Seguidores

2º LIBRO - Pasado y Presente

3.
La reunión del instituto

Otra tiza le dio en toda la coronilla. Brey levantó la cabeza con una hoja de sus apuntes pegada a la cara y con ojos de muerto. Ayer tuvo uno de los lunes más livianos de los últimos años gracias a la novedad de tener a Cleven dentro de su rutina y su ayuda en casa. Pero la vida seguía siendo dura, y este martes Brey volvía a estar agotado. Miró a su alrededor con aturdimiento, y se dio cuenta de que aún seguía en clase de Biología, la cual se la había pasado durmiendo.

—Señorito Saehara, me exacerba —dijo el profesor desde su mesa, negando con la cabeza—. Ser uno de los alumnos más brillantes de este centro no es excusa para pasarse todas las clases durmiendo.

Brey se quitó la hoja pegada a su cara y dio un bostezo para despejarse, mientras sus compañeros soltaban risas por lo bajo.

—No obstante, aquí en este centro de gran reputación también se tiene en cuenta la actitud, no sólo la inteligencia —añadió el profesor—. La próxima vez que lo encuentre durmiendo, irá al despacho de la delegada.

—Vale —contestó Brey pasivamente.

—Hm... —se mosqueó el hombre—. Y si ella lo manda al despacho del decano, luego no se queje.

—De acuerdo —asintió seriamente, rascándose un ojo.

El profesor apretó los dientes con irritación.

—Y si se lo sigue tomando a la ligera, no habrá más remedio que hablar con sus padres, muchacho —concluyó.

—Mm… Le aconsejo que primero los resucite —volvió a bostezar.

—Ah... —se sorprendió el profesor, y miró a un lado, incómodo—. Eh...

Por suerte para el viejo, se oyó el timbre de las once y media, indicando el final de la clase, así que el profesor recogió sus cosas y salió del aula para su siguiente clase un tanto desconcertado. Sin embargo, nada más abrir la puerta, entró otro profesor trajeado algo viejo.

—Chicos, esperad un momento —dijo, haciéndose oír, y los jóvenes del aula se quedaron en silencio—. La semana pasada no quedó muy claro, pero finalmente la visita al Hospital Kyoko la haréis mañana, ¿de acuerdo?

Y tras anunciar eso, se marchó con el profesor de Química. La mitad de los compañeros de Brey también fueron saliendo para ir a otra aula y la otra mitad se tomó su tiempo, creando barullo. Un grupo de chicas se reunieron en las escaleras de los estrados para salir del aula, no sin antes pararse cerca del rubio.

—Hasta luego, Brey —le dijeron con sonrisas insinuantes.

—Guapo...

—Grrr... —le hicieron un gesto obsceno.

Y se fueron. Brey negó con la cabeza, cansino, y fue recogiendo sus libros. Sinceramente, llevaba toda la vida sin que las mujeres lo dejaran en paz. En su infancia, era la gran atracción de todas las mujeres mayores que se quedaban embelesadas con su belleza y “adorabilidad”. Ahora, era la mayor atracción de todas las mujeres de todas las edades que se quedaban babeando con su belleza y virilidad. Cleven había sido presa de su encanto, no había que olvidar. Pero es que Brey incluso atraía las miradas de algunos hombres.

Él era así, había nacido así. Qué suertudo, dirían algunos celosos que matarían por estar en su lugar, con una fila de chicas detrás. Brey no lo veía así. Para él, ser guapo era un arma de doble filo. Por un lado, reconocía que era una virtud extremadamente útil en la sociedad humana porque los humanos, generalmente bobos y superficiales, trataban mejor o valoraban más a una persona guapa que a una fea. Por lo visto, era algo natural en ellos, programado en sus genes, por lo tanto, inevitable. Y esto había hecho que Brey pudiera socializar con los humanos mucho más fácilmente, ya que, si sólo fuera por su personalidad fría y racional, espantaría a todo el mundo y sufriría mucha más soledad.

Pero, por otro lado, el lado malo, es que a veces sufría lo contrario, excesiva atención, a veces llegando al acoso. Eso de ir andando por la calle tranquilamente y de repente ser llamado, detenido o perseguido por, normalmente, grupos de chicas muy descaradas, lo había vivido mil veces y era realmente molesto. Pero como ellas eran chicas y él un chico, pues ellas no iban a la cárcel ni nadie las frenaba o regañaba.

Obviamente Brey no temía por su vida cuando le perseguía un grupo de acosadoras, ya que él era un “iris” que literalmente podía moverse a la velocidad de la luz o lanzar cien rayos colosales y letales desde su cuerpo y dejar fritos a todos los seres vivos de Tokio. Lo que no quería decir que no fuera insufrible tener que ser molestado cuando quería andar tranquilo.

El verdadero problema llegaba cuando iba con los mellizos. Ahí el acoso se intensificaba hasta el punto de que algunas empezaban a hacerles fotos, a llamarles la atención a gritos, a acercarse demasiado… Clover y Daisuke habían llegado a asustarse mucho en varias ocasiones. Las peores, de hecho, habían ocurrido en el mismo colegio.

Este año los mellizos habían comenzado su primer año escolar y, por supuesto, en cuanto corrió la noticia entre los padres y madres de los demás niños de que el padre de aquellos mellizos tenía 20 años y que la madre había fallecido, cada vez que Brey iba a llevar o a recoger a los niños, muchos padres se le habían acercado, sin reparo ni vergüenza alguna, a hacerle preguntas personales, a husmear en su vida, a cuestionar sus acciones, incluso a lanzarle comentarios desagradables del tipo “seguro que se pasa el tiempo holgazaneando o divirtiéndose por ahí y deja a sus hijos solos en casa sin darles de comer ni bañarlos ni atenderlos, ¿cómo va un crío a cuidar de unos pobres niños? Ya fue irresponsable con el mero hecho de traer unas inocentes criaturas al mundo sin estar en absoluto preparado para ello”.

Brey jamás, jamás lo había manifestado ni se lo había dicho a nadie, pero ese tipo de comentarios siempre le habían dolido. Especialmente, porque él mismo pensaba que ellos tenían razón.

Otras veces, había recibido comentarios muy opuestos pero igual de insoportables, sobre todo de otras madres que por alguna razón se creían que Brey era un niño desamparado que necesitaba escuchar sus sugerencias, consejos y cómo hacer bien su papel de padre porque, especialmente al ser hombre, y muy joven, lo discriminaban dando por sentado que criar y cuidar de los niños no se le daba bien. A veces, se tomaban demasiadas confianzas estas madres, y llegaban a tocarle, a agarrarlo de un brazo sin permiso como si fueran sus amigas íntimas o sus tías cariñosas, babeando con él.

Los mellizos veían este tipo de acoso, veían a su padre conteniendo la paciencia, intentando no reaccionar para ser amable con esos humanos molestos, pero inocentes, a los que tenía la obligación de proteger, pasándolo realmente mal, siendo constantemente discriminado, o bien, excesivamente querido y manoseado… veían aquello y no lo entendían, les confundía, y les preocupaba, y les sentaba mal, y un día fue tan agobiante que tanto Clover como Daisuke se echaron a llorar con ansiedad. Y ahí era cuando Brey ya no mostraba paciencia ni tolerancia alguna.

Aquel día se olvidó de su temor de ser rechazado por los humanos, y antepuso la importancia de proteger a los mellizos de este tipo de comportamiento humano injusto e inadecuado. Fue, de hecho, hace tres semanas. Plantó cara a todos esos padres y madres en la puerta del colegio y les dejó bien claro quién era él, quiénes eran sus hijos y que la próxima persona que le tocara sin su permiso, opinara de su vida personal con vejaciones, difamara o cuestionase sus capacidades paternales, lo tratase como a un niño o como a un delincuente y se comportase de forma inadecuada delante de sus hijos, él mismo se encargaría de investigar todos y cada uno de los trapos sucios, secretos, multas no pagadas, infidelidades o vicios extraños que ellos tuvieran y los haría públicos.

A partir de ahí, todos los padres y madres de los compañeros de clase de los mellizos comenzaron a tratar a Brey como si del mismísimo primer ministro se tratase. Al parecer, muchos de ellos tenían ciertos secretitos, errores o vicios raros que no querían que salieran a la luz. Era el drama más común entre los padres y madres que se relacionaban entre sí cuando sus hijos compartían la misma clase, y formaban el típico grupo social que se esforzaba por aparentar tener familias perfectas y vidas perfectas pero apestaban a falsedad. Y a Brey le había tocado empezar a vivirlo con 20 años.

Si algo había heredado Brey de su padre, Hideki, aparte de su seriedad, su “iris” Den y su infinita paciencia, era su habilidad suprema de hacerse respetar en treinta segundos por la multitud más arrogante y desagradable que pudiera encontrarse. Lex también tenía esto en común con su tío y su abuelo.


Y otra vez. De nuevo, un par de chicas de la clase, al bajar de los estrados y pasar por su lado, le soltaron unos piropos y se marcharon. Siempre igual. No podía tener los oídos tranquilos un día entero.

«Si les presentase a Clover y a Daisuke, seguro que dejarían al instante de ser tan simpáticas conmigo» pensó, «Nada como un par de hijos para espantar a las típicas humanas babosas postadolescentes. Huirían al instante».

—Hm… —miró hacia arriba con cara reflexiva. «Podría funcionar, así me dejarían en paz. No, espera… ¿Eso está bien? ¿Puedo usar a Clover y a Daisuke para algo así, como mis armas antipelmazas? Mmm… ¿Qué diría un humano?».

Enseguida Brey se imaginó a Mei Ling, por ello en su cabeza estalló una voz furiosa: “¡Pedazo de monstruo! ¿¡Cómo se te ocurre utilizar a tus hijos para tu propio beneficio social y…!?”. «No, no, descartado» concluyó Brey rápidamente, «No soportaría otra bronca de Mei Ling. No lo entiendo, siempre está metiéndose en mi vida diciéndome que quiere ayudarme a cuidar de los mocosos, pero luego despotrica contra mí al mínimo acto que ella desaprueba».

Brey no se dio cuenta, una vez más, pero al pensar en Mei Ling se volvió a ruborizar un poco. No era nada en especial, era simplemente algo que le sucedía desde siempre, desde que era pequeño. Luego pensó en lo que el viejo Lao le comentó la noche del domingo, que fuera más amable con ella, y se ruborizó un poco más. Podía ser, probablemente, una reacción natural que la belleza particular de Mei Ling causaba habitualmente en casi todos los chicos. O quizá fuera por su particular carácter humano con el espíritu fogoso de la sangre Lao. Ella siempre había tenido algo especial, no sabía el qué, pero él nunca se paró a pensar en esto, se obligaba a sí mismo a restarle importancia.

Ella era tres años mayor que él, y su relación con ella había sido siempre de lo más formal, como simples amigos y vecinos, con ese hilo familiar entre medias que los unía, ya que, después de todo, los sobrinos de Brey eran los primos adoptivos de Mei Ling, eran casi familia. Por eso, Brey siempre se había obligado a verla como eso, una amiga, la vecina de al lado, la nieta de Lao y la hermana de Kyo.

En ese momento, dos chicos y dos chicas se acercaron a él, que eran sus amigos más cercanos de la facultad.

—Vaya, qué sutiles —se rio Lenny, viendo a esas chicas alejarse.

—Colega, cómo te lo montas —dijo Juugo, dándole una palmada en la espalda—. Siempre haces lo mismo en clase, dormirte como si nada, y el decano sigue haciendo la vista gorda.

—Porque él y vosotros cuatro sois los únicos de este centro que saben que tengo una vida complicada —contestó Brey, mientras salía con ellos del aula—. Y más ahora, ya que Fuujin ha vuelto.

De pronto sus cuatro amigos frenaron en seco, sufriendo un amago de infarto.

—¿El... el jefe? —preguntaron con los ojos llorosos—. ¿El jefe ha vuelto a la Asociación?

—Sí.

—¡El jefeee...! —se pusieron a berrear y a abrazarse, llorando como poseídos—. ¡El jefe Fuujin ha vuelto...! ¡Buhuuu…!

Brey puso una mirada cansina, no se esperaba otra reacción. Se desvió por otro pasillo, y sus colegas se sobresaltaron, extrañados.

—¿A dónde vas, Raijin? —preguntó Ruri—. El aula de Salud Pública es por allí.

—Tengo que ir a una reunión en el Instituto Tomonari.

Los otros cuatro se miraron entre ellos en silencio, con caras confusas.

Esos cuatro eran buenos amigos de Brey desde hacía años y con los que solía quedar de vez en cuando. Eran unas de las pocas personas que lo sabían todo sobre él, incluido lo de que era un “iris” y todo el tema de las RS. Al fin y al cabo, esos cuatro jóvenes eran Menores. Más bien, ex-Menores.

Los Menores eran humanos, y trabajaban para la Asociación de manera voluntaria. No luchaban por ninguna venganza que cumplir ni ningún asunto personal que zanjar. Eran personas que, sencillamente, poseían un fuerte espíritu luchador en defensa del bien y la justicia, y decidían por sí mismos entrar en la Asociación y trabajar junto a los "iris" por la mera satisfacción de ayudar y hacer del mundo un lugar mejor. Solían ser conocidos, amigos o familiares de los "iris" que, por tanto, conocían a través de ellos la existencia de la Asociación.

Una diferencia normativa que tenían con los “iris” –como norma de la Asociación–, es que no podían ser personas menores de 13 años. Por mucho que un niño quisiera convertirse en Menor, tenía que esperar a cumplir por lo menos los 13 años para que la Asociación aceptara formarlo como tal.

Otra diferencia, en este caso, natural, era que su nivel de fuerza, velocidad y agilidad era inferior al de los "iris" y mucho menos podían dominar una materia primaria o elemento. Al tener una mente humana, no habían despertado una energía superior como el llamado "iris" capaz de influir en lo físico y potenciarlo hasta el asombroso nivel de los otros. Pero sí que tenían un nivel muy superior al del humano promedio. Los monjes del Monte Zou, mediante un entrenamiento, eran capaces de despertar en humanos un potencial oculto que incrementaba sus habilidades más allá de los límites normales, gracias a los conocimientos que tanto los Zou de antaño como Denzel recopilaron sobre el funcionamiento y la manipulación posible de las energías del mundo. De modo que los Menores tenían un nivel de fuerza, agilidad y velocidad sobrehumano sin dejar de ser humanos.

Aparte de los nueve elementos o "iris" principales, una RS podía contratar a un máximo de veinte Menores. Su trabajo era dar apoyo táctico a su RS en misiones de gran calibre y, sobre todo, tenían la capacidad y el deber de "limpiar" el rastro que dejaban los "iris" tras un enfrentamiento o conflicto contra criminales en entornos públicos para evitar que el Gobierno los captara. Si algún edificio, o parte de la calle, o vehículos y demás resultaban destrozados, los Menores limpiaban, restauraban, sustituían y dejaban todo como estaba antes de que nadie pudiera darse cuenta. Y si había cadáveres, se encargaban de ellos, limpiaban la escena y, si era necesario, incluso podían crear escenarios falsos para despistar al Gobierno o a otros enemigos.

Estos cuatro amigos de Brey supieron de la existencia de la Asociación cuando eran adolescentes, como solía ser, a través de un “iris” que o bien era un familiar o bien algún conocido, y quisieron formarse como Menores voluntariamente al cumplir la edad; fueron entrenados y, por tanto, tenían habilidades físicas desarrolladas. Fueron los Menores de la KRS, Neuval los contrató en el pasado junto a muchos otros. Actualmente, ya no participaban como Menores, todos se fueron cuando Fuujin se exilió.

El más alto y grande de ellos era de origen alemán, se llamaba Lenny. Tenía el pelo medianamente largo de un rubio oscuro y nadie le podía jamás convencer de quitarse la barba de la que estaba tan orgulloso. Había nacido en Japón, pero sus padres eran alemanes residentes en Tokio desde hacía muchos años. Era un niño rico, pero se había criado toda la vida camuflándose entre las clases bajas. Ya de muy pequeño había tenido un carácter sensible con los desfavorecidos. Se conocía bien los rincones de Tokio.

La más bajita de los cuatro era pequeña pero matona, se llamaba Cho y no aparentaba tener 20 años. Seguía pareciendo una niña en cara y en cuerpo, que recordaba, por ello, al de una pequeña pero ágil gimnasta olímpica, por lo que era un rasgo al que sacaba provecho cuando los enemigos la creían inofensiva. Tenía un carácter y un estilo algo masculino, siempre llevaba una camisa de cuadros atada a la cintura, en invierno y en verano, y vaqueros que le quedaban grandes. Su especialidad era correr y hacer de cebo, con mucho orgullo.

Los otros dos eran hermanastros, o medio hermanos, de distinto padre extranjero pero de misma madre japonesa. Juugo, de padre ucraniano, era un año mayor, un chico que, cualquiera que lo viera, en realidad no lo vería, porque pasaba totalmente desapercibido. Era de estatura normal, aspecto normal, cabello negro peinado, pálido, camisa y pantalones normales. Parecía tan, tan normal, que era como si no existiera. Y su carácter era, igualmente, de lo más normal, ni su cara expresaba nada.

Por su parte, su hermanastra Ruri, de padre boliviano, era todo lo contrario. Totalmente estrafalaria. Era una amante de la cultura pop occidental de los años 80, vestía con ropas coloridas y raras típicas de esa década, con un pañuelo cada día diferente atado a su cabeza, de la que caía una envidiable melena larga, castaña y lisa, y siempre mascando chicle. Hasta escuchaba música en un walkman. Tenía un carácter seguro, a veces rebelde, y ella solía decir que era su sangre latina la que mantenía con vida al “muermo paliducho” de su hermano. Pese a eso, ambos eran inseparables.


Una vez que Brey salió del edificio de la facultad, se encontró con Eliam en el aparcamiento, subiéndose a su moto y poniéndose el casco.

—Eliam —lo llamó, acercándose a él mientras sacaba las llaves de su coche.

—Hey, Raijin —saludó, abrochándose el casco—. ¿A dónde vas?

—A la reunión del instituto.

—¿Qué? ¿Y eso? —se sorprendió.

—Por mi sobrina.

—Ah, por Cleventine —entendió.

—¿Y tú? ¿No tienes clase ahora?

—Yo también voy a esa reunión, Raijin —sonrió, haciendo rugir su moto al arrancarla—. Por obligación, pero bueno, como cada año.

—Ah, ya —cayó en la cuenta, recordando que Eliam era el responsable de Drasik.

—Nos vemos allá —se despidió, alejándose con la moto.


* * * *


Neuval estaba trabajando en uno de los laboratorios del subsuelo de Hoteitsuba. Era una estancia tan amplia como un estadio de fútbol subterráneo, plagada de grandes maquinarias diferentes que trabajaban con un prototipo de avión militar por ahí, prototipos de coches por allá, un submarino más allá en una gigantesca piscina simulada... 

Había una sección de despachos o cubículos montados unos sobre otros donde había más ingenieros haciendo su labor o experimentando con realidades virtuales, y en otro rincón había unas cabinas o tanques herméticos que trabajaban ya con peligrosos temas atómicos y subatómicos. 

Paredes, techo y suelo estaban hechos de enormes losas de un luminoso gris claro, algunas de las cuales emitían luz propia y otras tenían la capacidad de moverse o girar para desvelar compartimentos con herramientas o pequeños despachos improvisados. Pero había, además, unas pocas que eran de color negro, especiales, que iban a pares en suelo y techo, entre las cuales flotaban objetos o aparatos, porque eran placas que simulaban la gravedad cero mediante un campo magnético.

Quizá algunos podrían pensar: "Qué mentes más maravillosas las de esas personas que hayan diseñado semejante laboratorio que parecía sacado del año 2300, y qué habilidad la de aquellos que lo hayan construido". Sería un pensamiento equivocado, porque todo eso era obra de una sola mente y de dos manos. Cuando Neuval consiguió fundar la empresa a sus 23 años y Pipi, como arquitecto, le construyó y le regaló su rascacielos, le dejó ese gran sótano vacío como un lienzo en blanco a petición del propio Neuval, y este, sin más, ideó todo su diseño, composición y distribución. 

Y para mayor hazaña inexplicable, él mismo construyó con sus propias manos todo lo que ahí había ahora mismo. Todo. Menos a los trabajadores humanos, claro. Tornillo a tornillo, placa por placa, losa a losa, grúa a grúa, tanque a tanque, cabina a cabina y, por supuesto, la inteligencia artificial instalada en todas partes que controlaba el movimiento de todo lo que fuera tecnológico y al servicio de las necesidades de los trabajadores. Todo con su cabeza y sus manos.

Tardó un año en empezarlo y acabarlo todo, él solo, sin ayuda de una mosca siquiera, como un secreto. Pero no se trataba sólo de una necesidad de la empresa o de un capricho de Neuval. Fue, ante todo, un regalo de cumpleaños para Lao. El viejo Lao, antes de Hoteitsuba y antes de mudarse a Japón, había sido un sublime ingeniero industrial maltratado en su antigua empresa de Hong Kong, día a día y año tras año siendo explotado por los empresarios que no entienden a los ingenieros y que oprimían todas sus grandes ideas tecnológicas innovadoras.

¿Por qué lo aguantaba? Porque pese a todo le daban un sueldo bastante bueno, y Lao siempre tuvo la prioridad de darle a su mujer y a sus dos hijos la vida más cómoda del mundo, y las mejores oportunidades educativas para Sai y para Neuval. Después de todo, él se había criado en un orfanato de mala muerte desde que nació y había sido más pobre que las ratas, y no deseaba nada parecido para su familia.

Había algo que decir. El viejo Lao era un inventor magnífico desde toda la vida, probablemente de los cuatro mejores del mundo y de la historia. Puede que el hecho de ser "iris" tuviera algo que ver con que su inteligencia fuera mayor a la humana, pero las ideas... la parte de la creatividad, de imaginar qué hacer, por qué hacerlo y cómo hacerlo... eso sólo podía provenir del poder humano, ya que el "iris" tendía a ser una fuerza más racional que emocional. "Iris" o no, Lao era un genio. De ahí que Neuval lo admirase desde el momento en que lo conoció y siguiera sus pasos eligiendo la misma profesión.

Puede que Neuval lo hubiese superado en esta profesión. De hecho, Neuval ya podía calificarse como el mejor inventor, ingeniero y científico físico experimental del mundo con soberana diferencia, pero es que Lao ya aprendió hace muchos años que Neuval era un caso totalmente anormal... en todo. Estaba a otro nivel.

Por tanto, cuando Neuval fundó Hoteitsuba, le dijo que en ella podía hacer estallar todas sus ideas oprimidas todo cuanto quisiese para siempre. Y cuando lo llevó hasta ese colosal laboratorio subterráneo recién terminado y le dijo que lo había hecho especialmente para él... fue probablemente la tercera vez en su vida que había visto a Lao llorar de alegría, después del nacimiento de Lex tres años antes y del de Mei Ling un año antes.

Llegó la media mañana, y Neuval miró su reloj en la muñeca y se volvió hacia los ingenieros con los que estaba revisando un prototipo de motor de cohete.

—Haced algo con esos inyectores, he de irme a una reunión —les dijo.

—Bien —asintió una mujer, una de los ingenieros—. Jefe, si tenemos algún problema más...

—Llamad a la empresa de Boston y que envíen las piezas que necesitamos —afirmó, y subió a la superficie por uno de los ascensores.

Nada más salir, se topó con el viejo Lao hablando con un grupo de empleados. Neuval se fijó en que llevaba esa carpeta negra bajo el brazo, otra vez. La última vez que la vio, Lao trató de engañarle diciendo que era el Playboy y luego salió escopetado. Entonces recordó que ese viejo estaba tramando algo.

—Ah, señor presidente —saltó uno de los empleados al verlo—. Buenas noticias, el Comité ha dado la primera luz verde para el Proyecto Neurotech.

—Oh, bien... —asintió distraído, sin apartar la vista de esa dichosa carpeta negra bajo el brazo de Lao—... el Proyecto Ne... Perdona, ¿el qué? —sacudió la cabeza con sorpresa, mirando al empleado con una ceja arqueada.

—Sh... Ssh... —el viejo Lao intentó callar al empleado con disimulo.

—El proyecto de neurotecnología... ya sabe... —dijo el joven, extrañado.

—Sssh... Calla, carajo...

—El proyecto que el afamado doctor Vernoux ha solicitado desarrollar con la ayuda del sector de tecnología sanitaria de Hoteitsuba —concluyó el inocente empleado, sin ver cómo Lao rechinaba los dientes—. Tenía que haberlo visto, la primera propuesta ha dejado alucinado al Comité de directivos del sector, y el doctor Vernoux es tan humilde que no ha querido desvelar su nombre hasta el final para no influir en la decisión por su relación con usted. Debe usted de estar muy orgulloso.

Neuval se quedó con una mueca agilipollada. Lao estaba dándoles la espalda, masajeándose el entrecejo.

—¿Que mi hijo qué? —preguntó Neuval de nuevo.

—¡Bueeeno, sí, gran noticia...! —Lao decidió cortar de raíz con una gran sonrisa fingida, dando palmaditas al empleado con sutiles empujones para hacer que se fuera de una vez—. No vayamos proclamándolo tanto por ahí, ¿eh? Hehehe... ale, a seguir trabajando, muchacho... —masculló entre dientes, viendo al empleado bocazas alejándose felizmente por el pasillo—... me acabas de crear un marronazo...

—¿Lao? —oyó el tono mosqueado de Neuval tras él, y se dio la vuelta con esa enorme sonrisa pegada en la cara, tan forzada que le temblaba una comisura.

—Síp, bueno... —dio una palmada campechana—. Hazme un favor, jefe —lo llevó hacia una parte del pasillo que tenía unas láminas de espejo meramente decorativas y lo colocó frente a su reflejo—. Mírate a ti mismo a los ojos fijamente.

—Kei Lian... —Neuval empezó a enfadarse, por supuesto ignorando el espejo y clavando los ojos en él.

—Y ahora, emplea tu Técnica y bórrate estos últimos tres minutos de la memoria.

—¿Me vas a explicar por qué un empleado del Departamento de Informática que lleva trabajando aquí sólo 3 años acaba de hacerme saber que mi hijo le ha hecho un encargo a mi empresa que al parecer ha revolucionado el sector tecnosanitario?

El viejo Lao se lo quedó mirando con esa gran estúpida, temblorosa y esmirriada sonrisa de oreja a oreja, sin decir ni mu.

—¿¡Cuánto tiempo llevas ocultándome esto!? —Neuval perdió la calma.

—Pues... nada, hombre, tan sólo un mes... y... trescientos treinta y cinco días.

—¿¡Qué!?

—¡Tranquilo, calma! Oye, perdóname, ¿vale? Lex me suplicó que no te dijera nada, que era asunto suyo y quería llevarlo por sí mismo. Se trata de su proyecto neurológico, el de crear órganos y miembros biomecánicos para todas aquellas personas inválidas, lesionadas de por vida o terminalmente enfermas a una edad demasiado pronta por la muerte de un órgano y tal...

—¡Pero...! ¡Lex lleva soñando con ese proyecto desde que tenía 10 años! ¡Era a mí a quien no paraba de hablarle de ello! ¡Ni siquiera me dejaba leerle cuentos por las noches, en vez de eso era él quien me contaba a mí sus cuentos de neurociencia hasta que yo caía dormido! ¡Si ya estaba listo para hacerlo realidad con nuestra tecnología, ¿por qué te lo ha pedido a ti y no a mí?!

—¡Pero si llevas un lustro sin dirigirle la palabra!

—¡Es él quien no me la dirige a mí, Kei Lian!

—¡Las conversaciones son cosa de dos, no seas crío! —le reprimió el viejo esta vez, y luego suspiró intentando calmarse antes de llamar la atención de los empleados—. Mira. Acudió a mí hace un año porque la muerte de Yousuke le afectó mucho y le hizo ver que en la vida no hay que esperar tanto a cumplir un sueño. Y porque... vio que mi "iris" estaba... desequilibrándome...

—¿Qué? —se sorprendió.

—Nada del otro mundo —lo tranquilizó enseguida—. Perdí a mi nieto nueve años después de perder a mi hijo. No es algo que mi "iris" haya podido sobrellevar muy bien, que digamos. Lex se dio cuenta, y me propuso llevar esta idea adelante en Hoteitsuba con él. Quería... distraerme del dolor y darme una motivación racional con un proyecto que me hiciera pensar más y sentir menos. Y surtió efecto, mi "iris" se estabilizó al cabo de unos meses, ayudándolo con ese trabajo.

—Papá... —murmuró afligido y sorprendido—. ¿Por qué no me dijiste que estabas...?

—¿Peor de lo que me esforzaba por fingir? Vamos, Neuval. Yo nunca hago eso, yo estoy aquí para proteger a los demás. Y tú no estabas mejor que yo. Casi te pierdo cuando Sai murió porque la pena te estaba matando. Y te perdí cuando Katz murió.

—No, aquello fue un lapsus —discrepó enseguida—, nadie sabe lo que me pasó cuando Katz murió, ni yo tampoco. Solamente... que destruí medio Japón —agachó la cabeza como si le avergonzara recordarlo—. No me perdiste, simplemente mi majin estalló por unos días. Luego volví en mí. No me gusta que me ocultes esas cosas, Kei Lian.

—Lex me lo pidió.

—No lo de Lex. Sino lo tuyo. Cumpliste la venganza por tu gemelo hace muchísimos años y se supone que eso te hace totalmente inmune a padecer un majin para siempre. Sé que nunca lo has padecido, eres un "iris" de tipo "soldado ejemplar". Pero... seguir perdiendo a más seres queridos... sé que puede saltarse esa regla. Si tu "iris" resulta tan afectado cuando...

—Mi "iris" está perfecto —le cortó con calma—. De hecho, mejor que el tuyo. Así que preocúpate más por el tuyo, hijo. Yo estoy muy bien ahora, más que eso, estoy loco de alegría por tenerte de vuelta en la KRS —le sonrió, y Neuval hizo lo mismo—. Pero hazme un favor. Te lo ruego. No te enfades con Lex por no querer acudir a ti para su proyecto y ocultártelo, no le hagas saber que te has enterado. Deja que siga creyendo que no tienes ni idea. No ha acudido a mí porque esté peleado contigo, sino porque deseaba presentar su proyecto sin que nadie supiera que es tu hijo.

—¿En serio? —se sorprendió—. ¿Es sólo por eso?

—Créeme —afirmó—. El chico quiere alcanzar sus propios logros por sí mismo, como tú le has enseñado, sin trampas ni atajos. La decisión del Comité habría estado totalmente condicionada si hubieran sabido que era el hijo del presidente. Lex lo ha hecho bien, hizo la propuesta de forma anónima, usándome a mí de intermediario neutral. Ahora que el Comité ha dado luz verde, he revelado su identidad. Tenías que haber visto sus caras.

—¿Sí? ¿Se han quedado alucinados? —sonrió.

—Se han quedado todos boquiabiertos. Y tú sabes bien que Lex es un experto en dejar boquiabiertos a los demás.

—Sí... —murmuró, bajando la mirada con un brillo orgulloso en los ojos. Pero también triste.

—Neuval —Lao le posó una mano en el hombro, serio—. Haz las malditas paces con él. Sé que no lo evitas porque no quieras hacerlas, sino porque te da miedo volver a sentir su rechazo. Pero yo no he criado a un cobarde.

El parisino no dijo nada, seguía mirando al suelo, pero hizo un gesto frunciendo los labios, delatando un aire de duda. Después se fijó en el reloj de pared al final del pasillo.

—Mierda, tengo que irme ya —Neuval fue a dar un paso, pero de pronto se oyó un ruido seco, de algo grueso cayendo contra el suelo.

Miró abajo y vio que a Lao se le había caído esa endemoniada carpeta negra entre los pies. El viejo la recogió a la velocidad del rayo con cara de apuro y la escondió nuevamente tras la espalda, mirando a Neuval con ojos de búho. Este entrecerró los suyos con suspicacia, sin decirle nada. Pero como se le hacía tarde, emprendió la marcha hacia la salida. El viejo sonrió y lo siguió por detrás, no sin antes meterse la carpetita bajo la chaqueta.

—Por cierto. ¿Y Hana? —preguntó Neuval.

—Montando bronca con los de la editorial. Está muy ocupada. Oye, ¿por qué tanta prisa? ¿Ya es la hora de esa reunión? Yo también quiero ir a esa reunión del instituto —se quejó como un niño pequeño.

—Suzu no te deja, ¿eh?

—Está empeñada en que doy malas influencias a Kyo.

—Jojojo... —carcajeó Neuval descaradamente, dándole toda la razón a su cuñada.

—Ejem... —carraspeó Lao, molesto—. Te lo preguntaré por tercera vez en esta mañana, jefe. ¿Cuándo piensas darme mi parte de la misión?

—Cuando me digas qué escondes en esa carpeta que se te está cayendo —contestó sin siquiera mirarlo.

Lao se sobresaltó al ver que la carpeta estaba a punto de caerse del interior de su chaqueta, y decidió sujetarla en los pantalones.

—Que no es nada —se defendió—, sólo llevo algunos esquemas de...

Neuval se volvió de repente hacia él, parándole en seco. Lao casi se traga la lengua.

—Espero no volver a tener problemas con los inspectores por uno de tus inventos —le sonrió amenazante.

Lao supo que se refería a aquella vez, hace un par de años, cuando un inspector descubrió un tipo de pistola especial que estaban fabricando en el laboratorio privado, para lo cual llamó a la policía, se montó un enorme jaleo con las autoridades y Neuval tuvo que borrarles la memoria a todos. Después le echó la bronca a Lao.

Entonces el viejo, acosado por esa mirada amenazante, puso ojitos de cachorro y se mordió la punta de los dedos índices.

—No... —dijo Neuval, viéndolo venir.

Lao pestañeó varias veces, con cara tristona.

—No, deja tus caritas para otro, papá. Hablo en serio —se enfadó.

—Tranquilo, jefe —saltó con ímpetu—. No tienes de qué preocuparte. Cuando lo termine, te lo enseñaré y besarás mis pies.

—Más te vale.

Lao también sonrió, sabía que le interesaría. Desde niño, Neuval siempre habían estado compitiendo con él por ver quién era mejor inventando cosas, hasta que Neuval creó uno de los objetos más especiales del mundo: las gafas de Denzel. Ante este invento, Lao se rindió, hecho polvo. Eso fue demasiado para él como para superarlo. Pero claro, había trampa, para ello Neuval se ayudó de los recursos del Monte Zou. No era sólo hacer que un ciego pudiera ver; era hacer que un Taimu pudiera ver, que es bien distinto.

Pues bien, ahora Lao estaba en proceso de crear algo mucho más increíble, y eso que superar a Neuval en las ciencias de la Física y la Tecnología ya era difícil.


* * * *


Cleven, Nakuru, Raven, Kyo y los otros chicos se fueron yendo de la cafetería al oír el timbre del final del recreo. Cleven estaba amarilla e iba dando tumbos, se había inflado de bollos de chocolate y daba síntomas de echar la pota de un momento a otro. Kyo, al verla, se ofreció a sujetarla de los hombros para que pudiese andar.

—¿A quién se le ocurre comerse tres bollos de chocolate en media hora? —dijo Kyo.

—Tenía ganas de chocolate... mmbf...

Nakuru los vio caminando por detrás, compartiendo una risa. Frunció el ceño ante esto, la verdad es que en la cafetería Kyo y Cleven habían estado charlando con bastante confianza, lo que le resultó un tanto extraño. Cuando se adentraron en el camino de losas de piedra que conducía a la puerta principal del edificio, se encontraron con Drasik, el cual iba con Sakura cogida de su brazo como un pulpo lleno de pulseras y unas cuantas chicas más.

—Oh, si es Cleventine —sonrió Sakura, lanzándole una mirada de serpiente, y también miró a Kyo.

—Hola —saludó Cleven con cara de pocos amigos, ya que el tono que había puesto Sakura la irritó un poco. Después miró a Drasik, el cual desvió la vista rápidamente, haciéndose el tonto.

Luego silencio. Nakuru miró de un grupo a otro, sin entender a qué venía tanta tensión de repente. Entonces Sakura se pegó más a Drasik y miró a Kyo con una sonrisa maliciosa, al verlo sujetando a Cleven de los hombros.

—Kyo. No caigas tan bajo —le dijo.

—¿Eh?

—Vamos... —sonrió aún más con aires de superioridad—. Me resulta tan gracioso cómo la mona de Cleventine intenta perseguir lo imposible...

Las demás chicas se rieron descaradamente, mientras Kyo fruncía el ceño, sin entender la indirecta, y Cleven le clavó una mirada fiera al captar perfectamente la burla. Drasik seguía mirando las musarañas.

—Perdona, ¿qué has dicho? —preguntó Cleven.

—Oh, no te ofendas, te admiro por ser tan valiente —se rio Sakura, ondeando su melena al viento y se alejó con sus amiguitas y con Drasik arrastras.

—¿De qué va esa? —masculló Cleven—. ¿Qué ha querido decir?

—Déjala —suspiró Nakuru—, vive criticando a todo el mundo. Eh, ¿y Raven?

—Está en la entrada, mirad, han llegado sus padres —contestó Kyo.

Ambas vieron que Raven había ido a saludar a sus padres a la verja de entrada al recinto del instituto, al otro lado del patio. También comenzaron a entrar más hombres y mujeres desde la calle, entre ellos Suzu, la madre de Kyo, y Kamui, el padre de Nakuru, que iban charlando juntos. Kamui venía igual de elegante a como solía ir a su trabajo, vestido con traje, pero sin corbata, y el pelo recogido en una coleta.

—Cleven —la llamó Raven, acercándose con sus padres—, he visto a tu tío bajando del coche, está viniendo.

Cleven, Nakuru y Kyo miraron hacia la puerta, entonces apareció Brey por la derecha, pero al mismo tiempo apareció Neuval por la izquierda, coincidiendo en la llegada. Ambos se lanzaron una mirada escamada, ahí parados. Y siguieron ahí parados, sin entrar.

—Por Dios —resopló Cleven con depresión, llevándose una mano a la frente—. ¡Mi padre me dijo que se comportarían!

Los tres vieron cómo Neuval y Brey daban un paso adelante a la vez, y volvieron a pararse, lanzándose más rayos con los ojos. Luego dieron otro paso, otra vez al mismo tiempo, y luego otro, y otro... Fueron caminando cada vez más rápido, sin dejar de mirarse, como si uno tratase de llegar antes que el otro. Caminando a toda mecha como robots, pasaron al lado de ellos sin darse cuenta y continuaron su camino.

—¡Papá! —exclamó Cleven, molesta, pero tuvo otra náusea del empacho de bollos y se llevó una mano a la boca.

Neuval y Brey se dieron la vuelta con sobresalto.

—¿Ese es tu padre? —le susurró Raven a su amiga, perpleja—. Es la versión adulta de tu hermano Yenkis, increíble.

—Mmbf... —le volvieron a dar náuseas.

—¡Ah! —Neuval dio un respingo, corriendo hacia ella—. ¿Qué te pasa? ¡Estás pálida! ¿Estás mareada?

—Sólo me he empachado un poco...

—¡Tú! ¿¡Qué le has dado de comer!? —le dijo a Brey, alterado—. ¡Ya la tienes tres días y ya está enferma!

—Yo no he hecho nada —replicó Brey—. Tal vez es por sus malos hábitos de alimentación que habrá adoptado de su antigua casa.

—¿¡Que qué!? —saltó Neuval—. ¡Y encima dices su antigua casa! ¡Sigue siendo su casa!

—Sí, pero ahora vive conmigo.

—¡Pero sigue siendo mi hija!

—¡Y yo soy su tío!

—¡Por ley general es más mía que tuya! —concluyó Neuval, aferrando a Cleven entre sus brazos como si fuese un baúl de monedas de oro.

Brey se lo tomó mal y volvió a replicarle, y luego Neuval, y se pasaron discutiendo de tonterías un buen rato. Ambos luchando por la posesión de Cleven, eran como dos críos, y Cleven se quedó atónita al ver a su padre comportándose como tal, porque su tío, quizá. Kyo se estuvo divirtiendo con esto cuando todos se fueron yendo hacia el edificio, mientras Nakuru le pegaba codazos para que no se riera.

—Disculpe —llamó la madre de Raven a Neuval una vez llegaron a la puerta, y los cuatro chicos se perdieron dentro.

Neuval se dio la vuelta de sopetón, cortando su estúpida discusión con Brey, y se transformó en un hombre normal, serio y educado a una velocidad abismal.

—Usted es el padre de Cleventine, ¿verdad? —sonrió la mujer—. Encantada, somos los padres de Raven, Jordan y Rachel Willers —se presentó, señalando a su marido y luego a ella.

—Oh... —murmuró Neuval con sorpresa, pero enseguida volvió a ponerse firme—. Lo mismo digo, Neuval Vernoux —les estrechó la mano a ambos.

A partir de ahí se formó un silencio extraño entre los tres. Jordan y Rachel procuraban comportarse con naturalidad, pero Neuval captó perfectamente ese brillo suplicante en sus ojos, ese deseo de hablar con él a solas detrás de su silencio contenido. Por eso, Neuval, con disimulo, miró que los demás estaban entretenidos y se alejó con los Willers unos pocos metros.

—Vaya, vaya, así que por fin puedo conocer al señor y a la señora Willers en condiciones —les sonrió Neuval.

Pero de pronto se llevó un pequeño susto, cuando Jordan agarró su mano y se la volvió a estrechar con fuerza.

—Llevamos años queriendo conocerlo a usted, señor Vernoux —le dijo con gran emoción—. Años deseando conocer al hombre que acogió a Sarah en su RS y cuidó de ella en aquellos difíciles años.

—Siempre quisimos tener la oportunidad de agradecérselo —corroboró Rachel—. Gracias, señor Vernoux, por todo lo que ha hecho por Sarah.

—Me halagan mucho. De verdad. Pero en realidad no pude hacer gran cosa, teniendo en cuenta que me exilié muy pocos años después de que Sarah entrara en mi RS. Y por eso ella hizo lo mismo.

—Sarah nos habló aquella vez de su decisión de exiliarse —le contó Jordan—. Nos dijo que la muerte de Katzline fue un duro golpe para usted y para toda la KRS. Para ella también.

—Sarah veía a Katzline como una segunda madre —dijo Rachel—. Y dada la magnitud del misterio alrededor de su muerte… Sarah nos dijo que este mundo era más peligroso de lo que nunca pudiéramos imaginar. Y su… venganza… —dijo con tono precavido—… contra Hatori Nonomiya, quien nos arrebató a nuestro hijo mayor… Ella tenía miedo de poner en peligro a sus compañeros. Y pensó que lo mejor que podía hacer era seguir en solitario, a pesar de que la Asociación no permite eso. Pero Alvion le concedió ese deseo a Sarah debido a su situación especial.

—Sí. Así es —sonrió Neuval con pesar—. Sarah siempre ha guardado dentro un temor incurable que nunca la ha dejado conservar su relación y contacto con los demás a largo plazo. Ella me hablaba de ustedes. Espero que sepan que ella no cortó el contacto con ustedes porque dejaran de importarle. Fue precisamente por todo lo contrario.

—Lo sabemos —dijo Jordan, agachando la cabeza—. No se lo reprochamos. Respetamos su decisión porque comprendimos que su “iris” necesitaba que fuera así. A ella le da tranquilidad saber que el peligro que arrastra en su vida no alcanza a los demás.

—No obstante, señor Vernoux —dijo Rachel con ojos suplicantes—, hace poco más de un año nos mudamos a este país. Por trabajo. No sabemos si Sarah lo sabe o no, pero no importa. Tan sólo queríamos saber… ahora que por fin tenemos delante a alguien que puede saberlo… si Sarah está bien. Si usted sabe algo de ella.

—No queremos inmiscuirnos, sólo queremos saber cómo está —añadió Jordan.

—Bueno, yo he estado varios años sin tener contacto con ella, por mi propia situación de exilio y todo eso —les explicó Neuval—. Pero tuve la fortuna de cruzarme con ella antes de ayer, domingo, en el aeropuerto —sonrió—. Fue una gran sorpresa. Se encontraba trabajando allí en un caso de tráfico de drogas. Trabajando como agente del FBI. Estaba estupenda, saludable, fuerte, centrada en lo que se le da bien, luchar contra el crimen.

Jordan y Rachel se miraron y compartieron una sonrisa de alegría al escuchar eso. Se agarraron de las manos con alivio, parecía que llevaban demasiado tiempo queriendo saber algo de ella.

—Les puedo informar de que hace pocos días hice oficial mi regreso a la Asociación.

—¿¡En serio!? —exclamó la pareja.

—Y que le propuse a Sarah volver a la KRS si le parecía bien. Debe pensárselo. Todavía tenemos pendiente esa conversación. Pero no les podré informar de su decisión, ya que sólo Sarah tiene derecho a hacer eso.

—Lo entendemos —dijo Jordan—. No pasa nada. Aún tenemos la esperanza, ahora que vivimos en este país, de que en algún futuro podamos volver a reconectar con ella. Entonces ya hablaríamos de todo lo que hubiera que hablar. Pero ese es un tema personal entre ella y nosotros, como bien ha dicho usted. Mientras tanto, seguiremos con nuestra vida con normalidad.

—Y nos alegra mucho que Raven y Cleventine sean amigas —añadió Rachel—. Cleventine es bienvenida a nuestra casa siempre que quiera, igual que usted ya le ha dado la bienvenida a Raven en su casa varias veces. Sentimos las molestias.

—No es ninguna molestia en absoluto —sonrió Neuval—. En lo poco que he podido conocerla este año, Raven es una chica que contagia alegría allá a donde va. Y agradezco que alguien así esté cerca de mi hija. Raven es muy educada pero también muy divertida y alocada, en el buen sentido. Y a mí… me gustan mucho las personas alocadas y divertidas.

—Hace años Sarah ya nos contaba alguna que otra cosa sobre usted —se rio Jordan—. Decía que usted mismo podía llevar al extremo el concepto de “divertido” y “alocado”.

—¡Oh, no! —se apuró Neuval—. Espero que no les contara cosas demasiado embarazosas sobre mí.

—¡Hahah! Todo cosas buenas, señor Vernoux —le aseguró Rachel, y lo miró con aire nostálgico—. Cosas extraordinarias sobre usted. Sarah siempre lo admiró.

Neuval también sonrió, complacido por sus palabras. Después, Jordan y Rachel se metieron dentro del edificio del instituto. Neuval, quedándose donde estaba, los siguió con la mirada en silencio, hasta que se le acercó Brey a su lado, mirando al mismo lugar.

—Así que… ¿esos son los padres de Sarah? —comentó el rubio—. ¿Qué te han dicho?

—Llevaban años queriendo conocerme, y agradecerme. Y querían preguntarme si sabía algo reciente de Sarah.

—¿Les has dicho?

—Sí, que la vi hace poco, y que le propuse volver a la KRS. Y que estoy esperando su decisión. Nada más. Son dos humanos muy agradables, han soportado muchos males y siguen teniendo mucha fuerza mental y bondad.

—Humanos así son los que tenemos que proteger a toda costa —afirmó Brey—. Incluso si eso significa apartarse de ellos. No sé cómo el “iris” de Sarah ha podido aguantar tanto tiempo sin los lazos con sus seres queridos.

—Ya… Sólo espero que eso no haya hecho crecer su majin demasiado en los últimos años —suspiró Neuval.

—¿Qué cuchicheáis de los humanos? Espero que no estéis criticando —apareció Kamui de repente entre los dos, sonriente.

—¡Uh…! —Neuval dio un brinco—. Por Dios, Kamui, ¿cómo haces siempre para aparecer de la nada? Eres increíblemente silencioso incluso para un Dios del Sonido como yo.

—Años y años de práctica, Neuval. ¿Cómo crees que todavía no me han descubierto en mi trabajo?

—Siempre pensé que era porque tratas con personas ricas y poderosas que se pasan todas tus horas de trabajo borrachas y atontadas de tanto comer, Pretty Boy —le sonrió socarrón, pasando un brazo sobre sus hombros.

—Eso es lo que diría la única persona rica y poderosa de este país que aún no ha probado nuestra bebida y nuestra comida —se burló Kamui.

—No quiero ofender a tu clientela, pero yo soy la única persona rica y poderosa de este mundo con más de dos dedos de frente —devolvió la burla.

—No —intervino Brey con su tono racional—. La razón es porque si Neuval va a un sitio así con ese ambiente de “todo es legal” y con ese tipo de gente sibarita, romperá su racha.

—¿Qué… racha? —preguntó Kamui, confuso.

—¡Brey! —le gritó Neuval, echando chispas por los ojos.

—Los años que lleva sin consumir drogas —contestó Brey con normalidad.

—Ah, ya —recordó Kamui.

—Voy a cortarte en rodajas, criajo —Neuval rechinó los dientes.

—Aaah… Hermosa relación entre cuñados… —suspiró Kamui felizmente, posando una mano en los hombros de cada uno, haciendo de barrera—. Vais a tener que llevaros mejor a partir de ahora, ¿no? Mi querida Nakuru se ha pasado las dos últimas noches en vela, no podía dormir de lo contenta que estaba por tu regreso a la Asociación y a la KRS, Neuval.

—¿¡Que-que-qué!? —saltó Suzu, que estaba por ahí cerca y los había oído, y se puso delante del Fuu—. ¿¡Neuval!?

—Jemm... —sonrió apurado.

—¿¡Finalmente has vuelto!? ¡Podrías haberme dicho algo, Neu! ¡Ya no sólo Kei Lian, ¿tú también vas a estar con esa manía de ocultarme información importante que atañe a nuestra familia?!

—Pensaba que Kyo ya te lo habría dicho… —se defendió Neuval.

—Aaah… Otra hermosa relación entre cuñados —Kamui volvió a hacer de barrera, poniéndose entre medias de Suzu y de Neuval.

—Bueno, al menos me tranquiliza saber que a partir de ahora Kyo te tendrá encima cuando vayáis a misiones y esas cosas de “iris” —se calmó Suzu—. Vamos, ya es hora de la reunión.


 <-- Capítulo 2 ---- Capítulo 4 -->

Comentarios