1º LIBRO - Realidad y Ficción
¿Qué sucede cuando presencias el asesinato de un ser querido?
Depende. ¿Eres una persona sensible de las que lloran abatidas por la tragedia o una persona sensible de las que lloran rabiosas por no haber podido impedirlo? No todos los humanos tienen la "voluntad del héroe", y muchos de los que la tienen ni siquiera lo saben. No es hasta que llega ese momento inmediato, inesperado, incomprensible y desgarrador cuando este tipo de humanos despierta esa fuerza en su interior. Rabia, ira, tristeza, todas unidas por hacer justicia... pero también descontroladas y peligrosas.
Ellos no lo eligen. Pero sucede. No importa la edad, ni el país. Esta energía que nace dentro de ellos ante la tragedia los transforma, los renueva, les otorga un nuevo poder, y dejan de ser humanos para convertirse en sus protectores secretos como un deber que cumplir, bajo un mando superior, organizados, y llevando una vida cotidiana entre los demás al mismo tiempo. La venganza también forma parte de ellos, pero, también, algunos defectos, de los que puede surgir su lado más contrario y oscuro.
Las emociones humanas, las energías del bien y el mal, la vida y la muerte, son fuerzas superiores que lo dominan todo en el mundo terrestre, en un Equilibrio protegido por los dioses del Yin y el Yang, que ciertos grupos intentan cambiar y controlar, hacia lo que cada uno de ellos considera como el mundo más idóneo.
En medio de esta lucha invisible, Cleventine Vernoux navega en la rutina de la normalidad, en la apatía y en el olvido de todo lo que ocurrió en su infancia. Perdió memorias específicas, y con ellas, algo que formaba parte íntima de ella, el poder humano del cambio, del inconformismo.
Pero cuando uno se atreve a levantar la mirada del suelo, comenzará a ver cosas nuevas. Y tal vez raras. Y todo empieza con el despertar de un simple recuerdo, el nombre de alguien querido.
Un ojo que emitía una rara luz anaranjada fue lo último que el abusón vio antes de morder el suelo y perder el conocimiento, sólo con el primer puñetazo. Al lado, había otro igual de abatido, agonizando con un pómulo morado, y cerca de ellos, aún quedaba uno en pie, que iba a ser el siguiente.
La chica, limpiándose un poco la sangre de los nudillos en su falda del uniforme del instituto, se giró hacia él con esa mirada severa y aplastante. Este tercer y último abusón se había quedado atorado, como en shock, tras haber visto cómo esa chica flaca y punk había tumbado a sus dos amigos básicamente con un aspaviento, más que con un puñetazo. Había estado en posición de ataque y tenía intenciones de agredirla, pero ahora tenía sus dudas. No quería acabar como sus amigos. Ahora esa chica le daba miedo.
Entre ellos, además, había otro chico, sentado en el suelo tras haberse caído, con el mismo tipo de uniforme que la punk. Un inocente estudiante, algo gordito, con gafas y sudoroso, que aferraba entre sus brazos la mochila que esos tres abusones habían intentado quitarle a la fuerza para quedarse con su dinero y sus cosas… hasta que esa chica apareció de la nada soltando sopapos.
—¿Y bien? —le preguntó esta al abusón que quedaba, quien, al igual que sus amigos, tenía un uniforme de un instituto distinto, al que habían arrancado las mangas para adoptar un estilo macarra.
El chico, más grande que ella, tragó saliva, sin dejar de mirar a sus compañeros y a ella repetidas veces, muy nervioso.
—Te la dejo pasar… porque eres una chica… —intentó sonar superior, señalándola con el dedo.
—Como volváis a amenazar, perjudicar o a hacer daño a otra persona para placer o beneficio propio, lo sabré, y os partiré los dedos de las manos, como ese que estás usando para apuntarme.
El macarra bajó la mano enseguida, temeroso.
—Cuando tus amigos se recuperen y vuelvan llorando a tu instituto, diles la mala noticia, que como volváis a poner un pie aquí en mi instituto, regresaréis sin el pie.
El abusón siguió ahí, en tensión, sin decidirse. Entonces, la chica dio un fuerte pisotón, y el suelo tembló por un instante y se formó una pequeña grieta. Fue suficiente para que el otro se asustara y se marchara de allí corriendo. Saltó el muro que separaba el recinto con las calles y desapareció. Ahí, en un patio trasero del instituto donde había materiales de gimnasio y jardinería, entre el edificio y una zona arbolada, no había nadie más que ellos.
La joven se acercó al muchacho rechoncho de las gafas.
—A juzgar por tu postura corporal, la inclinación de tu espalda y el hecho de que no te hayas puesto en pie aún, deduzco que te has hecho un esguince en el tobillo izquierdo, ¿verdad? —le comentó, se inclinó hacia él y le tendió la mano—. Ven, te ayudaré a caminar hasta la enfermería, apóyate en mí.
—¡Yo…! —el chico la miró con enfado, pero también sonrojado—. ¡N-no necesitaba tu ayuda!
Ella le devolvió una mirada aburrida.
—Hey, Nakuru —la llamó una voz—. ¿Necesitas un cable o algo?
Se acercó hasta ellos otro chico, del mismo uniforme, pero llevaba encima una sudadera y un abrigo, e iba encapuchado, con una mochila al hombro. No se le veía mucho la cara bajo la sombra de la capucha. Tenía una espalda ancha, de complexión fuerte. Esquivó los cuerpos de los otros dos abusones tendidos en el suelo, pasando por encima de ellos tranquilamente, los cuales ya estaban recobrando la consciencia poco a poco.
—Nah, aquí al parecer nadie necesita un cable —contestó ella con sarcasmo—. Está todo en orden.
—¿Por qué tan grosero con alguien que te ha ayudado? —le reprochó el chico fortachón al de las gafas.
—Porque yo no necesito que una chica me proteja —replicó este, intentando ponerse en pie torpemente.
—Hahh… —suspiró Nakuru con paciencia—. Humanos…
—Hey… —se quejó el chico fortachón.
—¿Eh? ¿Te ofende o qué? —se rio su amiga—. Si tú ya no eres uno de ellos.
—Ya, bueno… Pero hace tan sólo un año que dejé de serlo. Aún es reciente —se encogió de hombros.
—Pues acostúmbrate, Kyo, porque muchas veces su estupidez natural no nos pone el trabajo fácil. En fin, me largo.
La chica dio media vuelta con la mano levantada como despedida y se perdió de vista doblando la esquina del edificio. Kyo se quedó ahí delante de esos tres despojos, justo cuando comenzó a llover. Chistó con la lengua y negó con la cabeza, daban bastante pena, tanto los abusones que ya estaban incorporándose doloridos como su rechoncha víctima con el esguince de tobillo que apenas se tenía en pie. Cuando él también fue a marcharse, irrumpió la áspera voz de un viejo profesor que, asomado por una de las ventanas de la planta baja del edificio ahí cerca de ellos, los vio.
—¡Eh! ¿¡Qué hacéis ahí, gamberros!? ¿¡Peleas!? ¡Están terminantemente prohibidas en este centro! ¡Dadme vuestros nombres ahora mismo!
—¡Profesor, yo no he hecho nada, han sido ellos! —gimió el chico de las gafas, señalando a los dos abusones con un uniforme diferente.
—¿Sí? ¿Y qué hacen malheridos en el suelo? ¿Quién los ha agredido?
Tanto los dos abusones como la víctima se quedaron mudos un momento. Se miraron. Ni los primeros querían decir que habían sido abatidos por una chica ni el rechoncho quería decir que la misma lo había salvado de ellos. Kyo se dio cuenta de esto nada más ver sus caras y por fin comprendió lo que su amiga le había dicho sobre la estupidez humana natural.
De pronto, los otros tres magullados miraron a Kyo al mismo tiempo. Al parecer se pusieron de acuerdo en señalarlo a él, mirando al profesor con nervios.
—¿Pero qué…? —brincó el fortachón.
—¡Usted, muchacho, el encapuchado! El director está en la sala de profesores. Ya se sabrá usted el camino. Andando, que yo lo vea.
Kyo se quedó incrédulo. Pero de nada iba a servir discutirlo con tres testigos acusándolo falsamente a él.
—Humanos… —suspiró con el mismo tono resignado que su amiga, encaminándose al edificio en dirección a su castigo.
—Oh, estupendo —lamentó Nakuru cuando, al llegar a los soportales frontales del edificio, vio que se había puesto a llover a cántaros.
—Tía, ¿a dónde te habías ido? —protestó su amiga, que la había estado esperando ahí.
—Ah, perdona, Raven. Había oído un jaleo por el patio trasero del instituto y me fui a ver qué era.
—¿Se ha peleado alguien? ¿Deberíamos avisar a algún profe?
—No, al final no ha sido nada —le restó importancia—. ¿Cleven todavía no ha salido?
—No, tía —resopló Raven, apoyándose contra una de las columnas—. Sigue en la sala de profesores.
—Vaya día… —Nakuru también se apoyó en otra columna de brazos cruzados.
El Instituto Tomonari, situado en el distrito de Shibuya, reposaba en un amplio recinto limitado por muros y altas verjas de hierro. Estaba formado por un complejo de edificios conectados mediante pasarelas, separados por patios y jardines al aire libre, además de unas instalaciones aparte con su propio polideportivo, piscina cubierta, pista de atletismo y campos para deportes varios.
A su lado, en otro recinto, se encontraba el Colegio Tomonari, otro complejo de edificios donde impartían la educación infantil y primaria.
Era un centro de gran reputación que seguía un sistema de educación internacional. Allí iban alumnos tanto nacionales como extranjeros, o en su mayoría, nacionales que tenían algún padre extranjero y por tanto eran bilingües. Pero no por ello sólo iba gente adinerada. Había de todo, tanto buena como mala gente, como en todos lados.
Varios chicos y chicas también iban saliendo del instituto, unos con paraguas y otros cubriéndose con la chaqueta y corriendo a la parada de bus más cercana.
—Raven, ríndete —casi rio Nakuru, al verla desesperada por arreglarse el pelo, que se le estaba encrespando con tanta humedad.
—No puedo, Nak. Soy una gal —dijo con coquetería—. Siempre debo estar guapa.
—Por favor, Raven, llevas viviendo en Tokio un año, ¿y ya de primeras te metes en la tribu urbana de las gals?
—Casi siempre que salgo por ahí de ocio, es con un grupo de gals de este instituto y me lo paso genial. Me aceptaron a la primera. Creo que les gustaba la idea de tener con ellas a una afroamericana de California. Y ¿sabes? Aun a día de hoy me sorprende que te hayas hecho tan amiga mía. En mi antiguo instituto, todos los que iban de una manera de vestir o de ser estaban estrictamente separados por grupos. Era raro ver juntas a dos personas que siguieran tendencias distintas.
—Hm... —sonrió Nakuru—. Por mí no tienes que preocuparte, Raven. Yo no soy ese tipo de persona, no voy exclusivamente con la gente que vista o sea como yo.
—Pero ¿tienes más amigas que lleven tu estilo?
—Tengo muchas amigas y amigos, todos somos diferentes entre nosotros, pero iguales en una sola cosa —Nakuru mantuvo esa sonrisa serena mientras miraba las gotas de lluvia cayendo en un mismo charco—. Yo no me hago amiga de las personas que vistan como yo; simplemente, de las buenas personas.
Raven guardó un silencio reflexivo al escuchar, una vez más, cómo Nakuru hablaba de la gente en general, como si para ella toda complejidad tan propia de los adolescentes sobre a qué grupo pertenecer o qué tipo de persona ser no existiera en su mente. Para ella, todo se reducía a algo mucho más simple, se fijaba nada más en quién era una buena persona y quién no. Raven consideraba a Nakuru la persona más gentil y madura del instituto, y no importaba si llevaba un corte de pelo extraño, los labios pintados de morado o botas grandes con cadenas.
De hecho, Raven sabía muy bien que Nakuru no se había ido hace unos minutos al patio trasero del instituto a comprobar si había algún jaleo. Se había ido a resolverlo. La californiana observaba de reojo una de las manos de Nakuru, cuyos nudillos estaban un poco enrojecidos, pero no porque se hubiera hecho daño, sino porque eran restos de un poquito de sangre, probablemente de algún maleante al que Nakuru había golpeado. Raven sonreía discretamente. Sabía que su amiga hacía esas cosas a menudo, por mucho que lo escondiera. Iba a ayudar o a salvar constantemente a gente en apuros, y es como si fuera un trabajo o un deber para ella.
Nakuru era una chica con un atractivo particular. Igual que muchos alumnos del Tomonari, era mestiza, de padre japonés y madre griega. Tenía el pelo corto en el lado izquierdo de la cabeza, y en el lado derecho muy largo, negro, ondulado. Sus ojos eran de color azul, su piel blanca como la porcelana y tenía una sonrisa con hoyuelos. Generalmente era seria y tranquila, y solía dar miedo a la gente con prejuicios porque llevaba un estilo de ropa y de maquillaje punk. Adoraba la rutina, los días de lluvia como hoy y las canciones tristes. Era una chica increíblemente lista, llevaba los estudios sin problemas y no había nada ni nadie que pudiera engañarla.
—¿Tú me consideras buena persona? —preguntó Raven.
—¿Eh? —le sorprendió la pregunta.
—Normalmente, en general… la gente, cuando me ve, lo primero que piensa es que soy la típica chica superficial que sólo piensa en vestir a la moda, en llevar el mejor maquillaje, en salir a divertirme a sitios caros… —Raven miraba hacia el mismo charco que miraba Nakuru—. Es cierto que me gustan esas cosas, no lo voy a negar. Incluso reconozco que soy superficial…
—Pero eso no es todo lo que tú eres —Nakuru la miró con una sonrisa afectuosa, y Raven se sorprendió un poco—. Eres superficial y materialista cuando tu entorno está en paz y normal. Es tu forma de disfrutar y pasarlo bien cuando no hay nada más importante que hacer. Pero durante este último año, he observado tu carácter real, Raven. Cuando tu rutina feliz se ve interrumpida porque algo malo sucede, o porque alguien de tu entorno tiene problemas, te olvidas de la ropa, el maquillaje y los accesorios y centras toda tu atención en el problema. Odias ver que alguien lo esté pasando mal y priorizas ayudarlo, para así recuperar un ambiente feliz y seguir disfrutando de tus modas y maquillajes.
—¡Hahahah…! Pues sí que eres observadora, Nak. Seguro que por eso encajamos tan bien las tres. A pesar de que Cleven, tú y yo seamos muy diferentes por fuera, las tres tenemos algo muy bonito en común.
—Sí… —murmuró Nakuru, volviendo a mirar hacia el charco, pero su sonrisa se apagó un poco—. Cleven… especialmente… era la mejor en este aspecto…
—¿Era? —se extrañó Raven.
—Es. Es —se corrigió Nakuru enseguida.
Raven asintió contenta. Pero disimuló cierta confusión. A diferencia de ella, Nakuru conocía a Cleven desde muy temprana edad. Ambas llevaban siendo amigas una década más o menos. Por eso, Nakuru conocía a Cleven mejor que nadie, y Raven sospechaba que Nakuru realmente quiso decir “era”. La californiana no podía notar la diferencia porque apenas llevaba un año siendo amiga de ellas, y no las conocía aún con tanta profundidad, pero para Nakuru de verdad Cleven parecía haber perdido un gran trozo de sí misma hace años, tras la muerte de su madre, y ya no era la misma de antes, la que Nakuru recordaba de su infancia.
Raven sabía que Nakuru y Cleven compartían una tragedia en común. Ambas habían perdido a sus madres cuando eran pequeñas.
—Bueno. ¿Y cuándo nos vas a presentar a tu novia, Nak? —Raven cambió de tema radicalmente.
—¡Ostras, Rav! —brincó esta, con la cara roja—. ¡Sabes el corte que me da hablar de eso! A-además… no somos novias… aún… O sea… aún estamos empezando, no es como para llamarlo ya… de esa forma… Porque técnicamente…
—Uaaahh —bostezó con descaro—. Madre mía, hablar contigo de asuntos amorosos es un aburrimiento —bufó la californiana, retocándose sus cabellos cada vez más encrespados—. De todas formas, no lo olvides. Cleven y yo queremos conocerla algún día y evaluar si es buena chica para ti.
—Hmm… —refunfuñó.
—Ay… ¿Cuánto más tenemos que esperar? ¡Mi pelo está sufriendo! ¿Por qué Cleven está en la sala de profesores?
—La ha llamado el tutor para hablar a solas. Supongo que le reprochará su mal comienzo en el curso.
Mientras tanto, en la sala de profesores, Cleven estaba sentada frente a una mesa, con los brazos caídos entre las piernas y mirando al vacío. Al otro lado de la mesa se encontraba su nuevo tutor de la clase de Segundo-A, hablándola de algo que sus oídos no eran capaces de alcanzar.
Era un hombre joven, de unos 26 años. Era profesor de Inglés, pero no le suponía un gran reto, ya que él era británico, pero también impartía Historia y Física. No era muy usual que un profesor impartiese dos asignaturas tan diferentes, pero él era muy inteligente.
Denzel Sanders, se llamaba. Aunque había quienes sabían muy bien que ese no era su verdadero apellido. Ni este su único trabajo. Era nuevo. Había comenzado a trabajar en el Instituto Tomonari desde el comienzo de aquel curso, hacía más de dos semanas. En Japón el año escolar comienza en abril, pero aquel instituto seguía otro sistema, y era después de la Navidad cuando se pasaba de curso.
Como todos los demás profesores, vestía con traje y corbata, pero él marcaba unas cuantas diferencias. A veces se permitía llevar la camisa por fuera de los pantalones, la corbata desatada, incluso llevaba un pequeño pendiente en su oreja izquierda, una bolita de piedra negra. También, tenía un raro tatuaje en el pulgar de la mano derecha, rodeando su dedo como un anillo. En su mano izquierda, llevaba un anillo de verdad en el dedo anular, un anillo de casado. Por último, siempre, todo el tiempo, llevaba puestas unas gafas de sol negras que le ocultaban los ojos. Jamás se las quitaba. Nunca nadie lo había visto sin ellas puestas.
Incluso su pelo llamaba un poco la atención. Era negro y corto, bien peinado, pero dos mechones blancos partían de sus sienes y un tercero le salía desde su frente. Muchos pensaban que se había teñido de blanco aquellos mechones, lo que incumplía la norma de no llevar el pelo teñido ni aunque fuera un poco. Sin embargo, él había asegurado que eran canas. ¿Tan joven y con canas?, se habían preguntado sus compañeros con aire escéptico, pero acabaron por creerle después de haberles dicho que sólo se trataba de una condición genética.
Respecto a las gafas de sol, él decía que tenía las retinas muy sensibles y que su oftalmólogo le había mandado protegerlas de la luz. Nadie comentaba nada respecto a eso, pero seguía siendo raro.
No llevar accesorios o aspectos que no cumpliesen por completo con el código de vestimenta del instituto Tomonari solía ser una estricta norma, pues en el centro se tomaba muy en serio la buena apariencia y era una norma dedicada sobre todo a los alumnos, por lo que en un profesor resultaba un tanto más contradictorio. Los docentes más mayores consideraban inaceptable que un profesor más joven no supiese respetar este tipo de normas y asimismo a sus veteranos. Lo que pasa es que a este profesor le daba tan igual… tan, tan, tan igual… que ni se preocupaba por lo que los demás pensasen. Era como si él ya hubiera vivido mucho y estuviera muy por encima de las banalidades humanas. Él nada más cumplía con su trabajo.
Algunos podían pensar que iba de provocativo, pero, en realidad, todo tenía una razón de ser. No era un simple pendiente, sino un amuleto; no era un tatuaje para decorar su dedo, era algo que mantenía su pulgar unido para que no se le cayese; no eran retinas sensibles, sino ojos diferentes, y no era tinte blanco, sino canas seculares.
Caía muy bien a todos sus alumnos, al ir dándose a conocer en esas dos semanas de inicio. Era el tipo de profesor que disfrutaba enseñando, y, más que eso, obtenía resultados inmediatos. No se trataba de qué enseñar, sino de cómo enseñarlo, y una actitud entusiasmada podía contagiar hasta al alumno más vago o enfadado. Cualquiera diría que Denzel se había dedicado a la enseñanza más años que ninguna otra persona en la historia.
Por esta razón, el director del Tomonari, que era el señor más estricto y disciplinado de todo Japón, estaba más que encantado con él e insólitamente había dejado pasar el hecho de que se saltase algunas normas de vestimenta e incluso de comportamiento.
Y a pesar de todo esto, Cleven no escuchaba las palabras que le estaba diciendo, sólo conseguía oír cosas como “deberías estar más atenta en las clases...”, “los demás profesores me piden que haga algo contigo...”, “acabamos de empezar el curso y será mejor abordar el problema ahora...”. No escuchaba, sólo oía. Estaba absorta, en la inopia, como siempre. Desconectaba los oídos automáticamente en este tipo de situaciones, cuando le hablaban de lo decepcionante que era su actitud. De lo decepcionante que ella era. Cleven pensaba que vale, que tenían razón, pero que al menos había una cosa que era más decepcionante que ella: la mera vida.
Había unos cuantos más profesores en la sala, haciendo papeleo y mirándolos de vez en cuando. También echaban vistazos hacia el otro lado de la sala, donde un chico de la misma edad de Cleven corría la misma suerte, solo que quien le sermoneaba era el director, caso que se daba cuando tal alumno había hecho algo más grave que el no atender en las clases. O cuando había sido falsamente acusado como le acaba de pasar en el patio trasero del instituto.
—... los dos estábamos como una cuba, y entonces fui directo a ella, quería llevármela a mi apartamento, y ella se me subía por todo el cuerpo... Qué buena estaba. Salimos del pub y fuimos a mi casa. Acto seguido le arranqué el vestido mientras la besaba, y pasó... ¡No sabía desabrochar su sujetador! Por lo que fui a la cocina a por unas tijeras y...
—¿¡Qué!? —Cleven saltó de la silla, mirando a su tutor boquiabierta.
—¡Por fin consigo llamar tu atención! Me ha costado dar con un tema que te despertara —sonrió Denzel cruzándose de brazos sobre la mesa—. Lástima que en Historia, Física, Inglés y Tutoría no podamos hablar de la vida privada de las personas, ¿eh?
Cleven se quedó en silencio, recapacitando. Entendió que el hombre estaba de guasa, y le sorprendió el hecho de que hubiera usado la táctica de hablar de un tema picante para llamar su atención, lo cual hizo que se sintiera algo avergonzada. Se sentó de nuevo en la silla, lentamente, observando al otro con detenimiento. «Este tipo no es normal» pensó.
—A ver, señorita Vernoux —continuó Denzel—, resumiendo, te suplico que te esfuerces en las clases. Puede que tengas cosas importantes en las que pensar fuera de tu vida colegial, pero te pido que mientras estés aquí, te centres en los estudios, en las clases. Te quitarás un peso de encima de tu lista de problemas cotidianos, y no es tan difícil, sólo se trata de aprender cosas nuevas. Dedícale un poquito de importancia a los estudios, ve con calma, sin agobios, organízate...
—No me es tan fácil, profesor —protestó Cleven, apoyándose con desgana sobre el respaldo.
—¿Que no? —preguntó con cierta sorpresa—. Mírame a mí, por ejemplo: levantarme, ducharme, desayunar, dar mis clases de la mañana, comer, dar mis clases de la tarde, volver a casa, preparar las clases del día siguiente, corregir deberes o exámenes, merendar magdalenas, ver la tele o jugar al Pro Evolution Soccer, rascarme la barriguita, pensar en mis cosas, dar una vuelta, cenar...
—... quedar con una chica atractiva, emborracharos juntos y llevarla a tu apartamento para hacer arreglos de ropa y costura... —continuó Cleven, medio riendo.
—Eso ya es confidencial, señorita —sonrió.
—Vaya, pues antes me lo estabas contando con mucho entusiasmo, profesor —le dijo con una mirada suspicaz—. Pobre chica, seguro que ese sujetador era caro y vas tú y se lo rompes.
—¡Hahah! ¿Crees de verdad que me pasó eso?
—Por supuesto que no. No lo creo.
—¿Y eso por qué? —preguntó, fingiendo estar ofendido.
—Porque llevas una alianza —respondió señalando el anillo dorado de su mano con un rápido movimiento—. No creo que un hombre casado haga esas cosas. Bueno, sí, hay muchos que lo hacen, pero tú no pareces ser de esos. Sólo te has inventado eso para llamarme la atención.
—Qué perspicaz —sonrió de nuevo, apoyando la cabeza en una mano.
—Pero... no entiendo una cosa, profe —comentó, frunciendo el ceño—. En tu horario de tareas que acabas de contarme, no mencionas nada sobre tu esposa.
—Anda, ¿y eso qué te hace pensar? —le preguntó, arqueando una ceja.
—Pues... o que no haces nada con tu mujer en todo el día, o que llevas un anillo de boda para decorar tu dedo. ¿Cuál de las dos razones es correcta?
—No has mencionado la tercera razón.
Cleven levantó la vista hacia él rápidamente. Al principio no entendió lo que quería decir, pero aquella respuesta había sonado con mucho abatimiento, y el tutor intentaba disimularlo con aquella expresión risueña de siempre. Cleven sospechó cuál debía de ser la tercera razón, que ya no había esposa. Pero no quiso comentar nada más.
Él miraba los jardines del recinto a través de la ventana, también sin comentar nada más. Si no tuviese las gafas puestas, Cleven juraría que vería en sus ojos algo totalmente contrario a lo que representa una sonrisa. Sin embargo, no estaba completamente segura de todos los matices de esa tercera opción, por lo que decidió no dar conclusiones demasiado rápido.
El momento de silencio duró hasta que los dos vieron por el rabillo del ojo al director Suzuki acercándose a ellos. Su charla con el otro chico había acabado y este se estaba poniendo el abrigo y cogiendo su mochila para irse. Por un momento, Cleven, no supo por qué, se quedó mirando a aquel chaval al otro lado de la sala, pero él se puso la capucha de su sudadera, ocultándose la cara una vez más, y se marchó, pasando desapercibido entre todo el mundo.
Se vio a sí misma en la inopia de nuevo, observando la puerta por donde había salido ese chico, hasta que algo la sobresaltó de golpe.
—¡Como no vuelvas a prestar atención en las clases, tendré que darte algún castigo, incluso llamaré a tus padres para contarles lo mal que va su hija, te lo aseguro! —exclamó Denzel.
Su tutor la estaba gritando. Aquel hombre con el que acababa de entablar una conversación tan extraña la estaba riñendo de mala manera. De pronto parecía uno de esos viejos profesores gruñones que, irónicamente, él mismo había criticado muchas veces. Se quedó sin habla, no entendía qué estaba pasando.
—¡Tienes que estudiar a diario y hacer tus tareas, además de atender en clase! ¿Me has oído? —continuó su tutor, señalándola con un dedo amenazador—. ¡Si no, te mandaré el doble de deberes! ¡Como no mejores tu comportamiento, solo empeorarás tu situación!
—¡Sí, señor, sí, señor! Ya lo has oído, jovencita —asintió el director Suzuki.
Cleven se dio cuenta de pronto de que el viejo director estaba de pie junto a ellos, con una expresión orgullosa en su rostro, observando cómo el tutor de la clase 2-A ejercía su trabajo. Cleven pudo cerrar la boca por fin, saliendo de su asombro.
Había algo que muy pocos alumnos sabían sobre el director Seiji Suzuki, y es que, en el lado derecho de su coronilla, medio oculta bajo una calva incipiente, había una alargada cicatriz de doce puntos. Los alumnos rumoreaban varias historias sobre ella, y la más popular era que un alumno rebelde se la hizo tirándole una botella a la cabeza. Claro, ¿qué sino? El director era un viejo cascarrabias, un insoportable, un idiota, evidentemente porque se dedicaba a imponer normas, a enseñar modales, valores y moral, y a hacer incómoda la comodísima vida de muchos adolescentes que querían todo fácil. Y por eso, al parecer, merecía un botellazo en la cabeza.
Una vez más, las cosas no eran como aparentaban. El director era un viejo cascarrabias, un insoportable, un idiota, por haber creado con sus propias manos y ahorros un centro de enseñanza que acogía a cualquier persona, fuera de la raza, del país o de la clase social que fuera; por dedicarse a mostrarles a los ilusos jóvenes cómo era el mundo real al que algún día se enfrentarían; por asegurarse de que todos pudieran labrarse un futuro sin que las universidades los juzgaran por su nivel intelectual o su nivel de renta.
Era un cascarrabias, insoportable e idiota, por dejar que un miembro de la Yakuza le partiera la cabeza con una barra de metal hace diez años para salvar la vida de una niña pequeña.
—Obedece a tu tutor y compórtate como es debido, señorita Vernoux —añadió el viejo director y dirigió su mirada hacia el hombre—. Muy bien, Denzel, así se hace. Me tranquiliza saber que usted puede disciplinar a estos alborotadores como es debido. Ojalá hubiese más profesores como usted, con la fuerza suficiente para poner orden entre sus alumnos. Buenas tardes.
El director dio media vuelta, con las manos cogidas tras la espalda, y salió como un soldado de la sala, perdiéndose de vista, seguido de los demás profesores que ya habían acabado con sus papeleos. Sólo quedaban ellos dos en la sala y un profesor que estaba a punto de marcharse, y mientras este recogía su cartera, no paraba de lanzarle miradas inquisitivas a Denzel, con recelo. Denzel fue consciente de ello.
—Muy bien, señorita Vernoux —dijo, poniéndose en pie e indicándole a su alumna que hiciera lo mismo—, ya hemos acabado, espero haberte dejado claro lo que te he dicho. —Su tono seguía siendo estricto y cargado de malas pulgas; la acompañó hacia la puerta y se detuvieron ante ella para dejar que el otro profesor saliese primero—. Si das más problemas tendré que castigarte y… y…
Se calló al instante, justo cuando el otro profesor se había perdido de vista y quedaban ellos dos solos en la sala. Denzel suspiró con cansancio. Cleven estaba muy confusa y contemplaba a su tutor con la cara torcida.
—Ah, ¿qué pasa? —preguntó Denzel al verla así—. Te has quedado tiesa, ¿estás bien?
Cleven sacudió levemente la cabeza, volviendo a la realidad, y lo miró con cierto enfado.
—¿Por qué me has gritado de esa manera, así, de repente?
—¡Oh, perdona! —se rio el hombre—. No iba en serio, de verdad, es que quiero que el director me aumente el sueldo. —Cleven se quedó estupefacta—. Entiéndelo, debo actuar como él espera, ya sabes, para caerle bien y eso... Pero en realidad no soy así.
—No, si ya me he dado cuenta.
—Sí, oye, pero no se lo digas a nadie.
—Eres raro —le espetó—. ¿De verdad eres un profe?
—Vernoux —le sonrió más suavemente, llevándose su cartera al hombro—. Lo que te he dicho sobre que atiendas en clase y que estudies iba en serio. La vida es complicada, hay muchas cosas malas en ella, difíciles de superar. Sé que las cosas en tu casa no van muy bien…
—No es que vayan ni bien ni mal —le corrigió Cleven—. Es que directamente no van. Nada va. Nada funciona, nada sucede. Nada se mueve, nada avanza… nada cambia…
Denzel la miró apesadumbrado al oírla describirlo de aquella manera. Él sabía muy bien lo que pasaba en la familia de Cleven. De hecho, sabía muchas más cosas que ella. Y le entristecía no poder explicárselas.
—Entonces, mejorar tus estudios es lo único en lo que tienes control, ¿no crees? —insistió él, y ella lo miró—. Es lo único que por ahora puedes hacer funcionar. Avanzar, mover y cambiar. ¿No quieres saber qué se siente cuando logras por fin un cambio tras años de estancamiento? La satisfacción… es revitalizante.
Cleven frunció el ceño. La verdad es que algo en esas palabras llegó a producirle una leve intriga. Quizá un leve “ojalá” de una parte de ella, muy pequeña, que todavía se niega a rendirse.
—Estudiar y aprobar puede verse como un problema, o como un reto. Un problema y un reto son dos cosas muy distintas. Tú puedes elegir cómo verlo. Muchas de las cosas de esta vida no son lo que son, sino lo que queremos que sean. Y es cuando debemos decidir, ¿quiero que sea algo que me controla, o algo que controle yo?
—Hahh… —suspiró Cleven, alicaída—. ¿Y para qué? ¿Y cuál es el fin? Controlar tu vida o que tu vida te controle… ¿qué más da? ¿Qué tiene de bueno que algo decepcionante te controle, o qué tiene de bueno controlar algo decepcionante?
—Cleven… ¿por qué crees que te haces estas preguntas?
—¿Por qué me haces tú hacerme estas preguntas?
Denzel soltó una risa suave, y le puso una mano en el hombro.
—¿Por qué no intentas averiguar la respuesta y descubrir qué tiene de bueno? Quizá te sorprenda descubrir que algo bueno hay.
Cleven no dijo nada. No sabía qué decir. Se encogió de hombros.
—¿Vas a sermonearme más?
—¿Eso sientes que he estado haciendo?
Ella volvió a quedarse callada unos segundos.
—Bueno… no… Sé que tratas de ayudar. Eres el único adulto que me habla, me pregunta y me escucha, y no sólo me habla y habla y habla.
—Gracias por apreciarlo. Mira, Vernoux. En verdad puedes hacer lo que te dé la gana. Nadie te pone una pistola en la cabeza. Pero no viene mal escuchar experiencias o consejos de otras personas para facilitar tus decisiones sobre lo que vas a hacer o no. Escoge libremente. Y prueba cosas. Alguna, al final, dará resultado.
—¿Para qué? ¿Qué resultado, aprobar los exámenes?
—Hm, hm… no… —volvió a reírse suavemente, y se inclinó más hacia ella para mirarla fijamente tras sus gafas negras—. Dejar de sentirte miserable.
A Cleven se le hizo un nudo en la garganta. Miró al suelo, con ojos algo humedecidos y cansados. No era porque esas palabras de Denzel le hicieron sentirse mal ni la ofendieron. Al contrario. Alguien por fin entendía un poco lo que ella se avergonzaba tanto de reconocer en voz alta. Al final, Cleven volvió a levantar la cabeza, y tenía una sonrisa más animada.
—¡Ay! Me voy, tengo prisa —declaró Denzel, saliendo por la puerta mientras echaba un vistazo a su reloj.
—¿Prisa para jugar al Pro Evolution Soccer? —preguntó Cleven, asomándose al pasillo.
—¡Qué va, eso los domingos! ¡Me van a cerrar mi panadería favorita y me voy a quedar sin mis pastas para el té! ¡Como buen inglés que se precie, no puedo permitirlo! —respondió, alejándose por el pasillo a todo correr—. ¿Cómo es? Au revu!
—¡Se dice au revoir! —se rio ella.
Cleven sonrió. Ese hombre de verdad le resultaba muy extraño, todo el tiempo. Y es que no era sólo por su aspecto, su forma de comportarse o su modo diferente de tratar con los alumnos… Había algo en él, que no se apreciaba a simple vista. Cleven tenía una sensación. No es que Denzel fuese diferente, es que realmente parecía ser diferente, es decir, literalmente diferente al resto del mundo, todo él, toda su persona y naturaleza. Ella agradecía que fuera él su tutor durante este curso y no otro.
—Siento haber tardado —se disculpó al ver que sus dos amigas la habían estado esperando, y las tres emprendieron la marcha, cobijadas bajo el paraguas de Cleven.
—¿Qué? ¿Ha sido un pesado? —preguntó Nakuru mirando a su amiga.
—No… Bueno… Lo de siempre —contestó. No le apetecía detallar todo lo que había pasado, con decir “lo de siempre” sus amigas ya entendían y no comentaban nada más al respecto.
La tarde estaba realmente gris, tanto en el cielo como en la tierra. En las calles corría la misma rutina de siempre. La gente iba con sus paraguas, en silencio. Sólo se oían los coches, formando el tráfico a medida que se adentraban en Shibuya y salpicando el agua acumulada en charcos de la carretera. En Shibuya había mucha gente por las calles, lo que daba un poco más de calor a aquella grisácea tarde.
—Hey —comentó Raven—, sé que Nakuru ya ha quedado ahora con su misteriosa novia llamada Álex que no quiere presentarnos aún porque después de dos semanas dice que “aún estamos empezando”…
—Jopé… —protestó Nakuru.
—Pero ¿y tú, Cleven? ¿Te apuntas a ver una peli en mi casa? No tenemos muchos deberes —propuso Raven cuando fueron a cruzar un paso de cebra.
—Ah, lo siento, Rav. Yo también he quedado —respondió Cleven.
En ese momento, justo cuando iban a llegar al otro lado de la acera, las sobresaltó el ruido de un frenazo de coche. Las tres saltaron a un lado, asustadas, evitando que el coche las tocara, el cual se había parado en mitad del paso de cebra.
—¡Eh, capullo, ten cuidado! —exclamó Cleven de mala gana, haciéndole un corte de manga al conductor.
—¡Eso, capollo! —la imitó Raven, pero arrugó el ceño—. ¿Lo he pronunciado bien?
—Quitaos de en medio —les dijo el conductor por la ventana medio abierta, sin levantar el tono, pero con una voz tan fría que a Cleven y a Raven se les encogió el alma por un momento. Apenas podían verlo por el reflejo del cristal.
—¡Pues no nos da la gana ahora, idiota! ¡Casi nos matas! —replicó Cleven, pegando un manotazo en el capó, y Raven fue a imitarla, pero Nakuru agarró los brazos de ambas y las arrastró hasta la acera pacientemente.
En una fracción de segundo, Nakuru volvió la vista hacia atrás. Miró al chico rubio que conducía el coche haciéndole un discreto gesto de saludo, y él la miró a ella respondiendo con el mismo gesto y se marchó calle arriba. Nakuru no podía dejar que sus amigas supieran que conocía a ese conductor.
—¿Has visto ese? —decía Cleven, aún enfadada por el susto que se habían llevado, sacudiéndose la falda del uniforme.
—Sí, ¿pero no te has fijado? —sonrió Raven con entusiasmo, dando saltitos—. ¡Estaba tremendo! ¿¡No has visto lo superguapo que era!? ¡Me he enamorado a primera vista!
—¿De quién? ¿Del que ha estado a punto de matarnos?
—En realidad es culpa nuestra, el semáforo ya se había puesto en rojo —dijo Nakuru, aportando su opinión racional como siempre.
—Me da igual —masculló Cleven.
—Era guapísimo... —seguía diciendo Raven—. ¿Será modelo? ¡Y qué rubio!
—No creo que sea para tanto —saltó Cleven, molesta.
—En fin, chicas, yo ya me tengo que ir —declaró Nakuru, mirando su reloj, y se marchó por otra calle—. Nos vemos mañana.
—Hasta mañana —se despidió Cleven.
—¡Que te vaya bien! ¡Mañana nos cuentas! —exclamó Raven—. Y tú, Cleven, me decías antes que también habías quedado, ¿no?
—Sí, con Kaoru. Lo siento.
—No pasa nada, nena, hacemos plan otro día entonces, ¿vale? Yo me voy a la peluquería con mi madre, ¡con esta lluvia mi pelo necesita una urgencia! Así que nos vemos mañana.
—Sí, hasta mañana, Rav —sonrió Cleven, quedándose sola con su paraguas en mitad de la calle.
Repentinamente soltó un suspiro y caminó lentamente por la calle. Había quedado en Shibuya con Kaoru, no había especificado dónde exactamente, pero ya se encontrarían.
Últimamente se sentía rara, se sentía demasiado despistada, y no sabía muy bien por qué. En los últimos días notaba que cada vez era menos ella misma. Ella solía ser una charlatana animada y alegre cuando conseguía olvidarse un rato de la rutina. Y ahora, ni siquiera con eso, se veía más callada, se distraía fácilmente, se le iba la mente a otro lugar… Empezaba a sospechar que se trataba de Kaoru.
Habían empezado a salir desde que empezó el curso. Ya se conocían del año pasado, estaban en la misma clase, pero no solían tratarse, hasta que el primer día de clase de este curso, en el que Cleven había descubierto que Kaoru estaba en la 2-B y no en la suya, este se le acercó en el recreo y le había pedido salir después de charlar un rato a solas, siendo espiados por Nakuru y por Raven a lo lejos. Cleven había aceptado a la primera, sin poder creérselo.
Kaoru era uno de los chicos más populares del instituto, atractivo, alto, buen estudiante y deportista... Tenía fama de haber salido con un montón de chicas, tenía éxito entre ellas. Y Cleven, que se derretía a la primera ante un chico así, conocido o desconocido, dijo que sí a su proposición.
Esas dos semanas saliendo juntos habían sido maravillosas, ella no se despegaba de él cuando caminaban por las calles, se quedaba embobada mirándolo y trataba de abrazarlo constantemente y robarle un beso cada dos por tres; y él otra de lo mismo, solo que no iba embobado con Cleven. Había salido con tantas chicas que ya se comportaba como el no-va-más.
Cleven pensaba que se había enamorado de él y que no podía ser más afortunada, pero justo en este momento, pisando el suelo mojado y envuelta en el ruido de las gotas de la lluvia chocando contra su paraguas, se preguntó por primera vez si Kaoru iba en serio con ella o se trataba de una más en el bote. Se percató de que, hasta entonces, había estado demasiado absorta con su novio, con la guardia demasiado baja, dejando pasar por alto importantes detalles.
Nunca se habían parado a hablar de las cosas, de su relación, sólo se habían dedicado a pasear muy pegaditos y a besarse, a acariciarse, a tomar algo en una cafetería mirándose sin decir nada...
La joven se preguntó si de verdad en eso consistía una relación. Y debería saberlo, porque Cleven no se quedaba corta, también había salido con varios. Tenía mucho éxito entre los chicos –que no suerte–, pues a muchos les atraía el hecho de que fuera mitad francesa.
Sin embargo, todas sus antiguas relaciones nunca duraron mucho y nunca terminaron bien, y no era por ella. Siempre por dos razones: una, ella tenía un don para escoger sólo a los malos y caer totalmente por las caras bonitas, y la relación dejaba de funcionar por sí sola por obvias razones; y dos, aunque encontrara a uno medianamente normal con aparentes buenas intenciones, daba lo mismo, el padre de Cleven terminaba espantándolos igualmente. Y se le daba muy pero que muy bien. Para él, todos eran malos para ella.
Hoy en día, ella empezaba a pensar que su visión en realidad era muy escasa. Sentía que se estaba perdiendo todo un mundo más allá de esos chicos en los que sólo tendía a fijarse; que no todas las personas eran tan iguales, que había más gente, muy diferente, más interesante. Hubo un tiempo, muy lejano, en que a Cleven todavía no le preocupaban los temas de los chicos o del instituto. Un tiempo lejano en el que le importaban las vidas de todas las personas; un tiempo en que se dedicaba a salvarlas de problemas reales; un tiempo que no recordaba.
—Al fin te encuentro —oyó una voz tras ella y se volvió como el rayo, sorprendida.
Antes de que pudiera decir nada, sus labios quedaron sellados por un largo beso de Kaoru, mientras la abrazaba por la cintura. Cuando se separaron, Cleven le sonrió como una tonta, pues el beso la había dejado así.
—¿Dónde te habías metido? Después de las clases te vi saliendo a todo correr del instituto —le dijo al chico.
—Ah, no, es que había quedado con Hiroshi, del Instituto Jouda, para devolverle unos videojuegos que me había prestado y que los quería enseguida...
—Ahm... —entendió, y lo cogió de la mano, mirándolo con una sonrisa cariñosa—. Estás muy guapo con el pelo mojado.
—¿Sí? —preguntó, tocándose su pelo castaño, ensimismado—. No sé si debería dejar que se moje, se me puede estropear. Creo que no realza mi cara como es debido.
—Estás muy bien —le repitió Cleven, suspirando.
—Oye, no puedo quedarme mucho tiempo, tengo que estar dentro de media hora en el instituto para una reunión con los del equipo de fútbol.
—¿Otra vez? —preguntó desanimada—. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—Me lo acaban de comunicar, lo siento, de verdad, la próxima vez nos vamos a tomar algo, ¿vale?
—Está bien —resopló, con media sonrisa en la cara—. El insti está a quince minutos de aquí, ¿por qué no dedicamos los otros quince despidiéndonos?
—Hm... —sonrió Kaoru abrazándola más y pegando su cuerpo al de ella—. Claro, nena.
Sus labios volvieron a unirse, una y otra vez, mientras Cleven cerraba el paraguas, lo guardaba y lo abrazaba por el cuello. Ya había dejado de llover, y los dos permanecieron ahí, a un lado de la calle, bajo un árbol, siendo observados brevemente por la gente que pasaba. Kaoru recorría con sus manos la cintura y la espalda de Cleven mientras ella le revolvía el pelo y le acariciaba las mejillas.
Así fueron pasando los minutos, y a cada uno Kaoru dirigía sus manos cada vez más cerca del trasero de Cleven. Parecía ansioso por ir al grano, pero ella ya le había pedido que no hiciera eso mientras estuviesen en público, por lo que intentaba disimular e ir poco a poco a ver si caía.
Mientras tanto, en la acera opuesta, bastante distanciada de la otra, se alzaba uno de los muchos rascacielos que recorrían la calle, un poco lejos de la zona central de Shibuya. Era un edificio de oficinas, una empresa muy importante de Tokio de tecnología industrial y de telecomunicaciones. Era una multinacional de gran prestigio, que tenía más empresas repartidas por casi todo el mundo: la Multinacional Hoteitsuba, fundada por un parisino llamado Neuval Vernoux, uno de los mejores ingenieros industriales y de telecomunicaciones del mundo. Por no decir el mejor.
En ese mismo momento, salían del enorme edificio dos hombres trajeados, muy elegantes, portando sus distinguidas carteras. Uno de ellos era Kei Lian Lao, un viejo chino de unos 67 años, de pelo blanco en punta y ojos negros como el azabache, y era el vicepresidente de la multinacional. Un hombre importante, pero no tanto como el que iba a su lado.
El otro era el mismísimo Neuval Vernoux, el presidente de la multinacional, el puesto más alto de la pirámide. Tenía unos 45 años, sin embargo, aparentaba bastantes menos. Tenía el pelo castaño claro, repeinado hacia atrás, y sus ojos eran grises claros. A primera vista se notaba que eran dos hombres muy adinerados. Podían salirles yenes por las orejas. Parecían muy serios, tanto que hasta intimidaban un poco, el viejo sobre todo por su enorme complexión musculosa, y el más joven sobre todo por esos ojos grises que parecían incoloros. No obstante, al viejo de repente se le formó una sonrisa campechana en la cara.
—Vamos a tomarnos una copita antes de regresar a casa, jefe. Aún es pronto.
—Lao, no he salido pronto para tomarme una copita, sino para seguir trabajando en casa con calma —contestó el presidente.
—Neuval, últimamente te atareas demasiado, deberías tomártelo con más calma.
—Cumplo con mis obligaciones, Lao, eres tú el que se toma la vida con demasiada calma —replicó cansado—. He de preparar cinco reuniones para esta semana y revisar media centena de informes.
—Yo también tengo mucho trabajo que hacer, ¿eh? —sonrió—. Pero yo no dejo que me domine de la misma manera que a ti.
—Te cambio el puesto, entonces —le dijo mirándolo a la cara.
—No, gracias —contestó el viejo Lao rápidamente, rindiéndose—. ¿Y Hana? ¿Se ha quedado en la oficina?
—Sí, acabando unos artículos.
—Entonces vas a estar solo en casa.
—No, mis hijos ya deben de estar ahí, hace rato que acabaron sus clases —Neuval miró su reloj, apresurándose para llegar pronto a casa y ponerse a trabajar otra vez.
—Ah, esos dos —sonrió el viejo Lao con nostalgia, meciéndose su blanca barba corta—. Hace tiempo que no los veo. Yenkis es un chaval estupendo, vaya granujilla, y la alocada y avispada de...
—¡Cleventine! —exclamó Neuval de pronto, parándose en seco en mitad de la acera, con la vista clavada en el otro lado de la calle.
Lao se detuvo, sorprendido, y lo miró con extrañeza.
—No hace falta que me grites, ya sé cómo se llama tu hija —se cruzó de brazos, molesto.
—¿¡Qué hace!?
Lao se dio cuenta de que no estaba hablando con él y miró hacia el mismo sitio. Abrió los ojos como platos al reconocer a esa joven de voluminoso cabello medio corto, de color rojo oscuro, dándose el lote con un chico, el cual se había salido con la suya y ya le estaba tocando el trasero a Cleven. El viejo Lao miró a Neuval por el rabillo del ojo, en tensión. «Uy... Le va a dar un telele» pensó.
—¿¡Qué hace, qué hace!? —volvió a decir Neuval, sin salir de su disgusto, dispuesto a saltar a la carretera para ir directo hacia la parejita, sin preocuparse por los coches que pasaban.
—¿¡Qué haces tú, Neuval, te has vuelto loco!? —saltó el viejo Lao, agarrándolo por el brazo, evitando el suicidio imprevisto de su jefe.
—¡Suéltame, Lao! —se enfadó Neuval sin apartar la vista de los dos jóvenes, intentando liberarse el brazo aferrado para salir de nuevo directo a la otra acera—. ¡Ya ha llegado muy lejos! ¡Se la ha ganado! ¡No puedo creerlo! ¡Le voy a decir cuatro cosas a esa niña!
—Jefe, jefe —lo intentó tranquilizar—. ¿De qué te sorprendes? Cleventine ya es mayorcita, es normal que a su edad esté con chicos.
—¡Pero si sólo tiene 16 años, no es más que una cría!
—Para ti lo será todavía, pero ese chico no parece opinar como tú —dijo el viejo, observando la escena al otro lado de la acera—. Eh, ¿ese no es Kaoru? —se rio.
—¡Sí, es él! ¡Razón de más para ir allí y separarlo de…!
—Vaya manos más largas tiene el chaval...
—¡Kei Lian! —saltó Neuval, esta vez mirándolo a él con horror. Sólo lo llamaba por su nombre cuando estaba enfadado con él.
—Lo siento, Neuval, pero es verdad —sonrió con calma—. Tranquilízate, hombre, esto es muy normal entre los jóvenes. ¿Tengo que recordarte que tú...?
—Kei Lian —le interrumpió, serio.
—Oye, vete a casa, no vayas a montarle el numerito a Cleventine ahora que está ocupada. Luego ya en casa le dices lo que sea, pero ahora déjala en paz, por favor —le pidió mientras tiraba de él calle arriba, en dirección a un aparcamiento junto al rascacielos de su empresa, donde tenían sus coches.
—Pero... —Neuval cedió a la petición del viejo, aunque para ello necesitó seguir estando amarrado a él, pues no dejaba de mirar a su hija a lo lejos y Lao no se atrevía a soltarlo de momento.
¿Qué sucede cuando presencias el asesinato de un ser querido?
Depende. ¿Eres una persona sensible de las que lloran abatidas por la tragedia o una persona sensible de las que lloran rabiosas por no haber podido impedirlo? No todos los humanos tienen la "voluntad del héroe", y muchos de los que la tienen ni siquiera lo saben. No es hasta que llega ese momento inmediato, inesperado, incomprensible y desgarrador cuando este tipo de humanos despierta esa fuerza en su interior. Rabia, ira, tristeza, todas unidas por hacer justicia... pero también descontroladas y peligrosas.
Ellos no lo eligen. Pero sucede. No importa la edad, ni el país. Esta energía que nace dentro de ellos ante la tragedia los transforma, los renueva, les otorga un nuevo poder, y dejan de ser humanos para convertirse en sus protectores secretos como un deber que cumplir, bajo un mando superior, organizados, y llevando una vida cotidiana entre los demás al mismo tiempo. La venganza también forma parte de ellos, pero, también, algunos defectos, de los que puede surgir su lado más contrario y oscuro.
Las emociones humanas, las energías del bien y el mal, la vida y la muerte, son fuerzas superiores que lo dominan todo en el mundo terrestre, en un Equilibrio protegido por los dioses del Yin y el Yang, que ciertos grupos intentan cambiar y controlar, hacia lo que cada uno de ellos considera como el mundo más idóneo.
En medio de esta lucha invisible, Cleventine Vernoux navega en la rutina de la normalidad, en la apatía y en el olvido de todo lo que ocurrió en su infancia. Perdió memorias específicas, y con ellas, algo que formaba parte íntima de ella, el poder humano del cambio, del inconformismo.
Pero cuando uno se atreve a levantar la mirada del suelo, comenzará a ver cosas nuevas. Y tal vez raras. Y todo empieza con el despertar de un simple recuerdo, el nombre de alguien querido.
Un ojo que emitía una rara luz anaranjada fue lo último que el abusón vio antes de morder el suelo y perder el conocimiento, sólo con el primer puñetazo. Al lado, había otro igual de abatido, agonizando con un pómulo morado, y cerca de ellos, aún quedaba uno en pie, que iba a ser el siguiente.
La chica, limpiándose un poco la sangre de los nudillos en su falda del uniforme del instituto, se giró hacia él con esa mirada severa y aplastante. Este tercer y último abusón se había quedado atorado, como en shock, tras haber visto cómo esa chica flaca y punk había tumbado a sus dos amigos básicamente con un aspaviento, más que con un puñetazo. Había estado en posición de ataque y tenía intenciones de agredirla, pero ahora tenía sus dudas. No quería acabar como sus amigos. Ahora esa chica le daba miedo.
Entre ellos, además, había otro chico, sentado en el suelo tras haberse caído, con el mismo tipo de uniforme que la punk. Un inocente estudiante, algo gordito, con gafas y sudoroso, que aferraba entre sus brazos la mochila que esos tres abusones habían intentado quitarle a la fuerza para quedarse con su dinero y sus cosas… hasta que esa chica apareció de la nada soltando sopapos.
—¿Y bien? —le preguntó esta al abusón que quedaba, quien, al igual que sus amigos, tenía un uniforme de un instituto distinto, al que habían arrancado las mangas para adoptar un estilo macarra.
El chico, más grande que ella, tragó saliva, sin dejar de mirar a sus compañeros y a ella repetidas veces, muy nervioso.
—Te la dejo pasar… porque eres una chica… —intentó sonar superior, señalándola con el dedo.
—Como volváis a amenazar, perjudicar o a hacer daño a otra persona para placer o beneficio propio, lo sabré, y os partiré los dedos de las manos, como ese que estás usando para apuntarme.
El macarra bajó la mano enseguida, temeroso.
—Cuando tus amigos se recuperen y vuelvan llorando a tu instituto, diles la mala noticia, que como volváis a poner un pie aquí en mi instituto, regresaréis sin el pie.
El abusón siguió ahí, en tensión, sin decidirse. Entonces, la chica dio un fuerte pisotón, y el suelo tembló por un instante y se formó una pequeña grieta. Fue suficiente para que el otro se asustara y se marchara de allí corriendo. Saltó el muro que separaba el recinto con las calles y desapareció. Ahí, en un patio trasero del instituto donde había materiales de gimnasio y jardinería, entre el edificio y una zona arbolada, no había nadie más que ellos.
La joven se acercó al muchacho rechoncho de las gafas.
—A juzgar por tu postura corporal, la inclinación de tu espalda y el hecho de que no te hayas puesto en pie aún, deduzco que te has hecho un esguince en el tobillo izquierdo, ¿verdad? —le comentó, se inclinó hacia él y le tendió la mano—. Ven, te ayudaré a caminar hasta la enfermería, apóyate en mí.
—¡Yo…! —el chico la miró con enfado, pero también sonrojado—. ¡N-no necesitaba tu ayuda!
Ella le devolvió una mirada aburrida.
—Hey, Nakuru —la llamó una voz—. ¿Necesitas un cable o algo?
Se acercó hasta ellos otro chico, del mismo uniforme, pero llevaba encima una sudadera y un abrigo, e iba encapuchado, con una mochila al hombro. No se le veía mucho la cara bajo la sombra de la capucha. Tenía una espalda ancha, de complexión fuerte. Esquivó los cuerpos de los otros dos abusones tendidos en el suelo, pasando por encima de ellos tranquilamente, los cuales ya estaban recobrando la consciencia poco a poco.
—Nah, aquí al parecer nadie necesita un cable —contestó ella con sarcasmo—. Está todo en orden.
—¿Por qué tan grosero con alguien que te ha ayudado? —le reprochó el chico fortachón al de las gafas.
—Porque yo no necesito que una chica me proteja —replicó este, intentando ponerse en pie torpemente.
—Hahh… —suspiró Nakuru con paciencia—. Humanos…
—Hey… —se quejó el chico fortachón.
—¿Eh? ¿Te ofende o qué? —se rio su amiga—. Si tú ya no eres uno de ellos.
—Ya, bueno… Pero hace tan sólo un año que dejé de serlo. Aún es reciente —se encogió de hombros.
—Pues acostúmbrate, Kyo, porque muchas veces su estupidez natural no nos pone el trabajo fácil. En fin, me largo.
La chica dio media vuelta con la mano levantada como despedida y se perdió de vista doblando la esquina del edificio. Kyo se quedó ahí delante de esos tres despojos, justo cuando comenzó a llover. Chistó con la lengua y negó con la cabeza, daban bastante pena, tanto los abusones que ya estaban incorporándose doloridos como su rechoncha víctima con el esguince de tobillo que apenas se tenía en pie. Cuando él también fue a marcharse, irrumpió la áspera voz de un viejo profesor que, asomado por una de las ventanas de la planta baja del edificio ahí cerca de ellos, los vio.
—¡Eh! ¿¡Qué hacéis ahí, gamberros!? ¿¡Peleas!? ¡Están terminantemente prohibidas en este centro! ¡Dadme vuestros nombres ahora mismo!
—¡Profesor, yo no he hecho nada, han sido ellos! —gimió el chico de las gafas, señalando a los dos abusones con un uniforme diferente.
—¿Sí? ¿Y qué hacen malheridos en el suelo? ¿Quién los ha agredido?
Tanto los dos abusones como la víctima se quedaron mudos un momento. Se miraron. Ni los primeros querían decir que habían sido abatidos por una chica ni el rechoncho quería decir que la misma lo había salvado de ellos. Kyo se dio cuenta de esto nada más ver sus caras y por fin comprendió lo que su amiga le había dicho sobre la estupidez humana natural.
De pronto, los otros tres magullados miraron a Kyo al mismo tiempo. Al parecer se pusieron de acuerdo en señalarlo a él, mirando al profesor con nervios.
—¿Pero qué…? —brincó el fortachón.
—¡Usted, muchacho, el encapuchado! El director está en la sala de profesores. Ya se sabrá usted el camino. Andando, que yo lo vea.
Kyo se quedó incrédulo. Pero de nada iba a servir discutirlo con tres testigos acusándolo falsamente a él.
—Humanos… —suspiró con el mismo tono resignado que su amiga, encaminándose al edificio en dirección a su castigo.
—Oh, estupendo —lamentó Nakuru cuando, al llegar a los soportales frontales del edificio, vio que se había puesto a llover a cántaros.
—Tía, ¿a dónde te habías ido? —protestó su amiga, que la había estado esperando ahí.
—Ah, perdona, Raven. Había oído un jaleo por el patio trasero del instituto y me fui a ver qué era.
—¿Se ha peleado alguien? ¿Deberíamos avisar a algún profe?
—No, al final no ha sido nada —le restó importancia—. ¿Cleven todavía no ha salido?
—No, tía —resopló Raven, apoyándose contra una de las columnas—. Sigue en la sala de profesores.
—Vaya día… —Nakuru también se apoyó en otra columna de brazos cruzados.
El Instituto Tomonari, situado en el distrito de Shibuya, reposaba en un amplio recinto limitado por muros y altas verjas de hierro. Estaba formado por un complejo de edificios conectados mediante pasarelas, separados por patios y jardines al aire libre, además de unas instalaciones aparte con su propio polideportivo, piscina cubierta, pista de atletismo y campos para deportes varios.
A su lado, en otro recinto, se encontraba el Colegio Tomonari, otro complejo de edificios donde impartían la educación infantil y primaria.
Era un centro de gran reputación que seguía un sistema de educación internacional. Allí iban alumnos tanto nacionales como extranjeros, o en su mayoría, nacionales que tenían algún padre extranjero y por tanto eran bilingües. Pero no por ello sólo iba gente adinerada. Había de todo, tanto buena como mala gente, como en todos lados.
Varios chicos y chicas también iban saliendo del instituto, unos con paraguas y otros cubriéndose con la chaqueta y corriendo a la parada de bus más cercana.
—Raven, ríndete —casi rio Nakuru, al verla desesperada por arreglarse el pelo, que se le estaba encrespando con tanta humedad.
—No puedo, Nak. Soy una gal —dijo con coquetería—. Siempre debo estar guapa.
—Por favor, Raven, llevas viviendo en Tokio un año, ¿y ya de primeras te metes en la tribu urbana de las gals?
—Casi siempre que salgo por ahí de ocio, es con un grupo de gals de este instituto y me lo paso genial. Me aceptaron a la primera. Creo que les gustaba la idea de tener con ellas a una afroamericana de California. Y ¿sabes? Aun a día de hoy me sorprende que te hayas hecho tan amiga mía. En mi antiguo instituto, todos los que iban de una manera de vestir o de ser estaban estrictamente separados por grupos. Era raro ver juntas a dos personas que siguieran tendencias distintas.
—Hm... —sonrió Nakuru—. Por mí no tienes que preocuparte, Raven. Yo no soy ese tipo de persona, no voy exclusivamente con la gente que vista o sea como yo.
—Pero ¿tienes más amigas que lleven tu estilo?
—Tengo muchas amigas y amigos, todos somos diferentes entre nosotros, pero iguales en una sola cosa —Nakuru mantuvo esa sonrisa serena mientras miraba las gotas de lluvia cayendo en un mismo charco—. Yo no me hago amiga de las personas que vistan como yo; simplemente, de las buenas personas.
Raven guardó un silencio reflexivo al escuchar, una vez más, cómo Nakuru hablaba de la gente en general, como si para ella toda complejidad tan propia de los adolescentes sobre a qué grupo pertenecer o qué tipo de persona ser no existiera en su mente. Para ella, todo se reducía a algo mucho más simple, se fijaba nada más en quién era una buena persona y quién no. Raven consideraba a Nakuru la persona más gentil y madura del instituto, y no importaba si llevaba un corte de pelo extraño, los labios pintados de morado o botas grandes con cadenas.
De hecho, Raven sabía muy bien que Nakuru no se había ido hace unos minutos al patio trasero del instituto a comprobar si había algún jaleo. Se había ido a resolverlo. La californiana observaba de reojo una de las manos de Nakuru, cuyos nudillos estaban un poco enrojecidos, pero no porque se hubiera hecho daño, sino porque eran restos de un poquito de sangre, probablemente de algún maleante al que Nakuru había golpeado. Raven sonreía discretamente. Sabía que su amiga hacía esas cosas a menudo, por mucho que lo escondiera. Iba a ayudar o a salvar constantemente a gente en apuros, y es como si fuera un trabajo o un deber para ella.
Nakuru era una chica con un atractivo particular. Igual que muchos alumnos del Tomonari, era mestiza, de padre japonés y madre griega. Tenía el pelo corto en el lado izquierdo de la cabeza, y en el lado derecho muy largo, negro, ondulado. Sus ojos eran de color azul, su piel blanca como la porcelana y tenía una sonrisa con hoyuelos. Generalmente era seria y tranquila, y solía dar miedo a la gente con prejuicios porque llevaba un estilo de ropa y de maquillaje punk. Adoraba la rutina, los días de lluvia como hoy y las canciones tristes. Era una chica increíblemente lista, llevaba los estudios sin problemas y no había nada ni nadie que pudiera engañarla.
—¿Tú me consideras buena persona? —preguntó Raven.
—¿Eh? —le sorprendió la pregunta.
—Normalmente, en general… la gente, cuando me ve, lo primero que piensa es que soy la típica chica superficial que sólo piensa en vestir a la moda, en llevar el mejor maquillaje, en salir a divertirme a sitios caros… —Raven miraba hacia el mismo charco que miraba Nakuru—. Es cierto que me gustan esas cosas, no lo voy a negar. Incluso reconozco que soy superficial…
—Pero eso no es todo lo que tú eres —Nakuru la miró con una sonrisa afectuosa, y Raven se sorprendió un poco—. Eres superficial y materialista cuando tu entorno está en paz y normal. Es tu forma de disfrutar y pasarlo bien cuando no hay nada más importante que hacer. Pero durante este último año, he observado tu carácter real, Raven. Cuando tu rutina feliz se ve interrumpida porque algo malo sucede, o porque alguien de tu entorno tiene problemas, te olvidas de la ropa, el maquillaje y los accesorios y centras toda tu atención en el problema. Odias ver que alguien lo esté pasando mal y priorizas ayudarlo, para así recuperar un ambiente feliz y seguir disfrutando de tus modas y maquillajes.
—¡Hahahah…! Pues sí que eres observadora, Nak. Seguro que por eso encajamos tan bien las tres. A pesar de que Cleven, tú y yo seamos muy diferentes por fuera, las tres tenemos algo muy bonito en común.
—Sí… —murmuró Nakuru, volviendo a mirar hacia el charco, pero su sonrisa se apagó un poco—. Cleven… especialmente… era la mejor en este aspecto…
—¿Era? —se extrañó Raven.
—Es. Es —se corrigió Nakuru enseguida.
Raven asintió contenta. Pero disimuló cierta confusión. A diferencia de ella, Nakuru conocía a Cleven desde muy temprana edad. Ambas llevaban siendo amigas una década más o menos. Por eso, Nakuru conocía a Cleven mejor que nadie, y Raven sospechaba que Nakuru realmente quiso decir “era”. La californiana no podía notar la diferencia porque apenas llevaba un año siendo amiga de ellas, y no las conocía aún con tanta profundidad, pero para Nakuru de verdad Cleven parecía haber perdido un gran trozo de sí misma hace años, tras la muerte de su madre, y ya no era la misma de antes, la que Nakuru recordaba de su infancia.
Raven sabía que Nakuru y Cleven compartían una tragedia en común. Ambas habían perdido a sus madres cuando eran pequeñas.
—Bueno. ¿Y cuándo nos vas a presentar a tu novia, Nak? —Raven cambió de tema radicalmente.
—¡Ostras, Rav! —brincó esta, con la cara roja—. ¡Sabes el corte que me da hablar de eso! A-además… no somos novias… aún… O sea… aún estamos empezando, no es como para llamarlo ya… de esa forma… Porque técnicamente…
—Uaaahh —bostezó con descaro—. Madre mía, hablar contigo de asuntos amorosos es un aburrimiento —bufó la californiana, retocándose sus cabellos cada vez más encrespados—. De todas formas, no lo olvides. Cleven y yo queremos conocerla algún día y evaluar si es buena chica para ti.
—Hmm… —refunfuñó.
—Ay… ¿Cuánto más tenemos que esperar? ¡Mi pelo está sufriendo! ¿Por qué Cleven está en la sala de profesores?
—La ha llamado el tutor para hablar a solas. Supongo que le reprochará su mal comienzo en el curso.
Mientras tanto, en la sala de profesores, Cleven estaba sentada frente a una mesa, con los brazos caídos entre las piernas y mirando al vacío. Al otro lado de la mesa se encontraba su nuevo tutor de la clase de Segundo-A, hablándola de algo que sus oídos no eran capaces de alcanzar.
Era un hombre joven, de unos 26 años. Era profesor de Inglés, pero no le suponía un gran reto, ya que él era británico, pero también impartía Historia y Física. No era muy usual que un profesor impartiese dos asignaturas tan diferentes, pero él era muy inteligente.
Denzel Sanders, se llamaba. Aunque había quienes sabían muy bien que ese no era su verdadero apellido. Ni este su único trabajo. Era nuevo. Había comenzado a trabajar en el Instituto Tomonari desde el comienzo de aquel curso, hacía más de dos semanas. En Japón el año escolar comienza en abril, pero aquel instituto seguía otro sistema, y era después de la Navidad cuando se pasaba de curso.
Como todos los demás profesores, vestía con traje y corbata, pero él marcaba unas cuantas diferencias. A veces se permitía llevar la camisa por fuera de los pantalones, la corbata desatada, incluso llevaba un pequeño pendiente en su oreja izquierda, una bolita de piedra negra. También, tenía un raro tatuaje en el pulgar de la mano derecha, rodeando su dedo como un anillo. En su mano izquierda, llevaba un anillo de verdad en el dedo anular, un anillo de casado. Por último, siempre, todo el tiempo, llevaba puestas unas gafas de sol negras que le ocultaban los ojos. Jamás se las quitaba. Nunca nadie lo había visto sin ellas puestas.
Incluso su pelo llamaba un poco la atención. Era negro y corto, bien peinado, pero dos mechones blancos partían de sus sienes y un tercero le salía desde su frente. Muchos pensaban que se había teñido de blanco aquellos mechones, lo que incumplía la norma de no llevar el pelo teñido ni aunque fuera un poco. Sin embargo, él había asegurado que eran canas. ¿Tan joven y con canas?, se habían preguntado sus compañeros con aire escéptico, pero acabaron por creerle después de haberles dicho que sólo se trataba de una condición genética.
Respecto a las gafas de sol, él decía que tenía las retinas muy sensibles y que su oftalmólogo le había mandado protegerlas de la luz. Nadie comentaba nada respecto a eso, pero seguía siendo raro.
No llevar accesorios o aspectos que no cumpliesen por completo con el código de vestimenta del instituto Tomonari solía ser una estricta norma, pues en el centro se tomaba muy en serio la buena apariencia y era una norma dedicada sobre todo a los alumnos, por lo que en un profesor resultaba un tanto más contradictorio. Los docentes más mayores consideraban inaceptable que un profesor más joven no supiese respetar este tipo de normas y asimismo a sus veteranos. Lo que pasa es que a este profesor le daba tan igual… tan, tan, tan igual… que ni se preocupaba por lo que los demás pensasen. Era como si él ya hubiera vivido mucho y estuviera muy por encima de las banalidades humanas. Él nada más cumplía con su trabajo.
Algunos podían pensar que iba de provocativo, pero, en realidad, todo tenía una razón de ser. No era un simple pendiente, sino un amuleto; no era un tatuaje para decorar su dedo, era algo que mantenía su pulgar unido para que no se le cayese; no eran retinas sensibles, sino ojos diferentes, y no era tinte blanco, sino canas seculares.
Caía muy bien a todos sus alumnos, al ir dándose a conocer en esas dos semanas de inicio. Era el tipo de profesor que disfrutaba enseñando, y, más que eso, obtenía resultados inmediatos. No se trataba de qué enseñar, sino de cómo enseñarlo, y una actitud entusiasmada podía contagiar hasta al alumno más vago o enfadado. Cualquiera diría que Denzel se había dedicado a la enseñanza más años que ninguna otra persona en la historia.
Por esta razón, el director del Tomonari, que era el señor más estricto y disciplinado de todo Japón, estaba más que encantado con él e insólitamente había dejado pasar el hecho de que se saltase algunas normas de vestimenta e incluso de comportamiento.
Y a pesar de todo esto, Cleven no escuchaba las palabras que le estaba diciendo, sólo conseguía oír cosas como “deberías estar más atenta en las clases...”, “los demás profesores me piden que haga algo contigo...”, “acabamos de empezar el curso y será mejor abordar el problema ahora...”. No escuchaba, sólo oía. Estaba absorta, en la inopia, como siempre. Desconectaba los oídos automáticamente en este tipo de situaciones, cuando le hablaban de lo decepcionante que era su actitud. De lo decepcionante que ella era. Cleven pensaba que vale, que tenían razón, pero que al menos había una cosa que era más decepcionante que ella: la mera vida.
Había unos cuantos más profesores en la sala, haciendo papeleo y mirándolos de vez en cuando. También echaban vistazos hacia el otro lado de la sala, donde un chico de la misma edad de Cleven corría la misma suerte, solo que quien le sermoneaba era el director, caso que se daba cuando tal alumno había hecho algo más grave que el no atender en las clases. O cuando había sido falsamente acusado como le acaba de pasar en el patio trasero del instituto.
—... los dos estábamos como una cuba, y entonces fui directo a ella, quería llevármela a mi apartamento, y ella se me subía por todo el cuerpo... Qué buena estaba. Salimos del pub y fuimos a mi casa. Acto seguido le arranqué el vestido mientras la besaba, y pasó... ¡No sabía desabrochar su sujetador! Por lo que fui a la cocina a por unas tijeras y...
—¿¡Qué!? —Cleven saltó de la silla, mirando a su tutor boquiabierta.
—¡Por fin consigo llamar tu atención! Me ha costado dar con un tema que te despertara —sonrió Denzel cruzándose de brazos sobre la mesa—. Lástima que en Historia, Física, Inglés y Tutoría no podamos hablar de la vida privada de las personas, ¿eh?
Cleven se quedó en silencio, recapacitando. Entendió que el hombre estaba de guasa, y le sorprendió el hecho de que hubiera usado la táctica de hablar de un tema picante para llamar su atención, lo cual hizo que se sintiera algo avergonzada. Se sentó de nuevo en la silla, lentamente, observando al otro con detenimiento. «Este tipo no es normal» pensó.
—A ver, señorita Vernoux —continuó Denzel—, resumiendo, te suplico que te esfuerces en las clases. Puede que tengas cosas importantes en las que pensar fuera de tu vida colegial, pero te pido que mientras estés aquí, te centres en los estudios, en las clases. Te quitarás un peso de encima de tu lista de problemas cotidianos, y no es tan difícil, sólo se trata de aprender cosas nuevas. Dedícale un poquito de importancia a los estudios, ve con calma, sin agobios, organízate...
—No me es tan fácil, profesor —protestó Cleven, apoyándose con desgana sobre el respaldo.
—¿Que no? —preguntó con cierta sorpresa—. Mírame a mí, por ejemplo: levantarme, ducharme, desayunar, dar mis clases de la mañana, comer, dar mis clases de la tarde, volver a casa, preparar las clases del día siguiente, corregir deberes o exámenes, merendar magdalenas, ver la tele o jugar al Pro Evolution Soccer, rascarme la barriguita, pensar en mis cosas, dar una vuelta, cenar...
—... quedar con una chica atractiva, emborracharos juntos y llevarla a tu apartamento para hacer arreglos de ropa y costura... —continuó Cleven, medio riendo.
—Eso ya es confidencial, señorita —sonrió.
—Vaya, pues antes me lo estabas contando con mucho entusiasmo, profesor —le dijo con una mirada suspicaz—. Pobre chica, seguro que ese sujetador era caro y vas tú y se lo rompes.
—¡Hahah! ¿Crees de verdad que me pasó eso?
—Por supuesto que no. No lo creo.
—¿Y eso por qué? —preguntó, fingiendo estar ofendido.
—Porque llevas una alianza —respondió señalando el anillo dorado de su mano con un rápido movimiento—. No creo que un hombre casado haga esas cosas. Bueno, sí, hay muchos que lo hacen, pero tú no pareces ser de esos. Sólo te has inventado eso para llamarme la atención.
—Qué perspicaz —sonrió de nuevo, apoyando la cabeza en una mano.
—Pero... no entiendo una cosa, profe —comentó, frunciendo el ceño—. En tu horario de tareas que acabas de contarme, no mencionas nada sobre tu esposa.
—Anda, ¿y eso qué te hace pensar? —le preguntó, arqueando una ceja.
—Pues... o que no haces nada con tu mujer en todo el día, o que llevas un anillo de boda para decorar tu dedo. ¿Cuál de las dos razones es correcta?
—No has mencionado la tercera razón.
Cleven levantó la vista hacia él rápidamente. Al principio no entendió lo que quería decir, pero aquella respuesta había sonado con mucho abatimiento, y el tutor intentaba disimularlo con aquella expresión risueña de siempre. Cleven sospechó cuál debía de ser la tercera razón, que ya no había esposa. Pero no quiso comentar nada más.
Él miraba los jardines del recinto a través de la ventana, también sin comentar nada más. Si no tuviese las gafas puestas, Cleven juraría que vería en sus ojos algo totalmente contrario a lo que representa una sonrisa. Sin embargo, no estaba completamente segura de todos los matices de esa tercera opción, por lo que decidió no dar conclusiones demasiado rápido.
El momento de silencio duró hasta que los dos vieron por el rabillo del ojo al director Suzuki acercándose a ellos. Su charla con el otro chico había acabado y este se estaba poniendo el abrigo y cogiendo su mochila para irse. Por un momento, Cleven, no supo por qué, se quedó mirando a aquel chaval al otro lado de la sala, pero él se puso la capucha de su sudadera, ocultándose la cara una vez más, y se marchó, pasando desapercibido entre todo el mundo.
Se vio a sí misma en la inopia de nuevo, observando la puerta por donde había salido ese chico, hasta que algo la sobresaltó de golpe.
—¡Como no vuelvas a prestar atención en las clases, tendré que darte algún castigo, incluso llamaré a tus padres para contarles lo mal que va su hija, te lo aseguro! —exclamó Denzel.
Su tutor la estaba gritando. Aquel hombre con el que acababa de entablar una conversación tan extraña la estaba riñendo de mala manera. De pronto parecía uno de esos viejos profesores gruñones que, irónicamente, él mismo había criticado muchas veces. Se quedó sin habla, no entendía qué estaba pasando.
—¡Tienes que estudiar a diario y hacer tus tareas, además de atender en clase! ¿Me has oído? —continuó su tutor, señalándola con un dedo amenazador—. ¡Si no, te mandaré el doble de deberes! ¡Como no mejores tu comportamiento, solo empeorarás tu situación!
—¡Sí, señor, sí, señor! Ya lo has oído, jovencita —asintió el director Suzuki.
Cleven se dio cuenta de pronto de que el viejo director estaba de pie junto a ellos, con una expresión orgullosa en su rostro, observando cómo el tutor de la clase 2-A ejercía su trabajo. Cleven pudo cerrar la boca por fin, saliendo de su asombro.
Había algo que muy pocos alumnos sabían sobre el director Seiji Suzuki, y es que, en el lado derecho de su coronilla, medio oculta bajo una calva incipiente, había una alargada cicatriz de doce puntos. Los alumnos rumoreaban varias historias sobre ella, y la más popular era que un alumno rebelde se la hizo tirándole una botella a la cabeza. Claro, ¿qué sino? El director era un viejo cascarrabias, un insoportable, un idiota, evidentemente porque se dedicaba a imponer normas, a enseñar modales, valores y moral, y a hacer incómoda la comodísima vida de muchos adolescentes que querían todo fácil. Y por eso, al parecer, merecía un botellazo en la cabeza.
Una vez más, las cosas no eran como aparentaban. El director era un viejo cascarrabias, un insoportable, un idiota, por haber creado con sus propias manos y ahorros un centro de enseñanza que acogía a cualquier persona, fuera de la raza, del país o de la clase social que fuera; por dedicarse a mostrarles a los ilusos jóvenes cómo era el mundo real al que algún día se enfrentarían; por asegurarse de que todos pudieran labrarse un futuro sin que las universidades los juzgaran por su nivel intelectual o su nivel de renta.
Era un cascarrabias, insoportable e idiota, por dejar que un miembro de la Yakuza le partiera la cabeza con una barra de metal hace diez años para salvar la vida de una niña pequeña.
—Obedece a tu tutor y compórtate como es debido, señorita Vernoux —añadió el viejo director y dirigió su mirada hacia el hombre—. Muy bien, Denzel, así se hace. Me tranquiliza saber que usted puede disciplinar a estos alborotadores como es debido. Ojalá hubiese más profesores como usted, con la fuerza suficiente para poner orden entre sus alumnos. Buenas tardes.
El director dio media vuelta, con las manos cogidas tras la espalda, y salió como un soldado de la sala, perdiéndose de vista, seguido de los demás profesores que ya habían acabado con sus papeleos. Sólo quedaban ellos dos en la sala y un profesor que estaba a punto de marcharse, y mientras este recogía su cartera, no paraba de lanzarle miradas inquisitivas a Denzel, con recelo. Denzel fue consciente de ello.
—Muy bien, señorita Vernoux —dijo, poniéndose en pie e indicándole a su alumna que hiciera lo mismo—, ya hemos acabado, espero haberte dejado claro lo que te he dicho. —Su tono seguía siendo estricto y cargado de malas pulgas; la acompañó hacia la puerta y se detuvieron ante ella para dejar que el otro profesor saliese primero—. Si das más problemas tendré que castigarte y… y…
Se calló al instante, justo cuando el otro profesor se había perdido de vista y quedaban ellos dos solos en la sala. Denzel suspiró con cansancio. Cleven estaba muy confusa y contemplaba a su tutor con la cara torcida.
—Ah, ¿qué pasa? —preguntó Denzel al verla así—. Te has quedado tiesa, ¿estás bien?
Cleven sacudió levemente la cabeza, volviendo a la realidad, y lo miró con cierto enfado.
—¿Por qué me has gritado de esa manera, así, de repente?
—¡Oh, perdona! —se rio el hombre—. No iba en serio, de verdad, es que quiero que el director me aumente el sueldo. —Cleven se quedó estupefacta—. Entiéndelo, debo actuar como él espera, ya sabes, para caerle bien y eso... Pero en realidad no soy así.
—No, si ya me he dado cuenta.
—Sí, oye, pero no se lo digas a nadie.
—Eres raro —le espetó—. ¿De verdad eres un profe?
—Vernoux —le sonrió más suavemente, llevándose su cartera al hombro—. Lo que te he dicho sobre que atiendas en clase y que estudies iba en serio. La vida es complicada, hay muchas cosas malas en ella, difíciles de superar. Sé que las cosas en tu casa no van muy bien…
—No es que vayan ni bien ni mal —le corrigió Cleven—. Es que directamente no van. Nada va. Nada funciona, nada sucede. Nada se mueve, nada avanza… nada cambia…
Denzel la miró apesadumbrado al oírla describirlo de aquella manera. Él sabía muy bien lo que pasaba en la familia de Cleven. De hecho, sabía muchas más cosas que ella. Y le entristecía no poder explicárselas.
—Entonces, mejorar tus estudios es lo único en lo que tienes control, ¿no crees? —insistió él, y ella lo miró—. Es lo único que por ahora puedes hacer funcionar. Avanzar, mover y cambiar. ¿No quieres saber qué se siente cuando logras por fin un cambio tras años de estancamiento? La satisfacción… es revitalizante.
Cleven frunció el ceño. La verdad es que algo en esas palabras llegó a producirle una leve intriga. Quizá un leve “ojalá” de una parte de ella, muy pequeña, que todavía se niega a rendirse.
—Estudiar y aprobar puede verse como un problema, o como un reto. Un problema y un reto son dos cosas muy distintas. Tú puedes elegir cómo verlo. Muchas de las cosas de esta vida no son lo que son, sino lo que queremos que sean. Y es cuando debemos decidir, ¿quiero que sea algo que me controla, o algo que controle yo?
—Hahh… —suspiró Cleven, alicaída—. ¿Y para qué? ¿Y cuál es el fin? Controlar tu vida o que tu vida te controle… ¿qué más da? ¿Qué tiene de bueno que algo decepcionante te controle, o qué tiene de bueno controlar algo decepcionante?
—Cleven… ¿por qué crees que te haces estas preguntas?
—¿Por qué me haces tú hacerme estas preguntas?
Denzel soltó una risa suave, y le puso una mano en el hombro.
—¿Por qué no intentas averiguar la respuesta y descubrir qué tiene de bueno? Quizá te sorprenda descubrir que algo bueno hay.
Cleven no dijo nada. No sabía qué decir. Se encogió de hombros.
—¿Vas a sermonearme más?
—¿Eso sientes que he estado haciendo?
Ella volvió a quedarse callada unos segundos.
—Bueno… no… Sé que tratas de ayudar. Eres el único adulto que me habla, me pregunta y me escucha, y no sólo me habla y habla y habla.
—Gracias por apreciarlo. Mira, Vernoux. En verdad puedes hacer lo que te dé la gana. Nadie te pone una pistola en la cabeza. Pero no viene mal escuchar experiencias o consejos de otras personas para facilitar tus decisiones sobre lo que vas a hacer o no. Escoge libremente. Y prueba cosas. Alguna, al final, dará resultado.
—¿Para qué? ¿Qué resultado, aprobar los exámenes?
—Hm, hm… no… —volvió a reírse suavemente, y se inclinó más hacia ella para mirarla fijamente tras sus gafas negras—. Dejar de sentirte miserable.
A Cleven se le hizo un nudo en la garganta. Miró al suelo, con ojos algo humedecidos y cansados. No era porque esas palabras de Denzel le hicieron sentirse mal ni la ofendieron. Al contrario. Alguien por fin entendía un poco lo que ella se avergonzaba tanto de reconocer en voz alta. Al final, Cleven volvió a levantar la cabeza, y tenía una sonrisa más animada.
—¡Ay! Me voy, tengo prisa —declaró Denzel, saliendo por la puerta mientras echaba un vistazo a su reloj.
—¿Prisa para jugar al Pro Evolution Soccer? —preguntó Cleven, asomándose al pasillo.
—¡Qué va, eso los domingos! ¡Me van a cerrar mi panadería favorita y me voy a quedar sin mis pastas para el té! ¡Como buen inglés que se precie, no puedo permitirlo! —respondió, alejándose por el pasillo a todo correr—. ¿Cómo es? Au revu!
—¡Se dice au revoir! —se rio ella.
Cleven sonrió. Ese hombre de verdad le resultaba muy extraño, todo el tiempo. Y es que no era sólo por su aspecto, su forma de comportarse o su modo diferente de tratar con los alumnos… Había algo en él, que no se apreciaba a simple vista. Cleven tenía una sensación. No es que Denzel fuese diferente, es que realmente parecía ser diferente, es decir, literalmente diferente al resto del mundo, todo él, toda su persona y naturaleza. Ella agradecía que fuera él su tutor durante este curso y no otro.
—Siento haber tardado —se disculpó al ver que sus dos amigas la habían estado esperando, y las tres emprendieron la marcha, cobijadas bajo el paraguas de Cleven.
—¿Qué? ¿Ha sido un pesado? —preguntó Nakuru mirando a su amiga.
—No… Bueno… Lo de siempre —contestó. No le apetecía detallar todo lo que había pasado, con decir “lo de siempre” sus amigas ya entendían y no comentaban nada más al respecto.
La tarde estaba realmente gris, tanto en el cielo como en la tierra. En las calles corría la misma rutina de siempre. La gente iba con sus paraguas, en silencio. Sólo se oían los coches, formando el tráfico a medida que se adentraban en Shibuya y salpicando el agua acumulada en charcos de la carretera. En Shibuya había mucha gente por las calles, lo que daba un poco más de calor a aquella grisácea tarde.
—Hey —comentó Raven—, sé que Nakuru ya ha quedado ahora con su misteriosa novia llamada Álex que no quiere presentarnos aún porque después de dos semanas dice que “aún estamos empezando”…
—Jopé… —protestó Nakuru.
—Pero ¿y tú, Cleven? ¿Te apuntas a ver una peli en mi casa? No tenemos muchos deberes —propuso Raven cuando fueron a cruzar un paso de cebra.
—Ah, lo siento, Rav. Yo también he quedado —respondió Cleven.
En ese momento, justo cuando iban a llegar al otro lado de la acera, las sobresaltó el ruido de un frenazo de coche. Las tres saltaron a un lado, asustadas, evitando que el coche las tocara, el cual se había parado en mitad del paso de cebra.
—¡Eh, capullo, ten cuidado! —exclamó Cleven de mala gana, haciéndole un corte de manga al conductor.
—¡Eso, capollo! —la imitó Raven, pero arrugó el ceño—. ¿Lo he pronunciado bien?
—Quitaos de en medio —les dijo el conductor por la ventana medio abierta, sin levantar el tono, pero con una voz tan fría que a Cleven y a Raven se les encogió el alma por un momento. Apenas podían verlo por el reflejo del cristal.
—¡Pues no nos da la gana ahora, idiota! ¡Casi nos matas! —replicó Cleven, pegando un manotazo en el capó, y Raven fue a imitarla, pero Nakuru agarró los brazos de ambas y las arrastró hasta la acera pacientemente.
En una fracción de segundo, Nakuru volvió la vista hacia atrás. Miró al chico rubio que conducía el coche haciéndole un discreto gesto de saludo, y él la miró a ella respondiendo con el mismo gesto y se marchó calle arriba. Nakuru no podía dejar que sus amigas supieran que conocía a ese conductor.
—¿Has visto ese? —decía Cleven, aún enfadada por el susto que se habían llevado, sacudiéndose la falda del uniforme.
—Sí, ¿pero no te has fijado? —sonrió Raven con entusiasmo, dando saltitos—. ¡Estaba tremendo! ¿¡No has visto lo superguapo que era!? ¡Me he enamorado a primera vista!
—¿De quién? ¿Del que ha estado a punto de matarnos?
—En realidad es culpa nuestra, el semáforo ya se había puesto en rojo —dijo Nakuru, aportando su opinión racional como siempre.
—Me da igual —masculló Cleven.
—Era guapísimo... —seguía diciendo Raven—. ¿Será modelo? ¡Y qué rubio!
—No creo que sea para tanto —saltó Cleven, molesta.
—En fin, chicas, yo ya me tengo que ir —declaró Nakuru, mirando su reloj, y se marchó por otra calle—. Nos vemos mañana.
—Hasta mañana —se despidió Cleven.
—¡Que te vaya bien! ¡Mañana nos cuentas! —exclamó Raven—. Y tú, Cleven, me decías antes que también habías quedado, ¿no?
—Sí, con Kaoru. Lo siento.
—No pasa nada, nena, hacemos plan otro día entonces, ¿vale? Yo me voy a la peluquería con mi madre, ¡con esta lluvia mi pelo necesita una urgencia! Así que nos vemos mañana.
—Sí, hasta mañana, Rav —sonrió Cleven, quedándose sola con su paraguas en mitad de la calle.
Repentinamente soltó un suspiro y caminó lentamente por la calle. Había quedado en Shibuya con Kaoru, no había especificado dónde exactamente, pero ya se encontrarían.
Últimamente se sentía rara, se sentía demasiado despistada, y no sabía muy bien por qué. En los últimos días notaba que cada vez era menos ella misma. Ella solía ser una charlatana animada y alegre cuando conseguía olvidarse un rato de la rutina. Y ahora, ni siquiera con eso, se veía más callada, se distraía fácilmente, se le iba la mente a otro lugar… Empezaba a sospechar que se trataba de Kaoru.
Habían empezado a salir desde que empezó el curso. Ya se conocían del año pasado, estaban en la misma clase, pero no solían tratarse, hasta que el primer día de clase de este curso, en el que Cleven había descubierto que Kaoru estaba en la 2-B y no en la suya, este se le acercó en el recreo y le había pedido salir después de charlar un rato a solas, siendo espiados por Nakuru y por Raven a lo lejos. Cleven había aceptado a la primera, sin poder creérselo.
Kaoru era uno de los chicos más populares del instituto, atractivo, alto, buen estudiante y deportista... Tenía fama de haber salido con un montón de chicas, tenía éxito entre ellas. Y Cleven, que se derretía a la primera ante un chico así, conocido o desconocido, dijo que sí a su proposición.
Esas dos semanas saliendo juntos habían sido maravillosas, ella no se despegaba de él cuando caminaban por las calles, se quedaba embobada mirándolo y trataba de abrazarlo constantemente y robarle un beso cada dos por tres; y él otra de lo mismo, solo que no iba embobado con Cleven. Había salido con tantas chicas que ya se comportaba como el no-va-más.
Cleven pensaba que se había enamorado de él y que no podía ser más afortunada, pero justo en este momento, pisando el suelo mojado y envuelta en el ruido de las gotas de la lluvia chocando contra su paraguas, se preguntó por primera vez si Kaoru iba en serio con ella o se trataba de una más en el bote. Se percató de que, hasta entonces, había estado demasiado absorta con su novio, con la guardia demasiado baja, dejando pasar por alto importantes detalles.
Nunca se habían parado a hablar de las cosas, de su relación, sólo se habían dedicado a pasear muy pegaditos y a besarse, a acariciarse, a tomar algo en una cafetería mirándose sin decir nada...
La joven se preguntó si de verdad en eso consistía una relación. Y debería saberlo, porque Cleven no se quedaba corta, también había salido con varios. Tenía mucho éxito entre los chicos –que no suerte–, pues a muchos les atraía el hecho de que fuera mitad francesa.
Sin embargo, todas sus antiguas relaciones nunca duraron mucho y nunca terminaron bien, y no era por ella. Siempre por dos razones: una, ella tenía un don para escoger sólo a los malos y caer totalmente por las caras bonitas, y la relación dejaba de funcionar por sí sola por obvias razones; y dos, aunque encontrara a uno medianamente normal con aparentes buenas intenciones, daba lo mismo, el padre de Cleven terminaba espantándolos igualmente. Y se le daba muy pero que muy bien. Para él, todos eran malos para ella.
Hoy en día, ella empezaba a pensar que su visión en realidad era muy escasa. Sentía que se estaba perdiendo todo un mundo más allá de esos chicos en los que sólo tendía a fijarse; que no todas las personas eran tan iguales, que había más gente, muy diferente, más interesante. Hubo un tiempo, muy lejano, en que a Cleven todavía no le preocupaban los temas de los chicos o del instituto. Un tiempo lejano en el que le importaban las vidas de todas las personas; un tiempo en que se dedicaba a salvarlas de problemas reales; un tiempo que no recordaba.
—Al fin te encuentro —oyó una voz tras ella y se volvió como el rayo, sorprendida.
Antes de que pudiera decir nada, sus labios quedaron sellados por un largo beso de Kaoru, mientras la abrazaba por la cintura. Cuando se separaron, Cleven le sonrió como una tonta, pues el beso la había dejado así.
—¿Dónde te habías metido? Después de las clases te vi saliendo a todo correr del instituto —le dijo al chico.
—Ah, no, es que había quedado con Hiroshi, del Instituto Jouda, para devolverle unos videojuegos que me había prestado y que los quería enseguida...
—Ahm... —entendió, y lo cogió de la mano, mirándolo con una sonrisa cariñosa—. Estás muy guapo con el pelo mojado.
—¿Sí? —preguntó, tocándose su pelo castaño, ensimismado—. No sé si debería dejar que se moje, se me puede estropear. Creo que no realza mi cara como es debido.
—Estás muy bien —le repitió Cleven, suspirando.
—Oye, no puedo quedarme mucho tiempo, tengo que estar dentro de media hora en el instituto para una reunión con los del equipo de fútbol.
—¿Otra vez? —preguntó desanimada—. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—Me lo acaban de comunicar, lo siento, de verdad, la próxima vez nos vamos a tomar algo, ¿vale?
—Está bien —resopló, con media sonrisa en la cara—. El insti está a quince minutos de aquí, ¿por qué no dedicamos los otros quince despidiéndonos?
—Hm... —sonrió Kaoru abrazándola más y pegando su cuerpo al de ella—. Claro, nena.
Sus labios volvieron a unirse, una y otra vez, mientras Cleven cerraba el paraguas, lo guardaba y lo abrazaba por el cuello. Ya había dejado de llover, y los dos permanecieron ahí, a un lado de la calle, bajo un árbol, siendo observados brevemente por la gente que pasaba. Kaoru recorría con sus manos la cintura y la espalda de Cleven mientras ella le revolvía el pelo y le acariciaba las mejillas.
Así fueron pasando los minutos, y a cada uno Kaoru dirigía sus manos cada vez más cerca del trasero de Cleven. Parecía ansioso por ir al grano, pero ella ya le había pedido que no hiciera eso mientras estuviesen en público, por lo que intentaba disimular e ir poco a poco a ver si caía.
Mientras tanto, en la acera opuesta, bastante distanciada de la otra, se alzaba uno de los muchos rascacielos que recorrían la calle, un poco lejos de la zona central de Shibuya. Era un edificio de oficinas, una empresa muy importante de Tokio de tecnología industrial y de telecomunicaciones. Era una multinacional de gran prestigio, que tenía más empresas repartidas por casi todo el mundo: la Multinacional Hoteitsuba, fundada por un parisino llamado Neuval Vernoux, uno de los mejores ingenieros industriales y de telecomunicaciones del mundo. Por no decir el mejor.
En ese mismo momento, salían del enorme edificio dos hombres trajeados, muy elegantes, portando sus distinguidas carteras. Uno de ellos era Kei Lian Lao, un viejo chino de unos 67 años, de pelo blanco en punta y ojos negros como el azabache, y era el vicepresidente de la multinacional. Un hombre importante, pero no tanto como el que iba a su lado.
El otro era el mismísimo Neuval Vernoux, el presidente de la multinacional, el puesto más alto de la pirámide. Tenía unos 45 años, sin embargo, aparentaba bastantes menos. Tenía el pelo castaño claro, repeinado hacia atrás, y sus ojos eran grises claros. A primera vista se notaba que eran dos hombres muy adinerados. Podían salirles yenes por las orejas. Parecían muy serios, tanto que hasta intimidaban un poco, el viejo sobre todo por su enorme complexión musculosa, y el más joven sobre todo por esos ojos grises que parecían incoloros. No obstante, al viejo de repente se le formó una sonrisa campechana en la cara.
—Vamos a tomarnos una copita antes de regresar a casa, jefe. Aún es pronto.
—Lao, no he salido pronto para tomarme una copita, sino para seguir trabajando en casa con calma —contestó el presidente.
—Neuval, últimamente te atareas demasiado, deberías tomártelo con más calma.
—Cumplo con mis obligaciones, Lao, eres tú el que se toma la vida con demasiada calma —replicó cansado—. He de preparar cinco reuniones para esta semana y revisar media centena de informes.
—Yo también tengo mucho trabajo que hacer, ¿eh? —sonrió—. Pero yo no dejo que me domine de la misma manera que a ti.
—Te cambio el puesto, entonces —le dijo mirándolo a la cara.
—No, gracias —contestó el viejo Lao rápidamente, rindiéndose—. ¿Y Hana? ¿Se ha quedado en la oficina?
—Sí, acabando unos artículos.
—Entonces vas a estar solo en casa.
—No, mis hijos ya deben de estar ahí, hace rato que acabaron sus clases —Neuval miró su reloj, apresurándose para llegar pronto a casa y ponerse a trabajar otra vez.
—Ah, esos dos —sonrió el viejo Lao con nostalgia, meciéndose su blanca barba corta—. Hace tiempo que no los veo. Yenkis es un chaval estupendo, vaya granujilla, y la alocada y avispada de...
—¡Cleventine! —exclamó Neuval de pronto, parándose en seco en mitad de la acera, con la vista clavada en el otro lado de la calle.
Lao se detuvo, sorprendido, y lo miró con extrañeza.
—No hace falta que me grites, ya sé cómo se llama tu hija —se cruzó de brazos, molesto.
—¿¡Qué hace!?
Lao se dio cuenta de que no estaba hablando con él y miró hacia el mismo sitio. Abrió los ojos como platos al reconocer a esa joven de voluminoso cabello medio corto, de color rojo oscuro, dándose el lote con un chico, el cual se había salido con la suya y ya le estaba tocando el trasero a Cleven. El viejo Lao miró a Neuval por el rabillo del ojo, en tensión. «Uy... Le va a dar un telele» pensó.
—¿¡Qué hace, qué hace!? —volvió a decir Neuval, sin salir de su disgusto, dispuesto a saltar a la carretera para ir directo hacia la parejita, sin preocuparse por los coches que pasaban.
—¿¡Qué haces tú, Neuval, te has vuelto loco!? —saltó el viejo Lao, agarrándolo por el brazo, evitando el suicidio imprevisto de su jefe.
—¡Suéltame, Lao! —se enfadó Neuval sin apartar la vista de los dos jóvenes, intentando liberarse el brazo aferrado para salir de nuevo directo a la otra acera—. ¡Ya ha llegado muy lejos! ¡Se la ha ganado! ¡No puedo creerlo! ¡Le voy a decir cuatro cosas a esa niña!
—Jefe, jefe —lo intentó tranquilizar—. ¿De qué te sorprendes? Cleventine ya es mayorcita, es normal que a su edad esté con chicos.
—¡Pero si sólo tiene 16 años, no es más que una cría!
—Para ti lo será todavía, pero ese chico no parece opinar como tú —dijo el viejo, observando la escena al otro lado de la acera—. Eh, ¿ese no es Kaoru? —se rio.
—¡Sí, es él! ¡Razón de más para ir allí y separarlo de…!
—Vaya manos más largas tiene el chaval...
—¡Kei Lian! —saltó Neuval, esta vez mirándolo a él con horror. Sólo lo llamaba por su nombre cuando estaba enfadado con él.
—Lo siento, Neuval, pero es verdad —sonrió con calma—. Tranquilízate, hombre, esto es muy normal entre los jóvenes. ¿Tengo que recordarte que tú...?
—Kei Lian —le interrumpió, serio.
—Oye, vete a casa, no vayas a montarle el numerito a Cleventine ahora que está ocupada. Luego ya en casa le dices lo que sea, pero ahora déjala en paz, por favor —le pidió mientras tiraba de él calle arriba, en dirección a un aparcamiento junto al rascacielos de su empresa, donde tenían sus coches.
—Pero... —Neuval cedió a la petición del viejo, aunque para ello necesitó seguir estando amarrado a él, pues no dejaba de mirar a su hija a lo lejos y Lao no se atrevía a soltarlo de momento.
He vuelto a emepzar esta saa, lo necesitaba, hace mucho no paso por aqui pero aqui me quedare, a recuperar rel cariño que logre tenerle a todos estos personajes y sus aventuras. En su momento ahce años me quede sobre el libro 5, pero esperare que puedas seguir resubiendolo y volver a verlo todo desde el principio, porfavor no lo abandones, porque estan fan esperara para seguir viendo las aventuras de Cleventine ansiosamente.
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