2º LIBRO - Pasado y Presente
Al entrar en casa, Yenkis se fue pitando a su habitación para dejar la mochila y el pendrive en un lugar seguro, junto a su cubito. Luego se vistió con ropa cómoda.
Antes de salir de su cuarto, respiró hondo. Había sido un momento algo arriesgado, recibir de Daiya aquel programa creado por su madre y del que Yenkis no debería saber absolutamente nada, y que justo su padre hubiera aparecido para recogerlo y llevarlo a casa. Esto era inusual, su padre no solía ir a recogerlo desde que aprendió a manejarse solo con el transporte público, y si lo hacía, solía ser por alguna urgencia o motivo de peso.
Por eso, Yenkis se había temido que su padre hubiera sospechado que tenía estos secretos con Daiya y que había venido a investigarlo con la excusa de venir a recogerlo. Sin embargo, Yenkis era un iris y tenía una capacidad innata para detectar que, aunque ese parecía el motivo más probable, había en realidad otra razón. Y no se equivocaba. Y es que Neuval estaba haciendo un muy buen trabajo actuando como si no pasara nada malo. Porque por dentro estaba muy alterado, después de haber sido atacado en su despacho por almaati desertores que seguían por ahí sueltos, sin contar con los que habían sido detenidos por la policía, también después de haber oído lo que uno de ellos le había dicho sobre Izan, y después de que Hana lo hubiera visto.
No había probabilidades de que esos almaati traidores volvieran a intentar atacarlo, especialmente porque habían comprobado que, efectivamente, ir seis almaati a intentar matar a Fuujin era la idea más tonta que podían haber tenido. Muchos sabían que Fuujin era muy fuerte, con el título de iris más poderoso y todo eso… pero en verdad nadie tenía ni la más remota idea de lo extremadamente poderoso que era Neuval en realidad. Ni siquiera el propio Neuval lo sabía.
Aun así, Neuval no estaba tranquilo todavía, y por eso había ido a recoger a Yenkis, para asegurarse de que estaba a salvo. Para suerte del niño, Neuval no sospechaba nada sobre lo que Daiya le había dado. Bastantes otras preocupaciones tenía en la cabeza, y además tenía la firme creencia de que era imposible que Yenkis pudiera hacerse con sus archivos secretos, y más que eso, abrirlos. Así que el muchacho se sentía aliviado, al menos, de tener ese pendrive a buen recaudo.
Mientras bajaba las escaleras de camino a la cocina, estuvo pensando en lo distinto que parecía su padre últimamente. No sabía, parecía algo más animado, más centrado, más comunicativo… Esa risa de burla que antes le había lanzado en el coche tras haberse despedido de Evie, por ejemplo, o la breve conversación que tuvieron esa mañana por teléfono en la que su padre le decía tonterías graciosas, y otros pequeños momentos de la última semana y media... ¿Qué había pasado con el padre serio, aburrido, estricto, taciturno y distraído que él conocía? ¿Debía alegrarse, o debía preocuparse? Yenkis no era tonto, un cambio de personalidad así era positivo, sí, pero muy raro.
Neuval ya estaba en la cocina. Se había quitado su elegante traje de trabajo y tenía puestos unos pantalones vaqueros, una camiseta negra y se había despeinado. Pocas veces Yenkis lo había visto ponerse con ese aspecto tan cómodo y tan contrario a la imagen elegante y sofisticada que solía llevar cada día al trabajo. Además, esto quería decir que no tenía intención de volver a la empresa hoy, y esto, otra vez, era algo raro.
Neuval estaba sacando unas verduras de la nevera, y como Yenkis estaba parado en medio de la cocina analizándolo y tan silencioso, casi se chocó con él al darse la vuelta. Neuval se lo quedó mirando. Yenkis no dejaba de observarlo.
—¿Qué? ¿Tengo algo en la barba?
—¿Y Misae? —preguntó el niño entonces, al darse cuenta de que no había nadie más que ellos en la casa.
—No puede venir, su madre ha vuelto a enfermar —contestó, colocando las verduras sobre la tabla de cortar en una de las encimeras.
—¿Y Hana?
—Pues… Hana… está en el hospital —terminó revelándole, mientras se ponía a cortar las verduras.
—¿¡Qué!? —saltó—. ¿Qué le ha pasado?
—Tranquilo, está bien. Sólo se ha desmayado en el trabajo. Ya sabes que a veces tiene deficiencia de hierro y esas cosas.
—Mm… —entendió.
—Van a suministrarle unas vitaminas o algo —le explicó—. No es nada, según el médico es muy típico en gente con un poco de anemia, y además Hana tiene esa manía de extralimitarse en el trabajo. En un rato iré a recogerla.
—¿Qué médico te ha atendido? —preguntó rápidamente, poniéndose delante de él y mirándolo fijamente.
—Capto la intención de tu pregunta a distancia —rechistó—. Sí, Yen, los enfermeros de recepción tuvieron la fantástica idea de llamar a tu hermano para atenderme. Habrán pensado: “¡Oh! ¡Obviamente, como el doctor Vernoux no odia a su padre, estará encantado de atenderlo!” —pronunció teatralmente imitando con gran sarcasmo la supuesta voz de los enfermeros.
—Papá… —lamentó Yenkis al oírle decir eso—. Lex no te odia…
—No estés por medio, estoy haciendo la comida.
Neuval desoyó su comentario y lo apartó a un lado, y se dirigió hacia el armario de las cacerolas, sacando un par y encendiendo el fuego. Yenkis se sentó en uno de los taburetes de la isla central, apoyando en la mesa los brazos y la cabeza en las manos, receloso.
—¿Habéis hecho las paces? —volvió a preguntar sin previo aviso.
Neuval detuvo su actividad y miró al techo con gran cansancio, soltando un largo suspiro.
—No, Yenkis, no hemos hecho las paces —contestó automáticamente, pues ya le había hecho esa pregunta un montón de veces.
—Pues no lo entiendo —gruñó—. ¿Te cansa que te pregunte estas cosas? Tal vez dejaría de hacerlo si me contases de qué discutisteis.
—No empieces —murmuró con paciencia, echando agua en una de las cacerolas.
Yenkis frunció los labios y se cruzó de brazos. Si había algo que le sacaba de quicio era la relación que había entre su hermano y su padre. A Yenkis le fastidió bastante, el que Lex se fuera de casa de repente, el que se quedase sin hermano de repente. Por eso exigía saber qué pasó, no le parecía justo que no le contasen el porqué.
Desde hacía tiempo sospechaba que esa discusión tenía algo que ver con lo que ocultaba su padre, por lo que preguntarle de qué hablaron podría, además de responder a su pregunta de por qué Lex se enfadó, responder a sus preguntas sobre quién es su padre. Ya podía aceptar la idea de que su padre no le iba a contar su gran secreto, pero al menos quería que le contase por qué se enfadó Lex. Aunque sólo fuese una respuesta corta, una respuesta que no desvelase nada de aquello que Neuval ocultaba por encima de todo, como: “porque le dije algo que le ofendió” o “porque ya no se sentía a gusto viviendo aquí”, y ya está. Se conformaba con eso. Sin embargo, Neuval no decía ni una palabra, y eso le irritaba.
De lo que estaba seguro era de que Lex no se enfadó por el simple hecho de descubrir que su padre tenía una familia secreta adoptiva y de lo que hizo en París. Estaba seguro de que se enfadó por otra cosa, otra cosa más grande, un secreto mayor.
—Vale, no me cuentes de qué discutisteis exactamente —dijo Yenkis—. Dime al menos por qué Lex salió de casa tan enfadado. ¿Por un desacuerdo de opiniones, por una ofensa?
—Porque tenía un hermano muy pesado —contestó pasivamente, empezando a cortar unos ajos sobre una tablilla.
—¡Papá! —exclamó con rabia—. ¡Hablo en serio! Lex es mi hermano, quiero saber qué pasó, por qué se fue. ¿Es por esta familia... o por ti?
—¿Quieres que te responda? Respóndeme tú primero. ¿Para qué entraste el otro día en mi despacho?
Yenkis abrió los ojos con sorpresa.
—¿Cómo... lo sabes? —preguntó. «No puede ser, no dejé ninguna pista que me delatase» pensó, «¿Tendría puesto algún otro mecanismo de seguridad?».
—Soy el mejor ingeniero del mundo. No te sorprendas tanto —contestó Neuval, echándole un chorro calculado de aceite a la otra olla—. ¿Qué hiciste?
—Nada —contestó rápido, mirando hacia otro lado.
—Seguir metiéndote donde no te llaman, eso hiciste —le dijo seriamente, volviéndose a él—. ¿Robaste algo de mi ordenador? ¿Husmeaste entre mis libros? ¿Entre mis cajones?
—¿Cómo iba a hacerlo? Tú mismo lo has dicho, que no me sorprenda, todo lo tienes asegurado, inaccesible. No conseguí nada.
—Ignorando que eso sea cierto o no, te lo repetiré una vez más. Deja de cotillear. Deja de meterte donde no debes. En mi despacho no entra nadie, norma que puse desde hace años. Tienes estrictamente prohibido entrar ahí, ¿me entiendes? No soy tu compañero de juegos, soy tu padre, ¿sabes cuál es la diferencia? Hasta ahora he sido bastante indulgente contigo, pero ya no voy a seguir tolerándote estas cosas. Te estás pasando.
—¿Y tú no te estás pasando? —le espetó el chico—. ¿Que llevas años escondiendo algo importante?
—No me contestes. Lo que esconda o no, no es asunto tuyo, y si lo hago es por alguna razón. Lo que deberías hacer es estudiar, jugar, salir a correr por ahí, estar con tus amigos, como los niños normales de tu edad.
—Claro, normales, a ellos también les brilla un ojo en la oscuridad, claro... —dijo con sarcasmo.
—¡Eso da igual, Yen! —se alteró—. ¡Si te brilla el ojo es porque sí, y punto!
—¿¡Y a ti te brilla también porque sí!? ¡Venga ya, papá, no niegues que esto es algo que yo debería saber! ¡Deja ya de mentir, de dar evasivas! ¡Llega un momento en que esto empieza a ser ya ridículo! ¡Es ridículo que sigas ocultándolo! ¡Yo ya sé que hay algo, no sé el qué, pero sé que lo hay!
—Yenkis, ¿qué vas a saber tú? —murmuró, dándole la espalda para seguir haciendo la comida—. ¿Cómo puedes probar que sabes que hay algo?
—¡Para empezar! —exclamó enfadado—. Últimamente estás distinto, estás raro. No recuerdo haberte visto antes tan bienhumorado tanto tiempo seguido, ¿es que te ha pasado algo importante hace poco? Además, no sabía que supieses cocinar.
—¿Cómo no voy a saber cocinar? —respondió Neuval como si fuera obvio—. Tengo que saber alimentar a mis hijos cuando nadie más puede, ¿no crees? Ya te he dicho que la pobre Misae está cuidando de su madre y no la quiero molestar.
—Siempre has estado centrado en tu trabajo, sólo te has preocupado por tu trabajo —insistió Yenkis—. Te pasas todo el tiempo trabajando, en la empresa o en tu despacho, ¿y de repente te preocupa preparar la comida para mí? Eres quien trae el dinero a casa y nada más, ¿y de repente te interesa hacer el papel de amo de casa?
—¿¿Disculpa?? —Neuval se giró hacia él con una mirada muy incrédula, con un cazo en la mano, apuntándole—. Pero tú, chaval, ¿quién te crees que te lava y te plancha la ropa? ¿Quién crees que dobla tu ropa interior y la de Cleven y lo guarda todo en vuestros cajones? ¿Quién te crees que va al supermercado a comprar todas las semanas? ¿Quién es el que va corriendo a las cuatro de la mañana a comprar medicinas a una farmacia cada vez que os despertabais con fiebre o dolor de tripa? ¿Quién crees que limpia la casa y friega los suelos? ¿Crees que todo aparece limpio y ordenado por arte de magia?
—E... ¿Eres tú el que hace esas cosas? —se sorprendió Yenkis—. Creía que era Hana, o Misae…
—Hana ahora es mi pareja, cierto —le explicó su padre—. Pero ella no tiene la obligación de cuidaros a vosotros, esa responsabilidad es mía. Hana ayuda de vez en cuando en lo que puede. Ella tiene un horario de trabajo más estricto que el mío. Yo tengo más tiempo que ella y mejor salud para hacer las cosas de la casa, por eso las hago yo, y porque esa responsabilidad, como padre vuestro, es mía. Misae está contratada para cocinarnos tres días a la semana porque nadie aquí tiene tiempo para cocinar. Otros días Hana hacía la comida para ti y para Cleven cuando yo tenía que quedarme en la empresa por las reuniones. De todo lo demás, listillo, me encargo yo.
—Pero... —se turbó—. ¿Y por qué demonios no contratas a otra persona para limpiar y todo eso? ¡Debemos de ser la única casa de ricos que no tiene personal de limpieza! ¡No lo entiendo!
—¡Porque ser rico no significa ser inútil! Tenemos a Hoti y la casa llena de tecnología por la única razón de que yo debo ser el primero en experimentar y probar cómo funciona todo lo que fabrico y vendo a la gente, pero cualquier persona sana debería saber recoger lo que desordena y limpiar lo que mancha por sí misma porque ese es el principio básico de la independencia y la disciplina. No basta con saber hacerlo, ¡hay que hacerlo, todos los días! Resolver tus propios problemas básicos del día a día es el primer signo de la libertad individual.
Neuval omitió otro de los motivos, y es que contratar a alguien para la limpieza de la casa u otras tareas conllevaba mayor riesgo de que descubriera todos los secretos peligrosos que la casa escondía, como el arsenal de armas, o el laboratorio oculto del sótano.
Por su parte, Yenkis estaba perplejo por esa respuesta. Le hizo recordar que, al contrario de lo que toda su vida había creído, su padre había tenido la infancia más miserable, y precisamente en el duro camino por la supervivencia es donde había aprendido a ser valioso y útil por sí mismo, y de ahí, libre e independiente. Su padre no era esclavo de las comodidades, ni del dinero, ni de los servicios de los demás. Si el día de mañana cayera un meteorito y la tierra quedara medio arrasada, su padre sería el primero en saber cómo sobrevivir en un mundo sin dinero, tecnología, personas y alimentos suficientes.
—¿Pero tú… cuándo haces esas tareas? Yo no te he visto.
—En el único momento del día en que tengo tiempo, por la noche. Cuando todos os vais a la cama, soy yo el que se ocupa de hacer la colada, limpiar y ordenar, ya que cuando os lo pido a Cleven y a ti, no me hacéis caso.
—¿Por la noche? ¿Y entonces cuándo duermes?
Neuval fue a contestar por inercia, pero se mordió los labios rápidamente. Pensó cómo podía responderle.
—Pues duermo... cuando termino. Duermo mis horas. Aunque sean pocas. No importa —dijo finalmente, pero cuando Yenkis fue a preguntar de nuevo, Neuval hizo un gesto con la mano—. El caso es que claro que me paso el día trabajando. No me queda más remedio, tengo que cuidar de toda Hoteitsuba, de toda la gente que trabaja para mí. Pero al mismo tiempo trabajo en mi deber como padre cuidando de esta casa y de los que viven en ella, y que tú no lo veas no significa que no lo haga. Es mi deber, mi responsabilidad, y algún día tú lo entenderás, cuando tengas tu casa y tus hijos. Hago lo que tengo que hacer. Tu madre ya no está aquí… —se le quebró un poco la voz—… así que yo hago lo que tengo que hacer —repitió con firmeza—. A Cleven intentaba pedirle lo mismo, y ahora te lo pido a ti. Ocúpate de hacer lo que tengas que hacer, cumpliendo tu obligación de estudiar y preocupándote de tus cosas personales, no de las de los demás. Deja de meter las narices en los asuntos que no te conciernen.
Yenkis frunció los labios con ojos vidriosos de rabia. Hasta ahora había ignorado que su padre realmente era quien se ocupaba de cuidarlos; que no sólo se dedicaba a encerrarse en su trabajo tal como él y Cleven pensaban; que, tras la muerte de Katya, su padre se había ocupado de cumplir el papel de ambos.
Por una parte, le daba rabia descubrir que, en definitiva, su padre tenía la razón y todo el derecho del mundo a castigarlos cuando Cleven y él no hacían lo que tenían que hacer. Siempre pensaron que era demasiado estricto, cuando él resultaba ser quien hacía todo por ellos. Neuval llevaba siete años durmiendo 3 horas diarias, haciendo de padre, de madre y de presidente de Hoteitsuba. Y Cleven y él nunca supieron verlo. Yenkis ahora se sentía mal por haberlo acusado de ser un padre desinteresado de sus hijos cuando eso no era así, y eso le daba rabia.
Sin embargo, se sentía tan avergonzado que no quería reconocerlo. A veces, Yenkis se empeñaba demasiado en tener la razón, y por eso la rabia de su interior le pidió seguir discutiendo con él. Pese a todo, quería seguir metiendo las narices en ese tema porque sentía que tenía derecho a saber la verdad.
—¡Pues...! —exclamó entonces, pensando qué decir—. ¡Eso no quita que tú ocultes un secreto importante! ¡Y creo que es un secreto que yo debería saber! ¡Es más, ya sé un poco!
—¡Tú no sabes nada! —se hartó Neuval.
—¡Mírate! ¿¡Qué estás cocinando, eh!? —el niño señaló las cacerolas—. ¡Estás haciendo daube, es un guiso francés! ¿Quién te ha enseñado algo tan difícil? ¿Cuál de tus dos madres te enseñó?
A Neuval se le cayeron unas zanahorias al suelo debido a un breve temblor de manos. Se quedó inmóvil unos segundos, y luego se volvió hacia el niño, desconcertado.
—¿Cómo has dicho? —musitó.
Yenkis se cruzó de brazos otra vez y lo miró seriamente, yendo al grano.
—El abuelo Jean, la abuela Lilian... qué personas más horribles, ¿verdad? Y qué injusta es la vida, siempre se van las mejores personas del mundo, como mamá, y... ¿Aún recuerdas a la tía Monique? ¡Claro que sí! ¡Porque era tu hermana! ¡Tenías una hermana mayor y nunca lo has dicho! Pero menos mal que aún queda gente buena en el mundo dispuesta a acoger a un niño moribundo y perdido, como hizo el viejo Lao, su mujer y su hijo. Una buena familia, tu familia china, pero no la nuestra, ¡porque nosotros no la conocemos, porque tú nunca nos has hablado de ellos!
—Yenkis... —musitó, sin poder moverse de la tensión; estaba paralizado—. ¿Cómo...?
—¿Cómo? ¿Crees que me muevo en vano sobre este asunto? ¿Has visto lo que ya he conseguido descubrir? Te sorprende ahora, ¿verdad? Venga, no lo vayas a negar ahora —se levantó del taburete; estaba ya fuera de sus cabales—. ¡Estamos solos! ¡Ahora puedes hablar perfectamente! ¡Habla, no hay nadie en toda la cas...! —blandió su brazo con intención de señalar el comedor, pero el gesto fue más allá.
La mesa del comedor salió volando y las sillas también; los cuadros de las paredes se torcieron y algunos cayeron al suelo al ser sacudidos por un golpe de viento; unos periódicos y revistas alzaron el vuelo esparciendo sus hojas por todas partes. En dos segundos, la zona de la casa que Yenkis señalaba con el brazo quedó patas arriba, hecha un desastre.
Dos, dos eternos minutos y medio estuvieron ambos ahí como estatuas, con la vista fija en el destrozo, en un silencio sepulcral. Y Yenkis no era el que más estaba aluciando, no. A Neuval se le había parado el corazón durante un momento. Las caras que los dos tenían eran exactamente iguales.
«Oh, no...» pensó Neuval, temiéndose que, después de todo, Alvion podía tener razón. Miedo, eso es lo que sentía en ese momento, un miedo intenso. El iris de Yenkis estaba empezando a manifestarse con sus emociones. Ya no eran los típicos estornudos que hacían volar algunos objetos. El haber desatado una fuerza mediante las manos en vez de con la boca o la nariz, era un paso muy grande. Yenkis no lo había hecho aposta, lo que significaba que podría haber más accidentes de estos, en otros lugares, delante de otras personas, y más graves.
Neuval estuvo a punto, ¡a punto!, de correr hacia él y borrarle la memoria. Pero no se movió. Mejor pensó en ello. No había podido tener tan mala suerte en un solo día. Si le borraba la memoria de lo que acababa de pasar, sería igual que lo de Hana, sería igual que lo que le había explicado Lao. Yenkis y Hana eran los únicos a los que nunca les había borrado la memoria. Sólo lo hizo con Lex y con Cleven, y no se podía decir que el resultado hubiera sido el mejor de todos. No podía dejar que Hana y Yenkis acabasen de igual manera o similar.
Era en esos momentos cuando lamentaba no tener una familia cómplice, como otros iris, cuyos familiares sabían que lo eran, como Nakuru y su padre, o Sam y el suyo... Pero Neuval estaba en una posición bien diferente. Fuujin ya era un iris mundialmente conocido, tanto en el ámbito criminal como en el de los cazadores de iris en varios gobiernos del planeta. Sin embargo, Neuval ahora estaba en un punto en el que ya no sabía si de verdad todo esto merecía la pena, tanta seguridad, tantas mentiras y secretos que tenían como objetivo proteger a su familia, porque las circunstancias actuales le estaban demostrando que no estaba funcionando como debía. ¿Mantenía a su familia protegida de enemigos? Sí, sin duda, pero eso no evitaba que aparecieran problemas desde otro lado y de otro tipo.
Hiciera lo que hiciera, iba a haber problemas que naturalmente iban a estar fuera de su alcance de control, porque la vida funcionaba así. No podía esperar que algo se mantuviera quieto y estable eternamente, eso era imposible. Si venían cambios, tenía que salir de su zona de confort y adaptarse a ellos, hacer algo nuevo, tomar nuevas decisiones, si no quería acabar estancado en una situación peor. Neuval se había acomodado mucho en esos siete años de exilio. Tras haber pasado toda una vida de supervivencia y de adaptación, tenía que volver a ser esa persona, y seguir moviéndose con el mundo y sus circunstancias, enfrentarlas y superarlas, y no quedarse atrás.
Por tanto, estaba en medio de ese dilema. ¿Qué era más importante para él, estar él, su identidad y su familia a salvo de enemigos, o que su familia sufriera las consecuencias de los secretos y las mentiras, como Lex, como Cleven, como Hana y ahora con Yenkis? Todos habían sufrido o estaban sufriendo alguna consecuencia. Mantener a su familia protegida de enemigos venía con un precio que no sabía si podía seguir pagando. Creía que hoy sólo tenía que encargarse de lo de Hana y que tenía fácil solución si le borraba la memoria, pero ahora... Yenkis... ahora era él una nueva víctima de los secretos. Y como era el pequeño de la familia, a Neuval le dolía más.
¿Y si le daba una oportunidad y le contaba la verdad? No... ¿Cómo iba a hacer eso? Yenkis sólo tenía 12 años. Era demasiado pequeño, ¿no?
«No…» pensó Neuval. «No lo es. Con 12 años yo ya empecé a trabajar para la Asociación… a perseguir criminales y terroristas… a matar condenados… a entender cómo es el mundo realmente. Yenkis no será un niño inocente y alegre para siempre. Con 12 años… ya está dejando de ser un niño. Y necesita que yo deje de tratarlo como tal. Está creciendo, y yo tengo… que ayudarlo a crecer. Como Lao hizo conmigo. Como yo ya hice con Lex. Como he intentado hacer con Cleven».
¿Por qué todo se tenía que haber complicado tanto de repente? Neuval estaba hecho un lío, no sabía qué hacer, qué era lo correcto. Ya era seguro que Yenkis, mientras seguía observando el destrozo con espanto, estaba fabricando un nuevo torrente de preguntas con el que le atacaría tarde o temprano. ¿Y cómo podría responderle? ¿Qué le iba a decir? Todo no se lo podía a decir. Pero estaba obligado a contarle algo, o si no, Yenkis podía acabar teniendo las ideas equivocadas, o intentando averiguarlas por sí solo de la manera equivocada.
Ya está. Mitad y mitad, pensó Neuval. Tendría que contarle una verdad a medias.
Acabó relajando los músculos, dejando salir un pequeño suspiro de sosiego, concentrado. Consiguió poco a poco que su iris controlase su estado emocional. Ya estaba acostumbrado a esto. Toda su vida había estado repleta de difíciles decisiones. Unas habían salido bien, otras no tan bien...
Mientras Yenkis seguía ahí de pie, intentando salir de su shock, Neuval dejó la comida hecha y apagó el fuego. Luego se fue al comedor y recogió todas las cosas. Pero no de manera normal, no tenía tiempo que perder, y ya daba igual. Antes de hacer nada, miró a Yenkis seriamente, y el niño a él, confuso. Entonces, Neuval comenzó a hacer unos movimientos de manos, concentrando masas de aire de determinados sitios que levantaron la mesa del comedor, las sillas, recogieron los papeles y estos se ordenaron formando remolinos antes de posarse en las repisas donde estaban previamente. Por último, dio un simple soplo con la boca y los cuadros se movieron, poniéndose rectos.
Yenkis, sin parpadear, miraba hacia su padre completamente inmóvil. Pero cuando Neuval dio un paso hacia él, Yenkis dio un respingo y se alejó un poco. Neuval se detuvo. Vale, estaba asustado, comprendió el hombre. Tenía que dejarle tiempo, no atosigarlo, así que le habló desde el otro lado de la cocina.
—Come algo, por favor. Me voy a recoger a Hana. Volveré dentro de dos horas como mucho.
El niño ni se movió ni dijo nada. A Neuval le dolió verlo así. Esa mirada era como la de Lex de aquella mañana en el hospital, una mirada de decepción, de estar hartos de la repetición de la misma historia. Qué difícil tenía que ser todo. No pudo evitarlo, Neuval caminó hacia él y Yenkis intentó salir de la cocina, pero su padre lo agarró de un brazo.
—Yen...
El muchacho agachó la cabeza, quedándose quieto y respirando nervioso.
—Yen. Tengo que ir a por Hana. Por favor, prométeme que no te moverás de casa. Prométeme que vas a esperarme.
El chico continuó callado.
—Te contaré qué eres. Y qué soy yo. ¿Te conformarás con eso?
Silencio.
—Yen, ¡mírame! Mírame un momento, por favor.
Yenkis acabó levantando los ojos hacia él, lentamente.
—Tengo muchas cosas de las que encargarme, muchas… —le dijo Neuval, y se le notó un pequeño temblor de súplica en la voz—. No sé cómo has llegado a saber lo de mi familia. Pero, aun así, ya veo que estás enterado y veo que tú mismo has visto lo que acabas de hacer, y también lo que yo he hecho. Por eso tenemos que hablar. Tú aclárame cómo sabes eso, y yo te aclararé por qué has volado el comedor, porque... ahora te estás preguntando eso, ¿verdad?
Yenkis volvió a mirar al suelo, y Neuval acabó percibiendo un leve asentimiento de su cabeza.
—¿Te puedes conformar con eso por ahora? —repitió.
Tras unos segundos, el chico volvió a asentir con la cabeza. Neuval le soltó los brazos y lo observó con un sentimiento incómodo. Miró a un lado y a otro, sin saber qué más decir, y finalmente decidió no decir nada. Salió de la cocina y dejó a Yenkis ahí recapacitando. Mejor dejar las cosas en una pausa, ahora tenía que volver a por Hana.
Hace un par de horas, antes de ir a recoger a Yenkis al colegio, cuando Neuval dejó a Hana sobre la cama de la habitación a la que le condujo Lex en el hospital, ella seguía inconsciente. Lex fue el único que habló en todo el rato, pero sólo para relatar el diagnóstico de Hana, la cual, aparte de la contusión en la cabeza, tenía la tensión mal y le iban a suministrar un medicamento para estabilizarla. Según dijo Lex, en una hora más o menos podía despertar. Y ya habían pasado tres cuartos de hora, sin embargo, Neuval quería llegar antes.
Después de que Lex dijese lo del medicamento, no volvió a abrir la boca, concentrado en su trabajo, ignorando la presencia de su padre en la habitación, pero este se marchó al darse cuenta de que Yenkis iba a estar solo y que tendría que hacerle la comida. Se suponía que iría a recogerle, a hacerle la comida y a marcharse de nuevo, no a complicar más la situación.
Por eso, el Fuu estuvo todo el camino al hospital en coche frotándose continuamente las sienes con agobio, preocupado por Yenkis, preocupado por Hana, preocupado por Lex... No pasaba nada, calma, se dijo. Había que ordenar las cosas y tratarlas una a una, estudiar la situación, las consecuencias de los actos que iba a realizar a partir de ahora con este asunto.
A Neuval le daba un poco de rabia. No, no podía permitirlo, la rabia era un mal innecesario. La peor enemiga de su iris. Otra vez, esas palabras... ¿Y si...? ¿Y si Hana no hubiera visto nada? No... ¿Y si Yenkis no hubiera nacido iris? No, no... ¿Y si Katya no hubiera muerto? Tampoco... ¿Y si Jean nunca hubiera matado a…?
Jean, de alguna u otra manera, había sido el origen de todo aquello. Rabia. Vamos, ni pensarlo. Llevaba siendo un iris desde hace más de 30 años, había hecho de todo, luchado por y contra todo tipo de cosas. No debía tolerar, ya a estas alturas, que un sentimiento le dominase.
Cuando dejó el coche en el aparcamiento del hospital, se deshizo de la inquietud, de la preocupación y de la rabia. Era un iris, ante todo, cabeza fría, controlador de las situaciones, su mente era superior a la de un humano.
—¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó una vieja mujer de cara simpática tras el mostrador de recepción.
—Vengo a ver a la paciente de la 246 —contestó.
—Oh, sí... —asintió, mientras tecleaba en su ordenador—. Ahora está en observación. Ya está estable.
—¿Ya ha despertado? —saltó.
—No, no... —sonrió con calma—. Que ya está bien, sus constantes.
—Ah...
—¿Es su marido?
—Pareja.
—Oh, de acuerdo —la señora señaló la pantalla de su ordenador—. Ya dejó usted antes sus datos, sí. Paciente: Hana Kotobuki. Y usted es Neuval Vernoux, cómo no. Es un placer volver a tenerle aquí. Podría haberme dicho su nombre desde el principio, señor —rio amablemente—. Voy a llamar ahora al doc-...
—Nooo... —susurró Neuval al instante.
—... -tor Vernoux para que lo acompañe.
—Mierda —murmuró de nuevo.
—Puede ir a ver a la paciente ahora, después irá su hijo, señor Vernoux. Pase usted —le indicó amablemente.
Neuval hizo un gesto resentido como si fuese un niño al que acababan de castigar y se fue a los ascensores para subir a la segunda planta. Al llegar frente a la habitación, observó a Hana antes de entrar, a través de la ventanilla de la puerta. La mujer parecía dormir apaciblemente, y Neuval no pudo evitar sentirse agradecido por Lex. Hana se había llevado un buen golpe. Y un terrible disgusto. ¿Quién sabe? De haber visto a Neuval morir de verdad tras una caída de un piso 47 por culpa de esos intrusos, Hana podría haberse convertido en iris. Afortunadamente, se había librado de eso.
Pasó adentro, cerrando tras él, se sentó en el borde de la cama y la contempló en silencio. Justo cuando fue a posarle una mano en la frente, la puerta de la habitación se abrió y apareció Lex, con su bata blanca, sus elegantes gafas y una carpetita en un brazo, y su porte serio y profesional.
—Me han informado de que has venido —le dijo mientras cerraba la puerta.
Neuval asintió en silencio y volvió a observar a Hana. A partir de ahí la estancia se vio envuelta por un silencio largo, ni cómodo ni incómodo. Sin embargo, a los pocos segundos, Neuval empezó a agobiarse mucho, rodeado de máquinas, de enfermos, de jeringuillas, de médicos y enfermeros pasando por el pasillo de fuera, de ese insoportable olor típico de los hospitales. Hacía frío, y aun así Neuval tuvo que secarse el sudor de la frente y cerrar los ojos, sufriendo un pequeño mareo.
Lex permaneció ahí de pie viendo lo pálido que se estaba poniendo.
—No es buena idea que estés aquí —le dijo el joven médico—. Vas a acabar desmayándote...
—Estoy bien —interrumpió Neuval, respirando hondo varias veces.
—No lo estás. Estás a punto de vomitar —Lex cogió el cubo de la papelera que había en un rincón y lo acercó hasta él.
—Ayudaría mucho... —cerró los ojos—... que te quitases la bata.
Lex se miró a sí mismo. Era cierto, había olvidado quitársela al entrar en la habitación. Pero como su padre aguantó bastante bien en la anterior visita de hace una hora, supuso que seguiría sin haber problema ahora. No era así. Neuval podía aguantar ciertas cosas de los hospitales, pero hasta un límite.
—Ya está. Ya me la he quitado. Puedes volver a abrir los ojos —le indicó Lex, sentándose en la butaca que había junto a la ventana, al otro lado de la cama—. Aunque creo que sería mejor hablar fuera, en la calle. Puedo llamar a una enfermera para que se quede aquí vigilando...
—No. Quiero estar aquí hasta que se despierte —Neuval volvió a abrir los ojos, pero solamente para seguir mirando a Hana.
Lex dejó de insistir. Hubo un largo rato de silencio. Neuval sabía perfectamente que Lex había venido a la habitación para que le explicara qué había pasado. No tenía por qué contarle nada, ya que había sido un asunto iris y Lex, como humano externo a la Asociación, no tenía autorización para informarse de estas cosas. Sin embargo, Neuval no tenía más remedio. Se lo debía. Si Hana ahora estaba bien era gracias a él.
Al final, Lex se cansó de esperar y rompió el silencio él mismo.
—Quisiera...
—Que te contase lo que ha pasado —dijo Neuval, sin levantar la cabeza.
—Bueno... sí. Al menos...
—Si ha sido culpa mía o no —volvió a adelantarse.
Lex frunció el ceño, inclinándose hacia él con recelo.
—¿Estás leyéndome la mente con tu Técnica?
—Contigo no me hace falta.
Lex suspiró por la nariz y volvió a recostarse sobre el respaldo, cruzándose de brazos y mirando a otro lado, molesto.
—No es porque el peligro hubiese ido a ella, sino porque ella misma se ha involucrado en el peligro —comenzó a explicar Neuval—. El caso es que un grupo de personas con las que tenía un asunto pendiente… que resultaban ser almaati desertores… me cazaron por sorpresa en mi propio despacho y...
De repente dejó de hablar. Hizo una pausa repentina. Porque aquí, Neuval recordó la razón detrás del ataque de esos excooperadores: Izan. Y se dio cuenta de con quién estaba hablando ahora. Debía tener cuidado. Quería ser honesto con Lex, excepto por ese dato. Bajo ningún concepto quería decirle que Izan había vuelto a dar señales de vida y que estaba en la ciudad, porque entonces tendría que revelarle que quien había regresado no era su tío Ichi, sino un Izan diferente y terrible que ya no era un iris. Neuval sabía que Ichi había sido para Lex su más querido e íntimo amigo desde que nacieron el mismo día, hasta que él se esfumó a los 18 años. Decirle que se había convertido en arki, era como decirle que Ichi había muerto.
—Justo cuando se me echaron encima y salimos por la ventana —retomó Neuval la conversación—, Hana logró entrar en el despacho y fue directamente a enfrentarse a una de los atacantes que seguía ahí. Antes de recibir un empujón con el que acabaría golpeándose la cabeza y perdiendo el conocimiento… llegó a ver cosas.
—¿Sólo el evento de tu caída, o también más cosas? —quiso saber Lex, sin esconder un tono irritado.
—Vio más cosas.
—Ya me lo imagino. Hana ha pillado a Fuujin haciendo lo que Fuujin mejor sabe hacer. ¿Te vio cargándote a alguno de esos? ¿Volando de un lado a otro destrozando cosas? ¿Divirtiéndote como un niño quemando hormigas con una lupa?
La sala se quedó en silencio. Lex pretendía ser irónico, pero Neuval captó perfectamente ese tono desdeñoso y no le gustó nada. Por eso, Lex se estremeció un poco cuando se dio cuenta de que su padre lo miraba con unos ojos inusualmente severos.
—Sé que estás cabreado y que te da rabia que una persona inocente como Hana haya tenido que sufrir esto. Pero no me hables de esa manera.
Lex no se atrevió a contestarle. Su padre podía parecerle a veces un loco, un poco infantil, bienhumorado y arrogante, pero cuando se ponía serio y no estaba para bromas, le recordaba dónde estaba su lugar. Miró al suelo, un poco incómodo y avergonzado, reconociendo que se estaba pasando de irrespetuoso.
—Este descuido no puedo volver a permitírmelo —murmuró Neuval, mirando a Hana con pesar.
—¿Tendrás más cuidado con estas cosas, pues? —preguntó Lex, insistiendo en mostrarle su descontento—. No es por ofenderte, papá, pero en este hospital todos saben que soy tu hijo, ya que la mayoría de los aparatos que usamos son de tu empresa. Si la gente te pilla actuando como un criminal chiflado…
Neuval lo miró de golpe con cara molesta.
—Reconoce que toda tu vida has sido un chiflado —se defendió Lex.
—Un chiflado que toda la Asociación respeta —apuntó Neuval.
—Yo tengo mi fama por aquí, y tú tienes tu fama en la sociedad por tu empresa —continuó Lex—, y si la gente te reconoce mientras haces este tipo de cosas inhumanas, aquí todos mis compañeros me acorralarán y me avasallarán con preguntas sobre ti. Puede llegar hasta tal punto de que algún policía curioso se acerque a mí. Y sabes que los del Gobierno, los que llevan el caso de los de tu especie, pueden utilizar métodos secretos para averiguar la verdad. Lo que quiero decir es que no quiero que lleguen hasta mí, porque yo soy un humano que está muy estrechamente relacionado con los iris más buscados del planeta y que sabe quiénes sois, que contiene información, y que por mi culpa te pillen a ti, al abuelo, al tío Brey… y a tus compañeros.
—¿Por qué dices “los de tu especie”? —preguntó Neuval, que no lo había pasado por alto.
—¿Has oído todo lo que te he dicho?
—No somos una especie aparte, Lex. ¿Por qué nos ves así? Soy tu padre. Y tus tíos también son iris, y tus abuelos también lo fueron. Y tu hermano lo es. Y, además, tú tampoco es que seas tan normal como afirmas ser —le apuntó con el dedo—. ¿Qué me dices de aquella vez que recibiste por accidente uno de los ataques de oscuridad de un iris Yami de una RS enemiga cuando eras pequeño? Todavía me sigo preguntando cómo narices saliste inmune de un ataque así, ¡no te afectó lo más mínimo, cuando un ataque de oscuridad afectaría a cualquiera! Por no decir que posees una mente tan fuerte que ni siquiera mi Técnica de Borrado de Memoria funcionó en ti cuando eso en realidad debería ser imposible, hasta Alvion se quedó alucinado... Te lo juro, Lex, a veces pienso que no eres humano. Puede que lo seas, pero no uno corriente.
—No me cambies de tema, sabes de sobra que soy un humano totalmente normal —le interrumpió pacientemente—. Te digo que tengas en cuenta que tus descuidos pueden resbalar hacia mí, porque somos dos personas medianamente conocidas en la sociedad de esta ciudad, y sabes que yo no tendré la capacidad de evitar que usen sus métodos de interrogatorio contra mí para contar lo que no debo.
—¿No me has oído? —se cansó Neuval—. La Técnica de Borrado de Memoria es una técnica que no funcionó contigo. Si algo así no funciona contigo, ninguna otra cosa lo hará. Ningún método humano policial podría manipular tu mente para sonsacarte información porque hace siete años quedó demostrado que tu mente es inmune a esas cosas. Así que no me eches la bronca por tener más cuidado con esto, admite que si la policía te interroga por cualquier cosa tú sabrás evitar perfectamente que te sonsaquen lo que sea. Por consiguiente, deja de buscar excusas para seguir culpándome de errores pasados que en realidad no suponen un peligro real.
—Eso tú no puedes saberlo con certeza —se impuso Lex—. Sé tan bien como tú qué tipo de métodos han llegado a desarrollar tanto Takeshi Nonomiya como su hijo Hatori a lo largo de los años para cazar a cualquier sospechoso relacionado con los iris. No puedes saber con certeza que yo pueda evadir esos métodos sólo porque tu Técnica no funcionó en mi mente. Los dos sabemos cómo eres en realidad, papá —entornó los ojos—. Eres un iris impulsivo, emocional. Sí, eres poderoso, pero a veces te excedes. Te encanta la destrucción, te encanta la locura, la diversión. Sabes que eres poderoso, y eso te hace confiado, por tanto, imprudente. Bajas la guardia. Y por eso Hana está aquí. Y por eso, pones en peligro a la gente humana relacionada contigo como yo, y por ende te pones en peligro a ti mismo y a los tuyos. Si una de las razones por las que has vuelto a la Asociación es por tener un mejor control de ti mismo y de lo que te rodea, contrólalo, maldita sea. Da gracias a que la policía no haya tenido noticia alguna del incidente que has tenido hoy.
—“No bajes la guardia, ve con más cuidado, contrólate mejor...” —repitió Neuval con fastidio—. A veces eres igual de insoportable que tu abuelo.
—¿Sí? ¿Cuál de los dos?
—Ambos. Igual que Hideki e igual que Kei Lian. Me miras con esos ojos juzgadores, azules como los de Hideki, y encima con sus mismas gafas. Y Kei Lian ya me ha echado la bronca por lo que ha pasado, ¿vale? No necesito que tú me vengas con lo mismo.
—El abuelo Lian te habrá echado la bronca como iris. Yo te la echo como humano, porque yo no tengo por qué comerme tus marrones de ese trabajo inhumano tuyo. No tengo nada que ver con esas cosas. Al fin y al cabo, tú me separaste de esa vida, y de la familia que yo tenía en esa vida.
Neuval bajó la mirada. Esas últimas palabras, no era la primera vez que tenía que escucharlas, y siempre le hacían sentir culpable a pesar de que todo fue por una razón importante. Lex no estaba enfadado con él por el descuido que había tenido hoy exactamente. Una vez más, mostraba estar enfadado por lo de siempre, seguir guardando rencor por lo mismo de siempre. ¿Es que nunca iba a perdonárselo? Hubo un rato de silencio.
—No lo entiendo, Lex —murmuró—. Sabiendo perfectamente todos los riesgos que existían en esa época si te dejaba seguir sabiendo todo sobre la Asociación y los iris…
—¿Y por qué no volviste a borrarme la memoria? ¿Por qué no volviste a intentarlo, al menos? ¿Por qué me dejaste ir, sabiendo que me iba con todo lo que conocía de vosotros, con todo aquello que el Gobierno trata de descubrir?
Neuval todavía miraba al suelo. Tardó en contestar.
—Era peligroso volver a realizarte la Técnica. Pero la principal razón, es porque nunca te había visto tan… tan roto por dentro... Prefiero morir o que el Gobierno me pille, antes que volver a verte así.
A Lex le consternó esa respuesta, porque sabía que era la verdad. No sabía qué decir.
—No entiendo por qué me odias tanto… —continuó Neuval—… por haber intentado quitarte esos recuerdos, sabiendo que fue para protegernos después de todo el caos que surgió tras la muerte de tu madre.
Lex se movió un poco sobre su asiento, incómodo.
—Yo no te odio… —murmuró, mirando a un lado con pesar. Pero luego volvió a mirarlo y recuperó su tono firme—. Lo que me siento es defraudado. Y traicionado.
—La seguridad de la familia es más importante que eso.
—¡No terminas de entenderlo, papá! —le interrumpió, pero trató de calmarse—. Borrarme la memoria no es lo que me dolió. Es que lo hicieras sin decírmelo.
—¿Decírtelo? —se sorprendió—. ¿De qué habría servido si luego no te acordarías?
—¡Bueno, pues resulta que luego me acordé! Falló la Técnica en mi mente y recordé lo que habías hecho. Recordé cómo me la hiciste. Y viniste sin más hacia mí, sin decirme ni una palabra, sin hablarlo conmigo. Por mucho que tú contaras con que yo luego no recordaría nada… pudiste al menos hablarme de ello primero y preguntarme qué opinaba… pudiste al menos dejarme decirte que podías contar conmigo.
Neuval se quedó callado. Seguía sorprendido, porque esta era la primera vez que Lex le aclaraba el verdadero motivo de su decepción. ¿Por qué hasta ahora nunca le había dicho esto? Tal vez Lex esperaba que algún día Neuval lo acabara entendiendo por sí mismo. Que se diese cuenta él solo. O tal vez porque a Lex le avergonzaba un poco explicarle que el verdadero motivo era que su padre, un iris veterano con mil batallas a sus espaldas, no contara con la ayuda ni con la opinión de él, un simple humano normal.
Entonces al fin Neuval entendió que lo que jodió a Lex no fue sólo borrarle la memoria sin su permiso, sino que eso precisamente le hizo sentirse insignificante para él.
Por supuesto, esta mala relación entre ellos no siempre había sido así. De hecho, fue totalmente al contrario. Por mucho que Lex creciera con un carácter serio, más bien parecido a su madre y a su abuelo materno, y viera que su padre estaba un poco loco, siempre tuvo a su padre en un pedestal. Cleven no nació hasta que Lex tenía 9 años, por lo que prácticamente pasó toda su infancia siendo hijo único. Y Neuval le dedicó a él más tiempo que a nadie. Incluso cuando nació, debido a las circunstancias de entonces, fue Katya quien tenía que salir a trabajar y Neuval quien se quedó en casa dos años terminando de estudiar y cuidando de Lex. Así que tiempo atrás eran como uña y carne.
Lex lo aprendió todo de sus padres. Su madre le enseñó la importancia de la disciplina y el deber, de cuidarse su mente y su cuerpo, de cómo gestionar sus emociones, comprender por qué a veces se enfadaba o estaba triste, saber comunicarse y resolver las cosas tanto solo como pidiendo la ayuda de los demás. Le enseñó cómo cuidarse y vivir en el entorno más inmediato, el mundo interior. Su padre le enseñó más cosas sobre el mundo exterior: cómo funcionaba el mundo, cómo era la humanidad, los peligros que existían, y la importancia de cómo saber tratar a los demás. Le enseñó a ser valiente en muchas cosas. Cada vez que causaba algún problema o le rompía algo a otra persona, Neuval siempre le hacía ponerse delante de la otra persona, mostrar respeto y disculparse por su error, y después de hacerlo, lo felicitaba y le decía que se había ganado su respeto. Igual a como Lao le enseñó a él.
Neuval también le enseñó a luchar, manejar armas y cómo actuar en situaciones de peligro o crisis. Crisis como la que asoló a la familia tras la muerte de su madre. En esas fechas, Lex veía que su padre estaba planeando un cambio inminente, dado el preocupante misterio de los asesinos de su mujer y dada la terrible destrucción que su majin llegó a desatar por medio Japón. Lex simplemente esperaba que su padre le explicase lo que quería hacer para proteger a la familia. Que contase con él, tal como lo había entrenado, tal como le había enseñado toda su vida. Lex estaba preparado para demostrarle que era capaz de cualquier cosa para proteger a su familia, incluso si tenía que sacrificar su relación y sus lazos emocionales con los Lao, incluso si tenía que quedarse meses cuidando él solo de sus hermanos pequeños porque su padre tenía que ir al Monte Zou a someterse a un largo tratamiento para reducir su majin. Y Neuval nunca le dio esa opción.
¿Por qué había tardado tanto tiempo en darse cuenta? ¿Por qué no lo había visto hasta que Lex se lo había dicho hace unos segundos? Neuval era un iris y además era increíblemente inteligente. Y se le había escapado este detalle sobre el funcionamiento emocional lógico de su propio hijo. Y lo entendió como un golpetazo fuerte porque se imaginó a sí mismo en su lugar. Si Lao le hubiera hecho algo parecido a él, no contar con él ante una crisis familiar cuando Neuval estaba cien por cien dispuesto a ayudar… Sí… Eso dolía.
—Lex… Eres el humano más fuerte que conozco.
—Hah… —suspiró este, apoyando la frente en una mano sobre sus rodillas. Agatha le dijo lo mismo la otra noche, que su padre pensaba eso de él, pero Lex no lo creyó de verdad—. Venga ya, papá, esa mentira no me va a hacer sentir mejor.
—No tengo más mentiras para ti desde hace siete años.
Lex levantó la vista, frunciendo el ceño. Hacía mucho tiempo que no veía esa mirada tan seria y firme en esos escalofriantes ojos casi blancos de su padre.
—Los almaati son humanos y pueden hacer más…
—Tú eras un humano… —le interrumpió Neuval—… que acababa de perder a su madre de forma inesperada, injusta y sin explicación. Y, aun así, estuviste encima de tus hermanos, haciéndoles la comida, bañándolos, atendiéndolos, haciendo todo lo posible por que su rutina siguiera siendo lo más normal posible… mientras todo lo demás a tu alrededor era caótico y yo me volvía loco sin saber cómo vivir sin tu madre. Estuviste caminando detrás de mí día y noche, esperando que te pidiera ayuda, preparado para ayudarme. Esperando que me sentara contigo en una mesa para conversar. Eras el único de toda la familia Lao y Vernoux que permaneció de una pieza a pesar de que por dentro estabas hecho pedazos igual que los demás. Y no lo vi… —murmuró cabizbajo.
Lex no dijo nada, pero miró a otra parte para contener el nudo que se formó en su pecho y las lágrimas en sus ojos.
—Probablemente me avergonzaba pedirte ayuda —continuó Neuval—. Desde que terminé mi entrenamiento iris a los 12 años, siempre me creí el más fuerte e invencible. Siempre me vi a mí mismo como el único que podía y sabía proteger a los demás y solucionar los problemas de los demás. A pesar de que siempre fui un desastre para protegerme a mí mismo y solucionar mis propios problemas. Qué hipócrita de mi parte. Ayudé a docenas de humanos a salir de pozos de miseria, de tristeza o depresión, enseñándoles a intercambiar las pastillas por proyectos, metas y logros… y luego yo me metía esas mismas pastillas para huir de mis propias pesadillas y defectos —miró a Hana, aún dormida en la cama, recordando que gracias a ella volvió a dejar las drogas hace tres años—. Pensé, “qué mierda de padre debo de ser para pedirle a mi hijo que me ayude a hacer algo que yo debería saber hacer solo”. Pero ese orgullo, que nace de la vergüenza… —suspiró pesadamente—… no ayuda a nadie al final.
Lex siguió en silencio. Pero esta vez, por primera vez en años, sentía algo diferente.
—Quiero que sepas que, si no te pedí ayuda, no fue porque te subestimara, Lex. Sino porque me daba vergüenza reconocer que en ese momento tú estabas siendo el más fuerte de todos y yo el más débil. Debí acudir a ti. Debí contarte mi decisión de borraros la memoria a Cleven y a ti y separaros de la familia Lao y de la Asociación. Espero que puedas perdonarme algún día.
Quizá esto fuera lo que Lex más había esperado oír en siete años. En su persistente silencio intentaba seguir conteniendo lo que de verdad sentía por dentro ahora mismo. Porque no era tan fácil, sobre todo cuando habían sido muchos años cargando con un mismo sentimiento, cambiarlo ahora de repente a pesar de que el motivo para cambiarlo había llegado. ¿Por qué para Lex seguía sin ser suficiente? Por desgracia, la respuesta estaba ahí mismo. Hana.
Lex no podía soportar la idea de que ahora iba a ser Hana. Una mujer que no había hecho más que ayudar a su padre y a sus hermanos, esforzándose por esa familia y en ese trabajo en Hoteitsuba que Neuval le dio.
—Y aun así el problema persiste —murmuró Lex.
Neuval lo miró al oírlo, confuso. Lex levantó la cabeza, volviendo a tener esa expresión fría.
—Antes te dije que te llamaría cuando Hana se despertara —le explicó el médico—, pero tú dijiste que vendrías antes. Solamente te has ido para asegurarte de que Yenkis volvía a salvo a casa y tuviera algo de comida hecha, pero desde el principio pretendías estar aquí antes de que Hana despertara porque no quieres darle ni un segundo de tiempo para acordarse de lo que ha visto.
—Porque no puedo dejarla despertando aquí en esta habitación sola, confusa y traumatizada —le corrigió Neuval, molesto.
—¡Porque le quieres borrar la memoria en cuanto confirmes que se acuerda de todo!
—¡Lex! —se enfadó.
—¡Está confusa y traumatizada por ti! ¡Verte a ti nada más despertar es lo que va a trastornarla más! ¡Así que no me digas que estás aquí para calmarla, estás aquí para borrar literalmente tu error! Al fin ha llegado el día en que Hana se convertirá en una víctima más de tu Técnica. Porque así es como Fuujin soluciona las cosas, ¿verdad?
Había palabras que podían causar más dolor a unas personas que a otras. Esas en concreto fueron bastante hirientes para Neuval.
—Mucho criticar a los iris, Lex, pero tú te has vuelto un completo insensible —le dijo enfadado, pero con ojos vidriosos, y volvió a apartar la mirada hacia Hana.
Lex puso una mueca contrariada y sorprendida. Tal vez eso era cierto. Sin embargo, quizá también era cierto que, a veces, unas palabras hirientes eran necesarias para despertar algo, producir un cambio. Porque Neuval ahora sentía una duda nacer dentro de él sobre una decisión que ya había tomado con convicción. ¿Y si…? ¿Y si se toma otro camino al esperado?
Había un secreto en el mundo que pocas personas ya muertas y sólo una que seguía viva en Francia conocían. Incluso Lao seguía sin resolver el misterio desde el día en que conoció a Neuval, a punto de quitarse la vida sobre unos sucios cartones en un mugriento callejón. Neuval nunca fue un humano como los demás ni tampoco a día de hoy había logrado ser un iris como los demás, a pesar de sus esfuerzos, porque él había nacido siendo algo muy diferente que ni siquiera las personas más sabias o antiguas como Alvion, Agatha y Denzel comprendían. Ir contra el sistema o las normas convencionales, salirse de la línea tradicional, o de lo lógico, o de lo esperado; romper con el bucle o el estancamiento; ser el primero en hacer, demostrar o alcanzar novedades nunca antes vistas…
Neuval era un agente del cambio. Y todo empezaba con pequeñas cosas.
Lex intentó decir algo para excusar sus duras palabras hacia su padre, pero Neuval habló antes.
—Désormais, je n'aurai plus à être prudent avec Hana —dijo con firmeza. (= A partir de ahora, no hará falta que tenga cuidado con Hana.)
—De quoi parles-tu? —se extrañó Lex. (= ¿A qué te refieres?)
Neuval no contestó.
—¿Qué vas a hacer? —Lex se empezó a alarmar.
En ese momento, Hana ya estaba abriendo los ojos. Neuval la agarró más fuerte de la mano y Lex se levantó rápidamente del sillón, sacando una pequeña linterna. Se inclinó hacia Hana y, abriéndole los párpados con cuidado, iluminó sus pupilas.
—Estable —afirmó Lex, volviendo a guardar la linternita.
Hana parpadeó varias veces con molestia y después abrió los ojos del todo. Primero miró a su alrededor con aturdimiento, y luego su mirada se quedó fija en los ojos de Neuval. Empezó a respirar con nerviosismo.
—¿¡Neu...!? —murmuró, con una cara al borde del llanto, soltándose enseguida de su mano.
El hombre la miró con pesadumbre. Se esperaba una reacción similar. Comprendía cómo debía de sentirse. El busca de Lex comenzó a dar pitidos.
—Tengo que irme —declaró el médico, leyendo el mensaje de su aparato.
Hana reparó en él, y por impulso se incorporó un poco sobre la cama, alerta.
—Lex... —se sorprendió—. ¿Pero qué...?
—Hana, tranquila, ya estás bien —la tranquilizó el joven—. Trata de no moverte mucho, ¿de acuerdo? Aún estás adquiriendo el medicamento para la tensión.
Hana entonces se quedó quieta, pero seguía confusa. Intentaba recapacitar y entender la situación, mirando sin parar a uno y al otro. Pasaron unos segundos de silencio, en los que Neuval y Lex cruzaron una mirada, y entonces Lex se dispuso a salir. Sin embargo, al girar el pomo y abrir la puerta, se detuvo un momento. Tenía que saberlo. Volvió la cabeza y los observó. Neuval estaba observando fijamente a Hana. Ella empezó a negar con la cabeza, consternada.
—¿Quién eres? —le preguntó—. ¿Quién eres en realidad, Neuval? ¿Cómo puedes seguir vivo? Te vi… caer… y luego… te vi hacer algo que no… no es posible…
Lex vio que su padre abría la boca, pero en vez de decir algo, sólo respiró entrecortadamente, sin dejar de mirarla. Estaba nervioso. A Lex le aumentó la intriga. «¿Qué va a hacer?» se preguntó, aún con la mano sobre el pomo.
—Hana... —susurró Neuval.
Lex vio que estaba levantando una mano hacia la cara de ella. «¿Qué va a hacer?» se repitió, «¿Va a…?».
—Por favor. Cierra los ojos un momento —continuó Neuval.
Le cerró los ojos con los dedos y después los tapó completamente con la palma. Hana se mantuvo totalmente quieta, confusa, nerviosa, sin entender, asustada... «A borrarle la memoria» pensó Lex. «No me esperaba otra cosa. Así se soluciona todo, ¿no? Así es como papá soluciona las cosas». Lex no quería verlo, así que apartó la mirada y dio un paso hacia fuera.
—¿Qué vas a hacer? —oyó preguntar a Hana.
Lex giró la cabeza de nuevo. Neuval seguía tapándole los ojos, pero no hacía nada. Hana seguía como antes. «¿A qué espera?» se preguntó el joven. Cuando Neuval empezó a bajar la mano lentamente, y Hana abrió los ojos, Lex se quedó perplejo.
—¿Qué ha pasado en la empresa? —insistió Hana—. Dímelo. Necesito saberlo.
—Hana —dijo Neuval—. Voy a contarte algo.
La mujer frunció el ceño.
—Primero te confesaré algo —continuó—, y después te explicaré por qué, cuándo, cómo y lo demás. —Aguardó unos segundos y empezó—: No soy humano.
Lex se quedó más boquiabierto. «¿Cómo?» saltó. ¿Qué le iba a contar? ¿La verdad? ¿Iba en serio? ¿Se la iba a contar? Eso sí que Lex no se lo esperaba. No obstante, no tenía tiempo para aclarar su desconcierto, pues su busca sonó de nuevo. Tenía que irse. Los miró una última vez, cerró la puerta y se marchó por el pasillo.
Aun así, la idea de que Hana iba a saber toda la verdad inquietaba mucho a Lex. ¿Qué iba a hacer ella después de saberlo todo, cómo reaccionaría? Su padre podría perderla para siempre. Y eso a Lex le daba miedo. Sabía lo que Hana había sido para su padre en los últimos años. Él no había vuelto a estar gravemente deprimido ni a tocar las drogas desde que la conoció, ella lo ayudó con eso, igual que él la ayudó a ella a desintoxicarse también.
Pese a todo, Lex decidió darles su tiempo y pidió a sus compañeros de trabajo que no interviniesen en esa habitación.
Al entrar en casa, Yenkis se fue pitando a su habitación para dejar la mochila y el pendrive en un lugar seguro, junto a su cubito. Luego se vistió con ropa cómoda.
Antes de salir de su cuarto, respiró hondo. Había sido un momento algo arriesgado, recibir de Daiya aquel programa creado por su madre y del que Yenkis no debería saber absolutamente nada, y que justo su padre hubiera aparecido para recogerlo y llevarlo a casa. Esto era inusual, su padre no solía ir a recogerlo desde que aprendió a manejarse solo con el transporte público, y si lo hacía, solía ser por alguna urgencia o motivo de peso.
Por eso, Yenkis se había temido que su padre hubiera sospechado que tenía estos secretos con Daiya y que había venido a investigarlo con la excusa de venir a recogerlo. Sin embargo, Yenkis era un iris y tenía una capacidad innata para detectar que, aunque ese parecía el motivo más probable, había en realidad otra razón. Y no se equivocaba. Y es que Neuval estaba haciendo un muy buen trabajo actuando como si no pasara nada malo. Porque por dentro estaba muy alterado, después de haber sido atacado en su despacho por almaati desertores que seguían por ahí sueltos, sin contar con los que habían sido detenidos por la policía, también después de haber oído lo que uno de ellos le había dicho sobre Izan, y después de que Hana lo hubiera visto.
No había probabilidades de que esos almaati traidores volvieran a intentar atacarlo, especialmente porque habían comprobado que, efectivamente, ir seis almaati a intentar matar a Fuujin era la idea más tonta que podían haber tenido. Muchos sabían que Fuujin era muy fuerte, con el título de iris más poderoso y todo eso… pero en verdad nadie tenía ni la más remota idea de lo extremadamente poderoso que era Neuval en realidad. Ni siquiera el propio Neuval lo sabía.
Aun así, Neuval no estaba tranquilo todavía, y por eso había ido a recoger a Yenkis, para asegurarse de que estaba a salvo. Para suerte del niño, Neuval no sospechaba nada sobre lo que Daiya le había dado. Bastantes otras preocupaciones tenía en la cabeza, y además tenía la firme creencia de que era imposible que Yenkis pudiera hacerse con sus archivos secretos, y más que eso, abrirlos. Así que el muchacho se sentía aliviado, al menos, de tener ese pendrive a buen recaudo.
Mientras bajaba las escaleras de camino a la cocina, estuvo pensando en lo distinto que parecía su padre últimamente. No sabía, parecía algo más animado, más centrado, más comunicativo… Esa risa de burla que antes le había lanzado en el coche tras haberse despedido de Evie, por ejemplo, o la breve conversación que tuvieron esa mañana por teléfono en la que su padre le decía tonterías graciosas, y otros pequeños momentos de la última semana y media... ¿Qué había pasado con el padre serio, aburrido, estricto, taciturno y distraído que él conocía? ¿Debía alegrarse, o debía preocuparse? Yenkis no era tonto, un cambio de personalidad así era positivo, sí, pero muy raro.
Neuval ya estaba en la cocina. Se había quitado su elegante traje de trabajo y tenía puestos unos pantalones vaqueros, una camiseta negra y se había despeinado. Pocas veces Yenkis lo había visto ponerse con ese aspecto tan cómodo y tan contrario a la imagen elegante y sofisticada que solía llevar cada día al trabajo. Además, esto quería decir que no tenía intención de volver a la empresa hoy, y esto, otra vez, era algo raro.
Neuval estaba sacando unas verduras de la nevera, y como Yenkis estaba parado en medio de la cocina analizándolo y tan silencioso, casi se chocó con él al darse la vuelta. Neuval se lo quedó mirando. Yenkis no dejaba de observarlo.
—¿Qué? ¿Tengo algo en la barba?
—¿Y Misae? —preguntó el niño entonces, al darse cuenta de que no había nadie más que ellos en la casa.
—No puede venir, su madre ha vuelto a enfermar —contestó, colocando las verduras sobre la tabla de cortar en una de las encimeras.
—¿Y Hana?
—Pues… Hana… está en el hospital —terminó revelándole, mientras se ponía a cortar las verduras.
—¿¡Qué!? —saltó—. ¿Qué le ha pasado?
—Tranquilo, está bien. Sólo se ha desmayado en el trabajo. Ya sabes que a veces tiene deficiencia de hierro y esas cosas.
—Mm… —entendió.
—Van a suministrarle unas vitaminas o algo —le explicó—. No es nada, según el médico es muy típico en gente con un poco de anemia, y además Hana tiene esa manía de extralimitarse en el trabajo. En un rato iré a recogerla.
—¿Qué médico te ha atendido? —preguntó rápidamente, poniéndose delante de él y mirándolo fijamente.
—Capto la intención de tu pregunta a distancia —rechistó—. Sí, Yen, los enfermeros de recepción tuvieron la fantástica idea de llamar a tu hermano para atenderme. Habrán pensado: “¡Oh! ¡Obviamente, como el doctor Vernoux no odia a su padre, estará encantado de atenderlo!” —pronunció teatralmente imitando con gran sarcasmo la supuesta voz de los enfermeros.
—Papá… —lamentó Yenkis al oírle decir eso—. Lex no te odia…
—No estés por medio, estoy haciendo la comida.
Neuval desoyó su comentario y lo apartó a un lado, y se dirigió hacia el armario de las cacerolas, sacando un par y encendiendo el fuego. Yenkis se sentó en uno de los taburetes de la isla central, apoyando en la mesa los brazos y la cabeza en las manos, receloso.
—¿Habéis hecho las paces? —volvió a preguntar sin previo aviso.
Neuval detuvo su actividad y miró al techo con gran cansancio, soltando un largo suspiro.
—No, Yenkis, no hemos hecho las paces —contestó automáticamente, pues ya le había hecho esa pregunta un montón de veces.
—Pues no lo entiendo —gruñó—. ¿Te cansa que te pregunte estas cosas? Tal vez dejaría de hacerlo si me contases de qué discutisteis.
—No empieces —murmuró con paciencia, echando agua en una de las cacerolas.
Yenkis frunció los labios y se cruzó de brazos. Si había algo que le sacaba de quicio era la relación que había entre su hermano y su padre. A Yenkis le fastidió bastante, el que Lex se fuera de casa de repente, el que se quedase sin hermano de repente. Por eso exigía saber qué pasó, no le parecía justo que no le contasen el porqué.
Desde hacía tiempo sospechaba que esa discusión tenía algo que ver con lo que ocultaba su padre, por lo que preguntarle de qué hablaron podría, además de responder a su pregunta de por qué Lex se enfadó, responder a sus preguntas sobre quién es su padre. Ya podía aceptar la idea de que su padre no le iba a contar su gran secreto, pero al menos quería que le contase por qué se enfadó Lex. Aunque sólo fuese una respuesta corta, una respuesta que no desvelase nada de aquello que Neuval ocultaba por encima de todo, como: “porque le dije algo que le ofendió” o “porque ya no se sentía a gusto viviendo aquí”, y ya está. Se conformaba con eso. Sin embargo, Neuval no decía ni una palabra, y eso le irritaba.
De lo que estaba seguro era de que Lex no se enfadó por el simple hecho de descubrir que su padre tenía una familia secreta adoptiva y de lo que hizo en París. Estaba seguro de que se enfadó por otra cosa, otra cosa más grande, un secreto mayor.
—Vale, no me cuentes de qué discutisteis exactamente —dijo Yenkis—. Dime al menos por qué Lex salió de casa tan enfadado. ¿Por un desacuerdo de opiniones, por una ofensa?
—Porque tenía un hermano muy pesado —contestó pasivamente, empezando a cortar unos ajos sobre una tablilla.
—¡Papá! —exclamó con rabia—. ¡Hablo en serio! Lex es mi hermano, quiero saber qué pasó, por qué se fue. ¿Es por esta familia... o por ti?
—¿Quieres que te responda? Respóndeme tú primero. ¿Para qué entraste el otro día en mi despacho?
Yenkis abrió los ojos con sorpresa.
—¿Cómo... lo sabes? —preguntó. «No puede ser, no dejé ninguna pista que me delatase» pensó, «¿Tendría puesto algún otro mecanismo de seguridad?».
—Soy el mejor ingeniero del mundo. No te sorprendas tanto —contestó Neuval, echándole un chorro calculado de aceite a la otra olla—. ¿Qué hiciste?
—Nada —contestó rápido, mirando hacia otro lado.
—Seguir metiéndote donde no te llaman, eso hiciste —le dijo seriamente, volviéndose a él—. ¿Robaste algo de mi ordenador? ¿Husmeaste entre mis libros? ¿Entre mis cajones?
—¿Cómo iba a hacerlo? Tú mismo lo has dicho, que no me sorprenda, todo lo tienes asegurado, inaccesible. No conseguí nada.
—Ignorando que eso sea cierto o no, te lo repetiré una vez más. Deja de cotillear. Deja de meterte donde no debes. En mi despacho no entra nadie, norma que puse desde hace años. Tienes estrictamente prohibido entrar ahí, ¿me entiendes? No soy tu compañero de juegos, soy tu padre, ¿sabes cuál es la diferencia? Hasta ahora he sido bastante indulgente contigo, pero ya no voy a seguir tolerándote estas cosas. Te estás pasando.
—¿Y tú no te estás pasando? —le espetó el chico—. ¿Que llevas años escondiendo algo importante?
—No me contestes. Lo que esconda o no, no es asunto tuyo, y si lo hago es por alguna razón. Lo que deberías hacer es estudiar, jugar, salir a correr por ahí, estar con tus amigos, como los niños normales de tu edad.
—Claro, normales, a ellos también les brilla un ojo en la oscuridad, claro... —dijo con sarcasmo.
—¡Eso da igual, Yen! —se alteró—. ¡Si te brilla el ojo es porque sí, y punto!
—¿¡Y a ti te brilla también porque sí!? ¡Venga ya, papá, no niegues que esto es algo que yo debería saber! ¡Deja ya de mentir, de dar evasivas! ¡Llega un momento en que esto empieza a ser ya ridículo! ¡Es ridículo que sigas ocultándolo! ¡Yo ya sé que hay algo, no sé el qué, pero sé que lo hay!
—Yenkis, ¿qué vas a saber tú? —murmuró, dándole la espalda para seguir haciendo la comida—. ¿Cómo puedes probar que sabes que hay algo?
—¡Para empezar! —exclamó enfadado—. Últimamente estás distinto, estás raro. No recuerdo haberte visto antes tan bienhumorado tanto tiempo seguido, ¿es que te ha pasado algo importante hace poco? Además, no sabía que supieses cocinar.
—¿Cómo no voy a saber cocinar? —respondió Neuval como si fuera obvio—. Tengo que saber alimentar a mis hijos cuando nadie más puede, ¿no crees? Ya te he dicho que la pobre Misae está cuidando de su madre y no la quiero molestar.
—Siempre has estado centrado en tu trabajo, sólo te has preocupado por tu trabajo —insistió Yenkis—. Te pasas todo el tiempo trabajando, en la empresa o en tu despacho, ¿y de repente te preocupa preparar la comida para mí? Eres quien trae el dinero a casa y nada más, ¿y de repente te interesa hacer el papel de amo de casa?
—¿¿Disculpa?? —Neuval se giró hacia él con una mirada muy incrédula, con un cazo en la mano, apuntándole—. Pero tú, chaval, ¿quién te crees que te lava y te plancha la ropa? ¿Quién crees que dobla tu ropa interior y la de Cleven y lo guarda todo en vuestros cajones? ¿Quién te crees que va al supermercado a comprar todas las semanas? ¿Quién es el que va corriendo a las cuatro de la mañana a comprar medicinas a una farmacia cada vez que os despertabais con fiebre o dolor de tripa? ¿Quién crees que limpia la casa y friega los suelos? ¿Crees que todo aparece limpio y ordenado por arte de magia?
—E... ¿Eres tú el que hace esas cosas? —se sorprendió Yenkis—. Creía que era Hana, o Misae…
—Hana ahora es mi pareja, cierto —le explicó su padre—. Pero ella no tiene la obligación de cuidaros a vosotros, esa responsabilidad es mía. Hana ayuda de vez en cuando en lo que puede. Ella tiene un horario de trabajo más estricto que el mío. Yo tengo más tiempo que ella y mejor salud para hacer las cosas de la casa, por eso las hago yo, y porque esa responsabilidad, como padre vuestro, es mía. Misae está contratada para cocinarnos tres días a la semana porque nadie aquí tiene tiempo para cocinar. Otros días Hana hacía la comida para ti y para Cleven cuando yo tenía que quedarme en la empresa por las reuniones. De todo lo demás, listillo, me encargo yo.
—Pero... —se turbó—. ¿Y por qué demonios no contratas a otra persona para limpiar y todo eso? ¡Debemos de ser la única casa de ricos que no tiene personal de limpieza! ¡No lo entiendo!
—¡Porque ser rico no significa ser inútil! Tenemos a Hoti y la casa llena de tecnología por la única razón de que yo debo ser el primero en experimentar y probar cómo funciona todo lo que fabrico y vendo a la gente, pero cualquier persona sana debería saber recoger lo que desordena y limpiar lo que mancha por sí misma porque ese es el principio básico de la independencia y la disciplina. No basta con saber hacerlo, ¡hay que hacerlo, todos los días! Resolver tus propios problemas básicos del día a día es el primer signo de la libertad individual.
Neuval omitió otro de los motivos, y es que contratar a alguien para la limpieza de la casa u otras tareas conllevaba mayor riesgo de que descubriera todos los secretos peligrosos que la casa escondía, como el arsenal de armas, o el laboratorio oculto del sótano.
Por su parte, Yenkis estaba perplejo por esa respuesta. Le hizo recordar que, al contrario de lo que toda su vida había creído, su padre había tenido la infancia más miserable, y precisamente en el duro camino por la supervivencia es donde había aprendido a ser valioso y útil por sí mismo, y de ahí, libre e independiente. Su padre no era esclavo de las comodidades, ni del dinero, ni de los servicios de los demás. Si el día de mañana cayera un meteorito y la tierra quedara medio arrasada, su padre sería el primero en saber cómo sobrevivir en un mundo sin dinero, tecnología, personas y alimentos suficientes.
—¿Pero tú… cuándo haces esas tareas? Yo no te he visto.
—En el único momento del día en que tengo tiempo, por la noche. Cuando todos os vais a la cama, soy yo el que se ocupa de hacer la colada, limpiar y ordenar, ya que cuando os lo pido a Cleven y a ti, no me hacéis caso.
—¿Por la noche? ¿Y entonces cuándo duermes?
Neuval fue a contestar por inercia, pero se mordió los labios rápidamente. Pensó cómo podía responderle.
—Pues duermo... cuando termino. Duermo mis horas. Aunque sean pocas. No importa —dijo finalmente, pero cuando Yenkis fue a preguntar de nuevo, Neuval hizo un gesto con la mano—. El caso es que claro que me paso el día trabajando. No me queda más remedio, tengo que cuidar de toda Hoteitsuba, de toda la gente que trabaja para mí. Pero al mismo tiempo trabajo en mi deber como padre cuidando de esta casa y de los que viven en ella, y que tú no lo veas no significa que no lo haga. Es mi deber, mi responsabilidad, y algún día tú lo entenderás, cuando tengas tu casa y tus hijos. Hago lo que tengo que hacer. Tu madre ya no está aquí… —se le quebró un poco la voz—… así que yo hago lo que tengo que hacer —repitió con firmeza—. A Cleven intentaba pedirle lo mismo, y ahora te lo pido a ti. Ocúpate de hacer lo que tengas que hacer, cumpliendo tu obligación de estudiar y preocupándote de tus cosas personales, no de las de los demás. Deja de meter las narices en los asuntos que no te conciernen.
Yenkis frunció los labios con ojos vidriosos de rabia. Hasta ahora había ignorado que su padre realmente era quien se ocupaba de cuidarlos; que no sólo se dedicaba a encerrarse en su trabajo tal como él y Cleven pensaban; que, tras la muerte de Katya, su padre se había ocupado de cumplir el papel de ambos.
Por una parte, le daba rabia descubrir que, en definitiva, su padre tenía la razón y todo el derecho del mundo a castigarlos cuando Cleven y él no hacían lo que tenían que hacer. Siempre pensaron que era demasiado estricto, cuando él resultaba ser quien hacía todo por ellos. Neuval llevaba siete años durmiendo 3 horas diarias, haciendo de padre, de madre y de presidente de Hoteitsuba. Y Cleven y él nunca supieron verlo. Yenkis ahora se sentía mal por haberlo acusado de ser un padre desinteresado de sus hijos cuando eso no era así, y eso le daba rabia.
Sin embargo, se sentía tan avergonzado que no quería reconocerlo. A veces, Yenkis se empeñaba demasiado en tener la razón, y por eso la rabia de su interior le pidió seguir discutiendo con él. Pese a todo, quería seguir metiendo las narices en ese tema porque sentía que tenía derecho a saber la verdad.
—¡Pues...! —exclamó entonces, pensando qué decir—. ¡Eso no quita que tú ocultes un secreto importante! ¡Y creo que es un secreto que yo debería saber! ¡Es más, ya sé un poco!
—¡Tú no sabes nada! —se hartó Neuval.
—¡Mírate! ¿¡Qué estás cocinando, eh!? —el niño señaló las cacerolas—. ¡Estás haciendo daube, es un guiso francés! ¿Quién te ha enseñado algo tan difícil? ¿Cuál de tus dos madres te enseñó?
A Neuval se le cayeron unas zanahorias al suelo debido a un breve temblor de manos. Se quedó inmóvil unos segundos, y luego se volvió hacia el niño, desconcertado.
—¿Cómo has dicho? —musitó.
Yenkis se cruzó de brazos otra vez y lo miró seriamente, yendo al grano.
—El abuelo Jean, la abuela Lilian... qué personas más horribles, ¿verdad? Y qué injusta es la vida, siempre se van las mejores personas del mundo, como mamá, y... ¿Aún recuerdas a la tía Monique? ¡Claro que sí! ¡Porque era tu hermana! ¡Tenías una hermana mayor y nunca lo has dicho! Pero menos mal que aún queda gente buena en el mundo dispuesta a acoger a un niño moribundo y perdido, como hizo el viejo Lao, su mujer y su hijo. Una buena familia, tu familia china, pero no la nuestra, ¡porque nosotros no la conocemos, porque tú nunca nos has hablado de ellos!
—Yenkis... —musitó, sin poder moverse de la tensión; estaba paralizado—. ¿Cómo...?
—¿Cómo? ¿Crees que me muevo en vano sobre este asunto? ¿Has visto lo que ya he conseguido descubrir? Te sorprende ahora, ¿verdad? Venga, no lo vayas a negar ahora —se levantó del taburete; estaba ya fuera de sus cabales—. ¡Estamos solos! ¡Ahora puedes hablar perfectamente! ¡Habla, no hay nadie en toda la cas...! —blandió su brazo con intención de señalar el comedor, pero el gesto fue más allá.
La mesa del comedor salió volando y las sillas también; los cuadros de las paredes se torcieron y algunos cayeron al suelo al ser sacudidos por un golpe de viento; unos periódicos y revistas alzaron el vuelo esparciendo sus hojas por todas partes. En dos segundos, la zona de la casa que Yenkis señalaba con el brazo quedó patas arriba, hecha un desastre.
Dos, dos eternos minutos y medio estuvieron ambos ahí como estatuas, con la vista fija en el destrozo, en un silencio sepulcral. Y Yenkis no era el que más estaba aluciando, no. A Neuval se le había parado el corazón durante un momento. Las caras que los dos tenían eran exactamente iguales.
«Oh, no...» pensó Neuval, temiéndose que, después de todo, Alvion podía tener razón. Miedo, eso es lo que sentía en ese momento, un miedo intenso. El iris de Yenkis estaba empezando a manifestarse con sus emociones. Ya no eran los típicos estornudos que hacían volar algunos objetos. El haber desatado una fuerza mediante las manos en vez de con la boca o la nariz, era un paso muy grande. Yenkis no lo había hecho aposta, lo que significaba que podría haber más accidentes de estos, en otros lugares, delante de otras personas, y más graves.
Neuval estuvo a punto, ¡a punto!, de correr hacia él y borrarle la memoria. Pero no se movió. Mejor pensó en ello. No había podido tener tan mala suerte en un solo día. Si le borraba la memoria de lo que acababa de pasar, sería igual que lo de Hana, sería igual que lo que le había explicado Lao. Yenkis y Hana eran los únicos a los que nunca les había borrado la memoria. Sólo lo hizo con Lex y con Cleven, y no se podía decir que el resultado hubiera sido el mejor de todos. No podía dejar que Hana y Yenkis acabasen de igual manera o similar.
Era en esos momentos cuando lamentaba no tener una familia cómplice, como otros iris, cuyos familiares sabían que lo eran, como Nakuru y su padre, o Sam y el suyo... Pero Neuval estaba en una posición bien diferente. Fuujin ya era un iris mundialmente conocido, tanto en el ámbito criminal como en el de los cazadores de iris en varios gobiernos del planeta. Sin embargo, Neuval ahora estaba en un punto en el que ya no sabía si de verdad todo esto merecía la pena, tanta seguridad, tantas mentiras y secretos que tenían como objetivo proteger a su familia, porque las circunstancias actuales le estaban demostrando que no estaba funcionando como debía. ¿Mantenía a su familia protegida de enemigos? Sí, sin duda, pero eso no evitaba que aparecieran problemas desde otro lado y de otro tipo.
Hiciera lo que hiciera, iba a haber problemas que naturalmente iban a estar fuera de su alcance de control, porque la vida funcionaba así. No podía esperar que algo se mantuviera quieto y estable eternamente, eso era imposible. Si venían cambios, tenía que salir de su zona de confort y adaptarse a ellos, hacer algo nuevo, tomar nuevas decisiones, si no quería acabar estancado en una situación peor. Neuval se había acomodado mucho en esos siete años de exilio. Tras haber pasado toda una vida de supervivencia y de adaptación, tenía que volver a ser esa persona, y seguir moviéndose con el mundo y sus circunstancias, enfrentarlas y superarlas, y no quedarse atrás.
Por tanto, estaba en medio de ese dilema. ¿Qué era más importante para él, estar él, su identidad y su familia a salvo de enemigos, o que su familia sufriera las consecuencias de los secretos y las mentiras, como Lex, como Cleven, como Hana y ahora con Yenkis? Todos habían sufrido o estaban sufriendo alguna consecuencia. Mantener a su familia protegida de enemigos venía con un precio que no sabía si podía seguir pagando. Creía que hoy sólo tenía que encargarse de lo de Hana y que tenía fácil solución si le borraba la memoria, pero ahora... Yenkis... ahora era él una nueva víctima de los secretos. Y como era el pequeño de la familia, a Neuval le dolía más.
¿Y si le daba una oportunidad y le contaba la verdad? No... ¿Cómo iba a hacer eso? Yenkis sólo tenía 12 años. Era demasiado pequeño, ¿no?
«No…» pensó Neuval. «No lo es. Con 12 años yo ya empecé a trabajar para la Asociación… a perseguir criminales y terroristas… a matar condenados… a entender cómo es el mundo realmente. Yenkis no será un niño inocente y alegre para siempre. Con 12 años… ya está dejando de ser un niño. Y necesita que yo deje de tratarlo como tal. Está creciendo, y yo tengo… que ayudarlo a crecer. Como Lao hizo conmigo. Como yo ya hice con Lex. Como he intentado hacer con Cleven».
¿Por qué todo se tenía que haber complicado tanto de repente? Neuval estaba hecho un lío, no sabía qué hacer, qué era lo correcto. Ya era seguro que Yenkis, mientras seguía observando el destrozo con espanto, estaba fabricando un nuevo torrente de preguntas con el que le atacaría tarde o temprano. ¿Y cómo podría responderle? ¿Qué le iba a decir? Todo no se lo podía a decir. Pero estaba obligado a contarle algo, o si no, Yenkis podía acabar teniendo las ideas equivocadas, o intentando averiguarlas por sí solo de la manera equivocada.
Ya está. Mitad y mitad, pensó Neuval. Tendría que contarle una verdad a medias.
Acabó relajando los músculos, dejando salir un pequeño suspiro de sosiego, concentrado. Consiguió poco a poco que su iris controlase su estado emocional. Ya estaba acostumbrado a esto. Toda su vida había estado repleta de difíciles decisiones. Unas habían salido bien, otras no tan bien...
Mientras Yenkis seguía ahí de pie, intentando salir de su shock, Neuval dejó la comida hecha y apagó el fuego. Luego se fue al comedor y recogió todas las cosas. Pero no de manera normal, no tenía tiempo que perder, y ya daba igual. Antes de hacer nada, miró a Yenkis seriamente, y el niño a él, confuso. Entonces, Neuval comenzó a hacer unos movimientos de manos, concentrando masas de aire de determinados sitios que levantaron la mesa del comedor, las sillas, recogieron los papeles y estos se ordenaron formando remolinos antes de posarse en las repisas donde estaban previamente. Por último, dio un simple soplo con la boca y los cuadros se movieron, poniéndose rectos.
Yenkis, sin parpadear, miraba hacia su padre completamente inmóvil. Pero cuando Neuval dio un paso hacia él, Yenkis dio un respingo y se alejó un poco. Neuval se detuvo. Vale, estaba asustado, comprendió el hombre. Tenía que dejarle tiempo, no atosigarlo, así que le habló desde el otro lado de la cocina.
—Come algo, por favor. Me voy a recoger a Hana. Volveré dentro de dos horas como mucho.
El niño ni se movió ni dijo nada. A Neuval le dolió verlo así. Esa mirada era como la de Lex de aquella mañana en el hospital, una mirada de decepción, de estar hartos de la repetición de la misma historia. Qué difícil tenía que ser todo. No pudo evitarlo, Neuval caminó hacia él y Yenkis intentó salir de la cocina, pero su padre lo agarró de un brazo.
—Yen...
El muchacho agachó la cabeza, quedándose quieto y respirando nervioso.
—Yen. Tengo que ir a por Hana. Por favor, prométeme que no te moverás de casa. Prométeme que vas a esperarme.
El chico continuó callado.
—Te contaré qué eres. Y qué soy yo. ¿Te conformarás con eso?
Silencio.
—Yen, ¡mírame! Mírame un momento, por favor.
Yenkis acabó levantando los ojos hacia él, lentamente.
—Tengo muchas cosas de las que encargarme, muchas… —le dijo Neuval, y se le notó un pequeño temblor de súplica en la voz—. No sé cómo has llegado a saber lo de mi familia. Pero, aun así, ya veo que estás enterado y veo que tú mismo has visto lo que acabas de hacer, y también lo que yo he hecho. Por eso tenemos que hablar. Tú aclárame cómo sabes eso, y yo te aclararé por qué has volado el comedor, porque... ahora te estás preguntando eso, ¿verdad?
Yenkis volvió a mirar al suelo, y Neuval acabó percibiendo un leve asentimiento de su cabeza.
—¿Te puedes conformar con eso por ahora? —repitió.
Tras unos segundos, el chico volvió a asentir con la cabeza. Neuval le soltó los brazos y lo observó con un sentimiento incómodo. Miró a un lado y a otro, sin saber qué más decir, y finalmente decidió no decir nada. Salió de la cocina y dejó a Yenkis ahí recapacitando. Mejor dejar las cosas en una pausa, ahora tenía que volver a por Hana.
Hace un par de horas, antes de ir a recoger a Yenkis al colegio, cuando Neuval dejó a Hana sobre la cama de la habitación a la que le condujo Lex en el hospital, ella seguía inconsciente. Lex fue el único que habló en todo el rato, pero sólo para relatar el diagnóstico de Hana, la cual, aparte de la contusión en la cabeza, tenía la tensión mal y le iban a suministrar un medicamento para estabilizarla. Según dijo Lex, en una hora más o menos podía despertar. Y ya habían pasado tres cuartos de hora, sin embargo, Neuval quería llegar antes.
Después de que Lex dijese lo del medicamento, no volvió a abrir la boca, concentrado en su trabajo, ignorando la presencia de su padre en la habitación, pero este se marchó al darse cuenta de que Yenkis iba a estar solo y que tendría que hacerle la comida. Se suponía que iría a recogerle, a hacerle la comida y a marcharse de nuevo, no a complicar más la situación.
Por eso, el Fuu estuvo todo el camino al hospital en coche frotándose continuamente las sienes con agobio, preocupado por Yenkis, preocupado por Hana, preocupado por Lex... No pasaba nada, calma, se dijo. Había que ordenar las cosas y tratarlas una a una, estudiar la situación, las consecuencias de los actos que iba a realizar a partir de ahora con este asunto.
A Neuval le daba un poco de rabia. No, no podía permitirlo, la rabia era un mal innecesario. La peor enemiga de su iris. Otra vez, esas palabras... ¿Y si...? ¿Y si Hana no hubiera visto nada? No... ¿Y si Yenkis no hubiera nacido iris? No, no... ¿Y si Katya no hubiera muerto? Tampoco... ¿Y si Jean nunca hubiera matado a…?
Jean, de alguna u otra manera, había sido el origen de todo aquello. Rabia. Vamos, ni pensarlo. Llevaba siendo un iris desde hace más de 30 años, había hecho de todo, luchado por y contra todo tipo de cosas. No debía tolerar, ya a estas alturas, que un sentimiento le dominase.
Cuando dejó el coche en el aparcamiento del hospital, se deshizo de la inquietud, de la preocupación y de la rabia. Era un iris, ante todo, cabeza fría, controlador de las situaciones, su mente era superior a la de un humano.
—¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó una vieja mujer de cara simpática tras el mostrador de recepción.
—Vengo a ver a la paciente de la 246 —contestó.
—Oh, sí... —asintió, mientras tecleaba en su ordenador—. Ahora está en observación. Ya está estable.
—¿Ya ha despertado? —saltó.
—No, no... —sonrió con calma—. Que ya está bien, sus constantes.
—Ah...
—¿Es su marido?
—Pareja.
—Oh, de acuerdo —la señora señaló la pantalla de su ordenador—. Ya dejó usted antes sus datos, sí. Paciente: Hana Kotobuki. Y usted es Neuval Vernoux, cómo no. Es un placer volver a tenerle aquí. Podría haberme dicho su nombre desde el principio, señor —rio amablemente—. Voy a llamar ahora al doc-...
—Nooo... —susurró Neuval al instante.
—... -tor Vernoux para que lo acompañe.
—Mierda —murmuró de nuevo.
—Puede ir a ver a la paciente ahora, después irá su hijo, señor Vernoux. Pase usted —le indicó amablemente.
Neuval hizo un gesto resentido como si fuese un niño al que acababan de castigar y se fue a los ascensores para subir a la segunda planta. Al llegar frente a la habitación, observó a Hana antes de entrar, a través de la ventanilla de la puerta. La mujer parecía dormir apaciblemente, y Neuval no pudo evitar sentirse agradecido por Lex. Hana se había llevado un buen golpe. Y un terrible disgusto. ¿Quién sabe? De haber visto a Neuval morir de verdad tras una caída de un piso 47 por culpa de esos intrusos, Hana podría haberse convertido en iris. Afortunadamente, se había librado de eso.
Pasó adentro, cerrando tras él, se sentó en el borde de la cama y la contempló en silencio. Justo cuando fue a posarle una mano en la frente, la puerta de la habitación se abrió y apareció Lex, con su bata blanca, sus elegantes gafas y una carpetita en un brazo, y su porte serio y profesional.
—Me han informado de que has venido —le dijo mientras cerraba la puerta.
Neuval asintió en silencio y volvió a observar a Hana. A partir de ahí la estancia se vio envuelta por un silencio largo, ni cómodo ni incómodo. Sin embargo, a los pocos segundos, Neuval empezó a agobiarse mucho, rodeado de máquinas, de enfermos, de jeringuillas, de médicos y enfermeros pasando por el pasillo de fuera, de ese insoportable olor típico de los hospitales. Hacía frío, y aun así Neuval tuvo que secarse el sudor de la frente y cerrar los ojos, sufriendo un pequeño mareo.
Lex permaneció ahí de pie viendo lo pálido que se estaba poniendo.
—No es buena idea que estés aquí —le dijo el joven médico—. Vas a acabar desmayándote...
—Estoy bien —interrumpió Neuval, respirando hondo varias veces.
—No lo estás. Estás a punto de vomitar —Lex cogió el cubo de la papelera que había en un rincón y lo acercó hasta él.
—Ayudaría mucho... —cerró los ojos—... que te quitases la bata.
Lex se miró a sí mismo. Era cierto, había olvidado quitársela al entrar en la habitación. Pero como su padre aguantó bastante bien en la anterior visita de hace una hora, supuso que seguiría sin haber problema ahora. No era así. Neuval podía aguantar ciertas cosas de los hospitales, pero hasta un límite.
—Ya está. Ya me la he quitado. Puedes volver a abrir los ojos —le indicó Lex, sentándose en la butaca que había junto a la ventana, al otro lado de la cama—. Aunque creo que sería mejor hablar fuera, en la calle. Puedo llamar a una enfermera para que se quede aquí vigilando...
—No. Quiero estar aquí hasta que se despierte —Neuval volvió a abrir los ojos, pero solamente para seguir mirando a Hana.
Lex dejó de insistir. Hubo un largo rato de silencio. Neuval sabía perfectamente que Lex había venido a la habitación para que le explicara qué había pasado. No tenía por qué contarle nada, ya que había sido un asunto iris y Lex, como humano externo a la Asociación, no tenía autorización para informarse de estas cosas. Sin embargo, Neuval no tenía más remedio. Se lo debía. Si Hana ahora estaba bien era gracias a él.
Al final, Lex se cansó de esperar y rompió el silencio él mismo.
—Quisiera...
—Que te contase lo que ha pasado —dijo Neuval, sin levantar la cabeza.
—Bueno... sí. Al menos...
—Si ha sido culpa mía o no —volvió a adelantarse.
Lex frunció el ceño, inclinándose hacia él con recelo.
—¿Estás leyéndome la mente con tu Técnica?
—Contigo no me hace falta.
Lex suspiró por la nariz y volvió a recostarse sobre el respaldo, cruzándose de brazos y mirando a otro lado, molesto.
—No es porque el peligro hubiese ido a ella, sino porque ella misma se ha involucrado en el peligro —comenzó a explicar Neuval—. El caso es que un grupo de personas con las que tenía un asunto pendiente… que resultaban ser almaati desertores… me cazaron por sorpresa en mi propio despacho y...
De repente dejó de hablar. Hizo una pausa repentina. Porque aquí, Neuval recordó la razón detrás del ataque de esos excooperadores: Izan. Y se dio cuenta de con quién estaba hablando ahora. Debía tener cuidado. Quería ser honesto con Lex, excepto por ese dato. Bajo ningún concepto quería decirle que Izan había vuelto a dar señales de vida y que estaba en la ciudad, porque entonces tendría que revelarle que quien había regresado no era su tío Ichi, sino un Izan diferente y terrible que ya no era un iris. Neuval sabía que Ichi había sido para Lex su más querido e íntimo amigo desde que nacieron el mismo día, hasta que él se esfumó a los 18 años. Decirle que se había convertido en arki, era como decirle que Ichi había muerto.
—Justo cuando se me echaron encima y salimos por la ventana —retomó Neuval la conversación—, Hana logró entrar en el despacho y fue directamente a enfrentarse a una de los atacantes que seguía ahí. Antes de recibir un empujón con el que acabaría golpeándose la cabeza y perdiendo el conocimiento… llegó a ver cosas.
—¿Sólo el evento de tu caída, o también más cosas? —quiso saber Lex, sin esconder un tono irritado.
—Vio más cosas.
—Ya me lo imagino. Hana ha pillado a Fuujin haciendo lo que Fuujin mejor sabe hacer. ¿Te vio cargándote a alguno de esos? ¿Volando de un lado a otro destrozando cosas? ¿Divirtiéndote como un niño quemando hormigas con una lupa?
La sala se quedó en silencio. Lex pretendía ser irónico, pero Neuval captó perfectamente ese tono desdeñoso y no le gustó nada. Por eso, Lex se estremeció un poco cuando se dio cuenta de que su padre lo miraba con unos ojos inusualmente severos.
—Sé que estás cabreado y que te da rabia que una persona inocente como Hana haya tenido que sufrir esto. Pero no me hables de esa manera.
Lex no se atrevió a contestarle. Su padre podía parecerle a veces un loco, un poco infantil, bienhumorado y arrogante, pero cuando se ponía serio y no estaba para bromas, le recordaba dónde estaba su lugar. Miró al suelo, un poco incómodo y avergonzado, reconociendo que se estaba pasando de irrespetuoso.
—Este descuido no puedo volver a permitírmelo —murmuró Neuval, mirando a Hana con pesar.
—¿Tendrás más cuidado con estas cosas, pues? —preguntó Lex, insistiendo en mostrarle su descontento—. No es por ofenderte, papá, pero en este hospital todos saben que soy tu hijo, ya que la mayoría de los aparatos que usamos son de tu empresa. Si la gente te pilla actuando como un criminal chiflado…
Neuval lo miró de golpe con cara molesta.
—Reconoce que toda tu vida has sido un chiflado —se defendió Lex.
—Un chiflado que toda la Asociación respeta —apuntó Neuval.
—Yo tengo mi fama por aquí, y tú tienes tu fama en la sociedad por tu empresa —continuó Lex—, y si la gente te reconoce mientras haces este tipo de cosas inhumanas, aquí todos mis compañeros me acorralarán y me avasallarán con preguntas sobre ti. Puede llegar hasta tal punto de que algún policía curioso se acerque a mí. Y sabes que los del Gobierno, los que llevan el caso de los de tu especie, pueden utilizar métodos secretos para averiguar la verdad. Lo que quiero decir es que no quiero que lleguen hasta mí, porque yo soy un humano que está muy estrechamente relacionado con los iris más buscados del planeta y que sabe quiénes sois, que contiene información, y que por mi culpa te pillen a ti, al abuelo, al tío Brey… y a tus compañeros.
—¿Por qué dices “los de tu especie”? —preguntó Neuval, que no lo había pasado por alto.
—¿Has oído todo lo que te he dicho?
—No somos una especie aparte, Lex. ¿Por qué nos ves así? Soy tu padre. Y tus tíos también son iris, y tus abuelos también lo fueron. Y tu hermano lo es. Y, además, tú tampoco es que seas tan normal como afirmas ser —le apuntó con el dedo—. ¿Qué me dices de aquella vez que recibiste por accidente uno de los ataques de oscuridad de un iris Yami de una RS enemiga cuando eras pequeño? Todavía me sigo preguntando cómo narices saliste inmune de un ataque así, ¡no te afectó lo más mínimo, cuando un ataque de oscuridad afectaría a cualquiera! Por no decir que posees una mente tan fuerte que ni siquiera mi Técnica de Borrado de Memoria funcionó en ti cuando eso en realidad debería ser imposible, hasta Alvion se quedó alucinado... Te lo juro, Lex, a veces pienso que no eres humano. Puede que lo seas, pero no uno corriente.
—No me cambies de tema, sabes de sobra que soy un humano totalmente normal —le interrumpió pacientemente—. Te digo que tengas en cuenta que tus descuidos pueden resbalar hacia mí, porque somos dos personas medianamente conocidas en la sociedad de esta ciudad, y sabes que yo no tendré la capacidad de evitar que usen sus métodos de interrogatorio contra mí para contar lo que no debo.
—¿No me has oído? —se cansó Neuval—. La Técnica de Borrado de Memoria es una técnica que no funcionó contigo. Si algo así no funciona contigo, ninguna otra cosa lo hará. Ningún método humano policial podría manipular tu mente para sonsacarte información porque hace siete años quedó demostrado que tu mente es inmune a esas cosas. Así que no me eches la bronca por tener más cuidado con esto, admite que si la policía te interroga por cualquier cosa tú sabrás evitar perfectamente que te sonsaquen lo que sea. Por consiguiente, deja de buscar excusas para seguir culpándome de errores pasados que en realidad no suponen un peligro real.
—Eso tú no puedes saberlo con certeza —se impuso Lex—. Sé tan bien como tú qué tipo de métodos han llegado a desarrollar tanto Takeshi Nonomiya como su hijo Hatori a lo largo de los años para cazar a cualquier sospechoso relacionado con los iris. No puedes saber con certeza que yo pueda evadir esos métodos sólo porque tu Técnica no funcionó en mi mente. Los dos sabemos cómo eres en realidad, papá —entornó los ojos—. Eres un iris impulsivo, emocional. Sí, eres poderoso, pero a veces te excedes. Te encanta la destrucción, te encanta la locura, la diversión. Sabes que eres poderoso, y eso te hace confiado, por tanto, imprudente. Bajas la guardia. Y por eso Hana está aquí. Y por eso, pones en peligro a la gente humana relacionada contigo como yo, y por ende te pones en peligro a ti mismo y a los tuyos. Si una de las razones por las que has vuelto a la Asociación es por tener un mejor control de ti mismo y de lo que te rodea, contrólalo, maldita sea. Da gracias a que la policía no haya tenido noticia alguna del incidente que has tenido hoy.
—“No bajes la guardia, ve con más cuidado, contrólate mejor...” —repitió Neuval con fastidio—. A veces eres igual de insoportable que tu abuelo.
—¿Sí? ¿Cuál de los dos?
—Ambos. Igual que Hideki e igual que Kei Lian. Me miras con esos ojos juzgadores, azules como los de Hideki, y encima con sus mismas gafas. Y Kei Lian ya me ha echado la bronca por lo que ha pasado, ¿vale? No necesito que tú me vengas con lo mismo.
—El abuelo Lian te habrá echado la bronca como iris. Yo te la echo como humano, porque yo no tengo por qué comerme tus marrones de ese trabajo inhumano tuyo. No tengo nada que ver con esas cosas. Al fin y al cabo, tú me separaste de esa vida, y de la familia que yo tenía en esa vida.
Neuval bajó la mirada. Esas últimas palabras, no era la primera vez que tenía que escucharlas, y siempre le hacían sentir culpable a pesar de que todo fue por una razón importante. Lex no estaba enfadado con él por el descuido que había tenido hoy exactamente. Una vez más, mostraba estar enfadado por lo de siempre, seguir guardando rencor por lo mismo de siempre. ¿Es que nunca iba a perdonárselo? Hubo un rato de silencio.
—No lo entiendo, Lex —murmuró—. Sabiendo perfectamente todos los riesgos que existían en esa época si te dejaba seguir sabiendo todo sobre la Asociación y los iris…
—¿Y por qué no volviste a borrarme la memoria? ¿Por qué no volviste a intentarlo, al menos? ¿Por qué me dejaste ir, sabiendo que me iba con todo lo que conocía de vosotros, con todo aquello que el Gobierno trata de descubrir?
Neuval todavía miraba al suelo. Tardó en contestar.
—Era peligroso volver a realizarte la Técnica. Pero la principal razón, es porque nunca te había visto tan… tan roto por dentro... Prefiero morir o que el Gobierno me pille, antes que volver a verte así.
A Lex le consternó esa respuesta, porque sabía que era la verdad. No sabía qué decir.
—No entiendo por qué me odias tanto… —continuó Neuval—… por haber intentado quitarte esos recuerdos, sabiendo que fue para protegernos después de todo el caos que surgió tras la muerte de tu madre.
Lex se movió un poco sobre su asiento, incómodo.
—Yo no te odio… —murmuró, mirando a un lado con pesar. Pero luego volvió a mirarlo y recuperó su tono firme—. Lo que me siento es defraudado. Y traicionado.
—La seguridad de la familia es más importante que eso.
—¡No terminas de entenderlo, papá! —le interrumpió, pero trató de calmarse—. Borrarme la memoria no es lo que me dolió. Es que lo hicieras sin decírmelo.
—¿Decírtelo? —se sorprendió—. ¿De qué habría servido si luego no te acordarías?
—¡Bueno, pues resulta que luego me acordé! Falló la Técnica en mi mente y recordé lo que habías hecho. Recordé cómo me la hiciste. Y viniste sin más hacia mí, sin decirme ni una palabra, sin hablarlo conmigo. Por mucho que tú contaras con que yo luego no recordaría nada… pudiste al menos hablarme de ello primero y preguntarme qué opinaba… pudiste al menos dejarme decirte que podías contar conmigo.
Neuval se quedó callado. Seguía sorprendido, porque esta era la primera vez que Lex le aclaraba el verdadero motivo de su decepción. ¿Por qué hasta ahora nunca le había dicho esto? Tal vez Lex esperaba que algún día Neuval lo acabara entendiendo por sí mismo. Que se diese cuenta él solo. O tal vez porque a Lex le avergonzaba un poco explicarle que el verdadero motivo era que su padre, un iris veterano con mil batallas a sus espaldas, no contara con la ayuda ni con la opinión de él, un simple humano normal.
Entonces al fin Neuval entendió que lo que jodió a Lex no fue sólo borrarle la memoria sin su permiso, sino que eso precisamente le hizo sentirse insignificante para él.
Por supuesto, esta mala relación entre ellos no siempre había sido así. De hecho, fue totalmente al contrario. Por mucho que Lex creciera con un carácter serio, más bien parecido a su madre y a su abuelo materno, y viera que su padre estaba un poco loco, siempre tuvo a su padre en un pedestal. Cleven no nació hasta que Lex tenía 9 años, por lo que prácticamente pasó toda su infancia siendo hijo único. Y Neuval le dedicó a él más tiempo que a nadie. Incluso cuando nació, debido a las circunstancias de entonces, fue Katya quien tenía que salir a trabajar y Neuval quien se quedó en casa dos años terminando de estudiar y cuidando de Lex. Así que tiempo atrás eran como uña y carne.
Lex lo aprendió todo de sus padres. Su madre le enseñó la importancia de la disciplina y el deber, de cuidarse su mente y su cuerpo, de cómo gestionar sus emociones, comprender por qué a veces se enfadaba o estaba triste, saber comunicarse y resolver las cosas tanto solo como pidiendo la ayuda de los demás. Le enseñó cómo cuidarse y vivir en el entorno más inmediato, el mundo interior. Su padre le enseñó más cosas sobre el mundo exterior: cómo funcionaba el mundo, cómo era la humanidad, los peligros que existían, y la importancia de cómo saber tratar a los demás. Le enseñó a ser valiente en muchas cosas. Cada vez que causaba algún problema o le rompía algo a otra persona, Neuval siempre le hacía ponerse delante de la otra persona, mostrar respeto y disculparse por su error, y después de hacerlo, lo felicitaba y le decía que se había ganado su respeto. Igual a como Lao le enseñó a él.
Neuval también le enseñó a luchar, manejar armas y cómo actuar en situaciones de peligro o crisis. Crisis como la que asoló a la familia tras la muerte de su madre. En esas fechas, Lex veía que su padre estaba planeando un cambio inminente, dado el preocupante misterio de los asesinos de su mujer y dada la terrible destrucción que su majin llegó a desatar por medio Japón. Lex simplemente esperaba que su padre le explicase lo que quería hacer para proteger a la familia. Que contase con él, tal como lo había entrenado, tal como le había enseñado toda su vida. Lex estaba preparado para demostrarle que era capaz de cualquier cosa para proteger a su familia, incluso si tenía que sacrificar su relación y sus lazos emocionales con los Lao, incluso si tenía que quedarse meses cuidando él solo de sus hermanos pequeños porque su padre tenía que ir al Monte Zou a someterse a un largo tratamiento para reducir su majin. Y Neuval nunca le dio esa opción.
¿Por qué había tardado tanto tiempo en darse cuenta? ¿Por qué no lo había visto hasta que Lex se lo había dicho hace unos segundos? Neuval era un iris y además era increíblemente inteligente. Y se le había escapado este detalle sobre el funcionamiento emocional lógico de su propio hijo. Y lo entendió como un golpetazo fuerte porque se imaginó a sí mismo en su lugar. Si Lao le hubiera hecho algo parecido a él, no contar con él ante una crisis familiar cuando Neuval estaba cien por cien dispuesto a ayudar… Sí… Eso dolía.
—Lex… Eres el humano más fuerte que conozco.
—Hah… —suspiró este, apoyando la frente en una mano sobre sus rodillas. Agatha le dijo lo mismo la otra noche, que su padre pensaba eso de él, pero Lex no lo creyó de verdad—. Venga ya, papá, esa mentira no me va a hacer sentir mejor.
—No tengo más mentiras para ti desde hace siete años.
Lex levantó la vista, frunciendo el ceño. Hacía mucho tiempo que no veía esa mirada tan seria y firme en esos escalofriantes ojos casi blancos de su padre.
—Los almaati son humanos y pueden hacer más…
—Tú eras un humano… —le interrumpió Neuval—… que acababa de perder a su madre de forma inesperada, injusta y sin explicación. Y, aun así, estuviste encima de tus hermanos, haciéndoles la comida, bañándolos, atendiéndolos, haciendo todo lo posible por que su rutina siguiera siendo lo más normal posible… mientras todo lo demás a tu alrededor era caótico y yo me volvía loco sin saber cómo vivir sin tu madre. Estuviste caminando detrás de mí día y noche, esperando que te pidiera ayuda, preparado para ayudarme. Esperando que me sentara contigo en una mesa para conversar. Eras el único de toda la familia Lao y Vernoux que permaneció de una pieza a pesar de que por dentro estabas hecho pedazos igual que los demás. Y no lo vi… —murmuró cabizbajo.
Lex no dijo nada, pero miró a otra parte para contener el nudo que se formó en su pecho y las lágrimas en sus ojos.
—Probablemente me avergonzaba pedirte ayuda —continuó Neuval—. Desde que terminé mi entrenamiento iris a los 12 años, siempre me creí el más fuerte e invencible. Siempre me vi a mí mismo como el único que podía y sabía proteger a los demás y solucionar los problemas de los demás. A pesar de que siempre fui un desastre para protegerme a mí mismo y solucionar mis propios problemas. Qué hipócrita de mi parte. Ayudé a docenas de humanos a salir de pozos de miseria, de tristeza o depresión, enseñándoles a intercambiar las pastillas por proyectos, metas y logros… y luego yo me metía esas mismas pastillas para huir de mis propias pesadillas y defectos —miró a Hana, aún dormida en la cama, recordando que gracias a ella volvió a dejar las drogas hace tres años—. Pensé, “qué mierda de padre debo de ser para pedirle a mi hijo que me ayude a hacer algo que yo debería saber hacer solo”. Pero ese orgullo, que nace de la vergüenza… —suspiró pesadamente—… no ayuda a nadie al final.
Lex siguió en silencio. Pero esta vez, por primera vez en años, sentía algo diferente.
—Quiero que sepas que, si no te pedí ayuda, no fue porque te subestimara, Lex. Sino porque me daba vergüenza reconocer que en ese momento tú estabas siendo el más fuerte de todos y yo el más débil. Debí acudir a ti. Debí contarte mi decisión de borraros la memoria a Cleven y a ti y separaros de la familia Lao y de la Asociación. Espero que puedas perdonarme algún día.
Quizá esto fuera lo que Lex más había esperado oír en siete años. En su persistente silencio intentaba seguir conteniendo lo que de verdad sentía por dentro ahora mismo. Porque no era tan fácil, sobre todo cuando habían sido muchos años cargando con un mismo sentimiento, cambiarlo ahora de repente a pesar de que el motivo para cambiarlo había llegado. ¿Por qué para Lex seguía sin ser suficiente? Por desgracia, la respuesta estaba ahí mismo. Hana.
Lex no podía soportar la idea de que ahora iba a ser Hana. Una mujer que no había hecho más que ayudar a su padre y a sus hermanos, esforzándose por esa familia y en ese trabajo en Hoteitsuba que Neuval le dio.
—Y aun así el problema persiste —murmuró Lex.
Neuval lo miró al oírlo, confuso. Lex levantó la cabeza, volviendo a tener esa expresión fría.
—Antes te dije que te llamaría cuando Hana se despertara —le explicó el médico—, pero tú dijiste que vendrías antes. Solamente te has ido para asegurarte de que Yenkis volvía a salvo a casa y tuviera algo de comida hecha, pero desde el principio pretendías estar aquí antes de que Hana despertara porque no quieres darle ni un segundo de tiempo para acordarse de lo que ha visto.
—Porque no puedo dejarla despertando aquí en esta habitación sola, confusa y traumatizada —le corrigió Neuval, molesto.
—¡Porque le quieres borrar la memoria en cuanto confirmes que se acuerda de todo!
—¡Lex! —se enfadó.
—¡Está confusa y traumatizada por ti! ¡Verte a ti nada más despertar es lo que va a trastornarla más! ¡Así que no me digas que estás aquí para calmarla, estás aquí para borrar literalmente tu error! Al fin ha llegado el día en que Hana se convertirá en una víctima más de tu Técnica. Porque así es como Fuujin soluciona las cosas, ¿verdad?
Había palabras que podían causar más dolor a unas personas que a otras. Esas en concreto fueron bastante hirientes para Neuval.
—Mucho criticar a los iris, Lex, pero tú te has vuelto un completo insensible —le dijo enfadado, pero con ojos vidriosos, y volvió a apartar la mirada hacia Hana.
Lex puso una mueca contrariada y sorprendida. Tal vez eso era cierto. Sin embargo, quizá también era cierto que, a veces, unas palabras hirientes eran necesarias para despertar algo, producir un cambio. Porque Neuval ahora sentía una duda nacer dentro de él sobre una decisión que ya había tomado con convicción. ¿Y si…? ¿Y si se toma otro camino al esperado?
Había un secreto en el mundo que pocas personas ya muertas y sólo una que seguía viva en Francia conocían. Incluso Lao seguía sin resolver el misterio desde el día en que conoció a Neuval, a punto de quitarse la vida sobre unos sucios cartones en un mugriento callejón. Neuval nunca fue un humano como los demás ni tampoco a día de hoy había logrado ser un iris como los demás, a pesar de sus esfuerzos, porque él había nacido siendo algo muy diferente que ni siquiera las personas más sabias o antiguas como Alvion, Agatha y Denzel comprendían. Ir contra el sistema o las normas convencionales, salirse de la línea tradicional, o de lo lógico, o de lo esperado; romper con el bucle o el estancamiento; ser el primero en hacer, demostrar o alcanzar novedades nunca antes vistas…
Neuval era un agente del cambio. Y todo empezaba con pequeñas cosas.
Lex intentó decir algo para excusar sus duras palabras hacia su padre, pero Neuval habló antes.
—Désormais, je n'aurai plus à être prudent avec Hana —dijo con firmeza. (= A partir de ahora, no hará falta que tenga cuidado con Hana.)
—De quoi parles-tu? —se extrañó Lex. (= ¿A qué te refieres?)
Neuval no contestó.
—¿Qué vas a hacer? —Lex se empezó a alarmar.
En ese momento, Hana ya estaba abriendo los ojos. Neuval la agarró más fuerte de la mano y Lex se levantó rápidamente del sillón, sacando una pequeña linterna. Se inclinó hacia Hana y, abriéndole los párpados con cuidado, iluminó sus pupilas.
—Estable —afirmó Lex, volviendo a guardar la linternita.
Hana parpadeó varias veces con molestia y después abrió los ojos del todo. Primero miró a su alrededor con aturdimiento, y luego su mirada se quedó fija en los ojos de Neuval. Empezó a respirar con nerviosismo.
—¿¡Neu...!? —murmuró, con una cara al borde del llanto, soltándose enseguida de su mano.
El hombre la miró con pesadumbre. Se esperaba una reacción similar. Comprendía cómo debía de sentirse. El busca de Lex comenzó a dar pitidos.
—Tengo que irme —declaró el médico, leyendo el mensaje de su aparato.
Hana reparó en él, y por impulso se incorporó un poco sobre la cama, alerta.
—Lex... —se sorprendió—. ¿Pero qué...?
—Hana, tranquila, ya estás bien —la tranquilizó el joven—. Trata de no moverte mucho, ¿de acuerdo? Aún estás adquiriendo el medicamento para la tensión.
Hana entonces se quedó quieta, pero seguía confusa. Intentaba recapacitar y entender la situación, mirando sin parar a uno y al otro. Pasaron unos segundos de silencio, en los que Neuval y Lex cruzaron una mirada, y entonces Lex se dispuso a salir. Sin embargo, al girar el pomo y abrir la puerta, se detuvo un momento. Tenía que saberlo. Volvió la cabeza y los observó. Neuval estaba observando fijamente a Hana. Ella empezó a negar con la cabeza, consternada.
—¿Quién eres? —le preguntó—. ¿Quién eres en realidad, Neuval? ¿Cómo puedes seguir vivo? Te vi… caer… y luego… te vi hacer algo que no… no es posible…
Lex vio que su padre abría la boca, pero en vez de decir algo, sólo respiró entrecortadamente, sin dejar de mirarla. Estaba nervioso. A Lex le aumentó la intriga. «¿Qué va a hacer?» se preguntó, aún con la mano sobre el pomo.
—Hana... —susurró Neuval.
Lex vio que estaba levantando una mano hacia la cara de ella. «¿Qué va a hacer?» se repitió, «¿Va a…?».
—Por favor. Cierra los ojos un momento —continuó Neuval.
Le cerró los ojos con los dedos y después los tapó completamente con la palma. Hana se mantuvo totalmente quieta, confusa, nerviosa, sin entender, asustada... «A borrarle la memoria» pensó Lex. «No me esperaba otra cosa. Así se soluciona todo, ¿no? Así es como papá soluciona las cosas». Lex no quería verlo, así que apartó la mirada y dio un paso hacia fuera.
—¿Qué vas a hacer? —oyó preguntar a Hana.
Lex giró la cabeza de nuevo. Neuval seguía tapándole los ojos, pero no hacía nada. Hana seguía como antes. «¿A qué espera?» se preguntó el joven. Cuando Neuval empezó a bajar la mano lentamente, y Hana abrió los ojos, Lex se quedó perplejo.
—¿Qué ha pasado en la empresa? —insistió Hana—. Dímelo. Necesito saberlo.
—Hana —dijo Neuval—. Voy a contarte algo.
La mujer frunció el ceño.
—Primero te confesaré algo —continuó—, y después te explicaré por qué, cuándo, cómo y lo demás. —Aguardó unos segundos y empezó—: No soy humano.
Lex se quedó más boquiabierto. «¿Cómo?» saltó. ¿Qué le iba a contar? ¿La verdad? ¿Iba en serio? ¿Se la iba a contar? Eso sí que Lex no se lo esperaba. No obstante, no tenía tiempo para aclarar su desconcierto, pues su busca sonó de nuevo. Tenía que irse. Los miró una última vez, cerró la puerta y se marchó por el pasillo.
Aun así, la idea de que Hana iba a saber toda la verdad inquietaba mucho a Lex. ¿Qué iba a hacer ella después de saberlo todo, cómo reaccionaría? Su padre podría perderla para siempre. Y eso a Lex le daba miedo. Sabía lo que Hana había sido para su padre en los últimos años. Él no había vuelto a estar gravemente deprimido ni a tocar las drogas desde que la conoció, ella lo ayudó con eso, igual que él la ayudó a ella a desintoxicarse también.
Pese a todo, Lex decidió darles su tiempo y pidió a sus compañeros de trabajo que no interviniesen en esa habitación.
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