2º LIBRO - Pasado y Presente
Cuando cayó la tarde, Brey logró llegar al colegio Tomonari lo suficientemente pronto para encontrar sitio libre en el aparcamiento dentro del recinto. Mejor, porque parar el coche fuera en la calle solía ser un caos cuando venían todos los padres a recoger a sus hijos. Se fue tranquilamente al patio delantero, donde los demás padres se agrupaban para esperar la salida de los niños del edificio, mientras miraba su móvil ensimismadamente, pues estaba estudiando el mapa del terreno de la base criminal que él y Drasik tenían que ir a desmantelar el domingo.
De nuevo, era acosado por las miradas de los demás padres y madres. Para ellos, él se veía aún como un niño. Pero la mayoría de miradas eran de embelesamiento, las madres suspiraban discretamente mientras se lo comían con los ojos. Él, como siempre, pasaba olímpicamente.
En el edificio vecino al otro lado de la valla de más allá, el del instituto de la secundaria superior, también habían terminado las clases y estaban saliendo los alumnos, y algunos profesores. Entre ellos, Denzel, el cual, en vez de dirigirse a la salida a la calle, se fue por los jardines laterales, para echar un vistazo, una vez más, a aquel niño del que no había parado de sospechar toda esa semana.
Lo había estado haciendo cada día desde el lunes de la semana pasada. Ayer no pudo porque tuvo que ausentarse del trabajo, por el reencuentro con Link y después con Naminé.
Llegó a tiempo para ver que los niños de preescolar estaban aún en el patio de atrás jugando en los columpios o con la pelota, y un par de maestras ya los estaban llamando a todos dentro del edificio para que ya salieran al patio principal donde los esperaban sus padres. Localizó rápidamente a Clover, cerca de la puerta con las maestras, esperando a su hermano, que estaba en un cajón de arena recogiendo todos sus muñequitos. Sin embargo, tal como esperaba y ya había visto las otras veces, apareció Jannik en la puerta, desde el interior del edificio, acercándose a Clover para saludarla.
La niña le respondió alegremente. Denzel, entre los arbustos junto a la valla, los observó detenidamente. Una vez más, Jannik obsequió a Clover con un objeto raro. Esta vez, era una simple piedra de cuarzo rosa, que a la niña le encantó. A cambio, Clover le dio a él un dibujo que había pintado con los dedos en clase, en una hoja de árbol, que luego la maestra había plastificado. Jannik sostuvo la hoja con cara de haber recibido el mayor tesoro de todos y después se la llevó contra el pecho apasionadamente. Clover se reía, viéndolo exagerado.
Intercambiaron algunas palabras más. Y entonces, Clover se sacó de dentro de la blusa el cordel que llevaba colgando del cuello, donde llevaba el pequeño cazasueños de plumillas rojas como colgante. Se lo mostró a Jannik mientras le decía algo muy contenta, y él respondió algo con la misma sonrisa.
—¿Pero qué…? —murmuró Denzel, y se agarró a la valla casi sin darse cuenta, aproximándose un paso más para observar mejor entre los hierros.
Reconoció ese objeto. El tipo de objeto que era realmente. Un talismán Knive. «¿¡Qué hace una humana como Clover en posesión de algo así!?» pensó escandalizado. «Él… ¡se lo ha dado él! ¡Sabiendo que está prohibido!».
Para Denzel, aquello ya fue suficiente.
Unos minutos después, los mellizos ya salieron por la puerta principal del edificio, acompañados por su maestra, y por aquel niño albino con aspecto gótico.
—Permitidme sosteneros la cartera, bella damita, debe de pesaros —le pidió cortésmente Jannik a Clover.
—No importa, no me pesa —le sonrió la niña.
—¡Aléjate de ella! —protestó Daisuke por octava vez en esa semana.
—Ah, tan gruñón como vuestro padre, rorro —contestó Jannik, con una burla disimulada bajo un tono amable, y le dio la espalda—. Insisto, señorita Clover, no carguéis con este peso, vuestra figura hermosa no merece esta incomodidad…
—¿Y qué pasa con mi hermosa figura? —protestó Daisuke de nuevo, tendiéndole su mochila para ver si Jannik también tenía la gentileza de llevársela, pero este le dio más la espalda, poniendo toda su atención en Clover.
—Ejjem… —carraspeó Brey con fuerza, sobresaltándolos, cuando llegó hasta ellos—. Yo se la llevo, ¿te parece? —le espetó a Jannik, cogiendo la mochilita de Clover.
—¡Oh, futuro suegro! —sonrió Jannik, y de repente hincó una rodilla al suelo con postura de caballero a punto de declararse—. Permitidme suplicaros por la mano de vuestra hija, oh, poderoso Raijin…
Brey se quedó quieto y mudo, y miró a la maestra, la cual se encogió de hombros.
—Nada más terminar la clase, este niño de primero de primaria ha aparecido de la nada detrás de Clover —le explicó—. Bueno, me voy a cerrar el aula. Hasta la vista, Brey.
—Adiós —se despidió, apretando los dientes con la vista clavada en Jannik—. ¿“Tan gruñón como vuestro padre”? —repitió.
—¿Acaso he dicho una mentira? —sonrió Jannik.
La vena de la sien de Brey se hinchó un poquito.
—Enanos, esperadme en la fuente del patio —les ordenó a los niños.
Clover se fue, y Daisuke, después de mirar a Jannik con arrogancia, se fue tras ella. Por consiguiente, Jannik se puso de pie de nuevo e hizo ademán seguir a Clover, pero Brey lo frenó, agarrando uno de los extraños pendientes de plata de sus orejas, y se agachó a su altura.
—Ayayay... No toquéis mis talismanes, Raijin, pueden haceros daño.
—¿A qué juegas, Yamijin-san? —le preguntó con mala uva.
—¿Jugar? Suegro, con el amor no se juega.
—Sabiendo de sobra que este camino que estás tomando con mi hija te conducirá a ti, algún día, siendo literalmente partido por uno de mis rayos, ¿por qué sigues haciéndolo?
—¿Pero qué hay de malo? ¡Clover y yo somos amigos! Ella es tan genial… ¡Tenemos tantas cosas en común…! —suspiró a los cielos—. Compartimos los mismos gustos e intereses, y…
—¿Qué gustos e intereses? Jannik, ¡que tiene 5 años!
—¡Y yo 7!
—Pero tú eres un niño de todo menos normal. Si eres un iris, da igual la edad que tengas, deberías ya entender perfectamente que no quiero que Clover y Daisuke se relacionen con nadie de la Asociación más allá de mí y de mis compañeros de la KRS.
—Suegro, os juro que jamás acercaría asuntos de la Asociación a Clover. Ni pensarlo. Solamente compartimos nuestra afición por la intramaterialogía.
—¿La qué?
—La energía y el significado dentro de los objetos.
—Vale, escúchame —se cansó Brey, y se agachó a su altura—. Nos vamos a respetar mutuamente como Guardianes de RS hermanas y como iris. Pero olvídate de eso de “suegro” y de “amigo de Clover” y sobre todo olvídate de lo que quiera que tú entiendas por “amor”.
—Jo, Raijin, por favor, no me apartéis de ella —sollozó con cara tristona.
—Búscate a otra niña.
—No hay otra como ella, ¡ella es única! ¿Es que todavía no entendéis a qué me refiero? Su forma de presentir energías por todas partes, su asombroso poder de ver lo que nadie más puede ver…
—¿De qué coño hablas?
—Su... —Jannik fue a seguir enumerando, pero parpadeó perplejo y miró a Brey—. ¿No… lo sabéis? —La mueca torcida de Brey le respondió de sobra—. Caray… Veo que no. Supongo que no es de mi incumbencia explicároslo si ella no lo ha hecho primero.
Brey, que seguía sin entender las rarezas de Jannik, negó con la cabeza cansinamente y se puso en pie, harto del asunto, alejándose por el patio frontal.
—Raijin —lo llamó el niño, sin moverse de la puerta del edificio, y el rubio se volvió hacia él con cara paciente—. Necesito a Clover. Ella es... —balbució, y miró a un lado, agarrándose su hombro izquierdo, donde tenía su tatuaje iris de la SRS ahora tapado por la camisa y el jersey del uniforme, pues le dolía un poco. Brey pudo divisar un miedo extraño en sus ojos marrones, lo que le sorprendió viniendo de él—. Ella es… la única que puede protegerme de esas voces Yin.
—Jannik, ¿de qué narices estás hablando? —preguntó Brey, empezando a preocuparse al ver que no estaba de broma—. ¿Qué te ocurre?
El niño tardó un poco en contestar. Aun así, evitó mirar a Brey a los ojos.
—Mis preciadas sombras se están volviendo en mi contra... —murmuró muy bajito, como si hablase consigo mismo—. Padre me advirtió que podía pasar. Y estoy asustado. ¿De quién es esa voz intrusa que me llama detrás de mis sombras?
Brey apenas lo oyó con claridad, pero estaba empezando a sentir que el aire a su alrededor se estaba volviendo mucho más frío y también se estaba oscureciendo. No obstante, Jannik parecía seguir sumergido en su propia mente, con la vista clavada en el vacío.
—Esa voz es de… Théo Vernoux... —susurró de repente.
—Jannik —lo llamó Brey con un tono fuerte, mirando con disimulo a la gente de alrededor—. Contrólate —le susurró.
El niño sacudió la cabeza y levantó la mirada hacia él por fin, como si acabase de despertar. El ambiente dejó de estar tan frío y lúgubre, como si un velo de vacío acabara de pasar de largo. Brey conocía perfectamente estos pequeños efectos del elemento Yami porque había crecido toda su infancia viéndolos en su hermano. Pero es que lo que le alarmó fue ver que el comportamiento raro que acababa de mostrar Jannik se estaba pareciendo también al de él. No obstante, Jannik recuperó una expresión risueña en la cara.
—Perdonadme, Raijin, no me hagáis caso —dijo, soltándose el hombro, y dio media vuelta para irse de allí. Brey vio que su cara volvía a tornarse a una expresión llena de temor—. Será... será mejor que me vaya a casa a descansar un poco.
Brey lo siguió con la mirada, totalmente confuso. Cuando Jannik se perdió de vista, se dio cuenta de que le costaba mover las piernas y de que una ligera sensación de terror le había invadido desde hacía un rato. Supo entonces que Jannik le había contagiado esa emoción. Desconcertado ante esto, se preguntó por qué ese pequeño Yami se sentía de esa forma tan atemorizada. Esa era la virtud y el defecto de ser iris de nacimiento, la primera es que el contagio le permitía sentir la misma exacta emoción que la otra persona, pero el segundo es que no podía saber el origen o la razón, y por ello, tampoco comprender.
Cuando llegó con los niños a donde había aparcado el coche, ya oyó la voz inconfundible de Cleven, que se estaba aproximando hacia ellos acompañada por Drasik y Kyo. Parecía estar teniendo una divertida conversación con este último, y con bastante confianza. Por otra parte, Drasik iba tras ellos con una cara muy mosqueada, observando a ambos. Su actitud respecto a la relación de amistad que Kyo y Cleven estaban forjando estaba empeorando, cada vez más molesto, cada vez más celoso.
—Hey, papi, ¿has mandado ya a ese niño a la mierda? —le preguntó Daisuke a Brey, dándole tironcitos en el pantalón.
—¿Cómo puede un microbio como tú soltar semejantes palabras? —le reprochó.
—¿Quién nos ha enseñado a hablar? —replicó.
—Touché —se rindió Brey.
—¡Hola, tito! —exclamó Cleven cuando llegaron a ellos—. ¿Has salido antes de la uni? ¿Nos llevas a casita?
—Si atas a los mocosos en las sillas.
—Chantajista.
Cleven sentó a los niños en sus sillas especiales del coche con ayuda de Kyo, mientras tanto Brey se dirigió hacia Drasik antes de subirse al vehículo.
—¿Subes o te quedas? —le preguntó, sin faltar un tono frío.
Drasik pegó un suspiro amargo y se metió en el coche, delante, de copiloto. Por su parte, Kyo y Cleven intentaron encajar detrás, en el espacio que quedaba en el centro, entre las sillas de los niños. Cuando acabaron accidentalmente apretujados, los dos se echaron a reír como bobos. Drasik los miraba por el espejo retrovisor, y puso los ojos en blanco.
Durante el camino a casa, Kyo y Cleven estuvieron todo el rato de parloteo y de risas, comentando qué tal les había ido en el examen que habían tenido esa mañana. A cada segundo que pasaba escuchando a esos dos, Brey pudo percibir en Drasik un creciente malestar, y eso le extrañó. Pero, al mismo tiempo, estaba muy mosqueado con él por lo de Eliam. Podía ver que Drasik no sólo estaba teniendo problemas con su hermano. También con Kyo.
* * * *
Una media hora después, cuando Jannik por fin llegó a su habitación, cerró la puerta y se puso enseguida a aflojarse la pequeña corbata de su uniforme escolar, a desabrocharse los botones de la camisa, quitarse el jersey y dejar su mochila llena de libros tirada en cualquier rincón. Sentía que se asfixiaba, estaba muy agobiado. Pero no era algo físico, sino su propia mente, sufriendo una agitación que le impedía poner orden en sus pensamientos, y el sólo hecho de no poder poner orden en algo, le ponía más nervioso.
—Callaos... callaos... —murmuraba repetidamente, con las manos en la cabeza y cerrando los ojos—. No tenéis permiso. Fuera de mi mente. Fuera... silencio...
—¿Con quién hablas?
Se oyó de repente esa voz en la habitación, y Jannik abrió los ojos de golpe con gran susto. Por unos segundos, se preguntó si se la acababa de imaginar, pero entonces, divisó algo moverse en una oscura esquina de su habitación y apareció Denzel poniéndose a la luz de la ventana.
—¡Señor Shakespeare! —exclamó el niño con sobresalto, y perplejo—. ¿¡Q... Qué hacéis vos aquí!? ¿Desde cuándo...? ¿Sabéis dónde vivía?
Denzel ignoró sus preguntas. En lugar de responderlas, se puso a escudriñar la habitación con ojos suspicaces detrás de sus gafas negras, fijándose en todo lo que había ahí, por si hallaba algo fuera de lo normal o que considerase inadecuado. Pero todo parecía la habitación normal de un niño, excepto por algunos artilugios en una estantería y libros antiguos de temáticas de alquimia, metafísica, nigromancia... pero esto entraba dentro de lo normal en un Knive.
—¿Con quién hablabas? —repitió Denzel, volviendo a mirar seriamente al niño.
—Yo... Con nadie, maese taimu —respondió nervioso, porque aún no entendía ni esta repentina visita ni la actitud fría que mostraba—. Es mi majin. Un pequeño brote. Hago los ejercicios comunes para callarlo y apaciguarlo.
—¿Y cómo te está funcionando?
—Bueno... acabáis de aparecer dándome un susto, y ahora me domina la sorpresa más que mi majin.
—Tu grado actual —le pidió Denzel.
—El... el quinto.
—Frecuencia de brotes.
—Muy pocos... pese al quinto grado... Tengo mayor control que otros iris por razones obvias. Ahora estaba padeciendo uno... el segundo en un mes.
—Intensidad.
—La propia del quinto grado. Pero mis ejercicios de control son eficaces. Sigo todos los consejos de mi padre. No he tenido mayor problema desde mi conversión en iris. Alvion está muy vigilante conmigo, maese taimu, os lo aseguro. Reconozco que ser un Knive iris es algo nuevo para todos, incluso para mí.
Denzel se quedó callado, guardando un silencio opaco. Jannik sentía sus ojos mirándolo detrás de esas gafas negras muy fijamente. No sabía qué estaba pasando y por qué este interrogatorio. Aunque Jannik no era nada ignorante sobre la desagradable historia que había entre los taimu y los Knive desde hace siglos. Pero se supone que eso es agua pasada, más incluso con los Knive de la rama secundaria, que eran aliados de la Asociación y respetaban a los taimu tanto como a los Zou y a los iris y humanos buenos. Aun así, Jannik, que había crecido en el Monte Zou, siempre había notado que Denzel aún guardaba cierta aversión por el apellido Knive.
—¿Hay algún problema, señor Shakespeare? —preguntó tímido el niño.
—Es “señor Sanders” ahora, en esta época y lugar —le corrigió—. Y sí, hay un problema. Has quebrantado la norma, Jannik.
—¿Eh?
—Le has dado un talismán a Clover Saehara.
—¿Un...? —se sorprendió por cómo lo sabía, pero cayó en la cuenta que fácilmente Denzel podía haberlo visto en el recinto escolar—. Bueno... no es un talismán, es un amuleto...
—Lo mismo.
—Maese taimu, ¡no es lo mismo! —se defendió—. El talismán provoca efectos de la mente al plano real y el amuleto bloquea los efectos del plano real a la mente...
—Cualquier artilugio fabricado por los Knive, ¡está estrictamente prohibido que cualquier persona no Knive los coja o incluso los toque! —le interrumpió Denzel, enfadado—. ¿Por qué le has dado ese artilugio a la hija de Raijin? —dio un paso hacia él.
—P... para protegerla... —dio un paso atrás, estremeciéndose.
—¿De qué?
—De las malas energías...
—¿Sí? ¿Y por qué las malas energías acecharían a una simple niña humana de 5 años? Para necesitar un talismán, deben de ser energías muy importantes. ¿Por qué Clover necesita algo así?
—No puedo...
—¿Qué?
—No puedo decíroslo, maese. No es mi potestad. No tengo derecho. Sólo Clover decide si lo quiere decir...
—Jannik —lo calló tajante, viendo que el niño no estaba respondiendo claro cuando era su obligación obedecer a un superior. Entonces, levantó su mano derecha, mostrándole al niño el dorso, para que viera el anillo dorado en su dedo—. ¿Sabes qué es esto?
—Vu... vuestro anillo de casado...
—¿Sabes... —le volvió a interrumpir, y acercó su mano más a él—... qué es? —Jannik apretó los labios, reacio a contestar—. No me mientas. Lo sabré. ¿Sabes qué es este anillo?
Jannik tragó saliva. Miró el anillo brevemente y volvió a mirar a las gafas del inglés.
—Sí, señor. Sé lo que es.
—¿Quién te lo ha contado?
—Nadie. No hace falta. Sé lo que es con sólo verlo. Cualquier Knive puede reconocer objetos así a simple vista, y esto es algo ya sabíais...
—¿Lo quieres?
—¿Qué?
—¿Quieres quitármelo?
—¡No! ¡No quiero quitaros nada!
—¿Seguro? No sería la primera vez... Al fin y al cabo, varios de vuestros talismanes fueron forjados con partes de nuestro cuerpo. ¿Cuántos Ralentizadores hay con el cabello arrancado de Agatha? ¿Y en manos de quiénes están ahora los dos Drenantes, con mis dos colmillos negros, que me arrancasteis de la boca cuando era niño y pasé 20 años muriendo de hambre porque no podía alimentarme hasta que me volvieran a crecer?
—¡Basta! —le pidió Jannik con ojos húmedos—. ¡Yo no tengo nada que ver con lo que hicieran los primarios! ¡Sabéis que nosotros los odiamos tanto como vos! No es justo...
—¿¡Y Erik!? —Denzel continuó con lo mismo— ¿¡Sigue teniendo ese frasco con mi sangre negra, drenada de mis venas!?
Jannik se tapó los oídos. El propio Denzel estaba perdiendo los estribos y eso le asustaba, y con razón. Y las palabras que le decía eran dolorosas e injustas. Pero Jannik era ahora un iris, y podía detectar lo que antes no podía, y es que Denzel era una mente humana que ahora mismo, por un motivo u otro, estaba muy enfadado. Y podía detectar que estaba enfadado porque estaba dolido. Y estaba dolido porque estaba asustado. Más asustado que él. Denzel estaba teniendo problemas para controlar sus emociones porque estaba muerto de miedo.
Entonces, Jannik volvió a mirarlo, esta vez con análisis y con más calma.
—¿Qué os ha sucedido?
Denzel intentó sosegar su respiración, dándose cuenta de que estaba demasiado alterado y desviándose del tema importante. Dio unas vueltas por la habitación, estresado, impaciente, mientras Jannik lo observaba expectante.
—Una persona, con el exacto aspecto y tamaño físico de Clover Saehara, se coló por la ventana de mi habitación mientras dormía, la noche del lunes de la semana pasada —decidió explicarle Denzel.
—¿Con su aspecto? —repitió Jannik con gran sorpresa e incomprensión.
—Intentaba quitarme el anillo de mi dedo. Desperté a tiempo y la intrusa salió por la ventana, desapareciendo en tres segundos.
Jannik se quedó un momento pensativo. Se le pasaron por la cabeza exactamente las mismas hipótesis que tanto Denzel como Neuval discutieron la semana pasada y sabía que todo tipo de ser o de persona que conocían estaba descartada como posibilidad.
—Pero... eso no es posible... no hay nadie que pueda...
—Sólo hay una opción, Jannik. Te dejaré claro mi punto de vista. Después de que me ocurriera aquello, de repente descubro que estás asistiendo al Colegio Tomonari como alumno.
—Sí, me matriculé este año. Voy a vivir en esta ciudad a partir de ahora como iris y Guardián de la SRS, es normal llevar paralelamente una vida humana cotidiana también, y como soy un niño de 7 años...
—Y no sólo eso, sino que además observo que justo después del incidente, de repente empiezas a hacerte amigo íntimo de Clover, acercándote a ella cada día más, intercambiando objetos con ella...
—¡Objetos inofensivos! ¡Ella los colecciona, es su afición!
—Y un talismán.
—¡Amuleto!
—Y hace un rato, en la salida del colegio, te oigo decirle a Raijin que oyes voces. Esto no me convence, Jannik.
—¡La voz de mi “yo” del majin! —intentó explicarle Jannik, exasperado— ¡Era mi majin, sólo un brote! ¡A cualquier iris enfermo le pasa lo mismo!
—¿Cómo podrías demostrarme que no tuviste un brote de majin aquel lunes, y que usaste un truco visual Knive para intentar robarme mi anillo con el aspecto ilusorio de Clover, y desaparecer fácilmente con tu elemento del Vacío?
—¿Truco visual? —frunció el ceño—. ¿Os referís a la Mirada de Ewah? ¡Yo no sé hacer eso! ¡Ningún Knive menor de 12 años puede hacerlo, es una habilidad que requiere todos esos años de entrenamiento y yo ni siquiera he tomado una sola lección de ello! Mi padre no quiere que la aprenda.
Denzel negó con la cabeza y suspiró cansado, dándole la espalda.
—¡Tenéis que creerme! —le suplicó Jannik.
Esperó que Denzel le respondiera algo, pero el taimu se quedó quieto y callado, de espaldas.
—No es justo... —sollozó Jannik—. Desde que mi padre fue al Monte Zou de joven rogando por poder convertirse en monje, ha pasado todos estos años obligado a demostrar su lealtad y sus honestas intenciones día tras día. Repudiamos lo que nuestros antepasados hacían y lo que hacen ahora los Knive primarios, luchamos contra ellos a muerte, defendemos la Asociación a muerte, me convierto en iris igual que los demás... pero siempre tendremos ese estigma. Hagamos lo que hagamos, nunca será suficiente. Siempre habrá esta desconfianza y mi padre y yo seremos los primeros en sufrirla.
—Tienes 7 años... —murmuró Denzel, casi como consigo mismo.
—¿Eh?
Denzel se giró hacia él y lo miró de nuevo.
—Demasiado poco tiempo para haber aprendido que la confianza no es ni nunca será una habilidad tan fácil. Y no sólo hablo de mí. ¿Te puedes garantizar a ti mismo que tu majin no puede hacerte actuar en contra de tu voluntad?
—Mi majin...
—¿Te puedes garantizar a ti mismo... —le repitió más lentamente—... que tu majin de grado V no puede tomar el control durante unos simples minutos, y después, como es común, no recordar nada?
Esta vez Jannik no dijo nada. Se quedó reflexionando sobre esa cuestión. Aquí, no podía ser necio y acudir a la cómoda y tranquilizadora mentira. Estaba teniendo problemas con su majin y había empezado a escuchar una voz diferente en su cabeza, algo que le había omitido al taimu, pero no porque quisiese ocultarlo, sino porque ni él sabía si era una voz de alguien real o si era una voz que su mente se había inventado por culpa de los desequilibrios que le provocaba su majin. Veía absurda la primera opción. Más que nada, porque la única voz diferente y real que sí podía oír en su cabeza, era la de Alvion, y mientras Alvion estuviera conectado a él, la cosa estaría controlada.
Fuera lo que fuese, Jannik tenía algo muy seguro. Por eso, miró a Denzel con firmeza.
—Puedo garantizarme a mí mismo, a vos y cualquiera de este mundo, que tengo una capacidad totalmente nula de ejecutar la Mirada de Ewah. No hay manera posible de que yo haya tenido algo que ver con esa falsa Clover intrusa que os atacó.
—Lo que vi sólo puede ser obra de un truco visual Knive.
—Pues conmigo no tiene nada que ver.
—No sé, Jannik. Pero ya he visto demasiadas y extrañas coincidencias.
—¿Y qué queréis que haga?
Denzel se acercó nuevamente hacia él, pero esta vez con más calma, entereza y autoridad. Aunque no demasiado cerca. Procuraba mantener esa distancia mínima, porque, con 7 años o no, iris o no, ese niño seguía siendo un Knive para él.
—Mañana a primera hora, cuando entres en el colegio, le dirás a Clover que te devuelva ese talismán y no volverás a entregarle un artilugio Knive a nadie nunca más.
—Pero... ¡Necesita esa protección...!
—Y no sólo eso. No volverás a acercarte a ella ni a hablar con ella.
—¿¡Qué!?
—Por seguridad. Hasta que averigüe qué demonios está pasando aquí conmigo y con mi familia, vas a cumplir estas dos órdenes. ¿Has entendido?
Jannik sabía que no había forma de negociar, discutir o cambiar su opinión. No podía culpar a Denzel del todo, porque el taimu ignoraba que Clover era una niña algo especial y la importancia de protegerla de posibles enemigos que de algún modo se hubieran enterado de su poder y la quisieran utilizar, tal como Jannik ya sospechó que Daiya estuvo haciendo en aquel recreo del lunes de la semana pasada. Jannik no podía decírselo a Denzel. Sólo Clover podía decidir si contarlo o no, y a quién.
Sin embargo, y por otro lado, lo que Denzel le había contado que le sucedió, precisamente la noche del mismo lunes, sobre una intrusa con el aspecto de Clover, le sorprendía y le preocupaba y al mismo tiempo le confundía cómo era posible. Denzel tenía razón, sólo cabía el truco visual como explicación, y de ser así, Jannik pensaba que entonces tenía que tratarse de un Knive primario. Pero es que esto tampoco le cuadraba al niño, no porque no fuera posible, sino porque no tenía sentido. Un Knive primario, o incluso secundario, no tendría ningún interés en absoluto en robarle a Denzel, a este Denzel de 393 años, su anillo. Porque actualmente, era un objeto muerto que perdió lo que solía contener.
De pronto el silencio se cortó con el sonido del móvil de Denzel. Lo sacó del bolsillo y vio que lo llamaba un número desconocido.
—Habla con Denzel Sanders —respondió al teléfono, y escuchó con atención—. ¿Sarah? —repitió con sorpresa.
Jannik se quedó callado, intrigado, preguntándose con quién hablaba. Hasta que Denzel, después de dar un respingo y poner cara de desconcierto, desapareció de ahí en un parpadeo. El niño, viéndose solo de nuevo en su habitación y asumiendo que esa conversación tan tensa y difícil ya había terminado, se apoyó en la cama y dio un largo suspiro apesadumbrado. Las órdenes eran órdenes.
* * * *
Poco rato antes...
—¡Wuhuuu! —gritó lleno de euforia, dando un volantazo, y el coche dio un brusco viraje.
El vehículo derrapó las ruedas traseras sobre aquel campo de césped en mitad del Parque Yoyogi, dejando surcos de barro y salpicando tierra por todas partes. Siguió avanzando a toda velocidad entre una arboleda.
—¡Oye, déjame a mí! ¡Me toca a mí! —exclamó el que iba en el asiento izquierdo, de copiloto, tratando de robarle el volante.
—¡No, déjame un poco más!
El copiloto se enfadó y acaparó el volante, dando a la vez otro viraje, y el coche volvió a derrapar y a cambiar bruscamente su dirección.
—Bro, bro! ¡Eso es un río! —señaló el copiloto el riachuelo que había pendiente abajo—. ¡No vamos a poder cruzarlo!
—¡Dibújame un puente, bro! ¡No sé cómo frenar esta cosa!
El copiloto sacó rápidamente de las mangas de su kimono un rollo de pergamino y un pincel húmedo, y se puso a dibujar a toda velocidad lo más parecido a una rampa curva. Después dibujó un extraño sello al lado con algunos símbolos, letras y números, y, acto seguido, deslizó la mano sobre el papel. De manera inmediata, la tinta del dibujo salió disparada hacia delante y una enorme rampa hecha de tinta negra se colocó sobre el río. El coche pasó por encima de ella como si de un elemento físico y real se tratase, y lograron cruzar al otro lado del pequeño río. Aquel puente hecho de tinta se evaporó poco después.
Se adentraron en otra zona de jardines, donde había varios paseantes que se iban apartando a tiempo gritando con susto. El conductor acabó llevando el coche por una escalinata que descendía hacia otro sector ajardinado, y las voces de los dos chicos fueron vibrando conforme bajaban los escalones.
—¡Lu Kai, cuidado, un perrito! —exclamó el copiloto, señalando al inocente animal que se estaba acercando hasta el pie de las escaleras.
—¡Haz algo, James! —se alarmó el conductor.
El copiloto, rápidamente, sacó medio cuerpo por su ventanilla, sujetándose bien, y con una mano, apuntó hacia el perro. De repente ocurrió un fenómeno muy extraño, era como si el aire, o el suelo, o meramente el espacio en sí, se retorciera por un instante en un remolino, para luego volver a la normalidad, justo frente a los ojos del animal. Apenas duró un segundo, pero fue suficiente para aturdir al pobre perro, que salió corriendo a otra parte algo mareado.
—Yeeeah! —celebró el muchacho, y volvió a meterse dentro del coche para agarrarse al asiento de antemano, pues cuando el vehículo llegó al final de las escaleras, sufrió un brusco golpe y el parachoques delantero se desprendió y se quedó colgando.
Esto hizo que el conductor perdiera el control, resbalando por el camino embarrado… y al final el coche se estampó contra un árbol de morro. Los dos ocupantes se estamparon a su vez con los airbags, rebotando. A partir de ahí, silencio. Los dos idénticos muchachos se quedaron inmóviles, con caras perplejas.
—¡Bieeen! —exclamaron de pronto, llenos de júbilo, levantando los brazos con victoria—. ¡Siniestro total! ¡Ha sido increíble, bro! —dijo uno de ellos cuando salieron del coche.
—¡Y que lo digas, bro! —se chocaron las palmas de las manos—. ¡Buen trabajo creando el puente! ¡Y buena puntería con la distorsión del espacio!
—¡Gracias, bro! Por nada en el mundo habría dejado que lastimáramos a ese perrito.
—Hay que repetirlo, bro, pero esta máquina ya no vale, ha quedado destrozada —lamentó, mirando los restos del coche, que estaba echando humo.
—¿Dónde habrá otro carro de estos que podamos coger? —preguntó su hermano, mirando en derredor.
Ni siquiera les afectó observar el caos que habían formado, ni la gente escandalizada que los miraba desde la lejanía, ni haber dejado el parque hecho una pena.
A los pocos segundos, ya empezaron a oír la sirena de dos coches de policía, que se pararon frente a ellos.
—Mira, ahí hay más máquinas, bro, y tienen lucecitas en la parte de arriba —se alegró.
Antes de que el otro dijera nada, dos policías salieron de cada coche con pistolas eléctricas a mano y se les acercaron rápidamente.
—¡Levantad las manos!
—Oh... Se acabó la juerga —lamentaron los dos chicos.
Media hora después, un policía salió corriendo de una de las salas de interrogatorio de la Comisaría Central.
—¡Aaah! ¡No lo soporto! —gritó por los pasillos.
Hatori pasaba por allí, llevando bajo el brazo un sobre donde había metido algunas fotografías recién impresas de las imágenes del vídeo del callejón donde Fuujin aniquiló a doce personas. Al cruzárselo, lo detuvo en seco. El policía, un hombre fornido como un armario, ahora parecía un pobre niño muerto de miedo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hatori, sereno.
—Señor... No puedo con ellos... no puedo... Van a volverme loco.
—¿Quiénes?
—Un par de críos extranjeros que acaban de ser detenidos por conducción temeraria —contestó, secándose la frente—. Estaba interrogándolos, cuando empezaron a hacer ese juego diabólico, hablando los dos a la vez... Agh... Me aterrorizan. Se empeñan en hablar en inglés, pese a que entienden japonés perfectamente. Pero es que además son… tienen… no sé cómo explicarlo… ¡Tienen algo raro! ¡Parecen demonios! Necesito despejarme.
El agente se metió por una puerta del pasillo, el lavabo de hombres, para recuperar la compostura. Hatori frunció el ceño y miró a su alrededor, buscando a cierta persona, a la cual encontró doblando una esquina de los pasillos.
—Agente Willers —la llamó.
Sarah se paró en seco a pocos metros de él, tensa. No esperaba encontrárselo de repente.
—¿Señor?
—El inglés es tu lengua materna y tienes buena maña con los rebeldes extranjeros. Ocúpate de los detenidos de la sala 8. Conducción temeraria. Posiblemente menores de edad. Si tienen alguna relación con terrorismo o tráfico internacional, encárgate con tu gente del FBI, como siempre.
—Sí, señor —contestó, inclinándose un poco.
Hatori dio media vuelta y se metió por otro pasillo. Sarah dio un suspiro. Ya se había encontrado con él cara a cara muchas veces, pero no podía evitar seguir poniéndose tensa. Y lo mal que lo pasaba teniendo que mostrarse obediente y respetuosa hacia él, con lo que lo odiaba, y esa impotencia por el hecho de no poder matarlo ahí mismo... Cada cosa a su tiempo, pensó, mientras abría la puerta de la sala 8.
—¡Ah! —exclamó con susto al toparse con la cara del revés de un chico en la puerta.
Este ladeó la cabeza y sonrió. Estaba colgado bocabajo de una repisa sobre el marco de la puerta, así que se bajó con una voltereta, al mismo tiempo que su hermano se levantaba rápidamente de la silla junto a la mesa, y ambos, colocándose rectamente frente a ella como soldados, le hicieron una cortés reverencia. Sarah se quedó patidifusa, pero más cuando los dos le cogieron delicadamente una mano cada uno y la rozaron con sus labios como verdaderos caballeros. Eran idénticos, dos jóvenes de rasgos parcialmente asiáticos y cabello castaño oscuro, con el mismo corte, solo que uno tenía el flequillo echado a un lado y el otro lo tenía echado al otro lado.
—Lady... —la saludaron, guiñando un ojo—. So beautiful...
—Eh... —balbució Sarah—. ¿Habláis inglés?
—Somos medio británicos —contestó uno de ellos.
—¿Podéis sacarnos de aquí, damisela? —preguntó el otro.
«¿Me la intentan jugar o qué?» se mosqueó la mujer.
—No intentéis manipularme —les dijo con enfado—. Sentaos ahí ahora mismo.
Los dos idénticos hermanos dieron un brinco juguetón y obedecieron al instante, sonriendo como inocentes niños y quedándose quietos. Sarah sacudió la cabeza para recuperarse de la extraña escena y se sentó en la silla que estaba al otro lado.
—A ver, temerarios, ¿eh? Lo primero de todo, ¿qué edad tenéis?
—17 años —contestaron a la vez.
—¿Y vuestros nombres?
—Lu Kai —contestó el de la derecha.
—James —contestó el de la izquierda.
—Apellido —les pidió Sarah.
—Shakespeare.
Sarah se quedó muda un momento.
—Ya… —dijo con sarcasmo—. A ver. Necesito diferenciaros de alguna manera para saber con quién estoy tratando sin que me la juguéis.
—Sí —dijo Lu Kai, levantándose de la silla—. Yo tengo un bonito y pequeño lunar en el culete, y James no, mire... —fue a bajarse los pantalones bajo el qipao.
—Eh, eh, vale, déjalo —se apuró Sarah.
Lu Kai se encogió de hombros y volvió a sentarse. Sarah cogió un poco de aire. Desde luego daban algo de desesperación.
—¿Cuál es vuestra nacionalidad?
—China. Pero somos mestizos medio británicos, como le dijimos.
—¿Y qué le habéis hecho al policía que estaba aquí antes?
—Oh, nimiedades, lady —contestó James, haciendo aspavientos—. Debe ser que ese hombre no aguanta bien las bromas de hermanos gemelos.
—No hay más que hablarle en verso con adivinanzas los dos a la vez —le explicó Lu Kai—. En nuestra época también se asustan, oír dos voces diciendo lo mismo al mismo tiempo es como oír a una persona poseída por un demonio, por lo de la voz distorsionada y eso...
—Perdona un segundo —le detuvo Sarah—. ¿Vuestra época, has dicho?
Ambos asintieron a la vez, con la misma sonrisa angelical.
—¿Por qué se nos debería reprochar comportarnos como demonios, cuando precisamente somos mitad demonios? —sonrió Lu Kai de una forma espeluznante.
—Debería dejarnos salir de aquí, lady, o cosas malas podrían pasar… —añadió James, mientras sacaba del interior de su manga el pincel húmedo con tinta negra, y se puso a dibujar sobre la mesa una serpiente… una serpiente bastante fea, la verdad, con ojos saltones y bizcos.
Sarah fue a reñirle y a quitarle ese pincel, pero cuando acercó la mano, de repente esa serpiente de tinta se despegó de la superficie metálica de la mesa y cobró volumen, ¡y vida propia! Ese dibujo de la serpiente se movía, y serpenteó hacia Sarah.
—The fuck…!? —la mujer brincó de su silla y se pegó a la pared con gran desconcierto.
«¡Espera un momento! ¡Esto es…!» pensó Sarah. No podía creérselo, Neuval la había llamado ayer para informarla justo sobre el asunto de Denzel, ya que ella, como policía, podía ayudar mucho mejor a captar cualquier señal o signo extraño por la ciudad que apuntase a la posibilidad de tratarse de alguno de los hijos perdidos del taimu.
—¡Sois taimuki! —los señaló con un dedo asombrado.
—Uy… —se sorprendió James—. Bro, ¿cómo sabe esta mujer…?
—Bro, bro! ¡Debe de ser una iris o una almaati! —adivinó Lu Kai con emoción.
—Joder, joder… —Sarah se apresuró a sacar su teléfono móvil y salió de la sala, cerrando la puerta tras ella, asegurándose de que esos dos no salían de ahí.
«Espero que en estos siete años no haya cambiado de número» pensó. Sarah consiguió contactar con él y le contó quiénes estaban ahí y por qué estaban ahí, sin saltarse los detalles del caos que habían ocasionado en el parque. Cuando colgó, aún no salía de su sorpresa, así que se dirigió de nuevo a la sala para indagar un poco más. Sin embargo, el policía rudo de antes volvió allí con una cara de gran enfado.
—Sarah, ¿has conseguido ponerlos a raya? Esos malditos monstruitos...
—Sí, ahora mismo van a encargarse de ellos. No pasa nada, se irán ahora.
—¿Cómo? —saltó—. No, no, no pueden irse sin antes recibir lo que se merecen. Han estado a punto de matar a alguien.
—Si ni siquiera ha habido heridos —replicó.
—¡Son unos malnacidos! —se alteró—. ¡Unos extranjeros viniendo a este país a causar problemas…! Ya sabía yo que tú no serías capaz de tratarlos como se merecen. ¡Eres demasiado blanda! Déjamelo a mí, ahora van a saber qué es jugar —gruñó, abriendo la puerta de la sala.
—¡Espera un momento! —insistió Sarah—. ¡No lo entiendes! ¡Será mejor que me los dejes a mí!
—¡Será mejor que te largues, más bien! ¡Estos son míos! —exclamó, agarrándola de un brazo.
—¡Eh! —gritaron los hermanos, saltando sobre él como leones—. ¡No la toques así, degenerado!
—¡Ah! ¡Están locos! —se asustó el policía.
Lu Kai se le había echado sobre los hombros, apretándole el cuello con fuerza mientras que James lo cogía de una pierna para inmovilizarlo. El policía se sacudió violentamente, tratando de quitárselos, soltando juramentos. Sarah dio un paso atrás, y el pasillo empezó a llenarse de gente atraída por los gritos.
Aquello se convirtió en un gallinero en tres segundos. Sarah rezó por que Hatori no apareciese ahí, pues esos dos chicos no saldrían vivos de allí, por lo que cerró los ojos y empezó por el Padre Nuestro. Sin embargo, antes de llegar al pan de cada día, se formó un silencio tan repentino que hasta impactó en los tímpanos.
Sarah abrió los ojos y, para su sorpresa, todo se había quedado, además de mudo, paralizado. Todas las personas a su alrededor se habían quedado como estatuas, menos ella y los gemelos, que seguían peleándose con la estatua del policía hasta que se dieron cuenta de lo que pasaba.
—¡Oh, no! ¡El tiempo, se ha congelado! —se asustó Lu Kai.
—¡Está aquí! —se alarmó James—. ¡Bro, huyamos por…!
—Demasiado tarde —irrumpió Denzel, apareciendo detrás de ellos desde la nada.
Antes de que los hermanos pudieran dar un paso, Denzel los agarró de las cabezas y las estampó la una contra la otra. Los dos chicos se quedaron aturdidos por el golpe, igual que si estuvieran borrachos. Sarah se asustó por esto.
—Tranquila, es el remedio recomendado —la tranquilizó Denzel—. ¿Ves qué calmaditos están ahora?
—Ah... —balbució, sin salir de su desconcierto—. Denzel, ¿qué es lo que está pasando? Neuval me ha contado algo, pero no entiendo cómo es posible que haya pasado algo así.
—No eres la única. Ya habrá explicaciones cuando termine de averiguarlo y resolverlo todo, Hoshajin-san —contestó seriamente—. Gracias por llamarme.
Sarah asintió en silencio y Denzel desapareció al instante con los dos chicos, y entonces todo volvió a la normalidad de movimiento.
—¡Ah! —exclamó el policía mezquino, mirando a su alrededor—. ¡Se han esfumado! ¿¡Pero cuándo!?
Cuando cayó la tarde, Brey logró llegar al colegio Tomonari lo suficientemente pronto para encontrar sitio libre en el aparcamiento dentro del recinto. Mejor, porque parar el coche fuera en la calle solía ser un caos cuando venían todos los padres a recoger a sus hijos. Se fue tranquilamente al patio delantero, donde los demás padres se agrupaban para esperar la salida de los niños del edificio, mientras miraba su móvil ensimismadamente, pues estaba estudiando el mapa del terreno de la base criminal que él y Drasik tenían que ir a desmantelar el domingo.
De nuevo, era acosado por las miradas de los demás padres y madres. Para ellos, él se veía aún como un niño. Pero la mayoría de miradas eran de embelesamiento, las madres suspiraban discretamente mientras se lo comían con los ojos. Él, como siempre, pasaba olímpicamente.
En el edificio vecino al otro lado de la valla de más allá, el del instituto de la secundaria superior, también habían terminado las clases y estaban saliendo los alumnos, y algunos profesores. Entre ellos, Denzel, el cual, en vez de dirigirse a la salida a la calle, se fue por los jardines laterales, para echar un vistazo, una vez más, a aquel niño del que no había parado de sospechar toda esa semana.
Lo había estado haciendo cada día desde el lunes de la semana pasada. Ayer no pudo porque tuvo que ausentarse del trabajo, por el reencuentro con Link y después con Naminé.
Llegó a tiempo para ver que los niños de preescolar estaban aún en el patio de atrás jugando en los columpios o con la pelota, y un par de maestras ya los estaban llamando a todos dentro del edificio para que ya salieran al patio principal donde los esperaban sus padres. Localizó rápidamente a Clover, cerca de la puerta con las maestras, esperando a su hermano, que estaba en un cajón de arena recogiendo todos sus muñequitos. Sin embargo, tal como esperaba y ya había visto las otras veces, apareció Jannik en la puerta, desde el interior del edificio, acercándose a Clover para saludarla.
La niña le respondió alegremente. Denzel, entre los arbustos junto a la valla, los observó detenidamente. Una vez más, Jannik obsequió a Clover con un objeto raro. Esta vez, era una simple piedra de cuarzo rosa, que a la niña le encantó. A cambio, Clover le dio a él un dibujo que había pintado con los dedos en clase, en una hoja de árbol, que luego la maestra había plastificado. Jannik sostuvo la hoja con cara de haber recibido el mayor tesoro de todos y después se la llevó contra el pecho apasionadamente. Clover se reía, viéndolo exagerado.
Intercambiaron algunas palabras más. Y entonces, Clover se sacó de dentro de la blusa el cordel que llevaba colgando del cuello, donde llevaba el pequeño cazasueños de plumillas rojas como colgante. Se lo mostró a Jannik mientras le decía algo muy contenta, y él respondió algo con la misma sonrisa.
—¿Pero qué…? —murmuró Denzel, y se agarró a la valla casi sin darse cuenta, aproximándose un paso más para observar mejor entre los hierros.
Reconoció ese objeto. El tipo de objeto que era realmente. Un talismán Knive. «¿¡Qué hace una humana como Clover en posesión de algo así!?» pensó escandalizado. «Él… ¡se lo ha dado él! ¡Sabiendo que está prohibido!».
Para Denzel, aquello ya fue suficiente.
Unos minutos después, los mellizos ya salieron por la puerta principal del edificio, acompañados por su maestra, y por aquel niño albino con aspecto gótico.
—Permitidme sosteneros la cartera, bella damita, debe de pesaros —le pidió cortésmente Jannik a Clover.
—No importa, no me pesa —le sonrió la niña.
—¡Aléjate de ella! —protestó Daisuke por octava vez en esa semana.
—Ah, tan gruñón como vuestro padre, rorro —contestó Jannik, con una burla disimulada bajo un tono amable, y le dio la espalda—. Insisto, señorita Clover, no carguéis con este peso, vuestra figura hermosa no merece esta incomodidad…
—¿Y qué pasa con mi hermosa figura? —protestó Daisuke de nuevo, tendiéndole su mochila para ver si Jannik también tenía la gentileza de llevársela, pero este le dio más la espalda, poniendo toda su atención en Clover.
—Ejjem… —carraspeó Brey con fuerza, sobresaltándolos, cuando llegó hasta ellos—. Yo se la llevo, ¿te parece? —le espetó a Jannik, cogiendo la mochilita de Clover.
—¡Oh, futuro suegro! —sonrió Jannik, y de repente hincó una rodilla al suelo con postura de caballero a punto de declararse—. Permitidme suplicaros por la mano de vuestra hija, oh, poderoso Raijin…
Brey se quedó quieto y mudo, y miró a la maestra, la cual se encogió de hombros.
—Nada más terminar la clase, este niño de primero de primaria ha aparecido de la nada detrás de Clover —le explicó—. Bueno, me voy a cerrar el aula. Hasta la vista, Brey.
—Adiós —se despidió, apretando los dientes con la vista clavada en Jannik—. ¿“Tan gruñón como vuestro padre”? —repitió.
—¿Acaso he dicho una mentira? —sonrió Jannik.
La vena de la sien de Brey se hinchó un poquito.
—Enanos, esperadme en la fuente del patio —les ordenó a los niños.
Clover se fue, y Daisuke, después de mirar a Jannik con arrogancia, se fue tras ella. Por consiguiente, Jannik se puso de pie de nuevo e hizo ademán seguir a Clover, pero Brey lo frenó, agarrando uno de los extraños pendientes de plata de sus orejas, y se agachó a su altura.
—Ayayay... No toquéis mis talismanes, Raijin, pueden haceros daño.
—¿A qué juegas, Yamijin-san? —le preguntó con mala uva.
—¿Jugar? Suegro, con el amor no se juega.
—Sabiendo de sobra que este camino que estás tomando con mi hija te conducirá a ti, algún día, siendo literalmente partido por uno de mis rayos, ¿por qué sigues haciéndolo?
—¿Pero qué hay de malo? ¡Clover y yo somos amigos! Ella es tan genial… ¡Tenemos tantas cosas en común…! —suspiró a los cielos—. Compartimos los mismos gustos e intereses, y…
—¿Qué gustos e intereses? Jannik, ¡que tiene 5 años!
—¡Y yo 7!
—Pero tú eres un niño de todo menos normal. Si eres un iris, da igual la edad que tengas, deberías ya entender perfectamente que no quiero que Clover y Daisuke se relacionen con nadie de la Asociación más allá de mí y de mis compañeros de la KRS.
—Suegro, os juro que jamás acercaría asuntos de la Asociación a Clover. Ni pensarlo. Solamente compartimos nuestra afición por la intramaterialogía.
—¿La qué?
—La energía y el significado dentro de los objetos.
—Vale, escúchame —se cansó Brey, y se agachó a su altura—. Nos vamos a respetar mutuamente como Guardianes de RS hermanas y como iris. Pero olvídate de eso de “suegro” y de “amigo de Clover” y sobre todo olvídate de lo que quiera que tú entiendas por “amor”.
—Jo, Raijin, por favor, no me apartéis de ella —sollozó con cara tristona.
—Búscate a otra niña.
—No hay otra como ella, ¡ella es única! ¿Es que todavía no entendéis a qué me refiero? Su forma de presentir energías por todas partes, su asombroso poder de ver lo que nadie más puede ver…
—¿De qué coño hablas?
—Su... —Jannik fue a seguir enumerando, pero parpadeó perplejo y miró a Brey—. ¿No… lo sabéis? —La mueca torcida de Brey le respondió de sobra—. Caray… Veo que no. Supongo que no es de mi incumbencia explicároslo si ella no lo ha hecho primero.
Brey, que seguía sin entender las rarezas de Jannik, negó con la cabeza cansinamente y se puso en pie, harto del asunto, alejándose por el patio frontal.
—Raijin —lo llamó el niño, sin moverse de la puerta del edificio, y el rubio se volvió hacia él con cara paciente—. Necesito a Clover. Ella es... —balbució, y miró a un lado, agarrándose su hombro izquierdo, donde tenía su tatuaje iris de la SRS ahora tapado por la camisa y el jersey del uniforme, pues le dolía un poco. Brey pudo divisar un miedo extraño en sus ojos marrones, lo que le sorprendió viniendo de él—. Ella es… la única que puede protegerme de esas voces Yin.
—Jannik, ¿de qué narices estás hablando? —preguntó Brey, empezando a preocuparse al ver que no estaba de broma—. ¿Qué te ocurre?
El niño tardó un poco en contestar. Aun así, evitó mirar a Brey a los ojos.
—Mis preciadas sombras se están volviendo en mi contra... —murmuró muy bajito, como si hablase consigo mismo—. Padre me advirtió que podía pasar. Y estoy asustado. ¿De quién es esa voz intrusa que me llama detrás de mis sombras?
Brey apenas lo oyó con claridad, pero estaba empezando a sentir que el aire a su alrededor se estaba volviendo mucho más frío y también se estaba oscureciendo. No obstante, Jannik parecía seguir sumergido en su propia mente, con la vista clavada en el vacío.
—Esa voz es de… Théo Vernoux... —susurró de repente.
—Jannik —lo llamó Brey con un tono fuerte, mirando con disimulo a la gente de alrededor—. Contrólate —le susurró.
El niño sacudió la cabeza y levantó la mirada hacia él por fin, como si acabase de despertar. El ambiente dejó de estar tan frío y lúgubre, como si un velo de vacío acabara de pasar de largo. Brey conocía perfectamente estos pequeños efectos del elemento Yami porque había crecido toda su infancia viéndolos en su hermano. Pero es que lo que le alarmó fue ver que el comportamiento raro que acababa de mostrar Jannik se estaba pareciendo también al de él. No obstante, Jannik recuperó una expresión risueña en la cara.
—Perdonadme, Raijin, no me hagáis caso —dijo, soltándose el hombro, y dio media vuelta para irse de allí. Brey vio que su cara volvía a tornarse a una expresión llena de temor—. Será... será mejor que me vaya a casa a descansar un poco.
Brey lo siguió con la mirada, totalmente confuso. Cuando Jannik se perdió de vista, se dio cuenta de que le costaba mover las piernas y de que una ligera sensación de terror le había invadido desde hacía un rato. Supo entonces que Jannik le había contagiado esa emoción. Desconcertado ante esto, se preguntó por qué ese pequeño Yami se sentía de esa forma tan atemorizada. Esa era la virtud y el defecto de ser iris de nacimiento, la primera es que el contagio le permitía sentir la misma exacta emoción que la otra persona, pero el segundo es que no podía saber el origen o la razón, y por ello, tampoco comprender.
Cuando salió con los niños por la verja del colegio a la calle y llegó a donde había aparcado el coche, ya oyó la voz inconfundible de Cleven, que se estaba aproximando hacia ellos acompañada por Drasik y Kyo. Parecía estar teniendo una divertida conversación con este último, y con bastante confianza. Por otra parte, Drasik iba tras ellos con una cara muy mosqueada, observando a ambos. Su actitud respecto a la relación de amistad que Kyo y Cleven estaban forjando estaba empeorando, cada vez más molesto, cada vez más celoso.
—Hey, papi, ¿has mandado ya a ese niño a la mierda? —le preguntó Daisuke a Brey, dándole tironcitos en el pantalón.
—¿Cómo puede un microbio como tú soltar semejantes palabras? —le reprochó.
—¿Quién nos ha enseñado a hablar? —replicó.
—Touché —se rindió Brey.
—¡Anda, tito! —exclamó Cleven cuando llegaron a ellos—. ¿Has salido antes de la uni? ¿Nos llevas a casita?
—Si atas a los mocosos en las sillas.
—Chantajista.
Cleven sentó a los niños en sus sillas especiales del coche con ayuda de Kyo, mientras tanto Brey se dirigió hacia Drasik antes de subirse al vehículo.
—¿Subes o te quedas? —le preguntó, sin faltar un tono frío.
Drasik pegó un suspiro amargo y se metió en el coche, delante, de copiloto. Por su parte, Kyo y Cleven intentaron encajar detrás, en el espacio que quedaba en el centro, entre las sillas de los niños. Cuando acabaron accidentalmente apretujados, los dos se echaron a reír como bobos. Drasik los miraba por el espejo retrovisor, y puso los ojos en blanco.
Durante el camino a casa, Kyo y Cleven estuvieron todo el rato de parloteo y de risas, comentando qué tal les había ido en el examen que habían tenido esa mañana. A cada segundo que pasaba escuchando a esos dos, Brey pudo percibir en Drasik un creciente malestar, y eso le extrañó. Pero, al mismo tiempo, estaba muy mosqueado con él por lo de Eliam. Podía ver que Drasik no sólo estaba teniendo problemas con su hermano. También con Kyo.
* * * *
Una media hora después, cuando Jannik por fin llegó a su habitación, cerró la puerta y se puso enseguida a aflojarse la pequeña corbata de su uniforme escolar, a desabrocharse los botones de la camisa, quitarse el jersey y dejar su mochila llena de libros tirada en cualquier rincón. Sentía que se asfixiaba, estaba muy agobiado. Pero no era algo físico, sino su propia mente, sufriendo una agitación que le impedía poner orden en sus pensamientos, y el sólo hecho de no poder poner orden en algo, le ponía más nervioso.
—Callaos... callaos... —murmuraba repetidamente, con las manos en la cabeza y cerrando los ojos—. No tenéis permiso. Fuera de mi mente. Fuera... silencio...
—¿Con quién hablas?
Se oyó de repente esa voz en la habitación, y Jannik abrió los ojos de golpe con gran susto. Por unos segundos, se preguntó si se la acababa de imaginar, pero entonces, divisó algo moverse en una oscura esquina de su habitación y apareció Denzel poniéndose a la luz de la ventana.
—¡Señor Shakespeare! —exclamó el niño con sobresalto, y perplejo—. ¿¡Q... Qué hacéis vos aquí!? ¿Desde cuándo...? ¿Sabéis dónde vivía?
Denzel ignoró sus preguntas. En lugar de responderlas, se puso a escudriñar la habitación con ojos suspicaces detrás de sus gafas negras, fijándose en todo lo que había ahí, por si hallaba algo fuera de lo normal o que considerase inadecuado. Pero todo parecía la habitación normal de un niño, excepto por algunos artilugios en una estantería y libros antiguos de temáticas de alquimia, metafísica, nigromancia... pero esto entraba dentro de lo normal en un Knive.
—¿Con quién hablabas? —repitió Denzel, volviendo a mirar seriamente al niño.
—Yo... Con nadie, maese taimu —respondió nervioso, porque aún no entendía ni esta repentina visita ni la actitud fría que mostraba—. Es mi majin. Un pequeño brote. Hago los ejercicios comunes para callarlo y apaciguarlo.
—¿Y cómo te está funcionando?
—Bueno... acabáis de aparecer dándome un susto, y ahora me domina la sorpresa más que mi majin.
—Tu grado actual —le pidió Denzel.
—El... el quinto.
—Frecuencia de brotes.
—Muy pocos... pese al quinto grado... Tengo mayor control que otros iris por razones obvias. Ahora estaba padeciendo uno... el segundo en un mes.
—Intensidad.
—La propia del quinto grado. Pero mis ejercicios de control son eficaces. Sigo todos los consejos de mi padre. No he tenido mayor problema desde mi conversión en iris. Alvion está muy vigilante conmigo, maese taimu, os lo aseguro. Reconozco que ser un Knive iris es algo nuevo para todos, incluso para mí.
Denzel se quedó callado, guardando un silencio opaco. Jannik sentía sus ojos mirándolo detrás de esas gafas negras muy fijamente. No sabía qué estaba pasando y por qué este interrogatorio. Aunque Jannik no era nada ignorante sobre la desagradable historia que había entre los taimu y los Knive desde hace siglos. Pero se supone que eso es agua pasada, más incluso con los Knive de la rama secundaria, que eran aliados de la Asociación y respetaban a los taimu tanto como a los Zou y a los iris y humanos buenos. Aun así, Jannik, que había crecido en el Monte Zou, siempre había notado que Denzel aún guardaba cierta aversión por el apellido Knive.
—¿Hay algún problema, señor Shakespeare? —preguntó tímido el niño.
—Es “señor Sanders” ahora, en esta época y lugar —le corrigió—. Y sí, hay un problema. Has quebrantado la norma, Jannik.
—¿Eh?
—Le has dado un talismán a Clover Saehara.
—¿Un...? —se sorprendió por cómo lo sabía, pero cayó en la cuenta que fácilmente Denzel podía haberlo visto en el recinto escolar—. Bueno... no es un talismán, es un amuleto...
—Lo mismo.
—Maese taimu, ¡no es lo mismo! —se defendió—. El talismán provoca efectos de la mente al plano real y el amuleto bloquea los efectos del plano real a la mente...
—Cualquier artilugio fabricado por los Knive, ¡está estrictamente prohibido que cualquier persona no Knive los coja o incluso los toque! —le interrumpió Denzel, enfadado—. ¿Por qué le has dado ese artilugio a la hija de Raijin? —dio un paso hacia él.
—P... para protegerla... —dio un paso atrás, estremeciéndose.
—¿De qué?
—De las malas energías...
—¿Sí? ¿Y por qué las malas energías acecharían a una simple niña humana de 5 años? Para cenesitar un talismán, deben de ser energías muy importantes. ¿Por qué Clover necesita algo así?
—No puedo...
—¿Qué?
—No puedo decíroslo, maese. No es mi potestad. No tengo derecho. Sólo Clover decide si lo quiere decir...
—Jannik —lo calló tajante, viendo que el niño no estaba respondiendo claro cuando era su obligación obedecer a un superior. Entonces, levantó su mano derecha, mostrándole al niño el dorso, para que viera el anillo dorado en su dedo—. ¿Sabes qué es esto?
—Vu... vuestro anillo de casado...
—¿Sabes... —le volvió a interrumpir, y acercó su mano más a él—... qué es? —Jannik apretó los labios, reacio a contestar—. No me mientas. Lo sabré. ¿Sabes... qué es este anillo?
Jannik tragó saliva. Miró el anillo brevemente y volvió a mirar a las gafas del inglés.
—Sí, señor. Sé lo que es.
—¿Quién te lo ha contado?
—Nadie. No hace falta. Sé lo que es con sólo verlo. Cualquier Knive puede reconocer objetos así a simple vista, y esto es algo ya sabíais...
—¿Lo quieres?
—¿Qué?
—¿Quieres quitármelo?
—¡No! ¡No quiero quitaros nada!
—¿Seguro? No sería la primera vez... Al fin y al cabo, varios de vuestros talismanes fueron forjados con partes de nuestro cuerpo. ¿Cuántos Ralentizadores hay con el cabello arrancado de Agatha? ¿Y en manos de quiénes están ahora los dos Drenantes, con mis dos colmillos negros, que me arrancasteis de la boca cuando era niño y pasé 20 años muriendo de hambre porque no podía alimentarme hasta que me volvieran a crecer?
—¡Basta! —le pidió Jannik con ojos húmedos—. ¡Yo no tengo nada que ver con lo que hicieran los primarios! ¡Sabéis que nosotros los odiamos tanto como vos! No es justo...
—¿¡Y Erik!? —Denzel continuó con lo mismo— ¿¡Sigue teniendo ese frasco con mi sangre negra, drenada de mis venas!?
Jannik se tapó los oídos. El propio Denzel estaba perdiendo los estribos y eso le asustaba, y con razón. Y las palabras que le decía eran dolorosas e injustas. Pero Jannik era ahora un iris, y podía detectar lo que antes no podía, y es que Denzel era una mente humana que ahora mismo, por un motivo u otro, estaba muy enfadado. Y podía detectar que estaba enfadado porque estaba dolido. Y estaba dolido porque estaba asustado. Más asustado que él. Denzel estaba teniendo problemas para controlar sus emociones porque estaba muerto de miedo.
Entonces, Jannik volvió a mirarlo, esta vez con análisis y con más calma.
—¿Qué os ha sucedido?
Denzel intentó sosegar su respiración, dándose cuenta de que estaba demasiado alterado y desviándose del tema importante. Dio unas vueltas por la habitación, estresado, impaciente, mientras Jannik lo observaba expectante.
—Una persona, con el exacto aspecto y tamaño físico de Clover Saehara, se coló por la ventana de mi habitación mientras dormía, la noche del lunes de la semana pasada —decidió explicarle Denzel.
—¿Con su aspecto? —repitió Jannik con gran sorpresa e incomprensión.
—Intentaba quitarme el anillo de mi dedo. Desperté a tiempo y la intrusa salió por la ventana, desapareciendo en tres segundos.
Jannik se quedó un momento pensativo. Se le pasaron por la cabeza exactamente las mismas hipótesis que tanto Denzel como Neuval discutieron la semana pasada y sabía que todo tipo de ser o de persona que conocían estaba descartada como posibilidad.
—Pero... eso no es posible... no hay nadie que pueda...
—Sólo hay una opción, Jannik. Te dejaré claro mi punto de vista. Después de que me ocurriera aquello, de repente descubro que estás asistiendo al Colegio Tomonari como alumno.
—Sí, me matriculé este año. Voy a vivir en esta ciudad a partir de ahora como iris y Guardián de la SRS, es normal llevar paralelamente una vida humana cotidiana también, y como soy un niño de 7 años...
—Y no sólo eso, sino que además observo que justo después del incidente, de repente empiezas a hacerte amigo íntimo de Clover, acercándote a ella cada día más, intercambiando objetos con ella...
—¡Objetos inofensivos! ¡Ella los colecciona, es su afición!
—Y un talismán.
—¡Amuleto!
—Y hace un rato, en la salida del colegio, te oigo decirle a Raijin que oyes voces. Esto no me convence, Jannik.
—¡La voz de mi “yo” del majin! —intentó explicarle Jannik, exasperado— ¡Era mi majin, sólo un brote! ¡A cualquier iris enfermo le pasa lo mismo!
—¿Cómo podrías demostrarme que no tuviste un brote de majin aquel lunes, y que usaste un truco visual Knive para intentar robarme mi anillo con el aspecto ilusorio de Clover, y desaparecer fácilmente con tu elemento del Vacío?
—¿Truco visual? —frunció el ceño—. ¿Os referís a la Mirada de Ewah? ¡Yo no sé hacer eso! ¡Ningún Knive menor de 12 años puede hacerlo, es una habilidad que requiere todos esos años de entrenamiento y yo ni siquiera he tomado una sola lección de ello! Mi padre no quiere que la aprenda.
Denzel negó con la cabeza y suspiró cansado, dándole la espalda.
—¡Tenéis que creerme! —le suplicó Jannik.
Espero que Denzel le respondiera algo, pero el taimu se quedó quieto y callado, de espaldas.
—No es justo... —sollozó Jannik—. Desde que mi padre fue al Monte Zou de joven rogando por poder convertirse en monje, ha pasado todos estos años obligado a demostrar su lealtad y sus honestas intenciones día tras día. Repudiamos lo que nuestros antepasados hacían y lo que hacen ahora los Knive primarios, luchamos contra ellos a muerte, defendemos la Asociación a muerte, me convierto en iris igual que los demás... pero siempre tendremos ese estigma. Hagamos lo que hagamos, nunca será suficiente. Siempre habrá esta desconfianza y mi padre y yo seremos los primeros en sufrirla.
—Tienes 7 años... —murmuró Denzel, casi como consigo mismo.
—¿Eh?
Denzel se giró hacia él y lo miró de nuevo.
—Demasiado poco tiempo para haber aprendido que la confianza no es ni nunca será una habilidad tan fácil. Y no sólo hablo de mí. ¿Te puedes garantizar a ti mismo que tu majin no puede hacerte actuar en contra de tu voluntad?
—Mi majin...
—¿Te puedes garantizar a ti mismo... —le repitió más lentamente—... que tu majin de grado V no puede tomar el control durante unos simples minutos, y después no recordar nada, como sabría esperar de un brote?
Esta vez Jannik no dijo nada. Se quedó reflexionando sobre esa cuestión. Aquí, no podía ser necio y acudir a la cómoda y tranquilizadora mentira. Estaba teniendo problemas con su majin y había empezado a escuchar una voz diferente en su cabeza, algo que le había omitido al taimu, pero no porque quisiese ocultarlo, sino porque ni él sabía si era una voz de alguien real o si era una voz que su mente se había inventado por culpa de los desequilibrios que le provocaba su majin. Veía absurda la primera opción. Más que nada, porque la única voz diferente y real que sí podía oír en su cabeza, era la de Alvion, y mientras Alvion estuviera conectado a él, la cosa estaría controlada.
Fuera lo que fuese, Jannik tenía algo muy seguro. Por eso, miró a Denzel con firmeza.
—Puedo garantizarme a mí mismo, a vos y cualquiera de este mundo, que tengo una capacidad totalmente nula de ejecutar la Mirada de Ewah. No hay manera posible de que yo haya tenido algo que ver con esa falsa Clover intrusa que os atacó.
—Lo que vi sólo puede ser obra de un truco visual Knive.
—Pues conmigo no tiene nada que ver.
—No sé, Jannik. Pero ya he visto demasiadas y extrañas coincidencias.
—¿Y qué queréis que haga?
Denzel se acercó nuevamente hacia él, pero esta vez con más calma, entereza y autoridad. Aunque no demasiado cerca. Procuraba mantener esa distancia mínima, porque, con 7 años o no, iris o no, ese niño seguía siendo un Knive para él.
—Mañana a primera hora, cuando entres en el colegio, le dirás a Clover que te devuelva ese talismán y no volverás a entregarle un artilugio Knive a nadie nunca más.
—Pero... ¡Necesita esa protección...!
—Y no sólo eso. No volverás a acercarte a ella ni a hablar con ella.
—¿¡Qué!?
—Por seguridad. Hasta que averigüe qué demonios está pasando aquí conmigo y con mi familia, vas a cumplir estas dos órdenes. ¿Has entendido?
Jannik sabía que no había forma de negociar, discutir o cambiar su opinión. No podía culpar a Denzel del todo, porque el taimu ignoraba que Clover era una niña algo especial y la importancia de protegerla de posibles enemigos que de algún modo se hubieran enterado de su poder y la quisieran utilizar, tal como Jannik ya sospechó que Daiya estuvo haciendo en aquel recreo del lunes de la semana pasada. Jannik no podía decírselo a Denzel. Sólo Clover podía decidir si contarlo o no, y a quién.
Sin embargo, y por otro lado, lo que Denzel le había contado que le sucedió, precisamente la noche del mismo lunes, sobre una intrusa con el aspecto de Clover, le sorprendía y le preocupaba y al mismo tiempo le confundía cómo era posible. Denzel tenía razón, sólo cabía el truco visual como explicación, y de ser así, Jannik pensaba que entonces tenía que tratarse de un Knive primario. Pero es que esto tampoco le cuadraba al niño, no porque no fuera posible, sino porque no tenía sentido. Un Knive primario, o incluso secundario, no tendría ningún interés en absoluto en robarle a Denzel, a este Denzel de 393 años, su anillo. Porque actualmente, era un objeto muerto que perdió lo que solía contener.
De pronto el silencio se cortó con el sonido del móvil de Denzel. Lo sacó del bolsillo y vio que lo llamaba un número desconocido.
—Habla con Denzel Sanders —respondió al teléfono, y escuchó con atención—. ¿Sarah? —repitió con sorpresa.
Jannik se quedó callado, intrigado, preguntándose con quién hablaba. Hasta que Denzel, después de dar un respingo y poner cara de desconcierto, desapareció de ahí en un parpadeo. El niño, viéndose solo de nuevo en su habitación y asumiendo que esa conversación tan tensa y difícil ya había terminado, se apoyó en la cama y dio un largo suspiro apesadumbrado. Las órdenes eran órdenes.
* * * *
Poco rato antes...
—¡Wuhuuu! —gritó lleno de euforia, dando un volantazo, y el coche dio un brusco viraje.
El vehículo derrapó las ruedas traseras sobre aquel campo de césped en mitad del Parque Yoyogi, dejando surcos de barro y salpicando tierra por todas partes. Siguió avanzando a toda velocidad entre una arboleda.
—¡Oye, déjame a mí! ¡Me toca a mí! —exclamó el que iba en el asiento izquierdo, de copiloto, tratando de robarle el volante.
—¡No, déjame un poco más!
El copiloto se enfadó y acaparó el volante, dando a la vez otro viraje, y el coche volvió a derrapar y a cambiar bruscamente su dirección.
—Bro, bro! ¡Eso es un río! —señaló el copiloto el riachuelo que había pendiente abajo—. ¡No vamos a poder cruzarlo!
—¡Dibújame un puente, bro! ¡No sé cómo frenar esta cosa!
El copiloto sacó rápidamente de las mangas de su kimono un rollo de pergamino y un pincel húmedo, y se puso a dibujar a toda velocidad lo más parecido a una rampa curva. Después dibujó un extraño sello al lado con algunos símbolos, letras y números, y, acto seguido, deslizó la mano sobre el papel. De manera inmediata, la tinta del dibujo salió disparada hacia delante y una enorme rampa hecha de tinta negra se colocó sobre el río. El coche pasó por encima de ella como si de un elemento físico y real se tratase, y lograron cruzar al otro lado del pequeño río. Aquel puente hecho de tinta se evaporó poco después.
Se adentraron en otra zona de jardines, donde había varios paseantes que se iban apartando a tiempo gritando con susto. El conductor acabó llevando el coche por una escalinata que descendía hacia otro sector ajardinado, y las voces de los dos chicos fueron vibrando conforme bajaban los escalones.
—¡Lu Kai, cuidado, un perrito! —exclamó el copiloto, señalando al inocente animal que se estaba acercando hasta el pie de las escaleras.
—¡Haz algo, James! —se alarmó el conductor.
El copiloto, rápidamente, sacó medio cuerpo por su ventanilla, sujetándose bien, y con una mano, apuntó hacia el perro. De repente ocurrió un fenómeno muy extraño, era como si el aire, o el suelo, o meramente el espacio en sí, se retorciera por un instante en un remolino, para luego volver a la normalidad, justo frente a los ojos del animal. Apenas duró un segundo, pero fue suficiente para aturdir al pobre perro, que salió corriendo a otra parte algo mareado.
—Yeeeah! —celebró el muchacho, y volvió a meterse dentro del coche para agarrarse al asiento de antemano, pues cuando el vehículo llegó al final de las escaleras, sufrió un brusco golpe y el parachoques delantero se desprendió y se quedó colgando.
Esto hizo que el conductor perdiera el control, resbalando por el camino embarrado… y al final el coche se estampó contra un árbol de morro. Los dos ocupantes se estamparon a su vez con los airbags, rebotando. A partir de ahí, silencio. Los dos idénticos muchachos se quedaron inmóviles, con caras perplejas.
—¡Bieeen! —exclamaron de pronto, llenos de júbilo, levantando los brazos con victoria—. ¡Siniestro total! ¡Ha sido increíble, bro! —dijo uno de ellos cuando salieron del coche.
—¡Y que lo digas, bro! —se chocaron las palmas de las manos—. ¡Buen trabajo creando el puente! ¡Y buena puntería con la distorsión del espacio!
—¡Gracias, bro! Por nada en el mundo habría dejado que lastimáramos a ese perrito.
—Hay que repetirlo, bro, pero esta máquina ya no vale, ha quedado destrozada —lamentó, mirando los restos del coche, que estaba echando humo.
—¿Dónde habrá otro carro de estos que podamos coger? —preguntó su hermano, mirando en derredor.
Ni siquiera les afectó observar el caos que habían formado, ni la gente escandalizada que los miraba desde la lejanía, ni haber dejado el parque hecho una pena.
A los pocos segundos, ya empezaron a oír la sirena de dos coches de policía, que se pararon frente a ellos.
—Mira, ahí hay más máquinas, bro, y tienen lucecitas en la parte de arriba —se alegró.
Antes de que el otro dijera nada, dos policías salieron de cada coche con pistolas eléctricas a mano y se les acercaron rápidamente.
—¡Levantad las manos!
—Oh... Se acabó la juerga —lamentaron los dos chicos.
Media hora después, un policía salió corriendo de una de las salas de interrogatorio de la Comisaría Central.
—¡Aaah! ¡No lo soporto! —gritó por los pasillos.
Hatori pasaba por allí, llevando bajo el brazo un sobre donde había metido algunas fotografías recién impresas de las imágenes del vídeo del callejón donde Fuujin aniquiló a doce personas. Al cruzárselo, lo detuvo en seco. El policía, un hombre fornido como un armario, ahora parecía un pobre niño muerto de miedo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hatori, sereno.
—Señor... No puedo con ellos... no puedo... Van a volverme loco.
—¿Quiénes?
—Un par de críos extranjeros que acaban de ser detenidos por conducción temeraria —contestó, secándose la frente—. Estaba interrogándolos, cuando empezaron a hacer ese juego diabólico, hablando los dos a la vez... Agh... Me aterrorizan. Se empeñan en hablar en inglés, pese a que entienden japonés perfectamente. Pero es que además son… tienen… no sé cómo explicarlo… ¡Tienen algo raro! ¡Parecen demonios! Necesito despejarme.
El agente se metió por una puerta del pasillo, el lavabo de hombres, para recuperar la compostura. Hatori frunció el ceño y miró a su alrededor, buscando a cierta persona, a la cual encontró doblando una esquina de los pasillos.
—Agente Willers —la llamó.
Sarah se paró en seco a pocos metros de él, tensa. No esperaba encontrárselo de repente.
—¿Señor?
—El inglés es tu lengua materna y tienes buena maña con los rebeldes extranjeros. Ocúpate de los detenidos de la sala 8. Conducción temeraria. Posiblemente menores de edad. Si tienen alguna relación con terrorismo o tráfico internacional, encárgate con tu gente del FBI, como siempre.
—Sí, señor —contestó, inclinándose un poco.
Hatori dio media vuelta y se metió por otro pasillo. Sarah dio un suspiro. Ya se había encontrado con él cara a cara muchas veces, pero no podía evitar seguir poniéndose tensa. Y lo mal que lo pasaba teniendo que mostrarse obediente y respetuosa hacia él, con lo que lo odiaba, y esa impotencia por el hecho de no poder matarlo ahí mismo... Cada cosa a su tiempo, pensó, mientras abría la puerta de la sala 8.
—¡Ah! —exclamó con susto al toparse con la cara del revés de un chico en la puerta.
Este ladeó la cabeza y sonrió. Estaba colgado bocabajo de una repisa sobre el marco de la puerta, así que se bajó con una voltereta, al mismo tiempo que su hermano se levantaba rápidamente de la silla junto a la mesa, y ambos, colocándose rectamente frente a ella como soldados, le hicieron una cortés reverencia. Sarah se quedó patidifusa, pero más cuando los dos le cogieron delicadamente una mano cada uno y la rozaron con sus labios como verdaderos caballeros. Eran idénticos, dos jóvenes de rasgos parcialmente asiáticos y cabello castaño oscuro, con el mismo corte, solo que uno tenía el flequillo echado a un lado y el otro lo tenía echado al otro lado.
—Lady... —la saludaron, guiñando un ojo—. So beautiful...
—Eh... —balbució Sarah—. ¿Habláis inglés?
—Somos medio británicos —contestó uno de ellos.
—¿Podéis sacarnos de aquí, damisela? —preguntó el otro.
«¿Me la intentan jugar o qué?» se mosqueó la mujer.
—No intentéis manipularme —les dijo con enfado—. Sentaos ahí ahora mismo.
Los dos idénticos hermanos dieron un brinco juguetón y obedecieron al instante, sonriendo como inocentes niños y quedándose quietos. Sarah sacudió la cabeza para recuperarse de la extraña escena y se sentó en la silla que estaba al otro lado.
—A ver, temerarios, ¿eh? Lo primero de todo, ¿qué edad tenéis?
—17 años —contestaron a la vez.
—¿Y vuestros nombres?
—Lu Kai —contestó el de la derecha.
—James —contestó el de la izquierda.
—Apellido —les pidió Sarah.
—Shakespeare.
Sarah se quedó muda un momento.
—Ya… —dijo con sarcasmo—. A ver. Necesito diferenciaros de alguna manera para saber con quién estoy tratando sin que me la juguéis.
—Sí —dijo Lu Kai, levantándose de la silla—. Yo tengo un bonito y pequeño lunar en el culete, y James no, mire... —fue a bajarse los pantalones bajo el qipao.
—Eh, eh, vale, déjalo —se apuró Sarah.
Lu Kai se encogió de hombros y volvió a sentarse. Sarah cogió un poco de aire. Desde luego daban algo de desesperación.
—¿Cuál es vuestra nacionalidad?
—China. Pero somos mestizos medio británicos, como le dijimos.
—¿Y qué le habéis hecho al policía que estaba aquí antes?
—Oh, nimiedades, lady —contestó James, haciendo aspavientos—. Debe ser que ese hombre no aguanta bien las bromas de hermanos gemelos.
—No hay más que hablarle en verso con adivinanzas los dos a la vez —le explicó Lu Kai—. En nuestra época también se asustan, oír dos voces diciendo lo mismo al mismo tiempo es como oír a una persona poseída por un demonio, por lo de la voz distorsionada y eso...
—Perdona un segundo —le detuvo Sarah—. ¿Vuestra época, has dicho?
Ambos asintieron a la vez, con la misma sonrisa angelical.
—¿Por qué se nos debería reprochar comportarnos como demonios, cuando precisamente somos mitad demonios? —sonrió Lu Kai de una forma espeluznante.
—Debería dejarnos salir de aquí, lady, o cosas malas podrían pasar… —añadió James, mientras sacaba del interior de su manga el pincel húmedo con tinta negra, y se puso a dibujar sobre la mesa una serpiente… una serpiente bastante fea, la verdad, con ojos saltones y bizcos.
Sarah fue a reñirle y a quitarle ese pincel, pero cuando acercó la mano, de repente esa serpiente de tinta se despegó de la superficie metálica de la mesa y cobró volumen, ¡y vida propia! Ese dibujo de la serpiente se movía, y serpenteó hacia Sarah.
—The fuck…!? —la mujer brincó de su silla y se pegó a la pared con gran desconcierto.
«¡Espera un momento! ¡Esto es…!» pensó Sarah. No podía creérselo, Neuval la había llamado ayer para informarla justo sobre el asunto de Denzel, ya que ella, como policía, podía ayudar mucho mejor a captar cualquier señal o signo extraño por la ciudad que apuntase a la posibilidad de tratarse de alguno de los hijos perdidos del taimu.
—¡Sois taimuki! —los señaló con un dedo asombrado.
—Uy… —se sorprendió James—. Bro, ¿cómo sabe esta mujer…?
—Bro, bro! ¡Debe de ser una iris o una almaati! —adivinó Lu Kai con emoción.
—Joder, joder… —Sarah se apresuró a sacar su teléfono móvil y salió de la sala, cerrando la puerta tras ella, asegurándose de que esos dos no salían de ahí.
«Espero que en estos siete años no haya cambiado de número» pensó. Sarah consiguió contactar con él y le contó quiénes estaban ahí y por qué estaban ahí, sin saltarse los detalles del caos que habían ocasionado en el parque. Cuando colgó, aún no salía de su sorpresa, así que se dirigió de nuevo a la sala para indagar un poco más. Sin embargo, el policía rudo de antes volvió allí con una cara de gran enfado.
—Sarah, ¿has conseguido ponerlos a raya? Esos malditos monstruitos...
—Sí, ahora mismo van a encargarse de ellos. No pasa nada, se irán ahora.
—¿Cómo? —saltó—. No, no, no pueden irse sin antes recibir lo que se merecen. Han estado a punto de matar a alguien.
—Si ni siquiera ha habido heridos —replicó.
—¡Son unos malnacidos! —se alteró—. ¡Unos extranjeros viniendo a este país a causar problemas…! Ya sabía yo que tú no serías capaz de tratarlos como se merecen. ¡Eres demasiado blanda! Déjamelo a mí, ahora van a saber qué es jugar —gruñó, abriendo la puerta de la sala.
—¡Espera un momento! —insistió Sarah—. ¡No lo entiendes! ¡Será mejor que me los dejes a mí!
—¡Será mejor que te largues, más bien! ¡Estos son míos! —exclamó, agarrándola de un brazo.
—¡Eh! —gritaron los hermanos, saltando sobre él como leones—. ¡No la toques así, degenerado!
—¡Ah! ¡Están locos! —se asustó el policía.
Lu Kai se le había echado sobre los hombros, apretándole el cuello con fuerza mientras que James lo cogía de una pierna para inmovilizarlo. El policía se sacudió violentamente, tratando de quitárselos, soltando juramentos. Sarah dio un paso atrás, y el pasillo empezó a llenarse de gente atraída por los gritos.
Aquello se convirtió en un gallinero en tres segundos. Sarah rezó por que Hatori no apareciese ahí, pues esos dos chicos no saldrían vivos de allí, por lo que cerró los ojos y empezó por el Padre Nuestro. Sin embargo, antes de llegar al pan de cada día, se formó un silencio tan repentino que hasta impactó en los tímpanos.
Sarah abrió los ojos y, para su sorpresa, todo se había quedado, además de mudo, paralizado. Todas las personas a su alrededor se habían quedado como estatuas, menos ella y los gemelos, que seguían peleándose con la estatua del policía hasta que se dieron cuenta de lo que pasaba.
—¡Oh, no! ¡El tiempo, se ha congelado! —se asustó Lu Kai.
—¡Está aquí! —se alarmó James—. ¡Bro, huyamos por…!
—Demasiado tarde —irrumpió Denzel, apareciendo detrás de ellos desde la nada.
Antes de que los hermanos pudieran dar un paso, Denzel los agarró de las cabezas y las estampó la una contra la otra. Los dos chicos se quedaron aturdidos por el golpe, igual que si estuvieran borrachos. Sarah se asustó por esto.
—Tranquila, es el remedio recomendado —la tranquilizó Denzel—. ¿Ves qué calmaditos están ahora?
—Ah... —balbució, sin salir de su desconcierto—. Denzel, ¿qué es lo que está pasando? Neuval me ha contado algo, pero no entiendo cómo es posible que haya pasado algo así.
—No eres la única. Ya habrá explicaciones cuando termine de averiguarlo y resolverlo todo, Hoshajin-san —contestó seriamente—. Gracias por llamarme.
Sarah asintió en silencio y Denzel desapareció al instante con los dos chicos, y entonces todo volvió a la normalidad de movimiento.
—¡Ah! —exclamó el policía mezquino, mirando a su alrededor—. ¡Se han esfumado! ¿¡Pero cuándo!?
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