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2º LIBRO - Pasado y Presente









23.
Incómodo

La mañana del jueves no sólo estaba transcurriendo con una agradecida normalidad para Hana, Lao y Neuval, sino también para el resto. Si para Cleven la normalidad era sudar a mares y sufrir en mitad de un examen, claro. Había que decir que, gracias a la ayuda de Kyo, que la noche del martes pasado la ayudó a estudiar para ese examen, lo estaba haciendo mucho mejor de lo esperado. También, tenía mucho que ver su nueva motivación. Ella no le prometió a su padre esforzarse más sólo para contentarlo; ella realmente quería demostrárselo a sí misma.

Además, este examen iba a ser ayer, pero Denzel se ausentó por la aparición de Link y Owen y lo aplazó a hoy. Por supuesto, estar en un aula haciendo un examen a sus alumnos era el último lugar en el que Denzel quería estar ahora, porque, evidentemente, tenía mejores y más importantes cosas que hacer. Pero esto también tenía su importancia. Su trabajo humano, su identidad humana, los necesitaba mantener intactos y no levantar sospechas en ese otro enemigo que siempre estaba al acecho, el Gobierno, concretamente, Hatori y el puñado de agentes que sabían sobre la caza de iris.

Al menos, durante un par de horas, Denzel podía estar ahí cumpliendo su deber humano. Pero estaba atento al móvil. Esa mañana, Link, Owen y Naminé habían vuelto a salir a las calles a buscar alguna nueva pista sobre el paradero del resto de sus hermanos. Ya habían aprendido a usar lo básico del teléfono móvil, y cómo funcionaban las cosas en las calles. En cuanto a tener cuidado y la discreción, ya habían entrenado desde pequeños.

Puede que estuviera ansioso y con toda la atención centrada en su móvil encima de su mesa, pero a Denzel difícilmente se le escapaban los clásicos comportamientos de los alumnos humanos.

—La fórmula de la energía cinética, ¡la fórmula! —decía Cleven en voz baja, desesperada.

—¿Qué? —preguntó Raven, con su pupitre separado a una distancia de ella.

—¡La fórmula de la EC! ¡Eee Ceee! —repitió Cleven, intentando ser discreta mientras hacía gestos con los brazos para formar las dos letras, cual cheerleader.

—Un medio por la masa por la velocidad al cuadrado —dijo Denzel en voz alta, mirando a Cleven.

La joven pegó un bote en su pupitre y se puso tensa y roja.

—Aunque no sé para qué la quieres, si lo que pregunto es el calor específico, CE —añadió el hombre.

El silencio de la clase se interrumpió por varias risas, y la mayoría levantó la mirada de sus exámenes sólo para ver la cara avergonzada de Cleven.

—¡Ah! Hehehe... —se rio Cleven inocentemente—. Menudo despiste...

—Hehehe, menudo suspenso —se rio Denzel, levantando el boli rojo sobre su lista—. ¡Bam!

—¡Nooo! —Cleven se levantó de golpe, empujando el pupitre, y este se chocó con la silla de Drasik, que estaba delante.

—¡Burra! —protestó Drasik, que sin querer había hecho un rayajo en su hoja de examen y en todo el resto del pupitre, y poco le faltó para pintar al de delante.

—Bueno, bueno —puso calma Denzel—. Lo pasaré por alto, dado que no has conseguido la respuesta que buscabas, ¡por tonta!

—Gracias... —sollozó Cleven, juntando las palmas de las manos y volviendo a sentarse—. Gracias...

—Te lo ha perdonado, pero se ríe de ti —le comentó Nakuru en voz baja, que se sentaba cerca de ella.

«Sí que está animado, Denzel» pensó Kyo, mientras todo volvía a quedarse en silencio y todos seguían con el examen. Sin embargo, veía que el hombre estaba cada dos por tres echándole un ojo al móvil impacientemente.

La verdad es que Kyo llevaba desde ayer con un pequeño pensamiento que no se le iba de la cabeza. Podía sentirlo. Era su iris, en su natural funcionamiento de estar siempre al tanto de los detalles, datos y percepciones, intentando decirle algo. Desde que descubrió ayer por la mañana el caso de Denzel y del misterioso salto en el tiempo que habían dado sus hijos, por alguna razón que todavía no había podido descifrar, se le venían a la mente aquel par de eventos que vivió en la primera y segunda semana de curso.

Kyo ya se lo explicó a su madre, que algunos profesores y el director Suzuki terminaron regañándolo “por tener peleas callejeras con otros chicos”, cuando lo que sucedió realmente es que Kyo fue a socorrer a una niña extraña del acoso de varios chavales en las inmediaciones del instituto, enfrentándose a ellos para ahuyentarlos, como era su deber de iris.

La primera vez que sucedió, encontró a un grupo de cinco chavales, con el uniforme de otro instituto, conocidos por ser típicos alumnos problemáticos, metiéndose con una niña más joven, quizá de 11 o 12 años, que tenía un raro aspecto. Kyo intervino esa vez alzando la voz, y enseguida los chavales se dispersaron y la niña salió corriendo.

La segunda vez, días más tarde, encontró el mismo panorama, pero esa vez los chicos estaban tirándole del pelo a la niña, o tratando de quitarle el gorro que cubría su cabeza hasta los ojos, o empujándola. Entonces, Kyo volvió a intervenir, esta vez llegando a las manos, ya que los otros chicos se envalentonaron, pero no duraron mucho. Kyo tenía el doble de masa muscular que todos ellos y acabó dándoles un buen escarmiento, para que no volvieran una tercera vez por ahí. Y en el momento de ayudar a la niña a levantarse del suelo, esta reaccionó de manera hostil y se marchó.

Ahora, Kyo se preguntaba, ¿qué demonios hacía esa niña en aquel rincón de la calle junto al instituto, primero un día y a la semana siguiente de nuevo ahí? Si tuvo la mala suerte de cruzarse con unos abusones la primera vez, ¿por qué días después volvió al mismo sitio, sabiendo que esos chavales pasaban por ahí todos los días para tomar el metro, sufriendo la misma suerte? El iris de Kyo le hacía imaginar que aquella niña, quien además no llevaba ningún uniforme y solamente ropa normal de calle y por tanto no pertenecía a ningún instituto del distrito, quien además siempre estaba sola y evitaba al resto de la gente a toda costa, tal vez estaba merodeando por los alrededores del instituto porque esperaba a alguien, o para vigilar a alguien.

Sea lo que fuese, Kyo hasta ahora había estado considerando ambos sucesos como algo de lo más normal y típico en una ciudad con típica gente de instituto. Ahora, tenía este pensamiento incómodo de que había algo más sobre aquella niña.


* * * *


Para Brey, también estaba siendo una mañana normal. De hecho, una de las más repetitivas desde que empezó la universidad.

—Le recuerdo, señor Saehara, que está en segundo año de carrera —le decía la vicedecana de la facultad de Medicina—, y ya ha acumulado cinco quejas de los profesores.

Él, sentado al otro lado de la mesa de aquel despacho, de brazos cruzados, simplemente miraba a la mujer en sumo silencio, y con una expresión de hartazgo y aburrimiento que no hacía más que crisparla más.

—Y siempre por lo mismo. O se queda dormido en medio de una clase, o tiene la impertinencia de corregir a un profesor cuando usted cree que está enseñando algo mal. Dígame, ¿se cree usted por encima de los docentes de esta universidad de prestigio?

Brey siguió mirándola en silencio. Parpadeó una vez, con lentitud.

—Esa arrogancia no le va a servir de nada, muchacho. A lo mejor se cree usted con privilegios sólo por el hecho de sacar buenas notas en los exámenes y en las prácticas. Tener uno de los mejores expedientes en la carrera de Medicina no le da derecho a mostrar una actitud infantil. Sé por qué se duerme —le apuntó con un dedo prejuicioso—. Todos los alumnos que se duermen en las clases es por la misma razón. Vaya usted pensando en dejar de pasarse todos los días de fiesta en fiesta hasta la madrugada, bebiendo alcohol hasta emborracharse, sólo porque acaba usted de cumplir la edad legal de beber. Y no se le vuelva a ocurrir corregir a un profesor que está explicando perfectamente lo que tiene que explicar.

A pesar de la firmeza de sus palabras, la voz de la vicedecana iba sonando cada vez más nerviosa. Y es que ese silencio y esa mirada congelante de Brey la estaba intimidando cada vez más. Sinceramente, Brey no lo estaba haciendo aposta. Esa era su cara cuando estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener los párpados abiertos y no caer dormido. Porque en lo que respecta a lo que la mujer le estaba diciendo, ya ni le importaba. Se había encontrado ya tantas veces en esta situación, que ya no se molestaba en responder, defenderse o discutir en vano.

Por supuesto que la vicedecana estaba muy equivocada. Ignoraba por completo la verdadera razón por la que Brey dormía tan poco, porque nunca se había molestado en preguntarle o leer su expediente, y daba por sentado que era el típico veinteañero fiestero e irresponsable. Si ya el solo hecho de hacer la carrera de Medicina destruía bastantes horas de ocio y de sueño del estudiante, si a eso se le sumaba la responsabilidad de ser padre soltero y huérfano –sin siquiera unos padres que le pudieran dar una ayuda económica ni de crianza–, y además de eso estaba su trabajo de iris… lo que era sorprendente es que Brey siguiera respirando. Pero quizá esa era la ventaja de no ser humano.

La queja por parte de otros profesores de la que la vicedecana estaba hablando, hacía parecer que provenía de todos los doce profesores que Brey había tenido en dos años, pero en realidad venía de tres en concreto que casualmente pertenecían al mismo “círculo de favorecidos” de la vicedecana. Como pasaba en todas las instituciones, empresas y organismos del mundo –menos en la Asociación, en el Tomonari y en Hoteitsuba–, siempre existía dentro de ellos un sector corrupto, un grupo de caraduras y déspotas que desgraciadamente ocupaban puestos de poder y era muy difícil eliminarlos.

En el caso de la vicedecana y de esos tres profesores quejicas, eran todos de la típica corriente ultraconservadora que discriminaba a aquellos que eran extranjeros, mucho más si eran mestizos, y a los que eran de clases bajas. A Brey le tenían manía por no ser completamente japonés, pero, especialmente, porque les carcomía que fuera un alumno tan brillante. Dos de esos profesores se quejaban de que se durmiera en sus clases, pero el otro profesor se la tenía jurada cuando en una clase Brey hizo un mejor diagnóstico que él sobre el caso de un paciente con una enfermedad rara.

Había que tener cuidado con corregir a un profesor delante de todos sus alumnos. Podía hacer mucho daño a la reputación del profesor y no todos merecían perder la confianza de sus alumnos o pasar por esa humillación, ya que se trataba de corregir a alguien en algo que era su especialidad y que había trabajado mucho por lograr. Una equivocación la podía tener cualquiera, y Brey, como iris, tenía todos estos detalles muy en cuenta a la hora de perjudicarle a un humano su vida, su reputación, su profesión o su estado mental. Por eso, Brey tuvo la enorme consideración de corregir a aquel profesor en privado, ofreciéndole la oportunidad de decirles a sus alumnos al día siguiente “me equivoqué en esta explicación de ayer, pero ahora os voy a dar la explicación correcta”, y así el resto de alumnos no se enteraba de que había sido corregido por otro alumno y el profesor no tenía que pasar por esa vergüenza, demostrando ser, de hecho, muy profesional.

Pues de nada sirvió. No había nadie más mirándolos ni escuchándolos cuando Brey habló con él en privado y le señaló su error, y aun así el profesor eligió ofenderse muchísimo, enfadarse con Brey y rebajarle la nota.

—¿Qué pasa? ¿No va usted a decir nada? ¿Eh? —empezó a alterarse la vicedecana, pero el callamiento de Brey la estaba asustando al mismo tiempo.

El rubio volvió parpadear lentamente.

—No va usted a salir de aquí hasta que no presente al menos unas disculpas.

—De acuerdo —habló el chico por fin, poniéndose recto en la silla.

La vicedecana se sobresaltó un poco cuando él por fin emitió sonido y movimiento.

—Tiene usted razón, presentaré mis disculpas —dijo Brey con tono educado.

—¿Bueno? ¡Pues adelante! Soy toda oídos.

Brey carraspeó, cerró los ojos y se llevó la mano al pecho.

Ty mozhesh' sosat' moi krasivyye belokuryye yaichki —pronunció solemnemente. (= Puedes chuparme mis hermosas pelotas rubias.)

La mujer se quedó unos segundos en suspense.

—¿Qué? ¿Qué ha sido eso?

—Mis disculpas.

—¿En qué idioma…?

—Es un dicho muy bonito en mi cultura rusa. Es una frase que expresa sumo arrepentimiento, y sumo respeto hacia la persona agraviada. Puede usted aceptar esas disculpas expresadas en el idioma de mi difunta madre, quien también se dedicó a la Medicina en este país durante muchos años, ¿verdad? —la miró con cara triste—. Mi mitad japonesa no podría expresarlo tan bien.

La vicedecana volvió a quedarse unos segundos muda, muy confusa, y descolocada. Y también acorralada. Si le exigía a Brey repetir las disculpas en idioma japonés, él podía acusarla de estar violando la política de no discriminación de la universidad y la metería en problemas.

—Ah… pues… Bien —carraspeó la mujer, volviendo a ponerse severa—. Acepto sus disculpas, joven. Pero estas no le volverán a servir la próxima vez que un profesor lo mande de nuevo a mi despacho.

Brey se levantó de la silla, cogiendo su mochila y echándosela al hombro. Se despidió de ella con una inclinación y salió del despacho sin más, volviendo a tener esa cara de gran hartazgo y cansancio.

Las amenazas de la vicedecana así como sus círculos xenófobos y clasistas no le preocupaban lo más mínimo. Para Brey sería realmente horrible si le suspendían una asignatura o le echaban de la facultad sólo porque había déspotas injustos en el poder que le tenían manía, pero eso nunca le iba a pasar, porque estaba plenamente protegido bajo el ala de Sessue Miura, el decano, con el cual se topó al salir por la puerta del edificio.

—¡Hey, hey! ¿Qué passsa? —lo saludó el viejo decano, levantando los pulgares y poniendo un tono rapero.

El decano era un señor cargando ya sesenta y pico años de vida, algo bajito y pelo entrecano, cara arrugada pero risueña, y siempre aparecía con un traje nuevo, impecable y lujoso. Pero lo que más destacaba de él era que mentalmente parecía seguir teniendo 15 años. Al contrario que la vicedecana, él había llegado a un cargo tan alto en el mundo de la docencia por sus propios logros y no por influencias y contactos, y era el tipo de humano por el que un iris como Brey podía sentirse orgulloso.

De hecho, Brey llevaba tiempo sospechando que Sessue podría ser un ex-iris. Pero no tenía forma de saberlo, ya que, aparte de que en ese caso ni el propio Sessue lo recordaría, ya que se les borraba la memoria a los iris que decidían volver a ser humanos, la Asociación siempre guardaba privacidad sobre los ex-iris, obviamente para protegerlos.

El rubio se detuvo frente a él, guardando un silencio frío.

—Uh... —se estremeció el viejo—. Vaya frío polar que desprendes, coco amarillo.

—Hm... —suspiró Brey, calmándose—. Lo siento, decano, este día no ha tenido un final feliz, una vez más.

—¿Otra vez castigado injustamente? —preguntó, negando con desaprobación—. A mí me vas a contar… que hoy he decidido echarle valor, y le he pedido a la alumna más guapa de tercer año si querría bailar conmigo en medio de la cafetería, ¡y me ha rechazado!

Silencio.

—Bromas aparte... —carraspeó el viejo—. No sé de qué te quejas, si sabes de sobra que estás totalmente protegido por mí, ni tu expediente ni tu estancia aquí corren peligro. Esos mamelucos endogámicos amigos de la vicedecana no tienen voz ni voto contra mí y mis colegas del rectorado. Yo dirijo esta facultad y la rectora que dirige la universidad así como la mayor parte de los profesores sabemos valorar a alumnos como tú por sus capacidades, y no por su origen o aspecto. Tú, muchacho —le clavó un dedo en el pecho—, estás destinado a ser un médico sublime que salvará y dará alivio a cientos de personas durante su vida. Y eso es lo único que nos importa. Y por eso tenemos que apoyar a muerte a estudiantes como tú. Como ya hicimos con tu sobrino.

—¿Lex también sufrió discriminación encubierta? —se sorprendió Brey.

—Carajo, ¡pues claro! Así funciona el mundo, mal que nos pese, y aquí sobre todo se analiza mucho el porcentaje racial. Tú al menos eres 50 % japonés, pero Lex es el 25 %, y eso les escocía mucho a la vicedecana y a los profesores como ella cuando veían que estaba entre los mejores alumnos. Ayyy, limoncete, no sabes qué ganas tengo de darle la patada a esa insegura y amargada mujer si no fuera porque es hija de un ricachón con poder.

Brey esbozó una pequeña sonrisa. Sessue siempre hablaba rápido, enérgico, y era muy expresivo, incluso a veces soltaba cosas inapropiadas sin vergüenza alguna. No podía no pensar en lo mucho que este carácter le recordaba a su hermano. Y a otros varios iris Yami. Este tipo de personalidad era muy típico en ellos. Pero el decano además destacaba por la inteligencia que guardaba detrás de esa apariencia de bufón y por su afán de ayudar a quienes realmente lo merecen. Por eso, Brey estaba convencido de su teoría sobre Sessue.

—¡Bueno, coco amarillo, necesito que me cuentes! —exclamó el viejo de repente—. Tus pollitos son tan diferentes el uno del otro… ¿Cómo haces para que se lleven tan bien? ¿Cuál es el secreto? Porque yo no consigo que mis mellizos se lleven bien. ¡Y ya tienen 41 años!

—¿Eh? Yo no hago nada. Esos dos se adoran el uno al otro desde que nacieron. Creía que usted tenía gemelas…

—Oh, sí, mis gemelas se llevan de maravilla, ¡pero es que son igualitas en carácter y todo! En cambio, mis mellizos, tanto ella como él, ¡toda la vida peleándose!

—Ah… —Brey frunció el ceño—. No sabía que tenía más hijos.

—Tengo diez —le corrigió felizmente.

—Ah… —Brey se quedó patidifuso—. Hostia…

—Síp.

—¿Y me pide consejo a mí? No sé qué decirle.

—Eres la única persona que conozco que tiene mellizos de diferente sexo y personalidad. ¡Me gustaría que los míos se llevaran mejor antes de hacerse viejos! Qué suerte tienes, Saehara. Nadie tiene control sobre cómo saldrán los hijos… Gracias a Dios que Clover y Daisuke nacieron sanos y con buen corazón, ¿eh? ¡Ay, caramba! —brincó al ver la hora en el reloj de su muñeca—. Me tengo que ir. Hoy es el 62 cumpleaños de mi mujer y la he invitado a comer a su restaurante favorito. Con suerte —se arrimó a él en confidencia y le susurró—, acabaremos yendo a por el undécimo, ¿eh? —le guiñó el ojo exageradamente, dándole un par de codazos, y se fue marchando por el camino de la arboleda—. ¡Esta noche mojo! —alzó los brazos con determinación.

Brey necesitó un par de minutos para recuperarse, una vez más, de la extravagancia y la energía del decano. ¿Diez hijos? Por alguna razón, no le sorprendía en absoluto. Pero lo que había dicho le hizo pensar. Realmente Brey era afortunado de que Clover y Daisuke hubieran nacido con buena salud, teniendo en cuenta que Yue nunca la tuvo. Quizá por eso Yue se empeñó en hacer muchos esfuerzos por llevar un embarazo lo más saludable posible. Se esforzó por comer lo suficiente aunque su cuerpo no tuviera apetito. Se esforzó por ejercitarse a pesar de que su cuerpo débil se resistía. Se aisló de aires contaminados, de meterse por calles bulliciosas, de las noticias sobre tragedias en el mundo, de todo lo que fuera estresante… Yue no hizo más que sacrificar su cuerpo y su vida por gestar a los bebés más sanos y fuertes del mundo.

Brey se preguntaba, teniendo en cuenta que el espíritu de Yue debería estar en la Dimensión Yang, si ella podía ver o saber desde allí, de algún modo, que sí, que lo había conseguido. Que lo que ella deseaba se hizo realidad. Brey se cambiaría por ella mil veces. Pero no podía. Así que lo único que podía hacer era estarle a Yue eternamente agradecido.

Sacó los cascos de su iPod y se los puso, pero antes de encender la música, vio a su amigo Lenny un poco más allá, en el monumento del patio, que era una rara pieza de arte moderno hecha de bronce. Estaba con la menudita Cho, los hermanastros Ruri y Juugo, y Eliam también. Ruri y Cho estaban entretenidas mirando una revista de moda, mientras que el paliducho de Juugo estaba, como siempre, ahí de pie sin hacer nada ni destacar en nada, pareciendo una estatua más del monumento. Al lado, Eliam estaba conversando con Lenny, el cual, al ver a Brey, le hizo señas con la mano para que viniera.

—Raijin —lo llamó Lenny, con una cara llena de indignación, señalando a Eliam—. Jones dice que se quiere ir a Argentina.

Brey frunció el ceño y miró a Eliam, el cual agachó la mirada.

—¿De vacaciones? —preguntó el rubio.

—No —contestó Lenny antes que nadie, indignándose más—. Nos abandona, Raijin.

—¿Eliam? —saltó Brey, acercándose a él y clavándole la mirada—. Explícame eso tan irracional.

—No es que abandone, Rai —suspiró este amargamente—. Es sólo... que desde hace unos días estoy pensando en regresarme a mi país.

—Este es tu país —repuso, y Lenny asintió firmemente, cruzándose de brazos.

—Heh... —casi rio—. Es cierto que vivo aquí desde hace muchos años, pero sólo porque mi hermano estaba destinado a vivir aquí tras convertirse en iris. Si vine aquí con él en vez de quedarme en Argentina con mi abuela materna es porque... no quería dejarlo solo. Entonces yo creía que debía quedarme con Drasik porque era pequeño, porque mi deber como hermano mayor era cuidarlo. Creía que me necesitaba, dado que la muerte de mis padres le afectó mucho y eso… Sin embargo, acabo de darme cuenta de que nunca me necesitó. Ya los tenía a ustedes, y los sigue teniendo.

—Eliam… —intervino Brey.

—Yo aquí jamás pinté nada, Raijin —prosiguió—. Hace poco que me di cuenta de ello. Yo nunca quise venirme a vivir aquí, nunca quise salir de Argentina. Aquí he sido feliz, sí, pero siempre extrañé mi país. Vine aquí por Drasik, pero en vano. Fui un estúpido.

A partir de ahí se formó un silencio.

—¿Puedo pegarle? —preguntó Cho, dándose con el puño en la palma con gesto hosco.

—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó Brey, acercándose más a Eliam—. ¿Os habéis peleado o qué? ¿Qué te ha dicho ese idiota de Drasik? Se ha vuelto a comportar como un mamón contigo, ¿verdad? Ese descerebrado cada vez tiene más comportamientos que no son propios de él… —caviló con suspicacia para sí mismo, mirando a un lado—. Empieza a preocuparme…

Eliam sonrió y cerró los ojos, negando con la cabeza. Se levantó del bordillo del monumento, indicando que se marchaba.

—Es igual, Raijin, olvidalo. Son cosas mías.

Se fue alejando hacia el aparcamiento mientras se ponía el casco de la moto.

—Lo único que quiero y siempre quise es que a Drasik no le faltase de nada y viviera bien. Lo que no quiero es ser un estorbo en su vida. Además —se detuvo un momento, sin volverse—, cuando él nació, mis padres ya estaban divorciados y vivimos cada uno con uno de nuestros padres. Empezamos viviendo separados, tal vez eso nunca debió haber cambiado.

Cuando se perdió de vista, los cinco amigos cruzaron varias miradas de incomodidad e incomprensión.

—No puede hablar en serio —protestó Ruri, mascando su chicle con el que llevaba dos horas.

—Dejadlo, sólo está deprimido, se le pasará —dijo Lenny—. ¿Va a preferir vivir con su abuela antes que con su hermano?

—La cuestión es quién lo trata mejor —apuntó Brey—. En serio, ese idiota de Drasik lleva comportándose muy raro últimamente. Algo le pasa. Voy a tener que vigilarlo todavía más de cerca.

Los otros cuatro no dijeron nada más, esperando que a Eliam se le pasase el bajón y cambiara de idea. El argentino había sido para ellos un amigo muy querido desde hacía años. Eliam tenía una simpatía natural que atraía a los demás, pero además tenía algo que escaseaba mucho hoy en día, que es saber alejarse de las banalidades comunes y centrar la vida en lo que importaba. Todos los amigos que había tenido, cuando habían tenido alguno de los miles de problemas más típicos en el ámbito social, laboral o familiar, siempre acudían a hablar con él, y él sabía qué decirles, para hacerles darse cuenta de que lo que ellos veían como un problema, en realidad era una tontería, o bien, era solucionable.

Eliam mató a un hombre cuando tenía 6 años. Tuvo que hacerlo. Si no lo hubiese hecho, aquel hombre habría matado a su hermano pequeño. El trágico día en que unos malnacidos vinieron a su casa, asesinaron a sus padres y Drasik, al presenciarlo, se convirtió en iris con 3 años, Eliam hizo lo posible por sobrevivir y proteger a su hermano cuando aquellos tipos fueron a buscarlos a ellos también para darles el mismo fin. Obviamente, aquello lo dejó marcado. Pero, por fortuna, no en el mal sentido. Eliam no se convirtió en iris porque no vio con sus ojos la muerte de sus padres, pero Alvion igualmente tuvo que darle un tratamiento, una ayuda, para evitar que un acto así trastornara a un inocente niño de 6 años. Y fue muy efectivo.

Desde entonces, Eliam sabía cómo ver la vida. Sabía cómo interpretar los errores que él u otras personas podían cometer, tanto si eran errores tontos, errores con malicia, o errores inevitables por culpa de una situación estresante. De ahí, sabía a qué errores darles importancia y a cuáles no, algo que la inmensa mayoría de la gente no sabía hacer. Su paciencia, ante todos los problemas que la vida u otras personas pudieran presentarle, era inquebrantable. Y esa fortaleza era la que muchas personas buscaban en él.

—¡Nooo! —gritó Ruri de repente, dándoles un susto a todos.

La joven, con su peinado estrafalario típico de los años 80 con un pañuelo de colores atado a la cabeza, estaba contando monedas en su mano y se le había caído una de 500 yenes, que se fue rodando más allá del monumento, hacia la pequeña carretera del patio, yendo a parar bajo un coche aparcado junto a la acera.

—¡Mis pobres ingresos para poder comprarme más chicles! ¡Aah! ¡Sujétame esto! —le estampó a Brey en el pecho la revista de moda que estaba leyendo antes con Cho, quizá con demasiada fuerza.

Brey reprimió un gemido de dolor. Ruri se fue corriendo hasta aquel coche, se agachó frente a uno de sus lados y con una mano lo fue levantando para llegar hasta la monedita.

—¡Ruri! ¿¡Pero qué haces!? —se escandalizó su medio hermano, mirando con apuro los alrededores—. ¿¡Quieres que te vean!?

—¡Calla, muermo, sabes que necesito mis chicles para no volver a fumar! ¡Te recuerdo que dejé el tabaco porque tú me lo rogaste!

—¡Que tú te preocupes por tu propia salud también debería ser tu principal motivo!

—¡No te oigo darle la brasa a Brey también!

—¡Brey es un iris, no le afecta!

Mientras esos dos seguían discutiendo a distancia, uno desde el monumento y la otra allá en la acera levantando un coche por un lateral, Brey, Lenny y Cho procuraron no decir ni una sola palabra, incluso evitaron hacer movimientos bruscos. Cuando esos dos se ponían a discutir, era mejor no intervenir ni distraerlos, porque si alguien lo hacía, ese alguien acababa siendo atrapado en la discusión sin poder salir.

Sin embargo, de la nada comenzaron a notar una subida de la temperatura a su alrededor. Hacía un buen día, pero seguían en invierno, eso era raro.

—Qué calor hace de repente… —se sorprendió Cho, abanicándose con la mano.

Cuando se dieron cuenta, todos se dieron la vuelta y se encontraron con Lao ahí de pie junto a ellos tan pancho, con su elegante traje de trabajo y su abrigo de tela gris, y las manos en los bolsillos. Su presencia ahí les chocó un poco, así que nadie dijo nada, se quedaron en suspense, sobre todo porque el viejo tenía una cara demasiado seria.

—Hola, Lenny, Cho, hermanastros.

—¡El…! —lloró Cho.

—¡El padre del jefe...! —lloró Lenny.

—¡Jefeee...! —lloraron y se abrazaron con emoción, Ruri incluida, que abandonó la moneda y vino corriendo—. Padre del jefeee...

—¿Qué hay? —les preguntó Lao.

—Pues aquí —contestaron.

—Mm. ¿Os interesa volver a trabajar para la KRS?

—Ya estaba usted tardando.

—Pues hala —concluyó Lao, dando media vuelta para marcharse.

—¿Qué? ¿Eso es todo? —brincó Lenny—. ¡Vamos, señor Lao, no sea así! Después de tanto tiempo…

—Hahh… Sí, disculpadme —suspiró el viejo, pellizcándose el entrecejo—. Esta semana está siendo muy larga y agotadora, han sucedido más cosas en siete días que en los últimos siete años.

—¡Ya le dijimos a Raijin lo felices que nos hacía oír que Fuujin ha vuelto a la Asociación! —celebró Cho.

—Y eso fue hace ya semana y media, ¿cuánto más pensaba tardar en volver a reclutarnos? —reprochó Lenny, pero sonriendo—. ¿Ha estado ocupado los últimos días reclutando a otros almaati, quizá?

—¡Hah! Chico, sabes bien que vosotros cuatro ibais a ser los primeros almaati de la lista —sonrió Lao—. Es un placer y un alivio volver a contar con vuestro servicio.

—Recuerde que dejamos la KRS porque Fuujin nos insistió mucho, diciendo que no quería que más humanos corrieran peligro por las amenazas desconocidas que acechaban a su familia en aquel entonces. No porque quisiéramos —le dijo Cho. 

—¿Dudaba usted que fuéramos a negarnos a volver? —dijo Juugo.

—Claro que no, os conozco bien —agradeció Lao, dándoles unas palmadas en el hombro, y miró a Brey—. ¿Qué tal van las cosas por casa, Brey? Espero que estés cuidando bien de mi nieta.

El rubio volvió a confundir otra vez las palabras de Lao, porque por un instante pensó que se refería a Mei Ling, y por eso se quedó un poco cohibido y ligeramente sonrojado. Pero luego cayó en la cuenta de que se refería a Cleven, lo que sería más lógico.

—Ah… Claro que cuido bien de ella. Le proporciono alimento nutritivo y saludable, atiendo sus necesidades médicas y emocionales, le impongo cierta disciplina para mantener una convivencia sana en cuanto a horarios y tareas domésticas compartidas, la ayudo a veces con sus estudios…

—Pero lo más importante de todo… —le interrumpió el viejo, posándole una mano en el hombro y mirándolo fijamente con sus intensos ojos negros—. No la matarás de aburrimiento, ¿verdad?

Lenny y los otros se rieron, y Brey puso una mueca molesta.

—¡Ahahah! Es broma, es broma… —se rio Lao, dándole palmaditas—. Eres tan serio y metódico como tu padre, chaval. Sé que sabes cuidar de una humana a la perfección porque ya tienes cinco años de experiencia con otros dos chiquititos, pero quiero saber si Cleven está teniendo una vida divertida y feliz. Ya sabes. Si vuelve a tener motivos para sonreír cada día.

Brey entendió lo que quería decir.

—Hm… —gruñó, mirando a un lado—. Puedes estar tranquilo, la pelmaza de tu nieta se pasa los días carcajeando por cosas estúpidas, sonriendo como una boba hacia las esquinas del techo, haciéndome burla y aliándose con mis hijos para hacerme la vida imposible.

—Hm… —sonrió Lao, con una mirada más cálida—. Parece que era cierto. Ella necesitaba cambiar de vida tras siete años viviendo en una nube gris de luto y monotonía. La Cleven que me describes es lo más parecido a la Cleven feliz del pasado. Así que es feliz contigo. Y tú con ella. La muerte de Katya os afectó de la misma forma a los dos. Celebro que estar ahora viviendo juntos os haya devuelto algo de luz a vuestras vidas.

Brey no dijo nada, pero le sorprendía ver que Lao, en sus palabras, estaba expresando lo orgulloso que estaba de él y agradecido por haber hecho posible que Cleven volviera a ser feliz.

—Tus padres estarían orgullosos, tanto de ti como de ella —añadió el viejo.

—Lao… esto es raro —lo frenó Brey, sintiéndose algo incómodo y vergonzoso por sus halagos, sentimientos que podía generar por sí mismo de forma natural cuando se trataba de temas que hablaban de los únicos seres queridos que le hacían sentir como un humano, sus padres, sus hermanos, sus hijos y Cleven—. ¿Por qué de repente te pones tan sentimental? ¿Ha ocurrido algo? —preguntó preocupado.

Lao se sorprendió un poco, pero lo disimuló enseguida. Era cierto. Estaba siendo algo descuidado, poniéndose ahora hablar de estas cosas. Y es que no había podido evitarlo. Hace unas horas había estado conversando con Hana sobre los iris, el majin, las energías Yin y Yang… Y el tema de Izan había salido a la luz antes, con Neuval. Lao no lo había hecho ver, pero estaba preocupado por el grave y serio asunto de Izan. Desde que Neuval le contó hace unos días que el propio Kyo había sido atacado por él… A Lao le consternaba, y le afligía, saber que, después de todo, después de siete años, Izan había sucumbido. Y se preguntaba si Hideki y Emiliya, sus viejos y mejores amigos de toda una vida, allá en la Dimensión Yang, se habrían enterado de algún modo de esta triste noticia.

Pero por eso, no había podido evitar fijarse ahora en Brey. El hijo menor de sus viejos amigos había acabado, pese a todas las desgracias, convirtiéndose en lo contrario a Izan, en un iris admirable que cuidaba de todos como un buen Guardián. Y como un buen padre. Y un buen tío. Mirar a Brey era como mirar, casi literalmente, una luz esperanzadora para una familia que había sufrido demasiado.

Lao pensó que Brey no estaba preparado para escuchar sobre lo de Izan. No quería preocuparlo, no ahora.

—¿Es que no puedo elogiar a mi Guardián de vez en cuando por su buen trabajo? —replicó Lao entonces, poniendo un tono de burla—. ¡Jajaja…! ¿Ves lo que te decía, muchacho? Serio, eres muy serio, jajaja… —se rio escandalosamente mientras le daba más fuertes palmadas en el hombro.

—Ay… —sufrió Brey, pues el viejo no calculaba su inmensa fuerza.

—Pero bueno, pese a todo eres un buen chic-…

De pronto Lao se quedó mudo y no terminó la frase. Acababa de fijarse en lo que Brey sujetaba contra su pecho. Era la revista de moda que Ruri antes le había dado cuando fue a buscar su moneda. Brey frunció el ceño, confuso, preguntándose por qué el viejo se había quedado tan quieto y con esos ojos negros estáticos que no parpadeaban apuntando a esa revista.

Resultaba ser una revista de lencería femenina elegante, bastante popular en Japón por los preciosos conjuntos y piezas que mostraban, pero, sobre todo, por sus bellísimas modelos. Y es que en la portada de esta revista había dos mujeres, una mostrando un sencillo y cómodo conjunto de dos piezas típico para el día a día, y otra mostrando un precioso conjunto de encaje de varias piezas. La modelo que llevaba este último era tan hermosa que todos los hombres y todas las mujeres homosexuales de Japón soñaban con ella desde que empezó a salir en esta revista.

Cuando Brey vio que a Lao se le estaba hinchando una vena que iba desde su frente hasta su cuello, que las puntas de su cabello blanco se estaban prendiendo de fuego y que su cara se estaba poniendo roja de furia, al chico se le ocurrió comprobar la portada de esa revista que sujetaba, encontrándose con el bello rostro de Mei Ling posando grácilmente con ese conjunto.

Ahí, la cara de Brey se coloreó entera de rojo, hasta las orejas. Una imagen así de Mei Ling, sin previo aviso, era letalmente… efectiva. Cuando volvió a mirar a Lao, temió por su vida, comprendiendo perfectamente la situación.

—¿Qué haces con eso? —gruñó Lao, empezando a levantar las manos con los dedos arqueados y a echar fuego por los ojos.

—¡No…! ¡Esto…! ¡No es mía, no es mía! —Brey se cagó de miedo, sujetando la revista con dos deditos y separándola de él como si fuera un adolescente al que la policía había pillado con una lata de cerveza.

—¿Sueles comprarte esa revista cada semana? —siguió interrogando Lao, con ese semblante de loco temible, acercándose lentamente—. ¿Cuántas tienes ya? ¿Las coleccionas? Dudo que a ti te interese comprarte ropa interior femenina. ¿Es porque a veces sale Mei Ling posando? ¿Fantaseas con ella? Dime qué haces con estas revistas, desgraciado…

—¡Que no es mía! —lloró Brey.

—¡Jajaja! ¡Por una vez esa excusa es cierta, señor Lao! —se rio Ruri, yendo a recuperar su revista de las manos de un tembloroso Brey—. La revista es mía, estábamos Cho y yo mirando conjuntos sexis.

Las llamas de fuego que brotaban de algunas partes del cuerpo de Lao se apagaron por fin y el viejo se calmó un poco, pero no dejaba de clavarle una mirada inquisitiva al rubio, que se había quedado ahí tieso como una estatua y seguía con la cara roja.

—Pero no se les puede culpar, señor Lao, hasta yo me quedo deslumbrada con la belleza de Mei, yo que soy hetero —comentó Ruri despreocupadamente, y miró a Lenny y a Juugo, mostrándoles la portada de la revista—. ¿A que sí, chicos?

Lenny y Juugo pegaron un brinco del susto cuando el viejo Lao dirigió su mirada asesina ahora hacia ellos dos.

—¿Qué? ¿Qué revista? ¿De qué me hablas? —preguntó Lenny, mirando hacia el cielo.

—¿Mei Ling? ¿Qué es eso? —dijo Juugo, nervioso, mirando hacia el otro lado del campus.

—Ruri —la llamó Lao con una voz tan severa que los tres chicos presentes dieron un bote—. Aleja esa revista de la vista de todos los hombres.

—A la orden —hizo el saludo del soldado, golpeando su frente con la revista enrollada.

—Y que esto sea una advertencia, Brey —le apuntó con un dedo—. Cuida de mi nieta, y mantén tus manos alejadas de mi otra nieta.

—¿Por qué iría yo a acercar mis manos…?

—O arderás en el infierno —concluyó Lao de forma tan sombría que los chicos casi pudieron vislumbrar el aura de fuego que lo rodeaba.

Brey se quedó mudo y ya no se atrevió a moverse, ni a parpadear. Lo mismo con Juugo y Lenny, que estaban sudando y sufriendo en silencio, porque ellos tenían alguna que otra revista en donde aparecía Mei Ling.

—Bueeeno, chavales, un placer —sonrió Lao de repente, adoptando una actitud completamente diferente—. Estoy ansioso por volver a trabajar juntos. Hasta la vista —se despidió y se marchó de allí.

—¡Genial! Ya tenía ganas de volver a tener un poco de acción —celebró Ruri felizmente.

—Me vendrá de lujo volver a ganar algo de pasta con la Asociación —celebró Cho también—. Quiero comprarme unos nuevos puños americanos con los que zurrar a criminales.

Lenny, Juugo y Brey seguían recuperando el aliento.


* * * *


Un policía novato con aire enérgico anduvo por los pasillos de la comisaría con una memoria USB en la mano. Acababa de salir del Departamento de Investigación por fin con los resultados que había pedido su jefe. No había sido fácil captar una imagen más o menos clara de ese vídeo, ya que todo estaba oscuro y borroso, tal como una cámara de vigilancia de baja calidad podía ofrecer. Pero era una mejora.

Al llegar ante la puerta del despacho del jefe de la Policía, se detuvo, tomó aire y llamó. Una voz le indicó que pasara y lo hizo.

—Señor, no hemos podido llegar a más, pero tal vez sea suficiente para tener alguna pista.

—Prepáralo —le ordenó Hatori.

El policía asintió rápidamente y se dirigió al rincón del despacho donde se situaban dos ordenadores de pantallas planas. Mientras encendía los aparatos, Hatori, sentado tras su amplio escritorio plagado de papeles, carpetas y un par de ordenadores, apoyó la cabeza en una mano para seguir ojeando los informes que sostenía en la otra.

Ya era ministro y ya le habían dado trabajo que hacer en el Ministerio. Sin embargo, Hatori se estaba tomando su tiempo para asentarse en su nuevo cargo, porque no quería dejar los asuntos pendientes de su anterior cargo colgando de cualquier entusiasta sin la preparación suficiente y sin el conocimiento suficiente. Porque el asunto pendiente más importante que había dejado como jefe de la Policía, era el caso de la masacre del callejón. Él sabía que había sido Fuujin, o quería creer que había sido Fuujin; en cualquier caso, la caza de ese iris había sido una obsesión para Hatori desde era un novato veinteañero como el que estaba ahí preparando el vídeo.

 En cuanto a elegir quién ocuparía el puesto de jefe de la Policía, Hatori había hablado con el primer ministro y demás altos cargos del Gobierno. Quizá fuera por ser el hijo de Takeshi, o quizá también por el propio respeto que Hatori se había ganado durante diez años de trabajo, pues le habían concedido a él la decisión, confiando en que no había nadie con mejor juicio y criterio que Hatori para saber elegir a un sucesor que al menos se acercara a su nivel.

Norie Saitou era la única que no estaba muy conforme con cómo Hatori estaba llevando esta transición. En primer lugar, debería haber elegido a un nuevo jefe hace ya una semana, y en segundo lugar, debería dejar cualquier caso policial en manos de la policía, y él ocuparse de asuntos mayores del Ministerio. No es que estuviera molesta. Pensaba que ya debía de haber sido duro para Hatori perder a su padre hace un par de semanas y asumir este nuevo cargo tan pronto. Pero a Norie le preocupaba. Quería creer que Hatori estaba siendo insensible para mostrar fortaleza. Eso es algo que vio muchas veces en Takeshi, y con el tiempo, vio cómo acabó consumiéndolo.

Norie había sido la mano derecha de Takeshi en el trabajo del Ministerio, pero jamás supo nada sobre sus actividades fuera el Ministerio, los iris, su proyecto de La Caza, sus contactos secretos con gentes extrañas de otros países… sus intrigantes silencios, cada vez que volvía de unos de sus misteriosos viajes.

Luego estaba el mayor misterio de todos para Norie. La elección de Takeshi. Por supuesto que no había dejado de pensar en ello. Takeshi, antes de morir, habló con ella en privado y le reveló que la iba a elegir a ella como nueva ministra, y al final, en el discurso escrito y el documento oficial y firmado, apareció el nombre de Hatori en vez del suyo. Norie era una mujer tremendamente íntegra y leal al deber, y lo último que quería hacer era dudar, sospechar o tener malos pensamientos sobre Hatori, siendo el hijo de la persona que ella más admiró en su vida, y siendo un hombre igual o más íntegro que ella, demostrado con creces.

Pero no podía evitar sentir que algo no estaba bien, que algo no encajaba. Desde el funeral de Takeshi el lunes de la semana pasada hasta ahora, Norie tenía algo claro. Siempre supo que Takeshi tenía muchos secretos, cuya privacidad siempre respetó, pero ahora, intuía que había un secreto, uno en particular, que Hatori había retomado y que mantenía vivo. Y que, tal vez, directa o indirectamente, pudiera tener relación con la pieza que no encajaba sobre la muerte de Takeshi.

Así que, Norie quería quitarse esta sensación de incomodidad y había decidido que quería saber, de un vez por todas, qué demonios pasaba. Por eso, hace unos días, le pidió a Hatori que aceptara su servicio y colaboración en ese caso secreto que lo tenía tan ocupado.

Hatori todavía se lo estaba pensando. Unos podrían pensar que él a Norie no le daría ni los buenos días porque había sido la elegida de su padre y la envidiaba, pero… Hatori, a pesar de ser humano, estaba por encima de esas emociones humanas infantiles. Para él, lo único que tenía importancia en el mundo, era la utilidad de las cosas. Las cosas y las personas, cualesquiera que fuesen, que sirvieran para el fin que más importaba: convertir el mundo en un lugar de paz y orden absolutos. No importaba lo mal que se llevara con algún compañero, lo mucho que odiara a un criminal o la repulsión que le provocara un lugar, arma u objeto, con tal de que le fuera de utilidad para llegar hasta la basura y limpiar el mundo de las cosas y los seres que no deberían existir.

Por eso, lo más seguro, es que Hatori acabaría accediendo a la petición de Norie.


Hizo una pausa y cogió otro informe escrito por su padre. «Iris apodado Kajin-san. Actividades registradas en regiones del sur de China y en Japón» leyó. «Según aquí, se sabe que lleva siendo un iris desde hace unos cincuenta años o más, así que ahora debe de tratarse de un hombre de elevada edad, en torno a los cincuenta o sesenta y pico. Hm...» frunció el ceño, leyendo más abajo.

«Kajin-san junto con un Denjin-san y una Shokubutsujin-san, eran tres de los iris sobre los que Takeshi puso más interés, y la mayoría de sus actividades se concentraban en Japón. Pero… el Den y la Shokubutsu dejaron de aparecer en los informes de Takeshi hace 16 años. Él sospechó que probablemente este par de iris murió. Pero siguió persiguiendo las pistas de ese Kajin-san. Aun así… el apodo de Fuujin comenzó a oírse por encima del resto precisamente desde hace 16 años. No obstante, hace 7 años, de repente la actividad de Fuujin se apagó. Fuujin y Kajin-san han sido los más famosos que han andado por aquí, ¿tendrán ambos alguna relación, más allá de ser iris de esa misma infame Asociación? En fin». Dejó los papeles sobre la mesa y se apoyó contra el respaldo de la silla.

«Lo que ahora sé es que Fuujin ha vuelto y ya de primeras me ha tocado las narices matando a ese grupo de criminales el otro día. La única testigo… una señora que estaba tirando la basura al final de la calle y oyó los ruidos… dijo que vio salir del callejón “una fiera del inframundo hecha de sombras con una luz blanca en uno de sus ojos”. La primera mitad de la descripción debe de tratarse de una exageración. Esa señora estaba a cien metros de distancia, estaba oscuro, y seguramente lo que vio fue las ropas oscuras de Fuujin agitándose con el aire mientras huía del lugar. Lo que queda claro… es que vio su ojo de luz. De luz blanca. Cualquier Fuu la tiene, pero, ¿quién sino iba a ser el autor de una masacre de doce criminales a la vez, en cuestión de escasos minutos, y con una brutalidad tan poderosa?».

—Señor, ya está —le dijo el otro agente.

Hatori se puso en pie y se dirigió hacia las pantallas. El otro comenzó a reproducir el vídeo y mostró la escena de apenas tres minutos del asesinato múltiple en aquel callejón, en blanco y negro y sin sonido, lo que ambos ya habían visto. Otro de los inconvenientes, es que el presunto Fuujin no aparecía todo el rato dentro del encuadre, solamente de vez en cuando y durante escasos segundos conforme se movía de una víctima a otra. Aun así, el agente capturó cuatro imágenes, las únicas donde se veía a Fuujin dentro del encuadre de la pantalla, más o menos con un ángulo parcial de su cara. Los técnicos, además, habían reducido bastante el ruido.

Ahora Hatori tenía unas pocas imágenes menos borrosas que antes, un poco más limpias y claras. No esperaba nada mejor, la verdad, pues poca cosa se podía hacer normalmente con cámaras baratas de seguridad.

—Sé que todavía apenas se le puede distinguir la cara, pero…

—No importa —dijo Hatori, cruzado de brazos, dándose golpecitos con su pluma estilográfica en la barbilla; sus ojos azules estaban más afilados que nunca, estáticos, en ese rostro aún difuso y de lado—. Algo es algo.

El joven agente se relajó al oírle decir eso. Pensó que Hatori se enfadaría por no haber logrado algo mejor. La gente que apenas lo conocía un poco o no lo conocían más que desde la distancia solía pensar así de él. No se les podía culpar. La primera impresión que Hatori causaba era esa, la de ser un hombre severo que no toleraba ni perdonaba los errores o la debilidad. La verdad es que él podía llegar a ser así, pero sólo cuando era necesario. Si había algo que Hatori odiaba, aparte de todo aquello que alterase la paz, la ley y el orden, era perder el tiempo con emociones innecesarias o palabras innecesarias.

—No se le distinguen bien los rasgos, pero aun así… a veces una borrosa visión del conjunto desde la distancia es más clara que una visión cercana de cada detalle… —murmuraba, y dio varios pasos hacia atrás, para mirar esas imágenes más de lejos.

De repente sonó el teléfono de su mesa, rompiendo el silencio, y Hatori se dirigió a él. Sin apartar la vista de la pantalla, le dio a un botón para descolgar en altavoz.

—Hatori Nonomiya.

—"Hola, Hatori" —dijo la voz de una mujer—. "¿Estás ocupado?"

El otro policía frunció el ceño al ver que a Hatori no parecía importarle que oyese una conversación con un familiar.

—La verdad es que sí —contestó el ministro—. Este teléfono no es para ocio, ¿sabes?

—"Si cogieras tu móvil, verías mis seis llamadas perdidas, no me has dejado opción. ¿Puedo pedirte un favor o no?"

—¿Se trata de Evie?

—"Sí."

—Entonces di.

—"Vale, Iori y yo vamos a estar muy ocupados por trabajo el fin de semana. No estaremos en casa. Evie se quedará sola y…"

—Ya, ya.

"Tiene planes el sábado al mediodía, irá a comer con amigos por ahí en compañía de los padres de uno de ellos, y luego irán al Cine Toho. Terminarán sobre las 6. ¿La podrás recoger?"

—Mm, hm —respondió.

—"Me ha pedido que te diga si se puede llevar a un amigo."

—Un… Perdón, ¿qué has dicho? —Hatori apartó la vista al fin de la pantalla y miró el teléfono con sorpresa.

—"Sí, Evie me ha dicho que tienen que hacer un trabajo del colegio muy importante y entregarlo el lunes que viene, sobre la granja escuela que han tenido. No te preocupes. Se llama Yenkis, es un buen amigo suyo además de vecino nuestro. Suelen compartir a veces los trabajos escolares. No te dará problemas, es un chico educado."

—Vale, vale, está bien —suspiró—. Ministro, policía y canguro, feliz vida...

—"Por favor, no te olvides de decirle a Evie que coja su jarabe, que está con tos. Y oblígala a tomárselo antes de la cena, si hace falta átala a una silla."

—Lo tendré en cuenta.

Colgaron la llamada y todo volvió a quedarse en silencio. De pronto, Hatori se acercó de nuevo a la pantalla y la miró fijamente.

—Lo sabía… —murmuró.

—¿Señor? —preguntó el otro.

—Lo cierto... es que... —titubeó, y deslizó los dedos sobre la pantalla lentamente—. Esta cara me resulta familiar.

—¿En serio? ¿Recuerda haberla visto antes?

—Sí —contestó, volviendo a enderezarse—. Mi memoria fotográfica no es perfecta, pero... A ver, ¿dónde la he visto antes?

A partir de ahí, Hatori empezó a andar de un lado a otro del despacho, acariciándose su barbilla perfectamente afeitada, muy concentrado. El policía se sentó en una silla y cinco minutos después Hatori se paró.

—¿Sí? —se entusiasmó el otro.

—No. Sigo sin estar del todo seguro. Pero sé que es reciente.

—Señor, a saber con cuántas caras se ha cruzado recientemente.

—Hmm... —suspiró por la nariz, y se dio unos toquecitos más en la frente con su pluma—. Consígueme todas las grabaciones de las cámaras de seguridad del aeropuerto de Narita.

—¿De qué día, señor? —preguntó, poniéndose en pie de un salto.

—Del día que estuve allí con el asunto de los traficantes, ¿de cuál sino? Si todavía cabe la duda, di que es del día en que una nube de cocaína invadió el aeropuerto.

—Enseguida —asintió, saliendo velozmente del despacho.









23.
Incómodo

La mañana del jueves no sólo estaba transcurriendo con una agradecida normalidad para Hana, Lao y Neuval, sino también para el resto. Si para Cleven la normalidad era sudar a mares y sufrir en mitad de un examen, claro. Había que decir que, gracias a la ayuda de Kyo, que la noche del martes pasado la ayudó a estudiar para ese examen, lo estaba haciendo mucho mejor de lo esperado. También, tenía mucho que ver su nueva motivación. Ella no le prometió a su padre esforzarse más sólo para contentarlo; ella realmente quería demostrárselo a sí misma.

Además, este examen iba a ser ayer, pero Denzel se ausentó por la aparición de Link y Owen y lo aplazó a hoy. Por supuesto, estar en un aula haciendo un examen a sus alumnos era el último lugar en el que Denzel quería estar ahora, porque, evidentemente, tenía mejores y más importantes cosas que hacer. Pero esto también tenía su importancia. Su trabajo humano, su identidad humana, los necesitaba mantener intactos y no levantar sospechas en ese otro enemigo que siempre estaba al acecho, el Gobierno, concretamente, Hatori y el puñado de agentes que sabían sobre la caza de iris.

Al menos, durante un par de horas, Denzel podía estar ahí cumpliendo su deber humano. Pero estaba atento al móvil. Esa mañana, Link, Owen y Naminé habían vuelto a salir a las calles a buscar alguna nueva pista sobre el paradero del resto de sus hermanos. Ya habían aprendido a usar lo básico del teléfono móvil, y cómo funcionaban las cosas en las calles. En cuanto a tener cuidado y la discreción, ya habían entrenado desde pequeños.

Puede que estuviera ansioso y con toda la atención centrada en su móvil encima de su mesa, pero a Denzel difícilmente se le escapaban los clásicos comportamientos de los alumnos humanos.

—La fórmula de la energía cinética, ¡la fórmula! —decía Cleven en voz baja, desesperada.

—¿Qué? —preguntó Raven, con su pupitre separado a una distancia de ella.

—¡La fórmula de la EC! ¡Eee Ceee! —repitió Cleven, intentando ser discreta mientras hacía gestos con los brazos para formar las dos letras, cual cheerleader.

—Un medio por la masa por la velocidad al cuadrado —dijo Denzel en voz alta, mirando a Cleven.

La joven pegó un bote en su pupitre y se puso tensa y roja.

—Aunque no sé para qué la quieres, si lo que pregunto es el calor específico, CE —añadió el hombre.

El silencio de la clase se interrumpió por varias risas, y la mayoría levantó la mirada de sus exámenes sólo para ver la cara avergonzada de Cleven.

—¡Ah! Hehehe... —se rio Cleven inocentemente—. Menudo despiste...

—Hehehe, menudo suspenso —se rio Denzel, levantando el boli rojo sobre su lista—. ¡Bam!

—¡Nooo! —Cleven se levantó de golpe, empujando el pupitre, y este se chocó con la silla de Drasik, que estaba delante.

—¡Burra! —protestó Drasik, que sin querer había hecho un rayajo en su hoja de examen y en todo el resto del pupitre, y poco le faltó para pintar al de delante.

—Bueno, bueno —puso calma Denzel—. Lo pasaré por alto, dado que no has conseguido la respuesta que buscabas, ¡por tonta!

—Gracias... —sollozó Cleven, juntando las palmas de las manos y volviendo a sentarse—. Gracias...

—Te lo ha perdonado, pero se ríe de ti —le comentó Nakuru en voz baja, que se sentaba cerca de ella.

«Sí que está animado, Denzel» pensó Kyo, mientras todo volvía a quedarse en silencio y todos seguían con el examen. Sin embargo, veía que el hombre estaba cada dos por tres echándole un ojo al móvil impacientemente.

La verdad es que Kyo llevaba desde ayer con un pequeño pensamiento que no se le iba de la cabeza. Podía sentirlo. Era su iris, en su natural funcionamiento de estar siempre al tanto de los detalles, datos y percepciones, intentando decirle algo. Desde que descubrió ayer por la mañana el caso de Denzel y del misterioso salto en el tiempo que habían dado sus hijos, por alguna razón que todavía no había podido descifrar, se le venían a la mente aquel par de eventos que vivió en la primera y segunda semana de curso.

Kyo ya se lo explicó a su madre, que algunos profesores y el director Suzuki terminaron regañándolo “por tener peleas callejeras con otros chicos”, cuando lo que sucedió realmente es que Kyo fue a socorrer a una niña extraña del acoso de varios chavales en las inmediaciones del instituto, enfrentándose a ellos para ahuyentarlos, como era su deber de iris.

La primera vez que sucedió, encontró a un grupo de cinco chavales, con el uniforme de otro instituto, conocidos por ser típicos alumnos problemáticos, metiéndose con una niña más joven, quizá de 11 o 12 años, que tenía un raro aspecto. Kyo intervino esa vez alzando la voz, y enseguida los chavales se dispersaron y la niña salió corriendo.

La segunda vez, días más tarde, encontró el mismo panorama, pero esa vez los chicos estaban tirándole del pelo a la niña, o tratando de quitarle el gorro que cubría su cabeza hasta los ojos, o empujándola. Entonces, Kyo volvió a intervenir, esta vez llegando a las manos, ya que los otros chicos se envalentonaron, pero no duraron mucho. Kyo tenía el doble de masa muscular que todos ellos y acabó dándoles un buen escarmiento, para que no volvieran una tercera vez por ahí. Y en el momento de ayudar a la niña a levantarse del suelo, esta reaccionó de manera hostil y se marchó.

Ahora, Kyo se preguntaba, ¿qué demonios hacía esa niña en aquel rincón de la calle junto al instituto, primero un día y a la semana siguiente de nuevo ahí? Si tuvo la mala suerte de cruzarse con unos abusones la primera vez, ¿por qué días después volvió al mismo sitio, sabiendo que esos chavales pasaban por ahí todos los días para tomar el metro, sufriendo la misma suerte? El iris de Kyo le hacía imaginar que aquella niña, quien además no llevaba ningún uniforme y solamente ropa normal de calle y por tanto no pertenecía a ningún instituto del distrito, quien además siempre estaba sola y evitaba al resto de la gente a toda costa, tal vez estaba merodeando por los alrededores del instituto porque esperaba a alguien, o para vigilar a alguien.

Sea lo que fuese, Kyo hasta ahora había estado considerando ambos sucesos como algo de lo más normal y típico en una ciudad con típica gente de instituto. Ahora, tenía este pensamiento incómodo de que había algo más sobre aquella niña.


* * * *


Para Brey, también estaba siendo una mañana normal. De hecho, una de las más repetitivas desde que empezó la universidad.

—Le recuerdo, señor Saehara, que está en segundo año de carrera —le decía la vicedecana de la facultad de Medicina—, y ya ha acumulado cinco quejas de los profesores.

Él, sentado al otro lado de la mesa de aquel despacho, de brazos cruzados, simplemente miraba a la mujer en sumo silencio, y con una expresión de hartazgo y aburrimiento que no hacía más que crisparla más.

—Y siempre por lo mismo. O se queda dormido en medio de una clase, o tiene la impertinencia de corregir a un profesor cuando usted cree que está enseñando algo mal. Dígame, ¿se cree usted por encima de los docentes de esta universidad de prestigio?

Brey siguió mirándola en silencio. Parpadeó una vez, con lentitud.

—Esa arrogancia no le va a servir de nada, muchacho. A lo mejor se cree usted con privilegios sólo por el hecho de sacar buenas notas en los exámenes y en las prácticas. Tener uno de los mejores expedientes en la carrera de Medicina no le da derecho a mostrar una actitud infantil. Sé por qué se duerme —le apuntó con un dedo prejuicioso—. Todos los alumnos que se duermen en las clases es por la misma razón. Vaya usted pensando en dejar de pasarse todos los días de fiesta en fiesta hasta la madrugada, bebiendo alcohol hasta emborracharse, sólo porque acaba usted de cumplir la edad legal de beber. Y no se le vuelva a ocurrir corregir a un profesor que está explicando perfectamente lo que tiene que explicar.

A pesar de la firmeza de sus palabras, la voz de la vicedecana iba sonando cada vez más nerviosa. Y es que ese silencio y esa mirada congelante de Brey la estaba intimidando cada vez más. Sinceramente, Brey no lo estaba haciendo aposta. Esa era su cara cuando estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantener los párpados abiertos y no caer dormido. Porque en lo que respecta a lo que la mujer le estaba diciendo, ya ni le importaba. Se había encontrado ya tantas veces en esta situación, que ya no se molestaba en responder, defenderse o discutir en vano.

Por supuesto que la vicedecana estaba muy equivocada. Ignoraba por completo la verdadera razón por la que Brey dormía tan poco, porque nunca se había molestado en preguntarle o leer su expediente, y daba por sentado que era el típico veinteañero fiestero e irresponsable. Si ya el solo hecho de hacer la carrera de Medicina destruía bastantes horas de ocio y de sueño del estudiante, si a eso se le sumaba la responsabilidad de ser padre soltero y huérfano –sin siquiera unos padres que le pudieran dar una ayuda económica ni de crianza–, y además de eso estaba su trabajo de iris… lo que era sorprendente es que Brey siguiera respirando. Pero quizá esa era la ventaja de no ser humano.

La queja por parte de otros profesores de la que la vicedecana estaba hablando, hacía parecer que provenía de todos los doce profesores que Brey había tenido en dos años, pero en realidad venía de tres en concreto que casualmente pertenecían al mismo “círculo de favorecidos” de la vicedecana. Como pasaba en todas las instituciones, empresas y organismos del mundo –menos en la Asociación, en el Tomonari y en Hoteitsuba–, siempre existía dentro de ellos un sector corrupto, un grupo de caraduras y déspotas que desgraciadamente ocupaban puestos de poder y era muy difícil eliminarlos.

En el caso de la vicedecana y de esos tres profesores quejicas, eran todos de la típica corriente ultraconservadora que discriminaba a aquellos que eran extranjeros, mucho más si eran mestizos, y a los que eran de clases bajas. A Brey le tenían manía por no ser completamente japonés, pero, especialmente, porque les carcomía que fuera un alumno tan brillante. Dos de esos profesores se quejaban de que se durmiera en sus clases, pero el otro profesor se la tenía jurada cuando en una clase Brey hizo un mejor diagnóstico que él sobre el caso de un paciente con una enfermedad rara.

Había que tener cuidado con corregir a un profesor delante de todos sus alumnos. Podía hacer mucho daño a la reputación del profesor y no todos merecían perder la confianza de sus alumnos o pasar por esa humillación, ya que se trataba de corregir a alguien en algo que era su especialidad y que había trabajado mucho por lograr. Una equivocación la podía tener cualquiera, y Brey, como iris, tenía todos estos detalles muy en cuenta a la hora de perjudicarle a un humano su vida, su reputación, su profesión o su estado mental. Por eso, Brey tuvo la enorme consideración de corregir a aquel profesor en privado, ofreciéndole la oportunidad de decirles a sus alumnos al día siguiente “me equivoqué en esta explicación de ayer, pero ahora os voy a dar la explicación correcta”, y así el resto de alumnos no se enteraba de que había sido corregido por otro alumno y el profesor no tenía que pasar por esa vergüenza, demostrando ser, de hecho, muy profesional.

Pues de nada sirvió. No había nadie más mirándolos ni escuchándolos cuando Brey habló con él en privado y le señaló su error, y aun así el profesor eligió ofenderse muchísimo, enfadarse con Brey y rebajarle la nota.

—¿Qué pasa? ¿No va usted a decir nada? ¿Eh? —empezó a alterarse la vicedecana, pero el callamiento de Brey la estaba asustando al mismo tiempo.

El rubio volvió parpadear lentamente.

—No va usted a salir de aquí hasta que no presente al menos unas disculpas.

—De acuerdo —habló el chico por fin, poniéndose recto en la silla.

La vicedecana se sobresaltó un poco cuando él por fin emitió sonido y movimiento.

—Tiene usted razón, presentaré mis disculpas —dijo Brey con tono educado.

—¿Bueno? ¡Pues adelante! Soy toda oídos.

Brey carraspeó, cerró los ojos y se llevó la mano al pecho.

Ty mozhesh' sosat' moi krasivyye belokuryye yaichki —pronunció solemnemente. (= Puedes chuparme mis hermosas pelotas rubias.)

La mujer se quedó unos segundos en suspense.

—¿Qué? ¿Qué ha sido eso?

—Mis disculpas.

—¿En qué idioma…?

—Es un dicho muy bonito en mi cultura rusa. Es una frase que expresa sumo arrepentimiento, y sumo respeto hacia la persona agraviada. Puede usted aceptar esas disculpas expresadas en el idioma de mi difunta madre, quien también se dedicó a la Medicina en este país durante muchos años, ¿verdad? —la miró con cara triste—. Mi mitad japonesa no podría expresarlo tan bien.

La vicedecana volvió a quedarse unos segundos muda, muy confusa, y descolocada. Y también acorralada. Si le exigía a Brey repetir las disculpas en idioma japonés, él podía acusarla de estar violando la política de no discriminación de la universidad y la metería en problemas.

—Ah… pues… Bien —carraspeó la mujer, volviendo a ponerse severa—. Acepto sus disculpas, joven. Pero estas no le volverán a servir la próxima vez que un profesor lo mande de nuevo a mi despacho.

Brey se levantó de la silla, cogiendo su mochila y echándosela al hombro. Se despidió de ella con una inclinación y salió del despacho sin más, volviendo a tener esa cara de gran hartazgo y cansancio.

Las amenazas de la vicedecana así como sus círculos xenófobos y clasistas no le preocupaban lo más mínimo. Para Brey sería realmente horrible si le suspendían una asignatura o le echaban de la facultad sólo porque había déspotas injustos en el poder que le tenían manía, pero eso nunca le iba a pasar, porque estaba plenamente protegido bajo el ala de Sessue Miura, el decano, con el cual se topó al salir por la puerta del edificio.

—¡Hey, hey! ¿Qué passsa? —lo saludó el viejo decano, levantando los pulgares y poniendo un tono rapero.

El decano era un señor cargando ya sesenta y pico años de vida, algo bajito y pelo entrecano, cara arrugada pero risueña, y siempre aparecía con un traje nuevo, impecable y lujoso. Pero lo que más destacaba de él era que mentalmente parecía seguir teniendo 15 años. Al contrario que la vicedecana, él había llegado a un cargo tan alto en el mundo de la docencia por sus propios logros y no por influencias y contactos, y era el tipo de humano por el que un iris como Brey podía sentirse orgulloso.

De hecho, Brey llevaba tiempo sospechando que Sessue podría ser un ex-iris. Pero no tenía forma de saberlo, ya que, aparte de que en ese caso ni el propio Sessue lo recordaría, ya que se les borraba la memoria a los iris que decidían volver a ser humanos, la Asociación siempre guardaba privacidad sobre los ex-iris, obviamente para protegerlos.

El rubio se detuvo frente a él, guardando un silencio frío.

—Uh... —se estremeció el viejo—. Vaya frío polar que desprendes, coco amarillo.

—Hm... —suspiró Brey, calmándose—. Lo siento, decano, este día no ha tenido un final feliz, una vez más.

—¿Otra vez castigado injustamente? —preguntó, negando con desaprobación—. A mí me vas a contar… que hoy he decidido echarle valor, y le he pedido a la alumna más guapa de tercer año si querría bailar conmigo en medio de la cafetería, ¡y me ha rechazado!

Silencio.

—Bromas aparte... —carraspeó el viejo—. No sé de qué te quejas, si sabes de sobra que estás totalmente protegido por mí, ni tu expediente ni tu estancia aquí corren peligro. Esos mamelucos endogámicos amigos de la vicedecana no tienen voz ni voto contra mí y mis colegas del rectorado. Yo dirijo esta facultad y la rectora que dirige la universidad así como la mayor parte de los profesores sabemos valorar a alumnos como tú por sus capacidades, y no por su origen o aspecto. Tú, muchacho —le clavó un dedo en el pecho—, estás destinado a ser un médico sublime que salvará y dará alivio a cientos de personas durante su vida. Y eso es lo único que nos importa. Y por eso tenemos que apoyar a muerte a estudiantes como tú. Como ya hicimos con tu sobrino.

—¿Lex también sufrió discriminación encubierta? —se sorprendió Brey.

—Carajo, ¡pues claro! Así funciona el mundo, mal que nos pese, y aquí sobre todo se analiza mucho el porcentaje racial. Tú al menos eres 50 % japonés, pero Lex es el 25 %, y eso les escocía mucho a la vicedecana y a los profesores como ella cuando veían que estaba entre los mejores alumnos. Ayyy, limoncete, no sabes qué ganas tengo de darle la patada a esa insegura y amargada mujer si no fuera porque es hija de un ricachón con poder.

Brey esbozó una pequeña sonrisa. Sessue siempre hablaba rápido, enérgico, y era muy expresivo, incluso a veces soltaba cosas inapropiadas sin vergüenza alguna. No podía no pensar en lo mucho que este carácter le recordaba a su hermano. Y a otros varios iris Yami. Este tipo de personalidad era muy típico en ellos. Pero el decano además destacaba por la inteligencia que guardaba detrás de esa apariencia de bufón y por su afán de ayudar a quienes realmente lo merecen. Por eso, Brey estaba convencido de su teoría sobre Sessue.

—¡Bueno, coco amarillo, necesito que me cuentes! —exclamó el viejo de repente—. Tus pollitos son tan diferentes el uno del otro… ¿Cómo haces para que se lleven tan bien? ¿Cuál es el secreto? Porque yo no consigo que mis mellizos se lleven bien. ¡Y ya tienen 41 años!

—¿Eh? Yo no hago nada. Esos dos se adoran el uno al otro desde que nacieron. Creía que usted tenía gemelas…

—Oh, sí, mis gemelas se llevan de maravilla, ¡pero es que son igualitas en carácter y todo! En cambio, mis mellizos, tanto ella como él, ¡toda la vida peleándose!

—Ah… —Brey frunció el ceño—. No sabía que tenía más hijos.

—Tengo diez —le corrigió felizmente.

—Ah… —Brey se quedó patidifuso—. Hostia…

—Síp.

—¿Y me pide consejo a mí? No sé qué decirle.

—Eres la única persona que conozco que tiene mellizos de diferente sexo y personalidad. ¡Me gustaría que los míos se llevaran mejor antes de hacerse viejos! Qué suerte tienes, Saehara. Nadie tiene control sobre cómo saldrán los hijos… Gracias a Dios que Clover y Daisuke nacieron sanos y con buen corazón, ¿eh? ¡Ay, caramba! —brincó al ver la hora en el reloj de su muñeca—. Me tengo que ir. Hoy es el 62 cumpleaños de mi mujer y la he invitado a comer a su restaurante favorito. Con suerte —se arrimó a él en confidencia y le susurró—, acabaremos yendo a por el undécimo, ¿eh? —le guiñó el ojo exageradamente, dándole un par de codazos, y se fue marchando por el camino de la arboleda—. ¡Esta noche mojo! —alzó los brazos con determinación.

Brey necesitó un par de minutos para recuperarse, una vez más, de la extravagancia y la energía del decano. ¿Diez hijos? Por alguna razón, no le sorprendía en absoluto. Pero lo que había dicho le hizo pensar. Realmente Brey era afortunado de que Clover y Daisuke hubieran nacido con buena salud, teniendo en cuenta que Yue nunca la tuvo. Quizá por eso Yue se empeñó en hacer muchos esfuerzos por llevar un embarazo lo más saludable posible. Se esforzó por comer lo suficiente aunque su cuerpo no tuviera apetito. Se esforzó por ejercitarse a pesar de que su cuerpo débil se resistía. Se aisló de aires contaminados, de meterse por calles bulliciosas, de las noticias sobre tragedias en el mundo, de todo lo que fuera estresante… Yue no hizo más que sacrificar su cuerpo y su vida por gestar a los bebés más sanos y fuertes del mundo.

Brey se preguntaba, teniendo en cuenta que el espíritu de Yue debería estar en la Dimensión Yang, si ella podía ver o saber desde allí, de algún modo, que sí, que lo había conseguido. Que lo que ella deseaba se hizo realidad. Brey se cambiaría por ella mil veces. Pero no podía. Así que lo único que podía hacer era estarle a Yue eternamente agradecido.

Sacó los cascos de su iPod y se los puso, pero antes de encender la música, vio a su amigo Lenny un poco más allá, en el monumento del patio, que era una rara pieza de arte moderno hecha de bronce. Estaba con la menudita Cho, los hermanastros Ruri y Juugo, y Eliam también. Ruri y Cho estaban entretenidas mirando una revista de moda, mientras que el paliducho de Juugo estaba, como siempre, ahí de pie sin hacer nada ni destacar en nada, pareciendo una estatua más del monumento. Al lado, Eliam estaba conversando con Lenny, el cual, al ver a Brey, le hizo señas con la mano para que viniera.

—Raijin —lo llamó Lenny, con una cara llena de indignación, señalando a Eliam—. Jones dice que se quiere ir a Argentina.

Brey frunció el ceño y miró a Eliam, el cual agachó la mirada.

—¿De vacaciones? —preguntó el rubio.

—No —contestó Lenny antes que nadie, indignándose más—. Nos abandona, Raijin.

—¿Eliam? —saltó Brey, acercándose a él y clavándole la mirada—. Explícame eso tan irracional.

—No es que abandone, Rai —suspiró este amargamente—. Es sólo... que desde hace unos días estoy pensando en regresarme a mi país.

—Este es tu país —repuso, y Lenny asintió firmemente, cruzándose de brazos.

—Heh... —casi rio—. Es cierto que vivo aquí desde hace muchos años, pero sólo porque mi hermano estaba destinado a vivir aquí tras convertirse en iris. Si vine aquí con él en vez de quedarme en Argentina con mi abuela materna es porque... no quería dejarlo solo. Entonces yo creía que debía quedarme con Drasik porque era pequeño, porque mi deber como hermano mayor era cuidarlo. Creía que me necesitaba, dado que la muerte de mis padres le afectó mucho y eso… Sin embargo, acabo de darme cuenta de que nunca me necesitó. Ya los tenía a ustedes, y los sigue teniendo.

—Eliam… —intervino Brey.

—Yo aquí jamás pinté nada, Raijin —prosiguió—. Hace poco que me di cuenta de ello. Yo nunca quise venirme a vivir aquí, nunca quise salir de Argentina. Aquí he sido feliz, sí, pero siempre extrañé mi país. Vine aquí por Drasik, pero en vano. Fui un estúpido.

A partir de ahí se formó un silencio.

—¿Puedo pegarle? —preguntó Cho, dándose con el puño en la palma con gesto hosco.

—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó Brey, acercándose más a Eliam—. ¿Os habéis peleado o qué? ¿Qué te ha dicho ese idiota de Drasik? Se ha vuelto a comportar como un mamón contigo, ¿verdad? Ese descerebrado cada vez tiene más comportamientos que no son propios de él… —caviló con suspicacia para sí mismo, mirando a un lado—. Empieza a preocuparme…

Eliam sonrió y cerró los ojos, negando con la cabeza. Se levantó del bordillo del monumento, indicando que se marchaba.

—Es igual, Raijin, olvidalo. Son cosas mías.

Se fue alejando hacia el aparcamiento mientras se ponía el casco de la moto.

—Lo único que quiero y siempre quise es que a Drasik no le faltase de nada y viviera bien. Lo que no quiero es ser un estorbo en su vida. Además —se detuvo un momento, sin volverse—, cuando él nació, mis padres ya estaban divorciados y vivimos cada uno con uno de nuestros padres. Empezamos viviendo separados, tal vez eso nunca debió haber cambiado.

Cuando se perdió de vista, los cinco amigos cruzaron varias miradas de incomodidad e incomprensión.

—No puede hablar en serio —protestó Ruri, mascando su chicle con el que llevaba dos horas.

—Dejadlo, sólo está deprimido, se le pasará —dijo Lenny—. ¿Va a preferir vivir con su abuela antes que con su hermano?

—La cuestión es quién lo trata mejor —apuntó Brey—. En serio, ese idiota de Drasik lleva comportándose muy raro últimamente. Algo le pasa. Voy a tener que vigilarlo todavía más de cerca.

Los otros cuatro no dijeron nada más, esperando que a Eliam se le pasase el bajón y cambiara de idea. El argentino había sido para ellos un amigo muy querido desde hacía años. Eliam tenía una simpatía natural que atraía a los demás, pero además tenía algo que escaseaba mucho hoy en día, que es saber alejarse de las banalidades comunes y centrar la vida en lo que importaba. Todos los amigos que había tenido, cuando habían tenido alguno de los miles de problemas más típicos en el ámbito social, laboral o familiar, siempre acudían a hablar con él, y él sabía qué decirles, para hacerles darse cuenta de que lo que ellos veían como un problema, en realidad era una tontería, o bien, era solucionable.

Eliam mató a un hombre cuando tenía 6 años. Tuvo que hacerlo. Si no lo hubiese hecho, aquel hombre habría matado a su hermano pequeño. El trágico día en que unos malnacidos vinieron a su casa, asesinaron a sus padres y Drasik, al presenciarlo, se convirtió en iris con 3 años, Eliam hizo lo posible por sobrevivir y proteger a su hermano cuando aquellos tipos fueron a buscarlos a ellos también para darles el mismo fin. Obviamente, aquello lo dejó marcado. Pero, por fortuna, no en el mal sentido. Eliam no se convirtió en iris porque no vio con sus ojos la muerte de sus padres, pero Alvion igualmente tuvo que darle un tratamiento, una ayuda, para evitar que un acto así trastornara a un inocente niño de 6 años. Y fue muy efectivo.

Desde entonces, Eliam sabía cómo ver la vida. Sabía cómo interpretar los errores que él u otras personas podían cometer, tanto si eran errores tontos, errores con malicia, o errores inevitables por culpa de una situación estresante. De ahí, sabía a qué errores darles importancia y a cuáles no, algo que la inmensa mayoría de la gente no sabía hacer. Su paciencia, ante todos los problemas que la vida u otras personas pudieran presentarle, era inquebrantable. Y esa fortaleza era la que muchas personas buscaban en él.

—¡Nooo! —gritó Ruri de repente, dándoles un susto a todos.

La joven, con su peinado estrafalario típico de los años 80 con un pañuelo de colores atado a la cabeza, estaba contando monedas en su mano y se le había caído una de 500 yenes, que se fue rodando más allá del monumento, hacia la pequeña carretera del patio, yendo a parar bajo un coche aparcado junto a la acera.

—¡Mis pobres ingresos para poder comprarme más chicles! ¡Aah! ¡Sujétame esto! —le estampó a Brey en el pecho la revista de moda que estaba leyendo antes con Cho, quizá con demasiada fuerza.

Brey reprimió un gemido de dolor. Ruri se fue corriendo hasta aquel coche, se agachó frente a uno de sus lados y con una mano lo fue levantando para llegar hasta la monedita.

—¡Ruri! ¿¡Pero qué haces!? —se escandalizó su medio hermano, mirando con apuro los alrededores—. ¿¡Quieres que te vean!?

—¡Calla, muermo, sabes que necesito mis chicles para no volver a fumar! ¡Te recuerdo que dejé el tabaco porque tú me lo rogaste!

—¡Que tú te preocupes por tu propia salud también debería ser tu principal motivo!

—¡No te oigo darle la brasa a Brey también!

—¡Brey es un iris, no le afecta!

Mientras esos dos seguían discutiendo a distancia, uno desde el monumento y la otra allá en la acera levantando un coche por un lateral, Brey, Lenny y Cho procuraron no decir ni una sola palabra, incluso evitaron hacer movimientos bruscos. Cuando esos dos se ponían a discutir, era mejor no intervenir ni distraerlos, porque si alguien lo hacía, ese alguien acababa siendo atrapado en la discusión sin poder salir.

Sin embargo, de la nada comenzaron a notar una subida de la temperatura a su alrededor. Hacía un buen día, pero seguían en invierno, eso era raro.

—Qué calor hace de repente… —se sorprendió Cho, abanicándose con la mano.

Cuando se dieron cuenta, todos se dieron la vuelta y se encontraron con Lao ahí de pie junto a ellos tan pancho, con su elegante traje de trabajo y su abrigo de tela gris, y las manos en los bolsillos. Su presencia ahí les chocó un poco, así que nadie dijo nada, se quedaron en suspense, sobre todo porque el viejo tenía una cara demasiado seria.

—Hola, Lenny, Cho, hermanastros.

—¡El…! —lloró Cho.

—¡El padre del jefe...! —lloró Lenny.

—¡Jefeee...! —lloraron y se abrazaron con emoción, Ruri incluida, que abandonó la moneda y vino corriendo—. Padre del jefeee...

—¿Qué hay? —les preguntó Lao.

—Pues aquí —contestaron.

—Mm. ¿Os interesa volver a trabajar para la KRS?

—Ya estaba usted tardando.

—Pues hala —concluyó Lao, dando media vuelta para marcharse.

—¿Qué? ¿Eso es todo? —brincó Lenny—. ¡Vamos, señor Lao, no sea así! Después de tanto tiempo…

—Hahh… Sí, disculpadme —suspiró el viejo, pellizcándose el entrecejo—. Esta semana está siendo muy larga y agotadora, han sucedido más cosas en siete días que en los últimos siete años.

—¡Ya le dijimos a Raijin lo felices que nos hacía oír que Fuujin ha vuelto a la Asociación! —celebró Cho.

—Y eso fue hace ya semana y media, ¿cuánto más pensaba tardar en volver a reclutarnos? —reprochó Lenny, pero sonriendo—. ¿Ha estado ocupado los últimos días reclutando a otros almaati, quizá?

—¡Hah! Chico, sabes bien que vosotros cuatro ibais a ser los primeros almaati de la lista —sonrió Lao—. Es un placer y un alivio volver a contar con vuestro servicio.

—Recuerde que dejamos la KRS porque Fuujin nos insistió mucho, diciendo que no quería que más humanos corrieran peligro por las amenazas desconocidas que acechaban a su familia en aquel entonces. No porque quisiéramos —le dijo Cho. 

—¿Dudaba usted que fuéramos a negarnos a volver? —dijo Juugo.

—Claro que no, os conozco bien —agradeció Lao, dándoles unas palmadas en el hombro, y miró a Brey—. ¿Qué tal van las cosas por casa, Brey? Espero que estés cuidando bien de mi nieta.

El rubio volvió a confundir otra vez las palabras de Lao, porque por un instante pensó que se refería a Mei Ling, y por eso se quedó un poco cohibido y ligeramente sonrojado. Pero luego cayó en la cuenta de que se refería a Cleven, lo que sería más lógico.

—Ah… Claro que cuido bien de ella. Le proporciono alimento nutritivo y saludable, atiendo sus necesidades médicas y emocionales, le impongo cierta disciplina para mantener una convivencia sana en cuanto a horarios y tareas domésticas compartidas, la ayudo a veces con sus estudios…

—Pero lo más importante de todo… —le interrumpió el viejo, posándole una mano en el hombro y mirándolo fijamente con sus intensos ojos negros—. No la matarás de aburrimiento, ¿verdad?

Lenny y los otros se rieron, y Brey puso una mueca molesta.

—¡Ahahah! Es broma, es broma… —se rio Lao, dándole palmaditas—. Eres tan serio y metódico como tu padre, chaval. Sé que sabes cuidar de una humana a la perfección porque ya tienes cinco años de experiencia con otros dos chiquititos, pero quiero saber si Cleven está teniendo una vida divertida y feliz. Ya sabes. Si vuelve a tener motivos para sonreír cada día.

Brey entendió lo que quería decir.

—Hm… —gruñó, mirando a un lado—. Puedes estar tranquilo, la pelmaza de tu nieta se pasa los días carcajeando por cosas estúpidas, sonriendo como una boba hacia las esquinas del techo, haciéndome burla y aliándose con mis hijos para hacerme la vida imposible.

—Hm… —sonrió Lao, con una mirada más cálida—. Parece que era cierto. Ella necesitaba cambiar de vida tras siete años viviendo en una nube gris de luto y monotonía. La Cleven que me describes es lo más parecido a la Cleven feliz del pasado. Así que es feliz contigo. Y tú con ella. La muerte de Katya os afectó de la misma forma a los dos. Celebro que estar ahora viviendo juntos os haya devuelto algo de luz a vuestras vidas.

Brey no dijo nada, pero le sorprendía ver que Lao, en sus palabras, estaba expresando lo orgulloso que estaba de él y agradecido por haber hecho posible que Cleven volviera a ser feliz.

—Tus padres estarían orgullosos, tanto de ti como de ella —añadió el viejo.

—Lao… esto es raro —lo frenó Brey, sintiéndose algo incómodo y vergonzoso por sus halagos, sentimientos que podía generar por sí mismo de forma natural cuando se trataba de temas que hablaban de los únicos seres queridos que le hacían sentir como un humano, sus padres, sus hermanos, sus hijos y Cleven—. ¿Por qué de repente te pones tan sentimental? ¿Ha ocurrido algo? —preguntó preocupado.

Lao se sorprendió un poco, pero lo disimuló enseguida. Era cierto. Estaba siendo algo descuidado, poniéndose ahora hablar de estas cosas. Y es que no había podido evitarlo. Hace unas horas había estado conversando con Hana sobre los iris, el majin, las energías Yin y Yang… Y el tema de Izan había salido a la luz antes, con Neuval. Lao no lo había hecho ver, pero estaba preocupado por el grave y serio asunto de Izan. Desde que Neuval le contó hace unos días que el propio Kyo había sido atacado por él… A Lao le consternaba, y le afligía, saber que, después de todo, después de siete años, Izan había sucumbido. Y se preguntaba si Hideki y Emiliya, sus viejos y mejores amigos de toda una vida, allá en la Dimensión Yang, se habrían enterado de algún modo de esta triste noticia.

Pero por eso, no había podido evitar fijarse ahora en Brey. El hijo menor de sus viejos amigos había acabado, pese a todas las desgracias, convirtiéndose en lo contrario a Izan, en un iris admirable que cuidaba de todos como un buen Guardián. Y como un buen padre. Y un buen tío. Mirar a Brey era como mirar, casi literalmente, una luz esperanzadora para una familia que había sufrido demasiado.

Lao pensó que Brey no estaba preparado para escuchar sobre lo de Izan. No quería preocuparlo, no ahora.

—¿Es que no puedo elogiar a mi Guardián de vez en cuando por su buen trabajo? —replicó Lao entonces, poniendo un tono de burla—. ¡Jajaja…! ¿Ves lo que te decía, muchacho? Serio, eres muy serio, jajaja… —se rio escandalosamente mientras le daba más fuertes palmadas en el hombro.

—Ay… —sufrió Brey, pues el viejo no calculaba su inmensa fuerza.

—Pero bueno, pese a todo eres un buen chic-…

De pronto Lao se quedó mudo y no terminó la frase. Acababa de fijarse en lo que Brey sujetaba contra su pecho. Era la revista de moda que Ruri antes le había dado cuando fue a buscar su moneda. Brey frunció el ceño, confuso, preguntándose por qué el viejo se había quedado tan quieto y con esos ojos negros estáticos que no parpadeaban apuntando a esa revista.

Resultaba ser una revista de lencería femenina elegante, bastante popular en Japón por los preciosos conjuntos y piezas que mostraban, pero, sobre todo, por sus bellísimas modelos. Y es que en la portada de esta revista había dos mujeres, una mostrando un sencillo y cómodo conjunto de dos piezas típico para el día a día, y otra mostrando un precioso conjunto de encaje de varias piezas. La modelo que llevaba este último era tan hermosa que todos los hombres y todas las mujeres homosexuales de Japón soñaban con ella desde que empezó a salir en esta revista.

Cuando Brey vio que a Lao se le estaba hinchando una vena que iba desde su frente hasta su cuello, que las puntas de su cabello blanco se estaban prendiendo de fuego y que su cara se estaba poniendo roja de furia, al chico se le ocurrió comprobar la portada de esa revista que sujetaba, encontrándose con el bello rostro de Mei Ling posando grácilmente con ese conjunto.

Ahí, la cara de Brey se coloreó entera de rojo, hasta las orejas. Una imagen así de Mei Ling, sin previo aviso, era letalmente… efectiva. Cuando volvió a mirar a Lao, temió por su vida, comprendiendo perfectamente la situación.

—¿Qué haces con eso? —gruñó Lao, empezando a levantar las manos con los dedos arqueados y a echar fuego por los ojos.

—¡No…! ¡Esto…! ¡No es mía, no es mía! —Brey se cagó de miedo, sujetando la revista con dos deditos y separándola de él como si fuera un adolescente al que la policía había pillado con una lata de cerveza.

—¿Sueles comprarte esa revista cada semana? —siguió interrogando Lao, con ese semblante de loco temible, acercándose lentamente—. ¿Cuántas tienes ya? ¿Las coleccionas? Dudo que a ti te interese comprarte ropa interior femenina. ¿Es porque a veces sale Mei Ling posando? ¿Fantaseas con ella? Dime qué haces con estas revistas, desgraciado…

—¡Que no es mía! —lloró Brey.

—¡Jajaja! ¡Por una vez esa excusa es cierta, señor Lao! —se rio Ruri, yendo a recuperar su revista de las manos de un tembloroso Brey—. La revista es mía, estábamos Cho y yo mirando conjuntos sexis.

Las llamas de fuego que brotaban de algunas partes del cuerpo de Lao se apagaron por fin y el viejo se calmó un poco, pero no dejaba de clavarle una mirada inquisitiva al rubio, que se había quedado ahí tieso como una estatua y seguía con la cara roja.

—Pero no se les puede culpar, señor Lao, hasta yo me quedo deslumbrada con la belleza de Mei, yo que soy hetero —comentó Ruri despreocupadamente, y miró a Lenny y a Juugo, mostrándoles la portada de la revista—. ¿A que sí, chicos?

Lenny y Juugo pegaron un brinco del susto cuando el viejo Lao dirigió su mirada asesina ahora hacia ellos dos.

—¿Qué? ¿Qué revista? ¿De qué me hablas? —preguntó Lenny, mirando hacia el cielo.

—¿Mei Ling? ¿Qué es eso? —dijo Juugo, nervioso, mirando hacia el otro lado del campus.

—Ruri —la llamó Lao con una voz tan severa que los tres chicos presentes dieron un bote—. Aleja esa revista de la vista de todos los hombres.

—A la orden —hizo el saludo del soldado, golpeando su frente con la revista enrollada.

—Y que esto sea una advertencia, Brey —le apuntó con un dedo—. Cuida de mi nieta, y mantén tus manos alejadas de mi otra nieta.

—¿Por qué iría yo a acercar mis manos…?

—O arderás en el infierno —concluyó Lao de forma tan sombría que los chicos casi pudieron vislumbrar el aura de fuego que lo rodeaba.

Brey se quedó mudo y ya no se atrevió a moverse, ni a parpadear. Lo mismo con Juugo y Lenny, que estaban sudando y sufriendo en silencio, porque ellos tenían alguna que otra revista en donde aparecía Mei Ling.

—Bueeeno, chavales, un placer —sonrió Lao de repente, adoptando una actitud completamente diferente—. Estoy ansioso por volver a trabajar juntos. Hasta la vista —se despidió y se marchó de allí.

—¡Genial! Ya tenía ganas de volver a tener un poco de acción —celebró Ruri felizmente.

—Me vendrá de lujo volver a ganar algo de pasta con la Asociación —celebró Cho también—. Quiero comprarme unos nuevos puños americanos con los que zurrar a criminales.

Lenny, Juugo y Brey seguían recuperando el aliento.


* * * *


Un policía novato con aire enérgico anduvo por los pasillos de la comisaría con una memoria USB en la mano. Acababa de salir del Departamento de Investigación por fin con los resultados que había pedido su jefe. No había sido fácil captar una imagen más o menos clara de ese vídeo, ya que todo estaba oscuro y borroso, tal como una cámara de vigilancia de baja calidad podía ofrecer. Pero era una mejora.

Al llegar ante la puerta del despacho del jefe de la Policía, se detuvo, tomó aire y llamó. Una voz le indicó que pasara y lo hizo.

—Señor, no hemos podido llegar a más, pero tal vez sea suficiente para tener alguna pista.

—Prepáralo —le ordenó Hatori.

El policía asintió rápidamente y se dirigió al rincón del despacho donde se situaban dos ordenadores de pantallas planas. Mientras encendía los aparatos, Hatori, sentado tras su amplio escritorio plagado de papeles, carpetas y un par de ordenadores, apoyó la cabeza en una mano para seguir ojeando los informes que sostenía en la otra.

Ya era ministro y ya le habían dado trabajo que hacer en el Ministerio. Sin embargo, Hatori se estaba tomando su tiempo para asentarse en su nuevo cargo, porque no quería dejar los asuntos pendientes de su anterior cargo colgando de cualquier entusiasta sin la preparación suficiente y sin el conocimiento suficiente. Porque el asunto pendiente más importante que había dejado como jefe de la Policía, era el caso de la masacre del callejón. Él sabía que había sido Fuujin, o quería creer que había sido Fuujin; en cualquier caso, la caza de ese iris había sido una obsesión para Hatori desde era un novato veinteañero como el que estaba ahí preparando el vídeo.

 En cuanto a elegir quién ocuparía el puesto de jefe de la Policía, Hatori había hablado con el primer ministro y demás altos cargos del Gobierno. Quizá fuera por ser el hijo de Takeshi, o quizá también por el propio respeto que Hatori se había ganado durante diez años de trabajo, pues le habían concedido a él la decisión, confiando en que no había nadie con mejor juicio y criterio que Hatori para saber elegir a un sucesor que al menos se acercara a su nivel.

Norie Saitou era la única que no estaba muy conforme con cómo Hatori estaba llevando esta transición. En primer lugar, debería haber elegido a un nuevo jefe hace ya una semana, y en segundo lugar, debería dejar cualquier caso policial en manos de la policía, y él ocuparse de asuntos mayores del Ministerio. No es que estuviera molesta. Pensaba que ya debía de haber sido duro para Hatori perder a su padre hace un par de semanas y asumir este nuevo cargo tan pronto. Pero a Norie le preocupaba. Quería creer que Hatori estaba siendo insensible para mostrar fortaleza. Eso es algo que vio muchas veces en Takeshi, y con el tiempo, vio cómo acabó consumiéndolo.

Norie había sido la mano derecha de Takeshi en el trabajo del Ministerio, pero jamás supo nada sobre sus actividades fuera el Ministerio, los iris, su proyecto de La Caza, sus contactos secretos con gentes extrañas de otros países… sus intrigantes silencios, cada vez que volvía de unos de sus misteriosos viajes.

Luego estaba el mayor misterio de todos para Norie. La elección de Takeshi. Por supuesto que no había dejado de pensar en ello. Takeshi, antes de morir, habló con ella en privado y le reveló que la iba a elegir a ella como nueva ministra, y al final, en el discurso escrito y el documento oficial y firmado, apareció el nombre de Hatori en vez del suyo. Norie era una mujer tremendamente íntegra y leal al deber, y lo último que quería hacer era dudar, sospechar o tener malos pensamientos sobre Hatori, siendo el hijo de la persona que ella más admiró en su vida, y siendo un hombre igual o más íntegro que ella, demostrado con creces.

Pero no podía evitar sentir que algo no estaba bien, que algo no encajaba. Desde el funeral de Takeshi el lunes de la semana pasada hasta ahora, Norie tenía algo claro. Siempre supo que Takeshi tenía muchos secretos, cuya privacidad siempre respetó, pero ahora, intuía que había un secreto, uno en particular, que Hatori había retomado y que mantenía vivo. Y que, tal vez, directa o indirectamente, pudiera tener relación con la pieza que no encajaba sobre la muerte de Takeshi.

Así que, Norie quería quitarse esta sensación de incomodidad y había decidido que quería saber, de un vez por todas, qué demonios pasaba. Por eso, hace unos días, le pidió a Hatori que aceptara su servicio y colaboración en ese caso secreto que lo tenía tan ocupado.

Hatori todavía se lo estaba pensando. Unos podrían pensar que él a Norie no le daría ni los buenos días porque había sido la elegida de su padre y la envidiaba, pero… Hatori, a pesar de ser humano, estaba por encima de esas emociones humanas infantiles. Para él, lo único que tenía importancia en el mundo, era la utilidad de las cosas. Las cosas y las personas, cualesquiera que fuesen, que sirvieran para el fin que más importaba: convertir el mundo en un lugar de paz y orden absolutos. No importaba lo mal que se llevara con algún compañero, lo mucho que odiara a un criminal o la repulsión que le provocara un lugar, arma u objeto, con tal de que le fuera de utilidad para llegar hasta la basura y limpiar el mundo de las cosas y los seres que no deberían existir.

Por eso, lo más seguro, es que Hatori acabaría accediendo a la petición de Norie.


Hizo una pausa y cogió otro informe escrito por su padre. «Iris apodado Kajin-san. Actividades registradas en regiones del sur de China y en Japón» leyó. «Según aquí, se sabe que lleva siendo un iris desde hace unos cincuenta años o más, así que ahora debe de tratarse de un hombre de elevada edad, en torno a los cincuenta o sesenta y pico. Hm...» frunció el ceño, leyendo más abajo.

«Kajin-san junto con un Denjin-san y una Shokubutsujin-san, eran tres de los iris sobre los que Takeshi puso más interés, y la mayoría de sus actividades se concentraban en Japón. Pero… el Den y la Shokubutsu dejaron de aparecer en los informes de Takeshi hace 16 años. Él sospechó que probablemente este par de iris murió. Pero siguió persiguiendo las pistas de ese Kajin-san. Aun así… el apodo de Fuujin comenzó a oírse por encima del resto precisamente desde hace 16 años. No obstante, hace 7 años, de repente la actividad de Fuujin se apagó. Fuujin y Kajin-san han sido los más famosos que han andado por aquí, ¿tendrán ambos alguna relación, más allá de ser iris de esa misma infame Asociación? En fin». Dejó los papeles sobre la mesa y se apoyó contra el respaldo de la silla.

«Lo que ahora sé es que Fuujin ha vuelto y ya de primeras me ha tocado las narices matando a ese grupo de criminales el otro día. La única testigo… una señora que estaba tirando la basura al final de la calle y oyó los ruidos… dijo que vio salir del callejón “una fiera del inframundo hecha de sombras con una luz blanca en uno de sus ojos”. La primera mitad de la descripción debe de tratarse de una exageración. Esa señora estaba a cien metros de distancia, estaba oscuro, y seguramente lo que vio fue las ropas oscuras de Fuujin agitándose con el aire mientras huía del lugar. Lo que queda claro… es que vio su ojo de luz. De luz blanca. Cualquier Fuu la tiene, pero, ¿quién sino iba a ser el autor de una masacre de doce criminales a la vez, en cuestión de escasos minutos, y con una brutalidad tan poderosa?».

—Señor, ya está —le dijo el otro agente.

Hatori se puso en pie y se dirigió hacia las pantallas. El otro comenzó a reproducir el vídeo y mostró la escena de apenas tres minutos del asesinato múltiple en aquel callejón, en blanco y negro y sin sonido, lo que ambos ya habían visto. Otro de los inconvenientes, es que el presunto Fuujin no aparecía todo el rato dentro del encuadre, solamente de vez en cuando y durante escasos segundos conforme se movía de una víctima a otra. Aun así, el agente capturó cuatro imágenes, las únicas donde se veía a Fuujin dentro del encuadre de la pantalla, más o menos con un ángulo parcial de su cara. Los técnicos, además, habían reducido bastante el ruido.

Ahora Hatori tenía unas pocas imágenes menos borrosas que antes, un poco más limpias y claras. No esperaba nada mejor, la verdad, pues poca cosa se podía hacer normalmente con cámaras baratas de seguridad.

—Sé que todavía apenas se le puede distinguir la cara, pero…

—No importa —dijo Hatori, cruzado de brazos, dándose golpecitos con su pluma estilográfica en la barbilla; sus ojos azules estaban más afilados que nunca, estáticos, en ese rostro aún difuso y de lado—. Algo es algo.

El joven agente se relajó al oírle decir eso. Pensó que Hatori se enfadaría por no haber logrado algo mejor. La gente que apenas lo conocía un poco o no lo conocían más que desde la distancia solía pensar así de él. No se les podía culpar. La primera impresión que Hatori causaba era esa, la de ser un hombre severo que no toleraba ni perdonaba los errores o la debilidad. La verdad es que él podía llegar a ser así, pero sólo cuando era necesario. Si había algo que Hatori odiaba, aparte de todo aquello que alterase la paz, la ley y el orden, era perder el tiempo con emociones innecesarias o palabras innecesarias.

—No se le distinguen bien los rasgos, pero aun así… a veces una borrosa visión del conjunto desde la distancia es más clara que una visión cercana de cada detalle… —murmuraba, y dio varios pasos hacia atrás, para mirar esas imágenes más de lejos.

De repente sonó el teléfono de su mesa, rompiendo el silencio, y Hatori se dirigió a él. Sin apartar la vista de la pantalla, le dio a un botón para descolgar en altavoz.

—Hatori Nonomiya.

—"Hola, Hatori" —dijo la voz de una mujer—. "¿Estás ocupado?"

El otro policía frunció el ceño al ver que a Hatori no parecía importarle que oyese una conversación con un familiar.

—La verdad es que sí —contestó el ministro—. Este teléfono no es para ocio, ¿sabes?

—"Si cogieras tu móvil, verías mis seis llamadas perdidas, no me has dejado opción. ¿Puedo pedirte un favor o no?"

—¿Se trata de Evie?

—"Sí."

—Entonces di.

—"Vale, Iori y yo vamos a estar muy ocupados por trabajo el fin de semana. No estaremos en casa. Evie se quedará sola y…"

—Ya, ya.

"Tiene planes el sábado al mediodía, irá a comer con amigos por ahí en compañía de los padres de uno de ellos, y luego irán al Cine Toho. Terminarán sobre las 6. ¿La podrás recoger?"

—Mm, hm —respondió.

—"Me ha pedido que te diga si se puede llevar a un amigo."

—Un… Perdón, ¿qué has dicho? —Hatori apartó la vista al fin de la pantalla y miró el teléfono con sorpresa.

—"Sí, Evie me ha dicho que tienen que hacer un trabajo del colegio muy importante y entregarlo el lunes que viene, sobre la granja escuela que han tenido. No te preocupes. Se llama Yenkis, es un buen amigo suyo además de vecino nuestro. Suelen compartir a veces los trabajos escolares. No te dará problemas, es un chico educado."

—Vale, vale, está bien —suspiró—. Ministro, policía y canguro, feliz vida...

—"Por favor, no te olvides de decirle a Evie que coja su jarabe, que está con tos. Y oblígala a tomárselo antes de la cena, si hace falta átala a una silla."

—Lo tendré en cuenta.

Colgaron la llamada y todo volvió a quedarse en silencio. De pronto, Hatori se acercó de nuevo a la pantalla y la miró fijamente.

—Lo sabía… —murmuró.

—¿Señor? —preguntó el otro.

—Lo cierto... es que... —titubeó, y deslizó los dedos sobre la pantalla lentamente—. Esta cara me resulta familiar.

—¿En serio? ¿Recuerda haberla visto antes?

—Sí —contestó, volviendo a enderezarse—. Mi memoria fotográfica no es perfecta, pero... A ver, ¿dónde la he visto antes?

A partir de ahí, Hatori empezó a andar de un lado a otro del despacho, acariciándose su barbilla perfectamente afeitada, muy concentrado. El policía se sentó en una silla y cinco minutos después Hatori se paró.

—¿Sí? —se entusiasmó el otro.

—No. Sigo sin estar del todo seguro. Pero sé que es reciente.

—Señor, a saber con cuántas caras se ha cruzado recientemente.

—Hmm... —suspiró por la nariz, y se dio unos toquecitos más en la frente con su pluma—. Consígueme todas las grabaciones de las cámaras de seguridad del aeropuerto de Narita.

—¿De qué día, señor? —preguntó, poniéndose en pie de un salto.

—Del día que estuve allí con el asunto de los traficantes, ¿de cuál sino? Si todavía cabe la duda, di que es del día en que una nube de cocaína invadió el aeropuerto.

—Enseguida —asintió, saliendo velozmente del despacho.





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