y charlar con ellas? Hacer contactos y obtener información es lo que hace cualquier iris.

—No, pero es que “charlar” y “obtener información” no es lo único que haces con ellas —ironizó—. Cada vez que voy allí a recoger a Suzu, todas siempre me preguntan por ti entre suspiros. En fin… Qué bien que van a venir, en ese caso quizá pueda ver a Suzu —sonrió Sai como un bobo—. Por cierto, ¿cómo os va a vosotros?

Neuval levantó la vista un momento hacia su hermano, pero luego la volvió a bajar.

—Mm… —murmuró—. No sé, gege. Últimamente no está yendo muy bien la cosa.

—¿Por qué? —se sorprendió Sai.

—Hace poco llegó el día que tanto me temía. Yénova quiere que nuestra relación se haga seria y oficial. Que seamos novios formales y esas cosas.

—Y… ¿tú no quieres?

—Joder, no, ¿desde cuándo quiero una relación formal con alguien? Yo ya le dije a Yénova cuando empezamos hace dos años que yo no quería una relación así, y ella aceptó que fuésemos una pareja libre. Yo he salido con otras, y ella ha salido con otros, pero entre nosotros dos siempre existía esa conexión especial, y me gustaba tener eso con ella… Pero ahora, de repente, quiere que seamos una pareja cerrada. Ha dejado de ver a otros chicos y quiere que yo haga lo mismo. Y se cabrea conmigo porque me niego. Así que… —suspiró pacientemente, pasando a la siguiente página de su libro, todavía leyéndolo—… no puedo corresponderla. Y si ella no cambia de opinión, no tendrá más remedio que cortar conmigo. Porque yo no pienso cambiar la mía. ¿Ah? Esta ecuación diferencial es errónea —dijo de repente, extrañado, cerró el libro y miró la portada y el lomo—. ¿Quién ha escrito esto?

—¿Seguramente un catedrático universitario de gran prestigio? Ese libro te costó muy caro.

—Tendré que hablar con ese catedrático y enseñarle cómo se calculan las derivadas parciales —Neuval dejó el libro a un lado—. Total. Yo sólo quiero divertirme libremente, y hay muuuchas chicas en esta ciudad que todavía no he tenido el placer de conocer —sonrió perverso, y se puso a mordisquear el cordón de su capucha.

—Eres todo un donjuán —le dijo Sai con sarcasmo—. Pero Neu… mm… —pensó cómo preguntárselo—. Siento que haya pasado esto… ¿Estás bien?

—¿Por qué no voy a estarlo?

—Has tenido una relación abierta con Yénova, pero sé que con ella siempre has tenido más conexión que con nadie. Tú mismo lo has dicho antes. No la quieres como para ser el amor de tu vida, pero… no es ningún secreto que ella te importa mucho.

Neuval miró hacia el suelo, y se encogió de hombros, sin decir nada. Quería seguir mostrando que se resignaba a aceptar la situación, pero Sai sabía que este cambio con Yénova le afectaba.

—Es mejor así —murmuró Neuval, cruzándose de brazos con aire impasible, mordisqueando sin parar el cordón de su capucha—. Dos años con ella ya es mucho tiempo. Estará mejor si se aleja de alguien como yo…

—¿Eh? —preguntó Sai, pues no consiguió oírlo.

—¿En qué año planeas terminar de vestirte? —protestó, volviendo a levantar la cabeza—. El aire aquí dentro apesta.

—Pues cámbialo. ¿No podías hacer eso de inhalar un gas y expulsar de tus pulmones otro gas distinto?

—¿Qué soy, una depuradora?

—Entre otras cosas —sonrió Sai, sacando su ropa de su taquilla.

—El problema aquí no es que nos envuelva un gas natural tóxico que yo pueda transformar en otro tipo de gas no tóxico. El problema aquí es que nos envuelve aire normal, pero cargado de las malolientes partículas de sudor ¡porque el puerco de Peng no se lava nunca! —exclamó a propósito, pues el susodicho estaba pasando justo delante de ellos todavía con la ropa de deporte puesta, yendo directo a su taquilla cambiarse.

—¡Cállate, Lao! —le encaró este, que era un chico larguirucho con cara de malas pulgas.

—¡Dúchate por una vez, Peng, que me toca sentarme a tu lado en Lengua! —le espetó Neuval.

—¿¡Quieres pelea, blancucho europeo!? —se enfadó.

—¡Creía que nunca lo pedirías! —se levantó Neuval de un brinco, exaltado de entusiasmo.

—Eeeh, ni hablar —Sai se puso entre los dos—. Peng, por favor, vete a ducharte. A nadie le importa que tengas una enorme mancha de nacimiento en la cadera, y si alguien te dice algo ya se las verá conmigo —le señaló hacia las duchas con tanta autoridad que Peng lo hizo sin rechistar—. Y tú, hermanito, deja ya de buscar pelea con todo el que te cruzas, ¡hasta con el panadero! Y para ya de morder esto —le quitó el cordón de la capucha de la boca—. Por favor, no me digas que estás otra vez consumiendo esas sustancias malas —susurró preocupado.

—Precisamente porque llevo un tiempo sin tomar nada estoy con los tics de la abstinencia —Neuval volvió a llevarse el cordón a los dientes, se apartó de él y volvió a sentarse en el banquito con su libro—. Pero tranquilo, que pronto conseguiré más “caramelos” y estaré más calmadito.

—Oh, vamos, Neu… —protestó Sai con cierta decepción—. Creía que ya habías dejado esas sustancias raras. No son buenas para ti.

—No me perjudican la salud, soy un iris —dijo impasible, pasando otra hoja de su libro.

—No, pero te hacen comportarte de una forma extraña —insistió su hermano—. Hacen que no seas tú.

—Esa es la idea.

—Neu, me preocupa que…

—Basta, Sai. Tengo mis razones —le interrumpió con un tono sombrío, pero no levantó la vista de su libro—. Ya lo hemos hablado muchas veces. Ya te dije que tengo problemas que me cuesta controlar, y te pedí que me dejaras lidiar con ello solo. No quiero que te inmiscuyas en esta parte de mí, ni que te preocupes, ¿vale?

Sai suspiró amargamente, pero no dijo nada más. Confió en que su hermano sabía lo que hacía. Ya había conocido que Neuval tenía algunos vicios que por alguna razón se desvivía por saciar, vicios malos, necesidades inapropiadas, que por lo visto su iris no era capaz de controlar porque ya formaban parte de él incluso antes del trauma de la muerte de su hermana y de convertirse en iris. Neuval siempre sospechó que este lado corrupto de él nunca tuvo nada que ver con el iris ni con el majin, sino con algo más anterior; que su sangre estaba maldita, y por eso procuraba alejar a Sai, y a todos, de ese lado suyo que tanto odiaba pero que no podía evitar. Lo de consumir drogas, por tanto, en su caso no era por simple acto de rebeldía, de estupidez o de capricho, sino una forma parcialmente eficaz de sobrevivir a su propia mente atormentada y de callar las voces diabólicas que le pedían “liberar las alas negras”.

—Bueno —dijo Sai, recuperando el buen humor para animar a su hermano—. Espero que Yénova y tú no acabéis muy mal. Por lo que he oído, ella está a punto de licenciarse como monje de armas, así que estará más centrada en eso. No os dejaréis de hablar para siempre ni nada de eso, ¿verdad?

—Espero que no —respondió Neuval—. Quizá ella acabe odiándome o guardándome rencor por no querer lo mismo que ella quiere. Pero no me importa. Aunque yo no quiera ser su pareja formal y oficial, Yénova seguirá siendo una persona muy importante para mí. Así que no pasa nada si ella ya no quiere hablarme, yo seguiré estando ahí si alguna vez me necesita.

Sai asintió, conforme. Puede que su hermano no fuera un chico del todo correcto o decente con las chicas, pero sí era alguien que sabía la importancia de valorar a quienes quería.

Cuando Sai se secó entero al fin, dejó la toalla a un lado y fue a ponerse los calzoncillos, Neuval lo miró por el rabillo del ojo y se alejó de él un poco con disimulo.

—¿Qué pasa? —se extrañó Sai.

—No, nada... —se encogió de hombros, volviendo con su lectura, y se alejó un poco más cuando Sai se puso la prenda.

—¿Por qué huyes de mí? —desconfió Sai, entornando los ojos.

—No, por nada, nada... —volvió a encogerse de hombros.

—No me gusta cómo lo dices... ¿Qué has hecho esta v-...? ¡Ah! ¡Aaah, la madre que...! —gritó, empezando a brincar como un loco, llevándose las manos a la entrepierna.

—¡Jajajaja...!

Neuval se tiró por los suelos llorando de la risa. A los pocos segundos, los demás chicos se acercaron a ver qué pasaba, sorprendidos por los alaridos que pegaba Sai, que ya estaba dándose golpes contra las taquillas y corriendo de un lado a otro.

—¡Jajaja, son los Lao otra vez! —carcajearon los chicos.

Sai dio un traspié del pavor que tenía encima, y al caer al suelo se quitó los calzoncillos y los tiró muy lejos, pero los efectos de la planta de ortiga aún seguían torturándole las partes nobles. Descartando la idea de ir a las duchas, puesto que soltaban agua caliente y ardiendo ya tenía otra cosa, salió pitando de los vestuarios para ir a los baños pequeños completamente desnudo, tapándose con las manos y dando más gritos de sufrimiento.

Neuval se puso en pie con dificultad por el ataque de risa y fue tras sus pasos. Al adentrarse en los pasillos, siguiendo los gritos de su hermano, lo vio a punto de doblar una esquina, pero justo ahí aparecieron cincuenta chicas de uniforme y porte educado tras una vieja con cara de pasa.

—¡Uaaah! —chillaron las chicas, escandalizadas, tapándose los ojos.

La gobernanta del internado femenino se llevó una mano al pecho, asustada e indignada, y no pudo poner orden, pues sus alumnas habían montado un buen alboroto. Sai, por su parte, estaba paralizado frente a todas ellas, más pálido que un folio y sin saber a dónde ir, pues pronto empezaron a salir chicos de las aulas para ver a qué venía tanto chillido. Lo que sí hizo fue coger una papelera del suelo y taparse con ella, y entonces vio ahí plantada a Suzu, observándolo con la mandíbula abierta de par en par. Ahí Neuval cayó muerto al suelo. Infarto de risa.

—¿¡Qué demonios pasa aquí!? —intervino el director con una voz que retumbó las paredes, viniendo desde un pasillo—. ¡Silencio, dejad de pegar chillidos, todas!

Sai estaba a punto de darle un síncope cuando los ojos del viejo director se posaron en él, y la cara que puso el hombre podía espantar al mismísimo Siddharta Gautama.

Diez minutos después, Sai se encontraba en el despacho del director, solo y vestido, sentado en una de las sillas frente a la mesa, tratando de no moverse ni un milímetro, pues aún sufría la molestia de sus pobres partes. La hoja de ortiga era letal. De repente, la puerta del despacho se abrió y el director empujó a Neuval al interior bruscamente.

—¡Ay! —exclamó, a punto de tropezarse.

—Esperad aquí quietecitos y callados —les ordenó el viejo, con la vena de la sien hinchada—. Vuestro padre llegará ahora mismo para llevaros a casa. Yo todavía he de tranquilizar a las pobres chicas del Pàn Tóu. —Cerró la puerta con un golpe seco.

Neuval suspiró y se sentó en la silla de al lado de Sai. Pronto notó un escalofrío producido por la mirada de su hermano clavada en él.

—Heheh... —rio.

—Cabronazo... —musitó Sai con fiereza, lamentando no poder moverse.

—Ha sido divertidísimo —celebró Neuval felizmente—. Acabo de venir de la enfermería porque sufrí un fuerte mareo de tanto reírme. ¿Qué tal?

—Te voy a matar...

—Bueno, normal —asintió—. Esta es mi venganza por la broma que tú me jugaste la semana pasada, que fuimos al lago, y desapareciste con mi ropa cuando yo me estaba bañando. Tuve que cruzar el bosque con unas hojas de taparrabos hasta la cabaña, y en ella me encontré con una anciana con su nieta de 7 años, la cual quedó traumatizada. ¿Recuerdas?

—Aaah, debí haber previsto que te vengarías... —refunfuñó Sai—. Pero esta ha ido muy lejos, cincuenta chicas no es lo mismo que una viejecita y una niña pequeña.

—Sí... Y la cara de Suzu... Debí traerme la cámara de fotos. Tranquilo, yo le explicaré lo que ha pasado.

Se quedaron un momento en silencio, mirándose.

—Reconócelo —sonrió Neuval.

—Sí, ha sido buena —sonrió también—. A ver cómo la supero ahora. ¿Desde cuándo llevamos gastándonos bromas pesadas?

—Hm... —pensó—. Desde que terminé mi año de entrenamiento en el Monte. Hace cuatro años.

¡Pum! Los dos chicos pegaron un bote en sus sillas al oír la puerta abrirse, que casi rompió la pared. Se giraron lentamente, con el corazón en la garganta. Ahí estaba Kei Lian, con su traje de trabajo, su cabello negro bien peinado y dándole una profunda calada a su cigarrillo. Luego soltó el humo poco a poco con un deje siniestro.

—Tenéis veinte segundos para explicarme por qué os han expulsado tres días del instituto —dijo, y guardó silencio, sin moverse de la puerta—. De todas formas, haré una deliciosa barbacoa con vosotros.

Sai y Neuval se miraron de reojo, boquiabiertos. Veinte segundos para explicarle eso... había otra forma mejor de aprovechar esos segundos de vida.

—¡Corre! —saltó Sai de la silla a la vez que Neuval, y los dos salieron pitando por la puerta del despacho, pasando por ambos lados de su padre.

Sin embargo, Kei Lian ni se inmutó. Sujetó el cigarrillo entre los labios y se arremangó los brazos tranquilamente.

—Huir de mí… Pobres ilusos —murmuró, dándose la vuelta para iniciar la caza rutinaria.»


Un año después...

«Era un atardecer apacible y templado en Hong Kong. Sai y Neuval, pasando el rato en la azotea del edificio de casa, fumando y bebiendo, contemplaban la ciudad expandida frente a ellos, bañada por una luz anaranjada, y más allá el mar comiéndose al sol poco a poco.

Gege, ¿una carrera por encima de los edificios? —invitó Neuval, mientras enrollaba un canuto de marihuana.

—Aaah, qué pereza. Además, por tu culpa le he cogido miedo a las alturas. Oye, ¿quedamos mañana con los de clase? Dicen de ir a la playa.

—No sé, depende de si tengo trabajo o no —contestó, dándole el canuto para que lo encendiera.

Sai encendió el mechero, pero justo cuando la llama fue a rozar el extremo, oyeron los pasos de alguien subiendo por las escaleras de la trampilla. Sobresaltados, Sai le dio el canuto rápidamente y Neuval lo escondió en sus bolsillos. Luego se pusieron de pie y llevaron las botellas de cerveza detrás de una casetilla de ahí, ocultándolas bien. Cuando Kei Lian abrió la portilla, se los encontró tumbaditos en el lugar de siempre, tranquilitos y buenos.

—¿Quién quiere una delicia de mamá? —preguntó, sujetando una especie de pinchitos de una masa esponjosa cubierta de chocolate y tres tazas, dos de chocolate caliente y una de té.

—¡Yo! —saltaron, arrebatándole con ansia las brochetas.

—Hala, hala, calma —se rio el hombre—. Tu chocolate caliente, Sai. Y tu té excesivamente azucarado, Neu —les dio sus tazas.

Los tres se sentaron en el bordillo de la azotea a merendar y observaron la ciudad, que ya empezaba a encender sus primeras luces.

—Mañana no tenéis clase —dijo Kei Lian—. Neu, espero que no hayas hecho planes.

—No, estaba esperando a ver si había trabajo.

—Lo hay —afirmó—. El maestro Hideki te ha encargado encontrar a este hombre, un traficante de armas —sacó una fotografía del bolsillo del pantalón y se la entregó—. Se espera que llegue a alguno de los puertos de la ciudad entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde. Tienes que ir con Pipi para cubrir más zona. Cuando lo encontréis, informad a Emiliya.

—Vale —asintió, guardando la foto.

Kei Lian sonrió, revolviéndole el pelo, y posó un brazo sobre los hombros de Sai.

—¿Qué, Sai? Mamá me ha dicho que Suzu va a venir ahora a casa —le dijo.

—Sí, le tengo que devolver los vinilos que me prestó el mes pasado. La grabadora de discos que has construido va genial. Ah, Suzu trae a una amiga consigo, una estudiante de intercambio de Japón que vino la semana pasada y que vive ahora en su residencia. Sólo van a quedarse unos minutos. Como han estado todo el día haciendo recados, se quieren ir pronto a casa, y Suzu viene de paso a por los discos.

—Ay, el amor... —suspiró Kei Lian, levantándose para irse—. Hijo, pronto te veo casándote con Suzu.

—¿En serio? —sonrió Sai con vergüenza, sonrojándose—. Si sólo tenemos 17 años... pero no niego que es una idea que me atrae... —titubeó, soñando despierto—. Heheh...

—Pero qué cursi te has vuelto —rezongó Neuval.

—Neu, a ver si se te pega algo de tu hermano —le reprochó Kei Lian—. A ver si ya dejas esa golfería y te metes en una relación seria con alguien.

—Pfff... Yo paso de esas cursiladas, papá —bufó, haciendo aspavientos—. Matrimonio, compromisos, hijos... Buah, ese rollo no me va para nada, nunca.

Kei Lian puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Cuando se marchó por la trampilla y los dejó solos de nuevo, Sai se sentó poniéndose de cara a Neuval.

Dìdì, ¿tú crees que Suzu y yo acabaremos casados? —le preguntó emocionado.

—Claro... —Neuval se encogió de hombros pasivamente—. Con lo empalagosos que sois...

—Sería genial... —murmuró, perdiendo la vista hacia las nubes del cielo como un buen enamorado—. La quiero tanto...

—Sai, llevas con ella dos años, ¿no te cansas? No lo entiendo.

—No sabría explicártelo... —sonrió atontadamente.

—Ya verás, acabaréis con once hijos y comiendo perdices de desayuno todos los días hasta que se os caigan los dientes y la piel de la cara.

—¿Tú crees? —siguió con su trance—. Si tengo una hija, me gustaría llamarla Mei Ling, y si tengo un hijo... se lo daría a elegir a Suzu, querrá ponerle un nombre japonés. Sólo sé que sería muy feliz formando una familia con Suzu.

—Sí, sí, lo que tú digas... Yo, desde que Yénova y yo lo dejamos, prefiero ser un colibrí, de flor en flor.

—Tú mismo —sonrió Sai—. Ah, por cierto —saltó de pronto, meneándole el brazo—, ¿cómo era el apellido de tu maestro de la SRS?

—¿De Hideki? Se apellida Saehara, ¿por qué?

—Lo sabía... —negó con la cabeza—. ¡Lo sabía! ¡Sabía que me sonaba de algo!

—¿El qué?

—La estudiante de intercambio que vive con Suzu —le contó Sai, emocionado—, me parece que es su hija.

—¿¡Cómo!? —se sorprendió Neuval—. ¿Que esa amiga de Suzu es la hija de mi maestro Hideki y de Emiliya?

—¿Tú sabías sobre ella?

—Sí, sabía que Emiliya y Hideki tenían una hija, pero nunca la he visto. No sabía que iba a venir aquí a estudiar. Vaya, qué casualidad... ¿Tú la conoces?

—Sí, la conocí hace unos días cuando fui a quedar con Suzu, me la presentó.

—¡Sai! —oyeron la voz de Ming Jie en el interior de la casa—. ¡Suzu y su amiga ya han llegado, están esperando en el salón!

—¡Voy! —contestó Sai, poniéndose en pie de un salto—. Vamos, dìdì, ven a saludar a Suzu.

—Jo... —protestó con gran pereza.

Ambos se metieron por la trampilla y bajaron hacia casa. Se adentraron por una puerta trasera de la cocina y anduvieron hacia el salón, donde vieron a Suzu ahí de pie en el centro, mientras otra chica con una voluminosa melena roja y ojos verdes se dedicaba a observar con curiosidad unos libros de la estantería del fondo que trataban de informática, de espaldas a ellos.

Neuval se cruzó de brazos y miró al techo pacientemente mientras Sai y Suzu se saludaban con una fusión de labios.

—Hola, Neuval —le sonrió la chica.

—¿Qué hay, Suzu? —saludó aburrido.

—Voy ahora mismo a traerte los vinilos, vuelvo enseguida —le dijo Sai a Suzu, perdiéndose de vista por el pasillo.

—¿Cómo te va, Neu? —le preguntó Suzu, mirándolo con recelo, aunque sonriente—. ¿Sigues causando catástrofes en tu instituto?

—Es un pasatiempo sano —se excusó Neuval.

—Ya —casi rio, y se volvió hacia su amiga—. Katyusha, ven —la llamó.

La chica pelirroja la miró y se acercó a ellos, dejando a un lado su afición por esos libros. Llevaba gafas, y tenía pecas en la nariz.

—Este es Neuval, el hermano de Sai —le explicó Suzu—. Bueno, no es exactamente su hermano. En realidad es adoptado, creo que lo encontraron debajo de un puente o en un contenedor de basura —dijo, tratando de hacer rabiar a Neuval como siempre solía hacer, o al menos intentaba hacer—. Neuval, esta es Ekaterina Saehara.

Cuando los dos se miraron a los ojos por primera vez, las reacciones fueron muy opuestas. Katya entornó los ojos con incredulidad, y pronto su expresión se tornó a una mirada de odio. Por otra parte, el corazón de Neuval se paró de golpe y se quedó paralizado. Ni parpadeaba ni respiraba, su cara era de completa imbecilidad. Se había quedado prendado. En ese momento llegó Sai con los discos, y se sorprendió al notar cierta tensión en el aire.

—Oye, un saludito... —dijo Suzu entre esos dos.

—Estás de coña, Suzu —replicó Katya, cruzándose de brazos—. Este chico es el mismo idiota con el que me choqué el otro día por la calle, y me tiró el bollo de chocolate y los libros al suelo. Ni se disculpó ni me ayudó a recoger los libros. Sin siquiera mirarme a la cara, me dijo: “¡Mira por dónde vas, cuatro ojos!” Y se esfumó sin más.

—¿En serio? —se sorprendió Suzu—. ¿Entonces era Neuval ese desconocido idiota que me dijiste? Oye, Neu, ¡qué grosero eres!

—Anda, ¿o sea que ya te cruzaste con él, Katya? —preguntó Sai.

—Desgraciadamente —asintió la pelirroja—. Permíteme decirte que tienes un hermano muy idiota.

—Bueno —sonrió Sai, apurado—. Vale que no tenga mucho cuidado con las chicas, pero es bueno, ¿verdad, dìdì? ¿Verdad que te vas a disculpar? —giró la cabeza hacia él—. Dìdì? ¿Hola? ¿Estás bien?

Le dio toquecitos en la cabeza, pero Neuval seguía agilipollado, con la vista clavada en la pelirroja. Él ni se acordaba de aquel choque accidental del otro día. Como Katya bien había dicho, Neuval ni se paró. Pero ahora que la veía por primera vez... pensó que era la criatura más bella del universo. Pero no sólo por su evidente aspecto, su rizado y voluminoso cabello rojo cayendo de una coleta como una cascada de rosas, sus ojos verdes y peligrosos como las espinas, sus rasgos mestizos, sus inocentes pecas… Además de todo eso, esa chica emitía una mirada inteligente, una energía fuerte, una personalidad culta, segura, hermosa.

Neuval estaba sonrojado hasta las orejas. Se le estaban secando sus ojos plateados por no pestañear.

En ese momento, vino Kei Lian desde el pasillo.

—¡Hey, Suzu! —la saludó.

—Hola, señor Lao —sonrió ella.

—¡Hey, amiga de Suzu! Tú eres la hija de Hideki, ¿verdad? —le preguntó Kei Lian a Katya, inclinándose ante ella para verla detenidamente—. Heheh... Los ojos verdes de tu madre y el pelo rojo de tu padre. Es un placer conocerte por fin. He oído hablar de ti sin parar desde hace años.

—Señor Lao, el placer es mío —sonrió Katya con emoción, inclinándose con respeto como saludo—. Disculpe si mi chino está algo oxidado. Yo también he oído hablar mucho de usted, de cómo mi padre y usted se conocieron y se hicieron buenos amigos desde la infancia. Cuando hace dos años Suzu me dijo que había conocido a un chico aquí en Hong Kong, y que estaban saliendo juntos —señaló a Sai—, me sorprendí mucho al saber que su padre era usted.

—Claro que yo no sabía nada sobre los iris cuando Sai y yo comenzamos a salir —se rio Suzu—. Hasta que Sai me lo contó hace un año. Entonces a mí también me sorprendió descubrir la relación, que el padre de mi novio es un iris que trabaja con los padres de mi mejor amiga.

—Tu padre me llamó hace tres semanas por teléfono diciéndome que ibas a venir a esta ciudad como estudiante de intercambio —le comentó Kei Lian a Katya—. Y me pidió que, si podía, te vigilara y te protegiera.

—Oh, venga ya... —rezongó Katya, pellizcándose el entrecejo—. Qué bochorno... Señor Lao, no haga caso a mi padre, yo sé cuidarme muy bien solita. Él es demasiado sobreprotector.

—Lo sé. Por eso, cinco minutos después de terminar la llamada con él, me llamó tu madre diciéndome que olvidara lo que tu padre acababa de decirme, y que, si por casualidad te veía por la ciudad, te mandara un saludo de su parte.

—Tus padres son como la noche y el día, Katya —casi rio Suzu

—Casi literal, Suzu, mi padre es un Den y mi madre casi llegó a ser una Yami.

—Me alegra que seas amiga de Suzu, Ekaterina, así podremos verte de vez en cuando, ya que mi Sai no se despega de tu amiga, jejeje... —zarandeó a Sai del hombro, y el chico se sonrojó tímido, mientras que Neuval seguía ahí como una estatua—. Igual que le decimos a Suzu, esta casa también es tu casa, tenlo en cuenta.

—Oh... Es muy amable, señor Lao, gracias —sonrió Katya educadamente—. Me siento muy arropada... —mientras terminaba esa frase, se le desvió la mirada hacia ese pasmarote con cara de tonto que no paraba, ni un segundo, de contemplarla sin parpadear. Katya casi se retractó de lo que acababa de decir, la verdad es que ese chico de ojos grises le estaba dando un poco de miedo—. Ehm...

—Oíd, fuera está anocheciendo —declaró el hombre—. Será mejor que os lleve yo de vuelta a vuestra residencia en coche. Esperadme aquí, voy a coger las llaves.

—Gracias, señor Lao —dijo Suzu.

Cuando Kei Lian desapareció de nuevo por el pasillo, en el salón se formó un silencio la mar de incómodo. Al menos, no por parte de Suzu y Sai, que no paraban de mirarse a los ojos con suspiros y sonrisas bobas, cogidos de las manos, que casi podían atisbarse mariposas, corazones y arcoíris flotando entre los dos. El contraste estaba ahí justo al lado de ellos, en donde flotaba oscuridad, glaciares, pesadillas y maldiciones satánicas entre Katya y Neuval. Bueno, esas cosas iban dirigidas de ella hacia él, porque de él no salía nada. Seguía ahí quieto con los ojos abiertos como platos y mudo.

—Eh, un momento... —Katya afiló la mirada—. ¿Tú eres...? Espera... —le apuntó con el dedo—. Tengo entendido que en la SRS de mi padre trabajan un padre con su hijo. El señor Lao es el único lo suficientemente mayor para tener un hijo. Si Sai es humano... ¿No será este chico...? —preguntó hacia su amiga.

—Oh... Sí... Verás, Neuval también es un iris.

—Oh, no... —dijo Katya con fastidio, poniendo los brazos en jarra con reproche—. ¿Tú eres el Fuu de la SRS de mi padre? ¿Ese Fuu? Mi padre dice que a pesar de que te falta disciplina, eres buen chico. Y mi madre dice que siempre se lo pasa en grande contigo gastando bromas por ahí. No me puedo creer que el mismo idiota que me humilló el otro día sea un iris, y menos como lo describen mis padres. Tú no eres bueno.

Aquella última frase que le espetó fue quizá un poco dura. Hizo que Neuval pestañease por primera vez en cinco minutos. Aunque siguió sin moverse y con la misma cara prendada mirando a Katya, casi se pudo percibir que esas palabras le hicieron un poco de daño. Pero Neuval estaba acostumbrado a ocultar el daño desde que tenía 5 años. Suzu y Sai se quedaron callados con incomodidad. No se atrevieron a decir nada porque Katya de repente estaba estremecedoramente seria mirando a Neuval muy fijamente.

—Pero tampoco eres malo —concluyó la pelirroja, frunciendo el ceño por unos segundos, como si estuviera viendo o analizando algo más en él—. Simplemente eres una persona perdida. Porque tienes dos fuerzas opuestas dentro de ti y te da demasiado miedo reconocer que ambas pueden formar parte de ti de por vida. Quieres deshacerte de esa parte de ti que tanto odias, pero al ver que no puedes, te enfadas contigo mismo y te comportas como un idiota. Tienes graves problemas de identidad. Aun así, no es excusa. Quiero oír tus disculpas por lo del otro día —se cruzó de brazos, firme—. Ese bollo de chocolate era mi mejor momento tras un día duro de estudio.

Si antes Neuval parecía estupefacto con esa pelirroja, ahora lo estaba el doble. Nunca antes una chica le había hablado de esa forma, mirado de esa forma, intimidado de esa forma. Normalmente, las chicas siempre estaban babeando a sus pies, yendo tras él, vacías de amor propio, o acechándole como buitres para usar su estatus, su gran popularidad, su enorme atractivo y demás atributos por intereses propios y egoístas. O bien se ponían por debajo de él, o por detrás de él, o incluso a veces intentaban ponerse por encima de él. Pero esta chica... estaba firmemente plantada enfrente de él, con la verdad directa y cruda por delante, sin complejos, inseguridades, filtros o hipocresías. Ella era lista. Ella sabía ver a través de él y sólo habían estado diez minutos el uno frente al otro. Ella era fuerte. Auténtica. Ella era... ¡era ella! ¡Ella!

—En serio, ¿este chico de verdad es idiota o le ha dado un infarto cerebral? —les tuvo que preguntar Katya a los otros dos, porque Neuval estaba ya rozando límites insospechados de comportamiento extraterrestre.

—Bueno, ya estoy —apareció Kei Lian en el salón tras salir del pasillo otra vez, y les hizo un gesto a las dos chicas mientras caminaba hacia la puerta de entrada allá a unos metros del centro del salón.

—¡Ah, ya vamos! —dijo Suzu—. Nos vemos mañana, Sai.

Sai sonrió felizmente y las dos chicas se marcharon con Kei Lian. El salón quedó reinado por un silencio sepulcral. Sai volvió a ver que Neuval seguía ahí plantado con cara de tonto.

—Oye, Neu, ya en serio, ¿te encuentras bien? —le preguntó preocupado.

Gege! —exclamó de pronto, desprendiendo dos ríos de lágrimas, dándole un susto de muerte—. Gegeeee!

Neuval se arrodilló a sus pies y le clavó los dedos en las piernas con fuerza, mirándolo con una cara completamente apocalíptica.

—¿Qué pasa? —se asustó Sai.

—¡Tiene que ser mía! ¡Esa chica... tiene que ser mía!

—¿Quién...? ¿¡Ekaterina!? ¿¡Que te has colado por Katya!? —se llevó las manos a la cabeza, perplejo.

—¡La quiero! —afirmó eufórico.

—A… acabas de conocerla... —balbució incrédulo—. Y además, ella te odia, no sé si te has dado cuenta.

—¡Ayúdame! —imploró—. ¡Me ayudarás! ¿¡Verdad!?

—Oh, no... —Sai se frotó la cara con las manos—. Por Dios, Neu, te está volviendo a pasar.

—¿¡El qué!?

—Estás teniendo ahora mismo otro de esos impulsivos caprichos tuyos. No vas a parar de remover cielo y tierra hasta conseguir satisfacerlo, ¿verdad?

—¿Te has fijado... —susurró Neuval con tono intrigante, ignorando por completo lo que Sai decía—... en cómo me ha perforado el alma con esas dagas de verde esmeralda?

—Todo el mundo se ha fijado.

—Qué poder... Me ha destrozado por dentro y luego me ha revivido con un último puñal de compasiva tregua...

—Yo creo que le has dado lástima.

—¿Debería sorprenderme, siendo hija de los mismísimos Hideki y Emiliya? —seguía Neuval hablando solo, mirando a las musarañas, soñando despierto—. Qué humana más poderosa... ¡Sai! —se giró hacia él de nuevo y lo agarró de los hombros—. Tienes que ayudarme.

—Neuval, lo veo complicado —se rascó la cabeza—. Sinceramente, hermanito, no quiero que te hagas ilusiones con cosas que pueden ser imposibles. Ya sabes cómo te afectan esas cosas, eres una persona muy sensible...

—¿Cuándo he sido yo sensible?

—Ayer mismo, te echaste a llorar cuando encontramos aquel pájaro en el parque que había nacido con las alas atrofiadas.

—Imagina nacer con alas y no poder usarlas nunca, Sai, es horrible... —se defendió Neuval, a punto de ponerse a llorar de nuevo al recordarlo.

—Hmm... —se puso pensativo—. Oye, pues a lo mejor podría ayudar que Katya conociera ese lado sensible tuyo. Creo que ahora piensa que sólo eres un arrogante desalmado. Bueno, algunas veces lo eres...

—¿¡Crees que puede funcionar!? ¡Me echaré a llorar encima de ella si hace falta, la inundaré de lágrimas hasta ahogarla!

—Vaaale, frena ahí, mi querido y chiflado hermano, vamos a calmarnos un momento y a empezar a pensar con lógica, ¿de acuerdo? —lo apaciguó Sai, pasándole un brazo sobre los hombros y sentándolo en una de las butacas del salón, sentándose él enfrente, en la mesita del centro—. Corres con la ventaja de que Katya ya sabe bastantes cosas sobre ti, de lo que ha escuchado de sus padres, mayormente son cosas buenas, pero ella ha tenido ya una primera mala experiencia personal contigo y esa primera impresión pesa mucho.

—Ni recuerdo haber chocado con alguien recientemente —aseguró Neuval—. Oh, no... ¿fue en algún momento en que estaba bajo los efectos de mi majin? Sus padres le habrán dicho que tengo majin, ¿verdad? Ella lo entenderá, ¿verdad?

—Neuval, el problema es que, con majin o sin él, eres una persona muuuyyy compleja. No te voy a ayudar a fingir ser alguien que no eres para gustar a una chica. Pero lo que sí puedo es aconsejarte qué pequeñas cosas mejorar y otras que potenciar. Empezando por tus modales. ¿Sabes por qué Suzu y yo tenemos una relación tan sana y fuerte? Porque ambos reconocemos los defectos propios y del otro, y ambos tratamos de mejorar algunos y aceptar aquellos que no se pueden cambiar.

—Sai... ¿¡Entonces me vas a ayudar de verdad!? —le preguntó con una sonrisa radiante—. ¡Eres el mejor hermano mayor del mundo! —lo abrazó con fuerza.

—Hahah... bueno, bueno, no exageres. Pero te lo advierto. Tienes que poner mucho de tu parte. Esta chica no es como las demás, con ella no hay juegos que valgan.

—Haré lo que sea —contestó Neuval firmemente—. Lo que sea por estar con Keisy.

—¿¡Quién demonios es Keisy!? ¡Se llama Katya, bruto!»


Dieciocho años después...

«En la casa de los Vernoux estaba reunida toda la familia y todos los compañeros de trabajo y amigos de Sai, unos vestidos de blanco, otros de negro, según la tradición que siguiesen. Blanco o negro, todos iban de luto. Neuval estaba sentado en el sofá del salón principal, con la cabeza apoyada en las manos y la mirada perdida. Katya estaba a su lado con cara afligida, con un brazo sobre sus hombros y en el otro sujetando a un Yenkis bebé que dormía plácidamente.

Al pie de las escaleras había dos niños idénticos de 6 años que lloraban en silencio. Suzu trataba de consolar a Mei Ling en el porche. Cuando empezó a atardecer, los invitados se fueron yendo, hasta dejarlos solos en la casa. Lex se acercó a los pequeños gemelos de las escaleras y se sentó junto a ellos para hacerles compañía, tan triste como ellos. Al pequeño Yousuke le brillaba un ojo con una pobre luz gris. Agatha estaba allí. Dentro de un rato iba a llevarse a You al Monte Zou.

—Voy a ver qué tal está Ming Jie —le susurró Katya a Neuval, frotándole la espalda, y lo besó en la mejilla.

Katya se fue hacia la cocina con Yenkis en brazos. Sin embargo, no llegó a entrar, se quedó tras la puerta, escuchando las voces de Ming Jie y de Kei Lian. Estaban discutiendo. Katya entornó los ojos con pena, pues Ming Jie, a juzgar por cómo gritaba y lloraba, parecía estar sufriendo un ataque de ansiedad.

Oyó cómo Kei Lian trataba de calmarla, pero Ming Jie se negaba. La oyó decir que no podía más, que esto la superaba y que no podía soportarlo. Entre sus gritos oyó cosas como “malditos iris...”, “estoy harta de vivir temiendo que le pueda pasar algo a mi familia”, “no quiero seguir estando relacionada con esto...”, etc.

Katya cerró los ojos. Podía entender a Ming Jie perfectamente, la comprendía. Sai, su hijo, había muerto a manos de unos criminales que llevaban muchos años siendo enemigos de la Asociación. Sin embargo... lo sentía muchísimo por Kei Lian. Se imaginó que en ese momento él debía de estar temblando de miedo, miedo de que el amor de su vida se separase de él. Al parecer, así iba a ocurrir, pues Katya llegó a oír que Ming Jie pronunciaba la palabra “divorcio”, y también lo sintió por Neuval.

Una niña pelirroja con un vestido blanco, subida a una banqueta, miraba por la ventana cómo se marchaban los invitados. Se bajó de la banqueta y se acercó al hombre del sofá. Al tener la cabeza gacha, no le veía la cara, así que se puso entre sus piernas y se asomó por debajo para verla. Se entristeció al ver sus ojos plateados húmedos, y le puso la manita en la mejilla.

—No estés triste, papi —le dijo—. Por favor. No llores. Tío Sai no querría verte así.

Le secó una lágrima con la mano, entonces Neuval dejó salir un sollozo y abrazó a la pequeña con fuerza.

—Tienes razón, Cleven, no le gustaría verme así —murmuró—. Pero no puedo evitarlo. Ya no volveré a verlo. No he podido protegerlo… otra vez… he perdido otro hermano… Lo echo de menos, Cleven… sólo quiero que vuelva…

Cleven puso una cara llena de pena, sin saber qué hacer para hacerle sentirse mejor. Ella no estaba tan afligida. Para Cleven, en aquella época, la muerte no era un fin. Ella tenía otro concepto de esta, porque en ese entonces, aunque los demás nunca lo supieron, Cleven era alguien que dominaba la muerte; en ese entonces, ella era lo que nació siendo. Hace dos años conoció a Drasik, cuando su padre lo trajo del Monte Zou y, con él, ambos, juntos, podrían traer a Sai de regreso a la vida. Pero para ello, la venganza hacia los responsables debía ser cumplida primero, y su complicación iba a durar años.

Claro que esto no podía contárselo a su padre, nadie debía saberlo. Empezó a ver que no iba a poder consolarlo. De todas formas, en ese momento Neuval no quería hablar con nadie.

—Cleven —oyó una voz tras ella.

La pequeña se volvió y vio a dos chicos rubios muy parecidos, solo que uno era más grande que el otro. Uno tenía 15 años y el otro 10, los hermanos pequeños de Katya.

—Tío Ichi, tío Brey... Todos están muy tristes —lamentó Cleven—. ¿Qué puedo hacer por ellos? El primo Kyo y el primo You llevan toda la tarde sin moverse de las escaleras... Mi papá llora...

—Vamos, ven —le sonrió Izan con tristeza, cogiéndola de la mano y separándola de Neuval—. Algunos necesitan estar solos ahora.

Brey agarró su otra mano y la miró.

—Vamos a pasear un rato, Cleven —le dijo—. Vamos a buscar caracoles en el jardín. ¿Vale?

Cleven asintió y se fue con sus jóvenes tíos.»


Neuval abrió los ojos de golpe, viéndose aún en el mausoleo. No sabía cómo se le había colado ese triste recuerdo, y trató de quitárselo de la mente. Miró a los demás, y estos ya se estaban poniendo de pie. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero los palitos de incienso ya estaban a punto de extinguirse. Todos se dispusieron a salir y Yenkis los siguió en silencio. El niño vio caras nostálgicas en cada uno de ellos, y se preguntó qué habría revivido cada uno del pasado. Así, pues, Lao le pasó un brazo a Neuval sobre los hombros y Neuval agarró a Yenkis de la mano, y se marcharon a casa.





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