2º LIBRO - Pasado y Presente
Un poco más tarde del mediodía, el autobús que traía a los alumnos de la clase de Yenkis ya había llegado al aparcamiento del colegio Tomonari. Habían estado desde el pasado viernes hasta hoy miércoles en un viaje de granja escuela en la montañosa prefectura de Gunma, a unas tres horas de Tokio, que solían hacer para los niños de primer curso de la secundaria inferior para enseñarles cosas de agricultura y animales de granja.
Yenkis adoraba viajar. Si por él fuera, estaría todos los días de su vida recorriendo el mundo, un lugar diferente cada día. Y, sin embargo, no había disfrutado de este viaje tanto como le hubiera gustado. Lo había pasado bien, pero no se le iban de la cabeza sus recientes descubrimientos: la historia del pasado de su padre y su horrible infancia en las calles, sus actuales planes para destapar la información de los archivos secretos que le robó a su padre del ordenador con su nuevo invento propio, el cubito, y el extraño suceso que vivió hace semana y media, la misma noche del domingo en que Neuval se reunió con su KRS por primera vez en años, que Yenkis salió de casa por la ventana de su habitación, tratando de ir hasta la ventana de Evie pasando por las ramas del árbol del jardín, y acabó cayéndose, solo que el propio aire lo frenó en el último momento, salvándolo de romperse algunos huesos.
Cuando habló con Lex aquella vez sobre su ojo de luz y Yenkis se quejó de para qué le servía haber nacido con ella, Lex ya le insinuó que no se trataba de la luz, sino de lo que venía con ella. Ahora, Yenkis tenía una señal de aquello a lo que su hermano se refería. Después de todo, Yenkis había nacido en el puro desconocimiento, y ahora no estaba haciendo más que raspar la superficie.
Hacía unos minutos que se había bajado del bus y ahora estaba sentado en un banco, en los jardines que rodeaban el aparcamiento detrás del edificio de la escuela. Tenía su maleta de ruedas a un lado, con su equipaje. Delante de él, unos metros más allá, había mucho alboroto de gente, de sus compañeros de clase charlando en el aparcamiento y algunos padres que habían venido a recogerlos parloteando con otros padres y profesores.
Sus amigos no habían parado de llamarlo para que estuviese con ellos, pero Yenkis les había dicho que se había mareado un poco en el viaje y necesitaba sentarse tranquilo un rato. Era mentira, claro. Solamente quería un rato tranquilo para pensar. Solía evitar decirles esto a sus amigos, porque ellos entonces se ponían a preguntarle sin parar en qué tenía que pensar, y para qué necesitaba irse a un lugar tranquilo para hacerlo, y le daban la lata.
Yenkis al menos entendía que ellos no lo entendiesen. A él le había tocado nacer con la misma peculiaridad que su padre. No sólo tenía su mismo aspecto físico, sino también su cerebro. Tenía memoria eidética y su inteligencia era superior a la de los niños de su edad, pero, siendo consciente de esto desde hace algunos años, decidió que no quería hacerlo notar y adaptarse al nivel de los niños de su edad.
Yenkis tenía tremendas inquietudes intelectuales igual que Neuval, pero, a diferencia de él, no le interesaba usar la vía académica para alcanzar ya mismo niveles avanzados en ciencia o el éxito en el campo de la tecnología o la física. Yenkis era mucho más relajado en ese aspecto, y eso le venía de su madre. Él se sentía a gusto yendo al colegio a pesar de que le parecieran soberanamente fáciles todas las materias que estudiaba, relacionarse con los niños de su edad y hacer cosas de niños normales de 12 años, al menos un tercio del tiempo. Otro tercio del tiempo, Yenkis necesitaba explotar sus inquietudes intelectuales, pero prefería hacerlo por su cuenta, fuera del colegio y en solitario. Le gustaba descubrir y pensar las cosas por sí mismo, solo, sin influencia de nadie. Y durante el otro tercio del tiempo, la música era su mayor pasión. Adoraba experimentar con los sonidos. A veces, lo hacía muy al modo iris, usando las matemáticas y la lógica; otras veces, se dejaba llevar por emociones al azar y usaba ritmos y acordes más abstractos.
Igual que le sucedía a su padre, a veces a Yenkis se le acumulaban demasiados pensamientos a la vez en su cabeza y en ocasiones se acababan desordenando o mezclando. Lo curioso es que no podía eliminar ninguno, no podía dejar de pensar en ninguno de ellos. Siempre estaban ahí, en curso, en activo. Y por eso, lo que necesitaba para solucionar ese agobio, era ordenarlos de vez en cuando, para lo cual necesitaba un rato de calma y soledad.
También sus nervios recientes tenían algo que ver. Daiya, su nuevo miembro del grupo de música, le había escrito al móvil diciéndole solamente “ya lo tengo”. Yenkis supo a qué se refería. Lo había estado esperando. Fue Daiya quien le dijo hace un par de semanas que él tenía el programa capaz de abrir los archivos secretos de su padre, burlando el escudo protector creado por Katya, porque ese desbloqueador también lo había creado Katya. Yenkis sabía que Daiya sabía cosas sobre el misterio de la luz en el ojo y sobre los secretos de su padre, y aunque ya había intentado preguntarle cosas al respeto, sobre todo, cómo podía él tener un programa único creado por su madre o cómo podía saber cosas de su padre, Daiya siempre se había reservado las respuestas y se había limitado a guardar ese misterio.
El propio Daiya era un misterio para Yenkis, y se estaba empezando a preguntar si él vino a pedirle que le dejara tocar con su grupo porque genuinamente le gustaba la música y el grupo de Yenkis, o porque tenía otras intenciones. Irónicamente, había un poco de cada, porque a Daiya realmente le gustaba tocar el bajo como hobby y tenía que admitir que el talento de Yenkis para la música era asombroso para un niño de 12 años, pero obviamente la razón principal era porque eran órdenes de Izan. El cual era, de hecho, quien esa misma mañana le había dado a Daiya el USB con el programa especial de Katya para que este se lo diera a Yenkis.
Hacía rato que Evie se había acercado a él con su maleta, y se había sentado a su lado en el banco, a la sombra de un árbol. Se mantuvo quieta y en silencio todo el tiempo, sabiendo que Yenkis estaba en uno de esos momentos en los que estaba poniendo orden en su extraordinaria mente. Evie estaba sonriendo, disfrutando de ese agradable momento. También, estaba un poco sonrojada, pero esto ya era inevitable cada vez que tenía a Yenkis cerca.
—Me pregunto cuáles de esos niños serán mis primos… —Yenkis rompió el silencio de repente.
—¿Mm? —lo miró Evie, sin entender.
Yenkis le señaló con el dedo. Allá a lo lejos, al final del aparcamiento, había un tramo de valla de tablones verticales, entre cuyos huecos se podía ver a los niños pequeños de prescolar jugando en ese patio trasero del edificio, entre columpios y cajones de arena.
—¡Oh! —entendió Evie—. Es cierto, tu hermana te contó que tenéis dos primos pequeños que acaban de empezar en el Tomonari. ¿Todavía no los has visto en persona?
—Cleven quería organizar una visita a la casa de mi tío este fin de semana pasado, para que yo pudiera por fin conocerlo a él y a mis primos, pero teníamos esta granja escuela… Así que Cleven está por confirmarme si será posible este finde que viene, depende de lo ocupado que esté mi tío. Y si no, la semana que viene.
—No sabes qué envidia me das, Kis… Resulta que tienes más familia. ¿Es verdad que ese tío tuyo sólo tiene 20 años y que tuvo a sus hijos superjoven? Es como si me dijeran que yo voy a ser madre dentro de dos o tres años… Guau, suena la mar de raro.
—Sí, eso parece. Pero Cleven dice que mi tío, por lo visto, siempre ha sido desde niño una persona muy madura y seria, y se acostumbró muy rápido a la paternidad y eso.
—Jo… —suspiró Evie con desgana—. Yo soy hija única. Ni hermanos, ni primos… Sólo tengo a mi madre, a mi padre… tenía al abuelo Takeshi… —dijo esto con un tono más apagado.
Yenkis la miró apenado. Evie ya le habló de ello. Le costaba imaginar cómo pudo ella estar tan unida a su abuelo, porque la gente que conocía a Takeshi Nonomiya siempre lo pintaba como el hombre más estricto de todo Japón, el más serio, el más frío y el más absorbido por su trabajo como ministro de Interior, lo que quería decir que era un hombre que difícilmente tenía tiempo o, incluso, apetencia, para atender a su propia familia o hacer planes familiares típicos de fin de semana o de vacaciones.
Evie le confirmó a Yenkis que, efectivamente, ella nunca había tenido un contacto continuo con su abuelo. Si acaso, lo llegaba a ver una vez al mes, o dos, y la mitad de las veces, en ratos muy cortos. Pero, por lo visto, esos pocos momentos que había estado con su abuelo, para Evie habían sido muy importantes o especiales, porque los recordaba y los atesoraba aún después de su muerte.
Yenkis tenía una pequeña noción, de oídas, de que Viernes, la madre de Evie, nunca tuvo una buena relación con su padre, y por lo visto Hatori tampoco. Takeshi era descrito como un hombre de trato muy difícil y distante, y, al parecer, no había sido un padre muy ejemplar para Hatori y para Viernes. Le preguntó a Evie durante la propia granja escuela qué tenían de especiales esos momentos que ella pasaba con su abuelo. Evie simplemente le respondió que su abuelo le hablaba de cosas muy valiosas. Y que, con ella, era un hombre completamente distinto que con el resto de la gente. Al fin y al cabo, si Evie lo había querido tanto, tenía que haber una razón.
—Y también tengo… —siguió hablando Evie—… una hermana de mi padre que no está casada ni nada y que vive en otra ciudad, y, por supuesto, al superestriiiicto hermano de mi madre que sieeempre está ocupado —dijo sin escatimar en el tono de queja.
Yenkis recordó ese detalle. Y volvió a florecer esa gran curiosidad que tenía al respecto.
—Pero… ¿el hermano de tu madre no…? Es decir… Él es bueno contigo y eso, ¿no?
—Depende de lo que entiendas como “bueno” —suspiró otra vez—. Mi tío Hatori siempre ha sido extremadamente sobreprotector conmigo. Apenas me escucha cuando le cuento mis cosas cotidianas, sólo me presta atención cuando le cuento algo que él puede considerar peligroso o inadecuado para mí. Me interroga siempre que puede sobre con qué amigos me junto, por qué calles salgo, qué tipo de comidas y bebidas consumo…
—Guau…
—Sí…
—Hahah… bueno, eso es porque es un policía devoto. Pero eso es indicativo de que eres muy importante para él.
—Ya, pero a veces se pasa, Kis, a veces me trata como si fuera mi padre. Yo ya tengo a mi padre.
—Ya, pero tienes que reconocer que tu padre es muy diferente a los demás —se rio Yenkis—. Es un tipo muy divertido y liberal, y es creador de videojuegos. A mí me cae genial.
—Sí, es el mejor —sonrió Evie—. Te juro que todavía no entiendo cómo él y mi madre acabaron juntos. Si mi tío Hatori es más inflexible que un pilar de piedra, mi madre lo es el doble. Mi padre es como un niño pequeño, y aun así mi madre lo quiere mucho.
—Aaah… —creyó entender Yenkis—. ¿Crees que será un asunto de compensación? —Evie lo miró confusa—. Ya sabes. Cuando tienes una forma de ser muy específica porque te has criado en un ambiente de ese tipo al cien por cien, acabas buscando a tu polo opuesto para salir de esas paredes tan rígidas, y encuentras un refugio en alguien opuesto a ti.
—Oooh… No lo había pensado. Entonces, ¿es cierto eso de que sólo los polos opuestos se atraen?
—Eso es una bobada, eso no se cumple en todas las personas. Depende del tipo de persona. Las hay que prefieren estar con alguien muy similar a ellas también. No se trata de polos opuestos o polos iguales. Las personas somos una escala de colores. A cualquiera le puede gustar una cosa, u otra diferente, u otra diferente, u otra…
—Entonces… —Evie miró al suelo, poniéndose un poco roja otra vez—. ¿Tú crees… que dos personas con más o menos los mismos gustos y más o menos la misma personalidad… pueden estar felices juntas?
—Claro —se encogió de hombros—. Ya te lo he dicho. A una persona le puede atraer su opuesto, o su igual, o una de los miles de variantes que haya entre medias.
—¿Sí? Y… —Evie empezó a restregar las manos por sus piernas como gesto nervioso y vergonzoso—… bueno… por ejemplo, ¿a ti qué te atrae?
—¿A mí? Mmm… pues no lo había pensado. Lo que sé seguro es que me gustan las chicas… Mmm… Me gustan las que son deportistas.
Evie, olvidándose de la existencia del resto del planeta, puso toda su atención en él y sólo en él, y le apareció un brillo de esperanza en los ojos. «¡Yo soy deportista, estoy en el equipo de baloncesto, y además es posible que el año que viene sea capitana!» pensó.
—Me gusta que sean fuertes físicamente… —continuó Yenkis.
«¡Yo tengo unos bíceps que parecen dos pomelos! ¡Tengo los brazos más fuertes de todas las chicas del colegio!» siguió pensando Evie, con más candor en los ojos.
—Que le guste mucho la música…
«¡Yo toco la batería desde los 5 años! ¿¡De dónde crees que he sacado estos bíceps!?».
—No me gusta que tengan un carácter fuerte, del tipo que se molesten enseguida por cualquier cosa, o que prefieran ponerse a la defensiva antes que el diálogo —añadió Yenkis—. Porque yo tampoco soy así. Prefiero un carácter bienhumorado, amable, empático, saber escuchar y tratar los problemas con positivismo…
«¡Sí soy! ¡Kis! ¡Kis, pero si me estás describiendo a mí!» gritó Evie por dentro, con los ojos ya abiertos como platos y el corazón a mil por hora. «¡Somos casi iguales, Kis!».
—Sobre todo, que sea sincera. Que no le dé miedo contarme o decirme cualquier cosa, aunque sea mala —siguió diciendo el chico—. Especialmente, si es una cosa importante. Porque si hay algo que me gusta hacer, es resolver las cosas de la forma más eficaz, pacífica y alegre posible —le sonrió—. ¿Sabes lo que te quiero decir? Comunicación.
—Aeh… ah… ajá…
Evie no pudo articular una palabra, se había quedado congelada cuando dijo lo de la sinceridad. Se llenó de temores, porque ella le estaba ocultando a Yenkis una cosa muy importante, sus sentimientos por él. «Oh, no… ¿Y si un día empieza a notar que le oculto algo?» pensó, y se montó una película en su propia cabeza, imaginándose a Yenkis mirándola un día muy decepcionado y diciéndole algo como “¿Qué? ¿Que llevas colada por mí desde los 12 años, y no me has dicho nada en estos últimos 50 años? Ya no quiero ser tu amigo, Evie”.
—Y… y… mmm… ¿te gusta que sea… guapa y estilosa? —se aventuró a preguntar la muchacha, queriendo saber más.
—Ah, pues… Sé que no me vas a creer, pero eso en verdad no me importa mucho.
—¿En serio? A todo el mundo le importa eso.
—Bueno, obviamente no me gustaría una persona que no cuida nada su higiene y que vista con trapos rotos… Un mínimo de buen aspecto es lo normal, ¿no?
Evie puso una mueca impaciente. Ella no se refería eso, claro, pero ya sabía que a Yenkis a veces le daba por entender las cosas de una forma más literal y racional, y no figurativa. No podía evitarlo, era un iris.
—¡Oh! Y también, que sea una chica divertida —concluyó Yenkis felizmente—. Y ya está.
«¡Oh, no!» volvió Evie con su autoanálisis. «¿Yo soy divertida? No sé si soy lo bastante divertida para él. ¿Cuándo fue la última vez que dije o hice algo gracioso? No sé… ¡Pero tengo que demostrarle que puedo ser divertida! ¿Qué hago?».
—Ehm… eh… —intentó decirle Evie, hecha un manojo de nervios, y Yenkis la miró confuso—. Entran en un bar un pingüino, un bebé y el emperador de Japón…
Yenkis se quedó perplejo, sin entender ni torta de lo que Evie estaba hablando de repente. Pero antes de que la chica pudiera continuar, se les acercó alguien por detrás del banco, sobresaltándolos.
—Hey…
—¡Oh, Daiya! Hola… —saludó Evie, respirando sofocada y la cara roja.
—Me he acordado, mira —Daiya sacó de su mochila dos baquetas nuevas y se las dio a Evie.
—¡Ah, genial! —se alegró la chica—. Me has ahorrado tener que comprarme unas nuevas. ¿Seguro que no las necesitas?
—Me las dejó un colega de otro grupo de música hace un año porque le sobraban. Las tenía en una cajón acumulando polvo, obviamente no las necesito para tocar el bajo. Y… esto… —se llevó la mochila por delante del pecho y sacó un pequeño pincho USB del bolsillo pequeño, el mismo que le había dado Izan aquella mañana temprano, y se lo tendió a Yenkis—… ya es oficialmente tuyo.
Yenkis lo miró un momento. Después de unos segundos, lo acabó cogiendo y lo observó en su mano. «Así que… aquí dentro está uno de los programas de hackeo más exclusivos de mamá… ¿Cómo demonios habrá conseguido Daiya hacerse con algo así? No me molestaré en preguntárselo por quinta vez. No me responderá. Pero da igual. Tenerlo es lo único que me importa».
—Gracias —murmuró Yenkis.
Evie observó aquello en silencio. Sabía lo que era eso, Yenkis ya se lo contó aquella vez que ambos estuvieron husmeando juntos en el ordenador de Neuval y después acabaron investigando sobre el nombre de Jean.
Daiya sonrió, aparentando naturalidad, pero al mismo tiempo se puso a mirar por los alrededores con disimulo. Llevaba ya tantos días siendo espiado por Jannik, que no podía remediar pensar que estaba siendo observado a todas horas. Era mucho más difícil saberlo cuando se trataba de los Yami de un nivel alto como Jannik, porque podían percibir cosas desde las sombras de cualquier rincón. Lo único que vio fue a los niños de prescolar jugando en aquel patio vallado al otro lado del aparcamiento, donde seguramente estaban Clover y Daisuke, a pocos minutos de ser recogidos por Agatha para irse a casa. Pensó en intentarlo una vez más, acercarse a Clover con algún pretexto y comprobar si seguía en posesión del pequeño cazasueños de plumillas rojas. No veía que los niños del curso de Jannik hubiesen salido todavía de sus aulas… tal vez podía aprovechar…
Tuvo que decidirlo rápido, porque a quien llegó a divisar a lo lejos, fue a alguien mucho peor que Jannik o que cualquier enemigo, y se estaba acercando hacia ellos, cruzando el aparcamiento.
—Por cierto, estábamos pensando quedar para tocar el… —comentó Yenkis, levantando la mirada del pendrive hacia Daiya, pero descubrió que este se había esfumado de repente—. Oh…
—Uy… ¿a dónde se ha ido? —se sorprendió Evie también.
Cuando Yenkis miró en derredor, a quien encontró fue a su padre, caminando hacia ellos entre los coches del aparcamiento, y por eso, inmediatamente se guardó el pendrive en el bolsillo del pantalón. Neuval venía con su sofisticado traje de trabajo y un elegante abrigo negro. Al pasar cerca del bus, los padres de algunos de los compañeros de clase de Yenkis le pararon para saludarlo, y Neuval los atendió amablemente.
Algunos de esos padres y madres le pararon más que nada para llamar su atención, ya que para ellos Neuval era como una celebridad, un genio millonario y famoso. Neuval sabía que muchas personas sólo se le acercaban por interés, pero él siempre se mostraba amable, humilde y correcto, siempre mostrando esa educación superior que Lao le había inculcado desde pequeño. Por eso, Yenkis estaba acostumbrado a ver cómo todo el mundo adoraba a su padre. Incluso la competencia y los envidiosos, una vez se acercaban a conocerlo con escepticismo o con malas intenciones, terminaban cayendo presas de su encanto y amabilidad. Las únicas personas del mundo a las que Yenkis había oído hablar mal de su padre, eran Cleven y Lex. Pero, claro, sus hermanos tenían sus particulares problemas personales con él.
Esa era una de las numerosas virtudes que Yenkis admiraba de su padre. Acerca de los pocos defectos que había conocido de él y de los que sus hermanos siempre se habían quejado, que era su comportamiento a veces distante y a veces demasiado estricto, Yenkis tenía una inteligencia emocional superior, propia de un iris, por la cual ya entendió hace años que esos defectos de su padre no eran sino fruto de una larga depresión. Por eso, a diferencia de Cleven y de Lex, para Yenkis había sido más fácil llevarse bien con su padre, porque era mucho más comprensivo, más racional y menos emocional que sus hermanos humanos.
De lo que Yenkis aún no se había dado cuenta, y quizá eso lo hacía más tierno, es que él había heredado de su padre esa misma especie de energía que, cuando quería, podía ser tan encantadora que atraía fuertemente a los demás. Sinceramente, Yenkis podría considerarse un clon exacto de su padre, si no fuera por algunas mínimas diferencias que también había heredado de su madre. Pero era curioso. Porque lo que la gente no podía dejar de mirar con embelesamiento cada vez que quedaba atrapada en esa aura de encanto, eran esos tan inusuales ojos plateados de Neuval, que Yenkis también tenía. Curioso, porque cuando a algunas personas estos ojos les causaban una sensación embriagadora, a otras les llegaba a causar puro terror.
—¿Papá? —se sorprendió Yenkis cuando este por fin llegó hasta ellos—. ¿Qué haces aquí? Estaba a punto de irme a coger el metro.
—Hola, Yen, bienvenido —le dio un abrazo fuerte, y le revolvió el pelo—. He decidido que mejor venía yo a recogerte y llevarte a casa. Hoy tengo tiempo. Tengo el coche en la calle, junto a la salida. ¿Qué tal, Evie?
—Hola, señor Vernoux —saludó ella, con una inclinación respetuosa.
—¿Te viene a recoger alguien?
—Eh… no. Yo iba a marcharme en el metro con Kis.
—Pues vente con nosotros —dijo Yenkis.
—Eso es. Vamos, te llevo —apremió Neuval.
—¡Oh! ¡Se lo agradezco mucho! —exclamó Evie alegremente, agarrando su maleta de ruedas y yéndose con ellos.
* * * *
Daiya terminó relajándose al comprobar que Fuujin se marchaba de la zona junto con Yenkis e Evie. Después de que Kaoru le contara el inmenso miedo que sintió por todas sus venas la noche que se cruzó con Fuujin, Daiya no quería experimentarlo. Aquella noche que Neuval se enfrentó a Kaoru, cuando estaba dirigiéndose a la Torre de Tokio para reunirse por fin con su KRS, Kaoru aún no tenía noción de cuál era la identidad humana de Fuujin, y de que él y el padre de Cleven eran la misma persona. Fue un bocazas al insultar a Cleven y luego a él, y por eso Neuval tuvo que dejarle claro quién era.
Pero es que Neuval, en realidad, no tenía ni idea de quién era. Kaoru no sintió terror por descubrir que había sido un bocazas delante del famoso Fuujin, sino por haber sido un bocazas delante de lo que Fuujin era realmente.
Ellos lo sabían. Daiya, Kaoru y el resto de la ARS, conocían la verdad porque Izan se la había revelado.
Hace 2 semanas...
«Era lunes por la tarde y caía una fría llovizna sobre la ciudad de Saitama, ciudad vecina al norte de Tokio y lugar natal de Takeshi Nonomiya. En el cementerio, se estaba celebrando el funeral privado del difunto ministro, donde solamente estaban presentes sus familiares y compañeros más cercanos del trabajo, como Norie Saitou, que había venido acompañada de su marido Joji.
Estaban celebrando un funeral de tradición cristiana. Takeshi no era creyente ni practicante de ninguna religión, pero su antigua mujer, que murió hace treinta años, era una japonesa con una cuarta parte hispana, y ella sí era muy religiosa. Ella y Takeshi bautizaron a su primera hija con el nombre de Viernes, en honor a una abuela hispana de ella. Ocho años después, tuvieron un niño, al que llamaron Hatori.
Viernes tenía 8 años y Hatori era un bebé de meses de edad cuando la madre de ambos falleció en circunstancias extrañas. Desde entonces, estuvieron a cargo de su padre, Takeshi. Pero él no fue un padre muy presente. Sólo se ocupaba de la educación de sus dos hijos, pagar colegios caros, universidades de prestigio, viajes de estudios, y todo por mantener una reputación impecable para su carrera política y el apellido Nonomiya. La mayor parte del tiempo, estaba fuera de casa, ya bien en el Ministerio, ya bien en viajes de trabajo, teniendo como mayor prioridad en la vida mantener el país seguro, protegido y limpio de delincuencia y criminales lo mejor posible.
Sin embargo, Viernes siempre supo cuál era la auténtica obsesión de su padre. Y cómo murió su madre.
Ella pasó una infancia difícil. Muy acomodada y atendida por cuidadoras y personal de servicio, pero siempre oyendo discutir a sus padres, y siempre por el mismo tema. Takeshi era un hombre que por alguna razón había estado toda su vida obsesionado con todos los problemas que había en el mundo, y con alcanzar el orden y la paz absolutos. Sus aspiraciones eran tan grandes, que a veces ocupar el cargo de ministro de Interior de Japón no era suficiente para generar un verdadero impacto y comenzar a cambiar realmente las cosas en todo el globo, por lo que, en un momento de su vida, tuvo que empezar a relacionarse con cierto tipo de gente, que tenía diferentes influencias y mejores recursos.
A la madre de Viernes no le gustaba nada esa nueva gente con la que su marido pasaba cada vez más y más tiempo. Y las cosas se pusieron mucho más feas cuando nació Hatori.
Vieres jamás lo entendió, por qué su madre repudió tanto a su hermano, si tan sólo era un bebé. ¿Cómo podía una madre aborrecer tanto a su propio hijo? Viernes terminó creyendo que el motivo era que su madre padeció una depresión postparto. Meses después de nacer Hatori, Viernes presenció la peor pelea entre sus padres. Los gritos eran estremecedores por parte de ambos. Y a pesar de que no llegaron a las manos, de pronto vio a su madre desplomarse contra el suelo. Murió de repente, en medio de esa discusión, en medio del salón de casa. Viernes, espiándolos desde la puerta, quedó marcada. Supo que aquello lo hizo su padre. Estuvo convencida de que él le había hecho algo a su madre, de que él la había asesinado. Y así, se convirtió en iris a los 8 años.
Viernes pasó los siguientes 30 años cargando con el secreto de su conversión ante su complicada familia, y viviendo, comiendo, respirando y durmiendo con rencor y con sed de venganza contra su padre, el gran cazador de iris que nunca supo que su propia hija se convirtió en uno por su culpa.
Las precauciones que Alvion y la Asociación tuvieron que tomar con Viernes cuando se convirtió en iris de pequeña para que su padre no la descubriera fueron enormes. Y ella tuvo que seguir manteniéndolas a rajatabla durante toda su vida, sobre todo cuando, no sólo su padre, sino también su hermano pequeño, se convirtieron en un gran problema para los iris de Japón, como dirigentes de los cuerpos de seguridad y conocedores del secreto de la existencia de la Asociación. Viernes había pasado prácticamente tres cuartas partes de su vida guardando las apariencias hasta el extremo. Incluso para un iris… eso acababa siendo agotador e insoportable.
Mientras bajaban el ataúd de Takeshi por un hoyo en la tierra, la gente allí presente, todos de negro y sujetando paraguas, observaban en silencio y con caras tristes. En primera fila, estaban Hatori y Viernes, y al lado de ella estaba su marido Iori y su hija Evie. Cerca de ellos, a una distancia, estaban Norie y Joji.
No se diferenciaba mucho el tipo de vestuario que Viernes llevaba ahora del que solía llevar a diario. Ella siempre había vestido con la misma sobriedad que su carácter. Trajes de pantalón o falda, blusa y chaqueta, de colores lisos, monótonos, oscuros, pero, eso sí, siempre elegante, dando una imagen seria y sofisticada. Como pasaba con todos los iris después de los 30 años, Viernes aparentaba menos edad de la que tenía, y era realmente hermosa, pero, tras una vida entera educada para no llamar la atención ni mostrar ostentación, su rostro quedaba como un lienzo aburrido y apagado. Su cabello, de un marrón ceniza y ondulado, lo llevaba recogido la mayor parte del tiempo, y apenas usaba maquillaje.
Ella y Hatori apenas se parecían. Si acaso, compartían la misma nariz recta de Takeshi, y nada más. Al tener un porcentaje muy bajo de sangre hispana, Viernes era y parecía por fuera casi totalmente japonesa. Sin embargo, por alguna razón, su hermano mostraba una mezcla más notable. Tenía el pelo de un castaño intenso, y una piel mucho más blanca, y unos pómulos y una barbilla más fuertes, además de haber sacado unos ojos azules de algún lado que no podía ser otro que de ese diminuto porcentaje hispano occidental.
Los únicos ojos de los que caían lágrimas eran los de Evie. Aunque los de Norie también estaban vidriosos. Viernes, al lado de su hija, mantenía una mano sobre su hombro como consuelo, y, sin embargo, su expresión era la más fría e impasible de todas.
Los iris decían que Hatori daba miedo a simple vista, por su mirada afilada de ojos azules y su semblante severo. Pero eso era porque no habían visto a Viernes cuando dejaba de aparentar; cuando, durante unos pocos segundos, mostraba su verdadera cara.
No muchos iris de la Asociación la conocían, y los que la conocían, casi ninguno sabía que tenía relación familiar directa con el famoso cazador japonés Takeshi Nonomiya y con el infalible jefe de policía Hatori, ahora nombrado nuevo ministro. Era más fácil desde que se casó y adoptó el apellido de su marido, siendo ahora Viernes Mukai. Sólo un puñado de iris sabía de qué familia venía Viernes, como Neuval, Lao, Pipi y otros pocos veteranos más. Y era porque, incluso dentro de la Asociación, Viernes había tenido que ocultar estos datos, con el fin de evitar malos comentarios y prejuicios contra ella por parte de otros iris. No era fácil ser una iris que al mismo tiempo era hija y hermana de dos importantes enemigos de la Asociación.
Viernes no sólo era una persona discreta en su vida humana, sino también en su vida iris. Siempre procuró cumplir sus misiones sin llamar mucho la atención y mantener un perfil bajo. Por este motivo, muy pocos iris la habían visto trabajar, y casi toda la Asociación ignoraba lo letal y terroríficamente poderosa que era en verdad. Casi tanto como Neuval.
Obviamente, este entierro no le producía a Viernes más que una gran satisfacción. Por fin. Venganza cumplida.
En las tres décadas anteriores, habría sido imposible efectuarla sin levantar una mínima sospecha en la gente más cercana a Takeshi. Hace 7 años, Takeshi abandonó la caza de los iris por alguna razón que nadie todavía había entendido, pero, antes de eso, él estaba en activo con esa misión, y siempre rodeado de su círculo de cazadores, que fácilmente habrían podido sospechar, investigar y averiguar quién podría haberlo asesinado. Cuando hace 7 años Takeshi abandonó la caza y con ella a su grupo, Viernes por fin podría haber tenido una oportunidad, pero en ese entonces, apareció otro impedimento arriesgado, que fue Hatori ascendiendo a jefe de la comisaría de Tokio, tratando de cazar iris por su cuenta, y unos años después, ascendiendo a jefe de la Policía de Japón.
Teniendo a su hermano de por medio, y tan obsesionado como su padre con los iris, Viernes no podía hacer más que posponer y posponer y posponer su venganza… y su paciencia, y toda una vida de forzosa apariencia, no hacían más que agotarla, desesperarla y enfurecerla. ¿Qué creaba el cúmulo de estos ingredientes? Un majin cada vez más grueso, sólido y pesado.
Tan profesional se había vuelto en la discreción, que absolutamente nadie en todo su entorno ni en la Asociación se dio cuenta de que había estado enfermando exponencialmente en los últimos siete años, hasta el actual sexto grado que padecía.
Estaba igual de enferma que Neuval. Pero, a diferencia de él, ella lo había aceptado y abrazado, y estaba dispuesta a llegar al séptimo y último grado de su majin y convertirse en arki. Porque era la única forma de cumplir lo que había estado tres décadas anhelando: su venganza. Una venganza imposible, que, no obstante, Izan había hecho realidad para ella, acudiendo a los recursos adecuados, a los implicados y al momento adecuados. Si Hatori había sido su actual obstáculo para cumplir su venganza contra su padre sin levantar sospechas ni alarmas, no había más que convertir a ese obstáculo en un participante. Y, además de eso, hacerle creer que era el único.
Al final, Hatori no sabía que había asesinado a su padre, no sólo porque él también llevaba años deseándolo por sus propias razones e Izan le facilitó el camino, sino también porque su propia hermana lo había planeado así. Izan simplemente había sido un intermediario entre ambos hermanos. Para cumplir el deseo de Viernes a cambio de su lealtad, puso en manos de Hatori la herramienta, y en su cabeza el incentivo. Así, Hatori, siendo una de las pocas personas autorizadas para entrar en el despacho de su padre en el Ministerio, única ocasión en que este se encontraba realmente a solas, puso en el despacho aquel inofensivo domo de nieve que Izan recogió clandestinamente en un bar de carretera días antes –donde se encontró con Kyo–, y aquel artilugio hizo el resto.
Y ahora, ahí estaban, Viernes y Hatori, observando una última vez ese ataúd que contenía el cuerpo de su padre, sin decir palabra alguna, sin derramar lágrima alguna y sin expresar emoción alguna.
La única señal de emoción que Hatori llegó a manifestar, fue cuando escuchó el leve sollozo de Evie, cuando pasó por su lado para echar en el hoyo, sobre el ataúd, una rosa blanca, gesto que también hicieron algunos invitados más. Evie estaba realmente triste, y Hatori odiaba ver eso. Si sentía algún ápice de culpabilidad, creyendo que él había sido el único responsable de la muerte de Takeshi, era por Evie. Pero él se decía a sí mismo que Evie no lo entendía, porque no sabía nada; que era una niña ingenua e inocente que pensaba que su abuelo era un buen hombre; que acabar con él había sido algo necesario, por el bien del mundo, por el futuro orden que estaba decidido a instaurar y que Takeshi decidió cobardemente abandonar sin explicaciones.
Al final de las oraciones del párroco, hubo un momento en que Viernes se quedó sola, de pie frente al hoyo, mientras Hatori atendía y recibía los pésames de los invitados, y su marido y su hija conversaban con otras personas. Momento que alguien aprovechó para acercarse a ella, un viejo rechoncho, de cara arrugada y párpados caídos, con un pelo cano asomando por debajo de un sombrero, y vestido con un elegante chaquetón negro, portando además un bastón para ayudar a su caminar encorvado y lento. Se acercó por su espalda y se puso a su lado, mirando con ella la tumba. Detrás de ellos, cerca, había un niño pequeño muy quieto y callado, mirando fijamente al frente.
—Qué ceremonia más sosa y soporífera —le dijo el viejo a Viernes.
Esta lo miró de reojo. Reconoció su voz.
—Hay que tenerlos bien grandes para presentarte aquí, delante de altos mandos de los cuerpos de seguridad y de Hatori.
—Precisamente por tenerlos bien grandes es que tengo el poder que tengo ahora —contestó el viejo con cara bonachona.
—¿Qué haces aquí, Izan?
—Siempre estoy en todas partes, Viernes.
—¿Desde cuándo tienes este nuevo poder, de adoptar el aspecto de otra persona?
—Siempre he tenido un don para los disfraces. Pero reconozco que ha sido agotador meter todas mis rastas dentro de esta peluca. Si ahora me quitara este sombrero, parecería un alien con cabeza abultada.
—Un disfraz… —resopló ella, pensando que a veces Izan parecía un crío—. ¿Y ese niño de ahí? ¿Viene contigo?
—Es nuestra amiga.
Viernes puso una mueca de sorpresa, y se giró un poco para mirar a ese muchacho de atrás.
—¿Es Neidara? —le preguntó al viejo—. ¿Por qué tiene la apariencia de un niño? ¿Y cómo ha hecho para reducir su tamaño incluso?
—Porque es ella quien está practicando ese nuevo poder que mencionaste antes, el de adoptar el aspecto de otra persona. Como sabrás, nadie puede tener aprendida en su cabeza más de una Técnica de Denzel. Si quieres aprender una nueva, tienes que olvidar la que sabes ahora. Yo debo mantener en mi cabeza la de Telepatía y Borrado de Memoria que hace años le robé a Fuujin y copié en un pergamino aparte, para mi propio entrenamiento actual del poder de control mental. Si quiero cambiar de aspecto, me basto yo solo con mis disfraces.
—No existe una Técnica de Denzel que sea de cambiar de aspecto —dijo Viernes frunciendo el ceño—. Dijo que estaba trabajando en hacer una, pero la dejó aparcada hace años.
—Por eso se la robé hace nueve años, copié en otro pergamino lo que él ya tenía desarrollado, y yo mismo terminé de diseñar el proceso restante.
—¿Tú? ¿Terminaste de completar una Técnica espaciotemporal que estaba a medias?
—Sólo le quedaba completar un 20 %, y me ha llevado una década averiguarlo. No lo digas como si fuera algo asombroso.
—¿Por qué Neidara está practicando esa Técnica?
—La necesitará esta noche. Tu Ka, Daiya, ha puesto hoy a prueba los poderes de Clover para confirmarlos, tal como le pedí. Pero ese inoportuno y astuto de Jannik se ha entrometido, y se ha olido algo raro. Por eso, le ha cedido a Clover un talismán Knive protector que necesito quitar de en medio.
—No pronuncies el nombre de Clover tan alto. Sus abuelos maternos están ahí mismo —le advirtió Viernes, señalándole con la barbilla a Joji y a Norie allá conversando con otras personas—. ¿Qué hará Neidara esta noche?
—Colarse en la casa de Denzel mientras duerme, transformada en Clover. Necesito hacer creer a ese taimu que es obra de una ilusión visual de un Knive, y que sospeche del propio Jannik, viendo lo amiguito que se está haciendo de Clover.
—¿Desde cuándo un Knive tiene permitido darle un talismán a otra persona? ¿Es que Jannik está loco? Los mismísimos dioses podrían condenarlo por haber hecho algo así.
—Por eso, Denzel le obligará a recuperar ese talismán. O así espero que suceda, porque si no, se me van a torcer los planes —suspiró Izan, posando sus manos sobre el bastón.
Se quedaron un rato en silencio, observando a los invitados un poco más allá, al otro lado de la zona del entierro. Viernes no apartaba la vista de allí. Izan pensó que estaba mirando a Evie, porque estaba preocupada por ella y la tristeza que sentía por este funeral. Sin embargo, se dio cuenta de que no miraba a su hija, sino a Hatori.
—¿Te arrepientes? —le preguntó Izan, y ella giró la cabeza, sin entender—. De haber usado a Hatori para colocar el domo de nieve.
—Hm. No —volvió a observar a la gente de allá—. Fíjate con qué facilidad él aceptó hacerlo cuando se lo propusiste. Hatori ha estado siete años enteros aguantando la frustración, desde aquella vez que estuvo a punto de cazar a dos iris y hacer historia, y nuestro padre le obligó a cancelar la operación sin dar explicaciones.
—Incluso para la Asociación, esa decisión de Takeshi sigue siendo un gran misterio.
—Si de algo me arrepiento… es de no haberlo hecho yo misma. Y ver a mi padre en su despacho una última vez… no para decirle unas últimas palabras o para escuchar qué me diría en ese momento y esas tonterías sentimentales… sino para saber qué habría sentido yo.
—Ya sabes que, de haber sido tú la causante directa y personal de su muerte, habrías cumplido así una venganza completa, y eso habría curado tu majin. Pero… —ladeó la cabeza—… ese no era nuestro trato.
—Lo sé —Viernes agachó la mirada un momento, y se miró su anillo de casada en el dedo de su mano—. Treinta años de servicio… deteniendo criminales, matando terroristas, salvando a humanos que ni conozco… y todo sigue igual. Cuando me convierta en arki como tú, todo por fin empezará a tener sentido. Dejaré de sentir cosas innecesarias y dolorosas, y sólo me preocuparé de lo que yo quiera, y no de lo que otros me imponen. Mi marido, mi hija y mi ARS. Todo lo demás… puede irse al infierno.
En esa misma mano que se miraba, llevaba un bonito reloj dorado de pulsera. Lo que no se podía ver, es que este reloj tapaba un tatuaje que rodeaba su muñeca, un tatuaje energético, justo el mismo que Neuval había estado teniendo en su muñeca durante sus siete años de exilio, cuyos trazos contenían el código de una Técnica que él mismo creó de joven: la Técnica de Desvío, la que impedía que Alvion pudiera conectarse a su mente. El día del juicio, Alvion ya obligó a Neuval a quitarse ese tatuaje y dejar de usar esa Técnica. Tanto Alvion, como Hideki y Lao siempre le advirtieron que jamás se la enseñase a nadie, pero Neuval siempre sintió cierta debilidad por Izan en el pasado, era como un hermano pequeño para él. Si Neuval supiera ahora… se estaría arrepintiendo mucho de habérsela enseñado a Izan.
—Me parece que a Pipi le mosqueó un poco que anoche no os presentarais en la Torre de Tokio a darle la bienvenida a Fuujin —le comentó Izan.
—¿No puede Nicolás entender que acabo de perder a mi padre hace tres días?
—Puede que nunca le contases a nadie, ni siquiera a Pipi o a Neuval, que Takeshi era tu venganza iris. Pero hasta ellos saben que no le guardabas ningún aprecio.
—Organizar un funeral, especialmente de alguien así, tampoco es cosa fácil.
—Pipi entendería que tú no te presentaras anoche. Pero el resto de tu ARS…
—Ya me he enterado de que Kaoru se encontró con Neuval anoche de casualidad, cuando este estaba de camino a reunirse con su KRS, y casi no lo cuenta. Tengo que disciplinar más a ese chico, su bocaza le hará acabar muy mal algún día. Y someterlo a más entrenamiento. Mira que mearse encima…
—¿Quiénes somos nosotros para juzgar? —sonrió Izan, divertido—. Sabiendo el tipo de criatura que Neuval es realmente… imagina que te lo cruzas, y se entera de que has maltratado a su hija. Kaoru tiene suerte de no haber acabado como esos doce delincuentes que Neuval despedazó el otro día en un callejón. Pero el resto de tu RS no tiene ningún problema del estilo.
—¿Y qué quieres decirme con eso? ¿Que debí mandar a mis chicos allí anoche a sumarse a la bienvenida?
—No. Lo que quiero decirte, es que tengas en cuenta que a partir de ahora será inevitable levantar sospechas en aquellos que mejor te conocen desde hace años. Ya no hay marcha atrás, Viernes. Incluso pasar tiempo en tu casa, siendo la vecina de Neuval, es arriesgado. Desde ahora, las cosas van a complicarse. Estate centrada.
Viernes no dijo nada, pero no es como si eso no lo hubiera asumido ya hace tiempo. No es como si ella conociera una vida donde no existían las complicaciones.
—Hay algo que no entiendo —comentó después de un silencio, e Izan levantó uno de sus viejos párpados caídos de la máscara de silicona que llevaba—. Ese domo de nieve… era un talismán Knive, ¿verdad?
—Un Ulykkelig —asintió él—. Un “infeliz”, como ellos lo llaman.
—Iris veteranos como yo hemos llegado a tener alguna vez algún cruce o enfrentamiento con algunos Knive primarios durante misiones en otros países. Se supone que no podemos preguntar ni saber nada de ellos, pero en esos enfrentamientos hemos aprendido algunas cosas. Como el hecho de que solamente un Knive puede activar o hacer funcionar un talismán. Así que… ¿cómo funcionó el “infeliz”, una vez que Hatori lo colocó en el despacho de nuestro padre? ¿Venía ya activado y programado para funcionar por sí solo?
—Sinceramente, Viernes… hay algunos detalles de todo este plan que escapan a mi comprensión también. Pero mientras sean órdenes de mi Señor, no necesito preocuparme por esos detalles. Porque él es el ser más sabio que existe. Y si me recomendó hacer ese tipo de plan y hacerme con ese tipo de objeto para concederte tu venganza… es obvio que iba a funcionar. Porque mi Señor nunca se equivoca. Y nunca miente.
—¿Cómo sabes que no te mentiría?
—Porque él fue creado sin la capacidad de mentir. Él mismo reconoce que esto ha sido un auténtico estorbo en muchas ocasiones de su larga existencia. Pero, por mucho que él haya querido mentir alguna vez… es la única cosa del universo que él no puede hacer.
—Amo —lo llamó Neidara.
Izan, entonces, miró su reloj. La Técnica de Transformación, como todas, tenía su límite de tiempo, y Neidara no la iba a poder mantener mucho más rato.
—Hablando de mi Señor… Reuníos todos conmigo en una hora. Hay algo que quiero enseñaros —dijo dando media vuelta, y se fue marchando con Neidara con su falsa apariencia de niño pequeño—. Teletranspórtame de vuelta a la mansión, Nei-Nei.
—No me llames así.
Viernes volvió a quedarse sola. Y volvió a observar en silencio el ataúd allá en el fondo del hoyo. Toda una vida entrenando para guardar las apariencias… Cuando una persona se ponía una máscara y no se la quitaba en muchos años, podía acabar convirtiéndose en lo que la máscara representaba, y la persona que había debajo se iba secando y marchitando y deshaciéndose poco a poco con el paso del tiempo como un cúmulo de ceniza. A veces quedaban restos, otras veces no quedaba nada. Y a veces, la nueva persona surgida de la máscara olvidaba por completo quién solía haber debajo; quién solía ser. Por eso, a veces, se podían escapar algunos pequeños gestos que delataban una verdad, que asomaba un pequeño trozo de lo que quedaba entre el polvo.
¿Completa satisfacción? Tal vez, no tan completa. O tal vez, a ratos. Izan la advertía de que las cosas iban a ser más complicadas ahora. Pero Viernes ya era una persona extremadamente complicada de por sí. Por eso, ni siquiera ella estaba muy segura de por qué en un momento dado, en el que ni siquiera nadie la estaba mirando, le dio por coger una de las rosas blancas de la cesta sobre mesa ceremonial de al lado, y echarla en el hoyo.
Una hora después, los nueve miembros de la ARS se reunieron en una vieja mansión, casi en ruinas y abandonada, en una recóndita zona boscosa a las afueras de la capital. Era una edificación de estilo europeo, hecha en piedra y maderas macizas. Tenía una parte con el techo derruido y deshecho en escombros, y aunque el resto de la casona se mantenía en pie, tenía pocos ventanales que conservasen todos los cristales, algunos agujeros en varios tejados, y la mitad de sus muros arropados por mantos de enredaderas silvestres. El mismo aspecto descuidado mostraba el jardín, era como un prado desértico, rodeado de bosque.
En el salón principal, aún quedaban algunos muebles, llenos de polvo, hojas secas y con raspaduras en las tapicerías, seguramente de los gatos salvajes que habían pasado por ahí y habían clavado sus uñas. El parqué del suelo tenía algunos tablones levantados, doblados por efecto de la humedad. Izan había hecho algunos arreglos y había instalado algunos ordenadores y pantallas sobre una alargada mesa de comedor rodeada de sillas, ahora ocupadas por los iris de la ARS.
Kaoru y Daiya eran los miembros más jóvenes con 16 y 14 años respectivamente, además de una chica Yami de 13. Si Alvion llegara a enterarse de en qué situación se encontraba esta RS, la cual se protegía con la Técnica de Desvío inventada por Fuujin, le causaría un gran dolor, especialmente por esos tres miembros todavía jóvenes, que habían sucumbido, todos, a la enfermedad del majin con la influencia directa de un arki como Izan.
—¿Qué es esto? —preguntó Kaoru, harto de esperar a que Izan encendiera los aparatos con ayuda de un generador eléctrico que en ese momento estaba alimentando el iris Den de la ARS, mientras se distraía moldeando entre sus manos una masa de agua que a cada rato convertía en hielo creando formas—. ¿Qué hacemos aquí?
—Ya os habréis enterado todos —comenzó a hablarles el rubio, poniéndose al lado de la pantalla de televisión sobre el extremo de la mesa y echándose sus bonitas rastas a un lado— de ese escalofriante suceso de la semana pasada que Hatori y la policía tanto han querido mantener en secreto y lejos del conocimiento de la prensa e incluso del Gobierno. Hicieron una buena limpieza en ese callejón, ¡fuff! Doce hombres adultos son… —miró al techo pensativo, dándose toquecitos en la barbilla—… como 65 litros de sangre…
—Lo que a mí me desconcierta es que Hatori haya dado por sentado desde el primer momento que fue obra de Fuujin —comentó la iris Fuu del grupo—. Es decir, ¿qué le hizo pensar que fue él y no otro iris? Nosotros ya sabemos que fue Fuujin, porque algunos iris bocazas ya han ido difundiendo que él no fue al Monte este pasado fin de semana sólo para hacer oficial su regreso, sino también para someterse a un juicio por haber provocado esa masacre. Y encima se ha librado de la condena porque resultaban ser doce criminales.
—¿Por qué tiene Fuujin tanta puta suerte con sus masacres? —rechistó Kaoru—. Hace siete años, ¡bum! Medio Japón arrasado, cero inocentes muertos.
—¿Te desconcierta que Hatori, por milésima vez en su carrera demostrando que posee una intuición sobrehumana, acierte otra vez a la primera en sus deducciones? —le preguntó Izan a la Fuu—. Y… —miró a Kaoru—… eso no fue una casualidad.
—¿Lo de sus doce víctimas siendo criminales, o lo de dejar cero muertos en el mayor descontrol de su vida? —quiso saber Kaoru.
—Ambas cosas —sonrió Izan—. Pero vayamos paso por paso. Hoy sólo quiero que veáis… —enchufó una memoria USB en la parte de atrás del televisor—… una prueba visual de la verdad que os conté sobre él.
Al reproducir el vídeo, ya de primeras se mostró el oscuro callejón donde sucedió el encuentro de Neuval con los doce criminales. Lo que sorprendió a los demás, es que era un vídeo de calidad, y grabado desde un punto alto, y además con visión nocturna, de modo que se veían perfectamente las figuras de los trece hombres. Nada que ver con la mala grabación, borrosa y en blanco y negro, que Hatori había conseguido obtener de la cámara de seguridad de una tienda en la esquina del callejón.
Los iris de la ARS, al darse cuenta de lo que estaban viendo, se quedaron inmóviles y dejaron de parpadear. Veían a Neuval de espaldas, desde un ángulo alto, a seis de los delincuentes cerrándole el paso por delante, y luego los otros seis rodeándolo por detrás. Se veía a Neuval intercambiando algunas palabras. Hasta que el cabecilla de los criminales comenzó a acercársele con actitud amenazante y riéndose. En un momento dado, de repente el criminal blandió contra él una barra de hierro para golpearle la cabeza, pero la barra se desprendió en varios trozos limpiamente cortados en un instante. Lo siguiente, fue ver cómo a ese criminal confuso le explotaba la cabeza. A partir de ahí, todo se volvió una pesadilla infernal.
Los iris podían dominar sus emociones incluso si estaban presenciando la más terrorífica o la más brutal escena de todas. Pero todos, menos Viernes, no pudieron evitar apartar la mirada de la pantalla en algún momento. Aun así, los ojos serios de Viernes denotaban un brillo de asombro y horror.
—E… Espera… —señaló Kaoru en ese momento—. ¿¡Qué es eso!? ¡Justo ahí!
—¡Joder, es verdad! ¿¡Qué demonios es eso!? —brincó otro de sus compañeros—. Aparece en un instante, pero se ve claramente si lo pausas.
Izan sonrió, rebobinó un poco y pausó el vídeo en ese punto. Los demás dieron un respingo, intentando entender qué estaban viendo.
—Es Neuval.
—Pero… un momento… —frunció el ceño otra de los iris.
—Este es… su verdadero aspecto —les explicó Izan.
A partir de ahí, la sala entera se quedó en silencio. Los iris de la ARS intentaron asimilarlo. Más que horrorizados, estaban asombrados, incluso embelesados.
—Así que… “ellos” son así… —murmuraban.
—¿Cómo puede transformarse si no sabe que puede hacerlo? —preguntó Viernes seriamente—. Izan, nos dijiste que si ignora lo que es, no lo manifiesta.
—No lo manifiesta a voluntad, ni de forma controlada ni durante más de uno o dos segundos —le aclaró—. Ignoro si esta es la primera vez que le pasa, aunque lo dudo mucho. Esta es una muy breve manifestación, una intensa reacción de apenas dos segundos de la que ni el propio Neuval se da cuenta. Ocurre fugazmente en esta escena, en mitad del éxtasis, mientras despedaza por la mitad a este criminal con sus dos garras.
—Esto es, sin duda, algo totalmente diferente de su majin —resopló Daiya.
—¿Cómo has obtenido esta grabación? —preguntó Viernes—. Esta no es de la que dispone Hatori, ¿verdad?
—No. Hatori sólo pudo hacerse con la grabación de una cámara de seguridad cercana de mala calidad. Va a tener que esforzarse bastante para reconocer alguna cara y tardará bastante en investigarlo. Esta grabación que acabáis de ver la hice yo mismo con mi móvil.
—¿Qué? —saltó Kaoru—. No nos irás a decir que estabas paseando por ahí de casualidad, ¿verdad?
—Izan… —se sorprendió Viernes—. ¿Sabías que iba a ocurrir ese suceso en ese lugar?
Izan sonrió. En ese momento, Viernes entendió.
—El encuentro entre Fuujin y esos criminales no fue algo fortuito… ¿Lo planeaste tú?
—No. Lo planearon varios de tus almaati desertores.
—¿¡Cómo!?
—Era de esperar que tarde o temprano esos cobardes harían algo en mi contra, después de dimitir de tu RS cuando te uniste a mí. Me enteré, claro, tengo ojos por las sombras. Pero, en lugar de detenerlos, decidí ser un espectador. Se aliaron con una banda criminal nada más irse, para hacerme creer que, pese a dimitir de la ARS por tu cambio de ideales, se posicionaban en el bando enemigo de la Asociación, y así yo no los tacharía como enemigos míos. Pero, en realidad, lo que hicieron fue utilizar a los criminales humanos de esa banda para poner a prueba el iris de Fuujin y el estado de su majin. Se aferraban a la esperanza de que Fuujin sería el único iris poderoso capaz de frenarme, siempre y cuando su majin no le estuviera convirtiendo en lo mismo que yo soy ahora. Al final, esos pobres almaati se han llevado un chasco al descubrir que Fuujin, tal como temían, está demasiado enfermo para enfrentarse a un poderoso arki como yo. Lo que esos almaati ignoran, es que esa esperanza es, y siempre fue, naturalmente imposible. Porque el problema de Fuujin no es solamente su majin. Es que él… nació… —señaló con el dedo nuevamente la pantalla, con el vídeo pausado en esa imagen—… siendo esto.
Los demás no paraban de comentar sobre todo este asunto. Izan apagó la televisión y recogió un poco los cables tranquilamente, pero entonces vio por el rabillo del ojo a Viernes marchándose por la puerta, sola, y no de una forma normal. El Yami observó que Viernes había convertido su brazo derecho en metal, pudiendo moldearlo a voluntad, y por eso, en vez de mano, su brazo terminaba en una alargada y afilada punta.
Al salir al jardín descuidado y asilvestrado, ya oscuro bajo la noche, la luz naranja de su ojo se vio contrarrestada por la luz violeta de Izan cuando este apareció justo delante desde un remolino de sombras, cortándole el paso.
—¿A dónde crees que vas?
—¿Tú qué crees? —masculló Viernes, con una furia contenida—. A encargarme de esos traidores.
—No. Olvídate de ellos.
—¿Cómo que me olvide? Izan…
—Escucha —le pidió él, calmado—. Esos almaati desertores están desesperados. Lo siguiente que tratarán de hacer, será una estupidez. Han visto que Fuujin es un caso perdido, así que probablemente, un día de estos, intentarán ir ellos mismos a atacarlo en persona, intentarán ir a matarlo de algún modo. Obviamente fracasarán. Pero me sirve.
—¿De qué te sirve?
—Para aumentar el estrés y las emociones negativas alrededor de Neuval. Lo que tus cooperadores desertores hicieron al enviarle a una panda de criminales nos ha traído algo bueno y algo malo al mismo tiempo. Lo malo, es que esa masacre es lo que ha empujado a Neuval a regresar a la Asociación y a volver a tener su iris conectado y protegido por Alvion. Pero, lo bueno, es que sigue siendo un suceso que todavía tiene a Neuval muy arrepentido y preocupado. Ver que ha vuelto a tener una grave pérdida de control… créeme, es un tormento que le va a perseguir mucho tiempo, por muy feliz que se muestre ahora por fuera, celebrando su regreso y arropado por su KRS. Necesito que el peligroso majin de grado VI de Neuval se mantenga, o incluso que crezca más. Cuantos más grados, cuanto más cercano al séptimo grado, más se debilita su conexión con Alvion. Si un día el majin de Neuval consigue por fin convertir su iris en arki… mi Señor será quien podrá conectarse a él y ponerlo de su lado. Como lleva 45 años deseando hacer.
Viernes terminó comprendiendo, y relajando los hombros. Su brazo de metal volvió a ser de carne y hueso. Le asintió a Izan con la cabeza, y ambos regresaron a la mansión con los demás.»
2 semanas después, de nuevo en el presente…
Neuval paró el coche antes de entrar en el jardín de su casa, para que Evie se bajase y se fuese a la suya, que estaba al lado. Yenkis había notado que su padre había estado muy callado, más de lo normal, durante el trayecto. Quizá fuera porque los dos niños habían estado charlando entre ellos y no había querido interrumpirlos, pero Yenkis aun así notaba algo raro en él. Neuval solamente abrió la boca cuando Evie se desabrochó el cinturón y se dispuso a bajar.
—Hey, Evie —la llamó, procurando poner un tono natural y risueño—. Dime, ¿qué tal está tu madre? Hace días que no la veo por aquí.
—Oh, eso es porque está hasta arriba de trabajo —sonrió la joven con un deje irónico—. Para variar, hahah... Sale muy temprano de casa y vuelve muy tarde, normal que usted no la vea.
—¿Mucho trabajo en su oficina últimamente?
—Sí, eso dice ella. Le diré que ha preguntado por ella, señor Vernoux. Gracias por preocuparse —dijo con una educada inclinación de cabeza—. Y muchas gracias por traerme.
—De nada.
Era de esperar que Neuval preguntase por Viernes ahora. A diferencia de Pipi, él acababa de reintegrarse en la Asociación y, por tanto, no sabía cómo habían marchado las cosas con el resto de RS en los años recientes, igual que no sabía si la ARS se había estado comportando raro últimamente o no. Pipi sí. Pipi llevaba ya meses notando cosas raras alrededor de la ARS, pero no le había dicho nada a Neuval aún sobre ello, mucho menos que había puesto a su SRS a espiar a los miembros de la ARS para averiguar si estaban metidos en algo. Y los chicos de Pipi no habían hecho más que confirmarle que sí, que los de la ARS hacían cosas raras y su actitud era distinta, más distante y evasiva. Especialmente, el comportamiento que Jannik había visto en Daiya con la pequeña Clover.
Claro que ahora, después de haber sido atacado esa misma mañana en su propia oficina por un grupo de ex-almaati de la ARS, y de haber escuchado las duras palabras que una de ellos le había dicho, pues Neuval ya tenía razones propias para preguntarse “¿qué demonios pasa?”. Cooperadores de la ARS que habían abandonado su servicio en ella, porque Izan había regresado a Tokio y estaba tramando algo, y como arki que era, todo aquel en el bando de la Asociación era su enemigo, lo primero que había pensado Neuval sobre todo esto es que la pobre Viernes había sido traicionada por unos cooperadores cobardes, hasta que aquella de antes con la que había discutido le había revelado que a Viernes le había importado bien poco que varios de sus almaati la hubieran abandonado. “Ella ha cambiado, y será demasiado tarde cuando descubras a qué me refiero”, fue lo último que esa almaati le había dicho. Y por eso, Neuval ya estaba preocupado por esta Suna veterana.
Viernes ascendió a Líder de su ARS hace once años, y desde entonces formó una alianza con la SRS de Pipi y la KRS de Neuval. A pesar de eso, nunca fue una amiga muy cercana con ellos, pero porque ella nunca se había permitido a sí misma tener amigos cercanos, por el estigma con el que cargaba desde su infancia, de ser una iris, e hija del cazador de iris más conocido del último siglo. Ella siempre había sido una mujer fría y callada la mayor parte del tiempo, pero, las pocas veces que ella se había acercado y abierto un poco más, Neuval había notado dentro de ella a una mujer realmente cálida y amable. Pero con dolor. Mucho dolor.
Hace tres años, Viernes se mudó a la casa de al lado con su familia. Desde entonces, había hablado más con Neuval, pero como él estaba en el exilio, solamente de temas humanos, de trabajo, familia y cosas normales, como una vecina normal. En algunas ocasiones, se habían juntado en el porche del uno o del otro, para tomar una cerveza y hablar de cosas más serias y difíciles. Neuval admiraba a Viernes enormemente. Era dura como el acero. De hecho, él sabía que ella podía ser, perfectamente, la iris más poderosa de la Asociación después de él, a pesar de que ella, incluso en medio de batallas terribles rodeada de enemigos, explosiones y peligros, se moderaba mucho en el uso de su poder. Neuval estaba seguro de que, aun después de los 30 años de servicio de ella, todavía no ha habido nadie que hubiese visto a Viernes desatar su poder real.
Sin embargo, era una mujer tan complicada, que a veces a Neuval le preocupaba qué es lo que Viernes pensaba realmente de las cosas, qué esperaba del mundo y de su propio futuro. Porque, a veces, había llegado a notar en ella, en sus ojos firmes y fríos, un enorme agotamiento. Un agotamiento que Neuval conocía demasiado bien, porque él lo había padecido ya docenas de veces. Y, como es de comprender, que personas extremadamente poderosas sufran demasiado hastío, es algo peligroso.
Y esto… debía tenerlo en cuenta respecto a sí mismo.
A simple vista, el Neuval de la superficie, brillando junto a su iris recién reconectado a Alvion y lleno de fuerza y esperanza con su KRS de vuelta, se había enfrentado a las duras palabras de aquella almaati de esta mañana con firmeza, negándolas, o incluso aceptando su posibilidad con la valiente determinación de poder darle solución. Pero había un Neuval, debajo de toda esa superficie iluminada, y de muchas capas de memorias, de vivencias y de temores, que estaba muy dolido, y muy harto, de escuchar por centésima vez palabras de ese estilo. “Deberías morir, eres un peligro para este mundo… Hay algo malo dentro de ti…”. Especialmente, porque la mitad de esas veces, había sido él quien se había dicho a sí mismo esas palabras.
Hoy estaba siendo un mal día. Otra vez. Estaba muerto de preocupación por Hana, no sabía qué hacer con ella cuando se recuperase en el hospital. Y su encuentro con Lex había sido nefasto. Y que hubiese ocurrido un salto en el tiempo accidental con los hijos de Denzel implicados era de todo menos tranquilizador.
Pero, otra vez, tenía que aguantar. Resistir, fingir y aparentar, con tal de hacer que, para Yenkis, siguiera siendo un buen día. Por él, tenía que tragar todas las cosas malas posible.
Al menos, Yenkis siempre solía ponérselo fácil. Él seguía siendo un niño, con una luz, un buen corazón y una inocencia que siempre reconfortaban a Neuval. Por ejemplo, ahora mismo, viendo que el muchacho había salido del coche para acompañar a Evie hasta su porche y ayudarla con la maleta, viendo cómo hablaban entre ellos y reían… viendo cómo se miraban… especialmente, cómo Evie miraba a Yenkis y sonreía tímida… Neuval no había parado de cargar toda su vida con problemas y vivencias terribles, pero cualquier infierno merecía la pena, si en él había podido tener unos hijos como los que tenía. Aunque su relación con Lex no fuera la mejor en esta época, eso no quería decir que no se sintiera enormemente orgulloso de él.
Cuando Yenkis regresó al coche para que su padre entrara ya en el jardín y lo metiera en el garaje, se percató de que este lo miraba muy fijamente, sin hacer nada. Y es porque Yenkis venía con una cara contenta, y un poco roja.
—¿Qué? —le dijo Neuval, con una sonrisilla burlona—. ¿Hace calor?
—¿Por? —no entendió.
—Estás colorado.
—¿Sí? —se sorprendió, mirándose en el espejo del retrovisor con preocupación—. Ahí va, ¿tendré fiebre?
Neuval se dio una torta en la frente.
—Bobo… —se rio en voz baja, y se fue ya al garaje.
Un poco más tarde del mediodía, el autobús que traía a los alumnos de la clase de Yenkis ya había llegado al aparcamiento del colegio Tomonari. Habían estado desde el pasado viernes hasta hoy miércoles en un viaje de granja escuela en la montañosa prefectura de Gunma, a unas tres horas de Tokio, que solían hacer para los niños de primer curso de la secundaria inferior para enseñarles cosas de agricultura y animales de granja.
Yenkis adoraba viajar. Si por él fuera, estaría todos los días de su vida recorriendo el mundo, un lugar diferente cada día. Y, sin embargo, no había disfrutado de este viaje tanto como le hubiera gustado. Lo había pasado bien, pero no se le iban de la cabeza sus recientes descubrimientos: la historia del pasado de su padre y su horrible infancia en las calles, sus actuales planes para destapar la información de los archivos secretos que le robó a su padre del ordenador con su nuevo invento propio, el cubito, y el extraño suceso que vivió hace semana y media, la misma noche del domingo en que Neuval se reunió con su KRS por primera vez en años, que Yenkis salió de casa por la ventana de su habitación, tratando de ir hasta la ventana de Evie pasando por las ramas del árbol del jardín, y acabó cayéndose, solo que el propio aire lo frenó en el último momento, salvándolo de romperse algunos huesos.
Cuando habló con Lex aquella vez sobre su ojo de luz y Yenkis se quejó de para qué le servía haber nacido con ella, Lex ya le insinuó que no se trataba de la luz, sino de lo que venía con ella. Ahora, Yenkis tenía una señal de aquello a lo que su hermano se refería. Después de todo, Yenkis había nacido en el puro desconocimiento, y ahora no estaba haciendo más que raspar la superficie.
Hacía unos minutos que se había bajado del bus y ahora estaba sentado en un banco, en los jardines que rodeaban el aparcamiento detrás del edificio de la escuela. Tenía su maleta de ruedas a un lado, con su equipaje. Delante de él, unos metros más allá, había mucho alboroto de gente, de sus compañeros de clase charlando en el aparcamiento y algunos padres que habían venido a recogerlos parloteando con otros padres y profesores.
Sus amigos no habían parado de llamarlo para que estuviese con ellos, pero Yenkis les había dicho que se había mareado un poco en el viaje y necesitaba sentarse tranquilo un rato. Era mentira, claro. Solamente quería un rato tranquilo para pensar. Solía evitar decirles esto a sus amigos, porque ellos entonces se ponían a preguntarle sin parar en qué tenía que pensar, y para qué necesitaba irse a un lugar tranquilo para hacerlo, y le daban la lata.
Yenkis al menos entendía que ellos no lo entendiesen. A él le había tocado nacer con la misma peculiaridad que su padre. No sólo tenía su mismo aspecto físico, sino también su cerebro. Tenía memoria eidética y su inteligencia era superior a la de los niños de su edad, pero, siendo consciente de esto desde hace algunos años, decidió que no quería hacerlo notar y adaptarse al nivel de los niños de su edad.
Yenkis tenía tremendas inquietudes intelectuales igual que Neuval, pero, a diferencia de él, no le interesaba usar la vía académica para alcanzar ya mismo niveles avanzados en ciencia o el éxito en el campo de la tecnología o la física. Yenkis era mucho más relajado en ese aspecto, y eso le venía de su madre. Él se sentía a gusto yendo al colegio a pesar de que le parecieran soberanamente fáciles todas las materias que estudiaba, relacionarse con los niños de su edad y hacer cosas de niños normales de 12 años, al menos un tercio del tiempo. Otro tercio del tiempo, Yenkis necesitaba explotar sus inquietudes intelectuales, pero prefería hacerlo por su cuenta, fuera del colegio y en solitario. Le gustaba descubrir y pensar las cosas por sí mismo, solo, sin influencia de nadie. Y durante el otro tercio del tiempo, la música era su mayor pasión. Adoraba experimentar con los sonidos. A veces, lo hacía muy al modo iris, usando las matemáticas y la lógica; otras veces, se dejaba llevar por emociones al azar y usaba ritmos y acordes más abstractos.
Igual que le sucedía a su padre, a veces a Yenkis se le acumulaban demasiados pensamientos a la vez en su cabeza y en ocasiones se acababan desordenando o mezclando. Lo curioso es que no podía eliminar ninguno, no podía dejar de pensar en ninguno de ellos. Siempre estaban ahí, en curso, en activo. Y por eso, lo que necesitaba para solucionar ese agobio, era ordenarlos de vez en cuando, para lo cual necesitaba un rato de calma y soledad.
También sus nervios recientes tenían algo que ver. Daiya, su nuevo miembro del grupo de música, le había escrito al móvil diciéndole solamente “ya lo tengo”. Yenkis supo a qué se refería. Lo había estado esperando. Fue Daiya quien le dijo hace un par de semanas que él tenía el programa capaz de abrir los archivos secretos de su padre, burlando el escudo protector creado por Katya, porque ese desbloqueador también lo había creado Katya. Yenkis sabía que Daiya sabía cosas sobre el misterio de la luz en el ojo y sobre los secretos de su padre, y aunque ya había intentado preguntarle cosas al respeto, sobre todo, cómo podía él tener un programa único creado por su madre o cómo podía saber cosas de su padre, Daiya siempre se había reservado las respuestas y se había limitado a guardar ese misterio.
El propio Daiya era un misterio para Yenkis, y se estaba empezando a preguntar si él vino a pedirle que le dejara tocar con su grupo porque genuinamente le gustaba la música y el grupo de Yenkis, o porque tenía otras intenciones. Irónicamente, había un poco de cada, porque a Daiya realmente le gustaba tocar el bajo como hobby y tenía que admitir que el talento de Yenkis para la música era asombroso para un niño de 12 años, pero obviamente la razón principal era porque eran órdenes de Izan. El cual era, de hecho, quien esa misma mañana le había dado a Daiya el USB con el programa especial de Katya para que este se lo diera a Yenkis.
Hacía rato que Evie se había acercado a él con su maleta, y se había sentado a su lado en el banco, a la sombra de un árbol. Se mantuvo quieta y en silencio todo el tiempo, sabiendo que Yenkis estaba en uno de esos momentos en los que estaba poniendo orden en su extraordinaria mente. Evie estaba sonriendo, disfrutando de ese agradable momento. También, estaba un poco sonrojada, pero esto ya era inevitable cada vez que tenía a Yenkis cerca.
—Me pregunto cuáles de esos niños serán mis primos… —Yenkis rompió el silencio de repente.
—¿Mm? —lo miró Evie, sin entender.
Yenkis le señaló con el dedo. Allá a lo lejos, al final del aparcamiento, había un tramo de valla de tablones verticales, entre cuyos huecos se podía ver a los niños pequeños de prescolar jugando en ese patio trasero del edificio, entre columpios y cajones de arena.
—¡Oh! —entendió Evie—. Es cierto, tu hermana te contó que tenéis dos primos pequeños que acaban de empezar en el Tomonari. ¿Todavía no los has visto en persona?
—Cleven quería organizar una visita a la casa de mi tío este fin de semana pasado, para que yo pudiera por fin conocerlo a él y a mis primos, pero teníamos esta granja escuela… Así que Cleven está por confirmarme si será posible este finde que viene, depende de lo ocupado que esté mi tío. Y si no, la semana que viene.
—No sabes qué envidia me das, Kis… Resulta que tienes más familia. ¿Es verdad que ese tío tuyo sólo tiene 20 años y que tuvo a sus hijos superjoven? Es como si me dijeran que yo voy a ser madre dentro de dos o tres años… Guau, suena la mar de raro.
—Sí, eso parece. Pero Cleven dice que mi tío, por lo visto, siempre ha sido desde niño una persona muy madura y seria, y se acostumbró muy rápido a la paternidad y eso.
—Jo… —suspiró Evie con desgana—. Yo soy hija única. Ni hermanos, ni primos… Sólo tengo a mi madre, a mi padre… tenía al abuelo Takeshi… —dijo esto con un tono más apagado.
Yenkis la miró apenado. Evie ya le habló de ello. Le costaba imaginar cómo pudo ella estar tan unida a su abuelo, porque la gente que conocía a Takeshi Nonomiya siempre lo pintaba como el hombre más estricto de todo Japón, el más serio, el más frío y el más absorbido por su trabajo como ministro de Interior, lo que quería decir que era un hombre que difícilmente tenía tiempo o, incluso, apetencia, para atender a su propia familia o hacer planes familiares típicos de fin de semana o de vacaciones.
Evie le confirmó a Yenkis que, efectivamente, ella nunca había tenido un contacto continuo con su abuelo. Si acaso, lo llegaba a ver una vez al mes, o dos, y la mitad de las veces, en ratos muy cortos. Pero, por lo visto, esos pocos momentos que había estado con su abuelo, para Evie habían sido muy importantes o especiales, porque los recordaba y los atesoraba aún después de su muerte.
Yenkis tenía una pequeña noción, de oídas, de que Viernes, la madre de Evie, nunca tuvo una buena relación con su padre, y por lo visto Hatori tampoco. Takeshi era descrito como un hombre de trato muy difícil y distante, y, al parecer, no había sido un padre muy ejemplar para Hatori y para Viernes. Le preguntó a Evie durante la propia granja escuela qué tenían de especiales esos momentos que ella pasaba con su abuelo. Evie simplemente le respondió que su abuelo le hablaba de cosas muy valiosas. Y que, con ella, era un hombre completamente distinto que con el resto de la gente. Al fin y al cabo, si Evie lo había querido tanto, tenía que haber una razón.
—Y también tengo… —siguió hablando Evie—… una hermana de mi padre que no está casada ni nada y que vive en otra ciudad, y, por supuesto, al superestriiiicto hermano de mi madre que sieeempre está ocupado —dijo sin escatimar en el tono de queja.
Yenkis recordó ese detalle. Y volvió a florecer esa gran curiosidad que tenía al respecto.
—Pero… ¿el hermano de tu madre no…? Es decir… Él es bueno contigo y eso, ¿no?
—Depende de lo que entiendas como “bueno” —suspiró otra vez—. Mi tío Hatori siempre ha sido extremadamente sobreprotector conmigo. Apenas me escucha cuando le cuento mis cosas cotidianas, sólo me presta atención cuando le cuento algo que él puede considerar peligroso o inadecuado para mí. Me interroga siempre que puede sobre con qué amigos me junto, por qué calles salgo, qué tipo de comidas y bebidas consumo…
—Guau…
—Sí…
—Hahah… bueno, eso es porque es un policía devoto. Pero eso es indicativo de que eres muy importante para él.
—Ya, pero a veces se pasa, Kis, a veces me trata como si fuera mi padre. Yo ya tengo a mi padre.
—Ya, pero tienes que reconocer que tu padre es muy diferente a los demás —se rio Yenkis—. Es un tipo muy divertido y liberal, y es creador de videojuegos. A mí me cae genial.
—Sí, es el mejor —sonrió Evie—. Te juro que todavía no entiendo cómo él y mi madre acabaron juntos. Si mi tío Hatori es más inflexible que un pilar de piedra, mi madre lo es el doble. Mi padre es como un niño pequeño, y aun así mi madre lo quiere mucho.
—Aaah… —creyó entender Yenkis—. ¿Crees que será un asunto de compensación? —Evie lo miró confusa—. Ya sabes. Cuando tienes una forma de ser muy específica porque te has criado en un ambiente de ese tipo al cien por cien, acabas buscando a tu polo opuesto para salir de esas paredes tan rígidas, y encuentras un refugio en alguien opuesto a ti.
—Oooh… No lo había pensado. Entonces, ¿es cierto eso de que sólo los polos opuestos se atraen?
—Eso es una bobada, eso no se cumple en todas las personas. Depende del tipo de persona. Las hay que prefieren estar con alguien muy similar a ellas también. No se trata de polos opuestos o polos iguales. Las personas somos una escala de colores. A cualquiera le puede gustar una cosa, u otra diferente, u otra diferente, u otra…
—Entonces… —Evie miró al suelo, poniéndose un poco roja otra vez—. ¿Tú crees… que dos personas con más o menos los mismos gustos y más o menos la misma personalidad… pueden estar felices juntas?
—Claro —se encogió de hombros—. Ya te lo he dicho. A una persona le puede atraer su opuesto, o su igual, o una de los miles de variantes que haya entre medias.
—¿Sí? Y… —Evie empezó a restregar las manos por sus piernas como gesto nervioso y vergonzoso—… bueno… por ejemplo, ¿a ti qué te atrae?
—¿A mí? Mmm… pues no lo había pensado. Lo que sé seguro es que me gustan las chicas… Mmm… Me gustan las que son deportistas.
Evie, olvidándose de la existencia del resto del planeta, puso toda su atención en él y sólo en él, y le apareció un brillo de esperanza en los ojos. «¡Yo soy deportista, estoy en el equipo de baloncesto, y además es posible que el año que viene sea capitana!» pensó.
—Me gusta que sean fuertes físicamente… —continuó Yenkis.
«¡Yo tengo unos bíceps que parecen dos pomelos! ¡Tengo los brazos más fuertes de todas las chicas del colegio!» siguió pensando Evie, con más candor en los ojos.
—Que le guste mucho la música…
«¡Yo toco la batería desde los 5 años! ¿¡De dónde crees que he sacado estos bíceps!?».
—No me gusta que tengan un carácter fuerte, del tipo que se molesten enseguida por cualquier cosa, o que prefieran ponerse a la defensiva antes que el diálogo —añadió Yenkis—. Porque yo tampoco soy así. Prefiero un carácter bienhumorado, amable, empático, saber escuchar y tratar los problemas con positivismo…
«¡Sí soy! ¡Kis! ¡Kis, pero si me estás describiendo a mí!» gritó Evie por dentro, con los ojos ya abiertos como platos y el corazón a mil por hora. «¡Somos casi iguales, Kis!».
—Sobre todo, que sea sincera. Que no le dé miedo contarme o decirme cualquier cosa, aunque sea mala —siguió diciendo el chico—. Especialmente, si es una cosa importante. Porque si hay algo que me gusta hacer, es resolver las cosas de la forma más eficaz, pacífica y alegre posible —le sonrió—. ¿Sabes lo que te quiero decir? Comunicación.
—Aeh… ah… ajá…
Evie no pudo articular una palabra, se había quedado congelada cuando dijo lo de la sinceridad. Se llenó de temores, porque ella le estaba ocultando a Yenkis una cosa muy importante, sus sentimientos por él. «Oh, no… ¿Y si un día empieza a notar que le oculto algo?» pensó, y se montó una película en su propia cabeza, imaginándose a Yenkis mirándola un día muy decepcionado y diciéndole algo como “¿Qué? ¿Que llevas colada por mí desde los 12 años, y no me has dicho nada en estos últimos 50 años? Ya no quiero ser tu amigo, Evie”.
—Y… y… mmm… ¿te gusta que sea… guapa y estilosa? —se aventuró a preguntar la muchacha, queriendo saber más.
—Ah, pues… Sé que no me vas a creer, pero eso en verdad no me importa mucho.
—¿En serio? A todo el mundo le importa eso.
—Bueno, obviamente no me gustaría una persona que no cuida nada su higiene y que vista con trapos rotos… Un mínimo de buen aspecto es lo normal, ¿no?
Evie puso una mueca impaciente. Ella no se refería eso, claro, pero ya sabía que a Yenkis a veces le daba por entender las cosas de una forma más literal y racional, y no figurativa. No podía evitarlo, era un iris.
—¡Oh! Y también, que sea una chica divertida —concluyó Yenkis felizmente—. Y ya está.
«¡Oh, no!» volvió Evie con su autoanálisis. «¿Yo soy divertida? No sé si soy lo bastante divertida para él. ¿Cuándo fue la última vez que dije o hice algo gracioso? No sé… ¡Pero tengo que demostrarle que puedo ser divertida! ¿Qué hago?».
—Ehm… eh… —intentó decirle Evie, hecha un manojo de nervios, y Yenkis la miró confuso—. Entran en un bar un pingüino, un bebé y el emperador de Japón…
Yenkis se quedó perplejo, sin entender ni torta de lo que Evie estaba hablando de repente. Pero antes de que la chica pudiera continuar, se les acercó alguien por detrás del banco, sobresaltándolos.
—Hey…
—¡Oh, Daiya! Hola… —saludó Evie, respirando sofocada y la cara roja.
—Me he acordado, mira —Daiya sacó de su mochila dos baquetas nuevas y se las dio a Evie.
—¡Ah, genial! —se alegró la chica—. Me has ahorrado tener que comprarme unas nuevas. ¿Seguro que no las necesitas?
—Me las dejó un colega de otro grupo de música hace un año porque le sobraban. Las tenía en una cajón acumulando polvo, obviamente no las necesito para tocar el bajo. Y… esto… —se llevó la mochila por delante del pecho y sacó un pequeño pincho USB del bolsillo pequeño, el mismo que le había dado Izan aquella mañana temprano, y se lo tendió a Yenkis—… ya es oficialmente tuyo.
Yenkis lo miró un momento. Después de unos segundos, lo acabó cogiendo y lo observó en su mano. «Así que… aquí dentro está uno de los programas de hackeo más exclusivos de mamá… ¿Cómo demonios habrá conseguido Daiya hacerse con algo así? No me molestaré en preguntárselo por quinta vez. No me responderá. Pero da igual. Tenerlo es lo único que me importa».
—Gracias —murmuró Yenkis.
Evie observó aquello en silencio. Sabía lo que era eso, Yenkis ya se lo contó aquella vez que ambos estuvieron husmeando juntos en el ordenador de Neuval y después acabaron investigando sobre el nombre de Jean.
Daiya sonrió, aparentando naturalidad, pero al mismo tiempo se puso a mirar por los alrededores con disimulo. Llevaba ya tantos días siendo espiado por Jannik, que no podía remediar pensar que estaba siendo observado a todas horas. Era mucho más difícil saberlo cuando se trataba de los Yami de un nivel alto como Jannik, porque podían percibir cosas desde las sombras de cualquier rincón. Lo único que vio fue a los niños de prescolar jugando en aquel patio vallado al otro lado del aparcamiento, donde seguramente estaban Clover y Daisuke, a pocos minutos de ser recogidos por Agatha para irse a casa. Pensó en intentarlo una vez más, acercarse a Clover con algún pretexto y comprobar si seguía en posesión del pequeño cazasueños de plumillas rojas. No veía que los niños del curso de Jannik hubiesen salido todavía de sus aulas… tal vez podía aprovechar…
Tuvo que decidirlo rápido, porque a quien llegó a divisar a lo lejos, fue a alguien mucho peor que Jannik o que cualquier enemigo, y se estaba acercando hacia ellos, cruzando el aparcamiento.
—Por cierto, estábamos pensando quedar para tocar el… —comentó Yenkis, levantando la mirada del pendrive hacia Daiya, pero descubrió que este se había esfumado de repente—. Oh…
—Uy… ¿a dónde se ha ido? —se sorprendió Evie también.
Cuando Yenkis miró en derredor, a quien encontró fue a su padre, caminando hacia ellos entre los coches del aparcamiento, y por eso, inmediatamente se guardó el pendrive en el bolsillo del pantalón. Neuval venía con su sofisticado traje de trabajo y un elegante abrigo negro. Al pasar cerca del bus, los padres de algunos de los compañeros de clase de Yenkis le pararon para saludarlo, y Neuval los atendió amablemente.
Algunos de esos padres y madres le pararon más que nada para llamar su atención, ya que para ellos Neuval era como una celebridad, un genio millonario y famoso. Neuval sabía que muchas personas sólo se le acercaban por interés, pero él siempre se mostraba amable, humilde y correcto, siempre mostrando esa educación superior que Lao le había inculcado desde pequeño. Por eso, Yenkis estaba acostumbrado a ver cómo todo el mundo adoraba a su padre. Incluso la competencia y los envidiosos, una vez se acercaban a conocerlo con escepticismo o con malas intenciones, terminaban cayendo presas de su encanto y amabilidad. Las únicas personas del mundo a las que Yenkis había oído hablar mal de su padre, eran Cleven y Lex. Pero, claro, sus hermanos tenían sus particulares problemas personales con él.
Esa era una de las numerosas virtudes que Yenkis admiraba de su padre. Acerca de los pocos defectos que había conocido de él y de los que sus hermanos siempre se habían quejado, que era su comportamiento a veces distante y a veces demasiado estricto, Yenkis tenía una inteligencia emocional superior, propia de un iris, por la cual ya entendió hace años que esos defectos de su padre no eran sino fruto de una larga depresión. Por eso, a diferencia de Cleven y de Lex, para Yenkis había sido más fácil llevarse bien con su padre, porque era mucho más comprensivo, más racional y menos emocional que sus hermanos humanos.
De lo que Yenkis aún no se había dado cuenta, y quizá eso lo hacía más tierno, es que él había heredado de su padre esa misma especie de energía que, cuando quería, podía ser tan encantadora que atraía fuertemente a los demás. Sinceramente, Yenkis podría considerarse un clon exacto de su padre, si no fuera por algunas mínimas diferencias que también había heredado de su madre. Pero era curioso. Porque lo que la gente no podía dejar de mirar con embelesamiento cada vez que quedaba atrapada en esa aura de encanto, eran esos tan inusuales ojos plateados de Neuval, que Yenkis también tenía. Curioso, porque cuando a algunas personas estos ojos les causaban una sensación embriagadora, a otras les llegaba a causar puro terror.
—¿Papá? —se sorprendió Yenkis cuando este por fin llegó hasta ellos—. ¿Qué haces aquí? Estaba a punto de irme a coger el metro.
—Hola, Yen, bienvenido —le dio un abrazo fuerte, y le revolvió el pelo—. He decidido que mejor venía yo a recogerte y llevarte a casa. Hoy tengo tiempo. Tengo el coche en la calle, junto a la salida. ¿Qué tal, Evie?
—Hola, señor Vernoux —saludó ella, con una inclinación respetuosa.
—¿Te viene a recoger alguien?
—Eh… no. Yo iba a marcharme en el metro con Kis.
—Pues vente con nosotros —dijo Yenkis.
—Eso es. Vamos, te llevo —apremió Neuval.
—¡Oh! ¡Se lo agradezco mucho! —exclamó Evie alegremente, agarrando su maleta de ruedas y yéndose con ellos.
* * * *
Daiya terminó relajándose al comprobar que Fuujin se marchaba de la zona junto con Yenkis e Evie. Después de que Kaoru le contara el inmenso miedo que sintió por todas sus venas la noche que se cruzó con Fuujin, Daiya no quería experimentarlo. Aquella noche que Neuval se enfrentó a Kaoru, cuando estaba dirigiéndose a la Torre de Tokio para reunirse por fin con su KRS, Kaoru aún no tenía noción de cuál era la identidad humana de Fuujin, y de que él y el padre de Cleven eran la misma persona. Fue un bocazas al insultar a Cleven y luego a él, y por eso Neuval tuvo que dejarle claro quién era.
Pero es que Neuval, en realidad, no tenía ni idea de quién era. Kaoru no sintió terror por descubrir que había sido un bocazas delante del famoso Fuujin, sino por haber sido un bocazas delante de lo que Fuujin era realmente.
Ellos lo sabían. Daiya, Kaoru y el resto de la ARS, conocían la verdad porque Izan se la había revelado.
Hace 2 semanas...
«Era lunes por la tarde y caía una fría llovizna sobre la ciudad de Saitama, ciudad vecina al norte de Tokio y lugar natal de Takeshi Nonomiya. En el cementerio, se estaba celebrando el funeral privado del difunto ministro, donde solamente estaban presentes sus familiares y compañeros más cercanos del trabajo, como Norie Saitou, que había venido acompañada de su marido Joji.
Estaban celebrando un funeral de tradición cristiana. Takeshi no era creyente ni practicante de ninguna religión, pero su antigua mujer, que murió hace treinta años, era una japonesa con una cuarta parte hispana, y ella sí era muy religiosa. Ella y Takeshi bautizaron a su primera hija con el nombre de Viernes, en honor a una abuela hispana de ella. Ocho años después, tuvieron un niño, al que llamaron Hatori.
Viernes tenía 8 años y Hatori era un bebé de meses de edad cuando la madre de ambos falleció en circunstancias extrañas. Desde entonces, estuvieron a cargo de su padre, Takeshi. Pero él no fue un padre muy presente. Sólo se ocupaba de la educación de sus dos hijos, pagar colegios caros, universidades de prestigio, viajes de estudios, y todo por mantener una reputación impecable para su carrera política y el apellido Nonomiya. La mayor parte del tiempo, estaba fuera de casa, ya bien en el Ministerio, ya bien en viajes de trabajo, teniendo como mayor prioridad en la vida mantener el país seguro, protegido y limpio de delincuencia y criminales lo mejor posible.
Sin embargo, Viernes siempre supo cuál era la auténtica obsesión de su padre. Y cómo murió su madre.
Ella pasó una infancia difícil. Muy acomodada y atendida por cuidadoras y personal de servicio, pero siempre oyendo discutir a sus padres, y siempre por el mismo tema. Takeshi era un hombre que por alguna razón había estado toda su vida obsesionado con todos los problemas que había en el mundo, y con alcanzar el orden y la paz absolutos. Sus aspiraciones eran tan grandes, que a veces ocupar el cargo de ministro de Interior de Japón no era suficiente para generar un verdadero impacto y comenzar a cambiar realmente las cosas en todo el globo, por lo que, en un momento de su vida, tuvo que empezar a relacionarse con cierto tipo de gente, que tenía diferentes influencias y mejores recursos.
A la madre de Viernes no le gustaba nada esa nueva gente con la que su marido pasaba cada vez más y más tiempo. Y las cosas se pusieron mucho más feas cuando nació Hatori.
Vieres jamás lo entendió, por qué su madre repudió tanto a su hermano, si tan sólo era un bebé. ¿Cómo podía una madre aborrecer tanto a su propio hijo? Viernes terminó creyendo que el motivo era que su madre padeció una depresión postparto. Meses después de nacer Hatori, Viernes presenció la peor pelea entre sus padres. Los gritos eran estremecedores por parte de ambos. Y a pesar de que no llegaron a las manos, de pronto vio a su madre desplomarse contra el suelo. Murió de repente, en medio de esa discusión, en medio del salón de casa. Viernes, espiándolos desde la puerta, quedó marcada. Supo que aquello lo hizo su padre. Estuvo convencida de que él le había hecho algo a su madre, de que él la había asesinado. Y así, se convirtió en iris a los 8 años.
Viernes pasó los siguientes 30 años cargando con el secreto de su conversión ante su complicada familia, y viviendo, comiendo, respirando y durmiendo con rencor y con sed de venganza contra su padre, el gran cazador de iris que nunca supo que su propia hija se convirtió en uno por su culpa.
Las precauciones que Alvion y la Asociación tuvieron que tomar con Viernes cuando se convirtió en iris de pequeña para que su padre no la descubriera fueron enormes. Y ella tuvo que seguir manteniéndolas a rajatabla durante toda su vida, sobre todo cuando, no sólo su padre, sino también su hermano pequeño, se convirtieron en un gran problema para los iris de Japón, como dirigentes de los cuerpos de seguridad y conocedores del secreto de la existencia de la Asociación. Viernes había pasado prácticamente tres cuartas partes de su vida guardando las apariencias hasta el extremo. Incluso para un iris… eso acababa siendo agotador e insoportable.
Mientras bajaban el ataúd de Takeshi por un hoyo en la tierra, la gente allí presente, todos de negro y sujetando paraguas, observaban en silencio y con caras tristes. En primera fila, estaban Hatori y Viernes, y al lado de ella estaba su marido Iori y su hija Evie. Cerca de ellos, a una distancia, estaban Norie y Joji.
No se diferenciaba mucho el tipo de vestuario que Viernes llevaba ahora del que solía llevar a diario. Ella siempre había vestido con la misma sobriedad que su carácter. Trajes de pantalón o falda, blusa y chaqueta, de colores lisos, monótonos, oscuros, pero, eso sí, siempre elegante, dando una imagen seria y sofisticada. Como pasaba con todos los iris después de los 30 años, Viernes aparentaba menos edad de la que tenía, y era realmente hermosa, pero, tras una vida entera educada para no llamar la atención ni mostrar ostentación, su rostro quedaba como un lienzo aburrido y apagado. Su cabello, de un marrón ceniza y ondulado, lo llevaba recogido la mayor parte del tiempo, y apenas usaba maquillaje.
Ella y Hatori apenas se parecían. Si acaso, compartían la misma nariz recta de Takeshi, y nada más. Al tener un porcentaje muy bajo de sangre hispana, Viernes era y parecía por fuera casi totalmente japonesa. Sin embargo, por alguna razón, su hermano mostraba una mezcla más notable. Tenía el pelo de un castaño intenso, y una piel mucho más blanca, y unos pómulos y una barbilla más fuertes, además de haber sacado unos ojos azules de algún lado que no podía ser otro que de ese diminuto porcentaje hispano occidental.
Los únicos ojos de los que caían lágrimas eran los de Evie. Aunque los de Norie también estaban vidriosos. Viernes, al lado de su hija, mantenía una mano sobre su hombro como consuelo, y, sin embargo, su expresión era la más fría e impasible de todas.
Los iris decían que Hatori daba miedo a simple vista, por su mirada afilada de ojos azules y su semblante severo. Pero eso era porque no habían visto a Viernes cuando dejaba de aparentar; cuando, durante unos pocos segundos, mostraba su verdadera cara.
No muchos iris de la Asociación la conocían, y los que la conocían, casi ninguno sabía que tenía relación familiar directa con el famoso cazador japonés Takeshi Nonomiya y con el infalible jefe de policía Hatori, ahora nombrado nuevo ministro. Era más fácil desde que se casó y adoptó el apellido de su marido, siendo ahora Viernes Mukai. Sólo un puñado de iris sabía de qué familia venía Viernes, como Neuval, Lao, Pipi y otros pocos veteranos más. Y era porque, incluso dentro de la Asociación, Viernes había tenido que ocultar estos datos, con el fin de evitar malos comentarios y prejuicios contra ella por parte de otros iris. No era fácil ser una iris que al mismo tiempo era hija y hermana de dos importantes enemigos de la Asociación.
Viernes no sólo era una persona discreta en su vida humana, sino también en su vida iris. Siempre procuró cumplir sus misiones sin llamar mucho la atención y mantener un perfil bajo. Por este motivo, muy pocos iris la habían visto trabajar, y casi toda la Asociación ignoraba lo letal y terroríficamente poderosa que era en verdad. Casi tanto como Neuval.
Obviamente, este entierro no le producía a Viernes más que una gran satisfacción. Por fin. Venganza cumplida.
En las tres décadas anteriores, habría sido imposible efectuarla sin levantar una mínima sospecha en la gente más cercana a Takeshi. Hace 7 años, Takeshi abandonó la caza de los iris por alguna razón que nadie todavía había entendido, pero, antes de eso, él estaba en activo con esa misión, y siempre rodeado de su círculo de cazadores, que fácilmente habrían podido sospechar, investigar y averiguar quién podría haberlo asesinado. Cuando hace 7 años Takeshi abandonó la caza y con ella a su grupo, Viernes por fin podría haber tenido una oportunidad, pero en ese entonces, apareció otro impedimento arriesgado, que fue Hatori ascendiendo a jefe de la comisaría de Tokio, tratando de cazar iris por su cuenta, y unos años después, ascendiendo a jefe de la Policía de Japón.
Teniendo a su hermano de por medio, y tan obsesionado como su padre con los iris, Viernes no podía hacer más que posponer y posponer y posponer su venganza… y su paciencia, y toda una vida de forzosa apariencia, no hacían más que agotarla, desesperarla y enfurecerla. ¿Qué creaba el cúmulo de estos ingredientes? Un majin cada vez más grueso, sólido y pesado.
Tan profesional se había vuelto en la discreción, que absolutamente nadie en todo su entorno ni en la Asociación se dio cuenta de que había estado enfermando exponencialmente en los últimos siete años, hasta el actual sexto grado que padecía.
Estaba igual de enferma que Neuval. Pero, a diferencia de él, ella lo había aceptado y abrazado, y estaba dispuesta a llegar al séptimo y último grado de su majin y convertirse en arki. Porque era la única forma de cumplir lo que había estado tres décadas anhelando: su venganza. Una venganza imposible, que, no obstante, Izan había hecho realidad para ella, acudiendo a los recursos adecuados, a los implicados y al momento adecuados. Si Hatori había sido su actual obstáculo para cumplir su venganza contra su padre sin levantar sospechas ni alarmas, no había más que convertir a ese obstáculo en un participante. Y, además de eso, hacerle creer que era el único.
Al final, Hatori no sabía que había asesinado a su padre, no sólo porque él también llevaba años deseándolo por sus propias razones e Izan le facilitó el camino, sino también porque su propia hermana lo había planeado así. Izan simplemente había sido un intermediario entre ambos hermanos. Para cumplir el deseo de Viernes a cambio de su lealtad, puso en manos de Hatori la herramienta, y en su cabeza el incentivo. Así, Hatori, siendo una de las pocas personas autorizadas para entrar en el despacho de su padre en el Ministerio, única ocasión en que este se encontraba realmente a solas, puso en el despacho aquel inofensivo domo de nieve que Izan recogió clandestinamente en un bar de carretera días antes –donde se encontró con Kyo–, y aquel artilugio hizo el resto.
Y ahora, ahí estaban, Viernes y Hatori, observando una última vez ese ataúd que contenía el cuerpo de su padre, sin decir palabra alguna, sin derramar lágrima alguna y sin expresar emoción alguna.
La única señal de emoción que Hatori llegó a manifestar, fue cuando escuchó el leve sollozo de Evie, cuando pasó por su lado para echar en el hoyo, sobre el ataúd, una rosa blanca, gesto que también hicieron algunos invitados más. Evie estaba realmente triste, y Hatori odiaba ver eso. Si sentía algún ápice de culpabilidad, creyendo que él había sido el único responsable de la muerte de Takeshi, era por Evie. Pero él se decía a sí mismo que Evie no lo entendía, porque no sabía nada; que era una niña ingenua e inocente que pensaba que su abuelo era un buen hombre; que acabar con él había sido algo necesario, por el bien del mundo, por el futuro orden que estaba decidido a instaurar y que Takeshi decidió cobardemente abandonar sin explicaciones.
Al final de las oraciones del párroco, hubo un momento en que Viernes se quedó sola, de pie frente al hoyo, mientras Hatori atendía y recibía los pésames de los invitados, y su marido y su hija conversaban con otras personas. Momento que alguien aprovechó para acercarse a ella, un viejo rechoncho, de cara arrugada y párpados caídos, con un pelo cano asomando por debajo de un sombrero, y vestido con un elegante chaquetón negro, portando además un bastón para ayudar a su caminar encorvado y lento. Se acercó por su espalda y se puso a su lado, mirando con ella la tumba. Detrás de ellos, cerca, había un niño pequeño muy quieto y callado, mirando fijamente al frente.
—Qué ceremonia más sosa y soporífera —le dijo el viejo a Viernes.
Esta lo miró de reojo. Reconoció su voz.
—Hay que tenerlos bien grandes para presentarte aquí, delante de altos mandos de los cuerpos de seguridad y de Hatori.
—Precisamente por tenerlos bien grandes es que tengo el poder que tengo ahora —contestó el viejo con cara bonachona.
—¿Qué haces aquí, Izan?
—Siempre estoy en todas partes, Viernes.
—¿Desde cuándo tienes este nuevo poder, de adoptar el aspecto de otra persona?
—Siempre he tenido un don para los disfraces. Pero reconozco que ha sido agotador meter todas mis rastas dentro de esta peluca. Si ahora me quitara este sombrero, parecería un alien con cabeza abultada.
—Un disfraz… —resopló ella, pensando que a veces Izan parecía un crío—. ¿Y ese niño de ahí? ¿Viene contigo?
—Es nuestra amiga.
Viernes puso una mueca de sorpresa, y se giró un poco para mirar a ese muchacho de atrás.
—¿Es Neidara? —le preguntó al viejo—. ¿Por qué tiene la apariencia de un niño? ¿Y cómo ha hecho para reducir su tamaño incluso?
—Porque es ella quien está practicando ese nuevo poder que mencionaste antes, el de adoptar el aspecto de otra persona. Como sabrás, nadie puede tener aprendida en su cabeza más de una Técnica de Denzel. Si quieres aprender una nueva, tienes que olvidar la que sabes ahora. Yo debo mantener en mi cabeza la de Telepatía y Borrado de Memoria que hace años le robé a Fuujin y copié en un pergamino aparte, para mi propio entrenamiento actual del poder de control mental. Si quiero cambiar de aspecto, me basto yo solo con mis disfraces.
—No existe una Técnica de Denzel que sea de cambiar de aspecto —dijo Viernes frunciendo el ceño—. Dijo que estaba trabajando en hacer una, pero la dejó aparcada hace años.
—Por eso se la robé hace nueve años, copié en otro pergamino lo que él ya tenía desarrollado, y yo mismo terminé de diseñar el proceso restante.
—¿Tú? ¿Terminaste de completar una Técnica espaciotemporal que estaba a medias?
—Sólo le quedaba completar un 20 %, y me ha llevado una década averiguarlo. No lo digas como si fuera algo asombroso.
—¿Por qué Neidara está practicando esa Técnica?
—La necesitará esta noche. Tu Ka, Daiya, ha puesto hoy a prueba los poderes de Clover para confirmarlos, tal como le pedí. Pero ese inoportuno y astuto de Jannik se ha entrometido, y se ha olido algo raro. Por eso, le ha cedido a Clover un talismán Knive protector que necesito quitar de en medio.
—No pronuncies el nombre de Clover tan alto. Sus abuelos maternos están ahí mismo —le advirtió Viernes, señalándole con la barbilla a Joji y a Norie allá conversando con otras personas—. ¿Qué hará Neidara esta noche?
—Colarse en la casa de Denzel mientras duerme, transformada en Clover. Necesito hacer creer a ese taimu que es obra de una ilusión visual de un Knive, y que sospeche del propio Jannik, viendo lo amiguito que se está haciendo de Clover.
—¿Desde cuándo un Knive tiene permitido darle un talismán a otra persona? ¿Es que Jannik está loco? Los mismísimos dioses podrían condenarlo por haber hecho algo así.
—Por eso, Denzel le obligará a recuperar ese talismán. O así espero que suceda, porque si no, se me van a torcer los planes —suspiró Izan, posando sus manos sobre el bastón.
Se quedaron un rato en silencio, observando a los invitados un poco más allá, al otro lado de la zona del entierro. Viernes no apartaba la vista de allí. Izan pensó que estaba mirando a Evie, porque estaba preocupada por ella y la tristeza que sentía por este funeral. Sin embargo, se dio cuenta de que no miraba a su hija, sino a Hatori.
—¿Te arrepientes? —le preguntó Izan, y ella giró la cabeza, sin entender—. De haber usado a Hatori para colocar el domo de nieve.
—Hm. No —volvió a observar a la gente de allá—. Fíjate con qué facilidad él aceptó hacerlo cuando se lo propusiste. Hatori ha estado siete años enteros aguantando la frustración, desde aquella vez que estuvo a punto de cazar a dos iris y hacer historia, y nuestro padre le obligó a cancelar la operación sin dar explicaciones.
—Incluso para la Asociación, esa decisión de Takeshi sigue siendo un gran misterio.
—Si de algo me arrepiento… es de no haberlo hecho yo misma. Y ver a mi padre en su despacho una última vez… no para decirle unas últimas palabras o para escuchar qué me diría en ese momento y esas tonterías sentimentales… sino para saber qué habría sentido yo.
—Ya sabes que, de haber sido tú la causante directa y personal de su muerte, habrías cumplido así una venganza completa, y eso habría curado tu majin. Pero… —ladeó la cabeza—… ese no era nuestro trato.
—Lo sé —Viernes agachó la mirada un momento, y se miró su anillo de casada en el dedo de su mano—. Treinta años de servicio… deteniendo criminales, matando terroristas, salvando a humanos que ni conozco… y todo sigue igual. Cuando me convierta en arki como tú, todo por fin empezará a tener sentido. Dejaré de sentir cosas innecesarias y dolorosas, y sólo me preocuparé de lo que yo quiera, y no de lo que otros me imponen. Mi marido, mi hija y mi ARS. Todo lo demás… puede irse al infierno.
En esa misma mano que se miraba, llevaba un bonito reloj dorado de pulsera. Lo que no se podía ver, es que este reloj tapaba un tatuaje que rodeaba su muñeca, un tatuaje energético, justo el mismo que Neuval había estado teniendo en su muñeca durante sus siete años de exilio, cuyos trazos contenían el código de una Técnica que él mismo creó de joven: la Técnica de Desvío, la que impedía que Alvion pudiera conectarse a su mente. El día del juicio, Alvion ya obligó a Neuval a quitarse ese tatuaje y dejar de usar esa Técnica. Tanto Alvion, como Hideki y Lao siempre le advirtieron que jamás se la enseñase a nadie, pero Neuval siempre sintió cierta debilidad por Izan en el pasado, era como un hermano pequeño para él. Si Neuval supiera ahora… se estaría arrepintiendo mucho de habérsela enseñado a Izan.
—Me parece que a Pipi le mosqueó un poco que anoche no os presentarais en la Torre de Tokio a darle la bienvenida a Fuujin —le comentó Izan.
—¿No puede Nicolás entender que acabo de perder a mi padre hace tres días?
—Puede que nunca le contases a nadie, ni siquiera a Pipi o a Neuval, que Takeshi era tu venganza iris. Pero hasta ellos saben que no le guardabas ningún aprecio.
—Organizar un funeral, especialmente de alguien así, tampoco es cosa fácil.
—Pipi entendería que tú no te presentaras anoche. Pero el resto de tu ARS…
—Ya me he enterado de que Kaoru se encontró con Neuval anoche de casualidad, cuando este estaba de camino a reunirse con su KRS, y casi no lo cuenta. Tengo que disciplinar más a ese chico, su bocaza le hará acabar muy mal algún día. Y someterlo a más entrenamiento. Mira que mearse encima…
—¿Quiénes somos nosotros para juzgar? —sonrió Izan, divertido—. Sabiendo el tipo de criatura que Neuval es realmente… imagina que te lo cruzas, y se entera de que has maltratado a su hija. Kaoru tiene suerte de no haber acabado como esos doce delincuentes que Neuval despedazó el otro día en un callejón. Pero el resto de tu RS no tiene ningún problema del estilo.
—¿Y qué quieres decirme con eso? ¿Que debí mandar a mis chicos allí anoche a sumarse a la bienvenida?
—No. Lo que quiero decirte, es que tengas en cuenta que a partir de ahora será inevitable levantar sospechas en aquellos que mejor te conocen desde hace años. Ya no hay marcha atrás, Viernes. Incluso pasar tiempo en tu casa, siendo la vecina de Neuval, es arriesgado. Desde ahora, las cosas van a complicarse. Estate centrada.
Viernes no dijo nada, pero no es como si eso no lo hubiera asumido ya hace tiempo. No es como si ella conociera una vida donde no existían las complicaciones.
—Hay algo que no entiendo —comentó después de un silencio, e Izan levantó uno de sus viejos párpados caídos de la máscara de silicona que llevaba—. Ese domo de nieve… era un talismán Knive, ¿verdad?
—Un Ulykkelig —asintió él—. Un “infeliz”, como ellos lo llaman.
—Iris veteranos como yo hemos llegado a tener alguna vez algún cruce o enfrentamiento con algunos Knive primarios durante misiones en otros países. Se supone que no podemos preguntar ni saber nada de ellos, pero en esos enfrentamientos hemos aprendido algunas cosas. Como el hecho de que solamente un Knive puede activar o hacer funcionar un talismán. Así que… ¿cómo funcionó el “infeliz”, una vez que Hatori lo colocó en el despacho de nuestro padre? ¿Venía ya activado y programado para funcionar por sí solo?
—Sinceramente, Viernes… hay algunos detalles de todo este plan que escapan a mi comprensión también. Pero mientras sean órdenes de mi Señor, no necesito preocuparme por esos detalles. Porque él es el ser más sabio que existe. Y si me recomendó hacer ese tipo de plan y hacerme con ese tipo de objeto para concederte tu venganza… es obvio que iba a funcionar. Porque mi Señor nunca se equivoca. Y nunca miente.
—¿Cómo sabes que no te mentiría?
—Porque él fue creado sin la capacidad de mentir. Él mismo reconoce que esto ha sido un auténtico estorbo en muchas ocasiones de su larga existencia. Pero, por mucho que él haya querido mentir alguna vez… es la única cosa del universo que él no puede hacer.
—Amo —lo llamó Neidara.
Izan, entonces, miró su reloj. La Técnica de Transformación, como todas, tenía su límite de tiempo, y Neidara no la iba a poder mantener mucho más rato.
—Hablando de mi Señor… Reuníos todos conmigo en una hora. Hay algo que quiero enseñaros —dijo dando media vuelta, y se fue marchando con Neidara con su falsa apariencia de niño pequeño—. Teletranspórtame de vuelta a la mansión, Nei-Nei.
—No me llames así.
Viernes volvió a quedarse sola. Y volvió a observar en silencio el ataúd allá en el fondo del hoyo. Toda una vida entrenando para guardar las apariencias… Cuando una persona se ponía una máscara y no se la quitaba en muchos años, podía acabar convirtiéndose en lo que la máscara representaba, y la persona que había debajo se iba secando y marchitando y deshaciéndose poco a poco con el paso del tiempo como un cúmulo de ceniza. A veces quedaban restos, otras veces no quedaba nada. Y a veces, la nueva persona surgida de la máscara olvidaba por completo quién solía haber debajo; quién solía ser. Por eso, a veces, se podían escapar algunos pequeños gestos que delataban una verdad, que asomaba un pequeño trozo de lo que quedaba entre el polvo.
¿Completa satisfacción? Tal vez, no tan completa. O tal vez, a ratos. Izan la advertía de que las cosas iban a ser más complicadas ahora. Pero Viernes ya era una persona extremadamente complicada de por sí. Por eso, ni siquiera ella estaba muy segura de por qué en un momento dado, en el que ni siquiera nadie la estaba mirando, le dio por coger una de las rosas blancas de la cesta sobre mesa ceremonial de al lado, y echarla en el hoyo.
Una hora después, los nueve miembros de la ARS se reunieron en una vieja mansión, casi en ruinas y abandonada, en una recóndita zona boscosa a las afueras de la capital. Era una edificación de estilo europeo, hecha en piedra y maderas macizas. Tenía una parte con el techo derruido y deshecho en escombros, y aunque el resto de la casona se mantenía en pie, tenía pocos ventanales que conservasen todos los cristales, algunos agujeros en varios tejados, y la mitad de sus muros arropados por mantos de enredaderas silvestres. El mismo aspecto descuidado mostraba el jardín, era como un prado desértico, rodeado de bosque.
En el salón principal, aún quedaban algunos muebles, llenos de polvo, hojas secas y con raspaduras en las tapicerías, seguramente de los gatos salvajes que habían pasado por ahí y habían clavado sus uñas. El parqué del suelo tenía algunos tablones levantados, doblados por efecto de la humedad. Izan había hecho algunos arreglos y había instalado algunos ordenadores y pantallas sobre una alargada mesa de comedor rodeada de sillas, ahora ocupadas por los iris de la ARS.
Kaoru y Daiya eran los miembros más jóvenes con 16 y 14 años respectivamente, además de una chica Yami de 13. Si Alvion llegara a enterarse de en qué situación se encontraba esta RS, la cual se protegía con la Técnica de Desvío inventada por Fuujin, le causaría un gran dolor, especialmente por esos tres miembros todavía jóvenes, que habían sucumbido, todos, a la enfermedad del majin con la influencia directa de un arki como Izan.
—¿Qué es esto? —preguntó Kaoru, harto de esperar a que Izan encendiera los aparatos con ayuda de un generador eléctrico que en ese momento estaba alimentando el iris Den de la ARS, mientras se distraía moldeando entre sus manos una masa de agua que a cada rato convertía en hielo creando formas—. ¿Qué hacemos aquí?
—Ya os habréis enterado todos —comenzó a hablarles el rubio, poniéndose al lado de la pantalla de televisión sobre el extremo de la mesa y echándose sus bonitas rastas a un lado— de ese escalofriante suceso de la semana pasada que Hatori y la policía tanto han querido mantener en secreto y lejos del conocimiento de la prensa e incluso del Gobierno. Hicieron una buena limpieza en ese callejón, ¡fuff! Doce hombres adultos son… —miró al techo pensativo, dándose toquecitos en la barbilla—… como 65 litros de sangre…
—Lo que a mí me desconcierta es que Hatori haya dado por sentado desde el primer momento que fue obra de Fuujin —comentó la iris Fuu del grupo—. Es decir, ¿qué le hizo pensar que fue él y no otro iris? Nosotros ya sabemos que fue Fuujin, porque algunos iris bocazas ya han ido difundiendo que él no fue al Monte este pasado fin de semana sólo para hacer oficial su regreso, sino también para someterse a un juicio por haber provocado esa masacre. Y encima se ha librado de la condena porque resultaban ser doce criminales.
—¿Por qué tiene Fuujin tanta puta suerte con sus masacres? —rechistó Kaoru—. Hace siete años, ¡bum! Medio Japón arrasado, cero inocentes muertos.
—¿Te desconcierta que Hatori, por milésima vez en su carrera demostrando que posee una intuición sobrehumana, acierte otra vez a la primera en sus deducciones? —le preguntó Izan a la Fuu—. Y… —miró a Kaoru—… eso no fue una casualidad.
—¿Lo de sus doce víctimas siendo criminales, o lo de dejar cero muertos en el mayor descontrol de su vida? —quiso saber Kaoru.
—Ambas cosas —sonrió Izan—. Pero vayamos paso por paso. Hoy sólo quiero que veáis… —enchufó una memoria USB en la parte de atrás del televisor—… una prueba visual de la verdad que os conté sobre él.
Al reproducir el vídeo, ya de primeras se mostró el oscuro callejón donde sucedió el encuentro de Neuval con los doce criminales. Lo que sorprendió a los demás, es que era un vídeo de calidad, y grabado desde un punto alto, y además con visión nocturna, de modo que se veían perfectamente las figuras de los trece hombres. Nada que ver con la mala grabación, borrosa y en blanco y negro, que Hatori había conseguido obtener de la cámara de seguridad de una tienda en la esquina del callejón.
Los iris de la ARS, al darse cuenta de lo que estaban viendo, se quedaron inmóviles y dejaron de parpadear. Veían a Neuval de espaldas, desde un ángulo alto, a seis de los delincuentes cerrándole el paso por delante, y luego los otros seis rodeándolo por detrás. Se veía a Neuval intercambiando algunas palabras. Hasta que el cabecilla de los criminales comenzó a acercársele con actitud amenazante y riéndose. En un momento dado, de repente el criminal blandió contra él una barra de hierro para golpearle la cabeza, pero la barra se desprendió en varios trozos limpiamente cortados en un instante. Lo siguiente, fue ver cómo a ese criminal confuso le explotaba la cabeza. A partir de ahí, todo se volvió una pesadilla infernal.
Los iris podían dominar sus emociones incluso si estaban presenciando la más terrorífica o la más brutal escena de todas. Pero todos, menos Viernes, no pudieron evitar apartar la mirada de la pantalla en algún momento. Aun así, los ojos serios de Viernes denotaban un brillo de asombro y horror.
—E… Espera… —señaló Kaoru en ese momento—. ¿¡Qué es eso!? ¡Justo ahí!
—¡Joder, es verdad! ¿¡Qué demonios es eso!? —brincó otro de sus compañeros—. Aparece en un instante, pero se ve claramente si lo pausas.
Izan sonrió, rebobinó un poco y pausó el vídeo en ese punto. Los demás dieron un respingo, intentando entender qué estaban viendo.
—Es Neuval.
—Pero… un momento… —frunció el ceño otra de los iris.
—Este es… su verdadero aspecto —les explicó Izan.
A partir de ahí, la sala entera se quedó en silencio. Los iris de la ARS intentaron asimilarlo. Más que horrorizados, estaban asombrados, incluso embelesados.
—Así que… “ellos” son así… —murmuraban.
—¿Cómo puede transformarse si no sabe que puede hacerlo? —preguntó Viernes seriamente—. Izan, nos dijiste que si ignora lo que es, no lo manifiesta.
—No lo manifiesta a voluntad, ni de forma controlada ni durante más de uno o dos segundos —le aclaró—. Ignoro si esta es la primera vez que le pasa, aunque lo dudo mucho. Esta es una muy breve manifestación, una intensa reacción de apenas dos segundos de la que ni el propio Neuval se da cuenta. Ocurre fugazmente en esta escena, en mitad del éxtasis, mientras despedaza por la mitad a este criminal con sus dos garras.
—Esto es, sin duda, algo totalmente diferente de su majin —resopló Daiya.
—¿Cómo has obtenido esta grabación? —preguntó Viernes—. Esta no es de la que dispone Hatori, ¿verdad?
—No. Hatori sólo pudo hacerse con la grabación de una cámara de seguridad cercana de mala calidad. Va a tener que esforzarse bastante para reconocer alguna cara y tardará bastante en investigarlo. Esta grabación que acabáis de ver la hice yo mismo con mi móvil.
—¿Qué? —saltó Kaoru—. No nos irás a decir que estabas paseando por ahí de casualidad, ¿verdad?
—Izan… —se sorprendió Viernes—. ¿Sabías que iba a ocurrir ese suceso en ese lugar?
Izan sonrió. En ese momento, Viernes entendió.
—El encuentro entre Fuujin y esos criminales no fue algo fortuito… ¿Lo planeaste tú?
—No. Lo planearon varios de tus almaati desertores.
—¿¡Cómo!?
—Era de esperar que tarde o temprano esos cobardes harían algo en mi contra, después de dimitir de tu RS cuando te uniste a mí. Me enteré, claro, tengo ojos por las sombras. Pero, en lugar de detenerlos, decidí ser un espectador. Se aliaron con una banda criminal nada más irse, para hacerme creer que, pese a dimitir de la ARS por tu cambio de ideales, se posicionaban en el bando enemigo de la Asociación, y así yo no los tacharía como enemigos míos. Pero, en realidad, lo que hicieron fue utilizar a los criminales humanos de esa banda para poner a prueba el iris de Fuujin y el estado de su majin. Se aferraban a la esperanza de que Fuujin sería el único iris poderoso capaz de frenarme, siempre y cuando su majin no le estuviera convirtiendo en lo mismo que yo soy ahora. Al final, esos pobres almaati se han llevado un chasco al descubrir que Fuujin, tal como temían, está demasiado enfermo para enfrentarse a un poderoso arki como yo. Lo que esos almaati ignoran, es que esa esperanza es, y siempre fue, naturalmente imposible. Porque el problema de Fuujin no es solamente su majin. Es que él… nació… —señaló con el dedo nuevamente la pantalla, con el vídeo pausado en esa imagen—… siendo esto.
Los demás no paraban de comentar sobre todo este asunto. Izan apagó la televisión y recogió un poco los cables tranquilamente, pero entonces vio por el rabillo del ojo a Viernes marchándose por la puerta, sola, y no de una forma normal. El Yami observó que Viernes había convertido su brazo derecho en metal, pudiendo moldearlo a voluntad, y por eso, en vez de mano, su brazo terminaba en una alargada y afilada punta.
Al salir al jardín descuidado y asilvestrado, ya oscuro bajo la noche, la luz naranja de su ojo se vio contrarrestada por la luz violeta de Izan cuando este apareció justo delante desde un remolino de sombras, cortándole el paso.
—¿A dónde crees que vas?
—¿Tú qué crees? —masculló Viernes, con una furia contenida—. A encargarme de esos traidores.
—No. Olvídate de ellos.
—¿Cómo que me olvide? Izan…
—Escucha —le pidió él, calmado—. Esos almaati desertores están desesperados. Lo siguiente que tratarán de hacer, será una estupidez. Han visto que Fuujin es un caso perdido, así que probablemente, un día de estos, intentarán ir ellos mismos a atacarlo en persona, intentarán ir a matarlo de algún modo. Obviamente fracasarán. Pero me sirve.
—¿De qué te sirve?
—Para aumentar el estrés y las emociones negativas alrededor de Neuval. Lo que tus cooperadores desertores hicieron al enviarle a una panda de criminales nos ha traído algo bueno y algo malo al mismo tiempo. Lo malo, es que esa masacre es lo que ha empujado a Neuval a regresar a la Asociación y a volver a tener su iris conectado y protegido por Alvion. Pero, lo bueno, es que sigue siendo un suceso que todavía tiene a Neuval muy arrepentido y preocupado. Ver que ha vuelto a tener una grave pérdida de control… créeme, es un tormento que le va a perseguir mucho tiempo, por muy feliz que se muestre ahora por fuera, celebrando su regreso y arropado por su KRS. Necesito que el peligroso majin de grado VI de Neuval se mantenga, o incluso que crezca más. Cuantos más grados, cuanto más cercano al séptimo grado, más se debilita su conexión con Alvion. Si un día el majin de Neuval consigue por fin convertir su iris en arki… mi Señor será quien podrá conectarse a él y ponerlo de su lado. Como lleva 45 años deseando hacer.
Viernes terminó comprendiendo, y relajando los hombros. Su brazo de metal volvió a ser de carne y hueso. Le asintió a Izan con la cabeza, y ambos regresaron a la mansión con los demás.»
2 semanas después, de nuevo en el presente…
Neuval paró el coche antes de entrar en el jardín de su casa, para que Evie se bajase y se fuese a la suya, que estaba al lado. Yenkis había notado que su padre había estado muy callado, más de lo normal, durante el trayecto. Quizá fuera porque los dos niños habían estado charlando entre ellos y no había querido interrumpirlos, pero Yenkis aun así notaba algo raro en él. Neuval solamente abrió la boca cuando Evie se desabrochó el cinturón y se dispuso a bajar.
—Hey, Evie —la llamó, procurando poner un tono natural y risueño—. Dime, ¿qué tal está tu madre? Hace días que no la veo por aquí.
—Oh, eso es porque está hasta arriba de trabajo —sonrió la joven con un deje irónico—. Para variar, hahah... Sale muy temprano de casa y vuelve muy tarde, normal que usted no la vea.
—¿Mucho trabajo en su oficina últimamente?
—Sí, eso dice ella. Le diré que ha preguntado por ella, señor Vernoux. Gracias por preocuparse —dijo con una educada inclinación de cabeza—. Y muchas gracias por traerme.
—De nada.
Era de esperar que Neuval preguntase por Viernes ahora. A diferencia de Pipi, él acababa de reintegrarse en la Asociación y, por tanto, no sabía cómo habían marchado las cosas con el resto de RS en los años recientes, igual que no sabía si la ARS se había estado comportando raro últimamente o no. Pipi sí. Pipi llevaba ya meses notando cosas raras alrededor de la ARS, pero no le había dicho nada a Neuval aún sobre ello, mucho menos que había puesto a su SRS a espiar a los miembros de la ARS para averiguar si estaban metidos en algo. Y los chicos de Pipi no habían hecho más que confirmarle que sí, que los de la ARS hacían cosas raras y su actitud era distinta, más distante y evasiva. Especialmente, el comportamiento que Jannik había visto en Daiya con la pequeña Clover.
Claro que ahora, después de haber sido atacado esa misma mañana en su propia oficina por un grupo de ex-almaati de la ARS, y de haber escuchado las duras palabras que una de ellos le había dicho, pues Neuval ya tenía razones propias para preguntarse “¿qué demonios pasa?”. Cooperadores de la ARS que habían abandonado su servicio en ella, porque Izan había regresado a Tokio y estaba tramando algo, y como arki que era, todo aquel en el bando de la Asociación era su enemigo, lo primero que había pensado Neuval sobre todo esto es que la pobre Viernes había sido traicionada por unos cooperadores cobardes, hasta que aquella de antes con la que había discutido le había revelado que a Viernes le había importado bien poco que varios de sus almaati la hubieran abandonado. “Ella ha cambiado, y será demasiado tarde cuando descubras a qué me refiero”, fue lo último que esa almaati le había dicho. Y por eso, Neuval ya estaba preocupado por esta Suna veterana.
Viernes ascendió a Líder de su ARS hace once años, y desde entonces formó una alianza con la SRS de Pipi y la KRS de Neuval. A pesar de eso, nunca fue una amiga muy cercana con ellos, pero porque ella nunca se había permitido a sí misma tener amigos cercanos, por el estigma con el que cargaba desde su infancia, de ser una iris, e hija del cazador de iris más conocido del último siglo. Ella siempre había sido una mujer fría y callada la mayor parte del tiempo, pero, las pocas veces que ella se había acercado y abierto un poco más, Neuval había notado dentro de ella a una mujer realmente cálida y amable. Pero con dolor. Mucho dolor.
Hace tres años, Viernes se mudó a la casa de al lado con su familia. Desde entonces, había hablado más con Neuval, pero como él estaba en el exilio, solamente de temas humanos, de trabajo, familia y cosas normales, como una vecina normal. En algunas ocasiones, se habían juntado en el porche del uno o del otro, para tomar una cerveza y hablar de cosas más serias y difíciles. Neuval admiraba a Viernes enormemente. Era dura como el acero. De hecho, él sabía que ella podía ser, perfectamente, la iris más poderosa de la Asociación después de él, a pesar de que ella, incluso en medio de batallas terribles rodeada de enemigos, explosiones y peligros, se moderaba mucho en el uso de su poder. Neuval estaba seguro de que, aun después de los 30 años de servicio de ella, todavía no ha habido nadie que hubiese visto a Viernes desatar su poder real.
Sin embargo, era una mujer tan complicada, que a veces a Neuval le preocupaba qué es lo que Viernes pensaba realmente de las cosas, qué esperaba del mundo y de su propio futuro. Porque, a veces, había llegado a notar en ella, en sus ojos firmes y fríos, un enorme agotamiento. Un agotamiento que Neuval conocía demasiado bien, porque él lo había padecido ya docenas de veces. Y, como es de comprender, que personas extremadamente poderosas sufran demasiado hastío, es algo peligroso.
Y esto… debía tenerlo en cuenta respecto a sí mismo.
A simple vista, el Neuval de la superficie, brillando junto a su iris recién reconectado a Alvion y lleno de fuerza y esperanza con su KRS de vuelta, se había enfrentado a las duras palabras de aquella almaati de esta mañana con firmeza, negándolas, o incluso aceptando su posibilidad con la valiente determinación de poder darle solución. Pero había un Neuval, debajo de toda esa superficie iluminada, y de muchas capas de memorias, de vivencias y de temores, que estaba muy dolido, y muy harto, de escuchar por centésima vez palabras de ese estilo. “Deberías morir, eres un peligro para este mundo… Hay algo malo dentro de ti…”. Especialmente, porque la mitad de esas veces, había sido él quien se había dicho a sí mismo esas palabras.
Hoy estaba siendo un mal día. Otra vez. Estaba muerto de preocupación por Hana, no sabía qué hacer con ella cuando se recuperase en el hospital. Y su encuentro con Lex había sido nefasto. Y que hubiese ocurrido un salto en el tiempo accidental con los hijos de Denzel implicados era de todo menos tranquilizador.
Pero, otra vez, tenía que aguantar. Resistir, fingir y aparentar, con tal de hacer que, para Yenkis, siguiera siendo un buen día. Por él, tenía que tragar todas las cosas malas posible.
Al menos, Yenkis siempre solía ponérselo fácil. Él seguía siendo un niño, con una luz, un buen corazón y una inocencia que siempre reconfortaban a Neuval. Por ejemplo, ahora mismo, viendo que el muchacho había salido del coche para acompañar a Evie hasta su porche y ayudarla con la maleta, viendo cómo hablaban entre ellos y reían… viendo cómo se miraban… especialmente, cómo Evie miraba a Yenkis y sonreía tímida… Neuval no había parado de cargar toda su vida con problemas y vivencias terribles, pero cualquier infierno merecía la pena, si en él había podido tener unos hijos como los que tenía. Aunque su relación con Lex no fuera la mejor en esta época, eso no quería decir que no se sintiera enormemente orgulloso de él.
Cuando Yenkis regresó al coche para que su padre entrara ya en el jardín y lo metiera en el garaje, se percató de que este lo miraba muy fijamente, sin hacer nada. Y es porque Yenkis venía con una cara contenta, y un poco roja.
—¿Qué? —le dijo Neuval, con una sonrisilla burlona—. ¿Hace calor?
—¿Por? —no entendió.
—Estás colorado.
—¿Sí? —se sorprendió, mirándose en el espejo del retrovisor con preocupación—. Ahí va, ¿tendré fiebre?
Neuval se dio una torta en la frente.
—Bobo… —se rio en voz baja, y se fue ya al garaje.
Comentarios
Publicar un comentario